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Y es así como a partir de la fecha antes indicada, puede hablarse del inicio de la
Tributación Directa en nuestro país, al quedar promulgadas las siguientes cinco
leyes fundamentales:
“Los gastos correspondientes a los servicios hoy establecidos tienen necesariamente que
crecer y, a la vez, se impone la creación de otros nuevos, si no queremos perder nuestra
ventajosa posición al progreso de la cultura universal...La situación actual y la probable en
el futuro de nuestro país, nos obliga a optar por un nuevo sistema de contribución. Es
necesario que todos los habitantes y todas las fuentes de riqueza y de producción,
contribuyan en forma directa al pago de los gastos que la Administración Pública exige, de
esta Administración Pública, condición de la existencia de nuestra vida política y social, que
a su vez transforma en bienes realizables el producto del capital, de las propiedades y el
trabajo de cada uno.
Es necesario que todos comprendan que sin la organización político-social en que nos
hallamos constituidos y sin la armonía que el Gobierno garantiza, sería del todo inestable
el valor de la más productiva empresa agrícola, comercial o industrial.
En todas partes donde hay finanzas públicas bien arregladas, la base principal de las
rentas del Estado la constituyen el impuesto sobre la propiedad territorial y el impuesto
directo sobre las rentas y ganancias de cada uno, gravadas éstas con una tarifa-
proporcional y progresiva de acuerdo con la capacidad rentística del individuo”.
Las citadas leyes produjeron una reacción violenta, debido a que afectaban
grandes intereses creados, que son los que retardan el progreso de un país y
hasta se llegó al extremo de la caída del mismo gobierno, motivo por el que
precisamente dichas disposiciones de orden legal no entraron a regir de
inmediato, sino tiempo después, según se ha expuesto.
La Teoría General del Derecho enseña que existe un triple ángulo de enfoque
de la Ciencia del Derecho:
El impuesto es una contribución obligatoria que pesa sobre los ciudadanos y las
empresas, establecida por decisión unilateral del Estado, con la finalidad de
que éste puede hacer frente a sus erogaciones. Su propósito fundamental es
pues la atención de los gastos públicos, cuya realización sirve para alcanzar
metas de interés general.
En esencia, podemos señalar como origen de los impuestos, la necesidad del
hombre de existir y vivir en grupos sociales, coordinados en el seno de una
comunidad política. Aristóteles, al definir al hombre como “zoon politicon” -
animal político- dio la clave última para entender la legitimidad y el sentido de
la obligación tributaria.
Se estableció así, una solidaridad activa de los miembros de la sociedad en el
dinamismo del Estado. Es de hecho una exigencia a la aportación material de
parte de cada miembro a la “suficiencia” del grupo social.
La Suprema Corte de los Estados Unidos de América, en 1899 resaltó muy
claramente el atributo de cualquier gobierno soberano para establecer
impuestos, sin los cuales su existencia sería imposible: “El poder para establecer
impuestos es el gran poder sobre el cual toda la nación descansa. Es necesario para la existencia
y prosperidad de una nación, como lo es el aire que respira el ser humano común. No es sólo el
poder para destruir sino el poder de mantener vivo.”
Así el impuesto nace del deber natural de los miembros de la sociedad a
contribuir materialmente al sostenimiento de las cargas públicas, según sus
propios medios.
“En una sociedad donde todos los ciudadanos tácitamente dependen económicamente del
conjunto, se puede establecer un principio como éste: Una vez asegurada la salvaguarda de la
libertad y primacía que ostenta la iniciativa privada, pedimos que cada cual renuncie a las rentas
que sobrepasen su límite, de tal suerte que el sobrante se revierta a la comunidad.”
Así se enfatiza el hecho de que los impuestos están basados en el principio del
beneficio. El individuo o la empresa pagan impuestos de acuerdo con los
beneficios derivados de los gastos del gobierno. De hecho, ambos se benefician
de las actividades estatales como un todo y financiados por los impuestos
también como un todo, para la prestación de servicios indivisibles o que siendo
divisibles, se decide prestarlos en forma gratuita, a pesar de que puedan
cuantificarse exactamente en cabeza de un particular.
En este sentido, aún los textos bíblicos son bien explícitos en cuanto a la
obligación moral de pagar los tributos.
Y más adelante, se enfatiza aún más el tipo de ligamen que existe en el deber
tributario, con las siguientes directrices de San Pablo:
“Es preciso someterse no sólo por temor del castigo, sino por conciencia. Pagad a todos lo que
debáis; a quien tributo, tributo; a quien aduana, aduana; a quien temor, temor; a quien honor,
honor”.
A todos benefician las funciones del Estado, pero ese interés es menor para
quien nada posee, o para quien disfrute de pocos bienes; y es mayor, para el
que los tiene en más altas proporciones.
El pobre, para señalar un ejemplo, no está expuesto como el rico a los
atentados criminales que suscita la riqueza, por tanto, el costo de las funciones
preventivas del Estado debe pesar sobre la riqueza, ya que el pobre, en su
misma pobreza, tiene la menor protección en ese aspecto.
-Vicio por razón del fin, cuando el tributo se establece no para la utilidad
común, sino para la utilidad privada de algún ciudadano particular.
Aunque parece evidente que los esfuerzos del Gobierno para fomentar el
desarrollo económico, mediante el empleo de sus poderes fiscales, ellos son de
gran importancia en las concepciones de los líderes políticos de casi todos los
países y es indiscutible que muchos altos funcionarios no saben cómo utilizar los
mecanismos fiscales de que disponen.
Analizaremos los principios que se utilizan para resolver estos problemas de toda
estructura tributaria:
Son aquellos que tienden a lograr que los tributos sean suficientes en cualquier
circunstancia y aún en una emergencia, para el cumplimiento de los fines del
Estado.
La magnitud de los impuestos recaudados nunca debe ser tal que los resultados
de la economía se vean afectados. Es importante evitar que estos pagos
perjudiquen la eficiencia, desarrollo y estabilidad de la economía.
Por otra parte, debe tenerse en cuenta que una mayor preocupación por el
efecto que causen los impuestos en el desarrollo económico, ha hecho que
muchos países realicen un cuidadoso análisis de los tipos de actividad más
convenientes para dicho desarrollo, adoptando luego la estructura tributaria
que favorezca las actividades deseables. La utilización de una efectiva política
tributaria, con el propósito de estimular o canalizar las inversiones, está
supeditada a factores importantes, tales como:
En relación con este punto, en nuestro país tenemos el ejemplo de los incentivos
fiscales que se otorgaron a las empresas industriales, mediante la Ley de
Protección y Desarrollo Industrial, del 3 de setiembre de 1959, exonerándolas del
pago del impuesto sobre la renta, por un lapso de 10 años como máximo,
término que se fue extendiendo indiscriminadamente por varios años más, con
intenciones de que llegara a tener una vigencia permanente o una condición
de privilegio con carácter prorrogable de manera indefinida.
Muchos piensan que los impuestos elevados sobre los artículos de lujo son una
forma de reducir el consumo de bienes no esenciales, obligando así al ahorro
de los fondos o por otra parte, a la utilización de recursos excedentes en la
compra de artículos que sí son importantes en la inversión de empresas
productivas. Pero existen pocas pruebas de que dichas medidas producen los
ahorros e inversiones esperados, si bien pueden ayudar a conservar divisas en
aquellos países que, respecto a determinadas mercancías, dependen de las
importaciones.
Los efectos que producen los impuestos están muy relacionados con la
estructura social del Estado y ésta a su vez, incide profundamente en la
estabilidad política y el bienestar de la nación.
Desde luego que otras medidas no fiscales también contribuyen a esa mejor
distribución de la renta.
La carga impositiva se debe repartir equitativamente entre todos los habitantes
del país, en proporción a su condición económica, ya que no deben haber
excepciones injustificadas, ni que el Fisco aplique un mismo gravamen a sujetos
de distinta potencialidad tributaria. Para alcanzar la equidad citada, el sistema
tributario debe regirse por dos principios básicos: la generalidad y la
uniformidad. El primero se refiere a quién debe pagar el impuesto y el segundo,
indica la medida en que cada uno debe ser gravado.
Para ello se requiere una mayor idoneidad de las expresiones de la ley fiscal,
que desprovistas del agudo tecnicismo, lleguen a la conciencia del pueblo,
trasmitan ese estado de certeza, de tal suerte que exterioricen con precisión y
sin complejidades, el modo de conducta tributario fijado a un determinado
contribuyente.
Además, esta claridad del texto normativo debe estar acompañada por una
publicidad que brinde la difusión amplia de la ley, de manera que los
contribuyentes conozcan cómo deben cumplir con el tributo. En este sentido, se
recomienda que las normas generales de tipo técnico, vayan acompañadas
de explicaciones aclaratorias dadas por el cuerpo que dicta la ley y por
ejemplos que ilustren sobre la práctica y concreta aplicación. Así mismo, el texto
debe estar desprovisto de lagunas.
Revj/C:Rafatexto.doc