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Decodificando.

Para la siguiente presentación, he realizado una grabación de campo con un trazado al azar, que
inicia en la intersección de 5 de abril con calle el Roble, en dirección a la plaza de armas de Chillán.

En mi recorrido diario hacia mi lugar de trabajo, estoy sometido a un conjunto de elementos


sonoros bastante diversos. Dependiendo de la hora del día, pueden ser inclusive molestos y
subyugantes, pues mi actividad se desarrolla en el centro de la ciudad, que como en toda urbe, se
encuentra habitada por un sinnúmero de estímulos. Debo admitir que para mi sorpresa, en la
grabación lo que más se advierte por sobre el tránsito vehicular son las voces de las personas, su
timbre y altura, la manera en como pronuncian ciertas palabras. Podría decirse que para ser mi
primera experiencia, la escucha semántica fue la que más estuvo alerta.

Es la hora de almuerzo, y mi paso es a una velocidad normal; en el recorrido, advierto un


vendedor ambulante, que ofrece al transeúnte cordeles para colgar la ropa. Su voz proviene de la
garganta, con el paladar arriba, gangoso, en una frase larga que llama la atención. Una
conversación que no alcanzo a distinguir y la risa de un niño, mientras el golpeteo de las botellas
de un kiosco contiguo me ponen en alerta. Mi foco transita entre esos sonidos hasta que la bocina
de un automóvil me sorprende. Música desde la ventana de otro vehículo inunda la calle para
volverse imperceptible luego de unos pasos. Más voces ininteligibles para mi y luego un vaso de
agua que cae sobre el pavimento. Otra conversación que no logro distinguir claramente,
finalizando en la prédica de un individuo desde un altavoz, con mucho volumen.

Como reflexión, creo que la ciudad es un cúmulo de eventos al azar, lleno de matices que no
tienen límites; es un espacio sonoro provisto de ciertas cualidades que de una u otra manera
condicionan nuestro estado de ánimo y predisposición en la vida cotidiana. Los situacionistas de la
década del 50’ reformulan un concepto proveniente del surrealismo llamado “deambulación”
buscando entender como el medio geográfico impacta afectivamente sobre el comportamiento de
las personas, denominado “Psicogeografía”. Para entonces (finales de los 50’) Guy Debord,
deviene en un concepto llamado “deriva”, un modo de comportamiento experimental ligado a las
condiciones de la sociedad urbana. Consiste principalmente en un itinerario errático por diferentes
ambientes, en relación a algunas pautas que configuran un recorrido de antemano.

Las “derivas” en si, también constituyen un acto político, anticapitalista, donde el hombre en una
sociedad compleja dispone de tiempo para trabajar y otro para hábitos de consumo, siendo éste
último “funcional” a lo que el sistema le propone. Los situacionistas comprenden que la “deriva”
como una manera de acercarse al entorno urbano de una forma diferente a la propuesta por el
sistema, pudiendo habitar el entorno sonoro de manera libre, bajo reglas propias.

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