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En un bosque donde vivían muchísimos animales, todos bellos en gran manera, pues Dios los

había creado y bendecido con muchísima belleza, había una oruga llamada Leticia, ella se sentía
pequeñita, distinta e insignificante, ante todos los demás majestuosos animales que habitaban en
el lugar. Leticia, temía y se avergonzaba de salir de su capullo por sentirse inferior. Todos estos
sentimientos la torturaban y hacían que su existencia se viera ensombrecida por una nube negra
de pesar, en la cual no se vislumbraba para ella señales de esperanza hacia un futuro alegre y
lleno de optimismo.
Mientras tanto en otro lugar del mismo bosque, un grupo de niños participaban de una excursión
escolar, todos brincaban y corrían de un lado a otro disfrutando del ambiente tan maravilloso que
tenían a su alrededor, mostrando interés particular por conocer y aprender todo lo relacionado con
la naturaleza y las maravillas que les ofrecía.
Toda esta aventura, transcurría con tranquilidad, hasta que en un momento inesperado toda esta
paz y diversión se vio ensombrecida cuando uno de los niños llamado Esteban descuidó algunas
de las normas que les habían dado los adultos quienes les acompañaban, y en un momento
infortunado se acercó demasiado a una pendiente, lo cual ocasionó que perdiera el equilibrio y
cayera de manera estrepitosa, causando esto graves consecuencias.
Sus amigos y profesores corrieron a socorrerlo, trasladándolo de emergencia al hospital más
cercano. Los doctores hicieron todo lo humanamente posible, pero lamentablemente Esteban no
podría volver a caminar, quedaría postrado en una silla de ruedas sin poder caminar y mucho
menos jugar como los demás niños. Su madre quedó resentida y desesperanzada de la vida, hasta
culpó a Dios, a los maestros, a la naturaleza de la desgracia y no entendía porque esto le pasó eso
a su hijo.
Paradójicamente, en el bosque Leticia también se encontraba en una situación de desesperanza,
lloraba y se despreciaba, pensando que su vida no tenía ningún sentido ni para ella ni para los
demás. Cuando de repente se le apareció un ángel en forma de paloma.
-Le preguntó; ¿porque lloras Leticia?
-A lo que ella le contesto: ¿cómo siquiera me diriges la palabra y tu atención si yo soy nada en
comparación contigo, tu que puedes surcar los cielos con ese plumaje tan inmaculado, y que tu
sola presencia es sinónimo de paz. A caso no te das cuenta que yo soy un ser sin ninguna gracia,
no tengo ningún rasgo de belleza, mi sola presencia pasa totalmente inadvertida ante lo magnifico
de todo este ambiente y de todo los que aquí habitan¿
-El ángel percibió su nostalgia y el poco valor que Leticia se daba así misma. Así que su
mensaje para Leticia fue para hacerla reflexionar. Por lo que le contestó:
-Leticia cada criatura es única, irreemplazable y con un valor incalculable para nuestro creador
y cada uno tenemos una misión. La mía aquí ya terminó, ahora es tu turno.
Leticia quedo confundida con la última frase que le dijo el ángel. Su forma tan negativa de ver su
existencia, no le permitía percatarse que cerca de ella había muchas otras orugas que habían
estado escuchando la conversación de Leticia con la paloma. Ellas aunque no se sentían al igual
que Leticia, les llamo su atención tal conversación, pues para ellas su presencia física era tan
igual a la de ella. Por lo que pensaron, que como lo había dicho aquel ángel en forma de paloma,
todos tenemos una misión, y decidieron que juntas deberían buscar cual era la suya.
Más tarde, en el interior de todos esos capullos, ocurría una transformación tan maravillosa y
sorprendente, en la cual todas esas orugas al igual que Leticia pasaban a convertirse en unas
bellas, coloridas y esplendorosas mariposas, que inundaban de bellos colores aquel paisaje
natural.
Todas aquellas mariposas decidieron emprender un vuelo hacia donde las llevara el viento.
Volaron y volaron disfrutando de los árboles, del viento y del cielo azul el cual surcaban con
especial emoción. Luego de mucho revoletear, se posaron en un gran arbusto junto a un ventanal
de un hospital. Junto a este ventanal, se encontraban Esteban y su madre, el niño le pidió a su
mamá que lo llevara afuera para admirar de cerca la hermosura de aquel gran grupo de mariposas.
Su madre con desagrado accedió a realizar lo que el niño le pedía.
Cuando Esteban estuvo lo suficientemente cerca de las mariposas, ellas percibieron la tristeza de
él al igual que de su madre, y fue tan mágica la conexión entre estos seres nobles, que en ese
preciso instante, Leticia rememoró y comprendió la frase que le había dicho el ángel,
comprendiendo que esta era su misión. Debía compartir la esperanza que propicio un hermoso
cambio en su vida.
Leticia dirigió una señal al resto de las mariposas y todas rodearon a Esteban, realizando algo
mágico, como si fuera una nube de mariposas, rodearon al niño hasta levantarlo de su silla de
ruedas; y aconteció el milagro que nadie esperaba, ¡Esteban se levantó y caminó! A pesar de los
diagnósticos de los médicos.
Su madre fue conmovida por aquello que veían sus ojos. Lloró de alegría por lo que estaba
sucediendo en la vida de su hijo. Allí comprendió que Dios no es injusto y ve las preocupaciones
que acongojan a sus criaturas. Volvió a ver la hermosura de las pequeñas y sencillas cosas de la
vida, Le pidió perdón a Dios y se regocijó en el milagro y su gran amor, volviendo a recuperar su
Fe y deseos de vivir.
Desde este día Esteban y su madre visitaban parques y bosques, en ocasiones Leticia los miraba
mientras volaba, ya que siempre iban con el propósito de preservar y enseñar a otros la
importancia de las maravillas de la creación y en agradecimiento a Dios por el milagro obrado,
mostrando a otros, que cada ser creado tiene una misión en esta vida, y que por más que
pensemos que somos insignificantes, sin atributos, valor o significado, siempre habrá algo o
alguien que estará necesitando de nuestro apoyo y que cada proceso de transformación en
nuestras vida con seguridad nos llevará a ser alguien mejor.

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