Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1. Breve planteamiento.
2
ideario político liberal; y, finalmente, al ideario moral de la dignidad de la persona y a
su libre desarrollo.
3
es la de constitutionalism o constitutional government (Carreras, 1996: 6); o bien, la
italiana y su concepto del stato di diritto (Baratta, 1977: 15; Pérez-Luño, 1999: 238). Lo
común a todas estas denominaciones es una exigencia material del Estado que entronca
con una clara opción de carácter política: el liberalismo (Díaz, 1977: 52-53). Esta
acepción en sentido técnico del Estado de Derecho también resultó ser reconocida por el
jurista vienés, pese a su conocida concepción formal del concepto in comento,
consistente en la afirmación de que todo Estado tiene que ser Estado de Derecho, por el
sólo hecho de constituir un orden de naturaleza coactiva de la conducta humana y que se
identifica tanto con el concepto de Derecho como con el concepto de Estado. Asunto
muy distinto, -piensa Kelsen- es la relativa a la presencia de garantías jurídicas que
permitan asegurar la conformidad de los actos jurídicos individuales a las normas
jurídicas generales: «La respuesta a esta pregunta se halla en el concepto del Estado de
Derecho en el sentido material o técnico de la palabra» (Kelsen, 1983: 120).
También el profesor Francisco Javier Ansuátegui mantiene una acepción técnica
del Estado de Derecho, pues «para poder hablar de Estado de Derecho hace falta algo
más, mejor dicho, mucho más, que un sistema de legalidad. Es necesaria la presencia de
una dimensión sustancial que se identifica básica y principalmente con la protección y
garantía de derechos fundamentales» (Ansuátegui, 2000: 98).
4
histórico ejercido por la doctrina del contrato ha sido extraordinario, que en toda forma
de Estado contemporáneo es posible apreciar el espíritu de la doctrina del Estado de
Derecho, presente en su estructura como en sus instituciones, a saber, los derechos de
libertad y todo el sistema de garantías jurídicas a ellos conexos (Jellinek, 1981: 161).
Las coordenadas del presente concepto son liberales y no otras que legitimen los
privilegios estamentales o “corporativos”, amparen las desigualdades entre los hombres
fundadas en la raza, condición, creencias o género de las personas o bien, que acepte la
actuación caprichosa de quienes detentan el poder. El Estado de Derecho deja de ser tal
cuando el Derecho no es ya limitación a la soberanía del Estado, sino fundamento de la
forma ordenada y obligatoria de la dominación. Ha adqurido el Derecho, entonces, un
carácter ético transpersonal, indisponible e incuestionable para los súbditos
individualmente considerados. Bajo esta acepción autoritaria del Derecho no tiene
sentido hablar de esferas subjetivas o de libertad de los individuos, pues de ella se
ocupará la ordenación transpersonal de los «nuevos» valores. Esto es un proceso de
autoritarización del Derecho: la sustracción por el Estado de las esferas de libertad
individuales, sustituyéndolas por la reunión e integración de sujetos en una esfera
colectiva. Estas son las formas de los regímenes autoritarios y totalitarios, mas no de
aquellos en los que se observa una sujeción a los valores y principios de identidad
propios del Estado de Derecho.
Para un conservador como Schmitt, quien efectúa una atenta descripción jurídica
de la noción de Estado de Derecho, éste concepto del Rechtsstaat reúne dos principios
presentes en toda Constitución moderna. Por una parte, el principio de distribución que
dibuja la extensión de los derechos y competencias de la relación esfera
individual/esfera estatal, respectivamente. Por otra, un principio de organización que
armoniza y pone en práctica el principio de distribución, y que se expresa
fundamentalmente en la doctrina de separación de poderes. De este modo, para el jurista
del Tercer Reich los contenidos típicos del Estado de Derecho -Estado liberal burgués
de Derecho, en su terminología- son derechos fundamentales y división de poderes
(Schmitt, 1982: 138; véase también Baratta, 1977: 19). Una doctrina de la distribución
de los derechos/competencias es inútil sin la formulación del principio de reserva legal,
especialmente, en lo que dice relación con los derechos: «Sólo valdrá como Estado de
Derecho aquel en que no puedan intentarse injerencias en la esfera de libertad individual
sino a base de una ley [...]» (Schmitt, 1982: 142).
5
El pensamiento de Schmitt da cuenta de la posición que juegan los elementos
“Estado” e “individuo”, cuánto poder se asigna en uno y otro y sus respectivos grados
de extensión en el ejercicio de dicho poder. En consecuencia, de haber una ordenación
política y jurídica donde, conforme al principio de distribución, los individuos (en
principio) ejercen una libertad limitada; y el Estado, conforme a esta misma
distribución, ejerza una potestad (en principio) ilimitada, tal vez se halle fuera de lo que
hemos descrito como Estado de Derecho.
A modo de recapitulación, se ha advertido el carácter controvertido de la
expresión “Estado de Derecho”; se ha rescatado una pedagógica distinción que reconoce
acepciones técnicas e ideológicas del concepto Estado de Derecho, donde la primera lo
identifica con los principios de imperio de la ley, control de la autoridad y derechos de
los individuos; la segunda, correspondería a cualquiera otra forma de la ordenación
jurídica y política de una comunidad diversa de la anteriormente expuesta. En definitiva,
que no basta con las definiciones formales del Estado de Derecho sino que, además, se
hace necesario introducir elementos materiales o sustanciales que, en una adecuada
articulación jurídica respecto del Estado, reconozca y garantice derechos a los
individuos.
Uno de los importantes logros de la teoría del Estado fue determinar la relación
de éste frente a su propio Derecho: la teoría de la autolimitación. Ya afirmaba Jellinek
que de la respuesta satisfactoria a esta cuestión dependía «todo Derecho Público, y por
consiguiente de todo Derecho en general» (Jellinek, 1981: 275). La teoría de la
autolimitación del Estado, si bien fue objeto de críticas no menores por el jurista vienés,
encuentra eco en la idea kelseniana de “ámbito material de validez” del Derecho -y, en
consecuencia, del Estado-, la que mantiene hasta nuestros días las líneas maestras para
explicar las consecuencias que genera las relaciones entre derechos fundamentales y
Estado de Derecho. En este sentido, e inspirado en el modelo garantista como modelo
de Derecho, el profesor Ansuátegui Roig indica «que la afirmación que vincula
derechos fundamentales y Estado de Derecho supone una estructuración compleja del
Ordenamiento jurídico, con consecuencias muy concretas en lo que se refiere a la
organización de los poderes públicos y al ejercicio de su capacidad normativa»
(Ansuátegui, 2000: 114). El propio jurista de Heidelberg lo expresa en los siguientes
6
términos: «La idea de la auto-obligación del Estado respecto a su Derecho ha
desempeñado un papel importantísimo en la formación del constitucionalismo moderno.
No sólo trata éste de contener la omnipotencia del Estado mediante la fijación de
normas para la exteriorización de su voluntad, sino que trata de refrenarle muy
especialmente, mediante el reconocimiento de derechos individuales garantidos. Esta
garantía consiste en otorgar a los derechos protegidos el carácter de inmutables»
(Jellinek, 1981: 279).
7
derecho que han de regir el ejercicio de la potestad estatal sólo pueden ser obra del
Estado mismo. Si la soberanía no es necesariamente un poder sin límites, por lo menos
pertenece a la esencia del Estado soberano determinar por sí solo, por su propia
voluntad, las reglas jurídicas que deberán formar la limitación de su potestad soberana.
El Estado dejaría verdaderamente de ser soberano si tales limitaciones pudieran serle
impuestas por una voluntad o una potestad superiores a la suya» (Carré de Malberg,
1998: 222). Según Carré de Malberg, las expresiones alemanas para referirse a esta
doctrina de la auto limitación estatal son Selbstverpflichtung (auto compromiso),
Selbstbindung (auto atadura, compromiso, auto vinculación) y Selbstbeschränkung
(auto limitación).
Precisamente en esto constituye el gran aporte de Jellinek a la doctrina del
Derecho Público contemporáneo, entender que la potestad de dominación estatal es una
potestad de naturaleza jurídica y que por lo mismo sometida al Derecho, ergo,
necesariamente una potestad limitada (Carré de Malberg, 1998: 220). Concebir como
jurídicas el ejercicio de una potestad estatal significa desentrañar los fundamentos de
una concepción garantista del Derecho. La primera de todas las garantías a los derechos
fundamentales es el diseño de mecanismos que eviten el ejercicio absoluto del poder:
«Acompaña, pues, a todo principio de Derecho la seguridad de que el Estado se obliga a
sí mismo a cumplirlo, lo cual es una garantía para los sometidos al Derecho. La orden
dada por el Estado a sus órganos, de ejecutar las disposiciones jurídicas, no es puro
arbitrio de aquél, como acontece en la teoría opuesta [se refiere Jellinek a aquella que
niega la auto limitación del Estado] si quiere ser consecuente consigo misma, sino que
se trata de cumplir un deber; el Estado se obliga a sí mismo en el acto de crear un
Derecho respecto de sus súbditos, cualquiera que sea el modo como el derecho nazca, a
aplicarlo y mantenerlo» (Jellinek, 1981: 276).
Con casi idéntico razonamiento, el maestro de Estrasburgo agrega que es
innegable que el orden jurídico vigente no solamente liga a los súbditos, sino también al
Estado. No los liga sin duda de la misma manera, pues al Estado siempre queda
reservada la competencia para modificar el Derecho vigente. Mientras tanto, el Estado
no puede desconocer el Derecho que actualmente lo vincula, debiendo ejercer su
potestad de conformidad a lo que establezcan las normas constitucionales. No es
efectivo que la potestad del Estado sólo reconozca límites en los hechos, en el orden
moral o en el orden político. La potestad estatal encuentra en su camino auténticos
límites de derecho (Carré de Malberg, 1998: 220-221).
8
La defensa de la autolimitación expuesta por Carré de Malberg incorpora una
crítica a aquellos autores, opositores a esta doctrina, que en definitiva afirman la
limitacion de la potestad estatal en argumentos o principios tomados fuera del Estado y
de la voluntad de éste. Una de esas proposiciones -dice Carré de Malberg- es la teoría de
los derechos innatos nacidos durante el fragor de la Revolución francesa y que exigen su
respeto por el Estado, tal como fueron proclamados en el artículo 2 de la Déclaration
des droits de l’homme et du citoyen. La mirada atenta del jurista de Estrasburgo muestra
el interesante error de los defensores del derecho natural revolucionario toda vez que
dichos derechos adquieren valor jurídico bajo condición de haber sido previamente
declarados, regulados por ley y sancionados por ésta, lo cual no es otra cosa sino
admitir la realidad del sistema de la auto limitación. Cuestión muy distinta es la del
éxito o eficacia jurídica de los derechos consagrados en la Constitución francesa de
1791 (Carré de Malberg, 1998: 226-227).
Estas ideas de Carré de Malberg dan cuenta de su talante positivista en el sentido
de advertir la inadmisibilidad de criterios iusnaturalistas a la hora de justificar un
criterio extrajurídico tendiente a la auto limitación de las potestades estatales. La
doctrina de la auto obligación del Estado a su propio Derecho no es una teoría
conservadora de los derechos fundamentales, es decir, para el resguardo de
determinados derechos, sino una teoría orgánica y funcional al momento de explicar la
asunción por la voluntad del Estado de determinados contenidos o exigencias éticas
como son los derechos fundamentales. Admitir la «exterioridad» de los principios que
justifican la limitación del Estado significa dotar con cuotas crecientes de incertidumbre
e inestabilidad en la garantías de los derechos de las personas. Esta es, pienso, la razón
por la que Carré de Malberg, con extraordinaria lucidez, señala la diferencia entre los
conceptos de «Estado de Derecho» (Rechtsstaat) y «autolimitación»
(Selbstbeschränkung). El Estado de Derecho supone algo mucho más que la necesidad
de autolimitación, supone, además, que toda la actividad del Estado ejercida sobre los
ciudadanos (súbditos) debe estar conforme a una regla que le preexista. La doctrina de
la autolimitación, contiene un propósito distinto, esencial para la posibilidad de todo
Estado, pero de un alcance menor a los fines perseguidos por la doctrina del Estado de
Derecho. Las potestades estatales como conjunto de facultades o atribuciones de la
autoridad se ejercen bajo un efecto positivo y otro negativo, es decir, cuando el
ordenamiento jurídico confiere una potestad a un órgano del Estado (efecto positivo), al
mismo tiempo excluye de su ejercicio a otros titulares de otros órganos estatales (efecto
9
negativo). También se observa este fenómeno de la limitación de la potestad estatal
cuando ha sido la propia Constitución la que se reserva la declaración o existencia de
los derechos fundamentales –expresados mediante el ejercicio del poder constituyente-
(efecto positivo) privando de tal determinación a cualquiera otra clase de autoridad
constituida (Carré de Malberg, 1998: 223-224).
3.2. Los derechos fundamentales como ámbito material de validez del Derecho.
10
es decir, de si el Estado puede o no intervenir en éste o aquél derecho a fin de obtener o
una sociedad más libre o más igualitaria.
Concluyendo los puntos aquí tratados se puede afirmar que la teoría de la
autolimitación o autobligación del Estado a su propio Derecho resulta funcional en la
caracterización de lo que contemporáneamente se ha denominado como Estado de
Derecho, sobre todo cuando se trata de resguardar los derechos de las personas
reconocidos por el ordenamiento jurídico. Esta teoría, comentada muy especialmente
por Carré de Malberg, constituye una teoría jurídica positiva en la medida que afirme la
sujeción de la potestad estatal a principios, normas o valores del ordenamiento jurídico
y no a un ordenamiento normativo extra jurídico. Kelsen, quien no militó
fervientemente en esta doctrina de la autolimitación del Estado -debido a razones
perfectamente coherentes con sus postulados metodológicos-, planteó el concepto de la
validez material del ordenamiento jurídico (léase, también, Estado) como ámbito en la
que las potestades estatales reconocen límites. Son, pues, los derechos fundamentales
límites de validez material del ordenamiento jurídico.
11
individuales. La mayoría de sus disposiciones dicen relación con la generalidad y
eficacia de la ley, con la prohibición de tribunales especiales, prohibición de castigos
crueles, jurados nombrados convenientemente, que no se arme ejército sin previo
consentimiento del Parlamento inglés, sobre garantías a la elección del mismo, entre
otras de similar entidad. Para Jellinek todas estas cosas no son derechos sino más bien
obligaciones del Gobierno. Los únicos contenidos relativos a derechos propiamente
tales serían el derecho de portar armas y la libertad de opinión de los miembros del
Parlamento inglés. Remata su observación con la siguiente consideración: «Si, a pesar
de esto, las cláusulas del Bill of Rights se designan como Derechos y Libertades del
pueblo inglés, obedece a la idea de que son derechos populares las limitaciones que la
ley impone a la Corona» (Jellinek, 1943: 82-83).
Volviendo con la exposición, en las diversas adjetivaciones del Estado de
Derecho (liberal, social y/o democrático) los derechos de las personas han cumplido
ciertos «papeles» que nos permiten comprender su peso específico en el funcionamiento
de un régimen político o de un ordenamiento jurídico.
Pero por otra parte, los derechos fundamentales que han alcanzado su
positivación en los textos constitucionales adquieren funciones muy específicas y que
son propiamente jurídicas.
Sólo los derechos fundamentales son capaces de desplegar funciones al interior
del Estado de Derecho. Autores como Hans Peter Schneider han afirmado que los
derechos fundamentales son «(...) simultáneamente la conditio sine qua non del Estado
constitucional democrático, puesto que no pueden dejar de ser pensados sin que peligre
la forma de Estado o se transforme radicalmente» (Schneider, 1991: 136). Para este
autor los derechos fundamentales, considerados en abstracto, constituyen «fines en sí
mismos y expresión de la dignidad humana que sólo se pueden funcionalizar de manera
limitada». Según Schneider, «es indiscutible que los derechos fundamentales, como
contenido objetivo de integración de la Constitución (Smend), participan en la
constitución del Estado y las posibilidades de realización de los mismos deciden, al
mismo tiempo y de manera esencial, si los principios estructurales de la Constitución
cobran realidad y efectividad en el proceso político». Esto es lo que se denomina la
función estructural de los derechos fundamentales. En el Estado liberal de Derecho, los
derechos fundamentales cumplen una función de defensa frente al Estado y de elemento
objetivo del ordenamiento jurídico; en el Estado democrático de Derecho, los derechos
fundamentales cumplen una función de participación en la formación de la voluntad
12
política y una función de garantía procesal; finalmente, en el Estado social de Derecho,
los derechos fundamentales cumplen una función de prestación y, a la vez, son
directrices u orientaciones a la actividad del legislador (Schneider, 1991: 137 ss).
Se trata, en todo caso, de comprender que cada una de estas funciones se han ido
incorporando al acervo dogmático que presentan las constituciones contemporáneas, lo
cual evidenciaría que los Estados democráticos de hoy van acumulando, agregando a
sus culturas jurídicas los aportes de cada una de las expresiones del Estado de Derecho,
es decir, lo que se entiende por conquistas de los derechos no es más que la positivación
de estas funciones en los respectivos ordenamientos jurídicos. Claro está que las
diferencias entre uno y otro serán de mayor o menor intensidad.
13
protección jurídica a la que se podía acoger el individuo cuando el Estado rebasaba sus
fronteras» (Forsthoff, 1975: 250).
Como se dijo anteriormente, los derechos fundamentales también desarrollan
una función de elemento objetivo del ordenamiento (Elemente objektiver Ordnung),
bajo la forma de «[...] normas jurídicas objetivas formando parte de un «sistema
axiológico» que aspira a tener validez, como decisión jurídico-constitucional
fundamental, para todos los sectores del Derecho» (Schneider, 1991: 139). Esta
categoría nace en la temprana jurisprudencia desarrollada por el Tribunal Constitucional
Federal alemán (Bundesverfassungsgericht) bajo la vigencia de la Ley Fundamental de
Bonn (Bonner Grundgesetz). La decisión del Tribunal Constitucional alemán de 15 de
enero de 1958, conocida como “Caso Lüth” (Lüth-Urteil), declara , en sus fundamentos
(Gründe) que la Ley Fundamental no quiere ser un ordenamiento valorativamente
neutro (wertneutrale Ordnung), que la Constitución ha establecido un ordenamiento
valorativo objetivo (objektive wertordnung) y que el sistema valorativo se desarrolla en
torno a las ideas del libre desarrollo de la personalidad humana y de su dignidad (frei
entfaltenden menschlichen Persönlichkeit und ihrerWürde) [BVerfGe 7, 198 (205), que
quiere decir: Bundesverfassungsgericht, tomo 7, página 198, página 205 por la que se
cita].
En la misma dirección que la jurisprudencia alemana Konrad Hesse piensa que
los derechos fundamentales no sólo son derechos subjetivos, sino también principios
objetivos del ordenamiento constitucional y del ordenamiento jurídico en su conjunto:
«Al significado de los derechos fundamentales como derechos subjetivos de defensa del
individuo frente a las intervenciones injustificadas del Estado corresponde su
significado jurídico objetivo como preceptos negativos de competencia. Las
competencias legislativas, administrativas y judiciales encuentran su límite siempre en
los derechos fundamentales; éstos excluyen de la competencia estatal el ámbito que
protegen, y en esa medida vedan su intervención» (Hesse, 1996: 91-92).
El hecho de que los derechos fundamentales puedan ser considerados como
valores objetivos del ordenamiento jurídico significa un profundo cambio en la manera
de entender la idea Estado de Derecho desde una perspectiva liberal-formal a una
liberal-material, cuestión que se manifestó en los últimos años de la República de
Weimar logrando extenderse más allá de las fronteras de Alemania: «[...] el concepto
material del Estado de Derecho se caracteriza por el hecho de que el poder del Estado se
entiende como vinculado a determinados principios y valores superiores del Derecho,
14
así como porque el centro de gravedad de la actividad estatal no se entiende ya como
orientado primariamente a asegurar las garantías formales de la libertad, sino a
establecer una situación jurídica justa en sentido material» (Böckenförde, 2000: 40). Es
en la República de Weimar cuando el jurista Rudolf Smend formula una de las teorías
axiológicas sobre los derechos fundamentales más influyentes en Europa. Su postulado
es la posibilidad de conocer el «sentido contenido en un catálogo de derechos
fundamentales» (der inhaltliche Sinn eines Grundrechtskatalogs), que se propone
regular un sistema de valores, un sistema cultural (Alexy, 1986: 134).
La evolución normativa de las Constituciones ya no se agota en la organización
de los límites del poder estatal frente a las esferas de la libertad civil, como asimismo,
de la organización de los derechos políticos y su función en la conformación de la
voluntad estatal. También las Constituciones contemporáneas cristalizan jurídicamente
(sistema de garantías procesales) unos “valores fundamentales” que ordenan la vida en
común (Böckenförde, 2000: 40).
Si efectivamente las normas sobre derechos fundamentales son contenido
material de la Constitución y se expresan como «orden objetivo de valores»,
«condensación de principios suprapositivos», entonces “ese sistema de valores tiene que
tener «validez para todos los ámbitos del derecho»”. Esta vinculación al orden de los
valores es lo que transustancia la clásica idea liberal-formal del Estado de Derecho: «La
Constitución no garantiza ya la libertad de una forma incondicionada a través de una
delimitación jurídico-formal, sino solo la que cabe dentro del sistema de valores
reconocida por ella: quien se sitúa fuera de este sistema de valores, positivado entre
otros en la cláusula de intangibilidad (art. 79, III en relación con el art. 20 LF), deja de
tener derecho a la libertad política (art. 2, I y II, art. 18 LF)» (Böckenförde, 2000: 41).
Pérez Luño da cuenta de la incorporación, por la dogmática constitucional
española, de la concepción germana de las funciones objetivas y subjetivas de los
derechos fundamentales, es decir, la comprensión de estos institutos jurídicos como
configuradores institucionales y del estatus jurídico de los ciudadanos.
En cuanto a la función objetiva que despliegan los derechos fundamentales,
Pérez-Luño afirma que una vez que los derechos logran reconocimiento, protección y
garantías suficientes en el orden constitucional, es decir, cuando la decisión inequívoca
de la voluntad estatal ha sido observar y promover los derechos fundamentales, estos
pasan a constituir el fundamento para el consenso político sobre el que debe edificarse
toda sociedad democrática, sistematizando ese nuevo contenido axiológico que se
15
pretende como objetivo por el ordenamiento democrático y al cual el pueblo
políticamente activo otorga su consentimiento y condiciona su obediencia al Derecho.
No es extraño, pues, que toda esta axiología presente en la cúspide de la grada
normativa empapa al Derecho logrando su constitucionalización (Pérez-Luño, 1998: 21-
22).
La jurisprudencia constitucional española ha incorporado, con matices, la
doctrina de la subjetividad de los derechos y la doctrina de los derechos fundamentales
como elementos objetivos del ordenamiento jurídico. Como botones de muestra, están
las sentencias del Tribunal Constitucional 25/1981, de 14 de julio, ponente Antonio
Truyol Serra y la 53/1985, de 11 de abril, ponentes Gloria Begué Cantón y Rafael
Gómez-Ferrer Morant. La STC 25/1981 habla del doble carácter que tienen los derechos
fundamentales. Por una parte, son derechos subjetivos, “(...) derechos de los individuos
no sólo en cuanto derechos de los ciudadanos en sentido estricto, sino en cuanto
garantizan un «status» jurídico o la libertad en un ámbito de la existencia”. Por otra
parte, el juez constitucional declara que también son los derechos fundamentales
«elementos esenciales de un ordenamiento objetivo de la comunidad nacional, en cuanto
ésta se configura como marco de una convivencia humana justa y pacífica, plasmada
históricamente en el Estado de Derecho y, más tarde, en el Estado social de Derecho o
el Estado social y democrático de Derecho» (Fundamento Jurídico 5. de la sentencia).
La STC 53/1985 –una de las decisiones del Tribunal Constitucional español con alto
número de votos particulares- establece que los derechos fundamentales no sólo
cumplen una función de derechos subjetivos de defensa frente al Estado, sino también
una función estructural básica, «(...) tanto del conjunto del orden jurídico objetivo
como de cada una de las ramas que lo integran, en razón de que son la expresión
jurídica de un sistema de valores, que, por decisión del constituyente, ha de informar el
conjunto de la organización jurídica y política (...)» (Fundamento jurídico 4. de la
sentencia).
La noción de subjetividad que tienen los derechos fundamentales apela a la
capacidad para configurar los estatutos jurídicos de los individuos al interior de la
comunidad, sea frente al Estado o en las relaciones con otros particulares. Aquí es
donde se observa una importante evolución en el sentido de los derechos. Hoy los
derechos fundamentales no sólo se afirman frente al Estado, sino también frente a
cualquier otro miembro de la comunidad que no ejerza potestades públicas, sean ellos
personas naturales o jurídicas. Es lo que la doctrina alemana ha llamado “eficacia de los
16
derechos fundamentales ante terceros” (Drittwirkung der Grundrechte). Esta es una de
las buenas aportaciones de la Ley Fundamental de Bonn al derecho constitucional
contemporáneo, el haber concebido los derechos como obligaciones vinculantes a todos
los poderes públicos para respetarlos y protegerlos (deberes negativos y positivos) y,
sobre todo, como «derecho directamente aplicable». Lo que ha sido caracterizado como
dimensión subjetiva de los derechos fundamentales no es más que el reconocimiento de
la configuración de un estatuto jurídico de los ciudadanos, sea en sus relaciones frente al
Estado o alguno de sus órganos, sea frente a otros ciudadanos con los que mantenga
relaciones de horizontalidad. Respecto de ambas situaciones el ordenamiento jurídico
ofrece al justiciable amparar su libertad, su autonomía y su seguridad (Pérez Luño,
1998: 22).
La calidad subjetiva de los derechos es ante todo un otorgamiento de status que
delimitan las respectivas esferas de actuación de los sujetos involucrados en una
relación jurídica. Por ello se mantiene con relativa vigencia la doctrina de los estatus
subjetivos de Georg Jellinek, formulada en su clásica obra “Sistema de los derechos
públicos subjetivos”, System der subjektiven öffentlichen Rechte (Para una visión
propedéutica, Pérez-Luño, 1998: 24-25). Georg Jellinek publica en 1892, Tübingen, la
primera edición de su teoría de los derechos públicos subjetivos; en 1905 se publica la
segunda edición. La última reimpresión es de 1964. En 1912 se publica la traducción
italiana de la segunda edición alemana, a cargo de Gaetano Vitagliano y con un prefacio
del insigne iuspublicista liberal Vittorio Emanuele Orlando. Jellinek formula la
existencia de cuatro status o calidades en las que se puede encontrar el individuo frente
al Estado. Un status pasivo, por el cual el individuo se haya sujeto a la potestad estatal,
sin posibilidad de autodeterminación y en que la insubordinación de aquél resulta una
«concezione incompatibile con la natura dello Stato». Por lo tanto, se encuentra el
individuo en un status subiectionis; un status negativo, por el cual el individuo recupera
su carácter de «señor absoluto», dotado de una esfera libre del Estado en la que se
excluye el imperium. Bajo esta calidad el sujeto se encuentra en un status libertatis; una
tercera calidad del individuo frente al Estado es el status positivo, en cuya virtud el
Estado otorga al sujeto pretensiones jurídicas en su contra, un conjunto de prestaciones
estatales en el interés individual. Posee aquí el individuo un status civitatis; por último,
tenemos el status activo, mediante el cual el Estado promueve una condición más
elevada y cualificada del individuo, reforzando su ciudadanía activa, permitiéndole el
ejercicio de los derechos políticos. A esta calidad la denomina Jellinek status activae
17
civitatis. Estas son las situaciones de derecho público del individuo (Jellinek, 1912: 96-
98).
La doctrina de los status de Jellinek tiene como contexto cultural el Estado
liberal de Derecho. Por este motivo, hay quienes se han atrevido a complementar la
tipología del jurista de Heidelberg, agregando un nuevo status, el status positivus
socialis, con el cual se desea comprender la cultura de los derechos económico-sociales.
Tal propuesta pone de relieve la compatibilidad entre los derechos civiles y políticos
con los de económico-sociales, en cuanto éstos permiten el desarrollo de la personalidad
tanto en su dimensión individual como colectiva (Pérez-Luño, 1998: 22).
Estos han sido los caracteres más importantes de los derechos fundamentales en
tanto funciones de defensa y elementos objetivos del ordenamiento.
4.2. Estado social de Derecho y función de los derechos fundamentales como derechos a
prestación, directrices constitucionales y reglas de actuación
a) Observación preliminar.
18
profesor de la Universidad de Sevilla señala que el nuevo rol asumido por el Estado de
Derecho ha generado vivos debates, sobre todo, entre los juristas alemanes. Esta
discusión desemboca en dos importantes posturas doctrinales, que pronto analizaremos
(Pérez-Luño, 1999: 224; Pérez-Luño, 1983). ¿Constituye la incorporación de los
elementos «sociales» en las estructuras constitucionales del Estado de Derecho una
desfiguración del régimen de sus garantías? ¿Existe acuerdo en la doctrina sobre qué
clase de contenidos «sociales» tienen la aptitud para desfigurar el Estado de Derecho?
(Böckenförde, 2000: 35-36).
19
Forsthoff, cuál es, la incompatibilidad entre el Estado social y el Estado de Derecho
(Böckenförde, 2000: 36).
Comentando la fórmula de Forsthoff, Pérez-Luño observa que la
incompatibilidad a nivel constitucional de los elementos sociales y de aquellos
constitutivos del Estado de Derecho se debe a la supuesta antítesis entre la finalidad de
statu quo económico-social, propia del Estado de Derecho que garantiza formalmente la
libertad de los ciudadanos mediante la separación de poderes, la legalidad de la
administración y la independencia judicial; y la finalidad transformadora que caracteriza
al Estado social caracterizada por la protección de las clases menos favorecidas
mediante una repartición equitativa de la riqueza (Pérez-Luño, 1999: 225). En este
sentido, Böckenförde es consciente de los motivos por los cuales afloran las
discrepancias en torno a la cuestión del Estado social como cláusula compatible con las
tradicionales del Estado liberal de Derecho. Quienes enemistan con la posibilidad de
incorporar cláusulas sociales en la Constitución liberal piensan que están en juego tres
importantes garantías constitucionales como son la igualdad jurídica, la libertad de
adquisición y la propiedad (Böckenförde, 2000: 36-37).
20
flexibilización de las estructuras por las que se encauzan las decisiones del poder,
permitiendo la participación gestionada por los propios destinatarios de aquél en el
bienestar económico y social; y quinto, el Estado social no puede suponer
discontinuidad de los principios y garantías tradicionales del Estado de Derecho en la
medida que los avances en las áreas sociales se efectúen respetando las prescripciones
constitucionales, así se mantiene la primacía del derecho (Pérez-Luño, 1999: 226-228).
Hans Peter Schneider entiende por Estado social de Derecho aquel que
«encomienda a los órganos estatales la misión de conseguir, ya en el presente, una
relativa compensación de los diversos intereses, aspiraciones y necesidades según
criterios inspirados en la justicia social, y prescindiendo de todo igualitarismo utopista
proyectado hacia el futuro». En este sentido los derechos fundamentales pasan a
consistir en derechos de prestaciones sociales.
De esta suerte, es posible predicar la segunda función de los derechos
fundamentales que, bajo la vigencia del Estado de prestaciones sociales, logran
cristalizar «como directrices constitucionales y reglas de actuación legislativa, de las
cuales se desprende la obligación -no accionable, pero sí jurídicamente vinculante- de
una determinada puesta en marcha de la actividad estatal» (Schneider, 1991: 144-146).
21
tercer lugar, otro presupuesto del Estado democrático en la conformación del proceso
político es la libre participación y la igualdad de oportunidades. Finalmente, como
componente del Estado democrático de Derecho es la transparencia de todo el proceso
social con la finalidad permanente de crear unas condiciones sociales más justas y
libres. En este sentido los derechos de libertad política adquieren la forma subjetiva de
participación y conformación del status politicus y por la que Schneider entiende que
«representan (...) las garantías constitutivas de la función del orden democrático».
Agrega este autor posteriormente: «Como consecuencia, las garantías de las libertades
públicas se han transformado paulatinamente de derechos de defensa frente al Estado
(constitucional) en derechos funcionales de la democracia frente al respectivo Gobierno
(parlamentario)» (Schneider, 1991: 140-141).
Frente a estos derechos subjetivos de participación existen las garantías
organizatorias y procesales del régimen democrático. La dominación democrática se
desarrolla de conformidad a dos fenómenos que caracterizan a los modernos Estados
constitucionales. Por una parte, existe una voluntad política mayoritaria y provisional
que moldea legítimamente la sociedad; por otra parte, existe también una minoría que
tiene a su alcance mecanismos de control de la acción del gobierno. Una y otra realidad
supone el ejercicio periódico y permanente de un sin fin de normas de organización y de
procedimiento. Es el caso de las normas que reglan no sólo los procesos eleccionarios y
plebiscitarios, sino también en todo el conjunto de normas que reglan los
procedimientos de la justicia electoral. También el de los contenciosos de
constitucionalidad a priori y a posteriori de proyectos de ley o de leyes en vigor,
respectivamente (Schneider, 1991: 142-143).
El valor teórico que tiene identificar los derechos fundamentales como garantías
de organización y procesal del régimen democrático no es menor si se tiene en cuenta
que una de las principales críticas efectuadas por los sectores conservadores de la
política, enemigos de su pluralidad, ha sido la apelación a la generalizada corrupción
propia de los sistemas liberales democráticos queriendo formar en la opinión pública la
sensación de «putrefacción del sistema» y, en consecuencia, la necesidad de
«intervenir» con urgencia y «mano de hierro» dicho estado social. Estas ideas son las
que se encuentran detrás de neoexpresiones políticas, creadas por los autoritarismos,
como las de «democracia orgánica» (franquismo, en España), «democracia protegida»
(pinochetismo, en Chile) y, más reciente, «democracia directa» (fujimorismo, en Perú).
Las dictaduras siempre se han legitimado ofreciendo barrer de la política los corruptos,
22
los gastos excesivos que demanda la deliberación pública y restablecer la seguridad y el
orden sociales. Sin embargo, las dictaduras, una vez ya en el poder, no destinan mayor
gendarmería a la fiscalización de sus propias actuaciones, pues teniendo suprimidas la
división de poderes y las libertades públicas, se priva a los honestos del derecho de
denunciar las corrupciones o ante la prensa, ante el parlamento o –como ha sucedido en
innumerables ocasiones- ante los propios tribunales de justicia, con el objeto de
perseguir la responsabilidad de los logreros. Esta circunstancia permite comprender por
qué en las dictaduras las denuncias de corrupción suelen ser más insólitas que en las
propias democracias: « Puede decirse por ello que ningún mito es tan mendaz como el
de que la Dictadura actúa como extirpadora de la corrupción» (Heller, 1985: 293-294).
Se ha expuesto que los derechos fundamentales han logrado el status de
elementos de defensa frente a las actuaciones ilegítimas del poder público
(incluyéndose también las actuaciones de particulares) y de elementos objetivos del
ordenamiento jurídico, vinculando de esta manera «a todos los sectores del Derecho»,
operadores jurídicos, órganos del Estado, personas y grupos de personas. Esta sujeción a
los derechos fundamentales es mucho más que sujeción a normas jurídicas, es, además,
sujeción a valores, valores como los de «dignidad de la persona», «inmutabilidad de los
derechos», entre otras. Los motivos por los cuales se llega a esta nueva forma de
vinculación jurídica no se debe, en ningún caso, a una supuesta crisis o incapacidad del
positivismo jurídico para concretar los anhelos de justicia mediante la idea de derechos
fundamentales. En ocasiones se pretende ver en la doctrina de los derechos
fundamentales la clara expresión de la crisis de la vieja idea de Estado de Derecho, que
sería la crisis de la ley en sentido formal y el triunfo del Derecho natural (Baratta, 1977:
21). En nuestra opinión, nada más equivocado que ello. La supuesta crisis de la ley es
una cuestión suplida por el mayor rango normativo que ha tomado la Constitución en
los últimos doscientos años de la cultura jurídica mayoritaria de la civilización
occidental. A su vez, el sistema de justicia constitucional ha también revalorado las
nuevas funciones de la ley (tipologías de ley) y que se expresan en una celosa
protección por los jueces constitucionales de los límites competenciales de cada
operador jurídico en el Estado. No tiene por qué tambalearse el Estado de Derecho a
medida que los derechos fundamentales se vayan vinculando a las fuentes superiores del
ordenamiento jurídico. La incorporación de los derechos fundamentales en la norma
constitucional ha permitido exigir del juez constitucional buenas y mejores razones con
el propósito de justificar o fundamentar su decisión judicial. La eficacia de los derechos
23
fundamentales, estén donde estén en el sistema de fuentes del Derecho, constituye, a la
vez, la eficacia y legitimidad del régimen político. Permítaseme la extensa cita
inmejorable de Otto Bachof: “Se ha alegado también que los numerosos y difundidos
conceptos de valor y otros conceptos indeterminados de nuestra Constitución -
«dignidad del hombre», «libre desarrollo de la personalidad», «igualdad», «Estado de
Derecho», «Estado social» y otros más- no son accesibles a una interpretación jurídica
suficientemente segura, de tal forma que su interpretación es pura política por falta de
una medida con arreglo a la cual se pueda juzgar en justicia. Esto apenas impresionará
al jurista, que conoce la problemática de los conceptos jurídicos indeterminados. Se
podría replicar que, desde hace tiempo, es una labor importante del juez, y generalmente
llevada a cabo con éxito, el rellenar con vida y contenido, mediante una jurisprudencia
dirigida a concretar y plasmar valores, los conceptos indeterminados que remiten a
preceptos éticos extralegales y a contenidos culturales o que se refieren a elementos
sociales o económicos cambiantes” (Bachof, 1987: 61-62).
Francisco Javier Ansuátegui Roig ha manifestado la importancia de la presencia
de valores en las áreas superiores del sistema de fuentes del Derecho. La inclusión de
valores y de otros contenidos sustanciales en los niveles más altos del ordenamiento
jurídico supone una sujeción mayor de los niveles inferiores del mismo. Por el
contrario, la ausencia de estos contenidos en la grada superior del Derecho, va
acompañada de cuotas mayores de libertad y de discrecionalidad en los niveles
inferiores del ordenamiento jurídico (Ansuátegui, 2000: 112).
Pero también los derechos fundamentales puede concebirse como derechos a
prestación, directrices y reglas de actuación a los operadores jurídicos -especialmente, al
legislador-, como normas de organización y garantías procesales del régimen
democrático. Los derechos fundamentales tienen una significación tanto en el Estado
liberal y democrático, como en el Estado social de Derecho. Los actuales Estados
constitucionales han acumulado los mejor de cada forma política de Estado. De este
modo, es posible hablar de una eficacia simultánea de los derechos fundamentales en
cuanto elementos de defensa y elementos objetivos del ordenamiento jurídico, como
derecho de participación y garantía procesal, como derecho de prestación y directriz
para el legislador (Schneider, 1991: 148).
5. Conclusión.
24
No voy a plantear una repetición de las breves conclusiones anteriormente
expuestas en este trabajo, sólo indicar tres consideraciones:
6. Bibliografía.
25
Baratta, Alessandro (1977). “El Estado de Derecho. Historia del concepto y
problemática actual”. Sistema. Nº 17-18, abril, Madrid, pp. 11-23.
Bobbio, Norberto (1992). Estado, Gobierno y Sociedad. Por una teoría general de la
política, traducción de José Fernández Santillán, 2ª. reimpresión, México: Fondo de
Cultura Económica.
Böckenförde, Ernst Wolfgang (2000). Estudios sobre el Estado de Derecho y la
Democracia, traducción y prólogo de Rafael de Agapito Serrano, Madrid: Editorial
Trotta.
Carré de Malberg, Raymond (1998). Teoría General del Estado, con un prefacio de
Héctor Gross Espiell, 2ª. edición en español: Fondo de Cultura Económica.
Carreras, Francesc de (1996). El Estado de Derecho como sistema, Madrid: Centro de
Estudios Constitucionales.
Díaz, Elías (1977). “El Estado democrático de Derecho y sus críticos izquierdistas”.
Sistema. Nº 17-18, abril, Madrid, pp.51-70.
Díaz, Elías (1998). Estado de Derecho y sociedad democrática, Madrid: Editorial
Taurus.
Entscheidungen des Bundesverfassungsgericht (1958). Tomo 7º. Tübingen: J.C.B. Mohr
(Paul Siebeck).
Fioravanti, Maurizio (2000). Los derechos fundamentales. Apuntes de historia de las
constituciones, traducción de Manuel Martínez Neira, 3ª. edición, Madrid: Editorial
Trotta.
Forsthoff, Ernst (1986). “Problemas Constitucionales del Estado Social”. El Estado
Social, traducción de José Puente Egido, Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.
Forsthoff, Ernst (1975). El Estado de la Sociedad Industrial, traducción de Luis López
Guerra y Jaime Nicolás Muñiz, Madrid: Instituto de Estudios Políticos.
Heller, Hermann (1985). “¿Estado de Derecho o Dictadura?”. Escritos Políticos, con
prólogo y selección de Antonio López Pina, versión española de Salvador Gómez de
Arteche, Madrid: Alianza Editorial.
Hesse, Konrad (1996). “Significado de los derechos fundamentales”. Manual de
Derecho Constitucional (Benda, Maihofer et alter), Madrid: Marcial Pons.
Hesse, Konrad (1999). Grundzüge des Verfassungsrechts der Bundesrepublik
Deutschland, reimpresión de la 20ª. edición, Heidelberg: C.F. Müller.
Jellinek, Georg (1981). Teoría General del Estado, prólogo y traducción por Fernando
de los Ríos, de la 2ª. edición alemana, Buenos Aires: Editorial Albatros.
26
Jellinek, Georg (1943). La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano,
México: Editorial Nueva España.
Jellinek, Georg (1912). Sistema dei diritti pubblici subbiettivi, traducción de Gaetano
Vitagliano y prefacio de Vittorio Emanuele Orlando, Milano: Società Editrice Libraria.
Kelsen, Hans (1983). Teoría General del Estado, traducción de Luis Legaz Lecambra,
Madrid: Editora Nacional.
Kelsen, Hans (1995). Teoría General del Derecho y del Estado, traducción de Eduardo
García Máynez, 5ª. reimpresión, México: Universidad Nacional Autónoma de México.
López Guerra, Luis (1994). Introducción al Derecho Constitucional, Valencia: Tirant
Lo Blanch.
Pérez-Luño, Antonio Enrique (1998). Los Derechos Fundamentales, 7ª. edición,
Madrid: Editorial Tecnos.
Pérez-Luño, Antonio Enrique (1983). “Sobre el estado de Derecho y su significación
constitucional”. Sistema. Nº 57, noviembre, Madrid, pp.51-76.
Pérez-Luño, Antonio Enrique (1999). Derechos Humanos, Estado de Derecho y
Constitución, 6ª. edición, Madrid: Editorial Tecnos.
Pérez Royo, Javier (1984). “La doctrina del Tribunal Constitucional sobre el Estado
social”. Revista Española de Derecho Constitucional. Nº 10, enero-abril, pp. 157-181.
Schmitt, Carl (1982). Teoría de la Constitución, traducción y presentación de Francisco
Ayala, Madrid: Alianza Editorial.
Schneider, Hans Peter (1991). Democracia y Constitución, prólogo de Luis López
Guerra, Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.
27