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JÚCAR UNIVERSIDAD
RETORICAS
DE LA ANTROPOLOGÍA
Serie Antropología
JÚCAR UNIVERSIDAD
Título original: Writing Culture: The Poetics and Politics of Ethnography
Traducción: José Luis Moreno-Ruíz
Cubierta: Montse Vega - Juan Pablo Suárez
Primera edición: Enero 1991
Prólogo 9
Prefacio 21
JAMES CLIFFORD
Introducción: Verdades parciales 25
MARY LOUISSE PRATT
Trabajo de campo en lugares comunes 61
VlNCENT CRAPANZANO
El dilema de Hermes: La máscara de la subversión en
las descripciones etnográficas 91
RENATO ROSALDO
Desde la puerta de la tienda de campaña: El investigador
de campo y el inquisidor 123
JAMES CLIFFORD
Sobre la alegoría etnográfica 151
STEPHEN A. TYLER
Etnografía postmoderna: Desde el documento de lo ocul-
to al oculto documento 183
TALAL ASAD
El concepto de la traducción cultural en la antropología
social británica 205
GEORGE E. MARCUS
Problemas de la etnografía contemporánea en el mundo
moderno 235
MlCHAEL M . J . FlSCHER
El etnicismo y las artes postmodernas de la memoria 269
PAUL RABINOW
Las representaciones son hechos sociales: Modernidad y
postmodernidad en la antropología 321
GEORGE E. MARCUS
Epílogo: La escritura etnográfica y la carrera antropo-
lógica 357
Autores 365
Bibliografía 369
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
JAMES CLIFFORD
University of California, Santa Cruz.
GEORGE E. MARCUS
Rice University
JAMES CLIFFORD
9. Muchos de los temas que he venido subrayando son apoyados por los
trabajos feministas más recientes. Algunas teóricas han problematizado la idea
de totalización y las perspectivas arquimedianas (Jehlen, 1981). Muchas otras
han repensado seriamente la construcción social de las relaciones y diferencias
(Chodorow, 1978; Rich, 1976; Keller, 1985). Buena parte de la práctica feminista
caestiona la separación estricta entre subjetividad y objetividad, subrayando los
•odos procesales de conocimiento, y conectando estrechamente procesos persona-
les, políticos y representacionales. Otras corrientes profundizan la critica de los
•odos visuales de observación y representación, ligándolos con la dominación
y d deseo masculinos (Mulvey, ,1975, Kuhn, 1982). Las formas narrativas de
•presentación son analizadas en relación con las posiciones de género que ponen
por obra (de Laurentiis, 1984). Parte de la escritura feminista se ha dedicado
a politizar y subvertir toda esencia e identidad natural, incluyendo las de «femini-
dad» y «mujer» (Wittig, 1975; Irigaray, 1977; Russ, 1975; Haraway, 1985). Cate-
gorías «antropológicas» como las de naturaleza y cultura, público y privado,
«so y género han sido puestas en cuestión (Ortner, 1974; MacCormack & Strat-
I n , 1980; Rosaldo & Lamphere, 1974; Rosaldo, 1980; Rubin, 1975).
52 J. Clifford y G. E. Marcus
* Traducido al castellano con el titulo de Shabono, Planeta, 1985. (N. del T.)
Retóricas de la Antropología 63
• Traducido al castellano como Yanoama, Barcelona, Ferma, 1967. (N. del T.)
64 J. Clifford y G. E. Marcus
Las similitudes entre las escenas descritas por los dos autores
son evidentes. Pero también lo son sus diferencias. En la versión
de Boungainville aparece un elemento, común por lo demás, que
no se da en la de Firth: Ese afán de los nativos por desnudar
a quienes llegan a su tierra a fin de comprobar si son o no huma-
nos; también para reducir, de manera simbólica, las diferencias
entre ellos y los extraños... Firth permanece con su ropa puesta,
no obstante, como todo un rey. Bougainville, muy cuidadosamen-
te, con suma escrupulosidad, menciona esa relación táctil que se
da de inmediato entre los europeos y los nativos, y así lima el
espanto que pudiera producirle en un principio aquel encuentro.
En Firth ello se hace presente, pero de mañera inmaterial. Habla
de «la sonrisa como metalenguaje»; habla de la sonrisa, en fin,
como algo tangible, aprehendible. Pero no expresa qué relación
material, qué relación de aproximación física, establece con los
nativos. Firth, al tiempo, desmitifica el igualitarismo que resulta
de cierta visión convencional, haciendo uso del distanciamiento
irónico cuando afirma que no sabe cómo hacer la «conveniente
descripción de aquellas gentes sometiéndose a los cánones de los
estudios científicos». Con ello, mediante su irónica retórica, rio
hace sino retratarse cómo un conquistador al frente de sus tropas.
Sólo que, en vez de tropa, lleva consigo su lenguaje... científico.
Lo tangible, pues, es siempre la relación de poder que el investiga-
dor establece con el investigado... Firth (1937, pág. 1), en su pre-
sentación, llega a hablar, como más tarde lo haría Malinowski,
y a propósito de los tikopia, de sus «pequeñas islas».
Malinowski, en su Argonauts, introduce ciertos elementos de
autodistanciamiento que hace extensivos a los anales dé la literatu-
ra de viajes1. Cuando habla de las tribulaciones de un etnógrafo,
1. Este libro, que causó gran escándalo, fue defendido por su editor y
transcriptor, Ettore Biocca, quien en todo instante certifica la autenticidad de
lo que Valero le contase. El nombre de la muchacha, sin embargo, no aparece
en la portada de la obra. Es de esperar, no obstante, que los derechos de
wenta de la obra no hayan ido a parar a los bolsillos de Biocca...
76 J. Clifford y G. E. Marcus
ante él, sino que tiene muchas caras, una doble identidad, incluso,
y escribe desde postulados en constante progresión analítica. Ello
dota a sus trabajos de versatilidad y ayuda a la transmisión más
completa de su cultura2. En eso es en lo que basaban Firth y
Maliaowski sus esperanzas en la empresa del etnógrafo. No deja
de ser una ironía el hecho de que el sujeto que habla en el trabajo
de los fundadores de la «etnografía científica», como la definiría
Malinowski, sea algo más que una reducción del sujeto pasivo
en el discurso científico.
La rica perspectiva, aunque poco sistematizada, del desarrollo
textual, es algo que Malinowski y Firth contrastan aceradamente
con la frustrada y deficiente figura con que se presenta a ciertos
etnógrafos tales como Evans-Pritchard y Maybury-Lewis. Si Firth
se nos muestra como un viajero comprensivo del xvni, como un
rey de los científicos, Evans-Pritchard se nos presenta como un triste
explorador Victoriano, como un aventurero, muy a su pesar, que
se expone a toda clase de peligros en nombre de la alta misión
a él encomendada por su patria. Al comienzo de The Nuer (1940),
hace Evans-Pritchard una famosa descripción, acerca del trabajo
de campo, en la que menudean los peligros que acechan a los
viajeros que se adentran en África. Así reza lo que él presenta
como suplicio:
EL DILEMA DE HERMES:
LA MÁSCARA DE LA SUBVERSIÓN EN LAS
DESCRIPCIONES ETNOGRÁFICAS
dones. Su prosa es tan poco fiable como sus pinturas, acaso ideali-
zadas. Su intención puede que fuese la del realismo... Mas acabó
en el romanticismo más convencional. Merced al uso de las metá-
foras, a menudo extravagantes, al uso de las hipérboles, de la
potopoesis, del suspense y del subjetivismo, además de toda suerte
de promiscuidades lingüísticas y gramaticales, para mentar sólo
algunas de sus estrategias literarias, Catlin intenta dar credibilidad
a sus escritos, una veracidad irrefutable. Pero es precisamente en
esa pretensión, en esa estrategia, en donde queda atrapado. Es
ello lo que subvierte su afán... Porque el realismo amerita de
una fuerte sobriedad estilística. Y en Catlin la sobriedad sucumbe
ante su fulgor hipotipósico, restando rigor a sus informes.
En su Manners, Customs and Conditions, comienza así la des-
cripción de la ceremonia del O-Kee-Pa:
4. Las traducciones son mías... Pero son mucho mejores (Goethe 1982)
las de Auden y las de Mayer (1976, 1.a ed., pág. 228).
Retóricas de la Antropología 103
«Nadie osa moverse mucho más allá del lugar que ocupa,
sea de pie o sea de asiento. Parpadea en la noche la luz
de cientos de hachones que los participantes agitan por enci-
ma de sus cabezas, una vez y otra, mientras el ruido de
la masa, el griterío, el humo, el movimiento de los miembros
de las gentes que allí están, contribuyen a la creación de
un ritmo unívoco en el que cualquier accidente es posible,
por cuanto entre esa masa circulan los carruajes salvajemen-
te tirados por caballos entre gritos y toda suerte de insultos»
(1976, 1.a ed.; pág. 675).
7. Auch wer nur die Dinge will und sonst nichts, erfasst sie in einer bes-
tímmten Hinsicht, von einem bestimmten Gesichtspunkt aus. Dessen wird Goethe
106 J. Clifford y G. E. Marcus
así como con la inarmonía sonora (der Lárm betáubend); con las
masas sensuales e indiferenciadas, amalgamadas en el movimiento,
que sin embargo acaban experimentando por igual, en su indivi-
dualidad, un genérico sentimiento de insatisfacción última, a los
ojos del extraño, del extranjero... En su Viaje a Italia Goethe
habla del extranjero; se define a sí mismo como un extraño, como
un extranjero, que por serlo se halla en una posición idónea para
contemplar y para analizar el carnaval romano 8 . La tarea de
Goethe, pues, no será otra que la de transmitir una sensación
de profundo desorden merced a sus descripciones; una descripción,
como él mismo dice, en la que se contengan el gozo y el tumulto
(Freude und Taumel) para llevarlo a la imaginación del lector.
Goethe, sin embargo, no toma ningún puesto de observación
que le depare una ventaja digamos espacial, desde la que auparse
para mejor contemplarlo todo, para más despegadamente elaborar
sus observaciones. No sube a la torre de ninguna catedral, como
hiciera en sus días de estudiante en Estrasburgo (Lewes 1949, pág.
67). Camina indiferentemente por el Corso de arriba a abajo. Se
mueve indiferentemente en el tiempo y en el espacio. Y salvo en
la alusión concreta a los hachones luminosos de la noche anterior
al miércoles de ceniza, no especifica en momento alguno la fecha
ni el tiempo en que se suceden los eventos que describe... Escribe
siempre en presente —un tiempo, por cierto, que permite las va-
guedades, las generalizaciones; que da sensación de ausencia de
tiempo, en suma—. Como Catlin, Goethe combina —y generaliza
con ello— personajes y situaciones; y sólo muy raramente, para
dotar de autenticidad y de vida a sus descripciones, dice, habla
acerca de cuál fue su relación personal con lo descrito:
Hay, sin embargo, una diferencia entre «no ser persona», entre
ser «un espectro», un «hombre invisible» —lo cual no tiene equi-
valencias posibles en ningún caso— y ser tratado con «estudiada
indiferencia». Los Geertz podían ser tratados como si de hecho
no estuvieran allí, pero de veras estaban. ¿Cómo podrían, pues,
informar acerca de su «no existencia»?
Quiero llamar la atención, en este punto, de lo que, más que
una añagaza, podría ser puro estilo de narrador de cuentos; de
lo que en este extremo no sería otra cosa que un defecto que
preside todo el ensayo de Geertz. En un primer nivel, puramente
descriptivo, demuestra su propia subjetividad —su experiencia de
los primeros tiempos entre los balineses—, subjetividad que entra
en conflicto con la que es propia a los habitantes del poblado.
(La experiencia de su esposa, por otra parte, presenta un problema
distinto, más bien conceptual: ella queda «despedida», al margen
de este cuento de hombres y de gallos... Ya de entrada, su marido
habla del «hombre invisible».) Y en lo que a un nivel de interpreta-
ción se refiere, percibimos idéntica confusión (ver Crapanzano 1981,
1.a ed.; Lieberson, 1984). Deberíamos preguntarnos el porqué de
esa interpretación confusa, aparentemente voluntaria en la infor-
mación, que acerca de su trabajo nos ofrece Geertz.
A través de las bromas, de los títulos, de los subtítulos y de
las simples declaraciones, el «antropólogo» y sus «balineses», po-
demos verlo, se hallan separados con abismal distancia. En la pri-
mera parte de Deep Play Geertz y su esposa se nos presentan
como personas de lo más convencional. Los balineses, empero,
no lo hacen. Aparecen sometidos a la generalización expositiva.
Si observamos la frase que empieza «los balineses siempre ha-
cen...», bien podemos pensar en que, más que un informe acerca
de un viaje, de una experiencia de campo, se pretende, nada me-
nos, el estudio de todo un carácter nacional. «Sólo como pueden
hacerlo los balineses», es otra frase digna de mención; y la que
expresa: «la profunda identificación psicológica de los balineses
con sus gallos»; o «los balineses nunca hacen cosa alguna de ma-
nera simple, pues siempre buscan las formas más complicadas».
Y también: «los balineses siempre se desvían del punto central
de un conflicto». Así, pues, los balineses nos son presentados,
más que a través de una descripción, de una interpretación, a
Retóricas de la Antropología 115
13. Consúltese mi discusión (Crapanzano 1981, 3.a ed.) acerca del texto
y de sus metáforas. Decía yo qué, a pesar de cuanto afirmen ciertos críticos
literarios, la abstracción en el texto, su fuerza retórica, lastra sus virtualidades.
120 J. Clifford y G. E. Marcus
dos, tal y como sigue: «La declaración del acusado ante el Tribu-
nal presidido por el Obispo, comenzaba con un solemne juramento
hecho sobre los Evangelios. Y continuaba en una suerte de diálogo
a todas luces desigual». Admite lo del «diálogo desigual» y mues-
tra su repulsa; mas, como diciendo «lo siento», pasa de inmediato
a otras historias... El autor, simplemente, se ha limitado a abrir
las entendederas al poder y al conocimiento, cercenando, más fuer-
temente que antes, los escrúpulos que pudiera mostrar hacia los
métodos de Fournier y sus pesquisas como sigue: