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Cuando nos referimos al término éxito, se suele idear la búsqueda de un equilibrio social y

económico, algo de lo que la sociedad busca apoderarse, sin embargo, el éxito visto desde una

perspectiva general es sinónimo de satisfacción, logro de una meta. Mientras que en el plano

psicológico se hace énfasis en la liberación del alma y para las culturas orientales no es otra cosa

que la retribución del karma.

Sin importar la etimología de la palabra éxito, es claro que se trata del último peldaño de un

camino que involucra en gran parte la inteligencia y el amor hacia las cosas que hacemos. Es así

que la psicología como una rama de la fenomenología social, adquiere vital importancia en el

desarrollo del pensamiento como medio para alcanzar el éxito, dentro de éste se toma en cuenta

los principales “atributos como la amplitud, profundidad, independencia, flexibilidad,

consecutividad, rapidez y fluidez. Por otro lado, se conceptualizan y se establecen relaciones

entre los afectos, las emociones y los sentimientos como configuraciones afectivas” (Ortiz,

2009).

Para ello es fundamental determinar que la base de la inteligencia y el pensamiento humano es

la “cognición” que corresponde a la etimología latina de los términos conocimiento y conocer,

donde el saber explica procesos como la percepción, memoria, atención, entre otros. Si tomamos

en cuenta al funcionamiento del organismo como un todo, es permisible suponer la especial

participación de ciertas áreas cerebrales, donde dominan “procesos estructurales que derivan de

experiencias del pasado o del propio funcionamiento interno del cerebro, para así facilitar la

interpretación de estímulos y la dirección de conductas futuras” (Ortiz, 2009).

La problemática del éxito en ciertas áreas y en otras no, parte de un” análisis y evaluación de

los aspectos racionales, el papel de las emociones y del ambiente” (Martinez & Pérez, 2002).
Para (A, 2001), desde un “punto de vista neurofisiológico la estructura y organización del

cerebro se especializa en ciertas áreas para determinar el procesamiento de la información, pese a

la especialización, el cerebro funciona de una manera bastante global”, lo que involucra la acción

coordinada de diversas áreas, específicamente la relacionada con la complejidad cognitiva sin

embargo “la configuración del cerebro combina zonas especializadas con un carácter de

flexibilidad y conexión funcional, conforme a las propias limitaciones del organismo y del

ambiente” (Martinez & Pérez, 2002).

Más allá de las implicaciones psicológicas del cerebro y su actividad, la ciencia se basa en

teorías que comprueben hipótesis. Es así que para (Luciano Soriano & Valdivia Salas, 2006) es

fundamental interrelacionar a la “Teoría del Marco Relacional, la cual se basa en el análisis

funcional del lenguaje y la cognición, desde una perspectiva analítico-funcional, es decir implica

el conocimiento disponible sobre la emergencia de nuevos comportamientos”, que en base a

leyes instauran las condiciones para el desarrollo y transformación de funciones, ya sea por

procedimientos indirectos, directos acerca del “manejo de contingencias hacia el establecimiento

y cambio de funciones reforzantes, aversivas, motivacionales, y discriminativas de aproximación

y evitación” (Luciano Soriano & Valdivia Salas, 2006).

Es lógico creer que estamos gobernados por principios y leyes, pero ¿Cuál es el grado de

propiedad cognitiva que emite el cerebro y delimita la aptitud que nos diferencia a unos de

otros?, o ¿es acaso que si desprendiéramos la racionalidad por hundirnos en la subjetividad

llegaríamos a encontrar el éxito?, es difícil determinar esta paradoja, sin embargo partiendo del

ser subjetivo, se debe analizar el “funcionamiento de la autoestima y los efectos en los estilos

cognitivos y conductuales” (González-Pienda, Núñez, González-Pumariega, & García, 1997); es

decir autodefinirlo como un “sistema de creencias que el individuo considera verdaderas respecto
a sí mismo, las cuales son el resultado de un proceso de análisis, valoración e integración

derivada de la propia experiencia y la retroalimentación” (González-Pienda, Núñez, González-

Pumariega, & García, 1997).

En cuanto al autoconcepto, como herramienta de análisis, (Rodríguez Naranjo & Caño

González, 2012)considera la integración de “aspectos cognitivos y valorativos; donde los

componentes físico, académico, personal y social” son de vital importancia, para el

reforzamiento del desarrollo racional y autoestima, derivando en “contingencias de autovalía que

se define como la relativa importancia que tienen los distintos acontecimientos para la

consideración que los individuos tienen de sí mismos” (Rodríguez Naranjo & Caño González,

2012), todo esto siendo útil ante el enfrentamiento al fracaso.

Al depender principalmente de la autoestima y de los resultados que se producen en ciertas

áreas específicas, hacen que la motivación incremente por “obtener éxito y no fallar en su

consecución, experimentando emociones positivas e intensas, para así elevar la autoestima que

resulta del éxito, y evitando las emociones dolorosas y baja autoestima que resultan del fracaso”

(Rodríguez Naranjo & Caño González, 2012).

Según (Dubois & Tevendale, 1999) “las conductas que satisfacen las contingencias de

autovalía, facilitan la obtención de resultados positivos que provocan emociones positivas y

contribuirán a su vez a fortalecer el autoestima en las áreas implicadas”, mientras que con

“menor autoestima se experimenta el fracaso en áreas que son relevantes para el autoestima, y se

origina un afrontamiento menos eficaz, acompañado de emociones negativas que éste produce

(Rodríguez Naranjo & Caño González, 2012).


Naturalmente el éxito aborda aspectos positivos con más énfasis en la motivación y reprime

sensaciones negativas, haciendo que nos destaquemos en ciertas áreas, o bien adaptándonos a las

condiciones que muestren diversos escenarios.

Retomando el ser racional, es fundamental establecer “la reserva cognitiva como la capacidad

de activación progresiva de redes neuronales en respuesta a demandas crecientes, siendo un

nuevo modelo teórico para el concepto de reserva cerebral” (Rodríguez Álvarez & Sánchez

Rodríguez, 2004).

Para (Rodríguez Álvarez & Sánchez Rodríguez, 2004) tanto la “reserva cerebral como la

cognitiva interactúan, donde la reserva cognitiva, entendida como las estrategias y habilidades

adquiridas a través de la experiencia, hace tener un mayor número de neuronas y densidad

sináptica en ciertas regiones del cerebro”.

Mientras que la “hipótesis de la reserva cerebral asume en qué grado la inteligencia innata

como las experiencias de la vida pueden proporcionar una reserva en la forma de habilidades

cognitivas que permiten a algunas personas tolerar mejor que a otras los cambios” (Rodríguez

Álvarez & Sánchez Rodríguez, 2004).

Para (Rodríguez Naranjo & Caño González, 2012) hay que destacar los “factores que influyen

en el desarrollo y en la trayectoria de la cognición a largo plazo, que además de los

determinantes genéticos y las exposiciones prenatales, las influencias tempranas” incluyen: “el

orden de nacimiento, las condiciones materiales domésticas, el ánimo o apoyo de los padres, el

crecimiento físico y la salud física; el enfoque cognitivo se ocupa de las estructuras y procesos

mentales de la actividad inteligente” (Martinez & Pérez, 2002).

Dentro del enfoque evolutivo, el origen y desarrollo de la inteligencia a lo largo de la vida,

radica en la teoría de la reserva cognitiva que involucra ciertas variables como el logro educativo
y ocupacional, y es aquí donde se puede afirmar que el crecimiento intelectual es incoherente si

se excluye la situación social y la comunicación interpersonal.

Finalmente se puede discutir de las cualidades y capacidades con las que nacemos o

adquirimos y que nos acercan al tan anhelado éxito, siendo el mínimo común el factor

cognoscitivo que depende de “factores como las capacidades innatas con las que nacemos, los

factores socioeconómicos que nos rodean, la educación, el puesto de trabajo que desempeñamos,

además de las actividades de ocio” (Rodríguez Álvarez & Sánchez Rodríguez, 2004).

Y es así que en cierto punto la racionalidad y la subjetividad buscan un equilibro en el

desarrollo del pensamiento, y “una vez alcanzado cierto nivel de autoestima, éste va a producir

también efectos en los estilos cognitivos y conductuales de afrontamiento” (Rodríguez Naranjo

& Caño González, 2012), más allá del potencial que se tenga en una determinada área.

Recalcando además que, con una elevada autoestima la satisfacción de las experiencias

positivas enriquece los mecanismos de afrontamiento ante experiencias negativas, generando

adaptabilidad tras el fracaso, para posteriormente tratar de dominar regiones que no estaban al

alcance.

Aunque realmente no logremos descifrar con exactitud el mecanismo del éxito para ciertas

situaciones, la verdad es que tan sólo con una visión integral de la persona se permite conocer el

funcionamiento intelectual, tomando en cuenta que se debe partir por investigaciones científicas

que engloben la dimensión cognitiva que es más propenso a cambios externos.


Bibliografía

A, C. (2001). Inteligencias. Una integración multidisciplinaria. Barcelona: Masson.


Dubois, D., & Tevendale, H. (1999). Self-esteem in childhood and adolescence: Vaccine or
epiphenomenon? Applied and Preventive Psychology, 103-117.

González-Pienda, J., Núñez, C., González-Pumariega, S., & García, M. (1997). Autoconcepto,
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Luciano Soriano, M. C., & Valdivia Salas, M. (2006). LA TERAPIA DE ACEPTACIÓN Y


COMPROMISO (ACT) FUNDAMENTOS, CARACTERÍSTICAS Y EVIDENCIA.
Papeles del Psicólogo, 79-91.

Martinez, V., & Pérez, O. (2002). Reflexiones psicopedagógicas sobre la inteligencia. Pulso, 77-
86.

Ortiz, A. (2009). HACIA UNA TEORÍA DEL APRENDIZAJE NEUROCONFIGURADOR.


Madrid: Ediciones Litoral.

Rodríguez Álvarez, M., & Sánchez Rodríguez, J. L. (Diciembre de 2004). Reserva cognitiva y
demencia. Canales de psicología, 175-186. Obtenido de
http://www.redalyc.org/html/167/16720202/

Rodríguez Naranjo, C., & Caño González, A. (2012). Autoestima en la adolescencia: análisis y
estrategias de intervención. International Journal of Psychology and Psychological
Therapy, 389-403.

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