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Un hipopétamo cansado de su catutiverio en el zoo decide vol- © ver a su Africa natal. Consigue | salir del parque con la colabo- o | 1 raci6n de algunas personas, pero lo mas sorprendente pes Nena ~nilos emplea- en su camino, ni los clientes y earnareros de una pizzeria- se extrane de verlo en libertad. °| alts a Ah Editorial Bambu es un sello de Editorial Casals, 5, A. © 2011 Daniel Nesquens para 10 Lozano para © Editorial Casals, a. Tel.: 902 107 007 wwweditorialbambu.com ‘www.bambulector.com. Disefio de 1a coleccién: Miquel Puig Segunda reimpresion: febrero de 2012 ISBN: 978-84-8343-133.7 Pa 3X) 8 1 Daniel Nesquens Luciano Lozano os hipopotamos, por regla general, no hablan. As{ que cuando Rosana escuché tales palabras @ aquellas horas de la tarde dio un respingo y se gité buscando quién las habia pronunciado. Nadie. Bueno, si: un hipopétamo de la familia de los hippo- potamidae. Ya sabéis: esos animales semiacudticos que habitan en los lagos y los rios del Africa sub- sahariana, esos animales que se pasan todo el dia dentro del agua y que salen por la noche dispues- tos a comerse casi cualquier cosa que esté a la vista. «Eh, tu, como te Hames, sacame de aqui», fueron las palabras que le parecié escuchar y que, realmente, escuché. Rosana no estaba sola en aquel parque zoo- l6gico. Habia acudido con sus compaiieros de cla- se. Pero ella se habfa quedado rezagada contem- plando aquel animal con forma de barril, de patas cortas y gruesas, de cabeza casi cuadrada con ojos pequeiios y nariz oblicua y arqueada. Aquel cerdo de rio, como lo lamaban los antiguos egipcios, habia abierto la boca para de- cirle: «Eh, ta, como te lames, sécame de aqi Rosana, sorprendida, hundié la cara entre los barrotes de la jaula y vio como aquel hipopé- tamo se le iba acercando lentamente. 10 —jAcaso no me escuchas? La muchacha afirmé con la cabeza. —{Cémo te llamas, pequefia? -le pregunté el animal, cuando estuvo a menos de dos metros. Rosana. -Me gusta el nombre. Cuando tenga una hija la lamareé asi. Rosana no sabia qué decir. Era la primera vez que escuchaba hablar a un animal. A excep- cin del loro de su tia Adela, que hablaba mas que un locutor de radio. -Y usted, ;cémo se llama? -acerté a decir. Yo me llamo hipopétamo, pero puedes lla- marme sefior H, es més corto. ~{¥ desde cudndo habla, sefior H? -Hablar, hablar, lo que se dice hablar, des- de hace unos minutos. He estado todo este tiempo aprendiendo de vosotros los humanos. Aqui vie- nen miles de personas. Hablan entre ellas. Se di- cen cosas. Y qué cosas en algunas ocasiones. Es cuestién de fijarse bien y de memorizar palabras. Aquellos -afiadié el animal senalando con la ca- beza a otros tres hipopétamos que compartian quel espacio vallado del parque zoolégico- por mucho que se fijen son incapaces de memorizar una palabra, Pero no perdamos mas tiempo con tanta palabreria, Haz el favor de sacarme de aqui. Pero, sefior H, no puedo sacarlo de aqui. Va contra la ley. -jContra la ley! ;Contra la ley! {Qué tonterfa! Estar en este lugar si que va contra la ley, la Ley de la Naturaleza, Encerrados. Como si fuésemos unos vulgares criminales. Comiendo siempre lo mismo: hierba seca, manzanas y més manzanas. {Tu sa- bes cudnto tiempo hace que no me como un coco? jSuefio con comerme un coco! Me encantan. -No sabia que los hipopétamos comiesen cocos. » “Cocos, plitanos, sorgo, maiz, mandioca... Cuando era libre, en los viejos tiempos, cuando vivia a la orilla del rfo, por la noche saliamos del agua y buscébamos comida. Venga, ahi esté la puerta. Pero... {Ni peros, ni peras! {Ohl lo que darfa yo por comerme veinte kilos de peras. osana no sabia cémo actuar. Duda- ba si abrir la puerta, si no abrirla, si marcharse corriendo con sus companeros... Tomé aire. -No te lo pienses tanto. Nadie se dara cuenta. {No ves que cada uno va a lo suyo sin importarle fl vecino? El egoismo desmedido del ser humano. Es el mal del siglo xx. Habla igual que mi abuelo -dijo Rosana _jlu abuelo? Anda, abre 1a puerta, salgo y Ja vuelves a cerrar, Nadie se va a dar cuenta -re- pitié el animal. 33 ~{¥ luego? -pregunté Rosana. -Luego ya es asunto mio. Por favor, peque- fa, abre. Su tono era tan lastimero que Rosana se acer- cé a la puerta. Un simple pasador de hierro poco més largo que un dedo impedia que la puerta es- tuviese abierta. Cualquiera podia Hevarse el pa- sador a su casa y dejar la puerta abierta. Era una incompetencia por parte del personal del parque cerrar de una forma tan sencilla. «Si ellos son los primeros en no poner un candado 0 algo asf, serd que no les importa mu- cho si hay un hipopétamo més o menos dentro», pens6 Rosana. Se acercé, miré alrededor por si alguien la veia y retiré el pasador. La puerta se abrié y el seftor H salié como si tal cosa. Rosana volvié a poner el pasador en su sitio. Como si nada hubiese pasado. Muchas gracias, Rosana. Ha sido un pla- cer conocernos. Y de esto ni una palabra a nadie, gentendido? -Entendido. Adiés. -Adiés. £1 hipopotamo pasé por delante de la jaula de los leones, se los quedé mirando con recelo y caminé pasillo arriba. Encontré un panel expli- cativo donde aparecian dibujadas las instalacio. nes del parque zoolégico y las observ un buen rato hasta que las memoriz6, Mientras, el resto de los companeros de la clase de Rosana, delante de una inmensa jaula llena de aves exéticas, miraban sorprendidos la variedad de colorido de aquellos pajarracos. Guacamayos, Papagayos, cacattias, loros, pequefias cotorras -Esta instalaci6n se llama aviario. Y podéis ver aves africanas y sudamericanas. Hay més de cuarenta especies —dijo el maestro que acompa- faba al grupo, haciéndose el importante, -Mira, aquella es una cacatda toluquefia ~dijo Sandoval, el més estudioso de toda la clase. ~Aquella de alli, la que tiene el pico abierto? -sefialé Garrucha, el mds bromista de todos. 7 ~No, aquella es una cacatia blanca. ~aLa que esta a I viendo un aia tié Garrucha, la derecha, la que esté mo- Y que tiene el pico cerrado? -insis- ~tsa no es un 1a cacatia. La que tii dics loro gris. a éAcaso no lo ves? -No solo sabes de m conocimiento de] medio.. Eres tremendo, Sandoval. atematicas, lenguaje, - También de cacatias. -No tiene ningtin mérito. A mi tio le apasio- nan los loros. Tiene un criadero. Igual tiene més de cuarenta péjaros. ZY sabes? Una de las cosas que més destaca de estos bichos es su tremenda inteligencia. -Si, hombre... Pueden llegar a presidentes de Estados Unidos, no te digo. «Sandoval es un buen chico, Sandoval se va a dormir», dijo una voz. «Sandoval es muy listo, Sandoval se va a dormir», repiti6 la misma voz aflautada de aquel loro gris. Todos los chicos miraron sorprendides al in- terior del aviario. En ese preciso momento, Rosana se unié al grupo. ~{Has escuchado eso? {Un loro que habl -exclam6 su amiga Irene, frotandose los ojos con el dorso de las manos, como si no se lo termina- ra de creer. Rosana sonrié y se encogié de hombros. ~Un loro que habla, jvaya una novedad! Lo raro seria que hablase un hipopétamo... & | hipopstamo continué su camino. Pasé Por delante de la jaula de los bongos, del tapir malayo y de los monos titis. Aqui se detuvo y se qued6 unos minutos mirando tanta acrobacia y tanto descaro por parte de los micos. Los monos descendieron del arbol y se acer- Caron hasta aquel animal primitivo que los ob- servaba tan atentamente, tan sonriente. Uno de Jos monos se rascé la cabeza. Nunca habia visto una criatura igual. Otro le sonrié y esperé tonta- mente a que aquel ser extraiio le arrojase algiin cacahuete, aunque fuese sin pelar. Pero no. El se- Nor H no le arrojé nada, continué caminando. No queria correr, por aquello de no levantar sos- pechas. Tampoco tenia mucha prisa por salir del z00. i Continué su camino como si tal cosa hasta que llegé al delfinario. Una pareja de delfines na- daban y saltaban alegremente en una gran pis- cina con forma de rifién. Uno de los delfines se quedaba suspendido en el aire desafiando la gra- vedad. El otro lo contemplaba boquiabierto, casi aplaudiendo. it Piel bravo. jEstupendo! -grité el sefior H, oi evitarlo, encandilado por el espectaculo, delfin se zambullé i borde de 1a piscina. MI Terese Muuuacac muuaac ~dijo a modo de saludo. ouch 2°" H agaché la cabeza intentando es. char mejor os sonidos de aquel animal. Sabi » ah se lo habia escuchado no hacia much ; a ‘ . I oa Pareja de recién casados, que los delfines ‘imales sumamente inteligentes, que eran cay paces de memorizar adverbios como: encima, detrds, delante. aa ; que dormian con la mitad del cerebro despierto... —Muuuaaac, muuuac -insistié el delfin. _Ya me perdonarés, amigo, pero no te en- tiendo, Silo que me preguntas es que adénde voy, te contestaré que me voy de aqui. Me he cansado de este lugar. Todos los dias lo mismo. Ademés, echo en falta a mi familia. -Moooiiiic, moooitic. -Sigo sin entenderte. Pero si lo que me has dicho significa que buena suerte... pues muchas gracias, amigo. Nunca habia visto un delfin en mi vida y creo que sois de los animales més her- mosos que he visto nunca. Me encanta ese agu- jero que tenéis en 1a cabeza. Imagino que servird para que podais respirar bajo el agua. -Meeic, meeic. _Bueno, me tengo que marchar antes de que alguien note mi ausencia. Adiés, amigos. —Muiiiic, muiiitic. Antes de llegar a Ja zona de entrada y salida del parque zoolégico, el hipopstamo se cruzé con el cuidador especialista de los elefantes del 200, un tipo con la cabeza rapada, ancho de hombros y con los ojos demasiado grandes. El cuidador lle- vaba una enorme jeringuilla y un maletin con una cruz roja pegada en la tapa. Pero como muy bien le habia dicho el senor H ala nifia que le habia abierto la puerta, cada uno iba a lo suyo. ~Buenos dias -le salud6 el hombre. —Buenos dias ~contesté el sefior H. ~{Caramba...! ~comenzé a decir el hombre, pero siguié su camino como si nada. Pocos minutos después, cuando casi podia tocar la puerta de salida, el senor H se tropezé Con uno de los veterinarios del 200, el mds serio de todos, el que siempre parecia enfadado, ~ée puede saber adénde va asi como asi? Su Jaula esta en la direccién opuesta, ;Le duele algo? é8e le ha quedado dormida una pierna? éAlgtin ca- lambre? ¢Le pica una oreja? {Se le ha metido algo én el ojo? ZAcaso tiene hambre? jAh, ya sé: la pre- sion arterial! -le dijo de carrerilla. Y sin escuchar Una respuesta sigui6 su camino-. Que no le vuelva @ ver Por aqui suelto. Que no esté uno para bromas, En ese momento soné un politono, ~iVaya, lo que me faltaba: me llaman! ~y se git6 con el teléfono ya en la mano, veterinario se volvié a meter en la en- fermeria y salié a grandes zancadas con un rollo de venda eldstica con la que se podia haber en- el a con la e Ito la esfinge de Giza. : _ a sefior H aproveché y se acercé a la salida e intent6 pasar, pero... pero se qued6 encajado. Ni ra adelante ni para atras. Atascado. ia - No tenia que haberme comido la caja d sais pens6, Se mene6 hacia adelante, hacia amis. Nada. Contuvo la respiracién... Imposible. nave osune? leprgunt une dees rdne gQué 2 -le pre ; ros ume ane que pasaba por alli. 27 ~+- También es muy n na de vez en cuando. Sirve recomendable una sau- Para eliminar toxinas, Que con ese nombre nada bueno puede ser. Pero deje, deje que le ayude. El jardinero empujaba, empujaba..., pero nada. ~{Qué ocurre? ~pregunté otro de los cuida- dores que pasaba por alli -Este hipopstamo que quiere salir y se ha quedado encajado. ~A ver, deja que te ayude -se ofrecié. Imposible. Los dos empleados sudaban la gota gorda. Exhaustos, dejaron de empujar. -Si es que son més de dos mil kilos -dijo el jardinero, resollando como una locomotora. -Si, més de dos mil kilos. Igual... dos mil quinientos -resoplé el otro como una ballena en alta mar. -2¥ si prueban con un chorro de agua a pre- sin? -sugirié el hipopétamo, que empezaba a sudar mds de lo aconsejado. -iUuuhm! Es usted un animal muy inteligente. Ahora entiendo por qué habla nuestro idioma tan estupendamente. ~Probemos -dijeron los dos empleados a la vez. EI jardinero desenrollé la manguera més grande que tenia y abrié el grifo del agua. Tardé Varios segundos en aparecer por la boquilla. El !popotamo sintid cosquillas en el trasero. No se movi6 ni dos centimetros, ni uno siquiera. ~aY si le damos un di ‘ poco mas de presi agua? -sugirié el cuidador. oo ~Ahi va toda la presi6n. Tres, dos, uno, cero. Y el sefor H salié disparado. El potente cho- rro de agua lo impuls6 hacia adelante. Lo liber6 y salié despedido del 200. El hipopétamo cruzé la calle en un tiempo récord. Salié disparado y | se empotré contra un escaparate de una agen- cia de viajes que habia justo enfrente de la en- trada principal del parque zool6gico. Por suerte, | no se rompié el cristal; por suerte, el hipopdta- mo no se rompié ninguno de los mds de dos- cientos huesos que componen su esqueleto. «jPuuumbaaa!», se escuché en el interior de la tienda. Casi un terremoto. | Menos mal que la tienda a esas horas estaba | vacta de posibles clientes. El dependiente, un se- for con unas gafas de cristales muy gruesos, dejé de teclear en el ordenador y salié a 1a calle a ver qué habia sucedido. _No me lo puedo creer, no me lo puedo creer dijo quiténdose las gafas. Se las volvié a poner porque entonces era cuando no vefa nada. -Usted perdonara -se disculpé el sefior H. ~Otra vez tenga mds cuidado. Podia haber es- 3 tallado el cristal en mil pedazos -dijo el dependiente. ~No tengo ni idea ~contesté el senor. ~Guau -contesté el perro, ~Perdone, pero... gsabe por dénde se va a Africa? ~Pregunté a una sefiora que estrenaba lapiz de labios, ~¢Africa callle, Africa avenida o Africa bulevar? ~Africa continente. ~Pues. no sabria decirle. Ha cambiado todo tanto desde que era joven... ~Por favor, {sabe por dénde se va a Africa? Pregunt6 a un senor de color. “Africa, Africa... me suena, la verdad, Tal vez por alli ~dijo sefalando hacia la derecha Muchas gracias, sefior, i ~De nada. De nada, de nada. Pero, un hipopstamo, ino? -le -- eS usted ~Asi es -respondié tajante el sefior H. -Ya me lo parecia a mi. El sefior H comenz6 a cruzar a calle sin mirar, sin prestar atencién a los coches que circulaban por la calzada. Un taxi le pasé rozando la punta del morro. El taxista sacé la cabeza por la venta- nilla y le solt6 una sarta de improperios. Otro con- ductor tuvo que pegar un volantazo para no llevar- se por delante al animal. Este no dijo ni mu. Dio el volantazo y se llevé por delante un arbol recién plantado. Un motorista apret6 los dientes y se su- bié a la acera esquivando al hipopstamo. No pudo esquivar la saca del cartero, que impacté contra la moto. Cientos de cartas salieron despedidas por los aires. Una sefiora muy mayor, que estaba asoma- da a Ja ventana, estiré la mano y se llev6 una car- ta que le mandaba su hija desde Bruselas. Sonrié al leer el remitente. El sefior H, de milagro, pasé al otro lado de la avenida sano y salvo. Se puede decir que aquel era su dia de suerte. Indiferente a toda aquella agitacién, se encaminé a un pequefio parque donde unos nifios jugaban con la arena. El nifio més rubio Hlenaba un cubo con una pala de plastico. El mas moreno esperaba a que el cubo estuviese lleno de arena y lo llevaba agarra- do con las dos manos a los pies de su abuelo, donde lo vaciaba. Se podia decir que los nifios y los abuelos eran felices. Se podia decir que los ni- fios vieron al hipopstamo antes que sus abuelos. -jMira! -exclamé el nifio mas moreno, con el cubo entre las manos. ~iUn elefante! -dijo el otro, algo mas flacucho. ~iEso no es un elefante, eso es un rinoceronte! -iEs un elefante! No ves la trompa? -iEs un rinoceronte! Un elefante! -Un rinoceronte! ~Abuelo, ;qué es eso? ~jEeeeeh! -se sobresalté el abuelo, que leia distraido el periédico-. jAh, eso: un hipopétamo! ~¢Podemos jugar con é1? ~Claro que podéis jugar con él. -Pero con cuidado, no le vaydis a hacer dafio. Que vosotros sois unos bestias —ariadié el otro abuelo. 4 “6 1 senor H, rodeado de césped, comia pla- centeramente algunas briznas que sobresalian mas de la cuenta. ee Los nifios se acercaron al hipopotamo con la boca mas abierta que si lo que tuvieran delante fuese un payaso de circo. a é amigos? -le pregunté el _Podemos ser tus amig' mas moreno. — “Eso: gpodemos ser tus amigos? ~insistié el otro. Pero no esperaron la respuesta; antes de que se diera cuenta tenia a los dos chiquillos subidos en su lomo. ; -jArre, caballo! -dijo el més moreno. El otro lo imité: ~iArre, arre! Pero el caballo, di, 1 , digo el hipopstam, movi6 ni un solo centimetro, 7 - ~iTened cuidado no os vayais a caer! el abuelo del nino mas rubio, -les grits ~Qué divertido ~dijo uno, ~Otra vez, otra vez. Yo quiero mas. Los chiquillos se volvieron a subir : el sefior H volvié a estirarse ¥ los nifios volvieron @ resbalar. Esta vez con més cuidado: cayeron de pie. Los chi- quillos se volvieron a subir, el senior H volvié a es- tirarse y los nifios volvieron a resbalar. Y otra vez y otra, la misma operacién. Hasta que los asper- sores comenzaron a girar echando agua, mojan- do su racin de césped. El sefior H, al ver aquella Iuvia inesperada, comenzé a trotar con los dos chiquillos subidos encima. Los chiquillos, emocionados por el trote, comenzaron a dar voces y gritos de entusiasmo. Nunca se lo habian pasado asf de bien. Aquello era mejor que una fiesta de disftaces, mejor que una visita al parque de atracciones. El sefior H se situé encima de uno de aque- los aspersores, pero solo le mojaba las patas. Bus- 6 una mejor ubicacién, pero solo conseguia mo- jarse durante unos escasos segundos. Luego nada, luego algo, luego nada... Aquellos mecanismos que salian del suelo parecian embrujados. El hi- popétamo cambié de lugar con los chiquillos to- davia encima. a fuente! -dijo el mas moreno, sefialando con el dedo.

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