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LA INAVASION ESPAÑOLA

Hacia la década de 1520, Francisco Pizarro y sus socios, Diego de Almagro y Hernando de
Luque, planearon expediciones al sur de Panamá. Luego de dos viajes detectaron el
Tahuantinsuyo y lo reconocieron como un espacio con una población más numerosa,
mejor organizada y con evidentes signos de riqueza. En 1529 Pizarro viajó a España y firmó
con la Corona la Capitulación de Toledo que formalizó las condiciones de la conquista. En
el tercer y definitivo viaje, Pizarro, con poco más de un centenar de soldados españoles,
ocupó Cajamarca y capturó al inca Atahualpa (noviembre de 1532). Allí se repartió el
producto del primer saqueo de los tesoros, básicamente en oro. El 26 de julio de 1533
Atahualpa fue ajusticiado en Cajamarca y allí terminó el primer momento de la invasión.

Con la llegada de refuerzos provenientes de Panamá la hueste creció y Pizarro pudo


avanzar hasta el Cuzco, donde se repartió el segundo gran botín, y ocupar otras zonas.
Un hecho paralelo fue la fundación de las primeras ciudades: Piura, Cuzco, Jauja y, en 1535,
Los Reyes (Lima), que sería después la capital virreinal. Luego vinieron Trujillo,
Chachapoyas, Huamanga, Huánuco y Arequipa. Otro hecho paralelo fue el reparto de la
población nativa entre los españoles “encomenderos”. Cada encomienda tenía un número
de indios y su titular disponía de su trabajo (servicio personal) y cobraba un tributo de
ellos; a cambio los indios recibían “protección” y evangelización. De esta manera las
ciudades tenían encomenderos como “vecinos” y este grupo se convirtió en la primera
élite del Perú colonial. Gozaron de gran poder económico y político y controlaron
instituciones claves como los cabildos.

La crisis de los encomenderos se inició cuando la Corona planeó limitar sus privilegios a
través de las Leyes Nuevas (1542). En ellas se prohibía el servicio personal y la condición
hereditaria de las encomiendas. La rebelión no tardó en estallar. Ya antes se había
desatado la violencia cuando las huestes pizarristas y almagristas se disputaron la posesión
del Cuzco. Los partidarios de Almagro asesinaron a Pizarro en 1541 luego de que los
hermanos Pizarro vencieron y ejecutaron a Diego de Almagro en la primera guerra civil.
La rebelión de los encomenderos se desató con la llegada del primer virrey, Blasco Núñez
Vela, en 1544. El caudillo fue Gonzalo Pizarro quien en la batalla de Iñaquito logró ejecutar
al propio virrey. Ante el caos, la Corona envió al clérigo Pedro de La Gasca a pacificar el
Perú. Gonzalo Pizarro se negó a capitular y fue vencido en Jaquijahuana (1548). Derrotados
los encomenderos La Gasca, como presidente de la Audiencia de Lima, pudo dar
comienzo a la organización del virreinato.

El rápido
derrumbe
del
Tahuantinsuyo no puede explicarse por la superioridad de las armas de los españoles o
porque la población andina se confundió inicialmente al ver a estos nuevos hombres como
dioses. Los españoles pudieron aprovechar dos circunstancias claves. En primer lugar la
crisis política derivada de la pugna por el poder entre las élites cuzqueña y quiteña: la
guerra entre Huáscar y Atahualpa. En segundo lugar, los invasores contaron con el apoyo
de numerosos grupos étnicos que no aceptaban el dominio incaico; el “colaboracionismo”
de amplios sectores de la población (huancas y chancas) contribuyó notablemente en el
“éxito” de las huestes españolas.

Todos estos acontecimientos fueron narrados por los cronistas. Luego de darnos unas
versiones deficientes o confusas, terminaron esbozando una imagen distorsionada del
Tahuantinsuyo al tratar de comprenderlo bajo sus categorías mentales. Casi todos
justificaron la conquista y los actos que siguieron afirmando que Atahualpa era ilegítimo
y tirano, dando la imagen de una guerra justa. Luego los cronistas extendieron la
ilegitimidad a todos los incas, que resultaron tiranos y usurpadores, una versión que llegó
hasta el siglo XVII con la obra del cronista indio Felipe Guamán Poma de Ayala. Un caso
aparte fue la obra del inca Garcilaso de la Vega donde se configuró una versión idílica y
romántica del Tahuantinsuyo. Fieles a su tradición occidental y cristiana, los cronistas
compararon al País de los Incas con el Imperio Romano y vieron en la guerra con los indios
la continuación de la que mantuvieron con los árabes (La Reconquista), es decir, contra
los infieles.

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