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TODO POR EL TODO

Jacinto Arroyo

6 de marzo

Cuando el avión aterrizó sintió dolor abdominal, ardor en la boca del estomago y

ganas de vomitar. Estos malestares le eran familiares pues eran los síntomas que le

anunciaban un ataque de gastritis. Padecía esta enfermedad desde la adolescencia,

por lo que estaba acostumbrado a las dolencias, pero en los últimos años los dolores

eran más crónicos y agudos, de hecho en lo corrido del año estuvo hospitalizado un

par de veces por esta causa, por lo que debía seguir una estricta rutina de

alimentación y comer a las mismas horas para evitar una recaída. Miró su reloj de

pulsera y vio la manecilla gruesa en el ocho, y la delgada en algún lugar entre el tres

y el cuatro. Debía ser de noche por eso le pareció extraño que el cielo tuviera el

color de la tarde. En ese momento, por el alto parlante del avión, la azafata terminó

de hacer el anuncio del arribo a Madrid.

4 de marzo

La última comida que ingirió fue un sudado de pollo con papas, arroz blanco,

lentejas y dos rodajas fritas de patacón maduro. De sobremesa bebió un jugo de

mora. Almorzó con su hijo Jaime cuando llegó del colegio pasado el mediodía.

Rubén supo que esa sería la última comida sólida que podía tener antes del viaje,

después de este almuerzo debía tener una dieta líquida. Disfrutó poder masticar

cada porción de comida que metía en su boca sin tener que tragarla, como había

estado practicando desde hace una semana. Jaime tenía el carácter de su padre.

Era espontáneo, alegre, arriesgado, no se dejaba varar por nada, ni se la dejaba


montar de nadie. En los primeros días de colegio de ese año se peleó con un niño

de bachillerato que le pegó un calvazo Jaime reaccionó por instinto, se le hecho

encima al abusivo a pesar de que era más grande que él y le rompió la camisa del

uniforme en el ajetreo y la nariz en el combate. Esto le costó una semana de sanción

y matricula condicional por reincidir en riñas y el respeto de los montadores del

colegio. Mientras almorzaban Rubén escuchaba como había sido el día de su hijo en

el colegio, hacían chistes, recordaban anécdotas de reuniones familiares. Si no

hubiera sido por el viaje ese hubiera sido un gran almuerzo, pero desde que había

tomado la decisión de irse cada instante estaba bordado por el hilo de la nostalgia y

mientras más se acercaba el día de la partida más fuertes eran las punzadas de la

aguja del tiempo. Se esforzaba por encontrar un gesto cercano a la sonrisa, pero en

realidad se sentía derrotado porque la vida le había quedado grande, la situación

estaba jodida, la plata no alcanzaba, los gastos no daban espera y tenía tantas

deudas que ya ningún familiar o amigo le prestaba plata. Incluso a los gota a gota se

les estaba acabando la paciencia. Mientras Rubén recogía la loza, los niños se

fueron a cambiar de ropa para no ensuciar el uniforme. Oyó girar las chapas luego el

chillido de las bisagras de la puerta cuando se abre y finalmente la voz de Amanda.

5 de marzo

Rubén y Amanda vivan juntos y aún dormían en la misma cama, pero llevaban un

par de años separados. Rara vez tenían relaciones sexuales y cuando lo hacían,

más que cariño era un gesto de solidaridad. Pero no siempre fue así, cuando Rubén

conoció a Amanda trabajaba de aprendiz en un taller de motos. Un día el papá de la

muchacha llevó su moto de 125 c.c. porque esta tenía un ruido raro. Rubén escuchó
y observó la conversación del mecánico con el dueño de la moto y dentro de sí

diagnosticó que era necesario cambiar el kit de arrastre, pues el ruido era en la zona

del piñón y además la cadena se veía un poco floja.

— Hay que cambiar el kit de arrastre —. Sentenció el mecánico mientras

Rubén sonreía en silencio.

— ¿para cuándo está lista la motico? — preguntó el papá de la muchacha.

— Para el martes— respondió el mecánico mientras se limpiaba con una

bayetilla roja la grasa que la cadena de la moto le había dejado en las

manos.

— Ese día tengo la matricula de la universidad— interrumpió con angustia la

muchacha.

Fue entonces cuando Rubén salió de la ensoñación del diagnóstico de la moto y se

entregó a la ensoñación de la abundante cabellera roja y crespa de la joven, a sus

ojos cafés, a su boca carnosa adornada con un poco de brillo, a su fino cuello, a la

voluptuosidad de sus senos cubiertos por una blusa amarilla, a su breve cintura, a

sus anchas caderas y a sus piernas, que encajaban perfecto en el bluyín. La deseó

con todo el poder de su instinto, pero en ese instante no se imaginó que ella iba a

ser la mujer de su vida, la madre de sus hijos, la mujer con la que compartiría los

días más felices y los más insoportables. Cuando el televisor se apagó como de

costumbre a las diez y media de la noche, el cuarto quedo casi a oscuras excepto

porque a través de la liviana cortina, que les había regalado su suegra, se colaba la

luz del poste que estaba junto a la ventana del cuarto. Ninguno de los dos podía

dormir, pero ambos lo fingían.

6 de marzo
Pasada la media noche fue la mujer quien rompió el silencio.

— ¿Estás seguro de lo que vas a hacer? — preguntó angustiada.

— Tengo miedo —. Respondió él.

— Pues no te vayas —. Replicó ella mientras se sentaba en la cama y

encendía la lámpara que reposaba sobre la mesita de noche, esta había

sido el regalo de bodas de un primo de Rubén.

— Los hombres que han pasado a la historia son los que han enfrentado sus

miedos —. replicó él mientras se sentaba en la cama. Se calzó las

chancletas, se dirigió a la ventana y con el dedo índice corrió un poco la

cortina para ver a la calle — Además, no me queda otra salida.

— Pero estas arriesgando mucho —. Reclamó ella.

— No estoy arriesgando nada — sentenció él, mientras veía pasar al vigilante

del barrio por calle desierta montando una vieja bicicleta— ya todo lo he

perdido. Le debo plata a todo el hijueputa mundo, no he podido conseguir

trabajo, ser bachiller ya no es suficiente y si uno no tiene palanca no es

nadie. Los gastos siguen corriendo y las culebras jodiendo, ya se acabó el

año y no tengo un peso para la navidad de los niños, ni si quiera para

comprarles una pinta. ¿cómo vamos a hacer el otro año para el uniforme y

para los útiles escolares? Y eso que los pasamos a colegio público y nos

ahorramos lo de la matrícula. Además, estoy mamado de vivir en la casa

de sus papás ya no tenemos autonomía para ni mierda, hasta el tiempo de

ducharse o de cagar se lo cronometran a uno y por mi vale chimba, pero

que me jodan los niños, eso si no me lo aguanto, y con este hijueputa

genio que tengo, y que cada día es peor, me voy a terminar agarrando con

su papá y ahí sí la termino de cagar.


La mujer se quedo callada mientras miraba a su marido, no se explicaba

como ese joven alegre, dicharachero, emprendedor, apasionado y buen amante que

le había robado el corazón se había convertido en ese hombre amargado, hermético

y loco que tenía en frente.

—Reacciona por favor Rubén, ¿acaso te has vuelto loco? — le reclamo la

mujer — porque uno tiene que estar loco para irse de mula a Europa. Además,

¿Cómo conociste a esos matones? ¿acaso no piensas en los niños? ¿no piensas en

mí?

Rubén se quedó en silencio mirando a su mujer quien se limpiaba unas pocas

lágrimas de los ojos y a pesar de que ella le había logrado ablandar el corazón, él no

iba a dar un paso atrás. Le dieron ganas de besarla, de abrazarla, de decirle que lo

intentaran una vez más, que todo iba a mejorar, que pensaran en que los niños

merecían crecer con sus padres juntos… pero no lo hizo. El orgullo le pudo más.

Cuando ella aceptó, después de varias sospechas, que estaba saliendo con otro

hombre, Rubén, perdió la fe, perdió el norte, perdió el último hilo de esperanza que

lo mantenía atado a la cordura y había decidido hacer la mayor apuesta de su vida y

jugárselo todo por el todo, o como él se decía a si mismo: nada por el todo. Sabía

que a pesar del cariño que se sentían ya no valía la pena seguir luchando por estar

juntos. La primera etapa de aquel amor fue la que más disfrutaron. Rubén detalló a

su mujer, estaba despeinada, llevaba un pijama térmico para el frío y se le escurrían

la tristeza y la impotencia por las lágrimas y mocos que se limpiaba con la manga del

saco. Entonces recordó cuando ella se tenía que escapar de casa e inventar

trabajos en grupo de la universidad para que se pudieran escapar a recorrer los


moteles de Fontibón que quedan cerca de la plaza de mercado. Los recorrieron casi

todos y compartieron noches llenas de erotismo, de sudor, de orgasmos, de

gemidos, de cerveza, de baile, no hicieron el menor esfuerzo por entregarse a los

brazos del placer. Por se imaginaron que viviendo juntos todo iba a ser felicidad,

pero no contaban con que la rutina, el dinero, las obligaciones de la casa, la

responsabilidad de los hijos y el dinero -sobre todo el dinero- les fueran a apagar

poco a poco la llama del amor y terminaran asfixiándose, inventado excusas para

escapar de casa.

Cuando Amanda escuchó que Rubén entró en la cocina supo que él abriría la puerta

de la nevera, supo que cogería la jarra y que tomaría un vaso de agua, supo que

luego se encerraría en el baño y se tomaría las veinte capsulas de cocaína que

estaban envueltas en celofán y metidas en un preservativo para que no se

rompieran, supo que después se tomaría la pastilla que le retrasaría la digestión. No

vio nada, pero lo escucho todo y recordó cuando Rubén le contó cómo era el

procedimiento y fue como si lo hubiera visto todo. Luego se oyó la ducha entonces

Amanda supo que Rubén ya se había ido, hace tiempo que se había ido. Antes de

salir de la casa se despidió de Amanda, fue breve, ambos lograron mantener el

llanto. Solo entonces comprendieron cuanto se amaban, pero ya era tarde para dar

un paso atrás. Salió de la casa sin despedirse de los niños por el temor de

arrepentirse. Llegó al aeropuerto el Dorado y pasó sin ningún contratiempo los

trámites de migración. Durante el vuelo empezó a sentirse mal, pero trato de

ignorarlo hasta el momento en que lo atacó la gastritis. Llevaba más de 12 horas sin

comer y empezó a tener problemas. Se asustó. Intentó conservar la calma, solo le

restaba salir del aeropuerto y entregar la droga para coronar la vuelta y darle un giro
a su vida, no se podía rendir ahora. Pero Rubén ignoraba que la misma gente que lo

contrato lo había sapiado para usarlo como distracción y que pudieran pasar las

otras diez personas que iban con droga en el mismo vuelo que él. Rubén Ignoraba

que lo había arriesgado todo por nada.

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