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El coste de la guerra

Por Mari Murdock

Semanas después, en territorio disputado…

Matsu Tsuko se agachó en el bosquecillo, preparada para lanzar una emboscada con cerca de una docena
de unidades de samuráis del Clan del León. El denso follaje ahogaba los gritos y golpes de aceros del
combate cercano, pero nada podía limpiar del aire el crudo olor a hierro de la sangre. El olor le estaba
enfureciendo, hacía que sus piernas deseasen entrar en acción, atacar. Dirigió su mirada hacia Akodo
Toturi, su comandante, pero mientras observaba desde lejos el combate la tersura de su rostro no dejaba
entrever ninguna pista sobre su estrategia.

¿A qué está esperando el idiota?

El contingente de Tsuko había llegado casi una hora antes, dispuesto a proporcionar refuerzos para
las menguantes fuerzas de Akodo Arasou, Campeón del Clan del León, en su disputa territorial con el
Clan de la Grulla. En un acto de insolencia, el Clan de la Grulla había reforzado las fuerzas que ocu-
paban Toshi Ranbo, la ciudad León más septentrional, para apartar a un ejército León de las tierras de
cultivo en disputa de las Llanuras Osari, al sur. Arasou llevaba varias semanas de campaña a los pies de
la ciudad, construyendo máquinas de asedio, y sólo necesitaba refuerzos con los que lanzar su ataque
final para retomar la ciudad y asegurarse de que el Clan de la Grulla no pudiese utilizarla como base de
operaciones contra ellos. Toturi, el hermano mayor de Arasou, había sido llamado del monasterio para
responder a la solicitud de asistencia, pero…

¿Por qué duda?

Un pequeño contingente Grulla pasó rápidamente cerca de su escondite. Portaban antorchas, y mar-
chaban con la intención de escurrirse tras las fuerzas de Arasou para prender fuego a sus arietes. Tsuko
aferró su katana y esperó a que el abanico de señales dorado de Toturi diese la señal de cargar. Pero el
hombre se mantuvo quieto.

–¿A qué estamos esperando? –siseó Tsuko, mientras le hervía la sangre y apretaba con fuerza los
dedos alrededor de su katana hasta que su puño comenzó a temblar–. ¡Los Grulla están ahí!

Toturi no respondió, sino que se limitó a levantar su abanico hasta ponerlo paralelo al suelo, la señal
de espera. Tsuko se dio la vuelta, indignada, y centró su atención en sus compañeros de armas, cuya
anticipación era tan palpable como la suya. En primera línea, Matsu Gohei sonreía, tan alarmantemente
jovial como siempre ante el peligro. Directamente tras Tsuko, las botas de Kitsu Motso crujieron al
hacer un movimiento nervioso, probablemente tratando de dilucidar en qué estaba pensando Toturi.

Como si pensar fuese a servir de algo. Miró de nuevo a Toturi, enfurecida. Pusilánime. Arasou no
aguardaría a efectuar cálculos arteros. ¡La victoria está al alcance de la mano!

Tsuko se esforzó para tratar de ver a Arasou en la escaramuza lejana. El brillo dorado se su casco
atrajo su atención cuando el hombre acabó de un solo golpe con un ashigaru Grulla. La cabeza del
Grulla se separó de sus hombros, y Arasou se lanzó a través del espacio dejado por él hasta llegar a otro

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guerrero Grulla, al que propinó un feroz golpe en el rostro al tiempo que lanzaba un feroz grito de bata-
lla. El lugar de Tsuko era a su lado, combatiendo hacia la victoria, no escondida en unos arbustos como
una mula vergonzosa con un amo cobarde.

A pesar de la ferocidad de Arasou, los Grulla con antorchas habían resultado ser distracción sufi-
ciente como para apartar a los León de las murallas de la ciudad. Un torrente de guerreros Grulla
armados con lanzas aprovecharon aquel momento para salir por las puertas de la ciudad y estrellarse
contra la retaguardia de las fuerzas de Arasou, como una ola azul golpeando contra arena dorada. El aire
se llenó de gritos cuando la línea de lanceros chocó con las tropas León, separándolos de los arietes.
Arasou dio la señal para llevar a cabo una retirada para reagruparse y los samuráis León retrocedieron,
pasando de largo los árboles en los que se escondían los refuerzos de Toturi, mientras eran perseguidos
por los furiosos lanceros Grulla.

–¡Toturi! –imprecó Tsuko mientras los ejércitos León y Grulla pasaban de largo, pero Toturi perma-
neció tranquilo, limitándose simplemente a observar. La mujer alzó un brazo como para golpearle, pero
Motso le agarró por el codo.

–¡Paciencia, Tsuko-sama! –murmuró Motso, esforzándose por mantener aferrado su brazo mientras
ella trataba de soltarse– ¡Nuestro comandante está esperando a que el avance Grulla supere el punto de
no retorno!

De repente, Toturi dio la señal de carga con un movimiento de su abanico. Gritos de batalla salieron
del bosque cuando los refuerzos León saltaron del bosquecillo y se unieron finalmente a la refriega.
Arasou se percató de la aparición de los refuerzos León y ordenó redoblar el ataque, atrapando al con-
tingente Grulla en una estrecha maniobra de pinza. Tsuko se abrió paso por el campo de batalla hasta
llegar al lugar en el que Arasou combatía contra tres ashigaru Grulla, con los que acabó rápidamente a
pesar de la fatiga del combate.

–Llegas tarde –gritó a Tsuko, sonriente, con el apuesto rostro manchado de sangre Grulla y polvo.
Con un diestro juego de piernas, se giró para contrarrestar el rápido ataque de un samurái Grulla contra
su garganta, acabando con él con un veloz corte.

–Tu hermano titubeaba –le gritó Tsuko por encima del golpe de los aceros, al tiempo que atravesaba
hábilmente a un samurái Grulla que se acercó demasiado. El cadáver cayó con un fuerte golpe, y Tsuko
saltó sobre él en dirección a otra Grulla que combatía contra Motso, y que con su gallarda kata amena-
zaba con cercenarle la cabeza. Tsuko se estrelló contra ella, perturbando la pretenciosa fluidez del estilo
de combate de la Grulla al tiempo que lanzaba un golpe letal.

–¡Toturi-kun piensa demasiado! –rio Arasou, saltando hacia delante para enfrentarse con otros dos
ashigaru Grulla que trataban frenéticamente de recuperar la iniciativa– ¡Siempre se lo digo!

–¡Por eso eres Campeón del Clan en lugar de él! –respondió, girándose para enfrentarse con un enér-
gico samurái Grulla con armadura lacada en azul. Tsuko cargó, desafiando la grácil agilidad del Grulla
con una violenta embestida. A pesar de su fuerza superior, las diestras paradas y esquivas del Grulla
desviaron los ataques, y su armadura embotó el poder de sus ataques. Una serie de rápidos ataques
hicieron cortes en el brazo, el hombro, el costado y el rostro de Tsuko, pero ella sonrió a pesar del dolor.

¡Somos los dientes del León!

Tsuko se lanzó hacia adelante para contrarrestar la posición defensiva de su oponente, abrumándolo
con su brutal ferocidad. Con un fuerte grito, Tsuko lanzó un ataque contra un punto débil en su gar-
ganta, y su oponente cayó al suelo.

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Sonaron tambores desde las murallas de Toshi Ranbo, y los Grulla respondieron efectuando una reti-
rada. Tsuko se giró para encontrarse nuevamente con Arasou, preparada para responder a la orden de
perseguirles, pero Toturi había llegado primero hasta su hermano. Tsuko corrió para escuchar el final
de su conversación.

–…asedio sería mejor, –insistió Toturi, y de nuevo la calma de su rostro contrastaba con la violencia
de la escena– si capturamos la ciudad por la fuerza…

–¿Admites entonces que si continuamos la tomaremos? –dijo Arasou, con su hermoso ceño frun-
cido– ¡Ahora la situación nos favorece! Gracias a ese ataque en pinza, hemos reducido seriamente sus
fuerzas. ¡Todo lo que nos resta por hacer es presionar! ¡Las puertas están abiertas! ¡Hoy recuperaremos
lo que nos pertenece por derecho!

La boca de Toturi se frunció en una mueca de seriedad, y se alzó cuan alto era como tratando de
representar mejor el papel de hermano mayor. –Tomar la ciudad por la fuerza provocaría una guerra
total con el Clan de la Grulla, y volvería al Emperador en nuestra contra. Mediante un asedio, podemos
esperar a que los Grulla se rindan para mantener su dignidad y evitar una masacre.

Tsuko dio un salto al frente. –¿Esperar que


se rindan? ¿Qué clase de León eres? –rugió–
Confía en tus instintos, Arasou-sama. Recuerda,
“el primero en atacar saldrá victorioso”. Ese es el
camino hacia nuestra victoria. No hay gloria en
un asedio, y la esperanza no conquista ciudades.

Arasou miró a Tsuko a los ojos, con la mirada


llena de orgullo. Sonrió, y el corazón de Tsuko
comenzó a arder.

–La Dama Tsuko se muestra de acuerdo con-


migo, Toturi-san. Siguiendo su consejo, lide-
raré nuestra carga final hacia la ciudad. ¡Toshi
Ranbo será nuestra!

Con un poderoso brazo, hizo una señal a sus


estandartes. Las fuerzas León, unidas a las órde-
nes de su Campeón, se reagruparon en filas disciplinadas, preparados para la carga. Tsuko y Toturi se
unieron a las tropas, uno a cada lado de Arasou.

–¡Hacia la victoria! –gritó, lanzando una última mirada primero a Toturi, luego a Tsuko, antes de
cargar contra los Grulla en retirada.

Tsuko corrió hacia Toshi Ranbo, con el corazón henchido mientras sus hermanos y hermanas León
se lanzaban a aniquilar al enemigo. Arasou y sus espadachines de élite corrieron con ferocidad hacia
los Grulla, y llegaron en cuestión de instantes hasta los más rezagados. Con un poderoso salto, se lanzó
contra la espalda de un voluminoso lancero Grulla, derribándolo al suelo. Saltó hacia adelante para gol-
pear contra las piernas de otro de los Grulla en retirada antes de continuar y lanzarse sobre otro.

Tsuko giró hacia la izquierda para abrirse camino por su cuenta hasta las puertas de Toshi Ranbo.
Apuñaló a un Grulla, que derribó a su vez a otro al caer, tras lo que Tsuko acabó con ellos rápidamente.
Su katana se quedó atascada profundamente entre los pliegues lacados de la armadura pectoral, por lo
que lanzó una patada para liberarla, y comenzó a correr de nuevo para recuperar el tiempo perdido.

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¡Sólo trescientos pasos más hacia las puertas! ¡La victoria está al alcance de la mano!

Un destello blanco y azul emergió de Toshi Ranbo. Doji Hotaru, la Campeona del Clan de la Grulla,
apareció con un pequeño contingente de arqueros para proporcionar fuego de cobertura a la retirada
Grulla. Lanzaron una andanada de muerte contra el avance León. Dos flechas pasaron al lado de su
rostro, por lo que se lanzó hacia la puerta para tratar de buscar cobertura. Saltó sobre varios cadáveres
mutilados Grulla, dejados al paso del feroz Arasou. Vislumbró la parte superior de su brillante casco.

Tsuko aceleró para reunirse con él. Podía escuchar sus gritos de guerra, alimentados por la pasión
del combate. Se estaba abriendo paso a través de las filas Grulla, derribando cuerpos azules a un lado
y a otro, como hojas secas ante una tormenta. Se encontraba a apenas doscientos pasos de las puertas.
Tsuko podía ver el rostro de Hotaru, retorcido en una mueca de miedo frente al vendaval que se apro-
ximaba. En los ojos de la Campeona Grulla brillaban las lágrimas.

–¡Victoria! –gritó Tsuko– ¡Arasou, llévanos a la victoria!

Sin embargo, cuando Tsuko se acercó logró ver claramente la expresión de Hotaru. No era miedo:
era tristeza.

La Campeona del Clan de la Grulla tiró de la cuerda de su arco con un movimiento largo y grácil, y
soltó una flecha. La flecha golpeó, rápida como un relámpago, contra el pecho de Arasou. El Campeón
León no redujo el paso. Tsuko se abrió paso entre la multitud, tratando de llegar hasta Arasou, pero
el camino aún estaba bloqueado por varias docenas de ashigaru Grulla, que la zarandeaban en todas
direcciones. Soltó su katana y empujó contra los cuerpos de sus enemigos.

Otra flecha voló desde el arco de Hotaru. Con un sonido enfermizo, la punta se estrelló contra la
parte posterior del casco de Arasou. Su impulso se redujo, y Arasou se estrelló contra el suelo.

Tsuko gritó, pero no logró escuchar el sonido. El silencio se extendió por su cuerpo, su estómago,
su garganta. Su corazón. Sus extremidades se entumecieron. Las piernas comenzaron a temblar, ape-
nas capaces de sostener su peso mientras se tambaleaba. Por último, después de un instante eterno, se
encontró frente al que fuese el mayor samurái del Clan del León.

Cayó de rodillas, ahogándose al sentir cómo sus pulmones se agarrotaban, cada parte de su ser tem-
blando de incredulidad.

¡No!

Aferró su hombro, pero sus manos temblaban demasiado como para levantarlo.

¡Esto es un sueño! ¡Una pesadilla!

Toturi corrió a su lado, y dio la vuelta a Arasou. La flecha de Hotaru le había impactado en el ojo, y
agua rojiza se acumulaba en el astil, extendiéndose hasta el otro ojo, claro, abierto, con la mirada ciega.

Estremeciéndose, Tsuko se apartó de la mirada muerta de Arasou y observó a Toturi, pero él no


se percató de su presencia. Toturi, con la mandíbula apretada como única señal de su dolor, miraba a
Hotaru. La samurái de cabello blanco se enjugó las lágrimas antes de retirarse con los Grulla supervi-
vientes hasta Toshi Ranbo. Las puertas de la ciudad se cerraron tras ella.

El silencio se quebró. El caos del campo de batalla se estrelló nuevamente contra Tsuko: los gemidos
de los heridos y los moribundos. El color carmesí, que manchaba a partes iguales formas azules y pardas.

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Motso se acercó, con la katana de Arasou en la mano. Sangre Grulla caía aún de la hoja, manchando
la armadura dorada de Arasou.

–Mi señor Toturi –susurró Motso, su tersa voz quebrada. Dirigió la empuñadura de la espada ances-
tral hacia el desolado hermano–. Como heredero superviviente mayor de Akodo Un-Ojo, sois ahora el
Campeón del Clan.

Tsuko cerró los ojos y, ciegamente, aferró la mano enguantada de Arasou. Aún estaba caliente.

–¡Guerra! –gritó Tsuko, golpeando con el puño sobre la mesa y tirando al suelo mapas y marcado-
res de tropas.

Toturi apretó los dientes y observó las caras de los demás samuráis León reunidos en el pabellón de
guerra, como en una tragedia. Sus rostros ensombrecidos a la luz del fuego. La tristeza formaba surcos
en sus ceños. Kitsu Motso inquieto, incapaz de mirar a Tsuko o a Toturi. La arrugada boca de Matsu
Agetoki torcida en una mueca de tristeza. Toturi daba la espalda a Tsuko. El rostro de la mujer era el
único en el que se veía furia… furia pura e hirviente.

–¡Guerra contra la Grulla! –repitió Tsuko, y la dureza de su voz se estrelló contra los otros, como
tratando de forzarlos a rendirse– ¡Las bajas de hoy no quedarán sin castigo! Es un insulto a nues-
tro clan. Es…

–¡El coste de la guerra! –gruñó Agetoki. El viejo León le lanzó una mirada de odio– ¡Nuestro clan,
más que ningún otro, debería ser consciente de este coste, y será mucho mayor en una guerra total con-
tra el Clan de la Grulla!

–El Emperador no verá con buenos ojos una declaración ilegal –murmuró Motso–. Arasou decidió
atacar al Clan de la Grulla. Los Grulla pueden argumentar que se estaban defendiendo, por lo que no
podemos buscar venganza de inmediato por la muerte de nuestro Campeón. Debemos seguir los cana-
les apropiados.

–¿Más esperas? –escupió Tsuko– ¡Toturi, deja de comportarte como un crío idiota y actúa! ¡Busca
venganza! ¡Conquista Toshi Ranbo, las Llanuras Osari, más incluso, de manos de esos ladrones y ase-
sinos! ¡Hazles encogerse de miedo como consecuencia de sus insultos! ¡Piensa en el honor de nuestro
clan! Ahora eres nuestro Campeón. ¿Qué es lo que harás?

Sus miradas exigían una respuesta. Ahora era el Campeón, él, al que en otro tiempo su clan ignoró en
favor de su hermano Arasou, más joven, más fuerte y más poderoso.

¿Qué haré?

Mil caminos se abrían ante él. Decisiones. Tantas decisiones.

Arasou. Muerte. El Emperador. El Imperio. Hotaru.

En su mente, cada senda se abría como un río en una docena de ramas, como la explosión de una
estrella. Siguió cada una de estas sendas en un instante, descubriendo el trazado, sopesando a la gente
y sus acciones, introduciendo figuras inciertas. Cada una de ellas era peligrosa. Todas eran un riesgo.

Venganza. Guerra.

Comenzó a contar los cadáveres, el verdadero precio que exigiría.

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–¡Maldito seas, Toturi! –gritó Tsuko, perturbando sus pensamientos– ¡Eres un cobarde! ¡No eres
digno de liderarnos como Campeón! ¡Fuiste rechazado por tu falta de habilidad marcial! ¡Eres una
burla ante nuestras tradiciones!

–¡Silencio, Tsuko-sama! –rugió Agetoki, mientras su mano se lanzaba hacia su katana–. ¡Vuestra
insubordinación es una terrible falta de disciplina! Akodo-ue se encuentra ahora al mando, y…

–¡Alto! –gritó Toturi, alzándose sobre los samuráis León reunidos frente a él. Su ceño se encontraba
fruncido en una mueca de seriedad, pero puso la mano con tranquilidad sobre la mesa–. Agetoki-san,
os doy las gracias por defender nuestras costumbres: disciplina, honor y decoro. Pero las voces León no
deben ser silenciadas. Tsuko-san tiene derecho a hablar, especialmente en estos momentos de tristeza
y angustia.

Tsuko entrecerró los ojos, con la furia impresa en sus facciones. –¡Cómo te atreves! –susurró, su voz
afilada como un cuchillo, y salió del pabellón.

Agetoki sacudió la cabeza en un gesto


de vergüenza, y apartó la mano de la
espada. –Estúpido. La forma de actuar de
la Dama Tsuko es indigna del daimyō de la
familia Matsu.

–Agetoki-san –replicó Toturi–, sabéis bien


que los Matsu nacen y se crían para comba-
tir por cualquier causa que consideren justa.
No se lo echéis en cara. Como Akodo, debo
asumir la responsabilidad de liderar incluso a
los más rebeldes.

Se giró, apartándose del consejo para mirar


al fuego, con la esperanza de que le mostrase
el camino correcto a través del laberinto de
sus pensamientos. Pero las señales del camino
eran ilegibles en la oscuridad.

Finalmente, dijo –No tomaré una decisión hasta que haya hablado con los generales del clan y con
los demás daimyō familiares. También solicitaré el consejo del Emperador. Enviad mensajeros al palacio
de Otosan Uchi e informad de la muerte de mi hermano. Motso-sama, cabalgaréis hasta Yōjin no Shiro
y prepararéis los rituales funerarios para Arasou-sama. Haré que Tsuko-sama os siga para entregar
el cadáver.

–No querrá ir –dijo Motso.

–El deber cabalga por delante –respondió Toturi, inclinando la cabeza en señal de respeto–. Era su
prometida, y esta es su última obligación hacia él.

Motso se inclinó y dejó la tienda.

Agetoki se quedó un momento, de pie frente a la puerta, más de una cabeza más bajo que su nuevo
Campeón, pero de andar aún recto y orgulloso. –Akodo-ue –dijo, y puso su mano, fuerte pero arrugada,
sobre el hombro de Toturi–. Vuestro momento ha llegado. Conocéis las costumbres Akodo, pero un

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león es mucho más que su rugido, su melena, sus dientes o su corazón. Un león es todo esto a la vez.
Tsuko-san tenía razón en preguntaros qué haréis, porque ahora, todas las familias del clan se guiarán
por vuestras acciones para actuar unidas.

Toturi asintió. –Temo que, con la muerte de mi hermano, un cisma resulte inevitable. La furia de
Tsuko-san envenenará a muchos en mi contra.

–Y como Campeón del Clan, no debéis permitir que esto nos divida.

–Nunca.

Agetoki se inclinó, y desapareció en la noche.

Toturi caminó hasta los mapas y marcadores de tropas caídos. Los recogió en varias tandas y los colocó
de nuevo en un montón en la mesa. La figura de un soldado de madera León tenía una pierna rota.

Vaya desastre, ¿verdad? Cogió la figura y tocó el muñón amputado. Mi desastre. Toturi miró el mapa
de Toshi Ranbo situado encima del montón, con el papel arrugado formando llanuras fruncidas y fal-
sas montañas. De nuevo comenzaron a aparecer ante él diversas sendas. Podía ver la ira de Tsuko,
que viraba bruscamente hacia un fuego vengador. También veía la respuesta, educada y anémica, del
Emperador a las noticias de la muerte de Arasou.

Hoy, Hotaru-san mató a mi hermano.

Las palabras afloraron de forma inesperada desde una profunda presa en el interior de su mente.
Con un gruñido, Toturi aplastó la figura León hasta convertirla en astillas, y apretó hasta que sus dedos
se entumecieron. Lentamente volvió a abrir la mano, y allí seguía el inerme León de madera. Gotas de
sangre brotaban alrededor de las astillas, como huesos, que habían atravesado la piel.

Mi hermano… Arasou…

Un ruido en la puerta llamó su atención, y al girarse Toturi vio a Motso, de pie.

–Un mensaje, Akodo-ue –dijo, algo falto de aliento, como si hubiese atravesado corriendo el campa-
mento–. De la Campeona Doji Hotaru.

En la mano llevaba un delicado pergamino blanco con un sello plateado. Toturi lo cogió y asintió
antes de que Motso se inclinase y saliese corriendo. El papel desprendía un olor a pétalos de ciruelo,
símbolo al mismo tiempo de perseverancia, de esperanza y de la transitoriedad de la vida. Escrito en
una elegante caligrafía podía leerse “Para el Campeón del Clan del León, Akodo Toturi”.

Rompió el sello.

–Akodo Toturi, compañero de armas, hermano de mi corazón, y ahora Campeón del Clan del León.
Escribo en mitad de una noche de tristeza mientras el sol se pone sobre una era para vuestro clan.
Akodo Arasou-dono era el mejor de vuestro clan, un noble guerrero cuya vida enorgullecía a vuestros
ancestros en los Cielos. Era un enemigo admirable, y…

La florida diplomacia Grulla y las obligaciones sociales se fundieron tras una pausa del pincel.

–…y sé que vuestra alma es demasiado fuerte como para admitir vuestro dolor. Sin embargo, si bien
mi propia alma apenas es capaz de discernir el horror de lo acecido hoy, sé que en algún lugar en vuestro
interior yace el mismo sentimiento: esta angustia, esta oscuridad.

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–No puedo brindaros consuelo alguno capaz de sortear este abismo. No puedo ofreceros ninguna
reparación por lo que os he quitado. Y sin embargo, ahora sois el Campeón de vuestro clan, y lo que
hagáis no sólo hablará en recuerdo de vuestro hermano y en nombre de la familia Akodo, sino en nom-
bre de todo vuestro clan.

–Sé que sois juicioso, sabio y honorable, por lo que confío en que tomaréis el mejor curso de acción.
Sin embargo, aunque hemos sido amigos durante muchos años, difícilmente puedo ver cuál será este
camino. Escribo para preguntaros, Toturi-san, ¿qué es lo que haréis?

–Leal y fielmente vuestra, camarada en el pasado y en servicio al Emperador, Doji Hotaru.

Toturi cerró los ojos.

Hotaru mató a mi hermano.

Se derrumbó en el suelo, soltando la ensangrentada figura León y la carta, y enterró la cabeza entre
las manos al tiempo que la escena se repetía una y otra vez ante él.

Dos flechas. El cadáver, roto. Las lágrimas de Hotaru. El corazón de Tsuko. Arasou, ¿por qué no me
escuchaste? ¿Por qué me dejaste con este desastre?

¿Qué vas a hacer? Todos se lo habían preguntado: Tsuko, Agetoki, incluso Hotaru.

¿Qué voy a hacer?

Ante él se retorcía el caos, de nuevo convertido en una multitud de posibles caminos, cada uno
deseando ser hollado. Nudos retorcidos de acciones, los inevitables gritos de venganza, la amenaza de la
guerra, los objetivos y las victorias de Arasou interrumpidos por un millar de ensangrentados callejo-
nes sin salida, todos ellos retorcidos alrededor de elecciones que Toturi no se atrevía a hacer. Todos los
caminos acababan uniéndose en un profundo océano que golpeaba a su alrededor. Se apretó el corazón
con la mano ensangrentada.

La voz de Arasou, un profundo eco de su memoria, se impuso a la confusión. –Hermano, piensas


demasiado –la imagen del fuerte rostro de su hermano se alzó ante él, ahora tuerto de la misma forma
que Akodo Un-Ojo, y sonrió–. Piensas demasiado.

–¡Lo sé! –respondió Toturi en voz alta. Golpeó el suelo con los puños–. ¡Por eso fuiste tú el elegido!
No yo. Tú eras el hombre de acción. ¡Tú eras el que era capaz de todo!

El silencio fue su única respuesta. El silencio de


los muertos. Arasou nunca volvería a responderle, y
en ese silencio, Toturi sintió una pausa. El universo
esperaba a que actuase.

¿Qué voy a hacer?

Toturi abrió los ojos. En el lado contrario de la


tienda, sobre la figura rota de madera del soldado
León, el mon del clan se sacudía con la leve brisa,
dorado, brillando con un feroz esplendor a la
luz del fuego.

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Akodo Toturi - Brillante Campeón del Clan del León

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