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LA DICTADURA NAZI - Problemas y Perspectivas de Investigación PDF
LA DICTADURA NAZI - Problemas y Perspectivas de Investigación PDF
LA DICTADURA NAZI
PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS DE INTERPRETACIÓN
IAN KERSHAW
38
Siglo veintiuno editores Argentina
LA DICTADURA
NAZI
Problemas y perspectivas
de interpretación
por
Ian Kershaw
Siglo
valntiuno
«Atores
Argentina
VUllUJMHW w* - _
JCUMÁN 1621 7" N (C1050AAG), BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA
ISBN 987-1105-78-9
Abreviaturas 13
Notas 349
2 de 222
Prefacio a la cuarta edición
te son tal vez las más espectaculares ilustraciones de esto. Pero más
allá de las controversias públicas, la investigación misma ha segui
do avanzando como el torrente de un río desbordado más que co
mo los suaves remolinos de una lenta corriente de agua. Es difícil,
incluso para los especialistas, mantenerse al día con todo lo que
está ocurriendo. Pero, tal vez, por lo menos el intento justifica una
nueva edición de este libro.
He tratado de actualizar el texto donde ha sido necesario, y
he ajustado las notas y la guía de lecturas recomendadas. De todos
los temas de los que me he ocupado, ninguno ha sido objeto de
tan intensas investigaciones —ni ha producido tan rápidamente
cambiantes interpretaciones— como el capítulo sobre “Hitler y el
Holocausto”. Ya había vuelto a escribir partes de él para la terce
ra edición y he considerado ahora necesario, a la luz de importan
tes publicaciones recientes, reescribir diversas secciones para esta
edición. El capítulo final estaba compuesto, para la edición ante
rior, por varias secciones especulativas acerca de cómo la historio
grafía podría cambiar después de la unificación. Cuando volví a
mirar ese capítulo, recordé las razones por las que me va mejor
ateniéndome a la historia que especulando acerca de tendencias
futuras. Esta parte del libro también tuvo, necesariamente, que ser
reescrita en gran parte para poder incluir el “fenómeno Goldhagen"
y también para volver a considerar las cambiantes tendencias en las
investigaciones acerca del Tercer Reich a medida que, con el paso
de las generaciones, Hitler y su régimen pasan a la historia (dejan
do la conciencia histórica de una generación que, afortunadamen
te, nunca experimentó el nazismo, aparentemente tan lastimada
como las anteriores por su legado moral).
Debo agradecer profundamente, ahora como antes, a amigos
y colegas en varios países, pero sobre todo en Alemania y en Gran
Bretaña. Los trabajos de todos ellos sobre un régimen que de ma
nera tan fundamental y tan negativa marcó el siglo que se acerca
a su fin constituyeron un gran estímulo para mí. Seleccionar algu
no; de ellos resulta, tal vez, odioso, pero me gustaría, de todos mo
dos, agradecer particularmente a Hans Mommsen por las ilimita
das discusiones, consejos y aliento (aun cuando no estuvimos de
acuerdo) a lo largo de muchos años. También le estoy especial
PREFACIO A LA CUARTA EDICIÓN 11
Ian Kershaw
Sheflield/Manchester, septiembre de 1999
Abreviaturas
■; La dimensión histórico-filosófica
Íf
•A-
fruye una explicación de las fuentes. Más allá de las deficiencias
L' en las fuentes materiales sobre el nazismo que señalábamos ante
; nórmente, las fuentes, muchas veces, (como señalaba el difunto
Tim Masón en expresa referencia a las intenciones y los objetivos
. ; de Hitler) pueden “ser leídas de muchas maneras diversas, según
", los diferentes tipos de otros conocimientos históricos que son traí-
■ s dos a colación en estos textos", y no deberían ser leídas únicamen-
’ "te en lo que parece ser el literal modo del “sentido común”.25 De
7 ahí que algunas de las controversias (particularmente aquellas en
torno de Hitler) se plantean entre historiadores que usan precisa
mente las mismas fuentes documentales, pero que parten de dife
MlÍ
rentes premisas y concepciones —no sólo acerca de lo que fue el
Tercer Reich, sino también acerca de qué es eso de escribir histo
ria—, y las leen de una manera radicalmente diferente.
El tercer punto, la influencia de consideraciones político-
¿íí.
ideológicas sobre la historiografía del nazismo, es un tema inde
pendiente e importante, al que ahora paso a dedicarme.
La dimensión político-ideológica
fe.
í ízismo, los historiadores estaban “trivializando" la naturaleza ma-
Jigna del régimen nazi. Esto indica de manera impresionante la
• importancia, también, de la dimensión moral, inevitable al escri
ía;.-.
bir sobre el nazismo.
fefeí’
■■■1
fefe-
T ' ■■
;J El contenido moral de los escritos sobre el nazismo de prin-
,'L cipios de la posguerra era explícito. Los historiadores de las po-
i tencias victoriosas estaban demasiado ansiosos por encontrar en
el nazismo la confirmación de todas las peores características de
i; los alemanes a través de los siglos, y del evidente apoyo masivo a
'■í; 1 Hitler en los años treinta deducían una “enfermedad” peculiar-
'fe mente alemana y una fácil igualación de los alemanes y los nazis.
: Ya hemos señalado el tono moral de la defensa contra estas torpes
■ acusaciones en los trabajos de Meinecke y Ritter, que reflejaban el
■ natural carácter de disculpa de los escritos alemanes sobre temas
¿históricos en la era de posguerra. La insistencia en “la otraAlema-
nía” y el complot de resistencia de 1944 —como, por ejemplo, en
la biografía de Goerdeler escrita por Gerhard Ritter— una vez más
indica la preponderancia de la dimensión moral en los escritos so
bre el Tercer Reich a principios de la posguerra.40
Aunque los estudiosos más recientes se han apartado total
mente de la indignación y el resentimiento, de la condena y la dis
culpa que caracterizaron la era de posguerra, un fuerte elemento
permanece como una presencia latente. Todos los intelectuales
serios (los alemanes sobre todo) demuestran, incluso por el len
guaje que usan —por ejemplo, en el frecuente uso de términos
como “criminalidad” y “barbarie” en relación con el régimen na
zi—, su desprecio moral por el nazismo. Esto señala un punto que
numerosos comentaristas han advertido como una dificultad en
la interpretación del nazismo. Mientras que los historiadores tra
dicionalmente tratan de evitar todo juicio moral (con diversos gra
dos de éxito) en el intento de alcanzar una “comprensión" (Vers-
tehen) favorable de su tema de estudio, esto resulta claramente
imposible en el caso del nazismo y de Hitler. Wolfgang Sauer plan
36 IAN KERSHAW
Holocausto.45 Ella hablaba allí del nazismo como “la esencia del
mal, el demonio liberado en la sociedad, Caín en una encarnad
ción corporativa”. Sostenía ella que “nada salvo la más lúcida con-;
ciencia del horror de lo que ocurrió puede ayudar a evitarlo en el:
futuro". Y citaba complacida las palabras de Karl Jaspers: “Lo qué;
ha ocurrido es una advertencia. Olvidarlo es una culpa. Debe ser;
recordado continuamente. Fue posible que esto ocurriera, y sigueT
siendo posible que vuelva a ocurrir en cualquier momento. Sól<^
conociéndolo es posible evitarlo".46 Al mismo tiempo, el disgusta’
de ellá por los métodos de los historiadores marxistas y estructura-’
listas (que fueron otra vez acusados de abdicar de su responsabilizó
dad profesional) y su predilección por la historia personalizada,
—pues fa “atribución de responsabilidad humana por los hechos^
históricos que ocurren... a los instigadores y agitadores que haceit
que las cosas ocurran"47— plantea una vez más, de manera sor-;
préndente, el problema de cómo el método histórico que ella fe-,
vorecía puede producir los efectos que ella deseaba.
Volvemos otra vez a la interrelación entre el método del his-,
toriador, la naturaleza moral de su obligación profesional, y el;
marco de referencia político ideológico en el que esa obligación;
es llevada a cabo.
2. La esencia del nazismo: ¿una forma
5 de fascismo, un tipo de totalitarismo
o un fenómeno único?
Totalitarismo
V-.i-.-- ■■
?' i'f*'
■ Fascismo
Teorías marxistas
Interpretaciones no marxistas
Interpretaciones
p: de los dirigentes de
la economía de armamentos para imponer an-
^tes de,1942 la redistribución del producto social con vistas a in-
L fluir de; manera significativa en el nivel de vida, cosa que ellos
^habían estado pidiendo desde el comienzo del Tercer Reich. Se-
|; gún Mas011» estos aspectos de la economía política nazi o bien se
tChicíeron realidad, o bien fueron intensamente acelerados a par
tir de 1936-7, de modo que se puede hablar de “importantes
¿'.‘cambios estructurales en la economía y la sociedad”, y conse
L -cuentemente, de un significativo aumento de la autonomía del
' estado a partir de esa fecha.8
La clásica respuesta marxista-leninista no se hizo esperar.
Fue brindada por dos importantes estudiosos de la RDA, Die-
'¿¿trich Eichholtz y Kurt Gossweiler, después de que Masón se defen-
í dieta sin demasiadas dificultades de un ataque por parte de otro his-
; j tonador de la RDA, Eberhard Czichon, cuyo trabajo estaba lleno de
: debilidades empíricas, torpezas teóricas y se apoyaba sobre unas
í cuántas interpretaciones erróneas básicas del argumento de Ma-
son.® Eichholtz y Gossweiler sostenían que la interpretación de Ma-
■: sonsacaba al fascismo del reino de lo explicable históricamente,
reduciéndolo al nivel de un accidente histórico, y agregaban que
si Masón estuviera en lo cierto, ello significaría “una total refuta
- ción del análisis social marxista”, una afirmación de exagerado
dramatismo que parecería apoyarse en una mala lectura de Marx
; y Engels. Su propio enfoque comenzaba por aceptar una justifica
ción de la definición de fascismo de la Comintern (a pesar de la
; reconocida necesidad de mayor precisión y refinamiento), a lo
que seguía un sucinto tributo a la teoría del imperialismo de Le-
nin y su relación con el fascismo, y repetía la teoría marxista-leni-
nista del capitalismo monopolista de estado. Esta extensa exposi
ción teórica era luego seguida por una relativamente breve sección
“empírica”, centrada en los cambios de 1936, que apuntaba a mos
trar que las alteraciones en el curso político del Tercer Reich es
taban intrínsecamente relacionadas con los desarrollos en las fac
ciones dominantes del capitalismo monopolista de estado. No era
78 ÍANKERSi
' En tono similar, Ernst Nolte escribió que los industriales fue-
$rnn “completamente eliminados como un importante factor polí-
^t(cp"1£; y Klaus Hildebrand habló de la “economía al servicio de la
Apolítica",13 mientras que Andreas Hillgruber, en una breve reca-
i'piliilacián de los diferentes enfoques de la historia del nazismo,
| tíi siquiera consideró a la economía como una de sus áreas elegi-
^das, para el debate.14 Con un poco más de cautela, Karl Dietrich
SEfdmann, en un muy leído libro de texto, comenta: “Los estudio-
l'sps.’-rraparte de los escritos marxistas sobre historia— coinciden
^é,n que no es posible encontrar en las fuentes nada que demues-
jjtre la presencia de alguna influencia industrial decisiva sobre las
[ decisiones de política exterior y de guerra de Hitler”.15 Finalmen-
Ute,. una posición intransigente se puede encontrar en un releva-
^miento de investigaciones sobre la recuperación económica del
‘jíiazismo, realizado por el historiador inglés Richard Overy, quien
escribe: “Por encima de todas las divisiones dentro de la industria
j'se alzaba la autoridad y los intereses del movimiento nazi mismo,
jija industria estaba subordinada a los requerimientos del partido.
£ El control sobre la totalidad de la economía pasó a manos del es
' tadodurante la crisis política de 1936-7 y la implementación del
Pian Cuatrienal".16
Semejantes argumentos a favor de la “primacía de la política”,
^podría afirmarse, plantean una distinción más ciara entre la esfe-
j?,ra de la política y aquella de la economía de la que realmente exis-
j te.^Además, implica una claridad de propósito e intenciones, un
: decisivo papel de comando de Hitler y de la dirigencia nazi, que,
j otra vez, habría que reducir un poco. Finalmente, nivelan el ata-
■ que con un argumento instrumental de “primacía de la econo-
■’ mía” que ni siquiera sería defendido por la mayoría de los histo
riadores marxistas de hoy.
; ... La mayoría de los enfoques marxistas occidentales para la rela-
■ dpn de la economía y la política en el Tercer Reich, sean cuales
fueren las diferencias en los puntos a destacar, tienden a tomar su
pimto de partida o bien en un tipo de interpretación “bonapartis-
ta” como la propuesta originariamente, por ejemplo, por August
Thalheimer, o bien en alguna adaptación de la importancia que da
ba Gramsci al estado como una forma de “hegemonía" burguesa.
IAN KERSHAW
J-JV. / . , 1
Fiesta relativa autonomía se extiende hasta un grado excepcional
¡i-hájó el fascismo. Pero permanece en este grado excepcional sólo
Iporun breve período de tiempo antes de que el predominio del
Sftgran Capital monopólico sea restablecido.23
. ' Común a todas las teorías marxistas resumidas aquí es la acep-
ES? ración de un cierto grado de autonomía del estado nazi con respec-
g^fto al poder, incluso de las más poderosas fuerzas capitalistas. El má-
BgpxiinÓ nivel de autonomía concedido es el del enfoque de Masón, ya
Ipi;que equivale a una primacía de la política por sobre la economía;
ggfcel mínimo corresponde a la interpretación de Poulantzas, según la
cuál esa autonomía dura sólo por un muy breve período de tiem-
p'W po, el necesario para reafirmar la posición dominante del capital
fo- monopólico. Estas diferentes opiniones marxistas están de acuer-
gMrdo,- por lo menos, en que la sugerencia de una identidad entre na-
pBt'ízisíño y capitalismo en la que el aparato del estado nazi funciona
Es como el instrumento ejecutivo de la clase dominante de las seccio-
oes más extremas del capital monopólico es simplista y equivocada.
íj| ‘De hecho, hasta los historiadores de la RDA suavizaron su rígida lí-
feí ’neá instrumentalista anterior, aunque no desistieron de la idea de
¿r ? que “en última instancia” la base económica—los intereses de la
^ burguesía monopólica—- decide el curso de acción política.
■' La cuestión, por lo tanto, que cada una de estas interpretacio
nes marxistas plantea es: ¿cuánto peso puede serle atribuido al
¡• concepto de “relativa autonomía” como factor explicativo para la
j. " comprensión del desarrollo de la política nazi y la relación entre
í?/-’ nazismo y capitalismo? Esta pregunta incluye una gran cantidad
de otros problemas que surgen de los análisis marxistas, algunos
¿ ■ !' de ellos de una naturaleza más empírica. Por ejemplo, ¿conceden
■ las interpretaciones marxistas suficiente importancia a los objetivos
ideológicos nazis? ¿No corren acaso el peligro, aun cuando atribu-
-3 .?:';;yan una “autonomía relativa” al estado, de subestimar groseramen-
: te el “factor Hitler”, no sólo el papel ejecutivo real de Hitler
’ (cualquiera que sea la manera en que se lo defina), sino también
/ su posición funcional como elemento integrador y foco carismá-
tico de apoyo plebiscitario de masa? Dado esto último, ¿no tien-
‘ den los análisis marxistas a exagerar la indudable importancia del
bloque del gran capital y, proporcionalmente, de los otros bloques
84 IANKERSHAW
Evaluación
1*1; •
preparación para la guerra. Fue una decisión en la que política^
economía, ideología e intereses materiales, estuvieron in extrio,
blemente entremezclados. ¡'¿¿i
El memorando secreto de Hitler justificando el plan —qu£
significativamente fue sólo entregado a GÓring, Blomberg y (trin
cho más adelante) a Speer, pero no a Schacht— es la más clarad^
mostración de una “primacía de la política”, ya que destaca que
‘la nación no vive para la economía”, sino más bien que “la
nomía, los dirigentes económicos y las teorías... todos le deben
ilimitado servicio en esta lucha por la autoafirmación de nuestra^
nación’’.37 Sin embargo, ha sido correctamente señalado que laiqí
tervendón de Hitler “no debe ser vista primariamente como un c£
prichoSb entremetimiento en asuntos económicos por parte de 14^
inquieto dictador”.38 Más bien, el memorando fue redactado al fin^
de un proceso en el que la posición económica dominante había ¡ji-
do alcanzada por el gigante de la industria química IG-Farben, qué
había foijado un eje en particular con el ministerio del Aire y cag
el partido, con la intermediación de la figura de Góring. Los de
talles técnicos para el Plan Cuatrienal habían sido provistos por
IG-Farben. De hecho, los gerentes de primera línea llegaron a
tar totalmente integrados con los funcionarios del estado en la
ministración del plan. Sería también un error imaginar que la irt
dustria estaba irremediablemente dividida como resultado dé ja
introducción del plan. La industria pesada sufrió más un retrocó
so temporario que la derrota permanente sugerida por Mason\®
La amenaza lanzada por los barones del acero a raíz de la instala
ción en 1937 de la corporación del acero estatal, la Reich swerke;
Hermann-Goring, puede ser exagerada. Los altos costos de prq
ducción de la empresa estatal en realidad mantuvieron altos lcg
precios del acero y, lejos de indicar una violenta embestida contíf
la propiedad privada, coincidieron con una oleada importante d(
"reprivatización”, incluyendo el regreso a manos privadas de la gi
gantesca United Steelworks, Finalmente, el bloqueo a la produc
ción de hierro por el que la empresa estatal había sido creada fut
levantado antes de que su producción hubiera comenzado.40 í
Por lo tanto, la investigación ha tendido a reafirmar la ide¡
de que el Plan Cuatrienal marcó una fuerte división entre la in
gLfnCA Y ECONOMÍA EN EL ESTADO NAZI 91
WS
¡“fluencia de la industria y el avance hacia una decisiva “primacía
§de la pplítica". Al mismo tiempo, sigue siendo significativo que la
¡feorientación económica de 1936 fuera llevada a cabo inicialmen-
s.té en contra de los deseos de importantes sectores de la otrora po
nderosa industria pesada y que, como resultado del Plan Cuatrienal
¡yelreemplazo de Schacht por Góring como la figura dominante en
:1a economía, las restricciones de lo que podría ser considerado el
¡anterior “grupo económico dominante” de la dirigencia nazi dismi-
|&uyerpn fuertemente. Además, la fundación de la Reichswerke-
ÍHermann-Góring en 1937 si bien no significó una amenaza a lar-
ígo plazo a la industria privada, sí puso de manifiesto el hecho,
¿como señaló Petzina, de “que los intereses privados industriales
■-no eran idénticos a los intereses del régimen, y que en caso de con-
Ifiíctp.el régimen no abandonaría sus objetivos contra la resisten
cia cíe, algunos sectores de la industria pesada”.41 Como dice Mil-
-ward,.“nada podría haber demostrado más claramente que, por
|inás simpatías que tuviera por el mundo de los negocios y por de
spendiente que fuera de éste, el gobierno nazi tenía sus propios in-
s tereses y estaba dispuesto a dedicarse a ellos”.42
* • . Con el exitoso manejo de la crisis de 1936, la dirigencia nazi
■alcanzó una enaltecida posición de fuerza dentro del “cártel de
¡poder” que le permitió dar una mayor prioridad y alcance a las
.consideraciones ideológicas en la formulación de las políticas. Es-
vio particularmente en el caso de las esferas de la política
¡exterior —donde la tradicional autoridad del ministerio de Rela-
¡cjones Exteriores disminuyó— y del planeamiento estratégico-mi-
i litar, donde la influencia de la Wehrmacht también decayó. Para
' principios de 1938, en realidad, el bloque SS-policía-SD era sufi
cientemente fuerte como para debilitar la posición de la Wehr-
■macht todavía más al instigar el escándalo Blomberg-Fritsch, un
¡simbólico punto de inflexión en la transición del ejército de ser
¡un poder para pasar a ser una elite.43 Ciertamente, la influencia
■ de los principales círculos empresariales sobre las políticas inter-
¡nacionales alemanas a fines de la década de 1930, tal como en rea-
í lidad venía ocurriendo desde antes, ha sido con frecuencia subes
timada.44 Claramente, también, la expansión alemana hacia
Austria y Checoslovaquia fue un paso lógico y necesario tanto en
92 IANKERSHAT
íí.'- ; -q
> j.-.cjue no están documentadas— a partir de ese momento.™ Las gi-
Í--grutescas ganancias de las principales empresas no eran un pro
. ducto colateral incidental del nazismo, cuya filosofía estaba estre-
•• chámente ligada a la total libertad para la industria privada y la
g^santificación del espíritu emprendedor.60 La industria privada era
indispensable para el esfuerzo del rearme, lo cual les dio a sus re-
Ápresentantes un muy considerable poder de negociación, que
£ ellos no vacilaron en usar para su beneficio en todo el Tercer
:■.Reich. Sin embargo, es importante recordar la distinción entre el
inicio, la ejecución y la explotación de una política. He afirmado
< acá que mientras que las grandes empresas capitalistas pudieron
£• incrementar enormemente sus ganancias gracias a las políticas na
, zis, el control sobre la ejecución de la política se inclinó de mane
ra inequívoca y específica hacia el “bloque nazi” en el “cártel de
poder”. Y como los grupos en el “bloque nazi” llevaron la mejor
i" parte en cuanto a la ejecución de las políticas, así también las po-
■ lincas en áreas cruciales que tenían directamente que ver con la
economía se desplazaron de manera inexorable para alejarse de
::. Iqs “grandes intereses”, aunque sólo en un estadio muy posterior
< llegaron a estar en una posición diametralmente opuesta al prin-
¿ ‘ cipal interés capitalista en su propia reproducción. Para ese en
tonces, el nivel de intervención por parte del estado nazi en los
i mercados tanto de trabajo como de capitales, unido a la exclusión
■; autárquica del nuevo imperium germánico de los mercados mun
diales, habían sin duda promovido un capitalismo estructurado
í;..jde una manera totalmente diferente del analizado por Marx.61 Sin
: embargo, toda especulación acerca de la naturaleza y el papel fu
?;> furos del capitalismo en un victorioso “nuevo orden” nazi parece
a hueca. En última instancia, la dinámica nihilista enloquecidamen-
nía un solo testículo? [...] Tal vez el Führer tenía tres, lo cuál le
complicaba a él un poco las cosas, ¿quién sabe? [...] Aun cuando
Hitler pudiera ser considerado de manera irrefutable como un sa-
domasoquista, ¿cuál sería el interés científico de ese dato? [...]
¿Acaso la ‘solución final de la cuestión judía’ se vuelve de esa ma
ñera más fácilmente comprensible o el ‘retorcido camino a Ausch-
witz se convierte en el camino de una sola mano de un psicópata
en el poder’?”13
Los más importantes estudios que toman la centralidad de la
persdha e ideología de Hitler como punto focal de interpretación ■
son de mejor calidad, y no están biográficamente orientados de
ninguna manera. A diferencia de la mayoría de las biografías (ex
cluyendo a Bullock y a Fest), la amplia diversidad de trabajos de •;
Bracher, Hillgruber, Hildebrandyjáckel —para nombrar sólo ales
más importantes— ha hecho una importante contribución a la
comprensión del nazismo. Lo que une sus diferentes enfoques es )
la idea de que Hitler tenía un “programa" (aunque no un tosco
anteproyecto para la acción), que en todo lo esencial él respetó
consistentemente desde principios de los años veinte hasta su sui
cidio en el búnker de Berlín en 1945. Sus propias acciones esta
ban dirigidas por sus obsesiones ideológicas. Dado que el Tercer
Reich fue dirigido por Hitler, la ideología del Führer llegó a con
vertirse en política de gobierno. Resumido de manera rápida, és
ta es la base del tipo de interpretación “programática”.
La idea de Hitler como un hombre que fanáticamente perse
guía ciertos objetivos definidos con implacable coherencia (aun
que con flexibilidad táctica) —que reemplazó hasta bien entrado
el decenio de 1960 la opinión de que no era más que un oportu
nista sin principios y sediento de poder— produjo en trabajos muy
elaborados como los de Andreas Hillgruber una imagen de un Hi-
tler “programático” que torció la política exterior de Alemania con
su férrea voluntad para cumplir alargo plazo sus bien definidos ob
jetivos. 14 Esta imagen dependía, a su vez, de la correspondiente per
cepción del papel desempeñado por Hitler en la política interior
como un mecanismo de supremo maquiavelismo, cualquiera que
haya sido la astucia táctica, que seguía una idea preconcebida y
empujaba, en una perniciosamente lógica e internamente racio-
¿•AMO DEL TERCER REICH" O “DICTADOR DÉBIL"? 105
nal serie de pasos, hacia el poder total para así convertir sus obje-
!! tivos ideológicos como prácticas de gobierno. El desarrollo de es
, ta interpretación de Hitler se debió sobre todo al trabajo de Karl
Dietrich Bracher.
Para Bracher, un dentista político, la pregunta clave era cómo
■ la democracia liberal se desintegró y dio lugar a una dictadura “tota-
1. litaría”.15 Su exposición del funcionamiento de la dictadura “to-
■ talitaria” alemana, que surgió en medio de una corriente de estu
dios muy importantes desde mediados de los años cincuenta en
■y adelante, atribuía un papel central a Hitler y destacaba la fuerza
■ ; motivadora de la ideología de Hider.16 En un interesante puente
" con el acento “estructuralísta” puesto en la “anarquía institucio-
■ L nal,” del Tercer Reich, Bracher ya estaba escribiendo en 1956 que
: “el antagonismo entre los organismos rivales era resuelto única
, , mente en la omnipotente posición clave del Führer”, que “deriva
; bá precisamente de la compleja existencia y oposición de los gru
pos de poder y de lazos personales conflictivos”.17 Sin embargo, el
” hecho de poner el acento en la real omnipotencia del Führer dis
tingue claramente la posición de Bracher de la de los posteriores
"... “estructuralistas”. Además, el título del ensayo de Bracher —"Eta
pas de una totalitaria Gleichschaltung'*—reflejaba el acento que po-
níaien el avance esencialmente planificado, regulado y “racional",
hacia objetivos preconcebidos, un argumento que consistente
mente reformuló en sus trabajos más importantes. Por una vía di
ferente, Bracher había desarrollado una interpretación de Hitler
que claramente se unía al enfoque “programático" de la política
exterior, y también al Hitlercentrismo de las mejores biografías.
Bracher afirmó su posición en un ensayo interpretativo a me
diados de los años setenta, que se ocupaba del problema del “lu
gar del individuo dentro del proceso históríco-político".18 Argu-
; itienta con vehemencia que Hitler fue fatalmente subestimado en
su propio tiempo, y que los nuevos patrones de investigación que
rechazaban el “totalitarismo" como concepto y veían al nazismo,
en cambio, como una variante alemana del fascismo corrían el pe
ligro de repetir aquella subestimación. Hitler, en su evaluación,
f
JDELTERCERREICH" O “DICTADORDÉBIL”?
•1
El siguiente análisis trata de relacionar estas tres categorías'
con una evaluación del gobierno de Hitler y con la estructura in*
terna de poder del Tercer Reich.
, .
sentía desconfianza de cualquier forma de lealtad o autoridad ins
.1
titucional: de los oficiales del ejército, de los funcionarios admi
nistrativos, de los abogados y jueces, de los líderes de la Iglesia,
de los ministros del gabinete (a quienes ni siquiera quería ver reu^
nidos de manera informal entre las cada vez menos frecuenta-
reuniones de gabinete).46
El corolario de la extrema desconfianza de Hitler con res-^
pecto a los lazos institucionales era su confianza en la lealtad pe^
sonal como principio de gobierno y de administración. No paro^C;
ce hajaer sentido desconfianza alguna hacia las bases de podei^J
que derivaban de su propia autoridad de Führer y que sostenían,.,
sus propios paladines elegidos por él. De ahí su última desespe-„í.
ración eh el búnker ante la puñalada final por la espalda dada,^
por Himmler, su “leal Heinrich’.47 La lealtad personal había si-1¡ffi
do la marca personal de Hitler, especialmente en los momento^;
de crisis desde los primeros días del partido.48 El principio de
lealtad, una característica de la conducción del partido antes de <
1933 para ligar a líderes y también a afiliados comunes al Führer, ;:£?
fue prolongada después de 1933 para convertirla en práctica del ■ÍS
gobierno del Tercer Reich. En este sentido, la representación'.^,
que hace Robert Koehl del Tercer Reich como un estado menos ...
totalitario que un imperio neofeudai tiene cierto sentido como
analogía.49 En realidad, sin embargo, los lazos de lealtad perso
nal —un elemento esencial del gobierno "carísmático”— no
reemplazaron las estructuras burocráticas, sino que más bien se
superpusieron a ellas. El resultado no fue tanto una completa
destrucción como una corrosión parasitaria. Al evitar los frenos
institucionales y dar rienda suelta a las ambiciones de poder de
los leales paladines, se ofrecía un claro potencial para la libera
ción de energías dinámicas, pero no canalizadas. Estas energías,
por otra parte, eran inevitablemente destructivas del orden de :)T
gobierno racional.
Como lo han demostrado numerosos estudios, los lazos de
i
lealtad entre Hitler y los Gauleiter, sus fieles jefes regionales, vicia
ron cualquier intento de gobierno ordenado en las provincias.50
Hitler, invariablemente, se ponía del lado de sus Gauleiter (o, más
bien, de los Gauleiter más fuertes) en cualquier disputa con la au-
^¡“AMOjDEL TERCER REICH" O “DICTADOR DÉBIL”? 119
I
^ topetad central o los ministerios de gobierno. De este modo, pro-
g£;tegía los intereses de ellos y al mismo tiempo se aseguraba un po
nderoso cuerpo de apoyo, leal a él y a nadie más. De acuerdo con
L'á’ Rauschning, Hitler “jamás se opuso a la opinión de sus Gauleiter.
-¿ [...] Cada uno de esos hombres estaba en su poder, pero en con-
¡s junto lo tenían a él en el suyo. [...] Resistieron con robusta
ifé'unanimidad a todo intento de poner límites a sus derechos de
^soberanía. Hitler dependía en todo momento de ellos, pero no
& sólo de ellos”.51 Como ya hemos visto, los intentos de Frick de
¿V obtener control sobre los gobernadores del Reich fracasaron an
te el apoyo dado por Hitler a las objeciones de los Gauleiter. El
-poderoso Himmler se enfrentó al mismo problema con los Gau-
>' leiter, después de que lo nombraran ministro del Interior del
Reich en 1943.52
;. En el gobierno central, también, la predisposición ideológica
: \ de Hitler con respecto a dejar que sus rivales pelearan entre ellos
¿i para luego ponerse del lado del ganador —una aplicación instin-
■ / tíva de los preceptos sociales del darwinismo—Junto con su rápi
do recurso, ante una crisis, que consistía en crear nuevas agendas,
:/ ignorando o pasando alto instituciones ya existentes, con poderes
i ;- plenos directamente ordenados por el Führer y dependientes só
lo de la autoridad de él, operaban fuertemente en contra de la
instrumentación de prioridades políticas nacionales. La conse
r cuencia fue la inevitable desintegración del gobierno central —re-
< flejada en la frecuencia cada vez menor de las reuniones de gabi
nete hasta su completa cesación a principios de 1938— y la
disolución del gobierno en una multiplicidad de ministerios, ofi-
> ciñas partidarias y agencias híbridas no coordinadas y que compe
tían entre sí, y que, además, se atribuían la interpretación de la vo-
? luntad del Führer. De la mano de estos desarrollos, iba la creciente
autonomía de la autoridad misma del Führer, que se apartaba y
aislaba de cualquier estructura de gobierno corporativo y, por lo
tanto, estaba sujeta a crecientes delirios de grandeza y declinante
sentido de la realidad.53
La caótica naturaleza del gobierno en el Tercer Reich fue tam
bién marcadamente alentada por el estilo de gobierno no buro
crático e idiosincrásico de Hitler. Sus excéntricas horas de “traba
120 IANKERSHAW
jo”, su aversión a poner las cosas por escrito, sus largas ausencias de
Berlín, su inaccesibilidad incluso para sus propios ministros, su im
paciencia con las complejidades de intrincados problemas y su ten
dencia a dejarse llevar impulsivamente por retazos azarosos de infor
mación o por juicios a medias fundamentados por parte de sus
compinches y cortesanos favoritos, todo ello significaba que cual
quier forma convencional de gobierno ordenado era una comple
ta imposibilidad. “La habilidad ministerial”, se señaló después de
la guerra, “consistía en sacar el máximo provecho de una hora y
hasta de un minuto favorable cuando Hitler tomaba una decisión,
cosá que con frecuencia adquiría la forma de un comentario de
jado caer de manera informal, que luego seguía su camino como
una ‘orden del Fúhrer’”.54
Sería engañoso concluir a partir de este comentario, que por
excéntrico que fuera el camino para llegar a ellas, una constante
corriente de decisiones fluía hacia abajo desde el alto pináculo de
Hitler. Lo cierto es que más bien, con frecuencia, él se mostraba
renuente a tomar decisiones en asuntos internos y en general poco
dispuesto a resolver disputas poniéndose de un lado o de otro, ya
que prefería mucho más una fiesta a una disputa para resolverlas.55
Sería demasiado simple atribuirle esto, y el desorden gubemamen-
tal en el Tercer Reich en general, solamente a los arranques per
sonales de Hitler y su estilo excéntrico. Ciertamente, él era apáti
co, letárgico y se interesaba poco en lo que él consideraba asuntos
triviales de detalles administrativos por debajo de su nivel de preo
cupaciones. Pero sí parece claro que la protección de su propia
posición y su prestigio era un factor importante que acentuaba su
poca disposición a intervenir en áreas de problemas y su tenden
cia a dejar que las cosas continuaran hasta donde fuera posible..
Para este momento, una solución casi invariablemente se presen
taba por sí sola, los perfiles de los apoyos ya estaban definidos y la
oposición (si existía) ya había quedado aislada. Así pues, las reunió-
nes de gabinete en los primeros días de la dictadura no eran de nin
guna manera un foro para debates genuínos previos a las decisio
nes políticas. Hitler detestaba presidir las reuniones en las que
podría, potencialmente, verse obligado a una retirada respecto
de algún tema dado. En consecuencia, se “reservaba el derecho .
£ .‘AMO DEL TERCER REICH" O “DICTADOR DÉBIL"?
121
gdé decidir cuándo una diferencia de opinión podía ser llevaba an
te el gabinete. De esta manera cada vez menos asuntos eran lléva
la dos a discusión. Cada ministro presentaba su proyecto, sobre el
| cual ya había acuerdo y Lammers (jefe de la Cancillería del Reich)
registraba que se había llegado a un acuerdo en todo".56 De este
E; modo, se permitió que las reuniones de gabinete fueran atrofián-
dóse hasta desaparecer. En lo que se refiere a la legislación, éste
fue el procedimiento usual: proyectos de leyes se hacían llegar a
a;- todos los ministros involucrados, las dificultades y las disputas eran
allanadas, y la aprobación de Hitler era dada sólo después de que
todas las partes interesadas hubieran resuelto sus diferencias. En
1943, Bormann señaló que “todas las órdenes y los decretos deben
k ser entregados a todos los involucrados antes de su aprobación; de
ben llegar al Führer una vez que todos los involucrados hayan toma
do una clara posición”.57 Efectivamente, se trataba de la transfe
h;
rencia del principio básico del partido con respecto a “dejar que
las cosas se desarrollen hasta que el más fuerte haya triunfado" a
i. . los complejos asuntos de la administración del estado. Difícilmen
te serviría esto como base para una toma de decisiones “racional”.
kv De todas maneras, ya para mediados de los años treinta, la in
fluencia sobre importantes asuntos de estado había pasado a ma
J.
nos de los más fieles compinches de Hitler, y los ministerios de
gobierno se tenían que enterar por la prensa de aquello que ha
bía ocurrido.58
•F [. :
El liderazgo distante en los asuntos de todos los días y la vaci
lación acerca de decidir antes de que la situación casi se hubiera
. resulto por sí sola, no eran simplemente reflejos del estilo de go-
" tierno de Hitler, sino que eran componentes necesarios de la au
toridad “carismática” del Führer. Esto ayudaba a mantener tanto
¿ en el círculo gobernante como entre la gente misma el mito del
juicio siempre correcto de Hitler y su independencia de las dispu
tas de facciones, de la “política normal”. La ascendente populari
dad de Hitler, en oposición a la masiva impopularidad del parti-
■; do y de tantos aspectos de la experiencia cotidiana del nazismo,
sólo puede atribuirse a la imagen de un Führer que parecía estar
por encima de las luchas políticas internas y de la gris realidad co-
. . .tidiana del Tercer Reich.59 Hasta un cierto punto, Hitler tuvo que
122 IAN KF.RSHAW
w
del régimen no fue simplemente una cuestión de derrota extgi^
sino que estaba implícita en su esencia; de hecho, estaba “estm5
turalmente condicionada” por sus contradicciones internas.,,..
No hay escasez de pruebas para ilustrar la aguda sensi^-
dad de Hitler respecto de cualquier señal de amenaza a “laj^í
social”. Speer registró en sus memorias las manifestaciones^
preocupación en privado por uña pérdida de popularidad quepty;
diera provocar crisis internas.70 La preocupación por la disconjfjgi^
midad social que podría producirse después de la suba de pre&oij^
en ^J934 instó a Hitler a restaurar la Comisaría del Reich para,^
control de precios y a mantenerla puramente con propósitqs.^
propagandísticos mucho tiempo después de que su titular,
Goertjeler, hubiera solicitado su disolución con el argumento.^
que no había nada que efectivamente ese organismo pudiera
cer.71 Ante los crecientes problemas de consumo y preocupantes
formes de creciente tensión en las áreas industriales en 1935-1936,.
Hitler estuvo incluso dispuesto —temporalmente— a renunciay,-
importaciones para la producción de armamentos para impedir ías^
consecuencias sociales indeseables del racionamiento de alimej^..
tos.72 En 1938, a pesar de los desesperados ruegos del ministerio
Alimentos y Agricultura, Hitler categóricamente se negó a subir Ip^
precios de los alimentos, debido a los dañinos efectos sobre el niy¿| ’
de vida y la moral de los trabajadores.73 En los primeros meses clp.
¡a guerra, el régimen retrocedió en cuanto a sus planes paralar
movilización obrera al comienzo de la protesta de los trabajado^
res ante el impacto sobre los salarios, las condiciones laborales,
y los niveles de vida.74 Yla renuencia del régimen a impulsar la
movilización masiva de las mujeres para el esfuerzo de guerra
probablemente debe ser ubicada no simplemente en las opinio-,
nes de Hitler acerca del papel de la mujer, sino en los temores
nazis a las posibles repercusiones sobre la moral y la disciplina
del trabajo.75
Las conclusiones de gran alcance que Masón saca de esas
pruebas sobre la “debilidad” de Hitler y del régimen han sido, sin;
embargo, sometidas a minuciosas críticas desde diferentes direc-,
ciones, y la tesis general de Masón ha encontrado poca aceptación!.
Se ha afirmado, por ejemplo, que, sean cuales hayan sido los pro-
jTAMO PEJL TERCER REICH" O “DICTADOR DÉBIL**? 127
. '■
^lernas objetivos que existían en la economía de 1938-1939, la di
agencia nazi —y en particular Hitler— no dio muestras de concim-
íijBBalguna de una crisis política general del sistema al forzar la ne
cesidad para la inminente guerra como la única salida.76 Hay que
^agregar que se podría afirmar que Masón exageró el significado
apolítico y hasta la escala del malestar industrial, rotulando como
aposición obrera al sistema lo que no era específico del nazismo si
. no un aspecto (como en Inglaterra durante la guerra) de las eco
nomías capitalistas en períodos de empleo total.77 La inteipreta-
tión de una crisis política en el sistema nazi en 1938-9 provocada
ípor la oposición en la industria es, sobre esta base, por lo tanto su
atamente dudosa. En lo que se refiere a los tiempos de la guerra,
se.ha afirmado con firmeza que, importante como era la situación
■interna, el factor decisivo fue el equilibrio internacional de pode
res y, en particular, la posición comparativa de armamentos de las
potencias rivales de Alemania. La compulsión a actuar no fue, por
Jo tanto, condicionada por el temor al descontento interno, sino
por el estado de la carrera armamentista que Alemania había de
satado.'8 Mientras que los críticos alemanes occidentales sostenían
! que Masón subestimaba “los objetivos políticos autónomos” de Hi
tler, y que las decisiones de Hitler “para la guerra surgieron sólo
de motivos políticos”,79 los historiadores de la RDA afirmaban al
subestimar los agresivos objetivos imperialistas, las intenciones y
las políticas del capital monopólico, que Masón estaba elevando a
■Hider al nivel de “única fuerza activa en la decisión”.80 Ambos gru
pos de críticos compartían, por lo tanto, desde perspectivas total-
aiente opuestas, la intranquilidad de que la atribución que hace
Masón de debilidad a Hider y al régimen nazi llevara a una inter
pretación donde las intenciones del régimen fueran subestimadas
yse considerara erróneamente que se habían lanzado a la guerra
desde una posición de debilidad y sin una clara dirección.81
Estas críticas son fuertes, aun cuando en ocasiones parecen
^distorsionar un poco las afirmaciones de Masón, quien, por ejem-
| pío, destacaba que la causa primaria de la guerra debía ser busca
ba en los objetivos raciales y anticomunistas de la dirigencia nazi
¡y el imperialismo económico de la industria alemana, no en la cri-
•sis del sistema nazi.82 Señalan, sin embargo, la necesidad de bus
128 IANKERSHAW
k ¡u
I
Y EL HOLOCAUSTO
»?• ■ ■'
¿lés. „ Sería equivocado sacar la conclusión de que el difusamente
' indicado “objetivo final” significaba la aniquilación programada,
^ía teal “solución final” que más adelante se desarrolló. Sin embar-
fgo^cJaramente la parte operativa del decreto se relacionaba con
la provisional concentración de judíos para su posterior transpor
te. for una orden de Himmler de unas semanas más tarde, el 30
’ **5 .
jde’ octubre, todos los judíos en la parte occidental de Polonia, que
y Había pasado a llamarse Warthegau al ser anexada al Reich, iban
a ser deportados hacia el llamado Generalgouvernement—el centro
' de.Polonia, ocupado bajo el gobierno de Hans Frank— para de-
• jar, disponibles casas y trabajos que serían ocupados por alemanes
qup.se asentarían allí. Por lo tanto, Hans Frank tenía que estar
/preparado para recibir varios cientos de miles de judíos y polacos
' deportados desde Warthegau.54 La política de expulsión forzosa
“condujo inevitablemente al establecimiento de guetos, el prime-
ip.de los cuales fue levantado en Lódz (Utzmannstadt) en diciem-
i br£ de 1939. Casi al mismo tiempo, el trabajo obligatorio fue im-
ple,mentado para todos los judíos en el Generalgouvernement. Los
’pasos simultáneos de formar guetos y el trabajo obligatorio pro
porcionaron parte del impulso que más tarde culminaría en la
“solución final".55 En esos momentos, se supuso que las depor
taciones de las áreas anexadas conduciría al rápido final en ellas de
la “cuestión judía”, y que en la Generalgouvernement aquellos judíos
(ipcluyendo mujeres y niños) que no estuvieran en condiciones de
trabajar debían ser confinados de los guetos; además, losjudíos dis
pon ¡bles para el trabajo forzado deberían ser enviados a campos
de trabajos forzados. Esta decisión, tomada en una reunión de al
tos jefes de la SS en enero de 1940, y la aceptación de las inevita
154 lANKERSj^
E
yel holocausto
gsideró que fuera en esa reunión que se tomó la decisión clave pa-
g.fala'“solución final”.129 El pasaje en el diario de Goebbels —nue
ve Eneas en un sumario que cubre casi siete páginas impresas130—
que'describe los comentarios de Hitler sobre los judíos en su dis-
Ocurso del 12 de diciembre no fue destacado de ninguna manera
porel ministro de Propaganda como algo de particular importan
cia. ’Lo cierto era que no había nada o muy poco en lo que dijo
Hitler que Goebbels y los demás no hubieran escuchado muchas
vecesantes. Los comentarios sobre los judíos aparecían, según el
resumen, una vez transcurridas alrededor de las tres cuartas par-
fgs tes del discurso de Hitler. No formaban más que una sección me-
$ ñor én una prolongado discurso dedicado a comentar la situación
de la guerra, a señalar las razones para la declaración de guerra a
los Estados Unidos y a levantar la moral de los lugartenientes de
fe- Hitler en el partido. Esta última era la tarea más importantes en
aquel tipo de reuniones, que fueron bastante frecuentes durante
.• la guerra e invariablemente se realizaban después de aconteci-
*míen tos importantes.131 Además, la poca probabilidad de que Hi-
tler usara ese ámbito para anunciar una “decisión” para que todos
L los judíos de Europa fueran exterminados aumenta por el hecho
de que la “solución final”, más allá de las horribles pero difusas ge-
í ñera! id ades que pronunciaba con frecuencia acerca de la destruc-
< ción de losjudíos, siguió siendo un tema tabú en su presencia, aun
entre los de su círculo íntimo.
; : < La nota de Rosenberg sobre su reunión con Hitler el 14 de di
ciembre es de dudoso valor como prueba de una decisión clave
por parte de Hitler sobre la "solución final”. Su referencia al cam-
’ bio de circunstancias —“ahora, después de la decisión”— apare
ce en directa yuxtaposición con las opiniones que había expresa
' do en su discurso sobre los judíos de Nueva York. Dado que el
informe de Goebbels sobre el discurso de Hitler del 12 de diciem
bre no contiene referencia alguna a nada que se parezca a una
“decisión”, pero una “decisión” vital —a saber, declarar la guerra
a los Estados Unidos— había sido efectivamente anunciada al
Reichstag el 11 de diciembre, parece perverso suponer que esta
■última no era la “decisión” a la que Rosenberg se estaba refirien
do.132 Tampoco la respuesta de Bráutigam a Lohse constituye
172 LAN KERSHAVij
* • í
ner que ser destruidos durante la guerra y en el territorio del.Qg-^
bierno General.140 Vista de esta manera, la Conferencia de Wann-
see no fue la orquestación de un ya existente plan para la '
'solución final"; más bien fue el comienzo de la última etapadej
la escalada de la política de exterminio, la incorporación de to.da^
la Europa ocupada por los alemanes en un amplio programa de
aniquilación sistemática de los judíos.141 La evolución de unjjro-. .
grama semejante, una vez iniciado como una operación planifica-,
da, rápidamente aceleró el ritmo en la primavera. Alrededor d¿
finales de abril y principios de mayo de 1942, comenzaron a tp-,
marse las decisiones para extender la matanza de los distritos .de,,
Lublin y Galicia a toda Polonia, en lo que ya comenzaba a llama£-;
se “Aktion Reinhardt" (que unía los tres campos de exterminÍQ,dg
Belzec, Sobibor y Treblinka), y para eliminar prácticamente a to
dos los judíos deportados del Reich y otras partes de Europa cei>;
VEC'HOLOGAUSTO 175
fe; Por bárbaro que haya sido su lenguaje, las acciones directas de
fe Hitler son difíciles de ubicar. Aunque su odio por losjudíos era in
dudablemente una constante, la relación de su odio con la políti-
feca real fue cambiando considerablemente a lo largo del tiempo, a
p: medida que las opciones políticas mismas se reducían. Hitler mis
mo apenas si participó en la expresa formulación de esa política,
tanto durante la década de 1930 como incluso en la génesis de la
“solución final” misma. Su papel principal consistió en dejar asen-
fe Jado el tono de maldad dentro del cual la persecución ocurrió, y
fe eii proveer la sanción y legitimación de iniciativas que provenían
, ? ; principalmente de otros. Más, por lo genera], no se necesitaba. Las
. formas caprichosas de la política antisemita tanto antes de la gue-
fe rrá como en el período 1939-41, de las que evoluciono la “solución
fe_final", desmiente toda idea de un “plan" o “programa”. La radica-
;<lizáción pudo ocurrir sin necesidad de ningún golpe de timón por
fe parte de Hitler. Su influencia, sin embargo, lo cubría todo, y su in
fe' tervención directa en la política antisemita era crucial en ocasio
nes. Sobre todo, su dogmática e inalterable afirmación del impe-
fe' rátivo ideológico —“deshacerse de losjudíos" de Alemania, y luego
fe. encontrar una “solución final a la cuestión judía”—, que debía ser
‘fe. traducido en acción burocrática y ejecutiva, fue el prerrequisito in
fe. dispensable para la creciente barbaridad y la gradual transición ha
cia el genocidio en escala total.
; I ; L Sin la fanática voluntad de Hitler para destruir la judería, que
fe cristalizó sólo en 1941 con un objetivo realizable de exterminar fí-
fes sicamente a los judíos de Europa, el Holocausto casi seguramen-
¡;fe. te no se habría producido. Pero tampoco se habría convertido en
fe r realidad, como lo ha hecho notar Streit,152 sin la activa colabora
ción de la Wehrmachl —la única fuerza todavía capaz de frenar al
régimen nazi:—, y tampoco sin el consentimiento que llegaba has-
178 IA3
ÍW.
7*
V-
K'. iÍ-V, .
Varios aspectos importantes de la política exterior alemana en
W el Tercer Reich son todavía temas sin resolver en el debate de los es-
lEdtudiosos.1 En esta esfera también, sin embargo, las interpretaciones
^ -^especialmente ante los estudiosos germano-occidentales—han lle
gado á dividirse alrededor de los polarizados conceptos de “inten-
V’ ción’y “estructura”, que ya hemos encontrado en otros contextos.
¡jf:!’
Las investigaciones en la RDA antes de la revolución de 1989-90
iio mostraron interés alguno en esta división de las interpretacio
nes, y continuaron sobre la base de premisas predeciblemente di
p-
/sí ferentes, concentrándose en documentar y analizar los objetivos
éxpánsionistas de los gigantes industriales de Alemania; esta una
J? "ftaireá que fue cumplida con un grado de éxito no despreciable.
De todas maneras, aun reconociendo las aspiraciones imperia
listas del capitalismo alemán, las explicaciones que limitan el pa-
■ peí de Hitler y de otros jefes nazis a poco más que el de ejecuto
res de los objetivos de los grandes intereses jamás han sido
^demasiado convincentes. La ortodoxia convencional en Occi-
í' derite, apoyada en buena medida en las investigaciones germa-
■ ■ no-occidentales, ha tendido, como lo vimos en un capítulo ante
rior, a invertir esas explicaciones al proponer una intransigente
“primacía de la política” en el Tercer Reich. Además, sean cuales
fueren los matices de interpretación, la dirección dada por el pro
pió Hitler al curso de la agresión alemana de acuerdo con el
“programa" que él había delineado (según quienes quieren ver
. lo así) en Mi lucha y en el Segundo libro es en general fuertemen
te destacada. Igual que con las explicaciones sobre el Holocausto,
; se les da la total primacía a los objetivos ideológicos de Hider en
, la conformación de una consistente política exterior, cuyos linea-
mientos y objetivos generales estaban “programados” hacía mu
cho tiempo.
182
relaciones
«•. como un hombre con un particular talento para explotar las ne
nía fue una clave fatal para su éxito. La importancia que Trevor- í->
Roper le atribuyó a la seriedad de los planes del Lebensraum de Hi- 3
tler para Europa oriental fue luego extendida por Günter Molt- i
mann, quien, por primera vez, propuso el argumento de que los /;
objetivos de Hitler no estaban confinados a Europa, sino que esta
ban muy literalmente dirigidos al dominio del mundo por parte t
de Alemania.7 Esta afirmación fue pronto más sistemáticamente J
elaborada en el análisis de Hillgruber sobre la estrategia de guerra ' .i
de Hitler, publicado en 1963, donde la idea de un plan de tres eta
pas (Siufenplan) para establecer la hegemonía de Alemania prime-, ’ ¿
ro soore toda Europa, luego sobre Medio Oriente y otros territo- '
ríos coloniales británicos, y finalmente —en una distante fecha . . •
futura—sobre los Estados Unidos y con ello, el mundo entero,
fue propuesta como la base de la política exterior nazi.8 El recur- ,J
so heurístico del “plan de etapa por etapa” marcó el tono para la
mayoría de los posteriores trabajos sobre política exterior de ma- ;
yor influencia, entre los que sobresale el exhaustivo estudio de ■
Klaus Hildebrand sobre la política colonial alemana.9 Más recien
temente, la tesis de la “dominación del mundo” ha sido también
apoyada por los análisis de los planes navales alemanes, de los
grandiosos proyectos de arquitectura y de las políticas relaciona
das con las posesiones británicas en Medio Oriente.10
Un “subdebate" se abrió entre los “confinen talistas” (como
Trevor-Roper, Jáckel y Kuhn), que consideraban que los “objetivos
finales" de Hitler abarcaban la conquista del Lebensraum en Euro
pa oriental, y los “globalistas” (Moltmann, Hillgruber, Hildebrand, :
Dülffer, Thies, Hauner y otros), cuya interpretación —la dominan
te— no aceptaba nada que no fuera el dominio total del mundo
para la amplitud de las aspiraciones extranjeras de Hitler. Sin em
bargo, común a ambas posiciones, era el acento puesto en los com
ponentes intrínsecamente relacionados de conquista del Lebens-
raum y el dominio racial como elementos programáticos de la
propia Weltanschauung de Hitler y como la esencia de su política.
Se destaca con énfasis que conceptos tales como el de “plan de eta- ¡
pa por etapa” (Stufenplan) o “programa” no tienen la intención de
denotar un “calendario” para la dominación del mundo, sino que
sirven para definir “las fuerzas motoras esenciales y los objetivos
LÍnCÁ. EXTERIOR NAZI 185
si'::
midas hasta ahora, era la política exterior de Hitler. Un historia
dor, por ejemplo, al presentar una visión representativa del papel
ir-
personal desempeñado por Hitler en la determinación de la polí
tica exterior nazi, lo ve “dentro del marco de referencia de un es-
fado totalitario" como “no sólo el árbitro final, sino también como
í ’ su principal animador”.12 Tan importante fue el Führer para el de
¿•■i;
sarrollo de la política exterior alemana que ese mismo historiador,
L, Milán Hauner, en otro ensayo en el que expone el objetivo de la
■ ■■'
éman que lo considera poco más que un talentoso oportunis-
t ópinión de Mommsen, “es cuestionable, también, que la po
sterior del nacionalsocialismo pueda ser considerada la bús-
í permanente de prioridades ya establecidas. Los objetivos
ros de la política exterior de Hitler, de naturaleza puramen-
lámica, no conocían los límites; la referencia dejoseph
ripeter a una ‘expansión sin objetivo’ es totalmente justifica-
>r esta misma razón, interpretar su implementación como aL
álguna manera consistente o lógico es sumamente proble-
ó.i. En realidad, las ambiciones en política exterior del
en eran muchas y variadas, sin claros objetivos y sólo ligadas
objetivo final, la mirada retrospectiva les da un cierto aire
asistencia”. Es evidente el peligro implícito en conceptos ta
imo “plan de etapa por etapa" o “programado”.15 Según
usen, la conducta de Hitler tanto en su política exterior co-
1 sus políticas interna y antisemita fue delineadas en gran
la —aparte, naturalmente, de las exigencias de la situación
lacional— por razones de prestigio y propaganda. Vista de
Ü? ésta’ manera, entonces, la política exterior nazi fue “a su manera
interior proyectada hacia afuera, lo cual hizo posible el
|yocultámiento (überspielen) de la creciente pérdida de realismo só-
^-10 manteniendo el dinamismo político por medio de la acción in-
'cesante. Como tal, se fue alejando cada vez más de la posibilidad
í de la estabilización política".16
T ; -r Una interpretación similar fue propuesta por Martín Broszat,
$quien tampoco vio demasiadas pruebas de un diseño o plan de-
'■■i irás de la política exterior de Hitler.17 Más bien, la búsqueda del
Lebensraum en el Este —como en el caso del antisemitismo—, tie
ne que ser considerada, argumentaba, como un reflejo de la ad-
T; hesión fanática de Hitler a la necesidad de sostener el impulso di
námico que él mismo había contribuido a desatar. En política
i- exterior esto significaba, sobre todo, romper con las trabas restric
tivas, los compromisos formales, los pactos y las alianzas, y el logro
: de la completa libertad de acción, sin restricciones de leyes o pac-
< tos internacionales, en lo que hace a las consideraciones políticas
■ de poder de Alemania. La imagen de territorios ilimitados en el
este, de acuerdo con la tradicional mitología de la colonización
188 LANKERSHÍ
¿V1 ’ ■
r-j ■' gura que desde mediados de los años treinta en adelante, una polí
gs Evaluación
rÜt
pues de mantener durante los primeros meses de gobierno ná£|:
las relaciones razonablemente buenas y mutuamente convenientes,®
existentes desde los tratados de Sapallo (1922) y Berlín (1926)
pesar de algún deterioro aun antes de 1933 y de la andanada defe®
propaganda anticomunista que siguió a la toma del poder nazi-fe®
Hitler no hizo nada para desalentar una nueva base de “antagófe;|
nismo natural” respecto de la Unión Soviética desde el verano
1933 en adelante.33 Estos acontecimientos, naturalmente fávora-r»
bles a la ideología de Hitler y satisfactorios para las expectativas^
de las masas que lo seguían, se produjeron tanto contra los deseos'®
del rpinistro de Relaciones Exteriores alemán, como de los diplo-'/fe
máticos soviéticos, a pesar de los crecientes miedos y desconfían-
zas por parte de ambas partes. Sin embargo, cuando el ministerio’®
de Relaciones Exteriores alemán sugirió, en septiembre de 1933, 3
un renovado acercamiento, Hitler lo rechazó de inmediato, afirman- fe
do categóricamente que “la restauración de las relaciones gerrña-
ñor rusas sería imposible”.34 De la misma manera, y en ese momea- fe
to apoyado por el oportunista ministro de Relaciones Exteriores, fe;
von Neurath, él personalmente rechazó nuevas propuestas por feí
parte de la Unión Soviética en marzo de 1934, unajugada que pre- fe
cipitó la renuncia del embajador alemán en Moscú.35 En este ta- -fe
so, también, Hitler no actuó de manera autónoma, aislado de las /.fe
presiones dentro del partido nazi y las filas de sus socios naciona- ®
listas a favor de una fuerte política contra Rusia. Pero en este ta
so, como en las relaciones con Polonia, ciertamente fue algo más fe
que un títere o un mero oportunista al dar forma al principal cam
bio en el alineamiento alemán.
Más que en cualquier otra área de la política exterior, la ma
no de Hitler fue visible al darle forma a la nueva actitud respetto
de Gran Bretaña. Como es bien sabido, ésta fue también el área
de los más severos fracasos de la política exterior alemana duran
te los anos treinta. La primera iniciativa importante (y exitosa)
condujo al tratado bilateral naval con Gran Bretaña, firmado en
1935. El papel personal desempeñado por Hitler fue decisivo tan
to en la formación de la idea para el tratado, como en su ejecu
ción. Von Neurath consideraba que la idea era propia de un "afi
cionado”, por lo tanto, estuvo excluido de todas las negociaciones
OIÍTIGA EXTERIOR NAZI 197
l'í He?».:
ID i:
-¿el relativo descuido del tema del conflicto social y el hecho de ha
; ber reducido las estructuras económicas a un solo —aunque muy
¿impóftante— componente del “cambio social” se suma a la extre-
madaniente debatible naturaleza del concepto de “moderniza
ción” en sus usos convencionales, y lo hace en general inacepta
ble para los estudiosos marxistas.
‘ Cualquier intento de evaluar el impacto del nazismo en la so
ciedad alemana se enfrenta a las dificultades que hemos plantea
do. Antes de avanzar con nuestra propia evaluación, necesitamos
'reseñar las principales diferencias de interpretación entre los his
j-rt
toriadores que se han dedicado al problema.
-lír.:
' í: <
■ i-’s.
te Interpretaciones
¿t;
h ’ ‘ Al apoyarse en la premisa básica de que el Hitler-fascismo fue
Já'ílictadura de los aspectos más reaccionarios de la clase gober-
hínte alemana, no debe sorprender que la historiografía de la
RDAle haya otorgado poco espacio a ideas relacionadas con el he-
clíó de que el Tercer Reich hubiera producido algún cambio en
fe
ía’sociedad alemana que significara una “revolución social”. SÍ
bífen la gran concentración de la atención en los grupos comunis-
ta¿’de resistencia organizada imponía límites a la investigación de
¿aspectos más amplios de la historia social del Tercer Reich, la po
sibilidad de consecuencias “modernizadoras” a largo plazo del na
} iistno para la sociedad alemana siguió siendo, por supuesto, un
?¡ ■ ./tóíha inexistente para los historiadores de la RDA. Las teorías de
la modernización eran consideradas una mera seudodoctrina bur-
; ‘ giíesa de la sociedad industrial, con tan poca definición que sólo
podía ser puramente subjetiva en su aplicación, antimarxista en
sU intención e implicación, que disfrazaba al fascismo al conside-
r rárlo (aun sin quererlo) un “empujón hacia la modernidad”. En
;■ la medida en que el nazismo era entendido como un instrumen-
■ to en la promoción de la “revolución social”, se distorsionaba con
V ello arbitrariamente el concepto de revolución, confundiéndolo
" con un fenómeno que fue obviamente contrarrevolucionario.6 Las
ideas de "progreso” dentro de la sociedad capitalista —en una di-
rección distinta del socialismo marxista-leninista— implícita^e^
las teorías de la modernización resultaban claramente irrp£9po|g
liables con el acento puesto en ¡a continuidad del imperiali^r^
del capitalismo monopólico que había sobrevivido al Tercer
y que aseguraba el carácter reaccionario de la República Fed^j^^
Con este punto de partida, es obvio que las preguntas ace^jlgñ
un impacto perdurable o a largo plazo del Tercer Reich 5obj.e,d|
desarrollo de la sociedad alemana eran irrelevantes para Ia jú.sffcí
riografía de la RDA. Se aseguraba que la auténtica revolución soS
cial sólo podía producirse bajo la égida del marxismodenirqjji^S
En $ caso de Alemania, esto se suponía que había ocurrido gracia||
a la acción del Ejército Rojo y el Partido de la Unidad SociaHsü^
(SED) ,* mientras que la reacción continuaba con nuevo ropaje?
bajo uft sistema político diferente de dominio burgués en
pública Federal.
Si bien no comparten esta posición fundamental, los esgrítqs^
históricos marxistas occidentales o con influencias marxisj^^
han mostrado igualmente impacientes con las sugerencias
“revolución social” bajo el nazismo. El balance histórico, afirj&a^
ban, era claro: el nazismo destruyó las organizaciones de latíase^
obrera, dio nueva forma a las relaciones de clase fortaleciend^jv
gran medida la posición de los empleadores, que tenían toj^g^
apoyo de un estado policial represivo y mantuvo bajos nivel^^
vida a la vez que producía crecientes ganancias.7 Por claro quj^g^
te balance pueda parecer, sin embargo, se puede decir que
ca el comienzo, no el final, de la investigación. El régimen na^j^
discutiblemente disfrutó hasta bien entrada la guerra de un glgdo,
de popularidad y de un apoyo activo que no puede explicar^e^c^
cuadamente por medio del poder de manipulación de la propagan
da o la fuerte represión de un estado policial. Hay que aceptar qué'
el nazismo penetró de verdad —aunque de manera parcial—
amplios sectores de la sociedad alemana, sin excluir a la clase ,o|?r^
ra, y que se logró un considerable grado de integración, tanto ¿ra
terial como afectiva, con el estado nazi, aun cuando las subcultq^s
;íf
Siempre operando con la idea de “modernización”, pero en
este caso dentro del marco de referencia de un modelo conscien- ¡
temente teórico, Horst Matzerath y Heinrich Volkmann llegan a
conclusiones diferentes tanto de las de Turner como de las de
Abelshauser y Faust, en una estimulante conferencia convertida
en ensayo polémico, publicado en 1977.28 Argumentaban fuerte
mente a favor de la importancia de aplicar el concepto de moder
nización al nazismo, teniendo en cuenta el grado de cambios tan- 4
to cualitativos como cuantitativos en lo económico y lo social, y el
cambio, político entre 1933 y 1939, usando indicadores de moder-
nizacit&i tales como los que hemos discutido anteriormente en es
te capítulo. í: ; ; í
Sus descubrimientos sugerían una imagen de contradicciones, Ti
en Ja que aparecían la continuación o la acentuación de tendencias ■ í
anteriores en todos los sectores de su modelo de modernización, y ;:
también contradesarrollos antimodernos, especialmente enlaesfe-
ra política (tales como medidas antiparlamentarias, contrarias a la ... ’•
emancipación y a la participación) .29 Rechazaban la idea de una
“revolución social” como la propuesta por Dahrendorf y Schoen-
baum, y se basaban en cambio, en algunos aspectos de las hipóte
sis de Talcott Parsons, formuladas ya en 1942. Parsons sostenía que
el nazismo surgió de un conflicto entre estructuras económicas y
sociales modernas y los tradicionales sistemas de valores y esque
mas de socialización. Esto produjo una “anomia” que no produjo
ajustes a la realidad cambiante, sino un vuelo irracional hacia una
negación radical de lo nuevo y lo moderno, en la que se recurría a
una versión extremista de los valores tradicionales.30 Al llevar la hi
pótesis de Parsons un estadio más adelante, Matzerath y Volkmann
argumentaron que el nazismo estaba estructuralmente limitado por
las condiciones producidas por el Movimiento: la agresiva reacción
de los valores tradicionales contra la modernidad en la forma de
“cambio acelerado del sistema económico, social y político, agu
dizado gracias a una aguda crisis desatada por la guerra, la derro
ta, la inflación, la depresión y el peligro de un sistema alternati
vo”, todas cosas que se manifestaban en las ansiedades y los
resentimientos sociales propios de la ideología nazi.31 Así pues, la
ideología nazi funcionaba como un “instrumento adecuado para
‘¿"REACCIÓN SOCIAL" O “REVOLUCIÓN SOCIAL"? 229
■•Fí"?;
í ' .:
¡la movilización de estratos sensibles de la población afectada por
problemas de modernización”. Sin embargo, dado que el nazismo
■ én el poder no pudo producir ninguna idea social positiva o cons-
/triictiva, sino que destruyó todos ios conceptos alternativos deri
vados del sistema previo, se hacía necesaria una nueva base de le
gitimación. Esta fue hallada en la distracción proporcionada por
los conflictos heredados frente a oponentes internos y externos,
'que fueron usados alternativamente para justificar los objetivos
centrales del sistema: establecimiento de un aparato totalitario de
1 dominación y preparación de una guerra de brutal conquista. Es
to significó la destrucción de las lealtades tradicionales y la distor
sión hasta el punto de la destrucción de los valores tradicionales.
De todas maneras, la “antimodernidad” del nazismo no debería
'ser interpretada erróneamente como la reconstrucción programá
tica.de las condiciones premodernas (como la vio Turner, por
/ejemplo), o como una “revolución conservadora”. Más bien, se
gún Matzerath y Volkmann, el “nacionalsocialismo es el intento de
hallar un sendero especial de salida de los problemas de la moder
nización hacia la utopía de una tercera vía, más allá de las crisis so
cíales internas y los conflictos de la capitalista sociedad democrá
tica parlamentaria, y más allá de la idea —liberadora de
ansiedades y agresión— de una total alteración comunista [de la
sociedad], pero esencialmente sin abandonar las bases economi
stas capitalistas e industriales de su desarrollo".32 Esta definición
Concuerda, en opinión de los autores, con la parcialmente moder
na, parcialmente antimoderna realidad ambivalente del nazismo.
Aun así, Matzerath y Volkmann llegan a la conclusión de que los
efectos parcialmente modernizadores del nazismo no pueden ser
Vistos como el resultado de políticas conscientes de moderniza
ción, la que, en realidad, sería mejor describir como “seudomo-
demización”. Además, un aspecto muy importante en el argumen
tó en general es que el régimen nazi fue incapaz de desarrollar
estructura perdurable alguna. Debido a su incapacidad para reco
nocer el conflicto social y ocuparse de él, el sistema fue también
incapaz de producir estabilidad con cambio. Aun como una “for
ma excepcional o de transición de organización social en una ten
sa fase de modernización”, el nazismo fue “disfuncional": “no fue
una vía indirecta hacia la modernización, sino la expresión dq’Mgg
fracaso, el histórico callejón sin salida de un proceso cuyos próbleS
mas de dirección habían sobrecargado las capacidades sociale^.3^
Al destacar la incapacidad intrínseca del fascismo para prOdu-|3
cir estructuras sociales perdurables, Matzerath y Volkmann regr$<3
saban por un sinuoso camino a algo que se acercaba a la posicióiy|
a la que Rauschning había arribado en los últimos años de la
cada de 1930 de manera impresionista —y desde un punto devisái
ta totalmente diferente—, cuando aseguraba que el nazismo
día producir “una revolución de nihilismo”.34 En su esencia, éstnS
concuerda también con el argumento de Winkler en cuanto aqueíi
“la mayor ruptura que produjo el nacionalsocialismo es su
rrumbe’Vy que nada del cambio social que ocurrió durante la clic- -
tadura misma se compara en su significación con la devastación^
de los últimos años de la guerra y la derrota total, con sus consg-J
cuencias de largo alcance para las dos sociedades alemanas qug
reemplazaron al Tercer Reich.36 A una conclusión similar llegójer
remy Noakes, quien, en un examen muy completo de todo el pío-". ■
blema, afirmaba que si había algo revolucionario acerca del nazis
mo, esto era la destrucción y la autodestrucción, que fueron lps;
inevitables corolarios de sus objetivos irracionales: “Se podría decir
razonablemente, por lo tanto, que la revolución nazi fue la guerra,.'
no simplemente porque la guerra aceleró el cambio politico/ sor;’.’
cial y económico hasta un grado que no había ocurrido en tiempos...
de paz, sino porque en la guerra el nazismo estaba en su elemen-,,
to. En su esencia, el nazismo fue auténticamente ‘la revolución.^
de la destrucción’, de sí mismo y de los demás en una escala sítl
precedentes”.36 ■ Wfcíj
Los enfoques que hemos sintetizado rápidamente aquí pue-:
den incluirse en tres categorías principales de interpretación;/:'/:
■>i’iV
(i) Una interpretación central, sostenida especialmente!
por los historiadores marxistas, aunque no sólo por
ellos, es la de que, aunque se produjeron cambios su-,
perficiales en las formas sociales y las apariencias instí-,
tucionales del Tercer Reich, la sustancia fundamental,;
de la sociedad siguió inalterada, dado que la posición.:
i&'RLA.CCIÓN SOCIAL" O "REVOLUCIÓN SOCIAL"? 231
ii :fr;- —
c : Evaluación
¡
235
71
Interpretaciones
fe ■ En ambas partes de la Alemania dividida de posguerra, aun
que de maneras muy diferentes, la historia de la resistencia al go-
^/bierno nazi desempeñó un papel central en la imagen que de sí
mismos mostraban los nuevos estados en un intento por moldear
pí- la Conciencia política y los valores de la población.
^■consciente era destacar, a los ojos del pueblo alemán mismo, así
como a los de sus antiguos enemigos, la existencia de “la otra Ale-
pnania”, y demostrar que quienes se opusieron al nazismo habían
^actuado como patriotas, no como traidores.11 El complot Stauf-
'"fenberg constituyó el obvio punto central de los primeros traba-
£jós;'ya, por lo tanto, con el acento puesto en la resistencia conser-
!<vadora de figuras de la elite, de la burguesía o de los militares. En
j está fose, sin embargo, otras formas de resistencia —desde las Igle
sias, aunque también de la izquierda socialista y hasta comunista—
” no fueron excluidas.12
g ' En los primeros momentos del comienzo de la guerra fría, y
Ú.coh Ia división de Alemania ya sellada, el tono de la historiografía
; de la resistencia en Alemania occidental se alteró. La idea de “to-
" talitarismo’’ que ponía bajo el mismo rótulo al nacionalsocialismo
¿ y al comunismo como males gemelos, y que veía el ímpetu de las
^ democracias occidentales dirigido contra la amenaza soviética co-
■ tho el máximo objetivo político, significó que el reconocimiento
¿inicial de la resistencia comunista en ese momento desapareciera.
En cambio, la resistencia fue retratada como el rayo de luz de la
libertad y la democracia, en la oscuridad del estado totalitario. La
resistencia fue entendida como legítima sólo en las condiciones
"? extremas de la tiranía y con el objetivo de restaurar el orden legal
Original. Un desafío revolucionario al orden social no concorda-
f bá con esta noción de resistencia.13 En esta imagen, la resistencia
. . comunista no tenía lugar y la resistencia de los socialdemócratas,
ápenas un lugar marginal. La resistencia fue esencialmente bur-
Sgüesa, cristiana e individual. Emergió de una elección ético-moral
’ del individuo de sostener, a cualquier costo, los valores de la liber-
' tad y la democracia frente a la tiranía. Un estudio clásico de este
f'S-i: r J
tipo fue la biografía de Cari Goerdeler, escrita por Gerhard Rit-
ter.14 Era natural que este enfoque condujera a lo que ha sido lla
mado “heroización” y “monumentalización” de la resistencia,15 y
; pusiera la resistencia conservadora a Hitler directamente al servi
cio de la República Federal de Adenauer.
;.. En la historiografía de la resistencia, como en los estudios de
muchos otros aspectos del Tercer Reich, la década de 1960 dio lu-
’gñr a cambios significativos. Una base de fuentes más sólida esta-
250 IANK^»
I
3oj políticos. Aunque había importantes diferencias de acento,
siís ideas políticas eran esencialmente oligárquicas y autoritarias,
basadas fuertemente en las ideas corporativas y neoconservado-
raspropuestas en la República de "Weimar, que incluía comunida
desáutogobernadas, derechos electorales limitados y renovación
pde lós valores de la familia cristiana. La resistencia nacional-con-
«¡servadora incluso trató de incorporar lo que ella veía como ideas
^“correctas” —tales como el logro de una verdadera “comunidad
^n^cional”—, representadas por el nacionalsocialismo, pero per-
^vertidas por la corrupción y la incompetencia de los líderes y fim-
^ciónarios del Tercer Reich.19 Con la importante excepción de las
^principales figuras del Círculo Kreisau,20 no había deseo de em
prender cambios sociales fundamentales. Aun dentro del Círculo
^ Kreisau, el significado atribuido a una herencia cultural específi-
^camente alemana indicaba la distancia que separaba el pensa-
¿ miento del grupo de la democracia liberal occidental.
F > 'No es sorprendente que las ideas sobre política exterior den-
i tro de la resistencia alemana fluctuaran durante el transcurso de
y la guerra. Antes de la mitad de la guerra, sin embargo, las ideas
|íde los nacional-conservadores (aquellos dentro del grupo enca-
| bezado por Ludwig Beck, Cari Goerdeler, Ulrich von Hassell, Jo-
^hannes Popitz y el Círculo Abwehr
* que se movía en torno a Hans
%Oster), no cabía duda alguna de que tenía algunas afinidades par-
Xdales con los propósitos expansionistas nazis. Los métodos y las
^practicas nazis eran enérgicamente rechazados como bárbaros. Pe
ro lo que se quería era la restitución del estatus de potencia de pri-
¿iner nivel para el Reich alemán, a la vez que el dominio de Alema-
¿nia sobre Europa central y oriental se daba por supuesto. Con
i' Hitler en la cima de su poder, a fines de 1941 y principios de 1942,
¿ Cari Goerdeler, que ocuparía el cargo de canciller del Reich en
¿caso de éxito del golpe, veía el futuro de “una federación europea
de estados bajo el liderazgo alemán dentro de diez o veinte años”,
íí-si la guerra terminara y se pudiera restaurar “un sistema político
¿sensato’1.21 Había una renuencia marcada a aceptar algo menos
¿que los límites de 1914. Von Hassell esperaba salvar “por lo menos
Ftjel gobierno por primera vez desde 1930), del estado de ánimo
Bíela'protesta expresada en las manifestaciones estudiantiles de
n|68’y del cambio generacional. Sin embargo, durante los años
Fsesenta, la idea del Tercer Reich como un monolito totalitario ha-
piá comenzado a romperse a medida que numerosos trabajos so
mbré ef sistema de gobierno hacían conocer estructuras policráti-
^cas que no encajaban del todo con las versiones poco refinadas del
^■‘modelo del totalitarismo. El aumento del interés en la historia so
tidal, en la conducta de grupos ajenos a las elites, también comen-
Fzó a abrirse paso en la historiografía. Al principio, esto se vio re
. ílejado sobre todo en historias institucionales u organizacionales
1dé las actividades clandestinas de grupos de la clase obrera en la
Resistencia. Luego, de manera creciente, el cambio se hizo visible
“en Análisis cada vez más sutiles y mejor investigados de las accio
nes, ¿actitudes y conducta de la masa de alemanes comunes.
' La tendencia a apartarse del estudio de la resistencia de laeli-
’ te alentó enfoques nuevos a la resistencia bajo Hitler. Tentativa-
emente, emergió la opinión de que, después de todo, no había ha-
.bido. “resistencia sin el pueblo”. Cada vez más se hizo posible
Incluso pensar en una “resistencia del pueblo”.
Ya en 1953, el escritor Günther Weisenborn había intentado,
; sobre la base de una gran cantidad de material policial no publi-
¿cado, reconstruir “el movimiento de resistencia del pueblo alemán
1933-1945". Weisenborn aseguraba que, como consecuencia de
^haberse concentrado en los acontecimientos del 20 de julio de
'1944, el alcance y significado de cualquier resistencia más amplia
■Íían poco conocidos, ya que (por razones políticas, se implicaba)
^ había sido deliberadamente suprimida.30 Cuando apareció por
■ primera vez, el libro iba contra la corriente historiográfica de aquel
momento, y quedó sin ejercer influencia alguna. Fue publicado
¿nuevamente, en un clima muy distinto, en 1974, por la editorial iz
quierdista Róderberg, que para ese entonces había publicado más
J3e,veinte volúmenes en su “Biblioteca de la Resistencia”; en su
" mayoría, se trataba de estudios locales de la oposición de la cia
rse obrera, realizados por ex miembros de la resistencia comunis-
¿ tá. Estos trabajos dieron una nueva dimensión a la historiografía
déla resistencia, aun cuando esos volúmenes con frecuencia se ha-
254 IAtf
.Evaluación
I
■
Como hemos señalado, la ampliación del alcance del térmi-
■, no “resistencia” para incluir toda forma de conflictos “cotidianos"
. con el régimen fue paralela al cambio de acento: de centrarse en
. el “motivo” se pasó a destacar el “efecto” o la “función”. El concep-
262 IANKE^^Wgl
n
Hemos visto que en la raíz de los usos conflictivos del térmi
no “resistencia” se asientan dos métodos y enfoques distintos
—ambos legítimos—, unidos sólo por el mismo término: “resisten-'
cía” (Widerstand). El que hemos llamado enfoque fundamenialista
'CIA SIN EL PUEBLO"? 269
ni f
■
Queda todavía el importante tema del alcance de la resisten-,
cia en el Tercer Reich. ¿Fue la resistencia a Hitler efectivamente^
una “resistencia sin el pueblo”? ¿Hasta dónde fue popularla opft¿j
sición al nazismo? Estas preguntas van directo al corazón del prot ’
blema de la relación entre sociedad alemana y régimen nazi. :
Por obvios que puedan ser, numerosos puntos de todas má¿^
ñeras justifican un renovado énfasis. Primero, el régimen nazi fpg,..
una dictadura terrorista —en un sentido litera], un régimen aterra
dor— que no tuvo límites para la represión de quienes considerar,
ba sus enemigos. “Manten la boca cerrada o terminarás en Da^
chau” era un sentimiento común que indicaba el miedo que,se;
extendía por todos lados y la cautela suficiente como para frenai;
a la mayoría de la gente de desafiar al régimen de alguna mané;;
ra. La pasividad y la cooperación —con toda la amargura y el
sentimiento que se quiera— eran las respuestas más humanas ejj„
esa situación. Segundo, una vez que los nazis se hicieron dueños
del poder, la única posibilidad real de desafío capaz de derroca?,
a Hitler debía venir desde adentro de las propias elites de poder;
del régimen. Dado que sólo la Wehrmacht, aparte de la SA (antes
de la Noche de los Cuchillos Largos, en 1934) y la SS, tenía acce-:
so a las armas y la fuerza necesarias para producir un golpe, la únfe.
ca posibilidad de un golpe de estado exitoso debía provenir deja,
conducción del ejército (aparte, por cierto, del intento individual
de asesinato contra la vida de Hitler, como el del ebanista suafiq
GeorgElser en 1939).75 La resistencia fundamental estaba lejos de
£%¿“RESISTENCIA SIN EL PUEBLO"? 275
■■■■
sos de pena de muerte y en la condena a un total de 17 915 años jfl
de prisión para los miembros condenados de los grupos obreros
de resistencia. Se acepta que más de 2 000 individuos de la clase
obrera, miembros de organizaciones ilegales de resistencia en esa
región, perdieron sus vidas a manos del terror nazi.78 ¿
Esto equivale a un conmovedor testimonio de valentía, digni- j
dad y sufrimiento. Sin embargo, todo apunta a la trágica conclu- '
sión de que esta resistencia obrera no sólo no tuvo eco alguno en- :
tre otros grupos sociales, sino que estaba cada vez más aislada de'
su propiá base de masas en lá clase obrera. Aislamiento que fue ;
reforzado por el legado de amargura entre los partidos de izquier
da y la decepción por las falencias de la conducción, por los im
portantes éícitos nazis y la inutilidad de un enfrentamiento con tan <
poderosa e ilimitada brutalidad, por el aumento en las posibílida- í
des de ingresos para los obreros industriales durante el auge de
los armamentos y, motivo no menor, por la aparentemente ilimi- <
tada capacidad del régimen de infiltrar y aplastar grupos ilegales.
La creciente militancia en las relaciones industriales a fines delós í -
años treinta, particularmente en la lucha por mejores salarios, per- .■
maneció en buena parte apartada de la resistencia política, qué- í:
tuvo relativamente poco éxito en explotar el descontento mate- '
rial. En los primeros años de la guerra, a pesar de los muy di- t
fundidos informes de baja disciplina laboral, baja moral y sen- . :
timientos contrarios al régimen entre los obreros, sola
alrededor del 5 por ciento de los arrestos políticos informados
por la Gestapo caían bajo el rubro “comunismo/marxismo ”;'
mientras que el resto —que cubría una amplía variedad de “deli- <
tos”— no tenía indicación alguna que lo relacionara con grupos ;
ilegales ni con ningún tipo de organización.79 Incluso una vez que- -
la invasión a la Unión Soviética terminó con la fase más difícil del
KPD, evaluaciones internas del KPD indicaban lo aislada que se
guía estando la resistencia clandestina, y cómo sus energías debían -
ser dedicadas casi enteramente al sostenimiento de la organiza
ción misma, para estar lista para el día en que el régimen fuera
destruido desde afuera.
Un inteligente informe en mayo de 1942 de Wilhelm Knóchel,
un importante miembro del Comité Central del KPD, con base en -
.(‘RESISTENCIA SIN EL PUEBLO’? 277
O
.. Berlín, se oponía a la continua sobrestimación que hacía Moscú
■j de la potencial resistencia del KPD: “Con el horror de una derro-
' ta militar mirándole fijo a la cara, la gran mayoría de nuestro pue-
, blq querría ver la partida del gobierno de Hitler cuanto antes. Aun
así, Hitler les parece el mal menor y tienen la esperanza de una
^ victoria, de cuya posibilidad dudan mucho”. Sólo una pequeña
^ minoría, agregaba, pone sus esperanzas en una victoria del Ejér-
r cito Rojo. Se decía que la situación estaba madura para la propa-
; ganda política, pero no se albergaba esperanza alguna de un mo-
' jdmiento de masa contra el régimen similar al que había surgido
T en 1918. El informe no sólo señalaba los avances hechos por la
. ideología y la propaganda nazis, sino que destacaba el fenómeno
de desintegración social bajo el nazismo que había atomizado a
,'IoS trabajadores, habiéndoles quitado su tradicional marco de so
lidaridad, organizan dolos en camarillas rivales y clientelas prote-
t ¿idas, además de irrumpir en sus canales de comunicación y sus
^cuadros especializados; esto, a su vez, había ayudado a los avances
nazis frenando la solidaridad por medio de rivalidades, descon-
; fianza y denuncia.80
-. ... Ya en la última fase de la guerra, ante la inminente derrota,
\ ,11 perspectiva de sufrir represalias inmediatas y masivas por actuar
^.tóntra un régimen que obviamente estaba al borde de la muerte
. era suficiente para persuadir a la mayoría de los trabajadores a
‘ .mantenerse alejados de las peligrosas relaciones con los grupos de
' resistencia. Aquellos comités antifascistas que, en los últimos días
’ dé la guerra, lucharon para asegurar la rendición intacta de sus
fábricas y comunidades sólo mantenían contactos tangenciales
con los grupos ilegales y con frecuencia se trataba de nuevas for-
^iíiiciones ad hocáe trabajadores.81
i .; Las Iglesias cristianas, jamás “coordinadas" institucional-
^niénte por el régimen, representaban grandes cuerpos de apoyo
ij’aé la oposición a los intentos de afectar las prácticas, instituciones
¿^creencias cristianas. Las dos confesiones más importantes em
prendieron una guerra de desgaste con el régimen que recibió el
^.demostrativo apoyo de millones de fieles. Los aplausos a los lí
deres de las Iglesias cada vez que aparecían en público, enormes
¿concurrencias a acontecimientos como las procesiones de] día
278
fea atractivo. Los funcionarios locales del partido podían darle du
al régimen y al mismo tiempo llenar de elogios a Hitler; se po-
fcdía lamentar la injusticia económica mientras se lanzaban gritos
fede alegría por la recuperación de la cuenca del Rin; se podía pro
testar por los ataques contra las iglesias mientras se pronunciaban
píeslóganes antibolcheviques; se celebraba la ley y el orden mientras
|f)as sinagogas judías eran presas del vandalismo. La anécdota de la
||joveií y apolítica dactilógrafa que sorprendió a su socialista com-
ftfpañero de viaje al saltar de un tranvía para ofrecer un entusiasta
y rio solicitado saludo estilo Hitler a una columna de la SS que pa-
^ísaba, para luego decir que no lo había hecho por la SS o por los
nazis, sino por “deber patriótico..., porque soy alemana”, es una
síntesis de semejante esquizofrenia." En el momento en que ex
plotó la bomba en el cuartel general de Hitler en Rastenburg, en
«julio de 1944, la masa del pueblo alemán no quería otra cosa que
fe el fin de la guerra, y muchos reconocían que ello sería sólo posi-
fe 'ble con la terminación del régimen de Hitler. Pero la guerra mis-
lá falta de alternativa que brindaba la “rendición incondicio
nal’ y el miedo a una victoriosa Unión Soviética seguían
^ proporcionando los lazos negativos entre el régimen y la sociedad,
fe Un exitoso derrocamiento de Hitler probablemente habría pola-
í®rizado la opinión.100 Losgolpistas ciertamente tenían el potencial
de obtener apoyo con una terminación de la guerra en términos
fe que los alemanes podrían haber visto como favorables. Pero en el
fe contexto de una política aliada de “rendición incondicional” y sus
fe actitudes respecto de la resistencia alemana, eso habría sido suma-
fe mente improbable.101 Por otra parte, tendrían que haber vivido
fe con la carga de una nueva “puñalada por la espalda”.102 Además,
fe láincapacidad de llegar aun acuerdo favorable con los Aliados ha-
< bría sido fatal para las posibilidades de consolidar la popularidad,
fe fuera cual fuese, con la que contaban al comienzo.
Vfe fe Comparado con muchos otros sistemas autoritarios que en al
gún momento se derrumbaron, y reconociendo totalmente las mu
í-chas esferas en las que había un considerable y serio disenso con las
fe. políticas e ideología nazis, el régimen nazi podía, pues, contar con
fe un importante nivel de popularidad y un subyacente consenso
; (aunque más no fuera, de tipo negativo) que mantuvo respecto
284 lANKERSHA^l
El enfoque de la “historización”
Críticas a la “historización”
Evaluación
^respecto del pasado nazi, podría ser mal usada “en el contexto
|ideológico presente”54 para dar como resultado la diametralmen-
£te opuesta “relativización” de la criminalidad del régimen, como
^os-ensayos de Nolte que motivaron la “Historikerstreit"^ es por
^cierto una seria crítica a la vaguedad del concepto. Sin embargo,
|está crítica no es convincente por sí misma como un rechazo al en
risque —en grao medida basado en la “historia cotidiana de la era
¿nazi”— que se supone denota el concepto de Broszat.
jpí‘< Sí, como Friedlánder mismo sugería, el excéntrico argumen
tó de Nolte es dejado de lado, todavía queda la cuestión de la de
clarada adaptación del enfoque de "Alltagsgeschichté” al problema
¡jde' las tropas en el frente oriental, con las dudosas conclusiones a
glas que él arribaba.56 Astutamente, Friedlánder señaló que el en
coque empático podía producir sorprendentes resultados, y sugería
tlüé el ensayo de Hillgruber demostraba cómo la supuesta “histor-
jzación” de Broszat, dirigida precisamente a evitar el “historicismo”
^tradicional, podía conducir a un regreso al "historicismo”, esta vez
Aplicado peligrosamente al Tercer Reich mismo.57 Pero el punto
^acerca del ensayo de Hillgruber era que estaba firmemente enrai-
í zadó en una cruda forma de la tradición “historiéis ta”, que supo-
^hía que la “comprensión" (“VfensteAen”) sólo podía producirse por
¡•medio de la identificación empática. Fue precisamente la afirma
ción de que la única posición válida del historiador es la de iden
tificación con las tropas alemanas luchando en el frente oriental
Lia que provocó la amplia y vehemente crítica del ensayo de Hill-
grüber.56 El método crítico, que en su otro trabajo —sin excluir el
i ensayo sobre "el lugar histórico del exterminio de los judíos” en
el mismo volumen, como el controvertido tratamiento del fren
óte Oriental— lo convirtió en un historiador formidable cuya fuer
, za estaba en el cuidadoso y mesurado tratamiento de los datos
empíricos, lo abandonó en éste y estuvo completamente ausente
en esta empatia carente de crítica y parcial con las tropas alema
nas. Aunque Hillgruber aseguraba estar aplicando la técnica de
la “Alltagsgesdiichte” y el enfoque propuesto por Broszat y otros pa-
' ra: experimentar los acontecimientos desde el punto de vista de
aquellos en la base de la sociedad directamente afectada por ellos,
■fue precisamente la ausencia de reflexión crítica la que abrió la
304 IAN KERSHAW-
: •
£<■?••
Sen la historia alemana deberían ser reformuladas a la luz de un
f. ■
f jnódificado sentido de la identidad alemana desde la reciente uni-
bficáción; en segundo lugar, en la posicíón del nazismo en la mo-
’ dernización a largo plazo de Alemania y de qué manera esto po
ndría alterar la perspectiva para ver la barbarie nazi; y tercero, en
|x:ómo el fin del comunismo soviético podría influir en las actitu-
s des respecto de los horrores del Tercer Reich. El lazo entre estas
'.tres tendencias seleccionadas para la discusión es la perdurable
^ preocupación —reflejada de diferentes maneras— por la “histo-
L: libación”, concepto con el cual nos hemos encontrado y hemos
explorado en el capítulo anterior.
i
OS#
yÑazismo e identidad nacional
•i» t /
n
• Nazismo y modernización
■ í.íía
nización en su totalidad— eran si el régimen nazi, a pesar de ai
ideología antimoderna, había, sin proponérselo, producido “laré&j
volución de la modernidad" de Alemania, o si ello equivalía a unaíi
reacción social. El tema de la modernización fue luego retomado S
de manera diferente por Broszat en su “reclamo de histor- ‘
ización”. Sugería que la planificación social del Frente del Trini?
bajo Alemán podía ser visto, en un sentido, como algo separado^
de los aspectos específicos de la ideología nazi y de las partícula-'?
res circunstancias del Tercer Reich, como un episodio en el de^l
sarrollp de los esquemas de bienestar social que venían de anteiní
del nazismo y se extendían hasta el moderno sistema de la Re
pública Federal, y como un paralelo de lo que estaba ocurrien-/.
do bajo sistemas políticos totalmente diferentes, como el Plan?
Beverídge de Gran Bretaña.16 i.
La sugerencia de que el fenómeno del nazismo podría ser me
jor comprendido dentro de la continuidad del desarrollo alemán
que se extendía por encima y más allá del Tercer Reich —dejan-:
do a un lado las barbaridades que lo caracterizaron, durante mu
cho tiempo establecidas sobre la subyacente “normalidad" social-*-^
fue acogida con avidez por numerosos estudiosos alemanes, sobre ?
todo jóvenes, y la “historización” proporcionó el punto de partida ■
para examinar al nazismo y sus lazos con la modernización des- ?
pues de 1945 por diversos y nuevos caminos.17 Sin embargo, súbíg
yace una suposición que difiere sensiblemente del tratamiento aii||
terior del tema de la “modernización": la afirmación de que. tai
conducción nazi no sólo produjo una revolución modernizada^
en Alemania, sino que, en realidad, ésa fue su intención19 Las afii||
mariones acerca del régimen de Mussolini (entre otras dictadurásí
de estilo fascista) con respecto a que fue una dictadura modemizáS
dora, como lo señalamos en el capítulo 2, no son nuevas, aunqü^
con frecuencia se han encontrado con la critica de que ignoran j^|
esencia del fascismo al concentrarse en el subproducto de la
dernización. En el caso del nazismo, esa critica puede ser reforz^
da. Poner el acento en la “modernización” inevitablemente lleva
dos por Ja imagen del Tercer Reich como una era importante de
Modernización en el tratamiento a largo plazo del desarrollo na-
Pcional alemán.
Este nuevo enfoque del nazismo y la modernización, y sus im
plicaciones para el modo en que es visto el Tercer Reich, fue fuer-
'temente influido por el trabajo del dentista político de Berlín,
^etñer Zitelmann y aparecieron directamente en su estudio so
freías ideas sociales de Hitler, publicado en 1987.20 Zitelmann
^explícitamente consideró su libro una contribución a aquella “his-
"tonzación" del nacionalsocialismo que proponía Broszat. Los jó-
péries alemanes, aseguraba Zitelmann, hasta aquel momento só-
Íótenían ante sí rígidas alternativas, ambas inaceptables y ambas
Ritiendo que Hitler y la generación que lo apoyó fueran total-
¿líténte incomprensibles. Por un lado, la total condena moral
^Huna demonización de Hitler que lo convertía en la encarnación
.Helmal— o una justificación y distorsión de la realidad. Su estu-
^dio sobre los objetivos sociales de Hitler y su correspondiente fi-
rlósofía fue un intento de superar esa imposibilidad de compren
sión y de desarticular la sensación de distante irrealidad acerca
^del régimen nazi y de su líder/1
Lj£__A1 no concentrarse, como se hacía de manera convencional, en
^Jas pbsesiones antisemitas y de Lebensrawm de Hitler (que él daba
conocidas), Zitelmann veía una coherencia lógica en las opi-
íqnes del dictador alemán sobre asuntos económicos y sociales y
$¡3,las despreciaba, como habían hecho la mayoría de los historia-
Jrgs. Las ideas de Hider (en el contexto de su filosofía racista-
rjtfinista) no sólo eran coherentes; eran, afirma Zitelmann, en
ichos sentidos claramente “modernas". Hitler no miraba hacia
s (como hacían Darré y Himmler), hacia la recreación de un
trido agrario maravilloso, sino hacia adelante, hacia una sociedad
ncnte desarrollada, industrial y tecnológicamente avanzada, ba
gá, naturalmente, en el abastecimiento de materia prima y el tra
bajo forzado obtenidos de los territorios conquistados, pero de to-
BLrnaneras moderna. La burguesía decadente sería reemplazada
fptírtrabaj adores de movilidad ascendente, con grandes posibilida-
ggefede mejorar su estatus y oportunidades para el avance social.
318
Ríi
K-
^nazismo y estalinismo
Reflexiones
¿V ■'
íjaños cincuenta y sesenta, inevitablemente han aportado nuevas
^perspectivas, se sienten menos obligados por las perspectivas de
[£sus predecesores, quieren en algunos sentidos liberarse de sus ata
duras y están dispuestos a hacer preguntas que desafían a la gene-
¡Uación mayor. Así es, por supuesto, como deben ser las cosas: un
' .fenómeno perfectamente natural y deseable. Cada generación de-
■ be escribir la historia, si no exactamente de nuevo, por lo menos
¡■para satisfacer sus propias exigencias del pasado. Los avances en
;jos estudios históricos son invariablemente llevados a cabo por dis
í típulos que desafían la sabiduría aceptada de sus maestros. En el
caso de un período tan problemático como el del Tercer Reich,
air embargo, donde la dimensión moral es tan notoria, esto pue
de significar no sólo una revisión de las interpretaciones o nuevos
^centros de interés en la investigación, sino también el cuestiona
: miento moral a una generación de mayor edad por parte de los
más jóvenes.47
\ « Mientras tanto, no parece haber fin para la exposición públi
ca del legado de la era nazi. El legado nazi de guerra y genocidio
sigue siendo parte de la política y de la conciencia moral de hoy
j en Alemania. El peso del pasado nazi no ha disminuido, ni siquie-
i ra para las generaciones que podrían no tener ningún sentimien
to de culpa personal por lo que ocurrió. Frente a los muchos que
ya están “cansados del nacionalsocialismo ”48 y sueñan con una lí-
■ nea que cierre los horrores de la era de Hitler, están aquellos de
cididos a que cada aspecto de aquellos horrores sea expuesto y que
los males escondidos, tapados o ignorados por las generaciones
de Ia posguerra salgan finalmente a la luz. Las sensibilidades ale-
■ manas fueron recientemente alteradas, no por primera vez, por
algo que las tocaba desde fuera de la esfera cultural alemana: en
este caso fue la publicación en 1996 de un libro escrito por un jo
ven dentista político norteamericano, Daniel Goldhagen, cuya te
; sis, expresada abruptamente, era que losjudíos fueron asesinados
porque el exclusivo antisemitismo del pueblo alemán quería que
fueran asesinados. Esto equivalía a acusar a toda una nación.49
El libro de Goldhagen causó sensación en Alemania. La pri-
.mera edición alemana se agotó antes de que siquiera llegara a las
librerías. Miles de personas —la mayoría de las cuales en ese mo-
328 IANKF.RSI1AW •<
■■ "Í
■
mentó no había leído el libro del norteamericano y, muy probable- 7
mente, muy pocas, si es que alguna, siquiera conocía los análisis
eruditos del nazismo y de la "solución final"—se amontonaron pa-.
ra presenciar los debates en los que el autor norteamericano se:
enfrentaba a sus críticos académicos alemanes. Algunos de los de
bates fueron televisados, con importantes mediciones de audiencia.
La atención de los medios masivos de comunicación fue extraordi- 7
■ o
nana, sobre todo por el hecho de tratarse de un libro que había sur
gido de una disertación doctoral. Se generó toda una "industria
Goldhagen” de reseñas, artículos y hasta Ebros sobre este libro.50
Coincidió que yo estaba en el país durante parte del viaje de
promoción de diez días del autor por Alemania y tuve oportuni
dad de ver uno délos debates televisivos. En el escenario del estu- J
dio, este profesor de Harvard, cara fresca, correctamente vestido,
impecablemente educado, telegénico, estaba sentado frente a un
batallón de críticos de severo aspecto, algunos de ellos, importan-: 7
tes profesores alemanes, de abrumadora erudición. Daba la im
presión de que Goldhagen era enjuiciado por un tribunal de acu 3
sadores decididos a conseguir su condena. Entre sus más acérrimos
críticos estaban Hans Mommsen (que apareció varias veces como
su más tenaz antagonista) e Ignaz Bubis, jefe de la comunidad ju
día en Alemania, quien destruyó, pensé yo (al igual que mis amigos:
alemanes que miraban el debate conmigo), la base del argumento
de Goldhagen en una andanada de bien fundados ataques. El au
tor del libro, que hablaba en inglés para asegurarse de evitar cualal-
“• 3
quier tropiezo idiomático sobre un tema tan delicado, dio lo que s-
5.
a mí me parecieron sólo respuestas débiles e inadecuadas. Por tra- : ?
tarse de un libro tan combativo, provocativo, con agresivas argu- ci
mentaciones, su participación equivalía, en mi opinión, a una 7
pobre defensa en la que el norteamericano con frecuencia se re s
fugió en atenuaciones no disponibles en el texto o en reclamos de 77
mala interpretación por parte de sus críticos.51 Pero, por lo poco /
que pudo hacer para confundir a sus detractores, en realidad no i
hubo ninguna diferencia, ya que cuanto más largos se fueron ha- -.-í
tiendo los debates, mayor, aparentemente, se hacía el apoyo pú- ?7
blico a Goldhagen. Esto parecía ser especialmente así entre los ale-J
manes más jóvenes. 7;
CAMBIOS DE PERSPECTIVAS 329
-
presenciales de las más terribles crueldades—, cuyo uso repetitivo
de jerga sociológica contrastaba diametralmente (en su con fre- ;
cuencia emotiva narración de las historias de comunes perpetra
dores y sus víctimas) con la más distante y abstracta prosa académi
ca de la mayoría de los historiadores de la política antisemita nazi. ¿
Era difícil no sentirse conmovido, atrapado, sorprendido, asombra- |
do, horrorizado por esas historias personalizadas, tan vividamente f
contadas, de la crueldad gratuita infligida a sus víctimas por sus ton
turadores y asesinos. .í
Apn más importante fue el hecho de que Goldhagen, él mis- "
mo parte de una familia que había sufrido en el Holocausto, esta- ¿
ba ahora acusando como nunca antes —dejando de lado las com- ;•
prensibl^s, pero de todas maneras engañosas, generalizaciones ■■
que con frecuencia han sido expresadas en los comienzos del pe- ¿
nodo de posguerra y el implícito tenor de ciertas corrientes de ■■
los estudios históricos de Israel— a todo el pueblo alemán por to- /
dos sus crímenes contra los judíos. Era inquebrantable en su libro ;
en cuanto a que el “antisemitismo eliminatorio” (para convertir- ;
se directamente bajo Hitler en antisemitismo de exterminio) era
una ideología compartida por el pueblo alemán en su totalidad,
no sólo por un sector “nazificado”, y que el pueblo alemán era úni
co en este sentido. Su tratamiento de la conducta de los perpetra
dores, al describir las crueldades respecto de los judíos por parte
de “alemanes comunes", como él insistía en llamarlos, y no sola
mente de nazis comprometidos o miembros de la SS, ayudaban a
consolidar su mensaje. Nadie en Alemania con cierta sensibilidad
respecto del pasado podía ignorar el alegato: la razón por la que
los judíos fueron asesinados fue que los alemanes eran muy dife
rentes de otros pueblos por el hecho de ser una nación de antisé-,
mitas ideológicos —se podría decir, una nación de muchos Hitler
en este sentído— a la espera de una oportunidad de “eliminar" a
los judíos; cuando llegó la oportunidad, la aprovecharon sin vaci
laciones. '
¿Podía esto ser verdad? El solo hecho de plantear la cuestión
significa tener que abordar la afirmación de Goldhagen. Era una
fuerte acusación que se apoyaba en algunas pruebas desplegadas
de manera emotiva. Los intentos por parte de los académicos dé
CAMBIOS de perspectivas 333
£: 'j
■ 1"
cuenta los principales problemas metodológicos que enfrentaba®
Goldhagen, Pohl concluye que “un mayor cuidado en la mane||
ra de argumentar por parte del autor habría sido lo adecuadoMá
Pero casi todo lo que Goldhagen conoce son certezas". Sin du^
da, sobre el asunto de la motivación de los perpetradores, seña<®
la Pohl, el libro ha provocado nuevos interrogantes, y contribuí
ye con algunos nuevos detalles a la discusión erudita. Pero en <
general, “el libro pertenece [...] al grupo de esos grandes intén-íóR
tos (Entwürfe) [...] que deberían ser tomados como un desafío”
A la luz del agudo análisis de Pohl —no hubo escasez de-.Otras &
críticas de largo alcance—, simplemente señalaré algunas de.las;
que a mí me parece que son las fallas del libro. :w
Goldhagen hace un uso de las pruebas sumamente selectivo >y
para construir una imagen de un pueblo cuya endémica mentar
lidad antisemita, muy profundamente asentada desde la Edad /Ls
Media, para el siglo XIX se había convertido en un tipo exclusiva^
mente alemán de antisemitismo “eliminatorio”, común a toda la
sociedad. Esta cruda generalización a prwri es luego desplegada cp-,
mo respuesta a todos los problemas que se plantean, sólo para
poder eliminarlos. ¿Por qué, por ejemplo, no hubo oposición,
alemana al exterminio de ios judíos? Simple: los alemanes eran >
todos antisemitas “eliminatorios". La demonización de los alemán
nes proporciona, por lo tanto, la “respuesta" a todas las pregiiiv.
tas. La circularidad del argumento es la base del libro. En reali-.
dad, hay abundante literatura —parte de ella producida por¡
autoresjudíos— que demuestra la existencia de un amplio espec
tro de actitudes respecto de losjudíos tanto antes de que los nazisrV
llegaran al poder como incluso durante el Tercer Reich mismo.®;
Goldhagen, por cierto, no tiene dificultades en proporcionarj ’í;
numerosos ejemplos de crueldad extrema —con frecuencia, gra^
tuita— contra los judíos por parte de los alemanes. Aunque losj ■
miembros de los batallones de policía de la Ordnungspolizei pu$-,
dan ser fácilmente clasificados como “alemanes comunes”, es al^ .
go abierto a la duda. Los individuos de esas unidades, al igual que¡
el resto de la población, no sólo habían sido sometidos a años de, ?
implacable propaganda antisemita sino que, aunque no eran mienta
bros de la SS, pertenecían a una organización (la Ordnungspolizei) ,¡
"camBIqs de perspectivas 337
fian abierto nuevas perspectivas acerca del modo en que fun do
raba el régimen y sobre el papel de Hitler. La dicotomía "inten-
¡onalismo-estructuralismo (o funcionalismo)" que tuvo pre
ponderancia en los años setenta y ochenta, y que durante un
Üempo cumplió una valiosa función heurística, ya ha sido en gran
medida superada. Los trabajos ya emprendidos, y los que están en
yías de realización, sobre el desarrollo de la política genocida (dis
cutida: en el capítulo 5) han resultado ser básicos para este tema.
i Han demostrado que el antisemitismo patológico de Hitler y su
propia "misión" de “eliminar" a los judíos de Alemania y luego de
Europa fueron fundamentales para la creación del clima del "es
piado racista",79 para alimentar a los activistas y para brindar Iegiti-
|¿ mación a aquellos que dirigían y planeaban la política racial. Y lo
que.no es menos importante, resulta claro que la autorización de
s Hitler fue crucial en los momentos decisivos. Su significado, por
í lo tanto, no es puesto en duda, ni minimizado, en ninguna par-
teí°pero, al mismo tiempo, el tipo de reduccionismo que centra-
£ basu atención casi exclusivamente en las “intenciones” ideológi-
de Hitler como la explicación del impulso a la guerra y el
4 g^pocidio del Tercer Reich ha sido claramente desplazado. La
^ complejidad de los procesos involucrados no puede ser abarcada
? por simples argumentos "intencionalistas”. Dentro del marco de
£ los objetivos que Hitler encarnaba y difundía, la radicalización de
la política antisemita se alimentaba a sí misma y era empujada por
ihipulsos genocidas desde abajo, así como por las directivas poli-
eticas desde arriba. ,
¿ ■: Si bien las investigaciones recientes sobre la génesis de la “so-
^Jución final” han hecho mucho, por lo tanto, para sostener argu-
"mentos “estructuralistas” (o “funcionalistas”), no han minimizado
' la importancia de Hitler en esos desarrollos. Hoy en día, las suge-
f' rendas de que de alguna manera haya sido un "dictador débil”
■ ' suenan huecas;81 en esto también, un debate otrora acalorado se
ha enfriado considerablemente. Es probable que el mero paso del
? tiempo haya contribuido a ello, al igual que importantes estudios
¿ como la investigación de Dieter Rebentisch sobre el cambio de es-
r truc turas del régimen durante los años de la guerra—período du-
; rante mucho tiempo relativamente descuidado en este sentido—
342 .ian;:
* > - • H'
Jamás desde que termino la guerra —con nuevas formasdéi
fascismo y de racismo más amenazadoras de lo que se creyó imaf
ginable hace apenas unos pocos años— ha sido más importante;
comprender el desastre que el nazismo acarreó sobre Alemaniá^
sobre Europa. Sin duda, la contribución de los historiadores espe^y
cialistas en nazismo para oponerse al preocupante y deprimente^
renacer del fascismo puede ser sólo muy pequeña. Pero es de táíj
das maneras de vital importancia que esa contribución, por rhiá^
desta que sea, se realice. El conocimiento es mejor que la ignoran^
cia; lajiistoria es mejor que el mito. Más que nunca es bueno tenéríí
en cuenta estas obviedades, ahora que la ignorancia y el mito dií|
funden la intolerancia racial y un renacimiento de las ilusióneí yt
necedades del fascismo. <
totas
ív'
lección de ensayos, Deutsche Grossmaeht und Weltpolitik im 19. und 20. Ja.hr-
■hundert, Dusseldorf, 1977; Klaus Hildebrand, Vom Reich zum WeÜreich. Hi-
NSDAP und koloniale Frage 1919-1945, Munich, 1969, y TheForeign Po-
\liqofthe Third Reich, Londres, 1973. s ■
^Andreas Hillgruber, “Politische Geschichte in moderner Sicht", HZ216,
U973,pp. 529-52.
^LKlaits Hildebrand, “Geschichte oder ‘Gesellschsftageschichte’? Die
Notíwendigkeiten einer politischen Geschichtsschreibungvon den inter-
tipnalen Beziehungen”, HZ 223,1976, pp. 328-57.
s-Ulrich Wehler, “Modeme Politik-Geschichte oder ‘Grosse Politik
der KabineTte'?”, GC1,1975, pp. 344-69.
¿V.Hans-Ulrich Wehler, ‘Kritik und kritische Antikritik”, HZ 225,1977,
/
/
¡NOTASCAPÍTULO 2 355
60 Véase Kocka, “Ursachen", p. 15, y en Total. undFasch., pp. 39, 44. Véál
se también Winkler, Revolulion, p. 66. Los análisis recientes de los estira
diosos británicos Roger Griffin y Roger Earwell, aunque aplicando difég
rentes definiciones, no tienen dificultad en incluir al nazismo corno un^
parte integral de sus estudios comparativos del fascismo. Véase Rogera
Griffin, The Nature ofFascism, Londres, 1991, y Roger Eatwell, 'Towardss^
new model of generic fascism", Jcrtimal of Theorelical Politics 4, 1992, pj>3
¡
363
r-1969; Re inhard Bollmus, Das Amt Rosenbergund seíne Gegner. Studien zum
^Machtkampfim nationalsoziaUstischenHerrschafissystem, Stuttgart, 1970; Pet-
^W3,.AutarhiepolÍtik, véase cap. 3, nota 4; Edward N. Peterson, The Limits
iofHitler’s Power, Princeton, 1969.
i-2* Véase cap. 2 nota 40 para la referencia completa,
Vcase Broszat, DerStaat Hitlers, p. 9.
¿®É1 argumento está totalmente expuesto en Martín Broszat, “Soziale Mo-
ktivátion und Fuhrer-Bindung des Nationalsozialismus", VJZ18,1970, pp.
„ 392409, aquí esp. pp. 403-8.
:, MVékse, p. ej„ Hans Mommsen, Beamtentum, esp. pp. 18-19; “National-
Jsozialismus", véase nota 4, en este capítulo, columnas 695-702; “Ausnah-
^mezustand ais Herrschaftstechnik des NS-Regimes", Funke, véase cap.
¿3, nota 27, pp. 30-45; “Nationalsozialismus oder Hitlerismus?", Bosch,
&yéase cap. 2, nota 64, pp. 62-7; “National socialism: Continuity and chan-
.■ ge*, Laqueur, véase cap. 2, nota 12, pp. 151-92; “Hitlers Stellung im na-
^iionalsozialistischen Herrschaftssysten”, Hirschfeld y Kettenacker, véase
■ cxd. l.nota 23). dd. 43-72: v su breve texto oara el Deutsches Institut fur
: 5.Hitler y el Holocausto
^LqíDawidowicz, The War against the Jetos 1933-45, Harmondsworth,
1977, p. 17. Para los siguientes comentarios, véase Geoff Eley, “Holo-
*áúst» cap. 1, nota 45.
j^ífehuda Bauer, The Holocaust in Histórica! Perspective, Londres, 1978, p. 31.
capítulo del que se ha tomado la cita es un ataque a la “mistificación” (co-
?pOLO tüce Bauer) del Holocausto. Bauer mismo disntinguía (pp, 31-5) entre
^genocidio —“desnacionalización forzada y hasta asesina"—y “singularme n-
■;¿singuiar" Holocausto: “asesinato total de cada uno de los miembros de
■ itha comunidad”. Debo confesar que no encuentro que esas definiciones o
distinciones sean demasiado convincentes ni analíticamente útiles.
’Dawidowicz, War, p. 17.
4 .Véase el excelente relevamiento historiográfico de Konrad Kwiet, “Zur
■ bistoriographischen Behandlung derjudenverfolgung im Dritten Reich”,
1980, Heft 1, pp. 149-92, aquí esp. pp. 149-53; y el valioso estudio
,deÓtto Dov Kulka, “Major trends and tendencies of Germán historio-
fgraphy on national socialism and the ‘Jewish question' (1924-1984)”, Year-
.kookofthe Leo Baeck Institute 30, 1985, pp. 215-42. Para otros análisis ex
haustivos de la ya considerable cantidad de investigaciones realizada
'Sóbre. la mayor parte de los aspectos del Holocausto, véanse los ensayos
siguientes: Saúl Friedlánder, “From anti-semitism to extermination. A his-
toriographical study of nazi policies towards thejews and an essay in in-
íterpretation”, Yad Vashem Studies 16, 1984, pp. 1-50; y Michael Mar rus,
¡“The history of the Holocaust. A survey of recent literatura", JMH 59,
.1987, pp. 114-60. Más amplio es el excelente estudio de Michael Marrus,
TheHolocaust in History, Londres, 1988.
5 Véase Konrad Kwiet, “Historians of the Germán Democratic Republic
oh antisemitism and persecution”, Yearbook of the Leo Baeck Institute 21,
19176, pp. 173-98.
6 Véase Kurt Pátzold, Faschismus, Rassenwahn, Judenverfolgung, Berlín
oriental, 1975, y “Vertreibung", cap. 3, nota 56.
1 See Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem. A Report on the Banality of
finí, Londres, 1963.
? David Irving, Hitler’s War, Londres, 1977. Véase la devastadora crítica de
Martín Broszat, “Hitier und die Génesis der ‘Endlósung’. Aus Anlass der
Thesen von David Irving”, VJZ25,1977, pp. 737-75, esp. pp. 759 y ss. Tra
ducción al inglés, “Hitier and the génesis of the 'final solution’: An as-
sessment of David Irving's theses", H. W. Koch, ed., Aspecis of the Third
Reich, Londres, 1985, pp. 390-429.
374 IAN
ɮScheulnes, p. 71.
j*9 Citado en Schleunes, p. 74.
^Schleunes, pp. 92-102; Adam, Judenpolitik, pp. 64 y ss., p. 68.
i?1 Maris G. Steinert, Hitler’s Krieg und die Deulschen, Düsseldorf/Viena,
J97O,P.57.
Adam, Judenpolitik, p. 121.
Este informe acerca de la génesis de las leyes de Nuremberg se basa pri
mariamente en Adam, Judenpolitik, pp. 118-22,126; Schleunes, pp. 1281;
¡especialmente, en los análisis de Lother Gruchmann, “‘Blutschutzgesetz’
'imdjystiz. Zur Entstehung und Auswirkung des Núrnberger Gesetzes
15. September 1935", VjfZ31,1983, pp. 41842, aquí esp. pp. 42833,
yOtto DovKulka, “Die Núrnberger Rassengesetze und die deutsche Be-
;yóíkéfüng im Láchte geheimer N8Lage- und Stimmungsberichte", VfZ
■ 82,1ÍÍ84, pp. 582-624, aquí esp. pp. 614-20.
Motamsen, ‘Realisierung’, p. 387 y nota 20. Véase también, para esta
^sección, Adam. Judenpolitik, pp. 125 y ss., y Schleunes, pp. 121 y ss.
Adam,Judenpolitik, pp. 13540; Schleunes, p. 128. Bankier (p. 14) seña-
Jáqüe las primeras ordenanzas reglamentarias de las Leyas de Nurem-
bérg,en las que se definían legalmente al judío, fueron reformadas pa
ra ajustarlas a la opinión de Hitler. Pero las indecisiones de Hitler, luego
ja ansiedad para alcanzar una solución de compromiso, son confirmadas
por las anotaciones en los diarios de Goebbels, Die Tagebücher van Joseph
-Goebbels, véase cap. 4, nota 83, vol. 2, pp. 520-1,5387, 5481, entradas del
1® de octubre, del 7 y 15 de noviembre, 1935.
& Die Tagebücher van Joseph Goebbels, vol. 3, p. 351, entrada del 30 de no-
.yiembre, 1937.
f^ Adam, Judenpolitík, p. 173.
Véase Adam, Judenpolitík, pp. 2087; Schleunes, cap. 7, esp. pp. 240 y ss.
Eh general, para el pogromo y sus consecuencias, Rita Thalmann y Enuna-
rnuel Feinermann, CryslalNtgAt.’9-10 Navember 1938, Londres, 1974. Un in
fórme posterior, bien investigado, aunque periodístico, es el de Anthony
Ready David Fisher, Kristallnacht. UnleashingtheHolocaust, Londres, 1989.
Un análisis breve pero exhaustivo que ubica al pogromo en el contexto
Histórico de antisemitismo y discriminación contra los judíos en Alema
. rita, es el que provee Hermánn Graml, Reichskrislallnacht. Antisemitismos
undJudenverfolgung im Dritten Reich, Munich, 1988. Traducción al inglés,
Ántisemitism and its Origins in the Third Reich, Oxford, 1992. Una exce
lente colección de ensayos, aparecida en el 50’ aniversario del pogro
mo y que resume buena parte de las investigar i oines recientes, es: Wal-
ter H. Pehle, ed., DerJudenpogrom 1938. Von der Reichskrislallnacht’ zum
378 lANS^RSHAJ^
f:;
E
Bfowning, Final Solution, p. 8.
130 Tagebücher van joseph Goebbeb, Parí II, vol. 2, pp. 494-500; el pasaje So-;
bre los judíos está en pp. 498-9. í / i-;.
131 Algunos de estos puntos también han sido señalados en un eiisayo ,
todavía no publicado de Martín Molí, “Die Tagungen der Reichs- und
Gauleiter der NSDAP: Ein verkanntes Instrument der Koordiníerung- .
im ‘Amterchaos’ des Drítten Reiches?" pp. 29-30. Le estoy muy agrade
cido al doctor Molí por permitirme ver una copia de este informativo
ensayo. ¡ ii ■
132 Véase sobre este punto, Longerich, Politik, p. 711 n". 233; y Herbért,
“Führerentscheidung". La respuesta de Gerlach, Kreig, Ernáhrung, Volker-
mord, p. J?86, n. 70, me parece poco convincente. ,t i
133 Gerlach, “Wannsee-Konferenz", p. 29 y n. 129.
134 Véase Longerich, Politik, p. 467 y p. 712, n. 234.
135 El movimiento partisano soviético, nada efectivo en los primeros me
ses después de la invasión alemana a la URSS, era suficientemente im-,
portante para septiembre de 1941 como para hacer que el Oberkomnían-
do de la Wehrmacht dictara un nuevo y brutal edicto con la intención dé
combatir la creciente amenaza. Véase Alexander Dallin, Germán Rule in
Russia, 1941-1945, Londres, 1957, 2! ed., 1981, pp. 74-6, 209. La deten-'
ción del avance alemán en diciembre de 1941 le dio un gran impulso al;
movimiento partisano. Esto ocurrió precisamente en la misma época eñ,
que Hitler y Himmler estaban hablando de usar la lucha partisana para
erradicar a los judíos. ;;,
138 Hannes Heer, “Killing Fields: the Wehrmacht and the Holocaust in'
Belorussia, 1941-1942”, Holocaust and Genoáde Studies 11,1997, pp. 79-101,:
aquí pp. 87,89-90. :,;
(lr, ,1
r
145 peter Longerich, ed., Die Ermordung der europdischenJuden. Eiene umfas-
Londres, 1974. Sin embargo, hay que agregar que no existe una control
ción intrínseca entre la convicción ideológica y el talento administrad^
155 Un intento de analizar desde una perspectiva sociológica los lazoS^
tre la naturaleza carísmática del gobierno nazi y el genocidio es propórg^
cionado por Uta Gerhardt, “Charismatísche Herrschaft und Massentno
im Nationalsozialismus”, GG 24,1998, pp. 503-38.
; dt'.'
Í
h.Klaus Hildebrand, “Die Geschichte der deutschen Aussenpolilik (1933
und die historischen Beispiele der 30er Jahre”, en Erhard Fordraii cjíi¡.¿i
eds., Innen- und Aussenpolilik unter nationalsozialislischer Bedrohungj, Qpl«^
den, 1977, pp. 315-61, aquí esp. pp. 3534.
48 Véase Mommsen, “National socialism: Continuity and change’.jj, ¿77^
y AdolfHitier, esp. p. 93.
49 Broszat, “Soziale Motivation", pp. 406-9.
50 EJ bastante complejo pasaje de Klaus Hildebrand, “Hiders “Prograqun”^
und seine Reallísierung 1939-1942", en Funke, pp. 63-93, aquí p, ^^.
giere algunas de las dificultades de formular una clara
“programa” de Hider.
61 Broszat, “Soziale Motivation”, p. 403. •'.'fffcvt
62 Esto claramente aceptado por Broszat, “Soziale Motivation", p¿^j
53 Sohn-Rethel, véase cap. 3, nota 19, pp. 139-41. yiyi;/
54 "Denkschrift Hitlers über die Aufgaben eines Vierjahrplans",
1965, pp. 204-10, aquí p. 205.
55 Die Tagebüchervon Joseph Goebbels, vol. 2, p. 622, anotación de) 9 d^jiirJjS
nio de 1936.
56 Die TagebüchervonJoseph Goebbels, vol. 2, p. 726, anotación del 15 de ngj
viembre de 1936. , ufó.
51 Die TagebüchervonJoseph Goebbels, vol. 2, p. 743, anotación del 2 ¿3
cíembre de 1936.
58 Die Tagebücher vonJoseph Goebbels, vol. 6, pp. 55, anotación de) 23 deJÉy .
brero de 1937. Véanse también las anotaciones del 28 de enero de 19?7¿ "
en las que se dice que Hitier esperaba tener seis años, pero que actuaría
antes si surgía alguna situación ventajosa, y del 16 de febrero de 1937, .en
la que esperaba “la gran lucha mundial” en un período de “varios año?,"
(pp. 26,45).
59 Die TagebüchervonJoseph Goebbels, vol. 3, p. 198, anotación del 10 deju-
lío de 1937. -l’-i
60 Die Tagebücher vonJoseph Goebbels, vol. 3, p. 378, anotación del 22 de djj
cíembre de—w 1937., ■ .1
51 Otado en Hildebrand, Foreign PoUcy, véase cap. 1, nota 17, p. 88; Car)
J. Burckhardt, Meine Danáger Mission 1937-1939, Munich, 1962, p. 272.¿l
62 El último término es usado por Hauner, “World Dominión", véase no
ta 13 en este capítulo, p. 23.
63 Thies, Arcbiteht, véase nota 10 en este capítulo, p. 189. Véanse también .w
estos ensayos: “Hitler’s European building programme”,yCH13,1978;
pp. 413-31; “Hitlers ‘Endziele’: Zielloser Aktíonismus, Kontinenta!impe
lí um oder Weltherrschaft?”, Michalka, Nalionáisozialstische Aussenpolilik,
pp. 70-91; y “Nazi architecture - Ablueprint for world domination: The
'notas. CAPÍTULO 6 391
Ulast aims of Adolf Hitler”, David Welch, ed., Nazi Propaganda. ThePower
^■<¡nd rte Limitations, Londres, 1983, pp. 45-64.
Hauner, “World Dominión", p. 23.
Í^Jelford Taylor, ed., Hiller's Secret Book, Nueva York, 1961, p. 106.
gf ^Weinberg, Diplomatic Reuolution, p. 21.
fePíDietrich Aigner, "Hitler und die Weltherrschaft", Michalka, Nationalso-
ffi‘tfalislische Aussenpolitik, pp. 49-69, aquí p. 62.
¿y ^Weinberg, Starting World War II, pp. 252-3; Diplomatic Revolution, p. 20.
^ Thies, “Hitlers ‘Endziele’”, p. 78, nota 45, y véase también pp. 72-3; y
Aigner, pp. 53-4.
• :'.-7! Éste es el tenor general de la conclusión de Theodor Schieder: véase
nota 5 en este capítulo.
T 72 Rauschning, Hitler Speaks, pp. 69-75,138.
T 79 Véase Weinberg, Starting World War II, pp. 255-60.
74Thies, Architekt, y "Hitlers ‘Endziele’”, esp. 83.
• ’5Thies, “Hitlers ‘Endziele”, pp. 86-8.
’-?:TwJost Dülffer, “Der Einfluss des Auslandes auf die nationalsozialistische
i- - Politik’, Fordran et al, nota 47 en este capítulo, pp. 295-313, aquí p. 302;
• Hauner, “World Dominión", p. 27; Carr, Hitler, p. 131. Para una visión es
céptica de la importancia otorgada al Plan Z, véase Aigner, pp. 60-1.
y ■ :77 Hauner, "Professionals”, nota 12 en este capítulo, y su 7ndta in Axis Stra-
? T^gy, nota 10 en este capítulo.
78 Andreas Hillgruber, “Der Faktor Amerika in Hitlers Strategic 1938
: 1941”, APZ, 11 de mayo de 1966, p. 4.
■ 79 Hillgruber, “Amerika”, p. 13.
-80 Hillgruber, “Amerika”, pp. 14-21. Véase también Jáckel, Hitler in His-
- lory, cap. 4, y William Carr, Poland lo Pearl Harbor. The Making of the Second
World War, Londres, 1985, esp. pp. 167-9.
81 Véase Meir Michaelis, "World power status or world dominión?”, The
Histórica!JoumallB, 1972, pp. 331-60, aquí p. 351.
83 Citado en Michaelis, pp. 351,357.
89 Véase Michaelis, p. 359.
84 Véase Haunter, “Professionals". Para un ejemplo de “iniciativas loca
les” de “aficionados” haciendo lo suyo en los Balcanes, véase Weinberg,
Diplomatic Revolution, p. 23, nota 81.
IAN KERSIIAW *
392
■:-*S
• Vj
tes que debe enfrentar la moderna investigación histórica" (p. 1), aun
que su propia respuesta a esta cuestión está limitada por su falta de una
clara definición de “modernidad” y “antimodernidad". La esencia de su
argumento, que aun así, en mi opinión, tiene mucho para ser apoyado,
es ver las políticas social y racial nazis “como un todo indivisible”, “mera
mente diferentes caras de la misma moneda", y simultáneamente “mo
derna y profundamente antimodernas” (p. 4). Las políticas raciales na
zis equivalían, por lo tanto, afirman estos autores, a “una forma sin
precedentes de avance hacia el barbarigmo" (solapa de cubierta). Cómo
pudo surgir esto, sin embargo, todavía deja abierta preguntas legítimas
e importantes en las que el tema de la “modernización" puede apenas
ser evitado, como, por ejemplo, si Alemania experimentó una forma pe
culiar de “crisis de modernización” o, como afirma Detlev Peukert, en su
Die WeimarerRepublik (Francfort del Meno, 1987; traducción al inglés, The
WeimarRepubHc, Londres, 1991), una singularmente traumática “crisis de
modernidad clásica". Ni tampoco el correcto acento puesto en el empu
je para la purificación racial como la característica esencial del nazismo
en sí mismo, excluye otras perspectivas de análisis que se ocupan de cues
tiones de modernización, como aquellas que se ocupan de la impensada
contribución del nazismo a la modernización en Alemania y dei legado
del Tercer Reich —por poco que así lo haya querido— para los estados
alemanes que lo sucedieron.
bleme, Ereignisse, Gestalten (Francfort del Meno, 1984). Para una conci^ji^
reseña general, véase Ger van Roon, Widerstand im Drilten Reich, 1979, 7*. ..
ed., Munich, 1998. Una amplia reseña de una serie de publicaciones qtife^ y
aparecieron entre 1979 y 1984 es la presentada por Gerd R. Ueberschir._^
“Gegner des Natío nalsozialismus”, Militdrgeschichiliche Milieilungen, 3$, _
1984, pp. 141-97. Véase también Gerd R. Ueberschár (ed.), Der20Jüli
1944. Bewertung und Rezeption des deutschen Widerstandes gzgeti das NS-Regi- i
me, Colonia, 1997; Ulrich Heinemann, “Arbeit am Mythos. Neuere
ratur zum bürgerlich-aristokratischen Widerstand gegen Hitler und zun^
2O.Juli 1944 (Teil I)”, GG, 21,1995, pp. 111-39; Ulrich Heinemann y Mk f
chael Krüger-Charlé, "Der 20. Juli 1944 in Publizistik und wissenschaftlj^,.
cher Literatur des Jubiláumsjahres 1944 (Teil II)’, GG, 23,1997, pp.' 475-,
501; y Hartmut Mehringer, Widerstand und Emigration. Das NS-Regime uritL...
Munich, 1997.
3 El término parece haber sido usado por primera vez por Hans Momm- r.
sen en su ensayo, “Gesellschaftsbild und Verfassungspláne des deutschen.
Widerstandes", Walter Schmitthenner y Hans Buchheim, eds., Der deuts-,..,.
che Widerstand gegm Hitler, Colonia/Berlín, 1966, pp. 75-6.
4 Un término (Volkswiderstand) explícitamente rechazado por Theo Pir-
ker Schmádeke, p. 1141. fe
5 Véanse los comentarios de Hans Rothfels, The Germán Opposition toHi-...
tler, Londres, 1961,p.8. '- í
6 Véase Schmádeke, p. xviii (los comentarios de Wolfgang Treue), y p;
1155 (los comentarios de Frau Meyer-Krahmer, hija de Cari Goerdeler). '.
7 Klaus Mammach, Die deutsche antifaschistische Widerstandsbewegung 1933
1939, Berlín Oriental, 1974. Mammach agregó similares comentarios én .
su contribución, “Zum antifaschistischen KampfderKPD", Dietrich Eich-
holtz y Kurt Gossweiler, eds., Faschismusforschung. Positionen, Probleme, Pw
lemik, Berlín Oriental, 1980, pp. 323-54, aquí esp. pp. 853-4. '
8 Para un resumen de la historiografía de la RDA sobre la resistencia, véa
se Andreas Dorpalen, Germán History in Marxisi Perspectiva. The East Ger
mán Approach, Detroit, 1985, pp. 418-28. J •
9 Un ejemplo entre muchos de un informe muy completo, aunque dese
quilibrado e ideológicamente cargado, acerca de la resistencia en una re1
gión específica es Der antifaschistische Widerslandskampf unter Führung der
KPD in Mechlenburg 1933 bis 1945, editado por la Bezirkskommission zur
Erforschung der Geschichte der órtlichen Arbeiterbewegung bei den Be-
zirksleitungen Rostock, Schwerin und Neubrandenburg der Sozialistis-
chen Einheitspartei Deutschlands, Rostock, 1970.
■ NOTAS CAPÍTULO 8 399
101 Para una opinión sumamente crítica —aunque envuelta en una duidó- , f
sa suposición reflejada en el título del libro— de las relaciones del gobier- .
no británico con la resistencia alemana, véase Patricia Meehan, TheUnne-
cessary War. Whitehall and the Germán Resístance to Hitler, Londres, 1992.,.
102 Según los relevamientos de opinión, el intento de Stauffenberg encori-
traba desacuerdo incluso en los años cincuenta entre una importante mi- ,í
noria de la población. Véase, por ejemplo, E. Noelle y E. P. Neumann,/aAr-: ■
hich der Óffentlichen Meinung 1947-1955, Allensbach, 1956, p. 138. • :.
103 Algunas de las contribuciones, particularmente las de Martín Broszát' 1
y Hans Mommsen, a la antología de ensayos sobre diversos aspectos de
la resistencia —David Clay Large, ed., Contending with Hitler. Vanetiesof
Germán Resistence in the Third Reich, Cambridge, 1991— apuntan en esa di-:
reccíón.
/.Véase Broszat, Nach Hitler, pp. 114-20 (“Fíne Insel in der Geschíchte?
, Ijer Historiker in der Spannung zwischen Verstehen und Bewerten der
iLIHitler-Zeit”). .
^.Broszat, Nach Hitler, p. 173. Véase cap. 1, pp. 6-8, para breves comenta
rios sobre la filosofía del historicismo tradicional en Alemania.
^Broszat, Nach Hitler, p. 153 y cubierta de contratapa. Siendo alguien que
escribió mucho y con gran sensibilidad sobre los campos de concentra-
'ción nazi, en donde la expresión “tratamiento especial” (‘'Sonderbehand-
htng*) era un eufemismo por asesinato, que Broszat use la expresión en
el presente contexto fue un notable y desafortunado desliz idiomático.
10 Broszat, Nach Hitler, pp. 104 y ss, cf. también pp. 36-41. En este inter
cambio de cartas con Saúl Friedlánder, Broszat hablaba de un “pedido
de normalización del método, no de evaluación”. - Martín Broszat, Saúl
Friedlánder, “Um die ‘Historisierung des Nationalsozialismus’. Ein Brief-
wechsel", VfZ, 36,1988, pp. 339-72, aquí p. 365 (en adelante citado como
“Briefwechsel"). Este intercambio de cartas se publicó traducido al inglés
en Peter Baldwin, ed., Retvorking the Past. Hitler, the Holocaust, and the His
toriaos’ Debate, Boston, Mass., 1990, pp. 102-34. Todas las referencias en
J este capítulo son, sin embargo, de la versión en alemán.
11 Broszat, Nach Hitler, pp. 170-1.
12 Broszat, Nach Hitler, pp. 171-2.
13 Para una excelente colección de ensayos que resume buena cantidad
de valiosa investigación y que coloca al nazismo dentro de un contexto
1 de cambio social de largo plazo, véase W. Gonze y M. R. Lepsius, Sazial-
geschichte der Bundersrepublik Detitschland, Stuttgart, 1983.
M Otto Dov Kulka, “Singularity and its relatívization. Changjng views in
Germán historiography on national socialism and the ‘Final Solution’",
' Yad Vashem Studies, 19, 1988, pp. 151-86, esp. p. 170.
15 Broszat, Nach Hitler, p. 161.
16 Véase Saúl Friedlánder, “Some reflections on the historicization of na
tional socialism”, Tel AviverJahrbuch für deutscbe Geschíchte, 16, 1987, pp.
310-24, aquí p. 313.
17 Friedlánder, ‘‘Reflections”, pp. 310-11, 318; Kulka, “Singularity and
its relatívization”, pp. 152,167. Las dos contribuciones de Ernst Nolte,
que estuvieron en el primer plano de la “Hisiorikerstreit" se reproducen
en “Historiherslreit". Die Dokumentalion der Kontroverse um die Einzigarlig-
keit der nalionalsozialistischen Judenvemichtung, Munich, 1987, pp. 13-35,
39-47.
18 Friedlánder, “Reflections”, pp. 317-18; Kulka, “Singularity and its rela-
tivization”, pp. 167 y ss.
410 IANKÉSSl^ü
1q SI
19 Friedlánder, "Reflections", p. 320; Dan Diner, “Zwischen AporiélinU-..
Apologie", Dan Diner, ed., kt der Nationakozialkmus Geschichte?Zu'Hub&í
rúierungund Historikentreil, Francfort am Main, 1987, pp. 62-73, pp.'*62^.
73, aquí p. 66, Hay una traducción al inglés en Baldwin, ReworiúngthePas^ ,
pp. 135-44. El trabajo al que se hace referencia es el primer ensayo'(“Der,
Zusammenbruch ím Osten 1944/45 ais Problem der deutschen Nátiq^'
nalgeschichte und der europáischen Geschichte”) de Andreas Hillgrii<,
ber, Zweierlei Untergang. Die Zerschlagung des Deutschen Reiches und dasEttáe..
des europáischenJudentums, Berlín, 1986. ' ■
20 Friedlánder, “Reflections". '
21 Friedlánder, “Reflections", pp. 314-16,
22 Broszat, Nach Hiller, pp. 171-2.
13 Friedlánder; “Reflections”, p. 315. r' _»b
24 Friedlánder, “Reflections", p. 314. La crítica de Kulka en “Singuláriiy
and its relativization", pp. 168-73, transitaba por líneas similares. DÍtie^'-
(“Zwischen Aporie und Apologie", p. 67) también criticó la inevitable
pérdida de lo específico del período 1933-45 cuando, como en el enfth,.
que de la "AUtagsgeschichté', el acento se puso en la “normalidad”. CÍuij. ,j
referencia al proyecto de historia oral dirigido por Lutz Niethamrrier,,
sobre las experiencias de los trabajadores del Ruhr, señalaba que“ío^
buenos y los malos tiempos" en la memoria subjetiva de ninguna má^'
ñera coinciden con los desarrollos significativos del período 1933-45^.
Una “considerable trivial!zación de la era nazi" era la supuesta conse-^,.
cuencia. La referencia es de Ulrich Herbert, “Die guten und die séh-^
lechten Zeiten”, Lutz Niethammer, ed., “DieJahre weiss man nicht, wo ñiat¡y.
die heute hinsetzen solí. “ Faschismuserfahrungen im Ruhrgebiet, Bonn, 19á6,
pp. 67-96. -;
25 Friedlánder, “Reflections", pp. 316-17. ‘
26 Friedlánder, “Reflections", pp. 317. ;
27 Friedlánder, “Reflections", pp. 317-21. ' B;i
29 Friedlánder, “Reflections”, pp. 318. ; ; ’Ü:í
j»
97 Amo Mayer, Why did the Heavens not Dariten ? The “Final Solution ” in Hit- í y
tory, Nueva York, 1988. ■“ ’ ó)
58 Baldwin, Reworking the Fas!, p. 26. v
M Buena parte de las contribuciones en la amplia colección de ensayos
editada por Eckhardjesse, Totaiitarismus im 20, Jahrhundert. Eine^lanzderf'f
internationalen Forschung, Bonn, 21 ed., 1999, está fechada en los años nó-' ’;
venta. ’.’.í
40 La evocación de imágenes similares a las presentadas por Hannah K
Arendt en su innovador trabajo de los años cincuenta (analizado én el: 7
cap. 2) es inconfundible. Véase Hannah Arendt, The Origins of Totalitaria-
nism, Nuéva York, 1951. ,¡
41 Para una inteligente y equilibrada comparación —legítima y necesa-" \
ría, por repugnante que sea la tarea— de la escala y el carácter del asesi
nato en maia perpetrado por los regímenes de Stalin y de Hitler, véase!
Maier, UnmasterablePast, ‘‘Preservingdistiñetion", pp. 71-84. '
42 Eberhard Jáckel, “Die doppelte Vergangenheit", Der Spiegel, 23 dé di
ciembre de 1991, pp. 29-43, ofrece algunos comentarios pertinentes so-,
bre este punto.
49 Los ensayos reunidos en Ian Kershawy Moshe Lewin, eds., Siatinism ari-'
da Nazism: Dictatorships in Comparison, Cambridge, 1997, constituyen un J
intento de demostrar este punto.
44 Friedlánder, “Martín Broszat und die Historisierung des Nationalsozia-
lismus", p.159.
45 Véase Niethammer, “DieJahre weiss man nicht particularmente la;
contribución de Ulrich Herbert que generó duras críticas por parte dé'
Dan Diner. Véase referencia en cap. 9, nota 24. s
46 Norbert Frei, “Abschied Von der Zeitgenossenschaft. Der Nationalso-
zialismus und seine Erforschung auf dem Weg in die Geschichte”,
tattgeschichte, 20, 1998, pp. 69-83, aquí p. 71.
47 Los acalorados debates en la DeutscherHistorikertag (Conferencia de His
toriadores Alemanes) de 1998 sobre la conducta bajo el nazismo de dos'
de las más importantes figuras entre los historiadores profesionales dé1
Alemania occidental en la era de posguerra, Wemer Conze y Theodor
Schieder, pueden ser vistos como una ilustración de esto. La defensa de
Conze y Schieder presentada por sus ex alumnos —más tarde ellos mis
mos figuras distinguidas e influyentes en la formación de tendencias bis-
toriográficas—Jürgen Kocka, Wolfgang Mommsen y Hans-Ulrich Weh-
ler, fue recibida con críticas en la Historikertag por una generación más
joven de historiadores. Véanse los comentarios en BerUner Zeitung Die Ta-
geszeítung, Frankfarter Allgemeine Zeitungy Die Suddeütsche Zeitung todos del
; NOTAS CAPÍTULO 10 421
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í
Títulos de la colección:
3 - VECINOS Y CIUDADANOS
Sociedad y política en la Buenos Aires de entreguerras
Luciano de Privitellio
4 - CRISIS Y ORDEN EN EL MUNDO FEUDOBURGUÉS
José Luis Romero
5 - LA ARGENTINA EN LA ESCUELA
La idea de nación en los textos escolares
Luis Alberto Romero (coord.)
6-LATINOAMÉRICA
Las ciudades y las ideas
José Luis Romero
7 - EL PULPITO Y LA PLAZA
Clero, sociedad y política de la monarquía católica a la república resista
Roberto Di Stefano
8 - APENAS UN DELINCUENTE
Crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880-1955
Tila Caimari
9 - LA DICTADURA NAZI
Problemas y perspectivas de interpretación
lan Kcrshaw
10 - EL PARTIDO RADICAL
Gobierno y oposición, 1900-1943
Ana Virginia Persello
11 - VIENTO DE FRONDA
Liberalismo, conservadurismo y democracia en la Argentina, 1911-1932
María Inés Tato
LA DICTADURA NAZI
PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS DE INTERPRETACIÓN
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