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ESCENIFICACIÓN
Aparecerá una gran cruz con el Cristo crucificado en un lugar bien visible
de la asamblea. Un joven vestido de Nazareno se colocará delante de la Cruz,
de suerte que se vea casi todo el Crucifijo, quedando el joven en un nivel
más bajo que la Cruz. Este joven hará la voz del Cristo cuando Este dialogue
con la asamblea.
A un lado de la cruz y del joven que hace las veces de Cristo estará de pie
una muchacha, que interpretará el papel de la Virgen María.
Al otro lado de la cruz estará también de pie un muchacho, que representará
a Juan evangelista. Cerca de ellos, el narrador del evangelio y el presidente
de la celebración.
ILUMINACIÓN
SONORIZACIÓN
PERSONAJES
CONTENIDO
Rito de Entrada
Presidente: Amigos, una vez más nos reunimos con talante cristiano en torno
a Cristo y a María para intentar vivir la fabulosa experiencia que el mismo
Cristo y la Madre vivieron en y junto a la cruz.
A través de las palabras que Cristo pronunció en la cruz haremos lo posible
por penetrar el misterio de la vocación de Cristo y de María. Pensaremos
también en las gentes que de una y otra manera viven su crucifixión en la
historia de nuestro hoy. Escucharemos las voces de tantos crucificados, que
nos interpelan y nos comprometen a dar una respuesta cristiana a su dolor.
Necesitaremos mucho amor y mucha valentía.
Una voz : Dinos, Cristo, si Tú eres el Hijo de Dios, ¿por qué te sientes
abandonado del Padre?
PRIMERA PALABRA: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? Jesús tiene
que asumir la soledad ante la proximidad de la muerte, para rescatamos a los
hombres.
Texto bíblico: Mateo 27, 45-46.
Presidente: Oremos.
En algunas ocasiones sentimos en nuestra vida el abandono de la cruz y el
sufrimiento.
Todos (de pie): Cristo, María. La verdad es que nos da miedo ser profetas,
afrontar solos el mal del mundo, presentarnos solos ante el peligro y la
tentación. Somos cobardes. Huimos de los más abandonados, huimos de los
incomprendidos.
Ayúdennos a responder con valentía a nuestra vocación de ser rescatadores
de soledades materiales y espirituales.
Una voz: Cristo, esto que dices suena a poesía. ¡Perdonar al enemigos!...
No es fácil comprenderlo.
Jesús: Amigos, ¡que tardos sois para comprender las cosas de Dios! Dije una
vez a los hombres que perdonasen a sus enemigos y orasen por ellos. Ahora
quiero ser consecuente con lo que he enseñado. Amigos, tengo vocación de
sacerdote que intercede por los pecados de sus hermanos. Tengo vocación de
ser testigo del perdón del Padre para la Humanidad.
Tengo vocación de reconciliador de todas las cosas. Por eso perdono, aun
muriendo crucificado. ¿Entendéis ahora? (Silencio).
Una voz: Cristo, quisiéramos comprender, pero no es fácil. Aunque debe ser
verdad, cuando Tú lo dices y lo haces.
Una voz: Creemos, Madre, que aún no hemos comprendido suficientemente a Dios.
María: Hijos, ¿saben por qué les cuesta perdonar? Porque no tienen bien
asimilada la experiencia de ser perdonados. Si un día... si ahora mismo
acogieran de verdad el perdón que mi Hijo les ofrece, comprenderían lo
maravilloso que es perdonar y lo felices que hacen a los que perdonan.
Ustedes tienen vocación a ser perdonados y a perdonar como lo hizo Cristo.
¡Qué bonito sería que de entre ustedes, jóvenes, surgieran vocaciones
sacerdotales que hicieran presente cada día el perdón de Jesús que fuesen
testigos del perdón del Padre.
Ahora los invito a que ofrezcan el perdón. No duden en perdonar y en ser
perdonados. Adelante, hijos. Pueden decir algunas peticiones de perdón a los
compañeros o a Dios Padre, y darse el perdón.
Ahora algunos pueden pedir perdón a otros en voz alta. Otros pueden ofrecer
su perdón, diciendo: «Yo perdono a... por...» Otros pueden acercarse a la
Cruz y pedir perdón a Cristo, o pedir a Cristo que interceda por él al Padre.
Presidente: Oremos.
Todos (de pie): Cristo, María Madre. Gracias por enseñarnos a perdonar.
Gracias por su perdón. Ayúdennos a vivir la experiencia del perdón en
nosotros, entre nosotros; a ser reconciliadores universales. Dénos valor
para aceptar la vocación a ser dispensadores del perdón del Padre, como lo
fuiste Tú, Cristo Sacerdote; como lo fuiste tú, María, asociada al perdón
de tu Hijo.
Voz de Jesús (en casete y ambientada). «En verdad, en verdad te digo hoy
estarás conmigo en el paraíso».
Jesús: Amigos, si este buen ladrón cree en Mí es porque está viviendo estos
acontecimientos con corazón sencillo y ve las cosas con ojos limpios.
Yo le prometo felicidad porque estoy seguro de que el Padre dará una vida
nueva a los que saben orar con corazón humilde como este ajusticiado,
compañero mío, lo ha hecho.
Mi vocación es ser portador de felicidad aun en los momentos trágicos como
éste. Yo asumo la tristeza del buen ladrón y le doy la paz en su muerte y
en su eternidad. (Silencio).
Todos: Y tú, ¿crees que puedes procurar alegría aun en medio de tu dolor?
Todos: Cristo y María. Nos falta ese corazón sencillo y esos ojos limpios
para ver y comprender nuestra vida, nuestra vocación.
No sabemos gritar que se acuerden de nosotros.
No sabemos escuchar a los que mendigan nuestro lado.
Ayúdennos a ser verdaderamente libres, para ser portadores de alegría,
comprometidos con nuestra vocación, quizás desde la castidad.
Terminado el canto, los muchachos que han interpretado los papeles de los
dos ladrones se retiran de la escena.
Una voz: Madre, conocemos también a gentes que no saben que Tú eres su madre,
ni que Dios es su Padre.
Jesús en la cruz nos ofrece todo lo que tiene incluida a su madre que se
convierte en madre nuestra
Una voz: Cristo, eres extrañamente extraño. Creíamos que una madre es
propiedad privada que nunca se vende y nunca se presta. Pero Tú...
Todos: Por otra parte, ¿quién eres Tú para dar a tu madre nuevos hijos? ¿Qué
poder tienes Tú sobre los hombres? ¿Con qué derecho...? Cristo, de verdad,
no te comprendemos.
María: Hijos, Jesús sabe lo que hace. Él sabe que mi vocación es una vocación
a la maternidad universal. Mi corazón consagrado al Padre ha quedado poblado
de hijos en este día triste y de soledad:
María: Hijos, sepan que Dios no abandona a su Pueblo. Da fuerzas a las madres
solas y a los hijos huérfanos. Yo estoy siempre junto a ellos.
Dios suscita también en el mundo padres y madres universales, como Raúl
Fallerau, como Madre Teresa de Calcuta, que se ocupan de tantos hijos sin
padre y sin madre, de tantos padres y madres sin hijos. Dios insinúa a los
valientes a seguir la vocación consagrada, a tener un corazón abierto a las
necesidades del mundo. (Silencio).
Canto: Madre de nuestro pueblo (E. Vicente Matéu. Disco «Madre del pueblo»).
Madre de nuestro pueblo,
los hombres abren el corazón;
quieren llamarte madre en sus palabras,
en su canción.
Madre te llaman los pobres,
pobres sin pan ni calor,
pobres sin libro en las manos,
pobres sin una ilusión.
Madre te llama el que sufre,
penas de llanto y dolor,
penas de verse oprimido,
penas que evocan amor.
Una vez terminado el canto, María y Juan pueden volver al lado de la cruz.
Es necesario descubrir en la cruz la claridad de un nuevo día, la esperanza
de un mundo mejor que María continúe en el plano de la asamblea, en cuyo caso
se necesitará un micro -si la asamblea es numerosa- para que se oigan sus
palabras en las siguientes escenas.
Narrador: Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba consumado, para
que se cumpliera la Escritura dijo.
Todos: Una vez más nos pareces sólo y únicamente un hombre. ¿Qué nos
respondes?
Jesús: Amigos, la verdad es que no sé muy bien cómo decíroslo. Tengo sed,
sed de agua..., me estoy desangrando..., me estoy asfixiando..., el calor
es agobiante. Y soy un hombre. Mi vocación es también ser hombre entre los
hombres; vivir y sufrir como ellos viven y sufren, tener sed como ellos, para
quitar su sed.
Pero, se lo repito, también soy Dios... Tengo sed de ustedes, sed de sus almas.
Existen tantos jóvenes que tienen sed de Dios..., tantos hombres y mujeres
con sed de amor, con sed de gracia. Esta misma sed la siento yo por ustedes,
por ellos. Por eso grito con rabia: «Tengo sed».
Sólo ustedes podrán quitarme la sed, bebiendo del agua viva que yo les
ofrezco: mi amistad, mi gracia. (Silencio).
Una voz: Madre, recordamos que tu Hijo dijo una vez que sus amigos jamás
tendrían sed.
María: Hijos, sí tengo sed, como una madre atormentada. Tengo el corazón
y los labios resecos como los de una madre llena de angustia. Llevo sin dormir
algunas noches. Mis ojos están cargados de preocupación y lágrimas.
También mi vocación es ser una mujer entre las mujeres; pasar sed como todas
las madres de los ajusticiados inocentes. Yo soy la madre de los sedientos.
Esa es también mi vocación: Madre de los sedientos de Dios; vuestra madre,
porque también ustedes tienen sed de gracia, de amor y de Dios, ¿verdad
hijos?, la tienen.
Aunque yo paso sed, quisiera apagar su sed. La de ustedes y la de todos, porque
debe haber mucha gente que pasa sed, ¿no es verdad?
Pueden aportarse testimonios de gente que se conozca en el mundo con sed
material o espiritual: drogas... y de alguien que tuvo sed de Dios y encontró
a Dios.
Todos: Bebemos de todo aquello que nos gusta. Consumimos día tras día y cada
vez tenemos más sed. Nos importa poco la sed de los demás. Pero, ¿qué hacer?
María: Hijos, están aquí porque creen, ¿no es verdad? Todo creyente tiene
vocación al sacrificio, a beber del agua viva que salta hasta la vida eterna.
Con la fuerza de Jesús y con el agua de su fuente podrán apagar su sed.
No olviden que tienen vocación de dar de beber al sediento de agua y de Dios.
Hijos, Jesús, desde la cruz, los invita a ser como Él: valientes, capaces
de privarse de tantas bebidas de consumo y de despilfarro; capaces además
de llevar a los hombres el agua de la Palabra de Dios y el perdón ¡Animo,
hijos! ¿No tienen nada que ofrecer?
Algunos miembros de la asamblea pueden presentar algunos objetos simbólicos
de su consumo de bebidas y otros símbolos de la sed material o espiritual
de los hombres. Al ofrecerlos, los acompañarán de una oración.
Todos: Cristo, Madre, gracias por intentar apagar nuestra sed, gracias por
pasar sed por nosotros, gracias por habernos hecho comprender que tenemos
sed de Dios.
Ahora dennos valentía ante el sacrificio de afrontar una sociedad de consumo,
valentía para apagar nuestra sed de gracia, valentía para responder a nuestra
vocación de portadores de la Palabra de Dios a los que tienen sed de Él. Amén.
Narrador: Había allí un botijo lleno de vinagre. Fijaron en una rama de hisopo
una esponja empapada en vinagre y se la llevaron a la boca. Cuando hubo gustado
el vinagre, dijo Jesús:
Una voz: Cristo, ¿valía la pena trabajar tanto, dar la cara por los demás,
sufrir tanto para termina-con esta frase?
Todos: Y Tú ¿has sido fiel? ¿Vale la pena ser fiel en un mundo en que no
se aprecia la fidelidad?
Una voz: Madre, ¿no te parece duro -casi imposible-permanecer fiel toda la
vida?
María: Sí, es duro. Lo ha sido, lo está siendo para Jesús y para mí. Pero
no duden. La felicidad está en la fidelidad a la propia vocación. Serán
felices cuando puedan decir «todo está cumplido».
No sean cobardes, hijos. Sean valientes para seguir la vocación a la que están
llamados hasta el final. Su fidelidad ayudará a otros a ser fieles y felices.
De todas formas, créanme: Ni Jesús ni yo los abandonaremos.
Siempre estaremos con ustedes.
Ahora si algunos quieren adelantarse hasta la cruz, pueden hacerlo, allí
harán una promesa de fidelidad a Jesús u ofrecerán un símbolo que signifique
fidelidad.
Todos: Cristo, Madre, gracias por su fidelidad, gracias por su «Todo está
consumado», gracias por su «Sí».
Queremos ser fieles a nuestra propia vocación: a nuestra amistad, a nuestra
realización humana, a la llamada de Dios. Les pedimos, desde nuestra pobreza,
su ayuda para descubrirla y para mantenerla con todas las consecuencias.
Amén.
Narrador: Era ya como la hora sexta y las tinieblas cubrieron la tierra hasta
la hora nona. Se oscureció el sol y el velo del templo se rasgó por medio.
Jesús, dando una gran voz, dijo:
Jesús: Amigos, es duro hablar de entrega. Les hablo desde mi vocación que
es entrega:
Soy un enviado del Padre; todo lo que tengo le pertenece a El: mi ser, cuerpo,
alma, vida, muerte. Ahora no me queda más que un pequeño chorro de vida. Esto
es lo que entrego al Padre. Lo entrego porque los amo: también Yo les
pertenezco. (Silencio).
Una voz: Es verdad lo que dice Cristo; pero madre, también Jesús te pertenece
a Ti; es tu Hijo, ¿no?
Todos: ¿Qué sientes Tú ahora que tu Hijo ha entregado su espíritu? ¿No estás
defraudada?
María: Hijos, una vez más les digo que no estoy defraudada. Mi vocación es
entrega, como la de Jesús. Yo pertenezco al Padre, a Jesús y a ustedes.
Todo lo que tengo es para entregarlo, incluso mi Hijo vivo y mi Hijo muerto.
Él ha cumplido su misión y yo la mía. No estoy defraudada porque la muerte
de Jesús tiene sentido. Pero miren a su alrededor, ¿no ven muertes sin
sentido?
Es el momento de compartir a propósito de muertes que no tengan sentido, que
son realmente absurdas, que no han servido de nada.
María: Hijos, juntos hemos recordado y vivido las horas que Yo pasé al pie
de la Cruz. Les agradezco su presencia.
Griten ahora ante todos los hombres lo que han visto y oído. Esto que vamos
a resumir cantando todos.
Presidente: Nada más tenemos que añadir a las palabras de la madre. Ahora
podemos ir en paz.