(última oportunidad) mi introducción a la primera entrega de Al Manakh, no anticipaba la posibilidad de que hubiese un Al Manakh 2 en el que la crisis hubiese obligado a hacer un chequeo potencialmente embarazosos de los argumentos que dieron lugar al primer libro. Pero llegó la crisis, y alcanzó a Dubái y al Golfo. Entre otros aspectos, el primer Al Manakh daba la réplica a los perezosos críticos occidentales que resumían la situación así: “Speer y Disney se encuentran en la costa de Arabia”. Esos mismos críticos se regodean ahora, con comprensible alegría frente al mal ajeno, ante los apuros de Dubái. Los críticos europeos y americanos que ridiculizaban Dubái precrisis por su ciega entrega a los modelos de desarrollo anglosajones, culpabilizaban ahora al Dubái poscrisis por no ser inmune a la corrupción tóxica de Wall Street. El “modelo Dubái” ha mordido el polvo, quizá para siempre. Sin embargo, tal lectura sólo refuerza nuestra acusación inicial de pereza: Dubái es un constructo completamente diferente, es la invención de una minoría local que generosamente invitó a los mejores profesionales de todo el mundo para construir una comunidad artificial; para experimentar y poner en práctica la combinación de Islam y modernidad. Donde la perspectiva occidental no es capaz de ver más que frivolidad desorientada, la perspectiva iraní, por ejemplo, ve Dubái la representación de la libertad; la India, una tierra de oportunidad; la emiratí, la esperanza en que la modernidad árabe es posible. El éxito o fracaso de este experimento debía haber sido objeto de los detractores de Dubái. En un momento en el que Suiza prohíbe los minaretes y la Fortaleza Europa parece dispuesta a ir envejeciendo resistiéndose a incorporar fuerzas de trabajo inmigrante, resulta extraño que ese aspecto se haya pasado por alto. Es cierto que la euforia promotora creó en el Golfo un gran número de “visiones” insostenibles; algunas apenas se empezaron y otras afortunadamente se han evaporado. Con la anual feria inmobiliaria Cityscape como apoteosis de esa pesadilla, Dubái se convirtió en el experimento de los podía pasar en el mundo en el que el promotor no encontrase ninguna resistencia. Pero la realidad sobre el terreno es mucho más compleja. Lo que resulta sorprendente es cómo Dubái en particular, y el Golfo en general, han sido objeto de debate y crítica como un fenómeno “nuevo”, como una imagen congelada, un único momento en el tiempo, lo que haya durado la visita, por lo general demasiado breve. La historia de la modernización de Dubái desde sus inicios en los años setenta, pasando por el declive de las reservas de petróleo en los noventa, el posterior ímpetu urbanizador como única razón de ser, la hoguera especulativa avivada por las consultoras en la primera década de este siglo; todo eso se deja afuera. Dubái es un prototipo que no volverá a repetirse. Su locura; incluso si se contempla de forma retrospectiva, tiene el irresistible encanto de un experimento de resultado impredecible. Resulta imposible mirar los ordenados tentáculos de The Palm sin emocionarse con su belleza total, su absurda poesía en cifras. El trayecto visual desde la base del Burj Khalifa hasta su remate atraviesa una cantidad de situaciones “perspectivas” nunca antes conocidas en la historia de la humanidad. El metro de la ciudad, si bien aún impagado, es un logro impresionante. Las ideas previstas para Dubái contenían profundos niveles de realidad. De hecho, la magia de Dubái ha estado en dejar la realidad en suspenso durante una década de euforia. El resultado materializado en las formas de The Palm, el Burj Khalifa, Business Bay, o la Marina de Dubái, son importantes prototipos que, aunque hoy se consideren símbolos del exceso, en breve serán reconocidos como los logros que definieron los inicios del siglo XXI, para lo bueno y para lo malo. También es obvio que la energía y el talento reunidos en Dubái no se han agotado. Desde los glamurosos encuentros veraniegos de la juventud dorada árabe a los más recónditos salones de los palacios reales de Riad, a los tambaleantes imperios contables que están reestructurando la deuda de Dubái World, al enérgico internacionalismo de Doha, o a los santuarios de los think tank chinos; en todos esos lugares y muchos más se está dibujando y planeando un nuevo mundo árabe. El Golfo entero esta rebosante de iniciativas para cambiar y reinventar leyes, regímenes y convenciones aparentemente inmutables, que quizás culminen en la intención declarada por Arabia Saudí, Kuwait, Bahrein, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y Omán para colaborar con el llamado Consejo de Cooperación del Golfo. Coincidiendo con el momento en que la demostrada vacuidad y corrupción de nuestro sistema nos da una pausa, hay muchas razones para tomar esa intención en serio. Sin duda, los países del Golfo tienen un pasado y tendrán un futuro. Los perfiles de ese futuro pueden leerse incluso entre los actuales signos de confusión.