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POESÍAS CORTAS

PARA NIÑOS DE PRIMARIA


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LA NUBE (AMADO NERVO)

¡Qué de cuentos de hadas saldrían de esa nube


crepuscular, abismo celeste de colores!
¡Cuánta vela de barco, cuánta faz de querube,
cuánto fénix incólume, que entre las llamas sube;
cuánto dragón absurdo, cuántas divinas flores!

¡Cuánto plumón de cisne, cuánto sutil encaje,


cuánto pavón soberbio, de colas prodigiosas;
cuánto abanico espléndido, con áureo varillaje,
cuánto nimbo de virgen, cuánto imperial ropaje,
cuántas piedras preciosas!
Mas ella no lo sabe, y ensaya vestiduras
de luz y vierte pródiga sus oros y sus cobres,
para que la contemplen tan solo tres criaturas:
¡un asno pensativo, lleno de mataduras,
y dos poetas líricos, muy flacos y muy pobres!
EL TIGRE (WILLIAM BLAKE)

Tigre, tigre, que te enciendes en luz


por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?
¿En qué profundidades distantes,
en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?

¿Y qué hombro, y qué arte


pudo tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?

¿Qué martillo? ¿Qué cadena?


¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque?
¿Qué tremendas garras osaron
sus mortales terrores dominar?
Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?
¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?

Tigre, tigre, que te enciendes en luz,


por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?
Versión de Antonio Restrepo
A MI MADRE (EDMUNDO DE AMICIS)

Amo el nombre gentil, amo la honesta


aura del rostro que del pecho arranca;
amo la mano delicada y blanca
que mi lloro a secar acude presta;

los brazos donde yo doblo la testa,


que a mi trabajo sirve de palanca;
amo la frente pura, abierta, franca,
donde toda virtud se manifiesta.

Pero amo mucho más la voz sencilla


que el ánimo conforta entristecido
convenciendo y causando maravilla;

la voz que cariñosa hasta mi oído


llega al alba a decirme dulce y bajo:
hijo mío, es la hora del trabajo.
VIENTO (OCTAVIO PAZ)

Cantan las hojas,


bailan las peras en el peral;
gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.
Nubes y nubes
flotan dormidas, algas del aire;
todo el espacio
gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;
vibra la vara de la amapola
y una desnuda
vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,


cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire siempre de viaje.
ÁRBOLES (FEDERICO GARCÍA LORCA)

¡Árboles!
¿Habéis sido flechas
caídas del azul?
¿Qué terribles guerreros os lanzaron?
¿Han sido las estrellas?

Vuestras músicas vienen del alma de los


pájaros,
de los ojos de Dios,
de la pasión perfecta.
¡Arboles!
¿Conocerán vuestras raíces toscas
mi corazón en tierra?
EL DRAGÓN Y LA
MARIPOSA O EL
EXTRAÑO CAMBIO
(MICHAEL ENDE)

Érase una vez un lúgubre torreón


que estaba habitado por un gran dragón.
Por arriba y por abajo el dragón echaba
fuego;
cubierto estaba de púas y de ira estaba
lleno.
Pero un buen día lo visitó
con un gran libro un profesor.
de cabo a rabo lo examinó,
pues gente así no tiene temor.
Al monstruo midió con curiosidad:
¡Treinta metros justos!
¡Ni menos ni más!

Más, ingrato el monstruo fue y se tragó


no sólo el metro, sino al profesor.
De arrepentirse no vio motivo:
Era un bocado muy exquisito.
¡Más el libro aquel era indigestible
y al dragón le entró un dolor terrible
hasta vomitar sin remedio el libro
y, con él, a un tiempo al sabio instruido.
Sin despedirse el profesor cogió sus gafas y se
marchó.
¡Más mira por dónde se dejó el libro
bien a propósito, bien por descuido!
El dragón entonces se puso a leer,
¡algo que nunca el pobre debió hacer!,
Pues allí ponía, sin duda alguna:
“Aunque seas fiero, aunque fuego escupas,
Plácido te llamas en cualquier caso.
De nada sirve querer ya negarlo”

Gritó el dragón, muy indignado:


“¡Yo no soy Plácido! ¡Yo no soy Plácido!”
Destrozó el libro, lo dejó hecho triza,
llamarse Plácido él no quería
y para demostrar que era una fiera
hizo canalladas la noche entera.

Más todo eso de nada sirvió,


pues como un niño al final lloró.
A partir de entonces, no salió a la calle,
decidió ya siempre en casa quedarse.
En un prado enorme de plantas colmado
el señor mariposa baila entusiasmado.
Es muy cariñoso, es encantador,
Es el más galante con cada flor.
Con las damas mariposas es muy atento
y baila el vals con ellas que da gusto verlo.

Siendo tan sensible, siendo tan discreto,


el mínimo ruido se le hace molesto.
Aquel gran estruendo de la autopista
lo sacaba siempre de sus casillas.
Por eso al bosque vino y en él se encontró
la paz y el sosiego que siempre anheló.

Pero cierto día llegó un abejorro


armando ante él un gran alboroto.
El señor mariposa le protestó:
“¿Ni aquí tranquil puedo estar yo?”
Respondió el intruso, muy insolente:
“¡Cierra ese pico, señor Estridente!”

El señor mariposa pálido quedó.


“¡Me llamó Estridente! ¡Me muero de horror!”

Y desde aquel día no volvió a bailar,


sólo de puntillas él andaba ya.
Pero el resultado fue más bien escaso:
¡su nombre Estridente no podía cambiarlo!
De este modo, el pobre, triste y cabizbajo,
se retiró al desierto, se hizo ermitaño,
firme y decidido a hacer penitencia
por aquel nombre de tanta “estridencia”
Más un buen día una serpiente Más finalmente entró al torreón
en zig-zag pasó por allí enfrente. y en cama enfermo halló al dragón
“¡Ay, ay, qué risa! ¡Ay qué irrisión! ¡Qué pena daba! ¡Lloraba tanto!
¡Conozco a un tal Plácido, un gran dragón, El señor mariposa le dijo al rato:
Que pos su nombre está que echa chispas! “Lo que le pasa ya me han contado”
¡Hay que ver qué cosas tiene la vida!” ¿Qué le parece si nos cambiamos
Con gran malicia le guiñó un ojo, nuestros dos nombres, sencillamente?
Se fue reptando y lo dejó sólo. Pues yo me llamo, ¡ay!, Estridente.

Se quedó pensando muy profundamente El dragón primero no entendió nada,


en las sabias palabras de la serpiente. pero en seguida alegró su cara
Tras dos semanas pensando en ello, porque lo tenía ya todo muy claro.
Dijo de pronto: “¡Por fin lo tengo!” Y estrechando la mano de su invitado
(con mucho cuidado, se da por supuesto),
Preparó víveres para el camino con papel y lápiz redactó el acuerdo,
y viajó largo, largo y tendido dejando constancia así por escrito.
hasta llegar, bastante angustiado, “¡Hecho!”, dijeron los dos dando un grito.
hasta la torre del dragón malvado. Y Plácido, mariposa, y Estridente, dragón,
huesos pelados había en el suelo, Felices de la mano se fueron del torreón.
llamó a la puerta con mucho miedo.
SI (RUDYARD KIPLING)
Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor
todos la pierden y te echan la culpa;
si puedes confiar en tí mismo cuando los demás dudan de tí,
pero al mismo tiempo tienes en cuenta su duda;
si puedes esperar y no cansarte de la espera,
o siendo engañado por los que te rodean, no pagar con mentiras,
o siendo odiado no dar cabida al odio,
y no obstante no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada
sabiduria…

Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen;


si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo;
si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso (desastre)
y tratar a estos dos impostores de la misma manera;
si puedes soportar el escuchar la verdad que has dicho:
tergiversada por bribones para hacer una trampa para los necios,
o contemplar destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida
y agacharte y reconstruirlas con las herramientas desgastadas…
Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos
y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta,
y perder, y comenzar de nuevo por el principio
y no dejar de escapar nunca una palabra sobre tu pérdida;
y si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos
a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su
fuerza,
excepto La Voluntad que les dice “!Continuad!”.

Si puedes hablar con la multitud y perseverar en la virtud


o caminar entre Reyes y no cambiar tu manera de ser;
si ni los enemigos ni los buenos amigos pueden dañarte,
si todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado;
si puedes emplear el inexorable minuto
recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos
tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más, serás un hombre, hijo mío.
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