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Indefensión

es una descripción sistemática del fenómeno de la indefensión


aprendida y sus implicaciones, debida a su descubridor y principal estudioso,
Martin Seligman.
El autor da cuenta pormenorizada de los principales estudios experimentales
sobre la indefensión, tanto en animales como en seres humanos, y expone y
discute las principales teorías propuestas para explicarla, entre las que sigue
siendo fundamental la suya propia. También se ocupa Seligman
detenidamente de la indefensión como posible causa de la depresión y de la
angustia, así como de los tratamientos —cura y prevención— que en
consecuencia podrían proponerse. La indefensión es considerada igualmente
desde la perspectiva de la educación y el desarrollo emocional, para señalar
cómo la experiencia, durante la infancia, de la indefensión —o su contrario—
puede afectar al desarrollo del niño y a su vida posterior.

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Martin E. P. Seligman

Indefensión
En la depresión, el desarrollo y la muerte

ePub r1.0
Titivillus 14.05.16

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Título original: Helplesness
Martin E. P. Seligman, 1975
Traducción: Luis Aguado Aguilar
Ilustración de portada: Portrait of a woman, Alexei Grishchenko, 1918

Editor digital: Titivillus


ePub base r1.2

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Dedicado a mi padre, Adrian Seligman (1906-1972), que luchó
denodadamente contra la indefensión.

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PROLOGO

Hay varías razones por las que una persona llega a dedicarse a la psicología. A
algunas les atrae la elegancia de un sistema simple, a otras los hábitos de una
determinada especie animal, y a otras más la temible posibilidad de controlar lo que
van a hacer los demás. Yo hice de la psicología mi profesión con el propósito de
entender mejor a una especie: el hombre.
No está de moda que un teórico del aprendizaje y psicólogo comparativo admita
esto; sin embargo, es cierto. Aunque he pasado mucho tiempo investigando con
especies distintas al hombre y pensando sobre procesos simples, soy también un
psicólogo clínico que ha observado a otros seres humanos y ha interactuado con ellos
en situaciones tanto clínicas como experimentales. Estas dos vertientes de mi trabajo,
la experimental y la clínica, están íntimamente relacionadas, ya que creo que el
estudio de otras especies y el entendimiento de los procesos simples son importantes
para comprender los procesos complejos en el hombre. Más que importantes,
esenciales. Esta es una forma de decir de qué trata este libro. Es un intento de analizar
los múltiples aspectos de la indefensión humana, mediante la aplicación de la teoría y
conocimientos relevantes surgidos del laboratorio.
Durante setenta y cinco años, los psicólogos experimentales han firmado muchos
pagarés en los que aseguraban que la comprensión de procesos simples, especies
inferiores y situaciones experimentales controladas arrojaría nueva luz sobre los
problemas reales, especialmente sobre la psicopatología humana. Lo que viene a
continuación es mi intento por comenzar a saldar la deuda.
Puesto que el tema central de este libro tiene una procedencia experimental, diré
dos palabras sobre ética. Quizá muchos de los experimentos que describo resulten
algo crueles, especialmente para el lector no científico: se priva de comida a palomas,
se administran descargas eléctricas a perros, se sumerge a ratas en agua fría, se separa
a monos recién nacidos de sus madres y se priva a todos los animales experimentales
de su libertad, confinándoles en una jaula. ¿Pueden justificarse éticamente tales
manipulaciones? Pienso que no sólo son ampliamente justificables, sino que para los
científicos comprometidos en aliviar el sufrimiento humano lo injustificable sería no
realizarlas. En mi opinión, todo científico debe hacerse una pregunta antes de

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emprender un experimento con un animal: ¿es probable que el dolor y la privación
que va a sufrir este animal sean suficientemente compensados por su contribución al
alivio del dolor y sufrimiento humanos? Si la respuesta es afirmativa, el experimento
está justificado.
Todo el que haya tratado con pacientes afectados por depresiones graves o con
esquizofrénicos adultos habrá podido apreciar hasta qué punto llega su sufrimiento;
pretender, como algunos hacen, que no deberíamos experimentar con animales, es
ignorar la desdicha de nuestros semejantes. No realizar esas investigaciones es
condenar a la desgracia perpetua a millones de personas. La mayoría de los seres
humanos, así como de los animales domésticos, están hoy vivos gracias a que antes
se utilizaron animales en experimentos con fines médicos; de no ser por esos
experimentos, la polio seguiría siendo una enfermedad dominante, la viruela un mal
generalizado y casi siempre mortal, y las fobias incurables. En cuanto a los trabajos
expuestos en este libro, mi opinión es que lo que hemos aprendido acerca de la
depresión, la ansiedad, la muerte repentina y su curación y prevención, justifica los
experimentos con animales, que nos han llevado a tales conocimientos.

Este libro ha tardado diez años en escribirse. Es grande el número de personas


que han contribuido a él colaborando conmigo en experimentos, asistiendo a
reuniones intensivas, enseñando y dando opiniones y con su apoyo general. La mejor
forma de agradecérselo es por orden cronológico.
Desde 1964 hasta 1967 fui becario graduado de la National Science Foundation,
en el Departamento de Psicología de la Universidad de Pensilvania. Richard L.
Solomon y J. Bruce Overmier fueron los primeros en interesarme en el fenómeno de
la indefensión; Bruce colaboró con Russell Leaf en los primeros experimentos, y
trabajó conmigo durante mi primer y su último años de doctorado. Durante esos años,
Steven F. Maier y yo comenzamos tres años de trabajo conjunto sobre la indefensión;
llevamos a cabo nuestros primeros estudios conscientes sobre la indefensión y
formulamos los rudimentos de la teoría presentada en este libro. James Geer colaboró
con Steve y conmigo en la terapia de la indefensión. Durante aquellos tres años,
fueron tantas las personas que nos enseñaron, leyeron nuestros manuscritos y nos
dieron su opinión que temo haber olvidado a alguna. Entre ellas estuvieron Francis
Irwin, Robert Rescorla, J. Brooks Carder, Henry Gleitman, Vincent Lo-Lordo, Frank
Norman, Joseph Wolpe, Arnold Lazarus, Jack Catlin, Lynn Hammond, David
Williams, Morris Viteles, Nicholas MacKintosh, Elijah Lovejoy, Phillip Teitelbaum,
Larry Stein, J. Paul Brady, Julius Wishner, Martin Orne, Peter Madison, Joseph
Bernheim, Lucy Turner, Jay Weiss, Vivian Paskal, Paul Rozin, Justin Aronfreed,
Albert Pepitone y, sobre todo, Richard Solomon, que patrocinó mi candidatura al
grado de doctor.
Desde 1967 hasta 1969 enseñé en la Universidad de Cornell y continué los
experimentos sobre la indefensión. Durante este período mis alumnos fueron mi

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principal fuente de colaboración y estimulo intelectual; entre ellos estuvieron Robert
Radford, Dennis Groves, Suzanne Johnson Taffel, Bruce Taffel, James C. Johnston,
Susan Mineka, Charles Ives, Dorothy Brown, Irving Faust, Leslie Schneider, Anne
Roebuck, Bruce Meyer, Joanne Hager, Chris Risley, Charles Thomas, Marjorie
Brandriss, Ron Hermann, Richard Rosinski y Martha Zaslow. Otras personas que
asistieron a reuniones intensivas, me aconsejaron o leyeron manuscritos fueron Steve
Jones, Ulric Neisser, Harry Levin, Fred Stollnitz, Bruce Halpern, Carl Sagan, Steve
Emlen, Randy Gallistell, Jerome Bruner, David Thomas, Henry Alker, Abe Black, F.
Robert Brush, Russell Church, Byron Campbell, Eric Lenneberg y Neal Miller.
Muchas de las ideas expuestas en este libro tuvieron su inicio en conversaciones con
estas personas o trabajando con ellas. Hasta 1970, mis experimentos fueron costeados
por la beca MH16546 del Servicio de Salud Pública.
Mis alumnos me convencieron de que nuestros experimentos eran altamente
relevantes respecto a problemas clínicos, especialmente la depresión y la ansiedad, y
me instaron a que aprendiese algo de primera mano sobre los pacientes y la
psicopatología. Consecuentemente, en 1970 tomé un permiso de la Universidad de
Cornell para ir a trabajar al Departamento de Psiquiatría de la Universidad de
Pensilvania. Aaron T. Beck y Albert J. Stunkard fueron mis principales padrinos, así
como maestros y fuentes de estímulo. Aquel año aprendí mucha psicopatología;
realmente fue allí donde empecé a escribir este libro. Entre mis maestros y consejeros
estuvieron Dean Schuyler, James Stinnet, Igor Grant, Ellen Berman, J. Paul Brady,
Burton Rosner, Reuben Krone, Joseph Mendels, Alan Fraser, Lester Luborsky, Tom
Todd, Henry Bachrach, Rochel Gelman, Peter Brill y Stephanie y Jim Cavanaugh.
Desde 1970, mis investigaciones han sido posibles gracias a la beca MH 19604 del
Servicio de Salud Pública. También estoy agradecido a Louise Harper por su apoyo
económico durante 1970-1971.
En 1971 volví felizmente al Departamento de Psicología de la Universidad de
Pensilvania a título permanente. El estímulo intelectual es tan continuo aquí que
prácticamente no hay ningún miembro del Departamento del que no me haya
beneficiado. Mis alumnos y colaboradores durante los cuatro últimos años han sido
una verdadera bendición: William Miller, Yitzchak Binik, David Klein, Donald
Hiroto, Robert Rosellini, Lyn Abramson, Linda Cook, Gwynneth Beagley, Robert
Hannum, Peter Rapaport, James C. Johnston, Susan Mineka, Lisa Rosenthal, Michael
Gurtman, Larry Clayton, Diana Strange, Michael Kozak, Harold Kurlander, Ellen
Fencil, Martha Stout y Sherry Fine.
Otras personas que me han dado valiosos consejos y han ayudado a la
formulación de las ideas aquí expuestas son Alan Kors, Judy Rodin, Jerre Levy, T.
George Harris, Joyce Fleming, Ed Banfield, Robert Nozick, Mark Adams, Gerald
Davison, comandante F. Harold Kushner, Barry Schwartz, Elkan Gamzu, Michael
Parrish, Kayla Friedman, Kate O’Hare, Janet Greenberg, David Rosenham, Mike
D’Amato, Perrin Cohen, Alan Teger y Debby Kemler.

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W. Hayward Rogers, de W. H. Freeman y Compañía y Lawrence Erlbaum, de
Lawrence Erlbaum Asociados, son los hombres de la profesión editorial que me
animaron a escribir el manuscrito en su forma actual. Recibí muy útiles comentarios
del manuscrito completo por parte de Barry Schwartz, Phil Zimbardo, Jonathan
Freedman y Edward Banfield; mi mayor agradecimiento a los cuatro. Debo especial
agradecimiento a Andrew Kudlacik, de W. H. Freeman y Compañía, que editaron el
manuscrito. Durante los últimos años, Victoria Raybourne, Dorothy Lynn, Marguerite
Wagner, Nancy Sawnhey, Lynn Brehm, Carolyn Suplee y Deborah Muller han
llevado a cabo un paciente y cuidadoso trabajo de secretaría.
Hay una persona, mi esposa, Kerry, que ha leído varias veces todas y cada una de
las palabras de este libro, y ha vuelto a escribir muchas de ellas. Me es imposible
expresar cuán profundamente aprecio su apoyo, inspiración y confianza a lo largo de
la década en que se escribió este libro. El amor que me brindaron mi madre, Irene, y
mis hijos, Amy y David, aunque algunas veces me distrajo, hizo todo el proceso
mucho más llevadero.

Agosto de 1974.

Martin E. P. Seligman

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Capítulo I
INTRODUCCIÓN

DEPRESION

Recientemente vino a verme una mujer de mediana edad en busca de tratamiento


psicoterapéutico. Según dice, cada día es una nueva batalla para lograr seguir
adelante. En sus días malos no tiene ánimo suficiente ni para levantarse de la cama, y
cuando su marido vuelve a casa por la noche la encuentra todavía en pijama y con la
cena sin preparar. Llora muy a menudo y hasta sus momentos de mejor humor se ven
continuamente interrumpidos por ideas de fracaso e inutilidad. Tareas tan
insignificantes como vestirse o hacer la compra le resultan muy difíciles, y el menor
obstáculo le parece una barrera infranqueable. Al recordarle que es una mujer
atractiva y sugerirle que salga a comprar un vestido nuevo, me contesta: «Eso es
demasiado difícil para mí. Tendría que atravesar la ciudad en autobús, y
probablemente me perdería. Suponiendo que llegase a la tienda no podría encontrar
un vestido que me viniera bien. Y además, ¿de qué serviría, si soy tan poco
atractiva?».
Su forma de hablar y de andar es lenta, y su rostro tiene un aspecto triste. Hasta su
última crisis había sido una mujer vivaz y activa, presidenta de la asociación de
padres de su barrio, anfitriona encantadora, jugadora de tenis y poeta en sus ratos
libres. Entonces ocurrieron dos cosas: sus hijos gemelos empezaron a ir a la escuela y
su marido fue ascendido a un puesto de gran responsabilidad dentro de su empresa, lo
que le obligó a estar fuera más a menudo. Ahora ella languidece pensando si merece
la pena vivir, y ha jugado con la idea de tomarse todo el frasco de sus píldoras
antidepresivas de una sola vez.

LA CHICA DE ORO

Nancy llegó a la universidad con un excelente expediente de bachillerato. Había


sido presidenta de su clase y una guapa y popular animadora. Siempre había tenido

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todo lo que quería; las buenas notas llegaban fácilmente y los chicos se peleaban por
conseguir su atención. Era hija única y sus padres la adoraban, estando siempre
prestos a satisfacer todos sus caprichos; sus éxitos eran para ella equivalentes al
triunfo, sus fracasos una agonía. Sus amigos le apodaban la Chica de Oro.
Cuando yo la conocí estaba en su segundo año de carrera, y ya no era la Chica de
Oro. Decía que se sentía vacía y que todo había dejado de interesarle; las clases le
aburrían, y el sistema académico le parecía ser en su conjunto una conspiración
opresora destinada a sofocar su creatividad. El semestre anterior había tenido dos
suspensos. Se había acostado con varios jóvenes, y en aquel momento vivía con un
marginado. Después de cada aventura sexual se sentía inútil y explotada. Sus
relaciones estaban a punto de fracasar, y no sentía más que desprecio por su
compañero y por sí misma. Había tomado drogas blandas muy frecuentemente, y
durante un tiempo estuvo encandilada con ellas. Pero entonces, hasta las drogas
habían dejado de interesarle.
Se estaba especializando en filosofía y sentía una marcada atracción emocional
hacia el existencialismo: igual que los existencialistas, pensaba que la vida era
absurda y que cada persona debía crear el sentido de su propia existencia. Esta idea le
llenaba de una desesperación que se acrecentaba al darse cuenta de que sus esfuerzos
por dar sentido a su existencia (participando en movimientos feministas y contra la
guerra del Vietnam) eran infructuosos. Cuando le recordé que había sido una
estudiante aventajada, y que seguía siendo una persona valiosa y atractiva estalló en
lágrimas y exclamó: «También a usted le he engañado».

ANSIEDAD E IMPREDECIBILIDAD

Mientras escribo estas páginas está teniendo lugar un debate en la sección de


correspondencia de las páginas de viajes del New York Times dominical[1]. Aunque el
debate pueda parecer una tempestad en un vaso de agua, lo cierto es que tiene un
considerable interés práctico y teórico. La señora Samuels había sido pasajera de un
Boeing 747 que volaba de Los Angeles a Nueva York, y envió una carta de protesta
al Times. Cuando volaba sobre las Montañas Rocosas, mientras esperaba a que le
sirvieran el almuerzo, se anunció que el avión haría una parada no prevista en
Chicago por «razones operativas». Minutos después, el piloto hablaba de nuevo
diciendo: «Algunos pasajeros desean que se les explique qué significa realmente
“razones operativas”. Uno de los motores se ha averiado, por lo que será necesario un
aterrizaje intermedio por razones de seguridad. Por supuesto, el avión podría volar
hasta Nueva York aunque sólo le quedasen dos motores».
La señora Samuels contaba que la alarma que se produjo fue considerable, y se
quejaba de que, después de haber pagado para que el piloto decidiese por sí mismo,
no les hubieran ocultado la situación. De todas formas, los pasajeros no podían hacer

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nada al respecto, a no ser experimentar un aumento de su presión sanguínea.
Terminaba su carta preguntando: «¿Cuántos lectores piensan igual que yo respecto a
la gratuita confianza del piloto, si es que tal como se nos aseguró, el avión realmente
marchaba bien? Por otra parte, ¿cuántos pensarían que se están violando sus derechos
civiles si no se les dijese absolutamente nada?». No deja de ser interesante que la
mayoría de las personas que respondieron dijeron que preferían estar informadas
cuando algo no marcha bien.

FRACASO ESCOLAR

Víctor es un niño de nueve años con una inteligencia fuera de lo normal (al menos
eso es lo que piensan su madre y sus amigos). Su maestro de tercer grado en una
escuela pública de Filadelfia tiene una opinión diametralmente opuesta. En casa
Víctor es vivaracho, rápido en responder, muy hablador y bullicioso. En la calle, con
sus amigos, es un líder reconocido por todos; aunque algo más bajo que sus
compañeros, su encanto e imaginación compensan con creces su estatura. Pero en
clase es un problema.
Cuando comenzó las clases de lectura en el jardín de infancia, Víctor iba muy
despacio. Era muy dispuesto, pero no era capaz de relacionar las palabras escritas con
las habladas. Al principio lo intentó con todas sus fuerzas, pero sin progresar nada;
contestaba voluntariamente en clase, pero sus respuestas eran invariablemente
incorrectas. Cuanto más fallaba, más reacio se mostraba a probar de nuevo; cada vez
respondía menos en clase. Al llegar al segundo grado, aunque participaba con
entusiasmo en arte y música, se volvía hosco al llegar la hora de lectura. Su profesor
le hizo realizar ejercicios especiales durante un tiempo, pero en seguida lo dejó. Para
entonces, Víctor ya casi debería haber aprendido a leer, pero el simple hecho de ver
una tarjeta con una palabra impresa o un silabario provocaba en él una rabieta o una
abierta agresividad. Esta actitud comenzó a extenderse al resto del tiempo de clase.
Oscilaba entre la depresión y un comportamiento endiablado.
El verano pasado ocurrió algo sorprendente. Dos psicólogos de una universidad
cercana fueron a la escuela para enseñar a leer a algunos niños «imposibles»;
naturalmente, Víctor era uno de ellos. Como de costumbre, no hizo ningún progreso.
La sola vista de una frase escrita provocaba uno de sus típicos estados de ánimo.
Entonces, los investigadores ensayaron algo diferente: escribieron un carácter chino
en la pizarra y le dijeron que significaba «cuchillo»; Víctor lo aprendió
inmediatamente; luego, otro que significaba «afilado». También lo aprendió. En unas
horas, Víctor leía frases y párrafos en inglés camuflados como caracteres chinos. El
verano ha terminado y los investigadores han vuelto a la universidad. Víctor tiene un
vocabulario de 150 caracteres, pero no puede leer ni escribir nada en inglés. Ahora
constituye un problema que sobrepasa lo disciplinario, y su nuevo profesor piensa

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que es retrasado mental.

MUERTE PSICOSOMATICA REPENTINA

En 1967, una mujer muy agitada entró en el City Hospital de Baltimore pidiendo
ayuda, pocos días antes de su veintitrés aniversario. Al parecer, ella y otras dos chicas
habían nacido un viernes trece en la zona de los pantanos de Okefenokee, y sus
madres habían sido asistidas por la misma comadrona. La comadrona echó una
maldición a las tres niñas, diciendo que una moriría antes de cumplir los dieciséis,
otra antes de cumplir los veintiuno, y la última antes de cumplir los veintitrés. La
primera había muerto en un accidente de automóvil a los quince años; la segunda
recibió casualmente un disparo mortal en una pelea que se produjo en un club
nocturno en la noche de su veintiún aniversario. Ahora ella, la tercera, esperaba
aterrorizada su muerte. Aunque con cierto escepticismo, fue admitida a observación
en el hospital. A la mañana siguiente, dos días antes de cumplir los veintitrés años,
fue hallada muerta en su cama del hospital. Causa física: desconocida[2].

¿Qué tienen todos estos ejemplos en común? Todos muestran algún aspecto de la
indefensión humana. Habré logrado mi propósito en la medida en que el lector los
comprenda mejor al terminar el libro. Lo que sigue es un resumen del propósito y
conclusiones de cada capítulo, presentando así un plan general del libro.
A fin de tratar problemas como la muerte psicosomática repentina, la depresión,
la ansiedad y la impredecibilidad del peligro, el fracaso escolar y el desarrollo
motivacional, el lector debe primero dominar los conceptos necesarios para la
comprensión de la indefensión. En el siguiente capítulo se definen y analizan los
conceptos de indefensión e incontrolabilidad, insertándolos en el contexto de la teoría
del aprendizaje. Una vez definido el tema principal, el lector pasará en el capítulo III a
conocer los experimentos paradigmáticos sobre la indefensión. Los experimentos de
laboratorio sobre la indefensión producen tres tipos de déficit: disminuyen la
motivación para responder, retrasan la capacidad para aprender que responder es
efectivo y producen perturbaciones emocionales, principalmente depresión y
ansiedad.
En el capítulo IV propongo una teoría unificada que integra las perturbaciones
motivacionales, cognitivas y emocionales observadas en los experimentos básicos
sobre indefensión. Además, la teoría sugiere formas de curar y prevenir la
indefensión. El lector examinará las distintas formas en que esta teoría ha sido puesta
a prueba y las teorías psicológicas alternativas, así como algunos enfoques
fisiológicos. En este capítulo se completan las bases experimentales y conceptuales
que en la segunda parte permitirán al lector estudiar detenidamente la depresión, la
ansiedad, el desarrollo motivacional y la muerte psicosomática repentina.

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El capítulo V trata de la depresión en el ser humano, y en él se exponen algunos
paralelismos, tanto observacionales como experimentales, entre la depresión humana
en la vida real y la indefensión aprendida producida experimentalmente. En este
capítulo se presenta una teoría de la depresión y se sugieren formas de curarla y
prevenirla. Valiéndome de esa teoría haré algunas especulaciones sobre la depresión
en nuestros «jóvenes de oro», sobre cómo una infancia en la que se reciben todas las
cosas buenas de la vida, independientemente de cómo se responda, puede llevar a una
adultez deprimida, en la que se es totalmente incapaz de enfrentarse a la tensión.
La ansiedad causada por la impredecibilidad y la incontrolabilidad es el tema del
capítulo VI. La impredecibilidad es prima hermana de la incontrolabilidad; se definirá
y relacionará con lo dicho anteriormente sobre la indefensión. La predecibilidad se
prefiere a la impredecibilidad; la tensión y la ansiedad son considerablemente
mayores cuando los acontecimientos son impredecibles que cuando son predecibles,
y en esa situación la conducta tanto de los animales como del hombre puede verse
seriamente afectada. Además de terror y pánico se producen más úlceras de
estómago. Una teoría relaciona la necesidad de seguridad con los efectos de la
impredecibilidad, y esa teoría se compara después con otras alternativas. El lector
podrá entonces aplicar la teoría, junto a su conocimiento de la indefensión y la
ansiedad, al problema de qué es lo que ocurre en la terapia de la ansiedad. La
desensibilización sistemática es un modo muy efectivo de tratar la ansiedad
neurótica; aquí propongo una explicación de esta forma de terapia de la conducta en
términos de «señal de seguridad-indefensión».
En los capítulos V y VI se relacionan los estados de depresión y ansiedad con la
incontrolabilidad y la impredecibilidad. Pero ¿cuáles son los efectos a largo plazo o,
por así decirlo, los rasgos, producidos por la indefensión? El recién nacido llega al
mundo en un estado de indefensión y aprende progresivamente a controlar los
acontecimientos importantes de su entorno. En el capítulo VII se estudian los efectos
de la incontrolabilidad y la impredecibilidad sobre el desarrollo emocional y
motivacional del niño. El lector verá el hospitalismo, la separación materna en
monos, la interrupción de la sincronía entre respuestas y realimentación en gatos, el
desarrollo de la autoestima, los efectos del hacinamiento y el fracaso escolar, a la luz
de la teoría de la indefensión. Los conceptos de fuerza del yo y competencia están
relacionados con el dominio de los acontecimientos ambientales; desarrollaré la idea
de que la sincronía entre las respuestas y sus consecuencias es crucial para el logro de
un desarrollo sano. También examinaré el papel de la indefensión en la pobreza y
especularé acerca de la relación entre la percepción del control personal y la
sensación de libertad.
La indefensión no sólo se halla implicada en la insuficiencia motivacional
temprana, sino que algunos de sus efectos más dramáticos se manifiestan
precisamente en las últimas etapas de la vida. La muerte psicosomática repentina por
indefensión es el tema del octavo y último capítulo. Allí propondré la idea de que la

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indefensión es frecuentemente la causa de la muerte repentina e inesperada en los
animales y el hombre. El lector encontrará allí referencias a la muerte vudú en las
islas del Caribe, a la muerte de las cucarachas por sumisión, a la muerte producida
por la estancia en los actuales asilos de ancianos, a la depresión anaclitica y a la
muerte infantil por hospitalismo, a casos de ratas salvajes que mueren ahogadas
repentinamente, y a la alta tasa de mortalidad que se registra entre los animales de los
parques zoológicos. La incontrolabilidad, tal como se define en el capitulo II, puede
hallarse en el fondo de todos estos fenómenos extraños, pero no por ello menos
reales.
La investigación de laboratorio con animales ha hecho surgir la teoría que aquí
utilizamos primero para explicar hallazgos experimentales y luego fenómenos de la
vida real. Este libro está organizado de la misma forma. En su segunda mitad, los
conceptos y experimentos desarrollados en la primera se aplican a los problemas
reales de la depresión, la ansiedad, la insuficiencia motivacional y la muerte
repentina.

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Capítulo II
CONTROLABILIDAD

La indefensión es el estado psicológico que se produce frecuentemente cuando los


acontecimientos son incontrolables. ¿Qué significa el que un acontecimiento sea
incontrolable? ¿Cuál es el lugar del control en la vida de los organismos? Nuestras
intuiciones son un buen punto de partida: un acontecimiento es incontrolable cuando
no podemos hacer nada para cambiarlo, cuando hagamos lo que hagamos siempre
ocurrirá lo mismo. Analicemos nuestras intuiciones mediante algunos ejemplos.
Después de ello estaremos ya en situación de definir de forma rigurosa qué es la
incontrolabilidad, pudiendo así identificar un amplio rango de fenómenos, algunos de
ellos sorprendentes, como casos de indefensión.
Su hija de cinco años entra a casa corriendo desde el patio; viene chillando y le
sangra una pierna. Como usted es un padre competente y con algunas nociones de
primeros auxilios, calma sus chillidos con unas palabras tranquilizadoras y algunas
caricias. Luego le limpia la rodilla, dejando al descubierto un corte de mediana
longitud; limpia la herida y detiene la hemorragia con gasa y algodón. Mientras hace
todo esto, ella se echa de nuevo a llorar, así que para aplacar sus temores le cuenta
cómo usted se cortó en un brazo cuando tenía seis años. Su llanto cesa en seguida. Le
pone un poco de antiséptico y una venda. La hemorragia ya se ha cortado y su hijita
vuelve a ser feliz.
Observe las veces que en este sencillo ejemplo ha ejercido control activo sobre el
problema de su hija. Mediante sus acciones hizo cesar sus chillidos; limpiándola y
vendando el corte ayudó a que la herida cicatrizase bien. En medio de todo ello, le
tranquilizó y le alivió un poco el dolor contándole un cuento. De no ser por su
intervención, todo hubiera ido mucho peor.
Considere ahora una posible continuación de lo que ocurrió en el ejemplo. Esa
noche le despiertan los gritos de su hija; tiene una temperatura muy alta, su pierna
está hinchada, y sobre la rodilla se extienden unas rayas rojas que salen de la herida.
La lleva rápidamente a la sala de urgencias de un hospital, donde espera durante tres
horas mientras ante usted desfilan enfermeras, médicos y sanitarios, sin hacerle el
más mínimo caso. Su hijita sigue quejándose y sudando. Lleno de frustración, aborda

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a un interno y empieza a contarle su problema, pero aquél sale disparado y le dice que
tenga paciencia. Sube a la oficina de ingresos; resulta que la hoja que rellenó al llegar
se ha extraviado, así que rellena otra nueva. Por fin, a las siete de la mañana, un
médico se lleva a su hijita a la sala de examen; hora y media después se la vuelven a
traer. El médico le dice que le ha puesto una inyección y, sin mediar más
explicaciones, se apresura a atender al siguiente paciente. Después de unas horas, su
hija se recupera.
En esta situación, la mayoría de sus acciones fueron inútiles. El personal del
hospital no hizo caso de su situación, perdió su hoja de ingreso y le ignoró cuando
pidió explicaciones; su hija se recuperó sin que usted tuviera nada que ver con ello.
El curso de los acontecimientos fue incontrolable; el resultado fue independiente de
todas sus respuestas voluntarias. En esta última frase se halla una definición rigurosa
de la incontrolabilidad. Los dos conceptos cruciales son respuesta voluntaria e
independencia respuesta-resultado. Ambos conceptos están íntimamente
relacionados.

RESPUESTAS VOLUNTARIAS

Las plantas y los animales inferiores no pueden controlar los acontecimientos de


su ambiente; simplemente, reaccionan a ellos. Las raíces de un tulipán reaccionan
creciendo en dirección opuesta a la luz; en cambio, el tallo crece hacia la luz. Una
ameba reacciona ante un pedazo de comida abarcándolo con sus pseudópodos y
moviéndose ondulatoriamente a su alrededor. ¿Por qué llamo a esos movimientos
simples reacciones y no respuestas voluntarias? ¿Qué tiene de incorrecto decir que
esos movimientos controlan ciertos acontecimientos del ambiente del organismo? Lo
que esos movimientos no tienen es plasticidad; no cambian cuando la contingencia, la
relación entre el movimiento y su resultado se modifica, puesto que se hallan
trabados a los estímulos que producen. Si un experimentador invirtiese las
contingencias en el caso de una ameba, alimentándola sólo cuando no se moviese
alrededor de la comida, la ameba no podría cambiar su conducta, a pesar de que una
vez tras otra no lograse comer. De la misma forma, un experimentador nunca podría
enseñar a las raíces de un tulipán a crecer hacia arriba dándole agua sólo cuando
creciese hacia el sol. En pocas palabras, sólo aquellas respuestas que pueden ser
modificadas por la recompensa y el castigo serán denominadas respuestas
voluntarias[3]
El sello distintivo de estas respuestas es el hecho de que las realizaremos más
frecuentemente si somos recompensados por ello, y dejaremos de realizarlas si somos
castigados. Las respuestas que realizamos y no son sensibles al premio y al castigo se
denominan reflejos, reacciones ciegas, instintos o tropismos. El que yo escriba la
palabra «pillo» en la siguiente frase es voluntario: si me dan un millón de dólares por

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escribir «pillo», seguramente lo haga; quizá, incluso la escriba dos o tres veces como
propina; si me dan una fuerte descarga eléctrica por escribir «pillo», la palabra no
volverá a aparecer. Por otra parte, la contracción de la pupila del ojo cuando se
enciende una luz no es voluntaria; si me prometen un millón de dólares por no
contraer la pupila cuando se enciende una luz, a pesar de ello seguiré
contrayéndola[4].
Una importante corriente de la teoría psicológica del aprendizaje, fundada por E.
L. Thorndike y desarrollada y popularizada por B. F. Skinner, se ocupa
exclusivamente de las respuestas voluntarias. Aunque los detalles de este campo de
estudio pueden parecerle algo misteriosos al estudiante, la premisa básica y no
explicitada de la tradición operante es bastante simple: mediante el estudio de las
leyes que rigen estas respuestas (llamadas respuestas «operantes» o instrumentales
porque «operan» sobre el ambiente), que pueden ser modificadas por la recompensa y
el castigo, los condicionadores operantes confían en descubrir las leyes de la
conducta voluntaria en general. La idea de respuesta operante es importante para mi
definición, no porque el hecho de que una rata apriete una palanca para obtener
comida o una paloma picotee en una tecla para obtener grano me fascine en sí mismo,
sino porque esta idea se corresponde perfectamente con lo que yo entiendo por
respuesta voluntaría. Cuando un organismo no puede realizar una respuesta operante
que controle un cierto resultado, diré que ese resultado es incontrolable.
Mientras que el condicionamiento operante estudia las respuestas voluntarias, la
otra principal vertiente de la teoría del aprendizaje, el condicionamiento clásico o
pavloviano, se ocupa únicamente de las respuestas que no son voluntarías. En un
experimento típico de condicionamiento pavloviano, una persona oye un tono
seguido de una descarga eléctrica breve y dolorosa. El tono se llama estímulo
condicionado (EC), y la descarga estímulo incondicionado (EI); la reacción de dolor
producida por la descarga es la respuesta incondicionada (RI). Una vez que la
persona llega a anticipar la descarga sudará, y su ritmo cardíaco aumentará cuando
oiga el tono. Estas respuestas anticipatorias se llaman respuestas condicionadas (RC).
Es de crucial importancia tener presente que la respuesta condicionada no controla la
descarga; la persona la recibe independientemente de que sude o no. Lo que define un
experimento pavloviano, distinguiéndolo de un experimento operante, es
precisamente la indefensión. En el condicionamiento clásico no se permite que
ninguna respuesta, condicionada o de otro tipo, modifique el EC o el EI, mientras que
en un experimento operante debe haber alguna respuesta que obtenga recompensa o
alivio del castigo. Dicho de otra forma, en el aprendizaje instrumental el sujeto tiene
una respuesta voluntaria que controla ciertos resultados ambientales, mientras que en
el condicionamiento clásico se halla indefenso.

INDEPENDENCIA DE RESPUESTA Y CONTINGENCIA DE RESPUESTA

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Una respuesta voluntaria es aquella cuya probabilidad aumenta cuando es
recompensada, y disminuye cuando es castigada. Cuando una respuesta es
explícitamente recompensada o castigada es evidente que el resultado depende de la
respuesta. Precisamente, uno de los problemas más fundamentales planteados por la
moderna teoría del aprendizaje es el significado de la dependencia e independencia
de la respuesta.
No es raro que la teoría del aprendizaje comenzase planteando las premisas más
simples acerca del aprendizaje. ¿Qué tipo de relaciones entre acciones y resultados
ambientales pueden aprender los animales y el hombre? La respuesta inicial fue
tajante: sólo se produce aprendizaje cuando un organismo realiza una respuesta que
es seguida inmediatamente por una recompensa o un castigo. Por ejemplo, todos los
días a las nueve de la mañana usted entra en el vestíbulo de su oficina; en un lapso de
treinta segundos después de entrar aprieta el botón del ascensor, que llega al final de
ese período de tiempo. Esto ocurre fiablemente un día tras otro.
Este emparejamiento simple de una respuesta y un resultado, llamado
reforzamiento continuo, no agota las contingencias acerca de las que puede
aprenderse; también puede producirse aprendizaje si usted da una respuesta y no
ocurre absolutamente nada. Por ejemplo, un día aprieta el botón de llamada, pero el
ascensor no llega (quizá porque se ha ido la luz). Evidentemente, usted no seguirá allí
apretando el botón eternamente; después de un rato se dará por vencido y subirá por
las escaleras. Este tipo de aprendizaje se llama extinción: una respuesta que antes
producía cierto resultado deja de producirlo. Así, los teóricos del aprendizaje
admitieron que los organismos que responden pueden aprender acerca de dos tipos de
«momentos mágicos»: el emparejamiento explícito de una respuesta y un resultado y
el no emparejamiento explícito. Llamo a estas contingencias momentos mágicos para
subrayar su carácter instantáneo; el principal argumento para considerarlas
contingencias básicas es que ocurren de forma casi fotográfica; no es necesaria una
integración compleja a lo largo de un periodo de tiempo para que su recuerdo sea
codificado y almacenado.
Sin embargo, el esquema anterior dista mucho de ser una descripción completa de
las relaciones que pueden aprenderse. A finales de la década de los treinta, L. J.
Humphreys y B. F. Skinner descubrieron independientemente el reforzamiento
parcial o intermitente, complicando un poco más las cosas[5]. Por ejemplo, el lunes y
el martes por la mañana usted aprieta el botón y el ascensor llega, el miércoles y el
jueves lo aprieta, pero no llega, y el viernes vuelve a funcionar. Si al final el ascensor
deja de funcionar definitivamente, ¿cuántos dias seguirá apretando el botón antes de
darse por vencido y subir directamente por las escaleras? Si antes fue reforzado
parcialmente, seguirá apretando durante varias semanas antes de abandonar; pero si
antes sólo fue reforzado de forma continua, abandonará en unos dias.
Las personas y los animales aprenden fácilmente que sus respuestas son seguidas
sólo intermitentemente por un resultado. Además, una vez aprendido esto, sus

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respuestas se vuelven muy resistentes a la extinción. Para acomodarse a estos hechos
se requiere un organismo algo más complicado, tal que sea capaz de juntar ambos
tipos de momentos, el emparejamiento explícito y el no emparejamiento explícito, y
extraer una media. En otras palabras, los organismos pueden aprender el «a veces» o
el «quizá» igual que el «siempre» o el «nunca». La figura 2-1 representa
esquemáticamente estas relaciones.

Figura 2-1
Probabilidad del resultado (r) cuando se realiza la respuesta (R)

¿Qué ocurre cuando el resultado se produce aunque no se haya respondido? En el


diseño de reforzamiento parcial y en los casos más simples, nunca ocurre que el
reforzamiento se produzca cuando no se realiza la respuesta. Aun así, los organismos
capaces de aprender son lo suficientemente complicados como para aprender que se
producen resultados aun cuando no emitan una de terminada respuesta. En lenguaje
operante, esta contingencia se denomina RDO, reforzamiento diferencial de otra
conducta (véase la figura 2-2)[6]. Volviendo a nuestro ejemplo, una mañana usted se
queda parado treinta segundos frente al ascensor[7] sin apretar el botón, pero a pesar
de ello el ascensor llega. Quizá le lleve cierto tiempo, pero aprenderá a no apretar el
botón si es que el ascensor ha sido preparado para llegar sólo cuando el botón no se
apriete. Tenemos aquí dos nuevos tipos de momento mágico además del
emparejamiento y no emparejamiento explícitos de una respuesta y un resultado: se
puede no responder, y aun así ser reforzado; o se puede no responder y no ser
reforzado. Igual que ocurre con el emparejamiento y con el no emparejamiento
explícito, estos dos últimos casos pueden producirse según una secuencia
intermitente. Por ejemplo, ninguno de los siguientes diez días aprieta el botón; siete
de los días el ascensor llega, pero los otros tres no.

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Figura 2-2
Probabilidad del resultado (r) cuando no se realiza la respuesta (R).
La ausencia de respuesta se designa como (Ȓ)

Este tipo de aprendizaje implica aún un aparato bastante simple de aprendizaje si


el organismo aprende por separado acerca de las consecuencias de responder y acerca
de las consecuencias de no responder; no obstante, los organismos capaces de
aprender pueden hacerlo acerca de ambas dimensiones al mismo tiempo. Considérese
una última ampliación de nuestro ejemplo: a veces, el ascensor tarda treinta segundos
en llegar si usted aprieta el botón, pero es igual de probable que llegue en treinta
segundos si no lo aprieta. Los cuatro momentos mágicos ocurren con el mismo
ascensor en distintos días: apretar el botón/ascensor, apretar el botón/no ascensor, no
apretar el botón/ascensor, no apretar el botón/no ascensor. ¿Qué aprenderá acerca de
la relación entre sus respuestas y la llegada del ascensor? Pues aprenderá que apriete
o no el botón es igual de probable que el ascensor llegue o no. Esto es básicamente lo
que significa independencia de respuesta.
Para una respuesta y un resultado determinados, las probabilidades de los cuatro
momentos mágicos pueden ser representadas por un punto sobre el espacio de
contingencia de respuesta (figura 2-3). El eje horizontal, x, mide la p (R-r), mientras

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que el eje vertical, y, mide la p (Ȓ-r) (véanse las figuras 2-1 y 2-2).

Figura 2-3
El espacio de contingencia de respuesta

Considérese la línea de 45.º en el espacio de contingencia de respuesta. En


cualquier punto de esta línea, la probabilidad del resultado es la misma, ya ocurra o
no la respuesta. Cuando la probabilidad de un resultado es la misma, ocurra o no una
determinada respuesta, el resultado es independiente de esa respuesta. Si la respuesta
en cuestión es voluntaria, el resultado es incontrolable.
Inversamente, si cuando ocurre una respuesta la probabilidad de un resultado es
diferente de su probabilidad cuando la respuesta no ocurre, entonces el resultado es
dependiente de esa respuesta: el resultado es controlable. Cualquier punto situado
fuera de la línea de 45.º implica algún grado de controlabilidad. Por ejemplo, si le doy
un manotazo cada vez que acerca la mano al tarro de los caramelos, usted puede
controlar el recibir el manotazo: Si acerca la mano, la probabilidad de recibir el
manotazo es igual a 1, pero si no lo hace no lo recibirá. Sin embargo, si le doy un

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manotazo ya acerque o no la mano al tarro de los caramelos, el manotazo será
incontrolable, y usted estará indefenso.
Hemos llegado ya, y espero que sin muchas dificultades, a una definición rigurosa
de las circunstancias objetivas bajo las que se produce la indefensión: una persona o
un animal están indefensos frente a un determinado resultado cuando éste ocurre
independientemente de todas sus respuestas voluntarias.
Al desarrollar la definición he ido derivando hacia una concepción del
aprendizaje más complicada que la que mantenían los primeros teóricos. Un
organismo no sólo puede aprender que sus respuestas producen un resultado con una
cierta probabilidad, y que no responder produce otro resultado con otra determinada
probabilidad; también puede unir ambas cosas. Esto implica una capacidad para
integrar la ocurrencia de los cuatro tipos de momentos mágicos a lo largo del tiempo
y para extraer una estimación global de la contingencia.
Aunque el aprendizaje de contingencias es más difícil de explicar formalmente
que el aprendizaje de momentos mágicos, no quiere esto decir que deba ser
psicológicamente más complejo. No tiene por qué haber una correspondencia entre la
complejidad formal y la complejidad psicológica. El aprender que los
acontecimientos son independientes de las respuestas ocupa un lugar básico, simple e
indispensable en la vida real de los animales y del hombre. No tiene por qué ser un
proceso consciente, ni aun cognitivo: cuando yo tenía dos años y medio sabía que el
que lloviese o no el domingo siguiente era independiente de mis deseos. Lo sabía
perfectamente, aunque fuese veinte años antes de que llegase a entender el concepto
abstracto de independencia de la respuesta. Cuando una rata aprende a apretar una
palanca para conseguir comida, también debe aprender que menear la cola es
independiente de la comida. Aprender que una respuesta controla un resultado
implica que también se ha aprendido que otras respuestas no lo controlan. No poder
aprender esto sería penosamente inadaptativo para un animal.

Los experimentos sobre la superstición

Una premisa subyacente a la teoría e investigaciones que voy a describir es que


un organismo puede aprender cuándo un resultado es incontrolable. Hay, sin
embargo, un cuerpo de literatura experimental que indica lo contrario. En un
experimento realizado en 1948, B. F. Skinner dejó caer grano a intervalos breves y
regulares junto a unas palomas hambrientas. Lo que hacían las palomas no influía
sobre la administración del grano; esta era incontrolable. Skinner observó que al final
del entrenamiento todas sus palomas estaban haciendo algo que repetían de forma
fiable: una de las aves picoteaba, obra brincaba en el centro de la jaula. Según
Skinner, aquello era conducta supersticiosa; algo parecido al rodear una escalera en
vez de pasar bajo ella.

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Skinner argumentaba que cualquier cosa que hiciese la paloma cuando llegase el
grano sería reforzada, y consecuentemente aumentaría en frecuencia. A su vez, esto
haría más probable que el sujeto estuviese haciendo lo mismo cuando el grano llegase
de nuevo. Estamos ante un caso extremo de teorización típica de momentos mágicos:
sólo cuentan aquellos momentos en que el reforzamiento sigue a la respuesta; las
presentaciones del reforzador sin ir precedido de la respuesta no debilitan esta última.
Este punto de vista lleva implícita la convicción de que los animales (y las personas)
no pueden aprender que el reforzador es independiente de toda respuesta que realicen.
Presentaré muchos ejemplos en los que se pone de manifiesto que no sólo puede
producirse aprendizaje acerca de la independencia de la respuesta, sino que además
ocurre frecuentemente y a veces con desastrosas consecuencias. Pero ¿cómo explicar
los resultados del experimento de Skinner? Si bien es indudable que la conducta
supersticiosa ocurre en el hombre, pienso que los resultados obtenidos con palomas
tienen una escasa generalidad, y que son un artefacto de la especie animal y programa
de reforzamiento escogidos por Skinner. Su experimento probablemente sea más un
caso de condicionamiento clásico que de condicionamiento instrumental basado en el
reforzamiento. Se ha demostrado que cuando se presenta comida a una paloma a
intervalos cortos y regulares surgen ciertas conductas no arbitrarias; estas respuestas
son muy preparadas y están preconectadas biológicamente[8]. J. E. R. Staddon y V. L.
Simmelhag han vuelto a analizar los datos sobre la superstición en la paloma, y han
hallado que, en realidad, las palomas ejecutan aquellas respuestas que normalmente
ejecuta una paloma cuando está hambrienta y espera la comida[9]. Estas respuestas no
son supersticiosas; no quedaron impresas debido a su feliz coincidencia con la
comida, sino que más bien son respuestas involuntarias y específicas de la especie,
exactamente igual que cuando un perro se relame cuando anticipa la llegada de la
comida.
Mi conclusión es que, en circunstancias muy específicas, la presentación
independiente de resultados puede llevar al condicionamiento clásico de respuestas
específicas de la especie que se han desarrollado expresamente cara a ese resultado.
Tales respuestas pueden ser confundidas fácilmente con respuestas instrumentales
«supersticiosas». Sin embargo, y como veremos más adelante, el resultado más
normal es la indefensión; las personas y los animales indefensos no dan signos de
haber aprendido una conexión supersticiosa entre respuestas y reforzadores; por el
contrario, parecen haber aprendido a ser sumamente pasivos.
Hemos definido las circunstancias objetivas en las que un suceso ambiental es
incontrolable. A consecuencia de la incontrolabilidad se manifiesta una amplia
variedad de perturbaciones conductuales, cognitivas y emocionales: los perros, las
ratas y las personas se vuelven pasivas frente a las situaciones traumáticas, no son
capaces de resolver problemas discriminativos sencillos, y contraen úlceras de
estómago; los gatos encuentran problemas para aprender a coordinar sus
movimientos, y los estudiantes de segundo de carrera se vuelven menos competitivos.

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En el capítulo siguiente consideraremos detenidamente los estudios paradigmáticos
sobre la incontrolabilidad que me llevaron a mis formulaciones acerca de la
indefensión.

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Capítulo III
ESTUDIOS EXPERIMENTALES

Hace unos diez años, Steven F. Maier, J. Bruce Overmier y yo descubrimos un


inesperado y sorprendente fenómeno mientras realizábamos unos experimentos sobre
la relación del condicionamiento del miedo con el aprendizaje instrumental[10].
Habíamos sujetado a unos perros mestizos a un arnés pavloviano, dándoles
condicionamiento clásico con tonos seguidos de descargas eléctricas. Las descargas
eran moderadamente dolorosas, si bien no producían ningún daño físico. Lo que mis
colegas y yo habíamos olvidado, aunque pronto volvimos a recordar, era el rasgo
definitorio del condicionamiento pavloviano: la descarga administrada como EI era
inescapable. Ninguna respuesta voluntaria que el animal realizase (menear la cola,
forcejear en el arnés, ladrar) podía afectar a la descarga eléctrica. Su comienzo,
duración, terminación e intensidad eran determinadas únicamente por el
experimentador. (Estas condiciones cumplen los requisitos de la definición de
incontrolabilidad). Tras esta experiencia se colocó a los perros en una caja de vaivén,
una cámara de dos compartimientos, en la que cuando el perro salta una barrera,
pasando así de un lado a otro de la caja, hace terminar la descarga y escapa de ella. El
salto puede también impedir o evitar totalmente la descarga si se produce antes de
que ésta comience. Lo que intentábamos era hacer de los perros unos expertos
evitadores de la descarga para asi poder comprobar el efecto de los tonos
condicionados clásicamente sobre su conducta de evitación. Sin embargo, lo que
realmente vimos fue algo bastante raro, que quizá se capte mejor si antes describo la
conducta típica de un perro al que no se le han administrado descargas incontrolables.
Cuando se coloca a un perro experimentalmente inexperto en la caja de vaivén, al
comenzar la primera descarga echa a correr frenéticamente, hasta que
accidentalmente pasa sobre la barrera y escapa de la descarga. Al siguiente ensayo, en
su carrera desenfrenada, el perro cruza la barrera más rápidamente que en el ensayo
anterior; en pocos ensayos llega a escapar eficazmente, y poco después aprende a
evitar totalmente la descarga. Después de unos cincuenta ensayos, el animal se
tranquiliza y permanece frente a la barrera; al comenzar la señal de la descarga salta
limpiamente al otro lado y no vuelve a recibir más descargas.

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Uno de los perros que antes hablan recibido descargas inescapables mostró un
patrón de comportamiento notablemente diferente. Las primeras reacciones de este
animal a la descarga recibida en la caja de vaivén fueron en todo semejantes a las de
un perro inexperto: correr desenfrenadamente durante unos treinta segundos. Pero
después se quedó quieto; para sorpresa nuestra se tumbó y comenzó a gemir
suavemente. Pasado un minuto retiramos la descarga; el perro no había cruzado la
barrera y no había escapado de la descarga. Al siguiente ensayo, el perro volvió a
hacer lo mismo; al principio forcejeó un poco y, pasados unos segundos, pareció
darse por vencido y aceptar pasivamente la descarga. El perro no escapó en ninguno
de los siguientes ensayos. Este es el resultado paradigmático de la indefensión
aprendida.
Las pruebas experimentales muestran que cuando un organismo ha
experimentado una situación traumática que no ha podido controlar, su motivación
para responder a posteriores situaciones traumáticas disminuye. Es más, aunque
responda y la respuesta logre liberarle de la situación, le resulta difícil aprender,
percibir y creer que aquélla ha sido eficaz. Por último, su equilibrio emocional queda
perturbado, y varios índices denotan la presencia de un estado de depresión y
ansiedad. Dado que los déficits motivacionales producidos por la indefensión son en
muchos sentidos los más notables, serán los primeros en recibir un análisis detallado.

LA INDEFENSION DEBILITA LA MOTIVACION PARA INICIAR RESPUESTAS

La indefensión aprendida en el perro

Lo que hacen los perros indefensos constituye una muestra representativa de lo


que hacen muchas especies cuando son enfrentadas a la incontrolabilidad. El
procedimiento típico que utilizamos para producir y detectar la indefensión aprendida
en los perros fue el siguiente[11]: el primer día, el sujeto era encorreado al arnés,
donde recibía 64 descargas eléctricas inescapables de 5,0 segundos de duración y 6,0
miliamperios de intensidad (es decir, medianamente dolorosas). Las descargas no
fueron precedidas de señal alguna, y su distribución temporal fue aleatoria.
Veinticuatro horas después se administraban al sujeto 10 ensayos de entrenamiento de
escape-evitación señalados, en una caja de vaivén bidireccional: para escapar de la
descarga o para evitarla, el perro tenía que pasar de un compartimiento a otro
saltando la barrera. Las descargas podían ocurrir en ambos compartimientos, por lo
que ningún lugar era siempre seguro, aunque la respuesta de vaivén o el saltar
siempre llevaban a una situación de seguridad. El comienzo de una señal (la
reducción en la intensidad de las luces) marcaba el comienzo de cada ensayo,
siguiendo presente hasta su terminación. El intervalo transcurrido entre el comienzo
de la señal y la descarga era de diez segundos; si durante este intervalo el perro

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saltaba la barrera, cuya parte superior estaba a la altura del lomo, la señal terminaba y
se impedía la aparición de la descarga. La ausencia de una respuesta de salto durante
el intervalo señal-descarga tenía como resultado una descarga de 4,5 miliamperios,
que seguía presente hasta que el perro saltaba la barrera. Si el animal no sallaba la
barrera en los sesenta segundos siguientes al comienzo de la señal, el ensayo
terminaba automáticamente.
Entre 1965 y 1969 estudiamos el comportamiento de unos 150 perros que habían
recibido descargas inescapables. Las dos terceras partes de ellos (alrededor de 100)
resultaron indefensos. Estos animales pasaron por la llamativa secuencia de defección
descrita. La otra tercera parte de los sujetos actuó de forma totalmente normal; al
igual que los perros inexpertos, escaparon eficazmente y aprendieron fácilmente a
evitar la descarga saltando la barrera antes de que aquélla empezase. No hubo
resultado intermedio. De vez en cuando, los perros indefensos saltaban la barrera en
el intervalo entre ensayos. Es más, si un perro había permanecido tumbado en la parte
izquierda de la caja, aceptando una descarga tras otra, y al final de la sesión se abría
la puerta de la parte derecha, muchas veces el animal salía saltando para escapar
definitivamente de la descarga. Dado que los perros indefensos eran físicamente
capaces de saltar la barrera, su problema debió haber sido de tipo psicológico.
Es interesante que, de los varios cientos de perros inexpertos que fueron
entrenados en la caja de vaivén, alrededor del cinco por cien resultaron indefensos
aun sin haber sido expuestos previamente a descargas inescapables. En mi opinión, la
historia de estos animales antes de su llegada al laboratorio podría explicar el que un
perro inexperto se volviera indefenso, y que otro al que se le hubieran administrado
descargas inescapables fuese inmune a la indefensión. Cuando en el capítulo
siguiente trate de la forma de impedir la indefensión, seré más explícito acerca de
cómo inmunizar contra ella.
En el perro, la indefensión ocurre bajo diversas circunstancias, y es fácil de
producir. No depende de este o aquel parámetro de la descarga; hemos variado la
frecuencia, intensidad, densidad, duración y distribución temporal de las descargas, y
el efecto ha seguido produciéndose. Tampoco importa que la descarga sea o no
precedida por una señal. Por último, no importa en qué aparato se den las descargas o
dónde tenga lugar el entrenamiento de escape-evitación; la caja de vaivén y el arnés
son intercambiables. Si el perro primero recibe descargas inescapables en la caja de
vaivén y luego se le hace apretar una placa con la cabeza para escapar de la descarga
en el arnés, sigue resultando indefenso. Además, después de la experiencia de
descargas incontrolables, los perros no sólo son incapaces de escapar de la descarga,
sino que tampoco parecen ser capaces de impedirla o evitarla. Overmier (1968) dio a
unos perros descargas inescapables en el arnés y luego les pasó a la caja de vaivén,
donde si el perro saltaba después de haber comenzado la señal podía evitar la
descarga. Sin embargo, no era posible escapar, ya que si el perro no saltaba durante el
intervalo señal-descarga, la barrera se cerraba y ocurría la descarga inescapable. Los

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perros indefensos no la evitaban, de la misma forma que tampoco habían escapado.
Así pues, los perros indefensos se las ven tan mal con las señales de la descarga como
con la propia descarga.
También fuera de la caja de vaivén los perros indefensos se comportan de forma
diferente a los perros no indefensos. Cuando un experimentador intenta sacar a un
perro no indefenso de su jaula, el animal no acepta entusiasmado: ladra, corre a la
parte trasera de la jaula y se resiste a que le agarren. Por el contrario, los perros
indefensos se dejan hacer; se quedan inmóviles al fondo de la jaula, a veces incluso
tumbándose sobre el lomo y adoptando una postura de sumisión; en pocas palabras,
no oponen resistencia.

El diseño triádico

¿Qué es lo que nos permite decir que la indefensión aprendida resulta de la


incapacidad para controlar un trauma físico y no simplemente de la experiencia de
ese trauma? Con otras palabras: ¿qué es lo que nos permite afirmar que la indefensión
es un fenómeno psicológico y no simplemente el resultado de un déficit físico?
Hay un diseño experimental, simple y elegante, que aísla los efectos de la
controlabilidad de los efectos del estímulo bajo control. En este diseño triádico se
utilizan tres grupos de sujetos: durante la fase de pretratamiento, un grupo es
expuesto a un acontecimiento ambiental que puede controlar mediante alguna
respuesta. El segundo grupo va acoplado al anterior; cada uno de los sujetos de este
grupo es expuesto exactamente a los mismos acontecimientos físicos que su
contraparte del primer grupo, pero de forma que el sujeto acoplado no puede realizar
ninguna respuesta que modifique esos acontecimientos. El tercer grupo no recibe
pretratamiento. Finalmente, todos los sujetos son puestos a prueba en una nueva
tarea.
El diseño triádico permite poner directamente a prueba la hipótesis de que no es
la descarga por sí misma, sino el haber aprendido que es incontrolable, lo que
produce la indefensión[12]. A continuación presentaré dos ejemplos de diseño triádico.
En el primero se utilizaron tres grupos de ocho perros cada uno[13]. Los perros del
grupo de escape fueron entrenados en el arnés a interrumpir la descarga apretando
una placa con el hocico. Un grupo acoplado recibió descargas idénticas en número,
duración y distribución temporal a las administradas al grupo de escape. El grupo
acoplado se diferenció del grupo de escape sólo en cuanto al control instrumental que
tenía sobre la descarga: el apretar la placa no afectaba a las descargas programadas
para el grupo acoplado. Un grupo de control inexperto no recibió descargas en el
arnés.
Veinticuatro horas después del tratamiento recibido en el arnés, los tres grupos
recibieron entrenamiento de escape-evitación en la caja de vaivén. El grupo de escape

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y el grupo de control inexperto manifestaron una buena actuación en la caja de
vaivén; saltaron la barrera sin dificultades. Por el contrario, el grupo acoplado fue
significativamente más lento en responder que el grupo de escape y el grupo de
control inexperto. Seis de los ocho sujetos del grupo acoplado no llegaron en absoluto
a escapar de la descarga. Así pues, no fue la propia descarga, sino la incapacidad para
controlarla, lo que impidió aprender a escapar.
Maier (1970) ha proporcionado una confirmación aún más notable de esta
hipótesis. Cuando los perros del grupo de escape estaban en el arnés, en vez de
entrenarles a realizar una respuesta activa, como apretar una placa, para interrumpir
la descarga, les entrenó a realizar una respuesta pasiva. Los sujetos de este grupo
(escape-pasivo) estaban sujetos al arnés y a 7,62 cm por encima, y a los lados de su
cabeza se habían colocado unas placas. Sólo si, permaneciendo quietos, no movían la
cabeza, interrumpían estos perros la descarga. Otro grupo de diez sujetos recibió en el
arnés descargas de iguales características, pero en este caso independientes de
cualquier respuesta que realizasen y, por lo tanto, incontrolables. Un tercer grupo no
recibió descargas. Cuando, posteriormente, fueron colocados en la caja de vaivén, los
perros del grupo acoplado resultaron en su mayoría indefensos, mientras que los
controles inexpertos escaparon normalmente. Al principio, los sujetos del grupo de
escape pasivo no se movieron demasiado; parecían estar buscando alguna forma de
atenuar pasivamente las descargas en la caja de vaivén. Al no encontrarla, todos ellos
comenzaron a escapar y evitar enérgicamente. Así pues, no es el propio trauma la
condición suficiente para impedir el escape, sino el haber aprendido que ninguna
respuesta, ni activa ni pasiva, puede controlar el trauma.

Déficits motivacionales en varias especies

Los estudiantes que inician un curso de introducción a la psicología, o mejor aún,


los que evitan ese curso, tienen una reacción común: «¡Ratas!, ¿qué tienen que ver las
ratas con las personas?». Esta reacción dista mucho de ser tan ingenua como suena a
los cansados oídos del psicólogo profesional. Con harta frecuencia, los experimentos
de laboratorio han supuesto con sospechosa facilidad que las leyes que han resultado
válidas para una especie lo son también para otras, especialmente para el hombre. La
historia de la psicología comparativa está llena de experimentos invalidados y teorías
desacreditadas que han hecho esa suposición injustificadamente. Avances recientes
nos han enseñado a tener mucho cuidado en generalizar sin pruebas de una especie a
otra[14]. La forma en que una codorniz aprende a enfrentarse a una situación
traumática es muy diferente de lo que aprenden una rata o un hombre: si una codorniz
es envenenada con agua de color azul y sabor ácido, posteriormente evitará el agua
azul, pero no el agua ácida; por otra parte, una rata o un hombre evitarán el agua
ácida, pero no el agua azul. Aun dentro de una misma especie, lo que una rata

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aprende para enfrentarse a una descarga eléctrica es distinto de lo que aprende para
enfrentarse al envenenamiento: si una rata recibe una descarga tras beber agua azul y
ácida, evitará el agua azul; pero si es envenenada evitará el agua ácida. Si vamos a
utilizar la indefensión aprendida como base para explicar fenómenos humanos tan
importantes como la depresión y la muerte psicosomática, es inexcusable informarse
de si ocurre en una amplia variedad de especies, incluido el hombre. De no ser así,
podremos desecharla por ser una conducta específica de la especie, semejante al
peculiar ritual que el espinoso macho ejecuta cuando corteja a la hembra.
El debilitamiento de la iniciación de respuestas a consecuencia de la experiencia
de acontecimientos incontrolables se ha observado en gatos, ratas, ratones, pájaros,
primates, peces, cucarachas y también en el hombre. La indefensión aprendida es un
hecho general entre las especies capaces de aprender, por lo que puede utilizarse con
cierta fiabilidad como explicación de diversos fenómenos.

Gatos. Earl Thomas ha informado de un efecto hallado en gatos idéntico a la


indefensión observada en el perro[15]. Este investigador diseñó un arnés para gatos, y
en él les administró descargas inescapables. Al colocarles luego en una caja de vaivén
para gatos, no aprendieron a escapar; igual que los perros, se tumbaron y aguantaron
las descargas. Thomas está buscando la base fisiológica de la indefensión; en su
opinión, el septum, una estructura situada bajo la corteza cerebral, podría ser esa
base, ya que el bloqueo de la actividad del septum contrarresta la indefensión.
También informa que la estimulación eléctrica directa del septum vuelve indefensos a
los gatos. En el capítulo siguiente volveré sobre esta correlación fisiológica, cuando
exponga la teoría de la indefensión y su terapia.

Peces. También los peces manifiestan una mala actuación de escape y evitación
tras haber recibido descargas inescapables. A. M. Padilla y sus colaboradores
administraron descargas inescapables a unas carpas doradas, y luego les sometieron a
una prueba en una caja de vaivén acuática. Estos peces fueron más lentos en evitación
que los controles sin experiencia previa. Es interesante que la indefensión siguiese
una misma evolución temporal en la carpa dorada y en el perro[16].

Primates distintos al hombre. Según mis informaciones en 1974, nadie ha llevado


a cabo explícitamente un experimento sobre la indefensión en monos o antropoides,
utilizando el diseño triádico. Hay, sin embargo, una considerable cantidad de
literatura experimental que describe los efectos de otros acontecimientos
incontrolables en los primates. Los experimentadores han aplicado a los primates tres
tipos de condiciones incontrolables: indefensión social en la infancia, separación de
la madre y crianza en aislamiento. Como los notables resultados de estos
experimentos aún no han sido interpretados mediante el concepto de indefensión,
aplazaré su comentario hasta el capitulo séptimo.

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Ratas. La rata blanca y el estudiante de segundo de carrera son los sujetos más
frecuentemente utilizados en los experimentos psicológicos. Esto se debe menos a
razones conceptuales que al conveniente hecho de que se sabe mucho acerca de su
comportamiento y fisiología; aun así, hay experimentadores que no creen en la
realidad de un fenómeno hasta que no se ha demostrado en la rata blanca. Hasta hace
poco, la rata demostró ser un animal difícil a la hora de producir indefensión. Se
realizaron un gran número de experimentos utilizando descargas inescapables, pero
en general manifestaron, cuando mucho, efectos bastante reducidos sobre la posterior
iniciación de respuestas[17]. A diferencia de los perros, las ratas a las que se había
dado descargas inescapables fueron normalmente sólo un poco más lentas en escapar
de la descarga durante los primeros ensayos o tardaron más en adquirir la evitación;
no se quedaban paradas aguantando pasivamente la descarga.
Sin embargo, tras una intensa experimentación, ya hay varios investigadores que
han producido independientemente un grado considerable de indefensión en ratas[18].
En estos experimentos surgió un factor crucial; la respuesta criterio debe ser difícil,
no algo que la rata haga muy fácilmente. Por ejemplo, si las ratas son primero
expuestas a descargas inescapables y luego puestas a prueba con una respuesta
sencilla de escape, como apretar una palanca una sola vez o huir al otro lado de una
caja de vaivén, no se observa déficit alguno. En cambio, si se aumenta el
requerimiento de respuesta, de forma que la palanca deba ser apretada tres veces
seguidas para que la descarga termine, o si la rata tiene que correr hacia un lugar y
luego volver atrás, el animal que antes ha recibido descargas inescapables sí
responderá entonces lentamente. Por el contrario, las ratas que antes hayan recibido
descargas escapables o no hayan recibido ninguna descarga, realizarán las respuestas
más difíciles sin darse nunca por vencidas.
En la medida en que una respuesta sea muy natural o automática en las ratas, las
descargas incontrolables no interferirán. Si la respuesta es menos natural y, por lo
tanto, debe ejecutarse «deliberadamente», la rata manifiesta indefensión tras la
experiencia de la descarga incontrolable.

Hombre. ¿Cuáles son los efectos experimentales del trauma inescapable en el


homo sapiens? Igual que los perros, gatos, ratas, peces y primates no humanos,
cuando un hombre es enfrentado a un acontecimiento nocivo que no puede controlar,
su motivación para responder queda drásticamente reducida.
Donald Hiroto ha replicado con toda exactitud nuestros resultados con perros,
utilizando estudiantes universitarios[19]. Los sujetos de su grupo de escape recibieron
un ruido intenso que debían aprender a interrumpir apretando un botón; el grupo
acoplado recibió el mismo ruido, pero independientemente de cualquier respuesta; un
tercer grupo no recibió ruido alguno. Luego, los sujetos fueron colocados frente a una
caja de vaivén manual; para escapar del ruido, el sujeto tenía simplemente que mover

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la mano de un lado a otro. Tanto el grupo sin ruido como el grupo de escape
aprendieron fácilmente a pasar la mano de un lado a otro. Sin embargo, igual que en
otras especies, el grupo humano acoplado no escapó ni evitó; la mayor parte de sus
miembros se quedaron sentados pasivamente y aguantaron el ruido aversivo.
En realidad, el diseño de Hiroto fue más complejo, y en él se incluían otros
factores importantes. A la mitad de los sujetos de cada grupo se le dijo que su
actuación en la caja de vaivén era una prueba de habilidad; a la otra mitad, que su
puntuación se determinaba al azar. Los sujetos que recibieron este último tipo de
instrucciones tendieron a responder de forma más indefensa en todos los grupos. Por
último, también se varió en este diseño la dimensión de personalidad «lugar externo
vs. interno de control del reforzamiento», siendo la mitad de los estudiantes de cada
grupo «externos» y la otra mitad «internos»[20]. Es externa la persona que, según
muestran sus respuestas en un cuestionario de personalidad, cree que en su vida los
reforzamientos ocurren por suerte o por azar, y que están fuera de su control. Una
persona interna cree que es ella quien controla sus reforzamientos, y que las cosas se
consiguen esforzándose. En su experimento, Hiroto halló que los externos se volvían
indefensos más fácilmente que los internos. Así pues, tres factores independientes
produjeron la indefensión aprendida: la experiencia de incontrolabilidad en el
laboratorio, la disposición cognitiva inducida por las instrucciones de azar y la
personalidad de tipo externo. Dada esta convergencia, Hiroto concluyó que los tres
factores minan la motivación para responder, al contribuir a la expectativa de que
respuesta y alivio son independientes.
En unos experimentos en los que se intentaba simular la tensión urbana, D. C.
Glass y J. E. Singer (1972) hallaron que el ruido intenso incontrolable hacía que los
sujetos manifestasen una mala actuación en una tarea de corrección de pruebas de
imprenta, encontrasen muy irritante el ruido y se diesen por vencidos en la solución
de problemas. La sola creencia de que podían interrumpir el ruido si lo deseaban, así
como el tener realmente control sobre una mezcla de ruido urbano, eliminó aquellos
déficits. Es más, el simple hecho de creer que podían acudir a alguien capaz de
aliviarles de la situación produjo efectos beneficiosos. La relación entre la percepción
del control y el control real, tal como aquí se ha definido, es importante y también
compleja; me referiré a ella más detenidamente en el próximo capítulo.
Con esto concluye el examen general de los déficits motivacionales producidos
por la indefensión aprendida en distintas especies. En general, es cierto que la
incontrolabilidad produce un deterioro en la prontitud con que perros, gatos, ratas,
peces, monos y hombres responden adaptativamente a una situación traumática.

Generalidad de la indefensión a través de distintas situaciones

Cuando un novato hace objeciones a las introducciones a la psicología alegando

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que no le interesan las ratas, no sólo está criticando el que muchos fenómenos
psicológicos se limiten a una sola especie, sino también lo limitado de las
circunstancias bajo las que esos fenómenos pueden producirse. La indefensión es una
característica general de varias especies, incluido el hombre, pero si hemos de
considerarla seriamente como un principio explicativo de la depresión, la ansiedad y
la muerte repentina tal como ocurren en la vida real, no deberá ser algo peculiar a las
descargas eléctricas, las cajas de vaivén o incluso a las situaciones traumáticas.
¿Produce la incontrolabilidad un hábito limitado a circunstancias semejantes a
aquellas bajo las que se aprende la indefensión o produce un rasgo más general? Con
otras palabras, ¿es la indefensión un conjunto aislado de hábitos o supone un cambio
más básico de la «personalidad»? Mi opinión es que lo que se aprende cuando el
entorno es incontrolable tiene profundas consecuencias para el repertorio total de
comportamiento.
Al nivel de más baja generalidad, ya sabemos que la indefensión se transfiere de
un aparato a otro, en tanto en cuanto que en ambos se produzca la descarga: los
perros que han recibido descargas inescapables en el arnés luego no escapan en una
caja de vaivén. Pero ¿se transfiere lo que se aprende a experiencias traumáticas en las
que no intervienen descargas eléctricas? Braud y colaboradores utilizaron un diseño
triádico con ratones[21]. Un grupo podía escapar de la descarga trepando por un
mástil, otro grupo fue acoplado a éste, y el último no recibió descargas; entonces,
todos los grupos fueron situados en un corredor inundado de agua, debiendo nadar
para escapar. El grupo acoplado fue menos eficiente en escapar del agua. En otro
experimento en el que la indefensión respecto a la descarga puede haberse transferido
a otro acontecimiento aversivo distinto, tres grupos de ratas recibieron descargas
escapables, descargas inescapables o no recibieron descargas[22]. En primer término,
las ratas habían sido privadas de comida, y se les había enseñado a correr por un
corredor recto para obtener comida en la caja-meta, donde había comida en todos los
ensayos. Una vez aprendida la respuesta, ya no se volvió a poner comida en la caja-
meta; durante este procedimiento de extinción, las ratas corrieron por el callejón hasta
la caja-meta, donde esperaban encontrar comida, pero sin encontrar realmente nada.
Este tipo de experiencia ha demostrado ser frustrante y aversiva para una rata[23].
Entonces se dio a las ratas la posibilidad de saltar fuera de la caja-meta y escapar así
de la frustración. Las ratas que habían recibido descargas escapables y las que no
habían recibido descargas escaparon fácilmente de la frustración; las ratas que habían
recibido descargas inescapables permanecieron pasivas, sin escapar de la caja-meta
frustrante. Así pues, la indefensión con respecto a una experiencia aversiva, la
descarga, se generaliza a otra, la frustración[24].
Otro ejemplo de transferencia de la indefensión está relacionado con un fenómeno
denominado agresión elicitada por la descarga. A todo el que se haya dado con la
cabeza en la puerta de un coche y, enfurecido, se haya puesto a gritar a los demás
pasajeros, el fenómeno le resultará familiar. A nivel animal, si una rata recibe una

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descarga en presencia de otra rata, la atacará furiosamente. En un estudio de diseño
triádico, unas ratas recibieron descargas escapables, inescapables o no recibieron
descargas, incitándoles luego, mediante la administración de una descarga, a agredir a
otra rata[25]. Las ratas que habían podido escapar fueron las que más atacaron al
recibir la descarga, el grupo de control fue intermedio, y el grupo indefenso el que
menos atacó. En un experimento relacionado con el anterior y realizado en nuestro
laboratorio, hallamos que unos perros que habían recibido descargas inescapables
siendo cachorros, perdían al competir por la comida (en una taza de café llena de
comida para perros sólo cabe el hocico de un perro) con perros que habían recibido
descargas escapables o que no habían recibido ninguna descarga. La indefensión
retrasa la iniciación de respuestas agresivas y defensivas.
¿Tiene la indefensión adquirida bajo circunstancias traumáticas efectos sobre
aspectos no traumáticos de la vida? Recientemente, Donald Hiroto y yo hemos
estudiado sistemáticamente la transferencia de la indefensión de tareas instrumentales
a tareas cognitivas[26]. A tres grupos de estudiantes universitarios se les presentó un
ruido intenso escapable, inescapable o no se les presentó ruido; luego se les pasó a
una prueba no aversiva de anagramas, registrándose el tiempo que tardaban en
resolver anagramas como IATOP. Los estudiantes que habían recibido el ruido
intenso inescapable dieron con la solución menos frecuentemente que el grupo que
había recibido el ruido escapable o que el grupo sin ruido. La indefensión aversiva
retrasa la solución de problemas cognitivos no aversivos.
Los efectos debilitadores de la incontrolabilidad ¿son producidos sólo por las
situaciones traumáticas incontrolables? ¿Cómo se ve afectada la iniciación de
respuestas cuando es precedida por una historia de acontecimientos incontrolables no
traumáticos? Donald Hiroto y yo hemos intentado producir indefensión utilizando
problemas discriminativos insolubles en vez de ruido inescapable[27].
En un problema típico de aprendizaje discriminativo, una persona o un animal son
colocados frente a dos tarjetas-estímulo, una blanca y otra negra. Detrás de una de
estas tarjetas, por ejemplo la negra, se encuentra regularmente la recompensa: una
mezcla de pienso en el caso de la rata, una golosina en el de un niño y una moneda o
la expresión «correcto» si se trata de un adulto. En unos ensayos, la tarjeta negra está
a la izquierda y la blanca a la derecha; en los demás ensayos las tarjetas se colocan al
revés. El problema es soluble, ya que si se escoge la tarjeta negra se obtendrá la
recompensa. La recompensa es controlable, puesto que la probabilidad de recibir
recompensa por escoger la tarjeta negra es de 1,0, y por escoger la blanca de 0. Los
niños, los adultos, las ratas e incluso los gusanos de tierra son capaces de resolver
este tipo de problemas. Una discriminación insoluble es incontrolable en el mismo
sentido en que lo es una descarga inescapable. Consideremos qué es lo que ocurre
cuando un problema discriminativo no tiene solución. En términos de procedimiento,
ello requiere poner la recompensa tras la tarjeta negra y tras la tarjeta blanca
aleatoriamente: en la mitad de los ensayos, determinados al azar, se recompensa la

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tarjeta negra; en la otra mitad, la blanca es la correcta. También es necesario que en la
mitad de los ensayos el lado izquierdo sea el correcto, y que en la otra mitad lo sea el
derecho. Este diseño es el característico de un experimento sobre indefensión: la
probabilidad de conseguir la recompensa por escoger el lado izquierdo es 0,5, por
escoger negro 0,5, y por escoger blanco 0,5. La recompensa es independiente de la
respuesta; es incontrolable por definición[28].
Teniendo presente la semejanza formal entre insolubilidad e inescapabilidad,
Donald Hiroto y yo presentamos a tres grupos de estudiantes universitarios problemas
discriminativos solubles, insolubles o no les presentamos problemas[29]. Después se
pasó a todos los grupos la prueba de la caja de vaivén manual, donde debían escapar
de un ruido intenso. Los sujetos a quienes se había dado problemas discriminativos
solubles, y aquéllos a los que antes no se les dio ningún problema, escaparon del
ruido con presteza; el grupo al que se le dieron problemas insolubles aceptó
pasivamente el ruido. La iniciación de respuestas que controlan eventos aversivos
puede verse disminuida por la experiencia anterior con recompensas incontrolables.
También hemos hallado que la administración de recompensas incontrolables
debilita las respuestas destinadas a obtener recompensa. Varios grupos de ratas
recibieron bolitas de comida «caídas del cielo» a través de una abertura practicada en
el techo de su jaula, independientemente de sus respuestas; luego debían aprender a
conseguir comida apretando una palanca. Cuanta más comida «gratis» hubieran
recibido durante el entrenamiento previo, peores resultaron en aprender respuestas
instrumentales para conseguir comida. Algunas ratas permanecieron inactivas,
esperando que cayese más comida, y nunca apretaron la palanca[30].
La principal manipulación experimental realizada en este estudio, fue lo que
puede llamarse un diseño de «niño mimado»; el sujeto era recompensado hiciera lo
que hiciese. En un encuentro de la Sociedad Psiconómica[31], se leyó recientemente
un polémico informe relacionado con el estudio anterior y titulado «La Paloma en un
Estado Providente». Un grupo de palomas hambrientas aprendió a pisar un pedal para
obtener comida. Otro grupo, el del «estado providente», recibió la misma cantidad de
grano, pero independientemente de lo que hiciese; la comida y las respuestas eran
independientes. Un tercer grupo no recibió grano. Entonces se les puso a todas las
palomas una tarea de automoldeamiento, en la que aprendían a conseguir grano
picoteando una tecla iluminada. El grupo que había controlado el grano apretando el
pedal fue el más rápido en automoldearse, el grupo de control fue detrás suyo, siendo
el más lento el grupo del «estado providente». Una vez que los tres grupos hubieron
aprendido, se les pasó a un programa en el que debían aprender a no picotear.
Nuevamente, las palomas que primero habían aprendido a pisar el pedal fueron las
más rápidas en aprender, seguidas por el grupo de control y, finalmente, por el grupo
indefenso o de «vagancia aprendida», según denominación de los autores. Estos
resultados son polémicos, y sólo con mucha cautela son interpretables como un caso
de indefensión apetitiva; una de las razones para esta cautela es que el picoteo

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automoldeado de una tecla en la paloma ya no se considera como una respuesta
instrumental y voluntaria. B. Schwartz y D. Williams (1972) han hallado que esas
respuestas son de corta duración y, por lo tanto, elicitadas o involuntarias. Si el
automoldeamiento diese efectivamente como resultado una respuesta condicionada
elicitada, yo no predeciría que la indefensión apetitiva haya de retrasar su aparición
ya que, en mi opinión, la indefensión sólo mina las respuestas voluntarias.
La recompensa incontrolable tiene efectos debilitadores semejantes sobre la
competitividad de las personas a las que luego se les hace participar en juegos de
laboratorio. Harold Kurlander, William Miller y yo presentamos a unos estudiantes
problemas discriminativos solubles, insolubles o no les presentamos problemas[32].
Después, cada persona jugó al «dilema del prisionero». El objeto de este juego es
ganar más puntos que el contrario. En todos los ensayos, el jugador tiene tres formas
posibles de responder: puede competir, cooperar o pasar, teniendo en este último caso
pérdidas mínimas. Si elige competir y su contrario coopera, el jugador gana mucho y
el contrario pierde también mucho; en cambio, si el contrarío también compite,
ambos pierden mucho. Si elige cooperar y el contrario compite, el jugador pierde
mucho y el contrarío gana, mientras que si ambos eligen cooperar, ambos ganan
puntos moderadamente. La última alternativa es retirarse: siempre que uno de los
jugadores decide pasar, ambos pierden unos pocos puntos.
Si antes del juego se le hablan presentado al jugador problemas discriminativos
solubles, o si no se le había presentado ningún problema, competía frecuentemente y
rara vez pasaba. Por el contrarío, si antes había tratado de resolver problemas
discriminativos insolubles, pasaba más frecuentemente y competía menos. Así pues,
la indefensión producida por una recompensa incontrolable aminora las respuestas
competitivas.
Creo que el estado psicológico de indefensión producido por la incontrolabilidad
disminuye la iniciación de respuestas en un sentido general. Tras recibir descargas
incontrolables, perros, ratas, gatos, peces y personas realizan menos respuestas para
escapar de la descarga. Además, estos déficits motivacionales no se limitan a las
descargas ni aun a los eventos aversivos en general. La agresión activa, el escape de
la frustración e incluso la capacidad para resolver anagramas, se ven disminuidas por
la experiencia de acontecimientos aversivos inescapables. Inversamente, la
recompensa incontrolable entorpece el escape de un ruido intenso, el aprendizaje de
respuestas para conseguir comida y la competitividad.
El hombre y los animales han nacido generalizadores. Yo creo que sólo bajo muy
especiales circunstancias se aprenden respuestas o asociaciones específicas y
puntuales. El aprendizaje de la indefensión no es una excepción: cuando un
organismo aprende que está indefenso en una situación, puede verse afectada una
gran parte de su repertorio conductual adaptativo. Por otra parte, si ha de seguir
conduciéndose adaptativamente, el organismo debe también discriminar las
situaciones en la que está indefenso de aquéllas en que no lo está. Si no

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mantuviésemos nuestra indefensión dentro de ciertos límites, y tuviésemos un ataque
cada vez que volamos en avión, el mundo sería un manicomio. Los factores que
limitan la generalización de la indefensión (la inmunización, el control discriminativo
y la significación del evento aversivo) serán tratados en el siguiente capítulo.

LA INDEFENSION PERTURBA LA CAPACIDAD DE APRENDER

Sabemos ya que una de las principales consecuencias de la experiencia con


acontecimientos incontrolables es de tipo motivacional: los acontecimientos
incontrolables disminuyen la motivación para iniciar respuestas voluntarias que
controlan otros acontecimientos. Otra importante consecuencia es de tipo cognitivo:
una vez que un hombre o un animal han experimentado la incontrolabilidad, les
resulta difícil aprender que su respuesta ha sido eficaz, aun cuando realmente lo haya
sido. La incontrolabilidad distorsiona la percepción del control.
Este fenómeno se manifiesta en los perros, ratas y personas indefensas. Algunas
veces, un perro no experimentado se queda sentado y aguanta la descarga durante los
tres o cuatro primeros ensayos en la caja de vaivén; pero de repente, al siguiente
ensayo, salta la barrera y escapa por vez primera con éxito de la descarga. Una vez
que un perro no experimentado realiza una respuesta que produce alivio, cae
inmediatamente en la cuenta de lo que ocurre; en todos los ensayos siguientes
responde enérgicamente y aprende a evitar del todo la descarga. En cambio, los
perros que antes han recibido descargas inescapables también difieren a este respecto.
Alrededor de la tercera parte de ellos pasan por una secuencia similar, quedarse
parados aguantando la descarga durante los tres primeros ensayos y luego escapar
normalmente en el siguiente. Sin embargo, estos perros vuelven de nuevo a aguantar
la descarga, y en el resto de los ensayos ya no escapan. Parece como si un ensayo con
éxito no fuese suficiente para que un perro indefenso aprenda que ahora su respuesta
si es eficaz.
William Miller y yo hemos hallado que en el hombre la indefensión aprendida
produce esa disposición cognitiva negativa[33]. A tres grupos de estudiantes se les
presentó un ruido intenso escapable, inescapable o ningún ruido. Luego se les
plantearon dos nuevas tareas, una de azar y otra de destreza. En la tarea de destreza
debían clasificar en cada uno de diez ensayos quince tarjetas en diez categorías de
forma, tratando de acabar en quince segundos. Sin que los sujetos lo supieran, el
experimentador había dispuesto en qué ensayo fallarían y en cuál no, diciendo que el
tiempo había expirado antes o después de que hubiesen terminado, de manera que
pasasen por una secuencia predeterminada de éxitos y fracasos. Al terminar cada
ensayo, el sujeto debía hacer una estimación (sobre una escala de 0 a 10) de sus
posibilidades de tener éxito en el ensayo siguiente. Los sujetos que antes habían
estado indefensos respecto al ruido intenso manifestaron pocos cambios en sus

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expectativas de éxito tras cada nuevo éxito o fracaso. Les resultaba difícil percibir
que las respuestas podían afectar al éxito o al fracaso. Los sujetos de control y los que
habían escapado del ruido manifestaron grandes cambios de expectativa tras cada
éxito o fracaso. Esto da a entender que estaban convencidos de que lo que ocurría
dependía de sus reacciones. Los tres grupos no se diferenciaron en los cambios de
expectativa subsecuentes al éxito y al fracaso en una tarea de «azar» que percibían
como un juego de adivinar la respuesta. La indefensión aprendida produce una
disposición cognitiva negativa, según la cual el individuo cree que el éxito y el
fracaso son independientes de sus acciones organizadas y, consecuentemente, tiene
dificultades para aprender que las respuestas son eficaces.
Donald Hiroto y yo también hemos presentado pruebas de otra forma de
disposición cognitiva negativa[34]. Como el lector recordará, los estudiantes tenían
que resolver anagramas tras haber escuchado ruido escapable, ruido inescapable o no
haber escuchado ruido alguno. Surgieron dos tipos de déficits cognitivos: por una
parte el ruido inescapable interfirió con su capacidad para resolver cualquier
anagrama. Además, los 20 anagramas a resolver seguían una pauta común; en todos
ellos las letras figuraban en el orden 34251 (por ejemplo, IDUOR, UPROG,
QUOECH, etc.); los estudiantes que habían recibido el ruido inescapable tuvieron
grandes dificultades para descubrir la pauta. Los problemas discriminativos
insolubles produjeron igual empeoramiento en la resolución de anagramas.
La demostración de una disposición cognitiva negativa producida por la
independencia entre respuesta y efecto guarda relación con un importante problema
dentro de la psicología del aprendizaje. Cuando dos eventos, por ejemplo, un tono y
una descarga eléctrica, se presentan independientemente el uno del otro, ¿aprende el
sujeto algo acerca del tono, o éste termina simplemente siendo ignorado? Según
nuestro punto de vista, el hombre y los animales pueden aprender activamente que
respuestas y resultados son independientes entre sí, y una de las formas en que se
manifiesta ese aprendizaje es a través de las dificultades que luego encuentran para
aprender cuándo la respuesta sí produce el resultado. Esto sugiere que los organismos
también deberían aprender activamente cuándo un tono y una descarga son
independientes, manifestándolo luego al tener problemas para aprender cuándo el
tono es seguido por la descarga. R. A. Rescorla (1967) ha defendido el punto de vista
contrarío: la independencia entre un tono y una descarga es una condición neutra en
la que no se aprende nada; de hecho, un grupo así tratado es el grupo de control ideal
en el condicionamiento clásico. Yo he señalado (1969) que este «grupo de control
ideal» muestra por sí mismo un considerable grado de aprendizaje y que, por lo tanto,
no es apropiado como tal control. Como ya tendremos ocasión de ver en el capítulo
sobre la ansiedad, los sujetos de este grupo desarrollan úlceras y miedo crónico.
Además, investigaciones recientes han demostrado que sí ocurre un aprendizaje
activo cuando ECs y EIs se presentan independientemente. R. L. Mellgren y J. W. P.
Ost (1971), han presentado los datos de un grupo de ratas a las que les habían

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presentado ECs independientemente de la comida; estas ratas tardaron luego más que
otras sin experiencia previa (incluso más que unas ratas para las que los ECs habían
predicho la ausencia de comida) en aprender que los ECs estaban asociados con la
comida. D. Kemler y B. Shepp (1971) demostraron que unos niños aprendían más
lentamente acerca de los estímulos relevantes a la solución de un problema
discriminativo cuando esos estímulos se habían presentado anteriormente como
irrelevantes. D. R. Thomas y sus colaboradores demostraron que unas palomas a las
que se les había presentado luces de dos colores independientemente de la comida
tendían luego a no discriminar entre dos distintas inclinaciones de una línea, una de
las cuales predecía comida y la otra no[35]. N. J. MacKintosh (1973) también ha
presentado pruebas sobre el retraso del condicionamiento por exposición previa a la
independencia EC-EI.
La independencia entre dos estímulos produce un aprendizaje activo, y ese
aprendizaje retrasa la capacidad de ratas, palomas y hombres para aprender luego que
los estímulos son interdependientes. Las pruebas al respecto son coherentes con los
efectos cognitivos de la independencia respuesta-efecto y refuerzan nuestra
conclusión de que esa independencia distorsiona la percepción de que las respuestas
tienen consecuencias contingentes.

LA INDEFENSION PRODUCE PERTURBACIONES EMOCIONALES

Los primeros indicios de que la indefensión tenía consecuencias emocionales, así


como motivacionales y cognitivas, surgieron cuando observamos que los efectos
motivacionales se disipaban con el tiempo. A menudo, las situaciones traumáticas
producen en el hombre y en los animales perturbaciones caracterizadas por una
sorprendente evolución temporal y fácilmente atribuibles a cambios emocionales.
Cuando un grupo humano es golpeado por alguna catástrofe, surge un fenómeno de
duración limitada denominado síndrome de desastre:

Un día de invierno de 1659 una banda de guerreros procedentes del poblado


de San Juan, de los indios petunes, salió a contener a un grupo de invasores
iroqueses. No encontraron al enemigo. Cuando, después de cuatro días,
regresaron al poblado, sólo encontraron las cenizas de sus casas y los
cuerpos mutilados y carbonizados de la mayoría de sus esposas, hijos y
ancianos. Ni un alma había escapado de las llamas. Los guerreros petunes se
sentaron sobre la nieve, mudos e inmóviles, sin que ninguno de ellos hablase
o reaccionase durante medio día, ni incitase a los demás a perseguir a los
iroqueses para salvar a los cautivos o tomarse la venganza[36].

La anterior no es una reacción culturalmente determinada, ya que ocurre de forma

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general después de un desastre. Cuando un tornado azota una ciudad, la gente actúa
adecuadamente durante su transcurso, pero poco después de acabado, las víctimas
caen en un estupor casi absoluto durante cerca de veinticuatro horas. Después de un
día aproximadamente, la gente empieza a reparar los destrozos y vuelve a ocuparse
de sus asuntos (véase páginas 129, 130).
En los perros hemos observado una evolución temporal semejante de la
indefensión aprendida[37]. Si se pone a un perro en la caja de vaivén veinticuatro
horas después de experimentar las descargas incontrolables en el arnés, se mostrará
indefenso. Si, en cambio, esperamos setenta y dos horas o una semana después de una
sola sesión de descargas inescapables en el arnés, el perro escapará normalmente en
la caja de vaivén. Una experiencia de trauma incontrolable produce un efecto que se
disipa con el tiempo.
¿Pero qué ocurre si se producen muchas experiencias de incontrolabilidad antes
de que se le dé al perro la oportunidad de escapar? Si el perro recibe cuatro sesiones
de descarga inescapable en el arnés, distribuidas a lo largo de una semana, entonces
seguirá estando indefenso pasadas varias semanas. La incontrolabilidad repetida
produce una interferencia con la iniciación de respuestas que, en este caso, se hará
crónica. Por otra parte, habría que señalar que, en la rata, la indefensión producida
incluso por una sola sesión de descarga inescapable no se disipa con el tiempo[38].
En el próximo capítulo, al ofrecer una exposición teórica de la indefensión,
hablaremos de una interpretación cognitiva, y también emocional, de esta evolución
temporal. Según esta interpretación, da la impresión, sin embargo, de que la
incontrolabilidad crea un cierto estado emocional que, si no es reforzado,
desaparecerá en un momento dado.
Las úlceras de estómago son una medida bastante normal de la emocionalidad. En
1958 se publicó el famoso experimento de los «monos ejecutivos»[39]. Este
experimento se halla estrechamente relacionado con la incontrolabilidad y la
indefensión, pero sus resultados parecieron demostrar que la incontrolabilidad
producía menos emocionalidad. Dos grupos de cuatro monos recibieron descargas
eléctricas; un grupo, el de los «ejecutivos», tenía control sobre las descargas y podía
evitarlas apretando una palanca. Los otros cuatro monos fueron acoplados a los
anteriores, es decir, estaban indefensos, ya que no podían modificar la descarga. Los
ejecutivos desarrollaron úlceras de estómago y murieron, mientras que los monos
indefensos no desarrollaron úlceras. Estos resultados fueron ampliamente difundidos
por la prensa y han encontrado un hueco en la mayoría de los manuales de
introducción a la psicología. Desgraciadamente, son un reflejo de la forma en que los
monos fueron asignados a los dos grupos; al principio, los ocho monos eran situados
bajo el programa ejecutivo y a los cuatro primeros en empezar a apretar la palanca se
les hacía ejecutivos; los cuatro últimos quedaban como sujetos acoplados. Después de
entonces se ha demostrado que, cuanto más emotivo es un mono, antes comienza a
apretar la palanca cuando recibe descargas[40]; así, los cuatro animales más emotivos

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se hicieron ejecutivos y los más flemáticos quedaron como sujetos acoplados.
Recientemente, J. M. Weiss ha repetido correctamente aquel experimento[41].
Unas ratas fueron asignadas aleatoriamente a los tres grupos de un diseño triádico.
Los animales ejecutivos formaron úlceras menos graves, y en menor número, que los
animales acoplados, que perdieron más peso, defecaron más y bebieron menos que
los ejecutivos. Las ratas indefensas manifiestan más ansiedad, medida según la
formación de úlceras, que las ratas que pueden controlar la descarga.
Hay más pruebas de que las descargas incontrolables producen más ansiedad en
las ratas que las descargas controlables. O. H. Mowrer y P. Viek (1948) dieron
descargas a dos grupos de ratas mientras comían. Un grupo podía controlar la
descarga dando un salto en el aire, mientras que el otro recibía descargas
incontrolables. Las ratas que recibieron descargas incontrolables luego comieron
menos que las que habían podido controlar la descarga[42]. En un estudio análogo, J.
E. Hokanson y sus colaboradores hicieron que unas personas realizasen una tarea de
casar símbolos, mientras recibían descargas eléctricas. El programa de presentación
de la descarga se asignó individualmente, de forma que cada sujeto recibiese como
media una descarga cada cuarenta y cinco segundos. A los sujetos de un grupo se les
permitió tomarse tantos descansos de la descarga como quisieran y en el momento
que eligieran. Un grupo acoplado recibió el mismo número de pausas en los
momentos determinados por el sujeto correspondiente del grupo anterior. Medidas de
la presión sanguínea tomadas a intervalos de treinta segundos indicaron que el grupo
de control manifestaba una presión sanguínea consistentemente más elevada[43].
Utilizando ratas como sujetos, E. Hearst (1965) halló que la presentación de
descargas incontrolables resultaba en la ruptura de una discriminación apetitiva bien
esta blecida. Durante las descargas incontrolables, sus ratas ya no discriminaron entre
los dos estímulos, uno de los cuales señalaba la presencia y el otro la ausencia de
comida. En cambio, la discriminación apetitiva se mantuvo durante las descargas
controlables.
Esta ruptura de una discriminación apetitiva recuerda los famosos trabajos sobre
la «neurosis experimental». El concepto de neurosis experimental no es homogéneo
ni está bien definido. Al producirlo, no se ha manipulado explícitamente la
controlabilidad; aun así, repasando los procedimientos experimentales podemos
especular que la falta de control, o su pérdida, es un factor importante en la etiología
de la neurosis. La situación típica consiste en refrenar a un animal en algún tipo de
arnés que limite seriamente sus movimientos. Frecuentemente, el procedimiento
experimental utilizado es el condicionamiento clásico, situación en la que, por
definición, el organismo no tiene control sobre el comienzo o la terminación de los
estímulos presentados. En el experimento clásico de Shenger-Krestnikova se destruyó
una discriminación apetitiva y se observaron signos de malestar en el perro al llegar
un momento en el que no podía ya notar la diferencia entre los estímulos
recompensados y no recompensados[44]. En los experimentos de H. S. Liddell y otros,

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unas ovejas desarrollaron una variedad de conductas inadaptativas tras recibir
descargas eléctricas incontrolables[45]. J. H. Masserman (1943) enseñó a unos monos
a comer en respuesta a una señal y les volvió neuróticos presentándoles mientras
comían un estímulo activador del miedo. Si no recibían ninguna terapia, los monos
quedaban perturbados por un tiempo casi indefinido. En palabras de Masserman:

Sin embargo, fue notablemente diferente el caso de los animales a los que se
había enseñado a manipular varios dispositivos que accionaban la señal y el
alimentador, ya que de esta forma podían ejercer al menos un control parcial
sobre su ambiente. Esto les resultó beneficioso, aunque después se les
volviera neuróticos, en tanto en cuanto que al aumentar su hambre fueron
haciendo gradualmente intentos vacilantes, pero espontáneos, de volver a
explorar el funcionamiento de los interruptores, señales y comederos y
resultaron más audaces y eficientes cuando la comida empezó a aparecer de
nuevo.

En un notable experimento con primates, C. F. Stroebel (1969) enseñó a un grupo


de macacos a apretar una palanca que acondicionaba el ambiente recalentado de su
cámara y controlaba también un ruido intenso, una luz molesta y una descarga
eléctrica suave. Entonces, hizo retroceder la palanca, de tal forma que pudiera verse
pero ya no pudiera ser apretada. No se presentaron otros tensiógenos físicos. Al
principio, los sujetos respondieron frenéticamente, pero pronto este comportamiento
cedió el paso a otras perturbaciones:

A medida que iban perturbándose los ritmos [circadianos], los miembros de


este… grupo de sujetos comenzaron a manifestar debilidad y lasitud; su pelo
se puso revuelto, sucio y descuidado; en cuanto a su conducta, actuaron de
forma impredecible, cuando lo hacían, en los problemas en que debían
utilizar la palanca derecha, parando frecuentemente para tomarse un
descanso y dormitar.
Las conductas que exhibieron estos anímales eran claramente de naturaleza
no adaptativa; por ejemplo, dos sujetos estuvieron durante horas intentando
capturar insectos «imaginarios», otro se masturbaba continuamente, tres
sujetos se tiraban de los pelos de forma compulsiva, y todos tendían a
efectuar movimientos estereotipados, al mismo tiempo que mostraban una
casi total falta de interés por su entorno externo.

No está claro que pueda existir una teoría que explique la neurosis experimental,
ni siquiera que todos estos fenómenos sean esencialmente el mismo. Pero la
incontrolabilidad está básicamente presente, y la desognización emocional es un

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resultado general.
En resumen, la indefensión supone un verdadero desastre para los organismos
capaces de aprender que se encuentran indefensos. La incontrolabilidad produce en el
laboratorio tres tipos de trastornos: disminuye la motivación para responder, bloquea
la capacidad de percibir sucesos, y se incrementa la emotividad. Estos efectos se
producen en una gran variedad de circunstancias y especies, y de forma especial en el
homo sapiens. En el próximo capítulo propondré una teoría unitaria que trate de
explicar estos hechos.

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Capítulo IV
TEORIA: CURACION E INMUNIZACION

¿Qué requisitos debe cumplir una teoría adecuada de la indefensión? Debe


explicar las tres caras del trastorno: las perturbaciones motivacionales, cognitivas y
emocionales. Debe ser comprobable: han de poder realizarse experimentos que la
confirmen si es cierta y la desconfirmen si es falsa. Por último, debe ser aplicable
fuera del laboratorio: ha de ser útil para explicar la indefensión tal como se encuentra
en la vida real.
El terreno ya ha quedado preparado en el capítulo anterior, mientras iba
exponiendo los datos experimentales. La teoría que ahora presentaré explica
directamente el déficit motivacional, la distorsión cognitiva y, con una premisa
suplementaria, también la perturbación emocional. Ha sido puesta a prueba de varias
formas, algunas de las cuales han llevado a métodos para la cura y prevención de la
indefensión. Además, expondré los límites de las condiciones generadoras de
indefensión a fin de contestar a la pregunta: ya que todo el mundo se enfrenta de vez
en cuando con acontecimientos incontrolables, ¿por qué no estamos siempre
indefensos? Para terminar, revisaré algunas teorías alternativas que resultan menos
apropiadas. Los últimos capítulos sobre depresión, desarrollo infantil y muerte
repentina constituyen un intento de aplicar la teoría de la indefensión a la vida real.

FORMULACION DE LA TEORIA

Cuando una persona o un animal se enfrentan a un acontecimiento que es


independiente de sus respuestas, aprenden que ese acontecimiento es independiente
de sus respuestas. Esta afirmación es la piedra angular de la teoría y probablemente
todos, excepto los más refinados teóricos del aprendizaje, la encuentren tan obvia que
piensan que ni siquiera es necesario enunciarla. No obstante, el lector recordará
nuestra larga exposición sobre el espacio de contingencia de respuesta (fig. 2-3); los
teóricos del aprendizaje preferirían claramente que los tipos de contingencias que
pueden aprenderse fuesen lo más simples posible. Al principio, creyeron que lo más

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que se podía aprender era el simple emparejamiento de una respuesta y un efecto, o el
emparejamiento de la respuesta con la ausencia de ese efecto. Pero el panorama hubo
de ampliarse para incluir el reforzamiento parcial, donde el sujeto integra ambos tipos
de emparejamientos para llegar a un «quizá»; lo que podía aprenderse se amplió a la
probabilidad de un resultado dada una respuesta. Después se demostró que un
organismo también podía aprender acerca de la probabilidad de un resultado dado
que no realizase esa respuesta. El nuevo paso que da nuestra teoría es que un
organismo puede aprender ambas probabilidades a la vez, que las diversas
experiencias correspondientes a diferentes puntos en el espacio de contingencia de
respuesta producirán cambios conductuales y cognitivos sistemáticos[46]. En
particular, yo afirmo que cuando los organismos experimentan acontecimientos
correspondientes a la linea de 45.º, donde la probabilidad del resultado es la misma
ocurra o no la respuesta en cuestión, se produce aprendizaje. En lo conductual, esto
tenderá a disminuir la iniciación de respuestas para controlar el resultado; en lo
cognitivo, producirá la creencia en la ineficacia de las respuestas y dificultará el
aprender que las respuestas son eficaces; y en lo emocional, cuando el resultado es
traumático, producirá una intensa ansiedad seguida de depresión.
El diseño triádico básico empleado en todos los estudios sobre la indefensión
revisados en el capítulo anterior es, claro está, directamente pertinente a la premisa de
que el hombre y los animales aprenden relaciones de independencia entre una
respuesta y un resultado y forman expectativas al respecto. Por ejemplo, en el
experimento de Maier y Seligman (1967) sólo los perros del grupo acoplado
resultaron indefensos, pero no los que podían escapar apretando una palanca ni los
que no recibieron descargas. Es evidente que algo distinto les ocurrió a los perros que
recibieron las descargas independientemente de sus respuestas. Mi opinión es que
aprendieron que responder era superfluo y que a consecuencia de ello formaron la
expectativa de que en el futuro también sería inútil responder a las descargas. En los
trabajos realizados por Weiss (1968, 1971, a, b, c), sólo las ratas del grupo acoplado
formaron masivamente úlceras de estómago; claro está que estas ratas aprendieron
algo diferente a lo que aprendieron las que habían podido escapar de la descarga y las
que no recibieron descargas. También en este caso creo que aprendieron que
responder era inútil.
La teoría que propongo consta de tres elementos fundamentales:

Información Representación de la contingencia


sobre la (aprendizaje, expectativa, percepción, Conducta
contingencia creencia)

Tanto en el caso del hombre como en el del animal, lo primero es la información


acerca de la contingencia existente entre una respuesta y un resultado. Esta

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información es una propiedad del ambiente del organismo, no una propiedad del
perceptor. Ya he definido claramente lo que puede considerarse una información
objetiva de que una respuesta y un resultado son independientes.
El segundo elemento de la secuencia tiene una importancia crucial, aunque suela
pasarse por alto fácilmente, sobre todo gracias a la celosa preocupación por las
definiciones operacionales y las contingencias objetivas tan común a muchos teóricos
del aprendizaje. La información acerca de la contingencia debe ser procesada y
transformada en una representación cognitiva de la contingencia[47]. Esta
representación ha recibido variadas denominaciones, como «aprender», «percibir» o
«creer» que respuesta y resultado son independientes; yo prefiero referirme a la
representación como una expectativa de que respuesta y resultado son
independientes.
Esta expectativa es la condición causal del debilitamiento motivacional, cognitivo
y emocional que acompaña a la indefensión. La sola exposición a la información es
insuficiente; una persona o un animal pueden ser expuestos a una contingencia en la
que una respuesta y un resultado son independientes y aun asi no formar esa
expectativa. Como veremos más adelante en este capítulo, la inmunización es un
ejemplo de ello. Inversamente, una persona puede creerse indefensa sin haber sido
expuesta a la contingencia como tal: simplemente pueden haberle dicho que está
indefensa.
En 1972, Glass y Singer presentaron una larga serie de experimentos acerca del
papel de la controlabilidad en la reducción de la tensión; hallaron que el simple hecho
de decirle a una persona que podía controlar una situación duplicaba los efectos de la
controlabilidad real. Estos autores intentaron duplicar la tensión producida por el
entorno urbano haciendo escuchar a sus sujetos (estudiantes universitarios) una
mezcla de sonido a alto volumen: dos personas hablando español, otras dos hablando
armenio, un mimeógrafo, una calculadora y una máquina de escribir. Cuando los
sujetos podían hacer terminar realmente el ruido apretando un botón, fueron más
persistentes en solución de problemas, encontraron el ruido menos irritante y fueron
más eficientes en una tarea de corrección de pruebas de imprenta que los sujetos del
grupo acoplado. El control real tuvo efectos benéficos del tipo que ya vimos en el
capítulo anterior.
A otro grupo de sujetos se le presentó el mismo ruido, pero esta vez fue
incontrolable. Sin embargo, los sujetos de este grupo tenían a su disposición un botón
de emergencia y se les dijo: «Puede interrumpir el ruido apretando el botón, pero
preferiríamos que no lo hiciera». En realidad, ninguno de los sujetos intentó hacer
terminar el ruido. Lo único que tenían era la falsa creencia de que, en caso necesario,
podían controlar el ruido[48]. Estas personas manifestaron una ejecución tan buena
como las que controlaron realmente el ruido. Así pues, la controlabilidad real y la
incontrolabilidad real pueden producir expectativas idénticas. Este experimento, en el
que la expectativa no era válida, subraya el hecho de que es la expectativa, y no las

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condiciones objetivas de controlabilidad, el determinante fundamental de la
indefensión. ¿Cómo produce esta expectativa de la independencia respuesta-resultado
las perturbaciones motivacionales, cognitivas y emocionales asociadas a la
indefensión?

Perturbaciones motivacionales

En una situación traumática, el incentivo para iniciar respuestas tiene


principalmente un origen: la expectativa de que responder producirá alivio[49]. En
ausencia de este incentivo, las respuestas voluntarias disminuirán en probabilidad.
Cuando una persona o un animal han aprendido que el alivio es independiente de la
respuesta, la expectativa de que responder producirá alivio se ve negada y,
consecuentemente, la iniciación de respuestas disminuye. Dicho en términos más
generales, el incentivo para iniciar respuestas voluntarias para controlar cualquier
resultado (por ejemplo, comida, sexo, terminación de una descarga) viene de la
expectativa de que responder producirá ese resultado. Cuando una persona o un
animal han aprendido que el resultado es independiente de la respuesta, la expectativa
de que responder producirá el resultado disminuye; consecuentemente, la iniciación
de respuestas también queda reducida.
Algunos teóricos quizá piensen que ese «consecuentemente» es demasiado
grande. ¿Exactamente por qué debería dejar de responder una persona o un animal
que cree que responder es inútil? Esta pregunta nos introduce de lleno en una
polémica fundamental de la teoría del aprendizaje, que quedará mejor ilustrada
mediante una analogía: la pregunta «¿por qué se mueven los cuerpos celestes?»
ocupó a todos los físicos, desde Aristóteles hasta Galileo. Aristóteles creía que el
estado natural de los cuerpos celestes era la inmovilidad y que para ponerlos en
movimiento era preciso un agente motor externo. Por el contrario, Galileo hizo la útil
y radical conjetura de que el estado natural de los cuerpos celestes era el movimiento
y que estarían moviéndose continuamente a no ser que una fuerza externa, como la
fricción, les hiciese parar.
En las teorías del aprendizaje subyacen suposiciones paralelas y, por lo general,
encubiertas, respecto a las razones por las que los organismos realizan respuestas
voluntarias. La suposición galileica es que el estado natural de los animales es el
comportamiento voluntario, el estar siempre realizando alguna respuesta voluntaria.
No existe un estado tal como el de no respuesta: un animal aparentemente pasivo está
siendo pasivo voluntariamente. Ha «elegido» la pasividad, se ha «decidido» por ella o
ha sido reforzado por ella. Según este punto de vista, un animal que tiene la
expectativa de que responder es inútil se queda pasivo porque la pasividad cuesta
menos, porque quedarse así es más reforzante. Sin embargo, hay muy pocas razones
para creer que un animal vaya a escoger las respuestas que impliquen menos esfuerzo

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en vez de las que impliquen más[50].
Personalmente, me inclino hacia el punto de vista opuesto, el aristotélico: que las
respuestas voluntarias precisan de incentivo y que en ausencia de ese incentivo no se
producen respuestas voluntarias. Según este punto de vista, las personas y los
animales pueden estar en uno de dos estados: realizando respuestas voluntarias o no
haciendo absolutamente nada. Para que ocurran respuestas voluntarias, debe estar
presente algún incentivo en forma de expectativa de que la respuesta puede ser eficaz.
En ausencia de tal expectativa, es decir, cuando un organismo cree que responder es
inútil, no ocurrirán respuestas voluntarias.
De esto se deriva que los animales que experimentan acontecimientos
incontrolables tenderán posteriormente a no realizar ninguna respuesta para controlar
esos acontecimientos. Esta deducción del déficit motivacional no precisa mucha más
colaboración. Excepto en cuanto al lenguaje cognitivo en que está formulada, la
mayoría de los teóricos del aprendizaje la aceptarían; pero aun las nociones de
expectativa e incentivo pueden traducirse a un lenguaje más operacional, en provecho
de los teóricos con una orientación más conductual[51].
Este deterioro de la motivación se ha observado con claridad cristalina en un
experimento de indefensión en sujetos humanos en el que se utilizaron descargas[52].
Después de recibir descargas inescapables, unos estudiantes universitarios se
quedaron inactivos y aceptaron pasivamente descargas escapables; cuando se les
preguntó por qué no hablan respondido de la forma apropiada, el sesenta por ciento
de los sujetos dijeron que no tenían control sobre la descarga, «¿entonces para qué
intentarlo?». Estos informes subjetivos constituyen un poderoso indicio de que la
incontrolabilidad disminuye la motivación para iniciar respuestas. Sería difícil
imaginar una prueba más directa.

Perturbaciones cognitivas

El haber aprendido que un determinado resultado es independiente de una


respuesta hace más difícil aprender luego que las respuestas producen ese resultado.
La independencia respuesta-resultado se aprende activamente y al igual que cualquier
otra forma de aprendizaje activo, interfiere con el aprendizaje acerca de las
contingencias contrarias. El siguiente es un ejemplo de cómo actúa esa interferencia
proactiva en el aprendizaje verbal: el nombre de casada de mi esposa es Kerry
Seligman, pero su nombre de soltera era Kerry Mueller. A las personas que la
conocieron como «Mueller» les resultó difícil aprender a llamarla «Seligman»; años
después de nuestra boda, seguían equivocándose de vez en cuando. Como tendían a
llamarla Kerry Mueller, esto interfería el recordar que ahora era Kerry Seligman. Les
era más difícil aprender a llamarla Kerry Seligman que a una persona que la
conociese por vez primera estando ya casada y que tuviera que aprender su nombre

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de nuevas.
Paralelo al ejemplo anterior es el caso de un perro que dio varias respuestas en el
arnés, hallando que ninguna de ellas se relacionaba con la terminación de la descarga.
El perro, por ejemplo, volvía la cabeza y, casualmente, esa vez la descarga cesaba,
pero con igual frecuencia volvía la cabeza y la descarga no terminaba; la descarga
también terminaba cuando no había vuelto la cabeza. Cuando pasa a la caja de vaivén
y salta la barrera, haciendo realmente terminar la descarga, al perro le resulta difícil
aprenderlo. Ello es debido a que, igual que ocurría con la respuesta de volver la
cabeza, sigue teniendo la expectativa de que es igual de probable que acabe la
descarga si no falta la barrera. Este perro volverá a aceptar pasivamente la descarga
aun después de saltar con éxito una o dos veces. Por el contrario, un perro sin
experiencia no posee la expectativa interferente de que la terminación de la descarga
es independiente de responder, de manera que un salto de la barrera cuyo resultado
sea la terminación de la descarga será suficiente para que caiga en la cuenta de la
situación.
Maier y Testa (1974) han presentado tres experimentos que hacen ver la
importancia crucial del déficit cognitivo en la indefensión aprendida en la rata. El
lector recordará que las ratas que habían recibido descargas inescapables no
resultaban indefensas cuando tenían que atravesar la caja una vez para escapar (razón
fija 1, RF1), pero sí cuando debían pasar a un compartimiento y luego volver de
nuevo al otro (p. 51). A fin de comprobar si el déficit dependía de la dificultad para
ver la relación entre respuestas y terminación de la descarga o de la dificultad para
ejecutar una RF2, Maier y Testa prepararon algo muy ingenioso. Hicieron que las
ratas aprendiesen una RF1 para escapar, pero con una leve demora en la terminación
de la descarga: cuando una rata saltaba la barrera, la descarga terminaba, no
inmediatamente, sino un segundo después de saltar. En este experimento, el esfuerzo
requerido para ejecutar la respuesta era el mismo que para la RF1 fácil; la diferencia
estaba en que la contingencia era difícil de ver. En la medida en que la indefensión
haga difícil ver las contingencias respuesta-resultado, la RF1 con demora debería ser
interferida; toda interpretación de la indefensión que simplemente postule una
dificultad para responder no predecirá un déficit en esta situación. Como Maier y
Testa esperaban, las ratas que habían recibido descargas inescapables no llegaron a
aprender la RF1 con demora, mientras que las que no habían recibido descargas
aprendieron bien. Resultados semejantes se obtuvieron cuando la contingencia fue
oscurecida por el reforzamiento parcial de la RF1 (terminación de la descarga en el
cincuenta por ciento de los ensayos). Por último, los experimentadores intentaron
hacer la contingencia de RF2 más clara para las ratas indefensas, aunque
manteniendo constante el esfuerzo requerido para realizar la respuesta: después que
una rata cruzaba una vez la caja de vaivén, la descarga se interrumpía breves
instantes, pero volvía a comenzar de inmediato, para terminar sólo cuando se
realizaba la segunda respuesta. En este caso, la contingencia estaba más clara, pero el

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requerimiento de respuesta era más difícil. Tal como se esperaba, las ratas que habían
recibido la descarga inescapable no resultaron indefensas. Así pues, la interferencia
con la respuesta no es suficiente para explicar la indefensión en la rata. Se precisa
además un déficit cognitivo, consistente en la dificultad para ver que la respuesta
funciona.
Yo creo que el aprendizaje acerca de la independencia respuesta-resultado es sólo
un caso especial del aprendizaje acerca de la independencia de dos acontecimientos.
D. Kemler y B. Shepp (1971) han llevado a cabo el experimento más elegante que
conozco sobre el aprendizaje de la independencia entre dos acontecimientos.
Recuérdese por un momento qué es lo que debe aprenderse en un problema
discriminativo soluble en el que blanco-negro es la dimensión relevante e izquierda-
derecha la dimensión irrelevante. Blanco se correlaciona perfectamente con la
presencia de recompensa, y negro con su ausencia: en la mitad de los ensayos,
determinados al azar, la tarjeta negra está en la izquierda y la blanca en la derecha,
mientras que en los demás ensayos la tarjeta blanca está en la izquierda y la negra en
la derecha. Izquierda-derecha es independiente de, o irrelevante respecto a, la
recompensa: la probabilidad de recompensa si se responde consistentemente a la
izquierda es la misma que si se responde consistentemente a la derecha, 0,5. ¿Qué se
aprende cuando una dimensión, como izquierda-derecha, es independiente de la
recompensa? ¿Se aprende activamente lo que es irrelevante o se ignoran pasivamente
las claves irrelevantes? Para la premisa cognitiva de mi teoría de la indefensión tiene
una crucial importancia el que se pueda aprender activamente la independencia entre
izquierda-derecha y el resultado.
En un experimento de aprendizaje discriminativo como el recién descrito, Kemler
y Shepp presentaron problemas en los que izquierda-derecha era la dimensión
relevante a unos niños para quienes izquierda-derecha había sido irrelevante en
anteriores problemas. Su capacidad para aprender que una dimensión previamente
irrelevante era ahora la dimensión relevante se comparó con la de un variado
conjunto de grupos de control. Estos niños fueron los más lentos en aprender que
izquierda-derecha era la dimensión correcta, siendo más lentos aún que los grupos
que no habían sido expuestos anteriormente a esa dimensión. Este experimento
elegantemente diseñado demostró que los niños aprenden activamente que no sirve de
nada responder a la dimensión irrelevante, y que cuando la regla cambie les costará
trabajo descubrir que esa es la dimensión relevante.
Poco más hay que decir, a no ser recordar al lector las demás pruebas, revisadas
en el capítulo anterior, que demostraban que la independencia interfiere con el futuro
aprendizaje de la dependencia[53].

Perturbaciones emocionales

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Cuando un acontecimiento traumático ocurre por vez primera, produce un estado
de intensa emocionalidad al que de forma un tanto imprecisa llamamos miedo. Este
estado persiste hasta que ocurre una de estas cosas: si el sujeto aprende que puede
controlar el trauma, el miedo disminuye y puede llegar a desaparecer por completo;
pero sí el sujelo termina aprendiendo que no puede controlar el trauma, el miedo
disminuirá y será sustituido por la depresión.
Por ejemplo, cuando una rata, un perro o una persona experimentan un trauma
inescapable, al principio se resisten violentamente. Yo creo que la emoción
dominante que acompaña a este estado es el miedo. Si el sujeto aprende a controlar el
trauma, la frenética actividad inicial da paso a una conducta eficiente y sosegada. Si,
por el contrario, el trauma es incontrolable, la resistencia dará paso finalmente al
estado de indefensión que he descrito. En mi opinión, la emoción que acompaña a
este estado es la depresión. De forma parecida, cuando un cachorro de mono es
separado de su madre, la experiencia traumática produce un gran malestar[54]. El
mono corre frenéticamente, dando gritos de dolor. Entonces pueden ocurrir dos cosas:
si la madre vuelve, el cachorro ya puede controlarla otra vez y el malestar cesará;
pero si la madre no vuelve, el cachorro termina aprendiendo que no puede hacerla
regresar y sobreviene la depresión, desplazando al miedo. El cachorro se hace un
ovillo y comienza a gimotear. De hecho, esta secuencia es la que se produce en todas
las especies de primates observadas.
Un reciente experimento sobre indefensión humana realizado por S. Roth y R. R.
Bootzin (1974), hace también pensar en ese tipo de secuencia. A unos estudiantes
universitarios se les presentó problemas solubles o insolubles, llevándoles luego a
otro cuarto en el que sobre una pantalla de televisión aparecía un nuevo grupo de
problemas, todos ellos solubles. Cada décimo ensayo, la pantalla se oscurecía. Los
estudiantes que antes habían recibido los problemas insolubles fueron los primeros en
ir a pedir al experimentador que ajustase la pantalla; daba la impresión de que, más
que indefensos, los sujetos de este grupo se habían vuelto ansiosos y frustrados, al
menos si nos fiamos de su prontitud para buscar ayuda. Sin embargo, estos
estudiantes tendieron a ser peores cuando realmente tuvieron que resolver los
problemas presentados en la pantalla. Los autores formularon la hipótesis de que la
incontrolabilidad primero produce frustración, dando paso a la indefensión a medida
que esa incontrolabilidad va prolongándose. En confirmación de esta hipótesis, Roth
y Kubal (1974) observaron indefensión, y no facilitación, cuando aumentaron la
incontrolabilidad o cuando el sujeto percibía el fallo como más significativo.
El miedo y la frustración pueden ser considerados como elementos motivadores,
que se han desarrollado a fin de suministrar la energía necesaria para hacer frente a
situaciones difíciles, y que son puestos en marcha por los acontecimientos
traumáticos. Las respuestas iniciales dirigidas a controlar el trauma son elicitadas por
el miedo. Una vez que el trauma está bajo control, el miedo es de poca utilidad y

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disminuye. En tanto que el sujeto no esté seguro de si puede o no controlar el trauma,
el miedo sigue siendo útil, ya que mantiene la búsqueda de una respuesta eficaz. Una
vez que el sujeto está seguro de que el trauma es controlable, el miedo disminuye
(ahora es más inútil, puesto que le cuesta al sujeto un gran gasto de energía en una
situación sin esperanza). Entonces sobreviene la depresión[55].
Muchos teóricos han hablado de la necesidad o impulso de dominar los
acontecimientos ambientales. En una exposición ya clásica, R. W. White (1959)
propuso el concepto de competencia. Según este autor, tanto los teóricos del
aprendizaje como los pensadores psicoanaliticos habían pasado por alto este impulso
básico de control. La necesidad de dominar el entorno podría ser aún más
omnipresente que el sexo, el hambre y la sed en la vida de los animales y del hombre.
Por ejemplo, en los niños pequeños —el juego no está motivado por impulsos
«biológicos», sino por un impulso de competencia. Igualmente, J. L. Kavanau (1967)
ha postulado que para los animales salvajes el impulso de resistirse a la coacción es
más importante que el sexo, la comida o el agua. Este autor halló que unos ratones de
patas blancas en estado de cautividad gastaban enormes cantidades de tiempo y
energía simplemente resistiéndose a las manipulaciones experimentales. Si los
experimentadores subían las luces, el ratón se pasaba todo el tiempo bajándolas. Si
los experimentadores bajaban las luces, el ratón las subía.
En mi opinión, un impulso de competencia o resistencia a la coacción es un
impulso a evitar la indefensión. La existencia de tal impulso se deriva directamente
de la premisa emocional de nuestra teoría. Puesto que estar indefenso suscita miedo y
depresión, la actividad que evita la indefensión evita consecuentemente esos estados
emocionales aversivos. La competencia puede ser un impulso a evitar el miedo y la
depresión inducidos por la indefensión[56].
Esta es, pues, nuestra teoría de la indefensión: la expectativa de que un
determinado resultado es independiente de las propias respuestas (1) reduce la
motivación para controlar ese resultado; (2) interfiere el aprender que las respuestas
controlan el resultado; y si el resultado es traumático (3) produce miedo durante el
tiempo que el sujeto no esté seguro de la controlabilidad del resultado y, luego,
depresión.

CURACION Y PREVENCION

La teoría sugiere una forma de curar la indefensión una vez que se ha establecido,
y una forma de impedir que ocurra. Si el problema central de la no iniciación de
respuestas es la expectativa de que las respuestas no van a ser eficaces, al invertir la
expectativa debería producirse la curación. Mis colaboradores y yo estuvimos
trabajando en este problema durante mucho tiempo, pero sin ningún éxito: primero
retiramos la barrera de la caja de vaivén, de forma que el perro pudiera tocar el lado

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seguro si quería, pero a pesar de ello siguió tirado en el suelo. Entonces, yo mismo
me metí en el otro lado de la caja de vaivén y llamé al perro, pero él siguió tumbado.
Luego hicimos que el perro estuviese hambriento y echamos salchichón de la marca
Hebrew National[57] en el lado seguro, a pesar de lo cual el animal siguió sin
moverse. Con todos estos procedimientos tratábamos de convencer al perro de que
respondiese durante la descarga, haciéndole así ver que su respuesta había
interrumpido la descarga. Por último, enseñamos uno de nuestros perros indefensos a
James Geer, un terapeuta del comportamiento, que dijo: «Si yo tuviera un paciente así
le daría de improviso un puntapié para ponerle en marcha». Geer tenía razón: con los
perros y ratas indefensos su terapia siempre funciona[58]. Lo que todo esto venía a
decirnos era que debíamos forzar al perro a responder, una y otra vez si fuera
necesario, haciéndole así ver que cambiar de compartimiento hacía terminar la
descarga. A este fin atamos largas correas al cuello de los perros y comenzamos a
arrastrarles de uno a otro lado de la caja de vaivén durante el EC y la descarga, con la
barrera retirada. Cruzar al otro lado hacía terminar la descarga.
Después de entre 25 y 200 arrastres, todos los perros comenzaron a responder por
sí solos. Una vez comenzaron las respuestas, fuimos levantando gradualmente la
barrera y los perros siguieron escapando y evitando. La recuperación de la
indefensión fue completa y duradera, y hemos replicado el procedimiento con 25
perros indefensos e igual número de ratas. El comportamiento que los perros
manifestaron al ser arrastrados con la correa es digno de tenerse en cuenta. Al
comenzar el procedimiento, teníamos que hacer bastante fuerza para tirar del perro y
hacerle cruzar el centro de la caja de vaivén. Normalmente había que compensar todo
el peso del perro; en algunos casos el perro se resistía. A medida que el entrenamiento
avanzaba se iba necesitando cada vez menos fuerza. Por lo general llegaba un
momento en que un leve tirón de la correa ponía al perro en movimiento. Al final,
todos los perros iniciaban las respuestas por sí solos y ya no dejaban de escapar.
Una vez que la respuesta correcta había ocurrido repetidamente, el perro captaba
la contingencia respuesta-alivio. Es significativo que se requiriese tanta «terapia
directiva» antes de que los perros llegasen a responder por sí mismos. Esta
observación apoya la interpretación cog-nitivo-motivacional de los efectos de la
descarga inescapable: que la incontrolabilidad hace disminuir la motivación para
iniciar respuestas durante la descarga y deteriora la capacidad de asociar las
respuestas con un estado de alivio.
En medicina, los logros más notables han venido más frecuentemente de la
prevención que del tratamiento, y me atrevería a decir que la inoculación e
inmunización han salvado muchas más vidas que la curación. En psicoterapia, los
procedimientos son casi exclusivamente curativos, y la prevención rara vez juega un
papel definido. En nuestros estudios con perros y ratas hemos hallado que la
inmunización conductual, tal como sugiere nuestra teoría, es un método fácil y
efectivo para prevenir el surgimiento de la indefensión aprendida.

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La experiencia inicial de control sobre una situación traumática debería interferir
con la formación de una expectativa de que respuestas y terminación de la descarga
son independientes, de igual forma que el no poder controlar la descarga interfiere
con aprender que responder produce alivio. Para poner a prueba esta hipótesis, dimos
a un grupo de perros diez ensayos de escape en la caja de vaivén, antes de que
recibiesen descargas inescapables en el arnés[59]. Esto eliminó la interferencia con la
ulterior conducta de escape-evitación. Es decir, los perros inmunizados respondían
normalmente al ser colocados en la caja de vaivén veinticuatro horas después del
tratamiento con descargas inescapables en el arnés. Surgió además un interesante
hallazgo: los perros que empezaron aprendiendo a escapar de la descarga saltando en
la caja de vaivén presionaron sobre las placas del arnés durante las descargas
inescapables el cuádruple de veces que los perros sin experiencia, aun cuando apretar
los paneles no tenía efecto alguno sobre las descargas. Tales respuestas
probablemente manifiestan los esfuerzos de los perros por controlar la descarga.
David Marques, Robert Radford y yo ampliamos estos hallazgos dejando primero a
los perros escapar de la descarga apretando las placas del arnés. Tras esto, recibieron
descargas inescapables en el mismo lugar. La experiencia de control sobre la
terminación de la descarga impidió que los perros se volviesen indefensos al pasar
luego por la caja de vaivén. Que yo sepa, no se ha realizado ningún estudio
paramétrico sobre inmunización. ¿Qué cantidad de inmunización hace falta para
compensar una determinada cantidad de incontrolabilidad? ¿Hay una cantidad de
inmunización que haga a un organismo invulnerable a la indefensión? ¿Hay una
cantidad de incontrolabilidad capaz de neutralizar cualquier grado de inmunización?
Otros resultados obtenidos en nuestro laboratorio apoyan la idea de que la
experiencia en el control de situaciones traumáticas puede proteger a los organismos
de la indefensión causada por un trauma inescapable. Recuérdese que, entre los
perros de historia anterior desconocida, la indefensión es un efecto estadístico:
aproximadamente las dos terceras partes de los perros que reciben descargas
inescapables se vuelven indefensos, mientras que una tercera parte responde
normalmente. Alrededor del cinco por ciento de los perros experimentalmente
novatos se muestran indefensos en la caja de vaivén sin haber tenido experiencia
previa con descargas inescapables. ¿Por qué unos perros se vuelven indefensos y
otros no? ¿Sería posible que esos perros, que aun después de la descarga inescapable
no se vuelven indefensos, hayan tenido una historia de traumas controlables antes de
llegar al laboratorio (por ejemplo, transportando paquetes o asustando niños)? Esta
hipótesis la pusimos a prueba criando perros en aislamiento en jaulas de
laboratorio[60]. En comparación con los perros de historia desconocida, estos perros
tenían una experiencia muy limitada en cualquier forma de control, ya que se les
proporcionaba agua y comida, y su contacto con otros perros y seres humanos era
muy escaso. Los perros criados en jaulas demostraron ser más susceptibles a la
indefensión: mientras que con los perros de pasado desconocido se necesitaban cuatro

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sesiones de descargas inescapables en el arnés para producir indefensión una semana
después, bastaban dos semanas para producir la indefensión en los perros criados en
jaula. También se ha informado de que los perros criados en aislamiento tienden a no
escapar de la descarga[61]. Parece que los perros que durante su desarrollo han sido
privados de las oportunidades normales de dominar reforzadores pueden ser más
vulnerables a la indefensión que los perros inmunizados de forma natural.
A este respecto hay que mencionar los sorprendentes resultados obtenidos por C.
P. Richter (1957) en relación con la muerte repentina de ratas salvajes. Richter
descubrió que tras haber estrujado en una mano a unas ratas salvajes hasta que
dejaron de forcejear, se ahogaron a los treinta minutos de haber sido depositadas en
un tanque lleno de agua, del que no podían escapar, a diferencia de otras ratas no
estrujadas, que nadaron durante sesenta horas antes de ahogarse. Richter logró
impedir la muerte repentina de sus ratas mediante una técnica que se asemeja a
nuestro procedimiento de inmunización: si agarraba a la rata, la soltaba, la agarraba
otra vez y la volvía a soltar, no se producía la muerte repentina. Además, si después
de agarrarla metía a la rata en el agua, la sacaba, la metía de nuevo y volvía a
rescatarla, también se impedía la muerte repentina. Estos procedimientos, igual que
los utilizados con nuestros perros, quizá proporcionen a la rata un sentido de control
sobre el trauma, inmunizándola así contra la muerte repentina producida por el
trauma inescapable. Richter especuló que la variable crítica en la muerte repentina era
la «desesperación»: ser agarrado y estrujado por las manos de un predador es para un
animal salvaje una abrumadora experiencia de pérdida de control sobre su ambiente.
El fenómeno de la muerte por indefensión es tan importante que le dedicaré todo el
último capítulo.

Limites de la indefensión

Puesto que todos experimentamos cierto grado de incontrolabilidad, ¿por qué no


todos estamos indefensos?
Supongamos que una mañana cojo el tren para ir a trabajar. Me siento en un
vehículo cuyo funcionamiento no conozco, conducido por un maquinista al que no
conozco y, a pesar de ello, luego funciono perfectamente, sin mostrar ninguno de los
tres efectos de la indefensión. ¿Qué es lo que ha limitado los efectos de la
indefensión?
El factor fundamental es la falta de correspondencia entre la experiencia de la
incontrolabilidad y la formación de la expectativa de que los acontecimientos son
incontrolables. ¿Bajo qué condiciones no se formará la expectativa de que los
acontecimientos son incontrolables, aunque realmente se haya producido una
experiencia de incontrolabilidad? Imagino que hay al menos tres factores que limitan
las expectativas de incontrolabilidad: la inmunización por una expectativa contraria,

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la inmunización por control discriminativo y la fuerza relativa del acontecimiento en
cuestión.
Una historia previa de experiencias de controlabilidad sobre un determinado
resultado dará lugar a la expectativa de que ese resultado es controlable. Si el sujeto
termina encontrándose con una situación en la que el resultado es realmente
incontrolable, le será difícil convencerse de que ahora lo es. Este es el quid del
concepto de inmunización. Naturalmente, las expectativas previas son un arma de
doble filo. Una historia previa de incontrolabilidad hará difícil creer que un
determinado resultado es controlable, aun cuando realmente lo sea; ese es,
efectivamente, el hallazgo de nuestro experimento inicial sobre la indefensión: aun al
ser expuesto a descargas controlables, el perro sigue esperando que la descarga va a
ser incontrolable.
La inmunización por control discriminativo es el segundo límite a la generalidad
de la indefensión. Si una persona ha aprendido en un lugar, por ejemplo en la oficina,
que puede ejercer control y queda indefensa en otra parte, por ejemplo en el tren,
discriminará entre la diferente controlabilidad de ambos contextos. Igual que el perro
que ha tenido control sobre la descarga en la caja de vaivén sigue escapando en esa
misma caja, aun después de haber pasado en el intermedio por una situación de
indefensión en el arnés, la indefensión en el tren no debería afectar a mi actuación en
la oficina. C. S. Dweck y N. D. Reppuci (1973) han presentado pruebas del control
discriminativo sobre la indefensión en colegiales: cuando un profesor que había
presentado a los alumnos problemas insolubles les presentó problemas solubles, los
niños no supieron resolverlos, aunque resolvían problemas idénticos si eran otros
profesores quienes se los presentaban. Sin embargo, Steven Maier, en un experimento
no publicado, no halló control discriminativo sobre la indefensión en unos perros.
Mientras sonaba un tono, podían escapar de la descarga en el arnés apretando una
placa, pero durante la luz la descarga era inescapable. Para consternación de Maier,
los perros se mostraron indefensos en la caja de vaivén, tanto ante la luz como ante el
tono.
No tienen por qué ser luces o tonos los que ejerzan control discriminativo sobre la
indefensión. El que alguien nos diga que un determinado acontecimiento es
incontrolable, sobre todo si ese alguien está «bien informado», establecerá una
expectativa de que el acontecímiento es incontrolable, aun sin haber experimentado la
contingencia. Inversamente, el que nos digan que un acontecimiento es controlable
pondrá en cortocircuito la experiencia de la contingencia. Recuérdese que el simple
hecho de decirle a una persona que puede apretar un botón para hacer terminar un
ruido intenso basta, aunque de hecho no lo utilice, para impedir muchos de los
efectos de la indefensión.
El último factor capaz de limitar la transferencia de la indefensión de una
situación a otra es la significación relativa de esas situaciones: la indefensión puede
generalizarse fácilmente de los acontecimientos más traumáticos o importantes a los

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menos, pero no a la inversa. La intuición me dice que, si aprendí que el ascensor de
mi oficina era incontrolable, no por ello quedaría indefenso cara a las discusiones
intelectuales; pero si de repente me hallase indefenso en cuestiones intelectuales,
podría dejar de apretar el botón para que el ascensor llegase antes. Bob Rosellini y yo
hemos hallado que unas ratas se volvían ligeramente indefensas al darles descargas
muy débiles y comprobar su capacidad para escapar de esa misma descarga débil:
escapaban de la descarga bastante peor que las ratas que no habían recibido descargas
anteriormente. Si se empleaba una descarga intensa tanto durante el entrenamiento
como durante la prueba, los animales indefensos escapaban mucho peor que las ratas
que no habían recibido descargas. En este momento no conozco ninguna prueba
experimental de que estar indefenso en una situación trivial no produce indefensión
en una situación muy importante, mientras que estar indefenso en una situación
importante produce indefensión en situaciones triviales.

TEORIAS ALTERNATIVAS

La teoría de la indefensión encaja perfectamente con los datos presentados en el


capitulo tres. De hecho, históricamente hablando, la teoría predijo gran parte de ellos.
Además, ha sugerido métodos eficaces para prevenir y curar la indefensión. Durante
la última década se han propuesto varios enfoques alternativos[62]. Digamos de paso
que ninguno de esos enfoques explica la amplia gama de efectos que aquí hemos
revisado, sino que se centran concretamente en explicar cómo las descargas
inescapables pueden interferir posteriormente con la conducta de escape.

Respuestas motoras competidoras

La teoría tradicional del aprendizaje no sólo ha sido conservadora respecto a cuán


simples han de ser las contingencias para el aprendizaje, sino también respecto a qué
es lo que se puede aprender. Por ejemplo, los teóricos del aprendizaje se han sentido
cómodos diciendo que una paloma ha aprendido una respuesta, como picotear una
tecla para conseguir comida, pero les ha resultado más incómodo decir que una
paloma ha aprendido que picotear la tecla lleva a la comida. Tal cognición ha
quedado normalmente excluida del ámbito de lo que los animales (¡e incluso las
personas!) podían aprender. La razón de este conservadurismo tiene que ver con la
observabilidad y la simplicidad: el aprendizaje de respuesta es observable, mientras
que las cogniciones sólo pueden inferirse. Además, se pensaba que el aprendizaje de
respuesta era simple y básico, mientras que las cogniciones eran consideradas
complejas y derivadas. Aunque en las dos últimas décadas la disputa ha perdido
mucho de su encono, es útil considerar las alternativas que desde la perspectiva del

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aprendizaje de respuesta se han formulado a nuestra teoría cognitiva de la
indefensión.
¿Por qué no escapan los perros en la caja de vaivén? No porque hayan aprendido
que responder no sirve de nada, sino porque han aprendido en el arnés alguna
respuesta motora que ahora realizan en la caja de vaivén y que compile con la de
saltar la barrera. Tres son las formas en que podrían aprenderse una respuesta
competidora.
Según una de ellas, basada en la noción de reforzamiento supersticioso, en el
momento en que termina la descarga en el arnés ocurre casualmente alguna respuesta
motora específica. Este momento mágico refuerza esa respuesta y hace aumentar la
probabilidad de que se produzca cuando en el siguiente ensayo termine la descarga;
de esta forma, la respuesta adquirirá una gran fuerza. Si la respuesta es incompatible
con saltar la barrera, y si es provocada por la descarga en la caja de vaivén, entonces
el perro no saltará la barrera.
Este punto de vista es empíricamente débil: hemos observado de cerca a nuestras
ratas y perros, pero no hemos visto prueba alguna de conducta supersticiosa. Además,
el argumento carece de una base lógica: si alguna respuesta es reforzada
supersticiosamente por la terminación de la descarga y a consecuencia de ello se hace
más probable que vuelva a ocurrir, su probabilidad será mayor tanto durante la
descarga como cuando ésta termina. Esa respuesta será castigada por el comienzo y la
continuación de la descarga, así como reforzada por su terminación y,
consecuentemente, disminuirá en probabilidad. Es más, aun si se hubiese adquirido
durante el preentrenamiento, ¿por qué debería mantenerse esa respuesta específica a
pesar de cientos de segundos de descarga durante la prueba? Parece que una respuesta
tal debería desaparecer.
Una segunda hipótesis mantiene que las respuestas activas son ocasionalmente
castigadas por el comienzo de la descarga. Este castigo supersticioso hace disminuir
la probabilidad de responder activamente en el arnés, y se transfiere a la caja de
vaivén. Esta hipótesis conlleva la misma dificultad lógica que la del reforzamiento
supersticioso. Las respuestas activas pueden ser ocasionalmente castigadas por el
comienzo de la descarga, pero también serán reforzadas por su terminación. Además,
a medida que las respuestas activas son eliminadas por el castigo, las respuestas
pasivas aumentarán en frecuencia. En ese punto, el castigo comenzará a eliminar las
respuestas pasivas, aumentando así la probabilidad de las respuestas activas, y así
sucesivamente. Es más, aun cuando las respuestas pasivas se adquiriesen mediante el
castigo supersticioso en el arnés, ¿por qué iban a mantenerse a pesar de cientos de
segundos de descarga en la caja de vaivén? El lector empezará ya a darse cuenta de
qué grado de libertad tienen las explicaciones en términos de respuesta motora
supersticiosa y cómo pueden así «explicar» post-facto prácticamente cualquier
resultado.
La tercera versión de la interpretación en términos de respuesta motora

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competidora consiste en que el animal reduce el rigor de las descargas eléctricas
recibidas en el arnés mediante alguna respuesta motora específica. Esta respuesta
motora explícitamente reforzada podría interferir con la de saltar la barrera. Dado que
en el arnés las descargas inescapables se administran a través de electrodos que se le
acoplan al sujeto, pegados con una pasta especial, es poco probable que el perro
pueda hacer variar su intensidad mediante alguna respuesta motora especial. Sin
embargo, es concebible que alguna pauta de movimientos no conocida pueda reducir
el dolor. Overmier y Seligman (1967) eliminaron esta posibilidad: sus perros fueron
completamente paralizados con curare durante las descargas inescapables en el arnés,
de manera que no podían mover ninguno de sus músculos. Posteriormente, estos
perros no escaparon de la descarga en la caja de vaivén, exactamente igual que los
perros no paralizados que recibían descargas inescapables. Por el contrario, unos
perros a los que sólo se les paralizó, pero que no recibieron descargas, luego
escaparon normalmente. Si un perro curarizado todavía puede reducir la descarga, no
es con sus músculos como lo hace.
Independientemente del mecanismo a través del cual se pretenda que surge la
respuesta, estamos convencidos de que la indefensión no es una forma de respuesta
motora competidora. El experimento de escape pasivo de S. F. Maier (1970) excluye
decididamente esa posibilidad. En respuesta a la posible crítica de que lo que se
aprende durante un trauma incontrolable no es la disposición de indefensión que
nosotros proponemos, sino alguna respuesta motora, como la paralización[63], que es
antagónica con la de saltar la barrera, Maier reforzó la respuesta más antagónica que
pudo hallar. Como el lector recordará, los perros de uno de los grupos (el de escape
pasivo) tenían unas placas a 7,62 cm por encima y al lado de sus cabezas. Sólo no
moviendo la cabeza, permaneciendo pasivos, podían estos perros hacer terminar la
descarga. Otro grupo (el acoplado) recibió las mismas descargas en el arnés, pero
independientemente de sus respuestas. Un tercer grupo no recibió descargas. Una
hipótesis en términos de aprendizaje de respuesta predeciría que, cuando luego se
probase a los perros en la caja de vaivén, el grupo de escape pasivo sería el más
indefenso, puesto que fue entrenado explicitamente para no reaccionar ante el trauma.
La hipótesis de la indefensión hace la predicción contraria: esos perros podían
controlar la descarga, aunque fuese permaneciendo pasivos; alguna respuesta, no
importa que fuese competidora, fue eficaz para producir alivio y, por lo tanto, no
tendrían por qué aprender que es inútil responder. El grupo de escape pasivo debería
aprender a escapar saltando, y eso es exactamente lo que sucedió. Lo mismo en el
caso de la rata: resulta poco probable que la rata aprenda una respuesta competidora
tras recibir descargas inescapables, ya que en los experimentos sobre la indefensión
en la rata expuestos en el capítulo tercero, los animales respondían bien bajo
programas que requerían una sola presión de la palanca o un solo salto, pero se
volvían indefensos cuando se requerían dos o más respuestas[64]. Las respuestas
competidoras interferirían con la primera respuesta al menos tanto como con la

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segunda y la tercera.
Aunque las explicaciones de la conducta en términos de aprendizaje de respuesta
han sido una útil herramienta, la verdad es que no van a hacernos el trabajo de
explicar la indefensión; la indefensión no es una alteración periférica del repertorio
de respuestas, sino un cambio central para el organismo entero.

Adaptación, postración emocional y sensibilización

Son varias las hipótesis motivacionales que se han propuesto, a fin de explicar la
incapacidad para escapar consecuente a la experiencia de descargas incontrolables.
Las teorías de la adaptación y la postración emocional mantienen ambas que los
animales que han recibido descargas incontrolables se adaptan al trauma y ya no se
preocupan de responder. Están tan postrados emocionalmente o tan adaptados que su
nivel motivacional es insuficiente. Esto resulta poco verosímil por varias razones:

1. Los animales no dan la impresión de haberse adaptado: durante las descargas


iniciales de la prueba de escape-evitación están furiosos; sólo en los siguientes
ensayos se vuelven pasivos, pero aun entonces emiten vocalizaciones al recibir
la descarga.
2. En toda la literatura sobre el dolor no existe una sola demostración directa de
adaptación a las descargas eléctricas intensas y repetidas.
3. Aun si se produce adaptación, es poco probable que persista a lo largo del
período de tiempo que transcurre entre el entrenamiento de indefensión y la
prueba de escape-evitación.
4. Hemos desconfirmado experimentalmente la hipótesis de la adaptación. Bruce
Overmier y yo dimos a unos perros descargas muy intensas en la caja de vaivén,
pero esto no redujo el efecto interferente de las anteriores descargas
inescapables; los perros parecían más perturbados, pero no intentaron escapar. Si
en la caja de vaivén un perro no escapa, o responde lentamente, debido a que la
descarga no es suficientemente motivante, entonces el aumento de la intensidad
de la descarga debería hacerle responder.
5. Una serie de descargas escapables recibidas en el arnés no interfiere con saltar la
barrera, pero si son inescapables, esas mismas descargas producen indefensión.
Tanto las descargas escapables como las inescapables deberían originar un
mismo grado de adaptación o postración y, sin embargo, sus efectos son
notablemente diferentes.
6. Los perros que primero han escapado de la descarga en la caja de vaivén y luego
han recibido descargas inescapables en el arnés siguen respondiendo
eficazmente cuando se les vuelve a la caja de vaivén. No hay ninguna razón por

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la que entrenamiento previo de escape deba reducir la adaptación o la postración
resultantes de una serie de descargas inescapables.
7. La incapacidad para escapar en la caja de vaivén quedó eliminada al arrastrar al
perro hacia uno y otro lado de la barrera. No hay razón alguna por la que el
exponer al perro a la fuerza a contingencias de escape y evitación haya de
disminuir su adaptación o su estado de postración emocional.

Una hipótesis motivacional complementaria recurre a la sensibilización. Según


este enfoque, los perros no escapan porque las anteriores descargas les han
perturbado tanto que están demasiado agitados como para organizar una respuesta
adaptativa. Esta explicación es compatible con nuestra premisa referida al aumento
de la emocionalidad producido por las descargas inescapables; sin embargo, no
explica los datos fundamentales. Si las descargas inescapables antes recibidas
vuelven al perro supermotivado, entonces la reducción de la intensidad de la descarga
en la caja de vaivén debería inducir al perro a responder. Hemos hallado que el efecto
de interferencia no se elimina cuando la intensidad de la descarga empleada en la caja
de vaivén es muy baja. Es más, los argumentos 5, 6 y 7, recién expuestos, invalidan
tanto la hipótesis de la sensibilización como la de la adaptación.
La existencia de un curso temporal de la indefensión, al menos en los perros y en
la carpa dorada, hace especialmente atractiva una teoría en términos de postración
emocional. ¿Por qué una sesión de descarga inescapable pierde su capacidad para
producir indefensión después de unas cuarenta y ocho horas? ¿Por qué, en el
síndrome de catástrofe, el nivel emocional básico desciende para luego recuperarse
también en cuarenta y ocho horas?
La respuesta más simple es que hay alguna sustancia que primero se gasta y luego
se renueva. Como veremos más adelante en este capítulo, se dice que los traumas
incontrolables pueden reducir la cantidad de norepinefrina (NE), que tarda en
recuperarse unas cuarenta y ocho horas[65]. Por otra parte, también es posible una
explicación en términos de aprendizaje. Recuérdese que las experiencias múltiples de
incontrolabilidad abolen el curso temporal de la indefensión. ¿Impide la exposición
repetida a la incontrolabilidad que la sustancia agotada vuelva a recuperarse? Puede
ser, pero hay que tener en cuenta que antes de que un animal o una persona
experimenten un trauma incontrolable habrán tenido por lo general un cúmulo de
experiencias previas de control sobre acontecimientos importantes. Si primero se
aprende una cosa, por ejemplo una asociación entre A y B, y luego se aprende otra
contraria, como A y C, la memoria de la segunda experiencia se debilita con el
tiempo. Es decir, que si inmediatamente después de la segunda experiencia le hago
una prueba, preguntándole qué letra va después de la A. usted responderá C; pero si
le hago la misma pregunta unos días después, usted probablemente responderá B. A
esto se le llama inhibición proactiva (IP), y se utiliza frecuentemente para explicar el
olvido[66]. Debido a que tanto en el hombre como en los animales la inhibición

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proactiva (y, por lo tanto, el olvido) aumentan con el tiempo, la desaparición de la
indefensión podría resultar de un proceso de olvido. Veinticuatro horas después de la
descarga inescapable, los anteriores recuerdos de control no son lo bastante fuertes
como para contrarrestar la nueva expectativa de que las respuestas no controlan la
descarga; pasadas cuarenta y ocho horas sí lo son. La conservación de la indefensión
ocurre debido a que la experiencia extra con descargas inescapables la hace
demasiado fuerte para ser contrarrestada por las anteriores experiencias de control.
Futuros experimentos nos revelarán si el curso temporal de la indefensión es un
fenómeno fisiológico o un fenómeno de olvido. Lo más que puedo adelantar es que,
tal como ocurre con la depresión y con la propia indefensión, por lo general actúan
conjuntamente fenómenos situados a niveles de análisis psicológicos y fisiológicos.

APROXIMACIONES FISIOLOGICAS A LA INDEFENSION

He optado por una explicación cognitivo-conductual de los desarreglos


motivacionales, cognitivos y emocionales que acompañan a la incontrolabilidad; sin
embargo, ello no quiere decir que se excluya una interpretación fisiológica. Sería más
adecuado decir que, simplemente, refleja el hecho de que en este momento sabemos
mucho más de las bases cognitivas y conductuales de la indefensión que de sus
fundamentos fisiológicos. Pero la indefensión debe tener alguna base bioquímica y
neural, y hay dos investigadores que han propuesto atractivas teorías fisiológicas.
J. M. Weiss y sus colaboradores han descubierto algunos hechos preliminares
acerca de las consecuencias fisiológicas de la descarga incontrolable: además de las
úlceras y de la pérdida de peso que manifiestan las ratas del grupo acoplado, también
se observan déficits de algunas sustancias cerebrales[67]. La norepinefrina (NE),
sustancia química a través de la cual una neurona activa a otra en el sistema nervioso
central, es el principal transmisor adrenérgico. (Las sustancias colinérgicas son otros
transmisores fundamentales de los que ya nos ocuparemos más adelante). Weiss ha
hallado que cuando una rata puede controlar la descarga aumenta el nivel de NE en el
cerebro, en comparación con las ratas que no reciben descarga; pero cuando una rata
recibe descargas incontrolables, la NE disminuye. Sobre esta base, Weiss ha sugerido
que la disminución de la NE puede ser la explicación de la indefensión.
Weiss piensa que los déficits producidos por la descarga inescapable no tienen su
causa en el aprendizaje o en un estado cognitivo, sino directamente en la reducción
de la NE. La inescapabilidad produce pérdida de peso, pérdida de apetito, úlceras y
disminución de la NE. A su vez, estos déficits llevan a la incapacidad para escapar y a
una disminución del nivel de actividad general. La reducción de la NE es la condición
necesaria y suficiente para producir el comportamiento indefenso; según Weiss, no es
necesario recurrir a un estado cognitivo de indefensión.
En un experimento acorde con esta tesis, Weiss sumergió a unas ratas en agua

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muy fría durante seis minutos. Además de muchas otras cosas, esto hizo descender el
nivel de NE; cuando, media hora después, se pasó a las ratas una prueba de escape en
la caja de vaivén, las ratas se mostraron indefensas. Un baño caliente de seis minutos
no hace descender el nivel de NE y no produce indefensión. Una sustancia NE-
depresora más específica, la a-metil-paratirosina (AMPT), también hace a las ratas
incapaces de escapar[68].
En su más convincente experimento, Weiss intentó el desempate entre la
explicación cognitiva y la fisiológica. Por razones desconocidas resultó que mientras
que una serie de 15 sesiones diarias consecutivas de descarga inescapable muy
intensa inicialmente hacia disminuir el nivel de NE, al final de la serie no se producía
tal disminución. El enfoque cognitivo de la indefensión predice que las ratas debían
mostrarse muy indefensas después de tantas descargas inescapables; la hipótesis de la
NE, que mantiene que el estado cognitivo es irrelevante, no predice indefensión. Las
ratas escaparon y evitaron igual que los controles que no recibieron descarga. Esta es
una importante prueba, pero antes de criticar la hipótesis de la NE y discutir sus
implicaciones, quiero presentar otro nuevo y sugerente hallazgo sobre el substrato
fisiológico de la indefensión.
Permítaseme primero decir unas palabras sobre ciertas vías nerviosas del cerebro
de los mamíferos superiores. Hay un voluminoso tracto de neuronas llamado haz del
cerebro anterior medio (HCAM), cuya estimulación es considerada como la base
fisiológica del placer y la recompensa positiva[69]. Por cierto, el HCAM es
adrenérgico, y la norepinefrina es su principal sustancia transmisora. Una estructura
colinérgica vecina, llamada septum, al ser estimulada cierra o inhibe el HCAM. E.
Thomas observó que la estimulación eléctrica directa del septum volvía a sus gatos
pasivos y aletargados[70]. Las recompensas no parecían tan gratificantes como de
costumbre, y el castigo resultaba menos perturbador. Esto llevó a Thomas a proponer
la idea de que la excitación septal, que inhibe el HCAM, era la causa de la
indefensión.
Para comprobarlo, Thomas produjo indefensión aprendida en unos gatos
mediante descargas eléctricas inescapables. Los gatos llevaban implantada en el
septum una pequeña aguja hipodérmica. Thomas inyectó atropina en el septum de los
gatos que habían recibido descargas inescapables. (La atropina, un agente bloqueador
colinérgico, interrumpe la actividad del septum). Estos gatos no se mostraron
indefensos en la caja de vaivén, pero sí los gatos sin atropina que habían
experimentado descargas inescapables. Después, Thomas dio a todos los gatos más
descargas inescapables en el arnés y les volvió a introducir en la caja de vaivén. Los
gatos que habían estado indefensos recibieron ahora atropina; esto curó su
indefensión. Los gatos a los que antes se había inyectado atropina no la recibieron; el
resultado fue que se volvieron indefensos. Esto confirmó la opinión de Thomas,
según la cual la indefensión se explica por la acción colinérgica del septum, puesto
que su bloqueo por la atropina rompe la indefensión.

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Estos datos sobre la disminución de NE y la actividad colinérgica nos ayudarán,
sin duda, a encontrar las bases fisiológicas de la indefensión, y quizá también de la
depresión humana. Pero ¿qué significa esto para la teoría cognitiva de la indefensión
que yo he propuesto? Hay dos formas de averiguarlo: preguntando: 1, ¿qué hechos
explica la hipótesis de la disminución de NE que no pueda explicar la teoría
cognitiva?, y 2, ¿qué hechos explica la teoría cognitiva que no pueda explicar la
hipótesis de la disminución de NE?
La mayoría de los datos referentes a la reducción de NE no presentan grandes
problemas para la teoría cognitiva. De hecho, los datos pueden llevamos hacia las
bases bioquímicas y neurales del aspecto cognitivo de la indefensión. Por ejemplo, en
las ratas la disminución de NE sigue un curso temporal bastante semejante al de la
indefensión en perros que han recibido una sola sesión de descargas inescapables.
Esto podría ser debido a que la disminución de NE es causada por la presencia y
posterior desaparición de la creencia en la indefensión o a que la disminución de NE
es un correlato de esa cognición; no tiene por qué implicar que la cognición no existe,
ni siquiera que la disminución de NE es la causa de la cognición. Igualmente, la
atropina podría actuar produciendo una cognición de no indefensión, siendo el
cambio cognitivo la causa del cambio conductual. Como ya señalaré en el capítulo V,
parece que en el hombre la atropina anula las cogniciones depresivas.
¿Cómo explicar que el baño de agua fría produzca interferencia con la conducta
de escape? La teoría cognitiva no mantiene que la cognición de la incontrolabilidad
sea la única forma de producir incapacidad para escapar de la descarga. Cortarle las
patas a un animal interferirá el escape, pero eso no quiere decir que la descarga
inescapable interfiera el escape a través de la «patatomía». Cuando nosotros pusimos
a unas ratas durante unos minutos en un agua tan fría como la que Weiss utilizó, al
sacarlas estaban medio muertas y entumecidas. Los deportistas que hacen piragüismo
en el Maine saben que si vuelcan y caen al agua helada, tienen sólo unos minutos
para llegar a la orilla antes de morir de frío; bien pudiera ser que las ratas de Weiss no
escapasen treinta minutos después del baño frío porque estaban casi muertas, y no por
descenso de la NE.
El curso de los efectos de la inescapabilidad a lo largo de quince días plantea más
problemas. En cuanto a los demás datos relacionados con la disminución de NE, el
punto de vista cognitivo no adelanta predicción alguna en cuanto a qué cambios
químicos concretos se asocian al estado cognitivo; simplemente, no es inconsistente
con los resultados obtenidos. Pero en el caso de las ratas que recibieron quince días
de descarga inescapable, la teoría cognitiva hace una predicción opuesta a la de la
teoría de la disminución de NE. Recientemente, Steven Maier y sus colaboradores,
junto a Robert Rosellini y yo, hemos intentado reproducir los hallazgos de Weiss.
Dimos a unas ratas diez o quince días de descargas inescapables, según el grupo;
contrariamente a los hallazgos de Weiss, nuestras ratas fueron totalmente incapaces
de escapar de la descarga tras ese tratamiento previo. Parece, por lo tanto, que el

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resultado de los quince días, obtenido por Weiss, requiere un mayor análisis empírico.
Por otra parte, hay una gran cantidad de datos que la teoría de la disminución de
NE no puede abarcar, pero sí la teoría cognitiva. Sirvan éstos como recordatorio: es
muy poco probable que en los seres humanos o en las ratas hambrientas que reciben
problemas discriminativos insolubles se produzca una disminución de NE y, sin
embargo, no son capaces de resolver posteriores problemas. Tampoco es muy
probable que las ratas que reciben comida no contingente sufran una disminución de
NE y no obstante luego les cuesta trabajo aprender a apretar una palanca para
conseguir comida. Después de una sesión de descargas inescapables, en el caso de las
ratas, o de varias en el de los perros, la indefensión es permanente; sin embargo, la
disminución de NE es transitoria. Igualmente, las ratas que reciben descargas
inescapables en la época del destete no escapan de las descargas cuando son adultas;
en cambio, la disminución de NE debería haberse rectificado mucho antes de la
adultez. Las ratas que han recibido descargas inescapables no son menos activas que
las ratas de control en una prueba de campo abierto, ya sea después de veinticuatro
horas o de una semana; aun así, no escapan de la descarga. La hipótesis de la
disminución de NE predice que deberían ser menos activas y no escapar veinticuatro
horas después, pero sí transcurrida una semana. Las ratas o los perros que han sido
inmunizados por una experiencia anterior de escape de descargas eléctricas no se
vuelven indefensos a consecuencia de la descarga inescapable; ¿por qué el aprender a
dominar la situación habría de impedir la disminución de NE? Si esa disminución
empobrece la ejecución mediante una simple reducción de la actividad, ¿por qué iban
las ratas a ser incapaces de aprender una RF1 de escape sólo cuando la contingencia
estuviese oscurecida por la demora en la terminación de la descarga? Por último,
enseñar a una rata o a un perro a interrumpir una descarga arrastrándoles de forma
que atraviesen la barrera deshace la indefensión, aunque simplemente arrastrarles al
azar no produce tal efecto; no hay, sin embargo, razones para pensar que esto restaure
repentinamente la NE. De hecho, enseñar a escapar a una rata a la que se le ha
administrado AMPT para producir un descenso de NE deshace la indefensión[71].
Así pues, la teoría cognitiva puede explicar los datos acerca de la disminución de
NE. Naturalmente, el descubrimiento de la disminución de NE puede ayudar a
explicar la cognición de la incontrolabilidad. Sin embargo, la disminución de NE no
puede explicar por sí sola muchos de los hechos predichos por la teoría cognitiva, ya
que esa condición parece no ser necesaria ni suficiente para producir indefensión
aprendida.
Si futuras investigaciones confirman la importancia de la actividad septal o de la
disminución de NE en la indefensión, ¿cuál diremos que es la causa de la
indefensión? ¿La fisiología causa la cognición o es la cognición la que produce el
cambio fisiológico? Este es un problema muy espinoso.
Muchos profanos creen en la existencia de una pirámide de las ciencias, de forma
que la física explica a la química, que a su vez explica a la biología, y así

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sucesivamente hasta llegar a la economía o la política. En psicología se encuentra una
idea paralela en la creencia de que la fisiología es la causa de los estados
conductuales y cognitivos, mientras que ni las cogniciones ni la conducta producen
cambios fisiológicos. Sin embargo, la causalidad va en ambas direcciones. Por una
parte, los cambios fisiológicos producidos por la falta de azúcar en la sangre pueden
causar sentimientos de fatiga y debilidad. Por otra, si yo le digo que su casa está
ardiendo, esta información, procesada cognitivamente, produce un flujo de
adrenalina, sudoración y sequedad en la boca. De manera parecida, el cambio de la
tasa de interés primario, que es un fenómeno económico, hace cambiar el ritmo
cardíaco de los inversores de Wall Street, lo cual es un fenómeno fisiológico.
En la indefensión, la relación entre fisiología y cognición muestra también ambas
direcciones causales. Como Thomas demostró, el bloqueamiento directo del septum
alivia la indefensión; como no se ha producido ninguna manipulación cognitiva o
conductual, en este caso la fisiología produce cambios conductuales y quizá también
cognitivos. Por otro lado, cuando el arrastrar al perro a uno y otro lado de la caja de
vaivén le demuestra que las respuestas son efectivas, esta información cognitiva
interrumpe el comportamiento indefenso y, casi con toda seguridad, produce cambios
fisiológicos. Además, recuérdese el diseño triádico básico. En este caso la diferencia
entre escapabilidad e inescapabilidad no es física; es una información que sólo puede
procesarse cognitivamente. Este cambio cognitivo es el primer eslabón de la cadena
de hechos fisiológicos, emocionales y conductuales que, todos juntos, forman la
indefensión.
Tanto lo fisiológico como lo cognitivo influyen en la indefensión. Ambos niveles
de cambios normalmente actúan a la par, pero hay indicios de que ninguno de ellos
puede por sí solo producir la indefensión. Las futuras investigaciones nos dirán si la
disminución de NE o la actividad septal son suficientes para producir indefensión aun
en personas o animales que creen que los acontecimientos son controlables. Si así
fuera, ¿actúan esos factores a través de un cambio cognilivo o producen directamente
la conducta indefensa? Inversamente, ¿es el solo aprendizaje de la incontrolabilidad
suficiente para producir indefensión en animales cuya NE ha sido aumentada
artificialmente o a los que se les ha bloqueado artificialmente el septum? Si estos
sujetos escapan, ¿creerán entonces que la descarga es controlable? ¿O siguen
creyendo que la descarga es incontrolable, pero de todas formas escapan bien?
Cuando en el próximo capítulo tratemos de la depresión plantearemos de nuevo esta
pregunta: ¿es la depresión un fenómeno básicamente fisiológico, emocional o
cognitivo? La respuesta será paralela: influencias de cualquiera de los tres niveles
parecen producir cambios en los demás y, finalmente, todos desembocan en el canal
común de la indefensión.
He presentado una teoría de la indefensión que afirma que, cuando son expuestos
a acontecimientos incontrolables, los organismos aprenden que responder es inútil.
Este aprendizaje hace disminuir el incentivo para responder, y produce así una

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profunda interferencia en la motivación de la conducta instrumental. También
interfiere proactivamente el aprender que la respuesta es efectiva cuando los
acontecimientos se vuelven controlables, y de esta forma produce distorsiones
cognitivas. El miedo de un organismo enfrentado a una situación traumática
disminuye si aprende que las respuestas controlan la situación; el miedo permanece si
el organismo sigue sin tener la certeza de que la situación es controlable; si el
organismo aprende que el trauma es incontrolable, el miedo da paso a la depresión.
Pasaremos ahora al estudio de la depresión, la forma más común de psicopatología
humana.

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Capítulo V
DEPRESION

Recientemente, un ejecutivo de cuarenta y dos años de edad, en situación de paro


temporal, vino a visitarme en busca de orientación profesional. En realidad, fue su
esposa quien primero se puso en contacto conmigo; tras leer un artículo mío de
divulgación sobre la indefensión, me pidió que hablase con su marido, Mel, ya que le
parecía que estaba indefenso. Durante los últimos veinte años, Mel había llevado una
ascendente carrera como ejecutivo; hasta un año antes había sido encargado de
producción en una compañía multimillonaria que participaba en el programa espacial.
Cuando el Gobierno disminuyó su apoyo económico a la investigación espacial,
perdió su trabajo y se vio obligado a aceptar un nuevo puesto de ejecutivo en otra
ciudad y en una compañía que él describía como «de cotilleo». Después de seis tristes
y solitarios meses, lo dejó. Durante un mes permaneció apático e inactivo en su casa,
sin hacer ningún esfuerzo por buscar trabajo; el más leve contratiempo le ponía
furioso; se mostraba asocial y retraído. Al final, su mujer le convenció de que
realizase unos tests de orientación profesional que quizá le ayudarían a encontrar un
trabajo satisfactorio.
Los resultados de los tests revelaron que tenía una baja tolerancia a la frustración,
que era insociable e incapaz de aceptar responsabilidades, y que la rutina y el trabajo
impuesto eran lo que mejor encajaba con su personalidad. El gabinete de orientación
profesional le recomendó que se pusiera a trabajar en una cadena de montaje.
Ese consejo les cayó como un rayo a Mel y a su esposa, ya que él tenía tras de sí
veinte años de logrado trabajo como alto ejecutivo; solía ser extrovertido y
persuasivo, y era mucho más despierto que la mayoría de los operadores de máquinas
de montaje. Pero los tests reflejaron realmente lo que en aquel momento era su estado
de ánimo: se consideraba incompetente, veía su carrera como un fracaso; consideraba
cada pequeño obstáculo una barrera insuperable, no estaba interesado por las demás
personas, y apenas podía hacer el esfuerzo de vestirse y, mucho menos, tomar
decisiones importantes sobre su carrera. Sin embargo, este perfil no era una
descripción fiel del carácter de Mel, sino que reflejaba un proceso, probablemente
temporal, que duraba desde que perdió su trabajo: la depresión.

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La depresión es a la psicopatología lo que el catarro a la medicina; nos afecta a
todos. Es, sin embargo, de todas las enfermedades psicopatológicas la que quizá se
entienda peor, y ha sido peor investigada. En este capítulo presentaré un modelo de la
depresión en términos de indefensión aprendida, que sirva para esclarecer las causas,
tratamiento y prevención de este trastorno.
¿Qué es la depresión? Tanto Mel como las dos personas descritas en la
introdución, son casos típicos de depresión: recuérdese a la mujer de mediana edad,
antes activa y vivaz, que ahora se pasa el día llorando y en la cama; sus problemas
comenzaron cuando sus hijos empezaron a ir al colegio y su marido fue ascendido.
También estaba Nancy, la «chica de oro» que, tras numerosos éxitos en el
bachillerato, entró en la Universidad, y ahora se siente inútil y vacía; en realidad, es
una fracasada.
Seguramente comprendamos a estas tres personas, porque en un momento u otro
todos nos hemos sentido con el ánimo deprimido. Nos sentimos tristes; cualquier
pequeño esfuerzo nos cansa; perdemos el sentido del humor y las ganas de hacer
cualquier cosa, hasta aquello que normalmente más nos entusiasma. En la mayoría de
las personas, tales estados de ánimo suelen ser poco frecuentes, y se disipan en poco
tiempo; sin embargo, hay muchas otras en las que se presenta una y otra vez,
penetrando profundamente y pudiendo llegar a tener una intensidad letal. Cuando la
depresión es así de grave, lo que en la mayoría de las personas pasa por ser un simple
estado de ánimo se convierte en un síndrome o en el síntoma de un trastorno. A
medida que la depresión va agravándose, el abatimiento se hace más intenso, y con él
el desgaste de la motivación y la pérdida del interés por la realidad. La persona
deprimida percibe a menudo fuertes sentimientos de aversión hacia sí misma; se
siente inútil y culpable de sus insuficiencias. Cree que nada de lo que haga aliviará su
condición, y ve el futuro negro. Pueden comenzar a producirse ataques de llanto, la
persona afectada pierde peso y se siente incapaz de echarse a dormir o de volver a
dormirse cuando se despierta muy de madrugada. La comida no sabe bien, el sexo no
resulta excitante, y se pierde todo el interés por la gente, incluso por la mujer y los
hijos. El afectado puede empezar a pensar en matarse. A medida que sus intenciones
se hacen más serias, las ideas esporádicas de suicidio pueden convertirse en deseos;
preparará un plan y comenzará a ponerlo en práctica. Hay pocos trastornos
psicológicos que sean tan absolutamente debilitadores, y ninguno que produzca tanto
sufrimiento como la depresión grave.
El predominio de la depresión en la Norteamérica actual es sorprendente.
Excluidas las depresiones leves que todos sufrimos de vez en cuando, el Instituto
Nacional de Salud Mental estima que «de cuatro a ocho millones de norteamericanos
pueden necesitar ayuda profesional por una enfermedad depresiva». A diferencia de
la mayoría de las otras formas de psicopatología, la depresión puede ser letal. «Una
de cada 200 personas afectadas por una enfermedad depresiva morirá por suicidio».
Probablemente, esta estimación aún es optimista. Además del inconmensurable coste

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en sufrimiento individual, el coste económico es también elevado: sólo el tratamiento
y las horas de trabajo perdidas cuestan entre 1,3 y 4,0 billones de dólares al año[72].

TIPOS DE DEPRESION

En la literatura sobre la depresión predomina una confusión debida muchas veces


a la proliferación de categorías. Al tratar el problema de la clasificación, J. Mendels
(1968) presenta una relación de algunos de los subtipos de depresión que se han
descrito.

Una lista reducida incluiría las depresiones psicóticas, neuróticas, reactivas,


involutivas, agitadas, endógenas, psicogénicas, sintomáticas, preseniles,
seniles, agudas, crónicas y, naturalmente, la psicosis maniaco-depresiva y la
melancolía (mayor o menor), así como la depresión en las perversiones
sexuales, la depresión alcohólica y los síntomas depresivos resultantes de
trastornos orgánicos.

Mi opinión es que, en el fondo, todas estas formas de depresión comparten algo


unitario.
La tipología de la depresión más útil y que se halla más confirmada es la basada
en la dicotomía endógeno-reactiva[73]. Las depresiones reactivas son con mucho las
más comunes, y del tipo que a todos nos es familiar. Aproximadamente el setenta y
cinco por ciento de todas las depresiones son reacciones a algún acontecimiento
externo, como la muerte de un hijo. Las depresiones reactivas no presentan ciclos
temporales regulares, por lo general no responden a las terapias físicas, como los
fármacos y la descarga electro-convulsiva (DEC), no se hallan genéticamente
predispuestas, y suelen presentar síntomas algo más débiles que la depresión
endógena.
Las depresiones endógenas son una respuesta a algún proceso endógeno o interno
desconocido. Estas depresiones no son desencadenadas por ningún acontecimiento
externo; simplemente, se abalanzan sobre la persona afectada. Por lo general,
presentan ciclos temporales regulares y pueden ser bipolares o unipolares. La
depresión bipolar recibe el nombre de maníaco-depresiva; el individuo pasa
repetidamente de la desesperación a un estado de ánimo neutro, de aquí a un estado
maniaco hiperactivo y superficialmente eufórico, para volver a la desesperación,
pasando por el estado neutro. A principios de siglo, todas las depresiones eran
llamadas erróneamente enfermedades maníaco-depresivas, pero actualmente se sabe
que normalmente la depresión se produce sin manía, y que la manía puede ocurrir sin
depresión. La depresión unipolar endógena consiste en una alternancia regular de
desesperación y neutralidad, sin aparición de manía. Las depresiones endógenas

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responden a menudo al tratamiento con fármacos y a la DEC, y pueden tener un
origen hormonal. También pueden hallarse genéticamente predispuestas[74], y sus
síntomas suelen ser más graves que los de las depresiones reactivas.
Aunque las depresiones reactivas son el principal objetivo del modelo de la
depresión en términos de indefensión aprendida, introduciré la idea de que
psicológicamente las depresiones endógenas tienen mucho en común con las
depresiones reactivas.

EL MODELO DE INDEFENSION APRENDIDA DE LA DEPRESION

Más de una vez ha ocurrido que un investigador ha descubierto en su laboratorio


conductas notablemente inadaptativas, y ha sugerido que esas conductas
representaban alguna forma de psicopatología que se produce en la vida real. Pavlov
(1928) halló que los reflejos condicionados de los perros se desintegraban cuando un
problema discriminativo se volvía muy difícil. H. Liddell (1953) observó que unas
ovejas dejaban de dar respuestas condicionadas de flexión de la pata tras muchísimos
ensayos de emparejamiento de una señal y una descarga. Tanto Pavlov como Liddell
pretendían haber hecho una demostración de neurosis experimental. J. H. Masserman
(1943) halló que unos gatos hambrientos dejaban de comer en los compartimientos
donde habían recibido descargas; según él, había logrado llevar las fobias al
laboratorio. El análisis experimental de estos fenómenos fue razonablemente
cuidadoso, pero la pretensión de haber analizado psicopatologías reales fue por lo
general poco convincente. Lo que es peor, estos investigadores solían emplear
argumentos de «plausibilidad», que son muy difíciles de confirmar[75]. ¿Cómo, por
ejemplo, sería posible probar si los perros de Pavlov tenían neurosis de ansiedad en
vez de compulsiones o psicosis? Yo creo que, igual que la patología física, la
psicopatología humana puede ser reproducida y analizada en el laboratorio. Sin
embargo, para hacerlo no es suficiente un argumento de validez superficial de la
forma «esto se parece a una fobia». Por lo tanto, quiero presentar a consideración
algunas reglas básicas necesarias para comprobar si un determinado fenómeno de
laboratorio, sea animal o humano, es un modelo de una forma natural de
psicopatología en el hombre.

Reglas básicas

Existen cuatro tipos relevantes de pruebas necesarias para afirmar que dos
fenómenos son semejantes: 1, síntomas conductuales y fisiológicos; 2, causa o
etiología; 3, curación, y 4, prevención. Si dos fenómenos son semejantes en cuanto a
uno o dos de estos criterios, podemos entonces poner a prueba el modelo mediante la

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búsqueda de semejanzas predichas en los criterios restantes. Supongamos que la
indefensión aprendida tiene unos síntomas y una etiología semejantes a los de la
depresión reactiva y que, además, podemos curar la indefensión aprendida en perros
forzándoles a responder de tal forma que les produzca alivio. Esto permite una
predicción acerca de la curación de la depresión en el hombre. La cuestión central
para el éxito de la terapia sería el reconocimiento por parte del paciente de que sus
respuestas son efectivas. Si esto se somete a prueba y es confirmado, el modelo queda
fortalecido; si no se confirma, el modelo se vuelve más endeble. En este caso, los
fenómenos observados en el laboratorio indicarán qué es lo que debemos buscar en la
psicopatología real, pero también es posible fortalecer empíricamente el modelo en la
dirección opuesta. Por ejemplo, si la droga imipramina mejora la depresión reactiva,
también debería disipar la indefensión aprendida en los animales.
Un modelo adecuado no sólo es más comprobable, sino que también ayuda a
precisar la definición de un fenómeno clínico, ya que el fenómeno de laboratorio se
halla bien definido, mientras que la definición del fenómeno clínico es casi siempre
confusa. Por ejemplo, consideremos que la indefensión aprendida y la depresión
tienen síntomas semejantes. Al ser un fenómeno de laboratorio, la indefensión tiene
unas manifestaciones conductuales necesarias que definen su presencia o ausencia.
Por otra parte, no hay un síntoma que presenten todos los depresivos, ya que la
depresión es una etiqueta diagnóstica conveniente que abarca toda una familia de
síntomas, ninguno de los cuales es necesario[76]. Los depresivos se sienten tristes
frecuentemente, pero puede diagnosticarse depresión aun en ausencia de tristeza; si
un paciente no se siente triste, pero muestra un retraso verbal y motor, llora mucho,
ha perdido nueve kilos en el último mes y todos esos síntomas se remontan a la
muerte de su mujer, la depresión es el diagnóstico más apropiado. Tampoco el retraso
motor es necesario, ya que un depresivo puede ser muy agitado.
Un modelo de laboratorio no es tan extensivo como un fenómeno clínico;
delimita el concepto clínico al imponerle características que debe poseer
necesariamente. Así pues, si nuestro modelo de la depresión es válido, probablemente
haya que excluir algunos fenómenos antes llamados depresiones. La etiqueta
«depresión» se aplica a los individuos pasivos que creen no poder hacer nada para
aliviar su sufrimiento, y que se vuelven deprimidos cuando pierden una fuente
importante de apoyo, el caso perfecto para aplicar el modelo de indefensión
aprendida; pero también se aplica a los pacientes agitados que realizan muchas
respuestas activas y que se vuelven deprimidos sin causa externa aparente. La
indefensión aprendida no tiene por qué caracterizar todo el espectro de las
depresiones, sino principalmente sólo aquellas en las que el individuo es lento para
iniciar respuestas, se considera a sí mismo impotente y sin esperanza y ve negro su
futuro, todo lo cual comenzó como reacción a la pérdida del control sobre la
gratificación y el alivio del sufrimiento.
Habitualmente, la definición y categorización de una enfermedad quedan

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precisadas al verificarse una teoría sobre ella. Durante un tiempo, la presencia de
pequeñas erupciones en el cuerpo fue el rasgo definitorio de la viruela. Cuando se
propuso una teoría de la viruela como producida por un germen, la presencia del
germen pasó a formar parte de la definición. A consecuencia de ello quedaron
excluidos algunos casos anteriormente considerados viruela, y se incluyeron otros
que antes no lo estaban. Si, al final, el modelo de indefensión aprendida de la
depresión demuestra ser adecuado, el propio concepto de depresión deberá ser
reformulado. Si la indefensión aprendida aclara de forma significativa algunas
depresiones, otras, como la depresión maníaco-depresiva, pueden llegar a ser
consideradas como un trastorno diferente, y habrá aún otros trastornos, como el
síndrome de desastre, que aun no siendo normalmente considerados como
depresiones, terminen recibiendo ese nombre.

Síntomas de depresión y de indefensión aprendida

A lo largo de los cuatro capítulos anteriores han ido surgiendo seis síntomas de
indefensión aprendida; todos ellos tienen un paralelo en la depresión:

1. Disminución de la iniciación de respuestas voluntarias; los animales y las


personas que han tenido experiencias de incontrolabilidad manifiestan un
descenso en la iniciación de respuestas voluntarias.
2. Disposición cognitiva negativa; las personas y animales indefensos tienen
dificultades para aprender que las respuestas producen resultados.
3. Curso temporal; la indefensión se disipa con el tiempo cuando ha sido inducida
por una sola sesión de descargas incontrolables; después de varias sesiones, la
indefensión persiste.
4. Agresión disminuida; las personas y animales indefensos inician menos
respuestas agresivas y competitivas, y su status de dominancia disminuye.
5. Pérdida de apetito; los animales indefensos comen menos, pierden peso y son
deficientes sexual y socialmente
6. Cambios fisiológicos; las ratas indefensas manifiestan un descenso de
norepinefrina, y los gatos indefensos pueden mostrar hiperactividad colinérgica.

Disminución de la iniciación de respuestas voluntarias. Los hombres y mujeres


deprimidos no hacen muchas cosas; probablemente, la misma palabra depresión tiene
su raíz etimológica en la reducida actividad del paciente. Recientemente le indiqué a
una paciente deprimida que había descuidado mucho su aspecto, sugiriéndole que
saliera a comprarse un vestido nuevo. Su respuesta fue muy característica: «Oh,
doctor, eso es demasiado difícil para mí».
Estudios sistemáticos de los síntomas de la depresión caracterizan esta

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manifestación conductual de varías formas:

Aislado y retraído, prefiere estar solo y se pasa en la cama la mayor parte del
tiempo.
Andares y conducta general relentizados. Disminución del volumen de la voz,
permanece sentado solo y silencioso.
Se siente incapaz de actuar y de tomar decisiones.
Da la impresión de una persona «vacía», que «se ha dado por vencida»[77].

La parálisis de la voluntad es un aspecto destacado de la depresión grave:

En los casos graves se observa frecuentemente una parálisis de la voluntad.


El paciente no tiene ganas de hacer nada, ni siquiera las cosas esenciales
para vivir. Consecuentemente, puede permanecer prácticamente inmóvil, a no
ser que los demás le empujen o le fuercen a moverse. A veces es necesario
sacar al paciente de la cama, lavarle, vestirle y darle de comer. En casos
extremos, la inercia del paciente puede incluso llegar a bloquear la
comunicación[78].

La iniciación reducida de respuestas se halla bien documentada por los estudios


experimentales sobre el retraso psicomotor en la depresión, así como por impresiones
clínicas. Cuando se prueba a pacientes depresivos en distintas tareas psicomotoras,
como el tiempo de reacción, se muestran más lentos que los sujetos normales[79]; los
únicos pacientes que resultan tan lentos como los depresivos son los esquizofrénicos
crónicos. Además, las personas deprimidas dedican menos tiempo a las actividades
que solían encontrar agradables[80].
La iniciación reducida de respuestas puede también ser la causa de una diversidad
de otros llamados déficits intelectuales en los pacientes deprimidos. Por ejemplo, el
CI de los depresivos hospitalizados, medido por un test de inteligencia, baja durante
el trastorno y su capacidad para memorizar definiciones de nuevas palabras se
deteriora[81]. No hay que olvidar que cuando un paciente realiza un test de CI o
memoriza definiciones, ello no es una prueba pura de su capacidad intelectual sin
ninguna relación con la motivación del paciente. Si la persona no cree que vaya a
hacerlo bien o si se siente indefensa, no se esforzará tanto. No realizará respuestas
cognitivas voluntarias, como la multiplicación o el escrutinio de la memoria, tan
rápidamente o tan bien como otra persona cuya motivación no estuviese debilitada.
Así pues, la creencia en la propia indefensión puede producir indirectamente
aparentes déficits intelectuales a través del debilitamiento motivacional.
Por cierto, el mismo razonamiento puede aplicarse a la controversia sobre el CI
racial. Jensen (1969, 1973), ha revisado datos bastante sólidos que muestran que los

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negros norteamericanos tienen 15 puntos menos que los blancos en los tests de CI,
incluso cuando se trata de los llamados tests libres de cultura. Si esto es cierto, no
conozco ninguna prueba que excluya la intervención de la debilidad motivacional, en
vez de la inferioridad «intelectual», como explicación de esa diferencia. No me
sorprendería hallar que, históricamente, los negros norteamericanos se hayan
considerado a sí mismos mucho más indefensos que los blancos; trataré más
detenidamente este tema en el capítulo VII.
La iniciación reducida de respuestas en la depresión se manifiesta también en
déficits sociales. P. Ekman y W. V. Friesen (1974), han llevado a cabo una
apasionante serie de estudios filmados sobre los movimientos manuales de los
depresivos en el transcurso de la charla con un entrevistador. Dos categorías de
movimientos manuales acompañan a la conversación: los ilustradores son gestos
bruscos que acompañan a las palabras para recalcar o ilustrar lo que se está diciendo.
Son voluntarios y conscientes, ya que si se interrumpe al hablante y se le pregunta
qué acaba de hacer, puede decirlo con precisión. Los adaptadores son pequeños
movimientos, parecidos a los tics, como rascarse la nariz o tirarse del pelo. Son
involuntarios y no conscientes. Si se le interrumpe, el hablante normalmente no es
capaz de referirlos. Cuando un depresivo llega al hospital, emite muchos adaptadores,
pero pocos ilustradores. A medida que va mejorando, emite más ilustradores y menos
adaptadores, lo que indica una recuperación de la iniciación de respuestas voluntarias.
También otras respuestas sociales quedan disminuidas en los depresivos. Cuando
alguien le dice «buenos días» a una persona deprimida, tardará en responder[82].
Además, necesitará más tiempo para replicar con un convencionalismo social como
«¿y tú, cómo estás?». El lector puede verificarlo en cualquier conversación telefónica
con un amigo de quien sepa se encuentra deprimido.
En resumen, la disminución de la iniciación de respuestas voluntarias que define
la indefensión aprendida es omnipresente en la depresión. Produce pasividad, retraso
psicomotor, lentitud intelectual y falta de responsabilidad social; en la depresión
extrema puede llegar a producir estupor.

Disposición cognitiva negativa. Supongamos que yo fuera capaz de convencer a


mi paciente depresiva de que no le sería muy difícil salir a comprarse un vestido. Su
siguiente argumento sería: «Pero quizá me equivocase de autobús, e incluso si diera
con la tienda adecuada, me llevarla un vestido de tamaño, estilo o color no
apropiados. De todas formas, estoy igual de mal con un vestido nuevo que con uno
viejo, porque en el fondo no soy nada atractiva». Las personas deprimidas se
consideran aún más ineficaces de lo que realmente son: cualquier pequeño obstáculo
para el éxito es visto como una barrera infranqueable, las dificultades para enfrentarse
a un problema como una catástrofe e incluso el éxito evidente erróneamente
interpretado como un fracaso. A. T. Beck[83] considera la disposición cognitiva
negativa como el distintivo general de la depresión.

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Existe una notable discrepancia entre la actuación objetiva de los depresivos, que
ya de por sí no es muy buena, y su estimación subjetiva. A. S. Friedman (1964) halló
que los pacientes deprimidos se desempeñaban peor que los sujetos normales en una
tarea de reacción a una señal luminosa, y que tardaban más en reconocer objetos
comunes; pero aún más sorprendente fue su estimación subjetiva de lo mal que
pensaban que iban a hacerlo:

Cuando el examinador llevaba a la habitación de pruebas al paciente, éste


alegaba que no le iba a ser posible realizar las pruebas, que era incapaz de
hacer cualquier cosa o que se sentía demasiado mal o muy cansado, que era
incapaz, que no tenía ninguna esperanza, etc… Mientras actuaba
adecuadamente, el paciente reiteraba de vez en cuando sus protestas
iniciales, diciendo «no puedo hacerlo», «no sé cómo hacerlo», etc.

Esta ha sido también nuestra experiencia al pasar pruebas en el laboratorio a


pacientes deprimidos. Si tras una prueba de rapidez intelectual se le pregunta a un
paciente deprimido cuán lento cree que ha sido, responderá que fue aún más lento de
lo que realmente fue.
Todo esto atrajo poderosamente mi atención cuando mis colaboradores y yo
ensayábamos una nueva terapia para la depresión, la asignación gradual de tareas.
Las instrucciones que se le daban al paciente comenzaban habitualmente diciéndole:
«Hay aquí unas tareas que me gustaría realizase». Un día, después de charlar
amigablemente con una mujer depresiva de mediana edad, la llevé a la habitación de
pruebas y comencé a dictarle las instrucciones. Cuando dije la palabra tarea, rompió
a llorar y fue incapaz de continuar. El depresivo ve cualquier simple tarea como un
trabajo hercúleo.
William Miller y yo hemos tratado de comprobar este aspecto del modelo de
indefensión aprendida con pacientes y estudiantes deprimidos[84]. Si la indefensión
aprendida es un modelo de la depresión, entonces la indefensión producida por un
ruido inescapable o por problemas insolubles debería resultar en iguales síntomas que
los observados en la depresión tal como ocurre en circunstancias naturales.
Recuérdese que en el capítulo III señalé que la experiencia de un ruido inescapable
producía una disposición cognitiva negativa: consecuentemente, los sujetos
manifestaban pocos cambios en su expectativa de éxito o fracaso en una tarea de
habilidad (p. 62). Trataron sus éxitos y fracasos en esa tarea como si hubiese sido una
tarea de azar en la que no importaba qué respuesta diesen. Por el contrario, los sujetos
que recibieron ruido escapable o no recibieron ningún ruido, mostraron grandes
cambios de expectativa cuando fallaban o acertaban en la tarea de habilidad, y sólo
pequeños cambios cuando se trataba de tareas de azar. Ninguno de estos sujetos
estaba deprimido. Nos preguntamos entonces si la propia depresión, sin tratamiento

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previo con el ruido, produciría la misma disposición cognitiva negativa que la
producida por la indefensión en pacientes no deprimidos.
De acuerdo con nuestro modelo, la depresión no consiste en un pesimismo
generalizado, sino en un pesimismo específico respecto a los efectos de las propias
acciones organizadas. Así, pasamos a varios grupos de sujetos deprimidos y no
deprimidos pruebas de azar y de habilidad; en ambas pruebas, los sujetos
experimentarían una misma secuencia de éxitos y fracasos. Hallamos que los
estudiantes deprimidos y los no deprimidos no diferían en su expectativa inicial de
éxito. Después de cada éxito y cada fracaso, preguntamos a los sujetos cómo creían
que iban a hacerlo en el siguiente ensayo, igual que antes hicimos con los sujetos que
habían experimentado el ruido. Los deprimidos y los no deprimidos difirieron
considerablemente una vez que ambos grupos hubieron experimentado el éxito y el
fracaso. Las personas no deprimidas, que creían que en la tarea de habilidad sus
respuestas eran importantes, mostraron cambios de expectativa mucho mayores que
en la tarea de azar. Sin embargo, el grupo deprimido no cambió más sus expectativas
en la tarca de habilidad que en la de azar. Además, cuanto más deprimido estaba el
sujeto, menos cambiaban sus expectativas en las tareas de habilidad: parecía creer
que sus respuestas no importaban más en las tareas de habilidad que en las de azar.
Cuando se igualó a los sujetos depresivos y a los no depresivos en ansiedad, sólo los
depresivos mostraron la disposición cognitiva negativa, lo que indica que este déficit
no es producido por la ansiedad, sino que es específico de la depresión[85]. Estos
resultados muestran empíricamente que, tanto la depresión, tal y como se da en la
vida real, como la indefensión inducida por acontecimientos incontrolables, resultan
en una disposición cognitiva negativa, consistente en la creencia de que el éxito y el
fracaso son independientes de los propios esfuerzos.
Miller y Seligman (1974 b) han proporcionado más pruebas sobre la simetría
entre depresión e indefensión aprendida valiéndose del análisis de la solución de
anagramas. En el capítulo III señalé que la exposición previa a un ruido inescapable
empeora la capacidad para resolver anagramas (p. 64). La incontrolabilidad
aumentaba el tiempo para resolver un anagrama, el número de fallos hasta llegar a
resolverlo y el número de ensayos necesarios para descubrir la regla de solución. Sin
embargo, estos sujetos no estaban deprimidos. ¿Produce la depresión real la misma
disposición cognitiva negativa, medida por una peor solución de anagramas, que la
indefensión inducida en el laboratorio? Para comprobarlo, presentamos a tres grupos
de estudiantes ruido escapable, ruido inescapable, o no les presentamos ruido alguno.
Según los resultados del Inventarío de Depresión de Beck (IDB), que es una escala de
estados de ánimo, la mitad de los sujetos de cada grupo estaban deprimidos, y la otra
mitad no. Como se había predicho, los sujetos deprimidos que no habían escuchado el
ruido, así como los sujetos no deprimidos que habían experimentado el ruido
inescapable, estuvieron muy mal en solución de anagramas: resolvieron menos,
tardaron más en los que resolvieron y les costó más descubrir la regla. Además,

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cuanto más deprimido estaba un sujeto, peor realizaba la tarea. Vemos de nuevo que
la depresión produce los mismos déficits que la indefensión inducida
experimentalmente[86].
Hubo otro grupo que presentó interesantes resultados: el grupo deprimido que
había experimentado el ruido escapable. Esta experiencia pareció invertir su
disposición cognitiva negativa, medida mediante la solución de anagramas. Este
grupo deprimido manifestó mucho mejor rendimiento que el grupo deprimido que no
había escuchado ningún ruido; en realidad, los sujetos de este grupo lo hicieron tan
bien como los del grupo no deprimido que no había escuchado el ruido. Resumiendo,
las personas deprimidas tienen una disposición cognitiva negativa o dificultad para
creer que sus respuestas son eficaces. Hemos podido demostrar esto
experimentalmente analizando la percepción del reforzamiento, la solución de
anagramas y el escape de un ruido por los depresivos. Los déficits mostrados por los
depresivos en estas tareas son exactamente los mismos que los producidos en
personas no depresivas por exposición a acontecimientos incontrolables. Estos
resultados proporcionan un fuerte apoyo al modelo de indefensión aprendida de la
depresión.

Evolución temporal. A veces, cuando a un hombre se le muere la esposa sólo está


deprimido durante unas pocas horas; otras veces durante varias semanas, meses o
incluso años. (A veces, claro está, se pone eufórico). Pero normalmente el tiempo
todo lo sana. Cuando se produce una catástrofe se observan evoluciones temporales
de la depresión paralelas a las de la indefensión experimental en el perro. Cuando un
equipo de investigadores voló a Worcester, Massachusetts, después de haberse
producido allí un tornado, pudieron comprobar que la población había actuado
correctamente durante la catástrofe[87]. Pero entre veinticuatro y cuarenta y ocho
horas después se produjo un colapso emocional; los residentes vagaban apáticos o se
quedaban sentados bajo la lluvia. No obstante, los síntomas se disiparon en varios
días. El tiempo juega un papel importante en casi todas las depresiones[88]. En las
depresiones endógenas el estado de ánimo suele pasar por ciclos regulares. En las
depresiones reactivas, el estado de ánimo deja al sujeto imposibilitado y, desde un
punto de vista terapéutico, es importante que los pacientes deprimidos sepan que su
desesperación se disipará si esperan el tiempo suficiente.
Ultimamente se ha hablado mucho sobre los derechos civiles de las personas que
quieren poner fin a su vida. La mayoría de nuestros Estados tienen leyes contra el
suicidio, y casi en todas partes se han tomado medidas para prevenirlo, como, por
ejemplo, la creación de centros de prevención. Los defensores de las libertades civiles
alegan que si una persona decide quitarse la vida, ninguna instancia debería interferir
con esa decisión[89]. Esa persona tiene el derecho a disponer libremente de sí misma,
de la misma forma que dispone de sus propiedades. Yo creo que esta postura es
errónea. Normalmente, el suicidio tiene su raíz en la depresión, y la depresión se

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disipa con el tiempo. Cuando una persona está deprimida, su idea del futuro no es
nada prometedora; se ve a sí misma indefensa y sin esperanzas, pero en muchos
casos, si esperase unas pocas semanas, esa disposición cognitiva cambiaría, y
únicamente debido al paso del tiempo; el futuro le parecería menos desesperado,
incluso aunque las circunstancias siguiesen siendo las mismas. Dicho de otra forma,
disminuiría la fuerza del deseo depresivo de matarse, aunque sus razones podrían
seguir siendo las mismas. Uno de los aspectos más trágicos del suicidio es que,
muchas veces, si se pudiera mantener inactiva a la persona, no volvería a desear
matarse.

Falta de agresión. Las personas deprimidas carecen prácticamente de hostilidad


manifiesta hacia los demás. Este síntoma es tan notable que Freud y sus seguidores
hicieron de él la base de la teoría psicoanalítica de la depresión[90]. Freud pensaba
que cuando se pierde un objeto amoroso, el depresivo se encoleriza, pero dirige esa
cólera liberada hacia si mismo, puesto que ya no puede disponer de la persona que le
«abandonó» y hacer caer sobre ella el peso de su hostilidad depresiva. Esta hostilidad
introyectada produce depresión, odio hacia sí mismo, deseos de suicidio y, por
supuesto, el síntoma característico, la ausencia de hostilidad hacia el exterior.
Desgraciadamente, no ha habido pruebas sistemáticas que apoyen esa
interpretación; desde luego, la teoría se encuentra tan lejos de lo observable que es
casi imposible ponerla a prueba directamente. Aun así, se han recogido algunas
pruebas a partir del análisis de los sueños. La teoría psicoanalítica mantiene que la
hostilidad enquistada de los depresivos debería manifestarse libremente en los
sueños; sin embargo, lo cierto es que, igual que su vida despierta, los sueños de los
depresivos están vacíos de hostilidad[91]. Incluso en sueños se ven a sí mismos como
perdedores y víctimas pasivas.
Teoría aparte, la observación psicoanalítica de que los depresivos parecen carecer
de agresión corresponde a la falta de agresión observada en la indefensión aprendida.
Yo veo el síntoma no como el psicoanalista, es decir, como causa de la depresión,
sino como resultado de la creencia en la indefensión, que es la causa de la depresión.
La agresión es sólo otro sistema de respuesta voluntaria que ha sido debilitado por la
creencia en la indefensión.
Nosotros hemos observado que las personas deprimidas son menos competitivas
en el laboratorio. En el capítulo III ya mencioné que Kurlander, Miller y yo habíamos
hallado que unos estudiantes universitarios a quienes primero se les había presentado
problemas discriminativos insolubles eran algo menos competitivos y daban más
respuestas de retraimiento en el juego del dilema del prisionero que los sujetos no
indefensos, a quienes se les había presentado problemas solubles, o no se les había
presentado ningún problema (p. 60). Estos sujetos no estaban deprimidos. Nosotros
replicamos ese experimento con sujetos deprimidos, y hallamos que los deprimidos
que no habían hecho problemas eran mucho menos competitivos en el juego y más

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retraídos que los no deprimidos, que tampoco habían hecho problemas. De nuevo,
tanto la depresión en la vida real como la indefensión inducida por la
incontrolabilidad reducen la competitividad y aumentan la pasividad.
En estudios sobre la depresión en primates se ha separado a monos jóvenes de sus
madres, alojándoles luego en una cámara oscura; a consecuencia de ello sobrevienen
déficits sociales y del comportamiento agresivo, así como una insuficiente iniciación
de respuestas. Estos déficits son paralelos a los producidos por la incontrolabilidad y
a los observados en la indefensión humana. Aunque en el capítulo VII trataré de los
experimentos sobre separación en niños, voy a referirme ahora a un estudio con
primates.
S. Suomi y H. Harlow pusieron a unos macacos de cuarenta y cinco días de edad
en una cámara vertical de 60,96 cm de profundidad por 15,24 cm de anchura, en la
que permanecieron aislados durante cuarenta y cinco días; como la cámara era opaca,
los monos recibían una estimulación mínima[92]. Al terminar este período se
comprobaron exhaustivamente sus respuestas sociales. Estos monos manifestaban
déficits sociales mucho mayores que unos controles criados en jaulas aisladas, y que
otros monos criados sin madres; cuando se les hicieron pruebas en un ambiente no
restringido, se mostraron profundamente deprimidos: hicieron muy pocos contactos
sociales con otros monos, y no manifestaron prácticamente ninguna conducta de
juego, permaneciendo, en cambio, tumbados y acurrucados en una esquina,
abrazándose a sí mismos. El crecimiento emocional de los monos encerrados quedó
definitivamente atrofiado, ya que posteriormente casi no desarrollaron ninguna
interacción social con sus iguales.
Es posible que el comportamiento depresivo inducido por el encierro ocurra
debido a que, igual que la descarga incontrolable o los problemas insolubles, el
encierro produce indefensión. Mientras está encerrado en la cámara, el mono está
indefenso, según la definición de incontrolabilidad. Tiene muy poco control sobre
todas las cosas: la comida y el agua le llegan independientemente de su conducta, no
hay objetos ni compañeros a los que poder controlar; ni siquiera puede mirar hacia
afuera de la cámara cuando quiere. Casi todas las cosas buenas en la vida de un mono
joven están ausentes y, por lo tanto, son incontrolables; incluso cuando ocurren, lo
hacen sin relación con su conducta.

Pérdida de libido y de apetito. Para una persona deprimida, la comida ha perdido


su sabor. Los depresivos graves comen menos y pierden peso. El interés sexual se
desvanece, y la depresión grave puede ir acompañada incluso de impotencia. Las
personas a quienes el depresivo antes encontraba atractivas y divertidas pierden
interés; la vida pierde su chispa. Estos síntomas se corresponden con los déficits
apetitivos, sexuales y sociales que se observan en los animales indefensos.

Disminución de la norepinefrina y actividad colinérgica. La hipótesis más

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destacada sobre el origen fisiológico de la depresión es la llamada hipótesis de la
catecolamina[93]. Según esta hipótesis, se produce una disminución de la
norepinefrina en determinados puntos del sistema nervioso de los depresivos. Las
pruebas al respecto son indirectas; hay dos tipos de drogas antidepresivas, los
inhibidores de la monoaminooxidasa (MAO) y los tricíclicos, que tienen la propiedad
común de mantener una reserva de NE en el cerebro[94]. Una droga, la reserpina, que
se utilizaba para disminuir la presión sanguínea de los enfermos cardíacos, tiene entre
otros el efecto de producir ocasionalmente estados depresivos y de hacer también
disminuir la NE. El AMPT, que tiene un efecto reductor de la NE muy específico,
produce retraimiento social y otras conductas de carácter depresivo en los monos, y
vuelve a las ratas incapaces de escapar de una descarga[95]. Posiblemente, estos
hallazgos se correspondan con los déficits de NE observados por Weiss y sus
colaboradores en las ratas indefensas (1970, 1974).
Un descubrimiento reciente apoya la posibilidad de que en la depresión se halle
presente la actividad colinèrgica. Cuando se inyecta fisostigmina, una droga que
activa el sistema colinèrgico, a personas normales, a los pocos minutos surge un
estado depresivo[96]. Se apoderan del sujeto sentimientos de indefensión, deseos de
suicidio y odio a sí mismo. (Dicho sea de paso, la marihuana hace aumentar esos
efectos). Cuando a esas personas se les inyecta atropina, un bloqueador de la
actividad colinèrgica, los síntomas desaparecen y los sujetos vuelven a su estado
normal. Quizás esto sea paralelo al hallazgo de que inyectar atropina en el septum
curaba la indefensión aprendida en los gatos.

Aun cuando los síntomas de la indefensión aprendida y de la depresión tengan


muchas cosas en común, hay dos síntomas producidos por la descarga incontrolable
que pueden o no tener su contraparte en la depresión. Primero, la frecuencia y
gravedad de las úlceras de estómago es mayor en las ratas que reciben descargas
incontrolables que en las que reciben descargas controlables[97]; no conozco ningún
trabajo que haya investigado la relación entre depresión y úlceras de estómago.
Segundo, la descarga incontrolable produce más ansiedad que la descarga
controlable, según medidas subjetivas, conductuales y fisiológicas; no hay una
respuesta clara a la pregunta de si las personas deprimidas son más ansiosas que las
personas no deprimidas. En algunos individuos puede observarse ansiedad y
depresión al mismo tiempo, pero en los pacientes internados sólo hay una pequeña
correlación entre ambas. W. Miller y sus colaboradores (1974) encontraron muy
pocos estudiantes universitarios deprimidos que no fuesen también ansiosos, aunque
fue fácil encontrar estudiantes ansiosos que no estuviesen deprimidos. Ya he
expresado antes mi opinión acerca de la relación entre ansiedad y depresión: cuando
una persona o un animal se enfrentan a una amenaza o a una pérdida, su respuesta
inicial es el miedo; si aprenden que la amenaza es totalmente controlable, el miedo,
una vez cumplida su función, desaparece; si siguen sin estar seguros de la

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controlabilidad, el miedo permanece; si aprenden que la amenaza es totalmente
incontrolable o les convencen de ello, la depresión sustituye al miedo.
Hay también varios aspectos de la depresión que aún no se han investigado
suficientemente en la indefensión aprendida. Entre ellos sobresalen los síntomas
depresivos que no pueden investigarse en los animales: ánimo abatido, sentimientos
de culpa y de disgusto hacia sí mismo, pérdida de alegría, ideas de suicidio y llanto.
Ahora que se ha logrado producir con fiabilidad la indefensión aprendida en el
hombre, es posible determinar si alguno o todos esos estados ocurren en la
indefensión. Si se emprenden esos estudios, los investigadores deben tener mucho
cuidado en reparar todos los efectos producidos por las manipulaciones
experimentales.
Estas son, pues, las lagunas que aún quedan por llenar. Con todo, no conozco
ninguna prueba que desmienta directamente la semejanza sintomática entre la
indefensión aprendida y la depresión. Desde luego, cuando se pregunta a los
depresivos qué es lo que sienten, los sentimientos más sobresalientes que refieren son
la indefensión y la desesperanza[98].

Etiología de la depresión e indefensión aprendida

La indefensión aprendida es producida por el aprendizaje de que las respuestas y


el reforzamiento son independientes; así pues, el modelo mantiene que la causa de la
depresión es la creencia de que la acción es inútil. ¿Qué tipo de acontecimientos
desencadenan las depresiones reactivas? El fracaso en el trabajo o en la escuela, la
muerte de un ser querido, el rechazo o la separación de amigos y seres queridos, la
enfermedad física, las dificultades económicas, el enfrentarse a problemas insolubles
y el envejecimiento[99]. Hay muchos más, pero esta lista sirve para dar una idea.
Mi opinión es que lo que estas experiencias tienen en común y lo que constituye
la médula de la depresión es una misma cosa: el paciente deprimido cree o ha
aprendido que no puede controlar aquellos elementos de su vida que alivian el
sufrimiento, resultan gratificantes o proporcionan el sustento; en pocas palabras, cree
que está indefenso. Consideremos algunos de los acontecimientos precipitantes: ¿cuál
es el significado del fracaso en el trabajo o de la incompetencia en la escuela? A
menudo esto significa que todos los esfuerzos de la persona han sido en vano, que sus
respuestas han fallado en lograr sus deseos. Cuando un individuo es rechazado por
alguien a quien ama, ya no puede controlar su fuente más significativa de
gratificación y apoyo. Cuando muere un familiar o un amante, la persona afligida es
ya incapaz de conseguir que el desaparecido le proporcione amor. La enfermedad
física y el envejecimiento son las condiciones productoras de indefensión por
excelencia; la persona encuentra inefectivas sus propias respuestas y es confiada al
cuidado de los demás.

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Aunque no sean desencadenadas por un acontecimiento explícito inductor de
indefensión, las depresiones endógenas pueden también llevar consigo la creencia en
la indefensión. Sospecho que, subyacente al continuo endógeno-reactivo, debe haber
un continuo de susceptibilidad a esta creencia. En el punto endógeno más extremo, el
más mínimo obstáculo provocará en el depresivo un círculo vicioso de creencias en
su ineficacia. En el extremo reactivo, se necesita una serie de acontecimientos
desastrosos en los que la persona se encuentre realmente indefensa para forzarle a
creer que responder es inútil. Considérese, por ejemplo, la sensibilidad premenstrual
a los sentimientos de indefensión. Poco antes de tener el período, a una mujer le
puede ocurrir que el simple hecho de romper un plato desencadene un estado de total
depresión junto a sentimientos de indefensión. Romper un plato no le perturbaría
tanto en otros momentos del mes; para que se desencadenase la depresión harían falta
varios traumas importantes sucesivos.
¿Es la depresión un trastorno cognitivo o emocional? Ni una cosa ni otra, sino las
dos. Está claro que las cogniciones de indefensión bajan el ánimo y que un ánimo
bajo, que puede ser producido por medios fisiológicos, aumenta la susceptibilidad a
las cogniciones de indefensión; este es precisamente el círculo vicioso más insidioso
de la depresión. Creo que, en la depresión, la distinción cognición-emoción terminará
siendo insostenible. En la realidad, cognición y emoción no tienen por qué ser
entidades separadas sólo porque nuestro lenguaje las separe. Cuando se observa de
cerca la depresión, es innegable la perfecta interdependencia de sentimientos y
pensamientos: no nos sentimos deprimidos sin tener pensamientos depresivos, ni se
tienen pensamientos depresivos sin sentirse deprimido. Creo yo que es un error
lingüístico y no un error de comprensión lo que ha fomentado la confusión acerca del
carácter emocional o cognitivo de la depresión.
No soy el único que piensa que las cogniciones de indefensión son la causa
central de la depresión. El teórico psicodinámico E. Bibring (1953) ve asi la cuestión:

Se supone que lo que se ha descrito como mecanismo básico de la depresión,


la terrible conciencia que el yo tiene de su indefensión respecto a sus
aspiraciones, constituye el núcleo de la depresión normal, de la neurótica y,
quizá también, de la psicòtica.

F. T. Melges y J. Bowlby (1969) ven también esto mismo como causa de la


depresión:

Nuestra tesis es que, aunque las metas de un paciente deprimido


permanezcan relativamente inalteradas, su estimación de la posibilidad de
lograrlas y su confianza en la eficacia de sus propias acciones organizadas
quedan ambas disminuidas… La persona deprimida cree que sus planes de

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acción ya no son efectivos para alcanzar las que aún siguen siendo sus metas
últimas… Creemos que de este estado de ánimo se deriva gran parte de la
sintomatologia depresiva, incluidas la indecisión, la incapacidad para actuar,
el aumento de las demandas a las demás personas y los sentimientos de
inutilidad y de culpa por las tareas no realizadas[100].

P. Lichtenberg (1957) considera la desesperanza como la característica definitoria


de la depresión:

La depresión se define como una manifestación de la desesperanza sentida


respecto al logro de metas, cuando la responsabilidad de esa desesperanza se
atribuye a los defectos de uno mismo. En este contexto, la esperanza se
concibe como una función de la probabilidad percibida de éxito respecto al
logro de la meta.

Los teóricos de orientación conductual piensan que la depresión es causada por


una pérdida de reforzadores o extinción de las respuestas[101]. No hay contradicción
entre las consideraciones de la depresión desde los puntos de vista de la extinción y
de la indefensión aprendida; no obstante, la indefensión es más general. Quizá sea
necesario aclarar un poco esta distinción. La extinción se refiere a la contingencia en
la que se retira totalmente el reforzamiento, de manera que la respuesta del sujeto (así
como la ausencia de respuesta) ya no produce reforzamiento. La pérdida de
reforzadores, como en el caso de la muerte de un ser querido, puede ser considerada
como extinción. En los procedimientos convencionales de extinción, la probabilidad
del reforzador, responda o no el sujeto, es cero. Este es un caso especial de
independencia entre respuestas y reforzamiento (el origen de la línea de 45" en el
espacio de contingencia de respuesta, figura 2-3). No obstante, puede producirse
reforzamiento con una probabilidad mayor de cero y seguir siendo independiente de
la respuesta. Este es el paradigma típico de indefensión; contingencias como esa
hacen que la respuesta ya establecida disminuya en probabilidad[102]. El modelo de
indefensión, que se refiere a la independencia entre respuesta y reforzador, incluye el
punto de vista de la extinción y, además, sugiere que aun las condiciones en las que el
reforzador se presenta, pero independientemente de la respuesta, producirán
indefensión.
¿Puede realmente la depresión ser causada por contingencias distintas a la
extinción, contingencias en las que sigue ocurriendo reforzamiento, pero fuera del
control del individuo? ¿Requiere la depresión una pérdida neta de reforzadores o
puede producirse cuando sólo hay pérdidas de control? ¿Se deprimirá un Don Juan
que se acostase con siete chicas cada semana si descubriera que su éxito no se debía a
sus dotes amatorias sino a su fortuna o a su hada madrina? Este es un caso

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teóricamente interesante, pero sólo podemos especular acerca de lo que ocurriría.
Nuestra teoría de la indefensión afirma que no es la pérdida de reforzadores, sino la
pérdida del control sobre los reforzadores, lo que causa la depresión; la depresión de
éxito y otros fenómenos relacionados proporcionan algunos indicios de que eso es lo
que ocurre.

Una especulación sobre el éxito y la depresión

Apareció ya el anhelado signo.


Cuando la felicidad llega
satisface menos de lo que se esperaba.
K. Kavafis.

Mi reacción general a las sentencias políticas y metafísicas generales depende de


mis particulares sentimientos hacia mí mismo. Consideremos, por ejemplo, la
afirmación «el hombre debe crear su propio sentido; no se le ha encomendado tarea
más grande», en la que, por cierto, yo creo. Cuando me siento mal conmigo mismo
porque he dado una mala clase o he caído en la cuenta de que hay alguien a quien no
le gusto, esta afirmación metafísica me entristece. «La vida es absurda», me digo a mí
mismo. «Mis actos no tienen ningún sentido». Por otra parte, cuando estoy contento
de mí mismo porque he dado una buena clase o alguien me ha manifestado su afecto,
me siento eufórico en relación con esa frase. «El hombre debe labrarse su propio
destino», pienso entonces. «Nadie puede dictarme los términos de mi vida». En
general, creo que lo que sentimos hacia las sentencias generales que no tienen un
impacto inmediato en nuestras vidas, refleja lo que en ese momento sentimos hacia
nosotros mismos.
Durante los últimos años, han venido muchos alumnos míos a decirme que se
sentían deprimidos. A menudo, atribuían su depresión al convencimiento de que la
vida no tenía sentido en sí misma, de que la guerra del Vietnam no terminaría nunca,
de que los pobres y los negros estaban oprimidos o nuestros líderes corrompidos.
Todas ellas son inquietudes válidas y es totalmente justo dedicarles tanta atención y
energía. Pero ¿estaba el sentimiento real de depresión causado directamente por esos
problemas? Evidentemente, para una persona pobre, un negro o un estudiante a punto
de ser llamado a filas, estas afirmaciones podrían ser la causa directa de una
depresión. Pero la mayoría de los estudiantes que vi no eran pobres, ni negros, ni
estaban a punto de ser llamados a filas; estas preocupaciones estaban muy alejadas de
su vida diaria. Aun así, ellos decían estar deprimidos por su causa; no sólo
preocupados o furiosos, sino deprimidos. En mi opinión, todo ello quería decir que se
sentían mal por algo mucho más cercano a su hogar, algo relacionado con ellos
mismos, sus capacidades y su vida diaria. Hoy día cunden ese tipo de depresiones

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existenciales, yo diría que mucho más que hace diez años, cuando yo era estudiante.
A primera vista puede resultar paradójico. Ahora se tienen mucho más al alcance
que antes la mayor parte de las buenas cosas de la vida: más sexo, más discos, más
estímulo intelectual, más libros, más poder adquisitivo. Por otra parte, siempre ha
habido guerras, opresión, corrupción y absurdo; la condición humana ha sido muy
estable en ese sentido. ¿Por qué habría de encontrarse deprimida esta generación
especialmente afortunada?
Creo que la respuesta puede estar en la falta de contingencia entre las acciones de
estos estudiantes y las buenas cosas, asi como los acontecimientos negativos, que
siguen su propio curso. Los reforzadores llegan menos gracias a los esfuerzos de los
jóvenes que se benefician de ellos que debido a que la sociedad es opulenta. Han
tenido pocas experiencias de trabajo duro seguido de recompensa. ¿De dónde se saca
el sentido de dominio, utilidad y autoestima? No de lo que se posee, sino de una larga
experiencia comprobando cómo nuestras propias acciones cambian el mundo.
Así pues, lo que mantengo es que, no sólo el trauma independiente de la
respuesta, sino los acontecimientos positivos no contingentes, pueden producir
indefensión y depresión. Después de todo, ¿cuál es el significado evolutivo del estado
de ánimo? Seguramente podrían construirse organismos sensibles sin estados de
ánimo; así es como están hechas las computadoras complejas. ¿Qué presión selectiva
produjo los sentimientos y el afecto? Quizá el sistema hedónico haya evolucionado a
fin de estimular y suministrar energía a la acción instrumental. Mi opinión es que un
estado de ánimo alegre acompaña y motiva las respuestas eficaces y que en ausencia
de respuestas eficaces surge un estado aversivo que los organismos persiguen evitar.
Ese estado se llama depresión. Es tremendamente significativo que, cuando a las ratas
o a las palomas se les da la oportunidad de elegir entre conseguir comida «gratis» y
conseguir esa misma comida por responder, eligen trabajar[103]. Los niños sonríen a
un móvil cuyos movimientos son contingentes respecto a sus respuestas, pero no a un
móvil no contingente[104]. ¿Los cazadores cazan por el placer de matar o los
escaladores escalan picos para conseguir la gloria? Creo que no. De bido a que estas
actividades implican respuestas instrumentales efectivas, producen alegría.
La disforia producida por la interrupción de las respuestas efectivas quizá
explique la «depresión de éxito». No es infrecuente que cuando una persona alcanza
por fin una meta por la que ha estado luchando durante años, surja la depresión. Los
funcionarios elegidos para un puesto oficial tras una dura campaña, los presidentes de
la Asociación Americana de Psicología, los novelistas de éxito e incluso los hombres
que aterrizan en la Luna, pueden volverse gravemente deprimidos poco después de
alcanzar la cumbre. Para una teoría de la depresión en términos de pérdida de
reforzadores, estas depresiones resultan paradójicas, ya que el individuo que tiene
éxito sigue recibiendo la mayoría de sus antiguos reforzadores, además de muchos
más reforzadores nuevos que nunca.
Para la teoría de la indefensión, este fenómeno no es paradójico. Las personas que

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tienen éxito y están deprimidas dicen que ya no son recompensadas por lo que hacen
sino por lo que son o por lo que han hecho. Lograda la meta por la que lucharon, sus
recompensas les llegan ahora independientemente de toda actividad instrumental que
estén realizando. Hay más mujeres bellas deprimidas y suicidas de las que
aparentemente debería haber; pocas personas consiguen más recompensas; atención,
coches, amor. Cuando se les recuerda lo afortunadas que son responden disgustadas:
«Todas esas cosas me las dan por mi aspecto, no por lo que realmente soy».
En resumen, sugiero que lo que produce autoestima y sentido de competencia y
protege contra la depresión no es sólo la cualidad absoluta de la experiencia, sino la
percepción de que son las acciones de uno mismo las que controlan esa experiencia.
En la medida en que ocurran acontecimientos incontrolables, sean traumáticos o
positivos, habrá una predisposición a la depresión y una disminución de la fuerza del
yo. En la medida en que ocurran acontecimientos controlables, surgirá un sentido de
dominio y se forjará la resistencia a la depresión.

Curación de la depresión e indefensión aprendida

La exposición forzada al hecho de que las respuestas producen reforzamiento es


la forma más efectiva de romper la indefensión aprendida. La indefensión se disipa
también con el tiempo. Además, hay dos terapias fisiológicas que parecen tener cierto
efecto: la descarga electro-convulsiva (DEC) interrumpió la indefensión en tres de
seis perros[105] y la atropina introducida en el septum a través de una cánula produjo
igual efecto en gatos.
No existe una panacea científicamente establecida para la depresión. Sin
intervención alguna, la depresión se disipa a menudo en pocas semanas o meses; sin
embargo, se ha informado de algunas terapias que alivian la depresión y son
coherentes con la teoría de la indefensión aprendida. Desde esta perspectiva, la meta
central de una terapia con éxito debería ser el hacer que el paciente llegue a creer que
sus respuestas producen la gratificación que desea; que es, en pocas palabras, un ser
humano eficaz. Bibring (1953) ve la cuestión desde esta misma perspectiva:

Las mismas condiciones que originan la depresión (indefensión), cuando se


invierten sirven a menudo para su recuperación. En términos generales,
puede decirse que la indefensión remite cuando (a) las metas y objetivos
importantes en un sentido narcisista se muestran nuevamente al alcance (lo
cual suele ir seguido de un estado temporal de euforia), o (b) cuando se
reducen o modifican de forma que sean realizables, o (c) cuando se renuncia
totalmente a ellos, o (d) cuando el yo se recupera del choque narcisista al
volver a ganar su autoestima con la ayuda de varios mecanismos de
recuperación (con o sin cambio de meta u objetivo)[106].

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La terapia cognitiva de A. T. Beck (1970, 1971) persigue el mismo fin[107]. Desde
su punto de vista, una intervención lograda cambia la disposición cognitiva negativa
por otra más positiva: este autor mantiene que la principal tarea del terapeuta es
cambiar las expectativas negativas del paciente deprimido por otras más optimistas,
de forma que el paciente llegue a confiar en que sus respuestas producirán los
resultados deseados.
Melges y Bowlby (1969) ven también la reversión de la indefensión como el tema
central en el tratamiento de la depresión:

Si el argumento de que la desesperanza en alguna de sus formas constituye el


principal denominador de ciertos tipos de psicopatología resulta ser válido,
las intervenciones terapéuticas tendrían que evaluarse en términos del grado
en que ayudan a los pacientes a cambiar su actitud hacia el futuro… Uno de
los principales objetivos de la terapia de orientación intuitiva es ayudar al
paciente a reconocer algunas de las metas arcaicas e inalcanzables por las
que quizá siga aún luchando, así como los planes impracticables a los que
quizá siga aferrado, objetivos que son especialmente claros cuando un
paciente sufre de una forma patológica de duelo. Se cree que, mediante
técnicas psicoanaliticas, puede a veces liberarse a un paciente de las
condiciones que le llevaron a la desesperación, dándole la oportunidad tanto
de marcarse metas más alcanzables como de adoptar planes más efectivos.
También se están estudiando técnicas conductuales para ver en qué medida
logran establecer actitudes más positivas hacia el futuro[108].

Hay también otras terapias de las que se dice logran mitigar la depresión y
proporcionan al paciente control sobre acontecimientos importantes. En el «Plan
Tuscaloosa» de un hospital de la Administración de Veteranos en Alabama, los
pacientes profundamente deprimidos son llevados a una «sala antidepresiva»[109]. En
esta sala, el paciente es sometido a una actitud de «amable firmeza»: se le dice que
lije un trozo de madera y luego se le reprende cuando lija a contra hebra. Entonces
lija a hebra, pero al instante se le reprende también por ello. Otras veces se le dice
que empiece a contar cerca de un millón de pequeñas conchas esparcidas por el suelo.
Este acoso sistemático continúa hasta que el paciente deprimido termina diciéndole al
celador «déjeme en paz» o algo como «esta es la última concha que cuento».
Entonces se le deja salir inmediatamente de la habitación pidiéndole disculpas. El
paciente ha sido forzado a emitir una de las respuestas más poderosas que tenemos
para controlar a los demás, la ira, y cuando se logra sacar esta respuesta de su
empobrecido repertorio, queda fuertemente reforzado. Esto produce una duradera
remisión de la depresión.
En la terapia de entrenamiento asertivo, el paciente ensaya activamente respuestas

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sociales asertivas, mientras que el terapeuta juega el papel del jefe al que se está
echando una reprimenda o de la esposa dominante que se arrepiente de su
comportamiento y suplica perdón. También en este caso el paciente realiza respuestas
que tienen resultados muy visibles[110]. Probablemente sea beneficioso para las
personas levemente deprimidas el devolver una mercancía defectuosa en los grandes
almacenes o el tocar el timbre en el mostrador de la carnicería para que les pongan
exactamente el peso que han pedido.
La exposición gradual a las contingencias respuesta-reforzamiento del trabajo
refuerza el comportamiento activo y puede ser un método eficaz contra la depresión.
En un tratamiento de la depresión por asignación gradual de tareas, E. P. Burgess
(1968) hacía primero que sus pacientes emitiesen un segmento mínimo de conducta,
como hacer una llamada telefónica. Este terapeuta subraya que es de crucial
importancia que el paciente tenga éxito, en vez de que simplemente comience y
abandone enseguida. Luego, se aumentaron los requerimientos de la tarea y se
reforzó al paciente con la atención e interés del terapeuta por haber realizado
adecuadamente las tareas.
Burgess y otros autores han señalado el papel de la ganancia secundaria en la
depresión: a menudo, se dice que los depresivos utilizan instrumentalmente sus
síntomas para ganarse la simpatía, el afecto y la atención de los demás. Pasándose el
día en la cama llorando, en vez de ir a trabajar, un hombre deprimido puede hacer que
su mujer, que se pasa el tiempo flirteando, le preste más atención e incluso quizá
llegue a ganársela de nuevo. Las ganancias secundarias son irritantes y durante la
terapia muchas veces se ve uno tentado a retirar las recompensas que las mantienen.
Pero en este caso se impone la precaución: las ganancias secundarias pueden explicar
la persistencia o el mantenimiento de algunos comportamientos depresivos, pero no
cómo surgieron. La teoría de la indefensión sugiere que la no iniciación de respuestas
activas tiene su origen en la percepción que el paciente tiene de que no puede
controlar los acontecimientos. Así pues, la pasividad del paciente deprimido puede
tener dos fuentes: 1, el paciente puede ser pasivo por razones instrumentales, ya que
el estar deprimido le proporciona simpatía, atención y amor; y 2, el paciente puede
ser pasivo porque cree que ninguna respuesta será efectiva para controlar su entorno.
Comparando la primera con la segunda, podría llegarse a la conclusión de que, aun
siendo un obstáculo práctico para la terapia, la ganancia secundaria es un signo
esperanzador en la depresión: significa que al menos hay alguna respuesta (aunque
sea pasiva) que el paciente cree poder realizar eficazmente. Recuérdese que los perros
cuya pasividad era reforzada por la terminación de la descarga no estaban tan
debilitados como aquellos para los que su terminación era independiente de todo tipo
de respuesta (p. 47). De la misma forma, los pacientes que utilizan su depresión como
forma de controlar a los demás, quizá tengan mejor pronóstico que los que ya se han
dado por vencidos.
Mis colaboradores y yo hemos utilizado un tratamiento de asignación gradual de

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tareas, como el de Burgess, con 24 depresivos hospitalizados[111]. Se asignaron a
estos pacientes tareas verbales de dificultad cada vez mayor durante una sesión de
una hora, alabándoles tras realizar acertadamente cada tarea. Primero se les pidió que
leyesen un párrafo en voz alta. Luego se les pidió que leyesen otro párrafo más, con
expresión y utilizando sus propias palabras; luego, que leyesen en voz alta y con
expresión, además de interpretar y discutir las opiniones del autor. En el punto más
alto de la jerarquía se pidió a los pacientes que escogiesen uno de entre tres temas y
diesen una charla improvisada. Todos los pacientes llegaron a ese punto y lograron
dar la charla. (Todo el que haya trabajado con depresivos hospitalizados sabe que no
suelen dar charlas improvisadas). 19 de los 24 pacientes mostraron una mejora
sustancial e inmediata de su estado de ánimo, medida por la calificación que el propio
paciente se daba en una escala de estados de ánimo. Aunque no observamos cuánto
tiempo duró la mejoría, resulta esclarecedora la frase de un paciente que, sonriendo,
dijo: «¿Sabe?, cuando estaba en el instituto solía polemizar mucho, y ya había
olvidado lo bien que lo hacia»[112].
Existen otros paralelos con la indefensión aprendida en la terapia de la depresión.
La descarga electroconvulsiva resulta efectiva en cerca del sesenta por ciento de las
depresiones, aunque sea principalmente en las depresiones endógenas. Posiblemente,
la atropina sea un antidepresivo.
A menudo, la gente adopta sus propias estrategias para hacer frente a sus
pequeñas depresiones. Pedir ayuda y conseguirla o ayudar a alguien (aunque sea a un
perrito), son dos estrategias que suponen un cierto aumento del control, y pueden
aliviar depresiones menores. La estrategia que yo empleo es forzarme a trabajar:
sentarme a escribir un artículo, leer un texto difícil o un artículo de una revista
técnica o resolver un problema de matemáticas. ¿Qué mejor forma tiene un
intelectual de comprobar que sus esfuerzos pueden seguir siendo efectivos y
gratificantes que enfrascarse en una lectura difícil, en la escritura o en la solución de
un problema? Por supuesto, es esencial ser constante: si empiezo a resolver el
problema de matemáticas pero lo dejo a la mitad, la depresión irá a más.
Muchas terapias, desde el psicoanálisis a los grupos T, aseguran poder curar la
depresión. Sin embargo, aún no disponemos de estudios bien controlados que
proporcionen pruebas suficientes para evaluar la efectividad de las diversas
psicoterapias de la depresión. Las pruebas que yo he presentado están seleccionadas,
ya que sólo me he referido a aquellos tratamientos que resultan compatibles con la
indefensión. Es posible que cuando otras terapias funcionan, ello también se deba a
que devuelven al paciente un sentimiento de eficacia. Lo que ahora necesitamos son
pruebas experimentales que aíslen la variable efectiva en el tratamiento psicológico
de la depresión. También es esencial que, puesto que la depresión se disipa con el
tiempo, las investigaciones incluyan grupos de control sin tratamiento, contando con
el consentimiento del paciente.

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Prevención de la depresión e indefensión aprendida

La indefensión aprendida puede prevenirse si el sujeto domina los


acontecimientos antes de ser expuesto a su incontrolabilidad. ¿Puede prevenirse la
depresión? Casi todo el mundo pierde el control sobre alguno de los acontecimientos
significativos de su vida: los padres mueren, un ser querido nos rechaza, o se fracasa
en alguna empresa. Todos nos deprimimos leve y transitoriamente a raíz de tales
acontecimientos, pero ¿por qué algunas personas han de ser hospitalizadas durante
largos periodos por una depresión, mientras que otras se recuperan? Me ocuparé más
detenidamente de este problema en el capítulo VII, que trata del desarrollo infantil; en
este momento, sólo puedo especular, pero mis especulaciones serán guiadas por los
datos sobre la inmunización contra la indefensión.
Las historias de los individuos que son especialmente resistentes a la depresión o
que se recuperan de ella quizá se hayan caracterizado por el dominio sobre los
acontecimientos; probablemente estas personas hayan tenido a lo largo de su vida una
amplia experiencia de control y manipulación de las fuentes de reforzamiento, y
consecuentemente vean el futuro con optimismo. En cambio, las personas que son
especialmente susceptibles a la depresión quizá hayan tenido una vida relativamente
desprovista de dominio sobre su ambiente; probablemente su vida haya estado llena
de situaciones en las que se vieron impotentes para influir sobre sus fuentes de alivio
y sufrimiento.
La relación entre la depresión adulta y la pérdida de los padres durante la niñez
resulta aquí relevante: parece probable que los niños que pierden a sus padres
experimenten indefensión y sean posteriormente más susceptibles a la depresión. Los
datos existentes al respecto son variados, pero tienden a establecer la muerte de los
padres como un factor que predispone a la depresión. En términos generales,
estadísticamente es más probable que los niños que sufren tempranamente la pérdida
de sus padres se vuelvan deprimidos con más frecuencia e incluso intenten más
suicidarse[113].
Con todo, aquí se impone la precaución. Mientras que resulta razonable que una
prolongada experiencia de acontecimientos controlables haga a una persona más
capaz de recuperarse de la depresión, ¿qué hay de la persona que sólo ha encontrado
un éxito tras otro? La persona cuyas respuestas siempre han tenido éxito, ¿será
especialmente susceptible a la depresión cuando se enfrente a situaciones que caigan
fuera de su control? Todos conocemos a alguien que hizo un bachiller maravilloso,
pero se atascó al encontrarse en la universidad con el primer suspenso de su vida.
Todo el mundo acaba topando con el fracaso y la ansiedad; probablemente, tanto el
tener demasiado éxito en el control de los reforzadores, como el tener muy poco,
impidan el desarrollo y utilización de respuestas para hacer frente al fracaso.
Una terapia eficaz debería ser preventiva. La terapia no debe centrarse

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únicamente en deshacer los problemas pasados; también debería armar al paciente
contra futuras depresiones. ¿Sería más eficaz la terapia de la depresión si se dirigiese
explícitamente a proporcionar al paciente un amplio repertorio de respuestas de
emergencia que pueda utilizar en los momentos en que sus respuestas usuales
resulten ineficaces?

RESUMEN

He revisado datos de dos tipos convergentes de literatura, la de la depresión y la


de la indefensión aprendida. Tal como se resume en el cuadro 5-1, todos los
principales síntomas de la indefensión aprendida tienen un paralelo en los síntomas
de la depresión. Esto sugiere que la depresión reactiva, igual que la indefensión
aprendida, tiene sus raíces en la creencia de que los acontecimientos importantes son
incontrolables. Por lo tanto, la meta central de la terapia de la depresión es que el
paciente vuelva a creer que puede controlar los acontecimientos que para él son
importantes. Los resultados terapéuticos que he seleccionado proporcionan cierto
apoyo a esta proposición. Por último, he especulado que la experiencia de
acontecimientos incontrolables puede predisponer a una persona a la depresión,
mientras que las experiencias tempranas de dominio pueden inmunizarla.

CUADRO 5.1
RESUMEN DE LOS RASGOS COMUNES A LA INDEFENSION APRENDIDA Y
A LA DEPRESION

Indefensión aprendida Depresión

SÍNTOMAS Pasividad. Pasividad.

Dificultad para aprender que las Disposición cognitiva


respuestas producen alivio. negativa.

Se disipa con el tiempo. Curso temporal.

Falta de agresión. Hostilidad introyectada.

Pérdida de peso, pérdida de Pérdida de peso, pérdida de


apetito, déficits sociales y apetito, déficits socíales y
sexuales. sexuales.

Disminución de norepinefrina y Disminución de norepinefrina


actividad colinérgica. y actividad colinérgica.

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Ulceras y tensión. Ulceras (?) y tensión.

Sentimientos de indefensión.

Aprendizaje de que respuestas y Creencia en la inutilidad de la


CAUSA
reforzamiento son independientes. respuesta.

Terapia directiva: exposición Recuperación de la creencia


CURACIÓN forzada a respuestas que producen de que responser produce
reforzamiento. reforzamiento.

Descarga electroconvulsiva. Descarga electroconvulsiva.

Tiempo. Tiempo.

Anticolinérgicos; estimulantes de Estimulantes de norepinefrina;


norepinefrina (?). anticolinérgicos (?).

Inmunización por dominio del


PREVENCIÓN (?)
reforzamiento.

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Capítulo VI
ANSIEDAD E IMPREDECIBILIDAD

Durante las primeras horas de una mañana de febrero de 1971, un fuerte


terremoto azotó Los Angeles. La experiencia de Marshall fue la típica de un
muchacho de dieciocho años en el Valle de San Femando, epicentro del seísmo: se
despertó a las cinco cuarenta y cinco, en medio de un ruido parecido al de un tren que
por un túnel se abalanzara sobre él. Aturdido y aterrorizado, miró hacia arriba; ¡el
techo se movía! Mientras era balanceado de uno a otro lado le caían encima trozos de
yeso. El suelo se onduló; gritó y oyó los gritos de terror de sus padres, procedentes de
la habitación contigua. Aunque todo esto duró sólo treinta segundos, le pareció una
eternidad de terror, mientras el propio suelo se movía bajo él.
Tres años después, Marshall seguía mostrando los postefectos psicológicos de
aquella mañana. Era tímido y asustadizo; cualquier sonido leve e inesperado le
aterrorizaba. Tenía problemas para dormirse y, una vez que lo conseguía, su sueño era
ligero e inquieto; de vez en cuando se despertaba gritando.
Igual que los acontecimientos traumáticos, los terremotos contienen fuertes
elementos de incontrolabilidad. No hay nada que una persona pueda hacer para evitar
un terremoto, aunque se pueden tomar medidas de seguridad y realizar respuestas
después de que ya ha pasado. Un rasgo mucho más sobresaliente de los terremotos es
su total incontrolabilidad: vienen de la nada; la primera sacudida es completamente
repentina. Los síntomas de Marshall coinciden con un cuadro de ansiedad que no
tiene que ver con la incontrolabilidad, sino con el concepto relacionado de
impredecibilidad.

DEFINICION DE IMPREDECIBILIDAD

Podemos definir la predecibilidad y la impredecibilidad de forma totalmente


paralela a nuestra definición de controlabilidad e incontrolabilidad. Por ejemplo,
pensemos en unos astronautas que han aterrizado en Marte y están tratando de
predecir cuándo ocurrirá una tormenta de arena. Por supuesto, la ocurrencia de

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tormentas de arena es incontrolable; lo mejor que pueden hacer los astronautas es
intentar predecirlas y luego asegurar con listones las escotillas. Después de pasar allí
tres días nublados por el polvo, observan que todos los días se ha producido una
tormenta de arena. En este momento han observado la probabilidad de que un día
nublado haya tormenta de arena [p (tormenta de arena/nubes)] es de 1,0, y se hacen la
hipótesis de que las nubes predicen perfectamente las tormentas de arena. Pero
entonces pasan dos días nublados sin tormenta de arena; ahora, la probabilidad de que
un día nublado haya tormenta de arena es de 0,6. Las nubes siguen diciéndoles que es
mejor alerta, pero ya no son un buen predictor de las tormentas de arena.

Figura 6-1
Probabilidad de una tormenta de arena en un día nublado.

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Figura 6-2
Probabilidad de una tormenta de arena en un día nublado y en un día despejado.

De los días 6 a 10 no hay nubes de polvo; tres de estos cinco días hay tormenta de
arena, pero los demás no. Durante estos cinco días, la probabilidad de una tormenta
de arena, dado que no haya nubes [p (tormenta de arena/nubes)], es de 0,6.
¿Guardan las nubes alguna relación predictiva con las tormentas de arena? La
respuesta es no. La probabilidad de una tormenta de arena, haya nubes o no, es de
0,6; las nubes de polvo no proporcionan absolutamente ninguna información acerca
de las tormentas de arena.
Ahora podemos definir de forma general la predecibilidad y la impredecibilidad.
Recuérdese que cuando definí la controlabilidad me referí al aprendizaje instrumental
o relación de una respuesta voluntaria con un efecto ambiental (p. 37). La

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predecibilidad se relaciona con las contingencias clásicas o pavlovianas, que
relacionan un efecto, o estímulo incondicionado (EI), con una señal o estímulo
condicionado (EC). Por el momento, daré por supuesto que el El es incontrolable, y
me concentraré en su predecibilidad por el EC. Supongamos que estamos
presentando tonos y descargas eléctricas breves a una rata que no puede hacer nada
respecto a ninguno de esos eventos. Podemos establecer distintos tipos de relaciones
entre tonos y descargas. Por ejemplo, podemos presentar una descarga cada vez que
presentamos un tono, pero no presentar nunca una descarga sin un tono; este caso está
representado por el punto A de la figura 6-3. Aquí, el tono es un predictor perfecto de
la descarga, mientras que la ausencia del tono es un predictor perfecto de la ausencia
de descarga.

Figura 6-3
El espacio de condicionamiento pavloviano.

Alternativamente, podemos presentar descargas siempre que el tono no esté


presente, pero no presentar nunca descargas si el tono está presente. Aquí (punto B),
la ausencia del tono es un predictor perfecto de la descarga, mientras que el tono
predice perfectamente la ausencia de la descarga. No obstante, la predecibilidad no
tiene por qué ser una cuestión de todo o nada. Supongamos que presentamos la
descarga siete de las ocho veces que hacemos sonar el tono, y que también

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presentamos la descarga dos de las diez veces que no presentamos el tono (punto C).
En el punto C, cuando comienza el tono la rata posee alguna información; es más
probable que ocurra la descarga que si el tono estuviera ausente.
Por último, pueden presentarse descargas de forma impredecible respecto a los
tonos. En cualquier punto situado sobre la linea de 45.º, la probabilidad de una
descarga es la misma, ocurra o no el tono. Por lo tanto, en general, un EI es
impredecible por un EC cuando la probabilidad del EI en presencia del EC es igual a
la probabilidad del EI en ausencia del EC:

Cuando esto vale para todos los ECs, el EI es impredecible.


Inversamente, un EC predice un EI cuando la probabilidad del EI en presencia del
EC no es igual a la probabilidad del EI en ausencia del EC:

Estas definiciones son paralelas a nuestra definición de controlabilidad,


sustituyendo EI por resultado (r) y EC por respuesta (R). Aquí se plantea la pregunta
de qué tipos de eventos pueden ser ECs o señales de un resultado en nuestro espacio
de condicionamiento. La respuesta es que cualquier evento que el organismo pueda
percibir. El EC no tiene por qué ser un acontecimiento externo explícito, como un
tono. Puede ser un evento interno, como, por ejemplo, el ardor de estómago. Puede
ser una pauta temporal: si se presentan descargas cada cinco minutos, sin señal
externa, el paso de cuatro minutos y cincuenta y nueve segundos desde la última
descarga es un EC que predice la descarga. El EC puede ser también la
realimentación propia de la realización de una respuesta o la realimentación propia de
no hacer una respuesta. Supóngase, por ejemplo, que una rata recibe descargas única
y exclusivamente si aprieta una palanca; cuando aprieta la palanca puede predecir la
descarga utilizando su percepción del hecho de que ha apretado la palanca (la
realimentación de la respuesta) como EC. También puede predecir que no recibirá la
descarga cuando perciba que no ha apretado la palanca. Así pues, cuando un animal
puede controlar un acontecimiento mediante una respuesta, también puede usar la
realimentación de la respuesta para predecir el acontecimiento. Sin embargo, lo
contrario no siempre es cierto: aunque pueda predecir un acontecimiento, puede no
ser capaz de controlarlo.

LA ANSIEDAD Y LA HIPOTESIS DE LA SEÑAL DE SEGURIDAD

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Ansiedad, igual que depresión, es un término del lenguaje ordinario, y como tal
no tiene condiciones definitorias necesarias y suficientes[114]. Sin embargo, existe en
la literatura psicoanalítica una útil distinción entre miedo y ansiedad: el miedo es un
estado emocional nocivo con objeto, como, por ejemplo, el miedo a los perros
rabiosos; la ansiedad es un estado menos específico, más crónico y no adherido a un
objeto. Yo he observado en el laboratorio dos estados emocionales que corresponden
aproximadamente a esta diferenciación, y que en realidad proporcionan un modelo
bien definido de ella. Llamaré miedo al estado agudo que surge cuando una señal
predice un acontecimiento amenazante, como una descarga eléctrica. Llamaré
ansiedad al miedo crónico que se produce cuando un acontecimiento amenazante está
cerca, pero es impredecible. Definida ya la impredecibilidad de tal forma que nos es
posible distinguir tales situaciones, podemos pasar a estudiar las consecuencias
emocionales perturbadoras de la impredecibilidad. Los dalos sobre la
impredecibilidad son diversos, y es más fácil organizarlos en torno a lo que se ha
llamado hipótesis de la señal de seguridad[115].

La hipótesis de la señal de seguridad

¿Cómo la impredecibilidad de un terremoto produce la ansiedad, nerviosismo e


insomnio que padece Marshall? Piénsese en un mundo en el que los terremotos
fuesen predichos fiablemente por un tono de diez minutos. En un mundo así, la
ausencia del tono predice fiablemente la seguridad o ausencia del terremoto. En tanto
que el tono no esté presente, se puede estar tranquilo y dedicarse cada uno a sus
asuntos; cuando el tono está presente, uno probablemente se aterrorice, pero al menos
se tienen señales de seguridad útiles. Cuando los acontecimientos traumáticos son
predecibles, la ausencia del acontecimiento traumático también lo es, a través de la
ausencia del predictor del trauma. Sin embargo, cuando los acontecimientos
traumáticos son impredecibles, la seguridad también es impredecible: ningún
acontecimiento nos dice fiablemente que el trauma no ocurrirá, y que se puede estar
tranquilo[116].
El contraste entre los terremotos y el bombardeo de Londres en la segunda guerra
mundial esclarece este punto. Después de cierto tiempo, el sistema británico de
alarma de ataque aéreo funcionó muy bien: todos los ataques eran predichos por un
sonido de sirenas que duraba varios minutos. Cuando no sonaban las sirenas, los
londinenses se comportaban admirablemente, con buen humor y sin excesiva tensión.
Por el contrario, no hay estímulos que predigan los terremotos y, por lo tanto,
tampoco hay estímulos cuya ausencia prediga la ausencia de terremotos; Marshall no
tiene señal de seguridad, ningún acontecimiento durante el cual pueda estar seguro de
que no va a ocurrir un terremoto. La ansiedad que manifiesta (el nerviosismo, el

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despertarse a medianoche y la dificultad para dormirse) muestra la ausencia de un
refugio seguro en su vida, de un momento en el que poder tranquilizarse y saber que
no ocurrirá un terremoto.
Este es el núcleo de la hipótesis de la señal de seguridad. A raíz de la experiencia
de acontecimientos traumáticos, personas y animales se vuelven permanentemente
temerosos, excepto en presencia de un estímulo que prediga fiablemente seguridad.
En ausencia de una señal de seguridad, los organismos permanecen ansiosos o con
miedo crónico. Según este punto de vista, personas y animales son buscadores de
señales de seguridad: buscan predictores del peligro inevitable, porque tal
conocimiento también les proporciona certeza acerca de la seguridad.
Muchas personas le dicen a su médico que quieren ser avisadas cuando vayan a
morir. Creo que en esta petición hay dos motivaciones subyacentes: en primer lugar,
cuando a una persona le dicen que va a morir puede atar los cabos sueltos de su vida,
vender el negocio, liquidar viejas enemistades, ir a París y gastar sus ahorros. Más
importantes todavía y aunque a veces se pasen por alto, son las señales de seguridad
que este trato proporciona. Suponga que está preocupado por su corazón y que le ha
visto el médico. Si no ha hecho con él el trato de «información sobre la muerte», es
probable que usted se sienta ansioso independientemente de lo que le diga; pasará la
vida lleno de ansiedad hacia la muerte. Pero si ha hecho el trato, puede estar tranquilo
mientras el médico no le diga que va a morir; está en presencia de una señal de
seguridad. Si confía en su médico, lo que adquiere con ese trato es una vida con
señales de seguridad y menos ansiedad cuando realmente no va a morir. Lo que
pierde es la posibilidad de una muerte feliz e inesperada.

IMPREDECIBILIDAD Y CONTROL DEL MIEDO

Miedo y ansiedad son entidades hipotéticas ampliamente utilizadas en la teoría


psicológica actual. Igual que el hambre, nunca pueden observarse directamente, sino
que se infieren a partir de observaciones conductuales y fisiológicas e informes
subjetivos. Varias horas de privación, la cantidad de descarga que una rata tolerará
para llegar hasta la comida, lo duro que una persona trabajará para conseguir comida
y una interminable lista de otras variables definen el estado de hambre. La respuesta
galvánica de la piel (RGP), el agazapamiento y el temblor, las úlceras, los cambios
del ritmo cardíaco y muchas otras variables dependientes se toman en consideración
al medir los estados de miedo y ansiedad. Quizá el índice más ampliamente utilizado
sea la respuesta emocional condicionada (REC), que emplearon por vez primera
Estes y Skinner en su clásico artículo de 1944 «Algunas propiedades cuantitativas de
la ansiedad». En esta técnica, primero se enseña a una rata a apretar una palanca a
una velocidad alta y constante, para conseguir comida. Entonces se empareja un
estimulo, por ejemplo, un tono, con una descarga eléctrica durante la sesión de

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presión de la palanca. La presentación de la descarga es independiente de las
presiones de la palanca: la descarga es incontrolable. La rata aprende a tener miedo
del tono por condicionamiento pavloviano, y lo manifiesta agazapándose en una
esquina y no apretando la palanca para conseguir comida. La disminución de la
velocidad con que aprieta la palanca se denomina respuesta emocional condicionada
al tono, y probablemente sea el índice de miedo más fiable y más ampliamente
utilizado.
Esta técnica permite una comprobación bastante directa de la hipótesis de la señal
de seguridad, y se ha llevado a cabo un considerable número de investigaciones de
REC producidas por descargas predecibles e impredecibles[117]. Puesto que los
resultados de estas investigaciones son uniformes, aquí sólo me referiré en detalle a
una de ellas [Seligman (1968)].
Primero, dos grupos de ratas hambrientas aprendieron a apretar una palanca a alta
velocidad para conseguir comida. Un grupo, el «predecible», recibió entonces a lo
largo de quince días una sesión diaria de cincuenta minutos, durante la cual tres
señales (ECs) de un minuto de duración terminaban en una descarga eléctrica. El
grupo «impredecible» recibió el mismo número de señales y descargas, pero
intercaladas de tal forma que la probabilidad de la descarga fuese la misma estuviese
o no presente la señal. La comida seguía siendo accesible apretando la palanca.
Los resultados fueron sorprendentes. Al principio, el grupo predecible cesó de
apretar la palanca, tanto en presencia como en ausencia de la señal. A medida que los
sujetos aprendían a discriminar entre el hecho de que recibían descarga durante la
señal, pero no en ausencia suya, suprimían su respuesta sólo durante la señal y
apretaban la palanca para conseguir comida en ausencia del EC: manifestaban miedo
durante el EC, pero no en su ausencia. El grupo impredecible no tenía señal de
seguridad, durante la cual no ocurriría la descarga. Los sujetos de este grupo cesaron
totalmente de apretar la palanca, tanto en presencia como en ausencia de la señal, y
no volvieron a apretarla durante las restantes quince sesiones. Acurrucadas en una
esquina a lo largo de todas las sesiones, estas ratas mostraban miedo crónico o
ansiedad. A diferencia del grupo predecible, el grupo impredecible formó
masivamente úlceras de estómago.
En un experimento paralelo, Davis y Mclntire (1969), hallaron cierta
recuperación de la presión de palanca en su grupo impredecible, después de muchas
sesiones. Seligman y Meyer (1970) especularon que esa recuperación podría haber
sido causada por el hecho de que ocurrieron exactamente tres descargas en cada
sesión. Las ratas podrían haber sido capaces de contar hasta tres y aprender que,
después de la tercera, no ocurrirían más descargas; por lo tanto, sólo habría
recuperación después de la tercera descarga, ya que las ratas estarían usando la propia
tercera descarga como señal de seguridad. Si esto fuera cierto, no desconfirmaría la
hipótesis de la señal de seguridad, sino que en realidad la confirmaría y ampliaría.
Para comprobarlo, Seligman y Meyer (1970) dieron a dos grupos de ratas sesiones

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diarias de descarga impredecible durante siete días consecutivos. Un grupo recibió
exactamente tres descargas por día, mientras que el otro recibió entre una y cinco
descargas impredecibles, con una media de tres por día. Durante las treinta últimas
sesiones, los sujetos del primer grupo mostraron cierta recuperación: realizaron el
61,6 por ciento de todas las presiones de palanca durante el último 25 por ciento de la
sesión restante después de la tercera descarga. Parece que las ratas pueden contar
hasta tres y utilizar la ocurrencia de la tercera descarga como señal de seguridad.
La respuesta galvánica de la piel, un índice de miedo relacionado con la
sudoración, también se ha medido durante traumas predecibles e impredecibles[118].
Price y Geer (1972) presentaron a unos subgraduados una serie de fotografías
truculentas de cadáveres. En el grupo predecible, un tono de ocho segundos
anunciaba cada fotografía, de forma que en ausencia del tono no aparecían las fotos,
y los sujetos podían relajarse. En el grupo impredecible no se presentaron tonos: tanto
los cadáveres como la seguridad eran impredecibles. El grupo predecible manifestó
un alto nivel de RGP durante el tono, pero no entre un tono y otro. Tal como se
esperaba, el grupo impredecible sudó todo el tiempo. Así pues, medidas de REC y de
RGP indican que durante los acontecimientos traumáticos impredecibles el miedo es
crónico, porque no existe señal de seguridad.

ULCERAS DE ESTOMAGO

Jim y George son hermanos. Jim es la típica historia del afortunado de la familia.
Ha ascendido desde su origen polaco de clase baja hasta la vicepresidencia de un
importante banco. Es un hombre muy ocupado: su día empieza a las siete de la
mañana; a las ocho ya ha hecho varias llamadas telefónicas para amañar una cuenta,
cerrar un trato o acordar préstamos para varios clientes. En cualquier momento puede
estar contestando a dos teléfonos, supervisando al mismo tiempo a un par de
ayudantes y dictando una carta. Con este tipo de cosas se pasa sudando tinta (y dice
que le gusta) hasta las seis de la tarde. Tras una cena apresurada, es típico encontrarle
llevando la tesorería de su club de campo o concertando una reunión de su grupo
religioso.
George es la oveja negra de la familia; lleva tres meses sin trabajo, le han
despedido de una larga serie de empleos inferiores, ninguno de los cuales duró más
de un año, pero no entiende por qué siguen despidiéndole, y lo atribuye a la mala
suerte. Su mujer le ha dejado, y él se pasa el día buscando trabajo y la noche
luchando contra la soledad.
Uno de estos dos hermanos tiene úlcera. Hace una década, la mayoría de los
psicólogos habrían predicho que sería Jim, el ejecutivo, sobrecargado de trabajo, y
habrían basado su predicción en un famoso experimento de J. V. Brady, el
experimento del «mono ejecutivo», al que me referí en el capítulo III[119]. Para

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refrescar la memoria: Brady expuso a ocho monos a descargas escapables,
permitiéndoles evitar la descarga apretando una palanca. Los primeros cuatro monos
que aprendieron a evitar se convirtieron en ejecutivos; los cuatro más lentos fueron
asignados al grupo acoplado. Las presiones de la palanca de los monos ejecutivos
evitaban la descarga, tanto para sí mismos como para sus compañeros del grupo
acoplado, que estaban indefensos, recibiendo descargas incontrolables e
impredecibles. Igual que los ejecutivos de verdad, los monos evitadores tomaban
todas las decisiones relevantes; sus presiones de la palanca predecían y controlaban si
iba a ocurrir la descarga. Como es bien sabido, los cuatro ejecutivos formaron úlceras
graves, mientras que sus compañeros indefensos no. Vino luego una década de
sermones sobre lo malo que era para la salud llevar una vida de ejecutivo. Estos
sermones fueron un mal servicio, tanto para los psicólogos como para el público en
general, y los resultados de Brady fueron probablemente un artefacto de su diseño
experimental.
Repárese en que estos resultados son notablemente diferentes a los datos de los
estudios experimentales revisados en este libro: en este caso, los animales que ejercen
control sobre su ambiente salen peor parados que los animales indefensos. El lector
recordará que los monos de Brady no fueron asignados aleatoriamente para ser
sujetos ejecutivos o acoplados; por el contrario, los cuatro que primero empezaron a
dar en la palanca cuando recibieron la descarga se convirtieron en ejecutivos,
mientras que los demás fueron asignados a la condición de indefensión. Quizá los
animales, que son más susceptibles a las úlceras, aprendan más rápidamente una
respuesta de evitación, porque son más emotivos o porque la descarga les duele
más[120]. Así, los resultados de Brady pueden haber sido producidos no por la
diferencia en controlabilidad, sino por la asignación de los monos más emotivos a las
casillas de ejecutivos.
J. M. Weiss, que fue el primero en hacer esta crítica al experimento de los monos
ejecutivos, ha realizado la serie más extensa de investigaciones sobre úlceras,
predecibilidad y control[121]. En su experimento de 1968, asignó aleatoriamente ratas
a condiciones de ejecutivo, indefensión o sin descarga, y halló que los animales
indefensos eran los que más formaban úlceras, al contrario que en el experimento de
los monos ejecutivos. Esto es coherente con la idea de que, por lo general, la
indefensión produce más tensión que el control. Además, la siguiente serie de
estudios de Weiss indica que las diferencias de ulceración, aparentemente causadas
por la controlabilidad, quizá reflejen realmente diferencias en predecibilidad: cuando
un mono aprieta una palanca y evita la descarga, la realimentación de la presión de
palanca produce seguridad; el mono acoplado no puede controlar la descarga, pero
tampoco tiene predicción alguna acerca de la seguridad. Los resultados de Weiss
esclarecen el papel de la predecibilidad de forma bastante sutil, por lo que será bueno
comentar sus datos con cierto detalle.
Cuando no se hace posible el control se producen úlceras de estómago con la

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descarga impredecible y no con la predecible[122]. Por ejemplo, Weiss (1970) colocó a
trios de ratas en condiciones de restricción física, y las expuso a descargas señaladas,
no señaladas o a no descarga. La descarga era incontrolable para todos los grupos.
Las ratas que recibían descargas impredecibles formaron muchas más úlceras que las
que recibían descargas predecibles o las que no recibían descargas. En menor grado,
también se asoció con la descarga impredecible una alta temperatura corporal y un
mayor nivel de plasma corticosteroide.
En un estudio de seguimiento, Weiss (1971 a) varió tanto la predecibilidad como
la controlabilidad de la descarga. Se expuso a tríos de ratas a descargas escapables,
inescapables o a no descarga; en todos los grupos había en la pequeña cámara
experimental una rueda que sólo servía para la respuesta instrumental en el grupo de
escape-evitación. Las descargas fueron señaladas, progresivamente señaladas o no
señaladas; en aras de la sencillez, no tendré en cuenta los grupos progresivamente
señalados. La tabla 6-1 resume los datos promediados para cada uno de los seis
grupos restantes.

CUADRO 6.1
NUMERO MEDIO DE ULCERAS Y DE GIROS DADOS A LA RUEDA (Adaptado
de Weiss, 1971a)

Ulceras Giros de la rueda

Grupos de escape
Descarga señalada 2,0 3.717
Descarga no señalada 3,5 13.992
Grupos acoplados
Descarga señalada 3,5 1.404
Descarga no señalada 6,0 4.357
Sin descarga
Con señal 1,0 60
Sin señal 1,0 51

Cuatro fueron los principales resultados: 1. Diferencia en predecibilidad; tanto las


ratas del grupo de escape como las del grupo acoplado tuvieron más úlceras con la
descarga no señalada que con la señalada. 2. Diferencia en controlabilidad; tanto las
ratas del grupo señalado como las del no señalado, tuvieron más úlceras en la
condición acoplada que en la de escape. 3. Frecuencia de giros dados a la rueda;
tanto las ratas del grupo acoplado como las del grupo de escape hicieron girar más
veces la rueda con la descarga no señalada que con la señalada; las ratas del grupo

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señalado y las del no señalado hicieron girar la rueda más veces en la condición de
escape que en la condición acoplada (recuérdese que girar la rueda sólo interrumpía
la descarga en el grupo de escape). 4. Correlación entre giros de la rueda y úlceras;
las ratas del grupo no señalado tuvieron más úlceras e hicieron girar la rueda más
veces. Además, en todos los grupos, cuantas más respuestas realizase una rata, más
úlceras tenía.
Weiss propuso la existencia de dos factores para explicar estos resultados: menos
realimentación relevante produce más úlceras y más respuestas para enfrentarse a la
situación producen también más úlceras. Creo que estos dos factores pueden
reducirse a la señal de seguridad. Considérese primero el concepto de realimentación
relevante, que supuestamente explica por qué las ratas indefensas desarrollan más
úlceras que las ratas del grupo de escape. Weiss define la realimentación relevante
como un estímulo que sigue a la respuesta y no se asocia con el elemento tensiógeno;
con otras palabras, los estímulos a que Weiss se refiere están asociados a la ausencia
del elemento tensiógeno; son señales de seguridad. Cuando una rata aprende a
escapar de la descarga, aprende consecuentemente una señal de seguridad, una señal
de la ausencia de descarga, y desarrolla menos úlceras porque pasa menos tiempo
atemorizada que una rata indefensa, que no tiene señal de seguridad.
El segundo factor, cuantas más respuestas para enfrentarse a la situación, más
úlceras, se propone a fin de explicar el mayor número de úlceras en la condición de
impredecibilidad y la correlación entre úlceras y número de veces que se hace girar la
rueda. Este factor puede elaborarse de dos formas muy distintas: como causalidad o
como correlación. Causalidad (que es el tipo de elaboración por la que opta Weiss)
significa que dar respuestas produce realmente más úlceras. Esto implica, por
ejemplo, que si usted pudiera forzarse a quedarse quieto y aceptar la descarga con
resignación, no desarrollaría úlcera. El otro sentido es más restringido y descriptivo,
pero también más defendible: que hay un tercer factor que causa tanto el
comportamiento excitado, tal como se manifiesta por los giros dados a la rueda, como
las úlceras. Hay un candidato principal a ese factor, uno que el propio Weiss propuso
para criticar el experimento de los monos ejecutivos: los animales que son más
emotivos, que tienen más miedo o les duele más la descarga, serán más reactivos y
consecuentemente harán girar la rueda más veces; forman más úlceras no porque
hagan girar la rueda más veces, sino porque tienen más miedo.
Recuérdese que las ratas que recibían descargas impredecibles (no señaladas)
formaban más úlceras y respondían más que las que recibían descargas predecibles
bajo las mismas condiciones de controlabilidad. Weiss nos llevaría a pensar que
formaban más úlceras porque respondían más. Por el contrario, la hipótesis de la
señal de seguridad explica tanto por qué formaban más úlceras como por qué
respondían más. Si hacer girar una rueda en una cámara muy reducida refleja miedo y
excitación emocional[123], entonces las ratas del grupo no señalado harían girar la
rueda más veces; como no tienen señal de seguridad, pasarán todo su tiempo

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haciendo girar la rueda. Las ratas del grupo señalado harán girar la rueda sólo durante
la señal de peligro, ya que durante la señal de seguridad pueden relajarse. Así pues, el
mayor nivel de miedo, debido a la ausencia de señal de seguridad en la condición de
descarga impredecible, producirá al mismo tiempo más respuestas de giro de la rueda
y más úlceras. En cuanto a la correlación intrasujeto entre frecuencia de giros de la
rueda y úlceras, es razonable pensar que los sujetos más emotivos harán girar más la
rueda y desarrollarán más úlceras precisamente porque son más emotivos. En otras
palabras, si usted no quiere tener úlcera no le hará ningún bien cejar en su intento de
hacer frente a la situación.
Resumiendo, la teoría de Weiss se reduce a la hipótesis de la señal de seguridad:
la realimentación relevante es sinónimo del concepto más preciso de señal de
seguridad, y la alta tasa de respuesta refleja la ausencia de señales de seguridad. Así
pues, resulta que el hecho de que se produzcan más úlceras cuando la descarga es
incontrolable refleja el hecho de que la descarga también es impredecible, y la
descarga impredecible produce más úlceras que la descarga predecible.

PREFERENCIA POR LA PREDECIBILIDAD

No se sabe si el estado al que he llamado ansiedad, que resulta de la exposición a


descargas impredecibles, es diferente del estado de miedo que se produce durante las
descargas predecibles o es simplemente una variante crónica del mismo. Sea ansiedad
o miedo, según la hipótesis de la señal de seguridad, se produce más con el trauma
impredecible que con el predecible. Ello es debido a que durante la descarga
impredecible la ansiedad está constantemente presente; por otra parte, durante la
descarga predecible sólo se produce miedo durante la señal de la descarga, mientras
que el resto del tiempo se produce relajación. Consecuentemente, es de esperar una
preferencia por los acontecimientos nocivos predecibles sobre los impredecibles.
Esta preferencia se ha observado muchas veces en el laboratorio, tanto en el
hombre como en los animales[124]. Describiré aquí uno de esos experimentos, ya que
quizá sea el de diseño más elegante. Badia y Culbertson (1972) dieron a siete ratas la
posibilidad de elegir entre descargas señaladas y no señaladas. La descarga era
incontrolable, pero la rata podía controlar si la recibía o no en presencia de una señal
de aviso. Mientras estaba encendida una luz blanca ocurrían descargas a intervalos
irregulares sin que ningún estímulo de aviso predijese exactamente cuándo iba a
ocurrir una descarga; no había señal de seguridad. Apretar una palanca hacía apagarse
la luz blanca; durante este período ocurrían descargas, pero anunciadas por un breve
tono. Así pues, la ausencia de la luz blanca, siempre que además el tono no estuviera
presente, era una señal de seguridad, y la ausencia de luz más el tono una señal de
peligro. Dicho de otro modo, se producía ansiedad durante la luz blanca, pero en su
ausencia sólo se producía miedo agudo. Todas las ratas apretaron la palanca,

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manifestando una marcada preferencia por el período durante el cual la luz blanca
estaba apagada, aun cuando ocurría el mismo número de descargas que cuando estaba
encendida[125].
El diseño está resumido en la figura 6-4.

Figura 6-4
En la condición a, la luz blanca es peligrosa a lo largo de toda la sesión; en la condición b, la ausencia ae la
luz blanca es segura a lo largo de toda la sesión, excepto cuando el tono está presente.

Además de la literatura comparando descargas señaladas y no señaladas, hay un


conjunto de experimentos acerca de la preferencia por la descarga administrada
inmediatamente sobre la demorada, tanto en el hombre como en los animales. Es de
esperar una preferencia por la descarga inmediata, ya que el comienzo de la descarga
es más predecible cuando es inmediata que cuando es demorada. En todos los
estudios con seres humanos se ha obtenido una preferencia por la descarga inmediata
sobre la demorada[126]. Sin embargo, la literatura animal presenta resultados
incoherentes. R. K. Knapp y colaboradores (1959) hallaron que las ratas preferían
recibir la descarga inmediatamente en vez de esperar. En cambio, Renner y Houlihan
(1969) sólo observaron esa preferencia cuando se permitía a las ratas escapar de la
cámara después de recibir la descarga.

En general, el hombre y los animales prefieren los acontecimientos aversivos

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predecibles a los impredecibles. En mi opinión, esto refleja el hecho de que cuando la
descarga es impredecible no se dispone de ninguna señal de seguridad, mientras que
en el caso de la descarga predecible, la seguridad puede ser predicha por la ausencia
de la señal. Así pues, es preferible el miedo agudo a la ansiedad o miedo crónico
producido por la impredecibilidad.

LA RELACION ENTRE PREDECIBILIDAD Y CONTROLABILIDAD[127]

Un hombre de sesenta y cinco años dice que tiene brotes de ansiedad. Teme morir
de un ataque al corazón; su corazón se encuentra en buen estado, pero su constante
ansiedad es realmente perjudicial para su sistema circulatorio. Sus ataques de
ansiedad son normalmente así: de repente se siente preocupado y se detiene a pensar
en su corazón. Después de una breve y profunda introspección, detecta lo que, según
él, podría ser una leve irregularidad en sus latidos cardíacos. Se dice a sí mismo «este
podría ser el primer signo de un ataque al corazón». Empieza a sudar. Su presión
sanguínea aumenta, y él se concentra más y más en lo que sucede dentro de su pecho;
la elevada presión sanguínea y el ritmo cardíaco le convencen de que realmente
podría tener otro ataque. Su pánico aumenta, su presión sanguínea sube y su corazón
late más rápidamente. Ahora ya sabe que debe dejar de pensar en ello porque
precisamente eso le pone peor. Está húmedo de sudor. No puede dejar de pensar en un
inminente ataque al corazón; ya está totalmente aterrorizado, y el círculo vicioso
continúa.
Cuando consulta a un psiquiatra, éste le prescribe un tranquilizante. Le dicen que
la medicina que le han prescrito es una droga muy fuerte, y que hará cesar su
ansiedad aun en el punto álgido de un ataque. Lleva la droga junto al corazón vaya
donde vaya; no vuelve a surgir ningún ataque de ansiedad. Nunca ha llegado a tomar
la droga.
En este ejemplo, nuestro hipocondríaco cree tener un control potencial sobre su
ansiedad; cree que si tuviera que tomar las píldoras, su ansiedad cederla. ¿Cuál es la
variable que está actuando en este caso?, ¿la controlabilidad de la ansiedad o la
predecibilidad de que la ansiedad quedará suprimida si toma la píldora?
Es muy difícil separar estas dos variables; porque cuando está presente el control
también lo está la predicción. Al discutir los resultados de Weiss sobre las úlceras,
argumenté que los efectos del control de la descarga equivalían a los de la
predecibilidad de la descarga. Sin embargo, sospecho que, en general, el control
añade algo al efecto de la predecibilidad. A propósito, creo que el control podría
reducirse a la predecibilidad sólo en cuanto a sus efectos sobre el miedo o la
ansiedad; los efectos de la incontrolabilidad sobre la iniciación de respuestas, la
muerte repentina y la depresión no son reducibles a los efectos de la
impredecibilidad.

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Incluso en sus efectos sobre la ansiedad, es muy posible que la controlabilidad
implique más cosas que la sola predecibilidad. Quizá la clave está en los estudios
sobre estimulación aversiva autoadministrada y control potencial percibido.
Considérense dos sujetos, uno de los cuales se administra a sí mismo la descarga,
recibiendo el otro la misma secuencia de descargas, sin tener ningún control sobre
ellas, pero de tal forma que puede predecir cuándo van a ocurrir. Si las descargas son
igualmente predecibles e inmodificables por el sujeto que se las autoadministra, la
única diferencia es la controlabilidad. Alternativamente, consideremos dos grupos,
cada uno de los cuales recibe descargas totalmente impredecibles; pero a los sujetos
de un grupo, igual que a nuestro hipocondriaco, se les dice que tienen a su
disposición un botón de alarma, y que pueden abandonar el experimento. Si sólo se
tiene en cuenta a los sujetos que no dejan el experimento, todos tienen el mismo
grado de impredecibilidad, pero difieren en controlabilidad. Sólo se han llevado a
cabo unos pocos estudios de este tipo con autoadministración y control potencial
percibido.

Autoadministración

L. A. Pervin (1963) presentó a unos estudiantes de los primeros cursos de carrera


todas las permutaciones de descargas controlables, incontrolables, predecibles e
impredecibles. En este estudio, controlabilidad significaba autoadministración,
porque los sujetos no podían realmente modificar la descarga. Todos los sujetos
pasaban por cada condición durante tres sesiones de una hora; cuando se les preguntó
cuál era la condición por la que elegirían pasar de nuevo, los sujetos prefirieron
significativamente la predecibilidad a la impredecibilidad y el control a la falta de
control. Los sujetos que tuvieron control tendieron a declarar haber sentido menos
ansiedad, aunque esta tendencia no fue significativa[128].
E. Stotland y A. Blumenthal (1964) utilizaron la sudoración de las manos como
una medida de ansiedad respecto a un examen inminente. Se dijo a los sujetos que
iban a realizar unas pruebas que medían capacidades importantes. A la mitad se les
dijo que podrían administrarse las pruebas ellos mismos, completando cada parte en
el orden que quisieran, mientras que a los demás se les dijo que no podrían elegir el
orden. Los sujetos no llegaron a realizar las pruebas, pero se les tomaron medidas de
la respuesta galvánica de la piel inmediatamente después de las instrucciones. En la
condición de elección no aumentó la sudoración, mientras que sí lo hizo en la
condición de no elección.
La autoadministración desempeñó un papel significativo en un experimento sobre
la estimulación del cerebro en animales. La estimulación cerebral positiva consiste en
una corriente muy reducida, administrada al cerebro a través de electrodos
implantados, y se considera positiva o placentera cuando un animal trabaja para

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conseguirla. S. S. Steiner y sus colaboradores dieron a unas ratas estimulación
cerebral por apretar una palanca. Entonces, los experimentadores presentaron la
estimulación exactamente con la misma pauta temporal que las ratas se habían dado
anteriormente; en este caso, las ratas encontraron aversiva la estimulación y
aprendieron a escapar de ella, aun cuando la habían encontrado positiva cuando se la
autoadministraban. No obstante, no está claro si el factor critico fue el acto de la
autoadministración o la inferior predecibilidad del estímulo cuando no era
autoadministrado.
Estos experimentos son inadecuados para separar claramente la predecibilidad y
la incontrolabilidad, ya que los sujetos que controlan un estímulo pueden también
tener una predecibilidad más afinada; hacer a un estímulo incontrolable igual de
predecible que uno controlable puede ser prácticamente imposible. Quizá, la ventaja
que comporta la controlabilidad en la autoadministración es que proporciona esa alta
precisión de la predecibilidad. Por ejemplo, cuando se conduce un coche, cada
pequeño giro del volante tiene un resultado predecible. Un pasajero, aunque vaya
vigilando hasta el más mínimo movimiento del conductor no tiene una predecibilidad
tan exacta como él. Yo tengo tendencia a marearme en las embarcaciones pequeñas
cuando navegan por alta mar, pero he encontrado una técnica para evitarlo: si me
pongo a conducir, hago girar el volante y controlo la embarcación mientras remonta
olas de cuatro pies de altura, no me entran náuseas.
Lo que necesitamos son diseños acoplados que comparen comienzos y
terminaciones totalmente predecibles de estímulos: uno de los sujetos realiza él
mismo la respuesta que hace empezar y terminar el estímulo; el otro es un sujeto
acoplado, aunque puede predecir la ocurrencia del estímulo. En un diseño así, la
autoadministración no aporta predecibilidad, sino sólo controlabilidad. Que yo sepa,
sólo el siguiente experimento cumple estos criterios.
J. H. Geer y E. Maisel (1972) presentaron fotografías en color de victimas de
muerte violenta a unos estudiantes en una de tres condiciones: 1. Un grupo de escape,
cuyos sujetos podían interrumpir la exposición de las fotografías apretando un botón;
el comienzo de cada fotografía era señalado por un tono de diez segundos. 2. Un
grupo predecible cuyos sujetos eran informados de que se les mostraría cada
fotografía durante cierto número de segundos, pero que no tenían control sobre su
terminación. En este grupo, el comienzo de cada fotografía estaba también señalado
por un tono de diez segundos. 3. Un grupo sin control ni predecibilidad a cuyos
sujetos se les presentaban aleatoriamente tonos y fotografías, sin ningún control
instrumental. Los grupos 2 y 3 fueron parejos al grupo de escape en cuanto a
duración media de las fotografías.
Los sujetos del grupo de escape manifestaron un nivel, de RGP significativamente
inferior ante las fotografías que los sujetos de los demás grupos. Además, los sujetos
del grupo con predecibilidad dieron RGPs más altas al comenzar el tono que los del
grupo de escape. Estos resultados indican que la controlabilidad añade cierto grado de

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alivio de la ansiedad al ya aportado por la predecibilidad. Una mejora metodológica
que debería introducirse en futuros estudios es proporcionar una predecibilidad más
exacta a los sujetos del grupo predecible mediante alguna forma de medida externa de
la duración de la estimulación (por ejemplo, con un reloj). Ello aseguraría que los
sujetos del grupo predecible tuviesen una predicción tan precisa del final de la
estimulación como los sujetos del grupo de escape.

Control percibido

El segundo grupo de pruebas que indican que el control añade cierto alivio de la
ansiedad al ya aportado por la predecibilidad procede de los experimentos sobre
control percibido pero no real[129]. Hay dos formas en que un sujeto puede percibir el
control sin obtener concomitantemente predecibilidad: nunca ejerce el control y
simplemente cree en él como algo potencial, igual que en el caso del paciente
cardíaco; o bien responde realmente y sigue creyendo que tiene control, aunque en
realidad no lo tenga.
D. C. Glass y J. E. Singer (1972) presentaron a dos grupos de estudiantes
universitarios una mezcla de sonidos intensos; el sonido era impredecible en ambos
grupos. A los sujetos de un grupo se les dijo que tenían control potencial: «Puede
hacer terminar el ruido apretando el botón; es decir, apretar el botón interrumpirá el
ruido durante el resto de la sesión de hoy. Naturalmente, a usted le toca decidir si lo
aprieta o no. Algunas personas lo aprietan, otras, no; nosotros preferiríamos que no lo
hiciera». Ninguno de los sujetos llegó realmente a apretar el botón, por lo que el ruido
fue igualmente predecible para ambos grupos. Glass y Singer hallaron que el ruido
percibido como controlable no causaba perturbación alguna en la actuación posterior,
mientras que la actuación del grupo sin control percibido sí se vio afectada.
Comparando los grupos de varios estudios de este tipo, Glass y Singer concluyeron
que «el control percibido parece reducir los postefectos del ruido impredecible hasta
un punto en el que la actuación se asemeja a la posterior al ruido predecible o a la
total ausencia de ruido»[130].
J. H. Geer y sus colaboradores realizaron un experimento en el que los sujetos
creían falsamente que estaban controlando una descarga[131]. Apretaban un
interruptor tan pronto como sentían una descarga de seis segundos de duración, que
era precedida por una señal de «preparado» de diez segundos. En la segunda mitad
del experimento se dijo a la mitad de los sujetos que podían reducir la duración de la
descarga si reaccionaban con la suficiente rapidez, mientras que a los demás se les
dijo simplemente que sus descargas serían más cortas. En realidad, todos los sujetos
recibieron descargas de tres segundos de duración. Los resultados indicaron que los
sujetos que creían tener control manifestaron menos RGP espontánea e inferior RGP
al comienzo de la descarga que los sujetos que no creían tener control. Aun cuando la

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descarga fue exactamente igual de predecible en los dos grupos, el grupo que creía
tener control se mostró menos ansioso[132]. Al final, el problema de desenredar los
efectos de la controlabilidad de los de la predecibilidad quizá esté cerca de ser
lógicamente imposible; porque incluso ante los datos sobre control percibido, aún
puede alegarse que la reducción de la ansiedad procedió en realidad de una creencia
más exacta en la predecibilidad de la descarga, proporcionada por el control
potencial.
Así pues, si consideramos la validez aparente de los resultados sobre la
controlabilidad, controlar un acontecimiento aversivo reduce la ansiedad; cuando una
persona se administra a sí misma un determinado evento ambiental, se siente menos
molesta que los sujetos del grupo acoplado. Pero es posible que la autoadministración
produzca tal efecto al proporcionar una predecibilidad muy afinada. La ventaja de
una predecibilidad muy afinada probablemente queda eliminada en los estudios sobre
control percibido. En este caso, cuando los sujetos creen que están controlando los
acontecimientos, aunque de hecho no sea así, la ansiedad se aminora. La reducción de
la ansiedad por el control percibido nos proporciona algunas intuiciones acerca del
funcionamiento de una psicoterapia muy eficaz de la ansiedad.

DESENSIBILIZACION SISTEMATICA Y CONTROLABILIDAD

Ya que predecibilidad y controlabilidad juegan un papel tan importante como


reductores de la ansiedad, sugiero que estas dimensiones son un ingrediente activo de
la desensibilización sistemática, quizá la forma más eficaz de psicoterapia utilizada
en el tratamiento de la ansiedad[133]. En esta terapia, un paciente que se queja de
neurosis de ansiedad, por ejemplo, de una fobia a los gatos, es primero enseñado a
relajar profundamente sus músculos; mientras está relajado, imagina escenas de
acontecimientos cada vez más temidos. Por ejemplo, mientras está relajado, imagina
oír la palabra galo al oír catsup[134], y así sucesivamente, remontando una jerarquía
de miedo hasta que puede imaginar serenamente estar acariciando a un gato. Esta
técnica produce una rápida remisión de las fobias específicas en un ochenta a noventa
por ciento de los casos.
J. Wolpe, el creador de la desensibilización sistemática, piensa que la simple
contigüidad de la relajación con el objeto temido contracondiciona el miedo al
objeto. El objeto temido acaba siendo neutralizado por el emparejamiento con una
respuesta, la relajación, que es incompatible con el miedo. Sin embargo, el
contracondicionamiento ha sido duramente criticado como una explicación
inadecuada de la efectividad terapéutica de la desensibilización[135]. Una de las
principales criticas ha sido que los factores cognitivos también desempeñan un papel
en la desensibilización. Aunque creo que el contracondicionamiento puede
desempeñar un papel de reductor del miedo en la desensibilización sistemática,

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también creo que lo juega el factor cognitivo de la controlabilidad.
La relajación parece funcionar mejor en la desensibilización sistemática cuando
es un proceso activo y voluntario, cuando el paciente cree claramente que puede
controlar su ansiedad. No obstante, la desensibilización sistemática también es
efectiva, al menos parcialmente, cuando la relajación es inducida pasivamente y
cuando no se insiste en el dominio real; evidentemente, el control no lo es todo.
Una de las fuentes de datos respecto a la importancia del control voluntario sobre
la ansiedad procede de la relajación inducida por drogas. Debido a que a veces es
difícil hacer que los pacientes se relajen adecuadamente durante la desensibilización
sistemática, varios investigadores han intentado inducir la relajación mediante
inyecciones intravenosas de una sustancia química que relaja los músculos (la
metoliexitona). Sin embargo, se ha observado que el resultado de este método es una
disminución en efectividad terapéutica. Según J. L. Reed (1966), algunos pacientes
encontraban muy desagradable el período de relajación inducido por la droga. Su
principal queja era un fuerte sentimiento de pérdida de control. En estos casos se
retiraba la droga, sustituyéndola por la relajación inducida por técnicas estrictamente
musculares; los pacientes encontraron aceptable este cambio y se relajaron bien.
Igualmente, J. P. Brady (1967) mantiene que la eficaz utilización de la relajación
inducida por drogas depende de varios detalles de procedimiento:

Yo ya no me valgo exclusivamente de la metoliexitona para producir el estado


deseado de relajación muscular profunda y calina emocional, sino que
empiezo la primera sesión con instrucciones y entrenamiento en relajación
muscular. Esto podría ser considerado como un curso breve (de cuatro a
cinco minutos) de relajación progresiva. A medida que el paciente continúa
relajándose, se le avisa que la droga que va a recibir le facilitará el relajarse
y calmarse aún más, pero que él debe «contribuir». Tan pronto como empieza
a ponerse la inyección, se hacen más sugestiones de relajación, como si se
fuese a inducir un estado de hipnosis.

La relajación por sí sola no inhibe la ansiedad tanto como la relajación inducida


por el propio individuo.
Los efectos de la controlabilidad autoproducida han llevado a algunos terapeutas
de la conducta a recalcar a sus pacientes que la desensibilización sistemática es un
procedimiento activo de dominio, no un resultado pasivo de los efectos del
contracondicionamiento. P. J. Lang (1969) resalta el control del sujeto sobre el
procedimiento de desensibilización:

El control del estímulo temido imaginado por parte del sujeto, su duración,
frecuencia y secuencia de presentación, es otro importante elemento cognitivo

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del procedimiento de desensibilización. Cuando en el experimento de Davison
(1968) se eliminó ese elemento, no se obtuvo una reducción positiva del
miedo. Es posible que la aversidad de los estímulos fóbicos resida en la
indefensión del sujeto, en el hecho de que no dispone de una respuesta
organizada, a no ser la huida o la evitación.

No sólo el control real, sino también el control percibido, pueden desempeñar un


papel de reducción del miédo en la desensibilización sistemática. A menudo, los
fóbicos se aterrorizan ante la sola idea del objeto fóbico o de la situación ansiógena.
Este pánico inducido por la indefensión les impide utilizar cualquier respuesta
disponible para afrontar la situación. La percepción del control potencial, que surge
una vez que el sujeto ha aprendido que puede relajarse en presencia del objeto fóbico,
evita ese pánico. Piénsese en un cliente que ha ido a un terapeuta de la conducta para
el tratamiento de una fobia: después de una charla inicial, el terapeuta decide utilizar
la desensibilización sistemática y explica al cliente que tiene la intención de emplear
una técnica probada que le permitirá dominar su miedo y su ansiedad. Se construye
una jerarquía y el cliente comienza a remontarla; en cada nivel de la jerarquía, la
expectativa de éxito del cliente se ve confirmada, es decir, ya no tiene miedo ni está
ansioso. A medida que transcurre el tiempo, el cliente ya no se aterroriza a la vista del
estímulo fóbico, sino que tiene la expectativa de que puede controlar el miedo. Por
primera vez en su vida, el fóbico dispone de la posibilidad de cortocircuitar el pánico
anticipatorio y de tiempo para poner a punto sus recursos para hacer frente a la
situación. Confirma esta creencia mediante la eficaz aplicación de su recién
aprendido dominio de las situaciones reales. Así, el creer que se puede controlar el
miedo puede reducir el pánico y permitir un abordaje más eficaz de la situación.
El tratamiento de la eyaculación precoz proporciona un interesante paralelo del
último ejemplo. Los hombres con eyaculación precoz no sólo son incapaces de
controlar su excitación sexual, sino que frecuentemente tienen miedo anticipatorio
cuando es inevitable una relación sexual. Este pánico anticipatorio anula los intentos
de controlar la eyaculación y pueden dar lugar a una impotencia secundaria[136].
Mediante la utilización de una técnica de presión del pene y la exposición gradual a
situaciones sexuales reales, los hombres con eyaculación precoz aprenden que pueden
controlar su excitación sexual y, como resultado de ello, cortocircuitan su pánico
anticipatorio. Esto hace aumentar su capacidad para controlar la eyaculación. En este
caso, la creencia en el control reduce de nuevo la ansiedad respecto a la capacidad
sexual y permite un enfrentamiento más adecuado con la situación.

CONCLUSION

Un EI es impredecible cuando su probabilidad es la misma ocurra o no el EC.

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Cuando los acontecimientos aversivos son impredecibles, no hay señal de seguridad y
surge la ansiedad. El control de la ansiedad durante la descarga predecible e
impredecible confirma la hipótesis de la señal de seguridad: cuando una persona o un
animal reciben descargas impredecibles, manifiestan respuestas emocionales
condicionadas continuas y un alto nivel de respuesta galvánica de la piel. Tanto la
impredecibilidad como la incontrolabilidad de la descarga producen úlcera de
estómago; los efectos de la indefensión como estado inductor de úlceras
probablemente se deban a la ausencia de señales de seguridad producidas por la
respuesta. El hombre y los animales escogen las descargas predecibles en vez de las
impredecibles, tal como sería de esperar según la hipótesis de la señal de seguridad.
Aunque los acontecimientos controlables son predecibles por la realimentación
procedente de la respuesta que los controla, la controlabilidad puede tener además de
esa predecibilidad consecuencias reductoras de la ansiedad; el control potencial
percibido y el control no real de los acontecimientos aversivos también alivian la
ansiedad. Por último, propongo la idea de que la percepción del control y la
predecibilidad pueden jugar un papel terapéutico fundamental en la desensibilización
sistemática.
En los dos últimos capítulos he analizado las fuentes de dos estados emocionales,
la depresión y la ansiedad. Hay algunas personas que son más propensas que otras a
la depresión y a la ansiedad. Para algunos afortunados, la percepción de la
indefensión y el estado de depresión ocurrirán sólo después de repetidos y atroces
infortunos. Para otros, el menor contratiempo desencadenará una depresión; en este
caso, la depresión es más que un estado, es un rasgo de personalidad. ¿Qué le hace a
un ser humano estar tan predispuesto a percibir la indefensión y encontrarse
deprimido? Las experiencias de la infancia, la niñez y la adolescencia son los lugares
más plausibles donde buscar el fundamento de la indefensión. En el próximo capitulo
analizaré el desarrollo de la indefensión como rasgo de personalidad.

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Capítulo VII
DESARROLLO EMOCIONAL Y EDUCACION

Hace diez años, cuando era un estudiante graduado principiante, decidí investigar
el desarrollo emocional y motivacional. Noté que, mientras que el desarrollo del
conocimiento, el lenguaje, las habilidades motoras, la moral y la inteligencia habían
sido investigados y estaban representados en teorías de base científica, sólo había
especulaciones y estudios de casos respecto al desarrollo motivacional. «Es un tema
sobre el que no sabemos mucho», dijo uno de mis profesores, «vuelva dentro de diez
años».
Los diez años ya han pasado, pero el estado de nuestro conocimiento no ha
cambiado. El estudio del desarrollo cognitivo, en sus diversas formas, es un área
floreciente, pero casi nadie parece estar dispuesto a abordar el desarrollo
motivacional. Este capítulo contiene mis especulaciones sobre el desarrollo
motivacional y emocional. Lo que voy a decir es esquemático, con mucha menos
base experimental de la que quisiera, pero al menos es un inicio.
Debido probablemente a razones surgidas de los ideales democráticos e
igualitarios, los psicólogos norteamericanos han acostumbrado interesarse por los
fenómenos cambiables y moldeables. El conductismo de J. B. Watson fue la muestra
más representativa de esta noble tarea:

Denme una docena de niños sanos y bien formados y el entorno que yo


determine para educarles y me comprometo a escoger uno de ellos al azar y
entrenarle para llegar a ser un especialista de cualquier tipo que yo elija:
médico, abogado, artista, hombre de negocios y, sí, hasta mendigo o
ladrón[137].

Retrocedamos por un momento y hagamos una prospección sobre el futuro de


nuestro entusiasmo por los procesos plásticos. La plasticidad y el ambientalismo
están siendo atacados desde muchos frentes; los ataques son profundos, persistentes y
documentados y el ambientalismo de tipo watsoniano está en retroceso dentro de la

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comunidad científica. Por ejemplo, la psicología piagetiana considera al desarrollo
del niño como no determinado fundamentalmente por la experiencia. Por el contrario,
se considera que las capacidades cognitivas del niño crecen e interaccionan con el
mundo de forma muy semejante a como un mejillón acumula una capa de concha tras
otra. Gran cantidad de pruebas apoyan este punto de vista. Los niños no aprenden el
lenguaje de la misma forma que una rata aprende a apretar una palanca por
recompensa y castigo, o al menos así nos lo dicen los influyentes trabajos de
Chomsky, Brown y Lenneberg. Bajo cualquier condición, con la única excepción de
las situaciones de máxima indigencia, los niños llegan a hablar y comprender su
lengua materna. Esto queda asegurado por una elaborada preprogramación neural
para el lenguaje en el homo sapiens; también en este caso el peso de las pruebas es
irrecusable. La inteligencia, medida por el CI, no puede aumentarse mucho mediante
manipulaciones ambientales, como Jensen, Hernstein, Eysenck y otros autores han
observado. La mayor parte de la variación en las puntuaciones de CI no es producida
por el moldeamiento ambiental, sino por el CI del padre biológico. El grado de
privación económica, nos dicen, no predice con ninguna regularidad lo inteligente
que será un niño, pero sus genes sí.
Mis propios trabajos sobre aprendizaje, aparte de los referidos a la indefensión,
no son excepción a la tendencia de alejamiento de la plasticidad. Recientemente
coedité un libro cuyo principal tema era que las fuerzas evolutivas limitan seriamente
lo que un organismo puede aprender[138]. Yo argumentaba que distintas
predisposiciones genéticas hacen que para algunas especies sea fácil aprender ciertos
tipos de contingencias y prácticamente imposible aprender otras. Por ejemplo, las
palomas pueden aprender fácilmente a picotear una tecla para conseguir comida, pero
tienen grandes dificultades para aprender a picotear una tecla a fin de evitar una
descarga.
Como diligente lector de la literatura psicológica norteamericana, casi he llegado
a convencerme. El desarrollo cognitivo de un niño no es, ni mucho menos, tan
plástico como yo había esperado. Esta constatación no es causa de regocijo. Hace
algunos años asistí a una conferencia de un famoso psicólogo alemán, ya de edad
avanzada. Durante cuatro décadas, abarcando la época del nazismo, había estado
recogiendo datos sobre diferentes tipos de personalidad. Definió y describió con gran
detalle su tipología. Al terminar la conferencia le pregunté, «¿cómo es que hombres
diferentes llegan a ser de esa forma?». Su respuesta fue breve y singular; hace diez
años la hubiera considerado cuando menos frívola, pero a la luz de los recientes
avances ahora tiene una resonancia más profunda.
«Eso, joven, depende del carácter», replicó suavemente.
Por una parte, yo no estoy dispuesto a abandonar la búsqueda de la plasticidad.
Los ideales democráticos e igualitarios que motivaron el ambientalismo americano (y
también el soviético) están muy arraigados y significan demasiado como para
abandonarlos alegremente. Si la cognición no puede ser modelada a voluntad en un

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niño, los psicólogos deben encontrar qué es lo que sí puede hacerse.
Yo creo que la motivación y la emoción son más plásticos que la cognición, que
están más moldeados por el ambiente. Ya no estoy convencido de que un
entrenamiento especial e intensivo aumente en veinte puntos el CI de un niño o le
permita hablar tres meses antes o escribir sonatas para piano a los cinco años, como
Mozart. Por otra parte, si estoy convencido de que ciertas disposiciones de
contingencias ambientales originarán un niño que cree que está indefenso, que no
puede tener éxito, y que otras contingencias harán que un niño crea que sus
respuestas son útiles, que puede controlar su pequeño mundo. Si un niño cree que
está indefenso actuará torpemente, independientemente de su CI. Si un niño cree que
está indefenso no escribirá sonatas para piano, independientemente de su genio
musical innato. Por otra parte, si un niño cree que tiene control y dominio, puede
superar a sus compañeros mejor dotados a quienes les falta tal creencia. Y lo que es
más importante, la disposición de una persona para creer en su propia indefensión o
en su capacidad de dominio está moldeada por su experiencia con acontecimientos
controlables e incontrolables.

LA DANZA DEL DESARROLLO

El infante humano empieza su vida más indefenso que los de otras especies. En el
curso de los diez o veinte años siguientes, algunos adquieren un sentido del dominio
sobre su entorno; otros adquieren un profundo sentido de indefensión. La inducción a
partir de la experiencia pasada determina la fuerza de este sentido de indefensión o de
dominio. Piénsese en un estudiante de tercer grado que ha sido vencido todas las
veces que se ha pegado en la escuela. La primera vez que se pegó, quizá no se sintió
derrotado hasta verse totalmente sometido. Sin embarco, después de nueve derrotas
sucesivas, probablemente se sentirá vencido antes, al primer indicio de derrota. Su
disposición para considerarse vencido está moldeada por la regularidad con que ha
ganado o perdido. Lo mismo ocurre con las creencias más generales, como la
indefensión y el dominio. Si un niño ha estado indefenso repetidamente y ha
experimentado poco dominio, al menor indicio se considerará indefenso en una nueva
situación. Otro niño con la experiencia opuesta, disponiendo de iguales indicios,
podría considerarse en posesión del control. Cuántas, cuán intensas y cuán tempranas
son las experiencias de indefensión y dominio determinará la fuerza de este rasgo
motivacional.
Cuando un niño es depositado, desnudo y chillando en las manos tendidas del
tocólogo de su madre, casi no puede ejercer control alguno sobre su ambiente. La
mayoría de las respuestas de un recién nacido son reflejas; manifiesta una gama muy
limitada de respuestas voluntarias, de acciones que pueden ser moldeadas
instrumentalmente. Por ejemplo, es posible moldear la respuesta de succión de un

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recién nacido[139]. La respuesta de succión tiene dos componentes: el acto de
exprimir, o estrujamiento del pezón entre la lengua y el paladar, y la succión, o
formación de un vacío para extraer la leche del pezón. A. J. Sameroff (1968) reforzó
con leche la succión o el acto de exprimir. Cuando este último componente era
seguido de la leche, la succión desaparecía. Además, los recién nacidos variaban la
fuerza de estrujamiento del pezón para ajustarse a los cambios en la presión mínima a
la que se administra la leche. Sin embargo, era esta una forma débil de aprendizaje
sin señas de ser recordada de una comida a la siguiente. Los recién nacidos pueden
también ejercer cierto control sobre el reforzamiento volviendo la cabeza, ya que
cuando se les da agua azucarada por volver la cabeza aumenta la tasa de esta
respuesta[140].
A medida que el niño va madurando, hay cada vez más respuestas que logran
controlar los acontecimientos ambientales. Llora y su madre llega; a consecuencia de
ello, su llanto aumenta en frecuencia cuando su madre vuelve a estar ausente.
Trabajosamente, logra encontrar una postura cómoda cuando yace en su cuna; cuando
se le vuelve a depositar en ella, adopta esa postura más rápidamente. Su vista va
siguiendo cada vez mejor los objetos, al menos los que se mueven lentamente.
Llegados a este punto, es conveniente recordar al lector la distinción entre control
real y percepción del control. Las acciones voluntarias del niño muestran, por
definición, control sobre ciertos acontecimientos. Esto no implica necesariamente
que, en los primeros estadios, el niño perciba que tiene tal control y yo no afirmo que
el recién nacido lo haga[141]. No obstante, en el curso del desarrollo hay algún
momento en el que comienzan a formarse esas percepciones; el cuándo es aún una
pregunta abierta. Sólo futuras investigaciones sobre la transferencia de la indefensión
y el dominio a través de distintas situaciones concretará el momento en que se inician
esas percepciones. Sin embargo, el control objetivo es una condición necesaria para
el desarrollo de la percepción del control.
El niño comienza una danza con su ambiente que durará toda la infancia. Creo
que es el resultado de este baile lo que determina su sentido de indefensión o
dominio. Cuando realiza una respuesta, puede que produzca un cambio en el
ambiente o que sea independiente de los cambios que ocurran. A algún nivel
primitivo, el niño calcula la correlación entre respuesta y resultado. Si la correlación
es cero, se desarrollará indefensión. Si la correlación es altamente positiva o
altamente negativa, ello significa que la respuesta funciona y el niño aprende o a
ejecutar más veces la respuesta o a dejar de hacerlo, dependiendo de si el resultado
correlacionado es bueno o malo. Pero, por encima de esto, aprende que la respuesta
funciona, que en general hay una sincronía entre respuestas y efectos. Cuando hay
desincronía y está indefenso, deja de ejecutar la respuesta y aprende además que, en
general, es inútil responder. Ese aprendizaje tiene las mismas consecuencias que la
indefensión en los adultos: no iniciación de respuestas, disposición cognitiva negativa
y ansiedad y depresión. Pero esto mismo puede ser más desastroso para el niño al

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producirse en el momento en que están fraguando sus cimientos, en la base de su
pirámide de estructuras emocionales y motivacionales.
Mientras escribo este párrafo, mi hijo de tres meses está mamando del pecho de
su madre. La danza del desarrollo se manifiesta abiertamente: chupa y el mundo
responde con leche caliente. Toca el pecho y su madre le devuelve un tierno abrazo.
Descansa y emite un arrullo y su madre le devuelve otro. Gorjea de felicidad y su
madre trata de imitarle. Cada paso que da está sincronizado con una respuesta del
mundo.
Los experimentos de J. S. Watson con niños de dos a tres meses de edad captan la
esencia de esta danza[142]. Watson piensa, como yo, que el niño aprovecha cualquier
oportunidad para hacer un análisis de contingencia de las relaciones entre sus
respuestas y los efectos que producen. El niño es privado de contingencias durante
unas ocho semanas, ya que realiza tan pocas respuestas voluntarias y su memoria es
tan limitada que le resulta difícil recordar el último emparejamiento de una respuesta
con un resultado. Pero al llegar a las ocho semanas de edad, emerge una nueva
capacidad. Watson y sus colaboradores dieron a tres grupos de niños de esa edad
entrenamiento especial de contingencia durante diez minutos diarios, con resultados
sorprendentes. Los experimentadores habían diseñado una almohada de aire que
cerraba un interruptor cada vez que el niño ejercía presión sobre ella con su cabeza.
En el grupo contingente, un móvil compuesto de bolas de colores colgadas sobre la
cuna giraba durante un segundo después de cada presión. El grupo no contingente
también vio el móvil giratorio, pero sin que estuviera bajo su control. Un tercer grupo
vio un objeto estable.
A diferencia de los demás, los niños del grupo contingente aumentaron
notablemente su actividad en el transcurso del experimento, mostrando que habían
aprendido la contingencia. Sólo las madres de los niños del grupo contingente
declaraban (unánimemente) que sus niños sonreían enérgicamente y emitían arrullos
a partir del tercer o cuarto día del experimento.
Watson aplicó este procedimiento a una niña de ocho meses gravemente
retrasada, cuyo desarrollo conductual era el de una niña de un mes y medio. Se la
había calificado como insuficientemente desarrollada, nunca había manifestado
ninguna actividad instrumental y prácticamente no sonreía ni arrullaba. A los once
días de exposición al móvil contingente, su actividad aumentó en diez veces y sonreía
y arrullaba enérgicamente cuando el móvil daba vueltas.
El juego del análisis de contingencia constituye un ejemplo de la danza del
desarrollo. Controlar el ambiente es profundamente agradable para un niño en
desarrollo. La falta de control no produce placer y puede hasta ser aversiva, aunque el
entorno sea «interesante» y contenga móviles giratorios. ¿Por qué les gusta a los
niños el sonido de un sonajero? No por las propiedades físicas del sonido, su novedad
o su familiaridad, sino porque el propio niño le hace sonar. Quizá el significado
evolutivo básico del placer sea el acompañar a las respuestas instrumentales efectivas

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y, por lo tanto, fomentar aquellas actividades que llevan a la percepción del control.
Por el contrario, es posible que el aburrimiento haga al niño alejarse de la
estimulación que no puede controlar, llevándole a juegos en los que puede aprender
que es un ser humano eficaz.

Reaferencia

¿Qué ocurre cuando un niño es privado de la sincronía entre respuesta y


resultado?
La primera y quizá más fundamental forma de sincronía susceptible de ser
interrumpida es la reaferencia. La reaferencia se refiere a la relación contingente
entre acción y realimentación visual. Cuando se da un paso hacia una pared, la acción
motora se halla precisamente sincronizada con la vista de una pared que va
agrandándose. Cualquier niño normal aprende que el acto de mover su mano de cierta
forma hace que vea la mano moviéndose.
La reaferencia es tan fundamental que es difícil imaginar cómo sin ella un niño
podría ni siquiera percibir la diferencia entre él y el resto del mundo. Después de
todo, ¿qué es lo que le distingue a uno mismo del mundo? Las cosas que forman parte
de mi arrojan altas correlaciones cuando las muevo voluntariamente: decido que mi
mano es parte de mí y no de los demás, porque ciertas órdenes motoras son casi
invariablemente seguidas por la vista y la sensación de la mano extendiéndose. Desde
luego, un análisis de contingencia que descubre una sincronía entre una determinada
orden motora y una determinada realimentación parece ser la forma más probable de
que aprendamos qué orden motora produce una determinada respuesta. Para pesar
suyo, todo niño aprende que la madre no forma parte de él, sino del mundo: la
sincronía entre las órdenes motoras y la vista de la madre moviéndose es una
correlación mucho menos que perfecta, aunque no llega a ser cero más que en los
ambientes más depauperados. Yo diría que los «objetos» que se convierten en parte
del sí mismo son los que manifiestan una correlación casi perfecta entre la orden
motora y la realimentación cenestésica y visual, mientras que aquellos objetos que no
lo hacen se convierten en mundo. Naturalmente, es entonces cuando comienza la
lucha perpetua para hacer aumentar la correlación entre cambios en el mundo y
órdenes motoras, la lucha por el control.
R. Held, A. Hein y sus colaboradores del M. I. T. (Instituto Tecnológico de
Massachussets) han llevado a cabo una impresionante serie de experimentos sobre los
efectos de privar de reaferencia a organismos aún no desarrollados[143]. Ocho pares
de gatitos fueron criados en la oscuridad hasta la edad de ocho a once semanas.
Entonces, cada par fue sujetado a una yunta situada en un carrusel; uno de los gatitos
era activo, mientras que el otro era arrastrado pasivamente en una especie de góndola.
El gatito activo podía moverse más o menos libremente; cuando realizaba un

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movimiento, se producía una realimentación visual sincrónica. El gatito pasivo de la
góndola recibía la misma estimulación visual que el activo. Todos los cambios en el
mundo visual del gatito pasivo eran independientes de sus acciones; el que moviera o
no sus patas (o lo que fuera) no alteraba la probabilidad de que su mundo visual
cambiase. No había sincronización entre sus emisiones motoras y los efectos visuales.
Los gatitos pasaban tres horas diarias en el aparato; el resto del tiempo eran
mantenidos en la oscuridad con su madre y sus hermanos.
Después de haber pasado treinta horas en el carrusel, se puso a prueba a todos los
pares. Los gatitos activos parpadeaban al acercárseles un objeto, alargaban sus patas
para evitar el golpe cuando se les hacía caer sobre una superficie y evitaban los
lugares elevados. Los gatitos pasivos no manifestaban ninguna de estas conductas,
aunque tras habérseles permitido moverse libremente por la luz durante varios días
terminaron desarrollándolas.
En este caso, el daño causado por la falta de sincronización entre las emisiones
motoras y la realimentación visual fue reversible. Tal reversibilidad quizá fuera
debida a la relativa levedad de la asincronía. Incluso a los gatitos pasivos se les
proporcionaron muchas fuentes de sincronía, ya que aunque fueron criados en la
oscuridad no faltaron ni las órdenes motoras ni la realimentación táctil y visual:
cuando el gato movía una pata y tocaba con ella la otra podía sentir las patas
tocándose. Cuando chupaba los pezones de su madre fluía leche. Cuando sacaba las
uñas, el objeto arañado chillaba. Sería de esperar que una asincronía más radical
produjese un daño más generalizado y quizá irreversible.
L. B. Murphy (1972) hace una desoladora descripción de la asincronía entre las
acciones de un bebé y la reacción de su madre en hogares norteamericanos
extremadamente pobres:

Es precisamente en este intercambio activo de señales de juego… en lo que el


niño con una madre indigente y agotada no se diferencia en nada de los niños
de ciertas inclusas. La madre, apática y desanimada, se sienta pasivamente
con el niño en sus brazos, sin comunicarse cara a cara, y mucho menos
juguetear con él intercambiando respuestas. El niño pobre carece de las
experiencias que… llevan a la expectativa de que alargar la mano, explorar
el exterior y tratar de producir nuevos efectos sobre él trae consecuencias
gratificantes.

La indefensión puede ser uno de los principales resultados de la privación


maternal y de la crianza del niño en una institución, y son esas circunstancias
depresoras las que pasamos a considerar a continuación.

PRIVACION MATERNAL

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Los niños humanos sufren un grave daño psicológico cuando son criados en
ciertos medios institucionales. Hay un factor común a todos ellos, la falta de control
sobre los hechos ambientales. Las observaciones de R. Spitz (1946) son
representativas y al mismo tiempo estremecedoras:

En la segunda mitad del primer año, algunos de estos niños se volvieron muy
susceptibles al llanto, en marcado contraste con su anterior comportamiento
risueño y bullicioso. Después de cierto tiempo, el lloriqueo dio paso al
retraimiento. Los niños en cuestión yacían en sus cunas con la cara
escondida, rehusando tomar parte en la vida que se desarrollaba a su
alrededor. Cuando nos acercábamos a ellos nos ignoraban… Si insistíamos lo
suficiente, se echaban a llorar y, en algunos casos, chillaban… Durante este
período, algunos de estos niños perdieron peso… las enfermeras declaraban
que algunos sufrían de insomnio… Todos mostraron una gran sensibilidad a
enfermedades intercurrentes, como catarro o eccema.
Este cuadro conductual duró tres meses. Entonces cedió el lloriqueo, y se hizo
necesaria una fuerte provocación para desencadenarlo. En su lugar apareció
una especie de rigidez glacial de la expresión. Los niños yacían o
permanecían sentados con los ojos totalmente abiertos e inexpresivos, el
rostro paralizado y una expresión distraída, como si estuviesen aturdidos,
dando la impresión de no percibir lo que ocurría a su alrededor. En algunos
casos, esta conducta se vio acompañada de actividades auto-eróticas… El
contacto con los niños que llegaban a este estadio se hizo cada vez más
difícil, y terminó siendo imposible. Como mucho se lograba que rompiesen a
gritar[144].

Este fenómeno ha recibido nombres diversos: depresión anaclítica, hospitalismo y


marasmo. Puede surgir de dos circunstancias diferentes. Una es la separación de la
madre que ha establecido una buena relación con su hijo de seis a dieciocho meses.
Es interesante que, si la relación ha sido débil o negativa, no suele desarrollarse esa
condición. Por otra parte, se produce cuando los niños son criados en una inclusa,
donde permanecen tumbados un día tras otro con sólo sábanas blancas que mirar y un
contacto humano mínimo y mecánico. Si la madre vuelve pronto, la condición
normalmente remite, a veces de forma drástica. Sin embargo, si no hay intervención
alguna, el pronóstico es grave. Treinta y cuatro de noventa y un niños de una inclusa
observados por Spitz murieron en los primeros tres años; en otros casos se produjo
depresión estuporosa y retraso intelectual.
Un niño privado de estimulación es un niño que, consecuentemente, está privado
también de control sobre la estimulación. No puede haber danza del desarrollo si no
hay pareja. «¿Cómo puede un biberón que aparece exactamente cada cuatro horas

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independientemente de lo que esté haciendo el niño producir un sentido de la
sincronía entre acción y efecto?». Recuérdense los experimentos de Suomi y Harlow
(1972), en los que unas crías de mono eran situadas en una cámara sin estimulación,
permaneciendo allí durante cuarenta y cinco días (p. 133). Igual que los niños con
depresión anaclítica, estos monos mostraban un comportamiento profundamente
depresivo, aun cuando se les sacara de la cámara. No jugaban, permanecían
acurrucados contra un rincón y chillaban al acercarse sus compañeros. Sugiero que no
es la privación de estimulación en sí misma, sino la privación de la sincronía, lo que
produce tales efectos.
Un niño que pierde a su madre es un niño privado no sólo de amor, sino de
control sobre los más importantes acontecimientos de su vida. Ciertamente, la danza
del desarrollo queda empobrecida si no se tiene a la madre como principal pareja. Sin
madre, muchas veces no hay nadie que nos devuelva un abrazo. Gorjeos y sonrisas
quedan sin respuesta. Lloros y chillidos caen en los oídos sordos del personal de la
guardería, demasiado ocupado como para responder y proporcionar control. Comida,
cambio de pañales y caricias no suelen llegar en respuesta a las demandas del niño,
sino en respuesta a las demandas de un reloj.
La mayoría de los conocimientos sistemáticos que tenemos sobre los efectos de la
separación maternal proceden de estudios con monos. H. F. Harlow (1962) describe
así la conducta de los macacos separados de sus madres[145]:

Observamos a los monos que habíamos separado de sus madres y criado bajo
varias condiciones con o sin madre. Los primeros cuarenta y siete cachorros
fueron criados durante su primer año de vida en jaulas de malla, de tal forma
que pudieran verse, oírse y llamarse, pero no tener contacto entre sí. Ahora
tienen entre cinco y siete años de edad y están maduros sexualmente. Mes tras
mes y año tras año, estos monos han ido mostrándose cada vez menos
normales. Les hemos visto inmóviles en su jaula, envueltos en un extraño
mutismo, mirando fijamente al vacío, prácticamente indiferentes a las
personas y a los demás monos. Algunos se cogen la cabeza con las manos,
balanceándose de un lado a otro, pauta de conducta autista que hemos
observado en los cachorros criados con sustitutos de alambre. Otros, al
acercarse a ellos o incluso estando solos, tienen violentos accesos de rabia,
agarrando y lacerando sus patas con tal furia que a veces precisan cuidado
médico.

El comportamiento de los monos criados sin madre es semejante al de los criados


con una «madre» hecha de alambre[146]. Estos monos no exploran ni manipulan su
mundo. Tanto en presencia como en ausencia de sus «madres», todo contacto que
inician con los objetos es frenético y desorganizado. Cuando juegan con otros monos,

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no agreden. G. P. Sackett (1970) ha hallado iguales déficits en monos criados en
condiciones de aislamiento de sus madres y sus iguales. Dejan de iniciar o solicitar
contactos físicos, su agresión se desvanece y su actividad motora queda
drásticamente reducida. Igual que los perros indefensos, los monos aislados también
manifiestan déficits en sus responsividad a la descarga eléctrica: cuando reciben una
descarga por beber de un tubo electrificado, aceptan un nivel de descarga mucho
mayor antes de dejar de beber que los monos no aislados.
¿Qué es lo que falta en estos casos? La respuesta tradicional es «amor materno».
Yo creo que esta respuesta es superficial. En cualquier experimento de privación o de
enriquecimiento es fácil pasar por alto la privación o el enriquecimiento del control.
Cuando un experimentador añade bloques de madera y laberintos al entorno
experimental de una rata, no sólo añade más cosas, sino que también añade más
control sobre las cosas. El ambiente es enriquecido no porque el bloque esté allí, sino
porque el animal interactúa con él; le olisquea, lo da la vuelta, lo roe. Dudo mucho
que añadir objetos, sin permitir al mismo tiempo su control, produzca efecto alguno
de enriquecimiento. También es cierto lo contrario. Cuando una persona es expuesta a
una carencia crónica de algo, también le falta el control sobre ese algo. No es casual
que ocurran déficits semejantes a los producidos por la privación maternal cuando
simplemente se dan descargas inescapables a monos jóvenes[147]. Sugiero que la
privación maternal trae como resultado una falta fundamental de control. La madre es
la principal pareja en la danza del desarrollo, la principal fuente de sincronía con las
respuestas del bebé y el principal objeto de su análisis de contingencias. Su sentido
del dominio o de la indefensión se desarrolla a partir de la información proporcionada
por las respuestas de su madre a sus acciones. Si la madre está ausente, surgirá un
profundo sentido de indefensión, especialmente si no se proporciona una madre
sustitutiva o si la que tiene no es lo suficientemente responsiva. Es de suponer que,
incluso una madre mecánica, pero que «danzase» con el niño, proporcionándole
sincronía, ayudaría a mantener alejada la indefensión.
La madre también es para el bebé una fuente de frustración y conflicto, pero una
frustración y un conflicto resolubles. B. L. White (1971) subraya el papel que la
madre desempeña al plantearle al niño dificultades que quedan resueltas cuando el
niño actúa:

Ellas diseñan un mundo físico, sobre todo en el hogar, maravillosamente


adaptado para alimentar la floreciente curiosidad del niño de uno a tres
años… Estas madres eficaces no siempre abandonan lo que están haciendo
para atender a sus llamadas, sino que si el momento es claramente
inconveniente, lo dicen, probablemente dando asi al niño un pequeño anticipo
realista de las cosas por venir… Aunque de vez en cuando hacen comentarios
voluntarios, suelen actuar en respuesta a las solicitudes del niño.

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A medida que la danza del desarrollo continúa, va haciéndose más elaborada y
estimulante. Ya no todas las respuestas del niño traen un efecto por parte de la madre.
Ocurren problemas y surge la frustración. Cuando, mediante sus propias acciones, el
niño se enfrenta a la ansiedad y la frustración, aumenta su sentido de la eficacia. Bien
si las frustraciones quedan sin resolver o si los padres las resuelven por el niño, tiende
a desarrollarse la indefensión.
No sólo la indefensión respecto a la madre, sino también la indefensión respecto a
la brutalidad de los iguales, puede producir desastrosas consecuencias. J. B. Sidowski
(1971) aisló a unos macacos tanto de sus iguales como de sus madres hasta que
tuvieron seis meses de edad. Transcurrido ese tiempo, los monos comenzaron a pasar
una hora diaria atados a un aparato inmovilizador en presencia de los demás monos
jóvenes, que no estaban inmovilizados. Los monos inmovilizados se vieron
sometidos a los abusos incontrolables de sus iguales: los monos no inmovilizados les
metían los dedos en los ojos, les abrían la boca a la fuerza y les tiraban del pelo y de
la piel. Las respuestas de los monos a los que se volvió indefensos de esta forma
fueron de lo más llamativo:

Tras dos o tres meses de nerviosas vocalizaciones y de forcejear contra las


correas que les sujetaban, la reactividad emocional de los sujetos
inmovilizados disminuyó lentamentamente para dar paso a una actitud de
aceptación desesperada. Aun con muecas y chillidos, se les ignoraba y
dejaban pasar numerosas ocasiones de morder al opresor cuando tenían sus
dedos o sus órganos sexuales pegados a su boca o dentro de ella.

Estos efectos persistieron cuando los monos ya no estaban inmovilizados. Cuando


se les presentó ante otros monos se pusieron locos de terror. Uno de ellos chillaba,
saltaba y se convulsionaba tan violentamente que los en otros momentos impasibles
experimentadores decidieron terminar la sesión. Cuando otro mono anteriormente
inmovilizado fue tocado por vez primera por otro animal, se ladeó y cayó al suelo
como si fuera un bloque de cemento. Sólo volvió a moverse después de que el otro
mono se marchase a otra parte de la jaula. El desarrollo de estos monos quedó
permanentemente retrasado, ya que posteriormente no desarrollaron interacción
social con sus iguales.
Hay otros experimentos animales más que amplían nuestro conocimiento de los
efectos de la indefensión temprana sobre el posterior desarrollo. J. M. Joffe y sus
colaboradores (1973) criaron a dos grupos de ratas en un ambiente contingente o en
uno no contingente. En el entorno contingente, apretar una palanca producía bolitas
de comida, apretar otra agua, y apretar una tercera apagaba o encendía la luz de la
caja. El grupo no contingente recibió igual cantidad de comida, agua y cambios de
iluminación, pero independientemente de su conducta. A los dieciséis días de edad,
cada animal pasó la prueba del campo abierto, una prueba típica de ansiedad. Los

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animales criados en el entorno contingente exploraron más y defecaron menos, lo que
indica un grado inferior de ansiedad. Ser criado en condiciones de dominio del
ambiente probablemente produzca menos ansiedad que ser criado indefenso.
R. D. Hannum, R. A. Rosellini y yo (1974) hemos ampliado últimamente estos
datos al terreno de la iniciación de respuestas. Tres grupos de ratas, poco después del
destete, recibieron descargas escapables, inescapables o no recibieron descargas. Ya
de adultas, fueron probadas en una nueva tarea de escape. Las ratas que habían
recibido descargas inescapables después de destetadas se mostraron indefensas y no
escaparon de la descarga; las ratas que habían recibido descargas escapables o que no
habían recibido descargas escaparon bien. Además, si una rata destetada tenía una
experiencia prolongada de descargas escapables, no se volvía indefensa cuando de
adulta recibía descargas inescapables. La experiencia temprana del control puede
inmunizar contra la indefensión adulta.
Recientemente, Peter Rapaport y yo nos preguntábamos si, quizá, una madre
indefensa podría comunicar algo de su indefensión a su descendencia[148]. Se había
demostrado que si una rata madre recibía condicionamiento de miedo con descargas
señaladas y la señal se presentaba repetidamente durante el embarazo, la
descendencia era más temerosa[149]. No obstante, nuestra pregunta se refería a los
efectos más sutiles del control sobre la descarga presentada sólo antes del embarazo.
Así pues, dimos a tres grupos de ratas hembras una sesión de descargas inescapables,
escapables o sin descarga, dieciséis días antes del embarazo. No se llevó a cabo
ninguna manipulación experimental más. El ciclo de ovulación de las ratas que
recibieron descargas inescapables resultó más largo, lo que indica la prevista superior
tensión producida por la inescapabilidad. Todas las ratas quedaron embarazadas,
parieron y criaron a su descendencia hasta la edad del destete, a los veintiún días. Dos
de las cinco madres que recibieron descargas inescapables murieron durante el
embarazo, hecho desagradable, pero no tan sorprendente, como veremos en el
capítulo VIII. Cuando las crías alcanzaron la adultez se les pasó a todas una prueba de
campo abierto. Las crías de las madres que habían recibido descargas inescapables no
exploraron el campo abierto, mientras que aquéllas cuyas madres habían recibido
descargas escapables o no habían recibido descargas exploraron intensamente el
campo abierto. Cuando posteriormente se les pasó una prueba de escape de una
descarga apretando una palanca, las crías «inescapables», especialmente los machos,
tendían también a hacerlo peor.
Las madres expuestas a un trauma inescapable, aunque sea antes del embarazo,
pueden de alguna manera transmitir su miedo a la siguiente generación. No sabemos
cómo lo hacen, pero hay dos posibles grupos de mecanismos: 1. Factores uterinos.
La descarga inescapable quizá produzca alguna enfermedad o anormalidad sutil y
desconocida, pero duradera, en las hormonas sexuales que luego bañan al feto. El
alargamiento del ciclo estrógeno así lo sugiere; cuanto más se había alargado el ciclo
de la madre, más se paralizaban las crías durante la prueba de escape. 2. Factores de

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crianza. Las madres que reciben descargas inescapables quizá se vuelvan
incompetentes o hiperactivas, criando peor a su descendencia. Este experimento aún
no ha sido replicado, por lo que generalizar a partir del mismo es prematuro y algo
arriesgado.
En otra demostración de los efectos perturbadores de la incontrolabilidad sobre
los organismos en desarrollo, P. L. Bainbridge (1973) dio a dos grupos de ratas
experiencia en problemas discriminativos a la edad de cincuenta días. Para un grupo,
el problema era insoluble; la comida de recompensa era independiente de las
respuestas y los estímulos. El problema discriminativo del segundo grupo era soluble;
la respuesta al estímulo apropiado siempre producía comida. A un tercer grupo no se
le presentó ningún problema. Llegados a una edad más avanzada, los animales
indefensos fueron inferiores en la solución de nuevos problemas discriminativos y en
encontrar el camino correcto por un laberinto.
Los estudios evolutivos de este tipo con animales aún están en pañales. Si bien
existe una abundante literatura sobre los efectos de la descarga eléctrica, la
manipulación, la privación alimenticia y la separación materna en animales, los
investigadores han pasado por alto en gran medida la dimensión de controlabilidad.
Si la línea argumental que yo he seguido es correcta, la privación del control sobre
estos acontecimientos es una manipulación experimental crucial. Los pocos estudios
que han variado directamente la controlabilidad lo han hecho sólo respecto a un
conjunto limitado de acontecimientos. Si queremos descubrir los efectos de la
indefensión crónica sobre el desarrollo motivacional, debemos comparar ambientes
totalmente controlables con ambientes totalmente incontrolables[150].

Ahora ya es patente mi idea sobre el desarrollo motivacional infantil. La actitud


de un niño o de un adulto hacia su propia indefensión o su capacidad de dominio
tiene su fundamento en el desarrollo infantil. Cuando un niño posee una abundante
reserva de potentes sincronías entre sus acciones y las modificaciones ambientales, se
desarrolla un sentido de dominio. Para el aprendizaje del dominio es fundamental que
la madre actúe de forma responsiva. Por otra parte, si el niño experimenta una
independencia entre las respuestas voluntarias y los acontecimientos ambientales, la
indefensión irá arraigando. Ausencia de la madre, privación estimular y
comportamiento maternal no responsivo contribuyen todos al aprendizaje de la
incontrolabilidad. La indefensión en un organismo que se halla en su infancia tiene
iguales consecuencias que en los adultos: no iniciación de respuestas, dificultad para
darse cuenta de que las respuestas son eficaces, ansiedad y depresión. No obstante, y
puesto que la indefensión en el niño es la actitud motivacional básica en torno a la
cual cristalizará el posterior aprendizaje instrumental, sus consecuencias debilitadoras
serán más catastróficas.
¿Surge de todo esto alguna sugerencia práctica para la educación del niño? Yo
creo que sí. Cuando mi hija Amy tenía ocho meses, mi esposa, un grupo de alumnos

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y yo fuimos a una taberna a tomar pizza y cerveza. Amy se sentó en una silla elevada
y se dedicó a gorgotear mientras los mayores hablábamos de indefensión. En cierto
momento de la conversación, Amy, visiblemente aburrida, empezó a golpear con sus
dos manos la superficie metálica de su silla elevada. Como habíamos estado hablando
de la importancia del control en el desarrollo infantil, ilustré este punto golpeando la
mesa con mis manos en respuesta a Amy. Una brillante sonrisa iluminó su rostro, y
ella volvió a golpear su silla. Entonces, todos le respondimos golpeando la mesa.
Amy nos respondió golpeando su silla. Todos le respondimos golpeando de nuevo la
mesa. Así continuamos durante una hora y media; el espectáculo de ocho adultos y un
niño intercambiando golpes en la mesa debió dejar perplejos a camareros y clientes.
Si lo que comunmente se denomina fuerza del yo surge de la posesión por parte
del niño de un sentido de dominio sobre su ambiente, los padres deberían de tomarse
la molestia de jugar este tipo de «juegos de sincronía» con sus hijos. En vez de hacer
cosas que le gustan a su hijo cuando a usted le apetezca, espere a que él emita alguna
respuesta voluntaria y entonces actúe. Cuando el niño repita e intensifique sus
acciones, repita e intensifique las suyas. Si este capítulo es erróneo, y la sincronía en
la primera infancia no tiene ninguna importancia, poco se pierde, sólo unas horas de
juego extra con un niño encantado de ello. En cambio, si estoy en lo cierto, los padres
que se molesten en «danzar» con sus hijos aumentarán con ello el sentido de dominio
que éstos desarrollarán.

PREDECIBILIDAD Y CONTROLABILIDAD EN LA NIÑEZ Y LA ADOLESCENCIA

Cuando mi esposa y yo empezamos a dejar a nuestra hija con cuidadoras


nocturnas, durante su primer año de vida, nos dimos cuenta de que Amy cambió de su
placidez habitual a quejarse cada vez más. La estrategia que adoptamos fue la
siguiente: cuando la cuidadora llegó por vez primera, se la presenté a Amy; luego,
cuando ya estaban absortas en sus juegos, mi mujer y yo nos marchamos
sigilosamente. Esperábamos que, al desaparecer poco a poco evitaríamos la
separación traumática, con los gemidos y protestas que sabíamos ocurrirían de actuar
de otra forma. Nos parecía evidente que esta era la forma en que encontraríamos
menos resistencia y, de hecho, es el procedimiento que adoptan muchos padres.
Después de hacerlo muchas veces, nos dimos cuenta de que la ansiedad de Amy
iba en aumento. Entonces, Kerry criticó asi nuestra estrategia: «La teoría de la señal
de seguridad tiene predicciones claras acerca de nuestra forma de marchamos», dijo.
«¿Cómo es eso?», pregunté.
«Cuando dejamos a Amy sin darle una señal clara de aviso, es lo mismo que con
la descarga impredecible», me respondió. «Amy está empezando a pasar mucho
tiempo ansiosa por la separación, porque ha aprendido que no hay ningún predictor
de nuestra marcha y, por lo tanto, ningún predictor de que vayamos a quedarnos. Si,

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en cambio, pasamos por un ritual de despedida explícito y elaborado, entonces Amy
aprenderá que si el ritual no ha ocurrido no tiene por qué preocuparse».
Me pareció que el argumento tenía mucho sentido, así que a la vez siguiente le
dijimos por fin que íbamos a salir por unas horas, les sacamos a ella y a la cuidadora
hasta el coche, despidiéndonos con un movimiento de la mano, nos besamos y nos
abrazamos y dejamos que viera cómo el coche se alejaba. Amy comprendió
perfectamente lo que hacíamos como para chillar y protestar, pero lo hicimos, y desde
entonces hemos seguido este mismo ritual. Poco después, Amy volvió a ser tranquila.
Dicho sea de paso, a sus cinco años Amy es una niña tranquila, a quien no parece
preocuparle mucho que sus padres salgan fuera de casa. El lector probablemente se
pregunte dónde está nuestro control experimental. En realidad, como tenemos otro
hijo de una edad parecida, podríamos proporcionar un control de «marcha sigilosa».
Pero como el procedimiento resultó ser tan eficaz, no creo que lo hagamos.
Los niños pequeños están destinados a encontrar todo tipo de experiencias
traumáticas; ir al dentista, la marcha de los padres, inyecciones hipodérmicas, etc. En
la medida en que estos hechos se produzcan sin previo aviso, sería de esperar que se
desarrolle ansiedad, debido a que el niño no tiene forma alguna de saber cuándo está
seguro. En la medida en que el acontecimiento es predicho de forma exacta («va a
doler de verdad»), el niño aprenderá que está seguro cuando mamaíta dice «de verdad
que no va a doler» o no dice nada. Volveré sobre este tema cuando hable de la
autoestima.

El aula

La controlabilidad y la indefensión juegan un papel principal en los encuentros


del niño con nuestro sistema educativo. La escuela es una experiencia difícil para casi
todos los niños y, además de la lectura, la escritura y la aritmética, creo que el escolar
también aprende lo indefenso o lo eficaz que es. En uno de los libros más
conmovedores sobre la educación publicados en la década de los sesenta, La Muerte
Prematura, J. Kozol ha descrito la indefensión en el aula:

El muchacho fue designado como «estudiante especial», calificación basada


en su puntuación de CI y, por lo tanto, en la expectativa de la mayoría de los
profesores de que no se le podría enseñar en una clase normal llena de niños.
Por otra parte, debido al congestionamiento del centro, y a la falta de
profesores especiales, no hubo sitio para él en nuestra única clase especial.
Además, debido a la poca disposición del sistema escolar para llevar a los
niños negros en autobús a otros barrios, no pudo ir a clase a otra escuela que
tuviese sitio para él. La consecuencia de todo ello, tal como resultó tras
seguir los cauces del sistema, fue que tuvo que pasar todo un año sin apenas

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ser visto y prácticamente olvidado, sin nada que hacer excepto vegetar,
causar problemas o, simplemente, pudrirse en silencio. Se sentía mal. Su
enfermedad era evidente, y fue imposible pasarla por alto. Reía hasta casi
llorar por detalles inimaginables. Si no se le miraba de cerca, muchas veces
parecía estar riéndose por nada. A veces sonreía beatíficamente con un
aspecto de absoluto éxtasis. Por lo general, estaba fijándose en cosas
diminutas: un puntito en un dedo o una chinche imaginaria sobre el suelo. El
muchacho tenía una gran cabeza acreitunada y unos ojos muy vidriosos y
movedizos. Un día le llevé un libro sobre un francesito que había sido seguido
hasta la escuela por un globo rojo. Se sentó, balanceó su cabeza de un lado
para otro y sonrió. Lo más normal era que estuviese de mal humor,
quejándose o llorando. Al intentar leer, lloraba porque no podía aprender a
hacerlo. Al escribir, lloraba porque no le podían enseñar a escribir. Lloraba
porque no podía pronunciar palabras de muchas sílabas. No se sabía la tabla
de multiplicar. No sabía restar. No sabía dividir. Estaba en la clase de cuarto
grado debido, según sigo creyendo, a un error administrativo tan inmenso
que a veces daba la impresión de ser una broma. Su ridículo era tan evidente
que resultaba difícil no hallarle gracioso. Los niños de la clase le hallaban
gracioso. Se reían de él continuamente. A veces reía con ellos, puesto que
cuando no nos queda otro remedio es perfectamente posible contemplar hasta
nuestra propia desgracia como si fuera una broma desesperada. Otras veces
se ponía a gritar. Una vez, su profesor vino a verme y me dijo franca y
abiertamente: «Es totalmente imposible enseñarle». Y en este caso, la verdad
fue, por supuesto, que el profesor no le enseñó; ni tampoco le habían
enseñado desde el día que llegó a la escuela[151].

Tomando a este niño bajo su cuidado en sesiones especiales, Kozol logró


enseñarle.
Lo que a menudo pasa por retraso o por déficit de CI puede ser el resultado de la
indefensión aprendida. El niño ha aprendido que cuando aparecen palabras inglesas
en la pizarra, nada de lo que haga estará bien. A medida que va quedándose retrasado,
la indefensión se va haciendo más profunda. La inteligencia, no importa lo elevada
que sea, no puede manifestarse si el niño cree que sus acciones no tendrán efecto.
Dos experimentos sobre la indefensión con niños en edad escolar han reproducido
este problema en el laboratorio. El primero de ellos verificó que podía producirse una
disposición para aprender la indefensión en niños de edad escolar. Las disposiciones
para aprender se utilizan ampliamente en psicología comparativa para medir la
adquisición de estrategias de aprendizaje[152]. En un experimento típico, un mono o
un niño pequeño son colocados ante un aparato de discriminación de dos alternativas.
A un lado hay una baratija, por ejemplo, una cuchara, y al otro lado otra, como un
pañuelo. Entonces, el niño levanta una de ellas, por ejemplo, el pañuelo. Si el objeto

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levantado es el correcto, se le da al niño un caramelo. Si no, nada. Por ensayo y error,
el niño aprende, a lo largo de diez o veinte ensayos, a escoger siempre la cuchara.
Después de esto se le presenta el segundo tipo de problema: si elige una lata es
recompensado, si elige un vaso no. Al final, el niño aprende a escoger siempre la lata.
Después de muchos problemas de este tipo, el niño aprenderá algo más que «latas y
cucharas son correctas». Aprenderá una estrategia cognitiva: si el objeto escogido en
el primer ensayo es correcto, volver a escogerlo; si es incorrecto, cambiar
inmediatamente y elegir siempre el otro objeto[153]. Una vez que el niño ha aprendido
esta estrategia, alcanzará el ciento por ciento de aciertos en todos los demás
problemas después del primer ensayo, y ya no tendrá que utilizar el aprendizaje por
ensayo y error.
R. A. O’Brien (1967) añadió una contingencia de indefensión al diseño usual de
disposición para aprender. Un grupo de párvulos recibió una serie de problemas
solubles con baratijas. Otro, el grupo indefenso, recibió una larga serie de problemas
en los que la recompensa se presentaba independientemente de las respuestas;
ninguna estrategia cognitiva era apropiada aparte de la de que «las respuestas no
sirven de nada». A un tercer grupo no se le presentó ningún problema. Por último,
todos los grupos fueron sometidos a una serie de problemas de disposición para
aprender, esta vez solubles. El grupo indefenso fue, con mucho, el que aprendió más
despacio, seguido del grupo sin experiencia, y siendo el más rápido el grupo que
inicialmente había recibido problemas solubles.
Esto indica que la adquisición de las estrategias cognitivas de orden superior
necesarias para el éxito académico puede verse seriamente retrasada por el
aprendizaje de que las respuestas no llevan a la solución. Cuando un niño suspende,
quizá esté formando la cognición de orden superior de que sus respuestas en general
son ineficaces.
Afortunadamente, es corriente ver un niño que es un fracaso en la escuela, pero
no así en otros aspectos de su vida. Los niños discriminan la indefensión: en el aula,
con tal profesor o tal tema, el niño puede sentirse indefenso. Muchos de mis, en otros
aspectos, mejores alumnos universitarios, se quedan paralizados cuando se les pone
delante una ecuación matemática. Fuera de la clase, con otros profesores o con temas
distintos a las matemáticas, el alumno seguramente se sienta competente.
C. S. Dweck y N. D. Reppucci (1973) han demostrado la existencia de esta
indefensión discriminativa en el aula. Cuarenta y cinco estudiantes de primaria
recibieron problemas discriminativos solubles e insolubles de dos profesores
distintos. Al principio, un profesor daba sólo problemas solubles, y el otro sólo
problemas insolubles. Luego, el profesor «insoluble» presentó a los niños problemas
solubles. Estos niños no supieron resolver los problemas, a pesar de que fueron
idénticos a los que acababan de resolver con el profesor «soluble». Un niño puede
discriminar y llegar a creer que está indefenso bajo cierto tipo de circunstancias, pero
no bajo otras. Cuando se enfrenta a un problema soluble bajo unas circunstancias

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inadecuadas actuará muy por debajo de sus posibilidades.
Es posible que la indefensión discriminada esté relacionada con algunos (aunque,
desde luego, no con todos) fracasos en el aprendizaje de la lectura. P. Rozin y sus
alumnos se hicieron cargo de una clase de niños suburbiales con graves problemas de
lectura[154]. Cuando intentaron enseñarles a leer en inglés manifestaron un fracaso
absoluto, igual que antes con sus profesores normales de lengua. Un día, el doctor
Rozin llevó a la clase un conjunto de caracteres chinos y les dijo a los niños que cada
uno equivalía a una palabra inglesa hablada. En unas pocas horas, aquellos niños
leían ya párrafos enteros en «chino». Evidentemente, la capacidad para la lectura
estaba presente, pero había algo que la estaba afectando. Rozin apuntó que la
asociación de una palabra completa con cada carácter era más accesible
cognitivamente para aquellos niños que la asociación usual de un sonido con cada
letra o grupo de letras. Sin embargo, si este era todo el problema, ¿por qué tenían
entonces dificultades para asociar palabras inglesas escritas con todas sus letras con
palabras habladas? Tengo la impresión de que lo que quizá estuviese en juego fuese
la indefensión discriminada. A través de repetidos fracasos, los niños habían
aprendido que no podían leer inglés. Las palabras inglesas escritas, igual que la
ecuación matemática para mis alumnos verbales, controlaban discriminativamente la
indefensión. Cuando el «chino» escrito sustituyó a las palabras inglesas escritas, los
niños no sabían que estaban tomando una clase de lectura. Entonces, sus capacidades
naturales se manifestaron en toda su amplitud, libres de la indefensión aprendida.
C. S. Dweck (1973) logró atenuar la indefensión aprendida manifestada por unos
niños de diez a trece años de edad, respecto a la aritmética. Esta investigadora
seleccionó doce casos de fracaso escolar como los más indefensos de 750 alumnos de
dos escuelas públicas de New Haven. Los niños destacaban por la facilidad con que
abandonaban y se quedaban mirando al vacío cuando no sabían resolver problemas
aritméticos. Dweck les dividió en dos grupos con distinto tratamiento, uno de «sólo
éxito» (SE) y otro de «reentrenamiento atributivo» (RA), y les dio veinticinco días de
entrenamiento especial. El grupo SE recibió siempre problemas aritméticos que
podían terminar con éxito; el fracaso era evitado o disculpado por la elección del
problema. Los sujetos del grupo RA recibieron los mismos problemas fáciles, pero
dos veces al día se les presentaron problemas que estaban por encima de sus
posibilidades. Cuando fallaban se les decía: «El tiempo se ha acabado. No terminaste
a tiempo. Tenías que resolver tres y sólo has resuelto dos. Eso quiere decir que tenías
que haberte esforzado más». Con otras palabras, estos niños fueron entrenados para
atribuir el fracaso a su propia falta de esfuerzo. Después del reentrenamiento, se puso
a prueba la respuesta de ambos grupos al fracaso en nuevos problemas aritméticos. El
grupo SE siguió desanimándose totalmente tras el fracaso. En acusado contraste, los
sujetos del grupo RA no mostraron ningún empeoramiento tras el fracaso,
experimentaron menos ansiedad ante la prueba, e incluso mejoraron.
Este es un experimento importante. Muestra que la indefensión producida por el

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fracaso escolar puede ser anulada, incluso los casos aparentemente intratables. La
manipulación crucial consistió en entrenar a los escolares a enfrentarse al fracaso
atribuyéndolo a su propia falta de esfuerzo. Tal atribución sustituye a la creencia que
un niño indefenso tiene de que no hay nada que pueda hacer. Por otra parte, la
exposición al éxito repetido, donde el fracaso es evitado o disculpado, deja al niño
indefenso o aumenta aún más su anterior indefensión. Para anular la indefensión
escolar es necesario experimentar cierto grado de fracaso y desarrollar formas de
enfrentarse a él.
La falta de experiencia en hacer frente al fracaso produce indefensión, no sólo en
la escuela primaria, sino también en los niveles superiores de educación. Si un joven
no tiene experiencia en cómo afrontar la ansiedad y la frustración, si nunca suspende
y siempre aprueba, no será capaz de afrontar el fracaso, el aburrimiento o la
frustración cuando llegue a ser indispensable hacerlo. Demasiado éxito o una
existencia demasiado regalada dejan al niño indefenso cuando termina topando con
su primer suspenso. Recordemos a la «chica de oro», que se vino abajo cuando en la
universidad vio que las recompensas ya no le venían a las manos tan fácilmente como
en el bachillerato.
Todos los años, unos cuantos subgraduados avanzados con sobresaliente deciden
llevar a cabo un proyecto de investigación en mi laboratorio. Todos los años les aviso
uno por uno que el trabajo de laboratorio no es tan atractivo como quizá piensan:
implica estar ocupado siete días a la semana un mes tras otro; inspeccionar registros
interminables y aburridos de datos; que el equipo se averíe a la mitad de una sesión.
Todos los años, la mitad abandona mediado ya el experimento. No les falta
inteligencia, imaginación ni talento. Lo que les falta, y enormemente, es un sentido
del proyecto. Tienen una idea de la educación tipo «Barrio Sésamo», aplicada
inadecuadamente al nivel universitario. «Si no es excitante, estimulante y pintoresco,
no quiero hacerlo». El sentido de proyecto preciso para el descubrimiento científico,
así como para cualquier acto creativo, consiste en una cierta capacidad para tolerar el
fracaso, la frustración y, sobre todo, el aburrimiento. Si el descubrimiento hubiera
sido fácil, pintoresco y excitante, probablemente ya lo habría hecho algún otro. Si
acaso, la única gratificación auténtica y visceral llega al final del experimento.
Yo creo que muchos de mis «fracasados» han desarrollado, debido al éxito
excesivo, unos mecanismos insuficientes de enfrentamiento a las dificultades. Por
una mal entendida benevolencia, sus padres y maestros les hicieron las cosas
demasiado fáciles. Si una lista de lecturas era muy larga y el alumno protestaba, el
profesor la acortaba, en vez de hacer que los alumnos trabajasen horas extras. Si el
adolescente era detenido por vandalismo, los padres le sacaban bajo fianza, en vez de
hacerle darse cuenta de que sus acciones tenían graves consecuencias. A no ser que el
joven se vea enfrentado a la ansiedad, el aburrimiento, el dolor y las dificultades,
dominándolos con sus acciones, desarrollará un flaco sentido de su propia
competencia. Incluso al nivel hedónico, rodear de atajos todas las dificultades que se

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le presentan al niño no es bueno; de la indefensión resulta la depresión. Al nivel de la
fuerza del yo y del carácter, hacer el camino demasiado fácil es desastroso.
No soy un viejo educador irritable, pero rompo aquí una lanza en favor de la
exigencia. En un momento en que los estudiantes protestan por la existencia de
calificaciones, largas listas de lecturas y competencia, yo afirmaría que sólo cuando
un individuo pone a prueba sus capacidades tratando de alcanzar un nivel exigente,
surge la fuerza del yo. Si desaparece la exigencia, los estudiantes perderán lo que más
desean, el sentido de su propia utilidad. En un amplio estudio estadístico sobre la
autoestima y sus condiciones antecedentes, S. Coopersmith (1967) concluyó que los
niños con alta autoestima procedían de ambientes con niveles de exigencia claros y
explícitos, mientras que los niños con baja autoestima no tenían tales niveles con los
que medirse[155].
El sentido de la utilidad, el dominio o la autoestima no pueden regalarse. Sólo
pueden ganarse. Si se dan gratuitamente deja de ser útil su posesión, y ya no
contribuye a la dignidad individual. Si retiramos los obstáculos, las dificultades, la
ansiedad y la competencia de la vida de nuestros jóvenes, quizá ya no volvamos a ver
generaciones de jóvenes dotados de un sentido de su dignidad, fuerza y valía.

Pobreza

Las últimas especulaciones de este capítulo están reservadas a la relación entre


indefensión y pobreza. Sería un argumento fácil equiparar indefensión y pobreza.
Tener unos ingresos anuales de 6.000 dólares, en vez de 12.000, no produce
automáticamente indefensión. La vida de los pobres está repleta de ejemplos de
valentía, de creencia en la eficacia de la acción y de dignidad personal. Pero unos
ingresos reducidos disminuyen las elecciones posibles, y frecuentemente exponen a la
persona pobre a la independencia entre esfuerzo y resultado. La pobreza extrema y
agobiante sí produce indefensión, y es rara la persona capaz de mantener frente a ella
el sentido de dominio. Un niño criado en tal ambiente de pobreza se verá expuesto a
un importante grado de incontrolabilidad. Cuando llora para que le cambien los
pañales, su madre quizá no esté en casa, o si está se encontrará demasiado agotada o
destrozada como para reaccionar. Cuando tiene hambre y pide comida, quizá le
ignoren o incluso le peguen. En la escuela se verá a menudo retrasado, aturdido, e
incluso abusarán de él.
E. C. Banfield (1958) describe patéticamente la incontrolable suerte de los
campesinos del sur de Italia:

Lo que para otros es una desgracia más, para ellos es una total calamidad.
Cuando su cerdo murió estrangulado por sus propias ataduras, el labriego y
su mujer quedaron desolados. La mujer se mesaba los cabellos y golpeaba su

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cabeza contra la pared, mientras el marido se acurrucaba mudo y
desesperado contra una esquina: la pérdida del cerdo significaba que aquel
invierno no tendrían carne, manteca para untar en el pan, nada que vender,
para así poder pagar los impuestos, y ninguna posibilidad de comprar otro
cerdo la primavera siguiente. Estos golpes pueden venir en cualquier
momento. Los campos pueden ser arrasados por una inundación. El granizo
puede abatir el trigo. Ellos pueden ponerse enfermos. Ser campesino es estar
indefenso ante estas posibilidades.

Estas condiciones de indefensión objetiva tienen consecuencias cognitivas que, a


su vez, hacen disminuir la iniciación de respuestas voluntarias:

La idea de que el bienestar individual depende de forma crucial de


condiciones que escapan al propio control, de la suerte o de los caprichos de
un santo… debe ser seguramente un obstáculo a la iniciativa. Su influencia
sobre la vida económica es obvia: no es probable que la persona que vive en
un mundo tan caprichoso ahorre e invierta con la esperanza de una ganancia
final. También debe tener algún efecto en la política. Cuando todo depende de
la suerte o de la intervención divina, la acción común carece de sentido. Igual
que el individuo, la comunidad puede esperar o rezar, pero no es probable
que tome el destino en sus manos[156].

K. A. Clark (1964) describe un estado semejante de indefensión, impotencia y


pobreza en Harlem:

En pocas palabras, el gueto de Harlem es la institucionalización de la


impotencia. Harlem está hecha de agitación socialmente engendrada,
resentimiento, inactividad y reacciones potencialmente explosivas a la
impotencia y al abuso continuado. El individuo y la comunidad impotentes
reflejan este hecho a través de una creciente dependencia, y por la dificultad
para movilizar ni aun su energía latente para oponerse a los más flagrantes
abusos. Inmovilismo, inactividad, apatía, indiferencia y derrotisto se
encuentran entre las consecuencias más evidentes de la impotencia personal y
comunitaria. La hostilidad gratuita, la agresión, el odio hacia sí mismo, la
sospecha, un estado de agitada confusión y las tensiones crónicas personales
y sociales reflejan también las reacciones autodestructivas e inadaptativas a
un sentimiento generalizado, y real, de impotencia.

Es banal señalar que la pobreza es mala para los niños y para los demás seres
vivos. No obstante, algo que fácilmente se pasa por alto es la forma en que muchos

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aspectos de la pobreza convergen en sus efectos a la hora de producir la indefensión.
Cuando la economía o la política parecen explicarlo todo, muchas veces se olvidan
las explicaciones psicológicas. Sin embargo, los factores económicos y sociales sólo
pueden surtir su efecto a través de una mediación psicológica. Los historiadores de la
economía acostumbran a señalar que en los años treinta, la falta de capital produjo
suicidios. Tal explicación es necesariamente incompleta: ni el capital ni la falta de él
pueden causar directamente el suicidio; debe haber un estado psicológico, como la
depresión, que a su vez cause el suicidio. De la misma forma, la pobreza en sí misma
no es una explicación completa de la anomia. ¿Cómo actúa psicológicamente la
pobreza para producir inactividad, hostilidad y desarraigo? Yo diría que, entre otros
efectos, la pobreza trae consigo frecuentes e intensas experiencias de
incontrolabilidad; la incontrolabilidad produce indefensión, que a su vez produce la
depresión, pasividad y derrotismo tan frecuentemente asociados a la pobreza.
Aunque bien intencionado, el sistema de beneficencia se suma a la
incontrolabilidad engendrada por la pobreza; es una institución que socava la
dignidad de sus receptores, puesto que no son sus acciones las que producen su
medio de vida. A veces, un niño abandonado a su suerte en la calle demasiado pronto,
desarrolla una fuerte capacidad de dominio al enfrentarse a situaciones difíciles y
superar sus condiciones; pero lo más normal es que se encuentre en situaciones que
escapan a su control.
El hacinamiento, que acompaña frecuentemente a la pobreza puede ser otro de los
factores que aumenta la incontrolabilidad[157]. J. Rodin (1974) ha especulado que una
consecuencia del hacinamiento y, por lo tanto, de la pobreza urbana, es la indefensión
aprendida. Para ponerlo a prueba, esta investigadora seleccionó a treinta y tres niños
negros, con edades de seis a nueve años, de entre los de un proyecto de provisión de
viviendas en Nueva York. Los niños se diferenciaban en cuanto al número de
personas con quienes compartían pisos idénticos de tres habitaciones, número que
oscilaba entre tres y diez personas por piso. Los niños no se diferenciaban en CI,
ambiente inmediato ni clase social o nivel de ingresos. Se les sometió a un programa
de reforzamiento operante, en el que recibían fichas que posteriormente podían
cambiar por distintas marcas de caramelos. En la parte más importante del
experimento, los niños que reunieron suficientes fichas podían escoger por sí mismos
los caramelos que más les gustaban, o pedir al experimentador que los escogiese él.
Los niños que sólo vivían con otras dos personas quisieron siempre escoger ellos
mismos los caramelos. Cuantas más eran las personas con que vivía el niño, más
dejaba éste que el experimentador le escogiese sus caramelos. Rodin sugiere que el
hacinamiento produce un sentido de indefensión que disminuye la capacidad o el
deseo del niño de elegir activamente.
A fin de avanzar en el análisis de la relación entre hacinamiento e indefensión,
Rodin llevó a cabo un experimento cuyo diseño es paralelo al de nuestro experimento
sobre la relación entre depresión e indefensión (p. 127). Se escogieron cuatro grupos

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de niños de condiciones similares a las del primer estudio; la mitad vivía con muchas
personas en el mismo piso, y la otra mitad con pocas. A la mitad de los sujetos de
cada uno de estos dos grupos se les presentó un problema soluble, y a la otra mitad
uno insoluble. Entonces se probó a todos los niños con un problema nuevo soluble.
Los niños que vivían hacinados y habían recibido el problema insoluble fueron, con
mucho, los que peor hicieron el nuevo problema; los niños no hacinados y con
problema insoluble fueron los siguientes. Es interesante que, si el primer problema
había sido soluble, tanto los niños hacinados como los no hacinados hacían bien el
segundo. La solubilidad contrarrestaba, al menos temporalmente, los efectos del
hacinamiento. Parece que el hacinamiento, tal como fue medido por Rodin, actúa de
la misma forma que la depresión en los adultos: empobrece el desempeño cognitivo,
pero puede ser contrarrestado por la experiencia de dominio. Probablemente sea
signficativo que D. J. Goeckner y sus colaboradores (1973) hallasen que las ratas
criadas en jaulas en condiciones de hacinamiento no llegaban a escapar o evitar una
descarga eléctrica[158]. Estos datos, junto con los de Rodin y los de Miller[159],
indican que el hacinamiento puede producir depresión e indefensión.
El rendimiento académico de los niños negros norteamericanos es inferior al
normal. Frecuentemente se ha argumentado que ello es debido a un CI genéticamente
inferior[160]. Tengo la impresión de que eso no lo es todo, y que los déficits pueden
ser más ambientales de lo que algunos piensan actualmente. Tanto el CI como el
rendimiento escolar pueden disminuir debido a la indefensión. Como ya señalé al
hablar de la disminución del CI en la depresión, un eficaz desempeño cognitivo
requiere la presencia de dos factores: una adecuada capacidad cognitiva y motivación
para actuar. En la medida en que un niño crea que está indefenso y que el éxito es
independiente de sus respuestas voluntarias, será menos probable que realice aquellas
respuestas cognitivas voluntarias que, como el escrutinio de su memoria o el cálculo
mental, dan como resultado una alta puntuación de CI y un buen rendimiento escolar.
Ninguna de las investigaciones que yo conozco han excluido esa creencia en la
indefensión como causa del inferior CI y el peor rendimiento escolar de los niños
negros norteamericanos de familias pobres.
U. Bronfenbrenner (1970) se ha centrado en una variable similar:

Las observaciones de Deutsch indican que la falta de persistencia refleja no


sólo una incapacidad para concentrarse, sino también una escasa motivación
y una actitud de impotencia frente a las dificultades. El lo describe así
(Deutsch, 1960, p. 9):
«Una vez tras otra, el niño abandonaba un problema planteado por el
profesor en cuanto encontraba alguna dificultad al intentar resolverlo. Luego,
cuando se le preguntaba, la respuesta típica del niño era “¿para qué?” o ¿a
quién le importa?" o “¿qué más da?”. En el grupo de control (niños blancos,
de “igual nivel socio-económico”), hubo un evidente espíritu competitivo, con

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una anticipación verbalizada de “recompensa” por cada respuesta correcta.
En general, esta anticipación sólo estaba presente muy de vez en cuando en el
grupo de control y no era reforzada consistente o significativamente por los
profesores».
Las observaciones de Deutsch se ven confirmadas por una serie de
investigaciones, citadas por T. F. Pettigrew (1964), que demuestran que «los
niños negros de clase baja en edad edad escolar acostumbran a “darse por
vencidos” y manifiestan una necesidad de logro inusitadamente baja».

En una serena y conmovedora estimación de la educación negra, T. Sowell


(1972), un famoso economista, propone exactamente el mismo argumento. El autor
narra su propia historia académica como niño negro en el sur de Nueva York. Casi
diariamente, se le hacía saber que era tonto y que poco éxito podía esperarse de él.
Era de un carácter rebelde, pero poco común, que no internalizaba la creencia en la
indefensión. Pero, según él, muchos negros sí lo hacen y, debido a esa creencia en la
indefensión, no se mantienen frente a las dificultades académicas como hacen los
blancos. Este proceso podría explicar fácilmente las diferencias en CI.
Si la creencia en la indefensión es uno de los problemas cruciales de la raza y la
pobreza, de ello se derivan algunas implicaciones acerca de cómo romper el ciclo de
la pobreza. G. Gurin y P. Gurin (1970) mencionan la difundida confianza de que
actualmente vivimos un período de mayores oportunidades para los negros y los
pobres. Los Gurin advierten que los negros pobres quizá no sean capaces de
beneficiarse de las hoy mayores oportunidades económicas debido a su generalizada
creencia de que los acontecimientos no están bajo su control. Esto tiene un paralelo
directo con los experimentos de indefensión aprendida: personas, perros y ratas
primero aprenden que el alivio de la dificultad es incontrolable. Luego, como el
experimentador ha cambiado las condiciones, el alivio se vuelve realmente
alcanzable; pero debido a sus expectativas de independencia entre alivio y respuesta,
los sujetos tienen dificultades para formar una expectativa nueva y esperanzadora. Si
esta lógica es correcta, para romper el ciclo de la pobreza será necesaria una
experiencia repetida de éxito, acompañada de cambios reales de oportunidades. Es
fundamental que estos éxitos sean percibidos por el pobre como resultantes de su
propia habilidad y competencia y no de la benevolencia de los demás.
Los historiadores nos han dado a conocer las «revoluciones de las expectativas
ascendentes»[161]. Cuando las capas inferiores de la sociedad tienen los pies sobre la
tierra, no suelen producirse revoluciones; en cambio, cuando la gente empieza a tener
la expectativa de que sus acciones podrían tener éxito, le toca el tumo a la revolución.
Por supuesto, la creencia en la incontrolabilidad debería hacer imposible el inicio de
la acción revolucionaria. Cuando los pobres y los oprimidos ven a su alrededor la
posibilidad de poder y bienestar, se quebranta su creencia en la incontrolabilidad y la
revolución se vuelve posible.

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No es difícil comprender el atractivo y la capacidad de aumentar la autoestima
que posee la acción social[162]. Si la pobreza produce indefensión, entonces la
protesta efectiva, el cambio de las condiciones de vida por las propias acciones,
debería producir un sentimiento de dominio. El resentimiento de la comunidad negra
contra los liberales y los trabajadores sociales que intentan aliviar sus problemas es
comprensible, ya que la pobreza no es sólo un problema económico sino, de forma
más significativa, un problema de capacidad individual de dominio, de dignidad y de
autoestima.

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Capítulo VIII
MUERTE

Cuando, a principios de 1973, el oficial médico del ejército comandante F. Harold


Kushner regresaba a casa después de cinco años y medio como prisionero de guerra
en Vietnam del Sur, me contó un espantoso y escalofriante suceso. Su relato
constituye uno de los pocos casos registrados en que un observador médico entrenado
presenció de principio a fin lo que sólo puedo calificar como muerte por indefensión.
El comandante Kushner fue derribado en su helicóptero en Vietnam del Norte en
noviembre de 1967. Fue hecho prisionero y herido gravemente por el Vietcong. Los
tres años siguientes los pasó en un infierno llamado First Camp. Por aquel
campamento pasaron 27 norteamericanos: 5 fueron liberados por el Vietcong, 10
murieron en el campamento y 12 sobrevivieron para ser luego liberados en Hanoi en
1973. Las condiciones del campamento no pueden describirse con palabras.
Constantemente eran once hombres viviendo en un cobertizo de bambú, durmiendo
hacinados en una cama de bambú de unos cinco metros de anchura. La dieta básica
consistía en tres tazas diarias de arroz rojo, podrido e infestado de gusanos. En el
primer año, el prisionero medio perdía del cuarenta al cincuenta por ciento de su
peso, le sallan ulceraciones y se le atrofiaban los músculos. Dos eran los principales
asesinos: la desnutrición y la indefensión. Cuando Kushner fue capturado le pidieron
que hiciese declaraciones en contra de la guerra. El respondió que prefería morir y,
con palabras que Kushner recordó todos los días de su cautiverio, su captor replicó:
«morir es fácil; lo que es difícil es vivir». La voluntad de vivir y las catastróficas
consecuencias de la pérdida de esperanza son el tema del relato de Kushner y de este
capítulo.
Cuando el comandante Kushner llegó a First Camp en enero de 1968, Robert
llevaba ya dos años de cautiverio. Era un rudo e inteligente cabo de una unidad
selecta de marines, austero, estoico e inasequible al dolor y al sufrimiento. Tenía
veinticuatro años y había sido entrenado como buceador y paracaidista. Igual que los
demás hombres, su peso había bajado a poco más de 40 kilos y era obligado a hacer
descalzo largas caminatas diarias cargado de igual peso de raíz de mandioca. Nunca
se quejaba. «Aprieta los dientes y ajústate el cinturón», solía decir una y otra vez. A

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pesar de la desnutrición y de una terrible enfermedad de la piel, se conservó en un
buen estado físico y mental. Kushner vio clara la causa de su relativa buena forma.
Robert estaba seguro de que pronto sería liberado. El Vietcong había adoptado la
práctica de liberar, a modo de ejemplo, a unos cuantos hombres que hubiesen
cooperado con ellos y adoptado una actitud correcta. Robert lo había hecho y el jefe
del campamento había dicho que él era el siguiente en la lista para ser liberado
después de seis meses.
Tal como se había previsto, se produjo el acontecimiento que en el pasado había
precedido a esas liberaciones ejemplares. Llegó un cuadro del Vietcong de muy alta
graduación para dar a los prisioneros un curso de política; se suponía que el alumno
más aventajado sería el liberado. Robert fue elegido como líder del grupo de reforma
ideológica. Hizo las declaraciones requeridas y le prometieron liberarle pasado un
mes.
El mes pasó y Robert comenzó a sentir un cambio en la actitud de los guardianes
hacia él. Al final, cayó en la cuenta de que le habían engañado, que ya había servido a
los propósitos de sus captores y que no iba a ser liberado. Dejó de trabajar y empezó
a dar signos de una grave depresión: rechazaba la comida y yacía en su cama en
posición fetal, chupándose el dedo. Sus compañeros de cautiverio trataban de hacerle
volver en sí. Le abrazaban, le mecían y, cuando esto no daba resultado, intentaban
sacarle de su estupor a puñetazos. Defecaba y orinaba en la cama. Pasadas unas
semanas, Kushner vio claro que Robert iba a morir: aunque por lo demás su forma
física general seguía siendo mejor que la de los demás, estaba débil y cianótico. En
las primeras horas de una mañana de noviembre, Robert yacía moribundo en los
brazos de Kushner. Por vez primera en varios días, su mirada se centró y dijo:
«Doctor, Caja postal 161, Texarkana, Texas. Mamá, papá, os quiero mucho. Bárbara,
te perdono». Después de unos segundos ya había muerto.
La muerte de Robert es representativa de varias parecidas que el comandante
Kushner pudo contemplar. ¿Qué fue lo que le mató? Kushner no pudo realizar la
autopsia, ya que el Vietcong no le facilitó instrumentos quirúrgicos. En opinión de
Kushner, la causa inmediata fue «un gran desequilibrio electrolítico». Pero dado el
estado físico relativamente bueno de Robert, los antecedentes psicológicos parecen
una causa más precisa de su muerte que el estado físico. La esperanza de la liberación
fue lo que le mantuvo. Cuando abandonó esa esperanza, cuando se dio cuenta de que
todos sus esfuerzos habían fracasado y seguirían fracasando, murió.
¿Puede un estado psicológico ser letal? Yo creo que sí. Cuando el hombre y los
animales se dan cuenta de que sus acciones son inútiles y de que no hay esperanza, se
vuelven más susceptibles a la muerte. Inversamente, la creencia en el control sobre el
ambiente puede prolongar la vida. Las pruebas de ello que ahora voy a exponer son
de muy variada procedencia y no han sido integradas anteriormente. A diferencia de
los anteriores capítulos, la revisión no será teórica, sino descriptiva; mi única
esperanza es hacer una afirmación plausible: el estado psicológico de indefensión

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aumenta el riesgo de muerte. No sé cuáles son las razones físicas de que esto sea así,
pero mencionaré algunas especulaciones sobre esas causas físicas. Debido a nuestra
ignorancia, habremos de dejar a un lado las causas físicas y nos concentraremos en el
hecho de que estas muertes tienen un fundamento psicológico real y de catastróficas
consecuencias.
Los ejemplos de muerte por indefensión no son, ni mucho menos, raros, y a
menudo son sólo un poco menos dramáticos que los que vio Kushner. Documentaré
primero el fenómeno con ejemplos de varias especies animales, luego con casos
humanos, de jóvenes y adultos, también de ancianos y, por último, de niños
pequeños. Sobre la marcha, especularé acerca de cómo podrían haberse impedido
esas tragedias y de cómo pueden prevenirse en el futuro.

MUERTE POR INDEFENSION EN ANIMALES

La observación de una muerte repentina por indefensión no se limita a los seres


humanos; existe una limitada, aunque notable, literatura experimental sobre este
fenómeno en animales.
La rata salvaje (Rattus norvegicus) es una feroz y recelosa criatura. Este animal
reacciona con una asombrosa energía cuando se le intenta apresar y está
constantemente atento a cualquier posible vía de escape. C. P. Richter observó en
estos animales el fenómeno de la muerte repentina y lo atribuyó a la
«desesperación»[163]. Había comprobado que si se colocaba a una rata salvaje en una
gran tinaja llena de agua, de la que no podía escapar, el animal nadaba durante cerca
de sesenta horas antes de ahogarse, ya totalmente agotado. Otras ratas eran primero
agarradas por el experimentador hasta que dejaban de forcejear y luego se les ponía
en el agua. Estas ratas nadaban aguadamente durante unos minutos para luego
hundirse repentinamente y, sin volver ya a la superficie, ahogarse. Algunas murieron
incluso antes, en la propia mano del experimentador. Cuando la restricción física se
combinó con el corte de las bibrisas, uno de los principales órganos sensoriales de la
rata, se observó la muerte repentina en todos los animales.
El razonamiento de Richter fue que ser agarrada por la mano de un predador,
como el hombre, que le corten las bibrisas y que le metan en una tinaja llena de agua
de la que es imposible escapar produce en la rata un sentimiento de indefensión. A las
resistentes mentes de sus lectores, esto les debió resultar una especulación muy
radical, pero él la justificó con datos: primero tuvo agarradas a las ratas en su mano
hasta que dejaron de forcejear y luego las soltó. Entonces volvió a agarrarlas y a
soltarlas. Por último, las agarró y las puso en el agua. «De esta forma, las ratas
aprenden rápidamente que la situación no es desesperada; después se vuelven
agresivas de nuevo, intentan escapar y no dan señales de darse por vencidas». Estas
ratas salvajes inmunizadas nadaron durante sesenta horas. Igualmente, si Richter

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sacaba del agua a una rata indefensa antes de que se ahogase y la volvía a poner
varias veces en el agua, la rata nadaba durante sesenta horas. En resumen, la muerte
repentina pudo prevenirse mostrándole a la rata que era posible escapar. Estos dos
procedimientos se asemejan a nuestros procedimientos de terapia e inmunización
para cortar la indefensión aprendida en perros y ratas (p. 88).
El estado fisiológico de las ratas salvajes durante la muerte repentina fue bastante
extraño. En las formas más comunes de muerte en los mamíferos, el ritmo cardiaco se
acelera (taquicardia) al morir. Estas muertes se denominan muertes simpáticas, por
referencia al estado excitado del sistema nervioso simpático: la taquicardia y la
elevada presión sanguínea hacen que se bombee rápidamente sangre del corazón a las
extremidades; en pocas palabras, es una muerte por emergencia. Por el contrario, las
ratas salvajes de Richter dieron signos de muerte parasimpática o muerte por
relajación: el ritmo cardíaco disminuyó (bradicardia) y en la autopsia se observó que
el corazón estaba cebado de sangre. Richter dio a algunas de sus ratas un tratamiento
previo con atropina, sustancia que bloquea el sistema parasimpático (y colinérgico).
Esto evitó la muerte en una minoría significativa de ratas. La red se tensa un poco
más si recordamos que Thomas y Balter usaron atropina para impedir la indefensión
aprendida en unos gatos (p. 107) y que Janowsky y sus colaboradores también usaron
la atropina para hacer remitir la depresión en sujetos humanos normales (p. 135)[164].
Richter concluyó que lo que había observado era muerte por desesperación, muerte
causada por el abandono de la lucha.
Bennet Galef y yo nos preguntábamos si en los experimentos de indefensión
aprendida la descarga inescapable actúa sobre los mismos mecanismos que Richter
activó al inmovilizar a sus ratas salvajes[165]. A fin de responder a esta pregunta,
construimos una caja de Skinner de acero, nos compramos unos guantes de malla y
empezamos a establecer una colonia de ratas salvajes. Utilizamos dos grupos de
hembras adultas. Uno de ellos recibió un tratamiento de inmunización con descargas
escapables seguido por descargas inescapables de larga duración (y baja intensidad).
El segundo grupo fue acoplado al anterior: sus sujetos recibieron la misma secuencia
de descargas, pero todas inescapables. Nuestra intención era poner a ambos grupos en
una tinaja llena de agua, en espera de que el grupo de descarga escapable nadase
durante sesenta horas y que en el grupo acoplado se produjese muerte repentina. Sin
embargo, y para sorpresa nuestra, seis de los doce sujetos del grupo acoplado se
quedaron tendidos, con sus patas colgando por la rejilla y murieron en la caja
experimental durante la sesión de descarga leve de larga duración. Sus corazones
estaban cebados de sangre. Ninguno de los sujetos del otro grupo murió.
Recientemente, Robert Rosellini, Yitzchak Binik, Robert Hannum y yo probamos
a unas ratas de laboratorio en el aparato de ahogo repentino. Para ello utilizamos ratas
blancas que a la edad del destete habían recibido descargas escapables, inescapables o
que no habían recibido descargas. Sólo aquellas que habían recibido descargas
inescapables a la edad del destete estuvieron indefensas para escapar a la descarga ya

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de adultas. Observamos que en este grupo se produjeron significativamente más
muertes repentinas que en los otros dos. Estos datos son tentativos ya que, debido a
que no escaparon, las ratas indefensas habían recibido más descargas de adultas que
las demás. No obstante, hacen pensar que la descarga inescapable y la inmovilización
de una rata salvaje en la mano pueden producir efectos idénticos. De nuevo, nos
hallamos ante una muerte por relajación, o abandono, y no por emergencia[166].
Hay otro fenómeno de restricción animal que pudiera tener relación con la muerte
por indefensión. Cuando un predador, como un halcón de los pollos, ataca a un pollo
y luego le suelta, el pollo puede permanecer paralizado en una postura catatónica
durante muchos minutos e incluso horas. Esta respuesta catatónica ha sido
denominada hipnosis animal, inmovilidad tónica, muerte fingida, sueño fingido,
catalepsia y mesmerismo[167]. Entre los ejemplos de este fenómeno procedentes de la
sabiduría popular se cuentan el «hacer dormir a una rana» volviéndola boca arriba y
frotándole suavemente el estómago y la inmovilización de los caimanes durante la
lucha; las personas que colocan anillos de identificación en las patas de los pájaros
suelen ser prevenidas de que el tenerlos agarrados en la mano puede producirles un
estado parecido a la muerte. En el laboratorio, ese efecto suele producirse al coger al
animal y tenerlo agarrado por un costado durante unos quince segundos. Al principio,
el animal forcejea, para luego quedarse rigido. A esto sigue un estado de total
ausencia de responsividad, siendo posible que el animal inmovilizado no reaccione ni
a un pinchazo. El animal termina saliendo de ese estado, por lo general de forma
repentina, y huye. Este fenómeno suele considerarse como una inmovilización
producida por el miedo, pero tiene algunos aspectos que lo ligan con la indefensión y
la muerte repentina.
M. A. Hofer (1970) expuso a varios tipos de roedores (ardillas listadas, ratas
canguro y otros) a un espacio abierto, un sonido alarmante, la silueta de un halcón y
una serpiente, todo al mismo tiempo. La inmovilidad fue inmediata y muy
pronunciada, persistiendo hasta treinta minutos después. Tan profunda fue que no se
produjo ningún movimiento a pesar de que la serpiente reptó por debajo y alrededor
de los cuerpos de los animales. La principal variable en que Hofer estaba interesado
era el ritmo cardíaco. Igual que en el experimento de Richter sobre la muerte
repentina, el ritmo cardíaco disminuyó mucho durante la inmovilidad. Durante la
bradicardia, se observaron frecuentes arritmias cardiacas. A pesar de ello, ninguno de
los roedores murió durante la prueba, si bien el veintiséis por ciento de los animales
capturados habían muerto de causa desconocida durante su primera semana en el
laboratorio. Varios de los roedores que manifestaron arritmia murieron poco después,
pero no murió ninguno de los que no habían tenido arritmias. En este caso, los
factores cruciales son: un agente tensiógeno incontrolable, una reacción de pasividad
y una acrecentada susceptibilidad a la muerte.
J. Maser y G. Gallup han producido inmovilidad tónica en pollos domésticos
agarrándoles por los costados e informan que la descarga eléctrica prologó esta

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inmovilidad[168]. Para comprobar si la indefensión se hallaba implicada en el
fenómeno observado, dieron a tres grupos descargas escapables, inescapables o no
descarga, antes de la inmovilización. Los pollos que recibieron descargas
inescapables permanecieron inmóviles cerca del quíntuple de tiempo que los pollos
que recibieron descargas escapables. Gallup señaló también que algunos de sus pollos
no llegaron a salir de la inmovilidad; murieron en su transcurso.
H. J. Ginsberg (1974) inmovilizó a unos pollos y luego les hizo una prueba de
muerte repentina por ahogo. A los sujetos de un grupo se les permitió terminar por sí
mismos su inmovilidad; salieron de ella cuando tuvieron energía para hacerlo. En
otro grupo, la terminación de la inmovilidad fue incontrolable; el experimentador
pinchaba a los pollos en la pechuga para que salieran de ella. Los sujetos del tercer
grupo no fueron inmovilizados. Después, se les pasó a todos los grupos la prueba del
agua. Los sujetos del grupo indefenso fueron los que antes murieron, seguidos del
grupo sin experiencia, siendo los pollos que controlaron la terminación de la
inmovilidad los últimos en ahogarse.
Me vienen ahora a la memoria las aves atrapadas en mareas de petróleo: cuando
el petrolero Torrey Canyon encalló frente a la costa de Inglaterra, vertiendo su
contenido sobre las playas en lo que fue la primera gran marea negra, muchas aves
quedaron recubiertas de petróleo. Las personas que, con su mejor intención, las
recogían y se ponían a lavarlas, se quedaban atónitas al ver que muchas de ellas
morían en sus manos. Se dijo que el detergente las había matado. Sin embargo, no
puedo evitar especular que murieron de la indefensión producida por la restricción
física, intensificada por la indefensión debida a la incapacidad de volar a causa del
petróleo. Los manuales aconsejan un lavado suave y rápido; quizá si las aves fuesen
liberadas y vueltas a coger una y otra vez, como las ratas de Richter, el lavado fuese
menos letal[169].
La mayoría de las especies en que se ha observado la muerte repentina son
salvajes[170]. Quizá la controlabilidad sea una dimensión especialmente significativa
en la vida de un animal salvaje. Cuando se le lleva al zoo y se le mete en una jaula,
no sólo se le priva de praderas, hormigas e higueras, sino también de control. Si el
argumento aquí expuesto tiene una base sólida, adquiere un sentido la asombrosa tasa
de mortalidad observada entre los animales salvajes recién comprados por los
zoos[171]. He oído que el cincuenta por ciento de los tigres traídos de la India mueren
en su viaje hacia el zoo. Algunos procedimientos especiales podrían atajar esa
mortalidad, como el transporte en jaulas llenas de manipulandos que permitan a los
animales capturados ejercer un control instrumental sobre su ambiente. No hace
mucho, el Washington Post contaba que el doctor Hal Markowitz, del zoo de Portland
(Oregón), había establecido este tipo de procedimientos con sus monos y gorilas[172].
Antes de esto, los animales aparecían faltos de vitalidad a la hora de su comida,
sentados junto al alimento ya seco sobre el suelo. Markowitz puso la alimentación
bajo el control de los animales: entonces se precipitaban a apretar la palanca número

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uno al ver la señal luminosa, atravesaban la jaula corriendo para apretar la palanca
número dos y entonces daban un mordisco a la comdia. Los expertos dicen que nunca
han visto unos monos más sanos en un zoo y los animales se han visto libres de las
enfermedades generalizadas que suelen asediar a los animales de zoo menos activos.
También en los primates distintos al hombre se produce la muerte por
indefensión. El doctor I. Charles Kaufman me ha informado que dos de los once
cachorros de macaco que separó de sus madres murieron durante la fase retraída de la
reacción de pérdida[173].

La primera muerte se produjo en uno de los cachorros que antes había


nacido, con una edad de cinco meses y siete dias. Murió al noveno día de la
separación. La autopsia no reveló ninguna patología que pudiera explicar la
muerte. Se encontraba perfectamente nutrido. El cachorro manifestó la
secuencia usual de agitación seguida de depresión, junto a una brusca
disminución de la actividad lúdica. No obstante, a la segunda semana de
separación se observó un marcado aislamiento de los demás animales,
acabando por morir repentinamente. El otro cachorro murió al sexto día de
separación, cuando tenía cinco meses de edad. Este también manifestó la
agitación típica, seguida de depresión. La conducta locomotora disminuyó
continuamente a partir del primer día. Su equilibrio postural se desmoronó en
el segundo y tercer dias de separación mucho más que en todos los cachorros
de este grupo. Su actividad lúdica descendió a cero. Por la mañana fue
hallado muerto. Igual que en los demás cachorros, la autopsia no reveló
explicación alguna para su muerte, y su nutrición era excelente.

Jane Goodall describe la muerte de Flint, un joven chimpancé macho, tras la


muerte de su madre, Flo:

Flo se tendió sobre una roca, junto a la orilla de un arroyo, y expiró. Era muy
vieja. Flint se quedó junto a su cadáver: le asió por uno de sus brazos e
intentó levantarla tirando de la mano. La noche de la muerte de su madre
durmió junto al cadáver y, a la mañana siguiente, mostró signos de grave
depresión.
Después de esto, no importa por donde anduviera, terminaba regresando
junto al cuerpo de su madre. Al final, sólo los gusanos pudieron apartarle de
ella; intentaba echar a los gusanos del cadáver y entonces trepaban por su
propio cuerpo.
Al fin, dejó de volver junto al cadáver; pero sin salir de un área de unos 42
metros cuadrados, no alejándose más del lugar en que Flo había muerto. A
los diez días, había perdido cerca de la tercera parte de su peso. Además,

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adquirió una extraña mirada vidriosa.
Por fin, Flint también murió y lo hizo muy cerca del lugar en que había
muerto su madre. En realidad, el día antes había vuelto a sentarse
exactamente en el mismo lugar en que había yacido Flo (por entonces ya
habían retirado y enterrado el cadáver).
Los resultados de la autopsia fueron negativos. Indicaron que aunque Flint
tenía cierta cantidad de parásitos y uno o dos bacilos, no era nada que por si
mismo pudiese causar la muerte. Por lo tanto, la principal causa de la muerte
tuvo que ser la aflicción[174].

Aflicción, sí, pero de nuevo están presentes estos ingredientes: una situación
incontrolable, la muerte de su madre; una reacción depresiva pasiva; ninguna
enfermedad evidente (¿pudo quizá haber bradicardia?) y una muerte inesperada.

MUERTE POR INDEFENSION EN SERES HUMANOS

Un hombre de mediana edad, en buen estado de salud había pasado la mayor


parte de su vida bajo la protección de su madre[175]. Huérfano de padre, la describía
como «una mujer maravillosa que tomaba acertadamente todas las decisiones de la
familia y que nunca encontraba una situación que no pudiese controlar». A los treinta
y un años, financiado por su madre, compró un club nocturno y ella le ayudó a
llevarlo. A los treinta y ocho años se casó y su esposa, lo que no es de sorprender,
empezó a resentirse de la dependencia respecto a la madre. Cuando él recibió una
ventajosa oferta para vender el club, le dijo a su madre que iba a pensarlo y ella se
puso como loca. Finalmente, se decidió a vender. Su madre le dijo: «Hazlo y te
pasará algo horrible».
Dos días después tuvo su primer ataque de asma. No tenía ningún antecedente de
enfermedades respiratorias y durante diez años no había tenido ni siquiera un catarro.
El día después de cerrar el negocio sus ataques de asma se hicieron mucho más
fuertes cuando su madre le dijo airadamente: «Te va a dar algo». Después empezó a
estar deprimido y frecuentemente se quejaba de estar indefenso. Con la ayuda de un
psiquíatra, empezó a ver la conexión entre sus ataques de asma y la «maldición» de
su madre; tuvo una gran mejoría. Su psiquíatra le vio durante una sesión de treinta
minutos a las cinco de la tarde del 23 de agosto de 1960 y le halló en perfecto estado
físico y mental. A las cinco y treinta, el paciente llamó a su madre para decirle que
planeaba volver a invertir en un nuevo negocio sin su ayuda. Ella le recordó su
maldición y le dijo que se preparase para «horribles consecuencias». A las seis y
treinta y cinco fue hallado boqueando, cianótico y en coma. A las seis y cincuenta y
cinco murió.
Cuando una persona cree que está predestinada a morir, como la mujer hechizada

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descrita en el capítulo I, que murió en su veintitrés aniversario, a veces se produce
realmente la muerte. Este tipo de muertes se encuentra en muchas culturas. El gran
fisiólogo norteamericano W. E. Cannon fue el primer científico que dio respetabilidad
a tales «muertes por hechizo» o «muertes vudú»[176]. El revisó muchos ejemplos de
muerte psicogénica, repentina y misteriosa:

Un indio brasileño condenado y sentenciado por uno de los considerados


curanderos, se encuentra indefenso ante su propia respuesta emocional a ese
procedimiento y muere en cuestión de horas. En Africa, un joven negro come
sin saberlo la totalmente prohibida gallina salvaje. Al ser descubierto su
«crimen», se pone a temblar, es vencido por el miedo y muere en veinticuatro
horas. En Nueva Zelanda, una mujer maorí come fruta que sólo más tarde
sabe que procedía de un lugar tabú. Su «jefe» ha sido profanado. Al mediodía
del día siguiente ya ha muerto. En Australia, un doctor brujo apunta a un
hombre con un hueso. Convencido de que nada puede salvarle, éste queda
inmediatamente derrumbado y se prepara a morir. Sólo en el último momento,
cuando el doctor brujo es obligado a retirar el hechizo, se salva.
El hombre que descubre que ha sido apuntado con un hueso por un enemigo
constituye, evidentemente, un penoso espectáculo. Se queda inmóvil y
aterrorizado, con sus ojos fijos en el traicionero apuntador y con las manos
levantadas para defenderse del letal objeto, que imagina penetrando en su
cuerpo. Sus mejillas se ponen blancas, sus ojos vidriosos y su rostro queda
horriblemente desencajado. Intenta gritar, pero por lo general el sonido se
ahoga en su garganta y lo único que puede verse es espuma en su boca. Su
cuerpo empieza a temblar y sus músculos se contraen involuntariamente. Se
balancea hacia atrás, cae al suelo y, pasado un momento, aparece
desmayado. Finalmente se recupera, se va a su cabaña y espera
angustiosamente su muerte[177].

R. J. W. Burrell, un médico sudafricano, ha presenciado el caso de seis hombres


bantúes de mediana edad a los que se les echó una maldición en su presencia[178]. A
todos les dijeron: «Morirás al atardecer». Todos lo hicieron. La autopsia no demostró
ninguna causa de muerte.
Llega un momento en que se acumula tal cantidad de anécdotas extrañas que ya
no pueden seguir siendo ignoradas por la comunidad científica. La muerte por
hechizo es uno de esos casos. Aunque todavía no tenemos una explicación
psicológica, al menos sus antecedentes psicológicos sí están claros. Llega un
mensaje, en forma de maldición o de profecía, que anuncia la muerte, la víctima se lo
cree y piensa que no hay nada que hacer frente a ello. Reacciona con pasividad,
depresión y sumisión. La muerte se produce en cuestión de horas o días.

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Este fenómeno no es privativo de los bantúes africanos, los aborígenes
australianos o los norteamericanos de mediana edad con madres dominantes. Cuando
se produce cualquier pérdida grave, puede resultar de ello la muerte o la enfermedad.
G. L. Engel, A. Schmale, W. A. Greene y sus colaboradores de la Universidad de
Rochester, han investigado durante las dos últimas décadas las consecuencias de la
pérdida psicológica sobre la enfermedad física. En sus estudios, la indefensión mostró
debilitar la resistencia del individuo a los agentes patógenos físicos contra los que
antes había estado protegido. Engel presenta pruebas de 170 casos de muerte
repentina durante estados de tensión psicológica, reunidos a lo largo de un período de
seis años. Clasifica los contextos psicológicos de estas muertes en ocho categorías.
Las cinco primeras implican indefensión:

1) La enfermedad o muerte de un ser querido.

Un hombre de ochenta y ocho años de edad, sin enfermedad del corazón


conocida, cayó en un estado de profunda excitación y congoja y empezó a
retorcerse las manos cuando le comunicaron la muerte repentina de su hija.
No lloró, sino que repetía una y otra vez: «¿Qué me ha pasado?». Mientras
hablaba por teléfono con su hijo desarrolló un edema pulmonar agudo y
murió cuando estaba llegando el médico.

2) Duelo agudo.

Una chica de veintidós años, con un paraganglioma maligno iba


empeorando, pero todavía podía salir en coche con su madre. En una de esas
salidas, la madre se mató al salir despedida del coche en un accidente; la
chica no resultó herida, pero después de unas horas caía en coma y moría. La
necropsia mostró una metástasis muy extendida, pero no dio señales de
ningún trauma.

3) Amenaza de pérdida de un ser querido.

Un hombre de cuarenta y tres años de edad murió cuatro horas después de


que su hijo de quince años llamase por teléfono fingiendo un secuestro y
dijese: «Si quiere ver vivo a su hijo no llame a la policía».

4) Defunción o aniversario de defunción.

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Un caso especialmente patético es el de un hombre de setenta años que cayó
muerto al abrirse un concierto en conmemoración del quinto aniversario de
la muerte de su esposa. Ella había sido una conocida profesora de piano, y su
marido había fundado un conservatorio en memoria suya. El concierto lo
daban los alumnos del conservatorio.

5) Pérdida de status y de autoestima.

Un periodista que durante años había defendido tenazmente el buen nombre


de un alto funcionario público desde el día de su muerte, murió
repentinamente en un banquete conmemorativo del ciento un aniversario del
nacimiento de éste. Uno de los oradores invitados dejó pasmado al auditorio
al aprovechar la ocasión para hacer algunas acusaciones sobre la vida
privada del funcionario homenajeado. El periodista se levantó para defender
enérgicamente al hombre que tanto admiraba, expresándose con gran
emoción y enojo. Según una versión de los hechos, la verdad de las
acusaciones fue públicamente reconocida en el banquete, a lo que se dice que
respondió tristemente: «Con Adán, pecamos todos». Unos minutos después
murió[179].

Otras muertes repentinas se produjeron durante situaciones peligrosas, cuando


alguien era rescatado de un peligro y durante finales felices. Sería demasiado simple
decir que todas estas personas cayeron en un estado de hipertensión o sobreexcitación
emocional. En algunos casos, especialmente en los que implican un peligro personal,
el individuo puede haberse «muerto de miedo». Pero en casi todos los demás, los
estados de ánimo dominantes fueron la depresión, la indefensión y el sometimiento,
no el miedo. La causa inmediata de la muerte en los informes de Engel es
generalmente un fallo cardíaco. Pero, como ya hemos visto, el fallo cardíaco puede
ser precedido tanto por un estado de sometimiento como por la agitación. Engel hace
algunas aclaraciones que refieren pormenorizadamente el estado psicológico de la
persona en el momento de morir. Basándonos en ellas, podemos comprobar que la
indefensión y la desesperanza eran las emociones más extendidas.

Un hombre de cuarenta y cinco años se encontraba en una situación


insostenible, y se vio obligado a mudarse a otra ciudad, pero cuando ya
estaba preparado para marcharse surgieron en esta última ciudad nuevas
dificultades que hicieron imposible su marcha. No obstante, envuelto en un
angustioso dilema, cogió el tren que le llevaba a la nueva ciudad. A mitad de
camino, en una parada, bajó del tren para darse un paseo por el andén.

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Cuando el conductor gritó: «¡todos arriba!» sintió que no podía ni seguir
adelante ni volver; cayó muerto allí mismo. Viajaba con él un amigo, un
profesional, con quien compartía su terrible dilema. El resultado de la
necropsia fue infarto de miocardio[180].
Una mujer asmática de veintiocho años de edad murió debido aparentemente
a un paro cardíaco, y no mostró asma ni antes ni después de la entrevista. Se
le había hecho entrar a regañadientes en una conversación sobre sus
problemas psicológicos, entre ellos la humillación de una seducción, un hijo
ilegitimo y un intento de violación por su hermano. A medida que iba
contando cómo su familia había ido rechazándola, viéndose obligada a dejar
la universidad al segundo año y aceptar trabajos humildes para en seguida
perderlos, a causa de sus ataques de asma, fue poniéndose cada vez más
excitada, llorando, hiperventilada y, por fin, cayendo inconsciente mientras
decía, «naturalmente, siempre perdía mi empleo, sin ninguna esperanza de
volver a recuperarlo. Por eso siempre quería y sigo queriendo morir, porque
no soy buena, no soy buena»[181].

Los datos de los investigadores de Rochester no se limitan a casos anecdóticos.


Cincuenta y una mujeres que se habían hecho regularmente reconocimiento de cáncer
de útero fueron entrevistadas detenidamente[182]. En todas ellas se había podido
comprobar la existencia de células «sospechosas» en el cervix, pero sin diagnóstico
de cáncer cervical. El investigador comprobó que durante los seis últimos meses,
dieciocho de ellas habían experimentado alguna pérdida significativa, a la que habían
reaccionado con sentimientos de desesperación. Las demás no habían experimentado
este acontecimiento vital. Los investigadores predijeron que las pacientes,
desesperadas, estarían predispuestas a desarrollar cáncer, aunque ambos grupos
parecían estar igualmente sanos. De las dieciocho mujeres que experimentaron el
sentimiento de desesperación, once desarrollaron posteriormente cáncer. De las
treinta y tres restantes, sólo ocho lo hicieron.
Hay pruebas estadísticas en seres humanos de casos semejantes a la muerte de
Flint por duelo a raíz de la muerte de Flo. En Inglaterra se identificó a cuatro mil
quinientas viudas a partir de fichas médicas. Durante los primeros seis meses de luto
murieron doscientas trece de ellas[183]. Esta cifra es el cuarenta por ciento más
elevada que la mortalidad esperada en el grupo de edad a que pertenecían las viudas.
Pasados los seis primeros meses, la tasa de mortalidad volvió a su nivel normal.
Probablemente, la mayor parte del aumento fue debida a problemas cardíacos.
Se investigaron detalladamente las muertes repentinas de veintiséis trabajadores
de la Eastman Kodak[184]. La depresión resultó ser el estado premorboso dominante.
Cuando estas personas deprimidas experimentaron una situación provocadora de
cólera o de ansiedad, se produjo la muerte cardíaca.

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La vulnerabilidad a los ataques de corazón y las reacciones a la indefensión han
sido estudiadas por D. S. Krantz y sus colaboradores, utilizando una escala
desarrollada por R. H. Rosenman y sus colaboradores[185]. Primero se clasificó a unos
estudiantes en cuanto a la presencia o ausencia del patrón de comportamiento
propenso a la enfermedad coronaria, consistente en un estilo de vida duro, puntual,
competitivo y compulsivo. Luego fueron sometidos a ruidos escapables o
inescapables, y posteriormente fueron puestos a prueba en la caja de vaivén para
ruido de Hiroto. El ruido fue fuerte o moderado. Se observó indefensión después del
ruido inescapable de ambas intensidades; pero, lo que es más interesante, las personas
propensas a enfermedades coronarias tuvieron una mejor actuación que las normales
cuando el ruido inescapable fue moderado. Sin embargo, cuando el ruido inescapable
fue intenso, quedaron más indefensas que los sujetos normales. Parece posible que la
combinación de una personalidad propensa a la enfermedad coronaria y de la
indefensión durante una situación de fuerte tensión sea especialmente letal.
Puesto que he afirmado que la depresión y la indefensión están estrechamente
relacionadas, no es sorprendente que la depresión se halle implicada en la muerte
repentina. La depresión retrasa también la recuperación de varias infecciones[186]. Se
pasó una batería de inventarios de personalidad a seiscientos empleados de una base
militar. Unos meses después, la zona fue barrida por una epidemia de gripe. Veintiséis
personas cayeron enfermas; de ellas, doce seguían teniendo síntomas de gripe tres
semanas después. Estas doce personas habían estado entre las significativamente más
deprimidas seis meses antes, cuando se pasaron los tests de personalidad.
Casi todos los estudios sobre la muerte que hemos visto hasta aquí presentan
problemas metodológicos, pero aunque en este momento los datos sean escasamente
concluyentes, la precaución debería, sin embargo, dictarnos una lección. La
indefensión parece hacer a las personas más vulnerables a los agentes patógenos,
algunos mortales, que siempre nos rodean. Cuando muere uno de nuestros padres (o
cuando muere el cónyuge), debemos ser especialmente precavidos. Sugiero que
durante el primer año posterior a la pérdida se hagan reconocimientos médicos
bimestrales. Considero prudente adoptar este procedimiento después de cualquier
cambio vital importante[187].

Indefensión institucionalizada

Con demasiada frecuencia, los sistemas institucionales son insensibles a la


necesidad que sus habitantes tienen de control sobre los acontecimientos importantes
de su vida. La relación tradicional médico-paciente no está pensada para proporcionar
al paciente un sentido de control. El médico lo sabe todo, y por lo general dice poco;
espera del paciente que se cruce de brazos «pacientemente» y confíe en la ayuda
profesional. Aunque esta extrema dependencia puede ser beneficiosa para algunos

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pacientes y en algunas circunstancias, a otros les ayudaría un mayor grado de control.
Ser hospitalizado, viéndose desprovisto del control incluso sobre las cosas más
simples, como la hora de levantarse o el pijama que uno va a ponerse, quizá
contribuya a una mayor eficacia, pero no ayuda a la salud. Esta pérdida de control
puede debilitar más a una persona físicamente enferma, y llegar a producir la muerte.
R. Schulz y D. Aderman (1974) examinaron a dos grupos de pacientes con cáncer
terminal, igualados en cuanto a gravedad de la enfermedad. Todos los pacientes
acababan de ser pasados al pabellón de terminales. Uno de los grupos procedía de
otros hospitales, mientras que el otro había llegado directamente de su casa. Los
pacientes que habían llegado al hospital desde su casa murieron antes. Los autores
sugieren que la repentina ruptura de su rutina y la pérdida de control que se produce
al dejar el hogar, produjeron indefensión y contribuyeron a una muerte
anticipada[188].
H. M. Lefcourt (1973) describe un notable caso de muerte repentina en un medio
institucional:

El que escribe presenció uno de estos casos de muerte, debida a la pérdida de


voluntad en un hospital psiquiátrico. Una paciente que había permanecido en
estado de mutismo durante casi diez años, fue trasladada a un piso diferente
de su pabellón, junto con sus compañeras, mientras pintaban su unidad. El
tercer piso de esta unidad psiquiátrica donde la paciente había vivido era
conocido entre los pacientes como el piso de los crónicos sin esperanza. Por
el contrario, el primer piso normalmente era ocupado por pacientes que
tenían algunos privilegios, como libertad para moverse por el patio del
hospital y calles adyacentes. En resumen, el primer piso era un pabellón de
éxito que daba pie a los pacientes para anticipar un alta bastante rápida.
Todos los pacientes mudados temporalmente del tercer piso pasaron un
reconocimiento médico antes del traslado, y la paciente en cuestión fue
considerada en perfecto estado de salud física, si bien seguía muda y
retraída. Poco después de ser trasladada al primer piso, esta paciente
crónica sorprendió al personal del pabellón al volverse tan responsiva
socialmente que en un plazo de dos semanas abandonó su mutismo y se hizo
realmente sociable. Como era inevitable, la reforma de la unidad del tercer
piso fue terminada en seguida, y las antiguas residentes trasladadas de nuevo
a ella. Una semana después de que le devolvieran a la unidad «desesperada»,
esta paciente, que como la legendaria Blancanieves había sido despertada de
su sopor, tuvo un colapso y murió. La consiguiente autopsia no reveló
ninguna patología de importancia, y en aquella época se especuló un poco
caprichosamente que la paciente había muerto de desesperación.

A los pacientes institucionalizados, ya estén en pabellones para cancerosos

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terminales, en pabellones de niños leucémicos o en un asilo de ancianos, debería
permitírseles un control máximo sobre todos los aspectos de su vida diaria; la
elección de huevos revueltos o tortilla para el desayuno, de cortinas rojas o azules, de
ir al cine el miércoles o el jueves, de levantarse pronto o acostarse tarde… Si la teoría
de la indefensión aquí expuesta tiene alguna validez, estas personas vivirían más,
manifestarían más remisiones espontáneas y, con toda seguridad, serían más felices.
Son menos las instituciones no médicas que fomentan la indefensión y producen
muerte psicogénica. De todas ellas, las principales son las prisiones, especialmente
los campos de concentración y los campamentos de prisioneros de guerra. La
extraordinaria experiencia del comandante Kushner ilustra este punto. Igualmente, la
tasa de mortalidad de los prisioneros americanos en los campamentos japoneses de
prisioneros no puede atribuirse totalmente a causas físicas. De treinta mil prisioneros
de guerra norteamericanos, cuatro mil murieron en los primeros meses de reclusión
durante la campaña de Filipinas. J. E. Nardini (1952) lo describe así:

Los miembros de este grupo se vieron de repente desprovistos de nombre,


rango, identidad, justicia y de cualquier posibilidad de ser tratados como
seres humanos. Aunque la enfermedad física y la escasez de comida, agua y
medicinas alcanzaron su punto álgido durante este período, el choque
emocional y la depresión reactiva desempeñaron un importante papel en la
incapacidad individual para hacer frente a los síntomas y enfermedades
físicas, y contribuyeron sin duda a la masiva tasa de mortalidad[189].

¿Qué hizo posible la supervivencia bajo tales condiciones? Entre los factores más
destacados que Nardini pensaba habían fomentado la supervivencia estaba «una
intensa motivación para vivir ejercitando insistentemente la propia voluntad».
No se ponderarán suficientemente los efectos psicosomáticos del ejercicio de la
voluntad, el control activo sobre los acontecimientos y el deseo de vivir. De todas las
variables psicosomáticas, quizá esta sea la más potente. Cuando un prisionero se da
por vencido, la muerte puede sobrevenir pronto. Bruno Bettelheim describe a esos
peculiares internados, los «Muselmänner», que se daban por vencidos rápidamente, y
morían sin causa física aparente en los campos de concentración nazis:

Los prisioneros que terminaron creyendo las repetidas afirmaciones de los


guardianes (que no había esperanza para ellos, que no saldrían del campo a
no ser ya cadáveres) y llegaron a considerar imposible ejercer cualquier
influencia sobre su ambiente, eran literalmente cadáveres andantes. En los
campos de concentración se les llamaba «musulmanes» (muselmänner),
debido a lo que erróneamente se consideraba como una venganza fatalista
contra el entorno, por semejanza con la mansedumbre con que se dice que los

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mahometanos aceptan su destino.
… Eran personas tan privadas de afecto, de autoestima y de todo tipo de
estimulación, tan absolutamente agotadas, tanto física como emocionalmente,
que habían otorgado al entorno un poder absoluto sobre ellas[190].

Poco después de comenzar su cautiverio, estos hombres dejaban de comer, se


acurrucaban mudos e inmóviles en una esquina y expiraban.

Muerte por indefensión en la vejez

Si una persona o un animal se hallan en un estado físico límite, debilitados por la


desnutrición o por una enfermedad de corazón, la posesión de un sentido de control
puede equivaler a la diferencia entre la vida y la muerte. Hay un aspecto de la vida
humana que acarrea inevitablemente un debilitamiento físico: el envejecimiento. Los
ancianos son más susceptibles a la pérdida de control, especialmente en la sociedad
norteamericana; ningún grupo, sean negros, indios o mejicano-norteamericanos, se
encuentra en un estado tan indefenso como nuestros ancianos. La mediocre duración
media de vida de los norteamericanos, en comparación con otras naciones prósperas,
quizá testimonie no una mediocre asistencia técnica, sino la forma en que tratamos
psicológicamente a nuestros ancianos. Les obligamos a retirarse a los sesenta y cinco
años, y les metemos en un asilo. Ignoramos a nuestros abuelos, les apartamos; somos
una nación que priva a las personas de edad del control sobre los acontecimientos
más importantes de su vida. En definitiva, les matamos[191].
N. A. Ferrari (1962) ha escrito una poco conocida, pero muy importante, tesis
doctoral sobre la libertad percibida de elección en un asilo de ancianos. Su principal
interés estaba en el cambio de actitudes en el asilo, pero mientras escribía la tesis hizo
un hallazgo fundamental en relación con la supervivencia. Cincuenta y cinco mujeres
de más de sesenta y cinco años de edad y con una media de ochenta y dos, pidieron
ser admitidas en un asilo de ancianos del Midwest. Tras ser admitidas, Ferrari les
preguntó cuán libres se habían sentido para elegir el asilo, qué otras posibilidades se
les habían presentado, y cuánta presión habían ejercido sus familiares para que
entrasen en el asilo. De las diecisiete mujeres que dijeron no haber tenido otra
alternativa que mudarse al asilo, ocho murieron después de cuatro semanas de
permanencia, y dieciséis después de diez semanas. Al parecer, sólo una de las treinta
y ocho personas que tuvieron más alternativas murió en el período inicial. Estas
muertes fueron calificadas como «inesperadas» por el personal del asilo. Otra
muestra de cuarenta personas simplemente pidió la admisión, pero ninguna de ellas
llegó a ser residente, ya que todas murieron. De las veintidós cuya familia hizo la
petición por ellos, diecinueve murieron un mes después de que se recibiese su
solicitud. De las dieciocho que la hicieron por su cuenta, sólo cuatro habían muerto al

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acabar el mes.
Es posible que estos datos se hallen confundidos por distintos niveles de salud
física en cada grupo; cuanto más enfermo se está, más probable es que los familiares
intenten deshacerse de uno. Es difícil decidir, a partir de la redacción inicial de la
tesis. Por otra parte, los resultados quizá reflejen directamente el efecto letal de la
indefensión sobre la persona. En mi opinión, esta investigación debería haber sido
una llamada a la acción, o al menos a nuevas investigaciones, pero cayó en oídos
sordos.
D. R. Aleksandrowicz observó los efectos psicogénicos letales de un incendio en
el pabellón sobre unos pacientes geriátricos. Ninguno resultó afectado por el fuego,
pero el pabellón quedó tan estropeado que los pacientes fueron sacados de él durante
varias semanas, hasta que se terminaron las reparaciones. Un mes después del
incendio, cinco de los cuarenta pacientes murieron; tres más murieron en los dos
meses siguientes. Esta tasa de mortalidad del 20 por ciento fue considerablemente
más elevada que el 7,5 por ciento de los tres meses anteriores. De nuevo, la mayor
parte de estas muertes fueron «inesperadas». El siguiente es un caso típico:

Un antiguo aventurero, jugador y vendedor de caballos, de setenta y seis años


de edad, había sido admitido en el hospital en 1957, fuertemente demacrado y
con signos de taboparesis. Su estado físico mejoró con el tratamiento, pero
tuvo que seguir sentado o desplazándose con ayuda de un andador. Tenía
también una infección urinaria crónica, que se manifestó resistente al
tratamiento. Su actitud malhumorada y quejumbrosa, sus constantes
peticiones, la competencia con los demás pacientes y sus provocaciones a los
mismos, además de sus astutos intentos de poner a prueba al personal,
convirtieron su trato en un problema. Al mismo tiempo, varios miembros del
equipo experimentaban cierta atracción por este peculiar paciente. Mostraba
un fuerte, aunque ambivalente, afecto por la enfermera, el celador y el
médico. Sólo fue posible manejarle mediante un rígido y bien coordinado
sistema de privilegios y controles. Después del incendio, este paciente fue
trasladado al pabellón de neurología, donde no pudieron seguir
manteniéndose sus anteriores privilegios especiales (como el darle cartones
de leche a ciertas horas del día) ni los controles. El paciente se mostraba
abatido y triste. Ya no expresaba su amarga ira como antes, y generalmente
respondía cuando alguien se dirigía a él. Dos semanas después del incendio
fue encontrado muerto, y el diagnóstico fue probablemente infarto de
miocardio. No se realizó autopsia.
Aunque el paciente había estado débil y subalimentado, no hubo nada que
indicase un estado crítico, y su muerte se produjo como una total sorpresa. La
muerte fue calificada de «inesperada»[192].

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Propongo que este tipo de muertes dejen de considerarse como inesperadas.
Deberíamos esperar que cuando retiramos todo vestigio de control sobre el ambiente
de un ser humano ya físicamente débil, es posible que le matemos. El retiro
obligatorio es un ejemplo que viene al caso. La misma lógica por la que se impide
que no se contrate a los negros y a las mujeres debería aplicarse al despido de una
persona por la sola razón de que ha llegado su sesenta y cinco aniversario. No es sólo
que sea discriminatorio al no tenerse en cuenta el mérito individual, sino que también
puede ser mortal; quítesele a un hombre su trabajo y se le habrá retirado su fuente
más significativa de control instrumental.

Muerte infantil y depresión anaclítica

Igual que los ancianos, los niños probablemente pueden percibir cuán indefensos
están. R. Spitz (1946) fue el primero en dar cuenta del fenómeno de la depresión
anaclítica. Como ya se señaló en el capítulo anterior (p. 204), dos son las condiciones
que lo produjeron: si los bebés eran criados en una inclusa con un grado mínimo de
estimulación, se volvían apáticos y poco responsivos. Alternativamente, cuando
bebés entre los seis y los ocho meses de edad eran separados de sus madres
encarceladas, también se desarrollaba la depresión[193]. De los noventa y un niños que
manifestaron hospitalismo en una inclusa, treinta y cuatro murieron a lo largo de los
dos años siguientes. La muerte fue producida por infecciones respiratorias, sarampión
y trastornos intestinales. Es poco probable que las condiciones de la institución
fuesen tan malas como para producir una tasa de mortalidad del cuarenta por ciento.
Pero ¿qué significan la ausencia de estimulación y la separación de la madre para un
niño que se encuentra en la edad en que está desarrollando el control instrumental?
Indefensión. Llegados a este punto, no debería sorprendemos comprobar que su
consecuencia es una mayor susceptibilidad a la muerte.

CONCLUSION

Pido disculpas (aunque no con mucha fuerza) al lector académico, por el carácter
impresionista de los argumentos expuestos en este capítulo. Lo que he alegado en su
favor no es sino un cúmulo de hechos anecdóticos y varios estudios experimentales,
de los que sólo algunos están especialmente bien diseñados o ejecutados. Pero quizá
la importancia del problema sea un atenuante. Si la muerte repentina por indefensión
es un hecho, tiene tanta importancia como para merecer un breve llamamiento a los
investigadores para que se ocupen seriamente de él. Espero haber presentado
argumentos suficientemente persuasivos en pro de la investigación controlada en este
área.

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Una amplia variedad de especies, de las cucarachas a las ratas salvajes, de los
pollos a los chimpancés, del bebé al adulto humano, manifiestan el fenómeno de la
muerte por indefensión: en el proceso que lleva a estas muertes, el individuo pierde el
control sobre cuestiones importantes para él. Conductualmente, reacciona con
depresión, pasividad y sumisión. Subjetivamente, se siente indefenso y
desesperanzado. Consiguientemente, sobreviene la muerte inesperada.
¿Qué es lo que causa estas muertes? Las condiciones físicas terminales que se
producen son muy variadas: fallo cardíaco, asma, neumonía, cáncer, infección,
desnutrición. No se ha especificado ninguna causa física única, pero se halla
implicado un ralentizamiento del ritmo cardíaco. Los investigadores médicos se han
referido a la inhibición vagal de la actividad cardíaca, al reflejo de buceo y a la
actividad parasimpática, entre otras, como posibles causas[194]. No soy
suficientemente experto como para evaluar estas hipótesis, pero sospecho que no va a
encontrarse ningún substrato fisico. Sin embargo, la ausencia de uniformidad física
no debería impedimos ver la realidad del fenómeno o su causa psicológica más
normal, la única especificable en el estadio de conocimiento en que nos hallamos: la
indefensión, la percepción de la incontrolabilidad.
Atribuir a un fenómeno una causa psicológica no le otorga necesariamente un
status metafísico o parapsicológico. La muerte por indefensión es bastante real. La
comprensión de sus bases psicológicas quizá nos permita impedir alguna de estas
muertes, introduciendo el control instrumental en la vida de quienes son vulnerables a
ella.

Probablemente todo esto ya se ha dicho antes. Pero ninguna forma de expresarlo


me conmueve más que la de Dylan Thomas:

No entres dócilmente en la noche callada,


que la vejez debería delirar y arder al fin del día;
oponte, oponte furioso a la luz que se extingue.

Y tú, padre mío, allá en la triste cima,


maldíceme o bendíceme con tus feroces lágrimas, te pido.
No entres dócilmente en la noche callada,
oponte, oponte furioso a la luz que se extingue.

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ÍNDICE DE MATERIAS[195]

Aburrimiento, significación evolutiva del, 199 ss.


Acontecimientos positivos no contingentes en la depresión, 143-144
Acontecimientos precipitantes de la indefensión, 137 ss.
Actividad colinérgica del septum, 106-107
Adaptación al trauma, desconfirmación de la, 101-102
objeciones teóricas a la, 101-102
Adaptadores, utilización por los depresivos, 124
Agotamiento emocional, punto de vista biológico del, 103
Agresión
elicitada por la descarga, 56-57
su ausencia en los depresivos, 131-134
Ambientalismo, 192
AMPT
e incapacidad para escapar de un trauma, 106
retraimiento social producido por la, 134-135
Ansiedad, 160-161
y depresión, 135-136
e hipótesis de la señal de seguridad, 160-163
e impredecibilidad, 19-20, 155 ss., 213 ss.
indicadores de la - y estados de miedo, 163-164
reducción de la, 185
Apetito, pérdida del - en la indefensión aprendida, 122
Aprendizaje
artefactos del, 39
de contingencias, 36
en un ensayo, 217
de escape-evitación, 42
de escape pasivo, 47-48
de ganar-persistir, perder-cambiar, 217
instrumental, 30-31

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instrumental supersticioso, 40, 97-98
de momento mágico, 32, 35. 38
Arritmia cardíaca en la inmovilidad tónica, 240-241
Atropina, 145, 150
como antidepresivo, 135
como bloqueador parasimpático, 238
utilización para romper la indefensión, 107
Autoadministración de la estimulación aversiva, 179 ss.
Autovaloración. Véase disposición cognitiva negativa

Baile del desarrollo, 194


Bradicardia, 238

Caja de vaivén manual, 53


Catalepsia, 240
CI, 123-124, 228 ss.
Cogniciones
de indefensión, 138-139
plasticidad de las, 193-194
Condicionamiento clásico
y aprendizaje instrumental supersticioso, 40
e impredecibilidad, 156 ss.
e indefensión, 31
y reforzamiento independiente de la respuesta, 39
y respuestas específicas de la especie, 40
y teoría del aprendizaje, 31
Condicionamiento operante
y aprendizaje instrumental, 30-31
y teoría del aprendizaje, 31
Condicionamiento pavloviano.
Véase condicionamiento clásico
Conducta pasiva, 46
Conducta voluntaria, 29 ss.
punto de vista aristotélico de la, 79-80
punto de vista galileico de la, 79-80
Contingencia, 29
análisis de, 197 ss.
aprendizaje de, 35
Contingencias respuesta-resultado, 32 ss., 197-198
e integración cognitiva, 37
y qué puede aprenderse, 64-65

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Continuo endógeno - reactivo, 138
Contracondicionamiento del miedo, 184-185
Controlabilidad, 30-31, 37
en el aula, 215
y conflictos maternales, 206-207
ejemplos de, 27 ss.
expectativas previas de, 93-94
experiencia en la - sobre el trauma, 90 ss.
incertidumbre de la - en la reducción del miedo, 84 ss.
e iniciación de respuestas, 78-79
institucionalización de la, 255 ss.
en la niñez y la adolescencia, 213
percepción de la, 54, 147, 186-187, 194 ss.
pérdida de la - en la depresión reactiva, 137
y persistencia en la solución de problemas, 77
y reducción del miedo, 85
en la relajación voluntaria, 186-187
Competencia, 87
Competitividad
falta de - en la depresión, 132
y recompensas incontrolables, 60-61
Comunicación maternal de la indefensión, 209 ss.
Cuidado institucional de los niños, 202 ss.

Déficits cognitivos en la indefensión, 82-84


Déficits intelectuales causados por la depresión, 123-124
Déficits motivacionales, 43 ss.
y adaptación al trauma, 101
evolución temporal de los, 66 ss.
por traumas incontrolables, 43
Déficits sociales
producidos experimentalmente, 132-133
como síntomas de depresión, 124-125
Dependencia respuesta - resultado, 37
Depresión
y acontecimientos positivos no contingentes, 143-144
acontecimientos precipitantes de la, 137 ss.
anaclítica, 202-203, 261-262
base bioquímica de la, 134-135
base fisiológica de la, 134-135
casos clínicos de, 113-114

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causada por el éxito, 144
y CI, 123-124
curación de la, 145 ss.
déficits intelectuales causados por la, 123-124
déficits sociales en la, 124-125
disposición cognitiva negativa en la, 125 ss.
endógena, 117
endógena bipolar, 117
endógena unipolar, 117
etiología de la, 137 ss.
falta de agresión en la, 131 ss.
falta de competitividad en la, 132
frecuencia de la, 116
por hacinamiento, 226 ss.
e indefensión aprendida, resumen, 153
inducida por un trauma incontrolable, 84 ss.
maníaca, 117
miedo desplazado por la, 85
y muerte por fallo cardíaco, 250 ss.
y parálisis de la voluntad, 122-123
persistencia en la - y curación de la, 148-149
pérdida de libido y apetito en la, 134
pesimismo en la, 127
prevención de la, 151 ss.
en los prisioneros de guerra, 256-257
punto de vista freudiano de la, 131-132
reactiva, 116-117, 137
remedios personales para la, 150
resistencia a la, resumen, 144
y retraso psicomotor, 123
síntomas de la, 115, 121 ss., 135-136
suicida, 18
terapia de la, 134, 153
terapia efectiva de la, 129
terapia química de la, 134
tratamiento de la - por tareas graduales, 147 ss.
y vulnerabilidad al ataque cardíaco, 252-253
y vulnerabilidad a la enfermedad, 253
Depresión endógena, 117
y creencia en la indefensión, 138
tratamiento de la, 117

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Descarga electroconvulsiva, 145, 150
Descarga inescapable,
en los perros, 41 ss.
en el arnés pavloviano, 43
Desensibilización sistemática, 184 ss.
Diseño de niño mimado, 59-60
Diseño triádico, 46 ss.
Disminución de norepinefrina, 133, 105 ss.
y actividad colinérgica en la depresión, 134-135
Disposiciones para aprender, 217
Disposición cognitiva negativa, 17, 62 ss.
en la depresión, 125 ss.
como síntoma de indefensión aprendida, 121
Dominio de los acontecimientos ambientales, 87, 151
Duelo agudo en la muerte repentina, 248

Educación infantil e inmunización contra la indefensión, 134


Emoción, plasticidad de la, 194
Emocionalidad intensificada, impredecibilidad y úlceras, 171-172
Enfoques fisiológicos de la indefensión, 104 ss.
Espacio de contingencia de respuesta, 36
«Estado providente» de las palomas, 59-60
Estados de miedo, indicadores de los, 163-164
Estimulación cerebral positiva, 179-180
Estimulación septal, 40
como causa de la indefensión, 106-107
pasividad y letargo causados por la, 106-107
Estudios evolutivos sobre la incontrolabilidad, 91-92, 208 ss.
Etiología de la depresión,
control de los reforzadores en la, 141 ss.
extinción en la, 140
e indefensión aprendida, 137
pérdida de reforzadores en la, 131, 140
Evolución temporal,
de la depresión, 104, 130-131
de la indefensión, 66 ss, 121
Exito
como causa de la depresión, 144
efectos terapéuticos del - en la depresión, 124
percepción del - en la indefensión, 63 ss.
ininterrumpido, como causa de depresión, 222

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Expectativas de control, 77-78, 93-94
Expectativas de éxito
en la depresión, 127-128
en la indefensión aprendida, 63-64
Externalidad, 53
Extinción, 32, 140
Eyaculación precoz, 187-188

Fisiología
cambios en la - como síntomas de la indefensión aprendida, 122
placer, su base en la, 106
relación de la - con la cognición, 11-112
Fisostigmina como agente depresor, 135
Fobias
desensibilización sistemática de las, 184
en el laboratorio, 118
y respuestas de emergencia, 187
tratamiento de las, 187
Fracaso
en el aula, atribución del, 218-219
inexperiencia en el, 152
en la infancia, 20-21
y realimentación positiva, 20-21
símbolos de, 20-21
transmisión maternal del, 209-210
Frustración, 56
como motivador, 86
inducida traumáticamente, 86
seguida de indefensión, 86
Fuerza del yo, 212-213, 223

Ganancia secundaria, 148


Generalidad de la indefensión, 54 ss.

Hacinamiento, 226 ss.


Hipnosis animal, 240
Hipótesis de la catecolamina, 134
Hipótesis de la señal de seguridad, 161 ss., 164

Impotencia secundaria, 187


Impredecibilidad, 156 ss.
y ansiedad, 155

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y ansiedad de separación, 213-214
y condicionamiento clásico, 156 ss.
y miedo, 163 ss.
y nivel de conducta activa, 170
y úlceras de estómago, 166 ss.
Impulso
a dominar los acontecimientos ambientales, 87
a evitar la indefensión, 87
a resistirse a la coacción en los animales salvajes, 87
Incontrolabilidad, 27, 37
componentes de la, 11
consecuencias de fisiológicas de la, 104 ss.
y desesperación, 93
disminución de la norepinefrina por la, 105 ss.
efectos neurológicos de la, 104 ss.
ejemplos de, 28
estudios evolutivos sobre la, 91-92, 208 ss.
frustración debida a la - seguida de indefensión, 85
e inmovilidad tónica, 240 ss.
y pérdida de apetito, 70
y perturbación emocional, 84 ss.
y pobreza, 223 ss.
de la recompensa, 59 ss.
y regulación voluntaria, 185-186
del ruido, 54
y ruptura de la discriminación apetitiva, 70-71
síntomas de - no estudiados en la depresión, 135-136
vulnerabilidad a la enfermedad y a la muerte causada por la, 253
Indefensión
y abuso por parte de los iguales, 207 ss.
y actividad colinérgica, 106-107
y aprendizaje de escape-evitación, 42
en el aprendizaje, 217-218
aspectos evolutivos de la, 194, 208 ss.
en el aula, 215 ss.
y cáncer, 251
características de la, 22
y CI, 228 ss.
comunicación maternal de la, 208 ss.
y condicionamiento clásico, 31
y conducta pasiva, 46

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y conflicto maternal, 206-207
curación de la, 88 ss., 145 ss.
déficit cognitivo en la, 82 ss.
depresión endógena y creencia en la, 138
y disminución de la norepinefrina, 105 ss.
y estimulación septal, 106-107, 145
etiología de la, 137 ss.
generalidad transítuacional de la, 54 ss.
inducida no traumáticamente, 57 ss.
inmovilidad tónica en la, 240 ss.
inmunización contra la, 90 ss.
institucionalizada, 253 ss.
e interferencia con las respuestas, 82
interrumpida por la tropina, 107
límites de la, 93 ss.
y muerte psicogénica, 247
y muerte repentina, 92-93, 233 ss.
y percepción del control, 63 ss., 92
y percepción del éxito, 63 ss.
perturbaciones emocionales en la, 66 ss., 84 ss.
prevención de la, 88 ss., 151 ss.
y pobreza, 223 ss.
y probabilidad del resultado, 74-75
y qué puede aprenderse, 74
y reforzamiento demorado, 82
y reforzamiento parcial, 82
resultados cognitivos de la, 62
resumen, 112, 153
reversión de la, 146
síntomas de - en los niños, 212
temprana, 207
teoría de la, 74 ss., 88
teorías alternativas de la, 95 ss.
transferencia de la - entre situaciones traumáticas y no traumáticas, 57ss.
en la vejez, 258 ss.
y vulnerabilidad intensificada a la enfermedad, 253
Véase también indefensión aprendida
Indefensión aprendida, 43, 49
características de la, 22
como modelo de la depresión, 118 ss.
y depresión, resumen, 153

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disposición cognitiva negativa en la, 62 ss.
etiología de la, 137 ss.
evolución temporal de la, 66 ss.
y expectativa de éxito, 63-64
prevención de la, 151 ss.
síntomas de la, 121-122
terapia de la, 153
Véase también indefensión
Independencia respuesta-resultado, 31, 37
interferencia proactiva por, 81
Ilustradores, utilización por los depresivos, 124
Inhibición proactiva
y aprendizaje verbal, 81
evolución temporal de la, 104
Iniciación de respuestas
debilitamiento de la - como resultado de la incontrolabilidad, 59
elicitada por el miedo, 86
y expectativas de controlabilidad, 78
Iniciación de respuestas voluntarias en la depresión, 122 ss.
Inmovilidad tónica
y muerte, 240-241
en la indefensión, 240 ss.
e incontrolabilidad, 240 ss.
Inmunización
contra la indefensión, 45, 90 ss., 212-213, 237
contra la neurosis experimental, 71
por control discriminativo, 94
Interferencia con las respuestas, 82
Internalidad, 53

Límites de la indefensión, 93 ss.


Lugar de control, 53

Marasmo, 202-203
Mesmerismo, 240 ss.
Metolexitona, 185
Monoaminooxidasa (MAO), inhibidores de la, 134
Miedo, 84, 86
como motivador, 86
como respuesta de emergencia, 86
contracondicionamiento del, 184-185

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crónico, 160
e impredecibilidad, 163
inducido traumáticamente, 86
en situaciones desesperadas, 86
Mono ejecutivo, 68, 166 ss.
Motivación
desarrollo de la, 191, 211
miedo y frustración como, 86
plasticidad, 193
Muerte
fingida, 240 ss.
por emergencia, 238
por ataque fingido, 240 ss.
por indefensión, 245, 258 ss.
infantil, 261-262
e inmovilidad tónica, 240-241
por maldición, 21-22, 246-247
parasimpática, 238
psicogénica, 245 ss.
de seres queridos, 248
simpática, 238
vudú, 246 ss.
Véase también muerte repentina
Muerte psicogénica
causas de la, 245 ss.
e indefensión, 247
Muerte repentina, 21-22, 239 ss.
de animales salvajes en cautividad, 242-243
y cambios vitales fundamentales, 253
estudios evolutivos sobre la, 239
factores precipitantes de la, 248 ss.
e indefensión, 92-93, 236 ss.
psicosomática, 21-22
Véase también Muerte

Neurosis experimental, 71-72, 118


Niños inenseñables, 20-21, 215 ss.
utilización de caracteres chinos por, 21, 219

Parálisis de la voluntad, 122-123


Paralización aprendida por contraposición a déficit cognitivo, 99 ss.

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Pasividad y letargo debidos a la estimulación septal, 106
Patrón de comportamiento propenso a la enfermedad coronaria, 252
Percepción de habilidad por contraposición al azar en los depresivos, 127-128
Pérdida
de apetito en la indefensión aprendida, 134
de la autoestima, muerte repentina por, 249
infantil y prevención de la indefensión aprendida, 151 ss.
de libido y apetito en la depresión, 134
de status, muerte repentina por, 249
Perturbación emocional en la indefensión, 66 ss., 84 ss.
Perturbación cognitiva, 81
Perturbación motivacional y expectativas de control, 78-79
Pesimismo en la depresión, 127-128
Placer, significación evolutiva del, 199
Plan Tuscaloosa, 147
Plasticidad
en la conducta, 29-30
de los atributos humanos, 192 ss.
Pobreza
e indefensión, 223 ss.
e incontrolabilidad, 223
Predecibilidad, 159, 177 ss.
e hipótesis de la señal de seguridad, 161 ss., 164
en la infancia y la adolescencia, 213ss.
preferencia por la - en vez de por la impredecibilidad, 19-20, 172 ss.
Preferencia
por descargas inmediatas en vez de demoradas, 74 ss.
por la predecibilidad, 19-20, 172 ss.
Preparación genética, 193
Privación maternal, 202 ss.
y conducta autista en los monos, 204-205
y enriquecimiento del control, 206
y madre sustitutiva, 205
Problemas insolubles seguidos dé problemas solubles, 85-86
Punto de vista freudiano de la depresión, 131-132
Punto de vista psicoanalítico de la depresión, 131-132

Reaferencia, 199 ss.


privación de la, 200-201
Realimentación positiva del fracaso, 20-21
Realimentación relevante, 170

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Recompensa positiva, 106
Recompensas incontrolables y competitividad, 60-61
Reentrenamiento atributivo, 220
Reforzamiento
continuo, 32
diferencial, 34
diferencial de otra conducta (RDO), 34
interminente, 33, 35
parcial, 33, 82
Reforzamiento parcial en la indefensión, 82
Relajación involuntaria y voluntaria, 185-186
Reserpina como agente depresor, 134
Representación cognitiva de una contingencia, 76-77
Resistencia a la depresión, resumen, 144
Respuesta de emergencia
en las fobias, 187
e impredecibilidad y úlceras, 170-171
y miedo y frustración, 86
Respuesta emocional condicionada como un índice de miedo, 163-164
Respuesta galvánica de la piel (RGP) como índice del miedo, 163, 166
Respuestas
anticipatorias preparadas, 40
condicionadas, 31
específicas de la especia, 40
forzadas, como curación de la indefensión, 89
interferencia con las, 82
involuntarias, 31
motoras competidoras, 96 ss
persistencia en las, 33
voluntarias, 29 ss.
Retraso psicomotor, 123
Revolución, 230
Ruido incontrolable, 54

Sensibilización, objeciones a la, 102-103


Separación
como causa de muerte, 243 ss., 261
Símbolos de fracaso, 20-21
Síndrome de la chica de oro, 18-19
Síndrome de desastre, 66
Solución de problemas

www.lectulandia.com - Página 196


persistencia en los, 77
Superstición, experimentos, 38 ss.

Taquicardia, 238
Teoría cognitiva de la indefensión y disminución de la norepinefrina, 107 ss.
por contraposición a la paralización aprendida, 99-100
Terapia directiva, 88-89
Terapia de entrenamiento asertivo, 147
Terapia de orientación intuitiva, 146 ss.
Transferencia de la indefensión, 54 ss.
Tratamiento de la depresión por tareas graduales, 147 ss.
Trauma
incontrolable y déficit motivacional, 43
miedo y frustración inducidos por un, 86
reducción del, 98
de separación, 85
Tricíclicos, como antidepresivos, 134

Ulceras e impredecibilidad, 166 ss., 171

Vagancia aprendida, 60
Vulnerabilidad a la indefensión
evolutiva, 91-92

www.lectulandia.com - Página 197


MARTIN SELIGMAN (Albany, Estados Unidos, 1942). Es un psicólogo y escritor
estadounidense. Se le conoce principalmente por sus experimentos sobre la
indefensión aprendida (learned helplessness) y su relación con la depresión. En los
últimos años se le conoce igualmente por su trabajo e influencia en el campo de la
psicología positiva.
Desde finales del 2005, Seligman es director del Departamento de Psicología de la
Universidad de Pensilvania. Previamente había ocupado el cargo de presidente de la
Asociación Estadounidense de Psicología (APA) desde 1996. Fue también el primer
redactor jefe de la Prevention and Treatment Magazine, el boletín electrónico de la
asociación.
Seligman ha escrito varios superventas sobre psicología positiva, como The
Optimistic Child, Learned Optimism, Authentic Happiness y What You Can Change
and What You Can’t.

Wikipedia

www.lectulandia.com - Página 198


Notas

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[1] New York Times, Sección de Viajes, 30 de enero y 19 de febrero de 1972. <<

www.lectulandia.com - Página 200


[2] Wintrob (1972). <<

www.lectulandia.com - Página 201


[3] Véase Irwin (1971) y Teitelbaum (1964) para una elaboración de la relación entre

voluntariedad y conducta instrumental o sensible a los resultados. <<

www.lectulandia.com - Página 202


[4] Hay una fascinante y cada vez más abundante literatura sobre el problema de

cuáles son exactamente las respuestas voluntarías en este sentido. La lista muestra
una constante expansión, puesto que hay razones para creer que el ritmo cardiaco, el
flujo de orina y las ondas alpha cerebrales (entre otras) pueden ser puestos bajo
control voluntario mediante procedimientos de entrenamiento especiales. Véase
Miller (1969) para una revisión del tema. Estos datos quizás oscurezcan la distinción
ordinaria entre voluntario e involuntario, pero para mi definición el hecho de si una
respuesta determinada es voluntaria es simplemente cuestión de si puede o no ser
modificada por recompensa y castigo. <<

www.lectulandia.com - Página 203


[5] Humphreys (1939 a, b, c) y Skinner (1938). <<

www.lectulandia.com - Página 204


[6] La paloma consigue grano sólo si se abstiene de picotear la tecla. Hay una
controversia académica acerca de si es realmente posible para un organismo el no
responder. Después de todo, plantea la discusión, los organismos están siempre
naciendo alguna cosa, aun si uno no lo observa, y ese algo será reforzado. Aunque
esa posición sería defendible a priori, las pruebas que expondré a lo largo de todo el
libro son totalmente incompatibles con ella. <<

www.lectulandia.com - Página 205


[7] El lector atento se preguntará por qué me he molestado en añadir la restricción

temporal de treinta segundos a lo largo del ejemplo. ¿No podría haber utilizado sólo
el apretar el botón y el no apretarlo? La razón es que, estrictamente hablando, apretar
el botón es un evento instantáneo, pero no apretarlo no. A fin de que p (r/R) y p (r/Ȓ)
(los ejes x- e y- del espacio de contingencia de respuesta) lleven la misma cantidad de
tiempo, R queda como la ocurrencia de respuesta en un periodo de treinta segundos y
R como la ausencia de respuesta durante esos treinta segundos. Schoenfeld, Cole,
Lang y Mankoff (1973) emplean ampliamente este procedimiento. El marco
conceptual propuesto en este capítulo es también generalizable a los casos en que no
hay restricción temporal y el lector interesado debería consultar los artículos de
Seligman, Maier y Solomon (1971) para los detalles de la deducción o de Gibbon,
Berryman y Thompson (1974) para una exposición formal del espacio de
contingencia de respuesta. <<

www.lectulandia.com - Página 206


[8] Seligman y Hager (1972). <<

www.lectulandia.com - Página 207


[9] Staddon y Simmelhag (1971). Véase también Staddon (1974) para un análisis de la

indefensión en términos de conductas específicas de la especie. <<

www.lectulandia.com - Página 208


[10] Overmier y Seligman (1967), Seligman y Maier (1967). <<

www.lectulandia.com - Página 209


[11]
Overmier (1968), Overmier y Seligman (1967), Seligman y Groves (1970),
Seligman y Maier (1967), Seligman, Maier y Geer (1968). <<

www.lectulandia.com - Página 210


[12] Maier (1970), Maier, Albin y Testa (1973), Seligman y Beagley (1974), Seligman

y Maier (1967). Habría que señalar que Church (1964) ha criticado el uso del grupo
acoplado como un grupo de control del aprendizaje instrumental. La crítica no es
relevante a los experimentos sobre indefensión en los que el grupo acoplado es el
grupo experimental y los demás grupos son de control. <<

www.lectulandia.com - Página 211


[13] Seligman y Maier (1967). <<

www.lectulandia.com - Página 212


[14] Véase, por ejemplo, los artículos recopilados en el volumen editado por Seligman

y Hager (1972). <<

www.lectulandia.com - Página 213


[15] Thomas y Balter (1974). Véase también Masserman (1943, 1971), Seward y

Humphrey (1967) y Zielinski y Soltysik (1964) para otros informes sobre el


debilitamiento producido por la descarga inescapable en los gatos. <<

www.lectulandia.com - Página 214


[16] Padilla, Padilla, Ketterer y Giacalone (1970). Para otros datos relacionados con

éstos en estudios con carpas doradas véase (1971), Behrend y Bitterman (1963),
Frumkin y Brookshire (1969) y Padilla (1973). <<

www.lectulandia.com - Página 215


[17] Maier, Seligman y Solomon (1969) y Seligman et al. (1971) han revisado esta

compleja literatura; para más detalles remito a estos textos al lector interesado. Para
otros estudios representativos véase también Anderson, Cole y McVaugh (1968), De
Toledo y Black (1967), Dinsmoor y Campbell (1965 a, b). Looney y Cohen (1972),
Mullin y Mogenson (1963) y Weiss, Kreickaus y Conte (1968). <<

www.lectulandia.com - Página 216


[18] Maier et at. (1973), Seligman y Beagley (1974), Seligman, Rosellini y Kozak

(1974 b). Hay que señalar de pasada que los ratones [Braud, Wepman y Russo
(1969)] e incluso la inferior cucaracha [Horridge (1962)] muestran también déficits
de respuesta después de la descarga inescapable. <<

www.lectulandia.com - Página 217


[19] Hiroto (1974), Hiroto y Seligman (1974), Krantz, Glass y Snyder (1974). Para

otros experimentos de indefensión aprendida en el hombre que presentan iguales


resultados véase Fosco y Geer (1971) Miller y Seligman (1974 a), Racinskas (1971),
Roth y Kubal (1974) y Thomton y Jacobs (1971). <<

www.lectulandia.com - Página 218


[20] Para conocer los tests de personalidad utilizados y para revisiones de la amplia y

controvertida literatura sobre ellos véase James (1963), Lefcourt (1966) y Rotter
(1966). <<

www.lectulandia.com - Página 219


[21]
Braud et al. (1969). Para resultados semejantes en la rata véase también
McCulloch y Bruner (1939); parece que éste es también el más antiguo estudio
publicado sobre la indefensión. <<

www.lectulandia.com - Página 220


[22] Rosellini y Seligman (1974), A. Amsel (1974, comunicación personal). <<

www.lectulandia.com - Página 221


[23] Para un resumen de los datos sobre frustración en ratas víase Amsel, Rashotte y

MacKinnon (1966). <<

www.lectulandia.com - Página 222


[24] Brookshire, Littman y Stewart (1961) dieron descargas inescapables a ratas de

treinta días de edad y al grupo de control simplemente lo manipularon. Cien días


después, ya de adultas, las ratas fueron puestas a prueba en un laberinto que tenía
comida en uno de sus extremos. Cuando las ratas sólo estaban levemente
hambrientas, los sujetos indefensos actuaron realmente mejor que los controles. A
niveles medios de hambre, los dos grupos corrieron hacia la comida con el mismo
éxito. Cuando el hambre se hizo traumático (privación de comida durante noventa y
seis horas), las ratas manipuladas siguieron corriendo por el corredor, pero las ratas
que antes hablan recibido descarga abandonaron y permanecieron pasivas en la caja
de salida. <<

www.lectulandia.com - Página 223


[25] Maier, Anderson y Lieberman (1972). Para resultados semejantes véase Powell y

Creer (1969). Para más pruebas sobre la transferencia entre acontecimientos


aversivos véase Anderson y Paden (1966). <<

www.lectulandia.com - Página 224


[26] Hiroto y Seligman (1974). En Miller y Seligman (1975 b) puede verse una
replicación y una extensión a la depresión. <<

www.lectulandia.com - Página 225


[27] Hiroto y Seligman (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 226


[28]
Maier (1949) ha utilizado extensamente este procedimiento con ratas. Sus
consecuencias debilitadoras para la rata serán tratadas en el capítulo VII. <<

www.lectulandia.com - Página 227


[29] Hiroto y Seligman (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 228


[30] Seligman, Meyer y Testa (datos no publicados). Véase también Hulse (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 229


[31] El artículo de Engberg, Hansen, Welker y Thomas (1973), que es la versión

publicada, se tituló «Adquisición del picoteo de una tecla mediante


automoldeamiento en función de la experiencia anterior: ¿“Vagancia aprendida”?».
Para resultados semejantes con palomas véase Gamzu y Williams (1971), y también
Gamzu, Williams y Schwartz (1973) y Welker, Hansen, Engberg y Thomas (1973),
que entablan una animada controversia acerca de la explicación de estos resultados.
<<

www.lectulandia.com - Página 230


[32] Kurlander, Miller y Seligman (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 231


[33] Miller y Seligman (1974 b). <<

www.lectulandia.com - Página 232


[34] Hiroto y Seligman (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 233


[35] Thomas, Freeman, Svinicki, Burr y Lyons (1970). <<

www.lectulandia.com - Página 234


[36] Wallace (1956 a). <<

www.lectulandia.com - Página 235


[37] Overmier (1968), Overmier y Seligman (1967), Seligman y Groves (1970). <<

www.lectulandia.com - Página 236


[38] Seligman et al. (1-74 b). Estas ratas fueron criadas en jaulas desde su nacimiento

y, de igual forma que los perros criados en jaula (p. 58), no manifiestan el curso
temporal. Ser criado en una jaula restringe drásticamente la oportunidad de
inmunización con acontecimientos controlables. <<

www.lectulandia.com - Página 237


[39] Brady, Porter, Conrad y Mason (1958). Este estudio se expone con mayor detalle

en el capitulo VI, p. 167. <<

www.lectulandia.com - Página 238


[40] Sines, Cleeland y Adkins (1963). <<

www.lectulandia.com - Página 239


[41]
Weiss (1968, 1971 a, b, c). Para más datos sobre úlceras, ansiedad c
impredecibilidad véase también Moot, Cebulla y Crabtree (1970) y el capitulo VI. <<

www.lectulandia.com - Página 240


[42] Para una controversia aún en curso sobre estos datos véase Brimer y Kamin

(1963), Lindner (1971), Desiderato y Newman (1971) y Payne (1972). <<

www.lectulandia.com - Página 241


[43] Hokanson, DeGood, Forrest y Brittain (1971). Para experimentos relacionados en

seres humanos, utilizando otras diversas medidas de la ansiedad, véase Averill y


Rosenn (1972) Bandler, Madaras y Bem (1968), Corah y Boffa (1970) y Elliot
(1969). Es ésta una literatura compleja e incoherente; está revisada desde diferentes
puntos de vista por Averill (1973) y Binik y Seligman (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 242


[44] Pavlov (1927, 1928). <<

www.lectulandia.com - Página 243


[45] Liddell, James y Anderson (1934). <<

www.lectulandia.com - Página 244


[46]
Hay una considerable convergencia de opiniones y pruebas entre la actual
generación de teóricos del aprendizaje en cuanto a que los organismos pueden
aprender y almacenar información acerca de las contingencias situadas dentro de este
espacio de contingencia de respuesta, incluida la linea central de 45: Catania (1971),
Church (1969), Gibbon et al. (1974) Maier et al. (1969), Porefsky (1970), Premack
(1965), Rescorta (1967, 1968), Seligman el al. (1971), Wagner (1969), Watson
(1967) y Weiss (1968, 1971 a). <<

www.lectulandia.com - Página 245


[47] Para algunos intentos de formular en detalle la relación entre la información

acerca de la contingencia y su representación cognitiva, el lector interesado deberla


consultar los trabajos de Kelley (1967) y Weiner, Frieze, Kukla, Reed, Rest y
Rosenbaum (1971) para un enfoque desde la teoría de la atribución; e Irwin (1971) y
Seligman y Johnston (1973) para un enfoque desde la teoría cognitiva del
aprendizaje; también Lazarus (1966) y Stotland (1969). <<

www.lectulandia.com - Página 246


[48] En Langer (1974) puede encontrarse un conjunto de experimentos sobre los
factores que producen la ilusión de control. Esta autora ha hallado que las personas
sienten la ilusión de control en juegos determinados por el azar cuando sus oponentes
se muestran incompetentes, cuando logran elegir el billete de lotería que quieren y
cuando pasan más tiempo jugando. <<

www.lectulandia.com - Página 247


[49] También habría que señalar que la lucha elicitada de forma innata es otra fuente

de respuesta en una situación traumática, pero es el fortalecimiento y el


debilitamiento de las respuestas voluntarias lo que aquí nos ocupa. Esto no significa
negar que las respuestas innatas pueden ser transformadas en voluntarias [Schwartz y
Williams (1972)]. <<

www.lectulandia.com - Página 248


[50] Solomon (1948) revisó la extensa literatura existente sobre el esfuerzo y halló

que, excepto bajo condiciones extremas, disminuir la cantidad de esfuerzo no es un


reforzador efectivo. <<

www.lectulandia.com - Página 249


[51]
Para definiciones operacionales de las expectativas respuesta-resultado véase
Irwin (1971) y Seligman y Johnston (1973). <<

www.lectulandia.com - Página 250


[52] Thornton y Jacobs (1971). <<

www.lectulandia.com - Página 251


[53] Hiroto y Seligman (1974), MacKintosh (1973), Maier (1949), Mellgren y Óst

(1972), Miller y Seligman (1974 a), Thomas et al. (1970). <<

www.lectulandia.com - Página 252


[54] Para detalles sobre la secuencia protesta-desesperación véase Bowlby (.1973),

Hinde, Spencer-Booth y Bruce (1966), Kaufman y Rosenblum (1967) y Sackett


(1970). Véase también Selye (1956) para una versión muy general de esta secuencia.
<<

www.lectulandia.com - Página 253


[55] Solomon y Corbit (1974) han teorizado que las emociones pueden ser antagónicas

entre sí de la misma forma que los colores rojo y verde son antagónicos en el sistema
visual. Desde este punto de vista es posible que el miedo y la depresión sean procesos
que se oponen entre sí: con la experiencia repetida de un acontecimiento
incontrolable que produce miedo, durante el miedo se va formando la depresión. La
presencia de la depresión inhibe el miedo y lo mantiene dentro de límites tolerables.
Tan pronto como se retira el acontecimiento, el miedo también lo hace; pero el
proceso opuesto de la depresión, que se disipa más lentamente, permanece. <<

www.lectulandia.com - Página 254


[56] No todos los juegos y ejercicios de competencia pueden ser considerados como

surgidos de un impulso a evitar los estados aversivos de miedo y depresión, ya que el


juego y la exploración ocurren a menudo cuando el organismo aparece relajado y
pueden ser inhibidos por la presencia del miedo [White (1959)]. Por otra parte, hay
que señalar que cuando el juego o la exploración son restringidos o interrumpidos a la
fuerza, surgen estados aversivos como el llanto o la lucha. <<

www.lectulandia.com - Página 255


[57] Comida favorita de los perros de Filadelfia, Pensilvania e Itaca, Nueva York.

Salchichón por cortesía de Kelly y Cohen’s, de Filadelfia. <<

www.lectulandia.com - Página 256


[58] Véase Seligman el al. (1968). Para datos relacionados sobre el «hacer pasar por

ello a la fuerza» como técnica de entrenamiento véase también Black (1958), Maier
(1949) y Tolman y Gleitman (1948). <<

www.lectulandia.com - Página 257


[59] Seligman y Maier (1967). Para procedimientos de inmunización y resultados

semejantes con ratas véase Seligman et al. (1974 b). <<

www.lectulandia.com - Página 258


[60] Seligman y Groves (1970). <<

www.lectulandia.com - Página 259


[61] Lessac y Solomon (1969). <<

www.lectulandia.com - Página 260


[62] Para críticas y explicaciones alternativas de la indefensión véase Anderson et al.

(1968), Bracewell y Black (1974), Gamzu et al. (1973). Hineline (1973), Maier et al.
(1969), Miller y Weiss (1969), Staddon (1974), Weiss, Stone y Harrel (1970) y Weiss,
Glazer y Pohorecky (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 261


[63] Paralización es la denominación general de un conjunto de conductas que las

ratas manifiestan cuando tienen miedo: se agarran con fuerza a las varillas de la
rejilla, se encorvan y tiemblan. Se ha dado mucha importancia al hecho de que las
ratas se queden paralizadas cuando tienen miedo y se ha afirmado que la indefensión
aprendida no es más que paralización [Anisman y Waller (1973)]. Por ejemplo, la
descarga eléctrica intensa, que en las ratas produce más paralización que la descarga
débil, produce también más interferencia con la evitación en la caja de vaivén
[Anisman y Waller (1972)); y la escopolamina, una droga que reduce la paralización,
hace que las ratas eviten mejor [Anisman (1973)]. Sin embargo, estas pruebas no son
muy relevantes para la indefensión. No niego que existan muchas formas de interferir
las respuestas de escape y evitación, como, por ejemplo, cortarle las patas al animal.
Inducir paralización es otra forma. Pero el hecho de que la paralización interfiera con
el escape de una descarga no implica que la descarga inescapable interfiera con el
escape a través de la paralización, igual que tampoco implica que la descarga
inescapable interfiera con el escape cortándole las patas al animal. Además, los
perros no se quedan paralizados, las personas que reciben problemas discriminativos
insolubles no se quedan paralizadas ni tampoco las ratas que reciben comida no
contingente; a pesar de ello, todas estas condiciones producen indefensión. Por
último, hay una pregunta que los teóricos de la paralización no han considerado
seriamente; ¿por qué la descarga inescapable, pero no la escapable, produce
paralización en las ratas? Cualquier respuesta implicarla probablemente que la rata ha
aprendido que la descarga es inescapable y esto es lo que se halla en el centro de
nuestra teoría de la indefensión. <<

www.lectulandia.com - Página 262


[64] Maier et al. (1973), Seligman y Beagley (1974). Los datos de Maier y Testa

(1974) sobre la demora de RF1, el reforzamiento parcial y la clarificación de la


contingencia de RF2 no pueden ser explicados fácilmente por ningún enfoque que
aluda sólo a actuación y no a déficits de aprendizaje. <<

www.lectulandia.com - Página 263


[65] Miller y Weiss (1969) y Weiss et al. (1970, 1974) han especulado así. <<

www.lectulandia.com - Página 264


[66] Para otros estudios sobre sus efectos en el hombre y en los animales véase Maier

y Gleitman (1967) y Underwood (1948). <<

www.lectulandia.com - Página 265


[67] Miller y Weiss (1969), Weiss (1968, 1970, 1971 a, b, c). Weiss et al. (1970,

1974). <<

www.lectulandia.com - Página 266


[68] Abramson y Seligman (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 267


[69] Para la elaboración de la teoría véase Stein (1964). <<

www.lectulandia.com - Página 268


[70] Thomas y Balter (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 269


[71] Abramson y Seligman (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 270


[72] Williams, Friedman y Secunda (1970). <<

www.lectulandia.com - Página 271


[73] Esta dicotomía es tratada en Carney, Roth y Garside (1965), Kiloh y Garside

(1963), Mendels (1970) y Schuyler (1975). <<

www.lectulandia.com - Página 272


[74] Por ejemplo, si la madre es depresiva y el padre es alcohólico, es posible que el

descendiente llegue a ser un depresivo [véase Winokur (1973)]. Por cierto, se ha


dicho que en los hombres el alcoholismo es el equivalente de la depresión en las
mujeres. <<

www.lectulandia.com - Página 273


[75] Para una excepción importante véase Wolpe (1967), que expone varios criterios

necesarios para poder afirmar la existencia de una correspondencia entre neurosis


animales y humanas. <<

www.lectulandia.com - Página 274


[76] Para una formulación general del argumento de que las palabras del lenguaje

normal, como «depresión» o «juego» no tienen rasgos necesarios, véase Wittgenstein


(1953), parágrafos 66-77. <<

www.lectulandia.com - Página 275


[77] Grinker, Miller, Sabshin, Nunn y Nunnaly (1961). <<

www.lectulandia.com - Página 276


[78] Beck (1967, p. 28). <<

www.lectulandia.com - Página 277


[79]
Para algunos estudios representativos véase Friedman (1964), Martin y Rees
(1966) y Shapiro y Nelson (1955). Seligman, Klein y Miller (1974 a) presentan una
revisión de la literatura existente. <<

www.lectulandia.com - Página 278


[80] Véase Lewinsohn y Libet (1972). <<

www.lectulandia.com - Página 279


[81] Para algunos estudios representativos véase Payne (1961) y Walton, White, Black

y Young (1959). <<

www.lectulandia.com - Página 280


[82] Lewinsohn (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 281


[83]
La descripción más completa y sistemática de la mente de las personas
deprimidas puede verse en Beck (1967). <<

www.lectulandia.com - Página 282


[84] Miller y Seligman (.1973, 1974 a, b), Miller, Seligman y Kurlander (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 283


[85] Miller et al. (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 284


[86] David Klein, Ellen Fencil-Morse y yo (1975) hemos obtenido resultados paralelos

utilizando problemas discriminativos insolubles en vez de ruido inescapable.


Además, hallamos que si la persona deprimida que había recibido los problemas
insolubles era instada a atribuir su fallo a la dificultad del problema, en vez de a su
propia incompetencia, la solución de anagramas mejoraba. Klein (1975) ha
demostrado también que las personas deprimidas que no han recibido pretratamiento
no llegan a escapar del ruido, igual que las personas no deprimidas que han
experimentado el ruido inescapable. <<

www.lectulandia.com - Página 285


[87] Wallace (1956 b). <<

www.lectulandia.com - Página 286


[88] Para exposiciones sobre el papel del tiempo en la depresión véase Kraines (1957),

Lundquist (1945) y Paskinf (1929, 1930). <<

www.lectulandia.com - Página 287


[89] Véase, por ejemplo, Szasz (1963). Aunque, en general, estoy de acuerdo con

Szasz respecto a los perjuicios del compromiso involuntario, disiento de él en cuanto


al suicidio. <<

www.lectulandia.com - Página 288


[90] Para formulaciones representativas de la teoría psicoanalítica sobre la depresión

véase Abraham (1911, 1916), Freud (1917), Jacobson (1971), Klein (1968) y Rado
(1928). <<

www.lectulandia.com - Página 289


[91] Beck y Hurvich (1959) y Beck y Ward (1961). <<

www.lectulandia.com - Página 290


[92] Suomi y Harlow (1972). Para un resumen general de la relación de los estudios

sobre separación en primates con la depresión humana véase Akiskal y McKinney


(1973). <<

www.lectulandia.com - Página 291


[93] Schildkraut (1965). Véase también Akiskal y McKinney (1973) para una revisión

de los datos recientes sobre aminas biogénicas y un intento de integrarlos con los
datos conductuales. Concluyen que las pruebas actuales no nos permiten señalar de
forma precisa a ninguna amina como responsable de la depresión. <<

www.lectulandia.com - Página 292


[94]
Para datos sobre la efectividad de estos agentes en la depresión véase Cole
(1964), Davis (1965) y Klerman y Cole (1965). <<

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[95] Redmond, Maas, Kling y DeKirmenjian (1971) y Abramson y Seligman (1974).

<<

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[96] Janowsky, El-Yousef, Davis, Hubbard y Sekerke (1972). <<

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[97] Weiss (1968, 1971 a, b, c). <<

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[98] Véase el estudio de análisis factorial de Grinker et al. (1961) sobre los fenómenos

subjetivos de la depresión. <<

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[99] Véase Paykel, Myers, Dienelt, Klerman, Lindenthal y Pepper (1969) para un

estudio bien controlado de los acontecimientos vitales que preceden a la depresión.


<<

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[100] Copyright 1969 por la Asociación Médica Americana. <<

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[101]
Ferster (1966, 1973), Kaufman y Rosenblum (1967), Lewinsohn (1974),
Liberman y Raskin (1971) y McKinney y Bunney (1969). <<

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[102] Mediante este procedimiento se producen decrementos de respuesta después de

la adquisición en el caso apetitivo [por ejemplo, Rescorla y Skucy (1969)] y en el


caso aversivo [por ejemplo, Kadden (1973)]. <<

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[103] Carder y Berkowitz (1970), Jensen (1963), Neuringer (1969), Singh (1970) y

Stolz y Lott (1964). <<

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[104] Watson (1971). <<

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[105] Dorworth (1971). <<

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[106] Bibring (1953, p. 43). <<

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[107] Véase también Dorworth (1973) y Ellis (1962). <<

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[108] Copyright 1969 por la Asociación Médica Americana. <<

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[109] Taulbee y Wright (1971). <<

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[110] Fagan (1974), Lazarus (1968). <<

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[111] Beck, Seligman, Binik, Schuyler y Brill (datos no publicados). <<

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[112] Klein (1975) halló que el éxito en la solución de problemas discriminativos

deshacía totalmente los síntomas producidos por el ruido inescapable, así como los
síntomas de la depresión real. Los estudiantes no deprimidos que primero hablan
recibido el ruido inescapable, así como los estudiantes deprimidos, recibieron como
terapia una serie de problemas discriminativos solubles. A diferencia de los controles
sin tratamiento, luego escaparon del ruido rápidamente y creyeron que sus acciones
organizadas estaban correlacionadas con el éxito y el fracaso. Hasta donde yo sé, éste
es el primer estudio de laboratorio bien controlado sobre la terapia de la depresión y
muestra que los mismos procedimientos que alivian la indefensión aprendida alivian
también la depresión. <<

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[113] Es ésta una literatura amplia, contradictoria y compleja. Para datos positivos

representativos véase Beck, Sethi y Tuthill (1963) y Birtchnell (1970 a, b, c, d). Pero
véase también una revisión negativa en Granville-Grossman (1967). <<

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[114] Véase Wittgenstein (1953, parágrafos 66-77). <<

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[115]
Para una formulación completa de esta hipótesis véase Seligman (1968),
Seligman y Binik (1974) y Seligman et al. (1971). <<

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[116] En la última década se ha hecho claro que en los experimentos de
condicionamiento pavloviano los animales no sólo aprenden que un estimulo predice
un El (excitación), sino que también aprenden que un estimulo emparejado con la
ausencia del El predice no El. Pavlov (1927) llamó a esto inhibición diferencial.
Véase, por ejemplo, Boakes y Halliday (1972), Bolles (1970), Denny (1971), Maier
et al. (1969) y Rescorla (1967). Los estímulos emparejados con la ausencia de
descarga (esto es, las señales de seguridad) pueden inhibir la conducta de evitación de
una descarga [véase Rescorla y Lolordo (1965)] y servir de reforzadores positivos
[véase Weisman y Litner (1969)]. <<

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[117]
Azrin (1956), Brimer y Kamin (1963), Byrum y Jackson (1971), Davis y
Mclntire (1969), Imada y Soga (1971), Seligman (1968). Seligman y Meyer (1970),
Shimoff, Schoenfeld y Snapper (1969) y Weiss y Strongman (1969). <<

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[118] Averill y Rosenn (1972), Geer (1968), Glass y Singer (1972), Glass, Snyder y

Singer (1974) y Price y Geer (1972). Véase también Badia y Culbertson (1970) y
Paré y Livingston (1973) para otras variables dependientes que reflejan la ansiedad
durante el trauma impredecible. <<

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[119] Brady (1958), Brady et al. (1958), Porter, Brady, Conrad. Mason, Galambos y

Rioch (1958). <<

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[10] Sines et al. (1963). <<

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[121] Weiss (1968, 1970, 1971 a, b, c). <<

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[122] Caul, Buchanan y Hays (1972), Mezinskis, Gliner y Shemberg (1971), Price

(.1970), Seligman (1968), Seligman y Meyer (1970), Weiss (1970). <<

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[123] Badia y Culbertson (1970) presentan pruebas que apoyan esto firmemente: las

ratas agarraban continuamente la palanca durante la descarga impredecible, pero la


soltaban cuando ocurrían señales de seguridad. <<

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[124] Ratas: Lockard (1963, 1965). Hombres: Badia, Suter y Lewis (1967), Jones,

Bentler y Petry (1966), Lanzetta y Driscoll (1966), Pervin (1963). Pero véase también
Averill y Rosenn (1972) y Furedy y Doob (1971, 1972) para resultados contrarios. <<

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[125] Badia y Culbertson trataron luego de hacer una prueba para decidir entre la

hipótesis de la señal de seguridad y otra explicación de la preferencia por la descarga


señalada, la hipótesis de la respuesta preparatoria. Esta hipótesis mantiene que
cuando los acontecimientos son predecibles el sujeto puede realizar una respuesta
instrumental durante la señal, que modifica la intensidad del El. Propuesta por
Perkins (1955). [Véase Seligman et al. (1971) y Seligman y Binik (1974) para una
discusión más completa de las pruebas que distinguen entre ambas hipótesis].
Supuestamente, la respuesta preparatoria vuelve al El aversivo menos doloroso,
mientras que a los EIs apetitivos les vuelve más agradables. Por ejemplo, el sujeto
puede prepararse para recibir la descarga, haciendo que duela menos, o salivar antes
de la comida señalada, haciendo que sepa mejor. Las principales ventajas de esta
hipótesis de la respuesta preparatoria son: (1) se ha informado a veces de que el
propio El resulta menos intenso cuando es señalado [Hare y Petrusic (1967)] y que la
RGP a la descarga es inferior cuando ésta es señalada [Kimmel (1965), Lykken
(1962), Kimmel y Pennypacker (1962) y Morrow (1966); pero véase Seligman el al.
(1971) para una explicación diferente]; los acontecimientos positivos señalados se
prefieren a los no señalados [p ej., Cantor y LoLordo (1970) y Prokasy (1956); pero
véase Hershiher y Trapold (1971) y Seligman el al. para una explicación diferente].
La hipótesis de la señal de seguridad no explica directamente ninguno de estos grupos
de datos. Habría que señalar que no hay incompatibilidad lógica entre las hipótesis de
la señal de seguridad y de la respuesta preparatoria; ambas pueden ser ciertas: un
animal podría tanto tener miedo crónico durante la descarga impredecible como
también prepararse para la descarga durante la señal. Igual que la hipótesis de la señal
de seguridad, la de la respuesta preparatoria predice directamente una preferencia por
los acontecimientos aversivos predecibles. Sin embargo, a diferencia de la hipótesis
de la señal de seguridad, precisa una suposición fundamental adicional para explicar
el mayor nivel de miedo que se produce durante la descarga impredecible. Podría
haber algo más de miedo general cuando la descarga es impredecible debido a que la
descarga se percibe como más intensa; sin embargo, es altamente improbable que la
respuesta preparatoria pueda hacer a la descarga predecible mucho menos aversiva
que la descarga impredecible: las ratas prefieren descargas predecibles cuatro veces
más largas y tres veces más intensas que las descargas impredecibles [Badia,
Culbertson y Harsh (1973)]. Para tener un efecto tan potente debería ser una
respuesta extremadamente efectiva, aunque no observada [Perkins, Seymann, Levis y
Spencer (1966)]. Además, la hipótesis de la respuesta preparatoria no explica la
uniforme distribución temporal de la ansiedad observada utilizando medidas de REC
y RGP.
Badia y Culbertson pudieron separar estas dos hipótesis llevando a cabo tres

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procedimientos de extinción. En el primero, apretar la palanca ya no cambiaba el
programa, de forma que la rata seguía en la condición no señalada no importa lo que
hiciese. Todas las ralas dejaron de apretar. En el segundo, y más interesante, la
presión de la palanca producía el estimulo (luz apagada) que se había correlacionado
con la descarga señalada, pero ahora se producían descargas no señaladas. En este
caso, las ratas están en presencia de la señal de seguridad, pero no pueden prepararse
para la descarga, puesto que el tono no aparece. Este procedimiento permite un
desempate entre la fuerza de la señal de seguridad y la de la respuesta preparatoria.
Todas las ratas siguieron manifestando una fuerte preferencia por la antigua señal de
seguridad, aun sin el tono. Esta preferencia no puede ser debida a una respuesta
preparatoria, ya que tales respuestas eran excluidas por la ausencia del tono. En el
tercer procedimiento de extinción, una presión de la palanca producía la descarga
precedida de un tono, pero no apagaba la luz. Aquí, la señal de seguridad (luz
apagada) no aparecía, pero las descargas eran precedidas por el estímulo de peligro.
De nuevo, las respuestas preparatorias pueden compararse con la señal de seguridad,
ya que ahora las ratas pueden prepararse durante el tono si aprietan la palanca, pero
no consiguen con ello una señal de seguridad. Las ratas no apretaron la palanca. Así
pues, la producción de una señal de seguridad es necesaria (extinción 3) y suficiente
(extinción 2) para la preferencia, mientras que tener la oportunidad de realizar una
respuesta preparatoria no es ni necesario (extinción 2) ni suficiente (extinción 3). <<

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[126] Badia, McBane, Suter y Lewis (1966), Badia et al. (1967), Cook y Barnes
(1964), D’Amato y Gumenik (1960). <<

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[127] Le estoy agradecido a Yitzchak M. Binik por su ayuda en ésta y las siguientes

secciones de este capítulo. <<

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[128] Véase también Staub, Tursky y Schwartz (1971). <<

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[129] Véase Lazarus (1966) para una exposición sobre el papel de la percepción del

control en las situaciones amenazantes. Lazarus revisa estudios que señalan que
cuando un sujeto es amenazado hace dos estimaciones de la amenaza. Su primera
estimación es «¿cuán peligrosa es la amenaza?». La segunda es «¿qué puedo hacer al
respecto?». <<

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[130] Véase también Bowers (1968), Corah y Boffa (1970) y Houston (1972) para

parecidos efectos beneficiosos del control percibido. <<

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[131] Gerr, Davison y Gatchel (1970). <<

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[132] Véase también Champion (1950). <<

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[133] Para los detalles de esta terapia véase Wolpe y Lazaras (1969). <<

www.lectulandia.com - Página 333


[134] En inglés, cat y catsup. (N. del T.) <<

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[135] Para los detalles de esta crítica véase Davison (1966). Goldfried (1971), Jacobs y

Wolpin (1971) y Wilkins (1971). <<

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[136] Masters y Johnson (1966). <<

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[137] Watson (1924, p. 104). <<

www.lectulandia.com - Página 337


[138] Seligman y Hager (1972). <<

www.lectulandia.com - Página 338


[139] Véase Lipsitt, Kaye y Bosack (1966) y Sameroff (1968, 1971). <<

www.lectulandia.com - Página 339


[140] Siqueland (1968) y Siqueland y Lipsitt (1968). <<

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[141] Watson (1967) mantiene que el análisis de contingencias no comienza realmente

hasta los dos o tres primeros meses de la vida. <<

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[142] Watson (1971). Véase también Hunt y Uzgiris (1964). Rovee y Rovee (1969) y

Vietze, Watson y Dorman (1973). También Piaget tiene un constracto semejante al


análisis de contingencias de la danza del desarrollo. En su estadio más primitivo, se
denomina eficacia, un leve sentimiento de que las acciones del niño modín* can el
mundo externo. A medida que el niño crece, la eficacia madura en causalidad
psicológica, o conciencia de que se es la causa de las propias acciones [Flavell
(1963), pp. 142-147]. <<

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[143] Hein y Held (1967), Held (1965). Held y Bauer (1967), Held y Bossom (1961),

Held y Hein (1963). <<

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[144] Véase también Bowlby (1969, 1973) y Goldfarb (1945). Estas observaciones han

recibido convincentes críticas desde un punto de vista metodológico [Pinneau (1955)


y Casler (1961)], pero ninguna de ellas mantiene que la crianza institucional sea
buena para los niños. <<

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[145] Véase también Bowlby (1969, 1973) y Goldfarb (1945). Estas observaciones han

recibido convincentes críticas desde un punto de vista metodológico [Pinneau (1955)


y Casler (1961)], pero ninguna de ellas mantiene que la crianza institucional sea
buena para los niños. <<

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[146] Véase Hinde et al. (1966), Kaufman (1973) y Kaufman y Rosenblum (1967 a, b)

para descripciones relacionadas sobre cachorros de primates separados de sus madres.


<<

www.lectulandia.com - Página 346


[147] Redmond, Maas, DeKirmenjian y Schlemmer (1973). <<

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[148] Rapaport y Seligman (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 348


[149] Thompson (1957). Véase también Denenberg y Rosenberg (1967), Denenberg y

Whimbley (1963), Gauron (1966). Joffe (1965), Ressler y Anderson (1973 a. b) y


Thompson. Watson y Charlesworth (1962) para datos relacionados. <<

www.lectulandia.com - Página 349


[150] Raymond Miles en la Universidad de Colorado y Hardy Wilcoxon en el George

Peabody College han diseñado ambientes de este tipo para cachorros de rata y de
mono. <<

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[151] Kozol (1967). <<

www.lectulandia.com - Página 351


[152]
Harlow (1949) llevó a cabo el primero de los muchos experimentos sobre
disposiciones para aprender. <<

www.lectulandia.com - Página 352


[153]
Levine (1966) ha elaborado la teoría de las dispsiciones para aprender en
términos de la estrategia «ganar-seguir con el objeto, perder-cambiar al otro». <<

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[154] Rozin, Poritsky y Sotsky (1971). <<

www.lectulandia.com - Página 354


[155]
Sobre el efecto perjudicial de la socialización inconsistente véase también
Higgins (1968). <<

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[156] Banfield (1958, p. 109). <<

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[157] La literatura sobre el hacinamiento es muy polémica. Después de los hallazgos

iniciales de Calhoun (1962) sobre la ruptura social en las ratas en condiciones de


hacinamiento se han hecho intentos estadísticos para determinar la relación entre el
hacinamiento y la ruptura social en humanos. Una vez controladas la pobreza, la raza
y la ausencia de educación, la densidad de población no parece estar correlacionada
con la patología social [Freedman, Klevansky y Erlich (1971)]. Sin embargo,
variables mas sutiles que el número de personas por acre, como el número de
personas por habitación quizá sean mejores indicadores del grado de
incontrolabilidad [Galle, Gove y McPherson (1972)]. <<

www.lectulandia.com - Página 357


[158] Goeckner, Greenough y Mead (1973). <<

www.lectulandia.com - Página 358


[159] Miller y Seligman (1974 b). <<

www.lectulandia.com - Página 359


[160] Jensen (1973). <<

www.lectulandia.com - Página 360


[161] P. ej., Brinton (1965). <<

www.lectulandia.com - Página 361


[162] Respecto a la naturaleza terapéutica de la acción social en los pobres víase Ryan

(1967). <<

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[163] Richter (1957). <<

www.lectulandia.com - Página 363


[164] Thomas y Balter (1974) y Janowsky et al. (1972). <<

www.lectulandia.com - Página 364


[165] Galef y Seligman (datos no publicados, 1967). <<

www.lectulandia.com - Página 365


[166] Estas muertes se han observado en una criatura tan «inferior» como la cucaracha.

Las cucarachas tienen claras jerarquías de dominancia. Una cucaracha subordinada


que se acerca a una cucaracha dominante deja caer sus antenas sobre el suelo. Esta
postura de «sumisión» detiene, por lo general, el ataque de la cucaracha dominante.
En cambio, cuando han sido agredidas repetidamente por cucarachas dominantes, las
cucarachas subordinadas mueren [Ewing (1967)]. Típicamente, no hay señales de
daño externo y el mecanismo fisiológico de la muerte es desconocido. Pero la
experiencia de sucesivas derrotas quizá produzca indefensión, con la muerte como
consecuencia. <<

www.lectulandia.com - Página 366


[167] Para una revisión véase Ratner (1967). <<

www.lectulandia.com - Página 367


[168] Maser y Gallup (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 368


[169] Para las instrucciones sobre cómo lavar a los pájaros cubiertos de petróleo véase

la publicación del Instituto Americano del Petróleo, Operación Rescate. <<

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[170] Romanes (1886) presenta anécdotas de muerte repentina en elefantes y otras

especies cuando un compañero es muerto; muertes de pena. <<

www.lectulandia.com - Página 370


[171] Véase Mathis (1964). <<

www.lectulandia.com - Página 371


[172] Washington Post, 9 de diciembre de 1973. <<

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[173] Comunicación personal. <<

www.lectulandia.com - Página 373


[174] Scarf (1973). Copyright 1973 por New York Times Company. Reimpreso con

permiso. Goodall informaba que esta muerte repentina de los chimpancés de menos
de cinco años cuando muere la madre se ha observado ya cinco veces (Encuentro de
la Sociedad Psiconómica, abril de 1974). <<

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[175] Mathis (1964) presenta este caso. <<

www.lectulandia.com - Página 375


[176] Cannon (1942). Véase también Wintrob (1973). <<

www.lectulandia.com - Página 376


[177]
Cannon (1942) citado por Richter (1957). Reproducido con permiso de la
Asociación Antropológica Americana. <<

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[178] Burrell (1963). <<

www.lectulandia.com - Página 378


[179] Engel (1971). <<

www.lectulandia.com - Página 379


[180] De Saul (1966), citado por Engel. <<

www.lectulandia.com - Página 380


[181] De Bauer (1957), citado por Engel. <<

www.lectulandia.com - Página 381


[182] Schmale e Iker (1966). <<

www.lectulandia.com - Página 382


[183] Parkes. Benjamin y Fitzgerald (1969). Para un estudio acerca de la cantidad de

cambio de vida que precede a los ataques al corazón véase también Rahe y Lind
(1971). <<

www.lectulandia.com - Página 383


[184] Greene, Goldstein y Moss (1972). <<

www.lectulandia.com - Página 384


[185] Rosenman Friedman, Straus, Wurm, Kositchek, Hahn y Werthessen (1964) y

Rosenman, Friedman, Straus, Wurm, Jenkins y Messinger (1966). Krantz et al.


(1974). <<

www.lectulandia.com - Página 385


[186] mboden, Cantor y Cluff (1961). <<

www.lectulandia.com - Página 386


[187] Para la información respecto al cambio de vida y la susceptibilidad a varias

enfermedades físicas véase Rahe (1969). <<

www.lectulandia.com - Página 387


[188] Para estimaciones del papel de los factores psicológicos en la muerte por cáncer

véase también Davies, Quinlan. McKegney y Kimbel (1973), Kubler-Ross (1969) y


Stavraky, Buck, Lott y Wanklin (1968). <<

www.lectulandia.com - Página 388


[189] Para muertes por indefensión entre los prisioneros norteamericanos en la guerra

de Corea véase también Strassman, Thaler y Schein (1956). Véase también la


sorprendente descripción de los erectos inductores de indefensión que el
encarcelamiento tiene en estudiantes universitarios que sirven de sujetos voluntarios
en Zimbardo, Haney, Banks y Jaffe (1974). <<

www.lectulandia.com - Página 389


[190] Bettelheim (1960). <<

www.lectulandia.com - Página 390


[191] Para una exposición sobre la voluntad de vivir y la supervivencia en las personas

de edad véase Kastenbaum y Schaberg (1971). Véase también Weisman y


Kastenbaum (1968). <<

www.lectulandia.com - Página 391


[192] Aleksandrowicz (1961). Reimpreso con permiso del Bulletin of the Menninger

Clinic. Vol. 25, pp. 23-32. Copyright 1961 por la Fundación Menninger. <<

www.lectulandia.com - Página 392


[193]
Para resultados relacionados y exposiciones del tema víase Bawlby (1969,
1973), Kaufman y Rosenblum (1967 a, b) y Suomi y Harlow (1972). <<

www.lectulandia.com - Página 393


[194] Para especulaciones fisiológicas véase Cannon (1942), Engel (1971), Richter

(1957) y Wolf (1967). <<

www.lectulandia.com - Página 394


[195] Los números de página indicados en el índice de materias se corresponden con

las páginas en formato físico, por lo que es probable que no coincidan con las
indicadas por el lector electrónico. (Nota del editor digital). <<

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