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ee Tlatelolco, Campo de Batalla
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+ José Reveles
ranscurrido medio siglo desde la matanza es-
tudiantil del? de octubre de 1968, en Tlatelolco,
a nadie se le ocurre siquiera aproximarse, y
B menos afiiarse o creeren la mentira histérica
que aparecié al dia siguiente en los diatios: que el ejér-
cito tuvo que reprimir y repeler una agresién armada
iniciada por los manifestantes; que la primera victima
de la violencia habria sido el general José Hernandez
‘Toledo (se supone que recibié un tiro, pero porla espal-
da, aparentemente fuego amigo), y que huibo, si acaso,
entre 30 40 muertos, incluidos dos militares. Todo falso.
Hoy es perfectamente sabido y confirmado que el go-
bierno tendié una trampa mortal estudiantes, maestros,
familiares, e inclusive a nifios, mientras fingia dialogar
a esa misma hora, en una residencia particular, con
algunos lideres del movimiento pacifico que se habia
‘expresado durante mas de dos meses como una fiesta
de la democracia y de la libertad en las calles y en las
escuela, en las fabricas y en el transporte piblico. Y
Jo més valioso: con el apoyo y la simpatia ciudadana,
Ensu libro La Estela de Tlatelolco, Rail Alvarez. Garin
apunta claros rasgos de lo que considera una planeacién
criminal (me permito acotaciones propias entre paréntesis)
as luces de bengala lanzadas desde helicopteros
sobrevolando la Plaza de las Tres Culturas, “como se-
fial previamente convenida” para iniciar una balacera
nutrida contra las miles de personas allf reunidas. (Igual
que lo hacian las tropas de Estados Unidos en Vietnam.
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Enel instante mismo de la aparicin de la bengalaen el