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Despojémonos del viejo hombre

(Ef.4:22; Heb.12:1)

INTRODUCCIÓN

Existe una realidad innegable en nuestras vidas y en nuestro andar en el Señor, y es que el
mismo potencial que tenemos para hacer el bien, lo tenemos para hacer el mal, y lo que
marca la diferencia en ambos casos, es mi comunión con Dios. Es cierto, Espíritu Santo nos
redarguye, pero también debemos preguntarnos si nuestra vida contrista al Espíritu Santo.

(Hch.27:18-19) ¿Quién hace semejante narración? ¿De qué situación está hablando? Es
Lucas, el médico que acompañaba al apóstol Pablo en su cuarto viaje misionero; y se refiere
a un naufragio que sufrieron frente a la Isla de Creta, en el Mar Mediterráneo. Lo que llama
la atención es lo que hicieron tanto los marinos como los pasajeros para salvar sus vidas:
arrojaron al mar todo lo que pudiera estorbarles.

Alijar, según el diccionario es descargar, aligerar. Ellos comprendieron que todo lo que fuera
un lastre, ponía en peligro y grave riesgo sus vidas. De igual manera, Dios, a través del
escritor de Hebreos, nos dice: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro
tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y
corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1).

Debemos desechar todo lo que pueda ser un obstáculo en nuestra vida cristiana, pues a
menor peso espiritual, mayor avance. Lamentablemente hay muchos que gustan de llevar
consigo cargas que les hacen muy gravoso su camino en Cristo. A veces, esos mismos bultos,
por ser tan pesados, no les permiten ni moverse, mucho menos servir al Señor. Meditemos
juntos en algunas verdades en torno a este buen consejo de parte de Dios:

I. DESPOJÉMONOS DEL VIEJO HOMBRE (Ef.4:22-32)

Como podemos observar en este pasaje, lo que nos corresponde hacer con respecto al
pecado que antes practicábamos, es despojarnos de ese viejo hombre que gobernaba
completamente nuestras vidas antes de venir a los pies de Cristo, el cuál como dice la Palabra
está viciado conforme a los deseos engañosos de la carne. Por otro lado, debemos vestirnos
de ese nuevo hombre que Dios nos ha hecho al recibir a Cristo en nuestros corazones
(2Co.5:17).

Debemos creer todo lo que la Palabra dice, y aceptar nuestra posición como hijos de Dios:
somos más que vencedores en Cristo Jesús; somos nuevas criaturas preciosas, declaradas
justas y santas delante de Dios. Él nos ama, y quiere que dejemos atrás todas las cosas que
nos estorban para servirle con todo nuestro corazón, es un desafío diario, y requiere de toda
nuestra voluntad. Vamos a ver áreas específicas e instrucciones específicas para despojarnos
del viejo hombre y vestirnos del nuevo.
Despojémonos de la mentira (Ef.4:25)

Debemos desechar la mentira (Sal.116:11). Todos somos mentirosos. Esta es la naturaleza


del hombre (el viejo), y en la Biblia, Dios no hace una distinción entre la “mentirita blanca”
y otra mentira. Una exageración en una historia que usted cuenta (“mentirita blanca”) es
igual a la gran mentira que alguien usa para engañar a otros. La mentira es mentira y es
nuestro desafío desecharla en el nombre de Jesús.

Puede ser que en la realidad sea muy difícil ser honesto siempre, pero no por eso vamos a
pensar que no mentimos (1Jn.1:8). Decir que usted nunca miente es una mentira y Dios
quiere que hablemos la verdad siempre.

Para vestirnos del nuevo hombre debemos hablar la verdad, y esa es la meta, mostrar
integridad, siempre, el 100% (a solas, con los hombres, con Dios, etc.). Es mejor ser un amigo
honesto y abierto que un hipócrita mentiroso.

Despojémonos del enojo (Ef.4:26-27)

¿Sabemos manejar bien el enojo? ¿Ejercemos dominio sobre él, o acaso el enojo nos domina
a nosotros? No es pecado enojarse, pues el enojo es una emoción (tal como la alegría o la
tristeza), lo que pasa es que no sabemos cómo manejar el enojo y dejamos que el enojo nos
maneje a nosotros. Así es cuando el enojo llega a resultar en pecado.

(Ef.4:31) Siempre es mejor no enojarse (y así no correr el riesgo del pecado). Pero, en la vida
cotidiana sí nos enojamos. ¿Qué debemos hacer entonces? Cuando nos enojamos, debemos
arreglarlo pronto, rápido (con Dios y con el otro). Pablo dice que no debemos dejar que el
sol se ponga sobre nuestro enojo. (Mt.5:25) Es el mismo consejo de Cristo: (contexto: enojo)
Ponte de acuerdo pronto. Si no lo hacemos, estamos dando lugar al diablo en nuestras vidas:
él usará ese enojo para generar ira y luego rencor, y todo esto estorba el progreso del
evangelio (en y a través de usted).

Despojémonos del robo (Ef.4:28)

Deje de robar. No hurte nada de nadie: si le pagan las 8 horas, debe trabajar las 8 horas; si
el lápiz no es el suyo, déjelo en el trabajo. No hurte nada de nadie. Es interesante que Pablo
junte el hurtar con la vagabundería (la gente que no quiere trabajar).

¿Qué debemos hacer? Trabajar para tener y para dar. En vez de hurtar para tener, uno
debe trabajar para tener. (2Tes 3.10) Así que, trabajando uno va a tener suficiente para el
sostén diario. Pero, hay otro propósito en su trabajo: tener para darle al que padece
necesidad. Muchos son perezosos y no quieren trabajar. Pero hay otros que son egoístas y
no quieren darle a nadie nada.

El cristiano en la voluntad de Dios, tiene trabajo, sostiene a su familia y da para ayudar al


que padece necesidad (su prójimo, su hermano, la comunidad, la iglesia).
Despojémonos de palabras corrompidas (v.29)

Trate de controlar lo que sale de su boca. Porque si no hace el esfuerzo, va a oírse decir cosas
corrompidas (porque así es como su viejo hombre habla). La palabra corrompida es la que
sirve sólo para dañarle a otro (o a otros): chismes, bromas pesadas, chistes sucios, una
regañada inmerecida, mofarse de alguien, etc.

¿Qué podemos hacer? Deje de herir a otros con su boca. Evite todo esto, y vístase del nuevo
hombre: La palabra buena para edificación. Que la palabra que sale de su boca siempre sea
buena y para la edificación del oyente. Piense en su motivo por decir lo que dice: ¿Es para el
bienestar / la edificación de la otra persona? o ¿Es para caerles bien a los demás mofándose
de otro, chismeando de él?

II. DESPOJÉMONOS DE TODO PESO (Heb.12:1)

¿Qué debemos entender aquí por peso? Sencillamente son todas aquellas cosas que nos
impiden movilizarnos con facilidad.

Recordemos cuando David iba a enfrentar al gigante Goliat (1Sa.17:38-39). Seguramente


aquella armadura le era tan pesada a aquel jovencito que ni siquiera podía andar con ella.
De la misma manera, hay cosas que los cristianos queremos seguir cargando, queremos
llevar sobre nuestras espaldas costales tan pesados como el enojo, el coraje, el rencor, el
resentimiento, la amargura.

Este sobrepeso espiritual además de trastornar nuestra relación con Dios, provocará graves
complicaciones en la salud, porque esos males aun cuando son morales, se nutren de
nuestras células. Los investigadores dicen que todas esas emociones dolorosas van al
cuerpo, allí se procesan y enferman a las células, las cuales se vuelven cancerígenas. Está
demostrado, según algunos estudios, que las enfermedades por cáncer, tienen su origen en
enojos, corajes y resentimientos acumulados. Por esto, despojémonos de todo peso.

Además, es imposible adorar verdaderamente a Dios si tenemos algún conflicto personal


con alguno. Recordemos lo que nuestro Salvador enseñó (Mt.5:23-24). Nuestro Dios dice
que si vamos a presentarle alguna ofrenda, ésta debe ser de lo mejor, lo perfecto (Lev.22:21-
22). No podemos ofrecer al Señor una adoración y un servicio contaminados.

III. DESPOJÉMONOS DE TODO PECADO (Heb.12:1b)

Dice nuestro escritor que este pecado nos asedia, es decir, nos cerca, nos acorrala, nos
acecha, no nos deja en paz. Ya lo analizamos en Ef.4:22, pero también vemos en Col.3:9.
Nosotros sabemos que los que hemos entregado nuestra vida a Cristo tenemos ahora una
nueva naturaleza, un nuevo nacimiento. Sin embargo, conservamos muchos rasgos de la
vieja naturaleza, del viejo hombre. Éste, se especializa, en los deseos carnales que quieren
seguir controlando todo nuestro ser y para ello trabajan en nuestros pensamientos y
sentimientos.
Pablo dice que este viejo hombre está viciado, es decir, está lleno de todo vicio, conforme a
los deseos engañosos. Recordemos que el diablo es maestro del engaño (Jn.8:44). La Biblia
lo desenmascara (Ap.12:9). Este cruel adversario, para lograr sus propósitos, promete
muchísimas cosas, tratando de seducir al mayor número para cargarlos con su
mundanalidad y ese peso no les permita servir al Señor. Por eso tenemos cristianos
empantanados en el fango del pecado del adulterio, de la fornicación, del alcohol, del
cigarrillo, de la música, del baile, del juego, etc.

Por otro lado, hay cristianos que cargan con el pecado del desánimo, de la apatía, de la
indiferencia, de la flojera, de la irresponsabilidad. ¿Cuál de todos estos pecados carga usted?
Mejor, “Despojémonos… del pecado que nos asedia”. Si queremos avanzar en nuestra
carrera que tenemos por delante, es urgente y necesario que nos despojemos de toda clase
de pecados. No nos aferremos a ellos porque nos pueden ahogar. Recordemos que: “… la
paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23).

CONCLUSIÓN

El Señor no mintió cuando por medio del apóstol Pablo dijo que nos llevaría a ser nuevas
criaturas (2Co.5:17). Él nos quiere hacer nuevos, sin frustraciones.

Basta de vivir una vida doble. Busquemos ser libres de una vez por todas. Si esperamos llegar
a la gloria para que seamos plenos, jamás podremos presentar un mensaje creíble al mundo;
escucharán bellezas pero mirarán frustración.

El Señor espera que muramos voluntariamente como El murió en la cruz. Antes de conocer
a Cristo, la vida, se contemplaba solamente la carne, pero al tener la vida espiritual aún hay
motivo de frustración en nuestro interior deseamos agradar al Señor, pero vemos que hay
leyes que nos ligan al pasado.

La Biblia nos enseña que somos nosotros los que tenemos que despojarnos del viejo
hombre; es decir, desechando pensamientos, actitudes, comportamiento negativo y
cambiarlo por acciones que agradan a Dios y edifican a quienes nos ven y oyen.

Somos nosotros los que debemos decidirnos por no alimentar más al viejo hombre sino al
nuevo. Sólo de esta manera el mundo nos mirará como producto deseable, sin mancha y sin
arruga (Ef. 5:27).

¡Que el Señor encamine nuestro corazón a despojarnos de todo peso y del pecado que nos
asedia y así podamos correr con libertad la carrera que tenemos por delante!

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