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Introducción.
La mayor parte de la superficie del planeta Tierra (70.8%: 362 millones de km2)
está cubierta por océanos y mares. Los sistemas marinos son altamente
dinámicos y están interconectados por una red de corrientes superficiales y
profundas (Escobar, 2008). La temperatura y salinidad del agua dan lugar a la
formación de capas estratificadas y corrientes; en muchas regiones las surgencias
rompen esta estratificación mezclando las capas y crean una heterogeneidad
vertical y lateral en el ambiente marino (Gutierres et al., 2011). Los océanos
ocupan un enorme espacio favorable para el desarrollo de la vida (Gutierres et al.,
2011). A la vez determinan los climas y el tiempo, y son el motor que transporta el
calor y el agua dulce de la atmósfera (Majluf, 2002). En suma, contribuyen
enormemente a la biodiversidad del planeta (Majluf, 2002).
Las comunidades marinas incluyen desde los organismos marinos que habitan en
la línea de pleamar a lo largo de la costa hasta aquellos que viven en las
profundidades del océano. Estos organismos se dividen en tres grupos principales:
el bentos, formado por algas como la laminaria y animales como las ofiuras, que
viven en los fondos oceánicos; el necton, animales que nadan, como los peces y
las ballenas, capaces de desplazarse con independencia de las corrientes de
agua; y el plancton, formado por diversos organismos diminutos o microscópicos
que se mueven con las corrientes (Ruiz et al., 2003).
Los arrecifes coralinos se caracterizan por tener una alta complejidad estructural,
con una gran variedad de hábitats, por lo que constituyen ecosistemas con una
gran diversidad específica como resultado de la heterogeneidad espacial y
temporal de los factores físicos y los procesos biológicos (Glynn, 1976).
Los ambientes coralinos, por ser típicos de áreas someras tropicales, por lo
general se asocian con fondos rocosos (Escobar, 2008). Los corales generan
estructuras calcáreas complejas que ofrecen a los peces una variada diversidad
de refugios donde también habitan otras especies marinas. Sirven, además, como
áreas de alimentación, reproducción y cría, creando fuertes asociaciones entre los
peces y el ambiente exterior (Majluf, 2002).
Los corales formadores de arrecifes pueden sufrir los efectos de perturbaciones de
acuerdo con su intensidad y escala temporal o espacial (Glynn, 1976). Esta
variación tiene importantes consecuencias en la biología de cada especie, así
como en el proceso de sucesión ecológica como parte de la recuperación de la
comunidad arrecifal después de un impacto (Ruiz et al., 2003).
Metodología.
METODOLOGÍA
A partir de los datos obtenidos en los 10 cuadrantes de 1m2 del arrecife evaluado,
construir la tabla de cuadrantes y realizar una tabla similar al ejemplo incluido. Con
esto se analizar el índice de riqueza específica de Jackknife. Este es un estimador
no paramétrico de la riqueza de especies en muestreo con cuadrante, el cual se
basa en la frecuencia observada de ESPECIES RARAS EN LA COMUNIDAD.
Resultados.
Discusión.
Los arrecifes coralinos, junto con las selvas tropicales húmedas, constituyen el
ecosistema taxonómicamente más diverso, biológicamente más complejo y
productivo del planeta y a la vez uno de los más frágiles (Connell 1978; Hatcher
1988; Díaz et al. 1996c). Confinados (con algunas excepciones) entre los 30o N y
los 30o S del Ecuador, los arrecifes coralinos son ciertamente los ecosistemas
más antiguos de la tierra (Hatcher et al. 1989). Crecen mejor en aguas claras y
pobres en nutrientes, no obstante, su alta productividad radica en un óptimo
aprovechamiento de los nutrientes del medio y en su estructura, la cual provee
hábitat para un vasto grupo de organismos (UNEP/IUCN 1988). Representan
también un gran atractivo escénico para el turismo, protegen a la costa de la
erosión, son fuente importante de recursos pesqueros (World Conservation
Monitoring Centre 1992; Birkeland 1997) y compuestos bioactivos empleados en la
medicina (Hay 1996).
Un arrecife es una estructura construida por organismos vivos, que modifica
substancialmente la topografía del lecho marino y cuya dimensión es tal que
influencia las propiedades físicas, y por ende ecológicas, del medio circundante;
su consistencia es lo suficientemente compacta para resistir las fuerzas del agua
y, por lo tanto, está en capacidad de conformar un hábitat duradero, estable y
característicamente estructurado para albergar organismos especialmente
adaptados (Schuhmacher 1982). Los corales pétreos, llamados también corales
duros, verdaderos o hermatípicos, son los principales animales constructores de
los arrecifes. Existen otros organismos constructores de arrecifes, especialmente
algas coralináceas rojas que pueden llegar a recubrir los esqueletos y fragmentos
de corales para formar estructuras calcáreas masivas. A estas estructuras se les
denomina “crestas algales” (Adey 1978). En otros casos, existen poblaciones de
corales que no construyen estructuras sobre ellos mismos, se encuentran en
aguas profundas, frías, o están formadas por corales ahermatípicos.
Los arrecifes de coral y comunidades coralinas se desarrollan mejor en aguas
tropicales, con temperaturas cálidas que oscilan entre 20 y 29 o C, y con
salinidades altas entre 33 y 36 partes por mil. Requieren aguas oligotróficas, es
decir, con pocos nutrientes y por tanto, son generalmente excluidos de lugares con
altas descargas de aguas negras. Las altas concentraciones de nutrientes
favorecen el desarrollo de las macroalgas, las cuales compiten con los corales y
reducen sus poblaciones, como es el caso del Banco Serranilla, cuyas
comunidades están dominadas por algas y esponjas, mientras que la cobertura de
coral es mínima (Hallock et al. 1988; Triffleman et al. 1992).
Otro aspecto importante por resaltar en cuanto a la sobrepesca es que donde aún
subsisten pesquerías, se capturan ahora especies no tradicionales y consideradas
anteriormente de baja calidad para el consumo, como peces loros (Scaridae),
cirujanos (Acanthuridae), Isabelitas (Pomacanthidae) y Cachúas (Balistidae)
(Garzón-Ferreira 1997; Zea et al. en prensa). La presión por sobrepesca se
evidencia en prácticamente todas las áreas arrecifales de Colombia. La pesquería
comercial del caracol de pala ha aumentado substancialmente en áreas del
Archipiélago de San Andrés, San Bernardo e Islas del Rosario (Mora 1994). En el
primero de ellos alcanzó su máximo en 1988 con 800 toneladas, disminuyendo
hasta cerca de las 200 toneladas en 1990, además, el tamaño de los individuos
está por 27 debajo de la talla mínima legal (Mora 1994), concluyéndose que el
recurso se encuentra sobre-explotado (E. Márquez et al. 1994; Zea et al. en
prensa). De continuar la tendencia de explotación del caracol de Pala,
probablemente se va a extinguir esta especie, pues actualmente se encuentra en
el libro de las especies en peligro (Wijnstekers 1995).
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