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Breve Historia del Concepto de

Desarrollo Económico
Hugo Ferullo

El propósito de este ensayo consiste en reseñar brevemente algunos rasgos


salientes de la historia de la conceptualización del desarrollo en el seno del
pensamiento económico del siglo XX, partiendo de un artículo escrito en las primeras
décadas por Joseph Schumpeter, para culminar con los aportes que, a fines de siglo,
realizara Amartya. Sen. A lo largo de esta historia relativamente corta, pero
verdaderamente rica en contenido y matices, lo que se pretende resaltar aquí es,
básicamente, la resistencia que ofrece el fenómeno complejo del desarrollo, uno de los
más estudiados y debatidos en la historia entera del pensamiento económico, frente a
una persistente pretensión teórica que busca simplificar, muchas veces en demasía, la
complejidad propia de esta temática, en aras de aplicar sin dificultades las reglas del
cálculo que los economistas emplean usualmente en sus construcciones con
pretensiones científicas.
Los puntos que siguen tratan, sucintamente, algunas cuestiones significativas
en relación con esta historia

1. El tema del desarrollo1 constituye uno de los núcleos centrales que


atraviesan toda la historia del pensamiento económico moderno. La obra fundacional
de Adam Smith, por ejemplo, comienza con una explicación detallada de cómo la
división del trabajo puede multiplicar de manera fenomenal la fabricación de alfileres,
en un pasaje de la Riqueza de las Naciones que ha sido harto reconocido como una
pieza maestra de retórica, dirigida a persuadir rápidamente al lector acerca de las
bondades económicas que pueden genuinamente esperarse de la división del trabajo
y del proceso de crecimiento económico moderno que ésta desencadena.
En la visión de Smith, la economía comercial, que tiende hacia un “sistema de
perfecta (o, a veces, natural) libertad”, no es concebida como un resultado estático que
la actividad de intercambios libres puede conseguir y reproducir sin cambios de una
generación a otra; por el contrario, la sociedad es vista como un organismo vivo cuya
historia puede ser sabiamente dirigida hacia un tipo de producción capaz de
desembocar en un flujo creciente de bienes y servicios, cuyo destino no es
necesariamente acrecentar el poder del soberano sino el mayor consumo de todos.
Para que esto se consiga en la historia, es necesario que dejemos actuar sin
distorsiones a las grandes fuerzas del interés individual y de la competencia. Estas
grandes fuerzas nos conducirán no sólo hacia una gran armonía social, sino también
hacia una sociedad cuya riqueza global puede crecer indefinidamente.
De esta manera, si garantizamos la paz social, la mesura en el cobro de
impuestos y una tolerable administración de justicia (los tres módicos requisitos
jurídico-institucionales y de política pública establecidos por Smith para la vida social
moderna), el fenómeno del crecimiento económico podrá seguir su curso “natural”. El
amor por la ganancia y el universal deseo de preferir más a menos es todo lo que se
necesita de parte del hombre para que este proceso natural se ponga en marcha;
cualquier prejuicio en contra de este móvil universal será vencido por el conocimiento
científico y, como enseñaba Stuart Mill, también las naciones menos avanzadas
podrán emprender este camino de crecimiento por poco que adecuen sus instituciones

1
El presente trabajo no se ocupa de las diferencias sustanciales que pueden señalarse entre los conceptos
de crecimiento y desarrollo económico. Sólo diremos que el crecimiento es una condición necesaria para
el desarrollo y no una condición suficiente.
jurídicas y políticas hacia el respeto por los derechos de propiedad, el combate contra
las supersticiones del pasado y la recepción hospitalaria de las tecnologías y el capital
extranjeros.
Es cierto que el llamado pensamiento clásico, aquel que dio origen a lo que hoy
conocemos como ciencia de la economía, contiene ideas que pueden aparecer como
contrarias a la imagen del desarrollo “indefinido” de la riqueza de las naciones, como lo
muestra la apelación a un “estado estacionario”, situación hacia donde parece
dirigirnos tendencialmente la escasez de recursos y sus rendimientos decrecientes.
Además, cuando nos detenemos en el pensamiento de Robert Malthus y David
Ricardo, la visión del despliegue histórico de la vida económica que aparece en estos
autores resulta mucho menos optimista que la visión smithiana; recordemos
simplemente la sombría visión malthusiana según la cual una gran porción de la
humanidad está poco menos que condenada a sufrir algún tipo de miseria, en un
mundo donde el estándar de vida de un agricultor en tiempos modernos sólo puede
ser ligeramente superior al de sus antepasados de tiempos del Imperio Romano. Pero
nada de esto invalida la presencia continua y medular de la cuestión del desarrollo en
el pensamiento económico moderno.
En cierto sentido, la idea de desarrollo es connatural a la mera definición de la
economía moderna. Cuando al economista se le reclama hoy una definición de la
economicidad misma de un problema social, su respuesta se dirige de manera natural
hacia la tensión que nace de la conjunción de la escasez de recursos, por un lado, y
los deseos más o menos ilimitados de la gente en términos de bienes y servicios, por
oto lado, resaltando de manera contundente (aunque no siempre explícita) la apuesta
que el pensamiento económico moderno hace a favor del crecimiento. Implícitamente
en contra de la regla monástica que enseña que lo mejor que podemos hacer frente a
esta tensión es limitar nuestros deseos, lo que el economista “tipo” enseña hoy es que
lo que corresponde, si nos interesa verdaderamente el bienestar de la gente, es usar
los recursos escasos con la máxima eficiencia, de manera de lograr “tener más”
bienes y servicios a nuestro alcance. Esta apuesta por la eficiencia equivale, desde el
punto de vista práctico, a poner al crecimiento como el objetivo central de la vida
económica colectiva.

2. En la época del llamado pensamiento clásico de la economía, el tema del


crecimiento figuraba, como hemos visto en el punto anterior, entre los tópicos más
significativos que la ciencia de la economía política se proponía abordar. Pero si bien
podemos aceptar a Adam Smith como el lejano inventor de la teoría del crecimiento
económico moderno, tenemos que admitir que el tratamiento específico del tema del
crecimiento (y del desarrollo) por parte de la ciencia de la economía reapareció con
fuerza recién en la primera mitad del siglo XX. Un par de ensayos de Roy Harrod
pueden citarse como disparadores del resurgimiento teórico de esta vieja cuestión del
desarrollo económico2, cuyo auge en los años que siguieron estuvo seguramente
relacionado con la necesidad del crecimiento para reparar los estragos de la segunda
gran guerra, además de la experiencia novedosa del auge económico que un conjunto
de países consiguió durante las décadas que siguieron a la finalización del conflicto
bélico.
Durante los treinta años que siguieron a la guerra, bautizados como “treinta
gloriosos” por el autor francés J. Fourastié3, las tasas de crecimiento de los países que
hoy se llaman desarrollados (tasas nunca antes conocidas en la historia de la
humanidad y nunca después repetidas de manera global), concentraron buena parte
de la atención de los economistas, inquietos por comprender las causas de este
agraciado fenómeno y preocupados por dominar las políticas capaces de consolidarlo

2
HARROD Roy : «An Essay Of Dynamic Theory» en Economic Journal, vol. 49, 1939 ; «Towards A
Dynamics Economics », Macmillan, London 1948.
3
Cfr FOURASTIÉ Jean: “Les Trente Glorieuses”, Ed. Fayard, Paris 1979.
y expandirlo en el futuro. Frente a este gran programa de investigación, que inquiere
sobre las causas del crecimiento y las consiguientes políticas aconsejables para
ponerlo en marcha, aparecieron, como es natural, distintas posiciones teóricas; como
dice Amartya Sen, en el interior de la ciencia de la economía durante todo este
período:
“la teoría del crecimiento ha sido un campo de batalla para las distintas
escuelas de pensamiento”4.
Pero más allá de las disputas teóricas que pueden rastrearse alrededor de esta
temática (o de cualquier otra que revista cierta envergadura en el campo de la
economía), lo que nos interesa resaltar aquí es un punto de partida elemental que
parece unificar a todo el pensamiento económico sobre el crecimiento, diferenciándolo
de la postura que, frente al estudio de este mismo fenómeno, asumió en términos
generales la ciencia sociológica. Basándose en trabajos como el gran ensayo que Max
Weber escribió a principios del siglo XX sobre la ética protestante como factor clave
para explicar la aparición de las condiciones iniciales capaces de desencadenar el
complejo proceso del crecimiento económico moderno5, el pensamiento sociológico
defendió, en términos generales, la idea que afirma la necesidad previa de la
ocurrencia de un cambio significativo en las actitudes y valores más profundos de las
culturas tradicionales, como condición necesaria para que el crecimiento económico
moderno tenga lugar. Por el contrario, la influencia de Adam Smith parece haber
resultado clave para que los economistas acepten, en general, la idea de que el
crecimiento económico es un proceso más bien natural, cuyo despliegue requiere, no
de un cambio profundo de valores culturales, sino del mucho más simple abandono de
prejuicios y supersticiones que obstaculizan el reconocimiento abierto del “amor por la
riqueza y el dinero”, reconocido como móvil universal del comportamiento humano en
el campo de la economía.
Sobre la base de la aceptación del desarrollo económico moderno como un
proceso culturalmente traumático, la tradición sociológica parece admitir, con much
mayor firmeza que lo que puede observarse al interior de la ciencia económica
moderna, que pesa sobre las ciencias sociales la obligación de pensar
cuidadosamente en los grandes costos que el proceso moderno de crecimiento trae
consigo. Los economistas, en cambios, observan el despliegue de este proceso con
una mirada a priori mucho más optimista, lo que les permite acentuar los obvios
beneficios que trae aparejado, para la vida humana, el simple hecho de que la gente
disponga de más cosas que se consideran de conveniencia. Colocándose en la vereda
opuesta de esta posición económica, una fuerte resistencia es lo que el sociólogo
tradicionalmente espera como respuesta natural frente al cambio cultural que el
desarrollo requiere; la obsesión por el crecimiento, que los economistas ven como una
búsqueda humana racional, no tiene para el pensamiento sociológico nada de natural.
El sociólogo se ve obligado a encontrar una causa específica, que vaya más
allá de la apelación a la simple naturaleza humana, cuando pretende explicar por qué
irrumpe, en lugares excepcionales del mundo (como es el caso de algunas naciones
europeas), la novedosa idea que reza que la inclinación hacia un siempre creciente
ingreso real constituye un verdadero imperativo, que sirve tanto de móvil virtualmente
único de la conducta económica individual como de contenido privilegiado del interés
colectivo a nivel de toda la sociedad,. La enorme resistencia que muchas culturas
tradicionales ofrecen a los cambios que el crecimiento económico moderno exige, no
puede ser sociológicamente explicada como un mero producto de la ignorancia y la
superstición.

4
SEN Amartya K. (selección de): «Economía Del Crecimiento », Fondo de Cultura Económica, México
1979, pág. 8.
5
Cfr. WEBER Max : «La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo », Alianza Editorial, Madrid
2001.
La explicación del crecimiento económico pertenece a la historia de las
civilizaciones y a la sociología de las culturas; es en este marco donde el pensamiento
sociológico busca las causas de la aparición, en algunas culturas especiales, de este
complejo fenómeno. Por ejemplo, el factor resaltado por Max Weber apunta a la
abolición parcial de la distinción entre la vida profana y la búsqueda sagrada de la
salvación eterna que pregona el Calvinismo. Liah Greenfeld, por su parte, apuesta por
la “conciencia nacional” surgida por el siglo XVII en Gran Bretaña como explicación
sociológica última del crecimiento económico posterior de ese país6.
Simplificando de manera dramática la relación que puede existir entre la
conducta económica y los valores culturales, el economista descarta normalmente las
explicaciones sociológicas “profundas” y supone normalmente que, si los estándares
occidentales de lo que se considera un buen gobierno están garantizados, el
crecimiento económico es lo que se espera que ocurra automáticamente como
consecuencia natural de la acumulación del conocimiento científico. En los puntos que
siguen, nos ocuparemos de algunos de los temas más salientes que forman parte del
contenido con que el pensamiento económico del siglo XX ha ido llenando su
programa de investigación sobre esta muy debatida temática del crecimiento.

3. Dentro del campo de estudio amplio y complejo que la ciencia de la


economía pretende abarcar, el tema del desarrollo es quizás aquél que mejor sintetiza
la variedad. Esta variedad se manifiesta en:
- las interrelaciones sociales que la vida económica pone en juego y el marco
institucional dentro del que estas relaciones se entablan,
- las diversas situaciones históricas concretas en que la vida económica tiene
lugar,
- los rasgos culturales que permiten diferenciar de manera profunda a la
sociedad bajo estudio,
- la particular inclusión de cada sociedad en el mundo económico de las
relaciones internacionales y globales, etc.
Globalmente considerada, la cuestión del desarrollo económico está referida a
un cambio significativo, estructural, que se manifiesta en dimensiones clave del
sistema económico en el que la gente vive, tales como:
- la tecnología empleada en los procesos productivos,
- el tipo de educación que necesita incorporar el trabajo humano,
- las relaciones entre el funcionamiento libre de los mercados y la
participación del Estado en la vida económica.
Cuando la complejidad que resulta de la consideración conjunta de todas las
cuestiones listadas arriba pretende ser reducida a los moldes de una única teoría
científica abarcadora, surgen dificultades teóricas de distinta índole. Una penetrante
visión global de todas estas dificultades puede leerse en la obra de Joseph
Schumpeter, una de cuyas primeras obras estuvo justamente destinada al estudio de
la teoría económica del desarrollo. En este temprano texto7 aparece ya el rol crucial
que juega en la obra del gran economista austriaco la figura del empresario o
“emprendedor” en el proceso de desarrollo económico moderno, lo mismo que la
participación clave de los créditos bancarios disponibles para la financiación de las
innovaciones y la conjunción de la destructividad con la creatividad, marcas
inseparables de las economías modernas de mercado.
Para Schumpeter, una economía de mercado se revitaliza de manera
incesante desde el interior mismo de su funcionamiento, destruyendo los negocios
ineficientes para reemplazarlos, en un proceso de selección socialmente darwiniana,

6
Cfr. GREENFELD Liah : « The Spirit Of Capitalism : Nationalism And Economic Growth », Harvard
University Press, Cambridge 2001.
7
CFR : SCHUMPETER Joseph A.: « The Theory Of Economic Devepopment », Harvard University
Press, 1934.
por nuevos y más eficientes negocios. Su célebre metáfora de la “destrucción creativa”
inmortalizó la visión de la economía de mercado como un sistema que revoluciona
constantemente su propia estructura. Nuevas firmas, nuevos productos y nuevas
tecnologías reemplazan a lo que resulta obsoleto, en este proceso signado por la
alternancia cíclica de auges y recesiones, a la vista de la figura heroica de la historia
económica moderna: el empresario individual del siglo XIX y la gran empresa del XX.
En este punto, nos centraremos en un artículo escrito en la década de 1930, pero
hecho público mucho tiempo después8, donde el maestro austriaco admite sin
ambigüedades que la naturaleza misma del tema del desarrollo, que pretende integrar
las más significativas dimensiones sociales y económicas en un único objeto de
estudio, es decididamente reacia a la aplicación de un tratamiento científico
demasiado formalizado y exacto.
El artículo recién citado coloca efectivamente a Schumpeter, uno de los autores
más influyentes en la literatura económica referida al desarrollo, entre los primeros
pensadores de la economía dispuestos a reconocer de manera explícita, en las
primeras décadas del siglo XX, que el desarrollo económico de las sociedades
modernas no encuentra explicación cabal a través de los modelos científicos
comúnmente usados por los economistas, donde se supone habitualmente que los
cambios pueden ser pensados como variaciones infinitesimales. En el fondo, el
pensamiento económico convencional que Schumpeter critica estuvo siempre
preocupado por estudiar, más que nada, el problema básico de la asignación estática
de recursos, en un mundo regulado por el funcionamiento de mercados perfectamente
competitivos. Rompiendo esta tradición, Schumpeter nos señala aquí, con toda
claridad, que el fenómeno moderno del desarrollo económico sólo puede interpretarse
a través de verdaderos saltos cualitativos que rompen con la tendencia a la
continuidad. Y ningún modelo científico parece estar en condiciones de captar esta
esencial discontinuidad, lo mismo que la durabilidad de una civilización que destruye
continuamente buena parte de la riqueza creada.
Después de aceptar que es la irrupción de la novedad aquello que constituye la
fuente última del desarrollo (novedad que aparece en la forma de nuevas técnicas
productivas, de nuevas formas de organizar la producción, de nuevas interpretaciones
de los hechos, etc.), Schumpeter afirma que:
“La novedad es el verdadero núcleo de todo aquello que debe ser aceptado
como indeterminado en el más profundo de los sentidos”9.
Surgen a continuación una serie de preguntas:
“¿Cómo es que la novedad tiene lugar? … ¿Cuál es, por un lado, la “energía”,
si puede hablarse así y, por otro lado, el “mecanismo” de este proceso? … ¿Cómo
cambia la gente, en detalle, su modo de pensar? ¿Cuál son las causas para que lo
hagan? ¿Cómo opera realmente la novedad?”10.
Intentando responder estas cuestiones, Schumpeter nos explica cómo la
novedad propia del fenómeno del desarrollo está ligada a un cambio “espasmódico”
(“jerky change”) en la “norma” que estructura la forma en que las variables económicas
observadas buscan colocarse unas en relación con las otras, a medida que se adaptan
a todos los cambios que la misma norma prevé11. De esta manera, el desarrollo
involucra mucho más que simples cambios incrementales dentro de una misma norma;

8
Ver SCHUMPETER Joseph: “Development”, in Journal of Economic Literature, Vol. XLIII (March
2005), pp. 108-120.
9
Ibídem, pág. 113.
10
Ibídem, págs. 113-14.
11
Los cambios que ocurren con la vigencia de la misma norma se consideran aquí como la adaptación por
medio de la cual las variables económicas responden a cambios ambientales previstos, por ejemplo, en el
sistema walrasiano. Dicho de otra manera, se trata de adaptaciones de la economía frente a cambios
incrementales y continuos de los datos.
se trata, antes bien, de un cambio de la norma misma, “que irrumpe espontáneamente
del interior del propio sistema”12.
Esta modalidad de novedad, que se manifiesta en la forma de un “salto”
cualitativo (“leap-like change”) constituye, para nuestro autor, aquello que puede
propiamente llamarse “desarrollo”. En consecuencia, el desarrollo:
“puede ser definido exactamente como: la transición desde una norma del
sistema económico hacia otra norma, de modo tal que esta transición no puede ser
descompuesta en pasos infinitesimales. En otras palabras: pasos entre los cuales no
hay estrictamente un sendero continuo”13.

4. Más allá de las dificultades señaladas por Schumpeter para aprehender


formalmente, con el método económico usual, el tipo de novedad cualitativa
involucrada en el proceso de desarrollo, los esfuerzos dirigidos por los economistas en
aras de teorizar formalmente el fenómeno del desarrollo no cejaron en absoluto. Por el
contrario, estos esfuerzos se multiplicaron a partir de la segunda mitad del siglo XX.
Si pretendemos repasar rápidamente las grandes teorías propuestas durante el
siglo pasado por el pensamiento económico moderno para explicar el fenómeno del
desarrollo, el punto de partida no puede ser otro que el modelo neoclásico asociado al
nombre de Robert Solow, donde se examinan las rutas de crecimiento económico que
indican el curso que debería seguir la acumulación de capital y el producto real para
que el pleno empleo tanto del factor trabajo como del capital estén debidamente
garantizados14. Como es bien conocido, la idea central que la teoría económica
desprendió del modelo canónico de Solow está asociada a un tipo particular de
“convergencia”, cuya lógica puede explicarse en términos sencillos de la manera
siguiente: con funciones de producción que responden a propiedades definidas (donde
el progreso técnico es exógeno, por ejemplo) y con una fracción constante de ahorro
con respecto al producto, los países con una menor proporción de capital sobre trabajo
crecerán a mayor ritmo que los de mayor fracción capital/trabajo, simplemente por
imperio de la ley de rendimientos decrecientes de los factores productivos (en este
caso, del factor capital).
La convergencia aludida implica que, a medida que el capital se acumula en un
país, la productividad marginal del nuevo capital va disminuyendo (tendiendo
eventualmente a cero), y no hay en el modelo ningún factor endógeno capaz de frenar
esta tendencia decreciente. En consecuencia, los países con menos dotación de
capital atraen hacia sus economías a este factor clave de producción, proveniente de
los países más dotados, lo que les permite a los menos dotados en capital crecer más
rápido, convergiendo de esta manera hacia el ritmo de crecimiento de los más
“capitalistas”.
En verdad, lo que se observa en el mundo real es que los países pobres
parecen resistirse de manera obcecada a converger hacia el estándar de vida de los
países ricos. Frente a este fenómeno visible que permite observar sin dificultades que
la convergencia no se hace presente en la economía mundial real, lo que hace la
teoría es explicar esta ausencia de convergencia apelando a la influencia de factores
exógenos, tales como:
- las diferentes tasas de ahorro,
- los diferentes crecimientos demográficos, lo que afecta el denominador del
producto per capita,
- los diferentes “climas políticos” que inciden en la inversión (como los
diferentes grados de corrupción, por ejemplo), etc.

12
Ibídem, pág. 115.
13
Ibídem, pág. 115.
14
Cfr. SOLOW ROBERT M.: “A Contribution To The Theory Of Economic Growth”, en Quaterly
Journal of Economics, vol. 70, 1956.
Como último comentario referido a la concepción del desarrollo implícita en la
idea de convergencia, digamos que la política de desarrollo que se desprende de esta
concepción, tal como se manifestaba en la prédica propia de instituciones como el
Banco Mundial en el período que siguió a la segunda guerra mundial, consiste
básicamente en apoyar la implementación de grandes proyectos de inversión y en
apuntalar la acumulación de capital y el ahorro, tratando de afectar favorablemente
con esto el comportamiento de los factores exógenos arriba mencionados15.

5. En esta breve historia que estamos presentando aquí de las ideas


económicas aparecidas durante el siglo XX alrededor del tema del desarrollo, no
puede dejar de mencionarse, al menos someramente, a la vieja tradición fundada por
los pioneros de la “economía del desarrollo”, en contrapunto muchas veces con
algunas de las ideas básicas del modelo canónico neoclásico y de sus variantes más
actualizadas.
Muchas de las intuiciones desarrolladas de manera embrionaria por estos
autores pioneros, pueden ser hoy convertidas eficazmente en hipótesis que las
actuales técnicas de investigación permiten valorar en toda su extensión. Paul
Krugman, por ejemplo, habla de la “evolución de la ignorancia” 16 para referirse a las
mejoras producidas, entre 1940 y 1970, en el rigor y la lógica que el pensamiento
económico emplea de manera estándar. Esta evolución permitió aumentar
significativamente la capacidad de comprender una serie de relevantes cuestiones que
la vieja economía del desarrollo ayudó a poner de relieve. Entre estas cuestiones
figuran las siguientes:
- la causación circular de Gunnar Myrdal17,
- la idea de encadenamiento productivo de Albert Hirschman18, y
- la noción de crecimiento equilibrado de Paul Rosenstein-Rodan19.
Como comentario general referido al programa de investigación abierto por
todos estos autores, recordemos simplemente que el modelo neoclásico de desarrollo,
al acentuar de manera casi exclusiva el rol determinante de los mercados, supone
implícitamente que existen pocos impedimentos que frenan el aumento de
productividad, en cualquier país que se avenga a adoptar efectivamente las
instituciones y la tecnología vigentes en los países más desarrollados (la apertura al
comercio internacional sirve aquí usualmente de sustituto a la escasa demanda
agregada interna). Los pioneros de la economía del desarrollo aceptan, en cambio,
que el tránsito del subdesarrollo al desarrollo se ve enormemente dificultado por serias
rigideces de índole institucional y tecnológica.
La persistente declinación de la influencia de los modelos de equilibrio
walrasiano en el pensamiento económico predominante en las últimas décadas, no
hace más que resaltar la naturaleza institucional de muchos impedimentos que se
oponen al desarrollo económico. Estos impedimentos obedecen a diferentes razones,
tales como:

15
Estos factores exógenos no son nunca (en el modelo) un producto del subdesarrollo, sino parte de su
causa. Sin abundar en detalles, puede decirse que el mayor problema señalado a esta teoría parece radicar
en el hecho de que su aplicación no funcionó nunca demasiado bien ni en los países desarrollados, donde
se supone que los factores exógenos juegan a favor del desarrollo (por ejemplo, los Estados Unidos
crecieron desde mediados de la década de 1990 más rápido que el promedio de los países europeos, aún
cuando la tasa de ahorro y, sobre todo, la razón capital trabajo fueron más altas en Europa).
16
Ver KRUGMAN Paul: “The Fall and Rise of Development Economics”, en
http//web.mit.edu/krugman/www/dishplan:html.
17
Ver MYRDAL Gunnar: “Teoría Económica y Regiones Subdesarrolladas”, Fondo de Cultura
Económica, 1957.
18
Ver HIRSCHMAN Albert: “The Strategy of Economic Development”, New Haven, Yale University,
1958.
19
Ver ROSENSTEIN-RODAN Paul: “Problems of Industrialization of Eastern an South-Eastern
Europe”, en Economic Journal, vol. 53 (June-Setember 1943 ), pp. 202-11.
- la exacerbación de los conflictos distributivos,
- la agudización de los problemas típicos de la acción colectiva,
- las fallas de coordinación tanto de los mercados como del Estado,
- los excesivos costos de transacción entre los sectores público y privado.
Reconocer, de manera explícita o implícita, la fecundidad del análisis empírico
de toda esta gama de razones que actúan como freno del potencial de desarrollo
económico, es uno de los más ricos legados que la economía moderna recibió del
pensamiento propio de la época fundacional de esta “economía del desarrollo”. Por lo
demás, la complejidad del fenómeno del desarrollo, que Schumpeter resaltara tiempo
atrás, se reconoce claramente como parte esencial de esta tradición.

6. Las teorías de crecimiento con progreso técnico endógeno, que se


impusieron en la literatura económica especializada desde mediados de los años 80,
desafiaron a los modelos neoclásicos tradicionales de crecimiento donde, como en el
caso del modelo antes comentado de R. Solow, el crecimiento económico estaba
asociado esencialmente con la acumulación de capital físico (plantas y equipos),
sujeto a la ley de rendimientos decrecientes. Como hemos visto, estos viejos modelos
sugerían que, ante una población dada, una cantidad mayor de capital se traduce en
un mayor estándar de vida, pero cada nueva unidad de capital provoca un aumento
cada vez menor en el producto, lo que lleva a la movilidad internacional del capital
(que busca lugares menos dotados en capital y, por lo tanto, con mayor productividad
marginal del factor) y a una tendencia hacia la convergencia mundial de la tasa de
crecimiento (el capital se traslada hacia los países menos desarrollados, que tienen
menos capital agregado).
Esta teoría neoclásica tradicional tiene enormes dificultades para explicar la
gran divergencia que existe entre la tasa de crecimiento de los diferentes países del
mundo; a comienzos del nuevo milenio, por ejemplo, el ingreso per capita de los
países más ricos superaba en más de veinticinco veces al de los más pobres. La
nueva teoría de crecimiento endógeno se propone dar cuenta de esta enorme
diferencia, además de evitar la apelación a variables exógenas, como la población y la
tecnología, para explicar el crecimiento de largo plazo de las economías modernas.
Un conocido trabajo donde Robert Solow intentaba aplicar a la economía
norteamericana de la primera mitad del siglo XX la importancia del progreso técnico
como factor explicativo (junto con los cambios en la disponibilidad de los factores de
producción tradicionales) del crecimiento económico observado en los Estados
Unidos20, consideraba el cambio técnico (que explicaba buena parte del crecimiento
observado) como una variable exógena del modelo. Y tratar con variables clave cuyo
comportamiento los modelos son incapaces de explicar, crea siempre una situación de
marcada incomodidad entre los economistas estudiosos del fenómeno del crecimiento.
Buscando asociar el crecimiento con factores endógenos, incorporados a la teoría, el
nuevo paradigma se construyó sobre la base de una teoría que se propone explicar el
crecimiento sin apelar a factores significativos dejados afuera del razonamiento
económico estricto.
La simple distinción entre capital físico y capital humano aparece como el punto
de partida de la nueva teoría. Al incluir el componente humano en el factor capital, la
acumulación total de este factor deja de estar sujeta a los rendimientos decrecientes;
por el contrario, el capital está ahora sujeto, para toda la sociedad, a rendimientos
crecientes21. Esto se debe principalmente a los efectos externos que provoca el hecho
de que la formación de capital humano es una actividad social: al adquirir una destreza
especial, cada miembro de un grupo productivo aumenta no sólo su productividad

20
Cfr. SOLOW Robert M.: “Technical Change And The Aggregate Production Function”, en Review of
Economics and Statistics, vol. 39, 1957.
21
Cfr. ROMER Paul M.: « Increasing Returns And Long-Run Grrowth », en Journal of Political
Economy, vol. 94, nº5, 1986.
personal sino también el nivel productivo de todo el grupo, lo que incrementa la
productividad media de toda la fábrica.
Contrariamente a la rigidez propia del capital físico, la acumulación de capital
humano incluye el hecho de que, en nuestras actividades productivas, aprendemos los
unos de los otros. La ausencia de rendimientos decrecientes en la formación total de
capital significa que la acumulación de este factor puede sostener el crecimiento, de
manera más o menos indefinida, además de brindar una explicación al hecho de que
las desigualdades en el nivel de ingresos de los distintos países puede persistir por
mucho tiempo. De esta manera, la gran divergencia en la experiencia de crecimiento
de largo plazo de los distintos países puede aclararse, a la vez que el progreso
tecnológico se torna endógeno, esto es, resulta explicado dentro del marco de la
propia teoría.
El modelo de crecimiento conocido como AK, que es parte central de este
paradigma de desarrollo endógeno, puede ser considerado como una réplica de la
teoría neoclásica de crecimiento, sólo que sin rendimientos decrecientes. A manera de
resumen caricatural de este modelo AK, recordemos que el capital que participa de la
función de producción es aquí una medida conjunta de capital físico, capital humano y
capital intelectual. El capital intelectual se acumula con el progreso tecnológico, y la
acumulación total del capital, en sus tres modalidades, no implica ahora que el
producto marginal de este factor tienda a cero, dado el hecho de que parte de la
acumulación del capital es el propio progreso tecnológico, necesario para contrarrestar
los efectos de los rendimientos decrecientes. En consecuencia, la acumulación de
capital (ahora ampliada) y el aumento de la tasa de ahorro siguen siendo los ejes
centrales de toda política efectiva de desarrollo.
El descubrimiento de nuevas ideas reemplazó, en parte, a las externalidades
(asociadas a la formación de capital humano) en la explicación del avance técnico; los
beneficios monopólicos esperados del resultado de esta nuevas ideas proveen el
incentivo individual necesario para que se emprendan efectivamente las actividades
innovadoras, evitándose la fatalidad de los rendimientos decrecientes de largo plazo22.
Dentro del paradigma de crecimiento endógeno, como una variante (quizás
más interesante) que los modelos AK, apareció la llamada versión schumpeteriana
moderna del desarrollo económico23. Según esta teoría, la base del crecimiento está
en la innovación y en el proceso de “destrucción creativa” que esta innovación genera.
Puede decirse, en términos generales, que son tres las ideas centrales que configuran
la estructura troncal de este paradigma de crecimiento endógeno:
- en primer lugar, el crecimiento de la productividad viene asociado
principalmente a las innovaciones tecnológicas, que se manifiestan en nuevos
productos, nuevos procesos y nuevas formas de organización de la producción;
- en segundo lugar, la mayor parte de las innovaciones son consideradas como
un resultado de actividades empresariales específicas, entre las que se destacan las
inversiones en investigación y desarrollo (que implican experimentaciones de riesgo y
procesos de aprendizaje);
- en tercer lugar, los incentivos para encarar estas inversiones “innovativas”
son afectados por el “ambiente” económico donde estas inversiones tienen lugar.
Las políticas de crecimiento que se desprenden de las ideas centrales de los
modelos de crecimiento endógeno, se traducen en una serie de consejos que, sin
negar el rol decisivo del ahorro y de la acumulación de capital, amplían el repertorio de
instrumentos de planificación para el desarrollo. Entre estos consejos figuran, por
ejemplo:
- la creación y consolidación de un sistema educativo efectivo,

22
Cfr. ROMER Paul M.: «Endogenous Technological Change, en Journal of Political Economy, vol. 98,
nº5, 1990.
23
AGHION Philip y HOWITT Peter: “Endogenous Growth Theory”, M.I.T. Press 1998. Capítulo 2.
- la protección de los derechos de propiedad intelectual de las innovaciones,
- la estabilidad macroeconómica (recordemos que una menor tasa de interés
permite una mayor financiación de las inversiones en investigación y desarrollo),
- el desarrollo de mercados financieros eficientes,
- la competencia potencial, que aparece a través de la amenaza de entrada de
firmas a los mercados (lo que juega como incentivo a innovar con el fin de escapar de
esta competencia), etc.
Como puede apreciarse, la multidimensionalidad del proceso de desarrollo que
Schumpeter subrayaba a principios de siglo renace nuevamente, ahora a través, entre
otras cosas, de la necesidad de lograr el ritmo y la calidad adecuada de innovación
tecnológica, a lo que se suma la vieja exigencia de apuntalar la formación de capital
físico y, sobre todo, de capital humano.
Las teorías modernas de crecimiento suponen que el cambio tecnológico
provoca cambios básicamente en el producto o ingreso nacional de las economías
modernas de mercado; en el pensamiento clásico de autores como R. Malthus y D.
Ricardo, lo que se suponía era que el principal efecto del avance técnico se traducía
en un incremento de la población. Robert Lucas24 busca combinar hoy estas dos
posiciones, apoyándose para esto en la teoría de la familia propuesta por Gary Becker.
Según esta última teoría, las decisiones matrimoniales acerca de la cantidad buscada
de hijos son decisiones esencialmente económicas; en una sociedad donde la
producción industrial desplazó largamente al trabajo agrícola, la racionalidad
económica más estricta lleva a las parejas a disminuir significativamente el número de
hijos, invirtiendo más en la “calidad” de cada uno que en la cantidad con que el hogar
cuenta. De esta manera, la tasa de fertilidad declina y la educación de las masas
aumenta.
Al incorporar la población y la tecnología dentro del modelo propuesto, la teoría
de crecimiento endógeno pretende ser una teoría general del desarrollo económico. Lo
que predice esta teoría es que seguir la ruta moderna del desarrollo económico es una
decisión que está abierta a todas las razas, a todas las culturas y a todos los lugares
geográficos donde el ser humano habita. No existen trabas históricas decisivas ni
contingencias sociales que impidan los cambios económicos que el desarrollo trae
aparejado, a condición de que las instituciones jurídicas y políticas estén diseñadas de
manera tal que el individuo o los hogares puedan libremente, sin obstáculos
artificiales, elegir las conductas que maximizan su propio bienestar. El crecimiento,
como la eficiencia de los mercados, se asienta, según la teoría que estamos
comentando, en la conducta racional de los sujetos económicos. Con gobiernos
sensatos y con las instituciones que hoy rigen la vida económica de la mayoría de las
naciones más “avanzadas”, la sola conducta racional de los individuos explica el
fenómeno universal del crecimiento. La libertad económica (esto es: el funcionamiento
sin distorsiones de mercados desregulados y un gobierno concentrado mayormente en
la función básica de diseñar y resguardar los derechos de propiedad de los individuos)
alienta el crecimiento económico, cuyo resultado global es un mundo de convergencia
“condicionada”25. Esta es la forma elegida por la simplificación extrema del
pensamiento económico actual para intentar generalizar las explicaciones científicas
del más complejo fenómeno de la vida económica real de nuestras modernas
sociedades.

6. Siguiendo nuestra rápida recorrida por las ideas económicas que se forjaron
durante el siglo pasado alrededor de la cuestión del desarrollo, abordaremos
brevemente en este punto una cuestión por demás significativa, relacionada con el
espacio elegido para determinar las dimensiones de la(s) variable(s) en términos de
la(s) cual(es) puede definirse la magnitud y calidad del desarrollo económico de una

24
Cfr. LUCAS Jr. Robert E. : « Lectures On Economic Growth », Harvard University Press, 2002.
25
Cfr. BARRO Robert J.: “Determinants Of Economic Growth”, MIT Press, 1999.
nación o región. Como punto de partida para analizar esta muy debatida cuestión, es
necesario reconocer que el desarrollo económico está obvia y directamente asociado a
las siguientes variables:
- el crecimiento del ingreso per capita de un país o región,
- el grado de industrialización de su sistema productivo,
- el avance técnico,
- la modernización de la vida social (evaluada por medio de comparaciones con
diversos estándares propios de las sociedades que se consideran más “avanzadas).
Ahora bien, ninguna de las cualidades enumeradas en el listado anterior
constituye por sí misma una condición suficiente para el desarrollo (como tampoco lo
son todas estas juntas). El ingreso real y todos los otros logros señalados arriba son
de una importancia usualmente crucial, pero el proceso de desarrollo involucra más
cosas que el crecimiento de objetos inanimados de conveniencia. El valor de todos
estos objetos depende esencialmente de que permitan efectivamente que la gente sea
y haga lo que libremente quieren ser y hacer en su propia vida. En consecuencia, la
conceptualización del desarrollo económico tiene que ser más amplia que el avance
medido en términos del ingreso real, en términos del proceso de industrialización y en
términos de las tecnologías que el sistema productivo utiliza.
La obsesión contemporánea del crecimiento a cualquier costo (humano y
ambiental) no cuenta con una justificación evidente, por lo menos para las naciones
que tienen ya un alto nivel de consumo en toda la población. J. M. Keynes, por
ejemplo, cuando pensaba en la vida de los nietos de su propia generación, se
imaginaba un mundo donde las necesidades económicas materiales más acuciantes
estarían razonablemente satisfechas para todo el mundo, lo que permitiría que la
gente se aboque de manera más intensiva a la satisfacción de necesidades de tipo
espiritual o cultural, que son más profundas pero necesitan menos nivel de inversión
física agregada. La ocupación principal de la gente, en este futuro avizorado por
Keynes, estaría destinada a acomodarse sicológica y moralmente a la plenitud de
recursos materiales, no a la escasez. También J. K. Galbraith desafía lo que él
irónicamente llama “sabiduría convencional”, aquélla que sólo concibe el progreso
humano por medio de un mayor consumo de bienes materiales (lo que algunos llaman,
con mucho de razón, “consumismo”), postulando la llegada de una “sociedad opulenta”
donde lo que lo que la gente busca es, en realidad, más ocio, más tiempo libre para
apreciar las obras de arte y compartir conversaciones con amigos, más logros
intelectuales, etc. Para Galbraith, esta situación está hoy simplemente al alcance de
nuestras manos, por lo menos en los Estados Unidos.
Lo que el mundo permite hoy observar es una situación que puede definirse
como de “abundancia parcial”, donde a un mayor estándar de vida global hay que
agregar una conciencia creciente sobre los límites ambientales de nuestro patrón de
consumo. El crecimiento no es un fin que puede considerarse como una especie de
bien absoluto, como algo que está liberado de toda necesidad de examen crítico; por
el contrario, si elegimos el crecimiento como la finalidad de la vida económica
globalmente considerada, una mirada crítica resulta absolutamente necesaria, no para
anteponer el estándar de vida actual a la relativa pobreza material de la vida tal como
ocurría en las sociedades tradicionales (o en algunas comunidades monásticas
actuales), sino para debatir colectivamente los enormes costos naturales y humanos
que el proceso de crecimiento puede traer aparejado cuando dejamos que se
despliegue sin otro límite que lo que resulta abstractamente posible en términos del
incremento potencial del consumo.
En un marco de análisis crítico de los valores que la idea de crecimiento
económico ayuda a movilizar, sin descuidar el valor de la eficiencia, otros valores
(como la justicia y la libertad) han sido colocados en el corazón mismo de la
evaluación del nivel efectivo de desarrollo de una sociedad moderna. En el tema de la
justicia, la referencia a la obra de J. Rawls26, de enorme influencia en el pensamiento
económico de las últimas décadas, no puede soslayarse. Asentada en los valores
tradicionales del pensamiento liberal, esto es: el respeto sin condicionamientos por el
pluralismo y las convicciones individuales, la obra de Rawls, en lugar de convertir a la
eficiencia en una suerte de fetiche económico, busca integrar este incuestionable valor
de las economías modernas a un criterio más amplio de evaluación social, centrado en
la justicia. En este marco, el criterio para evaluar si una economía es “desarrollada”
tiene que incluir, de manera explícita, la suerte de los más pobres de la sociedad. Así,
una economía es verdaderamente desarrollada (o “buena”) cuando resulta imposible
asegurar durablemente una mejoría a los pobres, sin que otros se tornen todavía más
pobres27.
En consonancia con el principio de “maximin”, propuesto como síntesis de la
postura de Rawls, se espera que el conjunto de instituciones económicas relacionadas
con el sistema de salud, la educación, la seguridad social, los impuestos, etc.,
movilicen en dirección de los más necesitados los excedentes creados por la
desigualdad social. Esta tarea exige la participación activa del economista, pero está
claro que pierde éste el monopolio que le otorgaba la supremacía absoluta del criterio
de eficiencia.
En la misma línea de crítica al utilitarismo tradicional del pensamiento
económico, según el cual lo que es bueno para el individuo es bueno para la sociedad,
Amartya Sen considera que la concepción de justicia como equidad que propone
Rawls es demasiado formal. Lo que cuenta para Sen es la libertad real de los sujetos
económicos, que viven en comunidades con culturas diferentes. En este marco, la
métrica para evaluar el nivel de desarrollo de una economía no puede estar centrada
en los bienes o mercaderías, ni en la “utilidad” individual agregada, sino en la habilidad
desigual de la gente (sus aptitudes, su capacidad) para convertir los bienes y servicios
económicos en algo que “funcione” en las condiciones culturales propias de su
comunidad28.
Cuando los pobres terminan adaptando sus ambiciones a su destino de pobres
en una estrategia de mera supervivencia, o cuando una mujer “acepta” ser tratada de
manera económicamente degradante en el marco de una cultura local
mayoritariamente compartida en su propia comunidad, estamos en presencia de casos
que tienen que evaluarse en términos del funcionamiento y las capacidades concretas
de los sujetos económicos. Y lo más importante para ellos y para la sociedad en su
conjunto es la libertad, fin último del desarrollo económico y, a la vez, principal medio
para conseguirlo. Es esta libertad individual, asumida como responsabilidad social, lo
que sirve de fundamento para evaluar cuándo, en definitiva, una economía está
verdaderamente desarrollada.
Amartya Sen nos enseña que es la libertad de la gente lo que constituye la
clave para evaluar el desarrollo económico de un país o región29. La libertad sustantiva
de la gente es, entonces, el fin último del desarrollo económico, cuyo logro no coincide
necesariamente con el hecho de conseguir la opulencia económica medida en bienes
y servicios. Como muestra de las diferencias fácticas que se observan hoy entre la
capacidad de la gente para ser y hacer lo que libremente se elige ser y hacer, por un

26
Rawls J.: “Teoría de la justicia”, F.C.E., México 1993.
27
En la búsqueda de un sistema de reglas justas al que cualquier sujeto de una sociedad pueda libre y
racionalmente adherirse sin saber de entrada el beneficio neto que retirará de su participación activa en la
vida económica, el llamado “contractualismo” de Rawls se centra en dos principios básicos, uno de
igualdad y el otro de diferencia. El primero establece simplemente que los derechos son iguales para
todos los hombres, y el segundo que las diferencias se legitiman cuando contribuyen a mejorar las
condiciones de vida de los más pobres. De acuerdo con el principio de diferencia, las desigualdades
sociales deben satisfacer dos condiciones: deben respetar la igualdad de oportunidades para todos, y
deben funcionar en beneficio de los más pobres.
28
Ver SEN Amartya K.: “Bienestar, justicia y mercado”, Ed. Piados, Barcelona 1998.
29
Ver SEN Amartya K.: Desarrollo y Libertad, Editorial Planeta Argentina, Buenos Aires 2000.
lado, y el nivel de ingreso real medio logrado, por otro lado, puede acudirse al análisis
de la situación de grupos humanos particularmente desfavorecidos en países muy
ricos. Aquí, la coexistencia de estos grupos marginales que viven a la par de la
opulencia del promedio de la población, sirve de muestra clara de la divergencia que
puede muy bien aparecer entre estos dos valores (la libertad y el ingreso real medio),
interconectados pero para nada idénticos.
En el pensamiento de Sen, la libertad no es sólo el fin primero del desarrollo;
como decíamos, es también uno de los medios más poderosos y efectivos para
conseguirlo, teniendo en cuenta el hecho de que la libertad de un tipo ayuda
significativamente a conseguir o enaltecer libertades de otro tipo (podemos mencionar
aquí, para poner un ejemplo clásico de Sen, cómo la libertad de prensa sirve como un
medio muy eficaz para conseguir estar libres de hambrunas).
Analizada como medio para el desarrollo, el valor instrumental de la libertad va
más allá del campo específico del crecimiento medido en el espacio de bienes, para
abarcar:
-el campo de lo social, donde se resalta la expansión de servicios públicos de
salud y educación, por ejemplo;
- y el campo de lo político, donde se subraya la participación activa del sujeto-
actor en el proceso de decisiones relacionadas con los grandes fines de la vida
humana en común.
Recordando a Marx, Sen acusa de “fetichismo de la mercancía” al intento de
reducir la métrica económica referida al desarrollo al espacio exclusivo de bienes y
servicios. Al espacio limitado arbitrariamente al ingreso real, la obra entera de Sen
busca reemplazarlo por el espacio de “capacidades”, término que abarca el potencial
de desarrollo genuino de todo ser humano y de toda sociedad. Es en este contexto
donde se invoca a la libertad como principal fin y medio para el desarrollo, hecho que
se valora desde distintos aspectos. Al aspecto “oportunidad” le concierne valorar
nuestra real capacidad de lograr las cosas que elegimos racionalmente como buenas,
mientras que el aspecto “proceso” se centra en el procedimiento mismo de nuestras
decisiones como sujetos activos de nuestra libertad, esto es: como “agentes” de
nuestro propio bienestar.
El hecho de acentuar la libertad, en lugar de reducir el tema del desarrollo al
bienestar material, no significa que tengamos que exagerar el contraste que existe
entre estos dos logros humanos. De manera análoga a la riqueza material, la libertad
puede ser considerada como algo tan práctico como ganar dinero para acceder a un
nivel más alto de bienestar personal. Por ejemplo, en cuestiones tan urgentes como
librarnos del hambre o de alguna enfermedad, necesitamos tomar conciencia de que la
libertad ejerce muchas veces una influencia causal en cosas tan elementales como la
capacidad de una sociedad para proveer alimentos y buena salud para todos.
Después de todo, la libertad de obtener ganancias empresariales sirve de incentivo,
entre otras cosas, para la provisión de alimentos.
Buscar una conceptualización del desarrollo en términos suficientemente
amplios, concibiéndolo fundacionalmente como un camino efectivo hacia la expansión
de las capacidades30 y de la libertad humana (de los distintos aspectos que esta
libertad involucra), tiene la enorme virtud de permitir sintetizar y englobar en el mismo
concepto una gran variedad de valores, que se presentan con harta frecuencia como
tajantemente antagónicos. Se trata de falsos dilemas, tales como las siguientes
dicotomías que aparecen a menudo cuando tratamos cuestiones socioeconómicas de
cierta envergadura:
- entre mercado y Estado,
- entre eficiencia y equidad,
- entre industrialización y “atraso”,

30
Ver SEN Amartya: “Development as Capability Expansion” en Reading in Human Development,
editado por S. Fakuda-Parr and A. K. Shiva Kumar, Oxford Universiyy Press, New Delhi 2005.
- entre políticas macroeconómicas de corto plazo y política de crecimiento de
largo plazo,
- entre el cuidado ecológico del medio ambiente y la contaminación fabril propia
del proceso de industrialización, etc.
Sin negar los beneficios de distinta índole que pueden extraerse de las
necesarias distinciones que las dicotomías recién señaladas ayudan a plantear, lo que
resulta criticable es la adopción de posturas extremas que nos ponen
innecesariamente ante la necesidad de asumir una posición terminante, optando
siempre por alguno de los polos de un dualismo falso.
De estas dicotomías, la más importante (y dañina) es probablemente la que
pretende elevar el mercado hasta que alcance la categoría de remedio universal de
todos los problemas económicos de las sociedades modernas. Por supuesto que
tenemos que reconocer sin ambages que la libertad de intercambiar y efectuar
transacciones figura, a parte entera, entre las libertades básicas que la gente tiene
sobradas razones para valorar positivamente. Además, la importancia de la libertad de
intercambiar bienes y servicios se potencia fuertemente si tenemos en cuenta la
enorme efectividad demostrada por las economías modernas de mercado, lo que se
traduce en la generación creciente de riqueza y prosperidad económica. Pero el
mecanismo de mercado consigue esta efectividad funcionando siempre en
interrelación estrecha con muchas y diversas instituciones sociales, jurídicas y
políticas.
Nadie puede poner al mercado en la categoría de fin en sí mismo, sin caer en
un fundamentalismo totalmente alejado del ideal de todo saber con pretensiones
científicas. El mercado es, muchas veces, un medio para obtener de manera eficiente
las cosas que la gente valora; pero para hacer uso efectivo de este medio, la gente
tiene, por ejemplo, que tener (como condición previa) la libertad de entrar al juego de
los mercados y de ser así capaz de sacar provecho de las transacciones que definen
este juego.
Que toda la gente pueda participar activamente en los mercados (que pueda
entrar de manera efectiva en el juego de las economías modernas), no es para nada
evidente. Muchísimas personas (de hecho la mayor parte de la humanidad) no tienen,
por ejemplo, otro activo que su propio trabajo, y este activo no siempre encuentra la
“demanda” suficiente. De la misma manera, la participación activa y provechosa en los
mercados resulta radicalmente influenciada (y dificultada) por condicionamientos
personales y sociales. Entre estos condicionamientos se cuentan los siguientes:
- el acceso de la gente a la educación,
- la disposición de una buena salud,
- la existencia de programas de microcréditos de fácil acceso,
- la presencia de programas de reformas relacionadas con el régimen de
tenencia y propiedad de la tierra, como precondición para el uso racional del suelo en
la producción agrícola, etc.
Los puntos que acabamos de listar constituyen verdaderas condiciones
necesarias para que una economía de mercado pueda catalogarse de exitosa y, en
conjunto, todas estos requerimientos exigen la presencia de variadas y racionales
políticas públicas diseñadas y ejecutadas por el Estado, donde se ponen en juego
oportunidades sociales y prácticas diversas de distribución de recursos ligados a
diferentes tipos de libertades, complementarias entre sí. En definitiva, en un mundo
donde la interdependencia de instituciones diversas desemboca en el funcionamiento
de un sistema de complejidad creciente, el mercado aparece como un poderoso motor
del desarrollo, pero el proceso en su conjunto demanda al Estado (y a todos) mucho
más que una defensa entusiasta del mercado libre.
Otro de los falsos dilemas que la ampliación del concepto de desarrollo permite
superar, es aquél que contrapone el crecimiento industrial con el cuidado del medio
ambiente. Alrededor de esta cuestión de innegable actualidad, la fórmula “desarrollo
sustentable” irrumpió, en las últimas décadas, como una forma de resaltar la
responsabilidad que le cabe a la generación presente en el uso de los recursos que
permiten el crecimiento económico y cuyos frutos están destinados a la satisfacción de
las necesidades del presente, pero sin comprometer la capacidad de que las
generaciones futuras puedan también satisfacer las suyas. Interpretada de manera
estrecha, esta fórmula dio lugar a la aparición de una fuerte confrontación entre:
- los cultores del llamado “desarrollismo”, que alientan el crecimiento industrial,
el consumo creciente de energía, la irrigación intensiva de los suelos de uso agrícola
y otras actividades que pueden considerarse responsables del deterioro del medio
ambiente;
- y los cultores del “ecologismo”, descalificados por los primeros como “anti-
desarrollistas”.
Como en el caso de la contraposición Estado-mercado, también entre los
ecologistas y los desarrollistas se plantea una falsa dicotomía, que se desvanece
cuando se define el desarrollo de una manera convenientemente amplia, asociándolo
fundamentalmente a la expansión de la libertad humana. Después de todo, esta
expansión de la libertad humana no puede menos que incluir a la libertad de gozar de
un medio ambiente saludable y bello.
Podemos alargar generosamente la lista de falsos dilemas para abarcar, por
ejemplo, la acumulación del capital y el ahorro como garantías exclusivas del proceso
de desarrollo (que respondería al lema churchilliano de “sangre, sudor y lágrimas” en
el presente, para conseguir un futuro mejor) versus el goce presente de los medios a
nuestra disposición (una visión del desarrollo más amigable con las necesidades
urgentes de las generaciones actuales). O la famosa disyuntiva entre equidad y
eficiencia, que se desvanece en gran parte cuando tenemos en cuenta, por ejemplo,
que las barreras que impiden el acceso de los pobres a los mercados financieros y a la
propiedad de la tierra, reducen de manera harto significativa el campo potencial de las
inversiones productivas, de las innovaciones y del desarrollo de capital humano entre
la gente menos favorecida de las sociedades actuales. En tales circunstancias,
muchas de las prácticas redistributivas exitosas que el Estado es capaz de imponer
pueden producir un sorprendente incremento efectivo de la productividad económica
global.
Buscando superar estas falsas opciones, una política de desarrollo tiene que
ser justificada, en última instancia, en términos de lo que la propia gente del país en
desarrollo valora como algo positivo. No nos queda otro camino, entonces, que
habérnosla simultáneamente con dos cuestiones fundamentales:
- la cuestión crucial que inquiere acerca de qué es lo que la gente considera
fundamentalmente valioso, lo que lleva a subrayar el valor intrínseco de la libertad;
- y la cuestión que indaga sobre qué instrumentos tenemos a nuestro alcance
para conseguir esto que la gente valora, lo que nos pone frente al valor de la libertad
como medio exitoso y nos permite estimar con justicia el rol clave que les cabe a los
incentivos económicos que tenemos para obrar de una manera determinada.
La idea central que hemos tratado de trasmitir en este punto puede resumirse
diciendo que, sin abandonar los objetivos de la industrialización y de la eficiencia
productiva, la discusión acerca del tema del desarrollo ganaría mucho en calidad y en
plenitud si el debate público, sobre el que debe asentarse necesariamente toda
cuestión que involucre el destino de una sociedad, se basa en un marco conceptual
del desarrollo económico lo suficientemente amplio como para permitir distinguir, sin
separar de manera tajante, diferentes factores clave del fenómeno complejo del
desarrollo humano y social, que se presentan habitualmente como partes
irremediablemente opuestas de una tensión falsamente dicotómica.
Lo que necesitamos es un concepto amplio y cabal de desarrollo económico,
capaz de integrar tensiones que, en cuestiones medulares, aparecen muchas veces
como opciones ineludibles entre polos opuestos. Se trata, como hemos señalado con
insistencia, de falsos dilemas que un concepto adecuado de desarrollo está llamado a
desenmascarar. No hace falta abandonar el objetivo del crecimiento para privilegiar,
por ejemplo, la calidad de vida como objetivo primero a mejorar. Tampoco tenemos
que abandonar el cuidado especial que la ciencia de la economía puso en el análisis
exhaustivo de la eficiencia, como guía de primer orden en el uso de los recursos o
medios escasos con los que contamos, cuando decimos que el pensamiento
económico debe abocarse también al estudio racional de los fines (sin abandonar un
ápice de sus pretensiones científicas).
Hacer de la libertad personal el objetivo primero del desarrollo no significa
desconocer la importancia fundamental que tiene la disposición abundante de bienes
materiales que se necesita para acercarnos a este objetivo. Además, una vez que
elegimos a la libertad como objetivo principal, no tenemos por qué defender
exclusivamente lo que I. Berlin llamó “libertad negativa”31, donde lo único que importa
es la liberación del individuo de toda interferencia por parte de los otros (en particular
del Estado). Tenemos que integrar también el aspecto positivo de la libertad,
preocupándonos por lo que una persona es realmente capaz de ser o hacer.
Finalmente, no tenemos que negar la importancia fundamental que le cabe al móvil del
interés individual (de probado poder explicativo en el análisis de muchas de nuestras
decisiones en el mundo de la economía) cuando reconocemos que el hombre tiene en
este campo de lo económico muchas otras razones para obrar32.
Después del recorrido sobre aspectos conceptuales del desarrollo que los
puntos anteriores resumen, lo que estamos analizando brevemente en este punto
tiene que ver con algunos aspectos relacionados con la medición de este complejo
fenómeno, sabiendo que lo que medimos está íntimamente relacionado con lo que
hacemos y con la forma en que conceptualizamos nuestra acción. El siguiente párrafo,
extraído de un informe que el gobierno de Francia demandó a un equipo de prestigios
economistas y otros científicos sociales (encabezados por Joseph Stiglitz, Amartya
Sen y Jean-Paul Fitoussi) acerca de la forma en que debe medirse el desempeño y el
progreso social, sirve para ejemplificar esta relación. Haciendo referencia a la gran
crisis financiera mundial desatada durante el año 2008, este informe señala que:
“quizás si hubiéramos tenido mayor conciencia sobre las limitaciones de las
métricas estándares, como el Producto Bruto Interno, hubiera habido menos euforia
sobre el desempeño económico de los años anteriores a la crisis; una métrica que
hubiera incorporado una valoración de la sustentabilidad (esto es: teniendo en cuenta
el endeudamiento creciente) podría habernos provisto de mucho mayor cautela en
nuestra visión sobre el desempeño de nuestra economía”33.
El sistema de estadísticas económicas que se impuso en el mundo desde la
segunda mitad del siglo XX fue originalmente creado con el fin de proveer a los países
de una valoración unificada de las actividades que tenían lugar en los mercados. Lo
que está claro hoy es que, si pretendemos valorar el grado de desarrollo económico de
un país o de una región, necesitamos agregar a estas mediciones tradicionales
estimaciones alternativas del desempeño de nuestras economías, buscando reflejar en
estas nuevas mediciones nociones más amplias del bienestar social y del progreso
económico de las sociedades actuales. Lo que el Informe que comentamos en el
párrafo anterior enfatiza es justamente la necesidad que tienen las economías
modernas de mercado de construir mejores y más completas mediciones e
indicadores del desempeño económicos de nuestras economías cada vez más
complejas.
Dos de las muy sensatas recomendaciones que se desprenden del informe
presentado al gobierno francés pueden servir de síntesis de todo el trabajo. La primera

31
BERLIN I.: “Two Concepts of Liberty”, en Four Essays on Liberty, Oxford University Press, London y
New York 1969.
32
Ver SEN Amartya: “Rationality and freedom”, The Belknap Press of Harvard University Press, 2002,
cap. 5: Goals, Commitment and Identity, págs. 206-24.
33
STIGLITZ J., SEN A., FITOUSSI J.-P.: «Report by the Comission on the Measurement of Economic
Performance and Social Progress », in www.stiglitz-sen-fitoussi.fr, pág. 9.
consiste en desviar el énfasis que tradicionalmente se puso en las estimaciones
centradas en aspectos netamente productivos de la actividad económica, para dirigirlo
hacia mediciones más amplias del bienestar de la gente. Como vimos, lo que este
consejo supone es que existe una brecha que se ensancha cada vez más entre la
información contenida en mediciones del producto bruto interno y las cosas mas
significativas que corresponde considerar cuando lo que nos interesa es valorar el
bienestar de todo el hombre y de todos los hombres que integran una comunidad
económica.
Lo que parece estar, felizmente, en franco retroceso es la vieja versión del
desarrollo económico que pretendía convertir al mero producto per cápita en un índice
confiable y fidedigno de la calidad de vida de la población. En contra de este burdo
supuesto, lo que hoy se pregona es un retorno a la vieja sabiduría aristotélica que reza
que la riqueza material de una persona o de una nación no constituyen nunca un fin en
sí mismo, por lo que la simple acumulación de cosas que se transan en los mercados
no puede ser considerada como la finalidad última de la vida política y económica de
nuestros países. De todas maneras, más allá del convencimiento creciente que parece
primar en nuestra profesión acerca de la necesidad de ampliar la base informativa de
la actividad económica, si pretendemos valorar de manera integral el bienestar de la
población, la tarea de persuasión dentro de la disciplina de la economía no está para
nada agotada. Por el contrario, la profesión de economistas despierta todavía amargas
quejas en esta cuestión; la siguiente cita no es más que una muestra de este malestar:
“la comunidad de los diseñadores de políticas internacionales de desarrollo
está dominada no por las ideas sutiles de la filosofía utilitarista, sino por la forma más
rebajada y cruda en que estas ideas fueron tomadas por el desarrollo económico
moderno. Los economistas son buenos en muchas cosas, pero argumentar a favor de
los fines últimos de la vida social no parece figurar entre ellas. Sin embargo, impulsan
todo el tiempo ideas sobre este tópico, particularmente en el campo del desarrollo
internacional, y estas ideas son enormemente influyentes”34.
La segunda de las recomendaciones a las que nos referimos más arriba está
relacionada con la distinción que el Informe que comentamos permite resaltar entre la
valoración del bienestar, medida en términos de la situación en cada momento del
tiempo, por un lado y, por el otro, la sustentabilidad o durabilidad de esta situación.
Como vimos antes, el bienestar corriente tiene que ver no sólo con la actividad
productiva y los recursos económicos con que una comunidad cuenta para ello.
Diversos ajustes son necesarios para completar los indicadores de la activada
productiva de manera de acercarse al ejercicio mucho más ambicioso de buscar
mediciones del avance el la calidad de vida de los ciudadanos de un país. Estos
ajustes tienen que ver con la apertura de las economías nacionales en un mundo de
relaciones globalizadas, con los bienes intermedios, con la seguridad física y social de
la gente, con las condiciones de trabajo y el ocio disponible, etc. A estos ajustes hay
que agregar las relaciones entre las actividades económicas de mercado y aquéllas
que, como los actos productivos dentro del hogar, no se canalizan a través de los
mercados, acentuando las consecuencias que cambios en esta relación provocan en
la calidad de vida de la gente. Finalmente, las condiciones políticas de participación de
la gente, su capacidad de hacer oír su voz cuando se reclaman derechos humanos, su
capital social y las condiciones ambientales en las que viven, son todos aspectos
innegables del desarrollo económico de una comunidad que merecen el esfuerzo por
convertirse en mediciones e indicadores disponibles.
En cuanto a la cuestión de la sustentabilidad futura de los niveles de bienestar
alcanzados, la respuesta hay que buscarla a través de buenas mediciones acerca de
la forma en que los stocks de los diferentes tipo de capital relevantes para la vida
social (capital natural, físico, humano y social) son traspasados hacia las generaciones

34
NUSSBAUM Martha: “Aristotle, Politics And Human Capabilities”, en Ethics nº 111, October 2000,
pág. 107.
futuras. Al tratar esta vasta y harto significa cuestión, que ocupa un lugar central en el
debate político contemporáneo, el horizonte temporal se mueve hacia el largo plazo,
para hacer frente a los problemas que plantea la sustentabilidad o durabilidad del
contexto económico, social, político y ambiental en el que actualmente vivimos.
Más allá de la enorme complejidad de estos asuntos, lo que sabemos es que
apelar a los precios de mercado para evaluar estas complejas cuestiones de largo
plazo resulta a todas luces una estrategia informativa que, en el mejor de los casos,
resulta insuficiente. Hasta que llegó la larga y penosa recesión que comenzó a finales
de 1997, el crecimiento de la economía argentina durante esa década, por ejemplo,
muestra claramente cómo las mediciones tradicionales del desempeño económico
corriente esconden información harto significativa para evaluar la durabilidad del
crecimiento de una economía con endeudamiento creciente y, como quedó luego
evidenciado, para nada sustentable. La crisis global que irrumpió en la economía
mundial durante la año 2008 no hace más que confirmar que los precios que se
forman en los mercados financieros, molestamente propensos a experimentar olas
esporádicas de “exuberancia irracional”35 seguidas de pesimismo acentuado, fallan
groseramente en su intento de proveer una estimación confiable del valor actual
esperado del consumo futuro y de la inversión futura.
Las distorsiones más serias provocadas por los precios de mercado aparecen,
sin dudas, cuando de lo que se trata es de valorar el “precio” de los recursos
ambientales no renovables. Cualquier medición que pretenda informar sobre la riqueza
real de un país en un momento dado tiene que incluir todos sus activos y todas sus
deudas o pasivos, que incluyen los costos implicados en la reparación del daño
ambiental que provocan algunas actividades productivas y en el tratamiento futuro de
desechos que éstas originan. Las mediciones tradicionales del desarrollo económico
tienen que estar ajustadas, de manera de incluir todos estos pasivos y costos; y la
significación de estos ajustes crece cuando la situación económica global resulta
altamente dependiente de la explotación de recursos no renovables, como ocurre, por
ejemplo, en algunas provincias de la región del noroeste argentino.
Mucho ha crecido en la profesión de economistas la conciencia acerca de que
la capacidad que pueden llegar a tener las futuras generaciones para conservar
nuestro nivel de vida depende dramáticamente de nuestra disposición a dejarles, en
cantidad y calidad suficientes, todos los activos y formas de capital de las que el
bienestar y la calidad de vida dependen de manera directa. Aunque todavía queda
mucho camino por recorrer en el camino de la persuasión ambiental del economista,
poco crédito tienen felizmente ya las investigaciones en nuestra disciplina que, como
puede leerse en un memorando que Larry Summers escribiera cuando se
desempeñaba como economista en el Banco Mundial aconsejaran (por razones de
eficiencia!) el traspaso de la producción contaminante desde los países más
“avanzados” hacia los menos “desarrollados”, desconociendo olímpicamente los daños
irreversibles que la polución de la actividad productiva pueden causar al medio
ambiente global. Catástrofes ecológicas como la que padeció recientemente la
población de Tartagal en el noroeste argentino muestran, con crudeza inusitada, los
terribles costos humanos que puede llegar a sufrir la población (sobre todo la más
pobre) cuando lo que prima es la irresponsabilidad ambiental más o menos
generalizada.

9. “El hecho de que el fenómeno del crecimiento siga siendo un enigma (tras
tres decenios de intenso esfuerzo intelectual) se explica en parte por la complejidad
del crecimiento económico, pero refleja también nuestro cuadro de valores –en
particular la preocupación por los juegos intelectuales. La dificultad deriva en parte, sin
duda, del hecho de que la selección de temas de trabajo en la economía del

35
Ver SHILLER Robert J.: “Irrational Exuberance”, Princeton University Press 2000.
crecimiento se guía mucho más por la curiosidad lógica que por la importancia
práctica.”36
Esta queja de Amartya Sen, escrita a comienzos de la década de 1970,
continúa lamentablemente teniendo hoy una gran validez. En el desarrollo científico
que la ciencia de la economía evidenció en las últimas décadas del siglo XX, la
matematización creciente del discurso científico de la economía trajo aparejado, entre
otras muchas cosas, una fabulosa simplificación de los asuntos humanos y sociales
que configuran la médula misma de la vida económica concreta de las naciones,
cualquiera sea el nivel de desarrollado que éstas hayan alcanzado. Una vieja cita de
unos de los grandes mentores de la teoría moderna del crecimiento económico
resume muy bien el problema al que estamos aquí aludiendo, referido a la
simplificación creciente a la que apelan, en general, los modelos teóricos de la
economía del desarrollo:
“Toda teoría depende de supuestos que no son ciertos del todo. Eso es lo que
hace una teoría. El arte de la teorización correcta consiste en hacer los supuestos
simplificadores inevitables en forma tal que los resultados finales no sean muy
sensibles. Un supuesto “decisivo” es aquel del que dependen sensiblemente las
conclusiones, y es importante que los supuestos decisivos sean razonablemente
realistas. Cuando los resultados de una teoría parecen fluir específicamente de un
supuesto decisivo especial, si el supuesto es dudoso, los resultados serán
sospechosos”37.
Más allá de la polémica entre los que, por un lado, siguen a Milton Friedman en
su defensa de las construcciones teóricas que se apoyan en supuestos sin realismo
(pero que conducen, supuestamente, a acertadas predicciones) y, por otro lado, los
que critican esta curiosa voltereta intelectual que pretende negar las virtudes más
evidentes del realismo de los supuestos económicos más significativos, lo que Robert
Solow pretende resaltar en la cita anterior es la necesidad de encontrar un término
medio, capaz de superar una antinomia que causó muchos más daños que beneficios
al pensamiento económico. Frente a la complejidad del fenómeno del desarrollo
económico y habida cuenta de las limitaciones del economista como sujeto que
pretende conocer científicamente las causas últimas de este fenómeno, lo que
corresponde es simplificar lo que efectivamente se observa del fenómeno, sin apelar a
supuestos manifiestamente desconectados de la realidad observada. Trevor Swan,
otro de los grandes teóricos del crecimiento, escribe sobre esta cuestión de la
siguiente manera:
“los economistas deben considerar con mucho cuidado a qué se refieren las
teorías del crecimiento económico, qué interrogantes están tratando de contestar, si es
que la teoría económica no ha de ser pura matemática estéril”. Eliminar, por ejemplo,
la influencia de las expectativas de los agentes que tienen que decidir sobre sus
inversiones de largo plazo en condiciones de incertidumbre, lo mismo que apelar a un
“estado estacionario” o a una “edad de oro” no son más que evasiones, “y como todas
las evasiones astutas tienen alguna utilidad, pero es fácil exagerarlas”38.
Después de todo, “si se nos pide pensar en un plan quinquenal para la India no
buscaríamos respuestas inmediatas en la teoría económica: necesitaríamos aprender
mucho acerca de la India, de su pueblo, de sus técnicas prácticas, y no esperaríamos
de la teoría económica sino cierto auxilio de algunas ideas básicas para el inicio de la
tarea”39.

36
SEN Amartya: “Economía del Crecimiento”, op. cit., págs. 34-35-
37
SOLOW Robert M.: « Un modelo de crecimiento », en Economía del Crecimiento, op. cit., pág. 151.
38
SEN Amartya K.: “The Money rate of intrest in the pure theory of growth”, en The Theory Of Interest
Rates”, McMilliaan y St. Martin Press, 1965, pág. 280.
39
SWAN Trevor W.: “Las edades de oro y las funciones de producción” en Economía del Crecimiento,
op. cit., pág. 193.
Mientras el crecimiento se convertía en una de las temáticas más debatidas
dentro de la ciencia de la economía, James Tobin escribía:
“Los modelos teóricos contemporáneos del ciclo económico y del crecimiento
económico suelen poseer dos características relacionadas: a) suponen funciones de
de producción que no permiten la sustitución entre factores, y b) las variables son
magnitudes reales; los fenómenos monetarios y de precios no tienen importancia.
Debido a estas características, estos modelos presentan una imagen rígida y angular
del proceso económico: rutas rectas y estrechas cuya menor variación anuncia el
desastre, reversiones abruptas u agudas, límites superiores e inferiores intratables.
Los modelos son muy sugerentes, pero su representación de la economía despierta la
sospecha de que han dejado fuera algunos mecanismos de ajuste esenciales”40.
En otro artículo, que comenta los modelos de crecimiento de dos sectores,
Frank Hahn escribe:
“En todas estas construcciones resulta fundamental la condición de que el
equilibrio en un momento dado sea único (…). Pero los supuestos requeridos para
establecer la unicidad del equilibrio momentáneo son todos terribles”41.
Enfocados esencialmente en la búsqueda de soluciones de mercado para
responder a los problemas que plantea el crecimiento económico, esto es: sin
presencia activa de políticas gubernamentales (o en presencia, cuanto más, de
políticas de gobierno que resulten neutrales en términos del proceso de crecimiento),
los modelos teóricos de la economía del crecimiento han soslayado en buena medida
todas y cada una de las imperfecciones y fallas de mercado que frenan u obstaculizan
este proceso de crecimiento. En una síntesis muy completa de las objeciones que se
presentaban, por estos, años a la búsqueda obsesiva de la neutralidad del Estado
frente a los problemas del crecimiento, Edmund Phelps concluye:
“En todas las economías reales prevalecen las imperfecciones de mercado y
los efectos externos. (…) Estas imperfecciones y estos efectos externos plantean la
cuestión de la forma en que pueda emplearse la política gubernamental, en particular
la política fiscal, para reducir o eliminar las malas asignaciones de recursos
resultantes. (…) Parece claro que no hay esperanzas de alcanzar el óptimo con una
política tan sencilla como la de neutralidad en un mundo complejo. (…) Cualquiera sea
la evaluación del lector, sin duda concluirá que el tema de las políticas fiscales y
monetarias adecuadas para el crecimiento sigue siendo campo fértil de
investigación”42.
Más de tres décadas después, un economista de probado compromiso con la
más absoluta libertad de mercado, parece otorgarle razón a Phelps:
“La tasa de crecimiento y la subyacente actividad innovadora tiende a alejarse
del óptimo de Pareto debido a las distorsiones relacionadas con la creación de bienes
nuevos y de novedosos métodos de producción. En este marco, la tasa de crecimiento
de largo plazo depende de acciones gubernamentales, tales como los impuestos que
se cobran, el mantenimiento de la ley y el orden, la provisión de servicios de
infraestructura, la protección de los derechos de propiedad intelectual, la regulación
del comercio internacional, de los mercados financieros y otros aspectos de la
economía”.
La lista de funciones económicas que Robert Barro pretende colocar en la
agenda de los gobiernos actuales está obviamente limitada por sus inclinaciones
teóricas; pero lo que nos interesa señalar aquí es la aceptación general con la que

40
TOBIN James: “A Dynamic Aggregative Model”, in Journal of Political Economy, vol. 63, 1955, pág.
103.
41
HAHN Frank H.: “Modelos de crecimiento de dos sectores”, en Economía del Crecimiento, op. cit.,
pág. 279.
42
PHELPS Edmund S.: “Crecimiento e Intervención Gubernamental”, en Economía del Crecimiento, op.
cit., pág. 509.
esta autor, exponenete central de la llamada “nueva” escuela clásica, remata la cita
anterior:
“El gobierno, por lo tanto, tiene un gran potencial para bien o para mal a través
de su influencia sobre la tasa de crecimiento de largo plazo”43.

10. En los puntos anteriores hemos bregado por la necesidad de evitar caer en
el simplismo que pretende ilusamente reducir el problema del desarrollo económico a
la simple acumulación de bienes, a lo que se adosa, de manera también simplista, la
“equidad” como mera característica deseable del proceso. Frente a la complejidad del
fenómeno bajo estudio, tenemos que asumir la necesidad de integrar, en el marco del
análisis económico, aspectos tradicionalmente dejados de lado por la ciencia de la
economía.
Lo que afirmamos en el párrafo anterior no significa necesariamente bregar por
una suerte de “nueva teoría económica”; lo que remarcamos es, simplemente, la
necesidad de expandir de manera creativa el campo de estudio en el que la economía
dominante pretende encerrar el fenómeno del desarrollo. Esto nos lleva
necesariamente a reconocer, de manera explícita, que muchas variables económicas
pertenecen también al campo de lo social, de lo político, de lo cultural. En lugar de
llevar hasta el extremo la práctica usual de dividir los fenómenos complejos en
particiones puras que definen de manera ilusoria el área específica de preocupación
de las disciplinas (desarrollo económico por un lado; equidad social por otro),
corresponde:
“reconocer las irremediables intersecciones entre las diferentes disciplinas
sociales que hacen que los fenómenos económicos aparezcan de manera
frecuentemente inseparables de aquellos que son tradicionalmente estudiados por las
disciplinas relacionadas”44.
Lejos de privilegiar la orientación eminentemente práctica que la temática del
desarrollo económico exige, el esfuerzo teórico de la economía, con honrosas
excepciones, se ha concentrado en gran medida en un intento heroico por derivar la
historia del crecimiento económico moderno y sus perspectivas futuras de la mera
acción de sujetos individuales maximizadores de su propio bienestar o “utilidad”. Y a
esta ultra-simplificada teoría, con la que se pretende explicar un tema ultra-complejo
como el desarrollo, se agregaron consejos ultra-simplificados de políticas, como
aquellos contenidos en el llamado “consenso de Washington”.
Desde la perspectiva teórica se acentuó, por ejemplo, la importancia del capital
humano, desplazando la posición hegemónica que tuvo por un tiempo las
consideraciones referidas a la acumulación del capital físico; pero la concepción del
capital “humano” también resultó ser excesivamente estrecha. Lo que hemos intentado
mostrar a lo largo de los diferentes puntos de estas breves consideraciones sobre el
desarrollo económico puede sintetizarse, sirviendo como conclusión de este trabajo,
con la idea de Schumpeter que nos sirvió de punto de partida de nuestra exposición.
Esta idea, que aparece repetidamente (de manera explícita o implícita) en muchos de
los principales hitos que marcaron la historia global del pensamiento que la economía
elaboró sobre el tema clave del desarrollo durante todo el siglo XX, no hace más que
resaltar el error que comete aquél que, en aras de favorecer una perspectiva científica
determinada, pretende reducir la complejidad del tema del desarrollo económico a los
moldes estrechos de una receta segura y terminante. Cualquiera sea el rótulo con que
estos moldes rígidos se presenten, lo que se consigue con una simplificación excesiva
no es otra cosa que eludir las dificultades propias que presenta a todo investigador el
estudio cabal del fenómeno del desarrollo económico.

43
BARRO Robert J.: “Determinants Of Economic Growth”, The MIT Press, Massachussets 1999, pág. 6.
44
COASE R. H.: “Economics and Contiguous Disciplines”, in Essays on Economics and Economists,
The University of Chicago Press, Chicago 1994, pág. 77.

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