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LA

SEGUNDA
GUERRA
MUNDIAL
LA GUERRA EN EL DESIERTO I
LA
SEGUNDA
GUERRA
MUNDIAL
LA GUERRA EN EL DESIERTO I

LIFE
Dirección editorial: Julián Viñuales Solé
Coordinación editorial: Julián Viñuales Lorenzo
Dirección técnica: Pilar Mora Oliver
Producción: Miguel Angel Roig Farrera
Coordinación técnica: Luis Viñuales Lorenzo

Autor: Richard Collier


Colaboradores: Coronel J o h n R. El ting, Martin Blumenson
Título original: The war in the desert
Traducción: Daniel Laks

Publicado por:
Ediciones Folio, S.A.
Muntaner, 371
08021 Barcelona

© Time-life Books Inc. All rights reserved


© Ediciones Folio, S.A. (20-11-1995)

ISBN: 84-413-0000-3 (Obra completa)


ISBN: 84-413-000-11-9 (volumen 11)

Impresión: Cayfosa

Santa Perpétua de Mogoda (Barcelona)

Depósito legal: B-18.159-1995

Printed in Spain
CONTENIDO

CAPÍTULOS
1: Una apuesta demasiado fuerte 18
2: El pasmoso golpe de Rommel 60
3: El triunfo rehúye a los británicos 82

ENSAYOS FOTOGRÁFICOS
Italia busca la gloria 6
El Zorro del Desierto 34
El campo de batalla del infierno 48
Malta bajo las bombas 72
Ligero respiro en El Cairo 94
ITALIA BUSCA LA GLORIA
Soldados italianos elegantemente uniformados en Libia, sus ametralladoras montadas en un camión, se muestran confiados antes de la invasión de Egipto, en
septiembre de 1940.

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LOS PLANES DEL DUCE
PARA EL ESTABLECIMIENTO
DE UN IMPERIO ROMANO

«Italianos: coged las armas y mostrad vuestra tenacidad y


vuestro valor», exclamó el dictador Benito Mussolini a la mu-
c h e d u m b r e enardecida que llenaba la gran plaza bajo su bal-
cón (izquierda). Era el 10 de j u n i o de 1940, el día en que Ita-
lia entró en la guerra contra los Aliados. Hitler estaba
completando rápidamente su conquista de Europa occidental,
y el Duce, que no quería quedarse atrás, decidió realizar algu-
nas llamativas conquistas propias y, de'paso, triplicar el tama-
ño de su imperio en el continente africano. Mussolini ya po-
seía Libia en el norte, y Eritrea, la Somalia Italiana, y Etiopía,
en el sureste. Ahora que Gran Bretaña luchaba por su propia
supervivencia, parecía el momento adecuado para hacerse con
Desde el balcón de mármol de su despacho en el Palazzo Venezia de Roma, un
territorios británicos en el área del Mediterráneo.
Mussolini beligerante anunáa que le ha declarado la guerra a Francia y El 28 de j u n i o , Mussolini o r d e n ó la invasión de Egipto,
Gran Bretaña. «esa gran recompensa p o r la que aguarda Italia». Gran Bre-
taña tenía apenas 36.000 hombres en Egipto; al otro lado de
la frontera, en Libia, había casi 250.000 italianos. Aun así, Ita-
lia tardó casi dos meses y medio en los preparativos para lan-
zar el ataque. Durante el verano, el Alto M a n d o italiano avi-
vó el entusiasmo en el f r e n t e de casa con grandiosos
pronunciamientos de victorias en otros lugares de África. Los
ejércitos de Mussolini tomaron puestos a lo largo de la fron-
tera libio-egipcia, entraron en Kenia, penetraron en el Sudán
y se a p o d e r a r o n de la Somalia Británica. En el corazón de
Roma, los avances italianos eran representados en un mapa
e n o r m e (derecha), y p r o n t o el pueblo se empezó a decir: «So-
mos fuertes otra vez. Podemos luchar.»
Finalmente, el 13 de septiembre los italianos lanzaron su
expedición c o n t r a Egipto, e s p e r a n d o avanzar sin mayores
contratiempos hasta el Canal de Suez. Un c o n t i n g e n t e de
80.000 soldados cruzó la frontera Libia. Había cinco divisio-
nes de infantería y siete batallones de tanques. C u a n d o se
disiparon el h u m o y el polvo del primer ataque, los británicos
se asombraron al ver u n a gran parte de esta formidable fuer-
za dispuesta delante de ellos como para pasar revista: primero
los motociclistas, luego los tanques ligeros y más atrás los otros
vehículos, ordenados en hileras perfectas. Los británicos, infe-
riores en n ú m e r o , se replegaron, pero no antes de que - e n
palabras del primer ministro Winston Churchill- «nuestra ar-
tillería causase numerosas bajas entre el enemigo».

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Mientras un trabajador subido en una escalera da los últimos toques, un grupo de transeúntes romanos observan un mapa levantado para seguir de cerca los
éxitos del ejército italiano en Africa del Norte.

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m/h

Listos para entraren acción, un grupo de camisas negras italianos pasan marchando a paso de la oca delante del mariscal Rodolfo Graziani, en Bengasi, el 14 de
agosto de 1940, de camino al frente libio.

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Soldados de a pie italianos con fusiles y ametralladoras
ligeras al hombro, cruzan el desierto durante su ofensiva
de septiembre de 1940. La mayor parte del ejército
italiano estaba compuesta por tropas de infantería, de
escasa utilidad contra los más móviles británicos.

PONIÉNDOSE EN CAMINO
POR LA RUTA DEL DESASTRE
Mientras las tropas italianas penetraban en
Egipto, daban la impresión de ser una fuerza
de combate formidable. Pero la realidad era
muy distinta. Sus tanques eran tan endebles
que se partían bajo el fuego. Sus camiones de
rígidas ruedas no soportaban las piedras del de-
sierto y se reventaban. Y muchos soldados esta-
ban mal preparados.
No obstante, al principio de la campaña las
cosas marcharon bien. A los cuatro días, los ita-
lianos ocuparon Sidi Barraní, un puesto de
avanzada a 100 kilómetros de distancia ganado
sin oposición de los británicos. Allí se detuvie-
ron para consolidar sus conquistas antes de la
arremetida final, y allí experimentaron por vez
primera lo que era el desierto. La tierra era ári-
da y la vida espartana. Los oficiales estaban sa-
tisfechos. Comían bien y dormían en sábanas;
para ellos, la victoria era algo seguro y la adver-
sidad una situación que valía la pena soportar.
Pero la moral de las tropas, que estaban mal ali-
mentadas y vivían en condiciones muy duras,
flaqueaba. «Esto es un infierno que debe pasar
pronto», escribió un soldado. Otros se empeza-
ban a preguntar qué hacían allí. Uno de ellos
comentó: «Esta es una guerra europea librada
en África con armas europeas contra un enemi-
go europeo. No nos damos cuenta de ello... No
estamos luchando contra los abisinios.»
El 9 de diciembre empezó la tormenta. Los
británicos, que habían aprovechado el respiro
para reorganizar sus fuerzas, lanzaron una con-
traofensiva..., y, súbitamente, los italianos fue-
ron derrotados. Camiones Lancia, con tropas de artillería italianas, esperan en las arenas libias órdenes para avanzar. Un

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grupo de ofiáales viaja m un Fiat descapotable (derecha); el vehículo con ruedas enormes (al fondo, a la izquierda) se utilizaba para tirar de cañones y cocinas de campaña.
Mientras los proyectiles de artillería estallan al fondo, soldados italianos cargan a través del Desierto Occidental en diciembre de 1940 contra posiciones británicas.

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Estos actos heroicos no detuvieron la contraofensiva británica, que arrasó con tres divisiones italianas en Sidi Barraní y luego se apoderó del baluarte de Bardia.

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Un torrente interminable de prisioneros italianos marcha hacia un área de detención tras la caída de Bardia a principios de enero de 1941. Para entonces, menos de

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un mes después de que los británicos lanzaran su contraofensiva, unos 80.000 italianos se habían rendido o habían sido hechos prisioneros.
En el amanecer del 13 de septiembre de 1940 sonó u n a fan-
farria de trompetas plateadas a través del árido paisaje del
desierto norafricano. Desde el Fuerte Capuzzo, a escasa dis-
tancia de la f r o n t e r a libia con Egipto, partió u n a larga hile-
ra de tanques seguidos de tres regimientos de infantería, un
regimiento de artillería, un batallón de ametralladores y sen-
das compañías de ingenieros y morteros. A la cabeza de la
columna, en el r i m b o m b a n t e estilo de u n a guerra más anti-
gua, marchaban las tropas de c h o q u e de camisas negras co-
nocidas como Arditi, armadas de dagas y granadas de mano.
Y en la retaguardia avanzaban camiones cargados de monu-
mentos de mármol que debían señalar el progreso triunfal de
los combatientes italianos mientras atravesaban Egipto y se lo
Mussolini apuesta fuerte arrebataban a los soldados británicos.
Las tácticas evasivas de un guerrero reticente Esa, al menos, era la intención de Mussolini. Durante un
La engañosa tregua de Sidi Barraní año,, desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el dicta-
Peligros de un terreno seco dor italiano había contemplado con envidia cómo Adolf Hit-
Un golpe de refilón a la flota de guerra italiana ler, su aliado del Eje, obtenía u n a conquista tras otra en Eu-
Malos presagios provenientes de Grecia ropa. Ahora, a finales del verano dé 1940, el c o n t i n e n t e
entero parecía al alcance de las garras de Hitler. Por sojuzgar
Churchill contra su propio general
sólo quedaba Gran Bretaña, y el asalto aéreo alemán cada vez
Una sucesión de victorias británicas
más intenso contra sus ciudades prometía acelerar el proceso.
Hitler decide intervenir
Tras considerar la situación, Mussolini previo un final muy
poco h a l a g ü e ñ o . Si no m o n t a b a su propio espectáculo de
poderío militar c u a n d o a ú n estaba a tiempo, no iba a p o d e r
compartir los f r u t o s de la victoria del Eje. «Necesito u n o s
cuantos miles de muertos», le dijo al mariscal Pietro Bado-
glio, j e f e del Estado Mayor italiano, «para p o d e r asistir a la
conferencia de paz como beligerante.»
Esta tesis ya había sido sometida a p r u e b a en Francia, aun-
que con resultados desalentadores. En junio, con Francia a
p u n t o de ser d e r r o t a d a p o r los alemanes, Mussolini había
declarado súbitamente la guerra y enviado tropas a la fron-
tera con su vecino. La incursión le había hecho quedar como
un chacal que intentaba alimentarse de un cadáver y apenas
le había significado un territorio insignificante. Hitler no le
permitió hacerse con más.

Sin embargo, África ofrecía mejores perspectivas. En la inva-


sión de Egipto, los italianos jugarían con cierta ventaja. U n a
de ellas era la apremiante situación de los británicos. Pese a
que desde hacía m u c h o dominaban Egipto, primero bajo un
protectorado y, más recientemente, bajo un tratado que per-
mitía el estacionamiento de tropas británicas, ahora estaban
p l e n a m e n t e dedicados a d e f e n d e r su p r o p i a isla. Con sus
recursos de h o m b r e s y material de g u e r r a bajo mínimos,
apenas se p o d í a n p e r m i t i r reforzar su bastión en O r i e n t e
Medio.

UNA APUESTA DEMASIADO FUERTE


Una segunda ventaja para los italianos era sus propios años ta a la invasión alemana de Checoslovaquia. Aunque Albania
de asentamiento en África. Libia, con cerca de 1.600 kilóme- se había rendido sin o p o n e r resistencia, los italianos habían
tros de fachada estratégica al Mediterráneo, estaba en manos enviado u n a gran fuerza de ocupación, con hombres y armas
italianas desde 1911, y Eritrea y la Somalia Italiana, en la cos- que, de otro m o d o , h a b r í a n sido puestos a disposición de
ta oriental africana, aún más tiempo. A sus posesiones de África Graziani.
Oriental, Mussolini había añadido, recientemente, Etiopía. Pero Mussolini ansiaba alguna victoria en África del Nor-
Libia limitaba por el oeste con Egipto, y Etiopía confinaba con te, y las protestas de Graziani resultaron inútiles. Todo lo que
las colonias británicas de África Oriental. Así pues, la domina- consiguió del Duce fue un pobre consuelo. «No estoy fijan-
ción británica de la zona podía ser desafiada en dos frentes. do objetivos territoriales precisos», le aseguró Mussolini.
A pesar de sus bravatas, Mussolini sabía que era muy difí- «Sólo le pido q u e ataque a las fuerzas británicas.» Egipto,
cil repetir la rápida victoria sobre las tribus etíopes de 1936 predijo el Duce, sería u n a recompensa preciosa, su conquis-
en una guerra contra las bien preparadas tropas británicas de ta «el golpe final a Gran Bretaña».
Egipto. Sin embargo, d a d a la acuciante situación de Gran El consternado Graziani volvió a Libia con u n a sola pro-
Bretaña, el éxito parecía posible. Y demostraría a H i ü e r que mesa tangible. Pronto, le prometió Badoglio, se le enviarían
el Duce estaba l u c h a n d o p o r la causa del Eje con el debido 1.000 tanques..., el arma más eficaz en el desierto. La prome-
fervor. sa n u n c a se cumpliría, si bien d u r a n t e un tiempo le dio a
El h o m b r e elegido p o r Mussolini para dirigir las fuerzas Graziani la excusa para postergar la invasión mientras espe-
norafricanas de Italia fue el mariscal Rodolfo Graziani, de 58 raba la entrega de los tanques. Mientras tanto, las hostilida-
años de edad, un muy condecorado veterano de anteriores des con los británicos se limitaron a escaramuzas fronterizas.
campañas africanas contra nativos rebeldes, conocido como El desigual n ú m e r o de bajas confirmó los temores del maris-
«el Carnicero» p o r su m o d o de tratar a los adversarios. cal: 3.500 soldados italianos, 150 británicos.
Graziani creía que su labor iba a ser más que nada defen- Cada vez más irritado p o r las evasivas de Graziani, el Duce
siva: defender Libia de incursiones británicas por el este y de fijó u n a fecha límite. Listas o no, las fuerzas italianas debían
ataques del p r o t e c t o r a d o francés de Tunicia p o r el oeste. entrar en Egipto en cuanto la i n m i n e n t e victoria aérea de
Pero la caída de Francia había eliminado la amenaza de Tu- Hitler sobre la Isla llevase a los primeros soldados alemanes
nicia. Al tomar posesión de su puesto, Graziani se enteró, ho- a pisar suelo británico. A principios de septiembre, Mussoli-
rrorizado, que su misión era penetrar casi 500 kilómetros en ni ya no estaba dispuesto a esperar a que se materializase el
territorio egipcio y capturar la gran base naval británica de desembarco. O r d e n ó a Graziani que se pusiese en marcha en
Alejandría. De inmediato voló a Roma para interceder ante dos días..., o sería substituido.
Mussolini y el j e f e del Estado Mayor Badoglio. Al principio, el pesimismo de Graziani pareció infundado.
Sus fuerzas, argumentó Graziani, no estaban a la altura de Cuatro días después de que sus tropas abandonasen el Fuer-
las de los británicos. Apenas tenía medios de transporte para te Capuzzo, se encontraban 100 kilómetros d e n t r o de Egip-
cuatro batallones. Algunas de las armas a su disposición esta- to y en posesión del asentamiento costero de Sidi Barrani
ban totalmente obsoletas: cañones y fusiles del siglo xix, ame- {mapa, página 27). Salvo p o r su mezquita y su delegación de
tralladoras atacadas p o r el óxido. A n d a b a escaso de equi- policía, esta aldea era poco más que u n a colección de caba-
pos m o d e r n o s : aviones, tanques, artillería a n t i t a n q u e y ñas de barro. Pero Radio Roma no desperdició la oportuni-
antiaérea, incluso minas. En algunos puntos a lo largo de la dad de jactarse de la victoria hasta límites insospechados.
frontera egipcia, los soldados italianos de las patrullas noctur- «Gracias a la habilidad de los ingenieros italianos», anunció,
nas se veían obligados a desactivar y robar minas británicas «los tranvías h a n vuelto a funcionar en Sidi Barrani.»
para sembrar sus propios campos de minas. Lo que los complacidos oyentes italianos no podían saber
El retrato desolador que pintó Graziani no p u d o h a b e r era que los británicos se habían retirado de Sidi Barrani se-
sorprendido a Mussolini y Badoglio. Las aventuras militares gún un plan, replegándose 130 kilómetros hasta el pueblo de
de los últimos años - e n especial la campaña etíope y la inter- pescadores de e s p o n j a de Mersa Matruh. C o n o c i d o en la
vención en la G u e r r a Civil e s p a ñ o l a - habían m e n g u a d o la antigüedad como Paraetonium, en cuyas aguas azules habían
fuerza militar italiana. retozado Marco Antonio y Cleopatra, Mersa Matruh era aho-
ra la estación final de un ferrocarril de vía estrecha de Ale-
Luego, en abril de 1939, Italia había invadido a la diminuta jandría. Este pueblo proporcionaba una ventaja importante
Albania, su vecino al otro lado del Adriático, como respues- a los británicos. Si los italianos continuaban avanzando, sus

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líneas de suministros se extenderían y quedarían expuestas a citas de los discursos de Mussolini, irónicamente inapropia-
ataques, mientras que los británicos, próximos a sus propias dos para un ejército que ya se empezaba a cansar de la bús-
fuentes de suministros, podían esperar el m o m e n t o adecua- queda de un Imperio Romano moderno: Chi se ferma éperduto
do para lanzar u n a contraofensiva. (El que vacila está perdido) y Sempre avanti (Avanzar siem-
Sin embargo, Graziani no estaba dispuesto a enviar más pre).
lejos a sus tropas. No sólo su flanco izquierdo, sino también También los británicos se atrincheraron, bajo el m a n d o
el flujo de los suministros a lo largo de la única carretera cos- del teniente general Richard Nugent O'Connor, un hombre-
tera desde Libia corría el riesgo de ser bombardeado por bu- cillo tímido con aspecto de pájaro y maneras humildes. Du-
ques de guerra británicos desde el Mediterráneo. Graziani rante las largas semanas de espera, Mersa Matruh se convir-
decidió que sus hombres se hiciesen fuertes en Sidi Barraní. tió en un p u e b l o de trogloditas mientras las tropas de
Desde su cuartel general unos 500 kilómetros más atrás, O ' C o n n o r -alimentadas con u n a dieta espartana de cocido
en la población libia de Cirene, o r d e n ó a su c o m a n d a n t e de c a r n e de vaca y té dulce c a r g a d o - cavaban trincheras y
sobre el terreno, general Mario Berti, que dispersase en aba- refugios subterráneos en las rocas de p i e d r a caliza bajo la
nico las fuerzas italianas en un semicírculo de siete puestos arena.
de defensa. Durante los siguientes tres meses, estas avanzadas
asumieron el aire pausado de un acantonamiento de tiempos En el cuartel general británico de El Cairo, el comandante en
de paz, con refinamientos tales como colonias y cepillos de jefe para Medio Oriente, general sir Archibald Wavell, tam-
plata en las dependencias de los oficiales, vasos grabados en bién esperaba la hora propicia, aguardando la llegada de tro-
sus clubes, j a m ó n en lata y vino Frascati en sus mesas. En pas de refuerzo y un envío de tanques diseñados para actuar
todas partes, en las paredes y las puertas, había carteles con en apoyo directo de las tropas en avanzada. El tanque britá-

LA DEBACLE EN ÁFRICA ORIENTAL DEL DUQUE DE AOSTA

Mientras sus ejércitos en Libia se preparaban


para la invasión de Egipto que hizo estallar la
guerra del desierto, Mussolini puso en movi-
miento la otra mitad de su plan para la conquis-
ta de África: un ataque a los británicos en Áfri-
ca Oriental. Para encabezar esta campaña eligió
al duque de Aosta, primo del rey Víctor Manuel
III y gobernador general de la África Oriental
Italiana.
El duque de Aosta era popular entre sus vecinos
británicos en África Oriental. Le encontraban
encantador y refinado. Cuando Mussolini le or-
denó atacar, en junio de 1940, lo hizo contra su
voluntad pero con sentido del deber. En dos me-
ses, partes de Sudán y Kenia, y toda la Somalia
Británica cayeron en manos de sus tropas. Sin
embargo, un año más tarde, los británicos ha-
bían recuperado sus pérdidas, y también con-
trolaban la África Oriental italiana. El duque
fue capturado en las montañas etíopes y murió
al año siguiente de tuberculosis y malaria como
prisionero de guerra en Kenia. Pero sus anti-
guos amigos atesoraron un recuerdo de sus ca-
ballerosos modos. Antes de abandonar su cuar-
tel general en Addis Abeba, había redactado
una nota cortés agradeciendo de antemano a los
británicos por proteger a las mujeres y niños de
la ciudad, «demostrando así que aún existen pro-
fundos lazos de humanidad entre nuestras na- El duque de Aosta, en su calidad de virrey de Etiopia, recibe los honores de un dignatario
ciones». etíope en la sala del trono del exiliado emperador Haile Selassie.

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nico «I» (de infantería), a p o d a d o Matilda, pesaba unas 30 dirección y diseñaba el plan. El desierto ofrecía colores en
toneladas. Su blindaje de 7,5 cm era impenetrable para los marrones, amarillos y grises. Así pues, el ejército adoptó es-
cañones italianos, mientras que su propio cañón, de 20, po- tos colores para camuflarse. Prácticamente no había caminos.
día penetrar el mejor de los tanques italianos. El ejército dotó a sus vehículos de e n o r m e s neumáticos de
Pero hacía falta algo más que armas para imponerse en globo y se desplazaba sin caminos. Nada se movía con rapi-
aquel paisaje seco y desolado. Ambos b a n d o s se iban a en- dez en el desierto, excepto un pájaro ocasional. Para fines
frentar, no sólo entre sí, sino también a los desafíos únicos del corrientes, el ejército se movía a un ritmo de 8 a 10 kilóme-
terreno. El Desierto Occidental - c o n que originalmente se tros por hora. El ejército ofrecía agua de mala gana, y a me-
había designado a la zona occidental de Egipto, pero que más n u d o salobre. El ejército redujo la ración de agua - t a n t o de
adelante llegó a incluir el este de Libia- abarcaba un área generales como soldados- a un galón al día para las posicio-
relativamente rectangular de unos 800 kilómetros de largo y nes de avanzada.»
240 kilómetros de ancho. Detrás de u n a llanura arenosa que En suma, escribió Moorehead: «No intentábamos hacer
colindaba con el Mediterráneo se extendía u n a alta meseta llevadero el desierto, ni sojuzgarlo. Encontramos que la vida
desértica, gran parte de cuya superficie parda estaba cubier- del desierto era primitiva y nómada, y de m a n e r a n ó m a d a y
ta de rocas y piedras. Pese a los estragos que esta superficie primitiva vivió y luchó el ejército.»
suponía para el paso de tanques y camiones, cruzar la mese- Para los italianos, instalados con c o m o d i d a d e s en Sidi
ta era relativamente fácil; no así llegar hasta ella. Entre la Barraní a la espera de u n a guerra estática, la f o r m a británi-
meseta y la franja costera se interponía u n a escarpa con ele- ca de adaptarse al desierto era s u m a m e n t e desagradable.
vaciones de hasta 150 metros y muy escasos lugares aptos para Iban a descubrir sus ventajas, a un alto precio, a partir de
el paso de vehículos de ruedas u orugas. diciembre de 1940.
Desde un p u n t o de vista militar, el peor aspecto del Desier-
to Occidental era su falta de puntos de referencia. Excepto Pero antes de ello, en otros lugares del Mediterráneo ocurrie-
por la única carretera costera, atravesarlo era como navegar ron dos acontecimientos con implicaciones directas para la
en un océano inexplorado, valiéndose únicamente del sol, las c a m p a ñ a norafricana. U n o de ellos resultaría beneficioso
estrellas y el compás. para los británicos; el otro les iba a causar graves problemas.
El escritor australiano Alan Moorehead, entonces corres- El 11 de noviembre, bombarderos nocturnos cargados con
ponsal del Daily Express de Londres, trazó con gran habilidad torpedos, del portaaviones Illustrious, d e s c e n d i e r o n sobre
la analogía entre la guerra del desierto y la guerra marítima. Tarento, en el sur de Italia, base principal de la flota italiana,
«Cada camión o tanque», escribió, «estaba tan aislado como e inutilizaron tres acorazados en sus amarraderos. El ataque
un destructor, y cada escuadrón de tanques o cañones reco- redujo sustancialmente la amenaza naval italiana contra los
rría grandes extensiones de desierto del mismo m o d o que convoyes de suministros británicos que hacían la ruta de Gi-
u n a escuadra de acorazados desaparece detrás del horizon- braltar a Egipto. También permitió que la flota británica del
te... C u a n d o establecías contacto con el enemigo, maniobra- Mediterráneo, bajo las ó r d e n e s del almirante sir Andrew
bas a su a l r e d e d o r para e n c o n t r a r un p u n t o a d e c u a d o de C u n n i n g h a m , se dedicase más a hostigar a los convoyes ita-
ataque, del mismo m o d o que dos flotas se colocan en posi- lianos en su trayecto m u c h o más corto de Sicilia a Libia.
ción para la acción... El principio fundamental que goberna- Durante los siguientes meses, el Mediterráneo hizo h o n o r al
ba siempre era que las fuerzas del desierto debían ser móvi- a p o d o que le pusiera la Royal Navy: «el charco de Cunning-
les... Buscábamos hombres, no terrenos, como un b u q u e de ham».
guerra busca a otro b u q u e de guerra, sin preocuparse p o r el El otro acontecimiento sucedió unos días antes. El 28 de
mar en el que tiene lugar el combate.» octubre, Mussolini se e m b a r c ó de p r o n t o en otra aventura
También se requería algo intangible: un «sentido del de- extranjera, enviando a sus tropas de ocupación de Albania a
sierto», que le decía a un h o m b r e que n u n c a debía intentar invadir la cercana Grecia; o f e n d i d o p o r no h a b e r recibido
imponerse a este formidable entorno, sino utilizarlo o evitar- ningún aviso previo a la ocupación alemana de Rumania, un
lo como pudiese. Los experimentados h o m b r e s de la fuerza nuevo converso de la causa del Eje, decidió, en sus propias
británica del Desierto Occidental habían adquirido este sen- palabras, «pagar a Hitler con la misma moneda».
tido, y el corresponsal Moorehead describió algunas de las La invasión italiana de Grecia planteó un problema para
maneras en que lo llevaron a la práctica: los británicos. A u n q u e p r o n t o se encontró con u n a resisten-
«Siempre era el desierto el que imponía el ritmo, fijaba la cia tenaz, también e n f r e n t ó a Gran Bretaña con la necesidad

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de cumplir con la promesa dada a los griegos - e n abril de Medio p o r tierra, mar y aire: general Wavell, almirante Cun-
1939, p o r Neville Chamberlain, el predecesor de Winston ningham y teniente general sir Arthur Longmore, comandan-
Churchill- de ayudarles con armas y hombres si eran ataca- te del área de la RAF. Wavell, como c o m a n d a n t e general de
dos. Pese a las menguadas reservas de Gran Bretaña, Churchill las fuerzas de Oriente Medio, deploró más que nadie la de-
decidió que los británicos debían hacer h o n o r a su palabra y cisión del primer ministro. De ahora en adelante, tendría que
envió un telegrama a Ioannis Metaxas, primer ministro griego: planificar su contraataque contra los italianos en África del
«Les enviaremos toda la ayuda que esté a nuestro alcance.» Norte como u n a carrera contra el tiempo y en medio de las
Al principio, Metaxas, temeroso de que la injerencia bri- renovadas exigencias de Churchill de entrar en acción para
tánica decidiese a Hitler a acudir en ayuda de los italianos, ayudar a Grecia.
rechazó la propuesta de Churchill. Pero la reticencia de los Al problema se añadían las incompatibilidades esenciales
griegos sólo f u e temporal, y su aceptación final de la caballe- e n t r e ambos hombres, un c h o q u e de químicas que con el
rosa oferta de Churchill estaba destinada a prolongar la gue- tiempo acabaría en la separación de Wavell de su puesto.
rra en África del Norte. La ayuda para Grecia sólo podía sa- Churchill era franco y elocuente, Wavell introvertido y taci-
lir de la reserva de fuerzas británica de Oriente Medio. turno. U n a vez, c u a n d o Robert Menzies, primer ministro de
Algunos de los h o m b r e s del e n t o r n o de Churchill se sin- Australia, le pidió u n a valoración de la situación en Oriente
tieron consternados ante lo que consideraron un gesto im- Medio, Wavell respondió: «Es u n a cuestión complicada», y
p r u d e n t e y poco aconsejable de su parte. «Disparate estraté- luego se sumió en una silenciosa meditación de diez minutos.
gico», anotó Anthony Edén, ministro de Guerra, en su diario. De Wavell, Churchill había dicho que era «un b u e n coronel
Esta postura era unánimemente compartida por el trío encar- medio». Wavell detestaba a los políticos que se entrometían
gado de proteger los dominios de Gran Bretaña en Oriente en los asuntos militares. Veterano de las campañas de la Pri-

El teatro norafricano se extendía a lo largo de más de 3.200 km de El Alamein, en Egipto, al sur de Casablanca, en Marruecos. La guerra tuvo lugar dentro de los límites

22
mera Guerra Mundial en Palestina y Francia —donde había cabo u n a ofensiva». Edén quedó tan impresionado por lo que
perdido el ojo izquierdo—, no consideraba los breves períodos le dijo Wavell que garabateó u n a nota que decía: «Egipto más
de servicio de Churchill en Sudán y Francia, en la Primera importante que Grecia», y, ni bien llegar a Londres, comuni-
Guerra Mundial, como excusas suficientes para meterse en có el plan secreto a Churchill. Para sorpresa de Wavell, Chur-
cuestiones militares. chill q u e d ó p r o f u n d a m e n t e encantado. Al escuchar los deta-
A lo largo del o t o ñ o de 1940, Churchill protagonizó un lles, recordaría más tarde el p r i m e r ministro, « r o n r o n e é
aluvión de consejos, comentarios y críticas que Wavell resu- como seis gatos».
mió como «abucheo», t é r m i n o australiano para designar los
gritos de protesta de los espectadores en un encuentro depor- El plan giraba en t o r n o a un trozo de información transmi-
tivo con el fin de desconcertar a los jugadores. Aunque cons- tido p o r los exploradores y c o n f i r m a d o p o r los fotógrafos
ciente de que Churchill había empezado a sospechar que era aéreos: los italianos habían dejado u n a brecha de 25 kilóme-
poco resuelto, Wavell estaba decidido a no atacar en el desier- tros, sin patrullar y sin fortificar, entre dos de los siete pues-
to hasta considerarse suficientemente preparado. También tos de avanzada que habían dispuesto como un escudo para
estaba decidido a no revelar, excepto a sus subordinados más Sidi Barraní. Los puestos en cuestión eran Nibeiwa, al sur de
próximos, el plan que estaba c o b r a n d o f o r m a en su mente. Sidi Barraní en la llanura costera, y Rabia, encaramado sobre
Pero u n a visita de A n t h o n y Eden a El Cairo le obligó a la escarpa, en el suroeste. El lado fortificado de todos los
revelar sus planes. El ministro de Guerra propuso transferir puestos daba al este, hacia los británicos. Si los británicos
tanto material de guerra para los griegos que, en palabras de pasaban inadvertidos p o r la brecha entre Nibeiwa y Rabia,
Wavell, «le tuve que decir lo que tenía en m e n t e para evitar podrían situarse p o r detrás y caer sobre la retaguardia de los
que me despellejaran hasta el extremo de no poder llevar a italianos.

del Desierto Occidental hasta finales de 1942, y luego se concentró en las playas y pueblos de Marruecos y Argelia. Alcanzó su desenlace en las colinas de Tunicia, en 1943.

23
Con casco de vuelo y anteojos, Italo Balbo recibe sus alas de piloto militar de manos del Duce en 1927. Balbo recibe un baño de serpentina en Nueva York.

Antes de empezar su viaje de ida y vuelta de 43 días de Italia a Chicago, Balbo revisa su hidroavión Savoia-Marchetti con sus hélices de popa a proa.

24
LA CAÍDA EN DESGRACIA lonia italiana. El puesto era casi un exilio ig-
nominioso para un hombre de la talla públi-
DE UN MAGNÍFICO AVIADOR ca y la popularidad de Balbo, pero lo asimi-
ló con estoicismo. «Obedezco órdenes»,
dijo. «Soy un soldado.»
El aviador italiano Italo Balbo era todo lo que Aunque Balbo era un fascista ardiente
Mussolini siempre había querido ser: un hé- -era miembro fundador del movimiento y
roe internacional vistoso y bien parecido. En se decía que había inventado nuevos méto-
1933, el barbado aviador lideró una flota de dos para torturar a los antifascistas-, no com-
24 hidroaviones de doble casco en un sensa- partía el entusiasmo por la guerra del Duce.
cional viaje de ida y vuelta de 19.200 millas Sin duda, sus objeciones debieron de haber
entre Italia y la Feria Mundial de Chicago. irritado a Mussolini. Cuando el Duce se incli-
Tras amerizar en el lago Michigan, Balbo nó por una alianza con Hitler, Balbo protes-
fue recibido por más de 100.000 admirado- tó: «Está lamiéndole las botas a Alemania.»
res, muchos de ellos agitando la bandera Estaba convencido de que las tropas italianas
tricolor italiana. En Nueva York, el mayor no eran rival para las fuerzas británicas de
John P. O'Brien le organizó un desfile de Egipto. Pero no viviría para comprobarlo.
serpentinas y dijo que el nombre de Balbo Volando sobre Tobruk el 28 de junio de
quedaría ligado a los de Colón y Marconi. Y 1940 -sólo 18 días después de que Italia le
en Washington, el aviador cenó con el pre- declarara la guerra a Gran Bretaña- fue
sidente Roosevelt. derribado y asesinado por sus propias bate-
Pero el triunfo transatlántico y la fama rías antiaéreas. Los artilleros italianos le
mundial que le dio a Balbo también tuvie- habían confundido con un avión enemigo.
ron su contrapartida: la peligrosa y secreta (En efecto, más tarde pasó un avión británi-
enemistad del envidioso Duce. Mussolini le co, pero sólo para lanzar una nota de con-
dio a Balbo un cálido recibimiento público dolencia del comandante de la RAF en
con un beso en la mejilla y la medalla del Oriente Medio, sir Arthur Longmore.) Y
águila de oro del primer teniente general de quedó la sospecha de que Balbo había
Italia, pero tres meses después, el héroe era muerto, no por accidente, sino por instruc- Balboy el rey Víctor Manuel III (izquierda)
enviado a Libia como gobernador de la co- ciones secretas del resentido Duce. pasan revista a las tropas en Libia, en 1938.

Buscando los efectos personales del héroe muerto, un soldado registra con minuciosidad los restos del avión de Balbo después de que fuera misteriosamente
derribado por fuego antiaéreo italiano.
Perfeccionado por Wavell y su comandante sobre el terre- p r o f u n d i d a d en cisternas de desierto, plantadas allí p o r pa-
no, el plan disponía la utilización de las dos divisiones de la trullas al milenario estilo de los sarracenos. Se había almace-
f u e r z a del Desierto Occidental, la 4- de Indígenas y la 7~ n a d o suficiente comida, combustible y munición para cinco
Acorazada. Ambas divisiones penetrarían p o r la brecha entre días, hasta el previsto regreso a Mersa Matruh.
Nibeiwa y Rabia. Luego la 4- de Indígenas, apoyada p o r el 7° La mayoría de los hombres de O ' C o n n o r creían que esta-
Regimiento Real de Tanques, avanzaría hasta el norte y toma- ban en un rutinario ejercicio de e n t r e n a m i e n t o . En las re-
ría Nibeiwa por la retaguardia. Inmediatamente después, la uniones con los oficiales no se dio detalles comprometedores:
4- atacaría más al norte para tomar otros tres puestos de la a los comandantes de tanques se les dijo, sencillamente, que
llanura costera, así como la propia Sidi Barraní. Un ataque avanzarían hasta cierto punto, se detendrían a pasar la noche,
frontal a lo largo de la costa por tropas británicas de la guar- y que al día siguiente seguirían hacia un objetivo no especi-
nición de Mersa Matruh, apoyado p o r lanchas cañoneras de ficado. Los oficiales del 7° de Húsares de la reina estaban tan
la Royal Navy, tomaría el puesto costero de Maktila y ayuda- convencidos de que volverían pronto a la base que despacha-
ría a rematar Sidi Barraní. Tras p e n e t r a r p o r la brecha, la ron u n a orden prioritaria a Alejandría: u n a celebración espe-
mayor parte de la División Acorazada se dirigiría p o r el cial para el día de Navidad.
noroeste hacia Buq Buq, un p u n t o en la carretera costera En la n o c h e del 8 de diciembre, las-tropas r e a n u d a r o n la
entre Sidi Barraní y la frontera libia, para evitar que los ita- marcha. Su camino estaba ahora iluminado p o r u n a cadena
lianos enviasen refuerzos. Mientras tanto, el resto de la 7 a de balizas colocadas p o r las patrullas de m o d o q u e fuesen
Acorazada giraría hacia el oeste, en dirección a la escarpa, invisibles desde los campamentos italianos: latas de gasolina,
para impedir cualquier interferencia desde Rabia y Sofafi, el cortadas por la mitad y orientadas hacia los vehículos que se
otro puesto de la zona. acercaban, ocultaban el brillo estable de las lámparas a prue-
ba de viento. A la 1 a.m., a u n o s cuantos kilómetros de la
Wavell no contemplaba u n a ofensiva de gran envergadura. parte trasera del campamento italiano de Nibeiwa, se detuvie-
Planificó u n a incursión de no más de cinco días, con Buq ron los británicos.
Buq, a 40 kilómetros al oeste de Sidi Barraní, como línea tope La suerte estaba de su lado y ellos no lo sabían. A prime-
para los británicos. Sus objetivos eran tres: someter a p r u e b a ras horas del mismo día, habían sido avistados n a d a más y
el temple italiano en batalla y no en meras escaramuzas, ase- n a d a m e n o s q u e p o r el teniente coronel Vittorio Revetra,
gurarse u n o s cuantos miles de prisioneros y - s o b r e t o d o - comandante de la fuerza italiana de cazas, durante un vuelo
asestar un golpe decisivo antes de que los alemanes intervi- rutinario desde u n a base costera. Revetra informó de inme-
niesen en Libia. diato al mariscal Graziani, en el cuartel general, que había
Contra unos 80.000 italianos, el general O ' C o n n o r apenas visto «un n ú m e r o impresionante de vehículos blindados»
tenía 30.000 hombres, u n a fuerza h e t e r o g é n e a compuesta saliendo de Mersa Matruh. Para su estupefacción, Graziani le
por británicos, nativos del Ulster, camerunenses, sijs, paquis- o r d e n ó tranquilamente que le enviase la información «por
taníes e hindúes. escrito». Más tarde, el mariscal afirmó que había notificado
A las 7 a.m. del 6 de diciembre, las dos divisiones se pusie- a sus subordinados sobre el terreno. Pero no se tomó ningu-
ron en movimiento, tanques, cureñas y camiones separados na acción contra las columnas británicas.
p o r 180 metros en un f r e n t e de 1.800 metros. Las rocas y las A las 5 a.m. del 9 de diciembre, los británicos se levanta-
astillas de los camellos a m e n u d o frenaban la marcha. Tenían ron en la oscuridad. En silencio, los hombres se desayunaron
que cubrir unos 120 kilómetros antes de entrar en batalla, con bacon enlatado y té caliente, regado con un «estimulante
pero O'Connor, gran conocedor del desierto y consciente de trago» de ron. Los musulmanes, que tenían prohibido beber
las tremendas dificultades que imponía el terreno, lo tenía alcohol, chuparon naranjas. Al este, las tropas del campamen-
todo previsto. Durante todo un día y u n a noche, sus 30.000 to fortificado de Nibeiwa se empezaban a levantar. A las 7.15
hombres acamparían a cielo abierto, a medio camino entre a.m., los primeros tanques británicos se pusieron en movi-
Mersa Matruh y los puestos italianos. Aunque estarían a mer- miento. Curiosamente, mientras avanzaban, algunos de los
ced de los aviones de observación italianos, era muy poco lo hombres pudieron oler la tentadora fragancia del café calien-
que se había dejado al azar. O ' C o n n o r había ordenado, inclu- te y las pastas: los italianos estaban p r e p a r a n d o el desayuno.
so, que se quitaran los parabrisas de los camiones, no fuera que No se lo iban a comer. Hilera tras hilera, los tanques en-
el reflejo del sol llamase la atención de un piloto enemigo. traron rugiendo. Con ellos, las cureñas, sus ametralladoras
Delante del avance había suministros e n t e r r a d o s a gran apuntando contra los sorprendidos centinelas de las murallas.

A partir de Fuerte Capuzzo, las fuerzas italianas (flechas rojas) avanzaron 100 kilómetros hacia el este, hasta Sidi
Barraní, Egipto, donde levantaron siete campamentos fortificados (círculos rojos). Los británicos (flechas negras) se
replegaron a Mersa Matruh. Tres meses más tarde lanzaron una contraofensiva, moviéndose por la costa,
penetrando por una brecha sin defender entre Nibeiwa y Rabia, y haciendo retrocederá los italianos. La mayor
parte de las restantes fuerzas italianas se rindieron en Beda Fomm, casi 480 kilómetros en el interior de Libia.

26
Luego llegó un sonido que los italianos n u n c a habían oído: tiles y metralla, explicando a los p o r t a d o r e s de la camilla
el frenético son de las gaitas llamando a la carga mientras los cómo tratar a los heridos.
camerunenses se lanzaban a toda carrera, el sol resplande-
ciendo en el metal de sus bayonetas. En la confusión, los A las 9 a.m. se acabó el combate. El primer puesto de avan-
caballos italianos se asustaron y huyeron en estampida, chi- zada italiano había caído en tan sólo tres horas. Contra toda
llando entre nubes de h u m o . expectativa, el ataque había rendido 2.000 prisioneros. Mien-
Los italianos no tuvieron n i n g u n a posibilidad. Veinte de tras la batalla se movía hacia T u m m a r Este y T u m m a r Oeste,
sus tanques estaban aparcados fuera del perímetro del cam- otros dos campamentos enemigos 16 kilómetros al norte de
pamento. Los Matilda los convirtieron en m o n t o n e s de cha- Nibeiwa, u n a sensación de euforia se a p o d e r ó de los británi-
tarra y continuaron su avance. Los defensores respondieron cos. Era c o m o si, cual j u g a d o r e s en su día de suerte, ya no
con ametralladoras y granadas; m u c h o s murieron de mane- pudiesen perder. Un capitán cuyo camión se averió, decidió
ra sangrienta bajo las orugas de los Matilda. Los tanques avan- no abandonarlo; hizo que le remolcasen hasta la batalla ha-
zaban, en palabras de un soldado, «como varillas de hierro cia atrás, su soldado-ayudante sentado, imperturbable, a su
s o n d e a n d o un avispero». lado. U n a sección del I s de Fusileros Reales avanzó hacia
Otros hombres retendrían otros recuerdos: el hedor de los T u m m a r Oeste p a t e a n d o un balón de fútbol, hasta que u n a
barriles de creosota al estallar; oficiales italianos, envueltos en bala italiana lo reventó entre sus pies. A su lado, vitoreando
pesados uniformes azules de caballería, tratando de infundir frenéticamente, pasaban los conductores neozelandeses de
á n i m o a sus hombres; un r e g u e r o de comida sin p r o b a r y los camiones blindados, hombres a los que no se les había asig-
munición sin usar entre las tiendas. Para el subteniente Roy nado ningún papel en el plan de batalla, pero que, sin embar-
Farran, la atropellada velocidad del ataque f u e semejante a go, estaban poco dispuestos a perderse un solo combate.
«una carrera estelar en el Klondike». El cabo Jimmy Mearns, H u b o muchas situaciones absurdas. El teniente coronel
del 2 9 de Camerunenses disparó como en un sueño contra Eustace A r d e m e , del I a de Infantería Ligera de Durham, si-
un africano que llevaba u n a ametralladora; de pie sobre el tuado con sus h o m b r e s a n t e el c a m p a m e n t o italiano de
soldado negro caído, mientras la sangre m a n a b a de un agu- Maktila, se preparó para atacar. Pero, después de dos dispa-
j e r o en su cuello, Mearns experimentó la horrible sensación ros de los ametralladores de A r d e m e , u n o de sus oficiales
de cobrar su primera vida y vomitó. gritó: «¡Hay u n a bandera blanca, señor!» «¡Tonterías!», espe-
A ambos lados había u n a salvaje determinación. El gene- tó A r d e m e . Pero era verdad. Dentro del fuerte, un general
ral Pietro Maletti, c o m a n d a n t e de Nibeiwa, salió de un salto de brigada y sus 500 h o m b r e s estaban de pie, rígidos, en
de su tienda, disparando u n a ametralladora; luego cayó, dis- posición de atención. «Monsieur», saludó el general de briga-
p a r a n d o aún, alcanzado en los pulmones. El teniente James da a A r d e m e en francés diplomático. «Nous avons tiré la der-
Muir, médico del 1 Q de Argyll y Sutherland, su h o m b r o y su niére cartouche» («Señor, h e m o s disparado el último cartu-
pelvis destrozados, yacía en una camilla bajo fuego de proyec- cho»). J u n t o a él había un m o n t ó n alto de munición sin usar.

27
La marcha a Sidi Barraní t o m ó dos días, en un p u n t o a maldita infantería.» El camino de regreso a Mersa Matruh
través de u n a tormenta de arena tan intensa que el regimien- estuvo señalado p o r hileras interminables de italianos en
to de Argyll se e n f r e n t ó p o r e r r o r a los c a m e r u n e n s e s . El uniformes verdes cubiertos de polvo. Allí, los oficiales respon-
pueblo f u e tomado rápidamente, y prácticamente se repitió sables, asombrados por el n ú m e r o de prisioneros, entregaron
la historia: los británicos cayeron p o r sorpresa. Tan precipi- madera y alambre de espino a los recién llegados para que
tada f u e la h u i d a italiana que c u a n d o los primeros Matilda construyesen su propia estacada.
entraron a las calles estrechas, aún envueltas en h u m o por los P r o n t o se hizo p a t e n t e un d e s e n c a n t o con el Duce y el
proyectiles del b o m b a r d e o naval británico, se encontró u n a fascismo. En Nibeiwa, los ingenieros italianos capturados, al
víctima de apendicitis a la que ya se había abierto en la mesa ver a los artilleros británicos p o n e r s e a levantar un nuevo
de operaciones de un centro de primeros auxilios. emplazamiento de cañones, trajeron r á p i d a m e n t e palas y
El 12 de diciembre, tres días después de que se iniciara el picos y se pusieron a ayudar. Otros prisioneros enseñaron a
ataque, 39.000 italianos se habían rendido o habían sido cap- algunos de sus captores cómo cocinar espaguetis con salsa de
turados. Los británicos habían previsto 3.000 como máximo, tomate. Un italiano nacido en Pittsburgh resumió el estado
y estaban avergonzados. Un comandante de tanque transmi- de ánimo de muchos de sus compañeros: «Si pudiese ponerle
tió p o r radio: «Estoy d e t e n i d o en medio de 200 - n o , 5 0 0 - las manos encima a ese maldito cabrón de Mussolini, le ma-
h o m b r e s con los brazos en alto. Por Dios santo, enviad a la taría ahora mismo.»

28
En El Cairo, Wavell estaba c o m p r e n d i e n d o rápidamente cuartel general de El Cairo al almirante Cunningham, Wavell
que este «asalto de cinco días» había adquirido el ímpetu de confesó con su candor habitual: «¿Sabe?, n u n c a imaginé que
u n a gran campaña. El 11 de diciembre llegó un mensaje del iba a salir así.»
c a m p o de batalla: «Hemos llegado a la segunda B de Buq Churchill estaba alborozado. Poco antes, había expresado
Buq», d o n d e la ofensiva británica debía detenerse según el la sospecha de q u e Wavell no d a b a la talla para el puesto.
plan original. Los h o m b r e s de O ' C o n n o r c o n t i n u a r o n su Ahora animó a su comandante de Oriente Medio con el texto
avance. de Mateo 7:7: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad
El 16 de diciembre, u n a semana después de iniciada la y se os abrirá.» Pero las buenas relaciones entre los dos hom-
batalla, habían tomado Sollum y el Paso de Halfaya, y habían bres no iban a d u r a r m u c h o tiempo. Incluso c u a n d o la prin-
entrado en Libia para tomar el Fuerte Capuzzo, Sidi O m a r y cipal fuerza de O'Connor, ahora m u c h o más allá de Buq Buq,
otros puntos fuertes que los italianos habían levantado en la se disponía a sitiar Bardia, un batallón tuvo que ser dejado
escarpa, cerca de su baluarte de Bardia. atrás en el campo de batalla. Su misión, o r d e n a d a p o r Chur-
Tan p r o n t o c o m o el e q u i p o de planificación de Wavell chill, era r e c u p e r a r las armas y vehículos italianos..., para
p r o d u c í a estudios sobre la siguiente fase del combate, enviarlos a los griegos, cuando finalmente aceptasen la ayu-
O ' C o n n o r , cuya timidez ocultaba u n a sombrosa tenacidad, da británica.
los volvía obsoletos. E n s e ñ a n d o la sala de operaciones del
También estaba e m p e o r a n d o la relación e n t r e Graziani y
Mussolini. En un telegrama «de h o m b r e a hombre», el ma-
riscal acusó a Mussolini de no haberle escuchado n u n c a y de
empujarle hacia u n a aventura infructuosa. Graziani también
solicitó apoyo a é r e o masivo alemán, diciendo que «no se
p u e d e destruir el blindaje de acero con las uñas». Mussolini,
como siempre que amenazaban los desastres militares, culpó
a sus soldados. «Cinco generales están prisioneros y u n o está
muerto», le dijo a su yerno, el conde Galeazzo Ciano, minis-
tro de Relaciones Exteriores. «Este es el porcentaje de italia-
nos q u e tienen características militares y de los que no las
tienen.»
Para el f u t u r o inmediato, el Duce estaba cifrando sus es-
peranzas en un combatiente de p r i m e r a línea: el teniente
general Annibale Bergonzoli, c o m a n d a n t e de Bardia, cuya
vistosa barba roja le había ganado el apodo de «Bigotes Eléc-
tricos». Lejos de ser un general de paja, Bergonzoli era un
veterano de la Guerra Civil española que desdeñaba el lujo,
comía y bebía con sus h o m b r e s y dormía en u n a tienda sen-
cilla de soldado.

«Estoy seguro de que resistirá con sus valientes soldados a


cualquier precio», e x h o r t ó Mussolini a Bergonzoli. La res-
puesta del general fue inequívoca: «Estamos en Bardia, y aquí
nos quedaremos.»
Tenía buenas razones para estar confiado. Bardia se eleva-
ba 105 metros sobre un p u e r t o circular, tenía u n a guarnición
de 45.000 h o m b r e s y estaba r o d e a d o de un cinturón de de-
fensas de 30 kilómetros. Su captura requería tanques, y u n a
escasez temporal de recambios había dejado a O ' C o n n o r con
apenas 23 Matilda operativos. El grueso del asalto a Bardia
recaería sobre la infantería, que tendría que asegurar u n a

Unos depósitos de combustible en llamas aún arrojan un manto de humo


hollinoso sobre Tobruk, un importante puerto italiano en Libia, dos días
después de su caída. Las fuerzas australianas invadieron el pueblo el 22 de
enero de 1941, algunos de ellos con tanques capturados a los italianos que
adornaron con canguros blancos para que sus propios compañeros no les
confundiesen con el enemigo.

29
cabeza de p u e n t e a través de un foso antitanque de 3,5 me- t a n q u e para crear puntos de paso, cortaron el alambre de
tros de ancho para facilitar el paso de los Matilda. púas que rodeaba los campos de minas y lanzaron granadas
Pocos h o m b r e s estaban tan preparados para la empresa para detonar las minas. Era un plan complicado que reque-
como los de la 6 a División de Australianos, recién enviados ría u n a logística complicada; se r e p a r t i e r o n 300 pares de
desde Palestina para substituir a la 4 a División de Indios. En guantes, traídos p o r la n o c h e desde El Cairo, c u a n d o los
los barcos de transporte de tropas en que habían llegado a cortadores de alambre de púas empezaron a subir. Detrás de
Oriente Medio, los anzacs - c o m o se conocía colectivamente los cortadores de alambre vinieron varias oleadas de anzacs
a los australianos y neozelandeses- habían h e c h o la vida im- cantando bulliciosamente «Vamos a ver al mago, al maravillo-
posible a sus oficiales, n a d a n d o semidesnudos hasta las pla- so mago de Oz» y protegidos del frío con justillos de cuero
yas de Ceilán para armar jaleo en las calles, invadiendo las sin mangas que los aterrados italianos tomaron por alguna
cervecerías de Cape Town para montar juergas descomuna- especie de armadura. Al anochecer, los anzacs habían abier-
les, besando a todas las mujeres con que se cruzaban. Ahora to u n a cuña en las defensas de 11 kilómetros de a n c h o y 2,7
estos hombres sólo ansiaban u n a cosa: combatir. kilómetros de p r o f u n d i d a d .
El 2 de enero, los b o m b a r d e r o s Wellington del teniente Mientras tanto, Bardia era objeto de un intenso bombar-
general Longmore descendieron sobre Bardia. A lo largo del deo p o r u n a fuerza de la Royal Navy consistente en tres aco-
arco de defensas, u n a lluvia i n i n t e r r u m p i d a de bombas des- razados, incluido el Warspite, b u q u e insignia del almirante
truyó fortines y nidos de ametralladoras, e hizo volar tanques Cunningham, y siete destructores. Cuando acabó el bombar-
y depósitos de suministros. La RAF atacó d u r a n t e toda la deo, las lanchas cañoneras Ladybird y Aphis, y el monitor Te-
noche; luego, al amanecer del 3 de enero, los australianos se rror, un b u q u e de guerra f u e r t e m e n t e acorazado que se uti-
pusieron en marcha. Los ingenieros dinamitaron el foso anti- lizaba principalmente para acción costera, se deslizaron hasta

Protegido contra el frío de las primeras horas de la


mañana, el teniente general Richard O'Connor
(izquierda), comandante de las fuerzas del desierto
de Gran Bretaña, y el general sir Archibald
Wavell, comandante en jefe de Oriente Medio,
conversan cerca de Bardia un día antes de que el
baluarte italiano cayese en sus manos.

30
la orilla. Una vez a corta distancia, empezaron a lanzar pro- m e n t e registradas en el diario del j e f e del Estado Mayor Ge-
yectiles contra las defensas, más allá del acantilado en el que neral alemán, general Franz Haider. En un apunte del 1 de
Bardia estaba situado. noviembre se lee: «El Führer está muy irritado por las manio-
Al a m a n e c e r del 4 de enero, u n a espesa n u b e de h u m o bras italianas en Grecia..., no está de h u m o r para m a n d a r
n e g r o colgaba sobre el castigado pueblo. Luego, toda u n a nada a Libia... que los italianos se las arreglen solos.» Y el 3
sección del acantilado cedió y se deslizó r u g i e n d o hasta el de noviembre: «El Führer ha afirmado que ha decidido des-
mar, llevándose consigo muchas de las posiciones de armas entenderse del asunto Libio.»
de los defensores. Pero el ataque británico a Tarento ocho días más tarde, y
Antes de anochecer, Bergonzoli comprendió que su situa- la advertencia del gran almirante Erich Raeder de q u e los
ción era irremediable. Los b o m b a r d e o s habían cortado el británicos «han asumido la iniciativa en todos los puntos del
suministro de agua y destruido los depósitos de alimentos. Mediterráneo» hicieron que Hitler cambiase de opinión. A
Con un p u ñ a d o de tropas, salió furtivamente de Bardia ves- principios de diciembre, o r d e n ó que u n a serie de unidades
tido de paisano y pasó lo bastante cerca de las líneas británi- aéreas alemanas f u e r a n transferidas a bases del sur de Italia
cas como para oler sus fogatas. Ocultándose en cuevas duran- para t o m a r parte en los ataques a barcos británicos en el
te el día y viajando de noche, Bergonzoli huyó hacia Tobruk, Mediterráneo.
112 kilómetros al oeste. Esta decisión, puesta en vigor m e n o s de u n a semana des-
Al atardecer del 4 de enero, c u a n d o se arrió la b a n d e r a pués de la derrota italiana en Bardia, iba a alterar el curso de
italiana de la gobernación de Bardia, los británicos tenían la guerra del desierto. La intervención de la Luftwaffe prác-
más de 40.000 nuevos prisioneros de guerra. ticamente confirió i n m u n i d a d a los convoyes de suministros
El siguiente objetivo era Tobruk, un p u e r t o importante. del Eje y representó un peligro mortal para los de los britá-
Los tanques y camiones de O ' C o n n o r continuaron su avan- nicos.
ce inexorable c o m o u n a flotilla de batalla, sus lados adorna- Los resultados f u e r o n rápidos y devastadores. El 10 de
dos con orgullosos enblemas: los canguros blancos de la 16a e n e r o de 1941, el teniente general Hans-Ferdinand Geisler,
Brigada de Infantería Australiana, las ratas del desierto escar- comandante del Cuerpo Aéreo X de la Luftwaffe, acababa de
lata de la 7 a División Acorazada. También había camiones instalarse en su cuartel general del espléndido hotel San
italianos capturados, adornados con frases como «Autobús de Domenico, en Taormina, Sicilia, c u a n d o llegó la noticia del
Benito», pasando j u n t o a señales de tráfico r e c i e n t e m e n t e avistamiento de un convoy británico con una numerosa escol-
colocadas que rezaban: «Si te gustan los espaguetis SIGUE ta de buques de guerra. Navegaban con tropas y aviones de
AVANZANDO. Próxima parada: Tobruk. 27 kilómetros.» Gibraltar a la isla de Malta, la vital base aérea y naval británi-
Pero c u a n d o las fuerzas de O ' C o n n o r llegaron al períme- ca en la zona central del Mediterráneo.
tro de Tobruk -casi 200 kilómetros más allá de su objetivo Entre los buques que escoltaban al convoy estaba el Illus-
inicial-, Wavell, en El Cairo, recibió un nuevo recordatorio de trious, de 23.000 toneladas, cuyos bombarderos habían ataca-
que la campaña se estaba llevando a cabo con el tiempo ago- do Tarento. U n o de los portaaviones más m o d e r n o s de Gran
tado. U n a vez más, Churchill urgió a los griegos para que Bretaña, ostentaba u n a cubierta de vuelo acorazada. Consti-
aceptasen la ayuda británica. Metaxas volvió a p o n e r reparos, tuía un peligro terrible para los convoyes de suministros de
pero Churchill se mostraba inflexible. En un mensaje a Lon- Italia, y Geisler recibió un suscinto mensaje de Berlín: «El
dres, Wavell cuestionó la política del primer ministro hacia Illustrious debe ser hundido.»
Grecia: «nada que podamos hacer desde aquí», dijo, «podría A las 12.28 p.m., el capitán Denis Boyd, en el p u e n t e del
detener a tiempo el avance alemán, si se llega a producir.» Illustrious, a 160 kilómetros al oeste de Malta, escudriñaba
La respuesta de Churchill f u e u n a r e p r i m e n d a . «Nada ansiosamente el cielo. Unos minutos antes, un g r u p o de ca-
debe obstaculizar la captura de Tobruk, pero, de allí en ade- zas Fulmar había despegado del barco con r u m b o a Sicilia,
lante, todas las operaciones en Libia quedarán subordinadas a la caza de dos bombarderos de torpedos italianos Savoia. En
a la ayuda a Grecia», i n f o r m ó a Wavell, a ñ a d i e n d o en tono la cubierta de vuelo, otro escuadrón de Fulmar, los motores
ácido: «Esperamos y exigimos el cumplimiento pronto y ac- encendidos, tenían previsto despegar en siete minutos. Boyd
tivo de nuestras decisiones.» se preguntó si debía hacerlos despegar antes, pero se abstuvo.
En esos siete cortos minutos el destino de la flota británi-
A lo largo del o t o ñ o de 1941, las ideas de Adolf Hitler acer- ca del Mediterráneo cambió de dirección c o m o un p é n d u l o
ca del teatro de guerra del Mediterráneo f u e r o n meticulosa- sobrecargado de peso. En el cielo, a 3.600 metros de altitud,

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aparecieron entre 30 y 40 bombarderos medianos Junkers-88 t o r m e n t a de arena que obligó a algunos de ellos a ponerse
y bombarderos de vuelo en picado Stuka. Los Stuka, cayen- sus máscaras de gas, los australianos introdujeron explosivos
do a p l o m o en un ataque perfectamente coordinado, se lan- d e b a j o de las alambradas y las hicieron volar en pedazos.
zaron aullando sobre el Illustrious. Seis bombas de 450 kilos Hacia el atardecer del 21 de e n e r o , las primeras unidades
hicieron blanco en el portaaviones. U n a de ellas p e n e t r ó la habían p e n e t r a d o 13 kilómetros en el p r o p i o Tobruk. Un
cubierta de vuelo y estalló en el depósito de pintura, lanzan- australiano que había servido en Palestina c o m e n t ó : «La
do llamaradas hacia el cielo. Otra estalló en el segundo cañón policía de Tel Aviv nos da más guerra.» Mientras avanzaban
de estribor, arrancándolo de su base y m a t a n d o a la tripula- hacia el centro del pueblo, un saludo de un aviador austra-
ción. U n a tercera alcanzó la plataforma elevadora, destruyen- liano que habían capturado los italianos marcó el tono del
do un avión con su piloto. Otras bombas cayeron en el cora- día: «¡Bienvenidos amigos! El pueblo es todo vuestro.»
zón del barco, d e s i n t e g r a n d o las pantallas c o n t r a las Derna, 160 kilómetros al oeste de Tobruk, cayó ocho días
llamaradas y convirtiendo el hangar en un arco gigante. Un más tarde. O ' C o n n o r , tenso, inquieto y afectado p o r proble-
torrente de f u e g o sacudió al Illustrious. mas estomacales, se enfrentaba a h o r a a la p r u e b a más críti-
Boyd estaba ahora ante la crisis que los comandantes de ca: ¿podría d e t e n e r a los italianos antes de que evacuasen
portaaviones más temían: con su cubierta de vuelo inutiliza- Cirenaica? Se estaban replegando rápidamente a lo largo de
da, n i n g u n o de sus aviones podía aterrizar ni despegar. Mor- la carretera costera, de Derna a Trípoli, pasando p o r Benga-
disqueando u n a pipa vacía («para dejar de castañetear los si. Si se movía rápidamente, podría cerrarles el paso antes de
dientes», explicó más tarde), Boyd puso r u m b o a Malta a 21 que logarsen huir. Furioso p o r q u e u n a poderosa fuerza de
nudos con el Illustrious vomitando n u b e s de h u m o negro y tanques italianos había escapado a un intento británico de
escorándose peligrosamente a estribor. Tres veces durante el atraparlos en Mechili, un fuerte cerca de Derna, O ' C o n n o r
trayecto, aviones del Eje -Savoia, Stuka, y Savoia otra vez- se permitió un estallido de cólera. Tronó contra el general de
volvieron para atacar, reavivando los fuegos del portaaviones división sir Michael O ' M o o r e Creagh, c o m a n d a n t e del 7 s de
y destruyendo su e n f e r m e r í a y su cámara de oficiales. Pero Acorazados: «Va a cortar la carretera costera al sur de Benga-
hacia las 10.15 p.m., había atracado en el muelle Parlatorio si, y lo va a h a c e r ahora mismo. Repito: ¡ahora mismo!» Poco
de Malta, aclamada p o r u n a b a n d a y un m a r de manos agi- después, los oficiales transmitían la o r d e n : «La palabra en
tándose. clave es Galope.»
Pero la pesadilla no había terminado. Varios ataques de Al amanecer del 4 de febrero, el 7° de Acorazados, ahora
aviones Stuka le dieron la bienvenida en el muelle, abriéndo- r e d u c i d o a 70 tanques semi-pesados y 80 ligeros, salió de
le un boquete debajo de la línea de flotación e i n u n d a n d o su Mechili p o r la tierra y e r m a del interior de Cirenaica para
sala de calderas. Dos semanas más tarde, con los andamios de intentar cortar el paso a los italianos en retirada más allá de
reparación balanceándose aún a los lados, huyó de Malta al Bengasi. Durante unas 30 horas, afanándose por cubrir 240
a m p a r o de la oscuridad y, al cabo de un tiempo, consiguió kilómetros, los h o m b r e s f u e r o n d a n d o tumbos en tanques y
llegar a Alejandría, aún a flote pero inoperante por 11 meses. camiones sobre un t e r r e n o rocoso e impracticable, hostiga-
El b o m b a r d e o del Illustrious señaló el inicio de u n a cada dos p o r tormentas cegadoras y vomitando de puro cansancio.
vez más intensa ofensiva contra Malta que duraría casi dos Pisándoles los talones venían O ' C o n n o r y el general de bri-
años y convertiría a la isla en u n o de los objetivos más bom- gada Eric Dorman-Smith, el enviado de Wavell ante la Fuer-
bardeados de la guerra. Más de 14.000 toneladas de bombas za del Desierto Occidental. Alarmado por el espectáculo de
caerían sobre los malteses antes de que acabara la pesadilla. los tanques británicos estropeados y abandonados que jalona-
El 20 de enero, O ' C o n n o r estaba situado delante de To- b a n el camino, a O ' C o n n o r le asaltaron las dudas. «Dios
bruk. Sus h o m b r e s habían eliminado ocho divisiones italia- mío», le dijo a Dorman-Smith, «¿cree que saldrá bien?»
nas; de la fuerza norafricana original de 250.000 hombres, Pero al mediodía del 5 de febrero llegó la señal que todos
sólo quedaban unas 125.000 tropas enemigas mal pertrecha- sus hombres habían estado aguardando, de un coche acora-
das. Pero, a m e n o s que acabase con el ejército italiano de zado cerca de la aldea de Beda Fomm, al sur de Bengasi. La
Libia en un mes y pusiese toda la provincia cirenaica bajo carretera había sido cortada. Media hora más tarde, dejando
control británico, lo más probable era que intervinieran los u n a estela de polvo, los primeros camiones de la c o l u m n a
alemanes. italiana en retirada aparecieron p o r la carretera del norte.
Los 50 kilómetros del p e r í m e t r o de defensas de Tobruk O ' C o n n o r había m o n t a d o su trampa con media h o r a de so-
fueron atravesados en día y medio. Avanzando a través de una bra.

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La batalla que se desató d u r ó un día y medio. De vez en Por todos lados había recordatorios de que los italianos
cuando, los tanques italianos cargaban en masa, en un inten- habían pagado un precio muy alto p o r el sueño norafricano
to desesperado de abrirse paso; pero apenas tenían un equi- de Mussolini. El subteniente Roy Farran y sus hombres, en-
po de radio p o r cada 30 tanques, lo que imposibilitaba las viados a enterrar a la tripulación de un tanque enemigo, no
tareas de coordinación. U n a extraña escena se repetía duran- consigueron cumplir con su cometido. Los cuatro h o m b r e s
te los breves descansos entre combates: los árabes locales, sus de la tripulación habían sido decapitados p o r un proyectil
camellos paciendo tranquilamente a escasa distancia, apare- mientras permanecían sentados en sus puestos; el h e d o r den-
cían para vender huevos a ambos bandos. tro del tanque era insoportable. De pronto, en una horrible
Hacia el 6 de febrero, con u n a brigada británica reducida parodia del combate, el tanque rodó colina abajo, su motor en
a 15 tanques semi-pesados, los faroles empezaron a contar marcha, el pie de un muerto pisando aún el acelerador. Ho-
tanto c o m o los vehículos acorazados. C u a n d o un cabo se rrorizados, Farran y sus hombres finalmente se acercaron al
quejó de que el cañón de su fusil se había d e f o r m a d o com- tanque, lo rociaron de gasolina y le prendieron fuego.
pletamente, su comandante de tanques le sugirió que man- El 12 de f e b r e r o , el general de brigada Dorman-Smith
tuviese su posición y diese la impresión de ser peligroso. estaba de regreso en El Cairo para u n a misión importante:
convencer al comandante en j e f e de que aprobase la solici-
Al amanecer del 7 de febrero, O ' C o n n o r recibió la noticia de tud de O ' C o n n o r de seguir hasta Trípoli, la capital de Libia.
que el mariscal Graziani había huido a Trípoli y que el ejér- Pero c u a n d o e n t r ó en la sala de mapas de Wavell, supo la
cito que había a b a n d o n a d o se estaba rindiendo; ya no podía respuesta. Los mapas del desierto habían desaparecido de las
luchar. En su coche, O ' C o n n o r y Dorman-Smith cruzaron un paredes de Wavell, substituidos p o r mapas de Grecia.
campo de batalla jalonado a lo largo de 24 kilómetros por los Wavell señaló los mapas. «Ya ve, Eric», dijo en tono sarcás-
escombros de la guerra. Cada elevación estaba cubierta de toco. «Me encuentra o c u p a d o con mi c a m p a ñ a de primave-
tanques quemados. Las dunas, moviéndose lentamente, cu- ra.» El p r i m e r ministro Metaxas, de Grecia, había m u e r t o
brían a los muertos; pájaros del desierto daban vueltas enci- súbitamente, y su sucesor, Alexander Koryzis, había aceptado
ma. «Dick, ¿qué se siente al obtener u n a victoria total?», pre- finalmente el ofrecimiento de ayuda de Churchill.
guntó Dorman-Smith. O ' C o n n o r respondió sosegadamente: H u b o otra amarga ironía para Wavell. En dos meses,
«Nunca me sentiré un buen general hasta haber guiado a mis O ' C o n n o r había avanzado 800 kilómetros y tomado 130.000
tropas en un repliegue.» prisioneros, unos 400 tanques, más de 1.000 fusiles y las im-
A lo largo del día, en la tienda de r a n c h o del campo de portantes fortalezas de Bardia y Tobruk. Pero había vencido
batalla y en el nuevo cuartel general de O ' C o n n o r cerca de demasiado rápido a los italianos. Cuatro meses más tarde,
Beda Fomm, h u b o u n a extraña sensación de anticlimax. Al- todos los recursos de H i ü e r habrían sido irremediablemen-
gunos h o m b r e s se preguntaron si realmente había acabado te destinados a su obsesivo ataque a la Unión Soviética, y otras
la batalla. C u a n d o se le comunicó que 400 italianos estaban aventuras militares habrían estado f u e r a de toda cuestión.
listos para rendirse, el teniente coronel J o h n Combe, del 11° Ahora, las semillas de la desgracia habían sido plantadas para
de Húsares, respondió en tono de hastío: «Dígales que vuel- los británicos en Africa.
van p o r la mañana.» B e b i e n d o u n a copa p o r la victoria, El domingo 9 de febrero, el general de brigada E n n o von
O ' C o n n o r se disculpó ante un general italiano capturado por Rintelen, agregado militar alemán en Roma, se llegó a Villa
los alojamientos improvisados, c o m e n t a n d o que desde 1911, Torlonia, la mansión de 40 habitaciones de Mussolini, con
cuando había asistido a u n a resplandeciente reunión interna- noticias que causaron gran regocijo al Duce. Alemania iba a
cional en la India, n u n c a había visto tantos generales italia- m a n d a r u n a división panzer y u n a división mecanizada lige-
nos en un mismolugar." Entre ellos estaba el general Bergon- ra como fuerza de bloqueo a Tripolitania, la provincia libia
zoli. T í m i d a m e n t e , Bergonzoli p r o n u n c i ó lo que p o d r í a al oeste de Cirenaica.
haber servido de epitafio de la campaña: «Llegaron demasia- Alemania acudía al rescate de los italianos en África del
do pronto.» Norte.

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oiraisaa isa cnraoz ia

m
El teniente general Eraún Rom mel, con una alegre bufanda escocesa y un par de anteojos de sol capturados a los británicos, conduce a sus panzer a través del desierto
norteafricano.
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UN SOLDADO LEGENDARIO
CON UN SEXTO SENTIDO
Como instructor de reclutas del ejército en 1912, el joven teniente Rommel era
un hombre solnio y serio, fascinado por los minuciosos detalles militares.
En e n e r o de 1942, mientras las fuerzas aliadas de África del
Norte luchaban por recuperar el terreno ganado por los ale-
manes, el primer ministro Winston Churchill habló ante la
Cámara de los Comunes y rindió un homenaje singular a u n o
de los enemigos más tenaces de Gran Bretaña: «Tenemos
ante nosotros a un adversario muy valiente y hábil y, a pesar
de los estragos de la guerra, un gran general.»
Ese general era Erwin Rommel, un soldado agresivo, in-
cansable y audaz, cuyas hazañas en Africa del Norte le habían
ganado el apodo de «Zorro del Desierto» y le habían conver-
tido en una leyenda entre sus enemigos. Como comandante
del Afrika Korps, Rommel aplicaba las tácticas de la guerra
relámpago en el desierto con u n a maestría que imponía res-
peto a los británicos. Entre las tropas que se le oponían, su
n o m b r e llegó a ser sinónimo de éxito, tanto así que cualquier
soldado británico que destacaba en su d e s e m p e ñ o podía ser
c o m p a r a d o con Rommel p o r sus compañeros.
Nacido en el pueblo alemán de Heidenheim, hijo de un
profesor de escuela, Rommel se unió al ejército a la edad de
18 años y obtuvo importantes condecoraciones p o r su valor
y destreza en combate contra los franceses e italianos en la
Primera Guerra Mundial. C u a n d o cumplió los 25 años, ofi-
ciales de mayor graduación le pedían consejo en tácticas de
campo de batalla. Dos décadas más tarde, para entonces ge-
neral de brigada, Rommel condujo u n a división panzer a tra-
vés de Francia en una operación tan afortunada que de inme-
diato le convirtió en h é r o e nacional alemán.
En el desierto, su ritmo era tan trepidante como el de u n a
t o r m e n t a de arena. Dirigía sus panzer desde las líneas del
frente, indiferente al fuego de artillería y a la amenaza de ser
capturado, protegido p o r lo q u e sus soldados llamaban Fin-
gerspitzengefühl, «una intuición en los dedos», un sexto senti-
do. «Ningún almirante ganó jamás una batalla naval desde la
costa», decía, orgulloso como estaba de comparar el comba-
te en el desierto con la guerra en el mar. Sus ágiles e ingenuas
respuestas en plena batalla a m e n u d o violaban los principios
de los manuales de tácticas militares y sumían al enemigo en
la confusión. Era un maestro de lo inesperado, con un talen-
to especial para la improvisación. Además de la guerra, tenía
escasos intereses. «Era 100 p o r cien un soldado», dijo un
general que había combatido con él. «Estaba entregado en
c u e r p o y alma a la guerra.»

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En un retrato realizado porHeinrich Hoffmann, el principal fotógrafo de Hitler, Rommel exhibe el bastón de mariscal de campo que le concedió elFührer en 1942.

37
Rommel, vestido con su flamante -uniforme del Ejército
Alemán, presenta un semblante frío en un retrato de
1910 con sus hermanos más jóvenes, Gerhard y Karl, y
su hermana mayor; Helene.

El teniente Rommel, de 24 años de edad, consigue un


aire de despreocupación durante una tregua en la
batalla, en 1915, en los bosques franceses de Argonne.
Se acababa de. recuperar de su primera herida.

MOMENTOS DE SOSIEGO
EN EL ASCENSO A LA FAMA
«Mi querida Lu» era el encabezado de las cartas
que Rommel escribía casi cada día a su esposa
desde los trascendentales campos de batalla de
su carrera militar. Además de los temas milita-
res, las preocupaciones de Rommel se limita-
ban a su mujer, Lude Maria Mollin, con quien
se había casado en 1916, y a Manfred, su hijo.
Como soldado de la vieja escuela, Rommel no
se interesó por las maniobras revolucionarias
que tuvieron lugar en Alemania entre las dos
guerras. Aunque devoto a Hitler, Rommel nun-
ca se unió al Partido Nazi. No le gustaban las
tropas SS del Führer, y con el tiempo llegó a
contemplar la mayor parte del entorno de Hit-
ler con desdén.
En 1937, Rommel publicó un libro sobre tác-
ticas de infantería. Hitler lo leyó y lo encontró
admirable, se interesó por su autor y asignó a
Rommel a su equipo personal. Como protegido
del Führer, Rommel se aseguró un papel clave
en la guerra que estaba a punto de estallar.

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Un Rommel condecomdo posa al lado de su esposa,
Lude, en 1917, tras su mayor triunfo de la Primera
Guerra Mundial: la captura de una montaña
italiana y sus 9.000 defensores.

Durante la Segunda (hierra Mundial, en un breve


descanso entre campañas, Rommel visita a su mujer y
a su hijo, Manfred, en su casa de Wiener Neustadt,
un pueblo en las montañas al sur de Viena.

39
Absorto en el estudio de un mapa de batalla, Rommel discute
las tácticas con sus oficiales en el norte de Francia, a finales
de la primavera de 1940. Durante el impresionante avance de
su 7- División Panzer a través del campo francés hasta la
costa atlántica, se expuso repetidas veces a la acción de las
líneas del frente y salvó par muy poco de ser capturado.

LA DIVISIÓN FANTASMA
ACECHA EL NORTE DE FRANCIA

«¿Qué quiere?», le preguntó Hitler a Rommel unos meses


antes de la invasión alemana de Francia, en 1940. «El man-
do de una división panzer», respondió Rommel de inme-
diato.
El consiguiente obsequio del Führer -la 7 a División
Panzer- desempeñó un papel devastador en la derrota de
Francia. Rommel cruzó la frontera belga el 10 de mayo de
1940, y acometió sin parar durante cinco semanas, sus
panzers disparando en pleno movimiento, sus torretas gi-
rando como las de los acorazados. Apodada la «División
Fantasma» por sus repentinas e inesperadas apariciones,
la 7a División Panzer sorprendió a cuarteles llenos de sol-
dados franceses, rebasó a destacamentos franceses en re-
tirada y aterrorizó a civiles desprevenidos. Estrechando la
mano de Rommel, una campesina le preguntó si era bri-
tánico. «No, señora», respondió. «Soy alemán.» «¡Dios
mío, los bárbaros!», chilló ella, huyendo a casa.
La División Fantasma avanzó hasta el Canal de la Man-
cha, y luego giró por la costa hacia el oeste para capturar
Cherburgo, cubriendo hasta 240 kilómetros en un día. La
calculada audacia de Rommel para librar la guerra de tan-
ques fue sólo un anticipo de su brillante desempeño en
África del Norte, un año más tarde.
En una playa de piedras francesa, Rommel planta simbólicamente su bota de combate en las aguas del Canal de la Mancha. «La visión del mar con los
acantilados a ambos lados nos estremecía a todos», escribió más tarde.

41
Los primeros soldados del Afiiha Korps m llegar de Alemania descaman durante un desfile en una calle de Trípoli.

DE LA VICTORIA EN FRANCIA A LAS


ARENAS SEMBRADAS DE PALMERAS
«Es una manera de tratarme el reuma», escribió Rommel a su esposa antes de trasladarse a
la árida Libia en febrero de 1941, Era su mensaje en clave para hacerle saber que su campa-
ña del desierto estaba por empezar.
En su puesto de comandante del Afrika Korps, Rommel tendía a ser impaciente y brusco
con los oficiales de mayor graduación, pero bondadoso y comprensivo con sus subordinados,
que llevaban el peso del combate. Compartía sus infortunios y contaba con su respeto. En el
frente, corría los mismos riesgos que las tropas. Endurecido por el montañismo y el esquí de
su juventud, subsistía con pequeñas cantidades de sueño y las raciones básicas -carne enla-
tada y pan negro- de los soldados rasos. Parecía impermeable a la dura vida del desierto.
Casi inmediatamente después de llegar a África, Rommel empezó a empujar a los britá-
nicos hacia el este, en dirección a Alejandría. El 21 de junio de 1942, condujo a sus hombres
a la victoria más espectacular cuando la fortaleza británica de Tobruk se rindió a sus panzer.
Sin embargo, unos meses después, paralizado por la falta de suministros y el desinterés del
Alto Mando alemán por la guerra del desierto, las fuerzas de Rommel iniciaron su lento des-
censo hacia la derrota final. Rommel en un descapotable durante un desfile en Tripo

42
junio al general Halo Gariboldi, el comandante italiano en África del Norte. Más tarde, Rommel diría de la mayoría de italianos que «ciertamente, no sirven para la guerra».

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Aficionado a dar discursos improvisados o
conferencias detalladas sobre las tácticas de batalla,
Rommel agradece a sus homines por su desempeño
en combate cerca del pueblo de Sollum, en 1941.

Con los siempre presentes binoculares colgando de su


mello, Rommel ayuda a sus oficiales a liberar su
coche ífe la arena del desierto. No tenía ningún
inconveniente en ensuciarse las manos junto a sus
hombres.

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Aunque no poseía licencia de piloto, Rommel era un aviador aficionado y a menudo salía en misiones aéreas de• reconocimiento del desierto.

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En un cuartel de campana montado en mayo de 1941 en el emplaza miento de un viejo pozo, Rommel utiliza un teléfono para dirigir el sitio de Tobruk. Las

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robustas defensas de Tobruk frustraron a Rommel durante todo un año, hasta que el 21 de junio de 1942 cayó finalmente tras un solo día de ataque concentrado.

47
EL CAMPO DE BATALLA DEL INFIERNO
Pese al fuerte viento del desierto, un soldado italiano se aventura a salir de un puesto de mando cerca de Sidi Barraní El cuerno de la izquierda era un amuleto de la suerte.

49
EL DESIERTO OCCIDENTAL:
UN SEGUNDO ENEMIGO

A finales de abril de 1941, en los límites del Desierto Occi-


dental, las tropas de infantería del Afrika Korps del teniente
general Erwin Rommel capturaron u n a loma desolada al sur
de Tobruk. Poco después, una barrera de artillería británica
les inmovilizó. En su intento p o r atrincherarse, los alemanes
descubrieron que ni siquiera p o d í a n abrir un surco en el
manto de piedra caliza subyacente. Tuvieron que pasar el día
sin moverse, bajo un sol abrasador, i n t e n t a n d o no atraerse
más f u e g o de los británicos. Fueron atacados u n a y otra vez
por enjambres de moscas negras. La oscuridad sólo empeo-
ró su situación, ya que la temperatura descendió fuertemen-
te y les dejó tiritando toda la noche. Al día siguiente, el cie-
lo se cubrió y f u e r o n víctimas de u n a t o r m e n t a de arena.
Para los soldados de la guerra del desierto, éstas no eran
experiencias poco habituales. El Desierto Occidental, d o n d e
tuvieron lugar la mayor parte de los combates, formaba un
rectángulo de 800 kilómetros de largo y 240 de ancho. Aun-
que b o r d e a d o p o r un litoral fértil, sus extensiones más inte-
Soldados del Afrika Korps con gafas ajustadas para protegerse los ojos de la
riores eran yermos desprovistos de vida excepto p o r unos
arena levantada por el viento y los vehículos. cuantos beduinos nómadas y especies adaptadas a la falta de
agua como los venenosos escorpiones y víboras. Sólo se po-
día obtener agua de depósitos muy dispersos o taladrando un
hueco p r o f u n d o en el suelo. Cualquier objeto que quisiese o
necesitase un soldado tenía que ser traído en camión.
Eran muchas las tormentas del desierto. Las temperaturas
fluctuaban hasta 32 grados el mismo día. La arena, fina como
polvo de talco, a m e n u d o obturaba las recámaras de los fusi-
les e inflamaba los ojos, y, arrastrada por los calientes vientos
del sur, taponaba las ventanas de la nariz, penetraba p o r las
grietas de los vehículos y las tiendas de campaña, enterraba
la comida y los equipos, y reducía la visibilidad a unos cuan-
tos metros. En los días despejados, los espejismos j u g a b a n
malas pasadas a los ojos, y ocultarse en un territorio tan de-
solado se convertía en el arte de un prestidigitador.
Y, sin embargo, el desierto era un lugar único para librar
una guerra. Los espacios abiertos y la ausencia de obstáculos
naturales (así como de asentamientos h u m a n o s p e r m a n e n -
tes) hacían de él un t e r r e n o ideal p a r a el movimiento de
tanques. En palabras de Fred Majdalany, cronista de las ha-
zañas del Octavo Ejército británico: «No había nadie ni nada
que dañar, excepto los hombres y los equipos del ejército ene-
migo.»

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Parcialmente oculto tras un improvisado parapeto de rocas, un observador de avanzada alemán mira por un instrumento periscópico utilizado para ajustar el
fuego de artillería.

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Una tormenta de arena avanza sobre vehículos y hombres al sureste de ElAlamein en septiembre de 1942. Estas tormentas del desierto tapaban el sol, elevaban la

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temperatura y, a veces, paralizaban las acciones en el campo de batalla durante días. Sus vientos podían alcanzar hasta 144 kilómetros por hora.

53
ARREGLANDOSELAS EN UNA ejércitos. No se podía desperdiciar ni una gota.
El agua sucia se conservaba y se filtraba para
TIERRA DE EXTREMOS los radiadores. La obtención de suministros
frescos era una cuestión de enorme importan-
cia. Los británicos copiaron una robusta lata
El artículo más preciado en la guerra del de- de agua alemana -la suya goteaba- y la llama-
sierto era el agua. Cuando el Afrika Korps ata- ron lata Jerry por el enemigo, conocido como
có la línea Gazala, 560 kilómetros al oeste de «Jerry» por dos generaciones de soldados bri-
El Alamein, en el verano de 1942, sólo se llevó tánicos. Cargados con estos receptáculos de 17
provisiones para cuatro días: tres litros por día litros, flotas enteras de camiones atravesaban
Haciendo un alto en la marcha a Bengasi en la por hombre, cuatro por camión y ocho por el desierto para llevar agua a los puestos de
primavera de 1941, soldados alemanes se tanque. Si se acababa el agua antes de que ter- avanzada.
desnudan para darse un curioso baño en una minase la batalla, los soldados tendrían que El agua destilada del salado Mediterráneo y
cisterna del desierto. Estos depósitos recogían y sobrevivir de lo que encontrasen..., o morir de químicamente tratada dejaba mucho que de-
conservaban el agua de lluvia, pero, puesto que sed. Afortunadamente para los alemanes, la sear. Los británicos la hirvieron para preparar
rara vez llovía, las cisternas solían estar vacías batalla terminó pronto, en victoria. té, pero descubrieron que al añadirle leche se
y los ejércitos las utilizaban como depósitos de La falta de agua en las áreas remotas del de- cuajaba y se posaba en el fondo de las tazas en
suministros. sierto planteaba un gran desafío para ambos grandes trozos.

54
A falta de agua, un soldado alemán restriega su
uniforme con arena para deshacerse de la sal, el
aceite y la suciedad. Para limpiar la ropa y ahorrar
agua, los británicos solían utilizar gasolina
además de arena. Sin estos métodos improvisados,
la ropa se hubiese puesto rígida a causa de la
suciedad y el sudor.

55
Cubiertos con redecillas para proteger sus ojos, narices y bocas de los enjambres de moscas, estos soldados alemanes hacen frente a otra plaga del desierto: el polvo y la

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arena en sus armas. Los vendajes de gasa eran esenciales para evitar que la arena entrase en contacto siquiera con las heridas más pequeñas, que no se hubiesen curado.

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Un soldado alemán fríe huevos en el casco recalentado de un tanque. Cocinar
de esta manera no era práctica habitual, pero cualquier metal expuesto
directamente al sol estaba a veces lo bastante caliente como para infligir serias
quemaduras a quienquiera que lo tocase accidentalmente.

Acurrucado en una pequeña trinchera y abrigado contra el aire helado


nocturno del desierto, un soldado británico duerme con su equipo a mano.
Estas trincheras no sólo protegían de las bombas y el fuego de artillería, sino
que también ofrecían a sus ocupantes un poco de calor.

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Era un espectáculo concebido para impresionar a la pobla-
ción italiana de Trípoli e i m p o n e r respeto a cualquier posi-
ble espía británico. Por la plaza principal de la ciudad pasa-
ba u n a columna aparentemente interminable de formidables
panzer III y IV, camuflados con el amarillo del desierto. Los
comandantes de los tanques, con uniformes tropicales de un
color similar al de sus vehículos, permanecían en posición de
atención en las torretas, impasibles como los distintivos de
calaveras que adornaban sus solapas. Recibiendo el saludo en
la tarima de pasar revista estaba el h o m b r e que había orde-
n a d o aquel desfile c o m o exhibición de poderío acorazado,
un p e q u e ñ o y musculoso teniente general alemán de ojos
azules: Erwin Rommel, c o m a n d a n t e del recién constituido
Un maestro alemán de la audacia y el engaño Afrika Korps.
Las defensas británicas bajo mínimos J u n t o a Rommel, un joven edecán,-el teniente Heinz-Wer-
El ataque de una división de cartón ner Schmidt, observaba asombrado la línea continua de tan-
ques que cruzaban la plaza con estruendo y salían p o r u n a
Los alemanes van a por todas en Cirenaica
calle lateral. «El extraordinario n ú m e r o de. panzer que pasa-
Un repliegue británico ignominioso
ban empezó a llamar mi atención», recordó más tarde. Des-
El Eje se hace con un tesoro en latón británico
pués de unos 15 minutos, cuando notó un Panzer IV con un
El Zorro del Desierto: la forja de una leyenda defecto llamativo que ya había visto antes durante el desfile,
Tobruk, asediada y castigada Schmidt soltó u n a risita. El día anterior, en un discurso para
La embotada «hacha de batalla» británica los oficiales alemanes, Rommel había destacado la importan-
Una resistencia firme del Eje en un paso crucial cia de engañar al enemigo acerca de la capacidad del Afrika
Churchill llama a un nuevo comandante Korps, que aún aguardaba la llegada de la mayor parte de sus
fuerzas desde Europa. Ahora, se dio cuenta Schmidt, su j e f e
estaba haciendo pasar a los tanques u n a y otra vez para ha-
cer que el regimiento de panzer pareciese un verdadero cuer-
po acorazado.
Era el 12 de marzo de 1941. Rommel, que había llegado
a África del N o r t e hacía apenas cuatro semanas, ya estaba
d a n d o muestras de su maestría en la audacia y el e n g a ñ o ,
cualidades que iban a desempeñar un papel tan importante
como el verdadero poderío acorazado en la siguiente fase de
la guerra del desierto. Eran cualidades con las que los britá-
nicos a ú n tenían que a p r e n d e r a manejarse. Incluso la iden-
tidad de Rommel había sido ocultada a los británicos hasta
hacía un par de días. Hasta el 8 de marzo, el equipo del ge-
neral Wavell sólo se habían p o d i d o referir al nuevo coman-
dante alemán como al «general X». Ahora, gracias a sus ser-
vicios de espionaje, sabían que era Rommel, y la noticia causó
cierta inquietud en El Cairo.
Rommel tenía reputación de ser un general combativo
con un sentido intuitivo de las debilidades de su enemigo,
dedicado a los conceptos gemelos de velocidad y sorpresa. Su
máxima era Sturm, Swung, Wucht (ataque, ímpetu, peso). En
mayo de 1940, c o m o c o m a n d a n t e de la 7- División Panzer
- l a «División Fantasma»-, Rommel había burlado más de una

EL PASMOSO GOLPE DE ROMMEL


vez a los británicos que se replegaban en Francia, abalanzán- sus refuerzos, había escasas posibilidades de detenerles. Sin
dose sobre ellos p o r d o n d e m e n o s se lo esperaban. hombres y pertrechos para u n a defensa fuerte, cifró sus espe-
De 49 años de edad, proveniente de u n a familia p o b r e y ranzas en u n a gran exhibición de defensa. «Estaba convenci-
sin influencias, Rommel era orgulloso y resuelto, y no siem- do de que si los británicos no detectaban ninguna oposición,
pre ocultaba su desprecio hacia algunos jefazos del Ejército c o n t i n u a r í a n su avance», escribió más tarde, «pero q u e si
Alemán. Consideraba al mariscal de c a m p o Walther von veían que tendrían que librar otra batalla, aguardarían a re-
Brauchitsch, el c o m a n d a n t e en j e f e del Ejército, un patricio forzarse. Ganando tiempo de esta manera, esperaba robuste-
hipersensible y pusilánime. Y al j e f e del Estado Mayor del cer nuestras propias fuerzas hasta ser capaces de aguantar el
Ejército, el acerbo y ambicioso general Franz Haider, un inú- ataque del enemigo.»
til soldado de escritorio. El propio Rommel era un h o m b r e Unas horas después de llegar a Trípoli en avión, ya estaba
de campo de batalla que disfrutaba de la acción y de poca de nuevo en el aire, en un vuelo de reconocimiento del de-
cosa más. No f u m a b a y apenas bebía. Casi todos los días es- sierto al este de la ciudad. Decidió establecer u n a posición
cribía a su mujer, Lucie, pero, aparte de su familia, su única defensiva de avanzada en el área de Sirte, un pueblo en la
pasión era el combate..., y los triunfos. Jubiloso c o m o un carretera costera a medio camino entre Trípoli y el lugar en
adolescente al ganar, se volvía colérico y petulante c u a n d o el que los británicos finalmente habían detenido su avance:
perdía. El Agheila. El general Gariboldi se mostraba poco dispuesto
Este exponente de la ofensa sin límites había sido envia- a arriesgar las pocas tropas que le quedaban moviéndolas 400
do a África del Norte para cumplir un cometido claramente kilómetros en la dirección del enemigo, pero Rommel insis-
limitado. Los italianos se habían parapetado en Trípoli y te- tió. «En vista de la tensa situación y la lentitud del m a n d o
mían que los británicos avanzaran p o r la costa y atacasen la italiano», dijo, «he decidido tomar el m a n d o del f r e n t e lo
ciudad portuaria en cualquier momento. Muchos tenían pre- antes posible.»
parados los petates, esperando que se les ordenara abordar Al día siguiente, dos divisiones de infantería italianas y la
los barcos de evacuación para un viaje de ida a Italia. Aunque División Ariete se encaminaban a Sirte. El 14 de febrero, lle-
Hitler consideraba a África del N o r t e un teatro de escasa garon a Trípoli las primeras tropas alemanas - u n batallón de
importancia, también creía que Alemania no debía permitir reconocimiento y u n o a n t i t a n q u e - , que partieron al día si-
que su aliado del Eje fuese expulsado de la región. H a b í a guiente hacia Sirte. Mientras tanto, «para aparentar la mayor
aceptado enviar ayuda. Pero Brauchitsch le había dejado cla- fortaleza e inducir a los británicos a adoptar la máxima pru-
ro a Rommel que su tarea era p u r a m e n t e defensiva; p o r el dencia», Rommel echó m a n o de u n a treta. Hizo que un ta-
momento, Alemania no estaba en condiciones de enviar fuer- ller le construyese tanques de madera y lona montados sobre
zas suficientes para expulsar a los británicos de Cirenaica, la chasis Volkswagen. El 17 de febrero, Rommel estaba lo bas-
provincia oriental de Libia. tante satisfecho con su p e q u e ñ o ejército de mentira c o m o
La transferencia a África del Norte de u n a de las divisio- para escribir a su mujer: «Todo marcha sobre ruedas... Por lo
nes asignadas a Rommel, la 5~ Ligera, empezó a mediados de que a mí respecta, p u e d e n venir ahora mismo.»
febrero, y debía terminarse hacia mediados de abril. Más
formidable que su nombre, la 5- División Ligera incluía el 5 e Pero los británicos no vinieron. En lugar de ello, se dirigie-
Regimiento Panzer, que tenía 80 tanques medianos (Panzer ron a Grecia. La expedición a Grecia, lanzada el 4 de marzo,
III y IV) y 70 tanques ligeros. Hacia finales de mayo, se le dijo, dejó las defensas británicas en el este de Libia bajo mínimos.
Rommel recibiría u n a auténtica división panzer, la 15-. Lo Cirenaica era ahora «una zona de batalla pasiva» vigilada por
que quedaba de las fuerzas motorizadas italianas en África del «la mínima fuerza posible». En teoría, esta consistía en la 9-
Norte -básicamehte la división acorazada Ariete, con 60 tan- División Australiana y la 2 a División Acorazada. Pero ambas
ques obsoletos- también estaría bajo el m a n d o de Rommel. habían sido prácticamente desmanteladas para la campaña
Pero por cuestiones diplomáticas, el alemán debía servir bajo de Grecia. Lo que quedaba era poco más que una división de
las órdenes del general Italo Gariboldi, de 62 años de edad, infantería escasamente preparada y pertrechada, y una briga-
que había sucedido al d e r r o t a d o mariscal Graziani c o m o da acorazada débil y sin experiencia con tanques que se es-
comandante italiano en África del Norte. tropeaban constantemente bajo las condiciones del desierto.
C u a n d o Rommel llegó a Trípoli, el 12 de febrero, temía El flanco occidental de las fuerzas británicas de O r i e n t e
que los británicos reanudasen pronto su avance hacia el oes- Medio era, pues, peligrosamente vulnerable.
te. Sabía que si atacaban de inmediato, antes de que llegasen Por si f u e r a poco, el único h o m b r e cuya intuición en el

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EL ZORRO DEL DESIERTO
COMO AFICIONADO
A LA FOTOGRAFÍA
Entre las muchas habilidades que Erwin
Rommel empleó en África del Norte estaba
su talento para la fotografía, una afición de
tiempos de paz. Tan sólo unas horas después
de llegar a Libia, despegó en su Heinkel-111,
cámara en mano, para «conocer un poco el
país» que iba a defender. Así, Rommel abría
el capítulo africano de un álbum que iba de
vistas aéreas a tanques británicos destruidos.
Durante los meses en el desierto, Rommel
tomó miles de fotografías. Además de ser
recuerdos de sus campañas, quería utilizarlas
para ilustrar un libro de posguerra que tenía
planificado..., y que nunca escribiría. Pero al
reunir su archivo visual, Rommel eludió cui-
dadosamente un tema. Como le explicó a su
hijo: «No fotografío mi retirada.» Con su lírica, Rommelfotografía una de sus propias armas, un cañón de 150 mm camuflado.

En su primer vuelo de reconocimiento sobre el desierto libio, Rommel Una de las fotografías del general muestra la escarpa que separa
sacó esta instantánea de un foso antitanque italiano al este de la llanura de Trípoli de la meseta libia que se extiende en el
Trípoli. interior.

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campo de batalla podía haber rivalizado con la de Rommel, otras prioridades para las fuerzas alemanas disponibles. Hit-
el teniente general Richard O ' C o n n o r - n e c e s i t a d o de un ler estaba a p u n t o de enviar tropas para ayudar a Mussolini
descanso tras su victoriosa campaña contra los italianos- ha- en la guerra contra Grecia y estaba planificando secretamen-
bía sido promovido al m a n d o de las tropas británicas en Egip- te invadir la Unión Soviética.) Quizás a finales de mayo, des-
to. A finales de febrero, f u e substituido como comandante en pués que el Afrika Korps se viese reforzado con la llegada de
Cirenaica p o r el teniente general Philip Neame, un militar la 15a División Panzer, Rommel podría lanzar un ataque limi-
conocido p o r su valor, pero un ingeniero sin experiencia en tado contra las posiciones de avanzada británicas, penetran-
la guerra del desierto. do, tal vez, hasta Agedabia (mapa, página 67), dijo Brauchits-
Como admitiría Wavell más tarde, había cometido un te- ch. Más tarde se le permitiría recuperar Bengasi. Pero no iba
rrible error de cálculo al disponer la defensa de Cirenaica. a haber u n a ofensiva general. Rommel señaló que «no basta
No fue sino hasta mediados de marzo —«cuando ya era dema- con tomar Bengasi; tenemos que ocupar toda el área de Ci-
siado t a r d e » - q u e realizó un reconocimiento personal del renaica, ya que Bengasi no se p u e d e conservar por sí sola».
área de Bengasi y las posiciones británicas de avanzada. Des- Brauchitsch se mostró inflexible: R o m m e l no debía hacer
cubrió, consternado, que tenía «una idea totalmente erró- nada hasta finales de mayo. Rommel escuchó sus órdenes y
nea» de la escarpa que se alzaba al sur de Bengasi. H a b í a luego volvió a África del Norte para desobedecerlas.
pensado que era u n a barrera para los tanques que sólo po-
día ser escalada por un par de lugares fácilmente defendibles. Antes de partir hacia Berlín, Rommel había dado instruccio-
«Cuando sobrevolé la zona y vi la escarpa, me di cuenta de nes a la parte de la 5 a División Ligera que ya había llegado a
que se podía acceder a ella por un m o n t ó n de puntos despro- África del Norte -básicamente el 5 a Regimiento Panzér- para
tegidos.» Las disposiciones tácticas de Neame le parecieron que se preparara para atacar El Agheila el 24 de marzo. Ni
«absurdas» e i n m e d i a t a m e n t e cambió ciertos despliegues. bien volver, ordenó que se procediese a atacar. Su excusa para
«Pero lo más alarmante», relató más tarde, «era el estado de desafiar la cautelosa directiva del Alto Mando era que patru-
los tanques semipesados de la 2 a División Acorazada, que llas británicas de El Agheila habían estado hostigando a las
constituían el núcleo de toda la fuerza.» De 52 tanques, la columnas de suministros con destino al puesto de avanzada
mitad estaban en los talleres y cada día se estropeaban varios italo-germano de Marada, 144 kilómetros al sur. Para conser-
más. var este puesto de avanzada, tenía que expulsar a los británi-
Wavell instruyó a N e a m e para que, en caso de un ataque cos de El Agheila.
a sus tropas de p r i m e r a línea en El Agheila, retrocediese El Agheila no estaba fuertemente protegido, y los soldados
hasta Bengasi con tácticas retardatorias. En caso de necesi- británicos que lo ocupaban creían, con Wavell, que no esta-
dad, N e a m e debía renunciar a Bengasi y salvar sus vehículos ban i n m e d i a t a m e n t e amenazados p o r el enemigo. Pero, al
acorazados subiendo a la escarpa que estaba al este de Ben- a m a n e c e r del 24 de marzo, R o m m e l lanzó su ataque. Dis-
gasi. «Volví ansioso y d e p r i m i d o de la visita», dijo Wavell, puestos a lo largo de un frente de 900 metros, los tanques y
«pero no era m u c h o lo que podía hacer al respecto. La cam- carros blindados del 3er Batallón de Reconocimiento del
p a ñ a en Grecia estaba en pleno movimiento y a mí no me mayor I r m f r i e d von Wechmar cargaron contra El Agheila.
quedaba casi n a d a en África.» Detrás venían camiones cuyos conductores se esforzaban por
Aun así, Wavell no creía que Rommel estaría en condicio- obedecer la orden de Rommel: «Los vehículos traseros deben
nes de atacar antes de mayo. Tampoco el Alto M a n d o ale- levantar polvo..., nada más que polvo.» Por primera vez, Rom-
mán. El 19 de marzo, un día después de que Wavell volviese mel ponía a p r u e b a en el desierto u n a de sus tácticas de en-
a El Cairo tras su visita al frente, Rommel voló a Berlín. Ha- gaño. Muchos de los «tanques» de Wechmar eran incapaces
bía tomado conciencia de la «transitoria debilidad británica» de disparar un tiro; eran los falsos tanques con chasis Volkswa-
y creía que debía ser «explotada, con la mayor energía, para gen, conocidos ahora como la «División de Cartón». Pero sus
ganar la iniciativa de u n a vez por todas». Pidió permiso para siluetas en el polvo que se arremolinaba en el aire sugerían
atacar a los británicos de inmediato. La respuesta de Brau- u n a formidable fuerza de combate. La guarnición británica
chitsch f u e un no rotundo. de El Agheila se replegó rápidamente, retrocediendo hasta
El Alto Mando alemán, le dijo Brauchitsch a Rommel, aún Mersa Brega, 48 kilómetros al noreste.
no había planificado n i n g u n a ofensiva terminante en África Al enterarse de que los alemanes habían avanzado hasta El
del Norte, y no debía con refuerzos f u e r a de los que ya le Agheila y de que los británicos no h a b í a n contraatacado,
habían prometido. (Aunque Rommel no lo sabía, existían Churchill envió un cable a Wavell el 26 de marzo: «Supongo

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que está esperando a que la tortuga saque la cabeza lo bastan- hacia Agedabia. El 2 de abril, después de u n a breve batalla,
te para cortársela.» En u n a respuesta larga y e n m a r a ñ a d a , Agedabia y el vecino p u e r t o de Zuetina f u e r o n capturados.
Wavell detalló los penosos esfuerzos a que se veían sometidas Gariboldi intentó ahora frenar a Rommel, insistiendo en que
sus fuerzas en Libia, debilitadas como estaban por el trasla- cualquier movimiento adicional sería una violación directa de
do de efectivos a Grecia, y explicó que no tenía refuerzos las órdenes. El alemán no le hizo el m e n o r caso. «Decidí pi-
para enviar a Neame. En cualquier caso, estaba convencido sarle los talones al enemigo en retirada», dijo Rommel, «e
de que los alemanes no lanzarían u n a ofensiva importante en intentar h a c e r m e con toda el área de Cirenaica de un solo
breve. El 30 de marzo, Wavell envió un cable a N e a m e en el golpe.»
que le r e c o m e n d a b a no preocuparse excesivamente p o r el Rommel dividió sus fuerzas, enviando un g r u p o al norte,
enemigo; «no creo que esté en condiciones de hacer ningún p o r la carretera costera, hasta Bengasi, otro al este, hacia
gran esfuerzo al menos en un mes». Al día siguiente, Rommel Maaten el Grara y Ben Gania, y un tercero por u n a ruta cen-
atacó Mersa Brega. tral hasta Antelat y Msus (mapa, página 67). No tenía un plan
H a b í a h e c h o u n a pausa de u n a s e m a n a en El Agheila, rígido para su campaña, pero puso a prueba al enemigo aquí
pero temía que, si permanecía allí hasta que llegara su divi- y allá y siguió embistiendo mientras los británicos retrocedían.
sión panzer (en mayo), los británicos fortificarían un desfila- Pronto, las fuerzas de Neame estaban.en retirada general.
dero que hacía de Mersa Brega un baluarte natural. El 5° En el cuartel general de avanzada de Rommel, cerca de
Regimiento Panzer, q u e avanzaba p o r la carretera costera, Agedabia, los ordenanzas entraban y salían con noticias de los
cargó con el grueso del ataque alemán. La resistencia britá- avances, mientras el mayor Georg Ehlert, el oficial de opera-
nica en el desfiladero f u e resuelta, y hacia el final de la tar- ciones, trasladaba los movimientos de las columnas alemanas
de el ataque había q u e d a d o interrumpido. Pero, p o r la no- y del e n e m i g o a su mapa. El p r o p i o R o m m e l pasaba gran
che, Rommel envió un batallón de ametralladores a través de parte de su tiempo en el aire o en el campo, controlando a
unas altas colinas de a r e n a hacia el n o r t e de la carretera. sus fuerzas o azuzándolas. Un c o m a n d a n t e , cuya c o l u m n a
Atacaron el flanco de los defensores y les expulsaron del estaba t e m p o r a l m e n t e detenida, se alarmó c u a n d o le lanza-
desfiladero. Los británicos a b a n d o n a r o n a p r e s u r a d a m e n t e ron un mensaje desde la cabina del avión Fieseler Storch de
Mersa Brega mientras el Afrika Korps ingresaba en el pueblo Rommel: «O se p o n e en movimiento de inmediato, o baja-
de casas blancas acribilladas al grito de «Heia Safari!»... «¡Ade- ré. Rommel.»
lante!», en bantú. Las ansias de avanzar rápido de Rommel le obligaron a
A la m a ñ a n a siguiente, R o m m e l supo, p o r la Luftwaffe, c o r r e r grandes riesgos. El 3 de abril, la 5- División Ligera
que los británicos seguían replegándose hacia el n o r t e en i n f o r m ó que la mayor parte de sus vehículos estaban muy
lugar de preparar posiciones defensivas para resistir de nue- escasos de gasolina y necesitaban un descanso de cuatro días
vo. Las puertas de Cirenaica parecían abiertas de par en par. para repostar. Rommel o r d e n ó que todos los camiones fue-
Para Rommel, pese a sus órdenes de no lanzar ninguna ofen- sen descargados y enviados al depósito de la división, instru-
siva hasta finales de mayo, «era u n a oportunidad a la que no yendo a los chóferes para que volviesen en 24 horas con su-
me p u d e resistir». ficiente combustible, comida y munición para el resto de la
O r d e n ó que la 5~ División Ligera continuase su avance campaña. Fue u n a apuesta peligrosa: los hombres de la divi-

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sión q u e d a r o n inmovilizados 24 horas en el desierto, impo- con u n a serie de telegramas a sus comandantes, pero no in-
sibilitados de moverse si eran atacados. Pero, en cambio, la tentó visitar el frente. El 2 de abril, Wavell se trasladó a Bar-
5- División Ligera q u e d ó fuera de acción un día y no cuatro. ce para evaluar la crisis. «Pronto c o m p r e n d í que Neame ha-
Ese día, Gariboldi - p a r a entonces furioso p o r la actitud bía p e r d i d o control», dijo más tarde. M a n d ó a llamar a
desafiante de R o m m e l - volvió a llamar al o r d e n al alemán. O ' C o n n o r para que se hiciese cargo de la situación.
«Quería que interrumpiera toda acción y no volviese a dar un O ' C o n n o r llegó el 3 de abril y t í m i d a m e n t e sugirió que
paso sin su expresa autorización», recordó Rommel. «Yo no Neame se mantuviese al m a n d o y que él actuase como asesor
estaba dispuesto a dejar pasar tan b u e n a o p o r t u n i d a d . La de Neame, p o r q u e «cambiar de caballos en medio de la ca-
conversación subió un poco de tono.» rrera no mejorará las cosas». El tacto no f u e la única razón
Esa noche los alemanes ocuparon Bengasi, que había sido por la que O ' C o n n o r puso reparos. Más tarde escribió: «No
evacuado por los británicos. En u n a carta a su esposa, el jú- p u e d o fingir que me alegraba la idea de tomar el m a n d o en
bilo juvenil de Rommel se mezcla con sus dudas acerca de la medio de u n a batalla que ya estaba perdida.»
reacción de sus superiores: «Querida Lu: H e m o s estado ata- La presencia de O ' C o n n o r no f u e suficiente para alterar
cando desde el 31 con un éxito arrollador. Habrá consterna- el curso de los acontecimientos. Rommel había desarrollado
ción e n t r e los j e f e s en Trípoli y Roma, quizá también en su Swung - í m p e t u - y lo m a n t e n í a contra viento y marea.
Berlín. Tomé el riesgo contra las ó r d e n e s e instrucciones «Cada vez era más evidente que el enemigo nos creía más
p o r q u e la oportunidad parecía favorable. No me cabe d u d a fuertes de lo que en realidad éramos», dijo Rommel, «idea
de que más adelante se verá con buenos ojos... Los británicos que era preciso m a n t e n e r d a n d o la apariencia de u n a ofen-
huyen en desbandada... Entenderás que no p u e d o dormir de siva a gran escala.» No dejó escapar ni u n a o p o r t u n i d a d .
alegría.» Mientras la 2 a División Acorazada británica, que había perdi-
do numerosos tanques en acciones pequeñas y averías en el
Rommel no exageraba al referirse a la reacción de los britá- camino, se replegaba en Mechili, R o m m e l convirtió a esa
nicos. Los movimientos veloces e impredecibles del general diminuta fortaleza del desierto en el objetivo de su avance.
estaban p r o d u c i e n d o en las fuerzas de N e a m e exactamente Tres columnas alemanas partieron hacia Mechili p o r rutas
los mismos efectos q u e él deseaba: confusión y pánico. El convergentes: el cuerpo principal de la 5 a División Ligera y
avance del Eje hasta Mersa Brega había provocado un replie- la División Ariete de Ben Cania y Tengeder, el 5 e Regimiento
gue de u n a semana y 800 kilómetros de los británicos. Con Panzer reforzado por 40 tanques italianos a través de Msus, y
h u m o r negro, algunos soldados británicos se refirieron más el 3er Batallón de Reconocimiento de Bengasi, vía Charruba.
tarde a su apresurado repliegue como «El Derby de Tobruk» Un cuarto g r u p o del Eje avanzaba hacia D e r n a p o r la
o el «Hándicap de Bengasi». Más típica, tal vez, f u e la reac- misma carretera costera p o r la que la 9- División Australiana
ción de Roy Farran, un subteniente que describió esa sema- se había replegado con la esperanza de resistir j u n t o a un
na como los días más ignominiosos de la historia del Ejérci- Wadi (cauce seco de un río). El 6 de abril, las fuerzas del
to Británico. A falta de instrucciones para resistir y luchar, los enemigo que se concentraban en el sur, alrededor de Mechi-
británicos se replegaron en desorden, a m o n t o n a d o s en los li, y la columna del Eje que avanzaba por la carretera coste-
camiones, los nervios al b o r d e del colapso por falta de sue- ra p l a n t e a r o n u n a amenaza demasiado g r a n d e para la 9 4
ño, las caras cubiertas de polvo amarillo c o m o víctimas de División Australiana, forzando un apresurado repliegue hacia
ictericia. el este. Fue tan apresurado, en efecto, que sólo el ruido de
La tradicional frialdad de los británicos pareció desertar- los vehículos en retirada alertó a los fusileros del teniente
les súbitamente. En Antelat, un cabo que gritaba a t e r r a d o coronel E. O. Martin, que estaban en Derna, de que estaban
«¡Retirada en masa! ¡Los alemanes se acercan!» se cayó solo siendo dejados atrás. Levantaron rápidamente su campamen-
c u a n d o el teniente coronel Crichton Mitchell amenazó con to y se unieron al repliegue.
dispararle. En Msus, un capitán, avisado de que se acercaba Esa tarde, N e a m e y O'Connor, que habían perdido todo
u n a columna del enemigo, voló todo un depósito de combus- contacto con la 2~ División Acorazada, y c o m p r e n d i e n d o que
tible para evitar que cayera en manos del Eje..., y luego reco- su situación personal era peligrosa, decidieron que era el
noció, demasiado tarde, que el «enemigo» era u n a patrulla m o m e n t o de retirarse de su cuartel general. Los dos genera-
británica. les estuvieron entre los últimos en abandonar. U n a vez en el
Neame, desde su cuartel general en Barce, a 80 kilómetros coche de N e a m e se dirigieron a Tmimi, a unos 160 kilóme-
al noreste de Bengasi, intentó inútilmente restaurar el orden tros al este. Durante la n o c h e tomaron u n a salida e r r ó n e a y

Estratégicamente situados en el desierto, falsos tanques alemanes, hechos de madera y lona sobre chasis de automóviles
-parte de la División de Cartón de Rommel-, crean la ilusión de una fuerza acorazada. Al enviar estas réplicas al campo
de batalla, Rommel le dijo al comandante de sus tanques de mentira: «Si pierde uno o dos, no se los echaré en cara.»

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acabaron en la carretera a Derna. Hacia las 3 a.m., Neame, zada. «Por supuesto, se negó», relató Rommel, sin sorpren-
que había estado d u r m i e n d o en el asiento trasero, despertó derse. En la m a ñ a n a del 8 de abril, los británicos intentaron
para descubrir que estaban en medio de un convoy detenido romper el cerco en el mismo m o m e n t o en que las fuerzas del
en las afueras de Derna. Desde la oscuridad llegaron gritos en Eje iniciaban un ataque general. En la confusión, unos cuan-
un idioma extranjero, y el chófer de Neame aventuró: «Han tos británicos consiguieron escapar, pero Mechili cayó hacia
de ser esos c o n d u c t o r e s chipriotas, señor.» Segundos más el mediodía y Gambier-Parry pasó a formar parte de la comi-
tarde, los generales eran apuntados por los cañones de unas tiva de prisioneros de alta graduación.
metralletas alemanas. Pasarían los siguientes tres años como Rommel, eufórico, observó cómo sus tropas llenaban un
prisioneros de guerra en el norte de Italia. camión con generales británicos, y se acercó para coger unas
gafas de protección desproporcionadas. «Botín. Tengo dere-
En el inmenso, impenetrable desierto, la confusión no sólo cho a cogerlas. Incluso de un general», dijo, sonriendo mien-
se cebaba en los británicos. Las u n i d a d e s de avanzada de tras se las colocaba. Esas mismas gafas aparecerían en nume-
Rommel perdieron contacto con la radio del cuartel de Age- rosas fotos que se le tomaron durante los siguientes 22 meses.
dabia, y, cada día, el general pasaba horas en su avión, inten- Se estaba f o r j a n d o la leyenda del Zorro del Desierto.
tando encontrarles y coordinar sus movimientos. Las frecuen- El mismo día, en un hotel de playa en Tobruk, Wavell
tes tormentas de arena desviaban de su r u m b o a las columnas anunció u n a decisión crucial a un g r u p o de oficiales de alta
alemanas e inmovilizaban temporalmente al avión de Rom- graduación: había que conservar Tobruk. La 9 a División Aus-
mel y a otras máquinas que les hubiesen podido guiar. El 5 a traliana, que había escapado de la red de Rommel al retirar-
Regimentó Panzer del coronel H e r b e r t Olbrich, que avanza- se de Derna, tomaría posiciones defensivas en la ciudad cos-
ba desde Msus, se perdió d u r a n t e todo un día. Buscándolo tera, u n i é n d o s e a las u n i d a d e s de Gran Bretaña y la
desesperado, Rommel estuvo a p u n t o de a b a n d o n a r prema- Commonwealth que ya estaban acantonadas en Tobruk.
turamente la guerra. Viendo lo que creyó era la columna de N i n g u n o de los presentes en la reunión desafió la lógica
Olbrich, hizo que su piloto diese vueltas en círculo mientras, de Wavell. Rommel iba a continuar su avance hacia el este,
abajo, las tropas desplegaban u n a gran cruz de aterrizaje de pero mientras Tobruk estuviese en manos británicas no llega-
tela en un terreno llano. Justo antes de que el avión tocase ría muy lejos. La p e r m a n e n c i a en Tobruk le negaría el uso
tierra, Rommel vio, p o r los cascos, que los soldados eran bri- del único puerto idóneo de Cirenaica al este de Bengasi. Sus
tánicos. El avión se elevó en u n a lluvia de fuego de ametra- tropas necesitaban 1.500 toneladas de agua y raciones al día;
lladoras, pero sólo fue alcanzado u n a vez, en la cola. sin Tobruk, todos estos suministros tendrían que ser transpor-
Pese a la pérdida de fuerzas y a la cada vez mayor escasez tados a través del desierto desde Bengasi o Trípoli. Conservar
de combustible, el 7 de abril los alemanes e italianos rodea- Tobruk no iba a ser tarea fácil. Rommel haría todo lo posi-
ron Mechili. Atrapados en el sitio estaban los restos de la 2~ ble p o r echar a los defensores al mar. Toda su comida, sus
División Acorazada, la 3 a Brigada Motorizada de la India y un municiones y sus equipos tendrían que llegar por mar bajo
p u ñ a d o de unidades británicas que no habían conseguido las bombas y el fuego de la Luftwaffe, que controlaba el es-
huir a tiempo. Rommel envió un requerimiento de rendición pacio aéreo sobre la ciudad. Pero no había otra opción. Se-
al oficial británico de más alta graduación, general de división ñalando sobre el mapa las escasas unidades británicas disper-
Michael Gambier-Parry, comandante de la 2 a División Acora- sas p o r 720 kilómetros de desierto - e n Bardia, Sidi Barraní,

66
Mersa M a t r u h - , Wavell dijo en tono seco a sus oficiales: «No llón incluso colocó su camión de administración en la reta-
hay n a d a entre ustedes y El Cairo.» guardia de la columna de asalto.
Nadie era más consciente de ello que Rommel. En los si- Semejante confianza pareció justificada al inicio de la ba-
guientes días, su Afrika Korps evitó T o b r u k y avanzó hacia talla. A las 5.20 a.m., la primera oleada de tanques de la 5 S
el este p o r la costa, c a p t u r a n d o el Fuerte Capuzzo, Sollum División Ligera cargó sin estorbos a través de u n a brecha
y el Paso de Halfaya, p e r o era inútil seguir adelante mien- abierta en el alambre, al sur de Tobruk. Los australianos ins-
tras los británicos siguieran c o n s t i t u y e n d o u n a a m e n a z a talados en los puestos del perímetro no hicieron n a d a por
p a r a su flanco y su r e t a g u a r d i a d e s d e T o b r u k . T o b r u k se detener a los tanques..., pero, al superar los puestos fortifica-
convertiría en u n a espina en su costado, u n a obsesión que dos, la infantería alemana f u e atacada con f u e g o feroz desde
le perseguiría d u r a n t e siete meses. Rommel, q u e a h o r a pla- la retaguardia. Indiferentes a la carnicería que tenía lugar
neaba conquistar Egipto y el Canal de Suez, se vio d e t e n i d o detrás, los panzer siguieron avanzando. Al cabo de poco tiem-
en el umbral del triunfo p o r u n a simple e insolente guarni- po, habían p e n e t r a d o 3 kilómetros en el perímetro..., y se-
ción británica. guían avanzando minuto a m i n u t o hacia u n a trampa elabo-
«Debemos atacar Tobruk cort todo lo que tenemos... an- rada y mortal.
tes de que los británicos tengan tiempo de hacerse fuertes», De pronto, las tripulaciones de los panzer se encontraron
le dijo Rommel a u n o de sus comandantes. Pero los británi- en un c o r r e d o r de f u e g o intenso. La artillería, desplazada
cos ya se habían hecho fuertes. Los británicos habían empe- desde sectores cercanos, disparaba desde ambos flancos a una
zado a reforzar las viejas defensas italianas de Tobruk a me- distancia de apenas 550 metros. Un impacto arrancó la sóli-
diados de marzo, y el enclave d^ 570 kilómetros cuadrados da torreta de un tanque Panzer IV de su soporte. El tenien-
era más formidable de lo que suponía Rommel. El perímetro te coronel alemán Gustav Ponath, que se había dirigido im-
de 50 kilómetros, llamado la Línea Roja, estaba señalado por p e t u o s a m e n t e al c a m p o de batalla en su coche oficial, f u e
rollos de alambre de espino y erizado por 140 puestos forti- alcanzado por un proyectil antitanque. Los panzer circulaban
ficados, refugios subterráneos de c o n c r e t o con capacidad en masa, confundidos por el h u m o y el polvo, que obstacu-
para 20 h o m b r e s cada uno. Tres kilómetros detrás de la Lí- lizaban la visión de los conductores y los artilleros. Finalmen-
nea Roja se extendía la Línea Azul, un abigarrado campo de te se les o r d e n ó que se retiraran, y tuvieron que abrirse paso
minas surcado de más alambre de espino y t a c h o n a d o de hasta el p e r í m e t r o pasando p o r los mismos peligros. En la
puestos fortificados separados por 450 metros entre sí. refriega, los alemanes perdieron 17 tanques..., al menos u n o
Incluso después de que los tanques alemanes que sondea- de ellos inmovilizado p o r un australiano que introdujo u n a
ron el perímetro el 11 y el 12 de abril f u e r a n rechazados por palanca en la oruga. El 8 e Batallón de Ametralladores-sufrió
la artillería, Rommel estaba convencido de que Tobruk cae- un 75 p o r ciento de bajas. La batalla f u e u n a «caldera de
ría bajo el asalto a gran escala previsto para el 14 de abril. bruja», escribió un comandante de tanques más tarde. «Fue
«Querida Lu», escribió en la m a ñ a n a de aquel día. «Es posi- una suerte escapar con vida.»
ble que hoy mismo veamos el final de la Batalla de Tobruk.» Rommel estaba furioso p o r haber sido vencido. Descargó
Las tropas alemanas confiaban en que los británicos se reple- su cólera sobre el general de división J o h a n n e s Streich, co-
gasen ni bien se empezaran a acercar los panzer. Alentados m a n d a n t e de la 5 a División Ligera, diciendo que sus panzer
p o r la confianza de Rommel en u n a rápida victoria, un bata- no h a b í a n d a d o lo m e j o r de sí. Afirmó q u e tanto Streich

Con el dedo sobre un punto cerca de la costa, Rommel


(página opuesta) estudia un mapa de Cirenaica
durante su primera ofensiva. Empezando por el oeste
de Mersa Brega, su avance (flechas rojas) expulsó a
los británicos de Libia, excepto por una guarnición
en Tobruk, hacia mediados de abril. Inátado por
Churchill, el general británico Wavell montó en
junio la contraofensiva Hacha de Guerra, cuyos
avances (flechas negras) fueron repelidos por
Rommel.

67
como Olbrich, comandante del 5 s Regimiento Panzer, habían sector italiano de su línea, se q u e d ó paralizado ante la visión
actuado «sin resolución». de cientos de cascos decorados con las plumas de gallo de un
Dos días más tarde, el 16 de abril, Rommel volvió a inten- reputado regimiento de fusileros Bersaglieri. El batallón en-
tarlo. Esta vez asumió personalmente el mando, utilizando la tero había sido atacado durante la noche. No todas las tropas
División Ariete y u n a división de infantería italiana contra las de Morshead se molestaban en hacer prisioneros. U n a patru-
defensas occidentales de Tobruk. Tan p r o n t o c o m o se les lla de rajputs, u n a casta g u e r r e r a de indios de J o d h p u r , re-
empezó a disparar, los tanques italianos se refugiaron en un prendidos p o r sobrevalorar la m u e r t e de su enemigo, regre-
wadi y Rommel no p u d o inducir a sus c o m a n d a n t e s a que saron unas n o c h e s más tarde con dos p e q u e ñ o s sacos de
reanudaran el ataque. La infantería italiana, que llevó el peso pruebas: 32 orejas humanas.
de un contraataque australiano, se rindió de inmediato. U n o Puesto q u e moverse en la superficie d u r a n t e el día era
de los oficiales de Rommel vio a un solitario vehículo de cortejar a los francotiradores, los hombres que protegían el
patrulla británico llevando en m a n a d a a toda u n a compañía perímetro de Tobruk cambiaron p o r completo su rutina dia-
italiana al cautiverio. Disparó al coche para dar a los italianos ria. Se desayunaban a las 9.30 p.m., comían a medianoche y
la o p o r t u n i d a d de correr. Corrieron, anotó Rommel triste- cenaban al amanecer. El ocultamiento era la clave para la
mente, «pero hacia las líneas británicas». Más de 800 italianos supervivencia. Al entrar a los refugios subterráneos, los sol-
f u e r o n capturados durante el ataque de dos días; la División dados borraban sus huellas para que los bombarderos no les
Ariete perdió al menos el 90 por ciento de sus tanques..., por siguiesen la pista. No sólo tenían que luchar contra el enemi-
averías. El 17 de abril, Rommel suspendió el ataque. go, sino también contra el aburrimiento, las quemaduras de
Seguía creyendo que, con la llegada de los refuerzos ade- sol, los piojos, las pulgas de arena y la disentería.
cuados, estaría en condiciones de tomar Tobruk. Había infra- La Luftwaffe mantuvo sus ataques c o n t r a los barcos de
valorado la d e t e r m i n a c i ó n de sus defensores. D e n t r o del suministros. El p u e r t o se llenó p r o n t o de restos de embarca-
perímetro de Tobruk había 35.000 soldados -anzacs, británi- ciones destruidas p o r los Stuka alemanes. Con razón los
cos, indios- comandados por un australiano tan tenaz como marineros de la Western Desert Lighter Flotilla (la Flotilla
el propio Rommel. Ligera del Desierto Occidental), que suministraba comida y
El general de división Leslie James Morshead, de 51 años pertrechos de Alejandría, aseguraban que sus iniciales que-
de edad, era conocido entre sus tropas c o m o «Ming el Des- rían decir «We Die Like Flies» («Morimos como moscas»).
piadado», por un personaje de la tira cómica Flash Gordon. Su En el perímetro, u n a conciencia general de las penurias
idea de su cometido era sencilla. «Aquí no habrá n i n g ú n compartidas e n g e n d r ó u n a cierta camaradería sardónica.
Dunkerque», les dijo a sus oficiales. «Si tenemos que salir, nos Ambos ejércitos soportaban las mismas privaciones: agua que
abriremos paso combatiendo. No habrá rendición ni replie- «parecía café y sabía a sulfuro», en palabras de u n o de los
gue.» Cuando un periódico australiano publicó un titular que oficiales de Rommel, y carne enlatada a la que los alemanes
decía «Tobruk puede aguantar», Morshead m o n t ó en cólera. llamaban «el culo de Mussolini». Había efímeras relajaciones
«No estamos aquí para aguantar», clamó. «Estamos aquí para de la tensión. El sargento Walter Tuit, un camillero británi-
dar.» co, en busca de víctimas en tierra de nadie tras un combate
en el perímetro, fue ayudado por alemanes que le entregaron
Cada noche enviaba patrullas de 20 hombres para atacar por heridos y muertos británicos y le dijeron que otros británicos
sorpresa al enemigo. Al cabo de poco tiempo, Rommel se dio habían sido enviados al hospital de campaña alemán. Luego
cuenta de su mortal eficacia. U n a mañana, al acercarse a un le ofrecieron u n a limonada fría antes de que ambas fuerzas

Las «ratas de Tobruk» -la expresión despectiva del Eje para las tropas británicas
sitiadas en el puerto libio- hacen lo que pueden por sobrevivir en su difícil
situaáón. Un soldado australiano (derecha) se refresca en una bañera
abandonada mientras sus compañeros esperan su turno. Otras actividades
intuían periódicos mimiografiados, servidos religiosos diarios y comidas servidas
en una de las muchas cuevas de Tobruk (página opuesta) para protegerse de los
bombarderos Stuka.

68
se retirasen a sus líneas. Y cada n o c h e , a las 9.57 p.m., los bruk, el médico había llegado para tratar al alemán herido.
británicos y los alemanes sintonizaban Radio Belgrado para (Tomado prisionero, trató a ambos ejércitos de manera im-
oír a Lale Andersen cantar —en a l e m á n - el triste y sensual parcial.)
lamento acerca de la chica que aguardaba bajo la farola jun- Fue el c o m b a t e más costoso de Rommel hasta la fecha.
to a la e n t r a d a del cuartel: «Lili Marlene». Se había conver- Perdió más de 1.000 h o m b r e s en la batalla. A su lado, para
tido en el h i m n o extraoficial de todos los soldados del de- presenciar la carnicería, había estado el teniente general
sierto. Friedrich Paulus, un oficial frío y escrupuloso del estado
mayor que había llegado el 27 de abril en u n a misión urgente
El 30 de abril, Rommel había recibido suficientes refuerzos del Alto Mando del Ejército para, de algún modo, vigilar a
de la 15a División Panzer para volver a intentarlo. A las 6.30 Rommel. (El coronel general Haider dijo que se había elegi-
p.m., los alemanes iniciaron el más furioso de sus ataques do a Paulus porque era «tal vez el único hombre con suficien-
contra Tobruk hasta la fecha. Los b o m b a r d e r o s Stuka y la te influencia para persuadir a aquel militar enloquecido».)
artillería b o m b a r d e a r o n u n a colina llamada Ras el Medauer, Paulus se escandalizó por el n ú m e r o de bajas y por el hecho
en el perímetro suroccidental del baluarte, mientras los tan- de que las tropas alemanas estaban «luchando en condicio-
ques alemanes cargaban contra las defensas por el norte y el nes inhumanas e intolerables». Le dijo a Rommel que era im-
sur de la prominencia. En tres horas, los alemanes habían posible tomar Tobruk. Aun así, c u a n d o los británicos termi-
capturado la colina y los panzer habían p e n e t r a d o tres kiló- naron su último y desventurado contraataque en la m a ñ a n a
metros en el perímetro. Pero no habían conseguido eliminar del 4 de mayo, los alemanes habían conseguido oc.upar u n a
una serie de puestos fortificados de avanzada ocupados por porción del perímetro de unos cinco kilómetros de extensión
australianos que luchaban, dijo Rommel, «con extraordina- p o r tres de profundidad.
ria tenacidad. Incluso sus heridos continuaban defendiéndo- Casi al mismo tiempo llegó un furioso ultimátum de Brau-
se y permanecían en la batalla hasta el último suspiro». Estos chitsch. El comandante en j e f e prohibió a Rommel volver a
puestos fortificados seguían activos a la m a ñ a n a siguiente, atacar Tobruk, o continuar su avance hacia Egipto. Rommel
hostilizando el avance alemán desde atrás mientras los britá- debía m a n t e n e r su posición y conservar sus fuerzas. El co-
nicos se tomaban la revancha con artillería y contraataques. m a n d a n t e del Afrika Korps se resintió por tener que adoptar
Esta lucha despiadada continuó con pleno vigor tres días u n a postura defensiva en lugar de tener autorización para
más. Las cegadoras tormentas de arena dificultaban el con- conquistar Egipto. Pero p r o n t o demostraría tener tantos
trol táctico a ambos ejércitos. En el caos frenético, resultaba dotes para la defensa como para el ataque.
difícil saber con certeza quién estaba g a n a n d o , o d u r a n t e A instancias de Churchill, los británicos estaban a p u n t o
cuánto tiempo. Un médico alemán, acercándose a la alam- de lanzar su propia ofensiva cirenaica. Se había sentado el
brada en u n a ambulancia, golpeó furiosamente al anzac que t e r r e n o el 20 de abril, c u a n d o c u a n d o el p r i m e r ministro
le a p u n t ó ; convencido de q u e R o m m e l había t o m a d o To- concibió una idea audaz, típicamente suya. En aquel momen-

69
to, un convoy con 295 tanques para Wavell se disponía a zar- del Paso, al precio para Wavell de 173 bajas y cinco tanques
par hacia el Canal de Suez vía el cabo de Buena Esperanza. más. Brevedad no había servido de nada.
Churchill propuso que los barcos ahorrasen 40 días de viaje Churchill, consciente de que cada día que pasaba Rommel
girando en Gibraltar y pasando p o r los peligros del Medite- fortalecía más sus defensas, insistió a Wavell sobre la necesi-
r r á n e o hasta Alejandría. dad de que pusiera en marcha el gran ataque cuanto antes.
Los convoyes británicos no se atrevían a cruzar el Medite- Sin embargo, la ofensiva del Desierto Occidental no era la
r r á n e o desde principios de enero, después de que la Luft- única preocupación de Wavell. Estaba rodeado de problemas.
waffe infligiese graves daños al portaaviones Illustrious. Pero Los británicos habían sido expulsados de Grecia a finales de
Churchill, consciente de que Rommel estaba siendo reforza- abril, y ahora Creta - e l refugio al que había sido evacuada la
do con toda u n a división panzer, consideró que valía correr mayoría de tropas de Grecia- estaba siendo amenazada por
el riesgo. Si Wavell recibía los 295 tanques antes de que los los alemanes. Mientras tanto, Wavell estaba planificando cam-
nuevos blindados alemanes entrasen en funcionamiento en pañas en Siria e Irak p o r las actividades de los gobiernos tí-
África del Norte, podía invertirse el recientemente desastro- teres del Eje. C o m o un malabarista que intenta manipular
so curso de la batalla. «Si este envío llega a tiempo», escribió demasiadas bolas a la vez, Wavell empezaba a desfallecer.
el primer ministro, con gran optimismo, a Wavell, «no debe
q u e d a r ningún alemán en Cirenaica hacia finales de junio.» Pero a las 2.30 a.m. del 15 de j u n i o , Wavell puso en marcha
De hecho, «el Convoy del Tigre», como se le llamó, sólo - b a j o el n o m b r e en código Hacha de Guerra- la ofensiva de
perdió un barco..., por u n a mina del enemigo; el 1 de mayo Cirenaica. El plan era similar al de la operación Brevedad,
descargó 238 tanques en Alejandría. El día de su llegada, en p e r o a mayor escala. Un g r u p o brigada de infantería (una
un mensaje a Wavell, Churchill citó un pasaje de la Segunda brigada reforzada) con un escuadrón y m e d i o de tanques
Epístola a los Corintios: «Mirad ahora el m o m e n t o favorable; debía capturar el Paso de Halfaya. Al mismo tiempo, u n a
mirad ahora el día de salvación.» Wavell no estaba tan con- brigada acorazada y u n a brigada de infantería debían atacar
vencido. Los tanques habían llegado en malas condiciones, el Fuerte Capuzzo mientras u n a brigada acorazada reforzada
con los cambios de marcha cascados, orugas inservibles y sin avanzaba por el oeste hacia Sidi Azeiz, protegiendo a las otras
filtros de arena para los motores, tan esenciales para el desier- fuerzas británicas de las tropas del Eje en Sidi Omar.
to. No se tomaría n i n g u n a acción hasta mediados de junio, El ancla de la defensa de Rommel, un batallón de artille-
comunicó Wavell a Londres. ría en el Paso de Halfaya, escucharon el ruido de los tanques
Churchill reaccionó con cólera y decepción, pero no era británicos a las 6 a.m. del 15 de j u n i o . Estos defensores eran
un problema de falta de iniciativa. El 15 de mayo, aun sin los conocidos entre los británicos como «los hombres de los siete
nuevos tanques, Wavell había puesto en marcha la operación días», p o r q u e se les suministraba munición, comida y agua
Brevedad, u n a campaña limitada para asegurar u n a posición para u n a semana, y tenían que luchar hasta la última bala y
de avanzada para la ofensiva prevista. Bajo el m a n d o del ge- la última gota de agua. Su c o m a n d a n t e era el capitán Wil-
neral de brigada W. H. E. Gott, los británicos enviaron tres helm Bach, de 50 años de edad. Durante su vida como civil
columnas de asalto a través de la frontera libio-egipcia. Dos había sido ministro evangélico en Mannheim, y llegaría a ser
de ellas subieron a la escarpa que se extendía paralela a la conocido entre sus leales tropas como «el pastor de Halfaya».
costa, u n a para dirigirse p o r el noroeste hacia Sidi Azeiz, la Por sus binoculares, el corpulento capitán Bach divisó a los
otra para recuperar el Fuerte Capuzzo, al oeste de Sollum. La tanques alemanes a unos 3 kilómetros de distancia. «No dis-
tercera debía atacar el paso de Halfaya, u n a h e n d e d u r a en la paren bajo n i n g u n a circunstancia», dijo a sus hombres. «De-
escarpa que conducía a la Meseta Libia. El paso dominaba el j e n que se acerquen.» A medida que avanzaban, los tanques
acceso a la meseta, así como la carretera costera a Sollum y empezaron a disparar, agujereando las alturas m a r r o n e s del
otros puntos del oeste. Paso. Pero los hombres de Bach y u n a batería italiana bajo el
Los británicos habían tomado rápidamente Capuzzo y el m a n d o del mayor Leopoldo Pardo no abrieron fuego.
paso de Halfaya, y avanzaban hacia Sidi Azeiz c u a n d o Rom- A las 9.15 a.m., el teniente coronel británico Walter
mel contraatacó, haciéndoles retroceder a primeras horas del O'Carroll, cerca de la retaguardia de la columna que avanza-
16 de mayo. Gott se replegó al Paso, que, de conservarlo, ba hacia el Paso, escuchó con satisfacción p o r su radio el
justificaba por sí mismo las pérdidas de la operación Brevedad: mensaje en clave «Manchas rosadas»: la acción estaba bajo
hasta el m o m e n t o , 18 tanques y 160 bajas. Pero, el 27 de control y marchaba bien. Luego surgieron las palabras aterra-
mayo, u n a fuerza alemana superior expulsó a los británicos das del mayor C. G. Miles, q u e iba en el p r i m e r tanque:

70
«¡Dios mío! Tenían cañones de calibre grueso enterrados y trampa. Más tarde, en u n a pista de aterrizaje del desierto,
están despedazando mis tanques.» Messervy se entrevistó con un Wavell ceñudo. Recordó que
Desde emplazamientos ocultos a lo largo del risco, caño- Wavell le miró así varios minutos sin abrir la boca. «Pensé que
nes antiaéreos de 88 mm, nivelados para ser utilizados con- me iba a degradar», dijo Messervy. Finalmente, Wavell habló:
tra tanques, estaban disparando proyectiles de 10 kilos que «Creo que acertó al replegarse en estas circunstancias, pero
p o d í a n hacer agujeros del t a m a ñ o de u n a pelota de balon- tendría que haber obtenido órdenes de la Fuerza del Desier-
cesto en un Matilda desde un kilómetro y m e d i o de distan- to Occidental.»
cia. En u n o s cuantos minutos, 11 de los 12 tanques delan- Dicho esto, la operación Hacha de Guerra les costó a los
teros a r d í a n c o m o hogueras. Cinco veces los británicos británicos cerca de 90 tanques, más de 30 aviones (con gran
i n t e n t a r o n t o m a r el Paso p o r asalto, y cinco veces f u e r o n esfuerzo, la Royal Air Force había logrado m a n t e n e r la supe-
repelidos p o r los cañones de Bach. A partir de aquel día, rioridad aérea a lo largo de la batalla), casi 1.000 h o m b r e s y
Halfaya sería conocida entre los soldados británicos c o m o la oportunidad de restablecer la moral mediante una victoria
«Paso del Infierno». en el desierto. R o m m e l consideró que la planificación de
Arriba en la escarpa, mientras tanto, los tanques británicos Wavell había sido «excelente», pero que el general británico
del centro del avance consiguieron rechazar a las tropas del había «jugado con desventaja d e b i d o a la lentitud de sus
Eje del área de Fuerte Capuzzo y luego giraron p o r el este pesados tanques de infantería, que le impedían reaccionar
para seguir hacia Sollum. Pero por el oeste, el brazo izquier- con la rapidez suficiente a los movimientos de nuestros velo-
do del avance británico f u e detenido en la Sierra de Hafid ces vehículos».
p o r emplazamientos de defensa alemanes con u n a b u e n a En Londres, algunos no fueron tan comprensivos c u a n d o
cantidad de cañones de 88 mm utilizados como armas anti- recibieron el tenso reconocimiento de la derrota de Wavell:
tanque. Y durante el día Rommel trajo refuerzos del área de «Siento m u c h o el fracaso de Hacha de Guerra.» Sir Alexander
Tobruk, incluida la 5 a División Ligera y parte de la 15- Divi- Cadogan, subsecretario p e r m a n e n t e del Foreign Office,
sión Panzer. manifestó u n a de las opiniones predominantes: el Ejército
Alemán tenía, sencillamente, mejores generales. «Wavell y los
En la mañana del 16 de junio, Rommel hizo uso de sus reser- de su clase no están a su altura. Es c o m o p o n e r m e a mí a
vas. La 15a División Panzer atacó a los británicos en Capuzzo, j u g a r contra Bobby Jones en un campo de 36 hoyos.»
pero f u e rechazada y se vio obligada a interrumpir las accio- La postura de Churchill ya era de todos conocida. En fe-
nes antes del mediodía. Al mismo tiempo, la 5 a División Li- cha tan temprana como mediados de mayo, había hablado de
gera de Rommel dio un r o d e o p o r el sur y atacó el flanco reemplazar a Wavell por el teniente general sir Claude Au-
izquierdo de los británicos a la altura de Sidi Omar. Tras chinleck, comandante en j e f e en la India. Churchill le había
u n a fiera batalla con los tanques del 7 e Regimiento Acora- dicho al mariscal de c a m p o sir J o h n Dill, j e f e del Estado
zado británico, la 5 a División Ligera se abrió paso y empe- Mayor Imperial, que no quería ver a Wavell en Londres, vi-
zó a avanzar hacia el este, con dirección a Sidi Suleiman. viendo en u n a habitación de su club. El primer ministro dijo
«Este ha sido el p u n t o decisivo de la batalla», dijo Rommel. que, en India, Wavell disfrutaría «sentado bajo un árbol». En
Ahora tenían la o p o r t u n i d a d de situarse a espaldas del ene- la mañana del 22 de julio, el jefe del Estado Mayor de Wavell,
migo, atraparle y aplastarle. Rommel o r d e n ó que la mayor teniente general sir Arthur Smith, se presentó en casa de su
parte de la 15 a División Panzer a b a n d o n a s e el área de Ca- superior en El Cairo. Wavell estaba en el baño afeitándose, las
puzzo, diese la vuelta p o r el suroeste, y se uniese a la 5 a mejillas cubiertas de espuma. En voz baja, Smith le leyó un
División Ligera en su avance hacia el este. El 17 de j u n i o , mensaje que acababa de enviar Churchill: «En favor del in-
t e m p r a n o p o r la m a ñ a n a , estas u n i d a d e s llegaron a Sidi terés público, he decidido que el general Auchinleck le releve
Suleiman y Rommel o r d e n ó que continuasen hacia el Paso al frente de los ejércitos de Oriente Medio.»
de Halfaya, previendo satisfecho la destrucción de las fuerzas Wavell mantuvo la mirada fija hacia delante. Sin aparen-
británicas. te emoción, n i n g ú n signo visible de pesar, dijo: «F.1 primer
Pero, a las 11 a.m., el general de división F. W. Messervy, ministro hace bien. Este puesto necesita un nuevo hombre.»
c o m a n d a n t e de la 4 a División India, incapaz de ponerse en Luego c o n t i n u ó afeitándose. Era un tributo propio de un
contacto con el cuartel general para pedir autorización, de- caballero de gran corazón a su sucesor. Pero no había ningu-
cidió por su cuenta y riesgo ordenar un repliegue de las fuer- na garantía de que el nuevo h o m b r e estaría más capacitado
zas británicas a tiempo para que la mayoría escapase de la para luchar contra Rommel que el viejo.

71
MALTA BAJO LAS BOMBAS
La Valetta, capital de Malta, aparece destacada contra el humo de las explosiones de bomba en este fotograma de un documental filmado durante los intensos
ataques de la primavera de 1942.

73
LA HEROICA EXPERIENCIA
DE UNA ISLA ROCOSA

U n o de los objetivos más intensamente bombardeados de la


guerra no f u e ni un gran complejo industrial ni un arsenal.
La d i m i n u t a Malta británica era u n a p e q u e ñ a m a n c h a en
medio del Mediterráneo, con tres bases aéreas p e q u e ñ a s y
mal equipadas y un magnífico p u e r t o natural. Pero en 1941
esa m a n c h a de rocas se convirtió en la piedra angular de la
defensa británica en África del Norte..., y en un obstáculo im-
portante para la campaña del desierto del Eje.
Mientras las bases aéreas y submarinas de la isla fuesen
operativas, los convoyes que sostenían a los ejércitos del Eje
en África serían presa fácil de los ataques británicos. En no-
viembre de 1941, las tripulaciones con base en Malta estaban
Un trabajador maltes ensancha la boca de uno de los centenares de refugios
destruyendo más de tres cuartas partes de los barcos de Rom-
antiaéreos labrados por civiles en la suave piedra caliza de Malta.
mel. Desesperado, el mariscal del Reich H e r m a n n Goring
o r d e n ó que la isla fuese «coventrada», destruida totalmente
desde el aire, c o m o lo había sido la ciudad británica de Co-
ventry en 1940.
A tan sólo 112 kilómetros de las bases aéreas de Sicilia,
Malta era un objetivo bastante accesible para los cientos de
b o m b a r d e r o s de la Luftwaffe enviados para neutralizarla.
Durante los primeros meses de 1942, los alemanes descarga-
ron sus bombas sobre las pistas de aterrizaje y los muelles de
Malta, y sobre la capital, La Valetta, una media de ocho veces
por día. Sólo en abril, Malta soportó 6.728 toneladas de bom-
bas, 13 veces la cantidad que había destruido Coventry. Du-
rante estos meses, prácticamente todos los convoyes con su-
ministros para la isla f u e r o n destruidos, y los alimentos y las
municiones empezaron a escasear gravemente.
Pero los valientes defensores de Malta no cedieron. Perso-
nal de la RAF reparaba las pistas aéreas a diario, enviando
cazas para enfrentarse a los alemanes siempre que era posi-
ble. Los 280.000 malteses a p r e n d i e r o n a soportar las duras
condiciones de guerra. Luego, en abril de 1942, d u r a n t e los
peores días del cerco, el rey Jorge VI concedió a la isla la Cruz
Jorge, la más alta condecoración h o n o r civil británica a la
valentía. Elevada su moral por este tributo, los malteses apre-
taron los dientes y perseveraron. Gradualmente, c o n f o r m e
cambió el curso de la guerra en África del Norte, se levantó
el cerco. La Luftwaffe trasladó sus aviones de Sicilia a Rusia
y África del Norte, y, hacia finales del otoño, golpeada pero
exuberante, Malta r e c u p e r ó su papel de base de ataques a
convoyes alemanes.

4
La estatua de la reina Victoria permanece imperturbable en medio de los escombros de la Plaza de la Reina, en el centro de La Valetta. A la derecha se ven las
ruinas engalanadas con leones del Palacio del Gobernador.

75
Jugando sobre los restos de un bombardero alemán, estos niños molieses parecen habituados al paisaje de devastación. Como sus mayores, aprovechaban cualquier

76
oportunidad para salir de los malsanos refugios subterráneos donde, durante la peor parte del cerco, dormían, estudiaban y tomaban sus frugales comidas.

77
Un grupo de malteses examina las ruinas de la Ópera Real de La Valetta, uno de los aproximadamente 37.000 edificios destruidos o dañados durante el asedio.

78

©
Un grupo de soldados realiza trabajos de desescombro en Kingsway, la principal avenida de La Valetta,
a la mañana siguiente de un ataque aéreo.

79
La Cruz Jorge y la mención enmarcada del rey fueron concedidas
como tributo del Imperio Británico a la entereza de los malteses.

80
En honor al triunfo de Malta sobre sus atacantes, el rey Jorge VI saluda auna muchedumbre de isleños jubilosos el 20 de junio de 1943, durante una gira que
realizó por el Mediterráneo.

81
3
El general sir Claude Auchinleck parecía el h o m b r e ideal
para el puesto c u a n d o asumió el m a n d o de las fuerzas britá-
nicas de Oriente Medio. A los 57 años de edad, ni conocía ni
aspiraba a otra vida que la de un oficial del ejército británi-
co. Había h e c h o u n a carrera estable desde su graduación en
el Royal Military College de Sandhurst, sirviendo en el ejér-
cito indio en tiempos de paz y en varias campañas en las dos
guerras mundiales.
Además de sus credenciales formales, «Auk», como le lla-
maban afectivamente sus tropas, poseía cualidades esenciales
de liderazgo. Para empezar, comprendía inmediatamente los
problemas estratégicos y tácticos..., u n a necesidad urgente en
aquel m o m e n t o , ante un enemigo personificado en el apa-
Cruzada para atrapar a un zorro r e n t e m e n t e invencible Rommel. Detrás de su barbilla sobre-
Encarnizado encuentro el Domingo de los Muertos saliente y su mirada fija había u n a severa autodisciplina que
Rommel sigue sus huellas cirenaicas le llevaba a imponerse a sí mismo las mismas austeridades que
La batalla de las cajas británicas sufrían sus hombres (puesto que sus oficiales tenían prohibi-
La valiente resistencia de los Franceses Libres do llevar sus esposas a El Cairo, dejó a la suya en Nueva Del-
El avance del Octavo Ejército hacia Egipto hi) . Tenía u n a voluntad resuelta que inspiraba confianza en
sus subordinados. También tenía poderes de persuasión que
Las ratas de Tobruk se quedan sin tiempo
le p e r m i t í a n o b t e n e r lo q u e q u e r í a de sus superiores...,
El Cairo bajo la amenaza alemana
c o m o descubrió el mismísimo Winston Churchill c u a n d o
Auchinleck traza los límites en El Alamein Auchinleck se opuso al i m p a c i e n t e p r i m e r ministro, insis-
Churchill pone sus esperanzas en dos nuevos líderes tiendo en que la siguiente ofensiva británica no debía lan-
zarse p r e m a t u r a m e n t e en el verano, sino q u e debía aguar-
dar hasta noviembre, c u a n d o Auchinleck tuviese suficientes
refuerzos.
Sin embargo, j u n t o con sus formidables cualidades desta-
caba un defecto fundamental: Auchinleck era muy malo para
elegir a sus comandantes. U n a vez le otorgaba su confianza
a alguien, daba p o r sentado que sus órdenes serían llevadas
a cabo sin necesidad de un seguimiento. Y c u a n d o cometía
un e r r o r en su elección, u n a combinación de t e r q u e d a d y
lealtades equivocadas le impedían rectificar a tiempo.
La p r i m e r a tarea con la q u e se e n c o n t r ó Auchinlech al
llegar a El Cairo fue la de reorganizar la Fuerza del Desierto
Occidental y buscarle un comandante. La fuerza se había tri-
plicado -Churchill había autorizado su concentración en Áfri-
ca del Norte porque Hitler estaba preocupado por la guerra
en Rusia- y ahora se llamaba el Octavo Ejército. Para coman-
dante, Auchinleck se decidió por el teniente general sir Alan
Gordon Cunningham..., que parecía una buena elección. Cun-
ningham, de 54 años de edad, de temperamento vivo y pron-
ta sonrisa, se había distinguido en 1941 en África Oriental al
derrotar completamente a los italianos, comandados por el
d u q u e de Aosta {página 20) en apenas ocho semanas.
«Solicité a Cunningham», escribió Auchinleck más tarde,
«porque estaba impresionado por su rápido y vigoroso man-

EL TRIUNFO REHÚYE A LOS BRITÁNICOS


do en Abisinia y su obvia inclinación p o r la acción veloz y Rommel iba a costarle m u c h o conseguir refuerzos adiciona-
móvil. Quería desterrar la idea, entonces predominante, de les de Hitler, p o r q u e la campaña en Rusia, que había empe-
aferrarse a la f r a n j a costera, y moverme con libertad y a mis zado con gran éxito en j u n i o , e m p e z a b a a mostrar signos
anchas contra el flanco y las líneas de comunicación del ene- ominosos de desastre.
migo.» Por desgracia, C u n n i n g h a m n u n c a había estado al Según el ambicioso plan de C u n n i n g h a m , el C u e r p o
frente de tanques, y no era innovador p o r naturaleza. Ante XXX, bajo el teniente general C. W. M. Norrie, debía avan-
los veloces movimientos del poco ortodoxo Rommel, éstas zar hacia el oeste desde el cuartel del Octavo Ejército en
iban a ser serias desventajas. Por si f u e r a poco, C u n n i n g h a m Fuerte Maddalena, a unos 80 kilómetros al sur de la costa, y
estaba sufriendo u n a privación personal que iba a tener sus dar la vuelta detrás de las defensas alemanas, que se exten-
efectos más allá de su naturaleza a p a r e n t e m e n t e nimia. Fu- dían hacia el sur desde Bardia, en la costa, a Sidi O m a r
m a d o r e m p e d e r n i d o , su médico le había o r d e n a d o dejar la (mapa, página 84). U n a vez que el Cuerpo XXX hubiese re-
pipa p o r razones de salud. Bajo las presiones de los meses basado a los alemanes, dos de sus unidades, las brigadas aco-
venideros, la pérdida de su reconfortante pipa iba a hacer razadas 22 a y 7 a , se dirigirían p o r el noroeste hasta Gabr Sa-
estragos en sus nervios. leh, a m e d i o c a m i n o e n t r e Maddalena y Tobruk. El único
La primera asignación importante de C u n n i n g h a m como interés de Gabr Saleh era que estaba situado a horcajadas
comandante del Octavo Ejército f u e dirigir la operación Cru- sobre el Trigh el Abd, una carretera interior que, se creía, iba
zado, la mayor ofensiva lanzada por los británicos en el desier- a ser la principal ruta de avance de Rohmel en su respuesta
to. Los objetivos de Cruzado eran nada más y nada menos que a la ofensiva británica. C u n n i n g h a m esperaba que Rommel
enfrentarse a y destruir las columnas acorazadas del enemi- enviase sus panzer a Gabr Saleh, d o n d e las columnas blinda-
go, socorrer a la guarnición británica de Tobruk del cerco del das británicas los atacarían y destruirían. Luego los británicos
Eje que tenía lugar desde abril, reconquistar la totalidad de estarían libres para girar p o r el noreste hacia el cuartel del
Cirenaica y, finalmente, tomar Trípoli. Afrika Korps en Barcia, o p o r el noroeste, hacia la asediada
A mediados de noviembre, en vísperas de la operación Tobruk.
Cruzado, C u n n i n g h a m estaba lleno de optimismo, y también Mientras tanto, la 4 a Brigada Acorazada - q u e también for-
lo estaban sus oficiales y soldados. Tenían razones de sobra maba parte del Cuerpo X X X - giraría por el noroeste, detrás
para ello: el Ministerio de Guerra no había escatimado esfuer- de las líneas alemanas. Cumpliría la doble tarea de proteger
zos para garantizar el éxito de la operación. El nuevo ejérci- el flanco d e r e c h o de la 7 a Brigada Acorazada en su avance
to tenía un total de 118.000 tropas, más de 700 tanques, 600 hacia Gabr Saleh y el flanco izquierdo del Cuerpo XIII, en su
cañones de campaña, 200 cañones antitanque, y estaba equi- mayor parte de infantería, bajo las órdenes del teniente ge-
pado con abundancia de vehículos y armas. Y tenía el apoyo neral A. R. Godwin-Austen, quien había servido con Cun-
de la recientemente reforzada Fuerza Aérea del Desierto, que ningham en África Oriental. El propio Cuerpo XIII se man-
ahora tenía cerca de 650 aviones. tendría al sur y al este de la primera línea del Eje, hostigando
En cambio, Rommel no parecía estar tan bien pertrecha- a las unidades italianas que protegían la frontera hasta que
do. Si bien había conseguido crear u n a nueva división -llama- las unidades acorazadas de Norrie hubiesen eliminado los
da la 90 a Ligera, o División Africana- con pequeñas unidades tanques de Rommel. Sólo entonces se uniría el Cuerpo XIII
estacionadas en África del Norte, no recibía refuerzos de Eu- al avance sobre Tobruk, d o n d e se enfrentaría a la infantería
ropa desde junio. La vieja 5- División Ligera había sido rebau- de Rommel.y levantaría el asedio a la fortaleza. La guarnición
tizada 21 a División Panzer, pero no había sufrido cambios fun- de T o b r u k intentaría r o m p e r el cerco coincidiendo con el
damentales. El m a n d o de Rommel había recibido u n a nueva ataque del Cuerpo XIII a las líneas que asediaban la ciudad.
d e n o m i n a c i ó n : G r u p o Panzer de África. Incuía al Afrika Todo esto, esperaba C u n n i n g h a m , no tomaría más de u n a
Korps (que ahora se componía de las divisiones panzer 15a y semana.
21 a , y de la 90 a División Ligera) y a dos cuerpos italianos que Desde luego, Rommel tenía sus propios planes. Por fin
sumaban seis divisiones. Rommel tenía cerca de 119.000 tro- había conseguido la autorización del Alto M a n d o alemán
pas, pero apenas 400 tanques (150 de ellos obsoletos vehícu- para llevar a cabo otro asalto a Tobruk. Desde la primavera,
los italianos), 50 de los cuales estaban siendo reparados cuan- había d e j a d o la tarea de m a n t e n e r el sitio a los italianos.
do los británicos lanzaron la operación Cruzado. Más aún: las Hacia principios de noviembre, había empezado a mover sus
fuerzas aéreas del Eje, con menos de 550 aviones en Cirenai- divisiones alemanas de la f r o n t e r a egipcia hacia Tobruk. Te-
ca, eran ahora inferiores en n ú m e r o a la de los británicos. A nía previsto atacar el 21 de noviembre.

83
Los británicos pasaron a la acción antes que él. Al amane- Cunningham, aun sin ninguna reacción real del enemigo,
cer del 18 de noviembre, las brigadas del C u e r p o XXX cru- m a n d ó al día siguiente columnas de tanteo hacia el oeste, a
zaron la frontera a la altura de Fuerte Maddalena y se disper- Bir el Gubi, y hacia el norte, a Sidi Rezegh. En ese momen-
saron en abanico p o r el desierto. C u n n i n g h a m fue también, to, Rommel empezó a d u d a r de su idea original acerca de lo
con el equipo del cuartel de Norrie, para dirigir las acciones que se traía e n t r e m a n o s el enemigo. Cedió un poco a las
desde el campo de batalla. Con escasa oposición en su avan- solicitudes de sus asesores y permitió que algunos de sus pan-
ce, las brigadas 22 a y 7 a alcanzaron sus posiciones en las cer- zer se moviesen hacia el sur, para encontrarse con las colum-
canías de Gabr Saleh hacia la noche. nas británicas. El resultado fue u n a serie de enfrentamientos
C u n n i n g h a m tuvo que pasar por u n a larga e intranquila encarnizados y aislados que costaron 50 tanques a los britá-
espera de la reacción de Rommel. El alemán, en su cuartel de nicos y 30 al Eje. Pero hasta entonces no había ocurrido nada
Bardia, estaba ocupado con los planes para su ataque a To- parecido a la gran batalla que C u n n i n g h a m tenía en mente.
bruk. No había sido prevenido del ataque británico, debido Los combates permitieron a los británicos apoderarse de u n a
al pobre reconocimiento aéreo alemán y al excelente oculta- base aérea en Sidi Rezegh, j u n t o con 19 aviones enemigos
miento británico de los movimientos de sus tropas durante las capturados en la pista de aterrizaje. Con Sidi Rezegh en la
semanas previas al inicio de la ofensiva. Rommel no sólo f u e talega y a p a r e n t e m e n t e ninguna respuesta vigorosa de Rom-
cogido p o r sorpresa, sino que, p o r extraño que parezca, tar- mel en perspectiva, el 20 de noviembre C u n n i n g h a m regre-
dó m u c h o en c o m p r e n d e r la verdadera naturaleza del avan- só a su cuartel en Fuerte Maddalena concluyendo que la ope-
ce de su enemigo. El teniente general Ludwig Crüwell, co- ración marchaba sobre ruedas.
m a n d a n t e del Afrika Korps - q u e a veces era un m e j o r Estaba equivocado. Rommel, convencido finalmente de
estratega que R o m m e l - había advertido a su j e f e que se olía que los británicos estaban desplegando u n a ofensiva de ver-
u n a ofensiva y le urgió para que moviera las dos divisiones dad, había aparcado sus planes para capturar Tobruk y cam-
panzer hacia el sur, para contestar al ataque. Pero Rommel se biado radicalmente de postura. El 22 de noviembre, unos 70
mostró poco dispuesto a cambiar sus planes; creyó que los tanques de la 21 a División Panzer se abalanzaron sobre la 7 a
británicos sólo estaban haciendo un p r u d e n t e sondeo. Brigada Acorazada británica en Sidi Rezegh. Las brigadas 22 a

En la ofensiva británica Cruzado, de noviembre de 1941, el Octavo Ejéráto (flechas negras) levantó el
sitio de Tobruk y persiguió a Rommel a través de Cirenaica hasta El Agheila. Cuando las fuerzas del Eje
(flechas rojas) lanzaron su contraofensiva en enero de 1942, el Octavo Ejéráto se replegó hasta una
cadena de fortificaríones conocida como la línea Gazala. En junio, Rommel aplastó estas fortificaciones,
capturó Tobruk y persiguió a los británicos a través de Egipto hasta ElAlamein.

84
y 4- británicas corrieron en su auxilio, pero llegaron p o r se- ra fase de la operación Cruzado, y lo sabía. Esa noche le escri-
parado y demasiado tarde para cambiar las cosas. Al final del bió a Lu, su esposa: «La batalla parece h a b e r s u p e r a d o su
día apareció la 15- División Panzer para a u m e n t a r el núme- crisis. Estoy muy bien, de b u e n h u m o r y sumamente confia-
ro de bajas británicas. Invadió el cuartel de la 4- Brigada do.» Si bien había sido superado en n ú m e r o y había sufrido
Acorazada y capturó a su c o m a n d a n t e . Al final del día, los un gran n ú m e r o de bajas, incluida, tal vez, u n a docena de
británicos habían perdido la base aérea, más de 100 tanques oficiales de alto rango y u n o s 250 tanques, había d a d o a los
y unos 300 hombres. británicos u n a lección de táctica. Consolidando sus fuerzas
No había sido más q u e un b o t ó n de muestra de lo q u e - a g r u p a n d o sus tanques y c o o r d i n a n d o sus ataques con la
iban a sufrir al día siguiente, el 23 de noviembre, que dio la infantería, los cañones antitanque, la artillería y el apoyo aé-
casualidad de ser Totensonntag, «el Domingo de los Muertos», reo-, había conseguido alcanzar u n a ventaja numérica eficaz
cuando, tradicionalmente, los alemanes h o n r a b a n a sus com- con u n a fuerza más pequeña. «¿De qué le sirve tener dos tan-
patriotas muertos en la Primera G u e r r a Mundial. Temprano ques p o r cada u n o de los míos si los dispersa y me deja des-
p o r la mañana, Rommel envió su concentración de tanques truirlos u n o p o r uno?», le preguntaría más tarde a un oficial
contra las unidades británicas que estaban dispersas alrede- británico prisionero. «Me envió tres brigadas acorazadas u n a
d o r de Sidi Rezegh; se les e n f r e n t ó u n a p o r una, y u n a por detrás de la otra.»
u n a acabó con ellas. Cuando cayó la noche, la zona estaba ilu- En el cuartel del Octavo Ejército la radio se había estro-
minada p o r las llamas de cientos de vehículos ardiendo. Prác- p e a d o y C u n n i n g h a m esperaba ansioso los primeros infor-
ticamente, todas las formaciones británicas f u e r o n castigadas mes. C u a n d o a últimas horas del día se e n t e r ó de la magni-
sin piedad. La que llevó la p e o r parte f u e la 5~ Brigada Sura- tud del desastre sufrido p o r los británicos, se q u e d ó de u n a
fricana, u n a u n i d a d d e infantería q u e f o r m a b a p a r t e del sola pieza. Pensó que tal vez debía dar p o r finalizada la ope-
Cuerpo XXX; perdió 3.400 de sus 5.700 hombres. Totensonn- ración Cruzado y replegarse a Egipto. Allí, al menos, iba a
tag supuso el mayor n ú m e r o de bajas sufrido hasta entonces p o d e r reorganizar sus fuerzas con relativa tranquilidad. Lu-
p o r los británicos en la guerra del desierto. chando contra sus nervios y su indecisión, envió una solicitud
Rommel había sido, claramente, el ganador de la prime- desesperada a Auchinleck a El Cairo, sugiriendo que el co-

El general sir Claude Auchinleck, que dirigió la ofensiva Cruzado, había pasado tres años de su niñez,
así como gran parte de su vida profesional, en la India. Audaz y poco convencional, sentía un saludable
respeto por los soldados indios, y ejerció presiones para mecanizar su ejército en una época en que algunos
temían entregar armas a los indios. La confianza depositada en ellos quedó confirmada por el buen
desempeño de los indios que lucharon bajo sus órdenes en la guerra del desierto.

85
mandante en jefe viniese a ver el frente por sí mismo. Auchin- principales oficiales. «Tenemos que sacar el máximo partido
leck voló de inmediato a Fuerte M a d d a l e n a y realizó u n a del shock de la derrota del enemigo.» En la m a ñ a n a del 24
rápida valoración. «Supuse que las fuerzas de Rommel habían de noviembre, mientras los británicos de los alrededores de
sido tan castigadas como las nuestras», escribió más tarde, «y Sidi Rezegh seguían t a m b a l e á n d o s e , c o n d u j o descarada-
o r d e n é que continuase la ofensiva.» Auchinleck mantuvo fir- m e n t e a todo el Afrika Korps y a dos divisiones italianas en
me su resolución. Le dijo a C u n n i n g h a m que atacase «sin un avance veloz hacia el este, a través de las líneas del ene-
parar al enemigo, utilizando todos sus recursos, hasta el úl- migo. Su objetivo era atravesar la f r o n t e r a y amenazar la re-
timo tanque». taguardia británica, u n a táctica que, esperaba, obligaría a
En realidad, no todos los planes británicos estaban sa- C u n n i n g h a m a cancelar la ofensiva y replegarse. De manera
liendo mal. Dos días antes, C u n n i n g h a m había autorizado i m p r u d e n t e , hizo caso omiso de las e n o r m e s pérdidas que
al C u e r p o XIII - q u e c o m p r e n d í a la División Neozelande- había sufrido y del consejo del general Crüwell, quien pen-
sa, la 4- División India y u n a brigada de t a n q u e s - que ini- saba que antes que nada los alemanes debían acabar con las
ciase su avance sin esperar el resultado de los combates castigadas fuerzas británicas que permanecían cerca de Sidi
entre las u n i d a d e s acorazadas en el oeste. El C u e r p o XIII Rezegh.
se puso en marcha hacia el norte detrás de las líneas del Eje El ataque r e p e n t i n o f u e tan inesperado y veloz que los
en la frontera, y avanzó hasta la costa al noroeste de Bardia, efectivos de la retaguardia británica se aterraron y huyeron
capturando Fuerte Capuzzo y aislando las guarniciones de en desbandada. Era como una repetición de la primera ofen-
Bardia y el Paso de Halfaya del grueso de las fuerzas del siva de Rommel en Cirenaica. Las unidades de ambos lados
Eje p o r el oeste. corrieron hacia el este d u r a n t e seis horas y, en su prisa, se
Para aliviar la presión sobre sus fuerzas fronterizas, Rom- e n c o n t r a r o n tan c o n f u n d i d o s , que m u c h o s no tuvieron la
mel, embriagado por sus éxitos, se embarcó en u n a aventu- m e n o r idea de d ó n d e estaban ni quién tenían al lado. Al
ra muy arriesgada. «La velocidad es fundamental», dijo a sus anochecer, un policía militar británico que dirigía el tráfico

INCURSORES SUBMARINOS ITALIANOS

A finales de 1941, para desafiar el control británi-


co del Mediterráneo, la Armada italiana recurrió
a la utilización de submarinos de bolsillo que
eran poco más que torpedos manejados por per-
sonas. En la noche del 19 de diciembre, tres sub-
marinos de bolsillo se deslizaron en el puerto de
Alejandría. Su misión: destruir los únicos acora-
zados británicos del Mediterráneo, el Queen Eliza-
beth y el Valiant, e incendiar el puerto haciendo
estallar un petrolero.
Dos de los equipos engancharon las cabezas de
los torpedos a los cascos del Queen Elizabeth y el
petrolero, luego abandonaron sus submarinos de
bolsillo y nadaron hasta la playa. El tercer equipo
fue capturado en el agua cerca del Valiant, tras
dejar su bomba de relojería en el fondo marino,
debajo de la embarcación. Colocados en la bode-
ga del barco a tan sólo 5 metros encima del explo-
sivo, los italianos guardaron silencio durante dos
horas y media y luego advirtieron al capitán.
Minutos más tarde, tres explosiones estreme-
c i e r o n el p u e r t o . El Qiieen Elizabeth y el Valiant se
escoraron de modo peligroso; el petrolero estalló
en llamas. Los acorazados pudieron ser repara-
bles, pero, mientras estuvieron fuera de acción,
las fuerzas del Eje en África del Norte recibieron
suministros sin cortapisas.
En esta pintura italiana de la época de la guerra, un par de hombres rana sobre un
submarino de bolsillo cortan una red antisubmarinos.

86
se dio cuenta de pronto que los vehículos que ahora contro- Después de volver a El Cairo el 25 de noviembre, Auchinleck
laba eran alemanes. El propio Rommel, j u n t o con el general había tomado dos decisiones difíciles. Para él y para sus cole-
Crüwell, pasaron gran parte de la noche rodeados p o r tropas gas en el cuartel general, la inclinación de Cunningham a re-
británicas. Nadie lo notó: los alemanes iban en un gran vehícu- plegarse después de Totensonntag había sido un signo de timi-
lo cerrado que había sido capturado a los británicos, y sus dez injustificado en vista de las n u m e r o s a s pérdidas del
marcas alemanas no eran visibles en la oscuridad. enemigo. El teniente general sir Arthur Smith, j e f e del Esta-
Al decidir su audaz avance hacia el este, Rommel había do Mayor en El Cairo, creía que C u n n i n g h a m había «perdi-
percibido correctamente el desorden del Octavo Ejército..., do el control. Ya no es el mismo... Ya no es Cunningham».
pero no había contado con su fuerza oculta en la persona de Dejarlo en su puesto era arriesgar la existencia del Octavo Ejér-
Auchinleck. Si C u n n i n g h a m hubiese estado a c t u a n d o p o r cito y toda la presencia británica en África del Norte. Sin em-
cuenta propia, el repentino avance del Eje le habría podido bargo, el hecho de retirarlo podía disminuir la moral de las ya
inducir a cancelar la operación Cruzado. Pero Auchinleck confusas tropas británicas y, al mismo tiempo, elevar la del
permaneció dos días más en Fuerte Maddalena, apuntalan- enemigo; sin duda, los alemanes e italianos considerarían la
do a las tropas, así como al flaqueante Cunningham. Auchin- destitución de Cunningham como u n a admisión de la derro-
leck dijo a sus h o m b r e s que, al repartir golpes a diestro y si- ta. No obstante, Auchinleck decidió que «había que hacerlo:
niestro, el enemigo «está tratando de distraernos de nuestro estuviese equivocado o no». El 26 de noviembre, relevó a Cun-
objetivo, que es destruirlo p o r completo. No nos distraere- ningham del m a n d o del Octavo Ejército. C u n n i n g h a m acep-
mos y él será destruido». Y dijo de Rommel: «Está haciendo tó de mala gana hacerse un reconocimiento en un hospital de
un esfuerzo desesperado, pero no llegará muy lejos. Esa co- El Cairo, donde se encontró que sufría de fatiga física "y mental.
l u m n a de tanques no p u e d e recibir suministros. Estoy con- Como sucesor de Cunningham, Auchinleck eligió - o , en
vencido de ello.» sus propias palabras, impuso inesperadamente el p u e s t o - al
Tenía razón. Rommel penetró unos 25 kilómetros d e n t r o general de división Neil M. Ritchie, que había servido en El
de Egipto, pero el 26 de noviembre sus panzer se tuvieron Cairo c o m o segundo j e f e del Estado Mayor de Auchinleck.
que retirar a Bardia para repostar. Irónicamente, durante su Ritchie estaba familiarizado con los planes de Auchinleck y
rápido avance había pasado j u n t o a dos enormes depósitos de sabía cómo pensaba su jefe.
suministros bien camuflados en los que el Octavo Ejército A los 44 años de edad, Ritchie era el general más joven del
conservaba alimentos, combustible y agua para las fuerzas de Ejército Británico. Era bien parecido, rico y tendía a ver el
la operación Cruzado. lado positivo de las cosas, incluso en las peores circunstancias.
Al h a c e r las cuentas finales, su avance demostró ser un El general Godwin-Austen, comandante del Cuerpo XIII, dijo
costoso rodeo. C u a n d o Rommel empezó el ataque, la balan- que Ritchie era «un sujeto lleno de confianza, a u n q u e un
za de la batalla se estaba inclinando d e c i d i d a m e n t e en su caso muy especial». Pero, añadió después de reflexionarlo
favor. Pero para c u a n d o acabó el impulso del ataque, los bri- más, no todos pensaban igual. Ritchie no había dirigido unas
tánicos habían vuelto a pasar a la ofensiva. La n o c h e en que tropas en combate desde la Primera Guerra Mundial, cuan-
los tanques del Afrika Korps repostaban en Bardia, la División do era c o m a n d a n t e de batallón.
Neozelandesa del C u e r p o XIII cruzó las líneas de las fuerzas Pero, en realidad, no tenía importancia. Auchinleck esta-
del Eje que rodeaban Tobruk y se unieron a las tropas de la ba prácticamente al mando, y Ritchie actuaba como su repre-
guarnición acosada que luchaban p o r r o m p e r el cerco. De sentante. Auchinlech volvió a trasladarse a Maddalena el 1 de
m o m e n t o al menos, Tobruk había sido socorrida. Más al sur, diciembre, y p e r m a n e c i ó allí diez días. Con el comandante
las brigadas acorazadas 4 a y 22 a habían aprovechado la ausen- en j e f e al alcance de Ritchie -y, después de ello, no más dis-
cia de Rommel para réagruparse y recuperar algunos de los tante que la conexión de radio desde El Cairo-, el Octavo
tanques averiados que habían sido abandonados en Sidi Re- Ejército se sobrepuso y r e a n u d ó la operación Cruzado. Rom-
zegh. Cuando los panzer de Rommel abandonaron Bardia el mel seguía d a n d o m u c h o trabajo a los británicos. A u n q u e la
27 de noviembre, dirigiéndose hacia el oeste para ayudar a las relación de tanques era a h o r a de u n o alemán p o r cuatro
fuerzas del Eje que rodeaban Tobruk, las columnas acoraza- británicos, había consiguido volver a p o n e r sitio a Tobruk el
das británicas les cerraron el paso. Sólo cuando los británicos 30 de noviembre. Pero sin provisiones y recambios para sus
se replegaron para levantar el c a m p a m e n t o y descansar por tanques y armas, no p u d o resistir la presión sostenida del
la noche, los alemanes p u d i e r o n seguir su camino hacia el Octavo Ejército. En u n a semana, los británicos le obligaron
oeste. a retroceder 64 kilómetros en dirección oeste, hasta Gazala,

87
d o n d e , previamente, el Eje había p r e p a r a d o u n a línea de ciembre aprovechó u n a oportunidad para atacar a u n a aisla-
defensa de repliegue. da brigada acorazada británica cerca de Agedabia: el balan-
La posición defensiva de Rommel se extendía unos 60 ki- ce de los daños f u e de 37 tanques británicos y tan sólo siete
lómetros hacia el suroeste de Gazala, en la costa. El 15 de alemanes.
diciembre, Ritchie atacó la línea desde el este mientras una Por más hábil que fuese su repliegue y d e t e r m i n a d a su
brigada acorazada se dirigía hacia su extremo sur en un in- resistencia en la derrota, no cabía d u d a de que Rommel ha-
tento de situarse detrás del enemigo e impedir que se replega- bía sufrido su primer revés importante. La operación Cruza-
se. Rommel estaba decidido a salvar lo que q u e d a b a de sus do había proporcionado u n a gran victoria a los británicos. A
fuerzas para luchar otro día. Aunque los comandantes italia- principios de enero, las tropas del Eje que se habían queda-
nos, temiendo el abandono de sus unidades de infantería no do atrás en la frontera egipcia, en Bardia y Halfaya, finalmen-
motorizada, se opusieron enérgicamente, el 16 de diciembre te se rindieron. Entre el 18 de noviembre y mediados de
ordenó el repliegue, y se escabulló de la trampa antes de que enero los británicos habían tomado cerca de 33.000 prisione-
los británicos pudiesen cerrarla. A lo largo de tres semanas, ros del Eje y destruido 300 tanques enemigos. Habían perdi-
el Eje se replegó por el mismo camino que había cruzado du- do más tanques que el Eje, pero sólo habían sufrido la mitad
rante su triunfal avance nueve meses antes. Pese a la tenaz de bajas. Más aún: habían recuperado. Cirenaica..., y habían
persecución de los británicos, el repliegue -incluido el de los h e c h o retroceder a Rommel hasta el p u n t o mismo en que
soldados de a pie italianos- se llevó a cabo de manera orde- había empezado su marcha del desierto en marzo de 1941.
nada y Rommel consiguió evitar mayores daños a sus tropas «Fue un m o m e n t o de alivio», escribió Churchill, «y de satis-
mientras retrocedía hasta El Agheila. De hecho, el 28 de di- facción en la guerra del desierto.»

Corriendo a toda velocidad en la arena, soldados franceses salen resueltamente de Bir Hacheim en junio de
1942. En una batalla épica de 14 días, la asediada Brigada de los Franceses Libres defendió valientemente
el puesto de avanzada que bloqueaba el avance de Rommel hacia Tobruk. Determinados a redimir el honor
del ejército francés, que había sido ensuciado en la caída de Francia, la aguerrida guarnición se negó a
rendirse tres veces y finalmente se abrió paso combatiendo.

88
En diciembre de 1941, acontecimientos lejanos ejercieron vino a verme y casi concluyó q u e me estaba sublevando.»
u n a poderosa influencia sobre la guerra del desierto. El ata- Percibiendo problemas, Auchinleck envió al general de
que j a p o n é s a los territorios británicos en Lejano O r i e n t e brigada Eric Dorman-Smith, un viejo amigo y asesor, a inves-
obligó a Londres a desviar a esta área h o m b r e s y pertrechos tigar. A su regreso, Dorman-Smith le dijo a Auchinleck que
destinados a África del Norte. Luego, hacia finales de año, la Ritchie no era «lo bastante imaginativo» para su puesto y re-
intensificación de los bombardeos de la Luftwaffe sobre Malta comendó su relevo. Aunque inquieto por el informe, Auchin-
y la llegada de submarinos alemanes al M e d i t e r r á n e o - a s í leck se negó. «Ya he relevado a un comandante del ejército»,
como los exitosos ataques de los submarinos de bolsillo ita- respondió. «Relevar a otro en tres meses tendría efectos so-
lianos al p u e r t o de Alejandría (página 86)- e m p e o r a r o n los bre la moral.» Dejó a Ritchie d o n d e estaba.
problemas de abastecimiento de los británicos y mejoraron Durante el resto del invierno h u b o u n a tregua en la bata-
los del Eje. El 5 de enero, R o m m e l recibió p o r convoy 54 lla. Hasta la primavera, las fuerzas británicas y las del Eje
tanques nuevos y u n a gran provisión de combustible. Ahora p e r m a n e c i e r o n en sus respectivos lados de la línea Gazala,
se sentía lo bastante fuerte como para atacar las posiciones de u n a cadena de 96 kilómetros de defensas construida por los
avanzada británicas, que, sabía, eran débiles. británicos.
El 21 de enero, las fuerzas del Eje - q u e a h o r a se denomi- Desde Gazala en la costa, la línea seguía un curso desigual
n a b a n Ejército Panzer de África- destacadas en El Agheila hacia el sureste a lo largo de unos 64 kilómetros, y luego tor-
empezaron su avance hacia el norte. Rommel tomó rápida- cía hacia el noreste otros 32 kilómetros. La línea estaba den-
m e n t e Agedabia y Beda Fomm, h a c i e n d o r e t r o c e d e r a los samente plantada de minas, y dispersos a intervalos grandes
británicos. Lo que empezó como u n a acción limitada para e irregulares a lo largo y hacia el este había u n a serie de pla-
adelantarse a cualquier avance británico se convirtió p r o n t o zas fuertes, cada u n a de 3 a 5 kilómetros cuadrados, llamadas
en u n a ofensiva a gran escala. El 29 de enero, Rommel entró «cajas» p o r los soldados allí emplazados. Había unas seis ca-
en Bengasi, que los británicos habían abandonado, y allí se jas en total. Algunas, c o m o la de Bir Hacheim, eran conoci-
hizo con un gran botín, incluidos 1.300 camiones. Hacia el das p o r nombres de viejos asentamientos árabes; otras, levan-
6 de febrero, había h e c h o retroceder a los británicos - q u e tadas en zonas ocupadas del desierto, habían sido bautizadas
a h o r a tenían graves p r o b l e m a s de a b a s t e c i m i e n t o - hasta por los soldados británicos con nombres tales como «Knights-
Gazala, media Cirenaica más atrás. En dos semanas, las fuer- bridge» y «Commonwealth Keep».
zas de Ritchie h a b í a n p e r d i d o 40 tanques, 40 cañones de Cada u n a de estas cajas estaba rodeada de minas, alambre
campaña y unos 1.400 oficiales y soldados. de espino, trincheras y fortines, y tenía suficientes provisiones
La creciente crisis tenía u n a doble vertiente para Ritchie: para resistir un asedio de u n a semana. E n t r e las cajas, los
sus subalternos de mayor graduación h a b í a n e m p e z a d o a tanques británicos rodaban libremente. Su función era inter-
desconfiar de él. Godwin-Austen descubrió, inquieto, que ceptar cualquier t a n q u e del Ejército Panzer de África que
Ritchie «tenía u n a tendencia a pedir consejo y, tras recibirlo, pretendiese avanzar a través de su sector y acudir en ayuda de
actuar de m a n e r a contraria», y, lo que es aún peor, que Rit- cualquier caja que pudiese ser atacada.
chie pasaba por encima de él para dar órdenes a los oficiales
del cuerpo de Godwin-Austen. A consecuencia de ello, God- Hacia finales de mayo, Rommel estaba listo para reanudar su
win-Austen solicitó, a principios de febrero, que se le releva- ofensiva. Mientras la infantería del Eje y algunos tanques lan-
ra del m a n d o del Cuerpo XIII. Auchinleck aceptó, y el gene- zaban ataques limitados c o n t r a la parte n o r t e de la Línea
ral de brigada W. H. E. Gott f u e trasladado de la 7~ División Gazala para entretener a las divisiones de la zona, Rommel
Acorazada para ocupar el puesto de Godwin-Austen. tenía planeado conducir al Afrika Korps y a u n a división ita-
Otros oficialés tampoco se fiaban demasiado del coman- liana hacia el sur, detrás de Bir Hacheim, la caja que forma-
dante del Octavo Ejército. «Para entonces Ritchie estaba com- ba el recodo de la línea. Luego giraría hacia el n o r t e para
p l e t a m e n t e confuso», r e c o r d ó el general de división F. W. aplastar a las unidades acorazadas y atacar el resto de la línea
Messervy, que había asumido el puesto de Gott al f r e n t e de desde la retaguardia. Para después se había reservado un
la 7~ División Acorazada. «Un día se decidía a contraatacar placer especial: la toma de Tobruk.
en u n a dirección, y al día siguiente en la otra. Era optimis- El Eje atacó el norte el 26 de mayo. A primeras horas del
ta e intentaba no creer que nos habían dado un b u e n golpe. 27 de mayo, Rommel c o n d u j o a sus 10.000 vehículos alrede-
Cuando le informé del estado de la I a División Acorazada en d o r del flanco británico, al sur de Bir Hacheim, d e j a n d o a
un m o m e n t o en que pensaba utilizarla para contraatacar, algunas u n i d a d e s para atacar la caja, y avanzó en abanico

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hacia el norte y el este. En su primer encuentro, a unos ocho británica..., y estaba mejor defendida de lo que pensaba Rom-
kilómetros al noreste de Bir Hacheim, dispersó rápidamen- mel. Los italianos que la habían empezado a atacar el 27 de
te a la 3 a Brigada Motorizada India. Hacia mediodía, sus fuer- mayo no habían hecho ningún progreso. Las 3.600 tropas de
zas habían d a d o cuenta de otras tres brigadas acorazadas y Bir Hacheim, en su mayoría Franceses Libres, estaban bajo el
motorizadas. m a n d o del general de brigada Pierre Koenig, un francés alto,
Pero esa tarde se topó con una sorpresa desagradable. Los de ojos azules, conocido p o r sus soldados como «el Conejo
británicos acababan de recibir un envío de tanques estado- Viejo». Rommel esperaba capturar Bir Hacheim en 24 horas;
unidenses: Grant nuevos de 28 toneladas, equipados con en cambio, le t o m ó más de u n a semana. «Pocas veces he
cañones de 75 mm capaces de disparar proyectiles altamen- e n c o n t r a d o resistencia tan tenaz en África», escribió en su
te explosivos que podían destrozar el blindaje alemán. diario.
Hacia el atardecer del segundo día, gracias a la tenaz re- Entre el 2 y el 10 de junio, la Luftwaffe realizó 1.300 sali-
sistencia británica y a los letales Grant nuevos, las dos divisio- das contra Bir Hacheim, mientras que en tierra las fuerzas de
nes panzer habían perdido un tercio de sus tanques y habían Rommel mantuvieron un b o m b a r d e o p e r m a n e n t e , día y
sido detenidos en las afueras de la caja Knightsbridge, a unos noche. Varias veces le pidió Rommel a Koenig que se rindie-
16 kilómetros detrás de la principal Línea Gazala y a medio ra, y en todas Koenig se negó cortésmente. El 10 de junio, la
camino entre Bir Hacheim y la costa. Las fuerzas del Eje se fortaleza se había q u e d a d o casi sin comestibles, y p o r orden
replegaron a un terreno semicircular de unos 260 kilómetros de Ritchie los defensores evacuaron Bir Hacheim. El propio
cuadrados, rodeado de fortines y minas británicas..., un área Koenig c o n d u j o a sus tropas, y, aquella noche, 2.700 de los
que llegaría a ser conocida como «la Caldera» por las encar- 3.600 soldados se abrieron paso a través de las fuerzas de
nizadas batallas que tuvieron lugar allí. Mientras Rommel se Rommel. Cuando los alemanes asaltaron el fuerte a la maña-
reagrupaba, los ingenieros italianos le abrieron u n a nueva na siguiente, sólo encontraron a los heridos y algunas armas
línea de suministros desde el oeste, a través de los campos de abandonadas en la huida.
minas, pero el f u e g o de la artillería británica dificultaba el Después de adueñarse de Bir Hacheim, Rommel siguió su
abastecimiento por esta ruta. Inmovilizadas, las tropas del Eje avance hacia el norte, a lo largo de la Línea Gazala. U n a por
se habían convertido en presa fácil para Ritchie. Había llega- u n a f u e c a p t u r a n d o las cajas. Gracias a la velocidad de sus
do la h o r a de concentrar sus unidades acorazadas y aplastar maniobras p u d o neutralizar la ventaja de los nuevos tanques
a Rommel. Auchinleck, consciente de la situación, despachó del enemigo y destruir tantos carros de combate del enemi-
un mensaje en el que urgía a Ritchie a t o m a r la ofensiva go que hacia la tercera semana de j u n i o la relación de fuer-
c u a n t o antes, a ñ a d i e n d o : «Tenemos que estar p r e p a r a d o s zas era de 2 a 1.
para movernos de inmediato, hacia d o n d e sea que salte el Con la Línea Gazala hecha trizas, Rommel dirigió su aten-
gato.» ción hacia Tobruk.
Ritchie no estaba preparado. Se reunió con los comandan-
tes de sus dos cuerpos, Norrie y Gott, para considerar, en petit En j u n i o de 1942, Tobruk era u n a fortaleza m u c h o más dé-
comité, diversos planes de acción. Los generales británicos bil q u e la que había resistido el asalto de Rommel el a ñ o
deliberaron durante dos días, y, mientras lo hacían, Rommel anterior. En parte porque había sido desprovista de hombres
reagrupaba sus fuerzas. El 1 de j u n i o abrió u n a brecha más y equipos que se necesitaban en otros lugares, y en parte
grande en la Línea Gazala, estableciendo un acceso directo porque el Octavo Ejército había puesto casi todas sus esperan-
a sús líneas de suministro. En el proceso destruyó más de 100 zas en la Línea Gazala. Más aún, Auchinleck no tenía planes
tanques británicos, tomó 3.000 prisioneros, aplastó a la 150 a para otra defensa de último recurso de la fortaleza. Ya el 4 de
Brigada de Infantería y eliminó la caja que ella defendía. febrero había anunciado que, ocurriese lo que ocurriese tras
Ritchie, su irreprimible optimismo impertérrito, i n f o r m ó el avance de Rommel «no es mi intención seguir conservan-
a Auchinleck: «Estoy muy dolido p o r la pérdida de la 150 a do Tobruk u n a vez que el enemigo esté en posición de inver-
Brigada después de un combate tan valiente, pero la situación tirlo con eficacia». Explicó que no podía permitirse mante-
nos es favorable y mejora cada día.» n e r toda u n a división acorralada d e n t r o del p e r í m e t r o
Ahora Rommel se volvió hacia el sur, para enfrentarse a defensivo. Sus planes obtuvieron el asentimiento de Londres,
Bir Hacheim, repeliendo al mismo tiempo algunos inútiles y empezó a hacer preparativos para evacuar Tobruk y destruir
asaltos británicos desde el norte. Bir Hacheim, la caja más sus provisiones si así lo exigían las circunstancias.
meridional de la Línea Gazala, era crucial para la defensa Ahora, en junio, la guarnición tenía un nuevo comandan-

Artitleros alemanes colocan en posición un mortal cañón de 88 mm, cerca de Tobruk. Como muescas en el
revólver de un pistolero, los anillos blancos pintados en su cañón llevan la cuenta del número de tanques
británicos que la formidable arma ha destruido. Utilizado originalmente como cañón antiaéreo, el 88 fue
dirigido contra las unidades acorazadas del Octavo Ejército con efectos demoledores. «Podía atravesar
nuestros tanques como si fuesen mantequilla», dijo más tarde un inglés con tono de respeto.

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te, el general de brigada surafricano H. B. Klopper, que tenía tió en orden, Auchinleck respondió: «Ritchie está p o n i e n d o
cerca de 35.000 hombres, en su mayoría surafricanos, pero en T o b r u k lo q u e considera es u n a f u e r z a a d e c u a d a para
también británicos e indios. C o m o el p r o p i o Klopper, la conservarlo.»
mayoría de los soldados eran recién llegados, y pocos tenían Ritchie estaba intentando proteger Tobruk conservando
experiencia en combate. Muchas de las minas que poco an- u n a nueva línea que se extendía unos 50 kilómetros hacia el
tes habían protegido al pueblo habían sido retiradas c u a n d o sur desde la fortaleza. Pero el 16 de j u n i o autorizó a las uni-
las tropas asediadas se habían aventurado f u e r a en noviem- dades británicas de su línea, q u e estaban s u f r i e n d o duros
bre, d u r a n t e la operación Cruzado. Otras habían sido trasla- castigos de los panzer, a retirarse a la f r o n t e r a egipcia para
dadas a la Línea Gazala durante el invierno, c u a n d o Tobruk escapar de la destrucción. Se replegaron al día siguiente y, el
parecía estar f u e r a de peligro. 18 de junio, Tobruk volvió a estar sitiada p o r 'fuerzas del Eje.
En los calamitosos días de principios de junio, a medida «Para cada u n o de nosotros», escribió Rommel más tarde,
que iban cayendo las cajas de la Línea Gazala y los alemanes «Tobruk era un símbolo de la resistencia británica, y ahora
avanzaban sin parar hacia el norte, las tropas de Tobruk ha- íbamos a acabar con ella para siempre.» El Afrika Korps y el
bían h e c h o esfuerzos de último m o m e n t o p o r reforzar sus XX C u e r p o Italiano - c o n el crucial apoyo de la Luftwaffe-
defensas. Pero sin saber si se les iba ordenar resistir o evacuar empezaron el asalto de Tobruk el 20 de junio. En el transcur-
la fortaleza. Ritchie no se pronunciaba ni en u n o ni en otro so de ese día, unos 150 bombarderos realizaron 850 salidas.
sentido. «Se lanzaban sobre el perímetro en u n o de los ataques más
Los comandantes británicos estaban tan despistados como espectaculares que he visto», escribió el mayor Freiherr von
la guarnición. El 15 de junio, tras caer la última caja, Auchin- Mellenthin, oficial de espionaje de Rommel. «Se alzaba u n a
leck recibió un telegrama de Churchill que decía: «Asuma gran n u b e de polvo y h u m o desde el sector que estaba sien-
que no vamos a entregar Tobruk.» Cuando, después de unos do atacado, y, cuando las bombas empezaron a caer sobre las
cuantos mensajes más, esta asunción de Churchill se convir- defensas, toda la artillería alemana e italiana se unió con un

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fuego intenso y bien coordinado. La fuerza combinada de la Washington, mientras se reunía con el presidente Roosevelt. Su
artillería y las bombas era demoledora.» único comentario en aquel m o m e n t o fue: «Desconcertante.»
Tan p r o n t o se abrió u n a b r e c h a e n t r e las minas que las Pero el general Sir Hastings Lionel Ismay, jefe del Estado Mayor
tropas de Tobruk habían plantado a toda prisa en los últimos de Churchill, que también estaba presente, recordó el momen-
días, las infanterías alemana e italiana se colaron en tropel, to como la primera vez que vio estremecerse a Churchill.
enfrentándose en combates cuerpo a cuerpo a las tropas bri- Churchill tenía razones para alarmarse; estaba en cuestión
tánicas. Luego entraron los tanques. su propio f u t u r o político, y, lo que es más importante, la su-
A últimas horas de la tarde, c u a n d o la caída de Tobruk pervivencia de Gran Bretaña. Al volver a casa tuvo que en-
parecía i n m i n e n t e , Klopper e m p e z ó a volar provisiones y frentarse a un voto de censura en la Casa de los Comunes por
material bélico p o r valor de millones de dólares que estaban su m a n e j o de la guerra.
allí para sostener el esfuerzo británico del desierto. En el Ganó la votación p o r amplio margen, pero el dilema de la
proceso también derribó la mayor parte de sus líneas telefó- nación no se resolvió tan fácilmente. El camino a Egipto es-
nicas y telegráficas..., p e r d i e n d o el contacto con sus tropas. taba ahora abierto de par en par, y p o r él avanzaba Rommel
Sin embargo, hacia las 9.00 p.m., desde u n a de las pocas lí- sin cortapisas. El general alemán había predicho a sus tropas
neas que le quedaban, Klopper consiguió comunicarse con que llegarían al Nilo en diez días. Sólo en u n a semana de
Ritchie al cuartel general del Octavo Ejército. «Situación fue- tomar Tobruk, había llegado hasta Mersa Matruh, a 220 ki-
ra de control», telegrafió Klopper. «No me quedan tanques. lómetros pasada la f r o n t e r a libia, y casi a medio camino de
Sólo la mitad de los cañones.» Y concluyó con u n a nota las- Alejandría.
timera: «Si está contraatacando, hágamelo saber.» Mientras Rommel se internaba implacablemente en Egip-
No iba a haber contraataque. El último mensaje de Ritchie to, Alejandría y El Cairo se e m p e z a r o n a p r e p a r a r para la
a Klopper, enviado a las 6.00 a.m. de la m a ñ a n a siguiente, invasión. U n a capa de h u m o permanecía suspendida sobre la
decía: «No sé cuál es la situación táctica, y usted deberá tomar embajada británica, mientras los oficiales q u e m a b a n a toda
sus propias decisiones respecto de la capitulación.» prisa los archivos. Los automóviles y los camiones obstruían
A las 9.40 a.m. del 21 de junio, Klopper se entregó a Rom- las carreteras que salían de la ciudad, y los trenes estaban
mel. Irónicamente, la demolición que había p r e n s a d o sus atiborrados de refugiados que escapaban. En Alejandría, el
propias comunicaciones y movimientos había sido demasia- Barclay's Bank desembolsó un millón de dólares en un solo
do reducida y tardía para engañar al enemigo. Cuando Rom- día, a clientes que temían u n a quiebra. En El Cairo, los co-
mel t o m ó Tobruk, se hizo con un espléndido botín: 2.000 merciantes intentaban capitalizar el desorden. Uno, que in-
vehículos, incluidos 30 tanques operativos británicos, 400 tentaba hacer negocio con los que abandonaban la ciudad,
cañones, suficiente combustible para llenar los depósitos de apiló decenas de maletas en su escaparate. Otro ofrecía ven-
sus tanques y empezar el avance hacia Egipto, 5.000 tonela- dajes a los que se quedaban, como una sabia precaución con-
das de provisiones y grandes cantidades de municiones. tra los ataques aéreos. El único que parecía imperturbable en
A Rommel le había tomado poco más de 24 horas llevar medio de la crisis era el jovial y corpulento embajador britá-
a cabo el golpe..., el objetivo que se había trazado hacía tan- nico, sir Miles Lampson. Organizó u n a cena para 80 perso-
to tiempo. «¡Tobruk! Q u é batalla más maravillosa», escribió nas en el club M o h a m m e d Alí. «Cuando llegue Rommel»,
ese día a su esposa. Se contaba que, sonriendo de m o d o jo- dijo sir Miles, «sabrá d ó n d e encontrarnos.»
vial, había dicho a un g r u p o de oficiales británicos captura- Sin embargo, Auchinleck tenía otros planes. El 25 de ju-
dos: «Caballeros, para ustedes ha acabado la guerra. H a n nio voló a Mersa Matruh, relevó a Ritchie de su puesto y se
luchado como leones y han sido dirigidos p o r burros.» Al día hizo cargo p e r s o n a l m e n t e del Octavo Ejército. De Mersa
siguiente' supo que Hitler había recompensado sus esfuerzos Matruh se replegó a El Alamein..., un emplazamiento que las
ascendiéndole a mariscal de campo. Más tarde, al recibir su tropas británicas habían fortificado con antelación. El Ala-
bastón de mariscal de campo de manos del Führer, le dijo a mein estaba 380 kilómetros d e n t r o de la f r o n t e r a egipcia y a
su esposa Lucie: «Hubiese preferido m u c h o más que me die- tan sólo 100 kilómetros de Alejandría. Pero se encontraba en
se otra división.» un cuello de tierra que, a pesar de ser un emplazamiento del
desierto, era defendible, p o r q u e limitaba p o r el norte con el
La caída de Tobruk fue un golpe muy duro para los Aliados. El Mediterráneo y p o r el sur por unas colinas que f o r m a b a n el
primer ministro Churchill se refirió a ella más tarde como una b o r d e de la infranqueable Depresión de Qattara, a 210 me-
«derrota c o n t u n d e n t e y penosa». Se e n t e r ó de la noticia en tros p o r debajo.

92
Allí se atrincheró Auchinleck. Durante las siguientes seis turbable, y poseía u n a m e n t e militar de p r i m e r a clase. Se
semanas, vivió con sus tropas, d u r m i e n d o a cielo abierto y decía q u e d u r a n t e el peligroso repliegue de D u n k e r q u e ,
comiendo raciones espartanas. Con su tranquilo aplomo Au- Alexander, riguroso con el decoro aun en los peores momen-
chinleck intentó elevar la moral del desmoralizado Octavo tos, se sentó a tomar el desayuno ante una mesa con un man-
Ejército. A lo largo de julio, Rommel atacó u n a y otra vez la tel inmaculado, comiendo serenamente su tostada con mer-
Línea de El Alamein, pero, mediante u n a hábil combinación melada. Ahora se le había asignado al puesto de Auchinleck
de tácticas ofensivas y defensivas, Auchinleck le mantuvo a raya. como c o m a n d a n t e en j e f e de Oriente Medio.
Sin embargo, para el gabinete de Churchill en Londres El otro recién llegado era el teniente general Bernard Law
-y para el pueblo británico-, esto no era suficiente. Auchin- Montgomery: ambicioso, voluble, implacable y poco conven-
leck debía asumir parte de la responsabilidad de las derrotas cional. En cuanto al carácter, Montgomery era el polo opues-
del Octavo Ejército en los últimos meses, y especialmente por to del aristocrático Alexander, pero ello no evitó que ambos
los desaciertos de Ritchie. Churchill y el p u e b l o británico establecieran p r o n t o u n a magnífica relación laboral.
eran lentos para perdonar, y la reputación de Auchinleck se El 12 de agosto, un día antes de que Montgomery asumie-
había visto afectada por los errores de los que él había pues- se el puesto de Ritchie como comandante en j e f e del Octa-
to al m a n d o de las fuerzas británicas. Churchill sintió que vo Ejército, se reunió con Alexander para tomar el té de la
debía elevar la moral del pueblo con otro cambio en el man- tarde en el esplendoroso salón del Hotel S h e p h e a r d en El
do de la guerra del desierto. Cairo. Allí, Alexander sólo le dio u n a orden al nuevo coman-
Por consiguiente, en agosto aparecieron dos nuevas figu- dante del Octavo Ejército. «Vaya al desierto y derrote a Rom-
ras en África del Norte. U n a era el general sir Harold Leofric mel.» Montgomery, de 54 años de edad y a p u n t o de asumir
Rupert Alexander, veterano de Dunkerque, donde había sido su primer m a n d o de importancia, partió determinado a cum-
el último comandante en abandonar la playa. Era rico, imper- plir con su cometido.

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LIGERO RESPIRO EN EL CAIRO
En la terraza del Hotel Shepheard -uno de los lugares para tomarse una copa más populares de El Cairo-, oficiales británicos se relajan entre civiles, algunos de
los cuales solían ser espías del Eje.

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CERVEZA, BAÑOS
Y MONUMENTOS ANTIGUOS
Para los sedientos y exhaustos luchadores del desierto de los
ejércitos aliados, u n a licencia en El Cairo significaba más que
un respiro del combate. El Cairo era un raro oasis de lujos
excepcionales que iban desde lo más sencillo hasta lo más
exótico, desde un baño caliente y u n a cerveza fría hasta u n a
velada observando las ondulaciones de las bailarinas del vien-
tre de Madame Badia. Los soldados se olvidaban momentá-
n e a m e n t e de la guerra al pasar p o r las atestadas y ruidosas
calles de esta ciudad del Nilo, buscar gangas entre los gritos
Soldados neozelandeses, armados de mosqueadores para ahuyentarlas moscas estridentes de los vendedores árabes o-alquilar camellos para
que pululaban en las estrechas y sucias callejas de El Cairo, examinan las dar u n a vuelta p o r las cercanas pirámides. Los oficiales, de
ofertas de un bazar. permiso de sus cuarteles o de descanso del desierto, eludían
el polvo y las moscas de El Cairo para j u g a r polo, golf o cric-
ket en los campos de d e p o r t e de Gezira, u n a h e r m o s a isla
verde en el Nilo.
Las miserias de la guerra apenas llegaban a El Cairo. En-
tre los escasos recordatorios de las duras batallas que se libra-
ban en las arenas del oeste estaban los convoyes de ambulan-
cias que llegaban del desierto con heridos, los convalecientes
con sus brazos y piernas vendados y la Bolsa de Valores de El
Cairo, en la que los precios bajaban con cada nueva victoria
del Eje.
A través de esta atmósfera de ociosa suficiencia corría u n a
corriente de insinuaciones e intrigas. Las comunicaciones
entre El Cairo y el desierto eran deficientes; la verdad acer-
ca del desarrollo de los combates llegaba tarde a la ciudad,
y, en su ausencia, p r e d o m i n a b a n los rumores. En los bares y
cabarés, los chismorreos acerca de la g u e r r a fluían con la
misma libertad que el alcohol. Los espías del Eje rondaban
por los lugares nocturnos de El Cairo visitados p o r oficiales
para conseguir informaciones que pudiesen ayudar a Rom-
mel en su avance hacia la ciudad. Aunque Egipto había roto
relaciones diplomáticas con Alemania, no le había declarado
la guerra, y en la población nativa de El Cairo había un con-
tingente ruidoso, aunque inútil, de simpatizantes del Eje. Los
estudiantes organizaban manifestaciones en apoyo del avan-
ce alemán, cantando «¡Adelante, Rommel!». Y e n el ejército
egipcio, u n a camarilla de oficiales que aspiraban al fin de la
presencia británica en su país esperaban impacientes a que
R o m m e l invadiese la ciudad..., u n a invasión que n u n c a se
produciría.

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Una sonriente mujer soldado del ejéráto británico y su compañero se toman un respiro para relajarse y pasear por una de las atracáones turísticas cercanas a El
Cairo: la Esfinge.

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Un guía egipcio montado sobre un burro conduce a
dos soldados surafricanos en una expedición a
camello por la pirámide de Cheops, cerca de El Cairo.
Los guías y vendedores ambulantes de la ciudad
prosperaron con la afluencia de soldados británicos y
de la Commonwealth.

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La flexible Hekmet, la bailarina del vientre más famosa de Egipto, actúa para sus admiradores. Hekmet fue más tarde arrestada y acusada de espiar para los alemanes.

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UN TORBELLINO SOCIAL
INDIFERENTE A LA GUERRA
Por las tardes, cuando empezaba a soplar una brisa fresca prove- rotadores por alambre de espino. El momento culminante de la
niente del Nilo, el ambiente de El Cairo se suavizaba, volviéndose juerga de una noche era a menudo una actuación de la bailarina del
alegre y romántico. Los oficiales y sus mujeres salían a bailar a la vientre Hekmet (izquierda).
azotea ajardinada del Hotel Continental o al Shepheard, un hotel Mientras se desarrolló la guerra -incluso con los panzer de Rom-
llevado por suizos con magníficas habitaciones y suntuosas comidas. mel a menos de 160 kilómetros de distancia-, El Cairo no dejó de
Los militares de menor rango aliviaban las tensiones en guaridas ofrecer distracción a los soldados. Sus filetes de ternera eran tier-
como el Melody Club, donde la banda estaba protegida de los albo- nos; sus vinos, franceses, y sus acompañantes, afectuosas.

Un grupo de ofiáales y sus acompañantes disfruta de una de las cenas-baile nocturnas que daba el Hotel Shepheard, un lugar de reunión social para los
británicos de El Cairo.

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Por cuatro centavos al mes, los oficiales destinados al
campo de batalla podían dejar sus efectos personales en el
almacén del Hotel Shepheards. Muchos de estos baúles
nunca volvieron a ser reclamados después de que sus
propietarios perdiesen la vida en las arenas del oeste.

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Aunque El Cairo no fue invadida, las evidencias de la
guerra que se libraba a escasa distancia eran visibles en
la presencia de soldados heridos, como este oficial de la
Brigada de Franceses Libres que desciende lentamente por
las escaleras principales del Hotel Shepheard.

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