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El espejo egipcio, de Pilar González

Egipto es un destino que siempre ha llamado


muchísimo mi atención. Cuando era pequeña, más o menos cuando
tenía unos ocho años, mi padre visitó ese país por motivos de negocios.
No recuerdo si yo había escuchado hablar antes sobre Egipto o no, pero
el caso es que cuando él volvió y me enseñó todas las fotos y me contó
todo lo que había visto, yo me quedé prendada. Como buena lectora que
soy, me encantan las historias que me hagan evadirme a lugares
increíbles, pero esto ya me viene sucediendo desde muchísimo tiempo
atrás. Por lo que ese día, cuando mi padre me contaba que se había
adentrado en una pirámide gigantesca, que había visto una momia o que
había atravesado el río Nilo, mi mente no paraba de trabajar intentando
procesar toda la información. Llegó un momento en el que pensé que mi
padre se estaba quedando conmigo y que me estaba contando una
historia que bien podría haber salido de una sala de cine. Recuerdo que
no le creí demasiado y en un rincón de mi mente pensé que él había
exagerado todo para que yo alucinara todavía más.

Con los años me di cuenta de que eso no fue así en absoluto. Que
Egipto es tal y como él me contó: un lugar mágico, lleno de cosas
asombrosas, cargado de una cultura magnífica y con la capacidad de
inspirar cientos de historias como la que traigo hoy aquí.

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