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“La Naranja Mecánica”

FICHA TÉCNICA.

Título Original: “A Clockwork Orange”

Año de Realización: 1971

País: Inglaterra

Pruductora: Warner Bros.

Director: Stanley Kubrick

Guión: Stanley Kubrick, basado en la novela homónima de Anthony Burgess

Fotografía: John Alcott (color)

Música: Walter Carlos, Henry Purcell, Ludwig van Beeothoven, Arthur Freed y Nacio Herb, Edward
Elgar, Rimsk Korsafoff, Terry Tucker, Erika Eigen, James Yorkston y Giacchino Antonio Rossini

Duración: 136 minutos.

FICHA ARTÍSTICA.

Malcolm McDowell .... Alex DeLarge

Patrick Magee .... Frank Alexander

Warren Clarke .... Dim

Adrienne Corri .... Señorita Alexander

Carl Duering .... Dr. Brodsky

Paul Farrell .... Tramp

Michael Gover .... Gobernador de la prisión

Miriam Karlin .... Señora de los gatos

James Marcus .... Georgie

Sheila Raynor .... Mamá de Alex

Anthony Sharp .... Ministro

Philip Stone .... Papá de Alex.

INTRODUCCIÓN.

Ya que hemos citado tanto en clases a “La Naranja Mecánica”, decidimos realizar nuestro análisis sobre esta
misma película, pues además hace bastante poco la pudimos volver a ver en el cable. Además, es una obra
entretenida que no se añeja con el tiempo, y que sabemos está mayoritariamente compuesta de signos que,
incluso, facilitarán su análisis, pues se trata de una película cuya base radica en la interioridad de su director
(el grandísimo Stanley Kubrick), y que trata un tema tan candente en la actualidad como en aquellos tiempos.

El mecanismo que utilizaremos para realizar el análisis consistirá en ir desglosando parte por parte cada una
de las escenas, con el fin de ir descubriendo e indagando en ellas la mayor cantidad de apreciaciones
posibles, siempre desde el punto de vista semiótico, es decir, interpretando el montaje general de Kubrick y la
utilización que hace de signos, algunos de ellos lugares comunes y universales y otros no tanto.

Para ello, nos guiaremos por el “story board” de la película, elemento de gran ayuda pues así podremos
detallar con exactitud cada una de nuestras interpretaciones.

DESARROLLO DEL ANÁLISIS.

Muy célebre es el comienzo de “La Naranja Mecánica”, cuando Kubrick nos introduce al mundo que habrá de
mostrarnos. Observamos un zoom out desde el ojo de Alex, el protagonista, quien tiene en uno de sus ojos
una enorme pestaña postiza. Este zoom nos indica precisamente eso: la mirada subjetiva y algo bizarra del
personaje, cuyo adorno -la pestaña- puede interpretarse como su visión propia y única del universo que le
rodea. Observamos también que se encuentra rodeado de un grupo de “compañeros”, todos vestidos de
blanco, dato curioso al tratarse de “delincuentes”, siendo que el color blanco está universalmente relacionado
con la pureza. Y valga decir que estos personajes nada tienen de puros. Este dato se confirma al ver que
beben leche, pero una leche con algún tipo de estimulante. Como sabemos la leche, aparte de ser blanca,
está considerada como el alimento puro y maternal por excelencia. Esto nos quiere decir, desde ya, que el
mundo que Kubrick nos presentará en su obra nada tiene que ver con las apariencias, es decir, que las cosas
no son como se ven, postulando una especie de doble estándar que más adelante se evidenciará con mayor
fuerza. Incluso, me atrevería a afirmar que precisamente el doble estándar es uno de los temas con mayor
presencia en la película.

Los personajes extraen este líquido de unas estatuas femeninas, precisamente de sus pechos, lo que nos
adentra aún más en la dimensión de lujuria que nos quiere mostrar el director.

La mirada de estos personajes, en especial la de Alex, tiene mucho que decir: es una mirada profunda,
extremadamente pensante y atractiva, cuya evolución será parte importante dentro de la historia y, en
especial, del personaje principal.

Tenemos luego el brutal y cobarde ataque al ebrio anciano dentro de un túnel, un moderno túnel que parece
ser extraído de un mundo futurista. Aquí tenemos otra contradicción: en una sociedad aparentemente ultra
moderna, aún quedan extractos de marginalidad: tenemos a un pobre viejo borracho que simplemente no
calza en el mundo desarrollado, mal que se repite “aquí y en la quebrá del ají”. Cabe preguntarse si es
realmente posible un completo desarrollo, y si dicho desarrollo al que tanto aspiramos va en beneficio de
todos o, simplemente, para algunos, lo que confirma que estamos en una sociedad “no apta” para todas las
personas, en donde no todos tienen el privilegio de pertenecer de manera digna y justa.

Cuando este anciano es atacado por el grupo, desde ya notamos que éstos cometen su fechorías de manera
bastante especial, entonando viejas canciones que nos confirman el alto grado de locura de estos jóvenes. El
ataque nada tiene que ver con dinero, sólo es atacar por atacar, hacer daño por hacer daño, sin tomar en
cuenta la debilidad de la víctima, de la imposibilidad de defensa que posee este anciano. Pero a los jóvenes
no les importa. Con sus jocosos gorros y sus delicados movimientos, casi de ballet clásico, los jóvenes se
deleitan con el sufrimiento de su víctima.

Posteriormente, se nos presenta otra contradicción. En un gigantesco teatro, o algo así, el grupo de “drugos”
(palabra explícitamente relacionada con la droga), ve como una pandilla rival ataca salvajemente, al igual que
ellos al anciano, a una hermosa joven. Ya la tienen desnuda y maniatada y se disponen a ultrajarla. Pero esto
les parece mal a los “drugos” quienes, más que ir en su defensa, buscan el enfrentamiento con la banda
enemiga con el afán de “marcar territorio”.

Aquí observamos una maravillosa escena de pelea: nuevamente tenemos que los protagonistas se enfrentan
en una batalla armónica, como danzando, pero con un salvajismo bastante particular, casi un goce sexual al
luchar con la banda enemiga.
Los “drugos” han ganado y continuarán su travesía hacia los extremos.

Mientras van conduciendo a toda velocidad su pequeño auto por una carretera, atropellando a seres
indefensos como un pobre ciclista, volvemos a detener la atención en la mirada de Alex: su sed de
destrucción aumenta cada vez más y nada parecerá detenerlo. Mientras más fechorías comete, más se
excita, más crece el deseo de Alex por hacer daño.

Cuando el grupo de maleantes llega a la casa que posteriormente atacarán, lo hacen con un cinismo
espectacular: Alex demuestra que es todo un caballero, psicópata, pero un caballero a fin de cuentas. Sus
gustos son refinados y hasta los crímenes los comete con elegancia. Esto nos hace reflexionar que, en un
mundo donde supuestamente está todo, algo pasa que algunos deciden simplemente salirse de toda regla.
Son los jóvenes que buscan algo más, y que lo encuentran en actos despiadados. Sin duda es un retrato
bastante triste de la juventud.

Vemos un hogar moderno y burgués. Un reflejo de lo que aspira la sociedad. La mujer que atiende a Alex, que
cae generosamente en la trampa de los jóvenes, está vestida de rojo. Podemos interpretar que es aquel rojo,
aquel sexy traje, el que alimenta aún más la sed de lujuria de los malhechores.

Nuevamente el ataque de Alex y sus secuaces estará acompañado por disfraces jocosos: aquellas máscaras
con narices largas nos vuelven a demostrar que esto no es más que una diversión para ellos. Es su
pasatiempo, y apara llevarlo a cabo qué mejor que hacerlo de la manera más “entretenida” posible.

El escritor dueño de casa, un viejo malhumorado concentrado en su literatura, se siente horrorizado al


contemplar el salvaje ataque de los jóvenes a su señora, mientras es salvajemente golpeado y obligado a
contemplar el ultraje de su esposa.

Esta escena, acompañada del canto de Alex, quien interpreta “Singin'in the Rain”, posee tal fuerza que ya se
ha convertido en un verdadero clásico del Cine. La mezcla que se produce entre el brutal ataque y el canto
armónico de Alex nuevamente nos induce a un estado paradójico, en donde volvemos a adentrarnos en un
mundo de doble estándar, y donde confirmamos la locura de los jóvenes, especialmente del protagonista.

Después de haber hecho lo que han querido, los jóvenes vuelven a su bar. Ahora apreciamos qué tipo de
personas lo frecuentan: elegantes personajes vestidos de gala rodeados de formas femeninas que nos invitan
a la lujuria y, por qué no decirlo, a un mundo hecho por y para el hombre, donde la mujer encuentra su lugar
como simple objeto sexual.

Los individuos del bar, con sus elegantes vestimentas, nos hacen pensar en el cinismo de esta “alta
sociedad”, consumida absolutamente por el placer y la lujuria.

En esta escena. Alex comienza a tener las primeras discrepancias con sus secuaces, quienes le reprochan su
excesiva manipulación hacia ellos. Con su varilla los “domina” y les demuestra quién manda. Claro que
después nos daremos cuenta que el autoritarismo ejercido por Alex hacia sus compañeros se convertirá en un
arma de doble filo.

Posteriormente, nos adentramos en la morada de Alex, en el hogar que comparte con sus padres. Nos damos
cuenta que es hijo único, y que por lo mismo sus progenitores lo tratan consentidamente.

En su habitación, confirmamos el carácter culto y burgués del protagonista: vemos un gigantesco cuadro de
Beethoven, con una mirada profunda que alumbra el cuarto. Aquí nos damos cuenta de la naturaleza humana
de Alex, quien al deleitarse con la música del compositor nos demuestra que es una persona con
sentimientos. Este detalle es importante, pues luego nos daremos cuenta que, en el fondo, Alex es realmente
la víctima de la historia. Lo mismo la mascota que posee, su boa: el cariño que Alex siente hacia ella confirma
la misma tesis anterior, su profunda pero escondida humanidad.

Los padres de Alex parecen absolutamente pasivos antes sus acciones, sabiendo que ha delinquido y sigue
delinquiendo, pero auto negándoselo (típico caso). Por lo mismo, la complacencia de los padres será
fundamental en la construcción de su personaje: tenemos el típico caso de un “niño mimado” por sus padres,
quienes no le prestan la suficiente atención. Sus padres son el reflejo de una sociedad ciega ante las
crecientes necesidades de la juventud en estos tiempos. Alex lo tiene todo pero algo le falta, y esa falta es
precisamente resuelta mediante sus brutales

A la mañana siguiente, una especie de tutor llega a despertar a Alex. Este personaje, notablemente más
represivo que los padres, no demuestra preocupación por el joven, sino más bien por las barbaridades que
hace. Es el “alguacil” de su vida, quien en vez de intentar ayudarlo, sólo lo amenaza. Cuando agarra sus
genitales con fuerza, demuestra la represión que puede ejercer sobre Alex -el uso de la fuerza por sobre la
razón-, haciendo que Alex asienta pero, sin duda, no que tome realmente tome en serio las amenazas. Es la
reacción natural hacia la fuerza: en el momento ceder, pero una vez que desaparece, se vuelve al mismo
estado. En otras palabras, de nada sirve que la fuerza predomine sobre la razón. Sólo sirve para engendrar
más odio y violencia, tal como sucede con Alex, quien a pesar de recibir castigos continúa con lu locura, cada
vez más macabra.

Después vemos que Alex va a una tienda a satisfacer dos deseos: adquirir música nueva y buscar mujeres
para saciar su apetito sexual. Ambas cosas las consigue y con una elegancia brillante. Con los vendedores
nos damos cuenta que Alex es un experto en la música docta, mientras saluda galantemente a no una sino
que a dos bellas jóvenes damas. Alex las seduce con su música, con su encanto innato. Ellas caen rendidas a
sus pies. Tenemos aquí claros rasgos del machismo que afecta en gran medida a la humanidad. En este
sentido, Kubrick no hizo una crítica, tal vez incluso era machista el hombre, pero ilustra de manera perfecta el
actual estado de las relaciones hombre-mujer. Para qué estamos con cosas.

El asunto es que Alex consumó el acto sexual -y de qué manera- con ambas damas, sin absoluto rasgo de
sentimientos de por medio. La escena de sexo que nos regala Kubrick es, quizás, una de las más
pornográficas que se han hecho en Cine de carácter popular y no clandestino. Pero con su mano maestra, fue
capaz de convertirla en una obra de arte por excelencia, acompañada de “Guillermo Tell” de Rossini.
Rodándolo en cámara rápida, Kubrick nos enseña el sentido banal de nuestras relaciones. Además, durante el
resto de la película se hace cero referencia a la vida sentimental del protagonista. De hecho, en ninguna parte
de la película aparece un “amor” de Alex (más que su culebra y su música). Y quizás es eso lo que diferencia
a “La Naranja Mecánica” de las otras películas: que no tiene una historia de amor. Simplemente presenta una
historia humana, tomando a Alex como referencia: es él la naranja. En fin.

La cosa es que según datos, 28 minutos de sexo orgiástico fueron filmados en cámara rápida. Qué recurso
más elegante y brillante.

Más tarde, en una típica tarde de vagos, y después de que los “drugos” y Alex ya tuvieron sus primeros
problemas, el protagonista, con su arrogancia y brutalidad comunes, nuevamente les demuestra a los chicos
su poderío.

Pero después, cuando Alex ha supuestamente accedido a “cambiar las reglas” de su relación con ellos, los
lleva a la orilla de un Río, en un paisaje frío, algo nos dice que está mal. Así, Alex golpea y noquea a sus tres
compinches, él solo, demostrando ahora su poderío con hechos, con una violencia extrema que Kubrick, a
diferencia de la escena de sexo, nos muestra en cámara lenta y también con Rossini haciendo el contrapunto:
es una escena de extrema violencia igualmente hermosa, donde observamos los movimientos de ballet con
que Alex les demuestra a sus secuaces quien manda. Y nuevamente lo hace mediante la violencia, esa
misma violencia sádica que, por ejemplo, usaba su tutor sobre él.

Así las cosas, sus supuestos camaradas -todos heridos por la golpiza que les propinó Alex- lo inducen a
cometer un gran golpe en la casa de una mujer. Evidentemente, el impetuoso joven accede y es el primero en
tomar la iniciativa, demostrando de esta forma su liderazgo. Para entrar, utiliza la misma fórmula que antes,
mas no le resulta y entra por una ventana. La casa es una lujosa mansión, llena de gatos, decorada con
extraños objetos tipo “pop art”, incluyendo un falo de porcelana gigante, en el cual Alex ve reflejado todo su
poderío de macho, la fuerza animal que lo empuja a hacer las cosas que hace. De hecho, luego que la mujer
lo descubre, es con el mismo falo que le dará muerte a la infortunada señora. Ella, histérica ante la locura de
su victimario, muere reventada por la sexual escultura, implicando necesariamente una relación entre el poder
fálico -no sólo expresado en sexualidad- sobre los más débiles. Y qué más débil que una mujer indefensa,
cuya única compañía son los gatos. Mientras, la mujer se defiende con un busto de Beethoven, autor
predilecto de Alex. Aquí vemos la lucha entre el poder irracional -el falo- y el racional. Vemos también
enfrentadas a la parte animal y la humana de Alex.
Y son estos mismos gatos quienes rodearán a Alex luego de consumado su delito. Ellos, con pose acusadora
y astuta, son los testigos de lo que acaba de hacer Alex: un homicidio. Pueden considerarse su conciencia,
más aún sabiendo que, al igual que estos astutos animales, sus propios amigos lo han traicionado. Y con la
misma blanca bebida alucinógena que compartían, Dim, el “drugo” más afectado por los arrebatos de
violencia de Alex, le quiebra una botella en la cara, dejándolo indefenso ante la inminente llegada de la policía.

En la estación, los policías lo degradan hasta más no poder. La mirada de Alex sigue desafiante, pero su
herido rostro, después adornado de un escupitajo de su tutor, demuestra que el protagonista ha perdido algo
de esa vitalidad que lo caracterizaba.

Cuando llega a la cárcel, una moderna y grandilocuente construcción, comienza a ceder la persona de Alex
ante el “sistema”. Todos los elementos de la sala de recepción de la prisión, las cajas ordenadas, la línea
blanca, el formulismo burocrático, subrayan la ridícula rigidez legal que impera en esta institución, así como el
empleado de la prisión con su característico tono de voz, entre marcial y estúpido. Ante esto, Alex acata con
absoluto respeto las órdenes y las reglas, comenzando por dejar de lado su típica postura relajada o en
posición de ataque, cambiándola por una mucho más rígida y recta.

La lectura de la biblia alimenta en Alex las fantasías sádicas (latigazos a Jesús y degüello de un soldado
enemigo) y eróticas (Alex rodeado por un harén de mujeres semi desnudas). Así, continúa siendo él mismo, le
da asco el mundo de la cárcel pero por propia conveniencia intenta estar bien con sus dirigentes. De nuevo
aparece su rostro extasiado, su mirada característica.

Esta secuencia de imágenes de ensueño, montadas magistralmente por Kubrick, reflejan la esencia de Alex, y
la nula reacción ante supuestas salvaciones -como la religión- que le ofrece la sociedad.

De hecho, Alex utiliza a su amigo cura para salir libre y reformarse. “No sé cómo, pero quiero ser bueno
Padre”. Y finalmente le da resultado, por lo que Alex está listo para “arreglarse” tal como un aparato mecánico,
como sugiere el título.

Así las cosas, vemos como Alex se ha refugiado en la religión para obtener una oportunidad de libertad.

Cuando el Ministro va en busca de un preso para probar el novedoso método Ludovico, queda encantado por
la personalidad de Alex, por lo que es elegido unánimemente para probar el nuevo tratamiento, que consiste
en “videar” películas durante dos semanas. Ante esto, Alex queda encantado, sin saber bien de qué se trata.
Aquí podemos encontrar una fuerte analogía con respecto a los medios de comunicación y a su poder sobre
la conciencia y actitudes humanas.

Célebre es la escena donde vemos a nuestro protagonista atado a una butaca en una sala de proyección,
donde se exhiben en una gran pantalla horrorosas escenas de muerte, ultraje y destrucción, todo
acompañado de la Novena Sinfonía de Beethoven. Aquí nos encontramos con la tan en boga y cuestionada
influencia que ejercen los grandes medios de comunicación masivos sobre las personas, lectura que se
confirma por los poderosos efectos que ejercen sobre la persona de Alex. Y ni siquiera él, un joven
aparentemente fuerte, puede resistir tanto horror durante tanto tiempo. La imposibilidad de cerrar los ojos y
evitar observar tan crudas imágenes se interpreta como el excesivo rol de los medios -sobre todo
audiovisuales- sobre el ser humano.

Aquí vemos cómo la mirada y expresión de Alex cambia rotundamente: ahora su rostro clama por auxilio. Sus
ojos, horrorizados, nos demuestran que el hombre, como condición natural e innata, es sensible ante ciertas
experiencias. Definitivamente, Alex ya no será el mismo. Hasta Beethoven se ha vuelto en su contra. Así, no
sólo el protagonista ha perdido su hambre de sadismo y lujuria, sino que también su parte más
intrínsecamente humana, como era el deleite que sentía por la música.

La sala donde tiene lugar la prueba de la regeneración de Alex reproduce la estructura de un teatro. Primero,
un matón provoca y humilla infructuosamente a nuestro protagonista, que es incapaz de defenderse sin sentir
un terrible dolor. A continuación, una bella mujer desnuda es ahora el objeto de la frustrada tentación.
Ante ambas representaciones, vemos como Alex sucumbe en su propia conciencia sin poder hacer nada. Dos
de sus mayores placeres, el sexual y la violencia, han dejado de ser una posibilidad para él. Vemos cómo ha
perdido gran parte de su esencia humana.

Kubrick, mediante una hermosa escena, sobre todo la de la mujer desnuda, es capaz de transmitirnos el dolor
que siente Alex al reprimir sus instintos, quien con su rostro implora por que todo se acabe hasta sucumbir en
el suelo. Es aquí la elipsis de la historia, en donde la naranja ha sido ya mecanizada y, por lo tanto, perdido ya
su carácter natural.

Alex ha logrado salir en libertad y sólo quiere volver a su hogar.

Cuando regresa a su casa, ve que su lugar ha sido ocupado por un joven inquilino. Todas sus pertenencias
han desaparecido. Incluso su adoraba boa. En vano reclamará su antiguo puesto, ya que la actitud de sus
padres y del nuevo habitante es de una clara indiferencia, incluso de rechazo.

Vemos una escena típicamente familiar, donde los padres y su nuevo “hijo” desayunan y leen el diario, como
si nada. Debemos tomar en cuenta que sólo pasaron algunas semanas. Alex, con una actitud mucho más
humilde, no entiende qué sucede. Pero era de esperarse que, como anteriormente dijimos, sus padres nunca
le prestaron atención, por lo que no les costó mucho encontrar un reemplazante. Es decir, para ellos un hijo es
nada más que el adorno perfecto para una familia feliz.

Alex no sólo ha perdido sus cosas y sus deseos. Expulsado de su propio hogar, Alex pasea apesadumbrado
por la orilla de un río. La idea del suicidio pasa por su cabeza, pero un viejo borracho se acerca hasta él. Se
trata del mismo a quien, junto con sus “drugos”, apalearon al principio de la película. Aquí tenemos cómo
siempre, a pesar de haber supuestamente pagado nuestros errores, el pasado nos condenará: el eterno
suplicio de nuestros errores.

Con peinado refinadamente nuevo y de terno, imagen completamente opuesta a la postura desafiante que
antes poseía, nuestro protagonista deambula confiado por las mismas calles que fueron testigos de sus
fechorías.

El viejo, vos de la sabiduría, le replica a Alex que “nunca olvida una cara”. Y qué más sabio que el pasado,
que la experiencia, que tampoco olvida rostros ni, menos, errores. El perdón no existe y Kubrick nos lo
demuestra con la siguiente escena, donde es golpeado por una turba de ancianos en el mismo túnel en donde
agredió a uno de los viejos al comienzo. El aniquilador es ahora una víctima impotente. Nada puede hacer
Alex para defenderse. Los viejos, las voces y de la culpa, habrán de castigarlo por sus pecados. Es la vejez
despachándose a gusto con la juventud, la reivindicación de la experiencia por sobre la vitalidad, cualidad que
Alex ya ha perdido.

Por obra del destino, acuden en su ayuda dos de sus antiguos amigotes, quienes paradójicamente son ahora
policías. Vemos en el rostro de Alex una tremenda expresión de sorpresa al ver a sus “drugos”. En pleno día,
lo llevan por la misma carretera en que corrieron arrasando con todo a su paso, donde le propinan una
tortuosa golpiza que casi lo mata.

Nuevamente el pasado ha condenado a Alex, esta vez encarnado en dos de sus viejos compinches, los
mismos que lo traicionaron, los mismos de los cuales Alex abusaba. Y están en forma de guardianes de la ley.
Aquí interpretamos cómo, en ciertas ocasiones, los mismos organismos que nos reprimen -o según algunos
custodian la ley y el orden- están representados por individuos que, en algunos casos, han obrado u obran
aún peor que los mismos perseguidos. Es decir, nuevamente nos enfrentamos con el doble estándar de la
sociedad.

Después de la paliza, Alex se arrastró como pudo hasta llegar a una casa que, sin darse cuenta aún, era del
mismo escritor al que golpeó salvajemente y violó a su mujer, quien producto de ello falleció tiempo después.

Otra vez veremos enfrentarse a Alex con la culpa y el pasado.

Ahora tenemos al escritor en silla de ruedas, visiblemente desgastado, quien accede de inmediato a socorrer
a Alex.
El hombre reconoce a Alex como víctima del tratamiento Ludovico, y llama a unos colegas para planear como
usar esto en contra del gobierno.

Mientras se baña, involuntariamente Alex canta “Singin'in the Rain”, lo que le permite al viejo identificarlo
como el agresor de él mismo y de su mujer. Este descubrimiento hace que a la utilización de Alex como arma
contra el gobierno, se sume su propia venganza personal. Y fue la propia naturaleza humana de Alex que lo
delató: el entonar una melodía fue su sentencia.

Aquí tenemos una clara alusión al mundo burgués intelectual, ese que habla mucho pero que, en la práctica,
poco hace. El escritor, quien accedió inicialmente a auxiliar a Alex, al descubrir que fue éste quien lo
enclaustró en su silla de ruedas, aparte de utilizarlo con fines políticos saciará su sed de venganza. Esto
demuestra que, cuando las cosas le suceden a uno, cambia diametralmente la perspectiva, y se dejan de lado
convicciones y principios. Es de nuevo el doble estándar que está presente, y de nuevo el choque entre el
perdón y la eterna culpa.

Cómodo y confiado, Alex se sienta a la mesa a comer y a beber vino, sin saber que el viejo ya lo descubrió.
Desde que salió de la cárcel que no se sentía tan bien, mas vendría aún lo peor.

El escritor, ayudado por dos amigos también “intelectuales”, descubre la fobia de Alex por la Novena Sinfonía,
y lo induce al suicidio para desacreditar al gobierno. Por última vez, Beethoven se vuelve en contra de Alex de
forma casi mortal. Así las cosas, se arroja desde la ventana en altura hacia abajo, cayendo gravemente
herido. En el camino de su destrucción total, en donde ya todos le habían aplicado salvajes castigos por sus
errores, sólo faltaba que el mismo tomara la determinación hacia la autodestrucción. Ahora no sólo Beethoven
y los demás eran enemigos: el mismo Alex se volvió en su propia contra al no poder resistir tanto sufrimiento.

La treta del escritor dio resultado: el gobierno es acusado en la prensa por el intento de suicidio de Alex, quien
yace muy malherido en un hospital, habiendo perdido toda noción temporal.

Una psiquiatra llega a la habitación de Alex para hacerle un test que revela su proceso de curación: vuelve a
ser el de antes, un ser con posibilidad de elección moral que opta por el mal.

El ministro, que ahora necesita de su colaboración, da de comer con una cuchara nuestro protagonista, quien
abre la boca como un polluelo: es la alianza entre Alex y el poder.

Esta escena, brillante como todo el resto, refleja claramente la resignación voluntaria de Alex ante el poder:
cada vez que el ministro extiende su cuchara con alimento, Alex abre la boca como pequeño niño para recibir
el alimento que le es brindado. Es, en el fondo, la absoluta devoción hacia una fuerza superior que, hasta el
día de hoy, nos domina. Es la verdadera pérdida de libertad del ser humano al dejarse llevar por lo que más
les conviene, no por lo que realmente sienten.

Dos enormes parlantes hacen sonar la Novena Sinfonía de Beethoven mientras que una nube de periodistas
fotografía a Alex y al ministro abrazados. En su rostro aparece un gesto de profundo éxtasis, pero algo más
atontado, como sumiso. Es la nueva persona de nuestro protagonista, quien ha perdido toda facultad de
razonar por si mismo, entregando se destino a manos superiores. Por una parte recuperó su derecho a
elección, pero por otra se ha convertido en un ser completamente dependiente del poder que manda.

Finalmente, y como en los viejos tiempos, la música de Beethoven hace aflorar en su mente una nueva
fantasía onírica: Alex, rodeado por un público que aplaude vestido a la manera victoriana, fornica con una
joven que lleva medias y guantes negros. Es la representación de, valga la redundancia, su achique ante el
poder supremo, pues a pesar de volver a sentir deseo y placer, ahora todo estará determinado por lo que
piensen los demás, por lo que digan las grandes masas y los grandes medios.

“Sí, yo ya estaba curado”, termina por sentenciar Alex.

COMENTARIOS GENERALES.
Es un hecho que de “La Naranja Mecánica” se pueden extraer innumerables lecturas. Sólo depende de cada
cual para poder expresarlas o, simplemente, pensarlas.

A poco tiempo de resuelto el famoso caso del “psicópata de la Dehesa”, con la captura de “El Tila” y su
famosa aparición en un noticiario, no podemos sino relacionar, con bastante certeza, su caso con el de Alex,
el protagonista de esta obra. Ambos individuos, haciendo las diferencias culturales correspondientes, poseían
una audacia e inteligencia bastante particulares, como también esa hambre de placer y sadismo. Cabe
preguntarse, después de revisar el caso de nuestra “naranja mecánica” y la de la película, si el hombre es
“malo” por naturaleza o por consecuencia de la sociedad. Y descubriremos que ninguna de las dos tesis son
totalmente correctas o totalmente erradas. Porque debemos tener presente que el ser humano, por muy
racional que sea, es una criatura más dentro del reino animal, que en ocasiones actúa por instinto y no por
racionamiento. Con esto no se justifican, en ningún caso, las brutales acciones cometidas tanto por “El Tila”
como por Alex, pero sí se explican. Es decir, aquí el problema no es si la sociedad induce a estos particulares
individuos a cometer sus salvajes actos sino que, simplemente, por muy desarrollada que sea no está
preparada para quienes se salen de los límites convencionales. ¿Es justo que la sociedad sólo esté hecha
para personas que se adapten a sus normas? Si nuestra cultura fuera tan perfecta, seríamos capaces de
darle espacio a todos, no sólo a la “gente buena”, pues como seres humanos deberíamos tener la capacidad
para darnos cuenta que no todos calzarán siempre en los modelos convencionales que se plantean.

Es realmente absurdo pretender que todos seamos perfectos, sobre todo en un mundo en donde todo
obedece al mandato ejercido por los diferentes poderes que nos dominan. Aquí no todos tienen su espacio,
está claro, por lo que, de no cambiar nuestra perspectiva, seguiremos engendrando seres capaces de
cometer actos salvajes.

“La Naranja Mecánica” es el reflejo sarcástico de cómo los países entrenan criminales para mantener el orden
en la sociedad, tomando la palabra “orden” como la castración de la creatividad. Es sumamente egoísta
pensar que siempre lo “políticamente correcto” es lo más adecuado pues, como individuos únicos, cada
persona piensa y ve el mundo de manera distinta, no siempre acorde a lo que el “todo” impone.

En definitiva, queda cuestionarse qué es más importante: si el bienestar de la sociedad dictado por los
poderes, o el bienestar particular de cada persona.

Porque es muy fácil ver en otros los errores, pero es también muy difícil enfrentar los errores que nosotros
mismos, como arquitectos de la sociedad, hemos construido jurando que está en lo correcto.

Y, hasta el momento, la única solución que hemos encontrado para estos casos excepcionales es el castigo,
la represión y, a fin de cuentas, la evasión de un problema que estamos muy lejos de resolver.

COMENTARIOS TÉCNICOS.

El lenguaje audiovisual que utiliza Kubrick, tanto en “La Naranja Mecánica” como en toda su obra, posee una
infinita riqueza, que no sólo da lecciones de buen cine, sino que ahonda mucho más y nos da lecciones de
vida.

El montaje particular de esta obra, a simple vista, puede parecer algo lento, pero observándola con mayor
atención, nos damos cuenta que se trata de una obra maestra en la cual se emplean todos los recursos
audiovisuales posibles, sin caer en el uso de efectos especiales. Porque la fuerza de las imágenes que nos
regala el Maestro Kubrick traspasan los límites conocidos del Séptimo Arte y nos arrastran hacia un mundo
nuevo que, definitivamente, nos hace pensar e, incluso, cuestionarnos la existencia.

Por otro lado, tenemos un uso magistral de la banda sonora: aquí la música no es un simple acompañamiento,
sino que copula a la perfección con las imágenes, logrando una fusión que hace que no sólo gocemos con lo
visual, sino que también con nuestro sentido del oído.

Porque “La Naranja Mecánica” no sólo se ve, sino que también se escucha. Y esa mezcla hace que, en
definitiva, esta película no sólo se vea sino que, más que nada, se sienta.
La excelente música utilizada por Kubrick, además de fusionarse a la perfección con sus poderosas
imágenes, crea un contrapunto que refleja nuestra tesis del doble estándar estampado durante toda la cinta,
demostrándonos que las coas no siempre son como se ven.

Los decorados y escenografía de la película poseen, por su parte, también un especial valor dentro de la obra.
Kubrick fue capaz de montar y construir un universo propio, ilustrado en cada locación, en cada espacio
abierto, en cada escultura, en los vestuarios. Sin duda, la forma cobra vital importancia para narrar la historia,
independiente del extenso contenido que posee.

Mención aparte merecen los nuevos vocablos introducidos por Kubrick en la historia que, a pesar de ser
creación propia del autor, entendemos a la perfección, pues se trata de deribaciones gramaticales de palabras
ya conocidas, y que ayudan a adentrarnos en una sociedad moderna. Por ejemplo, los “drugos”, una
simplificación que mezcla al típico “compadre” o compañero de andanzas con el uso de estimulantes tan en
boga en estos tiempos. O el genial término “videar”, que en este caso es simplemente mirar, pero adaptado a
los nuevos tiempos de consumo masivo audiovisual, se fusiona y queda “videar”. Simplemente genial.

En resumen, podemos decir que Stanley Kubrick cuidó hasta el más mínimo detalle en su obra, demostrando
que para hacer buen cine no sólo se necesita tener buenas tomas o buena edición, sino que cada detalle es
fundamental para situar al espectador en el mundo que se quiere mostrar. Es el particular uso de cada
elemento dentro del cuadro el que le da vida a la película. Hasta la más mínima mirada influye
sustancialmente en la percepción del espectador.

Es la suma de las partes lo que le transforma a “La Naranja Mecánica” no sólo en una gran obra
cinematográfica, sino que más que nada en una gran obra de arte del siglo veinte.

Sin duda, “La Naranja Mecánica” es el perfecto ejemplo de la fuerza que tiene el cine sobre el espectador, y
que demuestra que en el buen cine hasta el más mínimo detalle debe cuidarse.

CONCLUSIÓN.

Son muchos los temas tratados en “La Naranja Mecánica”. La familia, los amigos, el sexo, la culpa, el pecado,
el perdón, el poder, el instinto, la humanidad, la sociedad, la política, la cultura, la religión, la libertad, etcétera,
etcétera.

Pero unánimemente creemos que depende de cada individuo adaptarla a su propia vida, a sus propias
vivencias pues, por sobre todo, la presenta obra nos invita a reflexionar acerca del “todo”, siendo ese “todo”
diferente en cada persona.

Y aquella es una característica esencial en una obra de arte: el tener la cualidad de ser interpretada de tantas
múltiples formas como de los miles de millones de seres humanos que habitamos el universo, a quienes se
nos ofrece “La Naranja Mecánica” para digerirla como se nos venga en gana.
Análisis pueden existir muchos pero, en el fondo, basta con deleitarse con esta película para crear, dentro de
nuestras propias mentes, análisis ampliamente más valiosos que los que pudieran hacer “expertos” en la
materia.

Porque de seguro que si “El Tila” tuviese la oportunidad de ver este película, sabría que no está solo en el
mundo, e incluso alimentaría aún más su sed de destrucción ante un mundo que, simplemente, no es capaz
de entenderlo, y que tampoco está interesado en hacerlo.

Es por ello que “La Naranja Mecánica” es una obra que, en cierta forma, reivindica a aquellos que no tienen
un espacio en este mundo y que, al sentirse tan desamparados y solos, optan por dejarse llevar por sus
instintos, instintos que con tanta facilidad condenamos pero nos negamos a entender.

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