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DESARROLLO HISTORICO
Un primer paso que el hombre dio fue el intercambio de productos o trueque, es decir,
cambiar lo que un individuo tenía y no necesitaba, por lo que otro tenía y tampoco
necesitaba, pero el primero sí. Significó una mejora respecto al estado anterior, aun así.
De esta manera el patrón oro, que al interior de cada país ya había muerto, terminó de
fenecer luego de una lenta agonía, dando paso al sistema de tipos de cambio flotantes
vigentes en la fecha. también presentó inconvenientes, ya que para que se llevara a cabo
el intercambio, debían coincidir los productos y necesidades de un individuo con los de
otro.
El siguiente paso fue la invención del dinero, el cual ha pasado por una serie de etapas
que han mejorado su eficiencia. Para cumplir con su función, el medio de pago debe
poseer, al menos, tres características: gozar de una generalizada aceptación, mantener su
valor en el tiempo y servir como unidad de cuenta. Fue así que aparecieron las
mercancías–dinero, tales como el ganado, las semillas o la sal1. El empleo de esta
mejora técnica generó la agilización del comercio, motor de la actividad productiva.
En los bancos que prestaban el servicio de custodiar el oro de sus clientes empezaron a
circular billetes (al inicio los recibos de custodia) y a cumplir un rol monetario. Estas
instituciones se percataron que no todos retiraban su oro al mismo tiempo, y podían
emitir más billetes que el oro depositado en sus bóvedas. Así incrementarían sus
negocios de préstamo o compra de activos reales con tan sólo imprimir moneda. Al
notar la posibilidad de obtener estos beneficios, los Estados se reservaron el derecho de
emitir billetes y moneda fraccionaria con respaldo de oro. Al principio, estos billetes y
el oro amonedado circularon en forma conjunta, pero por motivos de la guerra y otras
circunstancias que les generaron gastos importantes, los gobiernos retiraron todo el oro
de circulación para que cumpliera el rol de reserva internacional. Por esta razón se
limitó la convertibilidad de sus monedas en oro, primero sólo para los no residentes de
cada país y luego sólo a los bancos centrales.
Con las invasiones bárbaras y la caída del Imperio Romano de Occidente, se produjo
una reducción en la actividad económica con la consiguiente desaparición de los
banqueros. Sin embargo, las operaciones financieras continuaron y fueron asumidas por
los monjes, en el campo; y los sirios y judíos, en las ciudades. Los primeros efectuaban
sus negocios con los terratenientes; los segundos intervenían en el comercio con
Bizancio; y los últimos se dedicaban a los negocios de cambios y préstamos con altas
tasas de interés. Con el paso del tiempo y la recuperación de las economías de Europa,
hicieron su aparición otros grupos que incursionaron en las operaciones bancarias, las
que recuperaron el esplendor perdido durante el siglo X. En un primer momento, se
trató de los lombardos, comerciantes oriundos de Lombardía, quienes se asociaron en
corporaciones y se convirtieron en banqueros para apoyar sus actividades comerciales.
Dos siglos después los templarios, al contar con amplios recursos económicos y una
organización territorial muy amplia, pudieron financiar algunas cruzadas, lo que les
permitió desarrollar la técnica crediticia y practicar operaciones de cambios, giros y
transferencias de fondos.
En un inicio, los préstamos se otorgaban con capital propio, ya que los depósitos
efectuados por terceros eran de carácter regular; es decir, sólo en custodia, y pagaban
por la seguridad brindada a sus bienes. Con el tiempo, los banqueros pudieron apreciar
que no todos los depositantes retiraban sus fondos al mismo tiempo, por lo que
empezaron a prestarlos cobrando un interés. Estas operaciones que en un inicio se
hicieron sin el conocimiento de los depositantes, luego se llevaron a cabo con su
anuencia, pues reclamaron un pago a cambio del lucro obtenido con el préstamo de su
dinero.
Por esta época tuvieron su origen muchos instrumentos financieros, entre ellos la letra
de cambio. Inicialmente esta tenía la función de transferir fondos, pero luego derivó su
función de medio de pago en el giro y el cheque, y mantuvo su papel como instrumento
crediticio, como sucede hasta nuestros días.
Aquellos primeros banqueros, que inicialmente no otorgaban recibos por los depósitos,
lo empezaron a hacer a partir de los siglos XIII y XIV. Los recibos no eran negociables
al comienzo, pero, al darse cuenta de las ventajas que tendría su negociabilidad, como,
por ejemplo, la de evitar el traslado físico de los medios de pago, procedieron a
otorgársela. Así aparecieron los bancos de emisión, en manos particulares primero, y
luego como prerrogativa de los gobiernos. En los particulares quedó la función de
recibir depósitos del público.