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Lo Que He Aprendido de Mi Tristeza
Lo Que He Aprendido de Mi Tristeza
Mi Querida Tristeza
De ti he aprendido que sentirme triste NO es malo; es inevitable. Es necesario.
En la vida hay momentos maravillosos y momentos terribles; tú has aparecido
con los segundos. Perdí a personas, dejé atrás etapas, abandoné sueños. Me
has acompañado cuando tuve que despedirme de todo aquello que se fue de
mi vida. Por ello, te doy las gracias. Tú me retuviste mientras no podía hacer
otra cosa más que llorar y, cuando estuve preparada, dejaste que siguiera mi
camino. Aprendí que las cosas llevan su tiempo; aprendí a ir más despacio,
más tranquila, más reflexiva. En cada momento de dolor, luché para salir
adelante. Y así supe que la tristeza no implica debilidad; cuánto daño ha hecho
la expresión “llorar es de débiles”; al contrario, las personas más débiles son
aquellas que no son capaces de afrontar sus sentimientos. Hay que ser muy
fuerte para mirar a nuestro dolor a los ojos y dejar que fluya. Hay que ser muy
fuerte para superar la tristeza y recuperar la alegría. Eso sí que es de personas
fuertes. Aprendí que eres un sentimiento intransferible; que el camino que se
recorre junto a ti, nadie podía recorrerlo por mí. Nadie. Pero también aprendí
que el dolor compartido, duele menos; que aunque hay caminos que debes
recorrer tú mismo, hay gente te quiere y que está dispuesta a acompañarte.
Qué compartir alegrías es la sal de la vida, pero que compartir las penas llena
el alma. Es en los momentos de tristeza cuando aprendes a distinguir las
relaciones auténticas de las superficiales. En lo bueno está todo el mundo, pero
en lo malo, sólo unos pocos se quedan. Y un día supe que debías irte, tristeza.
Aunque agradezco tu ayuda, sé que no quiero convivir siempre contigo. No
quiero una vida llena de tristezas y pesares, sino todo lo contrario. Aprendí que
si permaneces durante demasiado tiempo con la tristeza, corres el riesgo de
acostumbrarte a ella. Sé que debes ser una visita breve y que debo invitarte a
marchar antes de que te sientas demasiado cómoda. Así que he aprendido a
valorar la vida. Que la felicidad está en los instantes que saben apreciarse y
agradecerse. Los pequeños detalles, las sorpresas agradables. La familia.
Compartir unas risas con amigos. En realidad, compartir cualquier cosa. Leer
un buen libro. Una comida rica. Aceptar a las personas como son. Ser capaz de
querer y de dejarme querer… Si sabes apreciar los pequeños momentos de la
vida, la felicidad siempre te rondará. Y lo más importante, aprendí que ser feliz
no significa vivir sin sentimientos angustiosos. No se puede. Debemos tomar
conciencia de todas y cada una de nuestras emociones, agradecer su ayuda y
despedirnos de ellas cuando su momento haya pasado. Y es que vivir es sentir.
Y hay que aprender a sentir…
“No está en nuestras manos elegir lo que sentimos, pero sí lo que hacemos con
ese sentimiento”