Excelente noche para narrar lo acontecido durante el día.
Este momento es tan
adecuado que un dolor en la parte posterior del cuello solo acrecienta la importancia de este instante. El momento es privilegiado, quizá se pase muy rápido y el tiempo me quede corta y lo más probable que me amanezca intentando describir hasta el último sentir de lo que fue en la tarde de este día. Regresé de la universidad a la una de la tarde, después de una jornada agotadora lo único que quería era descansar el cuerpo. No regresé de la universidad en el sentido estricto de la palabra, pero se podría decir que regresé de estudiar y de andar por las calles del centro de Lima. Acompañé a una colega a realizar unas compras. Es extraña la manera en la que ella conversa, se puede apreciar en sus gestos y sus risas forzadas que, si estuviéramos en otro contexto, podrían acusarla de ser una persona muy fingida. Sus facciones al momento de conversar se vuelven tristes y nostálgicos, incluso cuando quiere demostrar su cólera, solo logra comunicar un cierto grado de pena y lástima. Es triste no tener consciencia de sí mismo y creer que uno es aquello a lo cual no llega ni a los talones. Llegamos a las galerías y al instante ella empezaba pequeños diálogos con los comerciantes, consultaba los precios, los detalles y algunos asuntos que ya no me competían. Después de un tiempo largo, mi cansancio se hacía más notorio. No sé si la gente es la que no puede notar el cansancio de otras personas o solo es ella la que no podía percatarse de mi aburrimiento. La manifestación más evidente estaba en mis párpados cansados, en mi postura encorvada y mis bostezos inoportunos. Quizá logro darse cuenta de mi incomodidad, no por el entorno, pero sí por el tiempo que estaba desperdiciando en ese lugar. Lo más probable es que lo haya pasado por alto solo para que no tenga que lidiar conmigo y mi humor, que en ese momento solo tenía lo suficiente como para soportar una caminata larga y aguantar el hambre mordiéndome los labios.