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“Con cariño y ternura te escribo este cuento”

Martina, era una niña de 10 años de edad, que cursaba cuarto de Primaria, ella vivía con sus
padres y su abuela en un pequeño pueblo cerca del mar y le encantaba escuchar todas las noches
los cuentos de su abuela Matilde. Sin embargo, una noche, Martina decidió pedirle a su abuela
que le contara un cuento, que fuese suyo y no uno de los clásicos de los que estaba
acostumbrada a escuchar y a leer. De esta forma su abuela así lo hizo, y con cariño le contó un
tierno relato a su nieta.
“Érase una vez una niña llamada Clara, esta tenía 10 años, era delgada y de pequeña altura, de
tez blanca y con algunas pecas alrededor de la nariz. Sus ojos eran negros como luceros y el pelo
largo, rizado y castaño. Clara era una niña muy cariñosa, juguetona y le encantaban los animales,
es más, tenía una perrita llamada Nala que tenía el pelo blanco con manchas marrones, un loro,
tres periquitos, un hámster, e incluso ¡una tortuga!
Clara vivía junto a sus animales con sus padres en una humilde casita al lado del campo, ya que
a su familia le encantaba vivir en armonía con la naturaleza y poder respirar el aire limpio de los
árboles.
A la pequeña le encantaba jugar con su perrita, pero esta debía de tener cuidado porque estaba
embarazada de un cachorrito. Un buen día por la mañana cuando Clara llegó del colegio se puso
a planificar la tarde porque le habían mandado muchos deberes, y de repente escuchó a su
madre cómo la llamaba desde el salón: -¡Clara, ven corre!, gritaba su madre. Clara fue corriendo
hacia abajo y se encontró cómo su perrita Nala daba a luz a un pequeño cachorrito, al que
pusieron de nombre Coco. La niña no podía estar más feliz: -¡Bien, un nuevo miembro en la
familia!, pensaba. Sin embargo, para los padres no fue tan buena noticia, ya que no podían
permitirse mantener a otro animal más en casa.
Los padres de Clara intentaron darle todas las vueltas posibles al asunto, pero finalmente
decidieron llevar al pequeño cachorro a una perrera. Cuando Clara se enteró se enfadó
muchísimo y se negó rotundamente a que eso sucediera, pero finalmente tuvo que comprender
la situación y trasladar a Coco a una perrera que había cerca del pueblo para que otra familia en
mejores condiciones pudiera disfrutar de su compañía. O eso pensaba ella.
Multitud de familias pasaron por esa perrera semanas después, pero ninguna adoptaba a Coco.
Este era pequeño, de pelo lacio y negro. Tenía una mancha blanca alrededor del ojo izquierdo y
una pequeña raja en la oreja derecha que se hizo jugando. Al principio agitaba el rabo en señal
de alegría e ilusión cuando algún niño o niña entraba a verle, pero a la misma vez le daba miedo
acercarse. Él intentaba salir y conocer a la gente nueva pero los otros perros siempre le
adelantaban. Al final las familias siempre acababan eligiendo a los que eran más bonitos y
cariñosos, y Coco poco a poco al ver que nadie le acogía ni le quería, dejó de mover su rabo,
volviéndose así frío e insensible.
Harto de esperar y de ver cómo nadie le mostraba ni una pizca de cariño, decidió escaparse de
la perrera.
Sucio y despeinado Coco anduvo sin rumbo alguno durante mucho tiempo. La gente se alejaba
de él cuando lo veían por la calle por miedo a que les contagiase algo al verlo con esas pintas, y
Coco se mostraba cada vez más desconfiado
Al cabo de un par de días caminando llegó a un parque donde había niños jugando. Coco se
acercó a una madre que jugaba con su bebé a pasarse la pelota mientras el pequeño iba a por
ella gateando por el suelo. La pelota llegó a sus pies y el bebé levantó la mirada hacia Coco. En
esa mirada sintió algo muy especial. El bebé lo observaba con cariño y ternura, sin juzgarle y sin
asustarse. Acto seguido Coco empujó la pelota hacia el bebé con su hocico, y el bebé emitió una
sonora carcajada que captó la atención de su madre. Esta se acercó hacia su hijo y al ver al
pequeño perrito se le derritió el corazón.
-Hola pequeño, ¿tienes dueño?- le preguntó acariciándole. Coco se dejó acariciar y querer como
hacía tiempo nadie lo había hecho. Era feliz allí, no le hacía falta más, solamente cariño y
ternura.”
Al terminar el cuento, Martina abrazó a su abuela con tanto cariño como Coco a su nueva familia.
Y... colorín colorado este tierno cuento se ha acabado.

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