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LA ÉPICA.

LA NARRATIVA

 Homero: Ilíada y Odisea

Dos poemas que a pesar de sus diferencias, son iguales en cuanto a su entorno, lenguaje y valores heroicos
(Kirk, 1990).

De su autor se sabe poco, existen variadas opiniones respecto al creador de las obras (cuestión homérica).
Sin embargo, haya existido o no un hombre llamado Homero, no se puede negar la importancia que tuvo su
figura y los poemas para la educación de todos los tiempos, porque se esconde en ellos la historia misma del
pueblo helénico.

Ilíada se construye a partir de un tema central: la cólera de Aquiles, que a su vez, presenta núcleos temáticos
menores que se van desmembrando a lo largo de toda la obra, colaborando con el tema central y creando un
sentido.

“La cólera de Aquiles se convierte en símbolo de toda la guerra” (E.Crespo, 2000). A partir de la deshonra
que experimenta el Pélida ocasionada por el Rey Agamenon en un acto de hybris: desmesura (le quita su
esclava Briseida) decide no luchar más. Esta cólera se hace explícita desde el Canto I, en los primeros cinco
versos del libro, mediante una invocación a la Musa:

La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles,


maldita, que causó a los aqueos incontables dolores,
precipitó al Hades muchas valientes vidas
de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros
y para todas las aves –y así se cumplía el plan de Zeus-,
desde que por primera vez se separaron tras haber reñido
el Atrida, soberano de hombres, y Aquiles, de la casta de Zeus.

Nos comunica una anticipación de la guerra que se llevará a cabo por parte
de Aquiles y su cólera contra Agamenon, el rey de los griegos.
En el desarrollo de la historia el guerrero Aquiles, tiene que aceptar la pérdida de su honor y de su trofeo.
Ofrece, sin un rencor superficial (mostrándose tranquilo, paciente) a su esclava Briseida. Pero por sus venas
fluye la ira, la cólera, por la desvalorización que sufre por parte del rey.
“La ira constituye el gran motor de las historias porque tensiona la armonía, tanto de los dioses como de los
hombres, y se instala en el corazón de cada uno de los personajes, que sienten, de algún modo, limitado su
poder u ofendido su honor, símbolo de ese poder.” (Colombani, 2005, pp.21) De este modo, todo lo que
suceda en los sucesos siguientes serán las consecuencias de la cólera de Aquiles.
Ahora bien, la ira de Aquiles continúa hasta que en el canto XVI ocurre algo que la aumentará aún más.
Patroclo era el guerrero de los aqueos predilecto de Aquiles. Este último seguía sin participar de los
combates por causa de la deshonra de Agamenón, entonces Patroclo, al ver el desastre que estaba
atormentando a los suyos le dijo:

¡Aquiles, hijo de peleo, con mucho el mejor de los Aqueos!


No te enfades; tal es la aflicción que oprime a los aqueos,
Todos los que hasta hace poco eran los más bravos
Yacen entre las naves heridos por dardos o por picas (pp.31 verso 20)

Y continuó:

Que nunca me invada una ira como esa que tu albergas,


tan atroz. ¿Qué ventaja procurarás al que nazca en el futuro,
si no apartas a los argivos del ignominioso estrago?
¡Despiadado! Tu padre no fue Peleo, el conductor de carros,
ni Tetis tu madre; el garzo mar fue quien te dio a luz
y las abruptas rocas, pues tus sentimientos son implacables.

Aquí queda demostrado, puesto en palabras de su hombre más cercano, la ceguera que le provoca la cólera
al Pélida. Tan así que deja ir a Patroclo al combate pero antes le da un consejo, le dice que no puede ir
más allá de la línea del campamento. En batalla, Patroclo hace lo que su gran amigo le había dicho que no
haga y encuentra su final en las manos de Héctor (el mejor guerrero de los Troyanos).
Está claro que el motivo por el cual Patroclo muere es la cólera incontrolable de Aquiles. Este
acontecimiento lleva al guerrero por excelencia a volver al combate. Pero no lo hace por el rey ni por todos
los aqueos que ya han muerto. Su máxima prioridad de ahora en adelante será vengar la muerte de su amado
amigo.
En el canto XXII, después de una larga persecución, Aquiles mata a Héctor. Como ya dijimos, la honra era
muy importante para consagrar a los héroes. Aquí tenemos el acto heroico del antagonista de nuestro
guerrero por excelencia:

Ya no huiré de ti, hijo de Peleo, como hasta ahora.


Tres vueltas he dado a la gran ciudad del divino Príamo
sin osar resistir tu ataque; mas ahora el ánimo me impulsa
a detenerme frente a ti, y te apresaré o me apresarás.
Mas, ea, intercambiémonos las garantías de los dioses: ellos
serán los mejores testigos y custodios de nuestros convenios.

Héctor le propone a Aquiles un pacto: cualquiera sea el ganador, ninguno deshonrará el cadáver del otro. La
ira del semidios sigue intacta, se burla de él e inflexible no acepta. Por el contrario, no deja de injuriarlo
hasta su último suspiro: “No implores, perro, invocando mis rodillas y a mis padres. ¡Ojalá que a mí mismo
el furor y el ánimo me indujeran a despedazarte y a comer cruda tu carne por tus fechorías!”
Y nada más que palabras de odio salían de la boca de Aquiles, mientras que las últimas palabras de Héctor
fueron:

Bien te conozco con solo mirarte y ya contaba con no


convencerte. De hierro es el corazón que tienes en las entrañas.
Cuídate ahora de que no me convierta en motivo de la cólera
de los dioses contra ti el día en que Paris y Febo Apolo te
hagan perecer, a pesar de tu valor, en las puertas de Esceas.

Como bien dice Héctor, parece que el modelo de hombre homérico no puede discernir entre los códigos
éticos y su propia cólera. En el momento en el que deshonra el cadáver del fallecido troyano pasa de la
areté (excelencia) a la hybris (desmesura).

Le taladró por detrás los tendones de ambos pies


desde el tobillo al talón, enebró correas de bovina piel
que ató a la caja del carro y dejó que la cabeza arrastrara.

Al atarlo y ofender el cuerpo de su enemigo, Aquiles provoca una violación a la ley divina, la cual perjudica
su honradez como guerrero. Esta violación a la divinidad provoca un quiebre en el kosmos –orden- ya que el
cuerpo de Héctor no puede tener una sepultura digna como la ley lo proclamaba.

A modo de conclusión, se podría definir el poema de la Ilíada como un clásico, “un libro que nunca termina
de decir lo que tiene que decir” (I. Calvino, 1992). La historia de la guerra de Troya, donde se puede
encontrar mucho más de lo que se logró observar en un primer momento.
Múltiples son las miradas desde donde podemos analizarla: el drama del guerrero que lucha por lograr la
excelencia, por ser recordado después de la muerte, por ser palabra aún ya ausente entre los mortales, y
pareciera sin embargo verse opacado por cometer actos faltos de honor y su consecuente desmesura.

Respecto a la Odisea, otro clásico épico como la Ilíada, que tiene sin duda, una visión del mundo. En el
poema imperan la prudencia, la reflexión. Se puede decir que las Moiras siguen hilando el destino de los
mortales, pero también se puede percibir que esos mortales, con ingenio, tenacidad, de algún modo aspiran a
hilar ellos mismos su propio destino.
Esta obra, tiene como tema central el nóstos, que significa “regreso”. Esta epopeya narra el retorno de
Odiseo hacia el origen, hacia su reino junto a su esposa e hijo, después de la guerra de Troya. La
característica de esta obra es que el héroe es humano –a diferencia de Aquiles que es un semidios- no posee
ningún poder divino y logra un final exitoso gracias a su astuta habilidad para el engaño, por medio de
diferentes estrategias logra librarse de sus enemigos y vencer un obstáculo propio, el enamoramiento y
pasión por su amante.
En el canto IX relataba Odiseo: “Así hacíamos nosotros girar la estaca encendida en el ojo del Cíclope. Y la
cálida sangre brotaba y la evaporación de la pupila ardiente le quemaba los párpados y cejas” (Homero,
2013, 121).

El retorno de Odiseo representa una metáfora del viaje interior que cada ser humano realiza en algún
momento de su vida. Marta Alesso (2005) establece: “el lector se identifica con el personaje en la medida en
que siente la expectativa de que cada uno de nosotros debe ser, en muchas ocasiones de la vida, un individuo
excepcional, capaz de eludir peligros aparentemente insalvables” (p.50). En el canto IX, el Cíclope cuando
descubre el nombre de Ulises, le ruega a su padre el dios Poseidón, que intervenga en el regreso del viajero:
“Mas si su destino es el de volver a ver a sus amigos y el de volver a entrar en su bien construido palacio y
en su patria, que no llegue sino muy tarde, después de haber perdido a sus compañeros y a bordo de una
nave ajena, y que padezca después de llegar a su morada” (p.125).
Y así sucedió, Odiseo conoce al rey Eolo, éste lo recibe y le ofrece su ayuda para lograr el retorno, pero en
el décimo día de navegar los compañeros de Odiseo abrieron el odre regalado por el rey, y todos los vientos
se escaparon, provocando la lejanía de la patria. Odiseo vuelve a recurrir al rey y éste le responde: “ ¡Sal
inmediatamente de esta isla, perverso el que más de los mortales! ¡No me es dado socorrer ni repatriar a un
hombre odioso a los Dioses bienaventurados! ¡Vete pues, ya que, si ahora volviste, es que eres aborrecido de
los Dioses venturosos!” (X, p.129). Aquí se puede observar una de las tantas “piedras” u obstáculos que tuvo
que saltear el héroe a lo largo del viaje. Y, como bien sabemos, salió victorioso.
Según el Diccionario de la Lengua Griega, la palabra nóstos significa: “vuelta a la patria, regreso, llegada,
viaje, camino, salida, probabilidades de regreso”. Esta definición viene a colación a la vuelta de Menelao a
Esparta junto a su amada Helena. Es otra manera de entender el nóstos dentro de la obra. La posibilidad de
volver a casa, favor de los dioses, es anhelada por el héroe, quien orgolluso recuerda el largo camino
transitado. Expresa Alesso (2005) “el destino había determinado que no solo Odiseo, sino también otros
héroes de Troya, cumplieran sus nóstos. Entre ellos, Menelao, quien, junto con su consorte Helena, recibe en
Esparta a Telémaco y le cuenta los avatares de su regreso” (p.48). “Cumplidas estas cosas, regresé, y los
Dioses me mandaron un viento propicio y trajéronme con rapidez a mi patria querida” (Homero IV, p. 59).
En esta cita se puede ver que su regreso fue tan bravo como la misma bravura que muchas veces muestra el
mar, Menelao logró retornar, so sin esfuerzo y padecimientos.
El concepto de nóstos también tiene otra acepción. La palabra proviene de aquella que hoy reconocemos
como nostalgia. Esa misma nostalgia que Odiseo siente cada vez que recuerda a su tierra natal, Ítaca. El
deseo de volver es tan fuerte como las memorias de su tierra, que perduran en su mente, y nada ni nadie
puede interponerse entre él y sus raíces. Incluso cuando en el canto V Calipso le ofrece convertirlo en un ser
inmortal, el héroe no da el brazo a torcer y se mantiene firme en su decisión. Al ofrecimiento Odiseo
responde: “Venerable Diosa (…) Se muy bien que la prudente Penélope te es inferior en belleza y majestad.
Ella es mortal y tú no conocerás la vejez; y. sin embargo, quiero y deseo todos los días que llegue el
momento del retorno y de volver a ver mi casa” (p.72). Pesa entonces más la nostalgia por la lejana tierra,
que cualquier otro sentimiento o futuro sufrimiento.
Una vez que llega Odiseo a su patria y en las inmediaciones de su casa, sucede una serie de reconocimientos
que tienen lugar a partir del canto XIV. Estas escenas de anagnórisis son reflejo de la atmósfera de
incertidumbre y frustración que domina en esta segunda parte de la epopeya. Los episodios de
reconocimiento tienen la particularidad de que la verdadera identidad es ignorada por los personajes
secundarios, y cuando se produce la revelación Odiseo no sufre consecuencias inesperadas, ni cambia el
destino (como el del protagonista de una tragedia).
Los ejemplos a destacar son los siguientes:
 Canto XVI, Odiseo se presenta disfrazado de un simple forastero ante su hijo Telémaco. La diosa
Atenea- artífice del engaño momentáneo- no le permite recobrar su apariencia sino sólo cuando
padre e hijo se encuentran ajenos al resto de los mortales. En un primer momento, Telémaco se
rehúsa a comprender la verdad que se le presentaba ante sus ojos: “Tú no eres Odiseo, mi padre, sino
un Dios que me engaña, para que suspire y solloce más aún.” (p.211). Telémaco opta por continuar
cegado, pero Odiseo le reafirma su identidad convenciéndolo. Cuando Telémaco comprende
finalmente a quien tiene realmente ante sus ojos, padre e hijo se observan, se emocionan y se
reconocen en sus cambios: “Entonces Telémaco abrazó a su valeroso padre, derramando lágrimas. A
los dos les tomó el deseo de llorar, y lloraron abundantemente y con grandes gritos” (XVI, p.212).
Dice Alesso (1996) en referencia a este reconocimiento:

El reconocimiento es reconocimiento de personas, puede suceder que sólo una reconozca a la otra, porque la identidad de
aquella es evidente, pero en otros casos es necesario que uno y otro se reconozcan mutuamente. A veces uno solo
reconoce al otro, cuando se presenta como “evidente” de quien se trata, es decir con señales claras y visibles. En otros
casos, es necesario que ambos se reconozcan. (p.49).

Es justamente el reconocimiento mutuo el que podemos percibir en el encuentro entre Telémaco y


Odiseo, ya que las “señales” no han sido tan obvias para el hijo, y éste falló en reconocerlo a simple
vista. Lo cierto es que la develación de la verdadera identidad del héroe se produce aquí en una doble
perspectiva: progenitor y primogénito se asumen nuevamente en sus roles y comienzan a planear la
develación de la verdad y posterior recuperación de la propiedad.
 La anagnórisis que concierne a la esposa de Odiseo, Penélope, tarda en llegar, y pareciera tener
diferentes momentos. En un comienzo es la sirviente Euriclea, fiel súbdita de Odiseo, quien previene
a Penélope de la vuelta del amo y de la valentía de este al matar a todos los pretendientes:
“Levántate, Penélope, querida hija, que con tus propios ojos veas lo que deseas todos los días. Ulises
ha regresado” (XXIII, p.294). sin embargo, Penélope, al igual que su hijo Telémaco en un primer
momento, opta por pensar que la noticia es errónea. Euriclea, contesta con la respuesta de su ama,
comienza a brindarle información de las señales que indican que Odiseo efectivamente ha retornado:
“te diré una señal manifiesta: mientras le lavaba, le he reconocido la cicatriz de aquella herida que en
otro tiempo le infingiera un jabalí con sus blancos dientes” (XXIII, p. 296). Intrigada, aunque no
convencida, Penélope concluye que debe bajar de la estancia para averiguar la verdad.
En una segunda instancia de este proceso de reconocimiento del hombre que ha retornado al hogar
después de veinte años, Penélope se enfrenta cara a cara con el que ella aún considera un extraño.
Pero su apariencia –aún viste harapos y se encuentra sucio- no permite que vea en él a su marido.
Con paciencia y perspicacia, Odiseo resuelve que si mejora su aspecto, la actitud de su mujer será
otra, por lo que hacen que lo bañen y preparen para un nuevo encuentro. El cambio es notorio:
“Atenea extendió la hermosura sobre su cabeza, a fin de que pareciera más alto y más majestuoso, e
hizo que de ella colgaran los cabellos, semejantes a las flores del jacinto” (XXIII, p.298), sin
embargo por segunda vez Penélope elige no creer. Aclara Alesso (2005): “Ni aun así se desmorona
la tenaz resistencia de Penélope” (p. 63).
La inescapable verdad se hace presente cuando se presenta el tema del lecho nupcial. Molesto por el
descreimiento

Las escenas de reconocimiento suelen constituirse a manera de diálogo, donde uno de los personajes se
resiste a dejarse persuadir sobre la identidad del héroe.

Bibliografía

-Homero (2006). Ilíada. Madrid. Editorial Gredos, S.A., Sánchez Pacheco, 85.
-Colombani, M.C. (2005). Homero, Ilíada: una Introducción crítica. Buenos Aires. Santiago Arcos Editor.

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