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LA INFLUENCIA DE LOS PARADIGMAS CIENTÍFICOS

EN LA CIENCIA MILITAR
Teniente Coronel D HERNÁN FEDERICO CORNUT

INTRODUCCIÓN
Uno de los mayores desafíos que enfrenta la posmodernidad, radica en la búsqueda de conceptos y
teorías –que a modo de herramientas—le permitan al ser humano posicionarse favorablemente ante los
nuevos problemas, a riesgo de continuar intentando resolver situaciones novedosas con un bagaje anti-
cuado de implementos conceptuales de dudosa utilidad.

En este contexto de procura de eficacia y eficiencia se inscribe la temática, cada vez más contun-
dente, de la complejidad. Complejidad entendida como condición inherente al desarrollo humano y
de la vida de relación en general. Es así, que la dificultad para aprehender la realidad tal cual es ha
desvelado al género humano desde tiempos inmemoriales, obteniendo según las épocas y sus circuns-
tancias, diferentes enfoques conducentes a pseudo soluciones.

No es el propósito de este ensayo llamar la atención sobre la obvia importancia del dinamismo del
mundo del tercer milenio. Hacerlo, comportaría una repetición de lo ya conocido sin agregación de
valor ninguno. Por el contrario, y partiendo de la idea claramente percibida de la complejidad circun-
dante, intentaremos determinar cuáles serían las herramientas conceptuales que nos ayuden a com-
prender la complejidad intrínseca de los fenómenos que rodean al conflicto desde su perspectiva de
empleo del poder militar, y más específicamente posicionados en la Estrategia Operacional o Arte
Operativo.

Para nosotros, el problema esencial pareciera situarse en torno a los principios que gobiernan las
ciencias militares (Ejército Argentino, 1998:1) y el paradigma del cual ellos devienen. En efecto, el
paradigma de la modernidad mecanicista envolvió y racionalizó la realidad del planeta, (desde un pun-
to de vista de absoluta integralidad), durante un lapso importante de la historia. El hecho es que ac-
tualmente, las ciencias en general se encuentran en permanente evolución hacia nuevos horizontes,
abandonando los modelos modernos para buscar sentido en los arquetipos posmodernos. Es por eso
que así como todas las ciencias y disciplinas, la ciencia militar se alineó con el paradigma moderno.
Esto de alguna manera produjo resultados aceptables aunque por definición incontrastables1, encerran-
do a los problemas y sus soluciones en una lógica preestablecida. Claro está, que dichas soluciones
cada vez más parecen alejarse de lo óptimo, con el agravante que fuera de las ciencias militares se en-
cuentran claras señales de evolución hacia modelos más aptos y acordes al dinamismo actual.

También es aceptable admitir que en el nivel de la táctica, la conceptualización mecanicista apor-


ta aún hoy soluciones aptas, factibles y aceptables, en virtud de la naturaleza propia de este estadio de
conducción donde las variables en juego son menores y, lo que es más importante, se aplican solucio-
nes estereotipadas en función de las situaciones – problema que se le presenten al conductor táctico.
Recordemos que en este nivel existe certeza2 sobre la aplicación de los medios necesarios para modifi-
car una situación militar actual a efectos de transformarla en una situación militar futura favorable.

1
Recordemos que la teoría de los Paradigmas (Khun, 1965) nos muestra cómo ellos se conciben a modo de herramientas
autorreferenciales, sin dejar lugar a la comparación y remitiendo el contexto situacional a la nueva realidad “organizada” de
acuerdo al modelo que se trate (Regla del retorno a 0).
2
Se denomina situación de certeza, a aquella en que la probabilidad matemática de ocurrencia de un hecho es igual a uno
En este orden de ideas, las situaciones tácticas se caracterizan por desarrollarse en un contexto en
el cual todas las leyes que gobiernan las acciones son conocidas, y por lo tanto dada una determinada
tecnología, hay una forma óptima de hacer las cosas. Además se manejan los conceptos de capacida-
des y limitaciones, por lo que una organización empeñada en la solución de un problema militar opera-
tivo táctico, tiene establecidas de antemano sus posibilidades para la resolución de dicho problema, no
pudiendo operar en contextos de aplicación desfasados de su naturaleza. Vale decir que una organiza-
ción militar táctica aplica, casi exclusivamente, procedimientos determinados para remediar una situa-
ción dada. Así se perfila un ámbito donde lo que prima es la base científica del hacer, por sobre la
creatividad e intuición del conductor militar.

Muy por el contrario, la situación se presenta diametralmente opuesta en el nivel estratégico. En


efecto, y entendiendo a la estrategia en líneas generales como dialéctica de voluntades en oposición en
torno a un conflicto, vemos que la adecuación del sistema de axiomas resulta cuando menos incomple-
to, habida cuenta de la imposibilidad de contención de la incidencia de gran cantidad de factores subje-
tivos de difícil valoración y todavía más complicada anticipación. La lógica que gobierna el enfren-
tamiento estratégico se subordina al plano de la intencionalidad y su consecuente orientación del po-
der. Existen al menos dos voluntades opuestas, tan inteligentes y eficaces como la otra, que intentarán
alcanzar sus fines en el pleno ejercicio de la racionalidad interdependiente (Escuela Superior de Gue-
rra, 1994: 46). De este modo, la lógica de la estrategia se dará en un campo donde las decisiones se
adoptan en situaciones caracterizadas por la incertidumbre3, o bien en el caso del Arte Operativo (Es-
trategia Operacional) en condiciones de riesgo4, (Faraj, 1996).

Así nos encontramos, en contraposición con la táctica, con un ámbito donde el arte y la creativi-
dad del conductor militar tienen un rol preponderante, a partir del cual se aplicará en mayor proporción
la ciencia5, en la medida que se descienda hacia niveles inferiores.

En definitiva, entendemos que el Arte Operativo enfrenta hoy un problema, toda vez que re-
sulta insuficiente –como está actualmente planteado –el esquema de principios que a modo de
axiomas inmutables intentan satisfacer las implicancias epistemológicas propias del fenómeno
bélico en el ámbito de la Acción Militar Conjunta, contexto natural de la Estrategia Operacional.

Nos referimos a los principios de unidad de comando, plena utilización de la fuerza, apoyo
mutuo y plena integración (Estado Mayor Conjunto de las FFAA, 1993).

Sobre esta problemática discurriremos a lo largo del presente trabajo.

Una visión retrospectiva. El método y sus implicancias.

El siglo XVII francés fue una época de crisis caracterizada por un nuevo saber. La revolución
cultural en el campo científico se enfocó hacia el futuro y no sobre el pasado, como había sucedido en
los siglos XV y XVI. El conocimiento, en cuanto intento de saber crítico, deja de ser apenas teórico y
se desprende de sus raíces teológicas.

Pese a ello, el optimismo de la razón humana y sus futuras conquistas necesitaban no sólo de un
apoyo económico que pudiera llevarlas a cabo, sino de una investigación seria sobre el alcance y los

3
Entendiendo por tal condición a aquella en la cual no se conoce ni siquiera la probabilidad de ocurrencia de un hecho
4
Si bien se conoce la probabilidad matemática de ocurrencia de un hecho, ella no es fácilmente predecible
5
Es el intento sistemático de producir proposiciones verdaderas sobre el mundo. Es un creciente cuerpo de ideas, que pue-
de caracterizarse como conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por consiguiente falible. (Proceso sistemá-
ticamente ordenado, cuyo objetivo es la demostración de hipótesis o la confirmación y desarrollo de teorías).

2
límites del conocimiento, así como acerca de los métodos más adecuados para intervenir exitosamente
en la naturaleza, en un claro intento de dominio de la misma. Este saber que perseguía el hombre,
habría de contribuir a su existencia como algo verdaderamente útil y no como un fin en sí mismo. En
definitiva, se había hallado un modo de conocer sistematizado, que impedía el error y la subjetividad, a
semejanza de las formas de investigación puras que ya poseían las matemáticas y la geometría. El pri-
vilegio de certeza de las matemáticas derivaba de su distanciamiento de los sentidos. No dependían de
la experiencia y por eso estaban en condiciones de aportar verdades universales puras y asépticas. Por
el contrario, lo empírico y los sentidos eran indicativos de duda y error.

La necesidad del método reside en remitir, a través de ciertas reglas, todo conocimiento a la
más absoluta de las certezas. El “método científico o cartesiano” no es sino un camino seguro para
arribar a la verdad y evitar el error, tal como fue ideado por René Descartes (1596 – 1650).

De esta manera, Descartes vino a completar el proceso iniciado por Galileo (1564-1642), en vir-
tud del cual la ciencia se escinde de la filosofía para adoptar un perfil autónomo respecto de esta. Ya
no más los modelos de la filosofía realista de la Edad Media marcarían el derrotero de las ciencias en
su conjunto, apartándose del concepto cognitivo sobre las esencias.

Así entonces, podemos inferir claramente que el método cartesiano intentó –y en cierta medida
logró –amalgamar en una única entidad conceptual las posturas de ciencia y filosofía. El cometido del
método era dar respuestas irreprochables a las causas fenomenológicas de lo real, al mismo tiempo que
cubrir la expectativa filosófica –anterior a lo científico –centrada sobre la internalización de lo indivi-
sible y preexistente.

Pero fue en este trance, que el método no dudo en apelar a la ficción del reduccionismo para des-
cender a lo evidente en tanto indiscutible, pero también simple. Este procedimiento de simplificación
de la realidad, si bien aportó respuestas válidas las mismas adolecieron de parcialidad. En efecto, la
descomposición de lo real –de suyo complejo –dio lugar a soluciones a costa de sacrificar la genuina
búsqueda epistemológica de la verdad no inmanente.

Ahora bien, lejos de armonizarse el panorama científico vino a autorreferenciarse6 durante el siglo
XIX. Efectivamente, los adelantos de Galileo echaron las bases que cimentarían la física mecánica y
los descubrimientos de Newton (1642-1727), conformando una suerte de nueva realidad íntegramente
fundamentada por el mecanicismo. Clara fue la influencia del Positivismo 7 en este sentido, que se eri-
gió con criterio de orden absoluto para venir a explicar el universo desde su génesis. A pesar de lo
efímero de su duración en cuanto paradigma, ejerció una decidida influencia sobre el planeta, estigma-
tizando el comportamiento de todas las ciencias, entre ellas la militar.

Sería nada menos que Carl von Clausewitz (1780-1831), influido por Kant (1724-1804), quien de
manera inconsciente llevaría adelante la concreción del paradigma mecanicista en el ámbito de lo mili-
tar.

6
Empleamos este término en alusión a la conducta humana por la cual los individuos tendemos instintivamente a “filtrar”
la información que percibimos y recibimos del entorno, en tanto coincida con nuestros modelos mentales previos. Así, to-
do lo no identificado con un esquema determinado será rechazado, sin lugar a la mínima consideración.
7
Sistema de filosofía basado en la experiencia y el conocimiento empírico de los fenómenos naturales, en el que la metafí-
sica y la teología se consideran sistemas imperfectos de conocimiento.

3
A pesar de las discrepancias intelectuales de Clausewitz respecto de otros militares contemporá-
neos de él como Dietrich von Bulow y Henri Jomini, sería el autor “De la Guerra” quien adheriría a la
concepción mecanicista8.

Esto queda demostrado en el tratamiento que hace Clausewitz sobre conceptos referidos a Centro
de Gravedad, Punto Culminante, Equilibrio de Fuerzas, Acción y Reacción, Masa y Ley dinámica
de Tensión y Reposo, entre otros. Pero tampoco esto constituye un cargo en contra de Clausewitz, en
definitiva estaba respondiendo a la lógica paradigmática de su tiempo, por estar inmerso y formar parte
de esa realidad temporal.

Es aquí donde reside el punto de inflexión de nuestro análisis. No sería válido ni inteligente criti-
car la adopción del modelo mecanicista en la problemática del siglo XIX. Al fin de cuentas ese para-
digma aportó soluciones eficientes a los problemas militares de su época sin mayores distinciones en-
tre lo táctico y lo estratégico. Lo que dudamos, o al menos inferimos como inconsistente en cuanto a
axiomas, es que aquel modelo puramente cientificista pueda acercar respuestas eficaces para el tercer
milenio.

Aún hoy subsiste esta concepción mecanicista en la esencia misma de nuestra doctrina, aún cuan-
do la mayor parte del resto de las ciencias se encuentran cuando menos en el derrotero de búsqueda y
evolución hacia otros modelos.

Para nosotros esta conceptualización aparece como obvia 9, prácticamente indiscutible, (¿quien
dudaría de la vigencia de las ideas de masa y economía de fuerzas?), porque en efecto deviene de una
explicación mecanicista de la realidad, con lo político y social incluido.

Esta concepción parte del supuesto que todo, incluyendo las ciencias militares, puede investigarse
mediante la formulación de leyes y principios rectores. Crea una realidad a su propia medida, convir-
tiéndose en inicio y fin, fundamento y esencia de su dinámica. Así, no solamente propone las bases
axiomáticas que conforman el punto de partida del análisis, sino que completa el “ciclo virtuoso” en
tanto aporta las justificaciones que validan la adopción de tales medidas. Esta lógica entonces, presen-
ta una inercia propia muy difícil de quebrar, ya que modela no apenas las soluciones, sino también
gran parte de los interrogantes para los cuales ya existen resoluciones aceptables. Y es sobre lo acep-
table y razonable de estas soluciones que volveremos más adelante.

De este modo y al entender que los fenómenos bélicos son mensurables de manera exacta y pre-
decible –como los fenómenos físicos –se configura una visión simplificadora de lo militar (táctico y
estratégico), en un todo coincidente con la propuesta de la Física Newtoniana complementada por el
respaldo filosófico de Kant.

Pero es la fuerza de esta concepción, ante su promesa de una posibilidad cierta de realizar cálculos
exactos de los fenómenos bélicos, la que exige un esfuerzo de análisis de nuestra parte para constatar
su utilidad.

La primera de estas precisiones está relacionada con el criterio de certeza científica. Al respecto
cabe mencionar que todo embate positivista de proponer el método físico-matemático como modelo
excluyente de investigación, implica un serio error conceptual, en virtud que los principios de la física

8
Al respecto recomendamos la lectura del artículo “Clausewitz’s Center of Gravity: Changing our Warfighting Doctrine –
Again” de Antulio G. Echevarria II http://www.carlisle.army.mil/ssi/
9
La obviedad en este caso es consecuencia del influjo ejercido por la acción paradigmática, la cual establece una escala de
cuantificación y calificación acorde al modelo que se trate.

4
newtoniana han sido acotados a un entorno muy estrecho por los últimos descubrimientos en la materia
(Pissolito, 1993). Lo cual arroja dudas sobre la vigencia del mecanicismo como explicación polivalen-
te de la fenomenología en general.

La segunda se relaciona con la posibilidad de ejercitar una investigación seria en el campo social
(al cual pertenece el hecho bélico), a partir del empleo del modelo mecanicista. En efecto, nos parece
que el conflicto en general no admite un tratamiento de tipo geométrico si se quiere arribar a resultados
eficientes. Esto significa que las variables que componen y tienen preponderancia en la composición
del conflicto –condición sine quanon para la existencia de la estrategia –no son claramente mensura-
bles en términos matemáticos, y esto radica en su esencia de complejidad derivada de enfrentar una
oposición inteligente y racional con voluntad propia.

Aún así, debemos admitir que la física mecanicista aportó, y lo sigue haciendo, soluciones acepta-
bles en el dominio de la táctica, porque en ese nivel de la conducción militar es dable la cuantificación
de situaciones en torno a un problema militar operativo, a partir de la idea anteriormente expresada por
nosotros, cual es la de certeza de aplicación de medios en un tiempo y espacio definidos.

Esa condición de certeza por nosotros mencionada, en modo alguno resta méritos a la capacidad
del conductor ni tampoco significa que este conozca la totalidad de factores concurrentes al problema
militar. Esto quiere decir en realidad, que el óbice a superar por el conductor táctico tiene que ver con
la eficiencia de aplicación del poder en acotadas dimensiones de tiempo y espacio, pero con la seguri-
dad plena que la organización militar que le depende posee razonables condiciones de éxito en el cum-
plimiento de su misión, una vez que el nivel estratégico ha asumido el riesgo o bien la incertidumbre
de la orientación del poder como un todo.

Esta característica de asunción del riesgo (arte operativo) o bien de la incertidumbre absoluta (es-
trategia general), le confiere condiciones de apuesta a la conducción estratégica, y al mismo tiempo la
sitúa en un espacio de plena confusión, caos y variabilidad fáctica, todo lo cual se traduce en la palabra
complejidad, y da lugar a la lógica inferencia de futilidad en cuanto al intento de encasillar este espacio
conceptual en el corsé de leyes y principios mecánicos de dudosa utilidad.

Después de la física mecánica. Una mirada hacia el futuro.


Luego de haber demostrado la dramática influencia del paradigma mecanicista de la modernidad
sobre el conjunto de las ciencias, y en particular sobre la temática militar, pasaremos a plantear en qué
estadio de conocimiento se encuentra el campo científico actual para intentar establecer la probable
evolución racional de los modelos que deberían, entonces, aportar la lógica que contextualice el desen-
volvimiento del conflicto, y especialmente el fenómeno bélico en el futuro.

La Física Cuántica

A finales del siglo XIX y principios del XX, ciertos resultados experimentales introdujeron dudas
sobre si la teoría de la física newtoniana era completa.

Uno de los enigmas para los físicos era la coexistencia de dos teorías de la luz: la teoría corpuscu-
lar, que explica la luz como una corriente de partículas, y la teoría ondulatoria, que considera la luz
como ondas electromagnéticas. Un tercer problema era la ausencia de una base molecular para la ter-
modinámica (Argüello, 1998).

5
El primer avance que llevó a la solución de aquellas dificultades fue la introducción por parte de
Planck del concepto de cuanto, como resultado de los estudios de la radiación del cuerpo negro reali-
zados por los físicos en los últimos años del siglo XIX.

Los siguientes avances importantes en la teoría cuántica se debieron a Albert Einstein, que empleó
el concepto del cuanto introducido por Planck para explicar determinadas propiedades del efecto fotoe-
léctrico (Argüello, 1998).

La mecánica cuántica resolvió todas las grandes dificultades que preocupaban a los físicos en los
primeros años del siglo XX. Amplió gradualmente el conocimiento de la estructura de la materia y
proporcionó una base teórica para la comprensión de la estructura atómica.

Teoría del caos

Se denomina así a la teoría matemática que se ocupa de los sistemas que presentan un comporta-
miento impredecible y aparentemente aleatorio, aunque sus componentes estén regidos por leyes es-
trictamente deterministas.

Durante mucho tiempo los científicos carecieron de medios matemáticos para tratar sistemas caó-
ticos, y habían tendido a evitarlos en su trabajo teórico. Los esquemas del caos están relacionados con
la geometría fractal (Wheatley, 1999), y el estudio de sistemas caóticos tiene afinidades con la teoría
de catástrofes.

Teoría de las Catástrofes

Consiste en el desarrollo de un sistema matemático capaz de representar fenómenos naturales dis-


continuos que no son descriptos satisfactoriamente por el cálculo diferencial.

La teoría de las catástrofes fue presentada en 1968 por el matemático francés René Thom, y atrajo
a muchos investigadores en la década de los setenta. En la actualidad esta teoría aporta nuevos cami-
nos para describir fenómenos discontinuos de las ciencias sociales y biológicas (Burke &Lea, 2000).

Principio de Incertidumbre (Heisenberg)

Fue formulado en 1927 por el físico alemán Werner Heisenberg y tuvo una gran importancia para
el desarrollo de la mecánica cuántica. Este principio afirma que es imposible medir simultáneamente
en forma precisa la posición y el momento lineal de una partícula.

Modelos estáticos y de expansión del Universo

En 1917 Albert Einstein propuso un modelo del Universo basado en su nueva teoría de la relativi-
dad general. Consideraba el tiempo como una cuarta dimensión y demostró que la gravitación era
equivalente a una curvatura espacio-tiempo de características tetradimensionales.

Su teoría indicaba que el Universo no era estático, sino que debía expandirse o contraerse. La ex-
pansión del Universo todavía no había sido descubierta, por lo que Einstein planteó la existencia de
una fuerza de repulsión entre las galaxias que compensaba la fuerza gravitatoria de atracción (Burke &
Lea, 2000).

Teoría de Juegos

6
El matemático estadounidense de origen húngaro John von Neumann es considerado como el pa-
dre de la teoría de juegos.

Esta importante especulación teórica se basa en el análisis matemático de cualquier situación en la


que aparezca un conflicto de intereses, con la intención de encontrar las opciones óptimas para que, en
las circunstancias dadas, se consiga el resultado deseado (Burke & Lea, 2000).

Termodinámica

Es el campo de la física que describe y relaciona las propiedades de los sistemas macroscópicos
de materia y energía. Los principios de la termodinámica tienen una importancia fundamental para to-
das las ramas de la ciencia y la ingeniería.

Cuando un sistema macroscópico pasa de un estado de equilibrio a otro, se dice que tiene lugar un
proceso termodinámico. Las leyes o principios de la termodinámica, descubiertos en el siglo XIX a
través de meticulosos experimentos, determinan la naturaleza y los límites de todos los procesos ter-
modinámicos (Russell & Adebiyi, 1997).

De los tres postulados esenciales de la termodinámica, desarrollaremos en detalle el segundo prin-


cipio, dado que encierra conceptos de importancia a los fines de nuestra investigación.

En efecto, la segunda ley de la termodinámica nos da una definición precisa de la propiedad lla-
mada entropía.

La entropía puede considerarse como una medida de lo próximo o no, que se halla un sistema al
equilibrio; también puede considerarse como una medida del desorden (espacial y térmico) del siste-
ma.

La segunda ley afirma que la entropía, o sea el desorden, de un sistema aislado nunca puede de-
crecer. Por lo tanto, cuando un sistema aislado alcanza una configuración de máxima entropía, ya no
puede experimentar cambios y ha alcanzado el equilibrio. La naturaleza parece pues preferir el desor-
den y el caos (Greco, 1981).

Teoría General de Sistemas

En un sentido amplio, la Teoría General de Sistemas (en adelante TGS) se presenta como una
forma sistemática y científica de aproximación y representación de la realidad, y al mismo tiempo co-
mo una orientación hacia una práctica estimulante para formas de trabajo transdisciplinarias.

En tanto paradigma científico, la TGS se caracteriza por su perspectiva holística e integradora, en


donde lo importante son las relaciones y los conjuntos que emergen a partir de ella.

La primera formulación en tal sentido es atribuible al biólogo Ludwig von Bertalanffy (1901-
1972), quien acuñó la denominación "Teoría General de Sistemas". Para él, la TGS debería constituir-
se en un mecanismo de integración entre las ciencias naturales y sociales y ser al mismo tiempo un ins-
trumento básico para la formación y preparación de científicos.

A modo de conclusión parcial diremos que los nuevos paradigmas científicos parecen converger a
un lugar común. En efecto, lo que subyace en los modelos científicos de la actualidad, es la exclusión

7
total de un camino reduccionista para llegar al conocimiento. Es decir, no apelan estos métodos a la
tentación simplificadora del discurso cartesiano, habida cuenta que intentan aprehender lo real a partir
del todo.

Ya no se intenta aplicar un criterio ordenador de tipo dogmático y absoluto (método cartesiano),


sino que se acepta la acción simbiótica del binomio orden-desorden, entendiendo que de su interacción
surgen los estadios organizadores de la materia.

De este modo podemos inferir que el método experimental-inductivo (propio de las concepciones
cartesianas mejoradas por los aportes mecanicistas), al proceder por descomposición de la realidad en
partes para su posterior estudio individual, utiliza el análisis, y como tal es preponderantemente analí-
tico. Por su parte, los actuales paradigmas proponen un empleo más intenso de la síntesis. Esta última
opción metodológica se ha visto justificada por dos razones: la primera es la imposibilidad de los ca-
minos del análisis para percibir y entender la complejidad de la realidad; el segundo motivo tiene que
ver con la mayor capacidad de los métodos sintéticos para estudiar, y en definitiva comprender y no
sólo diferenciar, los fenómenos biológicos y humanos (Pissolito, 1993).

De esta manera, pareciera ser que la óptica a partir de la cual generar el marco de investigación
pasa a ser gobernada por los conceptos de transición de fase (termodinámica) por los cuales una mate-
ria al atravesar un punto crítico de transición entre orden y desorden, extiende sus particulares condi-
ciones microfísicas al ámbito macrofísico y transforma a todo el sistema que se trate (Russell & Ade-
biyi, 1997). Aquí aparece entonces, la condición sistémica de ocurrencia de los hechos, sirviéndose de
la sinergia como protagonista de la interacción, lo que da como resultado una nueva lógica para inter-
nalizar la realidad, toda vez que el concepto de sistemas abiertos refleja, al menos por ahora, la expli-
cación más aceptable de la fenomenología en líneas generales.

Por último y antes de continuar, queremos llamar la atención del lector para que centre su
atención sobre el cauce, casi natural, que todos los paradigmas científicos posmodernos adquie-
ren en cuanto a su evidente perfil de complejidad, visualizando en ella un ámbito al cual conside-
ramos conveniente acostumbrar nuestro intelecto, porque allí pasaremos gran parte de nuestro
futuro.

Vislumbrando soluciones. Los nuevos caminos de la ciencia militar.

Con lo hasta ahora analizado, es evidente la caducidad de la física mecánica y sus modelos filosó-
ficos para enfrentar la complejidad del mundo actual, quedando totalmente desestimada la posibilidad
de certeza absoluta que dicho paradigma propugnaba.

Es así, que el andamiaje mecanicista colapsa día a día, y en su derrumbe arrastra la aparente segu-
ridad sobre él edificada, dando paso a la lógica de la complejidad.

Es por eso que tomaremos el camino de las probables soluciones, no sin antes advertir al lector
que no pretendemos agotar la problemática en cuestión –lo que por otra parte consideramos inasequi-
ble –sino apenas vislumbrar una dirección sobre la cual avanzar en pos del esclarecimiento definitivo.

En principio debemos coincidir con otros autores en que el molde de la acción futura deberá fra-
guarse en los contornos de la filosofía (Pissolito, 1993). Y es así, porque sólo en el contexto de ella
podemos aproximarnos a una categoría de conocimiento superior, despojado de posturas dogmáticas, y
por sobre todo, ávido de verdades esenciales sin ensayos de imposición de criterios supraordenadores
que todo lo contengan.

8
En el sendero de la filosofía como marco natural de la búsqueda propuesta, entendemos que la op-
ción es el Realismo Metódico (Gilson, 1997). Efectivamente, es en la figura del Realismo Tomista,
donde entendemos que se deben buscar las respuestas que encuadren el conjunto de la solución nueva
(Pissolito, 1993).

Esto es, que el realismo metódico refuta al idealismo, en cuanto al "principio de inmanencia" que
entiende como un axioma, por el cual la realidad en sí de las cosas es inalcanzable, porque no se puede
conocer nada que no esté en relación con el conocimiento.

Etienne Gilson (1884-1978) responde que efectivamente así es, pero que justamente la relación de
las cosas con el conocimiento consiste en ser captadas por éste tal como son en sí mismas. Es decir,
que el "principio de inmanencia" sólo se convierte en un axioma del idealismo sobre la base de la no-
ción idealista del conocimiento.

Ahora bien, ¿admite la ciencia militar algún desdoblamiento para su tratamiento e investigación?
¿Es posible conceptualizar diferentes lógicas de estudio según se trate de categorías de distinta natura-
leza? La respuesta es afirmativa.

Hemos demostrado las propiedades y deficiencias de la concepción mecanicista, ya en el caso del


plano puro de la acción (táctica) o bien, en el marco de una mayor abstracción (estrategia). Y son estas
dos categorías que, a nuestro juicio, ameritan una diferenciación en su tratamiento.

A pesar de su naturaleza eminentemente distinta, tanto táctica como estrategia presentan semejan-
zas engañosas en su coherencia de razonamiento. Esto es, que ambas se mueven en el contexto de la
causalidad, aún sin ser idénticas, y llamando a confusión por su similitud de razonamiento.

Así nos deparamos que ambas categorías plantean la necesidad de llegar a resultados, en cuanto
búsqueda de soluciones a problemas militares operativos, y en ese sentido emplean la relación causal,
ya en su perfil etiológico (táctica) o en su faz teleológica (estrategia).

El problema radica en distinguir con claridad las características de ambos. En este orden de ideas,
la relación etiológica opera en el plano estigmatizado definitivamente por lo analítico, toda vez que es-
ta concepción propone una relación entre una modificación empírica (efecto) que ha sido precedida por
otra anterior en el tiempo y la naturaleza (causa). Como tal esta forma se trata de un tránsito entre fe-
nómenos con preeminencia del pensamiento lineal y directo, y no de un ascenso hacia el conocimiento
de las esencias en sí mismas.

Es por eso, que en un sentido etiológico (razonamiento táctico) a la consecución de un efecto de-
terminado, le deberá preceder una causa preestablecida, que a modo de antecedente necesario y sufi-
ciente dará lugar al efecto buscado (consecuente táctico). Todo ello, en un marco caracterizado por la
certeza que ante un determinado efecto perseguido, será apenas necesario aplicar un procedimiento o
técnica (en sentido estricto de tecnología) para alcanzar el objetivo. Como ya dijimos anteriormente,
esto no quita dificultad a la conducción táctica, sino que acota su aplicación en un tiempo y espacio
conocidos para la solución del problema militar operativo, en la seguridad que una correcta ejecución
del procedimiento pertinente garantizará una aceptable probabilidad de éxito. Sitúa entonces a la con-
ducción militar, en su arista más evidente de cientificismo. Es así, que la táctica se nutre en la procura
de soluciones, de la lógica mecanicista que admite una mayor cuantificación de situaciones y, a su vez,
de las probables resoluciones.

9
Ya en el campo de la estrategia, la lógica dominante de la pseudocausalidad nos coloca ante una
dinámica distinta. Lo que sucede, es que el razonamiento de perfil estratégico aún cuando pareciera
responder a una relación causal (etiología), en realidad genera la interrelación de conceptos mediante
un planteo teleológico.

La teleología (del griego telos, 'fin'; logos, 'discurso'), es en filosofía, la ciencia o doctrina que tra-
ta de explicar el universo en términos de fines o causas finales. Se basa en la proposición de que el
universo tiene una intención y un propósito.

En la filosofía aristotélica, la explicación, o justificación, de un fenómeno o proceso debe buscar-


se no sólo en el propósito inmediato o en su origen, sino también en la causa final, es decir, la razón
por la que el fenómeno existe o fue creado. En la teología cristiana, la teleología representa un argu-
mento básico para fundamentar la existencia de Dios, en donde el orden y la eficacia del mundo natu-
ral no parecen ser accidentales. Si el mundo creado es inteligente, debe existir un último creador.

El problema de confusión en el discurso estratégico radica en que llama a una suerte de engaño,
ya que una vez propuestos los fines a alcanzar, se aboca a la disposición de los medios necesarios para
la satisfacción de los primeros, en una aparente similitud con el razonamiento etiológico. Lo cierto, es
que a pesar de sus semejanzas aparentes, ambas concepciones presentan sensibles diferencias.

En principio, no podemos equiparar los términos efecto y fin. Esto sucede porque, como lo men-
cionamos en la definición de teleología, el fin como tal no reviste las características de efecto, sino de
causa. El fin debe ser entendido como la causa final en sentido de meta última a ser alcanzada, vale
decir como la causa final que da coherencia a la existencia de un fenómeno. En tanto la táctica, em-
plea el concepto de causa como antecedente puro que origina un consecuente posterior (efecto) (Pisso-
lito, 1993).

Otro aspecto de interés para la distinción entre efecto y fin lo encontramos en las consecuencias
que ambos producen. Efectivamente, mientras la causa es independiente y distinta del efecto que pro-
duce, el medio y el fin teleológicos responden a una ligazón unívoca, por la cual ambos conceptos con-
fluyen a la identidad, dando lugar a que el fin en tanto causa final, promueva a la realización de algo
similar a sí mismo en calidad de medios (Pissolito, 2001:47).

Claro está, que a pesar de las semejanzas de pseudocausalidad los resultados generados por efec-
tos y fines son dramáticamente distintos. Y esto se puede apreciar en lo trascendente de los fines estra-
tégicos en relación a lo coyuntural y fugaz de los efectos tácticos.

De esta manera, la estrategia (sobre todo en cuanto Arte Operativo) precede en el tiempo a la tác-
tica toda vez que mediante la orientación del poder prepara la situación adecuada para la aplicación
de los medios (procedimientos y tecnología), para luego disponer de los resultados logrados localmen-
te por la táctica e integrarlos con otros similares para la concreción de una “situación estratégica” dis-
tinta a la inicial, por lo favorable que se presenta.

Parafraseando a Clausewitz, diremos entonces que la táctica libra los combates en el teatro de
operaciones procurando lograr las victorias locales, de las que se servirá el arte operativo para alcanzar
sus fines, siempre tendientes a concretar una situación de no guerra que mejor favorezca a los propios
intereses. Porque la causa final de la estrategia operacional –aunque también militar –no es la guerra
sino la consecución de una paz favorable (Ejército Argentino, 2001). Coincidiremos en aquello que

10
“tenemos que utilizar múltiples fragmentos de acción programada (táctica)10 para poder concentrar-
nos sobre lo que es importante, la estrategia con los elementos aleatorios” (Morin, 2001:115).

Volviendo entonces sobre la propuesta de visualización estratégica desde una óptica de realismo,
diremos que difícilmente pueda la estrategia (Arte Operativo) agotar sus posibilidades de cuestiona-
miento dentro de la rigidez de postulados mecanicistas. Sólo encontrará sentido en una dinámica que
le permita desplegar todas sus potencialidades, las más de ellas subjetivas, y que tienen que ver fun-
damentalmente con la libre elección de voluntades inteligentes en oposición.

En este plano pareciera ser que el concepto englobante no es otro que el de complejidad. De
aceptarse esta idea estaríamos delante de la ciencia militar percibida no como un orden teórico, sino
eminentemente práctico y arquitectónico de lo posible, en el marco de lo ético (Ejército Argentino,
2001).

La transición de lo expresado desde un orden anterior mecánico hacia un paradigma posmoderno,


debería traducirse en modificaciones conceptuales. Estas modificaciones deberían accionar sobre las
herramientas estratégicas existentes (principios), intentando producir los cambios acordes a la nueva
realidad.

Así encontraríamos la necesidad de reemplazar las ideas mecanicistas de concentración de medios


y generación de masa, por un concepto de desequilibrio a producir en el enemigo, independientemente
de las disponibilidades de medios en un sentido cuantitativo.

Esto nos llevará inmediatamente a replantear la óptica de mensura del poder de combate. Ya no
es tan importante la cantidad pura, sino más bien la calidad en cuanto al tipo y posibilidades de los
medios a aplicar para alcanzar los fines. Además se revitaliza el valor de la maniobra estratégica como
medio autárquico para lograr “per se” los fines perseguidos. Los movimientos con sentido estratégico,
cobran mayor importancia que la cantidad de poder en sí misma, una vez que la aplicación del poder
en el espacio que genere desequilibrio llevará a la entropía del sistema enemigo. De esto se trata, obli-
gar a una transición de fase que desemboque en la alteridad no deseada, ocasionando un cambio de es-
tado en el equilibrio del oponente.

El problema pasa ahora por la dinámica de los hechos en su conjunto, más que por los hechos en
sí mismos. Las variables preponderantes pasan a ser la movilidad y velocidad estratégicas; la flexibili-
dad y versatilidad para reorientar el poder hacia el cierre del espacio abierto por una amenaza impre-
vista, o en orden a satisfacer la demanda de explotación e iniciativa de la oportunidad que se presente.

La prioridad está en los subsistemas de comando y control y en la denominada guerra de la infor-


mación. Todo esfuerzo de nuestra parte por quebrar la coherencia de la conducción enemiga, al tiem-
po que preservar nuestra supervivencia C4 ISR11, será cuando menos insuficiente.

Nuestro esfuerzo estratégico, en términos de arte operativo, deberá estar dirigido al concepto de
fluidez de las fuerzas (Pissolito, 1993) y reorientación del poder en el marco del teatro de operaciones.
La simple sumatoria de medios a disposición no garantiza por sí misma las probabilidades de éxito; lo
que importa es la aptitud de los componentes para interactuar de manera sinergética, en el contexto del
sistema mayor y en aras de los fines establecidos.

10
El texto en negrita no pertenece al original y el vocablo fue agregado por nosotros para una mejor comprensión del con-
cepto.
11
Del inglés Comando, Control, Comunicaciones, Computación, Inteligencia, Vigilancia y Exploración.

11
Lo que interesa es la coherencia de los subsistemas (TGS) para conducirse sensibles a la retroali-
mentación permanente proveniente del resto del sistema y del entorno. En definitiva, lo trascendente
es conceptualizar al poder en función del pensamiento sistémico, internalizando que la mínima
de las partes representa la fortaleza absoluta del sistema, y que de introducirse variantes, éstas
incidirán no apenas localmente sino que se proyectarán en forma transitiva a la totalidad del
conjunto.

El desafío consiste en aceptar la complejidad, asumiendo la génesis de desorden y confusión que


subyace en la naturaleza de los hechos, buscando las soluciones a la problemática del Arte Operativo
en el plano del pensamiento sistémico.

A esta altura de la investigación y con la mayoría de los argumentos esenciales expuestos de nues-
tra parte, el lector avezado podría con todo derecho cuestionar nuestros juicios, preguntándose acerca
de que si se aceptase nuestra postura sobre la influencia de los paradigmas científicos en la guerra, por
qué no se visualiza en los fenómenos bélicos contemporáneos indicadores evidentes que conduzcan a
la necesidad del cambio.

Pues bien, creemos que la pregunta es pertinente y su respuesta un tanto simple.


Efectivamente, no pareciera constituir un imperativo categórico la adopción de los conceptos
acordes a los nuevos paradigmas, y esto es así porque en realidad vivimos con intensidad algunos
hechos de guerra, más que otros. Para no ir muy lejos si tomásemos la Guerra del Golfo Pérsico
(1991) o el reciente conflicto de Irak (2003), veríamos que ambos hechos carecen de una dimensión
estratégica pura.

Queremos decir que en las dos guerras mencionadas, los actores considerados presentaban una
disponibilidad de poder militar tan diametralmente opuesta y abrumadora, que llegamos a concluir que
para la Coalición triunfante no existió el concepto de incertidumbre (estrategia general) y además la si-
tuación revistió muy bajo nivel de riesgo (estrategia operacional).

Esto significa que al disponerse de una abrumadora superioridad –cualitativa antes que cuantitati-
va –no constituyó para las fuerzas coaligadas la incertidumbre o el riesgo un óbice al momento de la
acción, pudiendo decirse que ante un dominio tan acabado de la mayor parte de las variables estratégi-
cas, el actor más poderoso en este sentido modeló la situación que más convino a la medida de su pro-
pio poder, obligando a que la voluntad inteligente en oposición (enemigo iraquí) pierda su libertad de
acción, y se conforme con reaccionar a los estímulos que se le impongan.

La segunda consideración respecto a lo anterior, tiene que ver con la doctrina de empleo masivo
de medios y tecnología, propia del pensamiento estratégico anglosajón y que encuadra las guerras
mencionadas en el párrafo anterior. Así, encontramos que la corriente anglosajona del pensamiento
militar se basa en la doctrina del aplastamiento –moral y material –del adversario (the attrition o matar
por desgaste). Su apoyatura de orden filosófico está en el cientificismo y el positivismo en general, a
través del empleo de las ciencias experimentales y de los patrones de índole racional-matemática
(Ejército Argentino, 2001). Como ya dijimos, parte de la base de ingentes medios y su correspondien-
te eficiencia de empleo.

Ahora bien, ¿qué sucede si en lugar de tomar los ejemplos mencionados, considerásemos guerras
de baja o mediana intensidad, o entre actores estratégicos no comprendidos dentro de los llamados Paí-
ses Centrales?

12
Sin lugar a dudas, la carencia de medios o mejor dicho, un factor de poder de combate equilibrado
entre las partes contendientes, obligará a un profundo ejercicio intelectivo del conductor estratégico
operacional, como una forma de maximizar los magros recursos disponibles y multiplicar los resulta-
dos de sus efectos para la concreción de los fines.

En este caso, que por otra parte consideramos como el de ocurrencia más probable, el sentido co-
mún nos indica que sólo la alternativa de una concepción estratégica operacional sistémica que con-
tenga la complejidad de las variables en juego, puede dar lugar a la eficiencia, relativizándose la super-
ficialidad del simple cálculo matemático, que privado de su razón esencial (cual es el número y la can-
tidad) da paso al protagonismo de la inteligencia del conductor militar.

La genialidad del conductor se perfila en su aptitud para manejar la incertidumbre y el riesgo con
sentido estratégico de trascendencia y en el encuadre natural de la complejidad.

Por último debemos llamar la atención sobre un aspecto importante, el cual se refiere a la asime-
tría que las amenazas estratégicas presentan actualmente. En este sentido, se ve malograda la eficacia
apriorística del empleo masivo de los medios, ya que no guarda relación efectiva en cuanto a los efec-
tos logrados. Y esto sucede porque una larga disponibilidad de medios materiales, no garantiza el éxi-
to cuando se trata de enfrentar la amenaza del terrorismo.

Así, la lógica planteada por estos nuevos actores, invalida los esfuerzos de aplicación de medios
para contrarrestar sus acciones. De nada sirve disponer de algo, cuando en realidad lo que se descono-
ce es dónde y cuándo aplicarlo. Lo que logró la amenaza asimétrica fue, en cierta medida, inver-
tir la dinámica del proceso haciendo que el actor amenazado (normalmente superior en medios y
tecnología) deba conformarse a obrar por reacción, perdiendo su acostumbrada libertad e inicia-
tiva que le permitían diseñar la situación conforme le conviniese.

Lo que queda al descubierto es el carácter eminentemente etiológico que subyace en el pensa-


miento anglosajón y que privilegia la causalidad lineal en el razonamiento estratégico, pero que frente
a la inversión de factores propuesta por la amenaza terrorista, carece de eficacia.

Lo que subyace entonces, es la fragilidad teleológica que envuelve a la dinámica de la doctrina del
desgaste. No importa cuánto es el poder que se disponga, sino conseguir precisar dónde y cuándo
aplicarlo para que produzca los resultados deseados. Dicho de otra manera, lo que consiguió el terro-
rismo fue regenerar la consideración de la incertidumbre y el riesgo en el planeamiento estratégico de
aquellos que detentan el poder unipolar.

La respuesta no se hizo esperar, y los Países Centrales adoptaron rápidamente el esquema de la


guerra proactiva, en un claro intento de recuperar algo de la libertad de acción perdida para aplicar su
superioridad indiscutida en forma preventiva, contra todo actor sospechado de terrorista.

Aunque simbólicamente contundente, no nos parece esta forma proactiva en absoluto suficiente y,
lo que es peor, arrastra consecuencias de orden político internacional que no se presentan sustentables
a futuro, atendiendo sus implicancias colaterales.

Conclusiones

• Las ciencias militares tienen por objeto de estudio la guerra, entendiendo ésta como un
fenómeno de intensidad variable entre bloques de naciones, naciones, estados o grupos sociales or-
ganizados políticamente, respaldados por el empleo de la fuerza, que buscan imponer la suprema-

13
cía o salvaguarda de sus intereses políticos o materiales. Es decir, un fenómeno social complejo de
naturaleza fundamentalmente humana (Ejército Argentino, 2001:49).

A su vez esta ciencia admite una subdivisión a los fines de su investigación y tratamiento: tác-
tica y estrategia, esta última materializada en el Arte Operativo.

• En su carácter científico, lo militar al igual que el resto de los campos del saber crítico,
estuvo sujeto al devenir histórico encuadrado por diversos paradigmas. En este sentido, adhirió in-
condicionalmente al paradigma de la modernidad, encarnado en el método cartesiano y sus sucesi-
vas modificaciones operadas mediante la física newtoniana y el mecanicismo.

A la sombra de este modelo científico, la ciencia de lo militar desarrolló sus teorías y prácticas
en forma ininterrumpida durante los últimos cuatrocientos años.

Pero ante el advenimiento de nuevos modelos de explicación científica los postulados de sim-
plificación bajo los cuales operaba el paradigma moderno vinieron a ser reemplazados por concep-
tos que aceptaban la complejidad en su real dimensión, y por lo tanto, sin intentar imponer criterios
dogmáticos que le permitiesen el análisis por reducción, se concentraron en el conocimiento de la
fenomenología en el seno mismo de la interacción de sus variables, a través de una aproximación
esencialmente sintética.

• Si bien no en su totalidad, las ciencias se encuentran al menos en el proceso de recono-


cimiento de los modelos posmodernos, y en franca evolución hacia los mismos.
Pero esto no ocurre en el campo militar, lo cual obedece según nuestro criterio, a la factibili-
dad de aplicación actual de la lógica mecánico-reduccionista, aunque acotada al plano táctico. Así,
aún cuando es válido aceptar la utilidad del paradigma cartesiano en el ámbito etiológico descripto
–según creemos haberlo fundamentado a lo largo del presente trabajo –en modo alguno cabe el
mismo razonamiento para la solución de problemas operativos de naturaleza estratégica operacio-
nal, en virtud de su esencia teleológica.

• Es por eso que vemos la necesidad de una “reingeniería conceptual” en el enfoque que
nuestra doctrina propone para el nivel estratégico operacional (PC-00-01) (Estado Mayor Conjunto
de las Fuerzas Armadas, 1992).

Entendemos que los actuales principios (unidad de comando, plena utilización de la fuerza,
apoyo mutuo y plena integración), carecen de sustento epistemológico en cuanto a sus posibilida-
des de orientar el planeamiento y la acción en el ámbito del Arte Operativo, toda vez que concier-
nen a un encuadramiento apriorístico de factores totalmente subjetivos, que además de su condi-
ción de inferencia lineal, nada nos dice acerca del marco necesario que englobe la solución del
problema militar estratégico.

Creemos que los principios para la acción militar conjunta como se encuentran planteados en
la actualidad, resultan como mínimo insuficientes. Una posible solución consiste en reinventar di-
cho marco conceptual a partir de un único criterio orientador con perfil excluyente: el pensamiento
sistémico.

De esta manera, la consideración del pensamiento sistémico demandaría una lógica de razo-
namiento sinergética al momento del planeamiento, y permitiría un posterior desarrollo de la ac-
ción estratégica operacional, en el cauce de la retroalimentación circular de los hechos y los esta-
dos entrópicos de las fuerzas y factores del ambiente operacional.

14
• Finalmente, percibimos el advenimiento –quizás como nunca antes en la historia militar
–de un nuevo paradigma y todo lo que ello implica. Está en nuestra inteligencia y permeabilidad
intelectual, comprender racionalmente el desafío a enfrentar y aprovechar la oportunidad de cam-
bio para obtener una ventaja comparativa sensible en relación a otros actores estratégicos.

De ello dependerá gran parte de nuestro futuro profesional, a riesgo de continuar utili-
zando viejas soluciones para resolver nuevos problemas.

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