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Resumen
El sueño de la razón produce monstruos, pero no por su falta –aquí nos hallaríamos
todavía dentro del paradigma ilustrado- sino por su exceso, por el desbocamiento de sus
propios mecanismos, que lejos de la contención del método, se dispara en una
proliferación metastásica. En su delirio, la razón se convierte en imaginario, provoca y
funda el imperio del simulacro. En el presente artículo se exploran las posibilidades de
una metafísica de la simulación, una fenomenología de la ausencia.
Abstract
The sleep of reason produces monsters, but not for lack here-we would be still within
the paradigm illustrated by its excess, but by their own runaway mechanisms, which far
from containing the method is a fire in metastatic proliferation . In his delirium, the
reason becomes imaginary causes and founded the empire of the simulacrum. In this
article we explore the possibility of a metaphysics of the simulation, a phenomenology
of absence.
Palabras Claves
Razón, imaginario, simulacro, metafísica, fenomenología, vacío, ilusión
Keywords
Reason, imagination, pretense, illusion, metaphysics, phenomenology, empty
La razón caprichosa
El sueño de la razón produce monstruos, pero no por su falta –aquí nos hallaríamos
todavía dentro del paradigma ilustrado- sino por su exceso, por el desbocamiento de sus
propios mecanismos, que lejos de la contención del método, se dispara en una
proliferación metastásica. En su delirio, la razón se convierte en imaginario, provoca y
funda el imperio del simulacro.
BA
Realidad/ Monstruoso
←←
Crítica ilustrada
↓
Razón
→→
Prefiguración romántica del
Arte moderno
↓
Lo imaginario
(Esta dualidad garantiza, por un lado el ejercicio de la razón, por el otro el del arte)
Razón = Imaginario
↓
→Lo virtual
(hoy, este monismo virtual pone en peligro ambos: la razón crítica y los límites del arte)
El vacío, la ausencia, se manifiestan hoy en diversos ámbitos teóricos con una nueva
patencia, y sobre ello deberíamos cuestionarnos. ¿Qué ocurre en el mundo de las ideas,
en nuestra propia percepción de la realidad que nos urja a preguntarnos sobre estas
nociones?, ¿qué cambios se han producido social y gnoseológicamente para
enfrentarnos a unos conceptos que, si bien de larga tradición, se nos presentan ahora de
una manera nueva, urgente, inquietante incluso?
Todo esto tiene que ver con la llamada revolución tecnológica, con la presencia
apabulllante de las tecnologías de la información y del conocimiento, internet, realidad
virtual... procesos que, más allá de ser meros instrumentos, conforman una nueva
Weltanschaung que ha transformado las reglas de juego de nuestra forma de estar en el
mundo, percibirlo y transformarlo. Ya no pensamos igual, no actuamos de igual manera,
ni siquiera somos los mismos. El arte no puede quedar ajeno a esta turbación, puesto
que la precedió, pero, por debajo de él, se halla un trastocamiento más profundo,
metafísico incluso.
Dualismo/monismo
Descubrir hoy en qué medida la ausencia aparece como trasunto inexcusable nos obliga
a un somero repaso de los esquemas gnoseológicos básicos. Obsérvese dicha
aproximación como un aporte de modelos necesariamente simplificados, que en modo
alguno pretenden resumir la complejidad filosófica, sino dotarnos de escuetos
instrumentos de análisis. Tómense, pues, con estas precauciones, las formulaciones que
siguen.
A B
esencia apariencia
noúmeno fenómeno
mundo inteligible mundo sensible
2. C -------------------------------------→ A (Idealismo)
3. C ----------------→ B (Positivismo)
a ←---------------
-Monismo relativo objetivo: El yo y los conceptos están dentro del mundo físico y
determinados por él, sujetos a sus leyes físicas, biológicas, neurológicas... (Éste sería el
caso, por ejemplo del determinismo científico. Se trata de un monismo relativo, o de un
realismo atenuado, la minorización de “a” convertida en representación mental marca el
fin de la metafísica, pero preserva el conocimiento, la minorización de “c” puede hacer
problemática la noción de autonomía y libertad del sujeto).
B
a c
-Monismo subjetivo: el sujeto crea dentro de sí las ideas y las cosas. (Éste sería el caso,
por ejemplo, del idealismo absoluto. Tomado de una forma relativa da lugar al esquema
que opera, por ejemplo, en la creación artística, y que aquí hemos visto ejemplificados
en los Caprichos de Goya. Lo que produce la experiencia estética no es la fidelidad de la
reproducción de la realidad en la obra de arte, sino ese plus que la creatividad del artista
pone sobre los objetos, que aún representados son tomados como meros pretextos. En su
acepción gnoseológica más radical, el esse est percipi berkeleyano, pone en serios
problemas el conocimiento, y en su vertiente psicológica patológica da lugar a la
paranoia).
C
a b
A
b c
Si, a groso modo, éstas han sido las formas clásicas de monismo, hoy nos encontramos
con un nuevo desplazamiento de los elementos, que da lugar a lo que denominaremos
monismo de superficie, propio de la razón digital. En él, los dos niveles A y B se
fusionan, A está en B. En el lugar de A queda la ausencia. La realidad virtual, no es una
más de las producciones del intelecto humano, produce un verdadero trastocamiento de
las formas de comprender el mundo, y de lo que entendemos por conocimiento, da lugar
a toda una ciberontología. En este monismo de superficie lo ideal –la digitalización- se
convierte en real y en objeto perceptible –realidad virtual-. No hay tras la apariencia B
una esencia A, ni siquiera un referente, sólo ausencia. Pero, a diferencia del mundo
inteligible metafísico, éste mundo ideal es perceptible, captable por los sentidos.
Antes de seguir adelante, bueno será que clarifiquemos algunos conceptos. “Entiendo
por sociedad digital aquella que está determinada por las tecnologías de la información
y de la comunicación (TICs), por digitalismo la ideología que la sustenta, y por
ciberontología la visión metafísica que crea un distinto mapa ontológico, donde a la
tradicional división entre entes y entes de razón, se le añade una tercera especie: el ente
virtual, que siendo de razón, ostenta una modificada categoría óntica. La referencia de
este ente no es la materia, ni la esencia, pero en cuanto que genera una nueva estructura
de realidad - la realidad virtual-, adquiere una presencia perceptible, cuya esencia es el
código, esto es: el logos, dispositivo por medio del cual el mundo inteligible se hace
mundo sensible sin ser por ello material. Nos adentramos en una metafísica de la
presencia que no remite a la substancialidad, sino que se nos revela como una efectiva
fenomenología de la ausencia. Ausencia de materialidad, de sustancia. Por primera vez
lo que es, lo que cuenta, no tiene necesariamente por qué existir, en el sentido
tradicional del término. Se ahonda en una fractura entre el ser y el existir, mucho más
profunda de lo que podía deducirse de cualquier idealismo precedente, pues si bien
hasta ahora podíamos, según diversas corrientes, pensar en determinados entes de razón
sólo accesibles al intelecto, su característica definitoria la constituía el que éstos no eran
susceptibles de una fenomenología, de una percepción sensible, toda percepción
sensible estaba ligada a lo empírico. El ente virtual, repito, resulta perceptible
sensiblemente sin que sea empírico y es aunque no exista”.
No es que hayamos avanzado en conocer la realidad en sí, sino que ésta ha dejado de ser
relevante, de ser la “verdadera realidad”. Hemos creado otra realidad “virtual”, paralela,
y en ella habitamos. No conocemos mejor la realidad, sencillamente la hemos
abandonado.
El monismo, como hemos dicho, impide del conocimiento, da lugar, pues, a otras vías
de experiencia, así, el A que incluye el Todo en el misticismo pierde sus atributos
intelectivos (dado que son propios del dualismo gnoseológico), para convertirse en un
algo otro presente, transcendente, diferente por tanto de los conceptos filosóficos
tradicionales. La fórmula atrás reseñada para este caso tendría todavía un paso más, en
el que todos los anteriores elementos desaparecerían:
A
b c --------------------------- 0 (Tao-vacuidad)
Hay que entender virtual no sólo como los espacios creados por ordenador, el
ciberespacio, sino todos aquellos simulacros que usurpan el lugar que antes ocupaba la
realidad, así: un complejo turístico y de ocio, las grandes superficies comerciales, los
parques temáticos, los relatos cinematográficos, o incluso la nueva economía con su
dinamismo financiero en tiempo real, en general todas políticas del espectáculo,
incluido el espectáculo de la política.
Pero esta ausencia (de realidad, de referente, de fundamentos, de otro elemento para el
intercambio simbólico) –que es carencia de todo ello-, no resulta fácilmente perceptible
como tal, dado que la realidad virtual hiperrealizada está concebida para cumplir todos
nuestros deseos. Se da, pues, como abundancia, exceso, consumo siempre posible;
pretende sustituir a la vieja realidad de forma mucho más convincente y perfecta, su
desideratum último es la sustitución. El mundo real es un lastre donde todavía
encontramos fealdad, pobreza, marginación, enfermedad o muerte. Algo que, sin duda,
habrá que abandonar, apartar de la vista o incluir en el gueto de lo infrahumano, en un
perfecto genocidio simbólico. Si Goya nos mostraba lo monstruoso como verdadero
sustrato de lo real, y de ahí su impacto estético, hoy lo horrible debe quedar proscrito, la
razón ya no genera monstruos, sino ficciones placenteramente consumibles. Es, como
he apuntado más atrás, el paso de los caprichos del horror, a los caprichos del vacío.
“Cuanto más completo sea el mundo de la apariencia, tanto más impenetrable la apariencia como
ideología” (Adorno).
El arte que trabaja con elementos materiales: land art, arte povero, instalaciones...
consigue crear un efecto ilusorio, convierte lo material en ilusión. Todo un bucle parece
cerrarse. Si Goya es considerado como precursor de la pintura moderna, lo es por su
distanciamiento de la representación, agotada esta línea de fuga, volvemos al objeto
desnudo, a la materia inerte, esperando la directa experiencia artística.
Para que exista ilusión, el elemento creativo debe ser lo suficientemente fuerte para
configurar una atmósfera, y ésta producirnos la emoción estética; pero siempre, al
fondo, más o menos atenuada, está la realidad. Precisamente porque se mantiene esta
estructura dual el arte no es un mero hecho entre los hechos, ni un simple objeto,
adquiere su dimensión estética en la diferencia de lo que amalgama y distorsiona.
Pero llevamos demasiado tiempo poniendo en tela de juicio esa distancia, como se viene
observando en la revisión del concepto de museo, en el teatro interactivo... Esta revisión
crítica, que tan interesantes reflexiones aporta a la teoría estética tiene su límite, si el
objeto artístico o la acción artística se confunden con lo cotidiano desaparecen en
cuanto tales, por ello deben permanecer en un estadio penúltimo que resguarde la
dualidad. Sin dualidad no hay ilusión sino realidad. Curiosamente este acercamiento,
que concluiría en el fin del arte, se produce cuando, paradójicamente, la realidad se
convierte cada vez más en ilusoria. Parece que nos encaminemos a un trastocamiento de
los papeles. La realidad virtual salva al arte de su anulación por exceso de facticidad.
Cuando el arte se convierte casi en objetualidad, los objetos ya no están allí. Quizás
también el mundo real pueda ser salvado por los objetos artísticos, en ellos
reencontraremos, como huellas, la materia, lo táctil, la densidad física, cuando éstos en
el mundo cotidiano se han convertido en mensaje, mercancía, sentido, valor...
El arte, si desea persistir, debe estar siempre más allá o más atrás de lo no-artístico, ir
más veloz o retrotraerse a lo paleográfico. Solo así podrá mantenerse, de momento.
¿Por qué nos empeñamos en persistir en el sufrimiento? Quizás la lucidez no nos deja
otra alternativa. En todo dualismo hay una búsqueda de trascendencia, anhelamos la
verdad, se encuentre ésta en el seno de las cosas – en su esencia- o en un más allá
metafísico o religioso.