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Confieso que soy un viajero con sueños y aspiraciones, con ganas de comerme el mundo en
un solo bocado y con muchas razones de disfrutar el lugar que ocupo en este mundo.
Prometo viajar a Baños de Agua Santa en Ecuador, la meca de los deportes de riesgo en
Sudamérica, o practicar bungy jumping, en Queenstown, Nueva Zelanda, aunque me pueda
romper más de una parte de mi cuerpo, siempre se recordaran como heridas de guerra, unas
que me ayudaron a superar mis miedos a los deportes extremos.
Reconozco que soy de ese 53% de viajeros que buscan nuevos destinos, y no repetir lugares
que ya haya conocido antes, claro está que toda regla tiene su excepción, y ninguno puede
evitar volver a esos lugares donde las magias de aquellos paisajes los deslumbraron, o el
turquesa de las aguas del mar lo impresionaron.
Admito, aquí, frente a todos, que soy fan de los viajes improvisados, de guardar las cosas en
la maleta tan rápido que cuando haya llegado a mi destino, me dé cuenta que me falta mi
pijama o mi cepillo de dientes y que se vuelva momento de burlas y juegos con mis amigos.
Proclamo que llevaré mi cámara a todas partes, porque no hay como tener los mejores
momentos en una fotografía, poder ver, cada vez que quiera, esas caras graciosas que hacían
perder el asombroso paisaje de fondo, o simplemente, el querer recordar la experiencia
vivida.