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INTRODUCCION A LA ARQUITECTURA CONTEMPORANEA.

CURSO 2011.
Clases teóricas.

Dubái a Prueba. Examen de conciencia en el Golfo.

Rem Koolhaas.

Cuando hace tres años titulé “Last Chance”,


(última oportunidad) mi introducción a la
primera entrega de Al Manakh, no anticipaba
la posibilidad de que hubiese un Al Manakh 2
en el que la crisis hubiese obligado a hacer
un chequeo potencialmente embarazosos de
los argumentos que dieron lugar al primer
libro. Pero llegó la crisis, y alcanzó a Dubái y
al Golfo. Entre otros aspectos, el primer Al
Manakh daba la réplica a los perezosos
críticos occidentales que resumían la
situación así: “Speer y Disney se encuentran
en la costa de Arabia”. Esos mismos críticos
se regodean ahora, con comprensible alegría
frente al mal ajeno, ante los apuros de
Dubái. Los críticos europeos y americanos
que ridiculizaban Dubái precrisis por su ciega
entrega a los modelos de desarrollo
anglosajones, culpabilizaban ahora al Dubái
poscrisis por no ser inmune a la corrupción tóxica de Wall Street.
El “modelo Dubái” ha mordido el polvo, quizá para siempre. Sin embargo, tal
lectura sólo refuerza nuestra acusación inicial de pereza: Dubái es un
constructo completamente diferente, es la invención de una minoría local que
generosamente invitó a los mejores profesionales de todo el mundo para
construir una comunidad artificial; para experimentar y poner en práctica la
combinación de Islam y modernidad. Donde la perspectiva occidental no es
capaz de ver más que frivolidad desorientada, la perspectiva iraní, por ejemplo,
ve Dubái la representación de la libertad; la India, una tierra de oportunidad; la
emiratí, la esperanza en que la modernidad árabe es posible. El éxito o fracaso
de este experimento debía haber sido objeto de los detractores de Dubái. En un
momento en el que Suiza prohíbe los minaretes y la Fortaleza Europa parece
dispuesta a ir envejeciendo resistiéndose a incorporar fuerzas de trabajo
inmigrante, resulta extraño que ese aspecto se haya pasado por alto. Es cierto
que la euforia promotora creó en el Golfo un gran número de “visiones”
insostenibles; algunas apenas se empezaron y otras afortunadamente se han
evaporado. Con la anual feria inmobiliaria Cityscape como apoteosis de esa
pesadilla, Dubái se convirtió en el experimento de los podía pasar en el mundo
en el que el promotor no encontrase ninguna resistencia. Pero la realidad sobre
el terreno es mucho más compleja.
Lo que resulta sorprendente es cómo Dubái en particular, y el Golfo en general,
han sido objeto de debate y crítica como un fenómeno “nuevo”, como una
imagen congelada, un único momento en el tiempo, lo que haya durado la
visita, por lo general demasiado breve. La historia de la modernización de Dubái
desde sus inicios en los años setenta, pasando por el declive de las reservas de
petróleo en los noventa, el posterior ímpetu urbanizador como única razón de
ser, la hoguera especulativa avivada por las consultoras en la primera década
de este siglo; todo eso se deja afuera.
Dubái es un prototipo que no volverá a repetirse. Su locura; incluso si se
contempla de forma retrospectiva, tiene el irresistible encanto de un
experimento de resultado impredecible. Resulta imposible mirar los ordenados
tentáculos de The Palm sin emocionarse con su belleza total, su absurda poesía
en cifras. El trayecto visual desde la base del Burj Khalifa hasta su remate
atraviesa una cantidad de situaciones “perspectivas” nunca antes conocidas en
la historia de la humanidad. El metro de la ciudad, si bien aún impagado, es un
logro impresionante. Las ideas previstas para Dubái contenían profundos
niveles de realidad. De hecho, la magia de Dubái ha estado en dejar la realidad
en suspenso durante una década de euforia. El resultado materializado en las
formas de The Palm, el Burj Khalifa, Business Bay, o la Marina de Dubái, son
importantes prototipos que, aunque hoy se consideren símbolos del exceso, en
breve serán reconocidos como los logros que definieron los inicios del siglo XXI,
para lo bueno y para lo malo.
También es obvio que la energía y el talento reunidos en Dubái no se han
agotado. Desde los glamurosos encuentros veraniegos de la juventud dorada
árabe a los más recónditos salones de los palacios reales de Riad, a los
tambaleantes imperios contables que están reestructurando la deuda de Dubái
World, al enérgico internacionalismo de Doha, o a los santuarios de los think
tank chinos; en todos esos lugares y muchos más se está dibujando y
planeando un nuevo mundo árabe. El Golfo entero esta rebosante de iniciativas
para cambiar y reinventar leyes, regímenes y convenciones aparentemente
inmutables, que quizás culminen en la intención declarada por Arabia Saudí,
Kuwait, Bahrein, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y Omán para colaborar con
el llamado Consejo de Cooperación del Golfo. Coincidiendo con el momento en
que la demostrada vacuidad y corrupción de nuestro sistema nos da una pausa,
hay muchas razones para tomar esa intención en serio. Sin duda, los países del
Golfo tienen un pasado y tendrán un futuro. Los perfiles de ese futuro pueden
leerse incluso entre los actuales signos de confusión.

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