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MONARQUÍA BRASILEÑA (1822-1889)

Primer Reinado Regencia Segundo Reinado


(1822-1831) (1831-1840) (1840-1889)

El movimiento liberal da lugar a dos partidos que difieren entre sí por : 1) nivel de autoridad del Estado; 2)
papel del monarca.
Faltan estudios sobre las diferencias ideológicas y partidarias durante el período de Regencia (crucial para
la formación del Estado y los partidos políticos) y el Segundo Reinado. Estas diferencia fueron muy
importantes en este período pero se vieron opacadas por el impacto del monarca y la lucha partidista por
el poder y el clientelismo estatal.

El empuje hacia el liberalismo (1822-1834) y los orígenes de los partidos de la Monarquía

Pedro será quien lidere el movimiento de independencia en 1822. Consciente del liberalismo
constitucionalista que era importante en ambos reinos (Brasil y Portugal), Pedro convoca a una asamblea
constituyente en Río (1823) para darle legitimidad al nuevo imperio, mediante una asamblea electa y
representatitva y la sanción de una Constitución.
Excepto una minoría absolutista, la mayoría de los representantes reunidos en la asamblea estaban
influidos por la Constitución gaditana de 1812, y condensaban sus convicciones liberales con sus
inclinacines nativistas. Esta mayoría tenía la intención de crear una monarquía constitucional en la que el
Parlamento formado por brasileños pudiera neutralizar al monarca y sus seguidores.
Pedro era consciente de que una constitución de tales características iba a erosionar su poder. De manera
que cuando estalla la violencia entre nativistas y portugueses, manda a disolver la asamblea y a redactar
una constitución inspirada en el modelo de Constant para Napoleón. El Estado anexaba un 4to poder (el
“Moderador”), que daba al emperador el privilegio de supervisar a los otros poderes y de nombrar a
discreción los puestos cruciales de cada uno de ellos.
Un grupo de liberales del noreste hizo un intento de secesión en y de creación de una república en 1824,
pero fue duramente reprimido por la elite conservadora local y las fuerzas imperiales. Los que
sobrevivieron aumentaron su popularidad y cuando fueron reelectos en 1826, se aliaron con liberales de
otras provincias para lograr la mayoría legislativa: la “oposición liberal” (1826-1831).
Esta oposición liberal, liderada por Vasconcelos, presionó al emperador mediante un obstruccionismo
parlamentario crecientemente exitoso. Uno de los temas fundamentales (y paradójicos) de disputa fue la
separación pacífica de Portugal con ayuda de los ingleses que el emperador había negociado, a cambio
de que se mantuvieran los aranceles privilegiados para Inglaterra y la eliminación de la trata de esclavos.
Los liberales (que representaban los intereses de los esclavistas cada vez más necesitados de mano de
obra esclava) objetaron de “absolutista” al acuerdo del emperador, ya que tal medida debía contar con el
consentimiento de la Cámara de Diputados. La férrea oposición parlamentaria y la movilización nativista en
las calles obligaron al emperador a abdicar en 1931.
Durante los debates de 1823, y luego, de 1826-1831, se definieron ideológicamente 3 partidos:
1) Restauracionistas: estaba conformado por portugueses devotos del emperador, de quien dependió su
acceso al poder y protección de intereses hasta 1831. Una vez que Pedro volvió a Portugal, los
restauracionistas lo buscaron e insistieron en su retorno. Representaba una oposición inflexible para los
moderados.
De la oposición liberal se desprendieron:
2) Exaltados: miembros de la clase media y urbana en alianza con pobres libres urbanos. Varios de ellos
y de sus seguidores eran de color. Eran radicales, inspirados en el federalismo de EEUU y el legado
revolucionario francés; algunos querían la República. La idea de un régimen más democrático les atraía
porque se sentían marginados por prejuicios de clase y raza. Querían mayor poder para las provincias y
más libertades respecto del poder imperial. Su líder era Otani.
3) Moderados: aglutinaban a personas de origen similar a los exaltados pero con el apoyo de la elite
brasileña (en particular, dueños de plantaciones y comerciantes provinciales excluidos del circuito de los
favoritos de Rio). Eran menos democráticos que los exaltados, querían una monarquía constitucional en la
que el monarca se hallara limitado por una Cámara de representantes de los intereses locales más
significativos. Su líder era Vasconcelos; su modelo, el parlamentarismo inglés.
Al abdicar Pedro, y dado que su hijo Pedro II tenía 5 años por entonces, quedó en manos de la Cámara de
Diputados elegir a los tres regentes que estipulaba la Constitución de 1824. Estos regentes nombrarían al
ejecutivo.
Inmediatamente después de la abdicación del monarca, los moderados, que contaban con una leve
mayoría, logran excluir a los exaltados, y estos van a aliarse con los restauracionistas para hacerle
oposición al gobierno.
Durante el período de regencia, los moderados tuvieron que realizar muchos esfuerzos para mantener
equilibrados: a) su débil control del aparato estatal, b) la necesidad de lograr una legitimidad de la
autoridad estatal; c) sus aspiraciones de reforma moderada. Así, las reformas eran para muchos de ellos
un medio para neutralizar a los exaltados a la vez que servía para lograr un frente más amplio contra los
restauracionistas.
En una cultura política en la que el constitucionalismo no tenía prácticamente raíces, y en la que el poder
del monarca menor de edad era más simbólico que real, la autoridad legítima se tornó un tema de
disputa. La contracara de los debates en la Cámara fueron los intentos de golpe de Estado y las luchas
violentas entre facciones que amenazaban con desatar una revolución social. Los moderados se divieron
en 1832 (un sector intentó dar un golpe) lo cual tuvo un impacto muy fuerte en los gabinetes de 1832 a
1837. Las luchas ideológicas fueron marcando la agenda de las reformas, que presentaron una clara
tendencia liberal.
De esta manera, se efectuaron reformas comerciales, judiciales y el Acto Adicional de 1834, que a la vez
que creó una regencia única, disolvió el Consejo de Estado y creó las asambleas legislativas provinciales
(que daban más autonomía a las provincias sobre el presupuesto y legislación pero minaba las
atribuciones del Estado imperial mismo).
El Partido Moderado se escindió definitivamente a raíz de la reforma de 1834: su ala izquierda aliada con
los exaltados logró aprobar la reforma, mientras que sus líderes más prestigiosos se opusieron, por
considerar que el debilitmiento de la autoridad del monarca minaría la unidad nacional y el orden social.

La formación de los partidos, la ideología y el surgimiento del Emperador, 1834-1853

Los opositores del Acto Adicional van a conformar el núcleo reaccionario del partido emergente. En 1937
logran una mayoría en la legislatura en 1837 debido a tres factores: 1) la muerte del Duque de Braganza,
que eliminó el mayor obstáculo para la adhesión de los restauracionistas al nuevo partido; 2) la amenaza a
la integridad nacional y al orden social que se manifestaba en una serie de rebeliones relacionadas con un
antagonismo racial y de clase; 3) la urgencia de asegurar la estabilidad y la fuerza en un contexto en que
se combinaba el aumento del tráfico de esclavos con la expansión de las exportaciones.
Si bien este partido era reaccionario en el sentido de que defendía un retomo a la autoridad del Estado,
sus orígenes eran liberales (sus líderes formaron parte de la oposición liberal). En tanto representantes de
los intereses de las oligarquías locales, seguían siendo liberales porque consideraban que era necesaria
una Cámara que equilibrara la autoridad del Estado imperial. Vasconcelos, portavoz de este nuevo partido,
insistió en estos puntos repetidamente y los utilizó para obstruir a Feijó (anteriormente su aliado moderado
y regente en 1835-1837), para justificar el triunfo del primer gabinete del partido (que dirigió entre 1837 y
1839), y para explicar la renuncia de ese gabinete.
Si el modelo parlamentario utilizado por Vasconcelos era inglés, el modelo teórico era francés. Las ideas
de legislación moderada, deliberación parlamentaria razonada, equilibrio de poderes, serán defendidas
también por su discípulo Paulino (quien fue más tarde visconde de Uruguai y el más notable portavoz
intelectual del partido). El carácter esencialmente liberal de esta ideología, probada en los debates de la
década de 1830, fue incluso más claro en la de 1860.
Estos fueron los orígenes del partido conocido como Partido Conservador. La historiografía tradicional no
considera el carácter liberal de sus orígenes, asociando al liberalismo con el Partido Liberal. Sin embargo,
allí también los orígenes e ideología liberales son igualmente confusos.
Los moderados que intentaron el fallido golpe reformista de 1832 fueron liderados por Feijó. Entre 1832 y
1834 se desplazó a la izquierda, rompiendo relaciones con otros moderados. Fue elegido como regente
único en 1835, pero tuvo que renunciar en 1937 por el obstruccionismo que presentaron los
conservadores. Esta renuncia, y el ascenso de la oposición de Feijó, desembocaron en el surgimiento del
Partido Conservador. Los seguidores de Feijó y otros que eran hostiles al nuevo partido se unieron en
1837, dando origen al Partido Liberal. Este nombre fue posterior, en 1837 sólo eran conocidos como la
minoría opositora compuesta por una alianza entre moderados y exaltados seguidores de Feijó, y una
minoría crítica de líderes restauracionistas, razón por la cual el nombre de “liberal” es anacrónico.
La mayoría de los restauracionistas terminaron apoyando a los reaccionarios hacia 1837 (sobre todo,
luego de la muerte de Pedro). Pero para otra minoría, la enemistad personal y política contra Vasconcelos
era tan fuerte que terminaron aliándose a la emergente oposición por falta de algo mejor. La minoría
opositora no tenía una coherencia ideológica comparable a la de la mayoría reaccionaria, más bien los
unía la hostilidad hacia el nuevo partido mayoritario.
Después de 1837, la minoría opositora hizo todo para obstruir a la mayoría con su legislación reaccionaria,
pero era claro para 1840 que las contrarreformas reaccionarias serían aprobadas. Cuando lo fueron, ellas
significaron el traspaso de un poder dramáticamente fuerte al gabinete.
La oposición enfrentó la posibilidad de quedar perpetuamente en la oposición. Para frenar esto, los
liberales realizan un golpe de estado no sangriento al proponer el adelantamiento de la coronación de
Pedro II, declarándolo mayor de edad antes de tiempo.
El emperador va a dar las gracias a la oposición, otorgándole un lugar en su primer gabinete en 1840. Las
tensiones y disputas por el liderazgo al interior de este gabinete hicieron que renuncie y fuera reemplazado
por otro con miembros de la mayoría reaccionaria. Esto ayudó a precipitar las rebeliones provinciales
radicales, que fueron aniquiladas. La mayoría reaccionaria de la Cámara pronto empezó a
autodenominarse Partido del Orden, y a responsabilizar a toda la oposición por la violencia de los
elementos liberales radicales.
Aunque el joven emperador se apartó del partido de oposición (1841-1844), su lucha por establecer su
independencia del poderoso e intimidante Partido del Orden lo empujó de vuelta a esa oposición, pero bajo
sus propias condiciones. Durante el “Quinquenio Liberal” (1844-1848), Pedro II desalojó al gabinete
dominado por el Partido del Orden y nombró a los moderados de oposición y a los partidarios de su padre.
Los miembros más radicales de la alianza de oposición empezaron a sentirse frustrados, puesto que si
bien los gabinetes estaban asociados a su partido, no llevaban a cabo reformas radicales. Así, en 1848,
motivados por la revolución liberal internacional, muchos radicales decidieron que había llegado el
momento de actuar, desatando la violencia en las calles de la capital, y una rebelión provincial en el
Noreste. El emperador instaló al Partido del Orden nuevamente en el poder para reprimir ambas y
restablecer la estabilidad. Este decisivo alejamiento del partido de oposición y la dura represión de los
radicales condujo al eclipse y desmoralización del partido por muchos años.
No fue sólo el Partido del Orden el que triunfó en 1848, sino también el emperador. Fue él quien levantó a
las fuerzas de la oposición en 1840, él quien los integró en 1844, él quien los apartó en 1848. El uso de
sus poderes para armar y desarmar gabinetes provocó una fuerte censura por parte de radicales y
reaccionarios en la década de 1840, pero la diferencia residía en que los reaccionarios no diputaron su
derecho constitucional para hacerlo.
Si uno ve a los dos partidos como esencialmente liberales, esto adquiere completo sentido. El partido de
minoría disputaba la certidumbre de la Constitución y llamaba a su reforma, mientras que el de la mayoría
era el que la había afianzado y criticaba las propuestas de reforma constitucional como el camino directo a
la anarquía. La minoría condenaba al poder moderador como tiránico, mientras que la mayoría lo
consideraba sustancial a la Constitución y a la necesaria autoridad del Estado.
Para 1848 los radicales del partido minoritario habían perdido en los intentos de reformar la Constitución y
neutralizar la tendencia del Estado al centralismo autoritario. El partido de mayoría, el Partido del Orden,
prevaleció en el sentido de su Constitución reformada y la monarquía que defendían triunfaron por vía de
la ley y de la fuerza.
Sin embargo, si se acepta que el origen de ambos partidos es liberal, ambos perdieron en tanto el
emperador se aprovechó de la Constitución y del apoyo del partido dominante para tomar las riendas del
Estado. Como el Partido del Orden estaba ideológicamente comprometido a respetar sus derechos y su
papel, los jefes partidarios no lo desafiaban directamente. La oposición sí lo haría, pero no por muchos
años.
Para el Partido Conservador, la preeminencia del monarca era más importante que cualquier percepción
acerca de sus abusos. Dado su concepto de una monarquía representativa y parlamentaria, la mejor
defensa en contra del abuso del monarca era no desafiarlo, sino mis bien enunciar sus principios
claramente, renunciar, o negarse a servir. Razonaban que un emperador que no encontrara ministros que
siguieran su línea se vería forzado a cambiar de rumbo. El tiempo, sin embargo, demostraría que el
emperador fue siempre capaz de encontrar ministros dispuestos a cumplir con sus propósitos.

El triunfo del monarca: 1853-1871

Durante 1853-1868, con el Partido Liberal derrotado, el emperador buscó crear un mundo político
pospartidista en el que ambos partidos quedaran marginados y los gabinetes le sirvieran en un proceso de
reforma gradual dirigida desde el Estado. A esto se conoció como política de Conciliación y fue el tono del
gabinete de 1853-1857, liderado por el jefe conservador. Éste se sometió a las directivas de Pedro II e
introdujo una serie de reformas materiales y políticas que tuvieron como efecto debilitar los partidos e
incrementar el poder del gabinete en la dirección política y el control electoral.
Los conservadores tradicionales vieron esto como una amenaza al sistema parlamentario y rechazaron
estas reformas por considerarlas perniciosas para un gobierno representativo. Sin embargo, el ejercicio del
clientelismo polítco permitió al gabinete aprobar las reformas incluso con la mayoría conservadora en
contra.
Sin embargo, los gabinetes que se sucedieron, carecieron de la fuerza necesaria para enfrentar las crisis
que surgían en el camino, y hacia 1868 los fracasos políticos eran de tal magnitud que se produjo un
renacer del radicalismo partidista. Las crisis provenían de dos fuentes: las disputas financieras del período,
y la crisis política de 1868 relacionada con la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), en la que Brasil se
alió con Argentina y Uruguay contra Paraguay.
Las disputas financieras surgieron a consecuencia de la expansión económica motorizada por el
continuo y exitoso aumento de las exportaciones en la década de 1850. Con el objeto de ganarse el apoyo
de los nuevos intereses urbanos que surgiron entonces, el Gabinete de Coalición promovió una fiebre de
inversiones y experimentación financiera que terminó colapsando en 1856 cuando la depresión
internacional limitó el acceso al crédito. La crisis financiera terminó: a) fortaleciendo a los conservadores
puristas que, al igual que el emperador, eran más tradicionales en materia financiera; b) debilitando a los
gabinetes, que eran moderados (y aliados de los liberales más audaces en temas financieros). El
intervencionismo del emperador, la crisis financiera y la ambición de los nuevos intereses urbanos,
fortaleció a la nueva generación liberal, que era crítica de la corrupción del régimen parlamentario y de las
políticas retrógradas que se asociaban con el monarca. Este fue un período de renovada radicalización
partidista, que condujo a confrontaciones en dos ocasiones: la elección de 1860 y la crisis del gabinete en
1868.
En la elección de 1860, la incapacidad del gabinete (una fracasada administración que incluía a
moderados y conservadores puristas) para resolver la crisis financiera, condujo a una decisión sin
precedentes de permitir una elección sin la intervención del gabinete, decididos a determinar el estado de
la opinión pública. La mayoría que retornó era conservadora pero las ciudades más importantes quedaron
en manos de los liberales. Las consecuencias fueron dobles: 1) el emperador, en vez de nombrar a un
gabinete conservador purista que reflejara su victoria electoral, decidió apoyar una alianza entre líderes
conservadores moderados y la recientemente fortalecida minoría liberal (Liga Progresista); 2) los liberales
impactados por el triunfo electoral, accedieron temporalmente a esta alianza como una antesala al poder.
Durante la década de 1860 presionaron a los gabinetes de la Liga y al emperador con sus llamados a
reformas y buscando nombramientos ministeriales.
La crisis política de 1868 derivó de la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870). En el contexto de guerra,
con el fin de conservar al conservador marqués de Caxias al frente del ejército y conseguir una política
financiera más conservadora (la crisis de los 50 se prolongó y unió a otra en los 60, exacerbada por la
guerra), el emperador se acercó a los conservadores puristas, nombró primer ministro al conservador
Rodrigues Torres y disolvió a la Cámara (compuesta en su mayoría por la Liga y por los liberales) cuando
ésta se opuso al nuevo gabinete. El nuevo gabinete pudo así controlar la elección que produjo una
mayoría conservadora. La Liga y los liberales proclamaron estos eventos como un golpe de Estado, y
lanzaron un manifiesto radical de reformas que incluía ataques a los privilegios constitucionales del
emperador.
Este partido recientemente radicalizado surgió luego de 15 años de moderación política, confusión,
frustración y corrupción parlamentaria, pero no surgió de un vacío intelectual. Las mismas tendencias de la
década de 1850 que transformaron la base política urbana de los liberales, habían generado un cambio en
el mundo de las letras. Surgieron publicistas y literatos notables que comenzaron a cuestionar los
constreñimientos y la corrupción en el mundo político.
En las primeras fases de la monarquía, las influencias ideológicas liberales eran eclécticas. Mientras que
los republicanos radicales se inspiraban en las instituciones norteamericanas y los legados de la Rev
Francesa, los liberales moderados lo hacían en la Ilustración y en el parlamentarismo inglés. Esto no
cambió con los liberales de las décadas de 1850 y 1860; lo que surgió una base de apoyo más amplia
entre los círculos urbanos y profesionales emergentes. Los elementos más radicales entre los liberales
jóvenes rompieron completamente con la monarquía y formaron el Partido Republicano en 1870.
La gente tomó decisiones a partir de la misma mezcla de influencias presentes desde la década de 1820,
dependiendo de lo que estimaban como posible y deseable. El cambio ideológico más significativo estaba
relacionado con la Generación de 1870 (Escuela de Recife), fundamental para la recepción de varias
formas de cientificismo, particularmente el positivismo. Pero el impacto era más bien ecléctico que
doctrinario. Este carácter ecléctico de los intelectuales liberales en las escuelas, periódicos y partidos del
período hacen absurda cualquier invocación a un linaje intelectual doctrinario. Las influencias ideológicas
variaron y se mezclaron, particularmente entre los liberales de diferentes generaciones y en las opciones
que un individuo tomaba en el curso de su carrera política.
El mismo cuidado debe guardarse al intentar generalizar acerca de los conservadores. Después de todo,
los desafíos al statu quo no provenían únicamente de liberales: algo similar ocurría entre los
conservadores más jóvenes. Mientras que los liberales tendían al reformismo más radical de los 30 y 40,
los conservadores atacaron la corrupción de la monarquía constitucional representativa que habían
soñado sus mayores. En ambos casos, los ataques contra los abusos del emperador eran compartidos.
De hecho, para la década de 1860, con la moderación oficial del emperador firmemente establecida, las
publicaciones políticas se hicieron cada vez más agresivas. Los publicistas de ambos partidos intentaron
sugerir una salida, y algunas de sus obras tuvieron una significancia ulterior. Por ejemplo, el visconde de
Uruguai, redactó ensayos sobre administración y gobierno local que fueron muy leídos y discutidos por la
elite. Uruguai no cuestionó las decisiones históricas de su monarca en forma directa, sino que explicó a
Pedro II y a la elite política cómo debía funcionar la administración. Su propia experiencia con el
Parlamento cuando era ministro (particularmente entre 1848 y 1853) le había desilusionado respecto del
potencial de la legislatura. Él entendía que, para los 60, los poderes Ejecutivo y moderador de la
monarquía eran los componentes cruciales. Sin embargo, su hijo Paulino, que llegó al Parlamento a fines
de la década de 1850, no quería abandonar el poder legislativo. El joven Paulino marcó el estilo de los
conservadores puristas; defendió las distinciones que hacía su padre entre los papeles del monarca y del
gabinete, y llamó a reformas electorales para dar a la Cámara su papel esencialmente representativo. En
su interés por la reforma electoral, Paulino seguía una tradición que databa de los 40, cuando los jefes de
ambos partidos, sensibles ante una corrupción del proceso electoral que era nuevo entonces, plantearon
sus inquietudes al respecto.
En todo este proceso, los conservadores y los liberales coincidían en la necesidad de una reforma liberal
de la Constitución, ya fuese en la práctica o en la letra. En los 40 como en los 60, los publicistas de ambos
partidos buscaban fortalecer valores y prácticas esencialmente liberales: la idea de gobierno
representativo, equilibrio de poderes, reforma progresista y de contrapesos constitucionales entre liberales
y conservadores, el debilitamiento del Parlamento (a través de los abusos del monarca y/o la corrupción
del proceso electoral) provocaron debates, discursos y publicaciones.
 La diferencia fundamental es que mientras los liberales exigían reformas constitucionales para restringir
al monarca, los conservadores no lo hacían. Ellos argumentaban que el llamado de los liberales al
engrandecimiento del gabinete a expensas del emperador confundía dos poderes distintos: el moderador y
el Ejecutivo. Ellos exigían, en su lugar, mayor claridad en los roles y relaciones de los poderes y la reforma
electoral para fortalecer a la Cámara para el equilibrio constitucional del poder. Afirmaban que no era la
Constitución la equivocada, sino que los hombres, en cuanto al abuso del poder. Este abuso había llevado
al oscurecimiento de los atributos de los varios poderes, particularmente el engrandecimiento del Ejecutivo
y el debilitamiento de la Cámara.
 A propósito de la centralización, los conservadores permanecían fieles a la idea de un Estado
centralizado y autoritario (aunque equilibrado por su cualidad representativa). Continuaban viendo esto
como necesario para la supervivencia de la nación y su continuo desarrollo ilustrado. Los liberales
sostenían que una federación, con mayor descentralización en los atributos del gobierno local, era
fundamental para el progreso de Brasil.
 Otra diferencia, más visible después de 1850, tenía que ver con el papel del Estado en el desarrollo
económico. En las administraciones conservadoras de mediados de siglo (1848-1853), los ministros
promovían el desarrollo a través de la legislación y las concesiones estatales. Los liberales abrazaron la
idea fundamentalmente liberal de que la intervención del Estado debía ser mínima: el desarrollo de la
sociedad estaba más seguro en manos del libre esfuerzo individual.
 En contraste con estas diferencias, los partidos tenían posiciones similares respecto de la esclavitud,
que tenía que ver con algo crucial para los intereses de mantenimiento del orden social. Ninguno
presionaba por el fin de la esclavitud. Si bien en 1869 el manifiesto liberal había llamado a una eliminación
gradual de la esclavitud, esto respondía más a una estrategia diseñada para reunir a todas las facciones
de la oposición contra los conservadores, en una época de frustración política, auto-ostracismo y
movilización. En la práctica, la abolición no atrajo un apoyo liberal significativo y la mayoría de los liberales
la rechazó una vez que volvieron al poder en 1878. Eran los conservadores los que tenían el poder en
1869 y, junto con la mayoría de los esclavistas brasileños, consideraban la esclavitud como un mal
necesario.
Una de las ironías más interesantes de la monarquía es que serían los conservadores, con su defensa de
los derechos de propiedad de los esclavistas y del gobierno representativo, los que hicieron la defensa
más espectacular del liberalismo entre 1868 y 1871. Todo esto tenía que ver con el papel del monarca en
la abolición, quien buscó la extinción de la esclavitud después de la Proclamación de la Emancipación en
EEUU (1863) y el Affair Christie (1862-1863), que dejaron en claro que Brasil había quedado como la
única nación esclavista independiente y que Gran Bretaña estaría preparada a intervenir. El monarca
adoptó el proyecto de “libertad de vientres” en 1867. Los puristas, como la mayoría de los conservadores y
liberales, sostenían que la abolición había sido impuesta por el monarca al Consejo de Estado, a los
gabinetes y a la Cámara, y era por tanto ilegítima constitucionalmente. La veían como un ejemplo
especialmente peligroso de intervencionismo monárquico. El emperador sólo tenía poder para supervisar
el funcionamiento apropiado del gobierno y presidir el poder ejecutivo; no debía introducir reformas
sociales ni proponer legislación.
El emperador (que quería evitar a los liberales por la reciente movilización radical en su contra) manipuló a
los conservadores para transformarlos en un instrumento útil. Así, presionó al visconde de Rio Branco, que
tenía las credenciales y la capacidad suficiente para manejar el problema, para hacer aprobar la Ley de
Libertad de Vientres (1871). La Cámara que aprobó la ley fue la misma cuya mayoría se había opuesto un
año antes. Rio Branco lo logró mediante el uso de la autoridad del gabinete y su poder clientelista para
comprar los votos de los diputados de aquellas provincias tradicionalmente dependientes del gabinete,
consiguiendo una escasa pero exitosa mayoría, y aislando a los conservadores puristas.
El intervencionismo del emperador y el hábil abuso del clientelismo y autoridad estatal por parte de los
ministros, demostraron con un nivel de drama sin precedentes la alienación de la monarquía respecto de
su base social. Pedro II pudo hacer aprobar una ley (claramente rechazada por la mayoría del partido y
sus líderes) dirigida explícitamente en contra de intereses establecidos y cruciales. Fue la muestra más
atroz de las corruptelas y abusos en contra de los cuales tanto los liberales como los conservadores se
habían movilizado en los 40, 50 y 60. En términos de la ideología liberal, la ley fue aprobada gracias al
abuso del gobierno representativo y del equilibrio constitucional de poderes. La lealtad a la monarquía y la
fe en sus instituciones fueron profundamente remecidas.

El fracaso del liberalismo bajo la monarquía y la República: 1871-1898

Aunque ninguno de los partidos tenía mayor fe en las instituciones liberales de Monarquía después de
1871, ambos se concentraron en organizarse para recuperar o mantener el poder. El manifiesto liberal de
1869 fue explícito en la necesidad de reforma o revolución (de hecho, algunos radicales formaron el
Partido Republicano en 1870), y logró suavizar las diferencias al interior del partido. En cuanto a los
conservadores, si bien los puristas trataron de castigar a los diputados y al gabinete que los había
traicionado en 1871, luego de la caída de Rio Branco (1875) se enfocaron en reconciliar las divisiones
internas.
Luego del triunfo de 1871, Rio Branco quiso demostrar el potencial de un poder ejecutivo engrandecido
para llevar a cabo reformas materiales e institucionales, reclamadas por el emperador mismo. Pero estas
tuvieron un impacto más simbólico que práctico para el momento de la renuncia de un gabinete herido de
muerte por las disputas partidistas en torno a la reforma electoral.
En 1878, luego de agotar al liderazgo moderado del Partido Conservador, el emperador, que no quería
entregar el poder a los puristas conservadores, se alejó del partido por primera vez en diez años y eligió
entonces al primer gabinete liberal desde el efímero gabinete de Furtado de 1864-1865, que había sido a
su vez el primero desde 1848. El emperador confiaba, a raíz del Manifiesto de 1869, que los liberales
estuvieran más dispuestos a buscar una abolición efectiva. A pesar de la aprobación de la ley, la
implementación (que dependía de los oficiales y dueños de plantaciones cuyos intereses personales
estaban involucrados) había sido una farsa. Pedro II no podía esperar que los puristas conservadores
pudieran corregir esta situación.
La razón del emperador para apoyarse en los liberales era su deseo de lograr la reforma electoral. Su
primer ministro inaugural fue el visconde de Sinimbú, un liberal cauteloso y acomodaticio. Estas cualidades
eran fundamentales para el grado de preocupaciones que tenía el emperador: las opciones de reforma
eran todas divisorias y planteaban la posibilidad de otras reformas constitucionales, que amenazarían
tanto al monarca como a los conservadores (tradicionalmente hostiles a ella). El proyecto de Sinimbú
finalmente fracasó; involucraba una reforma constitucional, que fue rechazada por un Senado dominado
por conservadores. Además, contra las expectativas del monarca, Sinimbú se manifestó su solidaridad con
la mayoría liberal, que era francamente hostil a la abolición.
Sinimbú fue reemplazado por Saraiva, un reformista pragmático en el que descansaban las esperanzas
abolicionistas de Pedro II. Sin embargo, Saraiva se enfocó necesariamente en el éxito de la reforma
electoral, y logró su aprobación en 1881, luego de negociaciones muy delicadas entre los partidos. Esto
ayudó mucho a consolidar su reputación. La ley ostensiblemente consideraba el tema de la credibilidad
representativa, pero sólo en el sentido de eliminar el voto indirecto y reemplazarlo por el directo. Quienes
tenían este derecho, sin embargo, eran una pequeña minoría: 1) la reforma exigía el alfabetismo (lo que
excluía efectivamente a la gran mayoría de la población); 2) aunque los requisitos de renta eran mínimos,
los potenciales votantes estaban lo suficientemente complicados por los requisitos de inscripción y de
documentación como para restringir el voto dramáticamente. En verdad, al cabo de la reforma, quedaban
muchas menos personas calificadas que antes para votar. Además, dado que el proceso de inscripción
estaba sujeto al fraude y a la coerción política, la enorme influencia de las figuras establecidas en la vida
rural y política siguió igual que antes.
Este modo de contener las reformas mediante legislación “segura” que tenía bajo impacto sustancial, era
el preferido por el monarca y los moderados de ambos partidos en los cuales Pedro II había elegido sus
primeros ministros desde 1856. El monarca evitó nombrar a los conservadores puristas o a los liberales
más radicales. Prefería primeros ministros que siguieran sus directivas y trabajaran con él en reformas
graduales. Los primeros ministros liberales elegidos por el monarca eran siempre moderados, pero a la
vez eran los menos propensos a generar roces al interior de su partido; de allí que se manifestaran en
contra de abolir la esclavitud, algo que tocaba los intereses maoritarios de su partido.
Los radicales del partido, entonces, enfrentaban el problema de ser una minoría, una facción que tenía
oradores formidables pero que no lograron vencer. Las estructuras establecidas de poder, formal e
informal, permitieron que los leales se pronunciaran y tomaran posiciones en el Parlamento, pero no que
ganaran.
Fue la lucha por terminar con la esclavitud la que, debido al curso sin precedentes que había tomado,
logró mayor fuerza y apoyo por parte de otros radicales, y que terminó precisamente destruyendo el
régimen. Una cantidad de republicanos, por ejemplo, cuyos primeros congresos habían descartado la
abolición como demasiado divisoria, apoyaron el movimiento abolicionista en lo que fue una calculada
táctica para debilitar a la monarquía. El movimiento abolicionista resulta crucial para entender el papel del
liberalismo en la transición de la monarquía a la República.
El movimiento abolicionista, que ya había empezado a organizar el apoyo público, produjo algo sin
precedentes: un movimiento popular, con su propia agenda, sostenido durante la mayor parte de la década
de 1880. Al principio, el movimiento tomó forma institucional en Rio, y fue cobrando fuerza. Los activistas
radicalizaron al público masivo, sosteniendo el movimiento en la calle y creando una inusual presión
pública sobre el Estado. Esto generó un impacto y organización de redes a nivel nacional.
Entre 1885 y 1888 los intentos de reprimir violentamente al movimiento abolicionista no hicieron más que
radicalizarlo, dando paso a una exitosa cruzada urbana en varias ciudades, a la transformación de la
opinión pública “respetable" y la exitosa movilización de los esclavos, en una campaña de fugas colectivas.
Esto último fue lo que dividió el liderazgo del Partido Conservador y precipitó la negativa, por parte del
ejército, de prestarse para contener el escape de los esclavos, ambos sucesos ocurridos a fines de 1887.
Frente a la incontenible movilización popular, los conservadores (a los que el emperador tuvo que volver a
confiar el gabinete, luego de que los liberales moderados “abandonaran el barco” frente a las presiones)
elaboraron en un plan para una transición más gradual y segura, pero se vieron en cambio forzados a
contener al movimiento abolicionista mediante concesiones y presentar la ley en mayo de 1888 a un
Parlamento desesperado por terminar con la paralización del trabajo y el colapso del orden social.

El final de la monarquía y su liberalismo

Los líderes abolicionistas acoplaron el fin de la esclavitud con varias otras reformas cruciales. Los mili-
tantes republicanos y los liberales radicales, en particular, estaban de acuerdo en esto, pero divididos en
torno a si la monarquía podía asumirlas exitosamente. Los positivistas, por supuesto, estaban
abiertamente contra el régimen, pero también lo estaban contra el liberalismo. Si bien puede afirmarse que
los liberales que apoyaban la monarquía y los liberales que apoyaban la República constituían la mayoría,
el positivismo, tal como en todo el mundo eurocéntrico de la época, ejerció una influencia dramática y de
gran difusión en tanto que parecía proporcionar la clave para una transformación nacional progresista y
científica. En Brasil importaba también la contingencia y la debilidad de las instituciones. En este clima de
movilizaciones y cambio, serían los oficiales militares influidos por el positivismo los que pusieron fin a un
régimen y dieron forma al principio de otro.
Muchos anticipaban el colapso de la monarquía al cabo de la abolición: los dos partidos más importantes
se encontraban en un estado de confusión, la crisis financiera empeoró, los elementos más tradicionales
de la elite estaban particularmente afectados y políticamente molestos, el emperador estaba muy enfermo.
El Partido Republicano se contactó con los positivistas que formaban parte del cuerpo de oficiales (algunos
de los cuales eran convencidos abolicionistas) a través de sus propios militantes positivistas. Los oficiales
planearon el golpe de noviembre de 1889, coordinando sus esfuerzos con la proclamación de la República
por parte del partido. Los líderes de los partidos aceptaron públicamente el golpe como un hecho, ya que
la guerra civil era algo demasiado difícil de aceptar. El mantenimiento del orden establecido fue más
importante que la sobrevivencia de un régimen que había traicionado la Constitución y sus propios
intereses.
Los radicales del Partido Republicano aspiraban ahora a las reformas liberales largamente postergadas,
pero fueron decepcionados una vez más. El nuevo régimen estuvo inicialmente dominado por oficiales del
ejército positivistas, y después de 1898, por los grandes propietarios de Sao Paulo y las oligarquías que
dominaban los demás estados de la nación. Bajo el manto de la República, con sus promesas de un
régimen más inclusivo, democrático y progresista, surgió con fuerza el viejo orden social y económico, por
mucho que estuviera reorganizado formalmente a nivel nacional. Las grandes oligarquías de los estados
gobernarían esos estados, y los más grandes entre ellos se turnarían para gobernar la nación. Las
aspiraciones de reforma liberal serían celebradas formalmente, pero no llegarían a realizarse.

Conclusión

Para entender el liberalismo brasileño del siglo XIX es indispensable considerar la importancia de la
monarquía. Aunque claramente crucial para comprender la manera en que se logró la independencia
nacional, resultó también necesariamente crucial para la lucha en torno a la naturaleza del Estado-nación
mismo. En términos del liberalismo, esta lucha representa el contexto fundacional. Era una lucha que
involucraba el intento por parte de los representantes de las oligarquías regionales y los estratos políticos
urbanos por lograr un equilibrio entre sus intereses y la realidad y tradición de un Estado centralizado y
autoritario. El hecho de que hubiera suficientes representantes que aceptaran ciertos aspectos de
ese Estado autoritario como indispensable para mantener su orden social y su unidad nacional,
implicó la aceptación de la monarquía y, con ella, una tensión constante de allí en adelante, y en
último término fatal.
Esta tensión resultó ser fatal debido a la profunda desconfianza del emperador, con respecto a los partidos
y sus cabecillas, y al partidismo. A pesar de su apoyo explícito a la Constitución y a la idea de legitimidad
representativa, como también su claro deseo de ser el instrumento de las reformas ilustradas, esta
desconfianza del emperador se prestó para erosionar la forma parlamentaria de gobierno asociada con los
partidos políticos. Pero él no era el único culpable; el gobierno parlamentario se transformó en una farsa
en parte por la susceptibilidad de la elite a las tentaciones y a sus necesidades de poder y de clientelismo
estatal, y en parte por el fracaso del reformismo liberal urbano. A lo largo del Segundo Reinado, la
legitimidad representativa del Parlamento (y con ella el gobierno representativo) fue agotada por la abierta
corrupción del sistema electoral y el evidente control del Parlamento que ejercía un gabinete que, a su vez,
era manifiestamente una creación del emperador. Después de 1889, la tradición de un Estado
centralizado, autoritario e ilustrado siguió en pie, como también un profundo escepticismo respecto del
gobierno representativo y del equilibrio de los poderes.

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