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EL FEMINISMO EN RETIRADA
A PROPÓSITO DEL LIBRO RIGHT-WING WOMEN IN CHILE:
FEMININE POWER AND THE STRUGGLE AGAINST ALLENDE,
1964-1973, DE MARGARET POWER
1 Martina Barros de Orrego, Recuerdos de mi Vida (1942). La autora relata que las
los sexos, basada en sus diferencias sicológicas o de naturaleza. Hay una extensa bibliografía:
Cfr. Gisela Bock, “Women’s History and Gender History. Aspects of an International Deba-
te” (1989); Joan Wallach Scott, Gender and the Politics of History (1999); Asunción Lavrín
(ed.), Latin American Women, Historical Perspectives (1978); Carmen Ramos Escandón
(comp.), Género e Historia (1992).
3 Gerda Lerner, The Creation of Feminist Consciousness from the Middle Ages to
vistadas, que su “sacada de lengua” al general Prats en 1973 fue espontánea, y que ella no
favorecía un golpe militar en esos años.
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jeres de clase media y baja. El hecho que todos los sectores de mujeres
compartieran una visión tradicional de género, en el sentido que los roles
femeninos eran principalmente de esposas y madres y que desde esa fun-
ción o misión ellas defendían la patria, fue un elemento fundamental para la
envergadura nacional que asumieron los movimientos políticos femeninos.
En tercer lugar, sostiene Margaret Power que a pesar del apoyo de los
partidos Nacional, Demócrata Cristiano y del gobierno de los Estados Uni-
dos (al cual denuncia por negarse a facilitarle documentación sobre sus
campañas anticomunistas dirigidas a mujeres), los movimientos femeninos
actuaron autónomamente. Finalmente, el libro constata la ausencia de una
agenda femenina por parte de la izquierda, incluso dirigida a las trabajado-
ras, la cual se considera uno de los elementos que afectaron el fracaso del
experimento socialista. A propósito de esta carencia en el programa electo-
ral de Allende en 1970, se cita a Carmen Gloria Aguayo justificando su
posición: “Creíamos que la lucha por la mujer era parte de la lucha por una
sociedad mejor”.
Feminismo y socialismo
ral, Génesis y Evolución Histórica del Movimiento Popular en Chile (1810-1890) (1997),
p. 600.
6 Ibídem, p. 602.
7 Cecilia Salinas, La Mujer Proletaria: Una Historia por Contar (1987), p. 34.
8 Algunas autoras lo atribuyen al desarrollo económico de la zona, a la concentración
9 Luis Vitale, Julia Antivilo, Belén de Sárraga, Precursora del Feminismo Hispano-
(1990). La autora sostiene que el feminismo fue moralista respecto del obrero. Edda Gaviola,
et al., Queremos Votar... (1986), discrepa de la tesis, dando mayor credibilidad a las reivindi-
caciones feministas.
11 Hutchinson, “El Feminismo en el Movimiento...” (1992), p. 61.
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do con desprecio las bravatas de algunos varones que, con harto pesar, ven
que la mujer obrera quiere, de una vez por todas, arrojar lejos de sí las
crueles ligaduras que la retienen al lado de sus más criminales verdugos: la
explotación y el engaño”12. Esta explotación se expresa en la voluntad
femenina de agradar al hombre con sumisión, y en la esclavitud para la que
se prestan las mujeres de todas las clases. “La mujer es en la sociedad
presente ni más ni menos que un juguete de los caprichos del hombre, e
inconsciente se prepara y se adorna para este deshonroso y humillante
sacrificio”, escribió una mujer bajo el seudónimo Selva13. Con esa afirma-
ción, La Alborada reivindica el discurso de género y la lucha emancipadora
no sólo contra su situación, sino también contra las representaciones que los
hombres han construido de ellas. Por ejemplo, refiriéndose a la virtud,
Hermancia Lesguillon afirma: “A la par que los hombres han dictado las
leyes, han inventado una palabra con la que nos azotan sin cesar... La virtud
para nosotras es la gloria de llegar a no sentir nada humano; es el arte de
helar nuestro espíritu... es secuestrarnos y encerrarnos...”14. El periódico La
Palanca, órgano de la Asociación de Costureras, sucedió a La Alborada,
proponiendo “... sostener ruda lucha, dentro de nuestro sexo, para conven-
cernos de lo indigno y despreciable de nuestra condición actual..., debemos
emplear toda nuestra energía para llegar a conquistar en la Sociedad el
puesto que por derecho natural nos corresponde15. A pesar de este discurso,
la influencia mencionada de los partidos masculinos y su definición ideoló-
gico-política en el contexto de la lucha anticlerical y de clases, no permitió
que la emancipación de la mujer constituyese un programa de acción. Por
lo tanto, las mujeres de sectores trabajadores continuaron a lo largo del
siglo debatiéndose más bien dentro de la estrategia de un feminismo mate-
rialista encaminado hacia la superación de la explotación económica16. La
tesis de Margaret Power sobre la inexistencia de reivindicaciones de género
en el socialismo chileno de los años de 1970, se confirma, por lo tanto,
también históricamente en un período largo. Sin embargo, debe ser matiza-
do con que eso no implicó, necesariamente, ausencia de las mujeres de la
arena pública, ni que especialmente las obreras y trabajadoras cercanas al
socialismo no sostuvieran posiciones de género desde aproximadamente
1880.
Feminismo católico
contribuciones femeninas que las que podían publicar,véase Las Ideas Políticas en Chile
(1946), pp. 159-161. Más recientemente, lo confirma Erika Maza Valenzuela, “Catolicismo,
Anticlericalismo y Extensión del Sufragio a la Mujer en Chile” (1995), p. 195.
18 El Ferrocarril, Santiago, 22 de julio de 1865 s/p.
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los derechos políticos, sino los civiles. Incluso George Sand, en Francia, renegó del derecho
de las mujeres a las responsabilidades cívicas. Véase Cécile Dauphin, Arlette Farge, “Culture
et Pouvoir des Femmes” (1986). En el caso de la Inglaterra victoriana, fue más importante,
como causa femenina, el acceso a las universidades que al voto. Véase Peter Gay, The
Bourgeois Experience, Victoria to Freud, Education of the Senses (1984).
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22 En Lucía Santa Cruz, Teresa Pereira, Isabel Zegers, Valeria Maino, Tres Ensayos
para aprender, sino que sostenga también que la educación la hace próxima
al hombre: “Estamos plenamente convencidas de que poseemos la ilustra-
ción relativa a nuestra sociedad, y que esa ilustración se difunde proporcio-
nalmente en igual número de hombres y mujeres”25. También afirman las
mujeres que, en su campo, “... aunque señoras, hemos estudiado muchas...
cuestiones, y entre las que escribimos no faltan quienes saben el latín con
bastante perfección”26.
La mujer conservadora defiende la religión porque cree en ella, pero
también e importantemente por su alianza con la Iglesia Católica para la
preservación del orden social. “La religión ha sido hasta aquí el único dique
que ha estado conteniendo turbas ignorantes; pero, si los vínculos religiosos
se enervan y se disuelven, ¿quién podrá impedir que se desborde ese torren-
te? No hay cosa más clara: mientras menos religioso es un pueblo más hay
que echar mano a esta fuerza material para reprimirlo” escriben con motivo
de las Fiestas Patrias27. De “lava incandescente” califican a las ideas que
juzgan irreligiosas por intentar permitir el culto libre de disidentes28. Su
consecuencia “... producirá muy pronto los frutos amargos de odios encar-
nizados, disensiones domésticas, desunión de los matrimonios, desobedien-
cia a los padres, fraudes en los tratos, en una palabra, la relajación en los
vínculos sociales”29. Las últimas décadas del siglo XIX estuvieron marca-
das por los conflictos de secularización social y laicización de las institu-
ciones, lo cual provocó a las mujeres a comprometerse en defensa del orden
establecido. Sin embargo, también hubo manifestaciones de presión femeni-
na por participar y obtener concesiones en la sociedad civil, especialmente
en la voz de las educadoras. En 1872, Antonia Tarragó, directora del Cole-
gio Santa Teresa, elevó una solicitud al Consejo Universitario y luego al
gobierno solicitando se autorizase a la mujer rendir exámenes válidos para
ingresar a la Universidad. No tuvo eco de inmediato, pero 4 años después
Isabel Le Brun de Pinochet repitió la solicitud iniciando una polémica que
llegó a la Cámara y a la prensa, y culminó en 1877 con el llamado Decreto
Amunátegui que les permitió acceder a estudios superiores e integrarse de
pleno derecho a la república de las letras, dando también origen a la funda-
ción de liceos de niñas30. La polémica sobre la educación de la mujer puso
sobre la mesa el rol social femenino y su derecho a la igualdad.
25 Ibídem.
26 Ibídem, Nº 8, 31 de agosto de 1865, s/p.
27 Ibídem, Nº 10, 14 de septiembre de 1865, s/p.
28 Ibídem.
29 Ibídem, Nº 8, 31 de agosto de 1865, s/p.
30 El primer liceo de niñas en Santiago, el Liceo 1, se fundó en 1895.
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pp. 30-31.
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Virgen del Carmen y con el Arzobispo de Santiago como uno de sus Direc-
tores. La combinación de un discurso religioso tradicional con la incorpora-
ción de mecanismos de defensa de las trabajadoras es una demostración de
la evolución de la caridad femenina hacia un discurso y una visión moderna
tanto de la economía como del trabajo33. La agrupación resolvió acudir a la
opinión pública a través de la creación del periódico, simbólicamente lla-
mado El Eco de la Liga de Damas Chilenas (1912-1915), probablemente
evocando al combativo Eco de las Señoras de Santiago34. El periódico
calificó al movimiento que representaba como de “acción femenina católi-
ca”, y negó que se tratase de un “feminismo católico”, pues su propuesta
era formar la conciencia social de la mujer, definida como “la defensa de la
fe, la lucha contra la inmoralidad y el amparo de los humildes”35. De esta
manera, religión, moral y beneficencia pasaban a constituir un ámbito de
acción femenina, cuyo alcance cruzaba las fronteras del país y se vinculaba
permanentemente con las labores desplegadas por instituciones similares en
los Estados Unidos y países europeos. El rechazo al concepto de feminista
por algunas autoras se originaba en una comprensión de éste como “... que
aleja a la mujer del hogar y del deber y que la convierte en un ser ridículo
como la sufragista inglesa, deshonra y desprestigio de nuestro sexo”36. Sin
embargo, la Liga aceptó atribuirse un feminismo en pro de la defensa de “lo
que nos es querido, y para el bien de nuestras hermanas desheredadas de
fortuna”; aquel feminismo que “no saca del orden a la esposa ni quita a la
madre su ternura, ni da a la mujer la sed de puestos, de honores o legisla-
ción; que quiere... no el bien propio sino el bien de los suyos, de la socie-
dad y de la Patria”37. A las formas feministas previas se agrega, por lo
tanto, un feminismo de la generosidad. A poco andar, esta posición evolu-
cionó hacia posturas de género. En 1918 se organizó en Santiago el Con-
greso Mariano, último encuentro privilegiado del feminismo católico38. Lo
reconoce Rosa Rodríguez de la Sotta, al considerar el encuentro como un
“... trascendental paso del feminismo chileno”39. Define el feminismo,
como “la doctrina que tiende a hacer reconocer en la mujer los mismos
derechos civiles y políticos que posee el hombre. Estudia el rol de la mujer
en la sociedad contemporánea, sus derechos respecto al trabajo, a la ins-
(1996).
43 Elvira Lyon de Subercaseaux, “Orientaciones de la Acción Social de la Mujer
justifica que las mujeres chilenas no hayan pleiteado los derechos políticos,
especialmente el sufragio, hasta la segunda década del siglo. Margaret
Power tiene razón cuando sostiene que las mujeres ingresaban a la política
en sus roles tradicionales, y no como ciudadanas que tenían los mismos
derechos de los hombres a determinar la política de la nación. Ellas se
satisfacían con su ciudadanía pasiva, en parte resignadamente, pero también
en parte por lo que aparenta ser una conciencia de los lugares de su poder,
en el hogar, las instituciones civiles y la opinión pública; la arena propia-
mente política no constituía un campo donde se debatían sus intereses, y
cuando así era, sabían presionar efectivamente para que el mundo masculi-
no no pudiera prescindir plenamente de ellas.
Man (1996), p. 5.
328 ESTUDIOS PÚBLICOS
Conclusión
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