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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

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ESCRITOS
LITERARIOS
DE

RUr=INO JOS~ CU~~VO

COMPILAD POR

N ICOLAS BAYONA POSADA

BA CO GE L', ,'::: '-:,,- e ,


C' L,'::'_(A L "::

EDITORIAL CE TRO , A.
BOGOT A - 1939

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este li6ro ....

Cuando insinué al Mini ferio de Educación Na -


c ion al la con enienciél de recoger en un volumen los
e crifos filolóqicos de Ruhno José Cuervo dispersos en
revi - fas y periódicos . (insinuación Que el Minis{erio . con
empe ño pafrió /ico . se apresuró a conver/ir en realidad),
jg norab a y o que el propio señor Cuervo habíél acari-
cia d o esa idea. Fue durante la revisión de los manus-
crifo d e que debía servirme cuando pude saber que el
sabio bogofan o. poco tiempo anfes de s u muer/e, pen-
saba en compilar -con el nombre de "Disquisiciones
filológi as"- sus mejores esfudios lingüís{icos .
Orden é lo materid/es en la forma que juzgué más
cien fÍhca conser vé el nombre que para obra tan im-
porfan/e había escogido su autor. con e mero benedic-
fin o corregí pruebas de impren(a . y - gracias al apoyo
enfusias[a que prestó él mi labor el M in iste rio- pude
enfregar a los aman/es d e lél lengua un libro que será
recibido . en Colombia y en el ex terior, c on admira-
ción fer vorosa .
. o !enian cabida en esa obrél , es!ricfélmen!e cien-
fífj'ca . muchas páginas del señor Cuer vo consagréldas a
ofros lemas. pero dignéls también de la compilación . Se
con ino entonces en la publicación de un nue vo libro,
confenfivo ésfe de escrifos diversos que bien pudieran
agruparse bajo el apelativo de literarios. Y élqui está
B \. - "'" -

c~ . . ,.-. . . -
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.
"--,,,-......,

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ese libro. necesario para quien desee conocer a fondo
la personalidad del humanista.
Necesario . sí. porque quienes consideran a Rufino
José Cuervo como un filólogo insigne y nada más. se
convencerán al leer estudios suyos como el consagrado
a la traducción de las obras de Virgilio por Caro. o
el prólogo con que encabezó el HCómo se evapora un
ejército", que en él había . . a más de un gr:jn patrio/a .
un crítico de los mejores y un narrador d e extrema
amenidad.
N /COLAS BA Ya NA POSADA

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LA LENGUA
1

Es el bien hablar una d las más claras s ñales de la


gente culta bi n nacida , y condic ión índlspensabl d cuan-
tos aspiren a utilizar en pro de sus sem jant s, ora sea ha-
blando , ora escribiendo , los talentos con qu la naturaleza
los ha favor cido: de ahí el empeño con que se recomienda
e l estudio de la gramática . P ro siendo esta materia sobre-
manera a b strusa en la forma 1'1 que se xplica en las obras
relativas a ella y según s nseña 1'1 los colegios , tal que de-
be mirarse como ramo de alta filosofía, siendo además esas
obras insuficientes para lo qu promete su definición por
cuanto nada o casi nada nos dicen sobre la propiedad y pu-
reza de las voces, acontece que los alumnos muy escaso pro-
vecho sacan de las aulas y fuera de ellas pocos ti nen el va-
lor suficiente para consagrarse a aprendeLa. Un libro, pues)
escrito no en el estilo grave y stir ado que demandan los
tratadcs didácticos, ni repl to '2 aq u lla balum ba de re-
glas generalmente inútiles en la vida práctica por versar
en su mayor parte sobre puntos en qu nadie erra; antes
bien amenizado con todos los tonos y en el cual se conten-
gan y señalen, digámoslo así con el dedo las incorrecciones
a que más frecuentemente nos deslizamos al hablar r al s-
cribir, d be sin duda ser útil a los que no pu den acar a e -
tas especulaciones, de poca monta en apariencia , pero en rea-
lidad inaccesibles a la generalidad por la aplicación y mu-
chos libros necesarios para llas. Varias v ces ant s de ahora
se ha aco m etido entre nosotros y con mayor o menor acierto

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O I~!.. I CTEC !..

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Escritos literarios

llevádose a cabo esta empresa, y a satisfacer la misma nece-


sidad nos hemos esforzado en estas Apuntaciones; sin la pre-
sunción de oscurecer a nuestros antecesores, reconocemos a
cada cual su mérito, y confesamos serIes deudores de obser-
vaciones que acaso se nos hubieran escapado.
Dichos sumariamente el motivo y objeto de esta obra,
nos extenderemos algo más sobre su espíritu y el modo co-
mo hemos querido dar le cima.

II

Nada, en nuestro sentir, simboliza tan cumplidamente a


la Patria como la lengua: en ella se encarna cuanto hay de
más dulce y caro para el individuo y la familia, desde la ora-
ción aprendida del labio materno y los cuentos referidos al
amor de la lumbre hasta la desolación que traen la muerte
de los padres y el apagamiento del hogar; un cantarcillo po-
pular evoca la imagen de alegres fiestas, y un himno gue-
rrero, la de gloriosas victorias; en una tierra extraña aun-
que halláramos campos iguales a aquellos en que jugábamos
de niños, y viéramos allí casas iguales a donde se colum-
pió nuestra cuna, nos dice el corazón que, si no oyéramos los
acentos de la lengua nativa, deshecha toda ilusión, siempre
nos reputaríamos extranjeros y suspiraríamos por las au-
ras de la Patria. De suerte que mirar por la lengua vale pa-
ra nosotros tanto como cuidar los recuerdos de nuestros ma-
yores, las tradiciones de nuestro pueblo y las glorias de nues-
tros héroes; y cuando varios pueblos gozan del beneficio de
un idioma común, propender a su uniformidad es avigorar
sus simpatías y relaciones, hacerlos uno solo. Por eso, des-
pués de quienes trabajan por conservar la unidad de creen-
cias religiosas, nadie hace tanto por el hermanamiento de
las naciones hispano-americanas, como los fomentadores de
aquellos estudios que tienden a conservar la pureza de su
idioma, destruyendo las barreras que las diferencias dialéc-
-ticas oponen al comercio de las ideas.

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Pero ¿y cuál será la n orma a que todos hayamos de su-


jetarnos? Ya que la razón no lo pidiera, la necesidad nos
forzaría a tomar por dechado de nuestra lengua a la de Cas-
-tilla, donde nació, y, llevando su nombre, creció y se ilustró
con el cultivo de eminentísimos escritores, envidia de las
naciones extrañas y encanto de todo el mundo; tipo único
reconocido entre los pueblos civilizados, a que debe atener-
se quien desee ser entendido y estimado entre ellos. Dese-
-chado éste, pero reconocida la ventaja de un medio solo de
comunicación, ¿cuál entre los países de Hispano-América
descuella tanto por su cultura . que dé la ley a los demás her-
manos, les imponga sus idiotismos y alcance a arrancar de
ellos para sí el pleito homenaje que de grado rinden hoya
la autoridad de la madre, sancionada por los siglos y el con-
sentimiento universal? Excusado parecería tocar este pun-
to si personas desorientadas que miran con ridículo encono
cuanto lleva el nombre de España y cierran los ojos para no
ver que en todo lo relativo a lenguaje hemos de acudir a
ella, como que gramáticas y diccionarios son españoles o fun-
dados sobre lo español, no graduasen de indigno vasallaje el
acatamiento razonable que todos, -y ellas mismas sin que-
rerlo confesar-, rendimos a la preeminencia de su litera-
tura, y pretendiesen preconizar por árbitros de nuestro len-
.guaje a solo los escritores americanos, que, si se saca la ca-
terva de los periodistas, de poca autoridad ordinariamente
por razones a todo el mundo obvias, ni son todos tan exce-
lentes que merezcan aquella primacía, ni, los que lo son, han
llegado a ser dignos de ella sino mediante su estudio de los
modelos castellanos; de manera que el día en que se presu-
miese componer gramáticas y diccionarios exclusivamente
americanos, se carecería para ello casi absolutamente del
ejemplo de los más acreditados hablistas y, en general, de las
personas cultas. Semejante pretensión no se ha ocurrido ni
aun a los Estados Unidos de la América del Norte, patrón
que a todas horas se propone a nuestra imitación, con glo-
.riarse de los Prescotts, Irvings, Bryants y Longfellows, y

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hoy se venera allí a Shakespeare y Pope, a Gibbon y Hume


lo mismo que en Inglaterra. Por otra parte esos odios son ya
inoportunos, y sólo nos parecen buenos para fingidos en dis-
cursos estudiantiles: la Historia tiene ya dado su fallo, y en
su tribunal oprimidos y opresores han llevado su merecido;
rotas las antiguas ataduras, unos y otros son pueblos herma-
nos, trabajadores de consuno en la obra de mejorarse im-
puesta por el Señor a la familia humana; en el templo de la
gloria se ven hoy resplandecer los nombres de Ricaurte, Bo-
lívar, Sucre, San Martín apareados con los de Guzmán, Pa-
dilla, Palafox y Castaños, y todos proclaman al mundo que
en su raza son ingénitos la sed de libertad y el esfuerzo para
conquistarla.

III

Penetrados, pues, de la importancia de conformar nues-


tro lenguaje con el de Castilla, nos hemos consagrado a ob-
servar las diferencias que entre ellos median, y como base
hemos tomado el habla común de los bogotanos, por ser la
que mejor hemos podido estudiar, y porque en ella, sobre to'-
do en lo impreso, se encuentran resumidas muchas de las
corruptelas generalizadas en la República; de suerte que la
utilidad de este libro, si llega a tenerla, puede extenderse a
todos nuestros compatriotas. La formación de un dicciona-
rio completo de los provincialismos del país exigirá la ayuda
de muchos colaboradores juiciosos e ilustrados, y es tarea
que sólo podríamos emprender en el caso de ver aprobada
por el público la presente.
Entre las observaciones consignadas en esta obra las hay,
cuales son las relativas a acentuación, d isolución de dipton-
gos, conjugación de algunos verbos y permutaciones de le-
tras, que bien podrían formar parte de los tratados de urba-
nidad, pues no pueden despreciarse sin dar indicios de vul-
garidad y descuidada educación; otras, como algo de lo to-
cante a artículos, pronombres y uso de ciertas inflexiones.

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verbales, van especialmente enderezadas a los escritores y


,demás personas que aspiren a expresarse con todo aliño y
corrección; finalmente, otras, por ejemplo, la acentuación
,de algunos nombres propios y el uso de ciertas voces, que
acaso no podrían reducirse a la práctica sin merecer quien
lo intentase la nota de extravagancia o caer en el riesgo de
no ser convenientemente entendido; porque no es fácil, ver-
bigracia, que a quien bautizaron Arístides se contente con
ser llamado Aristídes, ni tendría motivo de quejarse el que,
pidiendo a un criado una bandeja, le viese traer una fuente;
pero también es cierto que, hablándosE' del famoso griego co-
nocido con aquel nombre, no se permitiría pronunciarlo mal,
y que, como casos semejantes ha habido, podría exponerse a
pérdida un comerciante, si en pedidos a corresponsales ex-
tranjeros usase bandeja por fuente.
Cúmplenos aquí hacer una protesta y dar una explica-
ción, aquélla para nuestros paisanos, ésta para los extranje-
ros. Sea la primera: jamás ha sido nuestro intento escribir
un código inflexible, especie de Alcorán, con el cual hayan
de juzgarse los escritos, discursos o conversaciones de los bo-
gotanos; sólo hemos deseado hacer un estudio comparativo
para facilitar el cabal aprendizaje de la lengua de Cervan-
tes; rechazamos, pues, cualquiera imputación que se nos ha-
ga de querer alzarnos a una odiosa dictad.ura, para lo cual
no tenemos ni títulos ni disposición. Sea la segunda: como en
vista de lo mucho que censuramos, pudiera quien no haya pi-
sado nuestro suelo, suponer que aquí hablamos en una jer-
ga como de gitanos, la justicia exige declarar que no hay tal:
acaso, mejor dicho, seguramente nadie hay que caiga en to-
do lo que criticamos como errores, y raros serán los que los
hayan oído todos y menos encontrádolos impresos, pUe6
que son recogidos de entre las diferentes clases sociales y
entre individuos de diferentes profesiones. En Bogotá, como
en todas partes, hay personas que hablan bien y personas
que hablan mal, y en Bogotá, como en todas partes, se nece-
..sitan y se escriben libros que, condenando los abusos, vincu-

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Escritos literarios

len el lenguaje culto entre las clases elevadas y mejoren el


chabacano de aquellos que por la atmósfera en que han vi-
vido, no saben otro.
Bueno es también recusar aquí las disculpas alegadas
por algunos en favor de sus desaciertos gramaticales: tratan-
do, suelen decir, de puntos de mucha monta no es dable aten-
der a atildar el lenguaje y obedecer menudos preceptos re-o
lativos a la forma; escribiendo, además de prisa, ¿quién va
a reparar en minuciosidades y pequeñeces? El bien hablar
es a la manera de la buena crianza: quien la ha mamado en
la leche y robustecídola con el roce constante de la gente
fina, sabe ser fiel a sus leyes aun en las circunstancias más
graves, y en éstas precisamente le es más forzosa su obser-
vanda. Es más: quien osa tratar puntos muy altos debe te-
ner muy alta ilustración, y apenas se concibe ésta sin estu-
dios literarios, esmalte y perfume de todas las facultades;
según aquella peregrina idea los escritores más eminentes de
todos los países no habrían producido sino obras ligeras,
cuando es a menudo todo lo contrario. Claramente: los ade-
fesios de personas humildes que escriben compelidas por la
necesidad cualquiera los disculpa, pero no es fácil ser indul-
gente a este respecto con los que presumen componer el
mundo.

IV

Deseando, como al princIpIO apuntamos, ser leídos no


sólo por los escolares y las personas serias sino por toda cla-
se de individuos, nos hemos propuesto hacer grata la lectu-
ra de nuestro libro empleando en él todos los tonos, ya criti-
cando con gravedad, ya jugueteando con festivas vayas, ya
copiando lugares de los clásicos, ya con disquisiciones y
conjeturas filológicas, ya patentizando los errores en que
incurrimos con ejemplos puestos de propio marte o sacados
de obras de compatriotas nuéstros; pero en todo caso decla-
ramos que no procedemos con malignidad; y, en comproba-

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clOn de esto, baste decir que censuramos pasajes de es-


critores cuyo ilustre nombre eclipsa el oscuro nuéstro, y-
aun de otros cuya amistad nos honra y cuyas luces nos han
servido de guía en éste y en otros departamentos de la lite~
ratura.
Quién querría que hubiésemos hecho una obra comple-
tamente seria, quién nos asegura que lo que tiene de grave
es precisamente lo malo de ella: tal contrariedad de opinio-
nes prueba que había de escogerse un término medio, y que
si lo hemos hallado, a todos habremos proporcionado lectu-
ra. Proveyendo a esto y en obsequio de la diversidad de gus-
tos, se ha impreso el libro en dos caracteres distintos: en el
mayor va lo que puede ser útil a la generalidad de los lecto-
res; en el menor aquellas noticias que por más recónditas o
menos importantes, o por demandar para su inteligencia el
conocimiento de otras lenguas, no ofrecen comparativamen-
te mucho interés.

v
No obstante la ojeriza de algunos, -hija acaso del des--
pecho de la ignorancia-, a las obras que les parecen indicar-
algún estudio y erudición y el desdén con que miran a quien
consagra a ellas sus ocios, por respeto a la fociedad en que
vivimos y no por prurito de pedantear hemos dado a nuestras
Apuntaciones cierto barniz de elevación; que no sería razo-
nable ni decoroso presentarnos como maestros de personas
superiores sin acatar su ciencia, exhibiendo siquiera el títu-
lo de la aplicación como disculpa de la osadía. Fuera de eso,
en la época actual, en que hay singular comezón de averi-
guarlo todo y parece como si los adelantamientos hechos en
los varios brazos del saber estimulasen la general ansiedad
de ver los fundamentos de cada cosa, mal puede alguien sa-
car a 1hz sus opiniones sin manifestar al mismo tiempo las
razones que las sustentan; y en todas las materias sucede 10'
que Mariana dice de la Historia, que "no pasa partida si no.

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muestran quitanza." No nos hemos limitado, pues, a formar


un simple catálogo de los disparates más comunes, tarea fá-
dI pero también de poca utilidad, sino que las más veces da-
mos la explicación de lo que exponemos, bien que otras, por
evitar prolijidad, asentamos lisa y llanamente nuestros aser-
tos, fundándonos en la autoridad del Diccionario, represen-
tante del uso, el cual deste tiempo atrás es reconocido por to-
dos como árbitro, juez y norma del lenguaje.
Siendo el uso y la ciencia del lenguaje las dos bases en
que fundamos nuestras decisiones, acaso no se juzgarán inúti-
les algunas breves consideraciones sobre ellos.
Necesario es distinguir entre el uso, que hace ley, y el
abuso, que debe extirparse. Son notas del primero el ser res-
petable, general y actual. Nadie revoca a duda que en mate-
ria de lenguaje jamás puede el vulgo disputar la preeminen-
cia a las personas cultas; pero también es cierto que a la es-
fera de las últimas puede trascender algo de lo primero, en
circunstancias y lugares especiales; así el aislamiento de los
demás pueblos hermanos, origen del olvido de muchos voca-
blos puros y del consiguiente desnivel del idioma, el roce con
gente zafia, como, por ejemplo, el de los niños con los cria-
dos, y los trastornos y dislocaciones de las capas sociales por
los solevantamientos revolucionarios, que encumbran aun
hasta los primeros puestos a los ignorantes inciviles, pueden
aplebeyar el lenguaje generalizando giros antigramaticales
y términos bajos; esto sin contar otras influencias, tal vez no
tan -eficaces, pero que siempre van limando sordamente el
lenguaje culto de la gente bien educada; así, en parte pu-
diera achacarse la diferencia entre la copiosa y más castiza
habla de nuestros padres y la nuéstra a lo distinto de los li-
bros que andaban en sus manos y los que manejamos cons-
tantemente nosotros; ociábanse ellos saboreando, con sus fa-
milias las obras de Granada, Rodríguez y Teresa de Jesús,
mientras que en nuestros hogares, cuando se lee, se leen de
ordinario libros pésimamente traducidos o periódicos en que,
"a vueltas de algo original, menudean también traducciones

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harto galopeadas. Pero como el objeto del lenguaje sea el


entenderse y comunicarse, una vez que los vulgarismos vie-
nen a constituir obstáculos para ello entre diversos lugares,
en vista del estado de la lengua en los demás países que la
hablan, hay derecho para proscribir lo que sólo por abuso ha
l ogrado privar.
Sucede también a veces en el lenguaje como con el v es-
tido: no basta que un vocablo o giro sea de buena estofa ; r e -
quiérese además que esté actualmente en uso , pues es ridícu-
lo sacar inoportuna e inne cesariamente a relucir antig ua-
llas ; n i lo es menos acoger luégo al punto cuantas extrava-
gancias idea el liviano capricho de la moda. Por inacepta-
bles, empero, deben sólo reputarse aquellas voces o giros an-
tiguos que han sido reemplazados con ventaja en lo moder -
no , y no una multitud de expresiones vigorosísimas usadas
por los maestros del siglo de oro de la lengua, olvidadas a ca-
so por nuestra incuria pero no muertas, y que introduc idas
con tiento acarrean al estilo grande fuerza y majestad. T a m-
poco debe cerrarse la puerta, por neológicas, a las voces cu-
ya ace ptación . diariamente reclaman el vuelo de la s cien-
cias y artes y la entrada de nuevos usos y costumbres ; e n lo
cual sólo debe andarse alerta para acomodarlas bien al ge-
nio de nuestro idioma y rechazar muchas formadas sólo pa-
ra disfrazar cosas viejas con vestido gr iego o latino. Mucho
menos pueden tildar se de neológicos los derivados y com-
puestos conformes a las leyes de la lexicología castellana ;
p u es como nuestra lengua no es muerta, tiene que d esarro-
llarse, crecer y mirar siempre al sol del progreso, fecunda-
dor poderosísimo de las lenguas; sería antes de desearse que
los buenos escritores propendiesen con su ejemplo a aumen-
tar en nuestro idioma aquella flexibilidad en que tanto le
a ventajan las lenguas clásicas y algunas vulgares como la
alemana y la inglesa. Tan lejos estamos, pues, de pen sar se
deba escribir hoy lo mismo que en tiempo de los Felipes, co-
mo del extremo opuesto de aceptar las inconsultas innova-
ciones de aquellos escritores que, no pudiendo ocupar la

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atención del público con ideas nuevas, desfiguran y abiga-


rran la lengua con frases y voces exóticas o estrafalarias.
Así, pues, el uso respetable, general y actual, según se
manifiesta en las obras de los más afamados escritores y en
el habla de la gente de esmerada educación, debe ser el re-
conocido como legislador de la lengua y el representado por
los diccionarios y gramáticas fieles a su instituto, cuales son
el de la Academia española y la de don Andrés Bello. En
efecto, la experiencia nos ha probado que, en punto a diccio-
narios, a todas luces es aquél el que mejor llena la condi-
ción dicha, porque en los demás que conocemos -excluímos
el de don Vicente Salvá- generalmente sólo han atendido
sus autores a acrecerlos, tomando, sin discreción alguna, cuan-
tas noticias brindan obras extranjeras, y nada han mejorado
de lo exclusivamente propio del castellano, reproduciendo
el de aquel ilustre Cuerpo, mutilado, maltratado y aun afea-
do con indecorosos gracejos, tal que parecen carecer abso-
lutamente de conciencia literaria y haber trabajado tan só-
lo por especulación. En cuanto a gramáticas, la opinión ilus-
trada no h a menester nuestro dictamen, pues, sin negar los
servicios hechos en este ramo por otros literatos, todos re-
conoc n el sobresaliente mérito de la de aquel sabio escritor,
ornamento de las letras americanas. Tales son los guías que
en especial hemos seguido, mas no tan ciegamente que sólo
nos hayamos atenido a sus decisiones: trabajando en la mis-
ma veta que ellos, hemos consultado otros autores, leído y
releído los clásicos, y siempre que nos ha parecido oportuno
o necesario hemos comprobado nuestras observaciones con
textos fielmente extraídos de sus obras; de suerte que si tal
vez disentimos de nuestros maestros, no es por antojo, sino
por aplicación quizá más cuidadosa o más feliz de su mismo
método.
Ni es el uso del todo caprichoso ni corre tan a ciegas,
que en estas materias no pueda solicitarse más arrimo que
la autoridad de lexicógrafos, gramáticos y buenos hablistas:
por un instinto como fatal y conducidos por el sentido co-

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mún, -el genio de la humanidad, como se le ha llamado-,


obedecen los pueblos en la formación de los vocablos, en la
generación de las acepciones y en la armazón de las frases,
a leyes admirables, en ocasiones delicadísimas, que, escudri-
ñadas en los tiempos modernos con la más fina sagacidad,
resultan regir las lenguas más distintas, y constituyen con
sus importantes aplicaciones la ciencia del lenguaje, o sea la
lingüística, base verdadera de la gramática general y crite-
rio segurísimo, superior en cierto sentido a la autoridad y
su limitador, aunque también se le subordina en ocasiones;
pero por punto general se dan la mano y mutuamente se
sustentan. Más que en el estudio del idioma nativo, se perci-
ben los hilos que ha seguido el entendimiento humano para
la expresión de sus conceptos al aprender las lenguas extra-
ñas, pues el uso cotidiano familiariza con los objetos y mu-
chas veces es parte a que se pasen inadvertidos; por lo cual
dijo Goethe, y dijo con fu ndam ento, que nada sabe de su
propia lengua quien ignora las extranjeras. Como quiera que
esta práctica de comparar y analizar avece el entendimiento
a la aplicación de las leyes del lenguaje, nos ha parecido
conveniente alegar de cuando en cuando etimologías, cote-
jar formas y giros y dar luz a varios puntos con la gramática
comparativa. Por bien premiados juzgaríamos en esta par-
te nuestros desvelos si lográsemos despertal' en nuestros lec-
tores la afición a estas especulaciones y convencerlos de que
"así como sólo conociendo las leyes de la naturaleza y some-
tiéndose a ellas, logra el hombre señorearla; lo mismo, sólo
sabiendo y obedeciendo las leyes del lenguaje, logran el poe-
ta y el filósofo posesionarse de él y manej arlo con destreza."
(Max Müller ).

VI

Las naciones hispano-americanas, así por razón de sus


climas y ronas como de su constitución política, tienen mu-
chos objetos que les son peculiares, y cuyo nombre pertene-

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ce por fuerza al caudal común de la lengua: pretender, pues,


hallarles equivalentes castellanos sería tiempo perdido. Otra
cuestión ocurre aquÍ de más ardua solución, y es: cuando un
objeto se conoce con varios nombres, ¿cuál de ellos puede
reputarse por castizo? Si desde un principio se le impuso
uno de raíz castellana, no vacilamos en escoger éste; verbi-
gracia, preferimos gallinaza o gallinazo a galembo, chulo,
chicora, zopilote etc. Caso de no haber nombre castellano,
como acontece en aquel animal del género Didelphis llama-
do entre nosotros runcho y en otras partes chucha, churcha,
fara, mucamuca etc., creemos que en cada país debe esco-
gerse el más usual y, siendo en lo escrito, agregar por vía de
paréntesis o nota su definición; esto es tanto más importante
cuando a veces un mismo nombre designa en diversas partes
objetos que en nada se parecen; por ejemplo, aquí entende-
mos por cafuche un animal denominado en otros lugares
saíno ( entre los zoólogos Dycoteles), y en Antioquia es una
especie de tabaco. El uso de voces indígenas o peculiares de
ciertas comarcas, desacompañado de semejantes aclaracio-
nes, condena a no ser entendidas fuera del suelo , donde na-
cieron a obras que merecieran otra suerte; dí galo si no la
Memoria sobre el cultivo del maíz en Antioquia, poema be-
llísimo qu e con gusto prohijaría Virgilio, pero que su autor,
modesto en demasía o injustamente celoso con sus lectores
n o antioqueños, destinó sólo a su patria.
Objetos indígenas hay también que por parecerse a
airas de la Península llevan nombres castellanos, como el ya
dicho gallinazo llamado impropiamente por algunos cuer-
vo. Especialmente debe suceder esto en el reino vegetal, que,
como bellamente lo dice Humboldt, "a algunas plantas de le-
janas tierras aplica el colono nombres tomados del suelo na'-
tal , cual un recuerdo cuya pérdida fuese en extremo sensi-
ble; y como existen misteriosas relaciones entre los dife-
rentes tipos de la organización, las formas vegetales se pre-
senté:.n a su mente embellecidas con la imagen de las que
rodearon su cuna ," No pocas veces hemos contemplado con

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ternura aquellos corazones de hierro de los conquistadores


reblandeciéndose al tender por primera vez la vista sobre
paisajes parecidos a los de su patria, y fingiendo en sus mez-
quinas chozas una Cartagena y una Santa Fe, y, como para
completar la ilusión, revistiendo en su fantasía los campos
por las flores y hierbas, testigos de sus juegos infantiles. Se-
ría curioso comparar la flora y la fauna de América con la
de España para sorprender estos afectuosos engaños de la
imaginación; pero nuestros conocimientos son desiguales a
la empresa.
VII

Era nuestro propósito escribir un capítulo especial sobre


voces y acepciones extranjeras, pero hubimos de desistir por
el temor de abultar demasiado el libro; hablándose de esto
en otras obras, particularmente en el Diccionario de galicis-
mos de don Rafael M. Baralt, nos remitimos a ellas. Algo se
encuentra en el cuerpo de nuestro trabajo, y en las adiciones
que van al fin agregamos a la ligera algunas voces que no
recordamos se hallen en la obra antes citada.
Igual temor nos retrajo de tratar de las voces científicas
y geográficas ; cosa muy importante a causa del desacierto
con que generalmente se las acomoda al castellano, y origi-
nado de aprenderse las ciencias a que pertenecen ya en ll-
bros franceses , ya en versiones bárbaramente pergeñadas
por personas iliteratas ; entre nosotros no ha influído poco en
la corrupción de las voces técnicas el descuido con que médi-
cos y naturalistas han mirado ordinariamente los estudios li-
terarios, hasta el punto de, aun tratando con aciert o las ma-
terias de su profesión, hacerlo casi siempre en un estilo
afrancesado y en un lenguaje mazorral ; y no vale la discul-
p a de que en España no se escriban obras científicas clásicas,
porque, caso de ser así, el escribirse mal allende el mar no
autoriza a los de aquende a esquivar el hombro de la necesa-
ria labor de crear un lenguaje técnico racional y unifor rr. e.
Bien es verdad que sería notoria injusticia restringir a cli-

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Escritos lite rarios

chas profesiones un cargo que puede hacerse a otras: en los


últimos años se ha conferido el título de doctor a individuos
que de la escuela de primeras letras han pasado per saltum
a habérselas con don Juan Sala y los códigos de Cundina-
marca; ya se ve que si los estudios de jurisprudencia y polí-
tica continúan en este pie, debe la Patria ahogar la esperan-
za de contar entre sus hijos Jovellanos y Bellos.

VIII

El título de este libro nos redime de cualquier cargo


que pudiera hacérsenos sobre el método y orden en él segui-
dos: bien podríamos haber adoptado otros, bien ningunos;
no obstante , en beneficio de los que no han estudiado gramá-
tica lo hemos distribuído en capítulos, que por las definicio-
nes puestas a su comienzo bajo el título de glosario, puedan
presentar un curso elemental, útil acaso para las escuelas si
el maestro s e toma el trabajo de enseñar oralmente a con-
jugar. Todavía algunos puntos pudieran haberse tratado en
un lugar distinto del que les tocó ; pero como la mayor par-
te de los que tuvieren esta obra no necesitan recorrerla toda
desd e el principio hasta el fin , sino consultar una que otra
cosa, termina con un copioso índice en orden alfabético, más
cómodo y prov e choso para el efecto que el método más lógi-
co y riguroso.
IX

Tendremos por bie n e mpleados nuestros esfuerzos si lo-


gramos allanar algo el camino a las muchas personas que
hoy apetecen en esta ciudad perfeccionarse en el conoci-
miento de su lengua, y si movemos la curiosidad de ahondar
estos estudios, para que, corriendo el tiempo, puedan otros
desempeñar con más gusto, j uicio y erudición la tarea em-
prend ida por nuestras flacas fuerzas.
A la benevolencia con que desde el punto de abrirse la
suscripción a esa obra fue acogida, así como a la generosidad

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Rufino .José Cuervo

de los que nos han comunicado noticias, y a la severidad,


prenda de estimación, con que nuestros amigos nos han co-
rregido nuestros errores, no podemos corresponder sino con-
sagrando aquí la sincera expresión de nuestra profunda gra-
titud.

(Prólogo de las "Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogo -


tano" según aparece en la primera edición de la obra, hoy ver-
dadera curiosidad bibliográfica. En pos~eriores ediciones el seño;"
Cuervo introdujo numerosas variantes a este prólogo, y, no sa-
tisfecho todavía de él -por juzgarlo más literario que científico-
quiso suplirlo, en la edición que preparaba poco antes de su muer-
te, por el ensayo que con el título de "El castellano en América"
llena el volumen 2 de la "Selección Samper Ortega".
Este último estudio, por lo demás, no debe confundirse con
otro del mismo nombre que aparece en las "Disquisiciones filoló-
gicas.")

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Una nueva traducción de VirgiIio (1)

A QUEL conocido v erso de CampbelI,

'Tis distance lends enchantment to the view,

consigna un hecho que claramente explica e l at ractivo con


que nos seduce la antigüedad : el hombre no nació para lo
presente, y en ello no encuentra reposo , pues las propias mi-
serias y las ajenas por todas p artes le punzan ; de donde , o
sube la corriente de los años en busca d e l buen tiem po pasado
y se apacienta en la representación de la paz y la abundan-
cia de la edad de oro, o se imagina risueñas perspectivas en
lo venidero; pero éstas se deshacen confor me se acerca a ella s,
como los aparentes lagos del desierto, mientras lo pasado n o
está sujeto al desengaño de la experiencia , ante la imposi-
bilidad d e conseguirlo, excita la fantasía T se lo presenta
más cautivador. Por otra parte , lo nuevo como que por el
hecho de recordar su n a cimien t o, ofrece al a lma la idea de
su fugacidad ; al paso que lo antiguo , aquello que sie mpre
hemos visto, y que vieron nuestros padres, se conform a me-
jor con el tipo de eternidad que llevamos en nosotr os y al
cual lo compar amos todo : la belleza siempre antigu a y siem-
pre nueva que la vista enamorada de la teología mística ha
columbrado en la Soberana Esencia, es la que buscamos d on-
dequiera , cuando el alma olvidada de lo que ]a r odea , t ien-

(1) Obras de Virgilio traducidas en versos castellanos, con una


introducción y Dotas, por M. A. Caro. Bogotá, Echeverría Herma-
nos. Tomos 1 y n , 1873.
... ,., .-
"1- ... ,""
_T-'- T ,!5 I.t-': I 1'" N-,
...JI ........

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Escritos literarios

de de suyo a la querencia de su origen. De aquí el particu-


lar deleite que a las almas sensibles ofrecen las obras del ar-
te antiguo; en la ruina de esperanzas e ilusiones que nos cir-
cunda, se asemejan a aquel laurel, veterrima laurus, a que
se acogió la familia de Príamo, y que presenció la caída de]
infortunado rey, después de haber sido t estigo de las gran-
dezas de sus mayores.
No obstante, semejan te amor de la antigüedad no se ex-
presa en todos los hombres por admiración a las reliquias
que de ella eternizaron la poesía y las bellas artes, pues co-
mo éstas han nacido de aquella necesidad inherente en el al-
ma humana de dar cuerpo a sus concepciones tomando por
tipo cuantos objetos se ofrecen a su conte mplación , no ha
podido menos de suceder que sus obras salgan a la luz, como
los rebaños de Jacob, con los colores que las rodearon al en-
gendrarse; así que en ellas se reflejarán las creencias, las
costumbres de la época, los lugares, el carácter mismo del
artista y el poeta, y a éste aun el lenguaje, en el cual van co-
mo almacenadas toda la ciencia y todas las ideas de los pue-
blos, le hará pertenecer a cierto tiempo y a cierta nación.
En los partos del ingenio mod erno acaso no percibimos en
tanto grado estas influencias, por el activo comercio intelec-
tual que tiende a hacer cosmopolíticos, arte y literatura; pe-
l'O conforme subimos por la escala de los siglos, vamos vien-
do mejor demarcados los lineamientos hoy algo indecisos de
los pueblos, hasta encontrar la ancha raya que divide a grie-
gos de indúes y a unos y otros de hebreos y árabes. Tal es
la principal causa que nos dificulta gustar las bellezas de la
antigüedad; pues como lo dice Donaldson, "si no tenemos
vastos y precisos conoc imientos arqueológicos, si no vemos
las costumbres antiguas con los ojos de los antiguos, y nos
trasladamos en espíritu a otras tierras y otros tiempos, y nos
bañamos en la clara luz de las edades pasadas, no pueden
menos de ser inciertas, oscuras e insuficientes nuestras ideas
acerca de los que desaparecieron siglos ha, y las pinturas que
de ellos nos hagamos serán inanimadas y sin interés, como

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Rufino José Cuervo

pedazos sueltos de una estatua rota." Por aquí se echa de ,


ver con cuánta razón se ha dicho que saber dos lenguas, (lite-
rariamente, se entiende) es tener dos almas, y se compren-
de cómo los poetas antiguos no pueden llegar a ser popula-
res en nuestros tiempos, populares digo en el sentido en que
lo son los de hoy, los que hablan en nuestras palabras nues-
tras ideas, y visten, si me es permitida la metáfora, a traza
de los más recientes figurines; ni lo serán aunque se les cu-
bra de moderno ropaje, cual lo hizo Pope con Homero: hoy
en día su culto florece fervoroso y reverente en el estudio
de las personas de esmerada educación, pero no en los cafés
y tocadores, y por cierto no lo han menester. N o dudo afir-
mar que por ninguna cosa se puede calcular mejor el grado
de cultura intelectual de los individuos, que por su afición
a los clásicos y el conocimiento que de ellos tengan; pues sus
bellezas están las más veces ocultas tras un velo que sólo se
puede penetrar con el auxilio de variada erudición. En efec-
to, fuera de muy raras excepciones en las cuales se ve que
la mano dadivosa de la Providencia ha privilegiado ciertas
almas con una como potencia intuitiva para percibir y com-
prender la belleza ora moral, ora intelectual, ora estética, tal
que parecen adivinarla y naturalmente hacerla objetiva, la
generalidad de los hombres sólo consiguen ser buenos, sabios
o artistas, o a lo menos apreciar los actos de tales, a fuerza
de ímprobo trabajo. Se me figura como si el hombre , perdi-
da la posesión del Paraíso y malbaratada la gracia que le ha-
cía capaz de beber la bondad sobrenatural en su fuente, hu-
biese cegado juntamente la que le daba la comprensión del
orden natural; si con violencia se conquista el reino de los
cielos, con violencia también logramos penetrar al cielo de
la tierra, a la esfera de la inteligencia y el sentimiento, en la
cual se presienten las grandezas de esotro. Todos ven en el
magnífico cuadro de la naturaleza, y muy pocos son sensi-
bles a sus encantos; innumerables individuos pasarían d e
largo sin fijarse en las obras maestras del arte antiguo y mo-
derno, si su guía no les picase el amor propio, diciéndoles ser

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Escritos literarios

esas, aquellos prodigios que tánto pregona la fama; y en lo


literario acaso todos hemos hecho la prueba, pues para gus-
tar la sencillez clásica de Homero y fray Luis de León, he-
mos tenido que prepararnos con muchos y variados estudios.
H e hecho estas consideraciones preliminares para ha-
blar de la traducción de Virgilio que actualmente está sa-
cando a luz mi amigo don Miguel Antonio Caro, porque de-
seo llamar la atención del público a una circunstancia en
que quizá n o todos reparan , y es que el emprender una obra
de esa clase, ocupar largos años en darle cima y al fin im-
primirla con recursos particulares, prueba que el autor abri-
ga u na elevadísima idea de la sociedad e n que viv e , y da pa-
r a el mund o civilizado un argumento muy grave en favor de
n uestro adelanto literar io. Y al extender estas líneas, inco-
nexas tal vez y mal pergeñadas, como que se han escrito en
los cortísim os intervalos de prosaicas ocupaciones, es mi áni-
mo ha cer ver q u e si ya con sólo acometer su obra se hizo el
señor Caro acreedor a la estimación pú blica, la manera en
q u e la va aca bando corr espond e a la expectación motivada
por su alto ren ombre como p oeta y hum a n ista, y que por
tanto es deber d e patriotismo cooperar a la pron t a t ermina-
ción de éste que con justicia pued e llamarse monumento de
gloria nacional.
P or lo dicho pud ieran al gunos pensar : si yo n o he de
en tender a Virgilio, ¿ p ara qué lo leo? P ero les bastará el
sab io y am enísimo estudio preliminar del señor Caro, que
ocupa 119 páginas d el tom o prim ero, par a simp atizar con el
p oeta, q ui en aparece a llí como e l más moderno entre los an-
tiguos, especie de medi a luz gratísim a q u e anuncia los es-
plen d ores de la civilización cristiana . Sus primer as obras,
las Egloga s y las G eórgicas, in s piran a m or a l a natur aleza y
las labores cam pestres, y exha lan un aroma más r egalado
q u e aquel tomillo a que en concepto d e un a cadémico olía La
v ida del campo de Meléndez, con el cu al se repara el alma,
q u e dan do com o e mpapada en a qu ella apacibilidad que sólo
pueden darle los a ires l ibres d el campo cuando está ahoga-

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Rufino José Cuervo

da en el bullicio de las ciudades. Mejor que mis palabras lo


probarán algunas cortísimas muestras, por las cuales se ve
que este género de poesía tiende a satisfacer la necesidad que
sentimos de un contacto íntimo y afectuoso con la naturale-
za, cual lo gozaron nuestros padres en el Edén.
Obligado el pastor Melibeo a abandonar sus tierras, pin-
ta así la felicidad de Títiro, que ha logrado recobrar las
suyas:

¡Oh anciano muchas veces venturoso!


Tú en medio reclinado
De esas fuentes sagradas conocidas,
Gozarás en reposo
Airecillos fragantes a deseo;
Mien tras la flor de salce en el cercado
Libando, en torno del panal hibleo,
Las doradas abejas
Con zumbido te aduermen regalado:
Dará a los vientos su cantar, subido
El podador en la vecina loma;
y desde el olmo con sus blandas quejas
Tórtola amante halagará tu oíao,
y con sordos arrullos la paloma .
(Egl. 1.)

Hé aquí trozos del cé le bre elogio de la vida d e l ca mpo:

¡Oh una y muchas veces venturosos


Los labradores, si estimar supiesen
Los bienes de que gozan! ¡Venturosos
Los que del seno de la madre tierra
Centuplicados los süaves frutos
En posesión pacífica reciben ,
Lejos del ruido de civil discordia!
P a18.cios no hay allí que en pompa regia
Por sus pórticos todos desde el alba
A oleadas los áulicos derramen .. .... .
En cambio paz segura
y un sabroso vivir libre de engaños
y en la copia profuso de sus dones,
Tie ne el a gricultor. Aquella holgura

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Escritos literarios

y alma serenidad de la campaña,


Umbrosas espeluncas, vivos lagos,
El fresco valle y verde, los mugidos
Del perezoso buey, los apacibles
Sueños gozados bajo amenas sombras,
A su dicha no faltan. En el campo
Sobria, fuerte, a fatigas avezada
Verás la juventud. ¿Cazar te plugo?
Bosques tendrás, enmarañados bosques,
Fieras y grutas. ¿La virtud te guía?
Aquí verás la religión honrada,
Honrada la vejez. Cuando del suelo
Impuro se ausentaba la Justicia,
Dejó en los campos sus postreras huellas .....
Sus hijuelos en tanto
Cuélganse en torno a disputar sus besos:
Fe conyugal y honesto amor guarece
Su inmaculado hogar. La mansa vaca
Para él dilata sus lecheras ubres;
y en los herbosos prados,
Fieros ya de sus cuernos se aCOlneten
Los bien medrados juguetones chivos.
Fiel las fiestas celebra: reclinados
Sobre la hierba, donde en medio brilla
El fuego del altar, sus compañeros
CíñenlE" en fl ores el colmado vaso,
y él le empina en tu honor, o buen Leneo!
Premios allí propone a los pastores,
O ya en el olmo erguido el blanco fije
A donde asesten las veloces flechas ,
O ya a rústica lucha aderezados
Desnudos muestren sus fornidos miembros.

( Georg.) lib . 11).

Aconsejando el poeta el evitar a los ganados las ocasIO-


nes amorosas, describe así sus efectos en los toros:

Detrás de una agria sierra,


En medio de anchos ríos
Ceba sus toros el pastor prudente,
O en provistos establos los encierra ;
Que roba una ·hembra los vitales bríos

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Rufino José eUe"G

Con halago sutil , y el que la mira


Se abrasa de mirarla, y no lo siente,
Con amoroso fuego
Que del pasto y la sombra pone olvido ;
y el dulce poseella
A recursos de ira
Tal vez remiten dos rivales . Ella ,
Novilla hermosa, en honda selva pace ;
Ellos en tanto embístense sañudos,
Toros valientes en igual porfía;
Heridas menudean,
Negra sangre chorrean,
Los cuernos traban con bramar tremendo ,
y las florestas y el lejano Olimpo
Repiten de la riña el sordo estruendo.
y no será que retornar se vean
A un mismo establo entrambos contendores:
Destiérrase el vencido,
En remotas comarcas ignoradas
Su afrenta va a esconder y sus dolores,
y a llorar sin venganza el bien perdido ;
Volviendo las miradas
A su nativo establo , así se aleja
Del que reino fue ya de sus mayores .
Pero no para siempre : allá rehace
Sus fuerzas en silencio: lecho duro
Mulle en medio de peñas donde yace
Noches enteras: espinosas hierbas
y agudos juncos pace.
Emtistiendo algún tronco se ejercita,
O al aire corneando : tal se ensaya,
y esparramando polvo , a la pelea .
Luégo al sentirse rep.arado y fuerte ,
Tiendas levanta, al enemigo busca
Descuidado , y sobre él se precipita. '
( Georg.) lib. lIIJ .

Acabando de copiar estos bellísimos lugares en que


campean la frase y la versificación castellanas en toda su
gallardía, empiezo a dolerme de no haber citado otros, pues
especialmente en las Geórgicas, la traducción tiene tánto mé-
rito, que no sabe uno qué trozo es el más feliz , y me

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Escritos literarios

complazco en dejar a los lectores el deleite de notar es-


ta especie de competencia entre período y período. Sería in-
acabable, si hubiese de trasladar aquí las descripciones del
caballo, del toro apestado, de la tempestad, de los jardines
del buen viejo Caricia, etc.
Viene luégo la Eneida, poema nacional en que Virgilio
cuenta la venida de Eneas desde Troya a echar los cimientos
de la nación romana y poner las semillas de sus futuras glo-
rias. La naturaleza de la epopeya la hace más exclusiva-
mente propia de un pueblo y una civilización; pero esto no
impide que cualquiera persona medianamente culta pueda
leer con gusto esta parte de Virgilio, pues el poeta ha hermo-
seado su asunto con tántas b ell ezas y sabe siempre sentir
con tánta pureza, que dondequiera cautiva. Eterna es la im-
presión que dejan el imponente cuadro de la última noche
de Troya, la pasión y triste fin de Dido, la bajada de Eneas a
los infiernos. Aquí ha adoptado el traductor la octava rima,
como que es l a forma consagrada para la epopeya por los
mayores poetas italianos y españoles, y es innecesario recal-
car sobre el trabajo y la habilidad qu e se requieren para re-
ducir a estos p er íodos simétricos el segu 2do raudal de los he-
xámetros origin ales. Corno muestra de lo contenido en el
segundo tomo , véanse las siguientes valentísimas octavas
d el libro IV, que recuerdan las mejores de Valbuena y Rei-
naso, y bastan a desvanecer cualquiera objeción que pudie-
ra presentarse contra la elección de esta estrofa. Ya el poeta
nos ha pintado a Dido vencida de amor a Eneas, y ha acaba-
do su descrIpción con este admirable símil:

Tal la Reina abrasada incierta gira :


Así también en la selvosa Creta
Algún vago pastor de lej os tira
A cierva incauta rápida saeta;
El , que clavó el arpón, tal vez no mira;
Ella en bosques y valles huye inquieta,
y en vano huyendo de librarse trata,
Que va con ella el dardo que la mata.

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Rufino José Cuervo

Viene en tanto un mensajero celestial que ordena a


Eneas seguir su rumbo a Italia, y él, obediente, d ispone en
secreto la partida, pero

¿ Cómo engañar a un corazón que ama ?


Ella todo lo sabe, lo adivina ;
Fue quien primero descubrió la trama ,
Y, aun en horas serenas, de ruina
Amagos presintió. ¿Qué más? La Fama
Sus ocultos recelos amotina,
Maligna susurrando que aparejan
Naves los teucros ; que a Cartago dejan.
Fuera de tino la soberbia amante
Corre por la ciudad, como se agita
En las orgias solemnes la bacante
Cuando oye en torno la vinosa grita ,
Y los tirsos descubre , y resonante
A sus misterios Citerón la invita :
Tal va la reina, y tal sin más recato
Vuela a afrentar al amador ingrato :
" ¿Disimular ¡oh pérfido! esperaste
Tu malvada intención, tu felonía?
¿ Y tu nave en mi puerto imaginaste
Que en silencio las velas soltaría?
¿Cosa no habrá que a disuadirte bast e?
¿Ni mi amor, ni la fe jurada un día?
¿Ni reparar en Dido sin ventura ,
Que por ti morirá de muerte dura?

" ¡ y que en lo crudo de hibernal es meses


Quieras de presto aderezar tu flota!
¡ Que tánto en levar ferro te intereses
Cuando más Aquilón la espuma azota!
Dime, cruel, si en lejanía vieses,
No extraños campos, no ciudad ignota,
Mas renaciente a Troya, ¿a tus hogares
Cruzando irías procelosos mares?
" ¡Huyes de mi! Mas nuestra unión te pido
Que recuerdes y este único tesoro
Que reservé, mi corazón herido,
Mírale aquí, y las lágrimas que lloro!

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Escritos literarios

Si algo te merecí, si hallaste en Dido


Algo de amable , tu clemencia imploro!
¿ Mi trono hundirse ves sin sentimiento?
¡Ah! si a ún vale rogar, muda de intento!

" N óm a d es gentes, reyes confinantes


Me odian por ti ; mi pueblo me desama ;
Por ti inmolé el pudor, la que antes
M e a lzaba a las estrellas, limpia fama .
¡ Oh huésped ! en mis últimos instantes
Me a b andonas, y ¿a quién? Mi voz te llama
Huésped! fuiste mi esposo . Mas ¿qué tardo?
¿ Al extranjero o al hermano aguardo?"

El , que de Jove , mientras ella hablaba,


G u arda e n su mente el m a ndamiento impreso ,
Fijos los ojos en el suelo clava,
Mudo r esiste d el dolor al peso.
" Mi g ratitud tu esplendidez alaba, "
Esto al fi n dij o a penas : " y confieso
Que s i arguyes i oh R eina ! con mercedes ,
M uchas y g r a ndes recordarme puedes.

" Yo llevaré al recuerdo de esos d o nes


L a imagen tuya dulcemente unida ,
Mientras g u ard e mis propias tradiciones ,
Mientras mi p echo a liente aura d e vida .
Mas oye, en la c uestión, breves razones :
No p ensaba oc ultarte mi partida,
N i de unión cony u g al te hice p r omesa ;
No así t e eng a ñes: mi misión no es esa.

"¿ N o ves que s i el destino me otorgara


Guiar las cosas , reparando males,
Ya hubiera visto por mi patria cara?
¡ Podría de sus héroes los mortales
Restos honrar ; al golpe de mi vara
Se alzarán sus alcázares reales,
Y poderosa como en antes era ,
Troya de sus cenizas renaciera!

" Mas ay i la voz de oráculo divino


Fuerza mi voluntad, Febo me guía ;
Naveg ar para Italia es mi destino,

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Rufino José Cuervo

Ya éste es mi amor, y ésta es la patria mía!


Cual hoy troyano a Ausonia me encamino,
Tiria a Cartago tú viniste un día;
Ya en paz la riges: en igual manera
Buscamos, do reinar, zona extranjera.

"Mi padre Anquises , cuando en alto vuelo


La noche entolda el orbe de la tierra
Y brillan las estrellas por el cielo,
En sueños me habla , y su actitud me aterra:
Mi hijo Ascanio es causa de desvelo ,
Y en él mirando el corazón se cierra;
Que aquí, distante del confín hesperio,
Yo le defraudo el prometido imperio.

" No h á mucho el nuncio de los Dioses vino ;


Por vida de ambos que le vi te juro,
E nviado por Júpiter, camino
Por los aires abrir, y entrar el muro :
Estoy mirando su esplendor divino;
Oyendo estoy su mandamiento duro!
No me des más , no más te des tormento ;
Llévanme a Italia y con dolor me ausento r"

Mien tras hablaba, fiera y desdefíosa


Con ardien te inquietud ella le mira ;
M irándole en silencio , ira r e bosa,
Y luégo a voces se desata en ira :
" N o f ue tu mad r e ¡ pérfido! una di0sa,
Que desciendes de Dárdano es mentira ;
Cáucaso te engendró entre hórridos lechos ,
Hircana tigre te crió a sus pechos!

" Ya , qué hay que disfra zar? ¿qué m {ts espero?


Ve llorando a su amante , y ¿se contrista?
¿Le merecí un a lágrima, un ligero
Sig n o d e compasión? ¿ volvió la vista?
¡Cielos! ¿De cuá l me quejaré primero?
¿ Qué Dios h a brá que a vindicarme asista ?
Ni Juno ya , ni JOl/e , ¡oh desengaño!
Co n justa indignación miran mi dafío .

" ¡Oh justicia! ¡oh lealtad! ¡nombres vacíos!


¡Yo náufrago, desnudo, falleciente

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Escritos literarios

Le recogí; le abrí los reinos míos,


El imperio con él partí demente!
Yo los restos salvé de sus navíos,
Yo libré de morir su triste gente!.. ....
¿A dónde me despeña el pensamiento?
Llevada de furor, arder me siento!

"¡ Y ahora la voz de oráculo divino


Fuerza su voluntad! ¡Febo le guía!
Ni ha mucho el nuncio de los dioses vino,
Y es heraldo que Júpiter le envía!
¡Y en los aires abriéndose camino
Le trae la orden fatal! ¡QUién pensaría
Que hubiesen de alterar cuidados tales!
La alta paz de los dioses inmortales.

"Nada te objeto, ni partir te impido:


Vé, y por medio del mar, en seguimiento
Camina de ese imperio prometido;
¡Busca esa Italia con favor del viento!
Mas si justas deidades, fementido,
Algo pueden, te juro que el tormento
Hallarás, entre escollos, que mereces,
Y a Dido por su nombre allí mil veces.

"Invocarás; y Dido abandonada,


Con tea humosa aterrará tu mente;
Y cuando a manos de la muerte helada
Salga del cuerpo esta ánima doliente ,
Yo , vengadora sombra, a tu mirada
¡En todas partes estaré presente!
Tu crimen pagarás; sabráse, oirélo :
Eso en el Orco irá a acallar mi duelo!"

Antes de pasar adelante y para contrarrestar la mala


impreslOn que producen algunos eruditos acusando a Virgi-
lio de falta de originalidad y clasificándole entre los inge-
nios de segundo orden, alegaré brevemente en su defensa.
Quien abra los "Estudios griegos" de Eichhoff, podrá creer
que las obras de nuestro poeta no pasan de ser un centón de
retazos traducidos de libros de Grecia: no niego que Virgilio
imitó varias veces, pero la proporción de los pasajes en que

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Rufino José ·Cuervo

eso es obvio con respecto a los que pueden ser meras coinci-
dencias, me parece muy pequeña; yo a lo menos no conci-
bo cómo un escritor que ha producido cosas originales admi-
radas aun por sus mismos detractores, y que, según confe-
sión de estos mismos, alcanza siempre a embellecer los que
llaman sus hurtos, se viese forzado por pobreza de ingenio
a coser dos o tres pasajes de Homero y otros para produCir
un solo símil. Especialmente en arranques de sentimiento
todos los hombres usan un m ismo lenguaje, y no es extraño
que los grandes maestros, conocedores de la naturaleza, y
sus pintores, coincidan en este caso. Recuerdo que Cantú ci-
ta tres idilios, uno indú, otro griego, otro árabe, de iguales
proporciones, en que se desenvuelve un mismo pensamien-
to; y si entre poetas de naciones que ninguna comunidad
inmediata de ideas han tenido, se hallan sorprendentes coin-
cidencias, ¿qué mucho que Virgilio, formado en el estudio de
los griegos, acostumbrado a sentir y pensar como ellos, bro-
tase inconscientemente bellezas de la misma escuela?
Como muy bien lo observa Géiethe, toda poesía ideal
tiene por base la realidad, lo verdadero es la fuente de todo
lo bello, y por eso de ahí mismo han de sacarse todos los ma-
teriales de la creación poética; para aquel gran crítico, obras
construídas con nubes y suspendidas en los aires son como si
no existiesen, y nadie logra más segura t-ase para escribir,
que quien toma un argumento popular y de todos conocido,
pues lo que vulgarmente se llama creación es casi siempre
desordenado, turbio y confuso. Estas ideas tan exactas, pro-
fesadas por uno de los talentos más originales que ha tenido
el mundo, demuestran por una parte la sinrazón de los que
censuran a Virgilio por haber pintado a Eneas como hom-·
bre y no como semidiós, conforme a un ideal- inexacto de la
humanidad, y por otra explican la grandeza de Homero y de
]a~ epopeyas verdaderamente nacionales. El célebre artista
Schnorr, alegorizando la composición del poema de los Nl-
belungen, nos representa al poeta en medio de una mucha-
cha rubia, coronada de encina, que con la inspiración de una

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sacerdotisa, acompañándose de su arpa, canta antiguas ha-


zañas, y de una vieja con el huso en la mano y de semblan-
te agradable, si bien gastado por la edad: felicísima con-
cepción en que simboliza las dos clases de tradición en que
bebe el poeta épico: una que embalsamada y resguardada en
las formas poéticas, se perpetúa casi intacta en la memoria
de los pueblos, cual sucede con los antiguos romances ca-
ballerescos españoles, hasta tal punto que aquí en un desco-
nocido valle de los Andes he oído a un inculto campesino
recitar los de Bernardo del Carpio (que él llama Bernardino
Alcarpio ) y de los infantes de Lara; la otra que se va desfi-
gurando hasta convertirse en cuentos caseros, ciencia con
que el cariño de madres y abu elas entretiene al amor de la
lumbre imaginaciones infantiles. En épocas de gran vigor
nacional y uniformidad de costumbres y conocimientos,
cuales deben encontrarse en la mañana de las razas, el ge-
nio se apodera de los cantos e historias del pueblo, que en-
tonces es la nación, los compila, pule y unif:ca y for ma una
obra que se gana todos los sufragios. Pero vienen tiempos
de cultura y desigualdad social; y entonces la poesía se 'par-
te en dos ramas: patrimonio la una del pueblo, suele des-
caecer por falta de esmerado cultivo, en tanto que la otra,
docta, va siguiendo la dirección que le imponen los varios
gustos y tendencias de la sociedad educada ; entonces ya no
puede escribirse epopeya verdaderamente nacional, sino imi-
taciones de ella ; pero no por eso debe menos el poeta procu-
rar el deleite de la clase de lectores a quienes destina su obra,
con medios análogos a los que emplearía en otras circuns-
tancias para satisfacer a toda su nación. Así lo comprendió
Virgilio, pues al intentar la de su patria, vio que no podía
granjearse la aceptación de aquellos para qu ienes había de
escribir, que eran Augusto y sus cortesanos, sino valiéndo-
se de las tradiciones poéticas que éstos conocían y vaciándo-
las en un molde nuevo ; tomado su argumento, le era forzo-
so presentar las personas, los lugares, las costumbres con
los mismos colores que ya tenían en la mente de sus lec-

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Rufino José Cuervo

tores, so pena de faltar a la verdad del arte; y en esta evoca-


ción halló su genio recursos admirables , como el de la apa-
rición de Héctor en la última noche de Troya, que no haoe
una impresión tan profunda sino porque nosotros ya cono-
cíamos al valeroso hijo de Príamo, y le habíamos visto en el
cuadro de Homero en la misma situación; de igual manera,
no nos sintiéramos tan conmovidos del infortunio de Aque-
ménides, si ya no tuviésemos evidencia de la crueldad del
monstruo Polifemo. Sólo la hija del genio me parece aquella
sabiduría que se apropia pormenores conocidos, los refun-
de, embelleciéndolos, junto con las creaciones propias en un
plan original, pues en el de la Eneida en nada se parece a
los de Homero, y aprovecha para cautivar a sus lectores el
conocimiento que de ellos tienen.
La imitaciun servil y estéril es la que merece el ceño de
la crítica: nadie tildará de plagiario al que :deó el capitel
cori ntio por ver el canastillo de flores entre las hojas de acan-
to, ni habrá fuerza de eruditos gigantes que arranque a Ra-
fael su aureola de gloria porque imitó a Giotto en la T1'ans -
figuración.
Introducidos ya los lectores a la amistad de Virgilio , es
tiempo de hablarles d e la traducción , llamada a extender la
simpatía de su nombre y la admiración de sus b e llezas.
Suficientemente se han poderado ya po~' otros las difi-
cultades que ofrece una buena traducción. En efecto, las len-
guas se diferencian unas de otras como los pueblos que las
hablan , y saber una lengua es lo mismo que saber las ideas,
la historia de una nación; y s i este conocimiento se aplica a
la interpretación de aquellos escritores que personifican una
época, casi lq vida de un hombre se necesita para adquirir la
suma de erudición suficiente para desentrañar en todas sus
partes el verdadero sentido. Logrado esto resta todavía estar
dotado de muchas cualidades poco comunes para trasplan-
tar una obra nacida en otros climas sin que pierda su loza-
nía y vigor. Los preceptistas advierten que metáforas y ex-
presiones naturales en una lengua son inaceptables en otra:

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Escritos literarios

en la Sagrada Escritura, por ejemplo, lo mismo que en los


autores latinos, se toma cuerno por fuerza, pero nadie se
atrevería a conservar la metáfora en castellano, como tam-
poco lo haría con el arrectis auribus y otras ; pues fuera de
algunas circunstancias, o casuales u ocultas, sucede que las
lenguas se desarrollan por aquel lado hacia donde se deja
llevar el pueblo a que pertenece; hojeando un diccion ario
árabe nos sorprende la infinidad de voces relativas al cui-
dado del ganado, a los camellos, a las palmeras y otros ob-
jetos del desi erto, y toda la poesía y la conversación misma
de esta raza va empedrada de alusiones a su vida ordina-
ria. Es cierto que, respecto al latín, la poderosa influencia
que en el Renacimiento ejerció en las lenguas y literaturas
de Europa, franqueó algo el camino a los traductores; pero
como las lenguas romances nacieron de entre las ruinas de
la civilización pagana, todavía han quedado muchas diver-
gen cias qu e pudieran decirse de origen social. Pero esta di-
ficultad , que al cabo no reside sino en ciertos pasajes, es in-
significante comparada con la que resulta de la diferencia
orgánica de las lenguas: sintéticas las clásicas, dicen mu-
cho en pocas palabras, conden san el pensamiento, y a veces
sólo producen en el alma como una vibración que, multipli-
cándose, magnifique el concepto ; analítica la nuestra, como
lo son sus congéneres, todo lo define y particulariza, pre-
sentando la ideal cual en un espejo para que en la mente
de los demás se refleje ni más ni menos que se concibió en
la d e su autor; por lo cual hay el riesgo de desvanecer en
castellano un cuadro que en latín o e n griego es vigoroso y
enérgico, tal como si la misma cantidad d e color se exten-
diese en mayor espacio de lienzo. Muchos traductores lle-
gan a figurarse que el mérito de su trabajo ha de cifrarse en
no omitir nada de cuanto sugiere el original, inclusos los
p refijos y expletivos y hasta la glosas de los comentadores;
lo cual, vertiéndose de lenguas sintéticas a analíticas es, en
mi sentir, un error gravísimo, como no sea que la traducción
se destine tan sólo a los escolares para que aprendan sus lec-

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ciones, pues los que así hacen se vuelven tan difusos, que no
hay paciencia que los sufra. Ni puede ser de otro modo: en
los grandes escritores, el pensamiento original se ha conce-
bido en el ámbito de cierto período retórico, dentro del cual
cada miembro tiene la extensión que exige su importancia
con respecto al conjunto, y al ensanchar el período haciendo
acaso resaltar accesorios muy secundarios en el original,
siente el ánimo como un vacío que le fatiga. Sucede, ade-
más, que las lenguas sintéticas ofrecen de por sí mayor cam-
po a la exornación, y por eso es necesario muchas veces al
pasar de ellas, podar sabiamente el texto, no sea que en la tra-
ducción aparezca el pensamiento original ahogado entre un
vicioso follaje. Como el punto es importante, trataré de es-
clarecerlo con algunos ejemplos.

He aquí cómo traduce Iriarte el

..... Sequar atris ignibus absens; <lE., IV, 384)

...... Con negras llamas,


Como Furia, aunque ausente, he de seguirte;

al leer esto se le figura a uno tener a la vista la edición ad


'USum DelphiniJ pues el como Furia y el aunque son pura
glosa, y el todo es prosa pura, y mala prosa.

Cuando en el libro VI de la Ilíada dice Hermosilla:

Otórgame la vida, hijo de Atreo,


y tu cautivo -sea,

hace una exposición etimológica del verbo :;wyp~t , único


que hay en el original, y contribuye a alargar el discurso de
Adrasto, que ve sobre sí a Menelao con su larga pica.
El mismo traductor de la Ilíada dice en el libro XXII
describiendo el trato que usó Aquiles con el cadáver de
Héctor:

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Escritos literarios

......Los tendones
De ambos pies le horadó junto al tobillq
Detrás hacia el talón; y atravesadas
Por la abertura, sólidas correas
Hechas con piel de buey, detrás del carro
Le ató, de modo que arrastrando fuese
La cabeza;

prescindiendo de que Homero no dice, porque era innecesa-


rio, lo de la abertura" bastaba con sólidas con'eas, pues he-
chas con piel de buey (que está por un adjetivo que significa
boyuno) introduce en la descripción una acción inoportuna,
y ya que el traductor añadió por su cuenta el epíteto sólidas,
no debía remorderle la conciencia quitar esotro; adem ás,
aquellas señas de junto , detTás y hacia, a unque son del origi-
nal, descaminan al más listo .. Conservando la misma esca-
brosidad y prosaísmo en los versos, y sin omitir todavía na-
da del texto, pudo habers e dicho ahorrando dos renglones:
...... Los tendones
Abriendo de ambos pies entre el tobillo
y el talón, le pasó duras correas,
Que ató al carro, dejando que arrastrase
La cabeza ... ...
Bas te esto para comprobar lo de que una extremada fi-
delidad es u na extremada infidelidad, y sirva también para
conocer por qué en la traducción de Hermosilla aparece Ho-
mero como el escritor más flojo y descolorido.
Paso ahora a ciLar unos pas ajes de la traducción del se-
ñor Caro en que oportunamente ha abreviado el original.
En la pintura de Polifemo después de cegado por Ulises, halló:

Hácenle sus ovejas compañía,


Consuelo sólo de su adverso estado.
(Lanigerae comitantur oves; ea sola voluptas
Solamenque mali. lE . rIl , 660-1 ).

Veamos el bellísimo símil con que nos pinta el poeta el


duelo de Orfeo por su querida Eurídice :

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Qualis populea maerens Philomela sub umbra


Amissos queritur fetus; quos durus arator
Observans nido implumis detraxit: at illa
Flet noctem, ramoque sedens miserabili carmen
Integrat et moestis late loca Questibus implet.
( G. , IV, 511-15).

De un álamo a la sombra Filomena


Así sus hijos llora
Que duro labrador, dentro del nido
Mirando implumes, le robó en mal hora ;
y en la noche serena
Repite allí en la rama
Su endecha lamentable, y el gemido
En ecos por los campos se derrama.

N o creo engañarme al afirmar que aquí no se echa meno


el moerens. ni el amissos, ni el sedens, así como tampoco daña
la libertad de la última parte.
El verso , por más importancia que se dé a la forma no es
toda la poesía: las ideas, el lenguaje, el estilo han de tener ta-
les condiciones que satisfagan el ideal de la belleza que exis-
te o se ha de evocar en las almas: escríbanse versos bien me-
didos, pero fofo s, prosaicos, fríos , y es seguro que hasta mé-
tricamente parecerán malos; a la inversa, buenas ideas, en
versos desgarbados e incorrectos, perderán inmensamente.
Como el lenguaje y e l estilo poéticos no se corresponden lite-
ralmente de una lengua a otra, resulta que al traducir se des-
truyen los del original, ni más ni menos que el metro ; y si no
se reemplazan ventajosamente, es decir , si el traductor no es
también poeta para sentir como el autor , si no maneja su len-
gua como aquel la suya, escogiendo para cada idea la expre-
sión más adecuada perderá el trabajo de armar sus versos, y
mejor le fuera hacerlo en prosa o escribir un comentario so-
bre el texto. Además , el verso es una expresión material de
la poesía, y cuando en lo demás no corresponde a esta apa-
riencia, ofrece un contraste repugnante y desventajosísimo ;
entonces aquella fidelidad de que hablé arriba es mentida,

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Escritos literarios

pues se roban al poeta cualidades de tanta monta como la


e nergía y el colorido.
Ya oigo que muchos al leer esta doctrina la tacharán de
herética y vitanda; pero ha de recordarse que no es lo mismo
una traducción poética, que una interlineal u otra de aquellas
en que se quiere dar una copia exacta de sólo las ideas del ori-
ginal, como si dijéramos, de un libro científico: la primera es
una obra nueva en que se propone el poet a ( que por fuerza
ha de serlo) ofrecer el tema extranjero de suerte que agrade
al lector, dando belleza por belleza, armonía por armonía. Me
parece que con grande exactitud se ha comparado la labor de
quien traduce a la del grabador que copia una pintura: el
asunto es idéntico, los medios que emplea, diferentes; debe,
pues, penetrarse de la concepción del pintor y valiéndose de
los recursos que le ofrece su arte, expresarla con energía y
exactitud. El engaño de los que se empeñan en que una tra-
ducción ha de ser el mismísimo original, procede de la facili-
dad con que nos prendamos de la forma en obras extranjeras,
sobre todo cuando las hemos leído antes de conocer bien la
lengua en que están escritas; cosa naturalísima, pues no es-
tando familiarizados con sus expresiones, ni estando estas des-
gastadas para nosotros con el uso cotidiano, nos parecen mu-
cho más expresivas y vigorosas ; sin que deje de influir el par-
ticular deleite que, tras el fastidioso estudio de los elementos
gramaticales, nos causa entender un pasaje, lo cual lo escul-
pe gratamente en la memoria, lo mismo que sucedería a un
amante con la primera sonrisa que su amada le dio en pago
de largos obsequios.
Por las muestras arriba dadas, si se tienen en cuenta las
consideraciones precedentes, se habrá visto que la traducción
del señor Caro, sin una supersticiosa s ujeción a la letra, aun
cuando lucha con estrofa tan artificiosa como la octava, es
sumamente exacta y trasparenta con perfecta claridad las
ideas del texto, sorprendiendo por dos circunstancias espe-
cialmente: la concisión del estilo y 10 atinado de la interpre-
ta ción . Para dar una prueba de la primera, no hallo manera

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más adecuada que comparar un pedazo con el correspondien-


te de otra docta y elegantísima v ersión , de la cual lamento n o
conocer sino una muestra, digna por cierto d el ilustre y sim-
pático nombre de su autor, que lo es don Fermín d e la Puente
y Apecechea, la cual ha excitado en mí un ardiente deseo de
ver completa esta nueva obra con que el feliz y galano poeta
entreteje el laur el de Virgilio a los que ya tiene ganados.
El pasaje es aquel famoso del fin del libro VI de la Enei-
da en que se hace el elogio fúnebre de Marcelo, y que produ-
jo tan profunda impresión en Octavia. Dice el señor Apecé-
chea:

i Cuánto gemidos de ínclitos varones


Resonarán después por cualquier parte,
Desde el campo inmediato y sus legiones
Hasta la gran ciudad del propio Marte!
¡Cuánta fúnebre pompa y libaciones,
Tíber, presenciarás al deslizarte
Junto al piadoso túmulo que, nuevo,
Los restos contendrá de ese mancebo!

No saldrá, nó, de la raíz troyana,


Ni de latina gente -mozo alguno
Que a tan alta esperanza eleve ufana
La altiva raza a quien persigue Juno.
No la romúlea tierra se engalana,
Cual con este mancebo, con ninguno :
¡Oh piedad! ¡Oh fe antigua no perdida!
¡Oh diestra, en guerra, por jamás vencida!

¡Oh! nunca nadie impune contrastara


Contrario en armas, su impetu en el suelo,
Si a pie las rudas haces asaltara,
O del potro excitara el noble anhelo!. ...
¡Oh pobre niño !.. .. si tu estrella a vara
Romper lograres, tú serás Marcelo! ....
Lágrimas dadme, dadme a manos llenas
Cárdenos lirios, blancas azucenas!

Dice el señor Caro:

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Del Campo Marcio a la romana plaza


¡ Cuán tos gemidos herirán los cielos!
y si ya tu onda su sepulcro abraza,
¿Qué, oh T íber, no verás de acerbos duelos '!
Ningún mancebo de troyana raza
Tanto alzará, como él, de los abuelos
Latinos la esperanza; hijo más bueno
Nunca otro criarás, Roma , a tu seno!
¡ Oh tipo de fe antigua y piedad rara!
¡Oh, qué brazo invencible en lid guerrera!
Ninguno, si viviese, le retara
Impune, o ya a pie firme combatiera
O caballo brioso espoleara.
¡ Oh! ¿qué suerte, qué suerte no le espera?
Mas si logras trocar males con bienes,
Tú un Marcelo serás, sombra que vienes!
Azucenas me dad con mano larga ...... .

La interpretación arguye un profundo conocimiento del


texto, basado no ólo en e l estudio de los más famosos co-
mentadores antiguos y mod rnos, sino en investigaciones
propias seguidas con la doctrina y sagacidad que exige la
crítica moderna; así es que veo con gusto rechazadas inter-
pretaciones que la filología ha convencido de falsas después
de haber corrido con crédito por siglos, e introducidas otras
que aclaran o m joran el sentido. Por ejemplo:
El aristas de la Egloga 1, v. 69, se traduce en su signifi-
cado propio, y no en el figurativo de años, que reprueban el
contexto y la sintaxis.
El nuper de la Egloga III, v. 2, le toma rectamente
nuestro traductor por ha tiempo, acepción exigida por los ad-
juntos y comprobada con autoridades terminantes que pue-
den verse en Band y Freund.
Desde el verso 250 del libro III de las Geórgicas se halla
cambiado el orden de varios períodos, para conseguir una
gradación más natural en la enumeración de los efectos pro-
ducidos por el amor en los animales y el hombre. Aquí pa-
rece que el traductor ha seguido la sugestión de Ribbeck.

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El pasaje que comienza en el verso 197 del libro VI de


la Eneida se traduce muy acertadame nte como si el punto
viniese después de pascentes, lección autorizada por el códi-
ce Mediceo, según le cita el propio Ribbeck.
Como muestra de inter pretaciones propias d e l señor Ca-
ro , citaré tan sólo la siguiente: sab ida es la discordancia que
d esde Servicio y Donato ha h a bido sobre el sentido de la ex-
presión nec cedit honori u honore, como leen otros , ClE. , III,
484 ) ; pues bien, él traduce " excusando cumplimientos va-
nos," lo cual tiene en su favor qu e la misma ac e pción de ho-
nos ocurre diez ver sos antes en un lugar que parece hacer
juego con el citado: en efecto primero habla Heleno a An-
quises con mucha ceremonia y respeto , oficialmente, diga-
mos , como sacerdote de Apolo ( multo compellat honore );
luégo Andrómaca, viendo en Ascanio la v iva imagen de As-
tianacte y conmovida con la idea de una se paración eterna,
excusa cumplimient os y le hace afectuosos r e galos.
Al llegar aquí, y antes d e pasar adelante , pido perdón
a los lectores p or este trozo de literatura pesada , que no m e
h e an imado a introducir sino con el fin de que las personas
q ue no se han consagrado a e s tos trabajos juzguen por e sta
bre vísima enumeración cuántas dificultades se ofre cen en
ellos, y se convenzan de que la traducción d e u n a utor clá-
s ico no es un liviano pasatie mpo.
El lenguaj e del señor Caro es de lo más es merado y co-
rrecto. Comprendiendo muy bien que no d e b ía buscar una
popularidad inasequible, según arriba apunté , ha e studiado
y ricamente beneficiado nuestros clásicos así antigu os co-
mo modernos, y en su traducción ofrece una ' muestra abun-
dantísima de todo el caudal de la lengua, pre sentándola con
las magnificencias del pasado y al propio tiempo enrique ci-
da con sus recursos actuales. El traductor de Virgilio n o es
en su lenguaje un poeta del siglo XIX; en su obra se encar-
na todo el período corrido desde Garcilaso hasta hoy, es de-
cir, la lengua castellana en su virtual copiosidad y elegan-
cia. Quizá sería objetable esta vasta comprensión del idio-

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ma en fugaces inspiraciones o sentidos desahogos persona-


les ; pero en un libro que no pertenece a nuestra época ni a
nuestra civilización, sino que antes bien debe mirarse como
un monumento de la musa hispánica a la latina, me parece
muy justo que se haga alarde de las creces y mejoras que
en manos de la hija ha recibido la herencia materna. Por
otra parte, esta veneración al pasado de nuestra lengua co-
rresponde gloriosamente en Hispanoamérica a los esfuerzos
que en el presente siglo han hecho los pueblos para avivar
el sentimiento nacional con el estudio de la propia literatu-
ra y la vulgarización de sus grandes escritores, y contrarres-
tar así preponderancias extranjeras servilmente acogidas por
la moda. De a h í resulta , como lo ha notado Mar sh, que los
e studios gramaticales y filológicos, en lugar de ser como
en la edad de h ierro d e la lit eratura romana, señal del agos-
tamiento d e l ingenio, son ahora prenda de vigor y fianza de
r enacimiento ; f uente d e pure za y abundanc ia ha sido para
el alemán la investigac ión y conocimiento de sus antigüeda-
d es, según el testimonio de F e derico Schle gel, y el mismo
resultado vemos conseguido en castellano con los esfuerzos
d e Capmany y Quin t ana.
L enguas que como la n uestra y la inglesa extienden su
d om in io por comarcas vastísimas, r e quieren para su nivel
y conservación el constante estudio de unos m ismos auto-
n .s un iversalmente reconocidos por clás icos, en cuyas obras,
cual en a m plias cisternas se hallan r ecogidos sus más puros
raudales para r e paro de las fuerzas que cada día se pierden .
Por esto, para el lenguaje literar io se requiere un tipo más
elevado que e l habla de ciert a época y de cierto lugar; y ese
nos l o suministran los gr andes maestros d e nuestra edad de
oro, con las modificaciones que ha exigido e l nuevo espíritu
de los t iempos actu a les. No de otra manera, pues, que el es-
t atuario se desentie nde d e las modas corrien tes, y para sus
obras busca en las e d a des pasadas un vestido libre de la ve-
leidad de aque llas, el escritor que desea dejar una posesión
para siempTe, como Tucídide s, por un presentimiento con-

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firmado por los siglos, dijo sería su historia, debe tratar de


ganar para sí la admiración conquistada ya a los doctos por
aquellas obras que son como el núcleo de la literatura a que
pertenecen.
Fuera de esta r iqueza de voces, expresiones y giros, que
están guardados pero no destruídos, y por lo mismo dan al
estilo majestad y, aunque parezca paradójico, le comunican
cierta frescura y novedad, introduce el señor Caro algunos
arcaísmos. Pero debe notar se que no hay que llamar anti-
cuada una voz sino cuando el uso universal la haya reempla-
zado con otra; ni tampoco pue de tildarse de arcaico un giro
o expresión sino cuando los elementos de que se compone no
comportan ya el sentido que tiene el conjunto: además, pue-
de éste, como aquélla, pertenecer al lenguaje literario y no
al familiar; dígalo, por ejemplo, la frase pone7' olvido, que
no sé la emplee nadie en la conversación ni en la prosa dia-
ria, y sin embargo gusta tánto en fray Luis de León como en
el señor Caro.

Veamos algunos ejemplos de oportunos arcaísmos:

Si, hiriendo ociosas ramas,


El asombrado campo no despejas,
Ni con voto eficaz la pluvia llamas.
Triste! con sesgos ojos de vecina
Heredad mirarás la parva enhiesta,
y tu hambre en la floresta
Aliviará la sacudida encina;

(Tomo 1, pág. 83) .

pluvia es forma más suave que lluvia y evita la concurren-


cia de dos eles.

El enorme dragón acá se espacia,


y por medio y por cima de las Osas:

([bid. , pág. 89).

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la repetición de la y imita felizmente el giro latino, conser-


vado también en italiano y en francés y tiene sobre el uso
común de poner una sola vez la conjunción la ventaj a de dar
a los dos miembros unidos igual importancia, para que el se-
gundo no aparezca como un apéndice.
Bañados con aceite reluciente
Las desnudas espaldas, y ceñidos
Con ramaje de álamo la frente,
A\ banco acuden los demás, fornidos;
(Tomo III pág. 208).
el empleo de los participios como activos, conforme también
con otras lenguas, sobre enérgico, es aquí oportuno, porque
llama desde el principio la atención al sujeto de la frase y
le pone en acción.
En esto, pues, se ha seguido el ejemplo del propio Virgi-
lio, quien formó su lenguaje sobre el de Ennio, Lucrecio y
demás que le precedieron, y si bien le pulió y suavizó admi-
rablemente, todavía dejó muchos vocablos y modos de ha-
blar que en su tiempo ya no corrían. El poeta latino hubo
también de ser gran neologista, y aunque los cálculos que a
este propósito hacen hoy sus comentadores no pueden me-
nos le ser inexactos, es posible que, como algunos lo en-
tienden, su amigo Horacio salió a su defensa por los cargos
que con este motivo se le hacían, cuando dijo:
¿Quid autem
Caecilio, Plautoque dabit Romanus, ademptum
Virgilio, Varioque?

El señor Caro ha imitado también en esto a su autor,


con menos libertad, eso sí, por razón de la diferencia en que
para uno y otro se ha encontrado su respectiva literatura.
No quiero dar fin a este escrito sin manifestar el realce
que cobra la traducción del señor Caro, si se tiene en cuenta
lo impropic ~ o de las circunstancias en que se ha trabajado .
Las letras y las artes nunca florecieron sino donde pueblos
y gobiernos las alentaron. Sabido es que todo país pobre y

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nuevo, hallándose en presencia de la grandeza y prosperidad


de otros, convierte sus esfuerzos a igualárseles en lo que
más a las claras se presenta a su vista, que es la riqueza y
las comodidades; los capitales representan un afanoso tra-
bajo que no ha permitido a los dueños consagr arse a las le-
tras, y por tanto éstas no tienen cultivadores sino pobres y
en corto número, ni más estímulo que un corto y estéril
aplauso. Agrégase a esto que la le janía de los grandes cen-
tros literarios dificulta sobremanera la adquisición o con-
sulta de buenos libros, no menos que el continuado segui-
miento del rumbo que toman los estudios y la noticia de los
múltiples adelantos con que cada día se ensancha el saber
humano. Esto precisamente sucede por desgracia en nuestra
Patria, de suerte que, en vez de haber estímulo, hay obstácu-
los positivos en la carrera literaria, y por lo mismo mayor
motivo de admiración ofrece el libro del señor Caro, pue!:>
son superiores a todo elogio su perseveranéia para dar cima
a una obra colosal aun si dispusiera de recursos europeos, y
la gran copia de erudición que deja ver no sólo en pun1'os
exclusivamente relacionados con la interpretación del tex-
to, sino en todos los ramos colaterales de la filología; en 10
cual presenta un nuevo título a la pública estimación, pues
no es poco timbre en estos tiempos de frío positivismo la ab-
negación de consagrar la vida a lo que el mundo nunca Ha-
maría una buena empresa, dándose a las letras no como a una
provechosa especulación, sino como a un culto puro y desin-
teresado. ¡Envidiable dicha la que con tamaña laboriosidad
y grandeza de alma ha logrado nuestro co m p~triot a ! Yo por
lo menos no adivino otra mayor que, salvados apen a s los t é .c-
minos de la juventud, gana r un nombre que, apareado con
los de León, Delille, Dryden y Voss brillará por siempre en
el monumento que la admir ación de los siglos ha levantado
al más dulce, al más cristiano poe t a de la antigüe dad gen-
tílic a .
(D e l volumen 1 del "Anuario de la Ac a d emia Colom biana d e
la Lengua").
Dl 'co DE LA R E ~:JGU CA
¡

s,::uon¿l LUIS ANC~!. Ar~ANGO


CAT.P. . L~G':...CION
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ECOS PERDIDOS

CUANDO e n 1890 publicó La Nación d e Bogotá la poe-


sía titulada AmoT supTemo, la leímos en casa con tan to deleite
que, a l reproducirla en un periódico de París, anunciábamos
que sería aplaudida d e los conocedores por la armonía de
la versificación, la nitidez del lenguaje y lo profundo del
s entimiento, y lamentábamos que fuera parte del plan de la
composición ocultar su nombre el autor, porque e l del ver-
dadero poet a de todos ha de ser conocido. Una feliz casua-
lidad nos descubr ió que el autor de la poesía era el mismo
de a rtículos críticos en que se hermanaba el concepto am-
plio del arte, fruto de e x tensos conocimientos literar ios, con
la serenidad y el espíritu de justicia, no menos que con la
firmeza y maestría del estilo. Como, para sello del bue n ha-
llazgo, nos ligasen a él antiguas simpatías, no fue difí cil re-
cabar de su amabilidad que nos recitase otras composiciones,
que no desdijeron de Amor supremo ; y aunque fue menos
hacedero vencer su modestia para que consintiera en sa-
car las a la luz, condescendió al fin en hacer una edición de
pocos ejemplares, añadiendo algunas poesías que contribuían
a formar un conjunto armónico.
Supuesto lo que precede, es visto que no puedo entrar
aquí, sin ser tildado de parcialidad, a desmenuzar como juez
las cualidades del poeta y de sus producciones. Con t odo, me
parece lícito, sin incurrir en aquella tacha, decir libremente
que lo que más me ha gustado en el uno es la ingenuidad y de-
licadeza del sentimiento, y en las otras la espontaneidad de
la elocución poética. Tal parece como si en estas poesías se
verificara el consorcio efectuado por el amor entre la mat e-

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Escritos literarios

ria y la forma, según 10 ideó la antigua filosofía: excitada


un alma de exquisita sensibilidad, joven y pura, por el amor,
por el estudio del arte antiguo y moderno y por el comercio
directo con la naturaleza, prorrumpe, como sin pensarlo, en
cantares que brotan ya con su forma y ritmo propios, y co-
rren sin tropiezo, dejando ver los más íntimos movimientos
de la pasión. Podrá decir alguno que semejantes cualidades
no se poseen sin peligro; pero todos convendrán en que quien
está dotado de ellas, merece verdaderamente el nombre de
poeta .
Finalmente (¿por qué callarlo?) muchos de los muelles
de la literatura contemporánea comienzan a gastarse: de las
mal cumplidas promesas de la ciencia se engendra fastidio
al ver la encarada con todo lo pasado y provocando doloro-
sos conflictos; lo positivo, la materia sola, se ha convertido
en fango; el análisis médico-psicológico va siendo tan em-
palagoso como lo fue el conceptismo de los petrarquistas; la
prolijidad de pormenores sacados de obras técnicas o des-
cubiertos con lente, apenas excita ya la curiosidad: no es
mucho, pues, que halle uno cierto desahogo al leer versos
que lo vuelvan a la jl}ventud y le hagan sentir 10 que todos
sienten, o a lo menos como todos anhelaran haber sentido.

(Prólogo a "Ecos perdidos", de Antonio Gómez Restrepo.-Pa-


rís, 1893 ).

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N oticia biográfica de
D. AngeL Cuervo
{* en Bogotá el 7 de marzo de 1938; t en París el 24 de abril de 1896) .

E N las primeras páginas de este libro asoman ya pre-


sentimientos de muerte, y sin embargo su autor, aunque con-
taba cincuenta y ocho años, solía decir: "Yo no me siento vie-
jo." Testigo yo de toda su vida, puedo confirmar que hasta
el día en que cerró los ojos en el ósculo del Señor, su inte-
ligencia estuvo siempre abierta a toda luz, su corazón amó
todo bien, toda belleza y toda justicia, y palpitó al recuerdo
de la patria, de la familia y de los amigos.

Ben mille vol te


Fortunato colui che la caduca
Virtú del caro immaginar non perde
Per volger d'anni; a cui serbare eterna
La gioventú del cor diedero i fati ;
Che nella ferma e nella sta nca etade,
Cosi come solea nell' etá verde,
In suo chiuso pensier natura abbella,
Morte, deserto avviva .

En su existencia crecieron, florecieron y fructificaron


los gérmenes de la educación que recibió en la casa paterna,
y que no podría yo describir mejor que copiando algunos
pasajes de la Vida de Rufino Cuervo:

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Escritos literarios

"Persuadido nuestro padre de que en los pueblos donde


está arraigada la democracia poco vale un caudal y buen
nombre heredado, sino que el individuo ha de aguardar lo
todo del vigor y la energía con que haga valer sus tale ntos ,
quiso desde temprano imbuírnos el amor al trabaj o, y a cos-
tumbrándonos a todas las fatigas, prepar arnos a los comba-
tes de la vida, no sucediese con nosotros como con muchos
miembros de antiguas familias que aletargados con una va-
na confianza de sus timbres, se han confundido entre l a mu-
chedumbre dejando olvidado e in glorioso un nombre ilus-
tre. Cuando las lluvias descomponían el camino v ecinal q u e
pasa por el frente de las casas ( en nuestro campo de Boye-
ro ), íbamos nosotros a repararlo; los mayores tom ab a n la
pala o el azadón, y los pequeños llevábamos en carretillas o
a espaldas la piedras o los céspedes necesarios, mientras él,
como capataz, dirigía nuestros trabajos, dándonos las leccio-
nes prácticas d e l caso. Otr o objeto de nüestra actividad cons-
tructora era e l p uen te de una acequia que cruzab a e l cami-
no, el cual varias veces compusimos y casi reconstruímos; y
era de ver l a cara que ponían los transeúntes al ver que por
vía de juego y e jercicio hacíamos obra tan meritoria, llegan-
do el caso de que algun os, y entre e llos reposados propieta-
rios, echaban pie a tierra, y a siendo nuestras herramientas,
decían : -Yo también voy a a y udar al doctor Cue rvo. N o
menos se r e creaba éste cuando tomábamos la hoz o la aza-
da para a y udar a la cosecha de los frutos que se cogían en
las pocas fanegadas que había reservado para el uso de ca-
sa, o cuando por la mañana nos encontr aba ordeñando las
vacas, y pisando descalzos la escarcha o andando por el agua
sin que nos hiciese impresión alguna. Cada cual había de
cuidar su caballo yendo a cortar y traer la alfalfa, almoha-
zarlo, y ensillarlo cuando llegaba el tiempo de montar. Otras
veces nos permitía cabalgar en terneros indómitos y aun nos
estimulaba a ello, y ayudaba con su risa abur lar al que se
dejase caer.
"Haciendo caso omiso de que apenas había empresa útil

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Rufino José Cuervo

y patriótica que él no fuera uno de los primeros en apoyar, y


de que la desgracia y la pobreza hallar on siempre en su ca-
sa manos prontas a su alivio y socorro, diremos que convir-
tió sus esfuerzos casi con prodigalidad a la educación de sus
hijos. A Luis, el mayor, le proporcionó en Inglaterra modo
de seguir la carrera comercial; Antonio siguió la del foro; y
a todos, desde la niñez , infundió amor al estudio y al saber.
Dos de los menores, todavía en la infancia, iban, convidados
por la galantería del señor Cerqueira de Lima, Ministro del
Brasil, a oír en su casa las lecciones que de buenos profeso-
res recibían sus hijos. Cuando fueron expulsados los jesuí-
tas (en cuyo colegio se educaban dos de nosotros ), y los co-
legios públicos cayeron en increíble postración, resolvió di-
rigir él mismo en la casa nuestros estudios, y para el efecto
encargó a Europa los elementos necesarios. Mientras que per-
fecciona a Antonio en la jurisprudencia, enseña a Rufino los
elem€ntos de la geografía y gramática, y da lecciones de his-
toria y literat ura a Angel y Nicolás; completan la enseñanza
de éstos el señor Bergeron, notable profesor francés lleva-
do para el Colegio Militar, el señor Touzet, a cuyos esfuer-
zos debe tanto en nuestro país la propagación del estudio de
la lengua francesa y de la contabilidad mercantil, y don Juan
Esteban Zamarra, primero, y don Manuel Medina, después,
jóvenes ambos de variados talentos e instn.. cción. Fuera de
esto, puso a sus sobrinas los mejores maestros de música, y
él mismo les daba lecciones de idiomas y otros ramos. En
fin, era tal la atmósf€ra de estudio y aplicación que había en
la casa, que los criados en sus horas de descanso aprendían
a leer, o a escribir y contar, siendo nosotros los maestros ...
El fin principal a que aspiraba en la educación de sus hijos
era formar hombres honrados y trabajadores. Así lo expresa-
ba en este fragmento de las instrucciones que dejó a nues-
tra madre al partir para Europa en 1835:
"Si yo muriese, tú tienes el deber de educarlos: pónlos
en una penSlOn o casa de educación, recomendando con par-
ticularidad que aprendan los principios de moral y de reli-

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Escritos literarios

glOn, la gramática castellana, la aritmética, el dibujo lineal


y una buena escritura: cuida después de que aprendan al-
gún arte u oficio, sea cual fuere, con tal que tengan una ocu-
pación honesta con qué subsistir. No tengo la vana preten-
SlOn de que mis hijos ocupen puestos elevados en la socie-
dad, ni tampoco quiero que sigan por la carrera de la medi-
cina o del foro, como lo están haciendo casi todos nuestros
jóvenes. La patria no necesita de muchos médicos y aboga-
dos, sino de ciudadanos laboriosos que cultiven los campos,
mejoren la industria y transporten nuestros frutos a los mer-
cados extranjeros.
"No economices gasto ni sacrificio alguno para educar
a nuestros hijos: vende lo más precioso que tengas, porque
aun cuando no les dejes bienes de fortuna, ellos tendrán
siempre lo bastante con la buena educación" ....
Apenas muerto nuestro padre (21 de noviembre de 1853)
e interrumpida la educación amorosa que de él recibíamos,
sobrevino la dictadura de Melo, accidente de aquellos que
entre nosotros imponen ocio a toda ocupación loable, y
abriendo la puerta a las pasiones ruines y aviesas, dejan los
hombres honrados a la merced de la escoria de la sociedad.
Nuestros hermanos mayores tomaron las armas en defensa
de la Constitución, y los chicos nos quedamos encerrados en
.la casa leyendo los libros que nos venían a las manos; sin
otra variación, cuando los constitucionales se acercaron a la
capital, que escurrirnos a su campo a llevar noticias o mu-
niciones, cosa no peligrosa en aquella edad de oro, cuando
no se había adelantado tanto en el arte de hacer revolucio-
nes y de reprimirlas. Después de vencido Melo, entró Angel
a aprender el comercio al lado de su hermano Luis, que a la
sazón gozaba de mucho crédito, y estuvo con él hasta que es-
talló la revolución que da materia a la presente obra. De-
jándolo todo, se enroló en apoyo de la legitimidad, "causa
tan sagrada como la de la independencia, puesto que aque-
lla asegura lo que esta conquistó"; y pasó las penalidades
de una larga campaña, no con la ambición de alcanzar hono-

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Rufino José CUel"VO

res o riqu eza, sino por el sentimiento del deber, tanto como
ciudadano, cuanto por el impulso tradicional de familia.
Nuestro padre, en efecto, había consagrado los esfuerzos de
toda su v ida a dar al orden legal estabilidad independiente
de los partidos políticos, para que la constitución, y sólo ella,
abriera campo a todas las aspiraciones legítimas de la opi-
nión sin necesidad de acudir a la fuerza bruta, que jamás
produce sino desastres. Caído el gobierno de la Confedera-
ción, se r etiró Angel a la casa paterna sin odios ni quejas.
Aun sin esta fuerza mayor, es seguro que nunca se hu-
biera aquiet ado su espíritu emprendedor y enemigo de toda
rutina en la especie de comercio en que se había iniciado .
Dalo a entender este proyecto fantástico que concibió por ese
tiempo, y que como recuerdo consignó en un escrito redacta-
do en 1886 con el título de Arranques de un patriota, al ha-
blar de la desolación actual de los Lla.nos después de la pros-
peridad que allí alcanzó la ganadería en el siglo pasado:
"Recuerdo que en el año de 1860 n os reunimos unos vein-
te jóvenes, llenos de amor al t rabajo y guiados por un pa-
triotismo inmaculado, con e l objeto de formar una asociación
para civilizar y explotar e l orien te de la R e pública, apoyán-
donos en el sistema empleado por los jesuítas en los siglos
XVII y XVIII. Al fin, como jovencitos que éramos, tuvo par-
te la fanta sía, e ideamos darle un carácter caballeresco, co-
mo si dijéramos de templarios o caballeros d e Malta, pero
limitando el compromiso a cierto número de años, por ejem-
pl o, a diez; después de los cuales podía volverse a organizar
la sociedad y retirarse quien lo t uviera a bien ; mientras
tanto de bía reinar la mayor subordinación en lo relativo al
servicio de la empresa, y morir si era necesario. Cada uno
debía poner cinco mil pesos, y en caso de muerte, casamien-
to o d e cualquiera otra circunstancia que fijaría la regla, su
cuota y los derechos que de ella se d erivaban, debían pasar
al fondo común; como entre los afiliados había algunos po-
bres que no alcanzaban a poner su parte reglamentaria, no
faltar on capitalistas que se ofrecieran a suministrársela to-

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Escritos literarios

mando la mitad de la acción, pero sin tener voz n1 ingeren-


cia alguna en la asociación.
"Este era, poco más o menos, el cálculo que nos hacía-
mos: veinte mil pesos serían bastantes para comprar e n el
Llano cuanto terreno quisiéramos, y construír , en el caso de
que no las hubiera, habitaciones modestas donde alojarnos,
y también para ciertos gastos de fundac ión de indispensa-
ble necesidad. Cuat ro mil novillas que debían conseguirse,
aunque fuera buscándolas en todo el Llano, no podían costar
a más de doce pesos cada una, lo que sumaba cuarenta y ocho
mil, quedando el resto , hasta completar los cien mil del ca-
pital, destinado al sostenimiento del negocio durante tres
años, término en que juzgábamos se podría comen zar a ven-
der las primeras crías y las madres que no resultaran d e pri-
mera calidad.
"En cuanto a los resultados, ahí entra la parte del deli-
rio, la parte hechicera que amezaba trastornarnos el juicio.
El primer año, calculábamos, nacen dos mil, mitad hembras
y mitad machos; siempre echábamos por lo bajo. El segun-
do , tres mil; al fin del tercero ya comienzan a parir las mil
hembras nacidas en el h ato, que con las fundadoras produ-
cirían cinco mil terneros, y habría para exportar mil novi-
llos; en el cuarto año éramos ya dueños de unas quince mil
reses: quitemos cinco, decíamos, y quedan diez mil, que en
los seis años que restan de asociación, sobran para hac ernos
millonarios y también para haber hecho a la patria el mayor
de los beneficios.
"Tan a lo serio habíamos tomado el proyecto, que se con-
ferenció con personas hábiles y conocedoras de las localida-
des sobre el punto donde debía establecerse el hato modelo
y centro de los demás que se fundaran en lo venidero. Ha-
bíase ya sorteado el orden en que debíamos los veinte so-
cios turnarnos de dos en dos en la permanencia del Llano, du-
rante cuarenta dfas: de modo que no se interrumpía la admi-
nistración y siempre había fiscales que vigilasen a los subal-
ternos; estos debían ser todos del Llano y habían de estar

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Rufino José Cuervo

bajo las órdenes inmediatas de un agente versado en el ne-


gocio, a guien, además del sueldo, se halagaría con alguna
participación en las utilidades. La importancia de tal em-
pleado disminuía desde el momento en que conociéramos
nosotros el país, o en que alguno de los socios desarrollase
las condiciones necesarias para reemplazarlo, en caso de que
no fu ese digno de la confianza que en él depositábamos. Pa-
ra dar a la especulación carácter ser io, y como también to-
dos éramos creyentes, habían hablado con algunos eclesiás-
ticos ilustr ados y ent usiastas p a ra que nos acompañaran y
estimularan en nuestra obra civilizadora.
"S:'n d uda coronáramos nuestro intento, o al menos hi-
ciéramos u n esfuerzo h er oico para no echarnos encima el ri-
dículo que tra e consigo todo chasco, si no viene la sangrien-
ta guer ra de 1860, en que dos de los nuestros quedaron en
el campo de batalla, otros se arruinaron y a la fecha están
cargados de familia y aun de cuitas, y yo, aunque sano y sal-
vo, a Dios gracias, no sin haber perdido en la lucha de la vi-
da pedazos del corazón."
Otra e r a la dirección por donde le conducía la Providen-
cia. No b ien apaciguada la República después del triunfo de
Mosquera, se logró que el Gobierno abriera la salina de Ses-
quilé, situada en terrenos que formaban el patrimonio de
nuestro her mano Nicolás, el cual se hallab:3. a la sazón en In-
glaterra siguiendo sus estudios. Acometióse esta empresa con
la más completa imprevisión, alucinados los socios con las
p ingües ganancias que era voz conseguían los empresarios
en las salinas de Cipaquirá, N emocón y Tausa, sin conside-
rar que aquí se había comenzado la explotación por el go-
bierno español y que por deficiente que fuese el material
que los explotadores hallaron, no habían tenido que crear-
lo todo y contaban con obreros y colaboradores prácticos.
En Sesquilé todo eso faltaba: sabíase que había sal, y nada
más. Por el artículo 1 del contrato, celebrado el 13 de junio
Q

de 1862, se obligaban los elaboradores a entregar toda la sal


gema que les pidiese el Gobierno con treinta días de antici-

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paclOn, siempre que el pedido no excediese de 62.500 kilo-


gramos y que el primero se hiciera después de cincuenta días
de firmado el contrato; por el 29 a producir y entregar toda la
sal compactada o de caldero que se les exigiese con treinta
días de anticipación, siempre que no excediese de 100,000 ki-
logramos mensuales en el segundo semestre de la duración
del contrato, y de 250,000 kilogramos también mensuales en
el tiempo subsiguiente; y por el 39 a proporcionar al Gobier-
no gratuitamente un edificio suficiente y seguro para depo-
sitar la sal que SE: beneficiara . Por manera que antes de
ochenta días d ebían estar hechos los socavones que tocaran
a la masa de l a sal, y construído el edificio en que ésta de-
bía hallarse almacenada; y antes de siete meses prontos los
calderos de evaporar el agua salada y los hornos en que se
aprieta la sal cuajada en tales calderos. Sólo puede explicar-
se tal ligereza suponiendo que lo que importaba era estar en
posesión del contrato y tener buenos agarraderos para al-
canzar del Gobierno prórrogas y concesiones; y esto fue pre-
cisamente lo que a la larga produjo en la Compañía una dic-
tadura que tenía todo interés en acabar con ella.
Hállase la salina a más de 2.600 metros sobre el nivel del
mar en uno de los d os ramales de la cordillera que forman
el valle por donde corre haciendo eses el río de Sesquilé,
frente por frente del páramo en cuya altura, como en el crá-
ter de un volcán, está la laguna de Guatavita, famoso ado-
ratorio de los antiguos chibchas; r e gión p intoresca en esta-
ción benigna, pero d esapacible e inhospitalaria cuando el
páramo se embravece con n ieblas, lluvias o vientos. Cabal-
mente en temporada semejante debían principiarse las la-
bores, y Angel fue a prese nciar, como agente de la Compa-
ñía, las primeras azadonadas. Allí no había cómo alojarse, y
al alzar la obra era menester, para ir a comer y a dormir,
atravesar el valle todo inundado por las crecientes del río,
no sin ~ligro de errar el camino y dar en una zanj a o en el
cauce del mismo río antes o después de pasar el puente. Dá-
bales en un principio franca hospitalidad un acomodado

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campesino, de las antiguas familias que se establecieron allí.


en los primeros tiempos de la conquista, y que conservaba
con honor su antigua posición, sin perder la sencillez de las
costumbres del tiempo de marras; lo que amenizaba un tan-
to las horas que allí se pasaban. Los hijos habían estudiado
algo, y daban muestras de sus lecturas favoritas armando
serias discusiones sobre los méritos respectivos d e Bertoldo,
Bertoldino y Cacaseno y sobre otros puntos igualmenfe cu-
riosos. Mudando de vivienda repetidas veces y siempre con
iguales incomodidades, se pasó algún tiempo mientras en
la salina había casa, la cual, por haberse edificado en suelo y
cielo tan húmedos, no sé si al fin llegó a secarse; tiempo des-
pués apenas podía uno recostarse contra una pared sin sen-
tirse peg~do a ella.
Como no hubo ingenieros u hombres prácticos, la obra
de minería anduvo como a tientas, tal que necesitándose co-
municar dos socavones, no se conseguía por más que se ahon-
daba y a pesar de la brújula del ingeniero; llamado un hom-
bre práctico de la salina de Cipaquirá, que no sabía escribir
ni leer, hizo que en el uno fuesen dando golpes de almádena,
mientras él recibía en el otro las vibraciones por medio de
una barra de hierro, y a cabo de poco dijo a los de la brújula:
-"Señores, ustedes van dando una vuelta y haciendo una
herradura; si siguen, salen por el mismo lado que entraron;
el punto donde más se acercan los dos socavones es aquí, y
aquí han de abrir para que se encuentren." Según era de es-
perar, no pudo entregarse la sal, en el plazo determinado, y
el Gobierno convino en nuevos arreglos por febrero de
1863. Sería cuento de nunca acabar el referir las dificulta-
des y tropiezos que a cada paso se ofrecían a la inexperien-
cia de todos, para organizar tan complicada empresa, y fun-
dar, por decirlo así, una población que abrigase y apoyase
las muchas dependencias que habían de contribuír a su prQ-
greso. Como sucede siempre que se procede a ciegas, los pre-
supuestos no correspondieron a los gastos, exigiéronse a los
accionistas nuevos y nuevos sacrificios, empeñóse la empre-

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sa, y casi se había perdido la esperanza de sacar algún pro-


vecho; hasta que, después de años, elegido director Angel,
repartió dividendos activos a los asombrados socios. Pero tal
cosa no convenía a los interesados en aburrirlos; se urdie-
ron intrigas, nombraron otro director, y el que dejaba el
puesto vendió a menosprecio las diez acciones que tenía y
abandonó el campo después de seis años de la vida más afa-
nosa.
A nadie fueron más funestas las esperanzas que en es-
ta aventurada empresa se fincaron, que a mis dos hermanos
Angel y Nicolás. Luis, el mayor de nosotros, había contraído
graves compromisos para sostener al Gobierno legítimo, de-
rrocado por Mosquera, y en tal disposición de espíritu es fa-
cilísimo perder la cabeza y d ejarse llevar de locas esperan-
zas. Fjguróse él que en pocos meses sería la salina un Potosí
y que con este tesoro podría contar sin falta para compen-
sar cualquier sacrificio. Con el fin de asegurar a uno de sus
acreedores y recibir además algunos fondos para la empre-
sa, hizo que Nicolás hipotecase su propiedad; y no habién-
dose cubierto los gruesos intereses que entonces ganaba el
dinero, apenas bastó la hipoteca para pagar al prestamista.
Debía una suma considerable a su suegro, el cual no le de-
jaba ni a sol ni a sombra, y quien para colmo de desgracia
le metió la guerra en casa; no halló otro recurso para com-
prar su sosiego que vender los terrenos que constituían su
patrimonio, el de Antonio (de quien era apoderado) y el de
Angel: éste dio su consentimiento, no obstante que era pa-
tente la desventaja con que para todos, y muy particular-
mente para él, se hacía la venta; aunque hubiera podido des-
pués anularla, no juzgó decoroso hacerlo.
Vuelto a la casa paterna, se encontró con que muchos
días no se contaba en ella para comer sino con la miseria
que producía la venta de algunas botellas de vinagre que
hacía nuestra madre, y él mismo se vio varias veces imposi-
bilitndo de salir por carecer de ropa decente. Entonces le
ocurrió la idea de hacer cerveza, y aquí comienza la época

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·de más conflictos de su vida, y aquella en que su constancia


y sus talentos, favorecidos singularmente por la Providen-
cia, como él diariamente lo reconocía, habían de alcanzar
merecido premio. No tenía él por qué saber de semejante fa-
bricación, y le fue preciso acudir a los libros ; pero éstos en-
señan la teoría científica, los efectos de laboratorio, o, a lo
más , resuelven las dudas del que ya sabe; no comun ican el
tino para la manipulación de los materiales o para acertar
el punto de los caldos, ni mil otras cosas que sólo con la
práctica se aprenden. Para adquirir esta práctica fue menes-
ter una larga serie de ensayos, cuyos pormenores se apunta-
ron día por día, y cuyos resultados no fueron regulares sino
después de algunos años. Salía bien una operación, se ponía
el artículo en venta, gustaba, y cuando se pensaba que la si-
guiente sería igual, resultaba mala la ferm entación en las
botellas, era preciso recoger la cerveza de noche y tapada en
los establecimientos que la habían ace ptado, y al mismo
tiempo hacer comprar en otras partes de la buena que que-
daba, para no perder los otros parroquianos. Al fin se logró
asegurar una buena producción constante, y comenzó la lu-
cha por dél::-le entrada en las mejores fondas y en las taber-
nas más concurridas; en lo cua l ayudó mucho la cooperación
de buen os amigos. La escasez de recursos no permitía tener
empleados ni obreros suficientes, y Angel mismo lavaba bo-
tellas y barriles y ejecutaba todas las demás faenas sin des-
canso días tras de días. Cuando empezó a prosperar la em-
presa, dej é yo otros quehaceres y fuí a ayudar le. i\T o nece3i-
tábamos menos fortaleza corporal para e sta ruda labor, que
filosofía para desdeñar a los que decían: "-Vean en lo que
h3.11 parado los hijos del doctor Cuervo", y para ocuparnos
noso ros mismos en el cobro de las cuentas, yendo por las
fondas y ta bernas, aguardando y volviendo una y más ve -
ces. Iba Angel a un conocido hotel cuyo administrador no
estaba visible sino en acabando de almorzar; en un canapé
de la e ntrada estaba y a esperando el carnicero, la revendc-
·dm"D. de papas y otra gente de la misma estofé! ; él se se!ltnba

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con ellos, y cuando salía el otro con gran bata y gorro bor-
dado de oro, saludaba a cada uno de los aguardadores por
su turno, y concluía: -"Ustedes se volverán mañana, u otro
día, porque hoy me es imposible contentarlos". Angel s e ha-
cía cargo de que no iba a ver a tal sujeto sino a recibir su
dinero, y volvía a que se repitiera la misma escena.
El consumo fue creciendo; los mezquinos elementos que
bastaron a los ensayos fueron insuficientes; con la experien-
cia adquirida, renovamos dos veces la fábrica ensanchándo-
la, sin acudir a ingenieros o arquitectos. No por eso quisi-
mos que se disminuyera nuestro trabajo confiándonos del
todo a manos de empleados; éstos y los obreros se aumenta-
ron, pero la mayor parte del cuidado se la reservaba Angel,
que a todo atendía y a todos enseñaba: bien sabía que nadie
enriquece por mano ajena. Satisfacción causa ver el fruto
del trabajo; pero ninguna pudo ser más Íntima que la que ex-
perimentamos el día que los dos pagamos hasta el último cen-
tavo de una deuda que gravaba la casa paterna, donde tenÍa-
mos la fábrica, y que con los intereses montó a más del do-
ble del valor primitivo; habíala contraído nuestra madre
para ayudar a sus dos hijos Luis y Antonio. Era el acreedor
una antigua amiga de la familia, que dio e l dinero a un in-
terés módico para aquella época y después de muerta nues-
tra madre nos aguardó largo tiempo. No sé decir la efusión
con que fuimos los dos a darle las gracias.
Tales fatigas no consentían descanso, pues cabalme nte
los días en que todos o los más huelgan, eran los que más ac-
tividad nos d emandaban. N o había fuerzas humanas que
resistieran, y al aproximarse la exposición de París de 1878,
decidimos visitarla, dejando la fábrica en manos amigas. Al
admirar allí los portentos de la ciencia, de la industria y del
arte, y luégo en las principales ciudades de Europa, se abrió
el alma de mi hermano a una simpatía indefinible por todo
lo bello y lo grande: la semilla estaba ya ahí, no le faltaban
sino las auras de la primavera, un sol amigo, para desenvol-
se y crecer. El mismo describe en estos términos sus presen-

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timientos y como adivinaciones del arte, al hablar de los.


cuadros de Millet:
" En los seis años que estuve sumergido en la soledad de
Sesquilé, cooperando, como nadie, a la explotación de las
minas de sal y de carbón y a la prosperidad de l a empresa,
muchas veces por la tarde cuando mi presencia no era nece-
saria en la f ábrica, me dirigía, por vía de paseo, a las estan-
cias v e cinas, y allí, s in que nadie me viera, me sentaba bajo
la enramada a contemplar los labradores tan fatigados ya
como los mismos bueyes con que araban desde las primeras
horas de la mañana; la mujer, sentada en la puerta de la
ahumada cabaña, remendaba la ropa del marido o de los pe-
queñuelos, que jugueteaban a su lado; luégo la veía levan-
tarse e ir con su prole a amarrar el ternero al tronco del
arrayán del patio, o a recoger las ovejas, que, a más de abo-
nar el terreno, les suministraban la lana para los vestidos
que se tejían en la casa. En vista de estos cuadros, una tris-
teza vaga y enervant e, como la que inspira la tarde en la
soledad, llenaba mi corazón, y sin saber por qué se me hu-
medecían los ojos de lágrimas. Entonces me solía decir: -Oh r
si yo fuera pintor, cómo me deleitaría copiando estas esce-
nas tan tranquilas como severas! Y hé aquí que, corriendo
los años , he encontrado en París unos cuadros tales como yo
los había visto: rústicos, pero melancólico..; y bañados de
sen timien to."
Vuelto a la patria en 1879, comenzó con nue vo empeño
su laboriosidad en la fábri ca, no sólo para restaurar los
gastos de un largo viaje, sino para facilitar la retirada, an-
tes que las fuerzas estuviesen exhaustas y compromet 'da l a
vida. Nunca hubiera él consentido en sacrificarla al amor
del lucro; que el trabajo no le fue capa de la codicia sino
medio para llegar a un otium cum dignitate que le permitie-
se satisfacer el anhelo de cultivar libre las letras y las artes.
Quien una vez ha saciado e l espíritu contemplando la Giocon-
da y la Venus de Milo, y San P edro, y el Partenón, y la Alham-
bra, siente al pensar que acaso nunca los volverá a v er, tal nos-

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Escritos literarios

talgia de arte y de belleza que el renunciar a ello le costa-


ría tristeza y soledad capaces de acabar con la vida del sen-
timiento. ASÍ, pues, a los tres años de agrio trabajo y tam-
bién de agrias desazones, se ofreció buena ocasión de desha-
cernos de la fábrica , y la aprovechamos para volver a Eu-
ropa a trabajar con no menos actividad en otra esfe r a.

II

Entre tanto que Angel seguía el comercio, consagraba las


noches, acompañado de varios amigos a serios estudios de
historia otros ramos literarios. Era entre aquellos su pre-
dilect o Adolfo Adams, joven de singulares talentos y no co-
munes aspiraciones; se leían sus trabajos , se los corregían
mutuamente, y mutuamente se estimulaban. Hablando d e
él solía aplicar una curiosa anécdota de las guerras de la
Independencia : cuando llegó Bolívar a Bonza en 1819, una
rica f amilia le ofreció un caballo admirable de los que sólo
se crían en esas felices dehesas, y que sirvió en la gloriosa
jornada que aseguró la libertad de Nueva Granada · devuelto
después a la familia era cuidado como reliquia, per o en un
lance de gravisima urgencia fue necesario hacer en él dura
jornada que ninguna otra caballería hubiera soportado; cum-
plida, ca ó muerto; abriéronlo, y ¿ qué piensan u stedes que
hallamos ?- decía la señora de la casa que ador aba en él- t e-
nía d os cor a zones . Adams, decía Angel , t enía también dos co-
razones . En colaboración hicieron sus primeros ensa ' os e n la
dramá t ica ; compartieron con él las ilusiones de muchacho.
nada ve ían más halagüeño que los triunfos de un autor que
comunica sus emociones a un numeroso aud itorio le hace
participar de todos sus se ntimientos recibe inmediatamen-
te d él la corona que, de la oscuridad , le tra lada en pocas
horas a la cumbre de la gloria. Compusieron, pues. un dra-
ma e n que era protagonista ( oculto por supuesto ) el mis-
mo Adams, sin olvidar ninguna de las exageraciones lan-
ces truculentos de los dramas france es que por aquel tiem-

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RuIino J osé C u ervo

po se echaban n Bogotá. Con el entusiasmo del primer mo-


mento le d :eron a leer a un amigo que, aunque comerciante,
era bien leído y de gusto acendrado; juzgaban que iba a
quedarse lelo, pero no fue así, porque habiéndolo examina-
do esa mism a noche, pasó al día siguiente a la oficina de
Adams y se lo entregó diciéndole secamente: -"Eso es una
b arbaridad; deben quemarlo para no desacr di ta e. " Los
autore . allá a sus solas, calificaron al censor nada menos
que de mercachifle idiota' pero fue el caso que a medida que
iban desahogándose iba también mermando la admiración
por su obra y convinieron al fin en que si no d e bían que-
marla. habían de guardarla como primera tentativa en ca-
rrera para la cual firmemente creían tener vocación. A rey
muerto -resolvieron- re puesto: a drama qu emado o re-
cluso, que es lo mismo, drama fabricado. Angel hizo despu és
arios por s u cuenta, que sin andarse en términos medios,
quemó despiadadamente.
D e tales ensayos, hechos con reflexión y sin n ecio cari-
ño a las propias producciones, vino la suma facilidad con que
trazaba sus planes, ,so bre todo la soltura de estilo que lu-
ce en las obras que escribió d espués; si bien casi no volvió
a emplear la forma dramática sino para la crítica social o
política, a que le llevaba su carácter recto e incapaz de to-
lerar bajezas injust ici as o ridiculeces. Tal parece como si,
para hacerlas abominables hubiera tomado por el brazo a
los malvados y ridículos y sacádolos a presencia del público
para que obrasen a sus ojos: algo como los procedimientos
del Diablo Cojuelo, que 1 vanta los techos de las casas 7 sin
preparación ni atenuacion s hace ver lo que sólo pudiera
conceb i.rse ejecutado en las tinie blas. El mismo al pensar
en publicar algunas de estas piezas, las llam ó boceto dra-
máticos, como si nos ofrecieran la impresión real de un ob-
jeto presente. L o más son e n este concepto documentos his-
tóricos de un estado social o político; y así como dan testimo-
nio de la actualidad, requieren después , para no ser invero-
símiles. e l comentario de la historia . Los leguleyo r cu r-

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Escritos literarios

dan aquella época triste en que una banda de abogadillos,


con sus ramificaciones de familia y de paniaguados, domina-
ban en los juzgados y tribunales, formaban las asambleas y
dictaban las leyes, para ex plotar al Estado más importante
de Colombia por ser asiento de l os poderes públicos. EL di-
putado mártir (impreso e n Bogotá, 1876 ) es una irrisión del
sistema representativo según lo hemos visto degradado en
varias ocasiones: a fuerza de intrigas hácese elegir miembro
del C ongreso un ignorante indigno, y a fuerza de intrigas
impide el Gobierno que concurra a él, por no convenir a sus
combin aciones; así como disloca la mayoría con la distri-
bución de destinos y gangas. En Los hijos de Apolo Dparece
la presunción de literatos d e parroquia que desdeñan todo
estudio serio, y excluyen del calendario a cuantos no bus-
quen, adulándoles, su protección. En Su ExceLencia (escrito
ya en París) las ridiculeces de magnates americanos, que sin
dotes de ninguna especie y condecorándose con títulos es-
trafalarios, pretenden relacionarse con la alta sociedad eu-
ropea. No sé el efecto que en las tablas producirían estas
piezas, pues que el arte dramático tiene secretos que no se
aprenden sino frecuentando los bastidores: díganlo los
triunfos de Shakespeare y Moliere; pero su leciura impresio-
na vivamente a quien sepa que no todo es en ellas pura ima-
ginación.
No debo olvidar aquí la comedia de costumbres que escri-
bió con el título de Una capeLLanía, fundada en el hecho cu-
rioso de un individuo qu e por no perder el derecho a una de
que disfrutaba, se casó secretamente y pasó siempre por sol-
tero; añadió personajes cómicos que enredan la acción y pro-
porcionan oportuno desenlace. Quiso hacerla representar, y
al efecto la leyó, delante de varios amigos, a don Honorato
B arriga (de quien se hace mención en este volumen). Algún
tiempo después la regaló, costeando la impresión, a don Ri-
cardo Ortiz Sáenz, amanuense harto conocido, con cuyo nom-
bre salió a luz en Bogotá, 1800. Como ya otros la habían vis-
to, para desorientar le mudó el título con el menos adecuado

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RufiDo José Cuervo

de Los dos viejos, si bien era difícil que nadie la creyera obra
de la persona que aparecía como autor. Sin alejarnos de ca-
sa h allamos ejemplos de esta inocente superchería: ahí te-
nemos a Lope, que puso bajo el nombre del loco BU\I"guillos
sus r im as jocosas; a Baltas~r Gracián, que sacó a luz sus es-
critos ( menos el Comulgador) con el de su hermano Loren-
zo; al P. Isla que dio por autor del Fray Gerundio a D. Fran-
cisco Lobón de Salazar, hermano de un compañero suyo de
hábito. N o hay para qué inquirir el móvil a que obedecieron
estos escritores; mi hermano, al proceder así, dio una prue-
ba de su ninguna ambición literaria: en Bogotá siempre se
valió de pseudónimos ( El postrer santafereño, Roque Roca y
Roqu et e ), salvo en las composiciones que dedicó a la virgen
María en varias ofrendas colectivas publicadas por otros. En
Europa resolvió poner siempre su nombre en lo que publi-
caba, porque escribía impulsado por noble aunque no menos
modesto motivo : "No doy mis cosas", decía, "a los periódi-
cos de París, sino para que ocupen el lugar que sin esto pu-
dieran ocupar escritos dañinos." De un borrador de carta co-
pio estas frases referentes a los ensayos de su juventud, fra-
ses de cuya exactitud doy fe; añadiré que no pocas veces tu-
vo su modestia el desengaño de ver reproducidos sus escritos
en diversos periódicos de la América española:
"Yo hacía tanto caso de la gloria literélria como he hecho
después, y hago ahora mismo: por medida higiénica, y aun
moral, me entretengo ensuciando papel y poniendo mi po-
bre magín en lances apurados. He hecho con mi parte inte-
lectual lo que con la material algunos que tienen por cos-
tumbre hacer en camisa, allá en su alcoba y donde nadie los
v e a, mil cabriolas y otras tantas zapatetas, sin que se les
ocurra que tal ejercicio pueda exhibirse, ni menos que les
sirva para alcanzar fama de danzarines o funámbulos . Si al-
guna vez he tenido la debilidad de dar a las prensas mis
ocultos pensamientos, ha sido o bien para ayudar a algún
amigo periodista o para dar les en qué entender a algunos
necios que nunca convendrían en que la misma mano que di-

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Escritos literarios

ngla una máquina, era también capaz de manejar la pluma.


Yo he escrito casi todas las noches de mi vida desde que dejé
de estudiar; así es que ha sido mucho, muchísimo el papel que
he garabateado, y he gozado extraordinariamente al hacer-
lo, sobre todo cuando al separarme del aun fresco manus-
crito, le daba el último adiós para ir a acostarme con la ca-
beza todavía caliente. ¡Oh! entonces me parecía coger el cie-
lo con las manos; varias veces me tocaba la frente para ver
si era yo el mismo que tales cosas producía. Pero lodos estos
placeres eran nada ante la fruición íntima que experimen-
taba, cuando había ya bastante papel lleno de novelas , co-
medias, leyendas, etc. etc., al hacer una hoguera y ver en este
auto de fe cómo chisporroteaban mis héroes , y cómo S2 con-
vertían en humo esas creaciones que al nacer me parecían
divinas. Si los autores supieran la voluptuosidad que hay en
calentarse con tal fuego , ¡de cuántas sandeces se habría li-
brado el mundo!".
Semejante actividad no tuvo tregua entre las prosaicas
y abrumadoras faenas de la salina. En tanto que conciliaba
el sueño, compuso multitud de poesías ligeras, entre ellas la
Dulzada ( Bogotá, 1867 ), poemita jocoso cuyo asunto es la
lucha entre los dulces antiguos de Santa Fe y los que fabri -
can los confiteros franceses. No escasean en él lindos versos
y octavas bien modeladas: citaré un cuadrito de la edad ya
lejana en que los muchachos, aun de familias acomodadas,
no rasgaban costosa ropa, ni hacían trizas artísticos jugue-
tes, ni necesitaban reloj, y menos bolsa, porque el cuartillo
(2% centavos de peso) que les venía a las manos no t ardaba
un minuto en convertirse en sabrosas golosinas; invocados
los genios de su infancia, les dice:

Con tad cuando de niño recibía


Cuartillo los domingos, y contento,
Uevándolo a dos manos, me salía
A gastarlo en la tienda como ciento:
Al entrar, con la vista recorría
Los platos y bandej as, y tormento

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Rufino José Cuervo

Me daba el no tener en ese instante


Con qué poder comprar h ast a el estante .

Las panuchas, merengues y cocadas,


Las orejas de fraile y las obleas,
Las yemas, caramelos y cuaj adas,
Alfeñiques, tomates y g raje a s,
Medía yo con ávidas miradas,
Sin que fij ar pudiera mis ideas
Sobre cuál de esos dulces me sería
Más sabroso y más tiempo duraría.

Al cabo de tamaña incertidumbre


Por lo grande un a orej a me gustaba,
El merengue por lo alto de su cumbre
y hasta el higo cubierto separaba ;
Para escoger el cuarto santa lumbre
Al cielo tembloroso demanda ba ,
Invocando a los s antos compungido
Porque fuera más g rande el escogido.

Al fin llenando el cupo de mi hacienda,


Pagaba mi cua rtillo placentero ,
y saltando salía de la tienda
Con la ñapa que dábame el ventero :
Negando a mi apetito larga rienda,
Comenzaba en la calle con esmero
A morder de los dulces las esquinas
Cual si fueran pescados con espinas.

Mucho menos fu e obstá culo a su fe cundidad inte le ct ual


el vértigo de la cervece ría. Cola b or ó activamente en La R e -
pública, en El bien público, en l as dos partes política y lite-
raria de La América y en El pasatiempo . Consistió p rin cipal-
mente esta colaboración en cuent os y novelas cor tas, a sí e n
prosa como en v e rso , y a de pura imaginación, y a f u n dadas
en historias o tradiciones nacionales. Hay entre ellas cre acio-
nes sorprendentes, c omo El bobo, verdadero estudio psicoló-
gico de un idiota, como los h ay en nuest ros climas c álidos ,
con quien tropezó en la fonda una familia que fu e de vera-
neo. Por vía de divers ión le hicieron creer que una d e las

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Escritos literarios

muchachas, preciosa criatura, se había enamorado de él; per-


suádese el infeliz de que es cierto, prende en él violenta pa-
sión, sigue a la muchacha, se convierte en su sombra, acosa
a la familia, hasta que la incauta burla se convierte en tra-
gedia espantosa. No dejaré de insistir en la facilidad con que
diseñaba en la m ente el plan de una novela y le daba forma
acab ada, favorecidas como estaban en él las facultades crea-
doras por larga práctica y reflexiva perseverancia. Compro-
metido a dar un folletín para la fiesta de la Concepción in-
maculada de María, temporada en que los trabajos de la fá-
brica eran apremiantes más que nunca, dio el principio a la
imprenta, y como urgieran los cajistas, dejaba unos mo-
mentos las botellas y barriles, decía al empleado de la im-
prenta que aguardase, subía a su estudio, escribía unas cuar-
tillas, las entregaba y ordenaba que, compuestas, volviesen
por más; continuaba el trabajo material, se repetía igual ex-
pediente, y así, sin releer lo hecho, produjo una de sus más
frescas y espontáneas narraciones, en que eran héroes uno
de los Conquistadores y la hija de un cacique.

III

Con el primer viaje a Europa se había despertado en él,


como ya apunté, vivo deseo de gozar cumplidamente de la
vida intelectual y artística de los grandes centros de la ci-
vilización. No bie n establecido en París, se propuso imponer-
se del movimiento político, científico, literario y artístico,
para lo cual al mismo tiempo que leía las mejores revistas y
periódicos, se hizo concurrente asiduo de las sesiones públi-
cas de la Academia de Ciencias, de los mej ores conciertos y
de cuantas exposiciones se abrían, hasta de las de cocina y
las de perros y gatos, procurando averiguarlo todo y ente-
rarse de todo.
Pudiera alguien figurarse que, viviendo en París, su ad-
miración fuese exclusivamente absorbida por lo francés;
mas su carácter independiente no sufría semejante imposi-

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Rufino Jos~ Cuervo

clOno S ean t estigos de ell o los artícu los necrológicos que con-
sagró al cardenal N ewm:m, gloria un tiempo de la iglesia re-
formad a en Inglaterra y d espués d e la católica; a Windthorst,
el céleb e caudillo del partido católico en Alemania; a Rossi,
el arqueólogo incompar a ble, Colón en cierto modo de las ca-
tacumbas ro manas. Más todavía luce la libertad de juicio
en sus estudios sobre pintura y escultura. Habiéndose dedi-
cado e n un principio con gran empeño a conocer las artes
franc esas, así en la parte técnica como en la historia y anec-
dótica, consignó el fruto de sus impresiones en carta diri-
gida a un amigo de Bogotá, la cual sin su conocimiento fue
publicada después en un periódico de esa ciudad, con inter-
polaciones y firmada por un crítico europeo. Como en rei-
vindicación de su derecho la publicó con adiciones y rectifi-
caciones propias en un folleto en 12'" de 118 páginas bajo el
título ele Conve'rsación artística ( París, 1887), donde cam-
pean no menos los primores del estilo que el acierto de las
apreciaciones sobre estatuas y cu adros franceses, y la gra-
cia comunicativa de las descripc:ones de muchos de ellos.
Con las re petidas exposiciones de obras de artistas franceses
y extranj eros y con las excursiones a los países v ecinos, fué-
ronse ensanchando sus conocimientos, y la modesta Conver-
sación se convirtió en libro que debía llevar por título Artes
y artistas contemporáneos; en esto trab a jaha cuando le asal-
tó la muerte, y aunq u e no lo dejó conclu ído , partes hay com-
pletas, como lo relativo a F ra n cia, B élg:ca, Inglaterra y Ale-
mania , que forman todavía un conjünto u tilísimo a los afi-
cionados, ya que no fuese por los juicios directos e imparcia-
les, por l a multitud de datos que atesora sobre la vida de ar-
tistas y la historia de las artes en nuestro t iempo. Si Dios me
lo permite, lo sacaré a luz después de este volumen.
A ntes de pasar adelante copiaré algunas líneas de la
Conve1·sación que prueban una vez más la modestia de su
autor y cómo refería todos sus pensamientos a la patria:
" Al dar a la imprenta esta rápida ojeada sobre las artes,
no se vay a a pensar que lo hago con la intención de a:rrogar-

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Escritos literarios

me el título de crítico, y d ~ convertirme en juez de tombres


que ya están sentados sólidamente en el templo de la Inmor-
talidad, pues rayaría en lo ridículo que lo intentara quien
ha nacido y vivido donde las artes son casi desc onocidas, y
quien ha corrido la vida torturando la imaginación po!' re-
solver el complicado problema de la existencia. Mi Conversa-
ción es una cosa íntima, como lo indica su nombre, y no tie-
ne otro valor que ser la opinión ingenua y sencilla de una
persona culta que v ive en Europa y anhela comunicar a sus
amigos lo que ha visto , y las impresiones que le qued an de
las lecturas diarias d e los periódicos; así, nunca debe ser mI-
rada como la enseñanza de un pedagogo.
" Como asiduo visitador que soy de los museos, al ver
clasificadas las naciones según los monumentos artísticos
que han dejado, ¿cómo no desear que florezcan las bellas ar-
tes allá donde tengo mi cuna y mis más caros afectos, las be-
llas artes, que son el alma inmortal de las nacion es, y que
sobreviven a la efímera grandeza d e los guerreros? ..
"En vista de la excelencia de las bellas artes, ¿ qué pa-
triota no suspira por el florecimiento de ellas en C olombia,
y porque llegue el día en que e l nombre de tan cara patr:a
se escriba en el templo de la Gloria, no con la sangre de nues-
tras insensatas discordias, sino con el buril de diamante de
un Miguel Angel o de un Ticiano?"
Pero si su patriotismo le inspiraba la noble as piración
de v e r flor ecientes las artes n su suelo natal , también su
bue n sentido le se rvía de freno para no dejarse llevar de
ilusiones con respecto a las dificultades que por largo tiem-
po embargarán su cumplimiento. No dudaba él del sentido
artístico de sus paisan os, ni de sus aptitudes para conce bir y
objetivar la belleza; mas veía y sabía qu e las bellas artes su-
ponen una parte práctica, una educación, un ambiente cu-
yos elementos nos faltan; de donde proviene que fácilmente
estamos expuestos a los extravíos de dos especies de diletan-
tismo: el uno de aquellos que a la carrera o sin la prepara-
ción suficiente han recorrido los museos de Europa, y el otro,

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de los que se figuran los objetos de arte conforme a un con-


cepto puramente subjetivo, no apoyado en el estudio directo
de ellos. Fundado en tales consideraciones, a la par que en
la opinión de los mejores expertos europeos, trató varias ve-
ces de poner en su punto el valor relativo de nuestro pintor
Vásquez Ceballos. Igualmente escéptico se mostró con res-
pecto a la creencia de que en América abunden obras de
g randes pintores antiguos; y en mi sentir no le faltaba razón.
Lo s buen os cuadros siempre han sido estimados en Europa,
y aunque por e llos se pagase poco a sus autores, no por eso
los estimaban los pose edores e n menos; y sí acaso algún vi-
rre y o arzobispo llevaban a Amér~ca algo bueno, poquísi-
mas v e ces l o dejaban. De boca del ac tual Conservador de la
pintura en el Museo del Louvre, cuya alta posición entre li-
teratos y artistas es de todos conocida y cuyas lecciones en
el mismo M useo están al n ivel de las que sobre otros ramos
se dan en la Sorbona o en el Colegio de Francia, de su boca,
digo , he oído que entre los innumerables cuadros que de
América se t raen a Europa , es rarísimo que aparezca algo de
verdadero mérito. Ahora las atribuciones que de obras más
o menos defectuosas se hacen a talo cual pintor, no están li-
bres del cargo de arbitrariedad, porque para el efecto se
carece de dos cosas que aquí se tienen por indispensables, y
lo son r e almente: los documentos, que, a falta de firma, com-
prueben, ya directamente la autenticidad, ya la verdad de la
tradición por los poseedores sucesivos hasta el primero, y
de ahí al autor; o bien la comparación con obras ciertas del
mismo origen , de la que resulte igualdad de procedimientos
técnicos, así en las excelencias como en los defectos ; pues
dicho se está que no sólo éstos han de servir para adjudicar
una obra a un pintor eminente. Recordando la tradición de
que Murillo en su juventud pintaba para la Feria de Sevilla,
donde se abastecían los pacotilleros que hacían el comercio
con América , y aun que h izo un partida especial para carga -
zón de Indias, se supone que ha de haber allí muchos cua-
dros de su mano; posible es que los haya; falta sólo que p a-

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ra adjudicárselos por conjetura, pues de ahí no se puede


pasar, se observen las exigencias de la buena crítica. Las
grandes cualidades de Murillo, por las cuales es conocido, se
desarrollaron con su permanencia en Madrid, y por consi-
guiente los cuadros suyos que puedan existir en A mérica, se
parecerán a las obras anteriores a su estada con Velásquez y
a su estudio del Ticiano, Van Dick y Ribera, y con esas ha
de establecerse la comparación; y aun puede decirse que
cuanto más se parezca un cuadro a sus obras maestras pos-
teriores, tanto menos probable es que le corresponda, por-
que, cuando las hacía, ya no trabajaba de cargazón . D e cuan-
to precede habrá, p ues, de colegirse que al don ar mi herma-
no al Museo Nacional de Bogotá dos cuadros de Vásquez que
de tiempo inmemorial pertenecieron a nuestra famil ia, no
quiso dar a entender que eran obras admiradas en Europa;
y que cuando man ~ festó el deseo de que conservaran ahí mis-
mo algunos cuadros europeos que también pertenecieron a
nuestra familia , tampoco pudo pasarle por la cabeza que re-
galaba Ticianos, o Velásquez, o Murillos, sino muestras de
los objetos de arte, o de devoción, si se quiere, que tenían
las familias españolas acomodadas, y que e l día que en nues-
tro país haya interés por lo pasado, no carecerán de impor-
tancia, como no carecen los platos y otros muebles que de-
jan {Ver la vida íntima de los que ya fueron.
No contento mi hermano con seguir el movimiento cientí-
fico, literario y artístico, observaba con ojos sagacísimos las
costumbres populares y sociales, concurría a los teatros don-
de mejor se interpretan, recorría los barrios excéntricos y
los suburbios, y recopilaba datos y noticias con incansable
perseverancia; en un librito, por ejemplo, pegaba los avisos
de pero ódico curiosos o ridículos ; en otra parte guardaba los
anuncios de sonámbulas y cartománticas que, antes que las
persiguiese, como ahora, la policía, eran distribuídos profu-
samente en los mercados y otros lugares frecuentados de
criadas y demás gente de la laya; en otra las circulares de
agencias de averiguación sobre la vida y milagros d e los par-

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ticulares. Sólo así se explica que pudiese componer sus no-


velas Jamás y Dick, publicadas en 1893 y 1895. Con respecto
a la primera debo copiar estas palabras del juicio que escri-
bió el señor E. Mérimée, erudito biógrafo de Quevedo y edi-
tor de Guillén de Castro: "En resumen, es Jamás una pre-
ciosa acuarela de un rinconcito de París, escogido como al
acaso y estudiado con esmero, la cual ofrecerá a los extran-
jeros, para quienes ha sido hecha, un tono más verdadero
que la mayor parte de los malamente llamados cuadros de
costumbres parisienses, firmados con nombres forasteros y
que en general dejan harto adivinar qué personas y qué lu-
gares han frecuentado sus autores." Luégo que se imp,rimió,
solicitó doña Margarita du Lac, conocida escritora, permiso
para traducirla, y obtenido, la publicó en la Revue du monde
latin et du monde eslave. Igual éxito obtuvo Dick, donde se
retrata el modo de vivir de ciertos turistas ingleses de mo-
desta condición que se derraman por el continente. Fue re-
producida por el insigne escritor don Victoriano Agüeros en.
el Tiempo de Méjico.
A quien en tales estudios de costumbres se ocupaba, no
podían ocultarse las ridiculeces del vulgo de los america-
nos (no de los colombianos solos, como en Bogotá se lo figu-
raron algunos) que pasan por París. Bajo el título de Etno-
grafía salieron en el periódico de esta ciudad llamado Euro-
pa y América, de 19 de diciembre de 1889 a 19 de junio de
1891, unos cien bocetos o cuadritos en que bien distiritamen-
te se .perciben dos objetos: el uno poner de relie ve los peli-
gros con que tropiezan en estas grandes ciudades individuos
de países más candorosos, y los inconvenientes de viajes em-
prendidos sin otro fin que satisfacer la vanidad; y el otro,
descubrir los muchos engaños, farsas y tonterías que se origi-
nan de esa vanidad, con el designio, ya que no de impedir se
hagan, a lo menos de que sean conocidos. Nadie ha dudado
de la utilidad de los viajes cuando se hacen para aprender
lo útil y bueno y llevarlo a la patria, o siquiera para ensan-
char el espíritu aceptando las lecciones de modestia y tole-o

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Escritos literarios

rancia que da la vista de vidas y costumbres diversas de las


nuestras; y muchas personas han venido, vienen y vendrán
de América a Europa que han llenado y llenarán tan benéfi-
co propósito con loa y agradecimiento de sus compatricios.
Pero no es eso lo general, y son incontables los que sólo
miran la parte superficial de estas complexas sociedades,
toman la corteza por el fruto, y después de perder tiempo,
dinero y no sé qué más, vuelven a su patria llevando de lp.
cultura, la civilización y el progreso ideas falsísimas que con-
tribuyen no poco a la desmoralización y ruina de esas socie-
dades. Mientras se publicaron dichos cuadros nadie protestó
ni tampoco lo ha hecho nadie aquÍ después que se colecciona-
ron con el título d e Curiosidades de la vida americana en
París; antes la generalidad de las p ersonas juiciosas de los
países amer icanos ha conven ido (así de palabra como por es-
crito ) en que esos tipos r idículos o dañinos no les son des-
conocidos ; prueba concluyente d e que el autor procedió con-
forme lo dice en su prólogo "conservándolos siempre en una
atmósfera de abstracción que los hace superiores a la mis-
ma realidad, para que nadie pue da d ecir al contemplarlos:
"Este so y y o" o "Aquella es mi tía;" sino "Así soy soy," "Así
es mi tía." En Bogotá, cosa natural, no faltaron ataques: unos
inspirados por enemistades personales ( acriores quia iniquaeJ,
y otros, puros desahogos de médicos nuevos que se creyeron
injuriados al leer de un mozo que después de recibirse de
doctor e n América, tiene aquí que hacer sus estudios porque
no distingue el toronjil del laurel, y de otro que abandonado
a su suerte, solo y sin sanción alguna, en el barrio más peli-
groso para la moralidad, no piensa en estudiar, se pervierte,
agota sus recursos, y al volverse compra una tesis (que el
hacerlas para los estudiantes es por acá profesión conocida)
y luego se titula médico de la Facultad de París. Que esta cen-
sura viniendo de quien venía, no podía entenderse con todos
los médicos de Bogotá que han venido a París a perfeccionar
sus estudios, era patente, como que yo mismo después de ha-
b er asist::' do al grado de uno que es hoy insigne profesor en

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Rufino José Cuervo

esa ciudad, di público testimonio del brillante éxito que ob-


tuvo. La discreción más rudimental aconsejaba, pues, al que
pensase que pudiera dudarse de sus títulos, que, como quien
no quiere la cosa, colgase en su sala o despacho el diploma
debidamente autenticado por el Gobierno francés y el Minis-
tro colombiano, como naturalmente los tendrán todos, pues
así los tienen estudiantes de otras nacionalidades. El sulfu-
rarse e insultar a quien hace una crítica en general es de gen-
te poco avisada y da qué sospechar: ¿quiénes sino los predi-
cadores abominables de su tiempo le saltaron a los ojos al pa-
dre Isla cuando publicó el Fray G erundio? ¿quiénes sino los
don El e u~erios y los don Hermógenes pretendieron amotinar
e l teatro cuando se echó la Comedia nueva? Al crítico, para
poner las cosas en su punto, le hubiera sido muy fácil conse-
guir y publicar la lista de los estudiantes americanos gradua-
dos en la Universidad de París d e unos años atrás; y no 10 h i-
zo porque su objeto fue dar el alerta a los padres y madres de
familia , y no ofender ni desacreditar a nadie. En estos ata-
ques salió con denuedo a la defensa don Rafael Pombo, como
siempre 10 ha hecho con sus amigos injustamente ofendidos.
Al mismo tiempo que aprovechaba mi hermano sus ob-
servaciones actuales, quiso beneficiar sus recuerdos fidelísi-
mas para escribir una novela americana en que se combinase,
por 10 que hace a los actores, la realidad an_able y virtuosa
con la brutal y pervertida, y en cuanto al escenario, los en-
cantos de la naturaleza intertropical con sus violencias y es-
tragos. Llamóla En la soledad, y situó la acción en las orillas
del Magdalena y a tiempo que, promovido el cultivo del taba-
co por casas europeas, alcanzaron las comarcas rayanas de
Cundinamarca y lo que hoyes el Tolima increíble prosperi-
dad, y junto con eso suma relajación de costumbres ; tal que la
novela trae a la memoria la tierra aquella en que, según el
poeta, son el ciprés y el mirto emblemas de las obras de sus
habitadores, y donde la ferocidad del buitre y los arrullos de
la tórtola ora derriten en melancolía, ora enfurecen hast a e l
crimen. Hay caracteres que dejan impresión imborrable: Va-

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Escritos literarios

rela convertido en criminal por un arranque de amor p ater-


nal y obligado a vivir lejos de su familia en lugar bravío, ator-
mentado por la soledad y el temor de ser descubierto, sin otro
vestido que unos calzoncillos y una especie de morrión f or-
mado de la piel de un perico ligero secada en una calabaza,
considerado por los campesinos que llegan a verlo como sér
misterioso que tiene pacto con el diablo y es de mal agüero
para quien se encuentra con él; Ricardo, joven de buena edu-
cación, formas atléticas, valor incontrastable, pero corrompi-
do que se m et e a contrabandista de tabaco; Carmen, de aque-
llas familias modestas de Bogotá que con igual ánim o rezan ,
trabajan y se divierten, y llegado el caso se van con su mar i-
d o a un desierto, se encargan de todos los pormenores eco-
nómicos que constituyen las ganancias de una empresa, culti-
van las flor es, alegran su casa punteando la guitarra y can-
tando , y son madres d e los trabajadores hasta enseñarles la
doctrina y cur arles las llagas. Empezóse a publicar en Europa
y América, pero quedó interr umpida por haberse suspendido
este periódico.
En sus trabajos históricos mostró que si el respeto de la
verdad y e l a m or d e la exactitud fundada en documen tos fue-
ron blanda r ienda d e la fantasía , en nada mermaron la lim-
pieza d el estilo, el orden de la composición ni el interés del
relato. Siempre había acariciado el pr oyecto de escr ibir la
vida de nuestro padre, persuadido por experiencia de la faci-
lidad con que en países revueltos se olvidan méritos y servi-
cios, y d e que la adulación a los vivos conduce a empequeñe-
cer a los muertos, y lo que es más infame, a ultrajarlos. Avi-
vósele el piadoso designio al leer la biografía que publicó un
periódico de Bogotá, tan diminuta e insustancial que daba
grima; y puso luégo manos a la obra, ordenando primexamen-
te los documentos que tenían en casa y haciendo un rápido
b osquejo. Examinado entre los dos, releímos los documentos,
convinimos en lo que había de extenderse o aclararse, y él
mismo hizo otra redacción, en la cual apareció ya casi com-
pleta la figura que intentábamos retratar; para acabarla soli-

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citamos de Bogotá y Quito algunos documentos necesarios, y


si bien no todos pudieron conseguirse, el cariñoso interés de
algunos amigos nos proporcionó los más indispensables . Ter-
minada la obra, salió a luz en 1892 en dos volúmenes en 8<1 ;
aunque se prometió el tomo tercero que contendría el Episto-·
lario , dificultades imprevistas impidieron la publicación; y
cierto qU2 fue lástima, pues ahí debían figurar muchos de los
hombres más notables de Nueva Granada, contando ellos mis-
mos los sucesos en que intervinieron o que presenciaron; y
como todas las cartas estaban dispuestas en riguroso orden
cronoló gico, resultaría la historia de esos tiempos por dupli-
cado, hasta cierto punto, primero en nuestro relato y luégo
narrada por los actores o testigos m ismos. No me toca a mí
decir el éxito de esta obra, ni enumerar los juicios benévolos.
que mereció a escritores americanos y europeos. En nuestra
patria produjo viva impresión la imparcialidad con que se
vieron narrados, conforme a documentos irrefragables, su-
cesos casi olvidados, poco gratos ora a un partido, ora a otro,
lo que atajó tanto el aplauso como el vituperio; con excepción
de algunos amigos que la juzgaron favorablemente. Por ha-
berse publicado después, mencionaré la extensa carta que so-
bre ella escribió don Miguel Samper al doctor Barreto, y que
superó nuestras esperanzas, por la equidad con que juzga el
carácter y los hechos d e nuestro padre: juicio que, por venir
de un ciudadano eminente, en quien corría parejas la ilustra-
ción con la honradez y el patriotismo, confiamos fues e ratifi-
cado por la posteridad. Ambos veíamos que en nosotros se ex-
tinguiría la familia que tuvo por timbre llevar e l mism~ ape-
llido que nuestro padre; y aunque el pensamiento d 2 la muer-
te causa algún estremecimiento h asta a los más serenos, y el
fin de las cosas trae consigo un no sé qué de amargura, sen-
timos Íntima satisfacción de haber podido fiar esta memoria
venerada a un hijo del entendimiento que acaso dure lo que
la verdad , pues que por el amor de la verdad fue engendrado.
La obra que hoy publico fu e la última que concluyó, y en
ella, más que en la anterior, aparece la personalidad del au-

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Escritos literarios

tor, porque se compone de sus recuerdos personales extendi-


dos con familiar ingenuidad; los documentos son pauta que
han guiado la pluma para el orden y traza de los sucesos, y
prenda siempre de la exactitud y viveza de aquellos. Muchos
testigos quedan aún de los acontecimientos aquí relatados, y
sin embargo, la generación presente los conoce muy poco: tan-
to hemos visto y padecido todos, que en cada cual a los re-
cuerdos de ayer se ha sobrepuesto el presente triste, y los
hemos dejado cubrir con el moho de los años. El autor, obe-
deciendo a su rectitud y veracidad, no ha dicho otra cosa que
lo que estaba en la concienc~ a de los que presenciaron el fin
trágico de la antigua legitimidad y vieron caer a sus últimos
defensores abrazados con la Constitución; p ero esa misma
rectitud le ha guardado de repetir aquellos cargos injustos
que se oyen siempre que perece alguna causa política: la
ineptitud es ya cargo grave, y en alguna ocasión no ha teni-
do el escritor más que copiar lo que otros testigos han refe-
rido. Posible es que todavía haya alguien a quien ofenda la
verdad, porque desgraciadamente el amor que a ella nos jac-
tamos todos de profesar, se atenúa y desaparece cuando no
lisonjea nuestros afectos; pero eso no queda a cargo del his-
toriador, que no habla para uno solo, sino para todos y para
siempre.
La época a que se refiere es acaso la más grave y críti-
ca de nuestra historia de nación independiente. Antes nun-
ca había triunfado definitivamente una revolución, y si el
gobierno, después de reprimir las que se habían hecho, se
mostraba riguroso con los rebeldes, apoyábase en la fuerza
moral de una autoridad por todos reconocida, y seguía ejer-
ciendo el poder en virtud de una constitución y de leyes dic-
tadas, en su mayor parte, e n tiempo de paz, sin producir cam-
bio brusco en la sociedad ni en la administración púb lica.
El triunfo de una revolución presupone transformación com-
pleta de la máquina del gobierno, reparto de botín a los
vencedores, todo linaje de vejaciones para los vencidos, y
por largo tiempo casi cesación de la vida nacional. C on esto

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el nuevo régimen no representa ya la naClOn, sino los inte-


reses de los vencedores, que a todo trance quieren conservar
sus puestos y ventajas y mantener supeditados a sus contra-
rios, para evitar represalias , por más que les sea menester
ponerse en contradicción flagrante con los principios que
para la exportación proclaman. Así, las constituciones seme-
jan aquellos anuncios de fiestas campestres que sólo se cum-
plen "si el tiempo lo permite." Entre nosotros, por tenden-
cia natural, por una especie de atavismo, como que nuestros
mayores durante siglos fueron criados para esclavos y vivie-
ron esclavos, aunque más hablemos de libertad, siempre el
Deseado es un Fernando VII. Los verdaderos republicanos
no han abundado en nuestra patria, y han sido ahogados por
los absolutistas o por los jacobinos, que para el caso es lo
mismo; necesitárase el reinado de larga paz bajo un gobier-
no legal para que los pueblos se hicieran a respetar la fuer-
za moral del derecho, yeso es lo que han impedido los go'-
biernos de partido, cuyo dominio se instauró, qué sé yo has-
ta cuándo, con el triunfo de Mosquera.
En treinta y tantos años hemos visto proclamados y
puestos en práctica axiomas como El que escruta elige, N o
ha de perderse con papelitos lo que se ganó a balazos, Los
vencidos no tienen otro derecho que el de trabajar para pa-
gar las contTibuciones; hemos visto derrocados gobiernos so-
beranos, expropiadas las imprentas, llevados en traílla los
periodistas por las calles, barridos a balazos los electores,
embaucada por largo tiempo la nación con empresas, no
por fantásticas m enos costosas, y atormentadas las con~
ciencias en nombre del libre pensamiento; y luégo, mudán-
dose la decoración y los personajes, para fundar otro siste-
ma de opresión, se han inventados títulos cuasi místicos en
defensa de la arbitrariedad, se ha asentado como dogma de
nuestro derecho público que el jefe del Estado es jefe nato
de su partido, y en consecuencia sigue, como tal, o redactan-
do periódicos, o dirigiendo a vista de todos intrigas maquia-
vélicas, o insultando a los particulares o a los partidos, y

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Escritos litera.rios

olvidando todo decoro para satisfacer los apetitos de espe-


culadores, familiares o paniaguados. En más de veinte años
que estuvo alejado de los cargos públicos un partido, desapa-
recieron casi todos sus hombres que tenían alguna práctica
en el gobierno; en pose sión del mando, todo ha sido andar a
c iegas. Si la otra mitad de la nación dura tanto tiempo en si-
tuación igual, al volver al poder, tampoco habrá quien co-
nozca el manejo de los negocios públicos, y perdida la tra-
dición del orden administrativo se consumará la ruina de
la República. Cuando el histrión clamó en el teatro roma-
no: Quirites libertatem perdimus, todos los ojos se volvieron
a César; a nosotros no nos hubiera quedado más recurso
que mirarnos unos a otros, por que todos h emos con~ribuído
a l a obra nefasta; si bien la responsabilidad primera corres-
ponde a los que buscaron en la revolución el medio de satis-
facer sus pasiones y a los que les prepararon el campo para
entregárselo, sacrificando a su propia ineptitud infinitas
víctimas generosas. P ero ya son estérile s las recriminacio-
nes, pues que nadie puede tirar la primera piedra. Nuestra
vida política ha llegado a ser poco menos que de salvajes:
tal se figura uno dos tribus que se disputan el terreno en que
las confinó la naturaleza; el vencedor niega al vencido el
fuego y el agua; el vencido espía un descuido de su domina-
dor p a ra derribarle, o aguarda que un agraviado se lo en-
tregue por traición; entre tanto el campo no se siemb ra, y
el hambre acabará con los dos. Probado por la experiencia
que los que apellidan libertad no han sabido hacerla efecti-
va, y los que claman autoridad no han logrado hacerla res-
petable, dudo que hombre alguno honrado y sensato pueda
conservar fe en programas que no han producido sino es-
combros, ni menos seguir adorando ídolos que no han dado
el triunfo a los partidos sino corrompiéndolos y d egradándo-
los. ¿No habrá llegado ya el caso de comenzar de nuevo, co-
mo en 1832, con una reacción vigorosa de patriotismo, mo-
destia , desinterés y decoro? Envidiable sería la gloria del
hombre público que convocara para cumplir ese programa a

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todos los ciudadanos honrados, que por dicha aún los hay,
persuadiéndoles que en torno de la madre agonizante aca-
llan los buenos hijos mezquinas disensiones. Sólo así cabe
abrigar la esperanza de que algún día gocemos todos de li-
bertad bajo un gobierno justo. ¡Ah! pero éstos son sueños, y
los sueños ....

IV

Muy vivo fue el amor de mi hermano a la patria. Cuan-


to le afligía nuestro descrédito en la bolsa europea y el des-
dén con que somos tratados por nuestra inhabilidad para
manejarnos como pueblo libre, tanto anhelaba por que nos
llegara el reinado de la verdadera paz, que según la defini-
ción antigua, es la tranquilidad en el orden, y con ella la
prosperidad, pero no la fantasmagórica que prometen los es-
peculadores, sino la que proviene del desarrollo armónico y
firme de las varias fuerzas de la nación. En todos sus viajes
iba su pensamiento repartido entre lo que observaba y la
apl::cación que pudiera tener ello en su suelo natal. No eran
los grandes inventos o las empresas colosales las que le se-
ducían, sino lo que pudiese mejorar las industrias ya cono-
cidas en el país, facilitando al pueblo modo de adelantar en
ellas mediante el manejo de aparatos menos toscos y de ma-
teriales mejor preparados, o lo que contribuyese a introdu-
cir otras adecuadas a nuestros recursos y necesidades, para
disminuir poco a poco la sujeción al extranjero, y sobre todo
extender en la masa de la población el amor al trabajo,
"fuente divina de moralidad," y despertar, con la seguridad,
el gusto de la economía y el ahorro. Esa era a sus ojos la pri-
mera base de la prosperidad, sobre la cual se asentaría todo
lo demás. En el escrito que tituló Arranques de un patriota
(886 ) e~plica con perspicacia las causas que han producido
la ruina de tantas empresas acometidas locamente entre
nosotros, inculca la necesidad de buscar nuevos rumbos con
prudencia y más que todo con modestia, y señala una mul-

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Escritos literarios

titud de cosas en que podría emplearse útilmente nuestra


actividad. Bien se entenderá que tal patriotismo improducti-
vo no puede ser reputado por d e buena ley sino cuando la
patria es la que provee, como madre amorosa, a la felici-
dad de todos sus hijos; cosa en que no piensa el partido (se-
gún existe entre nosotros), pues no mirando sino al prove-
cho inmediato de los suyos y al vilipendio de los que no se
hagan solidarios de sus pasiones, torpezas o malos manejos,
sólo presta oídos a empresas ajenas de toda contabiLdad o a
proyectos fabulosos encaminados a alucinar, y también pre-
ñados de grandes utilidades para los favorecidos. En seme-
jante situación el hombre honrado, digno y juicioso, que no
halla campo para mostrar sus buenos deseos, se r e tira a
practicar en silencio la formá más humilde pero más nece-
saria del patriotismo, que consiste en vivir sometido a las
leyes y dar ejemplo de moralidad y de laboriosidad; hízo-
lo así mi h e rmano, contribuyendo además a probar que el
trabajo material no es desdoroso, aunque se lleve un nom-
bre ilustre, y que no hay divorcio entre ese trabajo y el cul-
tivo fecundo de las letras. Su amor patrio pudo tomar por
lema lo que de un amante modesto dijo el poeta:

Brama assai, poco spera, e nulla chiede.

Cuantos l e conocieron y le trataron rendirán testimonio


de la ame nidad de su trato y de la oportunidad con que traía
comparaciones y anécdotas que, aun en materias literarias
o ci e ntíficas, daban a veces inesperada luz. Supongo que los
amigos que durante largos años concurrieron los sábados
por la noche a nuestra casa en Bogotá, habrán conservado
grato recuerdo de aquellas reuniones amistosas en que sin
especie alguna de pedantería o imposición, fuera de la de-
cencia y mutuo respeto propios de personas cultas, se depar-
tía sobre cualquier tema con igual interés, o se dividían los
amigos en grupos según sus gustos. Raras veces faltaba
quien tocase el piano, o leyese alguna composición propia o

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ajena, o comunicase noticias literarias o artísticas, dividién-


dose la sesión con la cena, en que rein 2ba fraternal alegría.
Allí los jóvenes de fuera de la capital encontraban a Caro,
a Pombo, a Fallon, a l\1arroquín, a Carrasquilla, y no po-
dían menos de quedar sorprend:dos al ver en ese ambiente
de franca familiaridad a hombres cuya posición literaria de-
bía hacérselos aparecer desde lejos como inaccesibles. Y
nunca tuvieron ocasión los tertulios de reparar en que el
que hacía el principal gasto de la fiesta, atendiéndolos y
complaciéndolos a todos, estaba agobiado por un trabajo
abrumador, como que los sábados eran los días más ocupa-
dos, y las más veces apenas h a bía tenido lugar para mudar
de vestido y comer, cuando ya llegaban los primeros concu-
rrentes, que iban a prolongar la conversación hasta la una
o las dos de la mañana. Después de esta trasnochada, algunos
de los mismos amigos iban el domingo a almorzar, y halla-
ban la misma infatigable amabilidad y alegre agasajo.
Ilimitada era su benevolencia: bastaba el más leve mo-
vimiento, la indicación más ligera, para que él hiciese una
buena obra; pero al mismo tiempo fueron en él sentimientos
innatos, irresistibles, el decoro y la rectitud, y por eso nun-
ca pudo tolerar indignidades, bajezas ni injusticias. De tal
combinación de cualidades eximias provinieron algunas de
las enemistades de que en público se ha htcho mención: fal-
tándole cautela a su deseo de servir y agradar, se expuso a
no ser correspondido caballerosamente, y sintiendo herida
en él la justicia, no podía ocultar su indignación. Muchas ve-
ces, al palpar los inconvenientes ( de tejas para abajo) de la
bondad excesiva, solía decir que era una desgracia no haber
tenido ocasión de meter en la cárcel a unos cuantos : arran-
que inocente de quien veía que en sociedades trabajadas por
las pasiones y odios de partido, generalmente no se tiene
por respetable sino al que es temible.
Inútil es decir que para él e ra punto de honor la lealtad
para con sus amigos y la gratitud a sus buenos oficios. A Ra-
fael Pombo, el amado Florencio que dio ocasión para escri-

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Escritos literarios

bir este libro, y que tántas veces le defendió de injustos ata-


ques , profesaba, no ya fraternal cariño, sino veneración. No
omitía oportunidad de proclamar su nombr e como una de
las glor: as de la patria y de hacer reproducir sus composicio-
nes; la admiración hallaba estímulo en la gratitud, y como,
en su sentir, semejantes deudas nunca se cancelan, cada día
hallaba más placer en glorificar a su amigo y ostentar su
agradecimiento. Reimprimiendo la Buena nueva, preciosa
poesía escrita para las bodas de don J. S. Abondano y doña
María de Jesús Raymond, escribía:
" En medio de este himno de alegría se deslizan al poeta
acentos m elancólicos al figurarse convertida su casa en de-
sierto y oscuridad. Desfallecimiento natural en el hombre,
pero imposible, por fortuna, en el poeta, sacerdote del amor.
Los "dos viejos" de ese hogar nunca estarán solos y en tinie-
blas ; los recuerdos tiernos y agradecidos de los recién ca-
sados acudirán siempre allí y volarán en torno de ellos, co-
mo han acudido y volado siempre los de tantos a llegados y
amigos queridos en el alma, los de tantos agraviados ardoro-
samente defendidos, los de tantos inertes o pequeñuelos que
han encontrado allí estímulo o vÍstose con generosidad su-
ma ensalzados y coronados. El poeta, sacerdote del amor,
nunca estará solo: serán su familia cuantos hayan llorado
o padecido, cuantos como él hayan penetrado en la eterna
corriente de la vida, sorprendido los secretos vínculos que
enlazan a t odos los seres, y respondido en sí a las palpitacio-
nes de cuanto siente y ama aquende o allende los sentidos.
Es más: los objetos todos que le rodean o que concibe, con
voz amiga le son mensajeros de paz, serenidad y armonía."
Algo después, con motivo de haber publicado el Tie'mpo
de Méjico la Hora de tinieblas, se levantó entre los buenos
católicos de aquel país un susurro de desaprobación, y el
eximio director de aquel diario pidió a mi hermano noticias
sobre Pombo y el espíritu de aquella composición. Inmedia-
tamente le remitió un artículo sobre su amigo en que daba
todas las explicacior~2s pedidas con el justo elogio del poeta.

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Rufino José Cuervo

Aunque ~l artículo llegó a manos del señor Agüeros (según


él mismo me lo escribió), no se publicó, acaso para no remo-
ver el asunto, y Angel, como si temiese verse asaltado de la
muerte sin rendir este homenaje a su amigo, no pudo aguar-
dar más, y sobre los borradores de aquel redactó otro, que
salió en El Mundo diplomático y consula-r de París el 15 de
abril de 1896: al verlo impreso se sintió d esahogado; fue lo
último que publicó; en el número siguiente anunció el perió-
dico su muerte. Propúsose allí principalmente hacer ver que
"en Pombo están las facultades poéticas de tal manera fun-
didas y compenetradas con la vida moral, que en tedos ~us
actos es difícil separar lo que corresponde al amor de lo be-
llo, de lo que corresponde al amor de lo bueno". Enumeran-
do algunas de sus altísimas prendas, escribe: "Es Pombo in-
comparable en la amistad, y quien se atreva a ultrajar a un
amigo suyo, hallará de seguro en él más ardorosa defensa
que la que pudiera hacer el mismo agraviado; y cuenta que
Pombo jamás ha sido enemigo de nadie ni guardado rencor
contra persona alguna: en su corazón no hay una gqta de
hiel." Copio el fin como prenda de que su última palabra
fue de admiración y desagravio a la gloria y a la virtud:
"Los cultivadores de las letras lamentan que no exista
una colección completa de las obras de Pombo, en que aparez-
ca esta aptitud maravillosa para todos lo ~ temas y para to-
das las cu.erdas de la lira, con la unidad propia de la natu-
raleza, su modelo, y de su doctrina moral, su guía.
"Una de las condiciones más singulares de Pomba es la
de conservar intacto el dón de la poesía . Los años con su du-
ra mano son incapaces de ofuscar su inteligencia o mellar
sus bríos; y hoy que ya toca los linderos de la vejez (pues
nació en 1833), es tan lozano y enérgico en la forma del ver-
so cuanto elevado en el pensamiento: el tiempo no existe
para él. Como nunca faltan atolondrados que se atrevan a
ultrajar a las personas venerables, un mozo se dejó decir que
en Pombo se notaba decadencia: todos sus compatriotas acu-
dieron a desagraviarle, y él presenta, cual otro Sófocles,

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Escritos literarios

nuevas obras en que con juvenil ardor exhibe la fr escura de


su sentimiento y su potencia creadora."
Palabras me faltan para decir lo que fue Angel para mí.
Eran de padre los ejemplos y consejos de discreción y pru-
dencia; de madre, la solicitud con qu e posponía siempre su
comodidad a la mía y velaba por mi salud y tranquilidad;
de hermano, la generosidad y desinterés absoluto; de amigo,
la franqueza y comunidad de sentimientos e ideas, la cola-
boración y ayuda en tod as mis tareas; y de todo esto junto,
e l interés más vivo por cuanto pudiese acrecentar mi reputa-
ción y buen nombre.
Su vida moral me fue ejemplo edificativo de c ómo pue-
den practicar se todas las virtudes sin ceño ni gazmoñería.
Era su fe tan sencilla y fr anca, que jamás supo lo que son
respetos hum anos : preguntábale una vez un pobre señor que
creía que con ser francmasón había alcanzado la ciencia di-
vina y humana, cuáles eran sus ideas religiosas y filosóficas:
" Todo mi sab er, le respondió , está comprendido en el cate-
cismo de la doctrina cristiana que me enseñaron cuando ni-
ño. " N ada había para él más serio y grave que el cumpli-
miento de sus deberes como católico; y cuando estaba en ello,
se absorbía de tal manera s u atención, que no se permitía la
m enor distracción ; no se le pasaba día sin leer u n capítulo
de los sagrados Evangelios o de alguna vida de Nuestro Se-
ñor Jesucristo, y siempre dio su cooperación a los C ongresos
generales de católicos, y a se celebrasen en Francia, ya en
otros países de Europa. Miembro en París de la Sociedad de
san Vicente de Paúl, hacía a los pobres las visitas reglamen-
tarias con la caridad más expansiva, y siendo de estómago
delicadísimo, que con cualquier mal olor se trastornaba,
permanecía largos ratos en buhardillas infectas sin demos-
tración alguna de desagrado; al mismo tiempo que su saga-
cidad le descubría misterios de la vida parisiense, con cuyo
conocimiento contribuía al mejor logro de la caridad y sor-
prendía a miembros más antiguos y prácticos.

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Rufino José Cuel'VO

Al privarme el Cielo de este apoyo humano y de estos


ejemplos confortadores, he sentido que me falta la mejor
parte de mí mismo, y no me queda más consue lo que el cul-
to de la memoria adorada, a la cual consagro en estas líneas
ofrenda de gratitud y de justicia.

París, junio de 1899.

(Prólogo al libro "Cómo se evapora un ejército", de don An-


gel Cuervo ).

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Dos poesías de Quevedo a Roma-

POR el hecho de haber esta d o Quev e do pocos días del


mes de abril de 1617 en l a ca pital del or be catól ico, se ha dado
por cierto que el soneto A Roma sepult ada en sus 'fu inas ( el
III de la Musa 1) y l a silva Roma antigua y moderna (IV y
XIII de la Musa VIII ) representan la impresión inmediata
que la ciudad produjo en el poeta, y que ambas fueron escri-
tas entonces. Pero ni la una ni la otra son originales, y aun
cuando tienen pormenores o amplificaciones propias, pu-
dieron escribirse en otro tiempo, probablemente después,
avivados los recuerdos por aquellas d e que son imitación. En
efecto, hablando como de cosa muy pasada, dice Quevedo en
la silva:

Allí del arte vi el atrevimiento.


Pues Marco Aurelio en un caballo , armado,
El laurel en las sienes anudado
Osa pisar el viento,
y en delgado camino y sendas puras
Hallan dónde pisar las herraduras.
De Mario vi y lloré desconocida
La estatua a su fortuna merecida, etc.

Pasando a lo principal, soneto y silva son patentes im i-


taciones del poeta francés Joaquín du Bellay ( 1524-1560 )
que alcanzó gran renombre entre los de la Pleyada (1 ) y es-

(1) Cosa de treinta años hará que, habiendo encontrado en


una Antología de poetas ingleses un soneto de Spenser que tenía
con el de Quevedo el mismo parecido que el de Du Bellay, los pu-
bliqué juntos, como curiosidad, en un periódico de Bogotá ; pero
no teniendo entonces elementos para explicar la coincidencia,

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Escritos literarios

cribió una serie de sonetos sobre las antigüedades de Roma,


"descripción general de su grandeza y como lamentación de
su ruina" ( 2) Hé aquí el soneto tercero y, para que se com-
pare, el de Quevedo:
Nouueau uenu, qui cherches Rome en Rome,
Et rien de Rome en Rome n'appergois,
Ces uieux palais, ces uieux arczs que uois,
Et ces uieux murs, c'est ce que Rome on nomme .

Voy quel orgueil, quelle ruine & comme


Celle qui mist le monde sous ses lois
Pour douter tout, se donta quelquefois,
Et deuint proye au temps, qui tout consomme.

Rome de Rome est le seul monument,


Et Rome Rome a uaincu seulement.
Le Tybre seul, qui uers la mer s'enfuit

Reste de Rome. O mundaine inconstance!


Ce qui est ferme , est par le temps destruit,
Et ce qui fuit, au temps fait resistence . . .

.el ROMA SEPULTADA EN SUS RUINAS

Buscas en Roma a Roma, o Peregrino,


y en Roma misma a Roma no la hallas.
Cadáver son, las que ostentó murallas,
y tumba de sí propio el Aventino .
Yace donde reynaba el Palatino,
Y limadas de el tiempo las medallas,
Mas se muestran destrogo a las batallas
De las edades, que Blasón Latino

eché el caso en olvido. Recordándolo poco ha recordé las obras


del poeta inglés, y hallé que tradujo, declarándolo, todos los so-
netos de las Antiquitez de Du Bellay, y entre ellos, como había de
suceder, el primero que arriba copié. Estos sonetos se imprimie-
ron , con otras poesías del autor, en Londres, 1591. Así el poeta de
la Pleyada era la fuente común, pues juzgo que a nadie ocurrirá
la idea de que Quevedo siguió más bien al inglés que al francés.

(2) Le premier livre des antiquitez de Rome contenant une


general e description de sa grandevr, et comme vne deploration
de su rvine: par Ioach. Du Eeilay Ang. París, Frederic Morel, 1562.

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Rufino .José Cuervo

Solo el Tíber quedó, cuyo corriente, (1)


Si ciudad la regó, ya sepoltura
La llora con funesto son doliente.
O Roma, en tu grandeza, en tu hermosura
Huyó lo que era firme, y solamente
Lo fugitivo permanece, y dura.

(El Pal'nasso Español, y Musas Castellanas de D. Francisco


de Quevedo, p . 4. Madrid, 1650).

Como se ve, el español reprodujo fielmente el princIpIO


y el fin del soneto francés, y alte ró el medio para esforzar el
contraste entre lo duradero y lo fugitivo. Cosa parecida hizo
en la silva, aunque en proporciones mucho mayores. Copie-
mos a Du B e llay y los lugares correspondientes de la com-
posición española:

Ces grands monceaux pierreux, 'ces uieux murs que tu uois


Furent premiérement le clos d 'un lieu champestre:
Et ces braues palais, dont le temps s'est fait maistre ,
Cassines de pasteurs ont esté quelquefois.
Lors prindrent les bergers les ornemens des Rois.
Et le dur laboureur de fer arma sa destre:
Puis l'annuel pouuoir le plus grand se vid estre ,
Et fut encor plus grand le pouuoir de six mois:
Qui, fait perpetuel, creut en telle puissance,
Que l 'aigle Imperial de luy print sa naissance:
Mais le Ciel s'opposant a tel accroissement,
Mist ce pouuoir es mains du successeur de Pien'e,
Qui sous nom de pasteur, fatal a ceste terre,
Monstre que tout retourne a son commencement.
(Sonnet XVIII)

Esta que miras grande Roma ahora,


Huésped, fue yerba un tiempo, fue collado ;
Primero apacentó pobre ganado,
Ya del mundo la ves Reyna y señora.

(1) Usado como masculino, lo mismo que en el soneto XVIII


de la Musa IV:
Frena el corriente, o Tajo, retorcido.
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Escritos literarios

En tu niñez te vieron las edades


Con rústico Senado,
Luego con justos, y piadosos Reyes,
Dueño del mundo dar a todos leyes .

y quando pareció que avia acabado


La grande monarquía,
Con los Sumos Pontífices, goviern9
De la Iglesia, te viste en solo un día
Reyna del mundo, el Cielo y el Infierno:
Las Aguilas trocaste por la Llave
y el nombre de Ciud8.d por el de Nave:
Los que fueron Nerones insolentes
Son pios y clementes.
Tu dispensas la gloria, tu la pena,
A essotra parte de la muerte alcanza
Lo que el gran Successor de Pedro ordena.
Tu das aliento y premio a la esperanza,
Siendo en tan dura guerra
Gloriosa Corte de la Fe en la tierra. (1)

En los 158 versos que median entre el principio y el fin


de la silva, según quedan copiados, hay no pocas imitaciones
o reminiscencias de otros sonetos de Du Bellay. Sirvan de
ejemplos las siguientes, puestas en el orden en que aparecen
en el texto castellano:

J ove tronó desde desnuda peña,


Donde se ven subir los chapiteles
A sacarle los rayos de la mano.

Trofeos y blasones
Que arcos diste a leer a las estrellas,
No se si a embidiar a las mas de ellas.

Arcz triompbaux, pointes du ciel voisines,


Qui de uous uoir le ciel mesme estonnez.
(Sonnet VII) .

(1) Para esta cita y las demás se han combinado las leccio-
nes de los dos textos que ofrece la edición d e las tres últimas Mu-
sas. (1670-1729).

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Rufino José Cuervo

Senado rudo que vistieron pieles


Da ley al mundo y peso al Occeano

Ceste ville qui fut l'ouurage d'un pasteur,


S'éleuant peu á peu, ereut en telle hauteur,
Que royne elle se uid de la terre et de l'onde.
(Sonnet XX.)
Fue triunfo suyo, y violo s en cadena
El Danubio , y el Rheno,
Los dos Hebros y el padre Tajo ameno,
Cano en la espuma y roxo con la arena;
y el Nilo, a quien han dado,
Teniendo hechos de m.ar, nombre de río . . .

y en la guerra civil , en donde fuiste


De ti misma teatro lastimoso

A tus propias entrañas


Bolviste el yerro que vengar pudiera
La grande alma de Craso.

Hurtó el imperio que nació contigo,


y dióle al enemigo.

Quand se braue seiour, honneur du nom Latin,


Qui borna sa grandeur d'Afrique, et de la Bize,
De ce peuple qui tient les bords de la Tamize,
Et de eelui qui void esclorre le matin,

Anima eontre soy d'vn courage mutin


Ses propres nourrissons, sa depouille eonquise,
Qu'i! auoit par tant d'ans sur tout le monde aequise,
Deuint soudainement du monde le butin.
(Sonnet XXI)
j Oh Roma generosa!
Sepultados se ven donde se vieron,
Como en espejo, los arcos
En la corriente ondosa

y las puertas triunfales


Que tanta vanidad alimentaron ,
Oy ruinas desiguales
Que o sobraron al tiempo, o perdonaron

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Escritos literarios

Las guerras , ya caducan y mortales


Amenazan, donde antes admiraron.

Donde antes huvo oráculos hay fieras


y descansadas de los altos templos,
Buelven a ser riberas las riberas;
Los que fueron Palacios, son ex emplos.

Pero de las cenizas que derramas,


Fenix renaces, p arto de la s llamas,
Haciendo tu fortuna
Tu muer t e vida, tu sepulcr o c una .

Toy qui de Rome émeru eillé contemples


L'antíque orgueil quí, menassoít les cieux,
Ces uieux palais, ces monts audacieux,
Ces murs, ces arcz, ces thermes, et ces temples,
Iuge, en uoyant ces ruines si amples,
Ce qu'a rongé le temps iniuirieux,
Puisqu'aux ouuriers les plus industrieux
Ces vieux fra gmens encor seruent d'exemples:
Regarde apres, c omme de iour en iour
Rome fouillant son antique s eiour,
Se rebatist de tant d ' oeuures diuines:
Tu iug eras, que l e daemon Romain
S 'efforce enc or d ' une fatale main
Ressusciter ces p oudreuses ruines.
(Sonnet XXVII .)

Las peñas que vivieron


Dura vida con almas imitadas,
Que parece que fueron
Por De ucalión tiradas,
No de in genios a mano adelgazad a s
Son troncos lastimosos
Robados sin piedad de los curiosos.

Ainsi de peu a peu creut l'empire Romain,


Tant C!u'il fut despouillé par la Barbere main,
Qui ne laissa de luy que ces m arques antiques,
Que chacun ua pillant: comme on uoid le gleneur
Cheminant pas a pas recueillir les reliques
De ce qui ua tumbant apres le moissonneur
(Sonnet XXX.)
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Rufino José Cuervo

Para concluir cumple apuntar lo que ya se ha advertido


sobre la parte que en esta composición corresponde a Pro-
percio (IV, 1): Quevedo sintió, sin duda, que para su pro-
pio gusto o estilo era Du Bellay algo flojo o débil al imitar o
recordar al poeta latino, e introdujo al principio de la silva
rasgos enérgicos tomados de la elegía. V éanse algunos:

Hoc quodcumque vides, hospes, qua maxima Roma est,


Ante Phrygem Aenean collis et herba fuit.

Esta que miras grande Roma agora,


Huesped, fue yerva vn tiempo, fue collado.

* **
Atque ubi Navali stant sacra Pala tia Phoebo,
Evandl'i pl'ofugae concubuere boves.

A la sed de los bueyes


De Evandro fugitivo Tibre santo
Sirvió.
* * *
Tarpeiusque pater nuda de rupe tonabat.
Jove tronó desde desnuda peña.

***
Que Gradibus domus ista Remi se sustulit, olim
Unus era fratrum maxima regna focus.

y pobre y comun fue g o en estos llanos


Los grandes reynos de los dos hermanos.

** *
Curia, praetexto qua e nunc nitet alta senatu,
Pellitos habuit, rustica corda, patres.

Senado rudo que vistieron pieles,


Dá ley al mundo, y peso al Occeano.

Tomado de la Revue hispanique.-Tomo XVIIL-Año de 1908.


Pp. 432 Y siguientes).

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La lengua de Cervantes
El insigne filólogo español don Julio
Cejador y Frauca solicitó de su gran
maestrazo (así llamaba a Cuervo en su
correspondencia con él) un prólogo pa-
ra la obra "La lengua de Cervantes".
Cuervo escribió entonces, en forma
de carta que remitió a Cejador con una
epístola remisoria, la admirable página
que se leerá en seguida:

Mi querido amigo:

Me siento tan mal de la cabeza, que sólo en virtud de


un grande esfuerzo escribo a usted estas cuatro líneas; y di-
go que son cuatro porque deseara manifestar a usted mu-
cho más largamente el placer con que he hojeado las capi-
llas de la «Gramática del Quijote" que ha tenido usted la
fineza de enviarme; y aunque penoso, me es gratísimo el es-
fuerzo, porque lo hago para felicitar a usted cordialmente
y ofrecerle una vez más el homenaje de admiración que me-
recen el vasto saber de usted y su incomparable laborio-
sidad.
Aunque las capillas no traían portada, me bastó reco-
rrer algunas páginas para decir ex ungue leonem: este libro
no puede venir sino del autor de los Gérmenes y la Embro-
genia del lenguaje. Ya supondrá usted que no he podido
leerlo todavía Íntegramente y con detención, línea por línea,
como debo hacerlo; y no ocultaré a usted que me ha acome-
tido cierto pujo de vanidad al ver que es más considerable

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Escritos literarios

el número de casos en que estamos de acuerdo que el de


aquellos en que d isentimos: vanidad que no carece de su po-
quito de modestia, pues que me obliga a más escrupuloso
estudio.
Mayáns dijo por ahí que las Pa-rtidas eran la Tesorería
mayor de la lengua castellana; juzgo que si hubiera tocado
en suerte a este autor vivir en nuestros días y leer la G-ra-
mática del Quijote, y el Diccionm'io que la acompañará, hu-
biera vacilado en la aplicación de la frase. Sin duda que el
código del Rey sabio abarca grandísimo número de cuestio-
nes y materias que exigen un vocabulario propio; pero las
lenguas no son palabras solamente, sino frases, construc-
ciones, metáforas, giros; variedad de estilo y lenguaje, se-
gún las clases sociales y las circunstancias de la vida. En es-
te concepto no cabe comparación entre los dos insignes mo-
numentos de la literatura castellana. Quien acuda a la sin-
taxis de usted, se quedará pasmado de ver los insuperables
recursos de que dispone nuestra lengua para formar y en-
lazar las frases, y construír oraciones y períodos con la más
cumplida elegancia. Basta leer algunos capítulos d e Cervan-
tes para saber cómo se explicaban en su tiempo los litera'-
tos y el pueblo, para estimar el estilo llano de la gente cul-
ta y el desaliñado del vulgo, vivificado todo con la intuición
más sorprendente de las almas que viven y palpitan en esas
frases.
La gramática del Quijote puede decirse, pues, que es la
gramática de la lengua castellana en su forma más nacio-
nal y genuina; y en ninguna labor pudiera usted haber em-
pleado mejor sus profundos conocimientos filológicos y su
penetración científica. En la exposición y análisis de la obra
de Cervantes ha hecho usted converger todos los elementos
de la ciencia del lenguaje: la fonética como la psicología, la
crítica del texto como la estimación estética de la elocu-
ción; y, lo que vale más, para tan ardua tarea ha usado us-
ted de un criterio libérrimo, libérrimo como el de Cervantes,
para quien la gramática era "la discreción del buen lengua-
je". En esos tiempos tenían los preceptistas poquísimo, 3i
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Rufino José Cuervo

algún influjo, y el arte de bien hablar existía en el alma


de todos, de todos los mejores, digo, c a lificado por la edu-
cación común en las universidades, en las campañas, en los
viajes, en las academias; cada cual, según su propio natural,
era en su lenguaje, diserto a su modo, y esa gran variedad en
la unidad es uno de los mayores encantos de nuestros bue-
nos libros de aquella época. He celebrado mucho ver cómo
se burla usted de ciertas reglas que parecen forjadas por sor-
dos y mudos para sordos y mudos, por gente y para gente
que ignora lo que habla y lo que oye, por el estilo de los
que han querido hacernos creer que en castellano, ni más ni
menos que en latín, tenemos sílabas largas y breves por na-
turaleza y posición, o que nuestros adjetivos concuerdan c on
el sustantivo en género, número y caso. La naturaleza mis-
ma de la obra de usted le ha favorecido en la empresa de es-
combrar este terreno de las malezas de la rutina y del ca-
pricho individual: hechos estudiados con rigor científico,
esas son sus reglas.
No dudo que la obra de usted alcanzará, como lo me-
rece, los aplausos de todos los amante s de la literatura cas-
tellana; y me figuro que si, andando el tiempo, redujese us-
ted su libro a forma y proporciones puramente didácticas,
haría usted singular servicio a l estudio de nuestra lengua,
proponiendo como base el habla de Cervantes e indicando
la evolución posterior del castellano, del castellano de todos
o los más, sin cuidarse de los latinizantes, o, digámoslo con
más verdad, de los afrancesados. La obra, como la publica
usted hoy, será el consultor de los eruditos y, en general, de
los estudiosos; la reducción será como la leche de que se
nutran todos antes de pasar a disciplinas mayores.
Despropósito parecerá la idea, pero acaso lo es menos
de lo que puede pensarse. Si con visos de acierto se ha dicho
que las naciones más están formadas de muertos que de vi-
vos, con mayor razón cabe aplicar la idea a la lengua de
pueblos que se ufanan de poseer antigua y gloriosa litera- -
tura, y se habla en extendidos y variados territorios. En es-

-105-

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Escritos literarios

te caso no es ya el habla familiar de una reducida comarca,


por culta que sea, lo que puede servir de tipo ideal a mu-
chos millones de individuos, ni la materia única con que for-
men sus obras los artistas: ese tipo y esa materia existen
en la literatura, y no meramente en la de hoy, sino también,
y con mejores títulos, e n la de los siglos pasados. Cervantes
y León, con Jovellanos y Quintana, con Valera y Núñez de
Arce, con Pardo y P esado, con Juan María Gutiérrez y Mi-
guel Antonio Caro, forman para nosotros como la madre
de dilatado río en que se unen las hablas de muchas genera-
ciones, echando a las márgenes las brozas de lo añejo, ya
inservible, d e lo provincial y lo vulgar. A esa unidad artísti-
ca es a lo único a que hoy podemos aspirar.
Unido a usted por esa elevada simpatía, le renuevo mis
felicitaciones y agradecimientos y quedo de usted amigo
sincero y ferviente admirador,
RUFINO J . CUERVO
París, 24 de may o d e 1905.

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FRONDA LIRICA
A guisa de prólogo para una nueva
edición de "Fronda lírica" dirigió Cuer-
vo a Julio Flórez la carta siguiente:

,c. de U. París, 18 rue de Siam.

8 de julio de 1908.

Señor don
Julio Flórez

Presente.

Mi querido amigo:

He de confesar que con los años he perdido algo el gusto


de los versos; pero aseguro a usted que la lectura de " Fron-
da lírica" ha renovado la fruición que me causaban en los
mejores días de mi vida. Allí aparece usted como maestro
consumado que domina la l e ngua, así para la cabal expre-
sión de todos sus conceptos, como para lograr los efectos
más delicados de la rítmica.
La firmeza del estilo, la intensidad del sentimiento, la
intuición profunda en las cosas de la naturaleza y sus rela-
ciones, se ostentan en mayor o menor grado, con frecuencia
soberanamente, en cada una de sus poesías; tal que algunas
traen a la memoria obras maestras de todos admiradas.
El " Año armónico" me ha recordado las filigranas in-
comparables del " Nalporgis clásico" del segundo " Fausto" ,:

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Escritos literarios

el " Rey Febo" tiene un no sé qué de la solemnidad con que


Lucrecio invoca a Venus al principiar su poema; "La araña·'
hace pensar en " El cuervo" de Poe. Y esto sin que haya en
ninguna de sus poesías imitación y acaso ni sugestión.
Sería cosa de nunca acabar si hubiera de hablar a us-
ted d e todos los méritos y primores de cada composición.
En la obra de usted, ya de algunos años se nota cons-
tante ascensión. La nota amarga, destilada de sus pesares y
prenda al propio tiempo de su sinceridad, acaso se suavice
también cuando llegue al fondo de su sér la sutilísima voz
del místico ascende supeTius, y desde la cima escarpada del
suspirado Olimpo vea usted la armonía inefable de todos
los mundos y sienta caer sobre su corazón la paz y la since-
ridad.
Reciba usted las Íntimas felicitaciones de su amigo y
admirador,
RUFINO J. CUERVO

("Fronda Iírica".-2f!. edición.-1922.-Tipografía Mogollón .


Barranquilla) .

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NOTAS
Responsable como soy de esta compilación, cuya importan-
eia es enorme por ser Rufino José Cuervo la máxima autoridad
de nuestra lengua en los tiempos modernos, he creído indispensa-
ble algunas anotaciones.
Son las siguientes:
1~.-Los "Escritos litel'arios" (lo mismo que las "Disquisicio-
nes filológicas") fueron copiados de los libros que pertenecieron
al señor Cuervo, libros que él legó a la Biblioteca Nacional y que
ostentan en sus márgenes multitud de enmiendas y adiciones .
Tales enmiendas y adiciones, naturalmente, fueron tenidas en
cuenta al tomar la copia que debería enviarse a la Editorial.
Respondo sin la menor reticencia del cuidadosísimo esmero
con que se tomaron las copias, y de la manera como dio término
.a la edición la "Editorial Centro". No debe, en consecuencia, to-
marse por yerros de imprenta algunos giros sintácticos no comu-
nes y tampoco palabras que como hivernal, indú, Pleyada, Cipa-
quirá y varias otras se apartan de la ortografía usual. Razones de
sobra tuvo el sabio bogotano para escribir como escribió.

** *
2~-La única corrección que me permití hacer a la ortografía
del señor Cuervo (ninguna hice a la sintaxis) consiste en la
supresión de muchísimas tildes y de numerosas mayúsculas. Ello
porque noté que entre los escritos de la juventud del filólogo y
los de su edad madura había clara discrepancia sobre el par ticular.
Acomodé, pues, en punto de tildes y mayúsculas la ortografía
de los primeros a la de los últimos.
y me anticipo a responder a quienes deseen preguntarme qué
palabras tildaba el señor Cuervo y cuáles escribía con mayúscula:

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Escritos literarios

Tildes.-Marcaba tilde a todas las palabras agudas y termi-


nadas en vocal, en n o en s; a todas las graves t e rminadas e n con -
sonante distinta de n o de s , y a todas la s esdrújulas y sobres-
drújulas.
En sus últimos años s u p rim ió la tilde en todos los monosíla-
bos, a no ser que fue r a n ecesario diferenciarlos d e ot ros. Tildó ,
según lista que tuv e el cuidado de hace r: él, pronombr e , para di-
ferenciarlo del artículo ; más, adverbio, para disting uirlo de la con-
junción; tú, pronombre, p ara no confundirlo con el p osesivo ; mi,
terminal , para que no se le c r ea el p osesivo ; sé, bien como presen-
te de saber o como im perativo d e ser, para evitar confusiones con
el caso reflejo ; sé r, s ustantivo , a fin de que no vaya a tomársele
por el infinitivo del verbo ; dón, sustantivo , en el sentido de re-
galo, para que no se le crea la sig la de la s palabras de origen no-
ble, y dó, sustantivo, para conseguir que la nota musical no se to-
me por la abreviatura poé tica d e un adverbio.
Puso tilde , por último , en la primera vocal de un diptongo que
se disuelve, y en alg u nas p a labras n o monosílabas que también
pueden confundirse: en sólo a dverbio , pues existe el solo, adjeti-
vo ; en luégo, a dv erbio, idéntico, s in tilde , a la ergotista conjun-
ción; en los impe rativos, si son confundibles con los presentes ;
en pára, ver bo, ya que la p r eposición para puede orig in ar confu-
siones , y en náda, verbo , fácilmente troca ble por el sustantivo. En
las partículas interrog ativas o admirativas, siguiendo el uso co-
rriente, usó también l a tilde .
Mayúsculas.-Anticipándose al u so actua l de los buenos es ··
critores (no g eneralizad o todavía, por desg r a c ia ) puso únicamen-
te mayúscula al principio de un escrito, después de punto, en la
primera palabra de una c ita que v a y a e ntre comillas , en la pri-
mera del nombre de una obra o de una empresa , en los sustan-
tivos propios de por sí o apelativos que se usen como propios y
en los adjetivos que forman parte de un nombre propio.
No está por demás hacer notar, a este respecto, que el p r o-
pio señ or Cuervo consideraba el mayusculismo como seña. l inequí-
voca de ensimismamiento y de pedantería.

* **
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3~-Como ya lo dije en el lugar apropiado, el prólog'o que apa-

rece en la primera edición d e las "Apuntaciones críticas" fue mo-


dificado sustancialmente en ediciones posteriores.
En numerosos libros de lectura, en infinidad de gramáticas,
y últimamente en el primer tomo de la obra de don Tomás Rue-
da Vargas titulada "Prosistas y poetas bogotanos", aparece tal
prólog o con las adiciones y supresiones que le introdujo su autor.
Me p a reció, pues, absolutamente necesario r eproduc ir el d e la
primera edición , a fin de que --comparado con los otros- se pue -
da estudiar debidamente la evolución ideológ ica del excelso lin-
güista.

4!J.-En escritos como el consagrado a la traducción de Virgi-


lio por don Miguel Antonio Caro, admira el profundo conocimien -
to que tenía el señor Cuervo de la métrica latina y de la caste-
llana. De que conocimientos de esa clase sólo se adquieren con la
práctica, es prueba el hecho de que don Rufino versificó en oca-
siones, tanto en castellano como en latín.
En "La dulzada" de don Angel hay estrofas que acusan cla -
ramente la mano sabia del hermano, y en los ejemplares de los
clásicos latinos que fueron de s u propiedad, frecuentemente se
encuentran correcciones a versos defectuosos . Don Diego Rafael
de Guzmán , e n una de sus actas académicas, trascribe la siguien-
te poesía del señor Cuervo :

o c[emens! O pía!
Anhelando el alma mía
un dón poderte ofrendar,
pide voz a Poesía;
mas siente que desvaría
si intenta el himno entonar.

Que ya no place al oído


ni la fuente sonorosa
ni de la selva el rüido,
ni en el pecho endurecido
tiene eco natura hermosa.

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Mas, ¿qué fueran sus acentos


entre el espléndido coro
que en melodiosos concentos,
pregonando tus portentos,
el plectro mueven de oro? ..

Alma mía, el vuelo abate


y humilla tu presunción;
deja que otro ardiente vate
su beldad cantando acate,
pues tus versos rudos son.

Confundido su deseo
el alma en sí se concentra;
y tras aquel devaneo
de la virtud el arreo
para ti juzga que encuentra.

¡Pobrecita! ¡No comprende


que es agostado jardín!
Marchito el lirio se tiende,
ni rosa ni viola prende ;
ábrego a todo dio fin.

De tanta ruína en presencia


se deshace al recordar
los días de su inocencia,
cuando hablaba a tu clemencia
pudiendo al cielo mirar.

¡Ah! Ni cánticos ni tlores


puede darte, tú lo ves;
digan otros sus loores,
que ella en medio a sus dolores
lágrimas vierte a tus pies ...

"El sentimiento de la poesía, esc nbe el citado señor de Guz-


mán, era en Cuervo delicadísimo, y a sus horas, aunque no fue -
se sino para su p r opia sa tisfacción, metrificaba con primor y
facilidad" .

* * *
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5li!--A propósito del estudio "Dos poesías de Quevedo a Roma",


me ha relatado don Víctor E. Caro una curiosa coincidencia:
El mismo día en que llegó a manos de su ilustre padre , don
Miguel Antonio, el ejemplar de la "Revue hispanique" que el se-
ñor Cuervo le enviaba para que conociera su escrito, se ocupaba
el traductor de Virgilio en la redacción de un artículo sobre el
mismo tema, en el que hacía consideraciones análogas a las de
su amigo. Ante lo que acababa de suceder, prescindió el señor
Caro de dar remate a su obra, y suplió lo que faltaba en ella por
una carta de cordial felicitación al camarada.

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INDIC~

Este libro 7
La lengua
Una nueva traducción de Virgilio . . ... " " .... " .. " ..... . .. "" " 25
Ecos pel"didos 53
Noticia biog ráfica de don Angel Cuervo . . " ... "............ 55
Dos poesías de Quevedo a Roma ... . . . ............... ... . . 95
La leng ua de Cervantes 103
Fronda lírica 107
Notas 109

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
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tomo de los ESCRITOS LITERARIOS
de] Sr. Cuervo en Jos talleres de la

EDITORIAL CENTRO S. A .
en Bogotá, e] 10 de ju]io de 1939.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

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