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Dieciséis

— ¿Qué piensas hacer estas vacaciones?

Tessa y Julia, sentadas en el porche de la casa de esta, tomaban un refresco.

No se veían desde que, debido a la proximidad de la Carrera, el Estadio se

cerró a las visitas públicas. La mañana era clara y tras los edificios del centro

de la ciudad se podía divisar el mar.

—Me voy con Antonio a la sierra.

— ¿No verás el debate de tu Zenón? —dijo Julia sonriendo a su amiga con

malicia.

— ¡Ni hablar! —exclamó Tessa—. Bastante nos han engañado ya. ¡Malditos

políticos! Todo aquello estaba preparado para provocar lo que después pasó.

¡Picamos como imbéciles! Nosotros éramos los infelices que dábamos la cara.

Pero, además, ahora estoy segura de que ninguna causa vale una muerte...

Las dos amigas quedaron en silencio.

— ¡Oye, por cierto…! —se acordó de repente Julia—. No me has dicho si soy

la coartada de tu viaje.

— ¡Qué va! Todo progresa. Les conté la verdad a mis padres y me lo han

permitido.

— ¿Les contaste todo? ¿Incluido lo de Antonio?

—Sí. Aunque te parezca mentira, así es —tras una pausa continuó—: ¿Y tú

qué piensas hacer?

—No lo sé. Aún no tengo ningún plan concreto.

— ¡Qué pregunta más tonta la mía! —dijo Tessa con picardía—. Lo que harás

es seguir a tu Aristos, ¿no? Julia sonrió. Hacía días que había puesto al

corriente de lo sucedido entre Primero y ella, aunque sin entrar en excesivos

detalles, tanto a su padre como a su amiga, quien no pudo ocultar su envidia.

—Dependerá de si es elegido para correr —reflexionó Julia.

—Si corre, lo pierdes. ¿Lo sabes, verdad? —dijo Tessa con una gravedad

inusual en ella—. Yo ruego a los dioses para que el elegido sea Quinto.
—Es cierto. Pero todo tiene sus problemas.

— ¡Y pensar que pude ser yo la que debería haber estado aquel día en el

Estadio! —Tessa volvió a emplear su tono habitual.

—Se lo diré a Antonio —rió Julia—. Te prometo que se lo diré tan pronto

como lo vea.

— ¡Me da igual! Pero no te preocupes, pues se lo diré yo misma. ¿Y sabes una

cosa? Si tu Aristos no corre os podríais venir a la sierra con nosotros. Quizá

pudiéramos hacer hasta intercambios.

— ¡Estás cada día más loca! —después, ya seria, continuó—: Esperemos a ver

qué pasa.

—Muy bien —insistió Tessa—, pero no te olvides de mí. Si os apetece me

encantaría que vinieseis.

—Ya veremos lo que sucede —tras un corto silencio Julia preguntó—: ¿Has

pensado qué harás cuando termines las vacaciones?

—Sí, Antonio y yo hemos solicitado una granja en alguna ciudad de la región

del Sena.

— ¡Qué lejos os vais! —dijo Julia con pesar—. Además, no os veo cultivando

tomates y ordeñando vacas.

— ¿Qué no? Ahora no tenemos ni idea, pero ya aprenderemos. En poco

tiempo sabremos cultivar la huerta, cuidar de nuestros animalitos y subastar

nuestros productos los jueves en el mercado.

Las dos jóvenes siguieron disfrutando del hermoso día mientras charlaban.

Intuían que tardarían en volverse a ver.

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