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Resumen:
El presente artículo tiene como propósito medir las traslaciones, modificaciones
y ambivalencias de la relación entre poder y subjetividad entre dos hitos de la
producción filosófica de Michel Foucault: Vigilar y castigar (1975) y El na-
cimiento de la biopolítica (1978-79). De esta manera, intentaremos extraer del
procedimiento foucaultiano algunas pistas materialistas para un acercamiento
actual de dicha relación en un momento de máxima disolución social.
Palabras clave:
Foucault, disciplina, biopolítica, relaciones de poder, subjetividad.
Abstract:
The goal of this article is to measure the translations, modifications and
ambivalences of the relationship between power and subjectivity in two land-
marks of the philosophical production of Michel Foucault: Discipline and punish
(1975) and The birth of biopolitics (1978-79). In this way, we will try to extract
the foucaultian procedure some clues to a current materialistic approach of this
relation at a time of maximum social dissolution.
Key words:
Foucault, Discipline, Biopolitics, Power relations, Subjetivity.
Enviado: 28/03/2016
Aceptado: 20/04/2016
1
“Pero si bien la policía como institución ha sido realmente organizada bajo la forma de un aparato
del Estado, y si ha sido realmente incorporada de manera directa al centro de la soberanía política,
el tipo de poder que ejerce, los mecanismo que pone en juego y los elementos a que los aplica son
específicos. Es un aparato que debe ser coextensivo al cuerpo social entero y no sólo por los límites
externos que alcanza, sino por la minucia de los detalles de que se ocupa. El poder policiaco debe
actuar ‘sobre todo’; no es en absoluto, sin embargo, la totalidad del Estado ni del reino, como cuerpo
visible e invisible del monarca; es el polvo de los acontecimientos, de las acciones, de las conductas,
de las opiniones — ‘Todo lo que pasa’” (Foucault, 2009: 216 y 217).
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Este fue un procedimiento utilizado en el Imperio carolingio como modelo extrajudicial para
compensar el existente modelo intra-jurídico que operaba en el antiguo derecho germánico: el
delito flagrante, mediante el cual se sorprendía al infractor cometiendo un crimen. Sin embargo, la
indagación [inquisitio] supone toda una reforma judicial, en tanto que se abandonaba el litigio entre
individuos propio del derecho romano y germánico, para pasar a la consideración de un
representante que llamaba a declarar a distintas personas incumbidas en el crimen, se les hacía jurar
la verdad, y se les disponía al diálogo. Después de esta deliberación había que dar con la solución
final. Por tanto, “podríamos decir que la indagación no es en absoluto un contenido, sino una forma
de saber, situada en la conjunción de un tipo de poder y ciertos contenidos de conocimiento”
(Foucault, 2011: 92).
trayecto. Así, garantiza, en la forma de la continuidad y de la coerción, un crecimiento, una
observación, una calificación” (Foucault, 2009: 165).
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“El cuadro, en el siglo XVIII, es a la vez una técnica de poder y un procedimiento de saber. Se trata
de organizar lo múltiple, de procurarse un instrumento para recorrerlo y dominarlo; se trata de
imponerle un ‘orden’” (Foucault, 2009:152). Tal como la mathesis universalis, la disciplina con-
sigue, sin embargo, operar aún más concretamente, trata de imponerle un “orden” a lo múltiple con
el fin de obtener de ello mayor rentabilidad de su eficacia a la hora de maximizar su utilidad. Por
lo tanto, no anula estrictamente la posición del individuo frente a la multiplicidad, sino que
mediante su funcionalización le otorga sustancia al individuo como ordenación en dicha mul-
tiplicidad. Esto es, la sociedad disciplinaria, que no responde en ningún caso a la disposición de los
mecanismos de la disciplina por parte del Estado, sino a la ampliación de mecanismos disciplinarios
a todo el tejido social, consigue una distribución del poder discreta o celular, en la que al singular
le es imposible reconocerse como tal sino es como nódulo de las intersecciones de poder.
6
“La vigilancia pasa a ser un operador económico decisivo, en la medida en que es a la vez una
pieza interna en el aparato de producción y un engranaje especificado del poder disciplinario”
(Foucault, 2009: 180).
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“El derecho se invierte y pasa al exterior de sí mismo, y […] el contraderecho se vuelve el conte-
nido efectivo e institucionalizado de las formas jurídicas. Lo que generaliza entonces el poder de
castigar no es la consciencia universal de la ley en cada uno de los sujetos de derecho, es la exten-
sión regular, es la trama infinitamente tupida de los procedimientos panópticos. […] Todo meca-
nismo de objetivación puede valer como instrumento de sometimiento” (Foucault, 2009: 226 y 227,
cursiva nuestra).
que han descubierto las libertades, inventaron también las disciplinas (Foucault,
2009: 224 y 225).
De cara a introducir la siguiente sección, queremos inducir el desplazamiento que
sufrirá el pensamiento de Foucault en su última etapa, centrando el foco de las relaciones
de poder ya no como mecanismos de disciplina, sino como biopolítica en el liberalismo y
en el neoliberalismo mediante el concepto de gubernamentalidad. En efecto, las relaciones
de poder se definen como “un modo de acción que no actúa directa e inmediatamente
sobre los otros, sino que actúa sobre su propia acción. Una acción sobre la acción, sobre
acciones eventuales o concretas, futuras o presentes”, y en este sentido, “gobernar es
estructurar el campo de acción eventual de otros” (Dreyfus y Rabinow, 1988: 3 y 4). En
este sentido, se empieza a considerar una pieza clave para el modo de ejercicio del
gobierno que en el modus operandi de la disciplina no tenía lugar, esto es, la libertad de
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los hombres como contrapunto del ejercicio del poder.
Por tanto, ante la muerte del Estado-providencia o el Estado-omnivigilante11 cuyo
mecanismo principal es la disciplina, empieza a surgir una nueva racionalidad del poder
que trata de invertir el motto que hacía valer la razón de Estado, anteriormente comentada,
como hacer morir o dejar vivir. Efectivamente, la biopolítica trata de un poder de hacer
vivir y dejar morir. Esta opera de una manera diametralmente opuesta a la anatomopolítica
propia de la sociedad disciplinaria, ya que esta última se dirige al cuerpo individual,
mientras que la biopolítica se dirige al hombre como especie. Mientras que la primera trata
de organizar y atravesar de orden y vigilancia la multiplicidad de los hombres con el fin
de adiestrarlos y aumentar así su utilidad productiva; la biopolítica toma la multiplicidad
de los hombres, ya no como resumen de cuerpos individuales a adiestrar, sino como
volumen de población afectada por los avatares de la vida, tales como la muerte, el
nacimiento, la producción, la enfermedad, etcétera (Foucault, 2003: 220). Efectivamente,
surge un nuevo objeto del poder: la población. Este será el cuerpo al que se dirigirá el
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“Cuando se define el ejercicio del poder como un modo de acción sobre las acciones de los otros,
cuando se le caracteriza como el ‘gobierno’ de unos hombres sobres otros —en el sentido más
amplio de esta palabra— se debe incluir siempre un elemento importante: la libertad. El poder sólo
se ejerce sobre ‘sujetos libres’ y mientras que son ‘libres’” (Dreyfus y Rabinow, 1988: 4).
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Tenemos que especificar en este punto que hablar de “el Poder” se trata de una mera economía
de palabras, ya que “no hay algo como ‘el Poder’ que pudiera existir globalmente, en bloque o
difusamente, concentrado o distribuido: sólo existe le poder que ejercer ‘unos’ sobre ‘otros’. El poder
existe únicamente en acto, incluso si éste se inscribe en un campo de posibilidad disperso que se
apoya en estructuras permanentes” (Dreyfus y Rabinow, 1988: 3). En este sentido, este último
Foucault diferencia las relaciones de poder, cuya definición ya hemos recordado, de las relaciones
de dominación: “La dominación es una estructura global de poder cuyas ramificaciones y
consecuencias se pueden encontrar hasta en los más sutiles nexos de la sociedad. Pero al mismo
tiempo es una situación estratégica más o menos adquirida y consolidada de un enfrentamiento de
amplia duración entre adversarios” (Dreyfus y Rabinow, 1988: 7). Por ello, parece que Foucault en
última instancia persiste en la idea de que la libertad sólo subsiste como contrapunto del poder, en
tanto que ninguna relación de poder puede pervivir sin tener algún punto de insumisión que se le
escape, siendo, sin embargo, más impotentes estos puntos insurrectos respecto de las relaciones de
dominación.
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“Creo, de todas formas, que hay una cosa muy cierta, y es que tal como ha funcionado el Estado
hasta ahora, es un Estado que no tiene ya posibilidades ni se siente capaz de gestionar, dominar y
controlar toda la serie de problemas, de conflictos, de luchas, tanto de orden económico como
social, a las que pueden conducir esta situación de energía clara. Dicho de otro modo: hasta ahora
el Estado ha funcionado como una especie de Estado-providencia y, en la situación económica
actual, ya no puede serlo” (Foucault, 1985: 164).
poder, esto es, el cuerpo social y los fenómenos colectivos; y no tanto a la relación del
individuo con su propio cuerpo, tal y como operaba la disciplina.
Por otro lado, los mecanismos que operan en la disciplina y la biopolítica no son
excluyentes en tanto que no se comportan como fases históricas del desarrollo del poder,
sino que pueden articularse como relaciones de poder que operan en distintos niveles de
manera que sea posible conjugarlos para aumentar su fuerza.
Por otra parte, esos dos conjuntos de mecanismos, uno disciplinario y el otro
regularizador, no son del mismo nivel. Lo cual les permite, precisamente, no
excluirse y poder articularse uno sobre el otro. Inclusive, podemos decir que,
en la mayoría de los casos, los mecanismos disciplinarios del poder y los
mecanismos regularizadores de poder, los primeros sobre el cuerpo y los
segundos sobre la población, están articulados unos sobre otros” (Foucault,
2003: 227).
De hecho, en Vigilar y castigar ya se vislumbra el incipiente procedimiento regulador
del que se valdrá la biopolítica a la hora de ejercer el poder mediante el mecanismo del
examen. Efectivamente, este no solo permite tratar al individuo como exhaustivamente
analizable, sino que también permite el conocimiento exhaustivo de otros individuos
mediante la comparación entre los mismos y con ello, conocer su posición en la población.
También existe una articulación de este tipo entre disciplina y biopolítica en la forma
de gubernamentalidad del liberalismo (Arribas, Cano, y Ugarte, coords., 2010: 39-61). En
este opera una autolimitación de la razón gubernamental en la que se basaba la razón de
Estado que trata de reducir los ámbitos de acción del gobierno. Se trata, de esta manera,
de un desbordamiento interior de la forma de gobierno de la razón de Estado hacia la
biopolítica, en tanto que la sociedad civil se separó del Estado como síntoma del sur-
gimiento del capitalismo conservando su propio campo de acción.
De hecho la idea de una oposición entre sociedad civil y Estado ha sido
formulada en un contexto determinado respondiendo a una intención concreta:
los economistas liberales han propuesto dicha oposición a finales del siglo XVIII
con el fin de limitar la esfera de acción del Estado, concibiendo a la sociedad
civil como el lugar de un proceso económico autónomo (Foucault, 1985: 218).
Con ello, se acogerá el funcionamiento de un Estado mínimo que deje espacio a la libre
articulación de los intereses privados de los individuos, resultando esta, de suyo, el be-
neficio general de los mismos. El funcionamiento del laissez faire, como hemos indicado
anteriormente, acaba con la función paternalista del Estado-providencia, y de esta manera
se ampliará a la capa social el principio de utilidad e interés enrocado en la preeminencia
del reconocimiento de una nueva subjetividad como agente libre: el homo œconomicus.
Este no tiene más remedio que acoger como principio racional que rige la capa social la
propia maximización de los beneficios mediante el principio de utilidad y de interés.
Por tanto, esta nueva forma de gobierno, al no tomar como objeto el cuerpo del
individuo, sino el campo de acción de todos los individuos, en tanto que se ejercita
mediante tecnologías reguladoras de sus propias acciones, “no pretende anular la iniciativa
de los gobernados —es decir, de su práctica de libertad— imponiéndole un estándar [tal y
como ocurría en la sociedad disciplinaria mediante la sanción normalizadora], sino
emplearla a su favor” (Ugarte, ed., 2005: 75, cursiva nuestra). En este sentido, ciframos la
libertad como contrapunto del ejercicio del poder, ya que necesita de la misma para
efectuarse, manteniendo así una relación entre ambos de agonismo, de correferencialidad
que mantiene la tensión mediante la que ambos se definen, y no de mero antagonismo
como ocurría en la disciplina, en tanto que el fin de esta era el adiestramiento del in-
dividuo, intentando asumir con ello todos los espacios posibles de resistencia (aunque por
su propia definición, esto es, el poder como acción de unos individuos sobre otros, siempre
obtuviera puntos ciegos que indujeran a la posibilidad de resistencia).
Esta libertad que se reconoce en el individuo, sin embargo, está artificialmente pro-
ducida para que se puedan desarrollar sus intereses privados posibilitados por un me-
canismo de control que tiene como fin asegurar esa misma libertad, que ha de consumirse
a cada instante mediante la consumación del interés privado. En este punto, Foucault
asume esta libertad como limitación de la misma, en tanto que resulta artificialmente
producida mediante mecanismos disciplinarios que se prolongan en la gubernamentalidad
liberal y que tienen como único fin salvaguardar dicha libertad como estrictamente
agotada en la iniciativa privada, la cual rige al mismo tiempo el mercado como espacio de
veridicción.
Existe un último tránsito que opera de la gubernamentalidad liberal a la guber-
namentalidad neoliberal. Mientras que en la primera se trataba de una autolimitación de
la razón de Estado para liberar espacios de mercado mediante el conocido laissez faire; la
segunda toma al Estado como mero efecto óptico a partir de la liberación del espacio
económico con el fin únicamente de salvaguardar la propia libertad mercantil, ampli-
ándose, por el contrario, la racionalidad de mercado a ámbitos en los que el dominio no
es económico, esto es, colonizando todos los espacios de la vida mediante la teoría del
capital humano puesta en marcha por los economistas norteamericanos Gary S. Becker y
Theodore Schultz.
Con la teoría del capital humano en la mano, los economistas neoliberales se ven en
condiciones de realizar una crítica a la manera en que la economía clásica interpretó el
concepto de trabajo meramente como elemento objetivo dentro del sistema de pro-
ducción, por lo que “jamás analizó el trabajo mismo, o mejor dicho, se dedicó a
neutralizarlo sin cesar, y lo neutralizó mediante su reducción exclusiva al factor tiempo”
(Foucault, 2012: 256). Efectivamente, para los economistas liberales como Ricardo, Keynes
o Smith —e incluso por el bando contrario, Karl Marx—, el trabajo era un factor de
producción y, por lo tanto, se trataba de un elemento pasivo dentro del sistema económico
en su dependencia de una alta tasa de inversión.
Por tanto, los objetos de estudio pertenecientes al liberalismo clásico para los neo-
liberales se resumían en los mecanismos del sistema de producción, de intercambio y su
interrelación con el consumo dentro de la sociedad, mientras que los neoliberales trataban
de penetrar en el comportamiento humano cifrado en las decisiones que toman los in-
dividuos en la apropiación de determinados medios escasos para fines que se excluyen
entre sí.
La economía, por lo tanto, ya no es el análisis de procesos, es el análisis de una
actividad. Y ya no es entonces el análisis de la lógica histórica de procesos, sino
el análisis de la racionalidad interna, de la programación estratégica de la
actividad de los individuos (Foucault, 2012: 261).
De esta manera, los economistas neoliberales pretenden corregir la consideración li-
beral del trabajo como mero engranaje de la producción, introduciendo un concepto de
trabajo que toma la perspectiva del trabajador para conocer las decisiones que toma según
los recursos de los que dispone. De esta manera, se podrá captar el concepto de trabajo
ya no como un elemento objetivo dentro del análisis económico, sino como un sujeto
económico activo.
Como consecuencia, si tomamos el concepto de salario desde la perspectiva del
trabajador ya no responderá al precio de la venta de su fuerza de trabajo, como ocurría en
Por muy sorprendente que parezca, en el momento en que escribía el filósofo francés, se
vislumbraba en la forma de gubernamentalidad neoliberal una de las posibilidades para
materializar la emancipación social. Sin embargo, nosotros, ciudadanos del siglo XXI, que
hemos sufrido la radicalización del neoliberalismo más voraz, hemos experimentado la
falsificación de aquella utopía capitalista y estamos en condiciones de señalar las pro-
longaciones de mecanismos disciplinarios operativos en la gubernamentalidad neoliberal.
Efectivamente, esta prolongación se produce a través del desplazamiento que existe entre
el liberalismo clásico, que reacciona ante el intervencionismo estatal liberando los es-
pacios mercantiles de su jurisprudencia, y el neoliberalismo, que se declara espe-
cíficamente intervencionista, si bien es cierto que acoge otros puntos de aplicación para el
mismo. Mediante la asimilación de la “forma empresa” a todo el espesor de la trama social,
la gubernamentalidad neoliberal tiene por objeto de su intervención la propia sociedad,
ya no para someterla a la forma mercancía, sino para someterla artificialmente a una
estructura de competitividad entre los individuos como mecanismo, aparentemente
espontáneo, de regulación económica del mecanismo de los precios. Por tanto, en vez de
actuar como la gubernamentalidad liberal, esto es, intentando ajustar un espacio concreto
en donde la libertad podría actualizarse en condiciones competitivas naturales; el
neoliberalismo interviene constantemente en el espesor mismo de la sociedad —con-
sistiendo en esto la mencionada Gesellschaftpolitik y la Vitalpolitik—, para producir
artificialmente, mediante mecanismos de vigilancia perpetua, unas condiciones de
subordinación/clasificación, la norma. Tomada en su conjunto, la gubernamentalidad liberal era a
la vez legalista y normalizadora, y la reglamentación disciplinaria era el intercambiador entre los
dos aspectos” (Foucault, 2012: 303).
liberalismo,14 ni mucho menos que el concepto de trabajo que manejan sea alienante para
el trabajador.15
Sin embargo, los mecanismos de disciplina ya no funcionan en el neoliberalismo
mediante la vigilancia directa de los empleados a la hora de controlar su fuerza de trabajo,
sino que pone en marcha una sutil forma de dominación: construye identidades laborales
mediante la promoción de determinadas actitudes que aumenten su capital humano. Esto
es, la forma de dominación específicamente neoliberal deja de ser tecnológica para pasar
a ser ontológica, es decir, productora de subjetividad.
Por tanto, a pesar de que la sujeción que se lleva a cabo en el neoliberalismo no
pretende ser una sujeción interna de los individuos —tal y como ocurría en la disciplina—
de manera que sustituye esta por una supuesta “tecnología ambiental”; sin embargo, por
otro lado, sigue uniendo obediencia, verdad del sujeto y procesos de individuación debido
a una combinación de las prácticas de gobierno hetero y autoformativas, en las que se
unen las tecnologías de gobierno con las tecnologías del yo en los procesos de
subjetivación que dan lugar al mencionado “empresario de sí”. Este es un tipo de
subjetividad que, como hemos dicho, concibe su propia existencia como inversión en la
forma empresa que adquiere su propio proyecto de vida. De esta manera, estamos
presenciando inevitablemente una mutación epistemológica del concepto de trabajo
estable —entendido como base para el proyecto de vida— hacia el concepto de
empleabilidad del trabajador, que incluye —en un modo de prolongación de los
mecanismos clásicamente disciplinarios— un procedimiento de examen continuo de las
aptitudes y capacidades de esa idoneidad-máquina en la que se ha convertido el
trabajador, consiguiendo así que le releguen a un proceso constante de actualización y
formación a la hora de adaptarse al mercado laboral. El individuo se debe de hacer cargo
de un imperativo de flexibilidad exhaustivo a la hora de adaptarse continuamente a las
exigencias del mercado, y dar cuenta con ello de una autonomía responsable que ligue el
éxito personal a la propia iniciativa, la creatividad, la polivalencia que conllevan el ideario
de los valores de compromiso con la propia mentalidad ganadora. De esta manera, los
trabajadores sólo consiguen relacionarse con los otros mediante una atomización que es
construida por dichos conceptos que producen un esquematismo en el sujeto, em-
pobreciendo sus relaciones sociales atravesadas por el filtro de la competitividad
artificialmente producida por el intervencionismo exhaustivo que lleva a cabo el
neoliberalismo. Con ello, se estigmatiza cualquier tipo de relación social que esté guiada
por intereses colectivos debido al ensalzamiento de la cultura privada que promueve el
éxito personal, y que por tanto, impide cualquier tipo de respuesta colectiva ante el
desmantelamiento de los derechos laborales en nombre de la citada empleabilidad.
Sin embargo, este ideario del trabajador cualificado, que no percibe el trabajo como
medio de subsistencia económica, sino como forma de vida en la que uno se realiza
personalmente, en esencia responde a la ideología propia de la época neoliberal. Para
14
“Solo se toma al sujeto en cuanto homo œconomicus, lo cual no quiere decir que se lo considere
totalmente así. En otras palabras, el abordaje del sujeto como homo œconomicus no implica una
asimilación antropológica de cualquier comportamiento a un comportamiento económico. Quiere
decir, simplemente, que la grilla de inteligibilidad que va a proponerse sobre el comportamiento de
un nuevo individuo es ésa” (Foucault, 2012: 292, cursiva nuestra).
15
“En otras palabras, la idoneidad del trabajador es en verdad una máquina, pero una máquina que
no se puede separar del trabajador mismo, lo cual no quiere decir exactamente, como lo decía por
tradición la crítica económica, sociológica o psicológica, que el capitalismo transforme al trabajador
en máquina, y por consiguiente, lo aliene. Es menester considerar que la idoneidad que se hace
carne con el trabajador es, de alguna manera, el aspecto en que este es una máquina, pero una
máquina entendida en el sentido positivo, pues va a producir ingresos” (Foucault, 2012: 263).
BIBLIOGRAFÍA
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16
“Digo que la gubernamentalidad implica la relación de uno consigo mismo, lo que significa
exactamente que, en esta noción de gubernamentalidad, apunto al conjunto de prácticas mediante
las cuales se pueden constituir, definir, organizar e instrumentalizar las estrategias que los
individuos, en su libertad, pueden tener los unos respecto de los otros. Son individuos libres quienes
intentan controlar, determinar y delimitar la libertad de los otros y, para hacerlo, disponen de ciertos
instrumentos para gobernarlos. Sin duda eso se basa, por tanto, en la libertad, en la relación de uno
consigo mismo y la relación con el otro. Mientras que, si se intenta analizar el poder no a partir de
la libertad, de las estrategias y de la gubernamentalidad, sino a partir de la institución política, solo
es posible considerar al sujeto como sujeto de derecho. […] En cambio, la noción de
gubernamentalidad permite, eso creo, hacer valer la libertad del sujeto y la relación con los otros,
es decir, lo que constituye la materia misma de la ética” (Foucault, 1999: 414).
Fuentes electrónicas
TOKUMITSU, Miya y MAG, Jacobin (2014). “En el nombre del amor”. Periódico Diagonal.
Consultado el 13 de mayo de 2015 en https://www.diagonalperiodico.net/la-
plaza/22753-nada-lubrica-mejor-la-explotacion-convencer-trabajadores-estan-
haciendo-lo-aman.html