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La más impresionante de todas las aves que he visto y que jamás volverán
estos ojos a mirar en la vida; Strom, era un cóndor gigante que abría sus
enormes alas y todo abajo, en la tierra, oscurecía. Pero de los Andes, mis
señores.-decía Markus destapando una cerveza que le ofrecían los compañeros
de la noche en algún bar en los pueblos de Valdivia- no era lo más hermoso; lo
más puro y transparente eran los ojos de Ami, la machi de las montañas, la
que con su mirada podía adormecer hasta el mismo diablo si se lo propusiera.
Ella es el espíritu, la magia que recorre miles de kilómetros desde el desierto
hasta los lagos gélidos del Sur.
Era raro ver ríos o lagunas, estábamos en sitios muy áridos. Hasta que se nos
acabó el agua, y duramos dos días sedientos y casi deshidratados, entonces
decidí ir un poco más al Este, pero no veía siquiera vestigios de que alguna
vez el agua poblara estas montañas perennes. También nos habíamos quedado
sin combustible, todo ese viaje tan mal planeado me hacía perder la paciencia,
aún nos quedaban los enlatados, donde nos tocaba tomar lo último de líquido
que quedaba, que era la salmuera de las salchichas. Al tercer día de camino vi
luces a lo lejos, y al acercarnos era una pequeña aldea, dormimos esa noche
mucho más cómodos cerca al fuego y saciados de refresco de uvas.
Alquilamos unos caballos para regresar donde dejamos la camioneta, ya con
comida y gasolina.
Desapareció, -lo que no sabía que era- se perdió de mi vista, solo duró lo que
puede durar una ráfaga de luz; pero era de oscuridad, si la pudiera llamar así.
Quería devolverme hacia el camino y retomar el viaje con los muchachos,
pero ya estaba atardeciendo y me sentía fatigado porque no había comido nada
durante el día, escuché el ruido de agua que caía, y me detuve, corrí hacia
donde provenía el sonido, escalé un cerro no muy alto, y justo en la cima pude
ver aquel manantial donde caían hilos plateados entre las rocas y más abajo se
formaba en una cascada chispeante del cual aún siento el aroma de sus
vapores cuando aspiro. Bajé casi rodándome por la colina, el agua estaba tibia,
espumosa, pero mi mayor emoción fue verme rodeado de lúpulos enormes,
florecidos, brillantes. Saqué de mi mochila la navaja y de inmediato me
dispuse a cortar lo que tanto había deseado encontrar. No me detuve a pensar
si era que estaba desvariando, o que quizás era un sueño y que tenía que
pellizcarme. Estaba fascinado, todo era exótico, de tamaños exagerados a los
cuales no estaba acostumbrado, era como un edén en medio de la nada, de la
rigurosidad del ambiente, de la tranquilidad de las montañas. Ese pequeño
mundo era grande en diversidad, en formas y colores, en música, en trinos y
murmullos de la naturaleza que no era nada natural para mí.
-¿Qué está haciendo? -Una voz femenina interrumpió mi labor.
-Nada.
-¿Por qué ha cortado mis niñas? - preguntaba mientras empuñaba las manos.
-Sí, eso que usted llama flor, no le pertenece…-sentí tanta vergüenza que bajé
la cabeza-. ¿Qué piensa hacer con ello?
-Cerveza, -le dije-. Ella me miró fijamente a los ojos, como queriendo conocer
de mí algo que le brindara confianza, no se atrevía a acercarse a mí, pero lo
hizo. Sacó impulso y me dijo al oído -debería abandonar lo más pronto que
pueda este lugar- . Yo alcé de nuevo la miraba, su voz armonizaba con ese
lugar, en cambio la mía desentonaba, yo me quedaba corto de respiración ante
su desnudez, su belleza, su delicada vocecita que me pedía más que una huída,
porque en sus ojos había una curiosidad enorme de saber que era yo, si era una
especie rara o un alma en pena que venía a perturbar su baño, sus rituales de
sacerdotisa o diosa de las aguas. Qué se yo que era, o quien era esa mujer tan
hermosa que no podía mirar a los ojos sin sentirme solo en medio de la nada
pero junto a ella. Se retiró del lugar sin decirme al menos su nombre.
Al mes, cuando por fin tenía la bebida perfecta, inicié mi regreso a ese mundo
fantástico, quería ver de nuevo a esa mujer y darle a probar de mi cerveza,
hecha con algo que había robado de su jardín. -La fermentación de la cebada y
las otras plantas que había escogido fue muy rápido, el agua de aquel lugar le
dio un sabor especial. Antes de haber aparecido la mujer, Markus había
recogido agua en su cantimplora-. Quería verla, quería perseguir el enigma,
eso me hizo regresar, -El viejo aventurero no se había dado cuenta que ya
estaba amaneciendo en el bar, y que solo el empleado que limpiaba las mesas
lo dejaba continuar para que le hiciera compañía, porque ya la historia se la
sabía de memoria, -aún así le parecía que algo de realidad vislumbraba-. Algo
tuvo que haberlo vuelto loco, o hacerse el loco para poder vivir en paz con los
recuerdos.
Volvió por las mismas trochas, volvió a ver la majestuosidad de los lúpulos, se
detuvo en la misma cima, esperó largas horas, pero no había señales de ella.
Empezaba a creer que era había sido un sueño.
-Debe irse, todo el que ve a Strom debe morir. Le hablé a mi padre de usted.
Dice que la gente que cruza por el arco del agua, no es bienvenida, Strom es
eterno, igual que yo, porque somos el alma de la madre natura, yo soy la
machi, yo soy la Ami, alma de todo lo que tiene vida aquí. Si alguien me
destruye no me destruye a mí, si alguien hiere a Strom no lo hiere a él. Somos
y seguiremos eternos si no nos contaminamos de algo que venga de fuera.
-Pero lo extraño es que al ser tú de afuera, mi energía sigue iluminando el
aposento de la madre natura. -Continuaba argumentando ella.
-Debe ser porque he bebido y comido de tus frutos. -Le dije tan seguro que
con esas palabras me dejaría vivir-. Tengo algo para ti, ven y bebe tú también.
Saqué de la mochila una botella oscura, que contenía la cerveza. Ella bajó del
animal, y entonces pude observarlo más de cerca. Su plumaje brillaba y era
negro como petróleo. Lo circundé, hice un cálculo usando mis pasos y mi
estatura, un poco más alta que la de ella, que podía medir menos de seis pies
de altura, el cóndor quizá medía veinte pies desde el cuello hasta la cola, y las
alas como otros nueve pies en cada extremo. Cuando traté de tocarlo, se me
volteó y me amenazó con el pico, aleteaba despacio, la aguda mirada era roja,
y destellante. Alzó el vuelo mientras graznaba.