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ORGANIZACIÓN POLÍTICA
¿Lengua nativa o lengua obrera? Sobre la
variedad quichua santiagueña
Publicado el 12/06/2019 — en El Aromo n° 105

a limitación de la sociolingüística posmoderna enfocada en las políticas


L
L de identidad, no ve la implicancia de los procesos productivos en estas
lenguas minoritarias.

Por Héctor Andreani – Colaborador

Desde hace varias décadas en el imaginario social de Santiago del Estero hay
ideologías lingüísticas profundamente cristalizadas sobre la variedad más
sureña de la familia lingüística quechua, denominada localmente como “la
quichua”. Son ideologías aunadas en torno a una perspectiva que Voloshinov[i]
describía como propias del subjetivismo lingüístico: desde lo folklórico (el
acoplamiento del quichua al boom discográfico de los años 60); la delimitación
al espacio intimista o familiar; el foco puesto en la niñez como receptáculo
pasivo de lengua considerada “materna”; o la apropiación de sectores
indigenistas como lengua “ancestral”. En el plano de las prácticas efectivas,
es evidente que se han manifestado así, pero observamos que el cuadro social
de la lengua no se agota allí. Postulamos otra caracterización: por fuera de
factores familiares, folklóricos o “ancestrales” (que son ideologías lingüísticas
generalizantes sobre esta variedad lingüística), hay una dimensión situada de
clase que permite comprender mejor por qué se mantiene esta variedad
lingüística. Caracterizamos a “la quichua” como un repertorio subjetivista
estatal sobrante. Expliquemos por partes:

1) es repertorio, porque se compone de un conjunto de recursos bilingües


específicos. Aunque el habla se manifiesta de formas dinámicas, observamos
que el ámbito ideológico de masculinidad proletarizada se refracta en otros
ámbitos sociales (narrativas familiares, sexuales, infantiles, desafíos
agonísticos entre varones): los procesos de trabajo son la fuerza motriz del
repertorio bilingüe;
2) es subjetivista, porque el desarrollo de nuevos discursos públicos tiene
numerosos problemas de habilitación social: el quichua actualmente no
pertenece a ningún género musical predominante, está en escasísimos medios
de comunicación, las producciones escritas siguen en permanente dificultad, y
las políticas educativas son muy inestables. La impronta más fuerte de ese
subjetivismo es el ambiente de picardía surgido desde el trabajo migrante
estacional, e impregna a toda la experiencia productiva acumulada de
subsistencia rural. Es subjetivismo también porque los bilingües actuales, a su
modo, problematizan la autenticidad de nuevos usos «públicos» del quichua
(escolarizables, escriturales, mediales)

3) es estatal, no porque el Estado fomenta la lengua, sino porque la historia del


mantenimiento inestable del quichua fue a la par de la creciente asalarización
de bilingües, quienes realizaban usos quichuas (nunca documentados)
mientras desarrollaban el espacio estatal en zonas rurales. Vale un ejemplo:
quichuista no significa monolingüe, sino que es una categoría “nativa”
moderna para quien es bilingüe quichua-castellano y de la cual muchos
hablantes buscaron desmarcarse. Desde mediados del siglo XX, ese bilingüe
produce un uso muy singular: oculta su quichua y usa su repertorio castellano
para evitar la marginación social desde la mayoría poblacional representada en
la modernización estatal tardía desde la década del 40. La prohibición escolar
al quichua fue muy intensa (entre los años 40 hasta los años 90) pero no llegó a
ser tan efectiva, porque muchos docentes terminaban habilitando usos
quichuas en sus alumnos. Muchos bilingües accedían al mercado de trabajo a
pesar de hablar quichua (nunca fue un elemento de movilidad social). Una clave
histórica se halla en cierta habilitación del poder político: desde un hipotético
período prehispánico y durante toda la colonia, el quichua estuvo vinculado a
diferentes esferas de poder (muy variadas en su composición). Ni en Chaco
hubo gobernadores wichís, ni en Formosa hubo rectores pilagá: en cambio, en
Santiago los quichuistas (es decir, los bilingües) fueron caudillos, gobernadores
y hasta rectores universitarios.

4) es sobrante, porque a mediados del siglo XX ocurre un cambio importante en


la configuración sociolingüística. El quichua se “corrió” desde el lugar de
mayor capital sociopolítico (caudillos, gobernadores, funcionarios, notables de
peso), quienes compartían la lengua con amplias mayorías obreras desde el
siglo XIX (uso lingüístico de interclases) hasta que quedó consolidada en capas
obreras de muy baja productividad. A pesar de cierto “levantamiento oficial”
de la prohibición lingüística a mediados del siglo XX, paradójicamente se
instalaba una valoración de clase (quichua / abandono escolar / pobreza) que se
consolidó en décadas posteriores hasta la actualidad. Por un lado, en las
escuelas rurales se ejercía prohibición para que los niños no hablaran quichua,
aunque pasada esa edad dicha prohibición era “levantaba” y el bilingüismo
siguió siendo intenso en el mundo laboral adulto. Por otro lado, las efectivas
fuerzas motrices sociales de la lengua (al menos desde mediados del siglo XIX y
con mucha más fuerza durante el siglo XX) se asentaron en los mencionados
procesos productivos, donde muchos explotados se mantuvieron bilingües (en
trabajos agropecuarios de baja productividad y alta aplicación de trabajo
manual en zonas de escasa tecnificación), sobre todo en procesos de trabajo
con obreros agrupados en cuadrillas (explotación forestal, algodón y caña,
minifundios agrícolas, trabajos agrarios temporales –despale,
desenraizamiento, etc.-, migración estacional contemporánea a
multinacionales de la pampa húmeda, etc.). Una gran mayoría de los bilingües
quedó relegada en las zonas más empobrecidas, paradójicamente, dentro de la
mesopotamia agroproductiva de la provincia. Aunque permanecen
actualmente franjas muy minoritarias de burguesía rural bilingüe (algunos
comisionados municipales con capitales en sus zonas, comerciantes o
productores agrarios con tierras pero con bajísima tecnificación de sus
estructuras productivas) sus actividades jamás despegaron de un margen muy
bajo de productividad. Esta capa improductiva de la burguesía rural local no
desapareció gracias al sostenimiento de programas estatales de fomento, y
sigue compartiendo los mismos parámetros culturales-lingüísticos con el
resto de la población obrera rural. Y aún conforman (como una continuidad
desde el siglo XIX) una trama social de muy baja densidad. Es otra de las claves
del mantenimiento del quichua.

Algunos datos actuales para comprender mejor el carácter “obrero” de esta


lengua todavía hablada en la mesopotamia santiagueña y sus adyacencias: el
ingreso extrapredial del obrero rural a la economía familiar adquiere
porcentajes muy altos respecto de ingresos por explotaciones agropecuarias
(EAPs) familiares, en el orden del 70% y puede llegar hasta el 100%, con lo cual
toda la literatura campesinista que refiere a estas poblaciones rurales es
problematizada[ii]. Dependiendo la demanda de mano de obra para la cosecha
o despanojamiento por parte de las semilleras multinacionales cada año, la
provincia aporta entre 35.000 hasta picos de 50.000 obreros de la mesopotamia
provincial[iii]. La gran mayoría de esos obreros proviene de los departamentos
Figueroa, Salavina, San Martín, Atamisqui y Sarmiento. A su vez pertenecen al
núcleo de departamentos con más proporción de población bilingüe quichua-
castellano, según las estimaciones actualizadas de Albarracín (2016: 304):
Figueroa con 80% (14.256 habitantes); Salavina con 80% (8.974 habs.); San
Martín con 70% (6.882 habs.); Atamisqui con 70% (7.646 habs.) y Sarmiento
con 70% (3.225 habs.). Son valores “estimados” al no haber indicadores
censales exclusivos para lenguas porque las cofunden con indicadores
étnicos[iv]. El total estimado (sumando a otros departamentos de menor
incidencia bilingüe) es de 150.600 hablantes bilingües[v], un 16,7% de
bilingües sobre la población total provincial.

Todo esto nos permite comprender, primero, que por fuera de mitificaciones
folklóricas, intelectuales o culturalistas, la categoría nativa quichuista está
inevitablemente atravesada por la modernización estatal; segundo, cómo la
población bilingüe quichua-castellano pasó a integrarse como componente
significativo del ejército de reserva del capital; tercero, el sentido de la política
lingüísticainherente a estos procesos laborales agrarios, donde la demanda
laboral no supuso saber castellano para esa calificación requerida; cuarto, la
limitación de la sociolingüística posmoderna enfocada en las políticas de
identidad, que no ve la implicancia de los procesos productivos en estas
lenguas minoritarias.

[i] Voloshinov, Valentín N. El marxismo y la filosofía del lenguaje. Los principales


problemas del método sociológico en la ciencia del lenguaje. Madrid: Alianza
Editorial, (1992) [1929].

[ii] Desalvo, Agustina. “Una aproximación a la naturaleza social de la


población rural santiagueña: el caso de Salavina”. En: Notas de población, Nº
98, julio de 2014, pp. 163-191.

[iii] Ledesma, Reinaldo; Tasso, Alberto. “Empleo rural y migrante estacional


en Santiago del Estero”. En: Ledesma, R.; Paz, J.; Tasso, A.. Trabajo rural
estacional de Santiago del Estero. Buenos Aires: Ministerio de Trabajo, Empleo y
Seguridad Social–OIT, 2011; Neiman, Guillermo. “Estudio exploratorio y
propuesta metodológica sobre trabajadores agrarios temporarios”. En:
Proyecto de Desarrollo de Pequeños Productores Agropecuarios (PROINDER)
Buenos Aires, 2009.
[iv] En SdE, no hay una vinculación directa entre etnia y lengua, sino un
conglomerado étnico (ex cazadores-recolectores, árabes, criollos,
afrodescendientes, etc.) devenidos bilingües quichua-castellano, proceso
iniciado desde mediados del siglo XIX. En: Grosso, José Luis. Indios muertos,
negros invisibles. Identidad, hegemonía y añoranza. Córdoba: Encuentro Grupo
Editor, 2008, cap. 2.

[v] Albarracín, Lelia Inés. La quichua. Ejercicios y gramática. Volumen III.


Buenos Aires: Dunken, 2016.

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