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La ética del discurso

La ética del discurso, es un intento por pasar del egocentrismo occidental ("yo pienso")
a un "nosotros argumentamos".[1] Y como lo afirma, Adela Cortina, La ética discursiva,
como filosofía moral, no busca preocuparse por la corrección de las normas de acción
"sino por la verdad de las proposiciones, más por el discurso práctico que por el teórico,
cree poder ofrecer hoy día una fundamentación de lo moral que transforma
dialógicamente. Ella pretende rescatar el ideario emancipador de la modernidad;
libertad, igualdad y fraternidad, por eso propugna la recuperación de los modos de
modernidad crítica".[2]Es decir, busca un criterio de universalidad que tenga un
carácter fundamentador y que nos permita un procedimiento metodológico para
solucionar conflictos morales en las sociedades pluralistas y por otro lado, nos permita
alcanzar un consenso social como criterio legitimador de los valores y las normas.

Esta ética del discurso tiene su origen en la década de los setenta en círculos de la escuela
de Frankfurt y sus principales exponentes son K.O. Apel y J. Habermas y representa una
lectura desde los cambios generalizados, sucedidos en el último tiempo, "por el proceso
de racionalización moderna occidental y de su impacto en la esfera ético - moral"[3].

La ética discursiva pretende tomar como punto de partida el factum lingüístico, no ya de


un dato filosófico ni siquiera ontológico. Por otro lado, Ética del discurso asume el giro
lingüístico de nuestro tiempo. Con ello nuestra ética se detiene a analizar lo que han
llamado el giro pragmático, es decir, atender a las dimensiones del lenguaje en las que
los filósofos del lenguaje ponen su atención, evitando con ello la falacia abstractiva como
lo afirman el mismo Apel y Habermas. Por otro lado, es importante señalar que en esta
disciplina ética no tienen cabida los absolutismos universales sino, al contrario, postulan
el carácter falible de los enunciados de las ciencias en la medida en que sus enunciados
deben ser comprobables en la experimentación empírica. Como lo afirmaremos más
adelante será preocupación de nuestra ética buscarle una fundamentación a un nuevo
tipo de convivencia que surja de la conciencia de la crisis de la razón práctica y la
necesidad de fundar la convivencia nacional en el consenso.

A este tipo de ética se le conoce con diferentes acepciones y cada una de ellas, como lo
afirma Adela Cortina, "aunque designa una misma construcción filosófica señalan en
cada caso un aspecto peculiar"[4]. Nosotros optaremos por el nombre más técnico para
designar a esta corriente ética en el presente trabajo. Aunque es preciso señalar
brevemente qué estamos diciendo cuando nos referimos a cada una. Cuando hablamos
de ética dialógica hacemos referencia al carácter dialógico del ser humano. Nuestro
entendimiento vive en constante actitud dialógica y que somos parte de una comunidad
de habla. "El lógos humano es en diálogo, hasta el punto de que el monólogo no es sino
un diálogo internalizado"[5] En este sentido, afirman los exponentes de esta corriente,
la ética dialógica se enraíza con la tradición ética más antigua. Desde Sócrates hasta los
pragmáticos, pasando por la escuela epicúrea, el cristianismo entre otros.

El término ética comunicativa, por otro lado, viene a replantear el imperativo categórico
kantiano en términos de teorías de la comunicación. Ella dice relación con la capacidad
que tienen los individuos por su competencia comunicativa, "tienen derecho
racionalmente a participar en pie de igualdad en la deliberación y decisión de las normas
a las que han de someterse"[6]

Otro concepto utilizado es el de "ética de la responsabilidad solidaria", con ella se quiere


acentuar la solidaridad como la actitud propia del lógos humano[7] y que prefiere
utilizar K. O. Apel para hacer referencia a nuestro tema.

LA CRÍTICA A LA RAZÓN INSTRUMENTAL SUBJETIVA DE LA MODERNIDAD

El planteamiento crítico de la ética del discurso hacia la modernidad, por su carácter


monológico subjetivo e instrumental, tal como lo presenta la época moderna, es un tema
recurrente en esta disciplina ética.

El sujeto moderno es un sujeto individualista y egocéntrico que no sobrepasa las esferas


de lo meramente subjetivo. Desde un subjetivismo religioso (la reforma protestante
como promotora de una privatización de la fe), o desde el punto de vista del
conocimiento se ha descubierto como un sujeto dotado de razón (Descartes), como
instinto (Hume), como Libertad (Kant), como voluntad de poder (Nietszche), como
autoconciencia (Hegel), como pastor del ser (Heidegger) Todas estas grandes apuestas
de la modernidad aportan un modelo de hombre centrado en sí mismo, en un sujeto
auto referente, un yo trascendental.

Kant es el gran responsable de otorgar madurez a este proyecto de la modernidad, sin


embargo, ya en él podemos encontrar ciertos elementos de superación del
individualismo solipsista de la modernidad. Nos dirán Apel y Habermas que ya en Kant
“se encuentran indicadores, inspirados en Rouseau, que apuntan a la superación del
sujeto individual, al hacer consistir la racionalidad formal de las normas en
universalización”[8]Estamos asistiendo a una crisis de la modernidad que se nos
muestra como una crisis misma en la idea de infabilidad del sujeto, propiciado por la
crisis de las ciencias. Es por ello, necesario replantearnos la supremacía del sujeto
solipsista y recuperar una nueva manera de entender las relaciones entre los individuos.
Lejos de la omnipotencia de las ciencias y de la ilusión eterna querida por la tecnología,
que nos ha legado un malestar profundo, se pretende fundamentar una forma de
vincular las relaciones entre los individuos.

EL PENSAMIENTO CRÍTICO DE HABERMAS

El pensamiento de Habermas surge como respuesta al atolladero en el que se vio


enfrascada la teoría crítica. Habermas pretendía darle una fundamentación a una teoría
que dijera directa relación con la práxis. Esta fue su preocupación central; buscar una
fundamentación última a la teoría en la práxis y la conexión entre ambas.

Ya sabemos que en la filosofía tradicional o clásica esta fundamentación se hallaba en el


carácter divino de la realidad, del ser y del obrar humano. En la ilustración este principio
trascendente se desvanece, se sigue considerando que la razón tiene una función de
orden práctico. La razón, piensan los ilustrados, es capaz de orientar un comportamiento
racional del sujeto y de la sociedad, superando con ello, ciertos dogmatismos y
prejuicios. Para ello los ilustrados hablaron de racionalización del poder político
queriendo entender por tal la posibilidad que tienen los sujetos para relacionarse y
alcanzar sus fines propuestos colectivamente.

El carácter científico natural del pensamiento ha arruinado la pretensión de la filosofía


de ofrecer un fundamento último que permitan unir teoría y práxis. El positivismo
científico sólo se limita a garantizar la relación entre medios y fines pero no puede decir
nada sobre la fundamentación última. Por otro lado, la tecnificación y burocratización
de la sociedad, producto de al racionalización moderna, lleva a la descomposición de
instituciones de configuración de voluntades[9], en la que las organizaciones sociales
buscan relacionarse entre sí y con el estado sin la necesidad de la opinión pública. Y "la
publicidad fomenta una tendencia al consumo que es utilizado por el poder para
manipular a los individuos"[10]

La teoría de los intereses cognoscitivos de Habermas pretende dar a conocer cómo el


conocimiento humano tiene su raíz en la práxis, en la vida misma. Para Habermas el
conocimiento es un componente de la apropiación de la naturaleza por el trabajo que el
hombre necesita llevar a cabo para asegurar su supervivencia Por lo tanto, todo
conocimiento está orientado por un interés de dominar la naturaleza mediante la
predicción y el control de sus procesos. Es lo que Habermas llama "Interés técnico". El
trabajo es para nuestro autor una actividad que el hombre desarrolla necesariamente de
forma social que requiere de comprensión y entendimiento mutuo, esto es lo que
Habermas denomina "interés práctico", ya que el conocimiento requiere de la formación
de consenso y concertación de intereses.

El interés técnico es el que regula las ciencias naturales y sociales, en la medida en que
éstas buscan el control de las actividades humanas. Mientras que el interés práctico es
propio de las ciencias hermenéuticas en la que se incluyen las ciencias humanas.

Sin embargo, estas dos no son suficientes pues se basan en un fundamento que tiene su
raíz en la fuerza, en la coacción. Ya que las relaciones entre los individuos muchas veces
tienen determinadas formas de imposición de una idea u opinión que hace dificultoso el
diálogo libre entre ellos, posibilitando con ello la alienación de los individuos por la serie
de imposiciones. Esta alienación sólo puede ser desarticulada por una ciencia crítica de
las ideologías a la que anima el interés por la liberación de esos poderes hipostasiados o
interés emancipatorio. "Estos tres tipos de interés determinan el aspecto bajo el que la
realidad puede resultar accesible a la experiencia". Y "constituyen para los sujetos
capaces de lenguaje y acción condiciones necesarias de la posibilidad de toda experiencia
que pueda pretender ser objetiva" [11]

LA ACCIÓN INSTRUMENTAL Y LA ACCIÓN COMUNICATIVA


Habermas transforma la tipología de la acción social de Weber y distingue dos tipos de
acción, Una de tipo racional teleológica y la comunicativa. La acción racional teleológica
es aquella en la que el actor se orienta hacia una meta De acuerdo con Habermas, toda
acción instrumental es un caso específico de una "acción racional con arreglo a fines".
Habermas caracteriza así a toda acción realizada para conseguir unos fines
determinados, que suelen ser fines empíricos, observables o cuantificables. De allí que
podamos inferir que las acciones instrumentales se rigen por reglas técnicas que
descansan en un saber basado en la experiencia. Este tipo de acción puede ser estratégica
cuando "se atiene a las reglas técnicas de la elección racional y valora la influencia que
pueden tener en un contrincante racional. Las acciones instrumentales pueden ligarse a
interacciones, mientras que las acciones estratégicas son en sí mismas sociales."[12]

Todas las acciones, que pertenecen a lo que denominamos experiencia cotidiana o


experiencia precientífica de la vida, están dentro del marco de la acción instrumental
porque son acciones en las que, dada una intención o fin, utilizamos adecuadamente una
regla técnica para alcanzarlo, y todo ello, basados en un saber empírico que está en
nuestras mentes a partir de informaciones previas o experiencias del pasado.

Si elevamos todas esas acciones humanas, realizadas en nuestra vida diaria, hacia una
acción tan específicamente humana como es la investigación en las ciencias de la
naturaleza, es decir, si pasamos de la experiencia precientífica a la experiencia científica,
llegaremos a la conclusión de que ésta no es más que una realización altamente
especializada de la acción humana en cuanto acción instrumental. En efecto, ciencia y
técnica y, en especial, la tecnología son posibles gracias al desarrollo de la acción
instrumental y de la racionalización que subyace a ésta.

El progreso científico se produce, según nuestro autor, porque es el producto de la acción


humana, esto es, de la capacidad para crear un saber científico en un campo del
conocimiento determinado, en el marco de la acción instrumental. El ser humano crea
la ciencia con el fin de alcanzar un progreso técnico científico, si bien éste, en ocasiones,
entra en conflicto con el progreso moral.

Así pues, lo que define específicamente la acción instrumental es el hecho de que se trate
de la relación hombre - naturaleza como una relación de dominio y control de aquél
sobre ésta. A partir de reglas técnicas, según hemos expuesto en dos niveles.

§ En el nivel precientífico, los seres humanos procuran controlar y dominar la realidad


a partir de la aplicación de ciertas reglas técnicas basadas en la experiencia vital.

§ En el nivel científico, el ser humano procura dominar la realidad a partir de las ciencias
de la naturaleza, cuyo método es el hipotético nomológico. Según esto, no hay datos o
hechos empíricos sino para teorías. Las leyes científicas se formulan a partir de una
observación sistemática de la realidad y su conversión a la forma de leyes físico
matemáticas. No se trata pues, de una observación ingenua, sino de una observación
realizada desde hipótesis nomológicas que la experiencia se encarga de confirmar o
rechazar. Cuando éstas son confirmadas, se convierten en leyes universales y necesarias
de un campo científico determinado, y tienen pleno vigor hasta que alguna experiencia
negativa las ponga en duda y sea preciso revisarlas.

Según Habermas la acción comunicativa tiene tres grandes características.


Entenderemos por acción comunicativa lo que afirma nuestro autor en "ciencia y técnica
como ideología", "Por acción comunicativa entiendo una interacción simbólicamente
mediada. Se orienta de acuerdo con normas intersubjetivamente vigentes que definen
expectativas recíprocas de comportamiento y que tienen que ser entendidas y
reconocidas, por lo menos, por dos sujetos agentes. Las normas sociales vienen urgidas
por sanciones. Su sentido se objetiva en la comunicación lingüística cotidiana. Mientras
que la validez de las reglas técnicas y de las estrategias depende de la validez de
enunciados o analíticamente correctos, la validez de las normas sociales sólo se funda
en la intersubjetividad del acuerdo sobre intenciones y sólo viene asegurada por el
reconocimiento general de obligaciones"[13]

La acción comunicativa, en otras palabras, dice relación con las interacciones del
hombre con el hombre a través del lenguaje con la finalidad de entenderse. Este tipo de
acción, según nuestro autor, se caracteriza porque a) Es una acción absolutamente libre
entre sujetos capaces de lenguaje y acción. El ideal de acción comunicativa es el diálogo
libre y sin restricciones entre los seres humanos. El hombre es un fin en sí mismo, y no
un medio para otros hombres, b) El fundamento de este tipo de acción libre y
responsable es la capacidad de comprensión que poseen todos los hombres. En este
sentido, los hombres se caracterizan porque tienen competencia comunicativa, son
capaces de ejercer actos de habla, c) La acción comunicativa es la condición esencial de
la sociabilidad humana. De ahí que podamos decir que la sociedad tiene como
fundamento la acción comunicativa.

Hay que distinguir entre acción instrumental estratégica y consenso racional. El primero
brota de la acción instrumental coactiva y el segundo, de la acción comunicativa. El
consenso racional permitiría la legitimación de las normas para la convivencia. El
reconocimiento intersubjetivo de los individuos es la base de toda validez moral por
medio del discurso.[14] Como lo afirma Adela Cortina "El sello de la racionalidad
consistirá en tomarse en serio la pretensión de validez intersubjetiva de las normas, en
buscar verdaderamente cuáles pueden ostentar tal pretensión y en percatarse de que
este "verdaderamente" supone no impedir aportación alguna, eliminar la coacción y
atenerse a los intereses generalizables"[15]

La ética del discurso quiere asumir una posición propia respecto de la crisis de la razón
práctica que tiene como consecuencia el proceso de racionalización moderno. Para
nuestros autores la modernidad es un proyecto inacabado y que aún es posible
rearticular pero desde otra perspectiva el carácter emancipador que le caracteriza, más
en esta sociedad globalizada y complejizada. Los exponentes de nuestra ética no están
inspiradas por el giro instrumentista postulado por la razón ilustrada moderna sino que
se inclinan por la constitución de una ética que sea central y clave en la construcción de
la sociedad moderna y de la historia. Esto quiere decir hacer una nueva lectura de los
postulados de libertad, igualdad y fraternidad "por medio de una reflexión pragmático
formal"[16] Habermas señalaba "el que la ilustración se ilustre a sí misma, también
sobre los desastres que puede ocasionar es algo que pertenece pues, a su propia
naturaleza. Sólo cuando se ignora tal cosa puede recomendarse la contra ilustración
como ilustración sobre la ilustración"[17]

d) FUNDAMENTACIÓN DE LO MORAL EN LA ETICA DISCURSIVA

La ética del discurso cree que es posible y necesario encontrar una fundamentación
trascendental de lo moral Es por eso que, como lo afirma A. Cortina, la tarea central de
la ética sea la de determinar las condiciones de racionalidad de hechos incontrovertibles.
Al modo de Apel esto consiste en buscar "una fundamentación trascendental a lo moral
desde el factum de la argumentación". Pero este "factum" no se refiere a simples
consensos fácticos sino que dicen relación a las condiciones necesarias para un consenso
racional en la que estén representados no sólo aquellos interesados en él sino todos los
miembros de la sociedad que se ven afectados por él. Además este consenso debe ser
revisable, en la medida en que cabe la posibilidad de que éstos se vean sometidos a
coacción o presión. Además, todo consenso que diga tener validez universal debe ser
confiable, debe descansar en un compromiso moral. Es decir, toda posibilidad de
fundamentar la moral se hará sobre al base de la acción comunicativa que ya intentamos
aclarar más arriba. En palabras de Salvat, "se trata, a través de la radical
comunicabilidad de la razón, de entender el lenguaje en uso (nivel pragmático) como
esencialmente orientado al entendimiento mutuo, al acuerdo, en este caso, en torno a
las normas que deben o pueden regular la vida en común"[18]

Para la ética discursiva el concepto de persona es central, pero esta vez va acompañado
de una connotación más categórica; el ser un interlocutor válido, cuyos derechos a la
réplica y la argumentación tienen que ser ya siempre pragmáticamente reconocidos para
que la argumentación tenga sentido.[19]

Para la ética del discurso los actos de habla son exitosos en la cotidianeidad porque quien
las realiza ejerce una pretensión de validez, de verdad, inteligibilidad y corrección de las
proposiciones que el oyente acepta[20]. Esto quiere decir que el receptor del acto de
habla ejerce un acto de confianza sobre el interlocutor, quien a su vez pretende otorgarle
validez a su comunicación. Esto permite que los sujetos se encuentren en diálogo de
aceptación mutua y se reconocen como personas, como seres capaces de autonomía,
entendiendo como tal al hombre como valor absoluto, como fin en sí mismo, que
requiere del respeto y del reconocimiento de sus interlocutores como dignos e iguales.
Cuestión que tiene capital importancia en la construcción de una sociedad democrática
en la que los sujetos son iguales y respetados por su sola condición de personas y en
tanto es sujeto de derecho.

El carácter dialógico de esta ética pretende considerar a todo sujeto como un interlocutor
válido tan sólo si tiene competencia comunicativa. Es decir, en una sociedad
democrática todos los sujetos deben ser consultados al establecerse normas que rijan a
la sociedad por medio del diálogo y la participación ciudadana en las que se satisfacen,
de cierto modo, los intereses universales. Como lo apunta Cortina, son inmorales los
autoritarismos, las dictaduras pues no consultan a la gente y no dan espacios de
expresión y participación de la ciudadanía. En estas sociedades solo prima el interés de
uno o unos pocos y a ellos se someten las opiniones de los demás. Lo mismo la violencia,
pues ella busca acabar con el contrario y no consensuar con el contrincante en diálogo
sincero y abierto.

En este sentido, las palabras de Apel son muy clarificadoras: "Todos los seres capaces de
comunicación lingüística deben ser reconocidos como personas, puesto que en todas sus
acciones y expresiones son interlocutores virtuales, y la justificación ilimitada del
pensamiento no puede renunciar a ningún interlocutor y a ninguna de sus aportaciones
virtuales a la discusión. A mi juicio, no es pues, el uso lógicamente correcto del
entendimiento individual, sino esta exigencia de conocimiento recíproco de las personas
como sujetos de la argumentación lógica, la que justifica el discurso sobre la ética de la
lógica"[21]

El discurso práctico, según nuestra ética, tiene tres reglas que entiende como
presupuesto del discurso práctico; a) reglas correspondientes a una lógica mínima; b)
Los presupuestos programáticos de la argumentación, que se entiende como una
búsqueda de acuerdo; c) las estructuras de una situación ideal de habla.[22] Esta
situación ideal del habla, es para este tipo de ética no una utopía ni mucho menos una
secularización de normas religiosas sino que es más bien un "presupuesto contrafáctico
del habla"[23] Porque como lo afirma nuestra autora el discurso práctico, y el discurso
en general, es un proceso de comunicación que busca satisfacer las necesidades de todos
los individuos de forma racional por medio del consenso. "El logro del consenso que
exige la argumentación de todas las personas posibles, acerca del mayor número de
acciones y expresiones, funciona como un principio regulativo, que debe ser realizado
como ideal de la comunicación en y a través de la comunidad real y por medio del cual
la incertidumbre sobre el logro fáctico de la meta debe ser sustituida por un principio
ético de compromiso y esperanza"[24]

Según Salvat esta ética tiene algunas características específicas, tales como, es una ética
que privilegia las cuestiones de justicia por sobre las del bien común a la felicidad. La
pregunta que origina este tipo de ética es la de las condiciones que hacen de una vida
válida o legítima y, por otro lado, es cognitivista, en cuanto sustenta la posibilidad de
fundamentar con razones los enunciados normativos.[25] En este sentido la ética
discursiva es una ética deontológica, en cuanto le preocupa abordar y explicar la validez
de los mandatos y normas de acción, además de ser un tipo de ética procedimentalista
en sentido formal[26] en el sentido de que su preocupación será establecer un principio
de justificación de las normas universales. En palabras de Habermas "Sólo pueden
pretender validez aquellas normas que pudiesen contar con el asentimiento de todos los
afectados como participantes de un discurso práctico"[27]

En este sentido Habermas es muy claro en afirmar que cualquier sujeto capaz de
lenguaje y acción puede participar en los discursos, cualquiera puede problematizar
cualquier afirmación, cualquiera puede introducir en el discurso cualquier afirmación,
cualquiera puede expresar sus opiniones, deseos y necesidades, no puede impedirse a
ningún hablante hacer valer sus necesidades[28] Y este constituye el principio de
universalización, la regla por la cual se constituyen las situaciones ideales del habla. En
palabras de Habermas esto dice así: "Cada norma válida habrá de satisfacer la condición
de que las consecuencias y efectos secundarios que se seguirían de su acatamiento
universal para la satisfacción de los intereses de cada uno (previsiblemente) puedan
resultar aceptados por todos los afectados y preferidos a las consecuencias de las
posibles alternativas conocidas"[29]

Apel, a diferencia de Habermas, se esfuerza por distinguir dos partes en la ética. Una
llamada parte A de la ética que tiene como finalidad central buscar una fundamentación
y una parte B aquella que está orientado por una ética de la responsabilidad que lleva a
reconocer a todo ser humano como parte integrante de la comunidad de comunicación
en dos niveles; la real, histórica, limitada e imperfecta y la ideal "anticipada
contrafácticamente en toda argumentación con sentido"[30] En ella los acuerdos no son
mediados por intereses particulares. La parte B intenta aplicar a contextos diferentes la
acción ética "en las que la aplicación siempre viene condicionada por las consecuencias
que se siguen de la acción y por las situaciones concretas"[31]

La ética discursiva reconoce a cada persona su capacidad de participar en las discusiones


que dicen relación con las decisiones y normas que les afectan. Al tomar en serio a los
afectados esta ética permite introducirlos en la construcción de los consensos y darles
las garantías de que sus vidas e intervenciones serán tomadas en cuenta al final por
medio de normas que los incluyan. Ello significa aceptar la opinión de las minorías,
asegurando en cualquier forma el respeto de sus derechos básicos y a la defensa de sus
posiciones ya la expresión libre en los mecanismos propios de un sistema democrático.

A partir de ésta ética se pueden elaborar una teoría de los derechos humanos que
permita cimentar las bases de una democracia participativa como hemos señalado más
arriba, ya que ésta tiene grandes repercusiones en este tipo de modelo político de
sociedad "La ética discursiva, afirma Cortina, explica moralmente la organización de una
democracia y yo diría que inspira una democracia participativa"[32]en las que el núcleo
es la promoción, defensa y expresión de la autonomía humana y de la solidaridad de los
sujetos.

La ética del discurso tiene ciertas exigencias para que realmente exista una racionalidad
comunicativa y se de una situación ideal de comunicación;

1. La conservación del sujeto hablante y de cuántos de él dependen.


2. Poner las bases materiales y culturales para que algún día sea posible actuar
comunicativamente sin que con ello peligre la conservación propia y ajena.[33]

Para los creadores de esta corriente ética (Apel y Habermas) les preocupa superar el
monologismo de la filosofía tradicional de la conciencia, el solipsismo e individualismo
de las tradiciones liberales y el subjetivismo emotivista. Además de terminar con un
cierto consenso colectivista que diluye a la persona en la intersubjetividad en las que
sólo importan las decisiones de la mayoría.

El presupuesto ético de este modelo es el de la igualdad y la dignidad de las personas, ya


sea que se lo derive del proceso lingüístico discursivo, ya sea que se asuma como cultura
moral subyacente a las democracias occidentales. El paradigma ético neokantiano y
procedimentalista se asocian así a los rasgos constitutivos del orden político de las
modernas sociedades industriales, tratando de superar los males y limitaciones
humanas.

e) UNA ÉTICA DE MÍNIMOS

Como ya lo hemos afirmado, la ética del discurso parte del presupuesto de la existencia
de una sociedad pluralista donde los ciudadanos son capaces de darse sus propias leyes,
es decir, de mínimos comunes que le permiten construir una base común de encuentro
y convivencia. Pero ¿cómo hemos de entender estos mínimos comunes? En primer lugar,
y como lo afirma Adela Cortina, son aquellos valores que las sociedades liberales se han
dado y que ya compartimos en nuestra vida cotidiana.[34] Pero que, como igualmente
lo habíamos afirmado, no responden a un pacto fáctico sino “la condición de que tenga
sentido cualquier acuerdo legítimo que tomemos en una sociedad democrática y
pluralista”[35]Por tanto, la corrección de una norma no puede ser nunca un pacto, sino
un acuerdo unánime, fruto de un diálogo sincero, en el que “se busca satisfacer intereses
universables.”[36] Quien así actúan debe tener presente que “sólo pueden pretender
validez las normas que encuentran ( o podrían encontrar) aceptación por parte de todos
los afectados, como participantes de un discurso práctico.”[37]y tratará a aquellos con
quienes entabla un diálogo como valiosos en sí mismo y que no es posible hacer de ellos
ninguna instrumentalización. Al modo kantiano, tratar siempre a las personas como
fines y nunca como medios. Esto es lo que Habermas intenta expresar cuando afirma
“para que se llegue al acuerdo sin coacción, éste último tiene que ir creciendo desde
dentro de la vida humana.”[38]

Estos mínimos comunes éticos se podrían encontrar, en nuestras sociedades, en la


declaración de Derechos Humanos, promovida por la ONU y que promueve los valores
de la libertad, la igualdad y la solidaridad entre los sujetos. Estas tres generaciones de
derechos humanos permiten una actitud de diálogo mínimo entre los
ciudadanos.[39]En las argumentaciones los participantes tienen que partir de que en
principio todos los afectados participan como libres e iguales en una búsqueda
cooperativa de la verdad en el que la única coacción permitida es la del mejor
argumento.[40]

Para ello es necesario establecer ciertas condiciones


a. Hay que tener presente a todos los afectados por la cuestión propuesta.
b. Todos los seres humanos deben ser considerados como interlocutores válidos.
c. Todas las conclusiones son siempre revisables hasta que se llegue a un punto de
verdadera comunicación racional.
d. Todos pueden manifestar su posición.

La ética discursiva es consciente que no muchas veces es fácil llegar a un consenso ya


que juegan un rol importante las disparidad de convicciones , la tendencia al
dogmatismo y las implicaciones emocionales e inconscientes y por los prejuicios que uno
tiene sobre las cuestiones de las que va a versar el diálogo. Por ello, es imprescindible
sostener como supuestos:
La no confesionalidad de la sociedad
La posibilidad de una ética puramente racional.
Las personas ya viven sus éticas de máximos y que no podemos esperar que ellas las
compartan.

f) LAS DEBILIDADES DE LA ÉTICA DEL DISCURSO

Nos parece oportuno entregar nuestra visión crítica sobre los principales aspectos de la
ética del discurso esbozada en este artículo. Estos versarán muy brevemente sobre , lo
que a mi juicio, representan el talón de Aquiles de este planteamiento. A saber:

1. Esta ética propone un proceso de diálogo progresivo entre todos los afectados por las
normas éticas. Mientras mayor sea el número de los participantes en un discurso
argumentativo ¿no se hace más difícil alcanzar acuerdos y mínimos éticos con
contenidos realizables para todos?¿ No se volverán en contenidos genéricos que sólo
pueden estar al alcance de unos pocos? O que determinados grupos no aceptarán estos
mínimos sino como máximos, y por lo tanto, esos mínimos que hemos aceptado como
supuestos fundamentales de toda acción humana, no se volverían sino supuestos
indemostrables que no todas las sociedades, incluso democráticas, se atreverían a
aceptar.

2. Cuando los contenidos se hacen muy amplios y tienen un carácter de universalidad,


es decir, pretenden abarcar y vincular a muchos sujetos. Éstos contenidos
necesariamente pasan a ser concreciones del derecho y como el derecho debe actuar en
base a casos particulares, no admiten la ambigüedad y, por ende, los mínimos comunes
que tienen un carácter genérico.

3. Me parece que el excesivo respeto al pluralismo de las sociedades liberales y


democráticas, degenera en un cierto relativismo moral y axiológico que impediría, a mi
modo de ver, no reconocer la objetividad de ciertas verdades que están más allá o más
acá de un simple acuerdo, por muy generalizado y amplio que sea éste.

4. El carácter de mínima de la ética puede llevar el riesgo de entenderla como una ética
más, que no pide mucho a las personas y que lleva a un cierto conformismo de mínimos
y nada más.

5. Es utópico pensar en un acuerdo generalizado que alcance a todos los afectados.


Existen muchos poderes fácticos que ejercen su opinión con mayor poder argumentativo
que los que no tienen ninguna fuerza coactiva. Existe un binomio entre poder
argumentativo y poder económico. De seguro que quien posee mayor poder económico
es capaz de inducir con mayor fuerza argumentativa.

6. Las experiencias de violencia y guerra, de autoritarismo y caudillismo, nos han


enseñado que es difícil aplicar términos dialógicos entre las partes. Ya nos bastó con las
experiencias de EE UU sobre Irak, donde el poder fáctico y económico estuvo por sobre
el diálogo de las naciones. Entonces, nos surge la pregunta si estamos en presencia de
una ética meramente formalista y sin un carácter pragmático que convenza a las
personas por el sólo uso argumentativo y no el uso de la fuerza.

7. El carácter de universalidad de la ética del discurso puede llevar al menosprecio de las


particularidades entre los sujetos.

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