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El Elixir Negro - Elizabeth Engstrom
El Elixir Negro - Elizabeth Engstrom
El elixir negro
ePub r1.0
GONZALEZ 17.10.14
Título original: Black Ambrosia
Elizabeth Engstrom, 1988
Traducción: Teresa Camprodón
En realidad me enfurecí y me
descontrolé cuando empecé a ver a
Angelina, quiero decir a verla de
verdad.
Angelina y yo estábamos
conectados de una misteriosa manera.
No puedo describirlo, era como…
Cuando yo era un niño solía pasar
mucho tiempo llamando a la gente por
teléfono. Bueno, el teléfono de una
chica siempre comunicaba, pero el
resto descubrimos que si gritábamos en
el teléfono entre las señales de
comunicar podíamos hablar con otras
personas que estuvieran llamando a su
número y oír la señal de comunicar.
Era una misteriosa conferencia.
Bueno, algo así sucedía con
Angelina y conmigo. Caíamos en una
especie de vacío, como ese lugar en
donde existía la señal de comunicar y
nos veíamos. A veces podía ver por sus
ojos, como brillantes ventanitas en el
vasto agujero negro, ventanas al mundo
exterior.
Y al igual que la señal de
comunicar, creo que había más, pero
nunca me dio tiempo a investigar.
Siempre me pillaba por sorpresa. Y
Angelina solía hacer lo mismo…
La primera vez que ocurrió, casi me
cago. Pero luego empezó a ser más
frecuente. Tuve que dejar mi trabajo.
Temía que me sucediera mientras
estaba trabajando con una sierra o
algo por el estilo, o mientras conducía.
Dejé de conducir. La conexión duraba
sólo un segundo o dos. Justo lo
bastante para consternarme, supongo.
No sé por qué. No creo que Angelina lo
hiciera a propósito. Creo que estaba
tan consternada como yo.
Pronto me cansé de mirar a sus
víctimas y escuchar su demencia, y
empecé a buscar pistas sobre su
paradero. La mayoría de las veces me
quedaba en casa a esperar a que
volviera a suceder y a concentrarme en
cualquier cosa que divisase desde su
punto de vista: un jalón, el cartel de
una calle, cualquier cosa. Me quedaba
en casa y esperaba oír algo sobre
extraños asesinatos en la televisión, en
los periódicos o en el servicio de
cablegramas. Vivía para encontrar
indicios sobre su paradero.
Ella supo cuándo empecé a
buscarla. Al principio Angelina era
muy cuidadosa, pero a medida que
transcurrió el tiempo, perdió el control.
Se volvió descuidada y empezó a dejar
un rastro.
19
Regresé al Yacht Club varias
mañanas seguidas al acabar de trabajar,
pero no podía seguir a Cap, que estaba
siempre despejado y descansado. Me
dolía continuamente la mandíbula de
controlarme de una manera tan drástica.
Yo no resultaba una compañía
agradable. Al cabo de más o menos una
semana, mi turbación me había
arrebatado lo mejor de mí misma y
empecé a ir directa a casa. No era
simplemente llegar a casa después de
trabajar. Me sentía como si cada día
salvara mi vida. Cuando cerraba la
puerta en lo alto de la escalera, casi
estaba salvada. Cuando cerraba la
puerta al final de la escalera, daba un
suspiro de alivio. Podía relajarme.
El hogar. Mi apartamento era mi
refugio. Era cómodo y era mío. Tenía su
aroma peculiar: a sótano, rozando la
humedad. El olor era agradable, era
característico, era familiar. Olía como a
hogar. El apartamento tenía mi
personalidad, todos los muebles los
había hecho yo, o los había recogido o
comprado. La luz siempre estaba baja,
tenue y suave. Podía ser yo misma entre
esas frías paredes. No necesitaba fingir.
Llegué a considerarlo casi un amigo, un
protector, un compañero.
Lo primero que hacía cuando llegaba
a casa era pensar en Sarah. Notaba la
escasa carne de mis brazos y pensaba en
ella, redondeada, musculosa, saludable,
resplandeciente. Volvía a ajustarme la
mandíbula y prometía comportarme
como era debido para ir por el sendero
recto hacia un estilo de vida tan sano
como el de Sarah.
A veces creía estar al límite del
ataque de nervios. Mi personalidad era
tan inestable como para quebrarse. La
idea era vaga pero omnipresente y se
alojaba en lo hondo de mi mente. A
todas horas sentía que me encontraba
bajo una terrible presión. No tenía ni
idea de dónde procedía la presión, ni
tampoco qué hacer con ella, ni examiné
detenidamente la sensación. Siempre
había tenido en cuenta la posibilidad de
enloquecer por completo —de hecho, yo
sabía que en ocasiones había estado
loca— y esa posibilidad aumentó
cuando experimenté extraños destellos
que no guardaban ninguna relación con
mis experiencias.
Por ejemplo podía estar
desayunando y preguntándome si Mary
Lou se habría graduado después de
divorciarse de Al, y albergaba
sentimientos cariñosos hacia ella, y
luego me percataba de que no conocía a
Mary Lou. No conocía a Al. Eso me
pareció un síntoma de demencia. No
tenía ni idea de lo que significaba un
ataque de demencia, ni qué podía hacer
si ocurría. No estaba segura de
reconocerlo si sucediese, pero sabía que
al menos podía hacerlo en privado, ya
que no a salvo, si me sucedía en casa.
Por eso corría a casa después de
trabajar y nunca invitaba a nadie.
Y entonces Ella empezó a
perseguirme.
Era un asunto privado y no deseaba
compartirlo, ni siquiera admitirlo. No
estaba seguro de quién era Ella ni cuáles
sus poderes o intereses sobre mí, pero
su atención era tan tentadora, tan
sensual, tan particular, que me arrastraba
por completo. Me atraía absolutamente.
Me enamoraba absolutamente. Empecé a
bajar la guardia, contrariando el sentido
común.
La primera vez que la vi había sido
en casa de Lewis. Hasta ese momento
Ella rara vez me permitía recordar
nuestras conversaciones, y mucho menos
ver su rostro. Yo la conocía sólo como
una esencia etérea que aparecía en
medio de mis meditaciones. La que
vivía dentro de la música. Y ahora,
después de la muerte de Fred, Ella vino
a buscarme, Ella me quería, Ella me
deseaba y yo era…
Yo era joven. Muy joven. Y los
jóvenes no conocen el peligro.
Descubrí que yo actuaba para
obtener su aprobación. Con el tiempo, se
desvaneció la idea de estar lo
suficientemente bien para Sarah. Era
demasiado adulador, demasiado
alentador, demasiado divertido. Buscaba
cosas ingeniosas para decir y descubrí
que lo hacía para divertirla. De algún
modo, sabía que Ella me observaba todo
el tiempo. Sabía que nadie que me
amase tanto como Ella querría estar
conmigo todo el tiempo. Empecé a vivir
con su idea tan íntimamente como vivía
con el color de mi cabello.
Yo sabía lo que le gustaba.
A Ella le gustaba que me citara con
la gente que llamaba al servicio de
mensajería en mitad de la noche y que
dejara la oficina vacía para reunirme
con ellos.
Ella fue la única que me habló del
estanque y de la vieja cabaña donde los
llevaba y luego enterraba sus restos en
la nieve para que la primavera los
encontrase, si las hambrientas alimañas
no los descubrían primero.
Ella me dirigía hacia las zonas más
pobladas por turistas aptos para mis
fines. Ella me ayudaba a elegir ropas
atractivas, a decir cosas inteligentes y
seductoras a aquella gente que Ella
elegía por mí, cuando antes yo había
sido una mentecata incapaz de abrir la
boca.
Y mientras Ella me dirigía, me sentía
muy orgullosa de demostrarle lo que
había aprendido de Ella, que sus
enseñanzas no se habían perdido, que yo
era inteligente y deseaba agradarle, que
pronto se desarrollaría mi imaginación y
empezaría a inventar nuevas maneras
creativas de desplegar mis recién
adquiridas dotes de seducción.
Me fabriqué una capa azul marino de
tela de toalla, lavable a máquina, para
llevar debajo de mi abrigo y hacer mi
trabajo limpiamente, como a Ella le
gustaba. Dije e hice cosas abominables,
complaciéndome en su aprobación.
Mantuve conversaciones voluptuosas
con los clientes, completadas con
insinuaciones obscenas, delante de las
demás chicas del turno de día, para
consternación de éstas y entusiasmo de
Ella. Empecé a salir más, me volví más
animada.
Y luego iba a casa, cerraba la puerta
con llave, daba de comer al gato y
comía yo si tenía hambre, alargando el
tiempo, el momento, excitándome.
Y luego llegaba la hora en que
finalizaban mis obligaciones. Me
tumbaba sobre el colchón tendido en el
suelo y me ponía a meditar. Los labios
me hablaban al oído —los carnosos,
rojos y brillantes labios— y Ella me
hablaba con claridad y determinación,
mansamente, y me explicaba el placer
que yo le había proporcionado esa
noche.
Y a cambio Ella me daba placer a
mí.
Se me aparecía siempre en una o dos
formas. Cuando estaba despierta,
meditando, los labios me hablaban y,
aunque sólo los veía a través del ojo de
la mente, conocía cada pliegue, cada
arruga de sus labios, cada curva de
blancos dientes, cada mancha reluciente
en la punta de su lengua.
Y cuando juntas nos escabullíamos a
través del vacío, escuchando la música,
y yo me sentaba tranquilamente mientras
Ella ejecutaba los sonidos, como si Ella,
la niebla, fuera la misma sustancia de
las notas. Ella cambiaba a medida que la
música crecía. Se arremolinaba como
una bruma delicada. Se expandía en
grandes masas de niebla en movimiento
y me nublaba la visión, mientras caía
sobre mí y me envolvía, excitándome,
estimulándome. La música debía ser
creación de Ella; nadie más podía haber
imaginado algo tan bello, tan perfecto,
tan esencialmente adecuado para nuestra
relación, nuestras experiencias, nuestras
personalidades, nuestra unión y nuestro
amor.
Otras veces nos limitábamos a
conversar: por su ingenio, experiencia y
sus anécdotas daba gozo estar a su lado.
Pero sobre todo su esencia era la del
amor y cuando estaba con Ella, me
sentía total y completamente amada.
Ahora parece incomprensible, pero
pasó mucho, mucho tiempo antes de que
me percatase de que Ella no tenía ningún
nombre, ni tampoco la conocía. Mi
soledad y el deseo de estar con otra
alma se hacía confuso a la luz de su
brillante y amorosa personalidad, y creí
que había encontrado lo que estaba
buscando.
Quizá fuera cierto.
En realidad era Ella quien había
encontrado lo que estaba buscando, pues
cuando me conoció obtuvo mi devoción
de un modo tan completo como yo
obtenía la sangre vital de Sus víctimas.
En nombre del amor.
Mi querida Angelina:
Siempre me asedian los
remordimientos después de
sucumbir a mis pasiones más
bajas. Recuperar el sentido
siempre me conmociona, sin
embargo conservo este
apartamento para este tipo de
emergencias. Prefiero estar
preparada para mis perversiones
que caer víctima de ellas de
modos más terribles.
Te escribo esto mientras
duermes el sueño profundo de
quien no es ajeno a las bajas y
arcanas pasiones, si mi instinto
no me engaña. Eso es lo que me
hace creer que tú comprenderás,
como pocos harían, el alcance
del remordimiento del que hablo.
En este momento mi
remordimiento es tal que esta
tarde no me atrevo a mirarte a la
cara. Estoy asustada. Estoy
asustada de tu reacción cuando te
suelte en la oscuridad y me temo
que mi sentimiento de
culpabilidad y de repugnancia
hacia mí misma me harían
sucumbir ante ti. Y no puedo
hacer eso, pues hay gente que
depende de mí.
De modo que te dejo aquí, lo
que engrosa mi culpa y
remordimientos. Pero también
eso pasará. Sinceramente espero
que encuentres tu camino hasta tu
amiga Sarah y te ayude en tu
viaje. Por favor, acepta este
bastón como regalo.
No sé si esto te será de algún
consuelo ante los tormentos que
aquí has soportado, pero déjame
que te diga una cosa: Nunca
antes había disfrutado tanto con
alguien tan dulce y tierna como
tú. La experiencia de las dos
noches pasadas ha sido de
sublime éxtasis para mi desviada
moral y por eso estoy tan en
deuda contigo.
Que la paz sea contigo.
Rosemary.