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DEFENSA

= Al: Abwehr. — Fr.: défense. — Ing.: defence. — It.: difesa. — Por.: defesa.

Conjunto de operaciones cuya finalidad consiste en reducir o suprimir toda mo-


dificación susceptible de poner en peligro la integridad y la constancia del indivi-
duo biopsicológico. En la medida en que el yo se constituye como la instancia que
encarna esta constancia y que busca mantenerla, puede ser descrito como «lo que
está en juego» y el agente de estas operaciones.
La defensa, de un modo general, afecta a la excitación interna (pulsión) y elec-
tivamente a las representaciones (recuerdos, fantasías) que aquélla comporta, en
una determinada situación capaz de desencadenar esta excitación en la medida en
que es incompatible con dicho equilibrio y, por lo tanto, displacentero para el yo.
Los afectos dlsplacenteros, motivos o señales de la defensa, pueden ser también el
objeto de ésta.
El proceso defensivo se especifica en mecanismos de defensa más o menos in-
tegrados al yo.
La defensa, marcada e infiltrada por aquello sobre lo que en definitiva actúa (la
pulsión), adquiere a menudo un carácter compulsivo y actúa, al menos parcial-
mente, en forma Inconsciente.

Al situar en primer plano la noción de defensa en la histeria, y muy pronto


también en otras psiconeurosis, Freud estableció su propia concepción de la vida
psíquica, en oposición a los puntos de vista de sus contemporáneos (véase:
Histeria de defensa). Los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895)
muestran toda la complejidad de las relaciones existentes entre la defensa y el yo,
al cual se atribuye aquélla. En efecto, el yo es aquella región de la personalidad,
aquel «espacio» que se intenta proteger de toda perturbación (por ejemplo,
conflictos entre deseos opuestos). Es también un «grupo de representaciones» que
se halla en desacuerdo con una representación «incompatible» con él, siendo la
señal de esta incompatibilidad un afecto displacentero; finalmente, es agente de la
operación defensiva (véase: Yo). En los trabajos de Freud donde se elabora el
concepto de psiconeurosis de defensa, se realiza siempre la idea de
incompatibilidad de una representación con el yo; los diferentes tipos de defensa
consisten en las diversas formas
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de tratar esta representación actuando en especial sobre la separación de ésta del


afecto que originalmente estaba ligado a ella. Por otra parte, sabemos que Freud
muy pronto opuso a las psiconeurosis de defensa las neurosis actuales*, grupo de
neurosis en las cuales un aumento intolerable de la tensión interna, debido a una
excitación sexual no descargada, encuentra su salida en diversos síntomas
somáticos; resulta significativo el hecho de que, en este último caso, Freud rehusa
hablar de defensa, a pesar de que también aquí hay una forma de proteger el
organismo y buscar la restauración de cierto equilibrio. La defensa, ya en el mismo
momento de su descubrimiento, es implícitamente diferenciada de las medidas que
adopta un organismo para reducir cualquier aumento de tensión.
En la misma época en que Freud intenta especificar las diversas modalidades
del proceso defensivo según las enfermedades, y cuando la experiencia de la cura
le permite reconstruir mejor, en los Estudios sobre la histeria, el desenvolvimiento
de este proceso (resurgimiento de los afectos displacenteros que han motivado la
defensa, escalonamiento de las resistencias, estratificación del material patógeno,
etc.), intenta dar un modelo metapsicológico de la defensa. En un principio esta
teoría se refiere, como sucederá constantemente después, a una oposición entre las
excitaciones externas, de las que se puede huir o contra las cuales existe un
dispositivo de barrera mecánica que permite filtrarlas (véase: Protector contra las
excitaciones), y las excitaciones internas, de las que no es posible huir. Contra esta
agresión desde dentro, que es la pulsión, se constituyen los diferentes
procedimientos defensivos. El Proyecto de psicología científica (Entwurf einer
Psychologie, 1895) aborda de dos maneras el problema de la defensa:

1) Freud busca el origen de lo que llama «defensa primaria» en una


«experiencia de dolor», de igual modo que encontró el modelo del deseo y de su
inhibición por el yo en una «experiencia de satisfacción». Con todo, esta
concepción no puede aprehenderse, en el Proyecto, con tanta claridad como la de
la experiencias de satisfacción (a).
2) Freud intenta distinguir una defensa normal y una defensa patológica. La
primera actúa en el caso de una reviviscencia de una experiencia penosa; es
preciso que el yo haya podido ya, durante la experiencia inicial, empezar a inhibir
el displacer por medio de «catexis laterales»: «Cuando se repite la catexis de la
huella mnémica, se repite también el displacer, pero las facilitaciones del yo ya
están establecidas; la experiencia muestra que, la segunda vez, la liberación (de
displacer) es menos importante, y finalmente, tras varias repeticiones, se reduce a
la intensidad, conveniente al yo, de una señal» (1 a).

Tal defensa evita al yo el peligro de verse sumergido e infiltrado por el proceso


primario, como ocurre en la defensa patológica. Ya es sabido que Freud encuentra
la condición para esta última en una escena sexual que cuando se produjo no
suscitó defensa, pero cuyo recuerdo reactivado desencadena, desde dentro, una
magnitud de excitación. «La atención se halla dirigida hacia las percepciones que
habitualmente dan lugar
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a la liberación de displacer. [Ahora bien] aquí no se trata de una percepción, sino


de una huella mnémica que, de forma inesperada, libera displacer, y el yo es
informado de ello demasiado tarde» (1 b). Esto explica que «[...] en un proceso del
yo se produzcan consecuencias que habitualmente sólo se observan en los
procesos primarios» (le).
Así, la condición de la defensa patológica consiste en el desencadenamiento de
una excitación de origen interno, que provoca displacer y contra la cual no se ha
establecido ningún aprendizaje defensivo. Por consiguiente, no es la intensidad del
afecto en sí lo que motiva la puesta en marcha de la defensa patológica, sino
condiciones muy específicas que no pueden englobarse en una percepción
desagradable ni tampoco en el recuerdo de una percepción penosa. Según Freud,
estas condiciones sólo se cumplirían en la esfera de la sexualidad (véase:
Posterioridad; Seducción).

Cualesquiera que sean las modalidades del proceso defensivo en la histeria, la


neurosis obsesiva, la paranoia, etc. {véase: Mecanismos de defensa), los dos polos
del conflicto son siempre el yo y la pulsión. El yo intenta protegerse frente a una
amenaza interna. Esta concepción, si bien resulta confirmada constantemente por
la clínica, no deja de plantear un problema teórico que Freud siempre tuvo
presente: ¿cómo la descarga pulsional, que por definición está destinada a producir
placer, puede ser percibida como displacer o como una amenaza de displacer hasta
el punto de poner en marcha una defensa? La diferenciación tópica del aparato
psíquico permite enunciar que aquello que constituye placer para un sistema,
representa displacer para otro (el yo), pero este reparto de papeles obliga a explicar
lo que hace que determinadas exigencias pulsionales sean contrarias al yo. Una
solución teórica que Freud rechazó es aquella según la cual la defensa entraría en
acción «[...] cuando la tensión aumenta en forma intolerable porque una moción
pulsional se halla insatisfecha» (2). Así, el hambre insatisfecha no es reprimida;
cualesquiera que sean los «medios de defensa» de que dispone el organismo para
enfrentarse a una amenaza de este tipo, no se trata aquí de la defensa en sentido
psicoanalítico. Para explicar ésta no es condición suficiente la homeostasis del
organismo.
¿Cuál es el móvil último de la defensa del yo? ¿Por qué percibe éste como
displacer una determinada moción pulsional? Esta pregunta, fundamental en
psicoanálisis, puede encontrar diversas respuestas, que, por lo demás, no se
excluyen necesariamente entre sí. Con frecuencia se admite una primera distinción
referente al origen último del peligro inmanente a la satisfacción pulsional'. puede
considerarse la propia pulsión como peligrosa para el yo, como una agresión
interna; también puede adscribirse, en último análisis, todo peligro a la relación del
individuo con el mundo exterior, entonces la pulsión es peligrosa por los daños
reales a que podría conducir su satisfacción. Así, la tesis admitida por Freud en
Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Symptom und Angst, 1926), y sobre
todo su reinterpretación de la fobia, le lleva a conceder un papel primordial a «la
angustia ante un peligro real»* (Real-
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angst) y, en último término, a considerar como derivada de ésta la angustia


neurótica o angustia ante la pulsión.
Si abordamos el mismo problema desde el punto de vista de la concepción del
yo, las soluciones variarán evidentemente según se haga recaer el acento en su
función de agente de la realidad y representante del principio de realidad, o se
insista en su «compulsión a la síntesis», o se le describa, ante todo, como una
forma, especie de duplicado intra-subjetivo del organismo, regulado, como éste,
por un principio de ho-meostasis. Finalmente, desde el punto de vista dinámico,
puede intentarse explicar el problema planteado por el displacer de origen pul-
sional por la existencia de un antagonismo que no sería sólo el de las pulsiones y
la instancia del yo, sino el de dos clases de pulsiones con objetivos opuestos. Este
último camino es el seguido por Freud en los años 1910-1915, al oponer a las
pulsiones sexuales, las pulsiones de auto-conservación o pulsiones del yo. Como
es sabido, este par pulsional será substitutido, en la última teoría de Freud, por el
antagonismo entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte, y esta nueva oposición
ya no coincide directamente con el juego de fuerzas presentes en la dinámica del
conflicto*.

La misma palabra defensa, sobre todo cuando se utiliza de un modo absoluto,


es fuente de equívocos y exige algunas distinciones conceptuales. Dicha palabra
designa tanto la acción de defender (tomar la defensa) como la de defenderse. Por
otra parte, en francés se añade el concepto de «défense de», es decir, de
prohibición. En consecuencia, sería útil distinguir diversos parámetros de la
defensa, incluso aunque éstos coincidan más o menos unos con otros: lo que está
en juego: el «lugar psíquico» amenazado; su agente: el soporte de la acción
defensiva; su finalidad: por ejemplo, la tendencia a mantener y restablecer la
integridad y la constancia del yo y evitar toda perturbación que se traduciría sub-
jetivamente por displacer; sus motivos: lo que enuncia la amenaza y pone en
marcha el proceso defensivo (afectos reducidos a la función de señales, señal de
angustia*); y, finalmente, sus mecanismos.
Para terminar, la distinción entre la defensa, en el sentido casi estratégico que
ha adquirido en psicoanálisis, y lo prohibido, especialmente en la forma que se
presenta en el complejo de Edipo, al tiempo que subraya la heterogeneidad de dos
niveles, el de la estructuración del aparato psíquico y el de la estructura del deseo
y de las fantasías más fundamentales, deja sin resolver el problema de su
articulación en la teoría y en la práctica de la cura.

(o) La tesis de una «experiencia de dolor» que sería simétrica de la experiencia de


satisfacción aparece desde un principio como paradójica: ¿por qué el aparato neuronal
habría de repetir hasta alucinarlo un dolor que se caracteriza por un aumento de la carga, si
la función del aparato consiste en evitar todo aumento de tensión? Esta paradoja podría
explicarse considerando los numerosos pasajes de la obra de Freud en que éste se pregunta
sobre el problema económico del dolor; entonces se aprecia, a nuestro modo de ver, que el
dolor físico, como efracción del límite corporal, debería considerarse más bien como un
modelo de esta agresión interna que representa la pulsión para el yo. Más que una
repetición alucinatoria de un dolor efectivamente vivido, la «experiencia de dolor» debería
comprenderse
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como el surgimiento, con motivo de la reviviscencia de una experiencia que en sí no pudo


ser dolorosa, de este «dolor» que es, para el yo, la angustia.

DEFORMACIÓN

= AL: Entstellung. — Fr.: déformation. — Ing.: distortion. — It.: deformazione. — Por.:


deformacao.
Efecto global del trabajo del sueño: los pensamientos latentes se transforman en un
producto manifiesto difícil de reconocer.
Remitimos al lector a los artículos Trabajo del sueño, Contenido manifiesto, Contenido
latente.
La edición francesa de L'interpréíation du réve (La interpretación de los sueños [Die
Traumdeutung, 1900]) traduce Entstellung por transpo-sition (transposición). Esta palabra
nos parece demasiado pobre. Las ideas latentes no sólo se expresan en otro registro (como
si se tratara de la transposición de una melodía), sino que son desfiguradas de tal forma que
únicamente es posible restituirlas mediante una labor de interpretación. El término
«alteración» ha sido descartado por su matiz peyorativo. Por esto proponemos el de
deformación.

DEPRESIÓN ANACLÍTICA

= AL: Anlehnungsdepression. — Fr.: dépression anaclitique. — Ing.: anaclitic de-


pression. — It.: depressione anaclitica. — Por.: depressáo anaclítica.
Término creado por Rene Spitz (1): trastornos que recuerdan clínicamente a los de la
depresión en el adulto y que sobrevienen de modo progresivo en el niño privado de su
madre después de haber tenido con ella una relación normal, por lo menos, durante los seis
primeros meses de la vida.

Remitimos al lector al artículo Anaclítico, donde encontrará las observaciones


terminológicas acerca de este adjetivo.
El cuadro clínico de la depresión anaclítica lo describe R. Spitz (2 a) del siguiente
modo:
«Primer mes. Los niños se vuelven llorones, exigentes y se aferran al observador que
entra en contacto con ellos.
»Segundo mes. Rechazo del contacto. Posición patognomónica (los niños permanecen
la mayor parte del tiempo acostados en su cama boca abajo). Insomnio. Continúa la pérdida
de peso. Tendencia a contraer enfermedades intercurrentes. Retardo motor generalizado.
Rigidez de la expresión facial.
«Después del tercer mes. Se ha establecido la rigidez del rostro. Cesa el llanto, que es
substituido por raros gemidos. Se acentúa el retardo y aparece un aletargamiento.
»Si, antes de que haya transcurrido un período crítico, que se sitúa entre el final del 3."
mes y el final del 5.°, la madre vuelve con su hijo, o se consigue encontrar un substituto
materno aceptable para el niño, el trastorno desaparece con sorprendente rapidez.»

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