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Unos 4.

000 años antes de Cristo, los chinos ya clasificaron los instrumentos en ocho
categorías: metal, piedra, seda, bambú, calabaza, arcilla, cuero y madera. En el mundo
occidental la preocupación por esta cuestión se demoró bastante, pues las primeras
clasificaciones aparecen a partir de los siglos XVI y XVII. Una de las más completas, la del
físico Martin Merssene de Traité de l’harmonie Universelle (1627) contempla los
instrumentos de viento, cuerda, percusión y “varios”.

En el siglo XIX y comienzos del XX Víctor Mahillon considera qué parte del instrumento
es la que entra en vibración y, por tanto, produce el sonido. Esto da como resultado las
siguientes categorías: membranónofos (el sonido lo produce una membrana), cordófonos
(lo produce una cuerda), aerófonos (una columna de aire) y autófonos (la vibración se
origina en el cuerpo completo del instrumento). Más tarde Erich Mortiz von Hornbostel y
Curt Sachs cambiaron la denominación autófonos por idiófonos, más apropiada a la
realidad de los instrumentos.

A partir de los años 60, y bajo la influencia de la antropología, surgen otros modelos de
clasificación a partir de la función social que desempeñan los instrumentos. Los intentos de
clasificación de Reinecke (1974), Malm (1974), Stockmann (1979) y Heyde (1975) usan
los nuevos lenguajes y métodos para tratar de hacer más operativa esa tendencia.

En la actualidad el sistema ideado por Sachs-Hornbostel continua siendo el más operativo.


Asimismo añade que sobre dicho sistema se han realizado algunas mejoras que permiten
precisar más algunos aspectos organísticos.

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