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Dieciséis
Dieciséis
cerró a las visitas públicas. La mañana era clara y tras los edificios del centro
malicia.
— ¡Ni hablar! —exclamó Tessa—. Bastante nos han engañado ya. ¡Malditos
políticos! Todo aquello estaba preparado para provocar lo que después pasó.
¡Picamos como imbéciles! Nosotros éramos los infelices que dábamos la cara.
Pero, además, ahora estoy segura de que ninguna causa vale una muerte...
— ¡Oye, por cierto…! —se acordó de repente Julia—. No me has dicho si soy
la coartada de tu viaje.
— ¡Qué va! Todo progresa. Les conté la verdad a mis padres y me lo han
permitido.
— ¡Qué pregunta más tonta la mía! —dijo Tessa con picardía—. Lo que harás
es seguir a tu Aristos, ¿no? Julia sonrió. Hacía días que había puesto al
—Si corre, lo pierdes. ¿Lo sabes, verdad? —dijo Tessa con una gravedad
inusual en ella—. Yo ruego a los dioses para que el elegido sea Quinto.
—Es cierto. Pero todo tiene sus problemas.
— ¡Y pensar que pude ser yo la que debería haber estado aquel día en el
—Se lo diré a Antonio —rió Julia—. Te prometo que se lo diré tan pronto
como lo vea.
— ¡Estás cada día más loca! —después, ya seria, continuó—: Esperemos a ver
qué pasa.
—Ya veremos lo que sucede —tras un corto silencio Julia preguntó—: ¿Has
del Sena.
— ¡Qué lejos os vais! —dijo Julia con pesar—. Además, no os veo cultivando
Las dos jóvenes siguieron disfrutando del hermoso día mientras charlaban.