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A veces para formar a un David hace falta un Saúl

Dios se tomó diez años para formar a David. El líder capaz, el estratega, el
guerrero exitoso e incansable, no surgió de las comodidades de un palacio, sino de la
dureza de la persecución en el desierto.
David fue elegido por Dios por su corazón conforme a Él. Pero en una parte de
su vida, en su proceso de formación hizo falta un Saúl.
Ahora, ¿qué fue lo que nació del liderazgo de David? Nació un Salomón,
amado de Dios, pero también un Amnón, un Absalón y un Adonías. En cierto sentido
podemos decir que David triunfó como líder pero fracasó como padre. La Palabra
resume la manera en la que él trataba a sus hijos con esta expresión: “Ahora bien, su
padre, el rey David, jamás lo había disciplinado, ni siquiera le preguntaba: “¿Por qué
haces esto o aquello?” (1 R 1:6).
Los Absalones, conspiradores y codiciosos de puestos, los Amnones, sensuales
y dominados por su concupiscencia, y los Adonías, sutiles manipuladores para
posicionarse en el poder, hubieran necesitado alguna dosis de Saúl. Pero no la hubo.
En su lugar fueron mimados, consentidos y nunca recibieron un “no”, un límite, un
reto, una prohibición.
Reflexionemos en esta gran verdad: aquellas cuestiones que consideramos
injustas o abusivas, muchas veces son el cincel con el que Dios nos forma, nos
quebranta, arranca de nosotros aspectos negativos que nos serán de tropiezo en el
futuro.
Todos quisiéramos ser recordados como Davides, ninguno como Saúles. Pero,
es posible que, para aquellos que están bajo nuestro liderazgo, en alguna oportunidad
parezcamos un Saúl... (quiera Dios que no lo seamos, solo que parezcamos). Los
Saúles no favorecen el ascenso de los genuinos Davides. Nadie quiere ser considerado
de esta manera. Pero recordemos esta parte de la historia bíblica: David no supo
formar líderes de sus hijos porque no los disciplinó.
¿Por qué no lo habrá hecho? Probablemente porque no quiso que pasaran por
lo que él pasó. Pero no les ayudó, dejó en ellos intactos aspectos negativos de su
carácter que les fueron de tropiezo, dolor y muerte.
Los genuinos Davides podrán sufrir por un tiempo la dureza de la persecución,
el escarnio, el alejamiento, la excomunión, pero esto no los debilita, por el contrario,
los purifica y fortalece.
Jesús lo dijo de esta manera: “Imposible es que no vengan tropiezos; mas
¡ay de aquel por quien vienen!” (Lucas 17:1). Y el apóstol Pablo: “Porque es preciso
que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los
que son aprobados” (1 Corintios 11:19).
Los tropiezos, obstáculos en nuestro camino, son necesarios, nos ayudan a
replantearnos quiénes somos, qué queremos, hacia dónde vamos.
Tengamos el corazón perdonador de David, y su respeto absoluto por aquellos
a quienes Dios puso en autoridad. Consideremos su actuar y dejemos que Dios nos
forme y quebrante bajo genuinos liderazgos que no solo nos amen, sino también que
por un tiempo nos limiten.

Laura Bermúdez
30/8/2012

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