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PODER

Y SUBJETIVIDAD EN MICHEL FOUCAULT:


TRASLACIONES, MODIFICACIONES, AMBIVALENCIAS
Lorena Acosta Iglesias
Universidad Complutense de Madrid
lorena.acosta.iglesias@gmail.com

Resumen:
El presente artículo tiene como propósito medir las traslaciones, modificaciones
y ambivalencias de la relación entre poder y subjetividad entre dos hitos de la
producción filosófica de Michel Foucault: Vigilar y castigar (1975) y El na-
cimiento de la biopolítica (1978-79). De esta manera, intentaremos extraer del
procedimiento foucaultiano algunas pistas materialistas para un acercamiento
actual de dicha relación en un momento de máxima disolución social.
Palabras clave:
Foucault, disciplina, biopolítica, relaciones de poder, subjetividad.

Abstract:
The goal of this article is to measure the translations, modifications and
ambivalences of the relationship between power and subjectivity in two land-
marks of the philosophical production of Michel Foucault: Discipline and punish
(1975) and The birth of biopolitics (1978-79). In this way, we will try to extract
the foucaultian procedure some clues to a current materialistic approach of this
relation at a time of maximum social dissolution.
Key words:
Foucault, Discipline, Biopolitics, Power relations, Subjetivity.

Enviado: 28/03/2016
Aceptado: 20/04/2016

EL PUNTO DE PARTIDA: LA DISCIPLINA COMO EJERCICIO DEL PODER Y LA FORMACIÓN DEL


SUJETO JURÍDICO MODERNO

En primer lugar, quisiéramos tomar como punto de partida, a la hora de transitar el


mencionado recorrido contrapesando la relación foucaultiana entre poder y subjetividad,
la definición que da el propio Foucault del modo de ejercicio del poder de la disciplina
para acometer posteriormente los distintos mecanismos de los que se sirve y el tipo de
individualidad que produce:

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La “disciplina” no puede identificarse ni con una institución ni con un aparato.


Es un tipo de poder, una modalidad para ejercerlo, implicando todo un conjunto
de instrumentos, de técnicas, de procedimientos, de niveles de aplicación, de
metas; es una “física” o una “anatomía” del poder, una tecnología (Foucault,
2009: 218).
Ciertamente, el ejercicio de las relaciones de poder en la disciplina no puede ser
reabsorbido por una única instancia totalitaria que se proyecte estrictamente desde arriba,
sino que se cristaliza en distintas instituciones que aprovechan sus mecanismos para
reforzar su propio funcionamiento. Tampoco significa esto que Foucault niegue la obvie-
dad de que el Estado haga valer en gran parte su funcionamiento debido a su control
exhaustivo en pos de la perpetuación de los mecanismo disciplinarios —a ello responde,
de hecho, la institución de la policía, pero ésta no respondería tanto a la forma magnánima
de gobierno de la que hace gala el Estado en su totalidad,1 sino más bien a una infrapolítica:
“es lo infinitamente pequeño del poder político” (Foucault, 2009: 217)—. Por tanto, poco
tiene que ver este funcionamiento de la policía, en tanto que nacionalización de los
mecanismos de disciplina, con aquella policía centralizada como “expresión más directa
del absolutismo monárquico” (Foucault, 2009: 216) que funcionaba, ya in nuce, a través
de mecanismos de control de población y control permanente del comportamiento de los
individuos. El principal mecanismo del que se servía eran las lettres-de-cachet, espe-
cíficamente en Francia, cuando en pleno S.XIX se estaba procediendo a una estatalización
progresiva a través de un desplazamiento de las instancias de control donde la detentación
del poder pasaba, aparentemente, de las manos de la burguesía a un sistema para-judicial
como mecanismo del mismo. Las lettres-de-cachet “no eran una ley o un decreto, sino una
orden del rey referida a una persona a título individual, por la que se le obligaba a hacer
alguna cosa. […] Por medio de una lettre-de-cachet se podía arrestar a una persona,
privarla de alguna función, etcétera, por lo que también puede decirse que era uno de los
grandes instrumentos de poder de la monarquía absoluta”. (Foucault, 2011: 113). Sin
embargo, la labor de archivo de Foucault pudo determinar que la gran mayoría de las
lettres-de-cachet, a pesar de estar enviadas personalmente por el rey, no significaba que
este fuera el que había decidido otorgarlas, sino que procedían de la propia capa de la
población, sin llevar a cabo una indagación2 a la hora de poder certificar la veracidad de
aquello de lo que se le acusaba a determinado individuo.


1
“Pero si bien la policía como institución ha sido realmente organizada bajo la forma de un aparato
del Estado, y si ha sido realmente incorporada de manera directa al centro de la soberanía política,
el tipo de poder que ejerce, los mecanismo que pone en juego y los elementos a que los aplica son
específicos. Es un aparato que debe ser coextensivo al cuerpo social entero y no sólo por los límites
externos que alcanza, sino por la minucia de los detalles de que se ocupa. El poder policiaco debe
actuar ‘sobre todo’; no es en absoluto, sin embargo, la totalidad del Estado ni del reino, como cuerpo
visible e invisible del monarca; es el polvo de los acontecimientos, de las acciones, de las conductas,
de las opiniones — ‘Todo lo que pasa’” (Foucault, 2009: 216 y 217).
2
Este fue un procedimiento utilizado en el Imperio carolingio como modelo extrajudicial para
compensar el existente modelo intra-jurídico que operaba en el antiguo derecho germánico: el
delito flagrante, mediante el cual se sorprendía al infractor cometiendo un crimen. Sin embargo, la
indagación [inquisitio] supone toda una reforma judicial, en tanto que se abandonaba el litigio entre
individuos propio del derecho romano y germánico, para pasar a la consideración de un
representante que llamaba a declarar a distintas personas incumbidas en el crimen, se les hacía jurar
la verdad, y se les disponía al diálogo. Después de esta deliberación había que dar con la solución
final. Por tanto, “podríamos decir que la indagación no es en absoluto un contenido, sino una forma
de saber, situada en la conjunción de un tipo de poder y ciertos contenidos de conocimiento”
(Foucault, 2011: 92).

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La lettre-de-cachet era por consiguiente una forma de reglamentar la moralidad


cotidiana de la vida social, una manera que tenían los grupos —familiares,
religiosos, parroquiales, regionales, locales— de asegurar su propio mecanismo
policial y su propio orden (Foucault, 2011: 115).
Por tanto, aunque aparentemente estas lettres-de-cachet suponían una prolongación de
la forma de gobierno de la razón de Estado, en realidad ya se estaba fraguando en ellas,
nunca mejor dicho, avant la lettre, la operación que llevaría a cabo la forma de gobierno
propia de la disciplina.3 El surgimiento de esta se fraguará al hilo de la emergencia del
capitalismo, en tanto que busca la apropiación completa de los cuerpos como cuerpos
dóciles, esto es, analizables y manipulables con el fin de extraer de ellos toda la utilidad
posible de sus movimientos, estando éstos sometidos a un principio de economía que
asegure su máxima eficacia. Esto se lleva a cabo principalmente por dos tipos de sujeciones
a través del espacio y del tiempo, estando estos totalmente asimilados como espacio y
tiempo de producción:
El desarrollo, en la época clásica, de una nueva técnica para ocuparse el tiempo
de las existencias singulares; para regir las relaciones del tiempo, de los cuerpos
y de las fuerzas; para asegurar una acumulación de la duración, y para invertir
en provecho o en utilidad siempre acrecentados el movimiento del tiempo que
pasa. ¿Cómo capitalizar el tiempo de los individuos, acumularlo en cada uno
de ellos, en sus cuerpos, en sus fuerzas o sus capacidades y de una manera que
sea susceptible de utilización y de control? ¿Cómo organizar duraciones
provechosas? Las disciplinas, que analizan el espacio, que descomponen y
recomponen actividades, deben ser también comprendidas como aparatos para
sumar y capitalizar el tiempo (Foucault, 2009: 161).
Por tanto, ya no se trata se reconducir mediante la coacción los signos del cuerpo, sino
sus propias fuerzas, las cuales se tratan de economizar a través de mecanismos que
disponen reticularmente sus movimientos en el tiempo y el espacio. Como se puede ver,
no se trata de una relación de apropiación de los cuerpos tal como ocurre en las formas
de dominación en la esclavitud, sino que la disciplina, al intentar economizar dicha
relación subordinada, la hace menos costosa y, al mismo tiempo, menos violenta. En este
punto estriba la insistencia de Foucault sobre la faceta productiva del poder: no relegando
este a mera coacción, sino que siendo capaz de modular un tipo de subjetividad, reforma
las virtualidades del individuo, aumentando al mismo tiempo las fuerzas del cuerpo en
términos de utilidad y corrigiendo su relación con su propio cuerpo, consiguiendo un
efecto de obediencia, y justamente en este sentido, ese doble plano entre economía del
mismo y su reducción de la violencia ritualizada llevada a cabo en los suplicios.
Esta microfísica del poder, tal y como opera la disciplina, se construye principalmente,
como hemos dicho, a través de una distribución de los espacios y series en el tiempo. El
espacio tiende a ser hermético, cerrado sobre sí mismo, lo que promulga, a través a la
repetición del ejercicio,4 la monotonía propia de la disciplina. A ello contribuye también

3
“El control de los individuos, esa suerte de control penal punitivo sobre sus virtualidades no puede
ser efectuado por la justicia, sino por una serie de poderes laterales al margen de la justicia, tales
como la policía y toda una red de instituciones de vigilancia y corrección: la policía para la
vigilancia; la instituciones psicológicas, psiquiátricas, criminológicas, médicas y pedagógicas para
la corrección. […] Esta red de un poder que no es judicial debe desempeñar una de las funciones
que se atribuye la justicia a sí misma en esta etapa: función que no es ya de castigar las infracciones
de los individuos, sino de corregir sus virtualidades” (Foucault, 2011: 102 y 103).
4
“El ejercicio es la técnica por la cual se imponen a los cuerpos tareas a la vez repetitivas y di-
ferentes, pero siempre graduadas. Influyendo en el comportamiento en un sentido que disponga
hacia un estado terminal, el ejercicio permite una perpetua caracterización del individuo ya sea en
relación con ese término, en relación con los demás individuos, o en relación con un tipo de
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la distribución espacial estanca de los individuos, en la que a cada uno le corresponde un


lugar. De esta manera, mediante un mecanismo de vigilancia que se perpetúa desde arriba,
se consigue sancionar en cada momento la conducta y determinar la presencia de los
individuos en orden a producir mayor eficacia en las comunicaciones, con el fin de crear
con ello un espacio analítico y útil al mismo tiempo. El individuo se define, por tanto,
dentro del sistema de relaciones dispuesto por la distribución del espacio: no tiene
sustancia propia sino que se adhiere a un rol, un rango que los individualiza como cuerpos
dentro de una localización determinada precedida por el establecimiento de cuadros.5
Como hemos comentado anteriormente, la distribución del tiempo en series con ocu-
paciones determinadas, ritmos determinados y ciclos de repetición, es otra de las formas
que adquiere el ejercicio del poder en la disciplina con el fin de asimilar la totalidad del
tiempo como tiempo de producción, lo que promueve a su vez una economía del gesto a
la hora de conseguir mayor exactitud y aplicación, así como regularidad, rasgos que plagan
el tiempo disciplinario.
Esta economía del gesto, de hecho, intenta adaptar el cuerpo al ritmo del tiempo
disciplinario. Henry Ford nos parece el ejemplo más adecuado para ilustrar este punto, ya
que no se trata de una exigencia exterior que coarte al propio cuerpo, sino que se trata de
un imperativo que controla desde el interior del individuo las fases en las que se
desarrollará el gesto para su mayor eficacia. De esta manera, como correlato a la economía
del gesto se establecerá “una especie de esquema anatomo-cronológico del compor-
tamiento” (Foucault, 2009: 156), ya que el cuerpo disciplinado en su totalidad es la mejor
forma de asegurar la economía del gesto. Por su parte, el gesto no puede realizarse en su
mayor eficacia si no es teniendo como apéndice la propia máquina, o en su defecto, objeto.
En esta correlación del cuerpo-máquina se procede a una utilización exhaustiva de sus
fuerzas productivas en una asimilación total del tiempo como tiempo de producción, no
permitiendo la ociosidad y considerando el tiempo en sí mismo como si fuera inagotable
y la rapidez como si en sí misma fuera una virtud.
Foucault, por su parte, cuando habla de control “desde arriba”, como hemos anticipado,
no se refiere en ningún caso a la función Estatal, sino a un tipo de vigilancia jerárquica que
empieza a formar parte integrante del propio proceso de producción como juego de la
mirada que controla la presencia6 constante del individuo como engranaje especializado,
y que a su vez, es capaz de un control interior del propio individuo presionado por dicha
presencia ausente de una mirada que controla, pero que no es susceptible de ser


trayecto. Así, garantiza, en la forma de la continuidad y de la coerción, un crecimiento, una
observación, una calificación” (Foucault, 2009: 165).
5
“El cuadro, en el siglo XVIII, es a la vez una técnica de poder y un procedimiento de saber. Se trata
de organizar lo múltiple, de procurarse un instrumento para recorrerlo y dominarlo; se trata de
imponerle un ‘orden’” (Foucault, 2009:152). Tal como la mathesis universalis, la disciplina con-
sigue, sin embargo, operar aún más concretamente, trata de imponerle un “orden” a lo múltiple con
el fin de obtener de ello mayor rentabilidad de su eficacia a la hora de maximizar su utilidad. Por
lo tanto, no anula estrictamente la posición del individuo frente a la multiplicidad, sino que
mediante su funcionalización le otorga sustancia al individuo como ordenación en dicha mul-
tiplicidad. Esto es, la sociedad disciplinaria, que no responde en ningún caso a la disposición de los
mecanismos de la disciplina por parte del Estado, sino a la ampliación de mecanismos disciplinarios
a todo el tejido social, consigue una distribución del poder discreta o celular, en la que al singular
le es imposible reconocerse como tal sino es como nódulo de las intersecciones de poder.
6
“La vigilancia pasa a ser un operador económico decisivo, en la medida en que es a la vez una
pieza interna en el aparato de producción y un engranaje especificado del poder disciplinario”
(Foucault, 2009: 180).

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controlada. Esta inspección jerarquizada, sin embargo, no tendría ningún efecto si no es


por la distribución espacial de las series temporales en las que están dispuestas las
funciones especializadas de cada individuo, las cuales le otorgan su propio rango dentro
de cada mecanismo operativo tanto en las escuelas, hospitales, fábricas o ejércitos.7 Esto
no solo se consigue mediante la vigilancia jerarquizada, sino que esta necesita de un
mecanismo de micropenalidad, por el cual se pueda corregir todo tipo de acciones que
desvíen al individuo de su función, que lo estandariza en una norma. De esto trata la
sanción normalizadora, en tanto que corrige todas las desviaciones del individuo que no
se ajustan a dicha norma bien determinada mediante cálculo exhaustivo de la máxima
utilidad. De esta manera, todos los individuos se deben ajustar a dicha norma como un
modelo de comportamiento basado en la docilidad, tal y como hemos comenzado este
apartado. Sin embargo, no se trata tanto de un poder que tenga su foco en lo corporal sino
en lo físico, ya que mediante la norma no solo sanciona lo anormal, sino que produce un
tipo de subjetividad modelo que requiere de un control interior a la adaptación.
Por último, nos gustaría hacer referencia al procedimiento del examen operativo en la
disciplina como ejercicio del poder. En este dispositivo es donde mejor se reúnen las
relaciones de saber-poder, estando en continua comunión con la noción de docilidad, ya
que, mediante el examen, los individuos se vuelven a analizables a la hora de producir
norma en la misma subjetividad y, a su vez, consigue estar en disposición de sancionar los
desvíos. Además de este conocimiento individualizante, también permite un conocimiento
comparativo de los individuos y su consideración en la distribución de la población. En
este punto, podemos vislumbrar in nuce el desplazamiento del ejercicio del poder de la
disciplina a la gubernamentalidad que operará posteriormente en la obra de Foucault y
que nosotros abordaremos en el siguiente apartado.
Para concluir esta sección, quisiéramos hacer referencia a la correlación de la aparición
del individuo disciplinado con respecto al sujeto jurídico moderno. A pesar de la siguiente
afirmación de Foucault recogida en la entrevista Las relaciones de poder penetran en los
cuerpos, creemos poder cifrar, en este punto, una continuidad entre La verdad y las formas
jurídicas y el culmen de su planteamiento en Vigilar y castigar:
El caso de la penalidad me convenció de que el análisis no debía hacerse en
términos de derecho precisamente, sino en términos de tecnología, en términos
de táctica y de estrategia, y es esta sustitución de un esquema jurídico y negativo
por otro técnico y estratégico lo que he intentado elaborar en Vigilar y castigar
utilizar después en la Historia de la sexualidad (Foucault, 1979: 154).
Efectivamente, en Vigilar y castigar se da ese dislocamiento en la concepción del poder
en tanto que, si bien está conectado el ejercicio del mismo con las estructuras jurídico
políticas de una sociedad, esta conexión no está basada ni en una dependencia inmediata
con la misma ni en una prolongación (Foucault, 2009: 224). Creemos, por tanto, que esta
conexión entre las estructuras jurídico políticas modernas y la modalidad panóptica del
poder se deja leer en términos de una relación dialéctica. Específicamente, esta se
encontraría cifrada entre la disposición discreta del poder disciplinario en correlato con su

7
El más claro ejemplo de esto es el panoptismo, siendo este la ampliación del esquema panóptico
del poder a todo el cuerpo social, tal y como pretendía el más que un mero sueño de Bentham: “De
ahí el efecto mayor del Panóptico: inducir en el detenido un estado consciente y permanente de
visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder. Hacer que la vigilancia sea
permanente en sus efectos, incluso si es discontinua en su acción. Que la perfección del poder
tienda a volver inútil la actualidad de su ejercicio; que este aparato arquitectónico sea una máquina
de crear y sostener una relación de poder independiente de aquel que lo ejerce; en suma, que los
detenidos se hallen insertos en una situación de poder de la que ellos mismos son los portadores”
(Foucault, 2009: 204).

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producción de subjetividad gris con respecto al reconocimiento ideológico del sujeto


jurídico moderno. Este, en efecto, no tiene como origen el propio régimen representativo
al que hace referencia como voluntad de todos ni responde como tal a la instancia
fundamental de la soberanía, sino que responde esencialmente de forma ideológica a la
operación que transita de fondo su surgimiento, esto es, “las disciplinas reales y corporales
han constituido el subsuelo de las libertades formales y jurídicas” (Foucault, 2009: 225).
En apariencia, las disciplinas no constituyen otra cosa más que un infraderecho.
Parecen prolongar hasta el nivel infinitesimal de las existencias singulares, las
formas generales definidas por el derecho; o también aparecen como maneras
de aprendizaje que permite a los individuos integrarse a estas exigencias
generales […] Es preciso más bien ver en las disciplinas una especie de contra-
derecho. Desempeñan el papel preciso de introducir unas disimetrías
insuperables y de excluir reciprocidades” (Foucault, 2009: 225, cursiva nuestra).
Es decir, el vínculo disciplinario entre individuos es diametralmente opuesto al vínculo
contractual puesto en juego por la filosofía política moderna. El primero se traza sobre un
vínculo entre individuos mediante su alienación en tanto producidos unilateralmente
como tal en una red de relaciones de poder. Se trata, por tanto, de un vínculo privado, del
que no está en su base ninguna supuesta autonomía del sujeto que necesita el con-
tractualismo, piedra angular, asimismo, de la teoría del derecho moderno. Sin embargo, la
igualdad promulgada por la misma, en calidad de derechos inalienables, está anidada, en
su reverso materialista, en una condición de igualación bajo la subordinación de dichos
procedimientos disciplinarios.8 El sujeto jurídico moderno es el sujeto disciplinario. A pesar
de la dialéctica mencionada entre derecho y contraderecho —función atribuida a la
disciplina—, esta en el fondo solo refuerza, mediante las estrategias de poder, la
perpetuación de dicha igualdad abstracta que, como abanderada de una libertad
emancipadora, no hace más que sufragar las estrategias de poder de la disciplina
subrepticiamente.
Históricamente, el proceso por el cual la burguesía ha llegado a ser en el curso
del siglo XVIII la clase políticamente dominante se ha puesto a cubierto tras la
instalación de un marco jurídico explícito, codificado, formalmente igualitario,
y a través de la organización de un régimen de tipo parlamentario y repre-
sentativo. Pero el desarrollo y la generalización de los dispositivos han cons-
tituido la otra vertiente, oscura, de estos procesos. Bajo la forma jurídica general
que garantizaba un sistema de derechos en principio igualitarios estaban,
subyacentes, estos mecanismos menudos, cotidianos y físicos, todos esos sis-
temas de micropoder esencialmente iniguialitarios y disimétricos que cons-
tituyen las disciplinas. Y si, de manera formal, el régimen representativo permite
que directa o indirectamente, con o sin enlaces, la voluntad de todos forme la
instancia fundamental de la soberanía, las disciplinas dan, en la base, garantía
de la sumisión de las fuerzas y de los cuerpos. Las disciplinas reales y corporales
han constituido el subsuelo de las libertades formales y jurídicas. El contrato
podía bien ser imaginado como fundamento ideal del derecho y del poder
político; el panoptismo construía el procedimiento técnico, universalmente
difundido, de la coerción. No ha cesado de trabajar en profundidad las estruc-
turas jurídicas de la sociedad para hacer funcionar los mecanismos efectivos del
poder en oposición a los marcos formales que se había procurado. Las Luces,


8
“El derecho se invierte y pasa al exterior de sí mismo, y […] el contraderecho se vuelve el conte-
nido efectivo e institucionalizado de las formas jurídicas. Lo que generaliza entonces el poder de
castigar no es la consciencia universal de la ley en cada uno de los sujetos de derecho, es la exten-
sión regular, es la trama infinitamente tupida de los procedimientos panópticos. […] Todo meca-
nismo de objetivación puede valer como instrumento de sometimiento” (Foucault, 2009: 226 y 227,
cursiva nuestra).

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que han descubierto las libertades, inventaron también las disciplinas (Foucault,
2009: 224 y 225).
De cara a introducir la siguiente sección, queremos inducir el desplazamiento que
sufrirá el pensamiento de Foucault en su última etapa, centrando el foco de las relaciones
de poder ya no como mecanismos de disciplina, sino como biopolítica en el liberalismo y
en el neoliberalismo mediante el concepto de gubernamentalidad. En efecto, las relaciones
de poder se definen como “un modo de acción que no actúa directa e inmediatamente
sobre los otros, sino que actúa sobre su propia acción. Una acción sobre la acción, sobre
acciones eventuales o concretas, futuras o presentes”, y en este sentido, “gobernar es
estructurar el campo de acción eventual de otros” (Dreyfus y Rabinow, 1988: 3 y 4). En
este sentido, se empieza a considerar una pieza clave para el modo de ejercicio del
gobierno que en el modus operandi de la disciplina no tenía lugar, esto es, la libertad de
9 10
los hombres como contrapunto del ejercicio del poder.
Por tanto, ante la muerte del Estado-providencia o el Estado-omnivigilante11 cuyo
mecanismo principal es la disciplina, empieza a surgir una nueva racionalidad del poder
que trata de invertir el motto que hacía valer la razón de Estado, anteriormente comentada,
como hacer morir o dejar vivir. Efectivamente, la biopolítica trata de un poder de hacer
vivir y dejar morir. Esta opera de una manera diametralmente opuesta a la anatomopolítica
propia de la sociedad disciplinaria, ya que esta última se dirige al cuerpo individual,
mientras que la biopolítica se dirige al hombre como especie. Mientras que la primera trata
de organizar y atravesar de orden y vigilancia la multiplicidad de los hombres con el fin
de adiestrarlos y aumentar así su utilidad productiva; la biopolítica toma la multiplicidad
de los hombres, ya no como resumen de cuerpos individuales a adiestrar, sino como
volumen de población afectada por los avatares de la vida, tales como la muerte, el
nacimiento, la producción, la enfermedad, etcétera (Foucault, 2003: 220). Efectivamente,
surge un nuevo objeto del poder: la población. Este será el cuerpo al que se dirigirá el


9
“Cuando se define el ejercicio del poder como un modo de acción sobre las acciones de los otros,
cuando se le caracteriza como el ‘gobierno’ de unos hombres sobres otros —en el sentido más
amplio de esta palabra— se debe incluir siempre un elemento importante: la libertad. El poder sólo
se ejerce sobre ‘sujetos libres’ y mientras que son ‘libres’” (Dreyfus y Rabinow, 1988: 4).
10
Tenemos que especificar en este punto que hablar de “el Poder” se trata de una mera economía
de palabras, ya que “no hay algo como ‘el Poder’ que pudiera existir globalmente, en bloque o
difusamente, concentrado o distribuido: sólo existe le poder que ejercer ‘unos’ sobre ‘otros’. El poder
existe únicamente en acto, incluso si éste se inscribe en un campo de posibilidad disperso que se
apoya en estructuras permanentes” (Dreyfus y Rabinow, 1988: 3). En este sentido, este último
Foucault diferencia las relaciones de poder, cuya definición ya hemos recordado, de las relaciones
de dominación: “La dominación es una estructura global de poder cuyas ramificaciones y
consecuencias se pueden encontrar hasta en los más sutiles nexos de la sociedad. Pero al mismo
tiempo es una situación estratégica más o menos adquirida y consolidada de un enfrentamiento de
amplia duración entre adversarios” (Dreyfus y Rabinow, 1988: 7). Por ello, parece que Foucault en
última instancia persiste en la idea de que la libertad sólo subsiste como contrapunto del poder, en
tanto que ninguna relación de poder puede pervivir sin tener algún punto de insumisión que se le
escape, siendo, sin embargo, más impotentes estos puntos insurrectos respecto de las relaciones de
dominación.
11
“Creo, de todas formas, que hay una cosa muy cierta, y es que tal como ha funcionado el Estado
hasta ahora, es un Estado que no tiene ya posibilidades ni se siente capaz de gestionar, dominar y
controlar toda la serie de problemas, de conflictos, de luchas, tanto de orden económico como
social, a las que pueden conducir esta situación de energía clara. Dicho de otro modo: hasta ahora
el Estado ha funcionado como una especie de Estado-providencia y, en la situación económica
actual, ya no puede serlo” (Foucault, 1985: 164).

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poder, esto es, el cuerpo social y los fenómenos colectivos; y no tanto a la relación del
individuo con su propio cuerpo, tal y como operaba la disciplina.

LA MUERTE POR ÉXITO DEL HOMO ŒCONOMICUS EN LA GUBERNAMENTALIDAD NEOLIBERAL:


LA LIBERTAD COMO CONTRAPUNTO DEL PODER

Por otro lado, los mecanismos que operan en la disciplina y la biopolítica no son
excluyentes en tanto que no se comportan como fases históricas del desarrollo del poder,
sino que pueden articularse como relaciones de poder que operan en distintos niveles de
manera que sea posible conjugarlos para aumentar su fuerza.
Por otra parte, esos dos conjuntos de mecanismos, uno disciplinario y el otro
regularizador, no son del mismo nivel. Lo cual les permite, precisamente, no
excluirse y poder articularse uno sobre el otro. Inclusive, podemos decir que,
en la mayoría de los casos, los mecanismos disciplinarios del poder y los
mecanismos regularizadores de poder, los primeros sobre el cuerpo y los
segundos sobre la población, están articulados unos sobre otros” (Foucault,
2003: 227).
De hecho, en Vigilar y castigar ya se vislumbra el incipiente procedimiento regulador
del que se valdrá la biopolítica a la hora de ejercer el poder mediante el mecanismo del
examen. Efectivamente, este no solo permite tratar al individuo como exhaustivamente
analizable, sino que también permite el conocimiento exhaustivo de otros individuos
mediante la comparación entre los mismos y con ello, conocer su posición en la población.
También existe una articulación de este tipo entre disciplina y biopolítica en la forma
de gubernamentalidad del liberalismo (Arribas, Cano, y Ugarte, coords., 2010: 39-61). En
este opera una autolimitación de la razón gubernamental en la que se basaba la razón de
Estado que trata de reducir los ámbitos de acción del gobierno. Se trata, de esta manera,
de un desbordamiento interior de la forma de gobierno de la razón de Estado hacia la
biopolítica, en tanto que la sociedad civil se separó del Estado como síntoma del sur-
gimiento del capitalismo conservando su propio campo de acción.
De hecho la idea de una oposición entre sociedad civil y Estado ha sido
formulada en un contexto determinado respondiendo a una intención concreta:
los economistas liberales han propuesto dicha oposición a finales del siglo XVIII
con el fin de limitar la esfera de acción del Estado, concibiendo a la sociedad
civil como el lugar de un proceso económico autónomo (Foucault, 1985: 218).
Con ello, se acogerá el funcionamiento de un Estado mínimo que deje espacio a la libre
articulación de los intereses privados de los individuos, resultando esta, de suyo, el be-
neficio general de los mismos. El funcionamiento del laissez faire, como hemos indicado
anteriormente, acaba con la función paternalista del Estado-providencia, y de esta manera
se ampliará a la capa social el principio de utilidad e interés enrocado en la preeminencia
del reconocimiento de una nueva subjetividad como agente libre: el homo œconomicus.
Este no tiene más remedio que acoger como principio racional que rige la capa social la
propia maximización de los beneficios mediante el principio de utilidad y de interés.
Por tanto, esta nueva forma de gobierno, al no tomar como objeto el cuerpo del
individuo, sino el campo de acción de todos los individuos, en tanto que se ejercita
mediante tecnologías reguladoras de sus propias acciones, “no pretende anular la iniciativa
de los gobernados —es decir, de su práctica de libertad— imponiéndole un estándar [tal y
como ocurría en la sociedad disciplinaria mediante la sanción normalizadora], sino
emplearla a su favor” (Ugarte, ed., 2005: 75, cursiva nuestra). En este sentido, ciframos la
libertad como contrapunto del ejercicio del poder, ya que necesita de la misma para
efectuarse, manteniendo así una relación entre ambos de agonismo, de correferencialidad
que mantiene la tensión mediante la que ambos se definen, y no de mero antagonismo

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como ocurría en la disciplina, en tanto que el fin de esta era el adiestramiento del in-
dividuo, intentando asumir con ello todos los espacios posibles de resistencia (aunque por
su propia definición, esto es, el poder como acción de unos individuos sobre otros, siempre
obtuviera puntos ciegos que indujeran a la posibilidad de resistencia).
Esta libertad que se reconoce en el individuo, sin embargo, está artificialmente pro-
ducida para que se puedan desarrollar sus intereses privados posibilitados por un me-
canismo de control que tiene como fin asegurar esa misma libertad, que ha de consumirse
a cada instante mediante la consumación del interés privado. En este punto, Foucault
asume esta libertad como limitación de la misma, en tanto que resulta artificialmente
producida mediante mecanismos disciplinarios que se prolongan en la gubernamentalidad
liberal y que tienen como único fin salvaguardar dicha libertad como estrictamente
agotada en la iniciativa privada, la cual rige al mismo tiempo el mercado como espacio de
veridicción.
Existe un último tránsito que opera de la gubernamentalidad liberal a la guber-
namentalidad neoliberal. Mientras que en la primera se trataba de una autolimitación de
la razón de Estado para liberar espacios de mercado mediante el conocido laissez faire; la
segunda toma al Estado como mero efecto óptico a partir de la liberación del espacio
económico con el fin únicamente de salvaguardar la propia libertad mercantil, ampli-
ándose, por el contrario, la racionalidad de mercado a ámbitos en los que el dominio no
es económico, esto es, colonizando todos los espacios de la vida mediante la teoría del
capital humano puesta en marcha por los economistas norteamericanos Gary S. Becker y
Theodore Schultz.
Con la teoría del capital humano en la mano, los economistas neoliberales se ven en
condiciones de realizar una crítica a la manera en que la economía clásica interpretó el
concepto de trabajo meramente como elemento objetivo dentro del sistema de pro-
ducción, por lo que “jamás analizó el trabajo mismo, o mejor dicho, se dedicó a
neutralizarlo sin cesar, y lo neutralizó mediante su reducción exclusiva al factor tiempo”
(Foucault, 2012: 256). Efectivamente, para los economistas liberales como Ricardo, Keynes
o Smith —e incluso por el bando contrario, Karl Marx—, el trabajo era un factor de
producción y, por lo tanto, se trataba de un elemento pasivo dentro del sistema económico
en su dependencia de una alta tasa de inversión.
Por tanto, los objetos de estudio pertenecientes al liberalismo clásico para los neo-
liberales se resumían en los mecanismos del sistema de producción, de intercambio y su
interrelación con el consumo dentro de la sociedad, mientras que los neoliberales trataban
de penetrar en el comportamiento humano cifrado en las decisiones que toman los in-
dividuos en la apropiación de determinados medios escasos para fines que se excluyen
entre sí.
La economía, por lo tanto, ya no es el análisis de procesos, es el análisis de una
actividad. Y ya no es entonces el análisis de la lógica histórica de procesos, sino
el análisis de la racionalidad interna, de la programación estratégica de la
actividad de los individuos (Foucault, 2012: 261).
De esta manera, los economistas neoliberales pretenden corregir la consideración li-
beral del trabajo como mero engranaje de la producción, introduciendo un concepto de
trabajo que toma la perspectiva del trabajador para conocer las decisiones que toma según
los recursos de los que dispone. De esta manera, se podrá captar el concepto de trabajo
ya no como un elemento objetivo dentro del análisis económico, sino como un sujeto
económico activo.
Como consecuencia, si tomamos el concepto de salario desde la perspectiva del
trabajador ya no responderá al precio de la venta de su fuerza de trabajo, como ocurría en

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el liberalismo económico, sino que el trabajador lo percibirá como un ingreso, y como


ingreso supone la renta de un capital. Esta es la clave para entender la teoría del capital
humano: el trabajo comporta una idoneidad del trabajador, indisociable de sí mismo como
máquina de trabajo que conforma sus aptitudes físicas y psicológicas que poseen una vida
útil, esta es su capital humano.
Como se puede ver, la gubernamentalidad neoliberal está basada, de nuevo, en la
preeminencia de la libertad individual entendida, esta vez no en la consumación de la
iniciativa privada, sino en la toma de decisiones que implica contemplar las propias
acciones como inversiones de capital. Sin embargo, mientras que el liberalismo surge del
desbordamiento interior de la problemática de la soberanía en la razón de Estado, el
neoliberalismo surge de la muerte por éxito del homo œconomicus liberal que tiene como
correlato el desplazamiento del concepto de trabajo que hemos indicado someramente.
Efectivamente, el neoliberalismo deja de considerar el homo œconomicus como mero
socio del intercambio. De hecho, profundiza de tal manera en su consideración como
agente activo que toma decisiones en torno a la utilidad que guía sus comportamientos,
que acaba desplazando totalmente la problemática de las necesidades. El homo œcono-
micus se ha convertido en el “empresario de sí”. En efecto, este invierte sobre su propio
capital humano y obtiene de él su propia fuente de ingresos. En este sentido, incluso el
consumo adquiere el imperativo de producir satisfacción, y el consumo por tanto, deja de
considerarse pasivo.
Mediante la teoría del capital humano y la conversión del homo œconomicus en
empresario de sí como forma de producción de subjetividad propia del neoliberalismo, se
consigue ampliar la racionalidad económica a dominios que no son propiamente e-
conómicos, tal y como ocurre en la Gesellschaftpolitik, mediante la asimilación total de la
forma empresa por parte de todo el tejido social. De esta manera, la forma empresa acaba
siendo asimilada no sólo por la totalidad del tejido social, sino que acaba siendo re-
producida en esa subjetividad específicamente neoliberal como es el “empresario de sí”,
en tanto que asume su propia vida como empresa y sus propias acciones como inversiones
que conllevan un riesgo y una responsabilidad.12
De esta manera, se podría concebir la forma de subjetivación del “empresario de sí”
como una forma de pseudosubjetividad o subjetividad abstracta, mediante la cual, en
esencia, se reproduce una prolongación de los mecanismos disciplinarios que operan en
una remasterización de los mismos en el dispositivo neoliberal, pero que conservan como
fin el adiestramiento del individuo.
Por otro lado, a pesar de que Foucault asegura, como hemos comentado, la posibilidad
de articulación de los procedimientos disciplinarios y procedimientos reguladores tal y
como funciona en el liberalismo;13 a la hora de poder diagnosticar la remasterización de

12
Se trata, por tanto, de “generalizar efectivamente la forma ‘empresa’ dentro del cuerpo o el tejido
social; quiero decir retomar ese tejido social y procurar que pueda repartirse, dividirse, multiplicarse
no según la textura de los individuos, sino según la textura de la empresa. Es preciso que la vida del
individuo no se inscriba como individual dentro de un marco de gran empresa como sería la
compañía o, en última instancia, el Estado, sino que pueda inscribirse en el marco de una
multiplicidad de empresas diversas encajadas unas en otros y entrelazadas. […] Y por último, es
necesario que la vida misma el individuo —incluida la relación, por ejemplo, con su propiedad
privada, su familia, su pareja, la relación con sus seguros, su jubilación— lo convierta en una suerte
de empresa permanente y múltiple” (Foucault, 2012: 277).
13
“El conjunto constituido por una economía de tipo capitalista e instituciones políticas ajustadas a
la ley tenía por correlato una tecnología del comportamiento humano, una ‘gubernamentalidad’
individualizadora que entrañaba: la cuadrícula disciplinaria, la reglamentación indefinida, la

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unos nuevos procedimientos disciplinarios operativos en la gubernamentalidad neoliberal,


niega de iure esta posibilidad, como si, efectivamente, no existiera ninguna limitación en
el concepto de libertad de acción concebida como inversión y responsabilidad, como
hacerse cargo del riesgo que conlleva dicha inversión.
Lo que aparece en el horizonte de un análisis como este no es de ningún modo
el ideal o el proyecto de una sociedad exhaustivamente disciplinaria en la que
la red legal que aprisiona a los individuos sea relevada y prolongada desde
adentro por mecanismos, digamos, normativos. No es tampoco una sociedad
en la que se exija el mecanismo de la normalización general y la exclusión de
lo no normalizable. En el horizonte de este análisis tenemos, por el contrario,
la imagen, la idea o el tema-programa de una sociedad en la que haya una
optimización de los sistemas de diferencia, en la que se deje el campo libre a
los procesos oscilatorios, en la que se conceda tolerancia a los individuos y a
las prácticas minoritarias, en la que haya una acción no sobre los participantes
del juego, sino sobre las reglas del juego, y, para terminar, en la que haya una
intervención que no sea del tipo de la sujeción interna de los individuos, sino
de tipo ambiental (Foucault, 2012: 302 y 303).
Efectivamente, Foucault —tal vez marcado por el “entusiasmo” que radiaban los años
80 con la emergencia de la posmodernidad— no solo no fue capaz de diagnosticar en las
nuevas formas de gubernamentalidad neoliberal una remasterización de los mecanismos
disciplinarios que se reproducían a escala individual mediante la forma del “empresario
de sí”, sino que además de ello, como se puede observar en la anterior cita, advierte en
dicho reconocimiento de la libertad —para nosotros, desde el S.XXI, obviamente
sesgado— una práctica de liberación de los procesos normalizadores que permitan el
surgimiento incipiente de las diferencias sociales en una convivencia tolerante.

¿DE LA GESTIÓN DE SÍ MISMO AL CUIDADO DE SÍ?


CONSIDERACIONES MATERIALISTAS PARA
SEGUIR LEYENDO A FOUCAULT COMO HERRAMIENTA EN EL PRESENTE.

Por muy sorprendente que parezca, en el momento en que escribía el filósofo francés, se
vislumbraba en la forma de gubernamentalidad neoliberal una de las posibilidades para
materializar la emancipación social. Sin embargo, nosotros, ciudadanos del siglo XXI, que
hemos sufrido la radicalización del neoliberalismo más voraz, hemos experimentado la
falsificación de aquella utopía capitalista y estamos en condiciones de señalar las pro-
longaciones de mecanismos disciplinarios operativos en la gubernamentalidad neoliberal.
Efectivamente, esta prolongación se produce a través del desplazamiento que existe entre
el liberalismo clásico, que reacciona ante el intervencionismo estatal liberando los es-
pacios mercantiles de su jurisprudencia, y el neoliberalismo, que se declara espe-
cíficamente intervencionista, si bien es cierto que acoge otros puntos de aplicación para el
mismo. Mediante la asimilación de la “forma empresa” a todo el espesor de la trama social,
la gubernamentalidad neoliberal tiene por objeto de su intervención la propia sociedad,
ya no para someterla a la forma mercancía, sino para someterla artificialmente a una
estructura de competitividad entre los individuos como mecanismo, aparentemente
espontáneo, de regulación económica del mecanismo de los precios. Por tanto, en vez de
actuar como la gubernamentalidad liberal, esto es, intentando ajustar un espacio concreto
en donde la libertad podría actualizarse en condiciones competitivas naturales; el
neoliberalismo interviene constantemente en el espesor mismo de la sociedad —con-
sistiendo en esto la mencionada Gesellschaftpolitik y la Vitalpolitik—, para producir
artificialmente, mediante mecanismos de vigilancia perpetua, unas condiciones de

subordinación/clasificación, la norma. Tomada en su conjunto, la gubernamentalidad liberal era a
la vez legalista y normalizadora, y la reglamentación disciplinaria era el intercambiador entre los
dos aspectos” (Foucault, 2012: 303).

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competitividad que se cristalizan, como veremos, en los procesos de subjetivación


neoliberales tales como el “empresario de sí”.
El neoliberalismo, entonces, no va a situarse bajo el signo del laissez-faire sino,
por el contrario, bajo el signo de una vigilancia, una actividad, una intervención
constante. […] ¿Qué quiere decir esto: introducir la regulación del mercado
como principio regulador de la sociedad? ¿Significa la instauración de una
sociedad mercantil, es decir, de una sociedad de mercancías, de consumo, en
la que el valor de cambio constituya, a la vez, la medida y el criterio general de
los elementos, el principio de comunicación de los individuos entre sí, el
principio de circulación de las cosas? En otras palabras, ¿la cuestión, en ese arte
neoliberal de gobierno, pasa por la normalización y el disciplinamiento de la
sociedad a partir del valor y de las formas mercantiles? […] No creo, en verdad.
La sociedad regulada según el mercado en la que piensan los neoliberales es
una sociedad en la cual el principio regulador no debe ser tanto el intercambio
de mercancías como los mecanismos de competencia. Estos mecanismos deben
tener la mayor superficie y espesor posibles y también ocupar el mayor volumen
posible en la sociedad. Es decir que lo que se procura obtener no es una
sociedad sometida al efecto mercancía, sino una sociedad sometida a la
dinámica competitiva. No una sociedad supermercado: una sociedad empresa.
El homo œconomicus que se intenta reconstruir no es el hombre del
intercambio, no es el hombre consumidor, es el hombre de la empresa y la
producción (Foucault, 2012: 158, 181 y 182).
Esta continua intervención con el fin de producir condiciones de competitividad, la cual
le otorga el nombre de “liberalismo positivo”, se actualiza mediante dos tipos de acciones
que evitan por todos los medios una legislación monopolística. La primera de ellas son
acciones reguladoras, que tienen por fin la estabilización de precios y control de la
inflación sin llegar a adoptar forma de planificación económica propia del interven-
cionismo estatal. Por otra parte, existen las acciones ordenadoras que definen el marco en
el que existe el mercado actuando sobre la sociedad misma, alterando mediante el
mecanismo de competitividad los intereses y necesidades de los individuos. Uno de los
efectos que tiene esta combinación de acciones reguladoras y acciones ordenadoras es la
política social privatizada, en la que ya no existe una cobertura social de los riesgos que
corren los individuos, sino que se encarga de asegurar al individuo la posibilidad de
afrontar dichos riesgos dentro de un espacio económico, regido, de nuevo, por la
competitividad (Arribas, Cano y Ugarte, coords., 2010: 10).
Foucault habla de este dispositivo de producción de competitividad como acción
reguladora del espacio económico —habiendo fagocitado este todos los ámbitos de la
vida— en términos de “tecnología ambiental” que trata de “modificar la manera de repartir
las cartas en el juego, no la mentalidad de los jugadores” (Foucault, 2012: 304) y que, por
tanto, no se trataría de ningún mecanismo de normalización propio de la disciplina. Es
más, Foucault incluso opina que, a pesar de que la propia condición de la existencia es
concebida como empresa, el homo œconomicus no significa en ningún caso una
homogeneización del individuo en la producción de subjetividad operativa en el neo-

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liberalismo,14 ni mucho menos que el concepto de trabajo que manejan sea alienante para
el trabajador.15
Sin embargo, los mecanismos de disciplina ya no funcionan en el neoliberalismo
mediante la vigilancia directa de los empleados a la hora de controlar su fuerza de trabajo,
sino que pone en marcha una sutil forma de dominación: construye identidades laborales
mediante la promoción de determinadas actitudes que aumenten su capital humano. Esto
es, la forma de dominación específicamente neoliberal deja de ser tecnológica para pasar
a ser ontológica, es decir, productora de subjetividad.
Por tanto, a pesar de que la sujeción que se lleva a cabo en el neoliberalismo no
pretende ser una sujeción interna de los individuos —tal y como ocurría en la disciplina—
de manera que sustituye esta por una supuesta “tecnología ambiental”; sin embargo, por
otro lado, sigue uniendo obediencia, verdad del sujeto y procesos de individuación debido
a una combinación de las prácticas de gobierno hetero y autoformativas, en las que se
unen las tecnologías de gobierno con las tecnologías del yo en los procesos de
subjetivación que dan lugar al mencionado “empresario de sí”. Este es un tipo de
subjetividad que, como hemos dicho, concibe su propia existencia como inversión en la
forma empresa que adquiere su propio proyecto de vida. De esta manera, estamos
presenciando inevitablemente una mutación epistemológica del concepto de trabajo
estable —entendido como base para el proyecto de vida— hacia el concepto de
empleabilidad del trabajador, que incluye —en un modo de prolongación de los
mecanismos clásicamente disciplinarios— un procedimiento de examen continuo de las
aptitudes y capacidades de esa idoneidad-máquina en la que se ha convertido el
trabajador, consiguiendo así que le releguen a un proceso constante de actualización y
formación a la hora de adaptarse al mercado laboral. El individuo se debe de hacer cargo
de un imperativo de flexibilidad exhaustivo a la hora de adaptarse continuamente a las
exigencias del mercado, y dar cuenta con ello de una autonomía responsable que ligue el
éxito personal a la propia iniciativa, la creatividad, la polivalencia que conllevan el ideario
de los valores de compromiso con la propia mentalidad ganadora. De esta manera, los
trabajadores sólo consiguen relacionarse con los otros mediante una atomización que es
construida por dichos conceptos que producen un esquematismo en el sujeto, em-
pobreciendo sus relaciones sociales atravesadas por el filtro de la competitividad
artificialmente producida por el intervencionismo exhaustivo que lleva a cabo el
neoliberalismo. Con ello, se estigmatiza cualquier tipo de relación social que esté guiada
por intereses colectivos debido al ensalzamiento de la cultura privada que promueve el
éxito personal, y que por tanto, impide cualquier tipo de respuesta colectiva ante el
desmantelamiento de los derechos laborales en nombre de la citada empleabilidad.
Sin embargo, este ideario del trabajador cualificado, que no percibe el trabajo como
medio de subsistencia económica, sino como forma de vida en la que uno se realiza
personalmente, en esencia responde a la ideología propia de la época neoliberal. Para

14
“Solo se toma al sujeto en cuanto homo œconomicus, lo cual no quiere decir que se lo considere
totalmente así. En otras palabras, el abordaje del sujeto como homo œconomicus no implica una
asimilación antropológica de cualquier comportamiento a un comportamiento económico. Quiere
decir, simplemente, que la grilla de inteligibilidad que va a proponerse sobre el comportamiento de
un nuevo individuo es ésa” (Foucault, 2012: 292, cursiva nuestra).
15
“En otras palabras, la idoneidad del trabajador es en verdad una máquina, pero una máquina que
no se puede separar del trabajador mismo, lo cual no quiere decir exactamente, como lo decía por
tradición la crítica económica, sociológica o psicológica, que el capitalismo transforme al trabajador
en máquina, y por consiguiente, lo aliene. Es menester considerar que la idoneidad que se hace
carne con el trabajador es, de alguna manera, el aspecto en que este es una máquina, pero una
máquina entendida en el sentido positivo, pues va a producir ingresos” (Foucault, 2012: 263).

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aducir un ejemplo muy evidente, podríamos acudir al discurso de Steve Jobs en la


Universidad de Stanford en 2005 en el que se hace apología del DWYL [Do what you love
and love what you do] o “Haz lo que amas y ama lo que haces”, en el que se retrata el
trabajo como realización del amor individual eludiendo el carácter intrínsecamente
coactivo del trabajo como compensación económica a cambio de la venta de la fuerza de
trabajo (Tokumitsu y Mag, 2014). Tal y como apunta el artículo mencionado, el DWYL es
la ideología perfecta en el capitalismo postliberal. Disfraza la devaluación de las
condiciones materiales en las que se ha de desarrollar el trabajo precarizado y el
desmantelamiento de derechos laborales bajo el embrujo que hechiza el trabajo como una
realización de amor propio, en la que la figura clave es la del emprendedor entusiasta que
no reclama una compensación material por el trabajo realizado, en tanto que él trabaja
por amor a lo que hace —se ha conseguido, de esta manera, malversar de la idea de
vocación con el fin de conducir a los individuos a un comportamiento determinado, sin
necesidad de dominarlos desde el exterior como tal—. Mediante esta ideología DWYL el
tiempo del trabajo se apropia de todos los ámbitos de la vida, ya que nunca es suficiente
la determinación y entusiasmo con los que el trabajador se realiza en aquello que ama. El
trabajo no está localizado en un tiempo y espacio determinado, sino que ha de agotar
todos los esfuerzos del individuo por ser el mejor y acumular méritos continuamente para
engordar cuantitativamente un curriculum que avale al yo como apto para poder realizar
cualquier tarea que consiga de nuevo revertir al yo los éxitos personales mediante una
contribución que, en esencia, revierte al mercado mientras devalúa al individuo des-
protegido socialmente y atomizado en su propio egotismo. En este sentido, se vuelve
imposible articular los intereses comunes de los trabajadores en tanto que no existen un
espacio y un tiempo común en el que se desenvuelva el trabajo.
De la misma manera, en el neoliberalismo, a pesar de las trasmutaciones que haya
podido sufrir el capitalismo, obtiene su quicio entre los mecanismos de regulación y la
prolongación de los mecanismos disciplinarios gracias a la claudicación del individuo que
se reafirma como funcional para el mercado, y donde el imperativo de la adaptación
adquiere el tono de la flexibilidad en la iniciativa emprendedora.
El sesgo que impregna transversalmente el funcionamiento de la gubernamentalidad
neoliberal, es efectivamente, el dejar morir de aquella ecuación que definía la biopolítica
como hacer vivir y dejar morir. En este “dejar morir” opera el individualismo metodológico
que recoge la preeminencia del reconocimiento del individuo en su “libertad”, el cual
recorre enteramente la forma de gobierno neoliberal. Con él, la claudicación del individuo
se da como autorresponsabilidad del mismo en cada una de sus acciones en abstracto, esto
es, como si no formaran parte de decisiones tomadas en unas condiciones muy específicas
y ajustadas dentro del marco de la sociedad y las posibilidades materiales que ofrece. Nos
preguntamos entonces, cómo para Foucault esta práctica del neoliberalismo no solo no le
parece represiva para con el individuo, sino que es más, incluso le parece liberadora, tal y
como sugiere en la entrevista La ética del cuidado de sí como práctica de libertad del año
1984 (Foucault, 2010: 1027-1046).
Efectivamente, al parecer, Foucault ve en la gubernamentalidad neoliberal una forma
de relacionarse consigo mismo cifrada en el “empresario de sí” como autorresponsabilidad
de la administración de los propios recursos, que otorgaría posibilidades de realización a
la ética del cuidado de sí como reactivación del imperativo socrático “ocúpate de ti
mismo”, para en efecto, posteriormente ocuparse de los demás. En este sentido, hay un
desplazamiento para Foucault de la anatomopolítica que operaba en la disciplina a la

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consecuente etopolítica a la que otorga posibilidades, según parece, la forma de guber-


namentalidad neoliberal.16
El filósofo francés parece que no solo olvida sino que definitivamente abandona su
característica práctica del archivo, la cual hubiera hecho las veces de denuncia de la
represión de las formas de dominación neoliberales dándole voz a lo particular, y que en
consecuencia, le otorgaría el adecuado acercamiento materialista a los fenómenos que
trata al final de su vida. Por otro lado, parece abandonar asimismo su especial interés sobre
el lugar en el que queda el cuerpo en cada forma de gobierno, y de esta manera, en el
neoliberalismo podría haber dado con la exhaustiva medicalización de la sociedad civil a
través del consumo de antidepresivos y estimulantes a la hora de seguir el ritmo de
producción, esta vez ya no marcado por la cadena de montaje fordista, sino por la
autorresponsabilidad cifrada en la continua flexibilidad. En su última etapa, muy
sospechosamente, prácticamente se dedica a transcribir los escritos de los neoliberales casi
en un modo apologético, esperemos que tan sólo ensimismado por su forma tan sutil de
gobierno obnubilado en la fascinación de su objeto de estudio.

BIBLIOGRAFÍA
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— (1988). “Cómo se ejerce el poder”, en DREYFUS, H. L., y RABINOW, P., Michel
Foucault, más allá del estructuralismo y la hermenéutica. México: UNA.


16
“Digo que la gubernamentalidad implica la relación de uno consigo mismo, lo que significa
exactamente que, en esta noción de gubernamentalidad, apunto al conjunto de prácticas mediante
las cuales se pueden constituir, definir, organizar e instrumentalizar las estrategias que los
individuos, en su libertad, pueden tener los unos respecto de los otros. Son individuos libres quienes
intentan controlar, determinar y delimitar la libertad de los otros y, para hacerlo, disponen de ciertos
instrumentos para gobernarlos. Sin duda eso se basa, por tanto, en la libertad, en la relación de uno
consigo mismo y la relación con el otro. Mientras que, si se intenta analizar el poder no a partir de
la libertad, de las estrategias y de la gubernamentalidad, sino a partir de la institución política, solo
es posible considerar al sujeto como sujeto de derecho. […] En cambio, la noción de
gubernamentalidad permite, eso creo, hacer valer la libertad del sujeto y la relación con los otros,
es decir, lo que constituye la materia misma de la ética” (Foucault, 1999: 414).

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VÁZQUEZ, Francisco (2005). “Empresarios de nosotros mismos. Biopolítica, mercado y
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administración de la vida. Estudios biopolíticos. Barcelona: Anthropos.

Fuentes electrónicas
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Consultado el 13 de mayo de 2015 en https://www.diagonalperiodico.net/la-
plaza/22753-nada-lubrica-mejor-la-explotacion-convencer-trabajadores-estan-
haciendo-lo-aman.html

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