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RESUMEN DE LAS SESIONES DE LA SEMANA 1

Fabián Sánchez Arroyo.


Universidad Autónoma Metropolitana

Desde los albores de la Civilización, los seres humanos se han visto obligados a enfrentarse a la
Naturaleza mediante la mensura y la observación. Antes de aprender siquiera a dejar un registro
más duradero, el humano primitivo transmitía los conocimientos adquiridos a través de un
lenguaje incipiente que aseguraba la reproducción de aquello que constituía su único medio de
supervivencia. En ese entonces, todo estaba supeditado a la efectividad, es decir que, mientras
una herramienta funcionara más o menos bien para los propósitos que estaba hecha, no había
siquiera necesidad de pensar en innovaciones técnicas; de ahí que las hachas achelenses no
hubiesen variado en un millón de años. Sin embargo, con el transcurrir de los siglos, la capacidad
predictiva del humano en términos prácticos todavía era superada —aun ahora sigue siendo
superada— por ciertos fenómenos que se resistían a toda ponderación explicativa, ante lo cual
cada sociedad dio su propia respuesta en forma de preceptos religiosos, que no sólo sirvieron de
respuesta provisional sino que estructuraron alrededor de sí un sólido aparato institucional basado
en las potencias mágicas, que no son sino la simplificación de los procesos naturales a cuyas
causas e implicaciones no se tenía acceso.
En algún sentido, la expresión artística estaba —o, insisto, sigue estando—
indisolublemente ligada no sólo a lo que nos es sensorialmente inmediato sino a lo que escapa a
nuestra comprensión racional; todo lo que hay de inefable e incognoscible en la realidad. El Arte,
desde los inicios de la cultura, tal y como la conocemos, ha ido paralelamente con el desarrollo de
la Ciencia, pues se enriquecen entre sí como dimensiones complementarias de una misma
incertidumbre que nos impulsa como especie. Los pigmentos con que se plasmaron en las cuevas
las figuras de los animales que rodearon la vida de los humanos primitivos suponían un cierto
dominio científico, las narrativas mitológicas estuvieron asociadas con la observación del cosmos
y la música obedece a nuestra innata tendencia hacia los patrones. La evolución de nuestra
percepción puede verse reflejada de muchas maneras.

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