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UD1.

LA FILOSOFÍA

1. Introducción

Nuestra potencia intelectual nos permite tanto plantearnos preguntas como poder
razonar sobre las mismas al intentar contestarlas. De modo que, aunque a veces nos pase
desapercibido, del inevitable ejercicio activo de la razón brota nuestra filosofía. La filosofía
consiste más en el proceso de intentar encontrar respuestas a preguntas fundamentales
mediante el razonamiento, sin aceptar las opiniones convencionales o la autoridad tradicional
antes de cuestionarlas, que en el hecho propiamente dicho de encontrar esas respuestas.
Desde el origen de la filosofía, tanto en Occidente como en Oriente, los primeros
filósofos no estaban satisfechos con las explicaciones establecidas procedentes de la religión y
de la costumbre, por ello, buscaron respuestas con una base racional. Del mismo modo que
nosotros compartimos nuestras opiniones con nuestros amigos, estos pioneros del pensamiento
racional compartían sus conocimientos cuando enseñaban las conclusiones a las que habían llegado,
pero presentando también el proceso de pensamiento que les había llevado hasta ellas. Además,
animaban a sus alumnos a disentir y a criticar las ideas que les planteaban, para perfeccionarlas y
pensar en otras distintas. La idea del filósofo solitario que llega a sus conclusiones en el
aislamiento es errónea porque sucede en muy raras ocasiones. Lo que suele ocurrir es que las
nuevas ideas surjan del debate, del examen, del análisis y de la crítica de las ideas de los demás y
con los demás.
Podríamos afirmar como hace Popper que todo hombre o mujer es un filósofo. Por
consiguiente, la filosofía no es un coto reservado tan solo a pensadores extraordinarios. Todos
filosofamos cuando podemos vencer la tiranía de la necesidad, trascendemos el sentido común
acrítico y tenemos la oportunidad de hacernos preguntas sobre diversos temas de forma crítica
que cuestionan lo que podría presentarse como evidente. La curiosidad del ser humano hace que
no podamos evitar plantearnos interrogantes acerca del mundo que nos rodea y del lugar que
ocupamos en él. No obstante, la filosofía ha desarrollado a lo largo de su historia un conjunto de
conceptos y métodos que conforman un saber que implica una determinada sensibilidad
conceptual. Aprender a hablar de esos conceptos con precisión y el de los diferentes pensadores,
así como exponer con coherencia el propio pensamiento es uno de nuestros principales objetivos.
Quizás, al final, le demos la razón a Kant: solo se puede aprender a filosofar.

Aunque es difícil definir con precisión lo que sea la Filosofía, podemos esbozar una
pequeña y modesta caracterización de la Filosofía y sus funciones. El pensamiento filosófico
suele caracterizarse por:
1. Clarificar nuestras ideas sobre la realidad y fundamentar nuestro conocimiento: el afán por
filosofar nace del asombro ante la realidad y de la necesidad de explicarla desde una perspectiva
racional y en diálogo con los demás.
2. La crítica de los supuestos de nuestra cultura: la filosofía plantea preguntas radicales y su
función crítica tiene mucho que ver con esta capacidad para interrogarse por todo evitando que
nada se acepte sin justificación racional. Implica, pues, un análisis de los prejuicios de todo tipo

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(sociales, culturales, políticos, religiosos...) que hemos adquirido a lo largo de nuestro aprendizaje
en un lugar y época determinados.
3. Intentar sistematizar la experiencia humana: los filósofos se interesan por muy diversos
temas (el conocimiento, la realidad, la acción, la sociedad, el ser humano, lo divino...) y muchos de
los grandes pensadores han intentando elaborar teorías que integren coherentemente los
distintos temas.

2. ¿Por qué filosofar? (Lyotard)

La pregunta ¿qué es filosofía? ¿dónde se halla? cae dentro de lo


que Freud califica como actos fallidos y, de este modo, parecería que la
filosofía se falla a sí misma. Al preguntar no “qué es” sino “¿por qué
filosofar?” colocamos el acento en la discontinuidad de la filosofía consigo
misma, sobre la posibilidad de la filosofía de estar ausente. Para la
mayoría de la gente la filosofía está ausente de sus preocupaciones, de sus
estudios, de su vida. Entonces, ¿por qué filosofar en vez de no filosofar?
El preguntar “por qué” dota a la cosa de una posición admirable: podría no
ser lo que es o, sencillamente, no ser. “Por qué” lleva en sí mismo la
destrucción de lo que cuestiona, es, al tiempo presencia y ausencia, vida y muerte de la filosofía.
El secreto de la existencia de la filosofía podría estribar precisamente en esta situación
contradictoria. Para entender mejor esta relación entre el acto de filosofar y la estructura
presencia-ausencia conviene examinar qué sea el deseo, porque en filosofía hay philein, amar,
estar enamorado, deseo.
Con relación al deseo, cabe señalar dos cuestiones:
1. Hemos adquirido la costumbre de plantear los problemas como el deseo bajo el ángulo del
sujeto y del objeto, de la dualidad entre quien desea y lo deseado; hasta el punto de que la
cuestión del deseo se convierte en la de saber si es lo deseable lo que suscita el deseo o, por el
contrario, el deseo es el que crea lo deseable: si uno/a se enamora de un/a hombre/mujer porque
él/ella es amable/deseable o si es amable/deseable porque uno/a se ha enamorado de él/ella.
Detrás de esta costumbre encontramos la categoría de causalidad que pertenece a la
visión dualista de las cosas. El deseo no pone en relación una causa y un efecto, sean cuales
fueren, sino que es el movimiento de algo que va hacia lo otro como hacia lo que le falta a sí
mismo. Esto quiere decir que lo otro está presente en quien desea y lo está en forma de ausencia.
Quien desea ya tiene lo que le falta, de otro modo no lo desearía, y no lo tiene, no lo conoce,
puesto que de otro modo tampoco lo desearía.
2. Lo esencial del deseo radica en esta estructura que combina presencia y ausencia. La
combinación no es accidental: existe el deseo en la medida en que lo presente está ausente a sí
mismo, o lo ausente presente. El deseo no es más que esta fuerza que mantiene juntas, sin
confundirlas, la presencia y la ausencia.
En el diálogo de Platón El Banquete, Sócrates cuenta que Diotima, una sacerdotisa de
Mantinea, le describió así el nacimiento del amor o Eros:

“Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también
Poros, el hijo de Metis. Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía, como era de
esperar en una ocasión festiva, y estaba cerca de la puerta. Mientras Poros, embriagado de
néctar –pues aún no existía el vino-, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la
embriaguez, se durmió. Entonces Penía, impulsada por su carencia de recursos, planea hacerse
hacer un hijo de Poros. Se acuesta a su lado y fue así como concibió a Eros. Por esta razón,
precisamente, es Eros también acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la
fiesta del nacimiento de la diosa y ser, a la vez, un amante de lo bello, dado que también
Afrodita es bella”.
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El relato de Diotima, el mito del nacimiento de Eros, está dotado de una gran fecundidad;
fijémonos, al menos, en esto:
- Primero: Eros es engendrado el mismo día del
nacimiento de Afrodita, la Belleza. Hay una
especie de conacimiento del deseo y lo deseable.
- Segundo: la doble naturaleza de Eros que no es ni
dios ni hombre, participa de la divinidad tanto
como de la indigencia, es vida y muerte. El deseo
por ser indigente tiene que ser ingenioso
mientras que sus hallazgos siempre terminan por
fracasar. Eso quiere decir que Eros continúa bajo
la ley de la Muerte, de la Pobreza, tiene
permanentemente la necesidad de escapar de
ella, de rehacer su vida, precisamente porque
lleva el signo de la muerte en sí mismo.
La historia y la sociedad contienen también la alternancia de la atracción y de la repulsa
que, por tanto, muestran la evidencia del deseo. Puesto que la civilización está amenazada de
muerte, es decir, de indigencia de valores y la sociedad está amenazada de discontinuidad, de
interrupción de la comunicación entre sus partes, nada hay definitivamente logrado y tanto la una
como la otra tienen una permanente necesidad de ser reconquistadas, de juntarse en ese impulso
que avanza con todas sus fuerzas sin reparar en obstáculos. En tanto que sociabilidad e
historicidad, nosotros también vivimos sobre un fondo de muerte y pertenecemos al deseo.

¿Qué quiere decir el filósofo cuando declara no estar seguro de poseer la sabiduría?

La sabiduría jamás está segura de sí misma, está constantemente perdida y


constantemente por buscar. Por esta razón, decir, como hace el filósofo, que le falta sabiduría no
es solo una simple finta. Por el contrario, es la hipótesis de la finta la que constata hasta qué
punto hay falta de sabiduría, puesto que ella supone en su ingenua astucia que el filósofo es
realmente sabio y que dice lo contrario solo para intrigar más fácilmente.
La Filo-sofía es el amor a la sabiduría, literalmente, y tiene como punto de partida su
carencia así como el deseo de superar esa falta de conocimiento; pero, el deseo que anima a la
Filosofía consiste, además, en una reflexión del deseo sobre el deseo mismo, es decir, en desear
el deseo. La Filosofía no tiene deseos particulares, no es una especulación sobre un tema o una
materia determinada. La Filosofía es, como dice Hegel, hija de su tiempo. No hay, pues, un deseo
propio del filósofo y el filosofar puede precipitarse sobre nosotros desde la cumbre más
insospechada de la rosa de los vientos.
La respuesta a ¿por qué filosofar? se halla en la pregunta insoslayable ¿por qué desear?
Y, puesto que deseamos, ¿cómo no filosofar? El deseo que conforma la Filosofía no es menos
irreprimible que cualquier otro deseo, pero se amplía y se interroga en su mismo movimiento. Esta
inmanencia del filosofar en el deseo se manifiesta desde el origen de la palabra si nos atenemos a
la raíz del término sophia: la raíz soph –idéntica a la raíz del latín sap-, sapere, y del francés
savoir y savourer. Sophós (σοφός, sabio) es el que sabe saborear, pero saborear supone tanto la
degustación de la cosa como su distanciamiento. Tanto al saber como al saborear se mantiene la
cosa en ese afuera que es adentro que es la boca, el lugar de la palabra.
No es una casualidad que la primerísima filosofía de los llamados “presocráticos” esté
obsesionada con la cuestión de lo uno y lo múltiple y, a la vez, por el problema del logos
(palabra/razón). Y es que filosofar es dejarse llevar por el deseo pero recogiéndolo, y esta
recogida corre pareja de la palabra.

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3. Mito, magia y filosofía

a. El mito

Las primeras etapas de la humanidad, muy extensas


en el tiempo, no necesitaron esforzarse en comprender la
realidad; les fue suficiente, hasta heroico, simplemente
vivirla. En esta tarea colaboraron de forma decisiva los
mitos. Ellos dirigieron las principales tareas y ofrecieron la
primera visión del mundo. La caza, la pesca, la vida sexual,
el reparto del trabajo, el orden social, la aceptación de la
muerte, el destino humano, etc. eran explicados por los
mitos.
El mito es la forma más antigua de conocimiento. Se puede decir que desde que el hombre es
hombre, desde que ha empezado a pensar, el ser humano ha utilizado los mitos. El mito es una forma
de conocimiento rica y compleja que no habla solo al pensamiento sino también a la creencia.
Interpretar el mito es una labor inacabada dado que siempre se presta a nuevas interpretaciones.
La visión de la realidad que ofrece el conocimiento mítico es bastante diferente de la que
observamos en la vida ordinaria. El mito nos transporta a un mundo distinto en el que las cosas
suceden de otra manera. Un mundo que parece alejado, pero por el que el ser humano siempre se ha
sentido atraído, quizás porque en el fondo no sea tan distinto.
El mundo mítico es el reflejo invertido de la sociedad en la que está vigente un mito. Por ello,
la realidad mítica puede ser unitaria (en una sociedad comunal) o jerarquizada (en una sociedad con
aristocracia). Los actores de esta realidad trascendente son seres extraordinarios: dioses y diosas,
héroes, fuerzas sobrenaturales, etc. El mundo mítico se sitúa siempre en un pasado lejano, el tiempo
en el que se originaron las cosas: el tiempo de los orígenes o tiempo primordial. De tal modo que todo
lo que ocurre en la realidad no es sino una especie de eco o reverberación de este tiempo primordial.
Por último, cabe decir que el mundo mítico nos instala en una visión mágica de la realidad, esto es, las
cosas suceden por el deseo o capricho de alguno de sus protagonistas, lo que dificulta o impide la
inteligibilidad de lo real.
Entre las notas características del mito, podemos destacar las siguientes:

1. El mito es un relato, no es un discurso. Narra acciones que han sucedido, pero el mito no es
mera fabulación literaria, a pesar de que el relato mítico esté en el origen de los distintos
géneros literarios.
2. El mito usa un lenguaje simbólico. El símbolo ofrece al mito, por su riqueza y complejidad,
unas posibilidades que no tiene el concepto.
3. El mito suministra un conocimiento poético. El mito no es solo algo bello, que es la manera
en la que hoy entendemos la palabra “poesía”. El mito tiene una capacidad creativa
(poiesis), el mito crea con la palabra.
4. El mito es objeto de creencia, no una simple ficción. Las explicaciones que ofrece están
relacionadas con los problemas más importantes que tiene el hombre.
5. El mito indica lo que hay que hacer y lo que hay que evitar, es decir, ofrece un
conocimiento ejemplar. Las acciones que el mito describe representan modelos de
conducta para las actividades humanas más significativas. Este carácter ejemplar
convierte al mito en un relato didáctico.
6. El mito es colectivo. No hay mitos individuales. El mito tiene una vigencia social y es la seña
de identidad de una sociedad o de una cultura.
7. El mito es tradicional, es decir, se transmite de generación en generación.
8. El mito cumple una función terapéutica. El conocimiento mítico sirve para liberar las
frustraciones personales y sociales. Nuestros deseos más íntimos se pueden satisfacer
ilusoriamente mediante la identificación con los personajes del relato o la participación
imaginada en las acciones que describe. Además, el mito permite descargar las tensiones
acumuladas en la sociedad, actúa como terapia social.

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“El mito, tal como se da en las comunidades salvajes, es decir, en su forma viva original, no es
meramente un relato, sino una realidad viviente; no es una ficción, como la novela que leemos hoy, sino
algo que se cree sucedido en los tiempos primigenios, y que a partir de entonces influye sobre el
mundo y los destinos humanos” (…)
El mito no es un símbolo, sino la expresión directa de un tema; no es una explicación que
satisfaga un interés científico, sino la resurrección de una realidad primitiva mediante el relato, para
la satisfacción de profundas necesidades religiosas, aspiraciones morales, convenciones sociales y
reivindicaciones; inclusive para el cumplimiento de exigencias prácticas. El mito cumple en la cultura
primitiva una función indispensable: expresa, exalta y codifica las creencias; custodia y legitima la
moralidad; garantiza la eficiencia del ritual y contiene las reglas prácticas para aleccionar al hombre.
Resulta, así, un ingrediente vital de la civilización humana”.
Bronislaw Malinowski, Estudios de psicología primitiva

b. La magia

La magia, íntimamente relacionada con la mentalidad


mítica, es una concepción del mundo que supone creer en la
existencia de determinados individuos con poderes
sobrenaturales. Estos, mediante ritos y palabras (muchas
veces se trata de un lenguaje hermético que no se
corresponde con los lenguajes naturales) podrían ejercer una
acción sobre los fenómenos del mundo físico, incluyendo el
mundo social y humano. Este poder mágico vendría del
contacto privilegiado del mago con el mundo divino o
espiritual. De tal modo que la magia supone la creencia en que
el mundo físico es susceptible y vulnerable a determinadas
potencias espirituales o divinas movidas por la intervención
del mago o bien por el propio poder sobrenatural del mago.
La visión mágica de la realidad fue declinando en Occidente para que fueran preponderantes
otras formas más racionales de instalarse en el mundo. Sin embargo, como sabemos, el pensamiento
mágico sigue subsistiendo en muchas culturas y sociedades contemporáneas, incluso en las llamadas
sociedades “avanzadas”.

c. La filosofía

Etimológicamente, la palabra filosofía procede de los vocablos griegos φιλέω o fileo (amor) y
Σoφíα o sofía (sabiduría). Significa pues, amor (filos) a la sabiduría (sofía). El verbo fileo, además de
amar, tiene el significado de tender, aspirar. Por tanto, el término filosofía significa amor a la
sabiduría o al saber y el filósofo o la filósofa será amante de la sabiduría. Se suele atribuir a
Pitágoras (496-580 a. C.) haber acuñado el término filósofo cuando se le preguntó cuál era su
profesión y contestó que no era sabio (sofós) sino simplemente un filó-sofo (amante de la sabiduría,
aspirante a ella). Sea o no cierto este chascarrillo, el filósofo
busca la sabiduría, la ama, la desea, tiene afán de saber y
nunca está satisfecho con lo que sabe. De este modo podemos
empezar a comprender la famosa frase de Sócrates: "Solo sé
que no sé nada". Filosofar es aspirar constantemente al
perfeccionamiento de nuestro conocimiento, a sabiendas, sin
embargo de que la sabiduría (definitiva, última) se nos
escurre o quizás sea inalcanzable.
Como el mito y la magia, la filosofía surge para que el
ser humano se instale en una determinada concepción del
mundo. No obstante, el nacimiento de la filosofía supuso el
triunfo de la razón y del espíritu crítico en las explicaciones
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de la realidad en detrimento de la imaginación, la creencia, la actitud acrítica y el dogmatismo de toda
laya. Y esto ocurrió al mismo tiempo, hacia el siglo VI a.C. en tres zonas muy alejadas en ese momento
tanto geográfica como culturalmente: en Grecia, en India y en China.
La tradición filosófica occidental ha sido la que ha dado lugar a la ciencia universal actual y por
ello, precisamente, se le ha concedido tradicionalmente una preeminencia indiscutible en el panorama
del pensamiento mundial. Pero, no por ello es superior a las tradiciones india o china. Por ejemplo, la
actual preocupación por la paz o nuestra nueva sensibilidad ecologista nos llevan a constatar las
insuficiencias de nuestra tradición y a abrirnos con curiosidad a otros horizontes culturales.

4. El paso del mito al logos (o el nacimiento de la filosofía occidental)

4.1. Breve contexto sociocultural de la Grecia prefilosófica

La civilización minoica y la civilización micénica constituyen la cuna más antigua de nuestra


cultura occidental. En su mundo se fueron fraguando las respuestas míticas que preceden a las
respuestas filosóficas.
La civilización minoica (aprox. 2500-1450 a. C.) se desarrolló en torno a la isla de Creta. Se
trata de una cultura naturalista y pacífica cuyas manifestaciones artísticas representan jardines,
fiestas, así como figuras humanas ágiles y estilizadas. La mayor divinidad era la Diosa-Madre, adorada
en toda la zona mediterránea. Esta próspera civilización, empero, entrará en crisis a raíz de una
fuerte explosión volcánica, así como debido al empuje que realiza sobre ella la civilización micénica.
A partir del 2000 a. C., grandes masas de indoeuropeos, principalmente la tribu de los Aqueos,
invadieron Grecia. Aunque asimilaron elementos de la cultura nativa, mantuvieron muchos rasgos
propios, como, por ejemplo, su lengua, una forma primitiva del griego. De este encuentro surge la
civilización micénica.
Esta fusión de culturas provocó conflictos entre divinidades, modelos de vida y valores
dominantes. La minoica y matriarcal Diosa-Madre entró en conflicto con el patriarcal y dominante
Zeus, que venció al triunfar como modelo de vida el del hombre guerrero y culto.
La civilización micénica, a su vez, fue arrasada por las invasiones de las tribus más
militarizadas de los indoeuropeos, los dorios, hacia el siglo XII a.C.
La sociedad griega primitiva era fundamentalmente rural y aristocrática. Los nobles
representaban el ideal de ser humano o areté (excelencia, virtud), puesto que con sus proezas
personales solucionaban las guerras y, de este modo, justificaban su posición social.
Hacia el siglo VIII a.C.
en Grecia había demasiada
población y una escasez de
recursos acuciante, de tal forma
que muchos pobres y
descontentos con esta situación
emigraron buscando tierras
libres que cultivar. En un primer
momento (s. VIII-VII a.C.), la
aventura colonizadora se dirige
hacia Jonia, donde surgen
ciudades prósperas con una
brillante civilización: Mileto,
Éfeso y Samos, entre ellas. En
estas ciudades confluyen
condiciones desconocidas hasta
ahora en Grecia: prosperidad
económica, desarrollo artesanal
y un comercio marítimo
floreciente; a todo ello se suma,
la existencia de formas políticas
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más flexibles y tolerantes, la ruptura con el pasado y la apertura a otras civilizaciones (Babilonia y
Egipto, principalmente), que aportan un caudal de nuevos conocimientos que permiten relativizar las
propias tradiciones. El segundo movimiento migratorio se orientará a obtener nuevos emplazamientos
para el comercio en el Mediterráneo y se dirigirá preferentemente hacia la Italia meridional, conocida
entonces como la Magna Grecia.
Mientras tanto, en la Grecia continental, especialmente en Atenas, se prepara el terreno
jurídico y social para la llegada de la democracia. De modo que, cuando agonicen las colonias jónicas,
Atenas sustituirá a Mileto como centro cultural y ciudad clave para la filosofía clásica, tras la
destrucción de Mileto en el s. V a.C. por los persas.

4.2. La religión griega

En la Grecia pre-filosófica, los poetas eran los


encargados de la transmisión y recreación de los
mitos. Los dos aedos más grandes y conocidos de esta
tradición son Homero y Hesíodo, ambos afirmarán que
son las Musas las inspiradoras de su saber.
En las epopeyas
de Homero (s. VIII
a.C., por tanto, unos
cuatrocientos años
después de la caída de
la civilización micénica),
la Ilíada y la Odisea, los
hombres son los actores de su vida, pero en clara
dependencia con los dioses. En la Ilíada, Homero
recoge los nostálgicos recuerdos de aquel glorioso
pasado y relata poéticamente cómo los viejos
micénicos, mandados por Agamenón, asedian la ciudad
de Troya en la Jonia con ayuda de los dioses míticos.
En la Odisea, nos relata el retorno lleno de aventuras
y aprendizajes del astuto Odiseo (Ulises) a su isla,
Ítaca. Al mismo tiempo que Homero nos transmite los
mitos que formarán a los griegos posteriores, nos
transmite el ideal aristocrático de Aquiles, Héctor,
Agamenón y Ulises, que tenían como valor principal el
ansia de excelencia (ἀρετή, areté, virtud).
En la obra de Hesíodo (s. VIII-VII a.C.) la Teogonía, se buscan las causas o las razones que
hay detrás del aparente caos, aunque el método no sea filosófico. Hesíodo traza la genealogía de los
dioses y la relación que hay entre ellos, de la cual surge por derivación toda la realidad.

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Junto a la tradición olímpica, la Hélade conoció otra religión diferente: la tradición órfica (de
Orfeo, personaje de la mitología griega de origen tracio), que acompañará el desarrollo del
pensamiento griego hasta el último momento. La religión órfica tiene que ver con una serie de cultos
en torno al dios Dionisos. Esta tradición, que incorpora la noción del alma liberada del cuerpo, tendrá
mucha influencia en los pitagóricos, en la obra de Platón y, a través de ellos, en todo el pensamiento
occidental posterior.

4.3. El nacimiento de la filosofía

Durante siglos, el principio rector del pensamiento griego es la Moira (o en


plural, las Μοῖραι,“Moirai”, las “repartidoras”), una potencia misteriosa a la que los dioses
mismos estaban sometidos y que representa el destino inexorable. Esta época coincide
con el dominio del pensamiento mítico-poético. Pero, sobre el siglo VI a. C., tiene lugar
un desplazamiento por el que la Moira es sustituida por la noción de physis (φύσις). Este
desplazamiento no es un mero cambio terminológico, sino que supone una concepción
distinta de la realidad y del modo de hacerle frente o, más propiamente, de encontrarse
en ella. Lo que antes era revelado por los dioses mediantes signos, oscuramente, ahora
está al alcance del hombre sin intermediarios. La verdad (en griego ἀλήθεια, alétheia,
des-ocultamiento) era revelada oscuramente por los dioses a través de los oráculos y los
poetas inspirados, a quienes o a través de los cuales lo oculto se hace manifiesto.
El llamado “paso del mito al logos” o el
surgimiento de la filosofía (y la ciencia) en Occidente se da en el
momento en el que la Moira es sustituida por la noción de physis y
el capricho de los dioses, por un orden necesario inherente a la
physis. El sabio, y no el oráculo o el poeta, es ahora quien se
encarga del des-cubrimiento de la verdad: el origen, las causas y
el sustrato último de lo real.

4.3.1. Los primeros filósofos occidentales: los “presocráticos”

a) El albor de la filosofía en Jonia

TALES DE MILETO

Tales de Mileto es uno de los nombres fijos de la siempre cambiante lista de los siete sabios
de Grecia. En realidad, no se sabe si nació en Mileto o fue, como nos dice Herodoto, de origen fenicio.
Lo que sabemos con seguridad es que fue legislador de Mileto, matemático y astrónomo. En el año 585
a.C. predijo un eclipse, se le atribuye el descubrimiento de las propiedades atractivas del imán, un
método para medir las pirámides y Eudemo de Mileto le atribuye el teorema matemático por el que es
conocido. Este hombre inquieto y viajero, con fama de sabio distraído, fue considerado por
Aristóteles el “primero de los físicos”. Sin embargo, es muy poco lo que sabemos de su pensamiento
filosófico. Según la doxografía posterior, sabemos que afirmó lo siguiente:

a) Todo es en virtud del agua, es decir, el agua es el arjé.


Aristóteles dice que quizás Tales se
basaba en el carácter húmedo de todo alimento
y en que los gérmenes o semillas de todo tienen
un carácter húmedo, siendo el agua el ser (el
“origen del ser”, dice Aristóteles) de lo húmedo
en cuanto tal. Pero esto no deja de ser una
conjetura interpretativa de Aristóteles, de ser
válida, el agua es el principio del nacer y del
perecer.

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b) Todas las cosas están llenas de dioses.
Por todas partes brilla esa presencia que se oculta; en todo hay ser, physis. Se ha
interpretado esta afirmación de Tales como una afirmación hilozoísta, de hylé (materia) y zoé (vida).
De tal forma que Tales estaría afirmando que en todo hay “vida”, si por vida entendemos physis.
c) La tierra descansa sobre el agua, flotando “como un trozo de madera o algo así”, según nos
cuenta Aristóteles.
La propuesta de Tales puede parecer rudimentaria, pero dio un paso fundamental. Como señala
Nietzsche:
Tales dijo: ‘No el hombre, sino el agua es la realidad de todas las cosas’, empezando así a creer
en la Naturaleza en cuanto, al menos, creía en el agua. Como matemático y como astrónomo era hostil a
todo lo mítico y alegórico, y si llegó a la pura abstracción de “todo es agua”, y formuló una expresión
física, se constituyó en una excepción entre los griegos de su tiempo.

ANAXIMANDRO

Discípulo (?) y continuador de Tales, fue el primero que escribió un libro titulado Sobre la
Naturaleza. Fue un activo ciudadano de Mileto y se dedicó a múltiples investigaciones: un mapa
terrestre, trabajos para determinar la distancia y el tamaño de las estrellas, la afirmación de que la
Tierra es esférica y ocupa el centro del cosmos, así como una teoría evolutiva sobre el origen del
hombre.
Anaximandro afirma que el arjé es to ápeiron, lo ilimitado, lo indefinido, lo infinito, sin
perímetro, sin forma ni medida, lo no determinado. El ser no es esto o aquello, no es ningún ente, es
decir, el ser no es ninguna cosa concreta.
El fragmento más antiguo de la filosofía occidental que conservamos pertenece a
Anaximandro:
De donde las cosas tienen su origen, hacia allí tiene lugar también su perecer, según necesidad;
pues dan justicia y dan pago unas a otras de la injusticia según el orden del tiempo.

ANAXÍMENES

Discípulo de Anaximandro, manifiesta que el principio primordial subyacente y único es


infinito, pero no lo afirma indeterminado sino determinado, siendo este el aire. El aire es el arjé según
Anaxímenes y nos explica cómo por un doble proceso de rarefacción y condensación todo procede del
aire: por rarefacción, el aire se convierte en fuego; sin embargo, condensándose, se transforma en
viento, nube, agua y, finalmente, en piedra.
El único fragmento que conservamos de Anaxímenes (y no es seguro que sea textual) es el
siguiente:
Como nuestra alma (psiqué), siendo aire, nos rige, también soplo y aire envuelve el mundo entero.

HERÁCLITO DE ÉFESO

Este legendario filósofo, al que se conoce también como Heráclito “el oscuro”, era
descendiente de una familia aristocrática. Vegetariano y misántropo, se retiró al templo de Artemis y
a las montañas; orgulloso e individualista, no duda en descalificar a sus predecesores y así nos dice
que a Homero habría que darle de latigazos, que Pitágoras es un farsante, y que Jenófanes, en
realidad, oculta lo que se ha de saber. Al margen de las contradictorias noticias sobre su personalidad,
recogidas por Diógenes Laercio en el siglo III, lo que nos interesa es su aportación a la filosofía.
Heráclito formuló con deliberada oscuridad un pensamiento del que quizás hoy no se han
extraído todas las consecuencias, ostenta la paternidad de lo que se conoce como dialéctica y es
recordado como el filósofo del devenir (panta rei). Se
conservan ciento treinta y tres fragmentos, gracias a los
cuales, sabemos que afirmó que el arjé es un elemento
determinado, a saber: el fuego.

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El fuego se cambia por todo y todo por el fuego, como el oro por riquezas y las riquezas por oro.

Este mundo, el mismo para todos los seres, no lo ha creado ninguno de los dioses o de los
hombres, sino que siempre fue, es y será fuego eternamente vivo, que se enciende según medida y se
apaga según medida.

No es posible descender dos veces al mismo río, tocar dos veces una sustancia mortal en el
mismo estado, sino que por el ímpetu y la velocidad de los cambios se dispersa y nuevamente se reúne, y
viene y desaparece.

Lo contrario llega a concordar, y de las discordias surge la más hermosa armonía.

Conviene saber que la guerra es el padre y rey de todas las cosas.

La ley única que rige el curso del universo es una razón oculta, un logos que todo lo unifica y
orienta:
La Naturaleza ama ocultarse.

Aunque el Logos es común, la mayoría vive como si poseyese su propia inteligencia. Aunque
escuchan, no entienden. A ellos se les aplica el proverbio: ‘presentes, pero ausentes’. El logos, que es
eterno, no lo entienden los hombres al escucharlo por primera vez ni después de que lo han oído. Los que
velan tienen un cosmos único y común; los que duermen, retornan al suyo propio y particular.

El logos es la razón cósmica universal que también habita en el hombre, por ello, defiende la
naturaleza ígnea del alma humana que se mantiene viva gracias al conocimiento de sí misma y del
universo.

Nunca recorrerás todos los caminos del alma, tan profundo es su logos.

b) Filosofía de la Magna Grecia

PITAGORISMO

Pitágoras de Samos, una isla frente a las costas de Jonia, es el fundador de


esta “escuela” de filosofía. Los pitagóricos desarrollaron su actividad en las
florecientes ciudades de la Italia meridional, teniendo su centro neurálgico en
Crotona. Entre algunas de las peculiaridades de su estilo de vida, estaban la
prohibición de matar o hacer daño a cualquier ser viviente, la prohibición de comer
habas o de dejarse enterrar vestido con lana.
Los pitagóricos estaban fuertemente influidos por el orfismo y, por ello,
creen que el alma es inmortal y sobrevive a la muerte, siendo el cuerpo el sepulcro
del alma. Además, creían en la transmigración de las almas y su paso de un cuerpo a
otro, lo que explica la importancia que tenía para ellos la purificación y el
seguimiento de reglas ascéticas orientadas a la consecución de un retorno del alma
a su morada natural: el cielo, puesto que
comparte la naturaleza ígnea de los astros.
Para los pitagóricos, el arjé es el número o, más bien, los
números. El número para los pitagóricos no es algo cuantitativo,
como lo entenderíamos nosotros ahora, sino que se trata de algo
cualitativo; el número es determinación ontológica, es decir, lo
que constituye el ser de algo. El número de mayor valor místico
fue la Tetractys o Década, el número Diez, por él se juraba en
Delfos. Este número constituye un compendio de la mística
pitagórica, simboliza los elementos del número y, por ende, de
todos los seres: es la fuente y raíz de la Naturaleza eterna.

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PARMÉNIDES

Parménides de Elea suele presentarse como el filósofo de la quietud y, por tanto, enfrentado a
Heráclito. Escribió un poema en hexámetros dactílicos al estilo homérico del que se conservan algunos
fragmentos. En la introducción o proemio, Parménides dice estar siendo guiado por una diosa que le
muestra qué únicos caminos de búsqueda hay que pensar:

- El uno: que es, y no es no-ser; es el camino de la convicción –pues sigue a la verdad;


- El otro: que no es, y que no-ser es preciso; este te hago saber que es un sendero
absolutamente desconocido; pues no podrás conocer el no-ser, ni podrás darlo a conocer: pues
lo mismo es pensar que ser.

Parménides caracteriza al ser como ingénito (no nacido), imperecedero (eterno), finito (pues
está acabado, es perfecto) “como una esfera”, continuo (solo el ser es, el no-ser no es, por tanto, ha
de ser continuo), único, indivisible (sin partes) e inmóvil, puesto que todo cambio significa dejar de ser
una cosa para pasar o llegar a ser otra cosa: el ser no cambia, lo que cambia es el ente, la cosa
concreta.

c) Pluralistas

EMPÉDOCLES DE AGRIGENTO

Médico, científico, ingeniero, vidente, místico, sacerdote en ritos de purificación…la


personalidad de Empédocles se halla envuelta en un halo de leyenda. Una de ellas, que fascinó a los
románticos del siglo XIX, cuenta que se arrojó al Etna para purificarse por el fuego y penetrar en el
seno de la Tierra.
Empédocles escribió dos poemas: Sobre la Naturaleza y Purificaciones. Este filósofo parece
partir conscientemente de Parménides, ya que describe al ser como una esfera, igual a sí misma por
todas partes, dentro de la cual se encuentran mezclados los cuatro elementos o raíces de todas las
cosas: fuego, tierra, aire y agua. Cada uno de estos es eterno e imperecedero, pero mezclados entre sí
dan lugar a los diversos seres. Todo cuanto hay en el ser se origina por su mezcla y separación,
procesos posibles gracias a dos fuerzas cósmicas: el Amor y el Odio, que también habitan en el
hombre.

ANAXÁGORAS DE CLAZOMENE

Anaxágoras trajo la filosofía desde Jonia hasta Atenas, que, por cierto, recibió bastante mal
a su primer filósofo. Aunque fue amigo y maestro de Pericles, conocido de Sócrates, y perteneció al
círculo de intelectuales entre los que estaban Eurípides o Tucídides, Anaxágoras fue acusado de
impiedad (asebeia) y condenado al ostracismo, es decir, fue expulsado de la ciudad. Por la Apología de
Sócrates de Platón sabemos lo que costaba en Atenas el libro de filosofía de Anaxágoras: un dracma.
Anaxágoras formula una teoría pluralista: todo lo que se produce y sucede es el resultado de
la mezcla de innumerables elementos a los que llama semillas (spérmata) y que Aristóteles llamará
“homeomerías” (partes semejantes). Junto a estos elementos, introduce un principio del movimiento al
que llama Noûs (Inteligencia, Espíritu): la más sutil y pura de todas las cosas, que sin embargo no
concibe de un modo absolutamente inmaterial.

ATOMISMO

Leucipo pasa por ser el maestro de Demócrito, quien lo


eclipsaría. Incluso se ha puesto en duda la existencia de Leucipo.
Sea como fuere, el atomismo griego alcanza su máximo desarrollo
vinculado al nombre y la figura de Demócrito.

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Demócrito nació en Abdera, una colonia jónica. Sabemos que viajó bastante, quizás estuvo en
Egipto, pero de lo que no cabe duda es de que alguna vez estuvo en Atenas. Para Demócrito la physis
se compone de dos constituyentes: los átomos y el vacío. La explicación de la realidad de Demócrito es
lo que más tarde se conocerá como “mecanicismo”.
Los átomos o “indivisibles” son los elementos últimos de los que se compondría la realidad, son
imperecederos y no cambian; sin embargo, difieren unos de otros por:
- la figura: como A de N,
- el orden: como AN de NA,
- y la posición: como N de Z.
Los átomos poseen un movimiento espontáneo y azaroso por el que se van “enganchando” unos a
otros para dar lugar a la diversidad de los seres. Precisamente por su movilidad, Demócrito tiene que
afirmar también la existencia del vacío o no-ser para que el movimiento sea posible: no es más lo lleno
que la nada.

5. La filosofía oriental

El hombre oriental fue hacia dentro, el occidental hacia fuera: Oriente inventó la introspección del
yoga, por ejemplo; Occidente, la nave aeroespacial: unos llegan a estados de conciencia remotos, los otros a
la Luna. Son dos opciones que desde hace un par de siglos se han comenzado a intercambiar.
En las filosofías orientales que se desarrollaron en India y China (sobre todo el budismo y el
taoísmo), las líneas que separan filosofía y religión resultan más difusas, al menos según el modo de pensar
occidental. Aunque no son en general consecuencia de revelaciones divinas ni dogmas religiosos, suelen estar
íntimamente relacionadas con lo que nosotros consideraríamos cuestiones de fe.

5.1. La filosofía de India

Los comienzos de la filosofía en la India hunden sus raíces en el


Veda (saber) y, aunque desconocemos exactamente su edad, se estima que
las partes más antiguas datan del 1500 a. C. aproximadamente. En estos
voluminosos escritos se halla reunido el conocimiento mítico y religioso de
las épocas más tempranas. Los Vedas, compuestos de cuatro partes (himnos
de alabanza, cantos, fórmulas de sacrificio y fórmulas mágicas) eran
ampliados con textos explicativos, pues eran los brahamana (los sacerdotes) quienes debían explicar tanto
el sentido y la finalidad de los sacrificios como el uso correcto de las fórmulas. Más tarde (no hay acuerdo
en la fecha exacta, pero hay más consenso en que surjan hacia el siglo VI a. C., entre el 800-500 a. C.)
encontramos un elenco de textos que conocemos como los Upanishad y que tienen más importancia
filosóficamente porque contienen ya temas fundamentales de la filosofía de India que luego serán
ampliados y desarrollados como la doctrina del karma (literalmente, “acción”, y que implica una concepción
de justicia universal en función de la positividad o negatividad de nuestras acciones, es en cada persona su
parte espiritual que le ata al mundo sensible e ilusorio, y también a las continuas reencarnaciones) y de la
reencarnación de acuerdo con el ciclo o la rueda del samsara, y la idea unificadora del atmán (la esencia
eterna que subyace a nuestra existencia particular) y del brahmán (palabra sánscrita de difícil traducción
que viene a significar algo así como la potencia o el poder trascendente del universo).
En el himno de la creación del Rig Veda encontramos un temprano y poético testimonio que ya puede
considerarse como un impulso inicial en el pensamiento filosófico puesto que trata la cuestión del origen de
todo ser: se presenta lo uno como fundamento del mundo, de modo que incluso precedió a la separación
entre el ser y no-ser y también a la aparición misma de los dioses.
“Entonces no existía el no-ser ni el ser
no había espacio, ni cielo por encima.
¿Quién cuidaba del mundo, quién lo abarcaba?
¿Dónde estaba el abismo profundo, dónde el mar?
Entonces no había muerte, ni tampoco inmortalidad,
ni la noche ni el día se habían mostrado.
Respiraba sin viento en su solitaria “originariedad” el uno,
Fuera del cual nada existía”.

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Los Upanishad no contienen una doctrina filosófica homogénea, sino una multiplicidad de opiniones.
Entre las doctrinas más importantes, podemos destacar las siguientes:

1. La doctrina más conocida es la del atmán y el brahmán:


- Brahmán es entendido como la causa originaria de todo ser que reposa sobre sí misma,
como la esencia del mundo que todo lo impregna.
- Atmán significa el “sí mismo” (algo así como “alma”) del individuo, en el sentido de su
propia y profunda esencia.
El conocimiento decisivo al que debe llegar el ser humano es que atmán y el brahmán en el fondo son
uno: solo hay un único principio universal que reina por doquier, y que envuelve tanto al alma como a todo
ser. Por eso, el ser humano, mirando en su propio interior puede captar el núcleo inmortal del ser.

2. El segundo pensamiento
importante es la doctrina del karma y
la reencarnación: en función de sus
obras (karma) el hombre se reencarna
inevitablemente en una nueva forma. La
cadena de las reencarnaciones es
eterna, ya que toda acción mantiene en
marcha el círculo de la transmigración
de las almas. Es aquí donde entra en
juego el samsara: la involucración del
ser humano en el acontecer universal
en cuya base hay un orden moral, ya
que las buenas o malas obras conducen
en la existencia futura a las
correspondientes forma de vida
consideradas inferiores o superiores.
Detrás de todo esto se encuentra, a su
vez, el dharma: una ley universal eterna
que constituye un elemento ordenador
de todo acontecimiento cósmico. Cada
ser humano está obligado a vivir en
concordancia con su dharma,
cumpliendo con sus deberes según su
posición social.

3. Los Upanishad contienen una visión pesimista de la existencia humana: en el eterno cambio del
morir y el nacer se genera siempre un nuevo sufrimiento y, además, los bienes externos de la vida parecen
carecer de valor comparados con le brahmán inmortal. Así surge el deseo de redención (moksa) como
liberación del círculo de las reencarnaciones. Son nuestras acciones las que nos encadenan a las
reencarnaciones y no nos pueden librar de estas por buenas que sean. La única vía para romper con las
sucesivas reencarnaciones es la vida ascética: abstenerse de todo obrar y de todo deseo, pero la
abstención sin saber resulta infructuosa. El único camino hacia la redención es la más elevada e intuitiva
comprensión de la esencia del brahmán. Quien conozca el brahmán es brahmán: “El brahmán soy yo, quien
sepa eso se libera de todas las cadenas”. Solo la existencia individual de quienes llegan al más alto grado de
sabiduría se disuelve en el infinito brahmán.

Aproximadamente a partir del 500 a. C. empieza la época de los sistemas clásicos de filosofía en
India cuando se rompe en parte con el cerramiento del periodo védico y surgen algunas personalidades que
adquieren cierta notoriedad (aunque en la India de entonces, la persona sigue teniendo un papel secundario
frente a la obra y no se le da mucha importancia a los datos históricos). Con todo, podemos afirmar que es
en esta época cuando la filosofía aparece en India puesto que la sabiduría de los Vedas deja de ser un
asunto exclusivo de los brahamana (los sacerdotes, los miembros de la casta más alta) y penetra en amplios
sectores de la población.

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En la filosofía de India se suele distinguir entre:

a) Los sistemas ortodoxos: los que reconocen como una revelación la autoridad de los Vedas (Sankhya
y Yoga, Nyaya y Vasesica, Vedanta y Mimansa).

b) Los sistemas no ortodoxos: los que niegan que los Vedas sean la única autoridad (los más
importantes son el budismo y el jainismo).

1. El budismo se funda en la obra y la enseñanza de Siddartha Gautama (alrededor de 560-480 a. C.)


quien después de su iluminación se llamó a sí mismo “Buda” (en sánscrito बु buddha), nombre honorífico
que se aplica a quien ha logrado un completo despertar o iluminación espiritual, se traduce, por tanto como
“el iluminado” o “el despierto”. Se sabe poco de la vida de Buda en realidad puesto que sus biografías las
escribieron seguidores de sus enseñanzas tras su muerte. Lo que sí es seguro es que nació en Lumbini, el
Nepal actual, y que tuvo una vida lujosa y privilegiada en su juventud, como consecuencia de la posición
social de su familia. Insatisfecho, abandonó a su mujer y a su hijo en busca de una senda espiritual y
descubrió el “camino intermedio” entre la indulgencia de los sentidos y el ascetismo. Se iluminó mientras
reflexionaba a la sombra de una higuera y dedicó el resto de su vida a viajar por toda India para predicar.
Tras su muerte, sus enseñanzas se transmitieron oralmente durante cuatro siglos hasta que fueron
recogidas en el Tipitaka (“Los tres cestos”).

A partir de las enseñanzas de Siddartha Gautama, Buda, en India se desarrolló el budismo, una
filosofía que se extendió por muchas zonas de Asia donde se sigue practicando de manera generalizada. El
budismo es tanto una filosofía como una religión, aunque atea, ya que no reconoce ningún dios eterno.
Siddharta Gautama vivió en el siglo VI a. C. fue el primero en cuestionar mediante un razonamiento
filosófico las enseñanzas de la religión brahamánica basada en los antiguos Vedas. Siddharta Gautama es
venerado por su sabiduría pero no es ni un mesías ni un profeta ni un intermediario entre los dioses y los
hombres. Sus ideas provenían del razonamiento y tiene como pretensión la búsqueda de la verdad, si bien
como tantos otros filósofos orientales desdeña las cuestiones metafísicas (aunque no dejan de estar
presentes) para centrarse en la cuestión de cuál es nuestro cometido y objetivo en la vida, lo que implicaba
analizar los conceptos de virtud, de felicidad y de “buena” vida.
Siddartha Gautama disfrutó durante su juventud de lujos y riquezas, así como de todos los
placeres sensuales según se cuenta. Sin embargo, se percató de que esto no era suficiente para alcanzar la
felicidad plena, sino más bien un impedimento. El sufrimiento es universal y se debe a varias causas: la
enfermedad, el envejecimiento, la muerte o carecer de lo que se necesita. No obstante, los placeres
sensuales a los que recurrimos para aliviar el sufrimiento casi nunca son satisfactorios o bien su efecto es
pasajero. Y tampoco le ayudó a entender cómo lograr la felicidad el ascetismo extremo (austeridad y
abstinencia). Por tanto, propone que debe haber un “camino intermedio” entre la autoindulgencia y la
mortificación, es el que nos debe conducir a la felicidad plena y a la iluminación. La propuesta de Siddartha
Gautama consiste en vencer nuestros apegos a lo material y al propio ego. Los “apegos” incluyen tanto al
deseo sensual y a la ambición material, como a nuestro instinto de supervivencia. Satisfacer estos apegos
puede ser gratificante a corto plazo, pero no llevan a la felicidad entendida como complacencia y paz del
espíritu. Eliminando los apegos, eliminaríamos toda decepción y, por ende, todo sufrimiento. La causa de
nuestros apegos es nuestro ego: estar centrado y apegado a uno mismo. Por tanto, propone superar el apego
a lo que desea: el “yo”. Para Siddartha Gautama el mundo del ego o “yo” es una ilusión, y esto lo demuestra
con un razonamiento: nada en el universo se ha causado a sí mismo y todo es resultado de una acción previa,
por lo que cada uno de nosotros no somos más que una parte transitoria de este proceso eterno: no hay

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ningún “yo” que no forme parte de un todo mayor o “no-yo” y el sufrimiento es consecuencia de no
percatarnos de ello. Esto no significa que debamos negar nuestra existencia individual o nuestra identidad
personal, sino que debemos asumirlas como lo que son: transitorias e insustanciales. La clave para
desprendernos de nuestros apegos y liberarnos del sufrimiento es entender que formamos parte de un “no-
yo” eterno, en lugar de aferrarnos a la idea de un “yo” único.
Para el budismo no hay ningún ser permanente, sino que todo se concibe como el trance de nacer y
perecer. Por eso Buda niega también el concepto del ego, “yo” o “sí mismo” (el atmán o “alma”), ya que no
existen sustancias perpetuas. Sin embargo, Buda defiende la doctrina de la reencarnación y de la kármica
retribución de los actos, pero como no hay alma sustancial permanente, la nueva esencia viviente que surge
a partir de los actos de un ser anterior no es idéntica a aquel ni en cuerpo ni en alma. Lo que perdura
después de la muerte es únicamente la cadena causal de los actos y es eso lo que conduce a una nueva vida.
Para interrumpir este movimiento circular hay que conocer las Cuatro Nobles Verdades:
1ª Dukkha: la verdad sobre el El sufrimiento es universal, es decir, inherente a la existencia,
sufrimiento desde el nacimiento, en la enfermedad y la vejez, y en la muerte.
2ª Samudaya: la verdad sobre el El deseo es la causa del sufrimiento: el deseo de los placeres
origen del sufrimiento sensuales y el apego al poder y a las posesiones materiales.
3ª Nirodha: la verdad sobre el Puede ponerse fin al sufrimiento si se elimina el deseo.
cese del sufrimiento
4ª Magga: la verdad sobre el El Óctuple Sendero es la manera de eliminar el deseo y superar el
camino al cese del sufrimiento ego.

El Óctuple Sendero está representado


en uno de los símbolos más antiguos del
budismo: la rueda del Dharma (también
presente en el hinduismo y en el jainismo) que
representa el sendero hacia el Nirvana.
Quien haya conocido las Cuatro
Nobles Verdades y haya transitado por el
Óctuple Sendero, alcanza la meta perseguida:
el Nirvana (“no-apego”, “no-ser”, literalmente
viene a significar algo así como apagarse como
una vela), un estado mental que nos permitiría
hacernos uno con lo eterno, supone la libertad
definitiva del sufrimiento de la existencia. La
propuesta de Siddartha Gautama consiste
básicamente en liberarse de todo deseo para
alcanzar la iluminación y, consiguientemente, el
Nirvana que pone fin a la rueda de las
reencarnaciones. (Mientras que en la religión
hindú el Nirvana se entendía como volverse
uno con lo divino, Siddartha Gautama es muy cuidadoso a la hora de evitar cualquier mención a una deidad o
a un propósito último en la vida).

2. El jainismo fue fundado por Mahavira (aprox. 500 a.C.) y defiende una concepción de la realidad
que distingue entre:
- Las almas individuales, que por su naturaleza son capaces de
llegar a la perfección.
- Lo inanimado, al que pertenecen el espacio, el éter y la materia.
El jainismo defiende que las almas se ven impedidas de llegar a su
disposición natural a la omnisciencia y a la felicidad porque están
impregnadas de lo material. Debido a su actividad ingieren partículas de
materia, y con ellas el karma-materia se incrusta en la raíz de las pasiones
y condiciona su apego al movimiento circular de reencarnaciones. El fin
redentor es la liberación del alma y la ascensión a la morada de la
perfección. Para llegar allí el alma debe apartarse del karma, impidiéndole

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nuevas penetraciones mediante una vida virtuosa y finalmente expulsar el karma acumulado mediante el
ascetismo.

Hacia el año 1000 d. C. se inicia una renovación de la filosofía de India que se conoce como periodo
postclásico y hacia el siglo XIX comenzamos a hablar de un periodo moderno de la filosofía de India que
viene marcado por el contacto con el pensamiento occidental.

5.2. La filosofía de China

China vivió una época de gran desarrollo cultural entre los años 770 a. C. y 220 a. C. Las filosofías
que surgieron durante ese periodo se conocen como las Cien escuelas de pensamiento. En el siglo VI a. C., la
dinastía Zhou había empezado a declinar y pasó de la estabilidad de los periodos de Primavera y de Otoño al
que se conoce con el acertado nombre de Reinos Combatientes. En esta época nació Confucio (551-479 a.
C.), cuyo nombre original era Kong Qiu y que más tarde sería conocido como Kong Fuzi, o “Maestro Kong” (o
simplemente, el Maestro). Confucio fue, por tanto, contemporáneo de los primeros filósofos occidentales, y
como ellos, buscó constantes en un mundo de cambios; para él, esto significaba buscar valores morales que
permitieran a los mandatarios gobernar con justicia.
A diferencia de muchos de los primeros filósofos chinos, Confucio decidió recurrir al pasado en
busca de inspiración y pretende dotar de autoridad a la tradición de un pensamiento antiquísimo. No nos ha
dejado nada escrito pero sus teorías se recogieron más tarde en el libro Lun Yu o las Analectas. Este libro
es básicamente un tratado tanto de política como de ética, compuesto por aforismos y anécdotas que
forman una especie de código de conducta para el buen gobierno.
Algunos de los aforismos de Confucio nos resultan familiares:
"Así como el agua toma la forma del
recipiente que la contiene, un hombre sabio debe
adaptarse a las circunstancias".
"Dale un pescado a un hombre y comerá un
día. Enséñale a pescar y comerá toda la vida".
"Un hombre que no piensa y planifica su
futuro encontrará problemas desde su propia
puerta"
"Exígete mucho a ti mismo y espera poco de
los demás. Así te ahorrarás decepciones".
"Aceptar lo inesperado. Aceptar lo
inaceptable".
"El mejor indicio de la sabiduría es la
concordancia entre las palabras y las obras".
"Podemos volvernos sabios a través de tres formas distintas. Primero, a través de la reflexión que
es la más noble. Segundo, por imitación que es la más fácil. Y la tercera por experiencia, que es la más
amarga".

El pensamiento de Confucio es eminentemente práctico: supone una filosofía moral y del Estado
conservadoras. Y, sin embargo, rompe también con la tradición. Antes de las Cien escuelas de pensamiento,
la mitología y la religión explicaban el mundo y, por lo general, se aceptaba que el poder y la autoridad moral
eran un don divino. Confucio no hace mención alguna a los dioses, pero sí al tian o Cielo, como origen del
orden moral. Según las Analectas, el Cielo ha escogido a los seres humanos para que lleven a cabo su
voluntad y unifiquen el mundo de acuerdo con un orden moral, idea que coincidía con el pensamiento
tradicional chino. No obstante, y frente a la tradición, defiende que la virtud (te) es algo que puede cultivar
todo el mundo y no un don divino de las clases gobernantes. Confucio mismo llegó a ser consejero en la corte
Zhou gracias a méritos propios y estaba convencido de que la virtud y la benevolencia debían empapar al
resto de la sociedad para vivir con estabilidad y justicia.
Confucio llamaba junzi (caballero u hombre superior) a la persona educada, virtuosa, instruida y que
observaba sinceramente a los valores tradicionales chinos a los que Confucio recurrió para definir las
distintas maneras en que se puede actuar con te (virtud):
a) Zhong (lealtad y fidelidad). El orden en el que se tiene que ejercer esta virtud es el siguiente:
gobernante y súbdito, padre e hijo, marido y mujer, hermano mayor y menor, amigo y amigo.
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Esta jerarquía refleja una idea fundamental del confucianismo: cada persona debe saber qué
lugar ocupa en la sociedad como conjunto. La idea de zhong alberga a su vez otro de los valores
del te: shu (reciprocidad), como la reflexión que debería guiar nuestras acciones con los demás
y que aparece en el confucianismo formulada como “no hagas a los demás lo que no desees para
ti” (es lo que conocemos como la Regla de Oro y que aparece en muchos otros pensadores,
también occidentales).
b) Xiao (piedad filial): incluye todas aquellas prácticas tradicionales de culto a los antepasados,
pero, también, el respeto a los padres y los mayores. El xiao refuerza una vez más las
jerarquías dentro de la sociedad.
c) Li (respeto a los rituales): incluye los rituales relativos de culto a los antepasados y las normas
sociales que regían casi todos los aspectos de la vida china de la época (bodas, funerales,
sacrificios, normas de etiqueta para recibir a invitados o dar regalos, sencillos gestos
cotidianos, la reverencia o el modo de dirigirse a alguien, etc.). Estos rituales externos
transforman la sociedad cuando se realizan con sinceridad interior.

La meta de la filosofía de Confucio es la Perfección, que empieza con el desarrollo de la propia


naturaleza y culmina en un Estado bien ordenado, por tanto, sin conflictos. Esto es lo que significa yen (el
concepto central de la filosofía de Confucio): benevolencia, amor, bondad y verdadera humanidad.
A pesar de todo, hay que señalar que Confucio no tuvo demasiado éxito a la hora de convencer a los
gobernantes de su época para que adoptaran sus ideas de gobierno y, por ello, se centró finalmente en la
enseñanza. Sus discípulos, entre los que destaca Meng Zi (Mencio) siguieron su legado y así sobrevivió el
confucianismo a la represiva dinastía Zhou. A partir de los primeros siglos de nuestra era y con la dinastía
Han, las ideas de Confucio ejercieron un impacto muy profundo e influyeron en la administración, la política
y la filosofía china. Más tarde, desde el siglo IX, se desarrolla el neoconfucianismo que se instalará como
filosofía dominante en China a partir del siglo XII cuando su influencia se extendió a Corea, Japón y el
Sudeste asiático.
Cabe decir que pese a la caída del Imperio en 1911, las ideas de Confucio siguieron formando la base
de muchas convenciones morales y sociales chinas, aunque oficialmente se rechazaran. En los últimos años,
la República Popular China ha mostrado un interés renovado por Confucio y ha integrado sus ideas con el
pensamiento chino moderno dando lugar a una filosofía híbrida conocida como “nuevo confucianismo”.

El texto clásico del taoísmo es el Tao Te Ching (“El camino y su poder”, aprox.
V/III a. C) que se atribuye a Lao Tse. Sin embargo, la historicidad de Lao Tse no está
demostrada. El libro trata del “camino [Tao] y de la virtud”, y considera la relación del
Tao con la vida humana y especialmente con el gobernante. Mediante el lenguaje no se
puede expresar el Tao. Es algo sin nombre, puesto que todos los nombres denominan
algún ente determinado. El Tao, sin embargo, es el principio que reina por encima de
todo, más allá de las diferenciaciones, constituye el “camino de la naturaleza y de la vida individual”.
El camino correcto del sabio y del gobernante sabio es, por tanto, dejarse llevar por el Tao,
liberándose interiormente de toda actividad egoísta y en esto consiste el te (virtud). El sabio actúa por
medio del no hacer. Eso no significa “no hacer nada”, sino la omisión de toda intervención innecesaria en el
acontecer. Cuanto menos intenta el hombre planificar por su cuenta, tanto más fielmente siguen las cosas al
Tao. “El Tao es el eterno no hacer, y sin embargo no
queda nada sin hacer”. El taoísmo no dota de un
estatus especial al ser humano, no obstante, señala
que con nuestro libre albedrío podemos desviarnos
del Tao y alterar el equilibrio del mundo. En ningún
caso Lao Tse llama al “no hacer” (no hacer nada en
absoluto), sino a actuar según la naturaleza, de
manera espontánea e intuitiva, lo que a su vez
significa actuar sin deseo ni ambición y sin recurrir
a las convenciones sociales: vivir en armonía con la
naturaleza es la enseñanza primordial del Tao Te
Ching.

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La doctrina del Yin-yang se asocia con el libro de las transformaciones o de las mutaciones (I
Ching), de origen taoísta, que contiene especulaciones numéricas que suponen una relación entre el
transcurso cósmico de la naturaleza y la vida humana mediante un patrón de ordenación común. El
fundamento de todo esto son una serie de ocho trigramas
constituidos por líneas enteras y fragmentadas que simbolizan las
fuerzas de la naturaleza y sus propiedades. Su combinación de
hasta sesenta y cuatro hexagramas supone la integración de todas
las fuerzas cósmicas en un sistema de ordenación común. Los dos
principios originarios son:
- Yang: masculino, firme, claro y activo.
- Yin: femenino, blando, oscuro y pasivo.
A partir de la interacción de estos dos principios se explica
el surgimiento y transformación de todas las cosas y de todos los
acontecimientos. Tanto el neoconfucianismo como el taoísmo se
sirven de la doctrina del Yin-yang para el desarrollo de su
cosmología.

6. Epílogo: “El por qué de la filosofía”, Fernando Savater

Árbol de sangre, el hombre siente, piensa, florece


y da frutos insólitos: palabras.
Se enlazan lo sentido y lo pensado,
tocamos las ideas: son cuerpos y son números.
Octavio Paz

¿Tiene sentido empeñarse hoy, a finales del siglo XX o comienzos del XXI, en mantener la filosofía
como una asignatura más del bachillerato? ¿Se trata de una mera supervivencia del pasado, que los
conservadores ensalzan por su prestigio tradicional pero que los progresistas y las personas prácticas
deben mirar con justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más bien, niños incluso, sacar
algo en limpio de lo que a su edad debe resultarles un galimatías? ¿No se limitarán en el mejor de los casos
a memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán como papagayos? Quizá la filosofía
interese a unos pocos, a los que tienen vocación filosófica, si es que tal cosa aún existe, pero esos ya
tendrán en cualquier caso tiempo de descubrirla más adelante. Entonces, ¿por qué imponérsela a todos en la
educación secundaria? ¿No es una pérdida de tiempo caprichosa y reaccionaria, dado lo sobrecargado de los
programas actuales de bachillerato?
Lo curioso es que los primeros adversarios de la filosofía le reprochaban precisamente ser «cosa de
niños», adecuada como pasatiempo formativo en los primeros años pero impropia de adultos hechos y
derechos. Por ejemplo, Calicles, que pretende rebatir la opinión de Sócrates de que «es mejor padecer una
injusticia que causarla». Según Calicles, lo verdaderamente justo, digan lo que quieran las leyes, es que los
más fuertes se impongan a los débiles, los que valen más a los que valen menos y los capaces a los incapaces.
La ley dirá que es peor cometer una injusticia que sufrirla pero lo natural es considerar peor sufrirla que
cometerla. Lo demás son tiquismiquis filosóficos, para los que guarda el ya adulto Calicles todo su
desprecio: «La filosofía es ciertamente, amigo Sócrates, una ocupación grata, si uno se dedica a ella con
mesura en los años juveniles, pero cuando se atiende a ella más tiempo del debido es la ruina de los
hombres2». Calicles no ve nada de malo aparentemente en enseñar filosofía a los jóvenes aunque considera
el vicio de filosofar un pecado ruinoso cuando ya se ha crecido. Digo «aparentemente» porque no podemos
olvidar que Sócrates fue condenado a beber la cicuta acusado de corromper a los jóvenes seduciéndoles
con su pensamiento y su palabra. A fin de cuentas, si la filosofía desapareciese del todo, para chicos y
grandes, el enérgico Calicles partidario de la razón del más fuerte- no se llevaría gran disgusto...
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Si se quieren resumir todos los reproches contra la filosofía en cuatro palabras, bastan estas: no
sirve para nada. Los filósofos se empeñan en saber más que nadie de todo lo imaginable aunque en realidad
no son más que charlatanes amigos de la vacua palabrería. Y entonces, ¿quién sabe de verdad lo que hay que
saber sobre el mundo y la sociedad? Pues los científicos, los técnicos, los especialistas, los que son capaces
de dar informaciones válidas sobre la realidad. En el fondo los filósofos se empeñan en hablar de lo que no
saben: el propio Sócrates lo reconocía así, cuando dijo «sólo sé que no sé nada». Si no sabe nada, ¿para qué
vamos a escucharle, seamos jóvenes o maduros? Lo que tenemos que hacer es aprender de los que saben, no
de los que no saben. Sobre todo hoy en día, cuando las ciencias han adelantado tanto y ya sabemos cómo
funcionan la mayoría de las cosas... y cómo hacer funcionar otras, inventadas por científicos aplicados.
Así pues, en la época actual, la de los grandes descubrimientos técnicos, en el mundo del microchip y
del acelerador de partículas, en el reino de Internet y la televisión digital... ¿qué información podemos
recibir de la filosofía? La única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente
ofrecido el propio Sócrates: ninguna. Nos informan las ciencias de la naturaleza, los técnicos, los
periódicos, algunos programas de televisión... pero no hay información «filosófica». Según señaló Ortega,
antes citado, la filosofía es incompatible con las noticias y la información está hecha de noticias. Muy bien,
pero ¿es información lo único que buscamos para entendernos mejor a nosotros mismos y lo que nos rodea?
Supongamos que recibimos una noticia cualquiera, esta, por ejemplo: un número x de personas muere
diariamente de hambre en todo el mundo. Y nosotros, recibida la información, preguntamos (o nos
preguntamos) qué debemos pensar de tal suceso. Recabaremos opiniones, algunas de las cuales nos dirán que
tales muertes se deben a desajustes en el ciclo macroeconómico global, otras hablarán de la superpoblación
del planeta, algunos clamarán contra el injusto reparto de los bienes entre posesores y desposeídos, o
invocarán la voluntad de Dios, o la fatalidad del destino... Y no faltará alguna persona sencilla y cándida,
nuestro portero o el quiosquero que nos vende la prensa, para comentar: «¡En qué mundo vivimos!». Entonces
nosotros, como un eco pero cambiando la exclamación por la interrogación, nos preguntaremos: «Eso: ¿en
qué mundo vivimos?».
No hay respuesta científica para esta última pregunta, porque evidentemente no nos
conformaremos con respuestas como «vivimos en el planeta Tierra», «vivimos precisamente en un mundo en
el que x personas mueren diariamente de hambre», ni siquiera con que se nos diga que «vivimos en un mundo
muy injusto» o «un mundo maldito por Dios a causa de los pecados de los humanos» (¿por qué es injusto lo
que pasa?, ¿en qué consiste la maldición divina y quién la certifica?, etc.). En una palabra, no queremos más
información sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que tenemos, cómo debemos
interpretarla y relacionarla con otras informaciones anteriores o simultáneas, qué supone todo ello en la
consideración general de la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos comportarnos en la situación
así establecida. Estas son precisamente las preguntas a las que atiende lo que vamos a llamar filosofía.
Digamos que se dan tres niveles distintos de entendimiento:
a) la información, que nos presenta los hechos y los mecanismos primarios de lo que sucede;
b) el conocimiento, que reflexiona sobre la información recibida, jerarquiza su importancia
significativa y busca principios generales para ordenarla;
c) la sabiduría, que vincula el conocimiento con las opciones vitales o valores que podemos elegir,
intentando establecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos.
Creo que la ciencia se mueve entre el nivel a) y el b) de conocimiento, mientras que la filosofía
opera entre el b) y el c). De modo que no hay información propiamente filosófica, pero sí puede haber
conocimiento filosófico y nos gustaría llegar a que hubiese también sabiduría filosófica. ¿Es posible lograr
tal cosa? Sobre todo: ¿se puede enseñar tal cosa?
[…]
Hay preguntas que admiten solución satisfactoria y tales preguntas son las que se hace la ciencia;
otras creemos imposible que lleguen a ser nunca totalmente solucionadas y responderlas -siempre
insatisfactoriamente - es el empeño de la filosofía. Históricamente ha sucedido que algunas preguntas

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empezaron siendo competencia de la filosofía -la naturaleza y movimiento de los astros, por ejemplo- y
luego pasaron a recibir solución científica. En otros casos, cuestiones en apariencia científicamente
solventadas volvieron después a ser tratadas desde nuevas perspectivas científicas, estimuladas por dudas
filosóficas (el paso de la geometría euclidiana a las geometrías no euclidianas, por ejemplo). Deslindar qué
preguntas parecen hoy pertenecer al primero y cuáles al segundo grupo es una de las tareas críticas más
importantes de los filósofos... y de los científicos. Es probable que ciertos aspectos de las preguntas a las
que hoy atiende la filosofía reciban mañana solución científica, y es seguro que las futuras soluciones
científicas ayudarán decisivamente en el replanteamiento de las respuestas filosóficas venideras, así como
no sería la primera vez que la tarea de los filósofos haya orientado o dado inspiración a algunos científicos.
No tiene por qué haber oposición irreductible, ni mucho menos mutuo menosprecio, entre ciencia y filosofía,
tal como creen los malos científicos y los malos filósofos. De lo único que podemos estar ciertos es que
jamás ni la ciencia ni la filosofía carecerán de preguntas a las que intentar responder...
Pero hay otra diferencia importante entre ciencia y filosofía, que ya no se refiere a los resultados
de ambas sino al modo de llegar hasta ellos. Un científico puede utilizar las soluciones halladas por
científicos anteriores sin necesidad de recorrer por sí mismo todos los razonamientos, cálculos y
experimentos que llevaron a descubrirlas; pero cuando alguien quiere filosofar no puede contentarse con
aceptar las respuestas de otros filósofos o citar su autoridad como argumento incontrovertible: ninguna
respuesta filosófica será válida para él si no vuelve a recorrer por sí mismo el camino trazado por sus
antecesores o intenta otro nuevo apoyado en esas perspectivas ajenas que habrá debido considerar
personalmente. En una palabra, el itinerario filosófico tiene que ser pensado individualmente por cada cual,
aunque parta de una muy rica tradición intelectual. Los logros de la ciencia están a disposición de quien
quiera consultarlos, pero los de la filosofía solo sirven a quien se decide a meditarlos por sí mismo.
Fernando Savater, Las preguntas de la vida.

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