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Bánffy Miklós, maestro húngaro

Edith M. Massün

A finales de los
noventa, una novela
imponente escrita en
Miklós en 1916-17
húngaro hace ochenta
años, hizo una
sorprensiva aparición, saliendo de las espesuras de
los bosques de Transilvania que la tenían escondida
hasta entonces, causando sansación en el mundo
literario. Traducida al inglés en 1999, su éxito fue
inmediato a pesar de sus mil 500 páginas,
susceptibles de ahuyentar a cualquier lector de
nuestros días.

Rápidamente siguieron otras traducciones en varios


idiomas, provocando el mismo asombro admirativo
en todos los países donde se publicó.

Los críticos fueron unánimes en reconocer en


laTrilogía transilvana, de Bánffy Miklós, una de las
obras maestras del siglo xx. Algunos hablan del
descubrimiento tardío de una obra tolstoiana, otros
la ponen a la misma altura de Balzac, de Stendhal o
de Musil, o dicen haber descubierto al Lampedusa
del este. ¿Quién era ese autor misterioso y dónde
se escondió junto con su obra durante tanto tiempo?
Bánffy Miklós nació en 1873 en una de las familias
más antíguas y acaudaladas de la nobleza húngara
del Imperio Austrohúngaro, y murió en la miseria
más grande en 1950, en lo que quedaba de su país
después de las dos guerras mundiales:
unsatélite del imperio soviético.

Fue un hombre polifacético, brillante, elegante y


profundamente culto. A su castillo de Bonchida –que
entre muchos otros tesoros albergaba una
valiosísima biblioteca– lo llamaban con razón el
Versalles de Transilvania. Bánffy hablaba siete
idiomas, tocaba el violín, pintaba y dibujaba
notablemente bien, y sobre todo escribía: piezas de
teatro, novelas, ensayos y cuentos. A un tiempo
artista de múltiples talentos y hombre político
comprometido, pasaba su vida tratando de ser útil a
su país y su pueblo, ayudando a quien podía.

Director del Teatro Nacional y de la Ópera de


Budapest entre 1903 y 1918, fue él quien por
primera vez llevó a escena las óperas de Béla
Bartók, demasiado vanguardistas para su medio. No
solamente las impuso en el repertorio del
prestigioso teatro a pesar de la oposición de los
círculos artísticos oficiales, sino que él mismo
diseñó la escenografía y el vestuario, introduciendo
un estilo nuevo que chocaba con la concepción
estética anticuada que dominaba entonces en los
teatros nacionales.
Antes de la primera guerra mundial, Budapest era la
segunda capital del Imperio: una metrópoli mundana
con sus palacios, avenidas anchas, teatros
iluminados, tiendas de lujo y restaurantes
exclusivos. Allí se construyó incluso el primer Metro
del continente. Como en el resto del país, incluida la
rica región de Transilvania, la clase dirigente se
divertía despreocupadamente, sin advertir los
signos que anunciaban conflictos mayores. Bánffy,
por el contrario, tenía la premonición de fatales

Orquesta militar del ejército austrohúngaro


sucesos que no tardarían en llegar y veía con
impotencia cómo los políticos, inconscientes del
peligro, llevaban al país al borde del precipicio.

Pronto estalló la guerra y todo lo que el escritor y


político clarividente vio venir desde mucho antes se
cumplió tal como lo anuncian los títulos bíblicos
cargados de sombríos presagios de su Trilogía: Los
días contados, Las almas juzgadas y El reino
dividido.

La primera guerra mundial resultó ser para Hungría


el mayor desastre de su larga historia. Como
integrante del Imperio Austrohúngaro, fue una de las
grandes derrotadas de la conflagración. Con el
Tratado de Trianon, firmado en 1920, los
vencedores la castigaron quitándole casi tres
cuartas partes (setenta y dos por ciento) de su
territorio milenario, incluyendo a la Transilvania
entera, que quedó anexada a la nueva Rumanía.

Tres millones y medio de húngaros –un tercio de la


población de habla húngara– fueron transferidos,
sin consultarlos, a los Estados sucesores. Bastaron
unos cuantos trazos de pluma apurados, con los
que los negociadores de paz firmaron el documento,
para que, sin moverse de su tierra, millones de
húngaros se encontraran con que, de un día para
otro, eran extranjeros indeseables en su propio
país. En ciertas partes la nueva frontera fue trazada
con tanta precipitación que partía en dos un mismo
pueblo, y los habitantes de un lado ya no podían
visitar a sus familiares o vecinos, ni a sus muertos,
porque el cementerio también se encontraba al otro
lado, en otro país que les era hostil.

A los que deseaban conservar su nacionalidad de


origen no les quedaba más que abandonar sus
casas y su tierra natal para irse rápidamente a lo
que quedaba de la antigua Hungría. Esta última se
asemejaba a un tronco humano recién mutilado de
brazos y piernas, quedando en medio, como un
corazón alborotado, la ciudad capital. Budapest
parecía un hormiguero enloquecido, invadida de
húngaros refugiados de las partes anexadas, sin
tener qué comer ni dónde dormir. La estación del
este se llenaba de vagones de carga con familias
enteras que perdieron todo, mientras una terrible
hambruna asolaba el país, obligado además a
pagar indemnizaciones de guerra.

Con esa mutilación abrupta, la ciudad capital quedó


privada de sus fuentes de vida. Fueron cortadas la
mayor parte de las vías de transporte y de
comunicación, se perdieron puentes, ríos y barcos,
hospitales y fábricas, prestigiosas universidades,
importantes regiones agrícolas, bosques y minas...
Es un hecho: ninguno de los tratados de paz de
París fue tan drásticos y humillantes como el de
Trianon.

En su calidad de ministro de Asuntos Exteriores,


Bánffy procura salvar lo que se puede. A sus
esfuerzos se debe la recuperación de la ciudad
fronteriza de Sopron y algunos pueblos de los
alrededores donde, como caso excepcional, los
Aliados consintieron en que se consultara
posteriormente a la población vía referéndum.

En 1943, el propio Bánffy negocia en secreto con el


gobierno rumano tratando –sin éxito– de
convencerlo para que, junto con el de Hungría,
salieran de la alianza con los alemanes, haciendo
por separado la paz con los Aliados. Finalmente, y
de último momento, Rumanía logra zafarse sola,
para terminar la guerra del lado de los vencedores.
Dos años después, al retirarse de Rumanía, los
alemanes saquearon y prendieron fuego al castillo
de Bonchida, para vengarse de aquel intento
infructuoso.

Cuando su mujer y su hija se van para Budapest,


Bánffy se queda todavía en Transilvania procurando
evitar la destrucción sin sentido del resto de sus
propiedades. Poco después se cierra la frontera y
ya no puede salir para reunirse con los suyos. La
familia quedará separada por varios años. Vive los
últimos años de su vida retirado en uno de los
cuartos de servicio que las autoridades comunistas
le conceden dentro de su antiguo palacio en
Kolozsvár, y trabaja como repartidor de mercancías.

Sus libros fueron prohibidos durante varios


decenios; los ejemplares que quedaban en
bibliotecas fueron quemados. El castillo de
Bonchida, el otrora Versalles de Transilvania en
ruinas, se utiliza como depósito de una cooperativa
agrícola. Sus jardines sirven de pastizales y los
árboles centenarios se vuelven leña.

En 1949, las autoridades rumanas dejan a Bánffy


partir para Budapest, donde muere, un año
después, a los setenta y siete de edad, olvidado por
todos. Las nuevas generaciones de húngaros del
país comunista crecen sin haber oído su nombre.
Fue preciso que su obra se publicara en otros
idiomas, en otros países de Europa occidental para
que, llegada su fama hasta ellos, por fin sus
compatriotas de hoy la descubrieran también. Las
obras completas de Miklós Bánffy fueron publicadas
por primera vez en Budapest apenas en 2006.

LA TRILOGÍA DE TRANSILVANIA
No es por nada que la Trilogía, escrita entre las dos
guerras, lleva estos títulos inquietantes sacados del
bíblico Libro de Daniel. Como Baltazar, rey de
Babilonia y los convidados privilegiados de su
banquete que se emborrachaban mientras sus
enemigos persas se preparaban para la toma de la
ciudad, la aristocracia húngara de Transilvania
seguía bailando y embriagándose de vino Tokaji, al
son de los violines gitanos, sin advertir que todo
alrededor se estaba desmoronando.

Siendo aristócrata de antiguo linaje, Bánffy forma


parte de esta casta, conoce mejor que nadie su
forma de pensar y de hablar, sus gustos y
costumbres, su egoísmo y su ceguera. Sabe todos
los secretos de las grandes familias y está
familiarizado con los ambientes en los que aquéllas
se mueven. Nos hace partícipes de sus fastuosos
banquetes, grandes bailes, cacerías, carreras de
caballos y duelos insensatos; nos lleva a las salas
de juego donde, en una sola noche, se dilapidan
fortunas. En este universo, las mujeres sólo piensan
en casarse con un hombre bien nacido, mientras
que los hombres gastan dinerales comprándose
trajes ingleses para estar a la última moda.

Con gran realismo y poder de evocación, Bánffy


describe a esos aristócratas rodeados de usureros,
hacendados explotadores, políticos ineptos y
naciones vecinas con ambiciones militares. A través
de sus vidas individuales logra pintar un fresco
impresionante de la desintegración del Imperio
Austrohúngaro.

La

Estatua de Bánffy Miklós en Sopron, Hungría por el escultor


Péter
Párkányi Raab
novela, sólidamente documentada, abarca los
últimos diez años de paz de la Monarquía (1904-
1914). Como diputado parlamentario, Bánffy ha
podido observar de cerca las maniobras de los
círculos políticos que describe con detalles precisos,
dignos de cualquier historiador. Estas partes de la
novela pueden resultar un tanto pesadas para el
lector no familiarizado con la historia política
centroeuropea, pero como paralelamente siguen los
sucesos apasionantes de la vida de los
protagonistas, de todos modos queda atrapado en
la lectura.

En esta novela la ficción se alimenta de una


poderosa memoria para crear un mundo vivo y
veraz. El protagonista principal, el joven conde
Bálint Abády, es elalter ego del autor. El castillo de
Dénestornya, dónde Bálint crece, corresponde al de
Bonchida, y la trama amorosa atestada de
obstáculos que atraviesa la obra se nutre de una
pasión vivida por el mismo Bánffy con una actriz
que su familia rechazaba (y con la que finalmente
se casa, pero sólo después de la muerte de su
padre).

Algunos críticos destacan la forma,


sorprendentemente moderna para su tiempo, en la
que el escritor trata los asuntos sexuales. Habla del
tema abiertamente y con franqueza, reconociendo
en el impulso sexual una de las motivaciones
humanas primordiales.

Por todas esas razones, sus personajes resultan tan


verídicos como si fueran de carne y hueso. Existen,
verdaderamente, y se quedan en la memoria del
lector como el Julien Sorel de Stendhal o el Hans
Castorp de Thomas Mann, dejando la impresión de
haberlos conocido de verdad y haber vivido con
ellos. Bánffy nos devuelve, así, la magia de la
lectura que por momentos pareciera haberse
perdido con los grandes clásicos de antes.

Su conocimiento de los hombres, así como de los


objetos y ambientes que los rodean, y su capacidad
de describirlos son realmente impresionantes.
Respiramos el aire de estos bosques ancestrales
que Bálint atraviesa para encontrarse con su
amante, y estamos allí sentados a la mesa puesta
para las grandes cenas con finas porcelanas de
Sevres, cubiertos de plata y copas de cristal, viendo
pasar los platos más exquisitos.

Aun cuando el medio recreado con tantos detalles


es el de la clase alta, no faltan en la novela las
figuras secundarias de políticos provinciales,
empleados, campesinos húngaros y rumanos.
Bánffy conoce también, y a fondo, sus condiciones
de vida, habla su idioma y a través de ellos nos
permite tener una visión bastante clara sobre lo que
hay detrás del universo glamoroso de la
aristocracia. Con empatía muestra la difícil situación
de campesinos, pastores y leñadores explotados
por caciques locales; cuenta cómo la mayoría de los
políticos húngaros trata con desprecio a las
minorías rumanas ignorando sus reivindicaciones, y
cómo detrás de los buenos modales de los nobles
se esconden a veces la indiferencia o la crueldad.
En contraste con la gente trabajadora, muestra la
irresponsabilidad y la ineptitud política de la clase
dirigente.
Perspicaz, su crítica es aguda pero no sentenciosa.
No se pone en lugar del Dios de la Biblia para
juzgar: se contenta con describir las cosas tal como
eran, dejando que el lector saque sus conclusiones.

Por su cercanía al sujeto de su obra, Bánffy no


puede evitar sentir algo de nostalgia por ese mundo
desaparecido que fue el de su juventud. Por otro
lado, es demasiado inteligente como para no verlo
también con cierta distancia y con ojos críticos.

Cercanía y distancia crítica, nostalgia e ironía se


compenetran a lo largo de sus páginas intensas,
ofreciéndonos una prosa verdaderamente
cautivante.

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