Autobiografía Escrito por Margarita Miranda Barriga
Una tarde de verano sentada en el pastizal me di cuenta que las
maravillas siguen al sol, desde entonces todo tuvo un principio y un fina.
En ese tiempo estudiaba en la Escuelita Monseñor Larraín en la
Comuna de Pudahuel. Aunque era considerado un sector pobre se respiraba un rico olor a porotos y a cazuelas de huesitos como decía mi abuela. En temporada de invierno la Escuelita era fría, el grito de los niños en el recreo, los pequeños rayos de sol, la dulce fragancia de la naranja en los pasillos, la profesora Martta y nuestro director Chávez la hacían la mejor Escuela del mundo.
Tenía compañeros de todas las edades de 18, 15, 13 y yo de 8 años
estaba en 5º básico la más pequeña y revoltosa de todos los niños. Bernabé era uno de mis mejores amigos, nos enseñaba a pasar el frío en los recreos frente a los poquitos rayos de sol que se asomaban por el techo roto de los pasillos.
Siempre decía los pobres debemos ser inteligentes, además recuerdo
que los manitos se nos congelaban así que colocábamos agua caliente en los pequeños envases de pegamento, en esa época se llamaba goma, una en cada mano dentro del guante; de ésta forma el invierno era más agradable. Infaltable era ir a los comedores con ese olor a leche recién preparada y las galletitas de avena durísimas pero a la vez un rico manjar para nosotros.
Me costaba aprender lo que hacía que mis padres no tuvieran muchas
expectativas con respecto a mi futuro, pero mis profesores y sus buenas enseñanzas, dijeron otra cosa, pero después te cuento esa historia.