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limbo

Núm. 33, 2013, pp. 61-79


issn: 0210-1602

La clave del puritano


Ignacio Gómez de Liaño

Resumen

En su artículo, Ignacio Gómez de Liaño da a conocer su personal lectura


de El último puritano como novela filosófica. Sigue el rastro del puritanis-
mo desde el calvinismo hasta las corrientes gnósticas del cristianismo. En
el camino hace referencia a su anterior texto «El cristianismo poético de
Santayana» y a su libro El círculo de la sabiduría.

Palabras clave: filosofía y literatura, puritanismo, protestantismo, gnosti-


cismo, Santayana

Abstract

In his paper Ignacio Gómez de Liaño shows his particular reading of The
Last Puritan, considered as a philosophic novel. He traces back the path
of Puritanism from Calvinism to Christian Gnostics. By the way he rela-
tes this text to his previous one «El cristianismo poético de Santayana»,
and his book El círculo de la sabiduría.

Key words: Philosophy and Literature, Puritanism, Protestantism, Gnos-


ticism, Santayana

. . .

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El último puritano desfila, de forma destacada, en el selecto corte-


jo de las novelas filosóficas. Decir «filosóficas» no quiere decir no-
velas puramente conceptuales, sin personajes, tramas y escenarios.
«Filosóficas» sólo significa aquí que el autor se las ha ingeniado
para desarrollar una filosofía de la vida según va relatando su histo-
ria. Es lo que pasa en la Celestina y en el Guzmán de Alfarache, en el
Quijote y en los Sueños y discursos, en el Criticón y en el Fray Gerun-
dio, en Los demonios y en En busca del tiempo perdido, en La monta-
ña mágica y en El hombre sin atributos o en La conciencia de Zeno.
El carácter filosófico de esas novelas, que se encuentran entre las
más eminentes, no es un rasgo exclusivo de la literatura moderna.
Algunos de los principales relatos épicos de la Antigüedad —la Odi-
sea, Los Argonautas, la Eneida— atesoran conceptos filosóficos que
fueron sacados a la luz por los alegoristas desde los tiempos de Pla-
tón y los pitagóricos. ¿Citaré respecto a la Eneida el Mens agitat mo-
lem y los otros versos que atestiguan la condición filosófica del poe-
ma, el cual, por otro lado, tiene no pocos paralelismos con el Éxodo
bíblico? ¿Y respecto a la epopeya homérica, he de recordar el juego
numerológico-diagramático, estudiado por mí en El círculo de la sa-
biduría, con que el aedo esmalta y sublima los momentos cumbre de
la peripecia de Ulises?
En el caso de El último puritano la filosofía era casi una obliga-
ción, ya que Jorge, o George, Santayana se dio a conocer a lo largo de
toda su carrera literaria por obras y actividades docentes de esa clase.
Además, en el epílogo de la novela no deja de aludir a esa condición
suya de filósofo. Santayana se presenta allí en animada conversación
con Mario Van de Weyer, quien, según se cuenta en el prólogo, le ha-
bría incitado a escribir la biografía de su primo Oliver Alden. Si Ma-
rio, quien, por otro lado, también es una figura destacada de la nove-
la, incita a Santayana a escribirla, es debido a que Oliver había sido
alumno del propio Santayana en un curso que éste dio en Harvard
sobre el Fedro, el Simposio y otros diálogos de Platón. Según Van de
Weyer, el filósofo novelista conoció muy bien a Oliver, y, además,
éste acabó haciendo una tesis sobre Platón (ii 320).
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Pues bien, en esas páginas epilogales, Santayana reconoce que la


narrativa de ficción no era su oficio, y Van de Weyer remacha el cla-
vo diciéndole que «nos hace usted hablar a todos su propio estilo
filosófico […] sus mujeres son demasiado inteligentes; y otro tanto
les ocurre a los hombres.» Ante lo cual el autor se ve obligado a re-
conocer que ha hecho hablar a los personajes «la jerigonza que me
es peculiar, del mismo modo que Homero hizo hablar a todos sus
héroes en hexámetros jónicos.» A lo que Mario le lanza la atrevida
afirmación de que en El último puritano hay «una filosofía mejor
que en sus otros libros.»
Está claro, pues, que El último puritano es una novela filosófi-
ca y que lo es, según mostraremos más adelante, en aspectos funda-
mentales de los que Santayana no era del todo consciente. Pero no
ha de pensarse que la condición filosófica del relato es del todo in-
compatible con su condición de ficción, como tampoco esta con-
dición de ficción no lo es con el hecho de que los principales perso-
najes de la novela se basan en personajes reales con los que el propio
Santayana tuvo relaciones de amistad o de compañerismo; empe-
zando por el propio Van de Weyer, al que Santayana supone (en el
epílogo) que vuelve a encontrar en la Roma de su ancianidad «más
que nunca en la corriente mundana, y yo más que nunca alejado de
ella.» Acerca de la figura de Mario Van de Weyer el filósofo cuen-
ta en Persons and Places que se inspiró en un joven estudiante lla-
mado Ward Thoron, al que conoció en la iglesia de la Inmaculada
Concepción y que acabó siendo su amigo más íntimo cuando era
estudiante. En realidad, precisa luego, Thoron fue su modelo sobre
todo para las relaciones familiares de Mario, y, como la ficción tie-
ne sus privilegios, se tomó la libertad de hacerle estudiar en Eton,
mientras que su modelo Ward Thoron había estudiado en un cole-
gio neoyorkino de jesuitas.
Aunque en El último puritano hay no poca filosofía, no debe-
mos pasar por alto que en ella hay también y sobre todo vida. Vida
del propio Santayana, que no sin razón puso a su novela el subtítulo
de «Memoria en forma de novela». No es casual que la redactase

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al mismo tiempo que Persons and Places y que esta última obra nos
descubra las claves de los principales personajes de la novela. San-
tayana dedicó a la novela y a la autobiografía el mismo período de
tiempo, entre mediados de los años 20 y el 1936, año en que da ci-
ma a su obra de ficción. Pero mientras en Persons and Places el autor
trata de ajustarse lo más posible a lo realmente sucedido y, por tan-
to, a lo particular, El último puritano le permite elevarse a lo gene-
ral gracias al carácter ficcional de los personajes y de la historia. Po-
dría, pues, decirse que por hallarse más en el plano de lo general que
la autobiografía, la ficción novelesca se acerca más a la filosofía que
aquélla, pero, dicho esto, conviene añadir en seguida que la condi-
ción de ficción de la novela hace que ésta se aleje más de la filoso-
fía que la autobiografía debido a que en este último género literario
imperan con más fuerza las exigencias del conocimiento que en el
relato novelesco. Esta última observación ha de entenderse, sin em-
bargo, con matices, pues Santayana, mediante la ficción, abre el ca-
mino a una forma de conocimiento, de índole narrativa, que com-
plementa al conocimiento filosófico, sin por ello olvidar el placer
—cognoscitivo ciertamente— que es inherente a la creación litera-
ria y a toda creación artística.
Antes de entrar a exponer la clave filosófica fundamental de El
último puritano destaquemos la clave biográfica particular del pro-
tagonista, Oliver Alden. Santayana reconoce en Persons and Places
que «el joven Bayley fue su primer modelo, y tal vez el principal»
[Santayana 1987, p. 178]. Pero puntualiza que este muchacho bos-
toniano amigo suyo en los tiempos estudiantiles no estaba en pose-
sión de la crianza y educación de Oliver, aunque sí de una inteligen-
cia de las cosas espirituales igual o superior a la de éste. Para otros
aspectos de Oliver, como el de su gran fortuna, el novelista se inspi-
ra más bien en Cameron Forbes quien, además de pertenecer a una
familia acaudalada, era nieto del filósofo Emerson y él mismo algo
filósofo y poeta: «Varios rasgos, mayores y menores, pertenecien-
tes a Cam Forbes me los apropié para el héroe de El último purita-
no. En primer lugar, la relación con su padre, el atavismo de la san-
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gre puritana que en él se afirmaba de forma afectiva y amable, pero


invencible, frente a un padre rico, su condición de deportista y de
hombre en cuya vida había algo vago e ineficaz. […] Pero mi Oli-
ver no es el retrato de Cam o de ninguna otra persona, aunque mu-
chos detalles están sacados de la vida de varias personas» [Santaya-
na 1987, p. 348]. Basten estas referencias para ver hasta qué punto
los personajes de El último puritano, sobre todo los principales, se
basan en personajes de la vida real a los que incluso podemos dar
nombre y apellidos.
Al escribir su novela, como al redactar Personas y lugares, el autor,
que ya ha cumplido los sesenta años, no sólo se entrega a la pasión
del conocimiento que se puede esperar de un filósofo, sino también
al gozo de la remembranza que se suele dar en la vejez: «Nunca he
gozado de la juventud», dice, «tan completamente como en la ve-
jez. Al escribir Diálogos en el limbo, El último puritano y ahora to-
das estas descripciones de los amigos de mi juventud y de los jóvenes
amigos de mi edad adulta [en Personas y lugares], he bebido el placer
de la vida de forma más pura y más gozosa que nunca antes, cuando
iba mezclado con las escondidas aflicciones y pequeños disgustos
de la vida de cada día. Nada es joven de forma inherente e invenci-
ble a excepción del espíritu. Y el espíritu puede quizás introducirse
mejor en un ser humano cuando se halla en la quietud de la vejez y
morar en él más sosegadamente que en el tumulto de la aventura»
[Santayana 1987, p. 535].
La trama de El último puritano es sencilla. Es el relato biográfico
de Oliver Alden, muerto antes de cumplir treinta años en un acci-
dente automovilístico ocurrido en los días posteriores al armisticio
que puso fin a la Gran Guerra. Circunstancia ésta poco heroica con
la que Santayana pone remate al particular heroísmo que en su vida
había demostrado el joven. Antes de empezar a contarnos su vida, el
autor se remonta a la de sus padres, Peter Alden y Harriet Bumstead,
al medio hermano mayor de su padre, Nathaniel, y a otras figuras de
la familia paterna y materna, como su primo Mario Van de Weyer.
A estos personajes hay que sumar algunos otros, empezando por el

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joven y guapo Jim Darnley, al que el padre de Oliver llama Lord Jim
y tiene empleado como capitán en sus sucesivos yates, y por Rose, la
hermana de Jim y frustrada novia de Oliver. A estos dos hermanos,
que serán tan importantes, sobre todo el primero, en la vida de Oli-
ver, se ha de agregar la figura del padre de ambos, el teológico y as-
cético vicario de Iffley, localidad cercana a Oxford.
Los ambientes en que los hace vivir Santayana a estos y otros
personajes son Boston, concretamente Beacon Street, la calle don-
de viviera en sus años infantiles Santayana junto con su madre y la
parte americana de su familia, otras localidades de Estados Unidos,
Oxford, París y los mares que el decadente y neurasténico Peter Al-
den surca en sus barcos. Frente a las figuras juveniles de Jim y Ma-
rio, que encarnan la cara opuesta al puritanismo, Nathaniel y Peter
Alden, así como la esposa de éste y, por supuesto, el crepuscular hijo
de ambos, representan otras tantas facetas del puritanismo.
Empecemos por Nathaniel. ¿Cómo es este tío de Oliver, que tan-
to se destaca en los primeros capítulos de la novela? No es casual que
el acto principal en el que el autor nos lo presenta sea un funeral, da-
do que «los funerales, a su juicio, constituían la función social más
satisfactoria, puesto que en ellos se daba expresión a nuestros sen-
timientos de comunidad humana sin palabras ociosas» [Santayana
1940, i, p. 33]. No obstante, estando en ese acto le desagrada la con-
versación que le rodea, pues descubre que «era en su mayor parte
simple chismografía, y ésta incitaba a un morboso interés en cosas
que nada tenían que ver con uno». Pero Nathaniel nada ha de te-
mer, pues para él «la investigación de la maldad era todavía más ab-
sorbente que la presencia de la muerte, y más satisfactoria desde lue-
go» [Santayana 1940, i, p. 50].
El rigorismo de Nathaniel se manifiesta en rasgos de la vida coti-
diana de apariencia tan anodina y, sin embargo, significativa como
éste referido al desayuno: «El desayuno en familia, con su solemni-
dad, sus malos humores matinales y la profusión de manjares poco
apetitosos, diríase que proyectaba una influencia moralizadora y re-
gulativa sobre el curso de toda la jornada» [Santayana 1940, i, p. 52].
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O en este otro, referido a los asuntos poco dignos que pueden ocu-
rrir en el seno de las familias más dignas. Ante ellos pensaba que «lo
único correcto en estos casos es aparentar que no ha ocurrido nada
o, por lo menos, que no se ha enterado uno de nada» [Santayana
1940, i, p. 351. O sea, lo único correcto era la hipocresía.
Su relación con los aspectos económicos de la existencia es quizá
lo que mejor caracteriza el puritanismo del tío Nathaniel, según se
pone sobre todo de manifiesto en las actuaciones que emprende a fin
de liberarse de su medio hermano Peter (futuro progenitor de Oli-
ver) debido a la conducta de éste, que se ha rebajado a tomarse algu-
nas cervezas y alternar con gente de las clases bajas y alegres de Bos-
ton. En el trance de arrojarlo fuera de casa, actúa como si se tratara
de un delicado asunto financiero que se somete al consejo de admi-
nistración de un banco: «A juicio de Nathaniel, la propiedad cons-
tituía la parte principal y fundamental de la personalidad moral, de
ahí que hubiese considerado imperativo el consultar a sus coadmi-
nistradores sobre la educación y el gobierno del mozo [Peter Alden]
cuya propiedad particular estaba llamada, en su día, a ejercer una in-
fluencia pública, tanto en bien como en mal» [Santayana 1940, i,
p. 64]. En esto de la administración financiera Nathaniel es suma-
mente puntilloso. Es para él tan importante que, en buena medida,
la administración de los afectos se rige de acuerdo con aquella otra
clase de administración.
¿Cómo definir el puritanismo de Nathaniel Alden? Como una
fórmula en la que se combinan el rechazo de la vida social no codi-
ficada estrictamente, el rechazo de todo lo que no tiene que ver con
una organización económica de la vida, una misantropía rayana en
la paranoia, y el cultivo también de ciertos valores, como el de la acu-
mulación indiscriminada de obras de arte, que, al tiempo que repre-
senta una forma despersonalizada de contribuir al sostenimiento de
los valores espirituales, constituye la posibilidad de un negocio muy
digno de consideración.
En este aspecto, su medio hermano Peter va a destacar también
debido a las afortunadas compras que hace de antigüedades orien-

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tales en su lánguida vida de viajero multimillonario, decadente y fi-


nisecular. En efecto, la vida ociosa que lleva surcando los mares, es-
pecialmente los del misterioso Oriente, no le impide incrementar
su fortuna de forma que «cada día era más rico; y hasta su herma-
no Nathaniel, a pesar del silencio mortal que les separaba, no podía
dejar de sentir una cierta indulgencia a este respecto. Hasta los ricos
ociosos, si ahorraban algún dinero, podían llegar a ser miembros úti-
les de la sociedad.» [Santayana 1940, i, p. 93]. El utilitarismo es, sin
duda, uno de los rasgos más característicos del puritanismo de Na-
thaniel y, también, de Peter, aunque en el caso de éste se ve atempe-
rado por un talante en el que la misantropía y huida del mundo se
compagina con un cierto hedonismo materialista.
También Oliver, que no en vano es hijo de Peter y sobrino de
Nathaniel, manejará de forma cuidadosa la gran fortuna que ha re-
cibido en herencia, aunque también sabrá ser generoso cuando se le
presenten las ocasiones que juzgue apropiadas para mostrarse de esa
forma. Y así este personaje, cuya vida de deportista y homo contem-
plativus podría parecer que se halla en las antípodas de su misántro-
po tío Nathaniel, se le asemeja tanto en el fondo, que al final de la
novela, ochocientas páginas después de que hayamos dejado de sa-
ber del tal Nathaniel, Santayana pone en labios de Oliver estas pa-
labras delatoras: «¿No decía tía Caroline que yo me parecía al tío
Nathaniel? Me parezco, en efecto; y me siento orgulloso de ello»
[Santayana 1940, ii, p. 549]. Esta tía Caroline es, por cierto, una se-
ñora nada puritana que sólo podía tomar a broma el hosco rigoris-
mo de Nathaniel.
La forma como Peter Alden se casa con Harriet Bumstead y así
pone las bases para traer al mundo al «último puritano», es bastan-
te expresiva de su peculiar puritanismo. Peter ha hecho estudios de
Medicina, aunque nunca ejercerá esa profesión y ninguna otra. Ter-
minada la carrera, decide ponerse en manos del doctor Bumstead.
Quiere conocer más a fondo las enfermedades mentales, a las que
éste se dedica, y someter a tratamiento las que a él mismo le afectan.
El resultado del tratamiento es que el doctor Bumstead acaba orga-
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nizando el matrimonio de su millonario paciente con su hija, una


mujer ya algo madura y orgullosa, que le ha ayudado en el ejercicio
de su profesión terapéutica como la más diligente de las enfermeras.
El diálogo de padre e hija cuando aquél confía a ésta su proyecto ma-
trimonial, resulta muy revelador de la personalidad de la madre de
Oliver y, también, de la del padre, o sea, de Peter:

—¿Cómo? ¿Se te había ocurrido ya? ¿Y no te disgusta la idea?


—¿Por qué iba a disgustarme? ¿Te figuras que deseaba casarme con un
músico melenudo o un comerciante cualquier? Por lo menos, el doc-
tor Alden es un verdadero caballero.
—Exacto; un caballero perfecto. A veces está un poco desquiciado, de
cuerpo y espíritu; hay días en que ha bebido más de la cuenta, y abu-
sado de la cocaína o del opio, cuando no de ambos a la vez [Santaya-
na 1940, i, p. 107].

Estas menudencias de la cocaína, el opio, la bebida y el desqui-


ciamiento de su personalidad se le pueden, sin embargo, perdonar
al doctor Alden en gracia a sus muchos millones, los cuales, una vez
firmado el contrato matrimonial, tendrán la impagable virtud de
devolver su antiguo esplendor a la mansión de una familia tan anti-
gua y patricia como es la del doctor Bumstead, sin por ello pertur-
bar gran cosa la ordenada vida de su querida hija.
A diferencia de su medio hermano Nathaniel, que sólo salía de
sus habitaciones bostonianas por causa mayor, Peter vive siempre
fuera de casa, en una continua peregrinación, sobre todo por los ma-
res del Oriente. Peter es en realidad tan puritano como Nathaniel,
sólo que en él nos ofrece el novelista el retrato del puritano decaden-
te y hedonista del fin del siglo. La relación que mantiene con su es-
posa es bastante extraña. Apenas convive con ella, y «además, ha vi-
vido tanto tiempo aparte de las mujeres, que se siente más a gusto en
compañía de los hombres, y la prefiere» [Santayana 1940, i, p. 108].
Tan es así que, al pensar en su esposa, llega a decirse: «Por lo que al
amor se refiere, Harriet es una hermosa hembra, casi tan hermosa y

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robusta como un macho joven» [Santayana 1940, i, p. 113]. Lo que


no deja de ser una curiosa manera de ver a la que, legalmente, es su
esposa y madre de su único hijo.
Peter Alden es, sin duda, un personaje bastante singular. Para él
la vida, a bordo primero del Hesperus y luego del Cisne Negro, es un
sueño perpetuo, incrementado por los buenos oficios de las drogas
y del condescendiente, activo y juvenil capitán que se ha buscado pa-
ra capitanear el barco.
Tras haber mirado con alguna atención al tío y a los padres de
Oliver podemos preguntarnos: ¿en qué consiste el puritanismo que
ellos representan? Irma, la ingenua institutriz alemana que tiene a
su cargo la educación del niño y adolescente Oliver, proporciona
algunas claves en una de las cartas que escribe a su hermana: «Se
ríen de lo que piensa la gente», dice, «incluso de lo que piensan
ellos mismos, y lo único que respetan es lo que la gente hace. […]
¡Tienen miedo de la verdad! […] Cuando se trata de menudencias,
todo el mundo está aquí de lo más verídico. […] Pero, ¡qué de re-
ticencias, en cambio; cuánta hipocresía solapada, almacenada du-
rante toda la vida, y qué de vueltas para decir las cosas» [Santayana
1940, i, p. 181]. De nuevo, la hipocresía. Una hipocresía camufla-
da en un culto reverencial de las verdades pequeñas, insignifican-
tes, anodinas.
En otra carta destaca la buena de Irma la cobardía que reina en
las viejas familias puritanas: «Esta gente que le deja a uno en liber-
tad de hacer lo que guste, son, en realidad, unos cobardes, gente in-
decisa y vacilante, y sin verdadera fe en nada» [Santayana 1940, i,
p. 364]. De ahí que no le extrañe «que haya tanta gente que se vuel-
ve loca en estas viejas familias puritanas», como es el caso del pro-
pio Peter y, en buena medida, de su medio hermano Nathaniel. En
lo de «sin verdadera fe en nada», el propio padre de Oliver viene
a darle la razón a Irma, cuando dice: «Yo no creo hoy día en nada,
ni puedo evitarlo» [Santayana 1940, ii, p. 124]. Lo que no es óbice,
como tampoco lo es su decadente gusto orientalista, para ir incre-
mentando su fortuna.
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Oliver, a pesar de los pujos filantrópicos que ya muestra en sus


años mozos, tampoco descuidará este aspecto de su persona; digo de
su «persona», pues el capital llega a ser en la gente de su clase una
forma invisible de personalidad. Del padre y del hijo dice Santayana:
«Ambos eran indiferentes al dinero; Peter tenía de él un concepto
humorístico y proceril; Oliver, un concepto humorístico y ascético;
a ambos el accidente de la riqueza les parecía absurdo e inmerecido.
Sin embargo, uno y otro murieron más ricos de lo que nacieron. A
pesar de su generosidad, en ambos los dedos de la mano izquierda
contaban instintivamente lo que daban los de la derecha» [Santa-
yana 1940, ii, p. 227].
El puritanismo presenta otros aspectos más visibles, más carna-
les, que los hasta ahora señalados, aunque el lado económico no sea
lo menos interesante de El último puritano. Irma cuenta en otra car-
ta lo mal que se lo hicieron pasar cuando, en una ocasión especial-
mente emotiva, se le ocurrió besar a la señora Alden y a su pequeño
hijo Oliver: «Como lo oyes; estaba prohibido. En este país no está
bien besar a los niños: ni siquiera a los propios» [Santayana 1940,
i, p. 232]. Y añade que en cierta ocasión, dada la austeridad de la vi-
da de la señora Alden que, a pesar de sus millones, ni viste bien, ni
viaja, ni va al teatro o a reuniones sociales, su marido la llamó «rei-
na cuáquera» [Santayana 1940, i, p. 234], epíteto que la interpelada
consideró todo un cumplido. O sea, la carne de la que está hecho el
hombre es un foco de abominación, de infección moral, ante la que
siempre hay que estar en guardia si se quiere llevar una vida digna.
Espiritualmente digna.
De este aspecto del puritanismo, Santayana nos da una clave in-
teresante cuando refiere que, ya desde joven, el estudio de la Natu-
raleza o de las matemáticas era para Oliver el lado soleado de la exis-
tencia —«solamente las materias no humanas eran adecuadas al
espíritu del hombre» [Santayana 1940, i, p. 196]—, en tanto que to-
do lo relacionado con el hombre y la Historia lo veía como algo «ac-
cidental y maligno». De ahí que nuestro joven puritano considerase
«el mundo humano […] horrible para el espíritu humano» [Santa-

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yana 1940, i, p. 197]. Eso es el hombre para Oliver y sus semejantes:


un sucio monstruo, al que hay que estar de continuo cargando de
denuestos y metiendo en cintura de la forma más rigurosa posible.
Quien primero pone en evidencia la condición puritana del to-
davía adolescente Oliver es el atlético y atractivo marino que lleva
su padre como capitán en su yate. Jim es un joven vividor, pero con
cautela; despreocupado, pero con cuidado de tener bien atendido al
patrono; vicioso, pero a su tiempo; seductor, pero con el debido mi-
ramiento. Su desengañada idea del amor la expresa muy bien esta in-
geniosa afirmación suya: El amor es «un decimal recurrente, de for-
ma siempre idéntica y de valor cada vez menor» [Santayana 1940, ii,
p. 220]. Cuando observa el tono moralista con el que se expresa el
peculiar hijo de su peculiar patrono (un adolescente diez años más
joven que él y que todavía no ha cumplido los veinte), «¡Caramba,
caramba! —pensó Jim, conteniendo a duras penas el impulso de sil-
bar—, ¡Habrase visto el pedante! ¿Conque esas pamemas tenemos?
No importa; más vale seguir el humor al joven fariseo que reñir con
él». Y observa, mientras examina al joven fariseo, que América es
la peor de las influencias, «porque impone vicios que se consideran
a sí propios como virtudes y de los cuales, por consiguiente, no hay
arrepentimiento posible. Impone el optimismo, impone la munda-
nidad, impone la mediocridad» [Santayana 1940, i, p. 317]. O sea,
impone la apariencia de que en la sociedad reina algo así como una
avenencia universal.
Santayana destaca también otros aspectos de la vida norteame-
ricana en el incipiente siglo xx en que sitúa su novela, que pueden
conectarse de forma más o menos directa con el puritanismo, cuan-
do pone el acento en «la democracia y el predominio del atletismo.
[…] Era una doble tiranía que él [Oliver] daba por sentada sin pro-
testa» [Santayana 1940, ii, p. 116]. En efecto, durante su época es-
colar practica intensamente el deporte en equipo, sobre todo la na-
vegación a remo y el futbol norteamericano.
La fascinación que ejerce Lord Jim sobre el adolescente Alden
no tiene poco que ver con el hecho de que, dada la esclerosis moral
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que éste padece, o, para decirlo con las propias palabras del Narra-
dor, dado que «Oliver era víctima de una enfermedad congénita;
padecía un calambre moral, un impedimento en el mecanismo de
todas las pasiones naturales» [Santayana 1940, ii, p. 535], nadie me-
jor que el desenvuelto Jim para propinarle el impulso vital que tanto
necesitaba, ya que, como observa Santayana, «sólo los amigos po-
dían darle una dirección e impulso que él no habría podido darse»
[Santayana 1940, ii, p. 536].
Ni que decir tiene que la esposa de Peter Alden, al conocer la
existencia de Jim y el papel que juega en la vida de su errático espo-
so, se siente especialmente inquieta, sobre todo cuando esa niña de
sus ojos que es Oliver para su madre va a pasar, por primera vez, una
temporada en el malhadado yate con su padre y con el tal Lord Jim.
La hija del médico especialista en enfermedades nerviosas teme la
nociva influencia que este dudoso personaje puede ejercer sobre su
moribundo marido y, aún más, sobre su inexperto hijo. Así es que,
ni corta ni perezosa, acude «a una agencia privada de informacio-
nes, para que investigasen el pasado y presente de aquel hombre»,
con la consecuencia de que la susodicha agencia de detectives des-
cubre «los hechos más pasmosos» [Santayana 1940, ii, p. 136], si
bien ella ya los había sospechado. Así es como la señora Alden ve
las relaciones humanas en lo que al conocimiento profundo de la
gente se refiere: como si se tratase de una técnica social manteni-
da por especialistas. Concretamente, como si se tratase de la técni-
ca del espionaje.
¿Cuáles son los rasgos puritanos más destacados de la persona-
lidad moral del joven Oliver? En lo que se puede considerar una
primera aproximación, Santayana enumera los siguientes: su inte-
gridad, su valor, su desdén por los placeres y «su destreza material
junto con su sentido secreto y casi maléfico de alianza con lo in-
visible» [Santayana 1940, i, p. 378]. Estos rasgos explican tal vez,
además de su apariencia atlética y su rubia cabellera, el hecho de
que el vicario Iffley, al verlo entrar en compañía de su hijo Jim, en
la iglesia donde se dispone a pronunciar el sermón, se sienta inspi-

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rado y escoja el tema de los ángeles para desarrollarlo ante la feli-


gresía, cosa que hace, por cierto, con gran brillantez. El maravilla-
do vicario ha visto a Oliver como si fuera un ángel bajado del cielo;
todavía ignora que ese ángel encarnado en el amigo de su hijo no
cree, como tampoco su padre, en la existencia del Cielo, o del Más
Allá. No obstante, cuando poco después el vicario conoce mejor
al joven venido del otro lado del océano, acaba calificándolo de
aner pneumatikós, o sea, de «varón espiritual». Esta designación
da, como veremos, en la diana. Expresa la idea que de sí mismos
tenían los gnósticos del siglo ii: para ellos ser espiritual equivalía
a estar liberado de las exigencias materiales y carnales. De ahí que
a los hombres corrientes los llamasen hílicos o sárquicos, en tan-
to que para sí mismos se reservasen el de pneumáticos. Creían ha-
llarse fuera del imperio de la carne, y se jactaban de que su entera
existencia era una maravillosa manifestación del pneuma inconta-
minado, el cual, tras la muerte, resplandecerá, al fin, con toda su
intensidad originaria.
Humildad externa y orgullo interior, así caracteriza en algún
momento Santayana la personalidad de Oliver [Santayana 1940, ii,
p. 266], del que también dice, siguiendo esta clave hermenéutica:
«Sentía que lo que habían sido los hidalgos en el siglo xvii le to-
caba ahora serlo a los puritanos, en pleno siglo xx: los mártires de
una causa caballeresca y poética» [Santayana 1940, ii, p. 282]. Úna-
se a este rasgo de orgullo literario el hecho de que «la naturaleza de
Oliver era de una trama tan apretada, tan consciente, que resultaba
tan rutinaria y consecuente como la de un viejo: todas sus jornadas,
todos sus planes, todas sus amistades propendían naturalmente a la
reiteración» [Santayana 1940, ii, p. 228] y tenemos que el joven Oli-
ver era algo así como un don Quijote que se hubiera hecho tan ru-
tinario como el más consumado de los burócratas.
Dado su puritanismo es fácil deducir el juicio que merecía a Oli-
ver la ciudad más representativa del hedonismo, el arte y las tenden-
cias mundanas de la época: «París le irritaba. Detestaba la plaza de
la Concordia y los Campos Elíseos, los bulevares y la Ópera» [San-
La clave del puritano 75

tayana 1940, ii, p. 503] (ii 503). «En cuanto a Francia, la infeliz fue
tragada por la bestia cuando la Revolución» [Santayana 1940, ii,
p. 462]. Pero Oliver —conviene subrayarlo— no es en absoluto un
puritano vergonzante. Muy al contrario, se siente tan a gusto den-
tro de esa condición, que una vez que le hacen saber que su madre le
consideraba un «puritano auténtico», «estas palabras complacie-
ron enormemente a Oliver» [Santayana 1940, ii, p. 140].
Su relación con Edith y Rose, las mujeres que, en dos importan-
tes momentos de su vida, pensó, o soñó, que podrían llegar a con-
traer matrimonio con él, proporcionan las claves tal vez más profun-
das de la condición puritana de Oliver. Edith, que pertenece a una
clase social elevada, ve a Oliver como una especie de Adonis puri-
tano que «no sabía hacer el amor. Pensaba sólo en sí mismo, y pla-
neaba el porvenir y proponía que se casara con él sin dar muestras
siquiera de amarla como toda prometida desea y merece ser amada»
[Santayana 1940, ii, p. 384]. Dado que es el pneuma, y no la carne,
quien dicta a Oliver el designio de contraer matrimonio con Edith,
ésta, que no se siente a disgusto con su condición carnal ni con su
vida mundana, le da las previsibles calabazas, que el ascético Oliver
acepta con el estoicismo que le caracteriza.
Cuando, más adelante, Rose, movida por la emoción del mo-
mento, aunque no enamorada, pone sus labios en los de Oliver, dán-
dole así «un beso destinado a transformarlo e incendiarlo. Con gran
asombro suyo, el efecto fue instantáneo y decisivo en la dirección
contraria. […] Un estremecimiento de repugnancia había recorrido
todo su cuerpo» [Santayana 1940, ii, p. 510]. Rose, que a diferen-
cia de Edith vive en un hogar más bien ascético, es, sin embargo, pa-
ra su pretendiente un ser demasiado carnal, pasional, irracional, in-
comprensible. Pero la hija del vicario y hermana de Lord Jim penetra
tan a fondo en el alma de su pretendiente que acierta al decirle: «A
usted le tiene sin cuidado la riqueza, no le gusta la guerra, ni las mu-
jeres, ni la sociedad en general» [Santayana 1940, ii, p. 531]. Rose
piensa que Oliver estaba hecho para evadirse del mundo y entrar en
algún cenobio, pero el joven Alden, al igual que sus padres, tampo-

Santayana, 150 años: su legado para el pensamiento del siglo xxi


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co siente aprecio por la religión, ya que su extremoso puritanismo


no le permite semejante forma de vivir-en-la-ficción.
Es curiosa y no poco expresiva la reflexión existencial que inspi-
ra a Oliver su decisión de casarse: «Toda mi vida he estado en servi-
cio obligatorio; un hijo obligatorio, un alumno obligatorio, un atleta
obligatorio, un soldado obligatorio; pero, siquiera, no soy un marido
obligatorio. O, cuando menos, no lo soy aún» [Santayana 1940, ii,
p. 547]. El sentimiento de que existir equivale a ser siervo —siervo de
la materia, de la carne, de las pasiones, de la irracionalidad que impreg-
na el mundo— es el fondo de la condición de este último puritano.
De ahí que, en algún momento, proteste, vanamente, en su interior:
«Yo no seré esclavo de mis circunstancias […] mi persona social mis-
ma no es sino una circunstancia que juzgar y que alterar por medio de
mi razón imperecedera» [Santayana 1940, ii, p. 434-435]. Esa razón
imperecedera que acaba de mencionar Oliver nos proporcionará la cla-
ve última de su ideología puritana. De su personalidad.
Diríase que la genealogía ideológica y moral de la personalidad
del puritano hay que buscarla en el protestantismo, o, más en con-
creto, en una amalgama del luteranismo y el calvinismo. Oliver co-
noce bien esa religiosidad, aunque no se considere cristiano. Ha-
blando con Rose, se expresa con gran respeto sobre el padre de ésta,
el vicario de Iffley, al que atribuye disquisiciones teológicas que, por
cierto, desarrollará el propio Santayana en La idea de Cristo en los
Evangelios:1 «En sus orígenes, dice [el vicario], el Cristianismo era
en parte poesía, y en parte embaucamiento. La Iglesia Romana se
apoya en ambos elementos por igual; el Protestantismo ha conser-
vado el embaucamiento y destruido la poesía; y solamente la tradi-
ción anglicana es capaz de conservar la poesía y barrer a un lado el
embaucamiento» [Santayana 1940, ii, p. 379].
Obviamente, el puritanismo de Oliver tiene poco que ver con la
poesía ritualista, sacramental, devocional y festiva del catolicismo.
Ni, por supuesto, quiere verse inmiscuido en alguna indeseable for-
ma de embaucamiento. Pero se asemeja al luteranismo por el me-
nosprecio en que tasa a todo lo mundano, por la afirmación de que
La clave del puritano 77

la esencia del mundo no es racional —lo mejor que el hombre pue-


de hacer es plantarse en las alturas irracionales o supra racionales de
la fe— y por el aislamiento en que deja al hombre frente a la locura
de la fe. Del calvinismo habría adoptado la personalidad puritana
de Oliver su teoría predestinacionista y su adusta posición sobre el
obligado sometimiento del hombre a los inescrutables planes de la
Divina Providencia. A los planes de lo Invisible.
No rechazando de plano la pertinencia de este pedigrí genea-
lógico en la formación de la ideología puritana en general y en la
de Oliver en particular, creo que ésta se aproxima todavía más al
gnosticismo del siglo ii. Cuando se estudia el ideario de las escue-
las gnósticas y cristiano gnósticas de esa época (la basilidiana, la se-
tiano-barbelognóstica, la valentiniana, la ofita, etc.), así como del
maniqueísmo, que deriva de aquéllas en el siglo iii,2 vemos que, en
el fondo, el ideario gnóstico coincide con el rechazo que dicta el pu-
ritano contra la Naturaleza; rechazo que expresa Santayana con pa-
labras que no dejan lugar a dudas: «El puritanismo es una reacción
natural contra la naturaleza» [Santayana 1940, i, p. 17]. Desarrolle-
mos algo más este punto.
En líneas generales, todas las escuelas gnósticas del siglo ii con-
sideran que el mundo no es la creación del Dios Padre y Bueno pri-
mordial, sino de un dios secundario ignorante y presuntuoso. Tan
extraordinario suceso se produjo porque el último eón —llamado
Sofía o Sabiduría— del Pléroma, o sea, de la Creación Primera del
Dios Padre y Bueno, se rebeló contra el marido que se le destinaba,
pues aspiraba nada menos que a convertirse en la esposa del Padre
Divino. De esa loca aspiración de Sofía nació un dios secundario e
ignorante (Yaldabaot) que, arrojado fuera del Pléroma, realiza una
creación segunda e imitativa modelando la materia originada por la
pasión de Sofía. La carne, la pasión, podría bien decirse, es la sustan-
cia propia de ese dios segundo esencialmente pasional.
Yaldabaot está, sin embargo, en posesión de una centella de espí-
ritu e inteligencia superiores (la «razón imperecedera», de que ha-
blaba Oliver para referirse a su distinción respecto a la circunstancia

Santayana, 150 años: su legado para el pensamiento del siglo xxi


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mundana), pues no en vano es hijo de Sofía, aunque sea en realidad


un aborto. Esa centella pneumática llega a unos pocos hombres se-
lectos, llamados espirituales o pneumáticos, y constituye el fondo de
sus almas, las cuales para su desgracia se ven obligadas a chapotear en
la ciénaga del mundo carnal y material. Estos individuos espiritua-
les o pneumáticos son los gnósticos. En su vida han de poner todos
los medios para separarse de la ciénaga carnal y material en la que su
razón imperecedera se halla prisionera. De ahí que suelan ser indivi-
duos ascéticos, aunque también haya entre ellos gente libertina que
piensa que, dada su naturaleza espiritual superior, pueden entregar-
se al vicio sin por ello mancillar la centella divina, pues la carne na-
da puede en realidad contra el espíritu.
Aunque Nathaniel, Peter y Oliver Alden no lo saben; aunque
Santayana tampoco parece saberlo, estos personajes y los demás de
su clase y condición aparecen, cuando se les mira en profundidad,
como los nuevos gnósticos. También ellos se consideran especial-
mente elegidos, pneumáticos. También ellos ven la naturaleza como
un inextricabilis error, como un sucio amasijo de impulsos. También
ellos se consideran moralmente por encima de los demás humanos,
vulgares seres hílicos o sárquicos. También algunos de ellos, como Pe-
ter, pueden permitirse llevar una vida licenciosa, hedonista, pues eso
no afecta a la sublime dignidad de su alma constitutivamente pneu-
mática; mientras que otros, como Oliver, sienten su vida como una
terrible e inmensa losa que han de sostener sobre sus anchas espaldas
con espíritu deportivo y ascético, sin exhalar un suspiro.
Cómo llegaron estas corrientes gnósticas del cristianismo del si-
glo ii a los puritanos norteamericanos de finales del siglo xix y co-
mienzos del siglo xx que circulan en la gran novela de Santayana es
una cuestión que se debe quedar reservada a futuros investigadores.

Notas

1
Ver mi artículo «El cristianismo poético de Santayana» en la revista Ar-
chipiélago, n.º 70, mayo de 2006, págs. 41-70.
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2
Esta temática la estudié extensamente en el primer volumen de El círculo
de la sabiduría — Diagramas del conocimiento en el gnosticismo, el cristianismo
y el maniqueísmo (Madrid, Siruela, 1998).

Refererencias bibliográficas

Santayana, G. (1940), El último puritano. Una memoria en forma de nove-


la, traducción de Ricardo Baeza, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2
vols., 1951.
Santayana, G. (1987), Persons and Places: Fragments of Autobiography, pre-
parada por W. G. Holzberger y H. J. Saatkamp, Jr., The mit Press, Cam-
bridge/London. Introducción de Richard C. Lyon.

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