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Agentes e identidades en movimiento

España y los Países Bajos siglos xvi-xviii


Agentes e identidades en movimiento
España y los Países Bajos siglos xvi-xviii

René Vermeir, Maurits Ebben y Raymond Fagel (eds.)


© René Vermeir, Maurits Ebben y Raymond Fagel (eds.), 2011
© Julie Versele, 2011
© Sebastiaan Derks, 2011
© Liesbeth Geevers, 2011
© Hugo de Schepper, 2011
© Laura Manzano Baena, 2011
© Dries Raeymaekers, 2011
© Birgit Houben, 2011
© Violet Soen, 2011
© Alicia Esteban Estríngana, 2011
© José Eloy Hortal Muñoz, 2011
© Raymond Fagel, 2011
© Werner Thomas, 2011
© Esther Jiménez Pablo, 2011
© Germán Santana Pérez, 2011
© Mercedes Gamero Rojas, 2011
© Ana Crespo Solana, 2011
© Yolanda Rodríguez Pérez, 2011

© Imagen de cubierta:
© Del diseño de la cubierta: Ramiro Domínguez, 2011

© Sílex® ediciones S.L., 2011


c/ Alcalá, n.º 202. 1º C. 28028 Madrid
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e-ISBN: 978-84-7737-452-7
Depósito Legal: M-19351-2011
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Coordinación editorial: Cristina Pineda y Ángela Gutiérrez
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www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra”.

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Contenido

Introducción ………………………………………………………………… 9
Maurits Ebben, Raymond Fagel y René Vermeir

Les secrétaires particuliers des gouverneurs généraux des Pays-Bas


sous Philippe II : aux origines de la Secrétairerie d’État et de Guerre? … 25
Julie Versele

Madama’s Minister: Tomás de Armenteros at the Court


of Margarita of Austria …………………………………………………… 49
Sebastiaan Derks

How to save a life? Alonso de Laloo, secretary to the count of Horn,


on a mission to the Spanish Court (1566-1567) …………………………… 71
Liesbeth Geevers

Le gouverneur général Peter Ernst von Mansfeld et les agents


espagnols Fuentes et Ibarra aux Pays-Bas en 1593 ………………………… 89
Hugo de Schepper

Entre La Haya y Madrid. Los gobernadores oficiales en Flandes


como mediadores políticos y culturales para la Paz de Münster (1648) … 113
Laura Manzano Baena

The “Gran Privado” of Archduke Albert. Rodrigo Niño y Lasso,


Count of Añover (ca. 1560-1620) ………………………………………… 129
Dries Raeymaekers

Una corte para un príncipe. La política militar de Olivares


y la corte bruselense del cardenal infante (1634-1641) …………………… 151
Birgit Houben

¿Naturales del país o espaignolizés? Agentes de la Corte


como negociadores de paz durante la Guerra de Flandes (1577-1595) ……171
Violet Soen

AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD.


El conde de Solre, Jean de Croÿ, y la unión hispano-flamenca
en el reinado de Felipe IV …………………………………………………195
Alicia Esteban Estríngana
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto

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de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos ………………………231
José Eloy Hortal Muñoz

Julián, un héroe español en Flandes: entre el príncipe de Orange


y el duque de Alba………………………………………………………… 271
Raymond Fagel

Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, la corte de Bruselas


y la política religiosa en los Países Bajos meridionales, 1609-1614 …… 289
Werner Thomas

El movimiento descalzo en Flandes a principios del siglo xvii:


¿obediencia a Roma o fidelidad a España? ………………………………… 313
Esther Jiménez Pablo

Los holandeses y la utilización de Canarias como puerta atlántica


durante los siglos xvi-xviii ……………………………………………… 329
Germán Santana Pérez

La mujer flamenca del mundo de los negocios


en la Sevilla del siglo xviii ………………………………………………… 351
Mercedes Gamero Rojas

El interés público y el interés particular: una visión comparativa


en las representaciones de los mercaderes flamencos
en la corte de Felipe V …………………………………………………… 373
Ana Crespo Solana

G. de Bay: un traductor de Cervantes del siglo xvii como agente


de la memoria histórica neerlandesa …………………………………… 403
Yolanda Rodríguez Pérez

Índice toponímico ………………………………………………………… 423

Índice onomástico………………………………………………………… 429

Autores (Breve currículum) …………………………………………… 447


Introducción

Maurits Ebben, Raymond Fagel y René Vermeir

El VIII Congreso de Historiadores Españoles, Belgas y Neerlandeses, celebrado en la Uni-


versidad de Gante, entre los días 27 y 29 de septiembre de 2007, fue una continuación del
Coloquio Hispano-Holandés celebrado en Leiden en 1984. El encuentro de entonces co-
menzó como una modesta tentativa de crear la oportunidad para que los historiadores de
ambas naciones pudieran hacerse una idea de los temas de los que se ocupaban los colegas
del otro país. No era estrictamente necesario que se discutieran temas relativos al impacto
de los enfrentamientos bélicos entre España y Holanda o a la historia común de los dos
países. La idea de los organizadores era que también se practicaba una aproximación com-
parativa a las dos historias y experiencias nacionales. A pesar de que consideraban de suma
importancia incluir temas relativos a la época de la Guerra de Flandes y a los demás escasos
momentos comunes, suponían que a largo plazo esta materia limitada pudiera perjudicar
la continuación de los encuentros. Además, temían que en ambos países no se ocupara
un número suficiente de historiadores trabajando en la historia hispano-holandesa para
organizar los coloquios bianuales. Por lo tanto no es de extrañar que varios ponentes de
los primeros coloquios abarcaran temas ajenos a la relación histórica hispano-holandesa.
No obstante, los congresos se perfilaron cada vez más en encuentros de historiadores
especialistas en el campo de la investigación de la historia hispano-neerlandesa. En las
últimas décadas creció de manera concluyente el número de investigadores dedicados a
la historia que España y los Países Bajos tienen en común. El aumento de investigaciones
al respecto fue tan grande que en el 2002, los profesores Ana Crespo Solana (CSIC) y
Manuel Herrero Sánchez (Universidad Pablo de Olavide) decidieron organizar en Madrid
un gran congreso internacional para los historiadores de España, Bélgica y Holanda, tanto
para fomentar el contacto entre los historiadores como para poder ofrecer un balance ge-
neral y una pertinente revisión historiográfica. Los resultados de este congreso aparecieron
en dos volúmenes de actas con treinta y tres artículos, publicados por la Universidad de
Córdoba en los “Estudios de Historia Moderna” bajo el título de España y las 17 provincias
de los Países Bajos. Una revisión historiográfica (XVI-XVIII).
En los últimos congresos destaca el hecho de que la nueva generación cuenta cada
vez más con un número considerable de colegas españoles. Si en los años sesenta, setenta

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Maurits Ebben, Raymond Fagel y René Vermeir

y ochenta los investigadores activos en este campo fueron sobre todo los británicos, los
holandeses y los belgas, con excepciones como José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano,
a partir de los años noventa observamos un aumento importante de colegas españoles.
Sus investigaciones no se limitan al impacto de la Guerra de Flandes en España o a la
presencia de los flamencos y holandeses en las tierras ibéricas sino también estudian los
efectos de la política de Madrid en los Países Bajos en la Edad Moderna. Además, no acu-
den exclusivamente a los archivos nacionales, sino también consultan la documentación
conservada en los archivos y bibliotecas belgas y neerlandeses. El interés, el conocimiento
y la comprensión de historia común han aumentado gracias a los esfuerzos de los inves-
tigadores de los tres países. Sin embargo, en muchos casos los investigadores trabajan
aisladamente en su restringido campo de acción sin conocer los resultados de los demás
estudios sobre temas afines.
Dadas estas circunstancias, nos pareció desafortunado que, desde el último congreso
celebrado en Madrid en 2002, que como encuentro internacional destaca por su impor-
tancia, la serie de coloquios hispano-holandeses se había quedado sin continuidad. Por
ello creíamos necesario prolongar la obra empezada en 1984, organizando una nueva reu-
nión de historiadores españoles, holandeses e, incluso, belgas como se hizo por primera
vez en Madrid. Era nuestra intención seguir la línea de trabajo iniciada desde el último
encuentro para fomentar no solo el contacto entre los historiadores sino también enta-
blar el debate sobre un tema de historia común. Por lo tanto, propusimos centrarnos en
un tema que compartimos, a nuestro parecer, todos los investigadores que estudian las
relaciones entre los Países Bajos y España en la Edad Moderna. Optamos por un enfoque
amplio: Agentes e identidades en movimiento. España y los Países Bajos, siglos XVI-XVIII.
Entre 1496 y 1714, España y los Países Bajos estaban vinculados por lazos dinásticos.
Además de estas relaciones internacionales en forma de unión personal, se crearon tanto
en España como en los Países Bajos identidades diferentes que, como mínimo, se pue-
den describir como identidades protonacionales. Los estados actuales de España, Bélgica,
Luxemburgo y Holanda son originarios de este periodo. Al establecerse al mismo tiempo
que las relaciones internacionales, estas identidades protonacionales tomaron forma en
un proceso de influencia mutua. El proceso de formación de esas nuevas entidades y el
estrechamiento de las relaciones entre ellas no han sido solamente parte de las evoluciones
políticas, sociales y económicas propias de la época, sino que en él intervinieron también
personas que estaban activamente involucradas en el ámbito internacional.
En las relaciones entre los Países Bajos y el mundo ibérico, un pequeño grupo de
intermediarios desempeñó un papel relativamente grande. Estos ‘agentes’, formales e in-
formales, tenían las posibilidades de dirigir, fortalecer, debilitar, o de cualquier otra forma,
influir la interacción entre España y los Países Bajos. No interpretamos el término agente
en su acepción limitada de “una persona que, a cargo de un patrón y haciendo uso de sus
destrezas específicas y sus redes sociales, intenta conseguir para su patrón determinados
bienes o informaciones”. En este sentido, el agente opera dentro de un sistema asimétrico

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Introducción

y jerárquico. Es un eje temático al que la historiografía reciente ha dedicado bastante aten-


ción. En el contexto del estado compuesto (composite state) hispano-habsburgo, y sobre
todo en lo que se refiere a las relaciones entre Flandes y España, hemos querido ampliar
el concepto. Consideramos ‘agente’ a toda persona que operaba en los dos frentes. Se
trata de cualquier persona que, en cierto modo, aseguraba el contacto entre los mundos
flamenco y español. Así se puede tratar, evidentemente, de alguien que opera, en una
relación asimétrica, a cargo de un patrón político o cultural, pero no únicamente. Puede
tratarse de comerciantes, de viajeros, de militares, de clérigos, de hombres de estado, de
diplomáticos, de científicos, de cualquier persona que ha representado en cierta manera la
relación que existía entre nuestros espacios geográficos. Consideramos ‘agente’ o interme-
diario a todos los que en una u otra manera han dado forma a esta convivencia. Políticos
encumbrados o modestos comerciantes, viajeros aventureros o artistas preciados, todos
ellos personas de carne y hueso, con sus ambiciones, sueños, proyectos e ideales.
Por un lado, todos han contribuido a la integración de los dos mundos, han funciona-
do como vehículo para intercambiar ideas, conocimiento, capital de todo tipo. Por otro,
sabemos que los contactos, las operaciones, actuaciones y actividades de los agentes se
encontraron con resistencia. Provocaron reacciones que han contribuido a la perfilación
de las identidades de diferentes grupos, hasta naciones que operaban y formaban parte de
la compleja constelación de la Monarquía Hispánica. Paradójicamente, los agentes que
contribuyeron a la articulación entre los grupos sociales y fortalecieron los vínculos entre
ellos en la órbita hispano-neerlandesa, en muchos casos, favorecieron la formación de
identidades o la definición más explícita de ellas. A menudo, también eran los represen-
tantes o portavoces de un mundo en el otro, en el que los esperaba la incomprensión o el
rechazo. Como sabemos, las relaciones entre España y los Países Bajos no estuvieron exen-
tas de choques violentos. No solo era cuestión de cooperación e intereses convergentes,
sino también de visiones divergentes y alienación. Identidades y convicciones opuestas
han llevado a tensiones, a la guerra civil y a la separación.
Investigaciones recientes en este campo ya han producido una colección significati-
va de estudios individuales con atención a grupos de agentes, o a un grupo de agentes
específico, por ejemplo, grupos de mercaderes, cortesanos reales, diplomáticos, pintores
o académicos. En este libro quedan reunidas las actas del Congreso de Historiadores Es-
pañoles, Belgas y Neerlandeses, celebrado en la Universidad de Gante, entre los días 27
y 29 de septiembre de 2007. Las aportaciones de los ponentes del congreso reflejan el
florecimiento y la diversidad del estudio actual de las relaciones entre España y los Países
Bajos en los siglos xvi-xviii. En grandes líneas las diecisiete contribuciones ofrecen una
adecuada visión de conjunto sobre el estado de la investigación en que predominan los
estudios sobre agentes políticos en las cortes de Bruselas y Madrid. Sin embargo, los as-
pectos económicos y militares siguen siendo un componente notable en los estudios que
aquí se presentan agrupados en secciones temáticas.

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Maurits Ebben, Raymond Fagel y René Vermeir

Secretarios privados

La primera sección temática recoge los textos relativos a los secretarios privados y
cortesanos, que son individuos muy interesantes para el estudio de las redes informales
del poder en la época moderna y por supuesto los encontramos también funcionando
dentro del ámbito de las relaciones entre Flandes y la Monarquía Hispánica. Julie Versele
estudia en su contribución la posición de los secretarios personales de los gobernadores
generales de Flandes durante toda la época de Felipe II, mientras que Liesbeth Geevers y
Sebastiaan Derks nos exponen la manera en que funcionaban dos secretarios en particular
en los albores de la rebelión: Alonso de Laloo al servicio del conde de Horn, y Tomás de
Armenteros al de la gobernadora general Margarita de Austria. Estos dos ejemplos a su vez
nos muestran la influyente posición de ‘españoles’ con raíces en Flandes.
Julie Versele investiga en particular la relación entre los secretarios personales de los
gobernadores de Flandes y la creación de una institución llamada Secrétairerie d’Etat et
de Guerre a partir de finales del siglo xvi. A lo largo de su análisis nos ofrece un panorama
vivo y conciso de los consecutivos secretarios y su poder político, comenzando por Tomás
de Armenteros y finalizando con Esteban de Ibarra. La conclusión es que no se puede
hablar de una línea que llega a la institucionalización, es más, defiende que ni siquiera
la creación de esta institución a fines del siglo se puede considerar como el final de un
proceso que ella denomina más bien un diálogo abierto entre Bruselas y Madrid en el que
la actualidad y la personalidad de los personajes involucrados definían la relación entre el
poder central y la periferia.
Sebastiaan Derks confirma el papel crucial de Tomás de Armenteros, pero desde una
perspectiva diferente, definiendo al secretario como un servidor de la dinastía de los Far-
nese. Así, tanto el secretario como Margarita de Austria, funcionaban con el interés de la
familia en mente, añadiendo una rama italiana al eje entre Bruselas y Madrid. La historia
de las relaciones entre los Países Bajos y España no se puede escribir, pues, sin tomar en
cuenta la influencia de Italia dentro de la Monarquía Hispánica. Con este planteamiento,
Sebastiaan Derks se muestra el sucesor de la línea de investigación de Léon van der Essen
y esperemos que en un futuro muy próximo su tesis doctoral nos ofrezca una mejor visión
sobre la importancia de la corte de los Farnese dentro de la política europea del siglo xvi.
En la contribución de Liesbeth Geevers seguimos los pasos de Alonso de Laloo, un
español, natural de Flandes, o quizá incluso más bien un neerlandés con raíces en España.
Aunque su señor, el conde de Horn, le enviaba a Madrid para negociar con la corte sobre
sus asuntos personales (sobre todo remuneratorios), pronto se revela como un agente po-
lítico que defendía a los grandes nobles Horn, Egmont y Orange. No obstante, Geevers
nos explica que este papel político no estaba orquestado por su señor, sino que resultó
ser una iniciativa propia del secretario privado. Al principio, Laloo intentó separar en la
corte la imagen de los grandes nobles de mala fama de la de los nobles protestantes de
Flandes, pero acabó aconsejando al conde de Horn que se salvara y desvinculara de los

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Introducción

otros señores. En ambos casos no le escucharon. Durante su estancia en la corte, Laloo se


convirtió al final cada vez más en un representante de los ebolistas, y en un fiel seguidor
de la política del monarca, y cada vez menos en un defensor de las acciones de los grandes
señores flamencos. Es por ello que después de la ejecución de Horn, el secretario no tuvo
gran dificultad en ofrecer sus servicios a la corona.

Oficiales de gobierno españoles y Flandes

Hugo de Schepper y Laura Manzano Baena estudian el funcionamiento del gobierno


de la monarquía en dos fases fundamentales de la historia de la Guerra de Flandes; a
saber, en el caso de Hugo de Schepper, la atención se concentra en la situación en 1593
cuando estalló un conflicto entre el gobernador Pedro Ernesto de Mansfeld y los agentes
españoles Pedro Enríquez de Fuentes y Esteban de Ibarra. Laura Manzano Baena publica
aquí un estudio sobre la influencia de los gobernadores y oficiales en Flandes en las ne-
gociaciones que llevaron a la Paz de Münster, parte de su investigación doctoral sobre la
Paz de Münster.
Gracias a un gran conocimiento de la correspondencia de la época, Hugo de Schepper
nos propone una visión de la situación en 1593 en la que los flamencos se saben defender de
una influencia demasiado grande por parte de los agentes españoles de Felipe II, como lo
fueron Ibarra y Fuentes. El gobierno de Mansfeld, ya entrado en años, junto con el Consejo
de Estado, fue capaz de neutralizar gran parte de las misiones de ambos agentes españoles.
Fuentes fue enviado por Felipe II para apropiarse de las competencias militares de Mansfeld,
mientras que el rey delegó en Ibarra la tarea de introducirse en las finanzas del gobierno
flamenco. No obstante, el llamado «ministère espagnol» nunca llegó a tener una gran in-
fluencia sobre el gobierno de los Países Bajos, pero la presencia de los españoles y el intento
de Felipe II de influir sobre el gobierno de Flandes de este modo, sí causó problemas en el
momento de tomar decisiones, resultando por ejemplo en la pérdida de Geertruidenberg.
En la investigación de Laura Manzano Baena son, al contrario, los intermediarios
quienes se encargaban de agilizar la toma de decisiones. Agentes de la monarquía con
experiencia en Flandes, como fray Juan de San Agustín, confesor del cardenal infante,
y Francisco de Melo, gobernador general interino, insistían cada vez en la necesidad de
llegar a un acuerdo con las provincias rebeldes, siendo conscientes de la imposibilidad de
ganar por la fuerza. En la misma línea de pensamiento encontramos también al marqués
de Castel Rodrigo y al conde de Peñaranda. Ambas figuras fueron agentes con un buen
conocimiento de la situación en Flandes, y lograron convencer a la corte en Madrid de
una visión más conciliadora, sobre todo de enfatizar que no se podía perder esta opor-
tunidad de negociar por culpa de una actitud demasiado rígida en la cuestión religiosa.
Así, Madrid dejó de luchar por la libertad de religión para los católicos en las provincias
rebeldes, causa que los intermediarios ya consideraban como perdida y que además podría
provocar el fracaso de las negociaciones, tan necesarias para el bienestar de la monarquía.

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Maurits Ebben, Raymond Fagel y René Vermeir

Cortesanos españoles en Bruselas

Dries Raeymaekers estudia la carrera de un noble español que llegó a los Países Bajos
meridionales en el séquito de los archiduques y que, como gran privado de Alberto, podía
llegar a ser una de las personas más poderosas en la corte de Bruselas con gran influencia
en el gobierno. Birgit Houben estudia la corte del cardenal infante, y los confidentes del
conde duque que acompañaban al hermano del rey para controlar las acciones del nuevo
gobernador general.
En su trabajo Dries Raeymaekers pone de manifiesto el papel central ejercido por el
español Rodrigo Niño y Lasso, conde de Añover, no solo en el ámbito de la corte de los
archiduques en Bruselas, sino también en el gobierno de los Países Bajos meridionales.
Según Raeymaekers se puede considerar al conde de Añover como el gran privado del
archiduque Alberto, comparable con los validos el duque de Lerma y el conde duque
de Olivares. Si bien Añover no desempeñaba ningún cargo político ni gubernamental
y se limitaba a acumular oficios en la corte de los archiduques como el de sumiller de
corps, mayordomo mayor y caballerizo mayor, consiguió hacer sentir su influencia en el
gobierno de los Países Bajos. Raeymaekers explica en su artículo como Añover conquistó
esta posición ganándose la confianza íntima del archiduque y tejiendo una red clientelar
personal española-flamenca en el centro del poder.
Una vez fallecida la archiduquesa Isabel en 1633, el conde duque, en la cumbre de su
poder, concibió el plan de fortalecer su control sobre los Países Bajos meridionales. Estos
territorios iban recobrando su posición clave en la política exterior de Madrid. Con el
amenazante conflicto armado con Francia, que oficialmente se desencadenó con la decla-
ración de guerra en 1635, la contienda con los rebeldes holandeses y los enfrentamientos
militares en el Sacro Imperio, los Países Bajos meridionales volvían a atraer el sumo interés
de los dirigentes en la corte de Madrid. Con el fin de asegurarse del control de la ma-
quinaria militar y gubernamental de los Países Bajos, Olivares envió al norte al cardenal
infante, hermano del rey en que había puesto su confianza. Al nuevo gobernador general
le acompañaban confidentes del valido que le asesoraban y, además, que le vigilaban para
que se atuviera a las directrices madrileñas. Estos confidentes, opina Birgit Houben, no
solo estaban presentes en calidad de ministros que participaban en las juntas más impor-
tantes, sino también en la de dignatarios de la corte. Resalta que los puestos ministeriales
más importantes se solían combinar con los puestos cortesanos de mayor peso. Además,
se hizo sentir en la composición de la corte de don Fernando un fuerte carácter militar ya
que las personas de mayor prestigio militar se encontraron en el contorno del gobernador
general. Estas personas, en varios casos, originarios de diversas partes de la Monarquía
Hispánica e, incluso, fuera de ella, se pueden considerar como agentes directos e indirec-
tos de la política del conde duque de Olivares. Por medio de ellos el valido podía asegurar
la supervisión más cerrada de los asuntos en Bruselas e intentaba fortalecer la cohesión de
la monarquía.

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Introducción

Nobles flamencos entre España y los Países Bajos

Violet Soen y Alicia Esteban Estríngana dedican sus contribuciones a miembros de


la nobleza de los Países Bajos que permanecieron algún tiempo en la corte de Madrid y
que iban a desempeñar cargos relevantes a favor de la Monarquía Hispánica. Aunque
estos nobles neerlandeses son calificados a veces peyorativamente como flamencos espa-
ñolizados, no actuaron siempre en el marco de la corte española e hicieron en algunos
casos sus propias interpretaciones de sus instrucciones. La Noble Guarda de Archeros de
Corps es objeto de estudio de Eloy Hortal Muñoz. Nos expone cómo, en las últimas dos
décadas del siglo xvi, este cuerpo originalmente militar evolucionó en una corporación
de representación de la nación flamenca en la corte de Madrid y cómo sirvió para varios
neerlandeses ambiciosos para obtener el acceso al centro del poder donde se distribuían
las mercedes, honores y oficios.
Violet Soen estudia las negociaciones de pacificación durante la Revuelta en los Países
Bajos por medio de la biografía de tres miembros de la nobleza flamenca que permane-
cieron cierto tiempo en la corte madrileña. A su vuelta a los Países Bajos, estos nobles se
encargaron de las negociaciones con los rebeldes o delinearon propuestas de paz. Juan de
Sainte-Aldegonde, señor de Noircarmes y barón de Selles, fue enviado como emisario de
paz a finales de 1577. Selles desempeñó un papel importante sobre todo en las negociacio-
nes con la Unión de Arras a principios de 1579. Su cuñado, el caballero Carlos de Tisnacq,
partió a finales de 1592 hacia los Países Bajos y allí también llevó a cabo negociaciones
en los primeros meses de 1593. Poco después Felipe de Croÿ, conde de Solre, escribió un
primer memorandum para Ernesto de Austria en relación con la pacificación de los Países
Bajos. Estos tres hombres tenían una misión ejecutiva en la Noble Guarda de Archeros de
Corps, la guardia de corte de la Casa de Borgoña en Madrid. Soen hace claramente pa-
tente que Selles, Tisnacq y Solre, como ‘naturales del país’ podían ejercer mayor influencia
política de lo que se podría sospechar basándose solamente en su cargo. Fueron importan-
tes emisarios particulares fuera de las negociaciones triangulares entre el rey de España, su
gobernador y los Estados Generales que no siempre se atuvieron a sus instrucciones y que
por sus contactos personales consiguieron resultados destacados.
El protagonista en el trabajo de Alicia Esteban Estríngana, Jean de Croÿ, conde de Sol-
re es un caso de un flamenco hispanizado de la época del conde duque que como natural
del país consiguió ocupar puestos relevantes para la trayectoria política de los Países Bajos.
Sucedió a su tío al frente de la guardia flamenca-borgoñona de corps y fue agraciado con
el ingreso en la Orden del Toisón de Oro. Eso le permitió ocupar el puesto de gobernador
de la provincia de Hainaut y poco más tarde consiguió una plaza de capa y espada en el
Consejo de Estado de Bruselas. La favorable impresión causada en Olivares resultó crucial
en la carrera del conde que se mostró muy inclinado a ampliar su relación de servicio al
rey pero sin perder de vista las necesidades de las provincias de Flandes. Uniendo en su
persona por un lado la credibilidad entre los flamencos de su mismo rango y condición y

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Maurits Ebben, Raymond Fagel y René Vermeir

por otro la confianza del rey, le hicieron el mediador propiciado, aceptado y reconocido
en los momentos políticamente críticos, como los vividos por las provincias leales entre
1629 y 1632.
En su contribución sobre la Noble Guarda de Archeros de Corps, José Eloy Hortal
Muñoz pretende reflejar las diferentes funciones que la Noble Guarda de Archeros de
Corps cumplió dentro de la Casa Real de la Monarquía Hispana desde su incorporación
a la misma en 1502 hasta su desaparición en 1704 tras la llegada de los Borbones. Así,
las funciones primigenias que cumpliría la unidad serían tres: cuidar de la persona del
monarca, formar parte del entramado que lo mostraba en público a sus súbditos y la inte-
gración de las élites territoriales en la Casa Real. La Guardia de Corps, en concreto, debía
servir como cubículo a hidalgos originarios de las 17 provincias de Flandes, que tenían
difícil acceso al servicio real por otras vías. Las tres funciones irían perdiendo importancia
paulatinamente a partir del comienzo de la Revuelta de los Países Bajos. Después de un
periodo de indefinición, asumió, durante la década de los ochenta del siglo xvi, un nuevo
papel, como era la de convertirse en representante de la nación flamenca en Madrid. Así,
diversos personajes flamencos que habían prestado sus servicios a la Monarquía recibie-
ron como premio su ingreso en la unidad (caso de pintores, secretarios, “hechuras” de los
capitanes, etcétera) consiguiendo de esta manera su entrada en la Casa Real. Su interés
en servir como guardas era mínimo y sus condiciones físicas para cumplir en dicho car-
go eran, en muchos de los casos, cuanto menos dudosas, pero el acceso a la Casa Real,
como hemos visto en varios casos anteriores, podía ser clave para la trayectoria de la vida
de hombres ambiciosos. Todas estas funciones que había venido cumpliendo la unidad
entrarían en crisis durante el reinado de Felipe IV. Al estar vacía de contenido e infiltrada
por extranjeros, todo apuntaba a su disolución, que se produciría con la llegada al trono
de la nueva dinastía.

Un militar español en Flandes

Uno de los propósitos del artículo de Raymond Fagel es estudiar la división abrupta de
la imagen del soldado español de la época de Carlos V y la de los tiempos de la rebelión de
Flandes. Eran los mismos tercios españoles, capitaneados por los colegionarios del duque
de Alba, que habían defendido en los años 1550 los Países Bajos de los enemigos, sobre
todo de las tropas del rey francés, que en los años posteriores, llegaban a Flandes para
sofocar la sublevación contra Felipe II. A pesar de que las guerras entre Francia y los Habs-
burgo eran las más crueles y violentas, los militares cosechaban elogios y aprecio mientras
que durante las actuaciones del gran duque y su ejército en Flandes el soldado español
proyectaba su mala imagen. Fagel se concentra en la vida del capitán Julián Romero, uno
de los militares más famosos de los tercios españoles en Flandes del siglo xvi. En cierto
sentido se puede considerar a Romero como el agente de la imagen del despreciable es-
pañol cruel y sin cuartel. Utiliza el caso de Julián para analizar cómo se ven reflejadas las

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Introducción

andanzas de los militares en las crónicas, tanto desde el lado español como desde el lado
neerlandés. Además de estudiar de este modo las diferencias en la imagología de la guerra,
también aborda el tema de la violencia de la guerra, puesto que estos militares eran los
protagonistas de los conocidos actos cruentos.

Eclesiásticos españoles en Flandes

Este grupo consiste en dos trabajos relativos a la política religiosa en los Países Bajos
a principios del siglo xvii. Werner Thomas expone que la lucha de facciones en la corte
de Felipe III tenía también sus repercusiones en el ámbito de la corte de Bruselas. Los
integrantes de las facciones lermistas y antilermistas madrileñas buscaron partidarios en
la corte de los archiduques, unos para poner en la práctica su política de pacificación del
duque de Lerma, otros para combatirla. Los adversarios de Lerma y Spínola bruselenses
procuraron demostrar las consecuencias nefastas de la pax hispánica en los Países Bajos.
Muy pronto, la cuestión religiosa se convirtió en un tema importante en la lucha entre las
diferentes facciones en la corte de Bruselas. Por consiguiente, era importante que el rey
fuese informado correctamente de los acontecimientos en Flandes, y en particular de los
problemas religiosos. Uno de los agentes más importantes en la transferencia informal de
información perjudicial para los lermistas era Jerónimo Gracián Dantisco. Entre 1608 y su
muerte en 1614 este carmelita descalzo residió en el convento de los carmelitas de Bruselas,
sirviendo de apoyo espiritual al embajador de España y a varios militares y cortesanos
españoles. Durante estos años, criticó duramente la situación religiosa que se produjo en
las provincias flamencas a raíz de la tolerancia hacia los protestantes creada por la Tregua
de los Doce Años, y mantuvo informada la corte de Madrid de la política religiosa archi-
ducal. Es probable que sus memoriales hayan contribuido a la caída de Lerma que minó
el poder de Spínola en Flandes y condujo a la victoria de los adversarios de una paz con
las Provincias Unidas.
Esther Jiménez Pablo pone de relieve la importancia del movimiento descalzo en Flan-
des durante el gobierno de los archiduques. Con la calificación de Contrarreforma se ha
tratado de explicar las formas religiosas que se impusieron a la sociedad hispana durante
tan largo periodo de tiempo, todas ellas derivadas de los acuerdos de Trento. De esta
manera, los historiadores han presentado este periodo cronológico fuertemente cohesio-
nado por una serie de estructuras que lo caracterizaron no solo en el ámbito espiritual,
sino también en el cultural, artístico e incluso político y económico. Sin embargo, un
análisis detallado de la evolución política y religiosa de la Monarquía, sugiere una visión
distinta, según la cual, no solo hay que matizar la pretendida continuidad de este perio-
do, sino que además se advierte una clara ruptura entre el confesionalismo de Felipe II
y el catolicismo implantado en la sociedad hispana durante los reinados de Felipe III y
Felipe IV. Al finalizar el reinado de Felipe II, coincidiendo con la disolución del partido
castellano y el nombramiento del papa Clemente VIII en 1592, se inicia una expansión de

– 17 –
Maurits Ebben, Raymond Fagel y René Vermeir

órdenes descalzas apoyadas desde Roma e impulsadas por la acción de diversos cardenales
protectores como Baronio y Bellarmino. Esta misma espiritualidad descalza también se
vislumbra en la corte madrileña, especialmente en figuras de la realeza como los futuros
archiduques Alberto e Isabel. La expansión de la orden del Carmen en tierras flamencas
se produjo cuando no cupo duda de que se hacía desde la obediencia de Roma, no de
la hispana, si bien la espiritualidad coincidía. Lo más sorprendente de este proceso con-
siste en que los archiduques, y de manera particular Isabel Clara Eugenia, estuvieron de
acuerdo en que se realizase de esta manera; esto es, desde Roma, lo que abría (al menos en
temas religiosos) una profunda grieta de estos territorios dentro de la Monarquía hispana.
Semejante decisión hubiera sido impensable durante el reinado de Felipe II, que había
fallecido tan solo hacía unos años.

Comerciantes holandeses y flamencos en el mundo ibérico

La contribución de Germán Santana Pérez ofrece una reseña diacrónica de la presen-


cia holandesa en Canarias y la utilización de estas islas como puerta atlántica para sus
operaciones durante los siglos xvi-xviii. Mercedes Gamero Rojas analiza las actividades
desarrolladas por mujeres pertenecientes al mundo de los negocios que de manera muy
destacada realizaban las flamencas asentadas en la Andalucía del siglo xviii. Ana Crespo
Solana enfoca sus investigaciones en las formas de representación de los mercaderes fla-
mencos en la corte de Felipe V.
A partir de las primeras décadas que las islas Canarias iban a formar parte del en-
granaje atlántico, los habitantes de los Países Bajos, más concretamente los holandeses,
acudieron como mercaderes, y también como colonos al archipiélago canario. El interés,
dice Germán Santana Pérez, se vio reforzado con la extensión de un cultivo de alto ren-
dimiento en las islas, la caña de azúcar, y con los privilegios que la Corona española con-
cedió a Canarias para poder comerciar directamente con América, como una de las pocas
ventanas abiertas al estricto y restringido monopolio sevillano.
La independencia holandesa en la segunda mitad del xvi supuso un punto de inflexión
importante, pero no mermaron las apetencias de sus comerciantes. En el siglo xvii, con la
crisis del azúcar canario, la actividad holandesa no se paralizaría, sino todo lo contrario.
Coincidiría esta fase, la más importante de la presencia neerlandesa, con el gran asalto ho-
landés a los mercados americanos, africanos y asiáticos, y, a partir de 1648, con el final de
la guerra contra España. Junto con el comercio, los holandeses desplegarían otras activi-
dades en las islas como la de utilizar sus aguas en los enfrentamientos contra otras embar-
caciones extranjeras, la de usar estas islas como mercado de venta de sus presas, efectuar
pesquerías en la cercana costa de Berbería, y sobre todo emplearlas como punto de escala
para sus colonias atlánticas y asiáticas. Los comerciantes holandeses asentados en las islas
participan también modestamente en el comercio intrainsular. Representan como agentes
a casas comerciales en patria. No debemos olvidar que el primer consulado que se crea

– 18 –
Introducción

en las islas es el holandés en 1649 y que sus cónsules ejercerán una notable influencia en
el comercio. Durante el siglo xviii el protagonismo holandés fue languideciendo, acorde
con su menor presencia en general en la política internacional. Eso no fue impedimento
para que los holandeses siguiesen acudiendo a las islas a efectuar sus negocios.
Mercedes Gamero Rojas analiza en su artículo las actividades comerciales de mujeres
flamencas asentadas en Andalucía que demuestran una gran disposición a ocuparse de
ellas. Uno de los mejores ejemplos lo constituye doña Isabel María Van Hemert, hija de
un mercader holandés, natural de Haarlem, que llegó a Cádiz a fines del siglo xvii. En
la realidad a las flamencas las encontramos en el ámbito público, dirigiendo las empresas
familiares y estableciendo negocios por su propia cuenta. Los ejemplos estudiados dicen
igualmente que no solo las llevan a ello las necesidades familiares, sino la aptitud y la
actitud personal. Desde el momento de convertirse en casadas, como es el caso de Isabel
María van Hemert, las mujeres flamencas tenían sus propios negocios y ejercían activida-
des comerciales de manera muy parecida a la de miembros del sexo contrario de la misma
familia. En cuanto a la política matrimonial, las mujeres tampoco se comportaron de
manera muy distinta a los hombres comerciantes. Los matrimonios funcionaban como
una vía para el ascenso social o para la consolidación de lo ya logrado. Los múltiples
matrimonios que contraían los flamencos y flamencas con personas que no pertenecían
a la nación flamenca manifiestan el deseo de integración y ascenso social. Este deseo de
integración hace plantear el interrogante de si se producía un sentimiento de pertenencia
a una comunidad concreta o coexisten varios en una misma persona.
Desde el origen de su presencia en España, que remonta al siglo xiv, los mercaderes
neerlandeses lograron mantener un diálogo con la sociedad española y con el gobierno de
la Monarquía Hispánica. La estructura político-social de la España moderna demandaba,
o incluso imponía, la pertenencia de los mercaderes neerlandeses a una corporación pro-
pia, como la mayoría de los comerciantes extranjeros asentados en España. En su artículo
Ana Crespo Solana analiza la diversidad de herramientas de representación que las comu-
nidades neerlandesas en España tenían a su disposición en la época de Felipe V. Observa
que el establecimiento de consulados y la elección de cónsules siempre fue un hecho
sujeto a polémica en la mayor parte de las ciudades debido a que el cónsul oficial en mu-
chos casos no era el representante que deseaban los miembros de la comunidad a la que
supuestamente representaba. Cuando el cónsul electo por la Corona o por el gobierno del
país de origen no era de todo del agrado y la confianza de los miembros de la comunidad
extranjera, se nombraba al Juez conservador. A él se le pasaba buena parte de las funciones
y competencias del cónsul. Además, los mercaderes podían desarrollar alegaciones a los
poderes locales y nacionales en defensa de sus intereses comerciales y también presentar
memorias y proyectos mercantiles para conseguir privilegios. Estas acciones no se efectua-
ban exclusivamente en el marco de la comunidad nacional sino también en colaboración
con demás mercaderes o por propia iniciativa individual.

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Maurits Ebben, Raymond Fagel y René Vermeir

Un traductor holandés

Se puede considerar al traductor como el agente o intermediario entre culturas por


excelencia. Las traducciones han desempeñado siempre un papel esencial en la propaga-
ción del conocimiento entre los pueblos, regiones y culturas. La investigación histórica
de las traducciones nos revela qué es lo que una cultura, en un momento determina-
do, encuentra interesante en otra y cómo funciona, además, el proceso de interacción
y transmisión entre las mismas. El traductor tiene un papel esencial en este proceso de
interacción entre culturas, ya que las traducciones y adaptaciones de obras originales con-
tribuyen a la evolución de la visión al otro y, además, a sí mismo. En el caso particular de
las relaciones entre los Países Bajos y España en el siglo xvi y xvii es obvio que existían
claramente prejuicios mutuos y que había imágenes negativas en circulación y en cons-
tante evolución. Estos prejuicios eran visibles en la literatura neerlandesa, por ejemplo
en las obras inspiradas por la literatura picaresca española. Yolanda Rodríguez Pérez nos
advierte que el régimen de traducción en la Edad Moderna se caracterizaba por un grado
de libertad mucho mayor del que conocemos actualmente. Era habitual que el traductor
no se limitara a elaborar traducciones, sino que se elevara desde su posición de traductor
a la de autor original. G. de Bay, traductor holandés de obras de Cervantes, produjo de
manera independiente varias obras originales y utilizó elementos de la literatura española.
En este sentido se puede considerar a G. de Bay como agente o intermediario entre la
cultura hispánica y neerlandesa. Sin embargo no es propiciador de buenas relaciones entre
ambas culturas. En sus obras como El Perro del Duque de Alba y El Español de Ámsterdam
proyecta una visión de la Guerra de Flandes y recrea literariamente el pasado histórico
común de los Países Bajos y España. En ello utiliza elementos estereotípicos peyorativos
que ya tienen su lugar en la memoria colectiva, como la figura del duque de Alba, y los
presenta con libertad literaria para justificar la lucha contra el antiguo enemigo español y
para confirmar la identidad neerlandesa.
Como hemos dicho, en el contexto de las relaciones entre Flandes y España nos pare-
ció preciso ampliar el concepto que abarcaba el término agente. Consideramos ‘agente’ o
intermediario a toda persona que mantenía relaciones políticas, comerciales o familiares
con los mundos flamenco y español. Las 17 contribuciones ofrecen un amplio calidos-
copio de personas con diferentes ambiciones y de diferentes sentimientos de identidad.
Resalta, sin embargo, que la mayoría de los autores aborda temas relativos a la vida de la
corte, sobre todo la bruselense en la época de los archiduques. La profusa atención pres-
tada a las provincias leales se explica, lógicamente, por la más larga presencia histórica de
las autoridades españolas en los Países Bajos meridionales pero también por el carácter
especial de esta relación.
Desde inicios del siglo xx, la corte de los archiduques Alberto de Austria y la in-
fanta Isabel Clara Eugenia en Bruselas ha atraído la atención de un amplio número de
historiadores belgas, holandeses, españoles y anglosajones y el carácter particular de la

– 20 –
Introducción

independencia flamenca ha dado origen a una serie de interpretaciones, que oscilan entre
la dominación completa por España y el gobierno de Alberto e Isabel Clara Eugenia como
precursor de la independencia de Bélgica. Los intentos de Felipe iii de reincorporar los
Países Bajos en la Monarquía contrastaban con la manera en la que el archiduque impuso
su visión sobre las relaciones con las Provincias Unidas. Como consecuencia, las relaciones
entre Bruselas y Madrid durante la época archiducal fueron complicadas y continuaron
siéndolo, entre otras cosas, por la presencia del Ejército de Flandes, que dependía de Ma-
drid. La amplia red de canales oficiales y semioficiales que vinculaba ambos territorios no
solo en el período archiducal, sino también durante tiempos posteriores ofrece un terreno
de estudio de agentes por excelencia.
Además, los proyectos iniciados en Bélgica en torno a la conmemoración del IV cen-
tenario de los Archiduques en 1998 y la fundación del Instituto Universitario “La Corte
en Europa” (IULCE) en Madrid, bajo la dirección del profesor José Martínez Millán, han
dado un impulso incuestionable al estudio en este campo.
Por el enfoque de los estudios en las cortes de Madrid y Bruselas surge la idea de que
éstas fueron los centros de la articulación de las relaciones hispano-neerlandesas que vin-
culaban estos dos mundos de la Monarquía Hispánica. La existencia de una amplia red de
oficiales era imprescindible para la continuación de la unión política de los dos territorios.
Sin embargo, la existencia de redes de agentes semioficiales e informales era como míni-
mo de la misma importancia que los contactos oficiales. Parece que las personas flamencas
que se identificaban con el servicio al rey y expresaron su incuestionable lealtad y afición
al monarca, pero sin perder de vista el escenario propio flamenco, aunaron las capacidades
para ser los mediadores más convincentes. La voluntad de establecerse temporalmente
en Madrid demostraba la intención de desmarcarse de la especificidad de su comunidad
política originaria y brindó la oportunidad de establecer relaciones personales sólidas en
la corte real, indispensables para sus ambiciones. Al igual que los flamencos hispanizados
dotados con una capacidad de adaptación a las circunstancias del momento, los españoles
con experiencia en Flandes desempeñaban un papel importante en la articulación de las
relaciones políticas hispano-neerlandesas. Por lo general, no sabemos hasta qué grado es-
tos flamencos se identificaban con la Monarquía Hispánica y fomentaron un sentimiento
de pertenencia a ella. Pero queda claro que la presencia española dejó su rastro en varios
sectores de la sociedad de los Países Bajos meridionales y los agentes, cada uno a su mane-
ra, contribuían a su continuación.
Contrariamente a los encuentros anteriores, en los que las relaciones económicas ha-
bían sido uno de los temas más discutidos, en este congreso hubo solamente tres trabajos
al respecto. No obstante, estos ponen de relieve que los territorios neerlandeses y españo-
les estaban vinculados por contactos económicos vitales en la Edad Moderna. Hay que
recalcar que en estas tres contribuciones se presta amplia atención a las actividades co-
merciales de holandeses transeúntes o residentes en España. El mundo económico es, por
lo visto, el ámbito en el que los holandeses empeñaban un papel que merece la atención

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Maurits Ebben, Raymond Fagel y René Vermeir

del investigador actual. Los mercaderes, hombres y mujeres, y cónsules neerlandeses eran
actores importantes en el intercambio comercial hispano-español. Llama la atención la
disposición a la integración social en la sociedad española por parte de los comerciantes
afincados en Andalucía y que la identificación con la comunidad de su nación dependía
del oportunismo comercial y social.
En cuanto al mundo militar comprobamos que solo un estudio refleja el antiguo inte-
rés en los temas castrenses, aunque el autor lo trata desde un punto de vista más moderno
e innovador. Es de todos conocido que el mundo hispánico y neerlandés tenían vínculos
artísticos tradicionalmente muy estrechos. Sobran los ejemplos de pintores, escritores,
impresores y más personas activos en las áreas de las artes que dejaron su huella en la vida
cultural tanto en España como en los Países Bajos. En el presente libro este fuerte lazo está
numéricamente mal representado, pero esta laguna queda ampliamente compensada por
la excelente calidad del artículo al respecto.
Finalmente, queremos mostrar nuestro más sincero reconocimiento a los patrocina-
dores públicos por proporcionarnos los medios para completar la financiación del pre-
supuesto de los gastos del encuentro. En particular, es indispensable nombrar la ayuda
financiera y el interés prestado por NWO y FWO, el Instituto de Historia de la Univer-
sidad de Leiden, la Embajada de los Países Bajos en Bruselas, y sobre todo de la Facultad
de Letras y Filosofía de la Universidad de Gante que nos acogió con gran hospitalidad en
uno de sus más bellos edificios en el casco histórico de la ciudad de Gante, nada menos
que a unos metros del lugar donde nació en 1500 Carlos V, en cuya mano se unirían por
vez primera los Países Bajos y los reinos hispánicos. Nuestro reconocimiento se extiende
también al profesor José Manuel de Bernardo Ares por su desinteresada labor sin la cual
estas actas nunca habrían visto la luz. Agradecemos a los ponentes, los presidentes de las
sesiones del coloquio, a los oyentes que asistieron a este encuentro y a los demás que han
contribuido a hacer del congreso un gran éxito.

Maurits Ebben
Raymond Fagel
René Vermeir

– 22 –
Comité Científico

Prof. dr. José Manuel de Bernardo Ares


Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Córdoba, España

Prof. dr. Wim Blockmans


Catedrático emérito de Historia Medieval de la Universidad de Leiden, Países Bajos.
Director del Institute for Advanced Study in the Humanities and Social Sciences, Was-
senaar, Países Bajos.

Prof. dr. José Martínez Millán,


Catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid, España.
Director del Instituto Universitario “La Corte en Europa” (IULCE) Madrid.

Profa. dra. Nicolette Mout,


Catedrática emérita de Historia Moderna de la Universidad de Leiden, Países Bajos.

Prof. dr. Hugo De Schepper,


Catedrático emérito de Historia Moderna de la Universidad Radboud de Nimega.

Coloquios Hispano-Neerlandeses (-Belgas) 1984-2007

I Coloquio (Leiden) Mayo de 1984


II Coloquio (Segovia) Mayo de 1986
III Coloquio (Nimega) Noviembre de 1988
IV Coloquio (Ávila) Noviembre de 1991
V Coloquio (Leiden) Noviembre de 1993
VI Coloquio (Barcelona) Noviembre de 1995
VII Coloquio (Madrid) Septiembre/Octubre de 2002
VIII Coloquio (Gante) Septiembre de 2007

– 23 –
Maurits Ebben, Raymond Fagel y René Vermeir

– 24 –
Les secrétaires particuliers des gouverneurs
généraux des Pays-Bas sous Philippe II :
aux origines de la Secrétairerie d’État et de Guerre?
Julie Versele

Introduction

Le gouverneur général des Pays-Bas est le ministre chargé de la gestion des Pays-Bas
durant les absences du souverain1. Une de ses principales obligations est d’entretenir une
correspondance permanente avec la métropole, afin de tenir le roi informé de ce qui con-
cerne l’administration de ces territoires de la monarchie. Pour ce faire, le gouverneur dis-
pose, à Bruxelles, d’une série de fonctionnaires locaux, compétents et payés sur le budget
de Flandes. Ils rédigent des lettres en français, adressées au roi ou à ses secrétaires commis
aux affaires de ces provinces. Ces missives transitent par les ministres autochtones, leur
teneur est communiquée aux conseillers qui assistent le gouverneur dans sa fonction, tels
que les membres des conseils collatéraux établis à ses côtés: les conseils d’Etat, Privé et des
Finances2.
En endossant sa nouvelle fonction, le gouverneur n’en demeure pas moins un membre
de la cour, de la noblesse voire de la famille royale, et garde à ce titre des affaires personne-
lles qu’il lui convient de régler par le biais d’une correspondance dite privée, personnelle
ou intime, qu’il rédige lui-même ou qu’il confie à un secrétaire qui lui est personnelle-
ment attaché. Ce secrétaire n’est donc pas associé à la fonction du gouverneur mais à
sa personne, il n’est pas un fonctionnaire de la monarchie mais un domestique. Cette
correspondance intime n’a aucune raison de transiter par les ministres ou fonctionnaires
locaux, elle est la propriété du gouverneur et ne regarde que lui, indépendamment de sa

1
Au sujet de la charge du gouverneur général des Pays-Bas, voyez l’article de H. De Schepper et R. Ver-
meir “Gouverneur-général, 1522-1794”, dans E. Aerts, M. Baelde, H. Coppens, H. De Schepper, H. Soly,
A.K.L. Thijs et K. Van Honacker (éds.), Les institutions du gouvernement central des Pays-Bas habsbourgeois
(1482-1795), 2 vol., Bruxelles, 1995 (traduit du néerlandais par C. de Moreau de Gerbehaye), pp. 187-208 et
pour le xviie siècle, voyez R. Vermeir, “En el centro de la periferia: los gobernadores generales en Flandes,
1621-1648”, dans A. Crespo Solana et M. Herrero Sánchez (éds.), España y las 17 provincias de los Países Bajos.
Una revisión historiográfica (XVI-XVIII), Cordoue, 2002, t. 1, pp. 387-402.
2
Au sujet de la correspondance des gouverneurs généraux, voyez notamment J. Lefèvre “La correspondance
des Gouverneurs généraux de l’époque espagnole”, dans Archives, Bibliothèques et Musées de Belgique, 21
(1950), pp. 20-55; C. Henin, La Charge d’audiencier dans les anciens Pays-Bas (1413-1744), Bruxelles, 2001, pp.
43-44 et J. Houssiau, Les secrétaires du Conseil privé sous Charles Quint et Philippe II (c. 1531-c. 1567), Bruxelles,
1998, pp. 105-215 .

– 25 –
Julie Versele

charge. Elle est donc rédigée dans la langue qui lui est la plus familière, ou qui convient
le mieux à son destinataire3.
C’est ainsi que Marguerite de Parme, gouvernante générale des Pays-Bas depuis le 7
août 15594, entretient une correspondance personnelle, souvent écrite en italien, avec ses
connaissances ou ses parents, parmi lesquels figure bien entendu son demi-frère, Philip-
pe II. Elle y traite des affaires familiales, de Parme, de Plaisance ou des intérêts de son fils,
le jeune Alexandre Farnèse, qui vit à la cour du roi. Ces lettres sont tantôt autographes,
tantôt confiées à la plume de son secrétaire personnel, Tomas de Armenteros5.
Marguerite initie un gouvernorat relativement calme, en s’appuyant adroitement sur
des personnalités de la noblesse locale, avec tact et discernement. Mais la présence du car-
dinal de Granvelle, son influence manifeste auprès de la gouvernante et son impopularité
croissante dans l’esprit des seigneurs, ainsi que l’intransigeance religieuse exigée par le
jeune roi mettent rapidement un terme à cette paix apparente. Les esprits s’échauffent, la
colère gronde et la gouvernante commence à se méfier des ministres natifs des provinces.
Ainsi, le 14 juin 1562, Marguerite signe la première lettre autographe destinée à son frère
qui contient des informations concernant l’administration des Pays-Bas. Cette lettre est
rédigée en italien et dépêchée comme s’il s’agissait d’une missive personnelle, mais elle y
relate les détails de ses entrevues avec les seigneurs et n’y camoufle ni son désarroi, ni son
irritation6. Cette lettre est la première d’une longue série.
En effet, loin de s’apaiser, la situation dans les provinces empire chaque jour et les gou-
verneurs généraux qui succèdent à Marguerite de Parme usent de plus en plus régulière-
ment de cette correspondance parallèle pour avertir la métropole des événements délicats.
A tel point que cette correspondance, officieusement politique et désormais rédigée en
espagnol - les successeurs de la duchesse de Parme sont pratiquement tous hispanopho-
nes – finit par supplanter la correspondance officiellement politique, rédigée en français,
contredisant parfois radicalement les propos tenus dans l’autre7.
Puisque les éléments cruciaux sont désormais confiés à la correspondance intime du
gouverneur, il est évident et inévitable que son secrétaire particulier gagne en importance
– voire en influence. Dans le secret des dieux, il a le pouvoir de mettre en forme, de rédi-
ger, de choisir les formules ou les termes adéquats pour exprimer les idées ou formuler les
requêtes de son patron. C’est un pouvoir qui n’est pas négligeable. Il devient également

3
Au sujet de l’emploi des langues et de leur enjeu politique dans les relations entre la Péninsule et les Pays-Bas
sous Philippe II, voyez le récent et très intéressant travail de M.A. Wolfgang Alt, Sprache und Macht. Das
Spanische in den Niederlanden unter Philipp II. bis zur Eroberung Antwerpens (1555-1585), Trèves, 2005.
4
Voyez ses lettres patentes dans Archivo General de Simancas (désormais AGS), Secretarías Provinciales
(désormais SP), 2561, f. 332 et AGS, Estado (désormais E), 518, f. s.n°.
5
L.-P. Gachard (éd.), Correspondance de Marguerite d’Autriche, duchesse de Parme, avec Philippe II, 1559-1565, 3
vol., Bruxelles, 1867-1881; J.S. Theissen et H.A. Enno Van Gelder (éds.), Correspondance française de Margue-
rite d’Autriche, duchesse de Parme, avec Philippe II, 3 vol., Utrecht, 1925-1942, et L.-P. Gachard (éd.), Corres-
pondance de Philippe II sur les affaires des Pays-Bas, 1558-1577, 5 vol., Bruxelles, 1849-1879.
6
AGS, E, 521, f. 11: 14 pages autographes, résumées en points par Gonzalo Pérez dans AGS, E, 521, f. 99. Voyez
aussi le résumé traduit de cette lettre dans Correspondance de Philippe II, t. 1, p. 202.
7
Correspondance de Philippe II, t. I, p. CLXI.

– 26 –
Les secrétaires particulieres des gouverneurs généraux des Pays-Bas sous Philippe II

la personne de confiance du gouverneur, son auxiliaire privé et dévoué, mais aussi un


enjeu pour le monde courtisan de la métropole puisqu’il personnifie le principal canal de
communication entre le roi, le monde de la cour et le gouverneur.
On a donc souvent trouvé dans la personne de ce secrétaire – et dans le besoin de con-
trôler son influence – l’origine de l’institution de la Secrétairerie d’Etat et de Guerre à la
fin du règne de Philippe II. Dès 1592 ou 1594, le secrétaire d’Etat et de Guerre, choisi par
le roi, nommé par le roi et payé sur le budget métropolitain écarte le secrétaire particulier
des affaires politiques. En se voyant chargé des questions militaires et/ou financières des
Pays-Bas, ainsi que de la fameuse correspondance secrète (officieusement politique ou
espagnole), le secrétaire d’Etat et de Guerre renvoie le secrétaire particulier aux affaires
réellement personnelles du gouverneur8. Un fonctionnaire officiellement nommé par la
couronne, dépendant de la couronne et donc contrôlable par la couronne serait la réponse
réfléchie à une situation bancale; la nécessité de remplacer un domestique par une insti-
tution.
Il est certain que les institutions de la monarchie sont la réponse, parfois tardive, à
des problèmes ponctuels accumulés, la fixation d’une situation de fait ou la volonté de
mettre un terme à cette dernière. Mais si cette évolution semble logique, elle n’est pas
toujours aussi linéaire qu’il y paraît à première vue. Pour pouvoir s’assurer de l’existence
d’une filiation entre le secrétaire particulier du gouverneur général et le secrétaire d’Etat
et de Guerre, il convient d’examiner les éléments suivants: quel pouvoir ont exercé les
secrétaires particuliers? La monarchie a-t-elle cherché des alternatives à cette situation? Et
enfin, à quoi ce cheminement – ce dialogue – a-t-il effectivement ou concrètement mené,
à la fin du règne de Philippe II?

Tomas de Armenteros

Tomas de Armenteros officie comme secrétaire de la duchesse de Parme depuis 1538.


Né dans le duché de Brabant mais de père espagnol et marié à une italienne, il maîtrise les
langues pratiquées dans le pays comme dans l’entourage du roi et de la duchesse; il a déjà
fait ses armes auprès de puissants ministres de Charles Quint, et pourrait être (?) le neveu
de Gonzalo Pérez, secrétaire alors très présent aux côtés de Philippe II9. Son frère, Alonso,
se met également au service de la duchesse, et même s’il est difficile de dire si c’est le roi
ou la duchesse qui le désigne à cette fonction, en cette fin d’interrègne, il est l’homme
idéal requis par la monarchie: suffisamment expérimenté et compétent pour seconder
8
Voyez surtout l’ouvrage qui a inspiré la littérature la plus récente: J. Lefèvre, La secrétairerie d’État et de Gue-
rre sous le régime espagnol (1594-1711), Bruxelles, 1934; s’en sont notamment inspirés M. Soenen, Institutions
centrales des Pays-Bas sous l’Ancien Régime, Bruxelles, 1995, pp. 296-299 et P. Lenders, dans Les institutions du
gouvernement central, pp. 383-392 (et p. 393 pour la bibliographie plus ancienne).
9
Au sujet de Tomas de Armenteros, je vous renvoie bien entendu à l’article de Sebastiaan Derks, très com-
plet et fort bien documenté, édité dans ce même volume, ainsi qu’à la Correspondance de Philippe II, t. I, p.
CXCVIII-CXCIX et P. Poullet et C. Piot (éds.), Correspondance du Cardinal de Granvelle, 12 vol., Bruxelles,
1877-1896, t. 1, p. 26; t. 3, p. 639.

– 27 –
Julie Versele

la duchesse dans les provinces, suffisamment attaché à la couronne et connu de la cour


pour en demeurer le serviteur et le correspondant fidèles. Très vite, Armenteros devient le
premier secrétaire de Marguerite de Parme, secondé dans sa tâche par divers subalternes10.
Les chroniqueurs font de Tomas de Armenteros un personnage obscur, avide de biens
et de pouvoir, ayant joué un rôle déterminant dans les affaires des Pays-Bas; un agent dou-
ble ou triple, tantôt au service du roi, tantôt de la duchesse, tantôt des grands seigneurs de
la noblesse locale11. C’est un portrait qu’il faut nuancer.
En effet, les premiers courriers adressés par Armenteros à la cour traitent essentielle-
ment des intérêts de la duchesse et de questions pratiques. Lorsque Marguerite adresse sa
première missive privée traitant d’affaires politiques au roi, elle le fait de sa propre main,
en italien. Puis elle en confie à son secrétaire, sans doute plus fréquemment qu’auparavant,
mais la plupart de ses lettres restent autographes, et certainement celles destinées à Phi-
lippe II.
Il est vrai qu’Armenteros signe lui-même des missives destinées au roi ou aux ministres
de la cour, mais certaines le sont explicitement à l’instigation de la duchesse, comportent
toujours des éléments d’ordre privé et renvoient souvent “a lo de franzes” pour ce qui est
de l’administration des Pays-Bas. D’autres lettres d’Armenteros sont destinées au secrétai-
re du roi, mais les échanges épistolaires entre secrétaires sont une pratique très courante
à l’époque et Armenteros n’y dévoile rien qui semble avoir été dissimulé à la duchesse
– au sujet de laquelle il ne tarit d’ailleurs pas d’éloges12. Quant à ses réels courriers pri-
vés, rappelons qu’Armenteros connaît personnellement de nombreux fonctionnaires de
la péninsule, qui viennent de quitter les provinces et qui y conservent des intérêts ou des
biens personnels à gérer13.
Le fait qu’Armenteros écrive en son nom à divers membres de la cour ne signifie donc
pas qu’il en soit, comme on a pu le dire un informateur travaillant à l’insu de la duchesse,
dans le but de contrôler ses activités.
Armenteros est aussi fort réputé pour sa cupidité, qui lui vaut le surnom d’Argenterios14.
Comme bon nombre de ses successeurs – et comme bon nombre de fonctionnaires royaux–
Armenteros est attiré par l’argent, mais inimitiés et mauvaise presse vont souvent de pair
et Armenteros s’est attiré la haine des très volubiles partisans du cardinal de Granvelle15.

10
J. Lefèvre, La secrétairerie d’Etat et de guerre, p. 45.
11
Notamment G. Parker, The Dutch Revolt, Londres, 1977, pp. 44-45; L.-P. Gachard, dans son introduction à
la Correspondance de Philippe II, t. 1, p. CXCIX et J. Lefèvre, La secrétairerie d’Etat et de Guerre, p. 15.
12
Voyez notamment sa lettre autographe à Gonzalo Pérez du 7 février 1561 dans AGS, E, 521, f. 86 ou ses lettres
publiées dans la Correspondance de Philippe II, t. 1, p. 187, p. 354, pp. 364-365: à Pérez 23 juillet 1565 ou au roi
du 13 janvier 1566 et le 12 juillet 1566, p. 430: “il informe le roi, par ordre de la duchesse …”.
13
Des biens ou des bonnes adresses ! Voyez par exemple: AGS, E, 521, f. 86: Armenteros à Gonzalo Pérez, au-
tographe, 7 février 1561: “Las botas dize el maestro que seran a prueva sin duda y que sin medida las azertara
porque ha hecho otras a vuestra merced. Si salieren vales se embiaran quantas vuestra merced mandare…”
14
Correspondance de Philippe II, t. 2, p. XLII-XLIII.
15
Voyez essentiellement le volume 1 de la Correspondance du cardinal de Granvelle, et A. Wauters (éd.), Mé-
moires de Viglius et d’Hopperus sur le commencement des troubles des Pays-Bas, Bruxelles – La Haye, 1858, pp.
71-72.

– 28 –
Les secrétaires particulieres des gouverneurs généraux des Pays-Bas sous Philippe II

Au début du mandat de Marguerite de Parme, Armenteros collabore ponctuellement


avec Granvelle, qui conseille et guide la duchesse dans l’administration des provinces.
Cette cohabitation provoque des heurts mais la haine viscérale qu’évoquent les chroni-
ques date de la mission confiée par la duchesse à son secrétaire, au mois d’août 156316.
Contrainte ou forcée par l’opposition des seigneurs, Marguerite de Parme se résout à de-
mander le rappel de Granvelle et, pour ce faire, dépêche son secrétaire auprès du roi17.
Armenteros obtient gain de cause mais il serait totalement ingénu (!) de croire que c’est à
ce seul secrétaire que l’on doit le rappel du cardinal18. C’est pourtant ainsi qu’Armenteros
est perçu par la noblesse locale, à son retour dans les provinces19. Lamoral d’Egmont et
Guillaume d’Orange portent son fils sur les fonts baptismaux en 1565, ce qui prouve
l’immense reconnaissance des seigneurs à son égard20. Ces derniers continuent à voir en
lui un allié et lui adressent personnellement certaines requêtes, mais Armenteros ne sem-
ble pas avoir cherché à doubler la duchesse dans ses rapports avec eux21.
De la même manière qu’il s’attire la sympathie de la noblesse locale, Armenteros ré-
colte la haine acharnée des partisans de Granvelle, qui l’accusent du rappel du cardinal et
qui le voient évoluer auprès de la duchesse en lieu et place de leur patron. Ces partisans
de Granvelle sont extrêmement prolixes et ont laissé une littérature insondable dans nos
archives, ce qui peut avoir eu un effet sur le discours historien.
Tout ceci fait d’Armenteros un personnage ambivalent, difficile à cerner et sujet à
toutes sortes de commentaires, parfois peu fondés. Ambitieux, opportuniste, d’autant
plus vaniteux qu’on lui attribue le retrait de Granvelle, probablement remercié par l’une
ou l’autre gratification pécuniaire et certainement très proche de la duchesse, qui se re-
trouve assez seule après le rappel de Granvelle, Tomas de Armenteros a marqué les esprits
de son temps, et peut-être plus encore ceux des historiens de la Révolte. Il est le secrétaire

16
En octobre 1562, Granvelle assure qu’aucun “criado” de la duchesse n’occupe une place inopportune dans les
affaires des Flandes; les langues des partisans de Granvelle – dont le très loquace Morillon – se délient dès 1565
et Granvelle incrimine ouvertement le secrétaire de corruption dans une lettre de 1576. Voyez respectivement:
AGS, E, 522, f. 31-31 bis (Granvelle à Gonzalo Pérez, 12 octobre 1562); Correspondance du cardinal, t. 1, p. 176
(Morillon à Granvelle, 9 décembre 1565), p. 262, 275, 291, 317, 330 etc. (Viglius à Granvelle 1565-1566) et enfin
Correspondance de Philippe II, t. 4, p. 3 (Granvelle au roi, 23 mars 1576).
17
M. Van Durme, “Les Granvelle au service des Habsbourg”, dans K. De Jonge et G. Janssens (éds.), Les
Granvelle et les anciens Pays-Bas. Liber doctori Mauricio Van Durme dedicatus, Louvain, 2000, pp. 11-82 (p. 30)
et A. Cauchie et L. Van der Essen, Inventaire des archives farnésiennes de Naples au point de vue de l’histoire des
Pays-Bas catholiques, Bruxelles, 1911, p. CXVI et suivantes.
18
Voyez principalement: L.-P. Gachard, “Le Cardinal de Granvelle quitta-t-il spontanément les Pays-Bas en
1564? Ou sa retraite fut-elle l’effet des ordres de Philippe II?”, Bulletin de la Commission Royale d’Histoire,
xii, 4, (1845), 34 p.; M.J. Rodríguez Salgado, “King, Bishop, Prawn? Philipp II and Granvelle in the 1550s
and 1560s”, dans Les Granvelle et les anciens Pays-Bas, pp. 105-134 (et plus particulièrement les pp. 115-119); F.
Postma, “Granvelle, Viglius en de adel (1555-1567)”, dans Les Granvelle et les anciens Pays-Bas, pp. 157-176 (pp.
157-158) et C.J. de Carlos Morales, “El poder de los secretarios reales: Francisco de Eraso”, dans J. Martínez
Millán (éd.), La Corte de Felipe II, Madrid, 1994, pp. 107-148 (p. 140).
19
Et pas uniquement par les seigneurs de la noblesse locale; dès après cette mission, on se met à le considérer
comme un véritable “enjeu” courtisan. Voyez notamment ce qu’il en écrit à Figueroa au mois d’avril 1565 dans
la Correspondance de Philippe II, t. 1, p. 346.
20
Correspondance du cardinal de Granvelle, t. 1, p. 176: Morillon à Granvelle, 9 décembre 1565.
21
Voyez notamment sa lettre à Gonzalo Pérez, du 5 mai 1566, Correspondance de Philippe II, t. 1, p. 414.

– 29 –
Julie Versele

de la duchesse, désigné par la couronne ou choisi par l’intéressée pour la seconder, dans
le secret de ses affaires intimes, durant son séjour aux Pays-Bas; à ce titre, il rédige voire
signe diverses missives et participe aux activités quotidiennes de la gouvernante. On peut
donc très légitimement le qualifier de son bras droit, et il jouit certainement d’un pou-
voir d’influence, qu’il est difficile de mesurer. Mais rien n’en fait un agent double, tantôt
au service du roi, tantôt de la duchesse, tantôt des grands seigneurs, ni celui qui tire les
ficelles du gouvernement des provinces. Armenteros quitte d’ailleurs les Pays-Bas dans le
sillage de la duchesse, au mois de décembre 156722.

Juan de Albornoz

Contrairement à Armenteros, le secrétaire particulier du duc d’Albe est déjà claire-


ment au service de ce dernier avant l’envoi du duc à Bruxelles. En effet, Juan de Albornoz
apparaît dans les archives d’Albe en 1562, il sert le duc comme secrétaire dès 1564 et com-
me secrétaire particulier dès l’année suivante23. En 1567, à Madrid, durant les négociations
qui décident l’envoi du duc aux Pays-Bas, Albornoz s’attire la sympathie de Gabriel de
Zayas, le secrétaire d’Etat bientôt en charge des affaires “del Norte”, et fait la connaissance
de Juan de Vargas et de Louis del Río, destinés à prendre part au voyage du duc24. Il con-
naît également la famille d’Albe, entretient des rapports cordiaux avec la duchesse et très
corrects avec don Fadrique, leur fils aîné.
Albornoz prend donc naturellement le départ aux côtés du duc d’Albe et, puisque le
duc est envoyé à Bruxelles en tant que “Capitán general en nuestros Estados en Flandes”25,
il s’occupe d’emblée d’une bonne partie de l’administration des troupes espagnoles. Les
circonstances, probablement prévues, de la démission de la duchesse de Parme, permet-
tent au duc d’Albe d’endosser les fonctions du gouverneur général. Il est donc à son tour
tenu d’informer la métropole de ce qui advient dans les provinces. Face à l’aggravation de
la situation, Albe utilise de plus en plus souvent la correspondance parallèle, officieuse,
désormais rédigée en espagnol, et souvent confiée à son secrétaire particulier. A tel point
que cette correspondance surpasse celle rédigée en français; même le roi se sert plus vo-
lontiers de cette voie parallèle – parfois à la demande expresse du duc26. En cette période
de troubles, on multiplie les chiffres et on cherche à tout prix à éviter les fuites. Pour ne
pas éveiller la méfiance des ministres indigènes, on rédige des lettres officielles creuses,
22
Voyez à nouveau l’article de Sebastiaan Derks, dans ce même volume et G.-H. Dumont, Marguerite de
Parme, bâtarde de Charles Quint (1522-1586), Bruxelles, 1999, p. 309.
23
A. Huisman, Serviele secretaris of kleurrijke klerk? Een studie naar de politieke invloed van Juan de Albornoz,
privé-secretaris van de derde Hertog van Alva, tijdens diens verblijf in de Nederlanden (1567-1573), Leiden (mé-
moire inédit Université de Leiden), 1990, pp. 25-27.
24
J.A. Escudero, Felipe II: el rey en el despacho, Madrid, 2002, pp. 181-182; J. Versele, Louis del Río (1537-1578).
Reflets d’une période troublée, Bruxelles, 2004, p. 28 et J. Versele, “Vargas, Juan”, dans Nouvelle Biographie
Nationale, t. 7, Bruxelles, 2003, pp. 375-377.
25
Instituto Valencia de Don Juan (désormais IVDJ), 6A, ff. 263-265: minute inédite d’instruction au duc
d’Albe.
26
J. Lefèvre, La secrétairerie d’Etat et de Guerre, pp. 17-18 et p. 37.

– 30 –
Les secrétaires particulieres des gouverneurs généraux des Pays-Bas sous Philippe II

vidées de tout élément important, qui contredisent parfois les informations révélées dans
les lettres secrètes27. Ces façons de faire compliquent à ce point les correspondances qu’il
arrive que le duc écrive en espagnol à un ministre du roi pour lui dire ce qu’il convient de
conseiller au roi de faire écrire en français afin de ne pas froisser le personnel administratif
local …28
Albornoz écrit donc au roi, à la demande d’Albe, et à Gabriel de Zayas, désormais
chargé des affaires de Flandes. Le ton des lettres adressées au secrétaire est cordial, leur
rencontre l’avait été et Zayas soutient très ostensiblement Albe à Madrid. A Bruxelles,
Albornoz retrouve aussi Juan de Vargas et Louis del Río, qui dominent les activités du
conseil des Troubles et avec lesquels il parle l’espagnol. On prétend également qu’il prend
part au conseil de Guerre, et il est un des seuls à côtoyer le duc quotidiennement. Bref,
pour les membres des institutions locales, Albornoz occupe une position qui n’est pas
celle d’un secrétaire.
Il est vrai que le duc se méfie des ministres autochtones, s’en remettant plus volontiers
à ses collaborateurs espagnols – entendez étrangers, pour les natifs des Pays-Bas – qu’à
ceux que sa charge lui attribue à Bruxelles. Albornoz connaît don Fadrique, del Río et
Vargas depuis plusieurs mois, voire plusieurs années, il parle avec eux une langue incom-
préhensible pour une majorité des fonctionnaires locaux et on sait que del Río comme
Vargas s’occupent d’affaires importantes au sein du conseil des Troubles, de procédu-
res peu légales menées dans un secret jalousement gardé. Albornoz est probablement au
courant de certaines activités du conseil des Troubles mais il ne prend jamais part à ses
séances, et si Albe lui confère un petit rôle dans l’arrestation des comtes d’Egmont et de
Hornes, ce n’est pas à l’initiative du secrétaire29. Albe le charge aussi des éléments prati-
ques de la gestion militaire et de certaines négociations concernant les nouveaux impôts30.
On voit également le secrétaire assister aux réunions des militaires castillans – erronément
appelées conseil de Guerre – très logiquement, en tant que secrétaire du Capitaine général
de l’armée espagnole en Flandes31.
Ecartés des débats, les ministres locaux ne peuvent que voir dans la complicité
d’Albornoz avec les ministres du duc un abus de pouvoir intolérable. Albe s’entoure de
ses fidèles, dédaigne la noblesse locale et gratifie son secrétaire de nombreuses rétributions
pécuniaires. Personne n’est dupe des lettres françaises qui parviennent à Bruxelles, bien
moins nombreuses que celles qui atterrissent sur le bureau du secrétaire et on s’adresse
souvent à Albornoz pour qu’il introduise une requête au duc, qui devient chaque jour

27
Voyez les lettres “por via de Hopperus” (par exemple AGS, E 553, f. 54: Philippe II à Albe, 14 juillet 1572) et
au sujet des différents chiffres, les f. 43 et 50 du même legajo.
28
Notamment Correspondance de Philippe II, t. 2, p. 223: Albe à don Antonio de Tolède, 15 janvier 1573 et pp.
342-343: Albe au roi, 16 avril 1573.
29
Correspondance de Philippe II, t.1, p. 574.
30
A. Huisman, Serviele secretaris of kleurrijke klerk, pp. 35-47 et pp. 60-61.
31
Et à ce titre chargé de correspondre avec les veedores, contadores et pagadores de cette armée. Morillon utilise
l’expression “conseil de Guerre” dans sa lettre à Granvelle du 9 juin 1572 (Correspondance du cardinal de
Granvelle, t. 4, p. 252) mais c’est une institution qui n’existe pas en tant que telle.

– 31 –
Julie Versele

plus difficile à atteindre32. Il ne faut toutefois pas en conclure que Juan de Albornoz jouit
d’un réel pouvoir sur les affaires des Pays-Bas – ce serait mal connaître Albe. Albornoz
est le domestique du duc, son fidèle secrétaire, celui qui l’assiste au quotidien; il le restera
d’ailleurs jusqu’à sa mort, des années après le retour du duc en Castille33. Albe l’apprécie,
comme il apprécie sa fidélité, et lui accorde une confiance telle qu’il lui délègue les aspects
les plus pratiques de sa charge; lui demandant même de signer en son nom lorsque la
goutte l’en empêche34. Mais jamais Albornoz n’endosse le rôle d’un ministre et jamais il
ne prend part aux séances du conseil des Troubles. Albornoz fait partie de la famille, de
la fratrie du duc d’Albe, ce qui suffit à la mémoire collective pour en faire un personnage
scabreux, assoiffé de pouvoir et de sang.
Le fait que cette correspondance officieuse, parallèle, surpasse l’officielle mais reste
confiée à un secrétaire qui n’est pas un fonctionnaire du roi est périlleux pour la monar-
chie. Ce domestique est en effet attaché à la personne, à la famille et donc aux intérêts
du gouverneur, qui ne concordent peut-être pas avec ceux du roi. Philippe II commence
donc à envisager une alternative, comme le prouvent les minutes des instructions desti-
nées au duc de Medinaceli, rédigées le 11 novembre 1571 à Madrid, largement raturées et
apostillées par le roi. Philippe II, fidèle à lui-même, y cherche la formule pour justifier
la désignation d’un de ses secrétaires pour la correspondance espagnole du gouverneur,
“paresçiendome que para la auctoridad de los propios negocios y aun para la vuestra era
esto lo que convenia y que pues lo de françes y flamenco se haze y despacha por secreta-
rios mios de aquella naçion, era muy bien se hiziesse lo mismo en lo del castellano”35. Le
roi conclut cette minute en admettant ne pas s’être résolu dans le choix de la personne à
nommer à ce poste, et Medinaceli – qui n’eut jamais l’occasion d’officier en tant que gou-
verneur général des Pays-Bas – arrive à Bruxelles en compagnie d’un secrétaire particulier

32
Voyez notamment ces exemples choisis de façon un peu aléatoire mais assez représentatifs du courrier traité
par Albornoz, archivés au Palacio de Liria: Archivo de los Duques de Alba (désormais AA), 26, f. 40: lettre
anonyme et non datée, adressée à Albornoz et accompagnant une lettre au duc, on demande au secrétaire
de brûler la lettre destinée au duc s’il ne la juge pas convenable; f. 48: Aguilon lui écrit au sujet de l’envoi de
citrons, oranges et grenades pour le duc; AA, 27, ff. 29-37: Albornoz traite des affaires du duc, toujours pen-
dantes à la chancellerie de Valladolid; AA, 28, f. 156-165: correspondance d’Albe et d’Albornoz avec Aremberg
au sujet des troupes; AA, 32, f. 86-92: idem avec Arschot; AA, 71, f. 6-passim: nombreuses lettres d’Albornoz
à Zayas; AA, 167, f. 4-passim: lettres d’Albe et d’Albornoz à divers seigneurs et personnalités natives des
provinces: les lettres de l’un font souvent référence à celles de l’autre, prouvant l’existence normale d’une
double correspondance, certaines affaires plus pratiques sont traitées par le seul secrétaire, il lui arrive aussi
de résumer une lettre pour le duc, etc.
33
A. Huisman, Serviele secretaris of kleurrijke klerk, p. 27.
34
Voyez par exemple ses lettres à Juan de Zúñiga dans IVDJ, 6A, f. 293-359 (1569-1570).
35
AGS, E, 553, Minute de Philippe II à Medinaceli, 11 novembre 1571: “aqui se os dixo de mi parte como yo
tenia intençion [apostille Felipe II: de dar alguna orden en los secretos que ubiesedes de despachar] que los
negocios de estado y guerra que se huvieren de tractar y escrivir en lengua castellana [barré par Philippe II:
las despachassedes por alguno de tres secretarios mios españoles que residen y estan casados en Flandes],
paresçiendome que para la auctoridad de los propios negocios y aun para la vuestra era esto lo que convenia
y que pues lo de françes y flamenco se haze y despacha por secretarios mios de aquella naçion, era muy bien
se hiziesse lo mismo en lo del castellano…”.

– 32 –
Les secrétaires particulieres des gouverneurs généraux des Pays-Bas sous Philippe II

d’origine italienne36. Il y a néanmoins ici un précédant qu’il convient de relever, et qui


prouve que la question ne laisse pas Philippe II indifférent37.
Albe est rappelé à Madrid de façon assez brutale, victime du jeu des factions madri-
lènes comme du fracas de sa politique de répression dans les provinces38. Il est remplacé
par le Grand Commandeur de Castille Luis de Requesens, un homme beaucoup moins
ambitieux, beaucoup moins charismatique et beaucoup moins impliqué dans les groupes
de pouvoir courtisans que son prédécesseur. Requesens n’a plus mis les pieds à Madrid
depuis des années, il n’y connaît plus personne d’influent. Ses secrétaires particuliers n’ont
pas plus d’attaches à la cour, et c’est peut-être une des raisons qui font que Philippe II
renonce à les chaperonner d’un secrétaire à lui. Il faut dire aussi que le roi n’a ni le temps,
ni surtout l’envie de voir Requesens venir à Madrid pour organiser son départ …39

Domingo de Zabala et Baltasar López de la Cueva

Domingo de Zabala et Baltasar López de la Cueva, les deux secrétaires particuliers de


Requesens sont à son service depuis 156840 et réputés n’avoir joué aucun rôle dans les affai-
res publiques des Pays-Bas. Leurs courriers sont certes assez banals, ce qui peut être dû à
la disparition d’archives mais plus probablement au caractère particulier de Requesens et
à l’existence d’autres canaux d’information nouvellement utilisés par la cour pour se tenir
informée des occurrences des Pays-Bas.
Requesens ne porte aucun intérêt aux affaires des Pays-Bas, il rêve de son départ et se
préoccupe de ses vrais intérêts: sa femme, son fils, ses procès, ses avoirs catalans, sa santé
… Le Grand Commandeur ne s’estime pas capable de régler le problème des provinces
et il s’en plaint régulièrement à son frère, dans d’interminables lettres autographes (plus

36
Pedro Canalès: J. Lefèvre, La secrétairerie d’Etat et de Guerre, p. 23.
37
Cette volonté de limiter le pouvoir des gouverneurs en limitant les charges remises aux ministres de ceux-ci
est d’ailleurs largement relayée, à Madrid, par Joachim Hopperus. Hopperus souhaite évidemment éviter
cette correspondance parallèle pour éviter que le pouvoir n’échappe totalement aux ministres locaux, mais
s’il nourrit d’autres desseins que le roi, il lui donne des arguments pour étayer sa volonté de contrôle sur tout
ministre, “flamand” ou castillan … Voyez le mémoire cité par J. Lefèvre, La secrétairerie d’Etat et de Guerre,
pp. 24-25; J. Versele, Louis del Río, p. 65 et F. Postma, “Viglius en Hopperus tegenover de Nederlandse
opstand”, Bijdragen en mededelingen betreffende de geschiedenis der Nederlanden, 102 (1987), pp. 29-43 et pp.
70-71.
38
Voyez l’inégalé et inédit travail de P.D. Lagomarsino, Court Factions and the formulation of spanish policy
towards the Netherlands (1559-1567), Cambridge (thèse de doctorat de l’Université de Cambridge), 1973.
39
Au sujet de Requesens et des circonstances de sa nomination aux Pays-Bas, voyez notamment J. Versele, “Las
razones de la elección de don Luis de Requesens como gobernador tras la retirada del duque de Alba (1573)”,
Studia Historica, 28, Salamanca, 2006, pp. 259-276; H. De Schepper, “Un Catalán en Flandes: Don Lluis
de Requesens y Zuñiga, 1573-1576”, Pedralbes. Revista d’Història Moderna, 18/I, Catalunya i Europa a l’Edat
Moderna. Actes IV Congrés d’Història Moderna de Catalunya del 14 al 17 decembre 1998, Barcelone, 1998, pp.
157-168; A. Morel Fatio, “La vie de Don Luís de Requeséns y Zúñiga, Grand Commandeur de Castille (1528-
1576)”, separata du Bulletin Hispanique, s.n., 1904-1905, 115 p.; J.M. March, El Comendador Mayor de Castilla
Don Luís de Requesens en el gobierno de Milán (1571-1573). Estudio y narración documentada de fuentes inéditas,
Santiago de Chile-Madrid, 1946, et A. Lovett, “A new governor for the Netherlands: the Appointment of
Don Luis de Requesens, Comendador Mayor de Castilla”, European Studies Review, I, n.° 2, 1971, pp. 89-103.
40
G. Parker, The Army of Flanders and the Spanish Road, 1567-1659, 2e édition, Cambridge, 2004, p. 247.

– 33 –
Julie Versele

illisibles que chiffrées) conservées dans les fonds d’archives privés de l’Instituto Valencia
de Don Juan et de l’Archivo Biblioteca Francisco de Zabálburu. C’est là que se trouve
la réelle correspondance particulière de Requesens, et c‘est sur cette base que l’on pou-
rrait étudier la politique menée par ce dernier dans les Pays-Bas. Juan de Zúñiga, le frè-
re de Requesens, est effectivement très proche du cardinal de Granvelle, et fait office
d’intermédiaire en transmettant les conseils de ce fin connaisseur des provinces à Reque-
sens – qui les applique très partiellement41. Cette correspondance permet donc de com-
pléter la correspondance de Requesens avec la cour, notamment parce que l’information
qui s’y trouve, relayée par Granvelle ou d’autres ministres avec lesquels Requesens co-
rrespond, parvient également à Madrid, par des canaux détournés et très discrets. C’est
d’ailleurs une caractéristique de la monarchie qui se développe clairement à cette époque:
il n’y a plus un gouverneur qui écrit à son roi, ni un secrétaire qui écrit à un autre, mais
un insondable réseau de correspondants qui se répondent, transmettent les informations
reçues par l’un à l’autre, envoient des minutes ou des copies ou des relations de lettres qui
seront retranscrites ou traduites puis réexpédiées. Bref, un inextricable dédale qui dépasse
le cadre de cette étude.
Concluons l’évocation du gouvernement de Requesens par le fait que, tandis qu’à Ma-
drid, le pouvoir des secrétaires devient considérable, celui des secrétaires particuliers du
gouverneur général des Pays-Bas se met en veilleuse. A gouverneur peu politique, secré-
taires particuliers peu déterminants ou controversés. Il est néanmoins possible que cette
absence de critique à l’égard des secrétaires de Requesens soit due à ses accointances avec
les partisans du cardinal de Granvelle qui, rappelons-le, sont notre principale source cri-
tique à l’égard de leurs prédécesseurs. Philippe II porte d’ailleurs beaucoup d’intérêt aux
papiers de Requesens et lorsque celui-ci décède, au mois de mars 1576, il ordonne à son
ministre Gerónimo de Roda de les faire sceller en coffres fermés pour les remettre secrète-
ment à Sancho de Avila42. La méfiance du roi à l’égard de ses ministres devient palpable.
En effet, cette méfiance, qui se manifeste de façon croissante tout au long du règne
de Philippe II est alors en passe d’atteindre son comble, attisée par un secrétaire qui, à
Madrid, acquiert une incommensurable influence politique: Antonio Pérez43. L’histoire
est bien connue, et participe largement à la “leyenda negra” du roi prudent, il convient
néanmoins d’en rappeler les principaux événements.

41
Voyez J. Versele “Las razones de la elección”, pp. 268-276.
42
J.M. March, El Comendador mayor, p. 25 et A.L.P. De Robaulx de Soumoy (éd.), Mémoires de Frédéric Per-
renot, sieur de Champagney, 1573-1590, Bruxelles-La Haye, 1872, p. 169.
43
Voyez notamment, au sujet de l’ascension d’Antonio Pérez, et parmi tant d’autres: V. Vázquez de Pra-
da, “Antonio Pérez”, dans A. Fernández de Molina (éd.), Antonio Pérez – Semana Marañon 1998, Madrid-
Saragosse, 1999, pp. 60-68 et J. Martínez Millán, “Los estudios sobre la corte. Interpretación de la corte de
Felipe II”, dans J. Martínez Millán (éd.), La Corte de Felipe II, Madrid, 1994, pp. 24-31.

– 34 –
Les secrétaires particulieres des gouverneurs généraux des Pays-Bas sous Philippe II

Juan de Escobedo

Nous sommes en 1576 et la situation s’est terriblement détériorée dans les Pays-Bas: il
faut nommer quelqu’un de crédible, qui bénéficie d’une aura internationale, d’une bonne
réputation militaire, de l’aval de la papauté et, surtout, qui soit de sang royal, comme le
requièrent les provinces. Qui de plus adéquat que don Juan d’Autriche, le très fervent
catholique demi-frère du roi, récent et glorieux vainqueur de la bataille de Lépante? Et
quel excellent moyen, en outre, de l’éloigner de la cour, où sa jeunesse, ses talents militai-
res, son charme et son ambition peuvent inquiéter le roi?
C’est très certainement à la fine ruse d’Antonio Pérez que l’on doit et la désignation
de don Juan pour la charge de Flandes, et la gageure de l’y convaincre; c’est en effet Pérez
qui convainc Philippe II d’envoyer son frère à Bruxelles et c’est lui qui – avec l’aide du
roi – convainc ensuite don Juan d’accepter cette fatale mission. A la lecture des archives,
tout cela semble avoir été minutieusement préparé.
Albe est rentré diminué des Pays-Bas, mais très au courant des affaires complexes de
ces contrées; Philippe II le charge d’ailleurs d’entretenir une correspondance avec ses an-
ciens collaborateurs demeurés à Bruxelles44; il risque de revenir sur le devant de la scène,
de même que Zayas, le secrétaire qui s’est occupé de la plupart des courriers venus des
provinces ces dernières années. Ayant pris la tête de la faction adverse à Albe (très proche
de Rome), Antonio Pérez cherche donc à maintenir les partisans du duc à l’écart en les
privant d’influence sur les affaires des Pays-Bas. Pour ce faire, il s’assure d’avoir don Juan
sous contrôle en lui donnant son ami Juan de Escobedo45 pour secrétaire particulier, puis
plaide ardemment sa nomination auprès du roi. D’emblée, Escobedo occupe une position
ambivalente: don Juan a et garde un secrétaire particulier (Andrés de Prada) qui officie dès
lors dans l’ombre du nouveau venu46 et Escobedo semble devoir à la fois servir don Juan,
contrôler ce dernier et informer la cour de ses attitude et activités47. Les arguments pour
défendre le choix de don Juan comme gouverneur général des Pays-Bas sont, nous l’avons
vu, d’une évidence déconcertante, et Pérez joue avec l’instinct défiant de Philippe II pour
lui conseiller d’éloigner son frère. Il ne s’agit donc plus que de convaincre l’intéressé, ce
qui n’est pas chose aisée. Depuis le retrait de Marguerite de Parme, la charge de Flandes
a été confiée à des ministres qui ne sont pas de sang royal, qui émanent de maisons de
moins en moins prestigieuses et qui tous, sans exception, y ont essuyé un lourd échec.
Or don Juan rêve d’une charge digne d’un fils d’empereur, aussi bâtard soit-il, et qu’on le
destine à jouer un vrai rôle dans le concert des nations. Pérez et Philippe II connaissent
l’ambition du jeune militaire et le quadruple document qu’ils rédigent en vue de le faire

44
AA, 66, f. 53: Albe à divers, 10 juin 1576 et J. Versele, Louis del Río, p. 81.
45
Attention aux confusions, courantes chez Gachard, avec Pedro de Escobedo, son fils; voyez J. Martínez
Millán et C.J. Carlos de Morales (éds.), Felipe II (1527-1598). La configuración de la Monarquía Hispana, 1998,
p. 369.
46
G. Parker, The Army, loc.cit.
47
M. Fernández Álvarez, Felipe II y su tiempo, Madrid, 1998, pp. 594-595.

– 35 –
Julie Versele

plier reste l’un des plus fascinants du règne du roi prudent. Il est le résultat d’un travail à
quatre mains époustouflant d’ingéniosité et de perfidie.
En effet, le 8 avril 1576, quatre lettres sont rédigées. La première est une lettre autogra-
phe de Philippe II à son frère, qui supplie ce dernier d’accepter la charge de gouverneur
général; la minute est rédigée par Antonio Pérez et corrigée par le roi. Elle est explicite-
ment adressée à don Juan par Philippe II, même si Pérez en dresse le brouillon, et prie
don Juan d’accepter une mission pacificatrice de Flandes en endossant la charge de gou-
verneur général des Pays-Bas, vacante depuis la mort de Requesens48.
Les trois lettres suivantes sont de la main d’Antonio Pérez, et adressées à Escobedo; les
minutes démontrent cependant qu’elles sont l’œuvre du roi et de son secrétaire: raturées,
corrigées, commentées en marge, comme à son habitude, par un roi manifestement très
inquiet de la juste formule.
La première est ouvertement destinée à être lue par Escobedo à don Juan49. Antonio
Pérez s’y adresse en ami à Escobedo et en serviteur à don Juan, “pour vous dire à vous
deux, avec la même franchise, la même affection, le même désir de votre bien que je l’ai
fait jusqu’à présent, ce qu’il me paraît que vous devez faire en recevant cet ordre et réso-
lution de S.M.” Sur le ton de la confidence, il donne quelques conseils qui sont en réalité
des ordres royaux, en les présentant de sorte à ce qu’ils paraissent être donnés pour le seul
bien des intéressés. Cette missive – qu’il faut lire ! – est un bijou d’hypocrite psychologie
de base; elle est destinée à caresser don Juan dans le sens du poil, à amadouer un jeune
coq ingénu, à le flatter, à l’appâter avec des arguments tellement répétitifs, grotesques ou
flagorneurs qu’on se demande comment elle a pu faire mouche50. Philippe II démontre
cependant avoir compris son jeune frère et discerné ses faiblesses, ses frustrations, ses
désirs les plus intimes. En effet, alors que le roi lui a toujours refusé le titre d’Altesse et
évité d’admettre tout lien de parenté, la lettre évoque la confiance que Sa Majesté a en
son frère, le prie d’imiter son père, dévoile la volonté des provinces d’avoir un gouverneur
de sang royal tel que lui, le fils de l’empereur tant regretté. Lui et lui seul d’ailleurs, parce
que les autres princes n’ont pas son expérience, auraient besoin d’un chaperon là où il se
débrouillera seul. Il pare également la crainte de l’échec en promettant gloire à celui qui
vaincra là où de si grands ont échoué... L’ascendance impériale, les éloges, la confiance,
la promesse d’une charge où il pourra se débrouiller de façon autonome (sans autre con-
seil que les conseils ordinaires du pays), tout cela a de quoi tenter don Juan, mais le plus
incroyable des arguments reste à venir. Le rêve secret de don Juan, c’est de conquérir
l’Angleterre, d’y libérer Marie Stuart et de l’épouser, accédant au trône le plus convoité
de l’époque. Un rêve fou, irréalisable, impossible. Seul Pérez peut avoir l’audace de s’en

48
Correspondance de Philippe II, t. 4, pp. 38-41.
49
Ibidem, pp. 41-50.
50
Un jour, don Juan déclarait publiquement que “s’il croyait qu’il y eût un homme plus désireux que lui de
réputation et de gloire, il se jetterait par la fenêtre de désespoir”. D’après l’ambassadeur vénitien Lippomano,
cité par L.-P. Gachard (éd.), Relations des ambassadeurs vénitiens sur Charles Quint et Philippe II, Bruxelles,
1855, p. 199.

– 36 –
Les secrétaires particulieres des gouverneurs généraux des Pays-Bas sous Philippe II

servir, de miser sur la crédulité de don Juan d’Autriche. En effet, cette lettre laisse enten-
dre que la présence de don Juan dans les provinces, plus proche donc des côtes anglaises,
lui permettra de mener plus aisément “l’entreprise dont on vous a parlé à Rome”. Rien
n’est dit mais tout est dit, et pour don Juan, c’est un argument décisif, auquel il croit et
continuera à croire alors que tout espoir sera perdu. Vient encore la promesse totalement
intenable d’une bonne provision de deniers, puis une dernière supplique très humble à
don Juan afin qu’il n’écarte pas une si belle occasion de rendre un service si signalé à Dieu
et à son frère . Cette lettre est signée par Antonio Pérez mais écrite par le secrétaire et par
le roi; elle est adressée à Escobedo mais destinée explicitement à don Juan. Pourquoi?
Parce que Pérez ne peut pas s’adresser directement à don Juan (une question de forme: un
secrétaire ne s’adresse pas au désormais fils de l’empereur) et parce que Philippe II ne veut
pas endosser la responsabilité de tels propos.
La troisième lettre est toujours de la main de Pérez et adressée à Escobedo51. Elle
est aussi destinée à être lue à don Juan, mais elle n’est cette fois pas rédigée comme s’il
s’agissait de la lui lire, au contraire, elle est destinée à être lue par Escobedo comme s’il lui
confiait un secret, comme s’il lui faisait preuve de sa totale loyauté en lui soumettant une
lettre reçue à titre privé, intime, personnel. Dans cette missive, Pérez insiste sur le fait qu’il
faut que don Juan accepte la charge de Flandes vite et sans condition, puis révèle n’avoir
pas montré les dernières lettres de don Juan au roi contenant des critiques trop dures à
l’égard de Mondéjar. En d’autres termes: le roi reste le chef, il ne faut pas se permettre de
discuter un ordre, ni d’écrire des lettres qui comportent des critiques à l’égard de ministres
importants; mais tout cela reste rédigé sur le ton de la connivence et de la solidarité.
La dernière lettre de Pérez est cette fois vraiment destinée à Escobedo seul: elle lui
promet une récompense signalée s’il parvient à faire accepter sa charge à don Juan ...52.
Tout semble donc prévu, parfaitement anticipé, mais don Juan refuse d’obtempérer
sans conditions. Il reçoit les lettres au début du mois de mai mais n’y répond que le 27,
par une lettre autographe construite selon le schéma suivant53: non, il ne veut pas aller
aux Pays-Bas, la situation y est telle que la cause est perdue. Certes, si le roi insiste, il peut
reconsidérer son refus. Mais, le cas échéant, à certaines conditions: il veut une entrevue,
et puisque le roi lui a demandé de ne pas perdre de temps en se rendant à Madrid, il y
dépêchera son secrétaire; il sollicite des pouvoirs élargis, une véritable autonomie dans
son gouvernement des provinces, des instructions modifiables à son gré et au gré des
circonstances, comme la préséance sur les ministres locaux; il réclame une provision de
deniers suffisante et, enfin, lui baise les mains pour la si haute faveur qu’il lui a faite en
le choisissant pour l’entreprise anglaise ... Escobedo est certainement le véritable auteur
de cette lettre, tout comme le rédacteur de la minute de ses propres instructions, aux

51
Correspondance de Philippe II, t. 4, op. 50-52.
52
Ibidem, p. 52.
53
Correspondance de Philippe II, t. 4, pp. 161-166.

– 37 –
Julie Versele

prétentions encore plus audacieuses54. Autant dire que ce n’est pas du tout ce que Philip-
pe II, qui déteste être confronté physiquement à une requête, avait espéré, et qu’il voit la
venue d’Escobedo d’un œil méfiant. Pire encore, après deux mois de patience, don Juan
décide de se rendre lui-même à l’Escurial pour plaider ses prétentions directement auprès
du roi55.
Paradoxalement, la dégradation de la situation aux Pays-Bas vient au secours de Phi-
lippe II: au début du mois de septembre 1576, le conseil d’Etat, qui assurait la régence
depuis le décès de Requesens, est victime d’un coup d’Etat fomenté par certains Etats
provinciaux56. Le matin du 22 septembre, après avoir reçu de fort mauvaises nouvelles
des Flandes, Philippe II et don Juan quittent précipitamment l’Escurial pour Madrid57;
don Juan prend enfin le départ, dans l’urgence, sans son fidèle Escobedo, et sans que ses
instructions n’aient eu le temps d’être dressées … Entretemps, Escobedo a regagné la
confiance d’Antonio Pérez (ou été regagné par les bonnes paroles ce dernier). Il vient de
négocier l’envoi des lettres de don Juan à Pérez plutôt qu’à Zayas58 et il demeure à Madrid
jusqu’à ce que les instructions de don Juan soient dressées – et que l’intéressé soit trop
loin pour les contester.
Lorsque don Juan parvient dans les provinces, “en s’estoit feint serviteur, s’ayant dé-
guisé le visage et le poil”59, rien de glorieux ne l’y attend. Il arrive trop tard et en fait de
gloire, il est contraint de négocier un semblant de pouvoir. C’est donc avec joie qu’il voit
son secrétaire le rejoindre, même si les instructions qu’il lui apporte ne sont pas celles dont
il avait rêvé. Tout s’enchaîne pour désespérer don Juan: l’expédition anglaise devait se
faire après la pacification des provinces, avec l’aide des troupes amassées sur ce territoire;
évacuées par bateau, les milices espagnoles pourraient attaquer l’Angleterre, au passage.
Don Juan négocie, transige, et finit par accepter les termes d’une pacification qui jette ses
projets à l’eau: les troupes doivent quitter le territoire par voie de terre, sans retard ni con-
ditions. Don Juan veut rentrer et se tourner vers d’autres pour mener son rêve à bien60. Au
mois de février 1577, Escobedo écrit à Pérez: “Vuestra merced se prevenga y crea que silla y
cortina es nuestro intento y apetito, y que todo lo demás es improprio, y que haviendose
caydo la traça de aquel amigo, con lo qual estamos desesperados y como locos, todo ha de
ser cansancio y muerte”. Gachard interprète ces quelques mots avec l’aide des mémoires

54
Correspondance de Philippe II, t. 4, pp. 166-171.
55
P.O. De Törne, Don Juan et les projets de conquête de l’Angleterre, 1568-1578, t. 2, Helsingfors, 1928, pp. 34-35.
56
Par les Etats de Brabant, selon certains contemporains (tels que G. de Roda, G. Olzignano et Ph. de Lalaing)
mais plus vraisemblablement par les membres du conseil communal de Bruxelles, à la demande du prince
d’Orange, des Etats de Zéelande et de ceux de Hollande, comme le démontre G. Janssens dans son ouvrage
Brabant in het verweer. Loyale oppositie tegen Spanje’s bewind in de Nederlanden van Alva tot Farnese, 1567-1578,
Courtrai, 1989, pp. 293-297.
57
P.O. De Törne, Don Juan, p. 36.
58
Mémoire d’Escobedo au roi, juillet 1576: Correspondance de Philippe II, t. 4, p. 257.
59
A.L.P. de Robaulx de Soumoy (éd.), Considérations sur le gouvernement des Pays-Bas, Bruxelles-La Haye, 3
vol, 1872, t. 2, p. 258.
60
P.O. De Törne, Don Juan et les projets, t. 2, pp. 113-129.

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Les secrétaires particulieres des gouverneurs généraux des Pays-Bas sous Philippe II

de Pérez, comme étant la requête du titre d’infant et l’expression du dégoût provoqué par
le constat de l’impossible expédition anglaise61.
Pérez enjoint Escobedo de convaincre don Juan d’obéir sans réclamer d’autres possi-
bilités de gloire, de se contenter de ce qui lui est proposé, de servir le roi sans ambition.
Mais Escobedo fait désormais cause commune avec don Juan. S’est-il lui aussi convaincu
de mériter mieux? Toujours est-il que son attitude commence à déplaire aux plus sages, y
compris au cardinal de Granvelle62. En se rendant à Madrid, au mois de juin 1577, Escobe-
do ne se contente pas de plaider les requêtes de son maître, il y ajoute ses propres préten-
tions à un habit et à une “encomienda de las Órdenes”63. Pérez s’est préparé à sa venue: il
persuade le roi de la duplicité du secrétaire et de la trahison de don Juan. Depuis la mort
de don Carlos, Philippe II est devenu incroyablement soupçonneux et Pérez n’a aucun
mal à le convaincre. Il commence par tenir des propos venimeux sur le roi en les faisant
passer pour confidences à Escobedo, pour voir s’il mord à l’hameçon; apparemment, Es-
cobedo marche et tient à son tour des propos compromettants. Puis il persuade le roi de
la dangerosité de l’ambition de don Juan, gonflée à dessein par son secrétaire64. Pérez finit
ainsi par obtenir du roi – à mi mot certainement – l’autorisation de fomenter l’assassinat
d’Escobedo; le 31 mars 1578, après plusieurs tentatives d’empoisonnement, Escobedo est
abattu à l’arme blanche dans une ruelle de Madrid65.
Lorsque don Juan apprend la nouvelle, il est au comble du désespoir: “Je ne peux pas
me consoler ni ne me consolerai jamais”, déclare-t-il66. Tous ses rêves sont anéantis, plus
personne ne plaide sa cause ni à la cour, ni à Rome et la situation dans les Pays-Bas semble
irrémédiablement perdue, malgré ses concessions. Don Juan décède quelques mois plus
tard, dans d’atroces souffrances, au camp de Bouge où il s’était retranché avec ses quelques
rares ministres restés fidèles67.
A Madrid, des bruits courent. La famille d’Escobedo réclame justice, soutenue par les
adversaires de Pérez. Au printemps de 1579, les papiers de don Juan parviennent à la cour,
révélant qu’il n’a jamais cherché à doubler le roi, mais à servir son frère le plus loyalement
possible. C’est au tour de Philippe II d’être désespéré, dégoûté, honteux, furieux. Antonio
Pérez sera bientôt arrêté .
Cet événement marque profondément Philippe II. En qui se fier? De qui Escobedo
a-t-il été l’outil, qui a été l’outil de qui, d’ailleurs? Tout contrôler est impossible, mais le
roi n’a plus assez de confiance à accorder pour déléguer. A Madrid, il rappelle Granvelle,

61
Correspondance de Philippe II, t. 5, p. 187. Escobedo à Antonio Pérez, 3 février 1577.
62
Granvelle à Marguerite de Parme, 20 juillet 1577, Correspondance du cardinal de Granvelle, t. 6, p. 232.
63
Felipe II (1527-1598). La configuración de la Monarquía Hispana, p. 368.
64
M. Fernández Álvarez, Felipe II y su tiempo, pp. 592-596.
65
Felipe II (1527-1598). La configuración de la Monarquía Hispana, p. 163: beaucoup d’encre a coulé à ce propos
sur les motivations de Philippe II …
66
P.O. De Törne, Don Juan, t. 2, p. 177.
67
Voyez le rapport de son médecin, le docteur Ramirez, dans AGS, E, 578, f. 28 (8 octobre 1578) et J. Versele,
Louis del Río, pp. 112-113.

– 39 –
Julie Versele

et remplace Pérez et Zayas par Juan de Idiáquez68. A Bruxelles, c’est Alexandre Farnèse qui
reprend le flambeau, bientôt brièvement secondé par sa mère, Marguerite de Parme, qui a
déjà officié à la tête des Pays-Bas69. Il ne faut pas interpréter ces changements comme une
volonté de retour en arrière, mais il est frappant de constater qu’en ces moments de doute,
le départ de la cour pour Lisbonne pousse le roi à rappeler une partie de son ancienne
garde pour s’occuper des affaires courantes.

Andrés de Prada et Cosimo Masi

Farnèse est le fils de Marguerite de Parme, il a passé une partie de sa jeunesse à la


cour de Castille, il a servi don Juan d’Autriche mais il est désormais un véritable prince
italien, entouré d’Italiens parlant l’italien. C’est un prince, qui a sa cour, son entourage, sa
maison. Dans un premier temps, Farnèse garde néanmoins le second d’Escobedo auprès
de don Juan comme secrétaire particulier pour les lettres espagnoles70. C’est la première
fois qu’un secrétaire survit au retrait ou au décès du gouverneur qu’il sert. Andrés de
Prada semble prudent, désintéressé, honnête et discret; il se confine dans un rôle très
administratif et endosse quelques dossiers de gestion militaire, comme l’avaient fait ses
prédécesseurs attachés à un capitaine général. Pour ce qui est de sa correspondance en
italien, Farnèse emploie un secrétaire particulier: Cosimo Masi. Masi sert le prince de
Parme depuis plus de dix ans, il l’a suivi dans la plupart de ses campagnes et le prince lui
accorde une grande confiance; il est aussi très au fait des questions relatives aux fonctions
militaires de son patron71. Lorsque Prada quitte les provinces, Masi reprend tout ou partie
de sa charge, et passe bien entendu plus de temps avec Farnèse qu’auparavant72. Masi est
un Italien, au service de la maison de Parme et non à celui du roi de Castille; il fait partie
de cet entourage du prince qui commence à réellement déplaire et aux natifs des Pays-Bas,
et à Philippe II, dont la méfiance ne peut supporter les succès d’un prince qui échappe à
son contrôle. Farnèse prend en effet des initiatives, et ces initiatives portent leurs fruits.
Le roi ne supporte pas ces façons de faire – même s’il sait que ses silences forcent Farnèse
à prendre des mesures sans son aval – et la cour ne supporte pas les succès de cet être

68
M. Van Durme, “Les Granvelle au service des Habsbourg”, dans Les Granvelle et les anciens Pays-Bas, p. 38.
69
L. Van der Essen, Alexandre Farnèse, Prince de Parme, gouverneur général des Pays-Bas (1545-1592), 5 vol.,
Bruxelles, 1933-1937, t. 2, pp. 322-347.
70
Les sources se contredisent au sujet de Prada mais le plus vraisemblable est qu’il se met au service de don
Juan en 1568 et quitte les Pays-Bas vers 1580. Il est de toute façon nommé secrétaire de “guerre sur terre”, à
Madrid, en 1586 (J.A. Escudero, Felipe II. El rey en el despacho, p. 397). Voyez les versions de J. Lefèvre, La
secrétairerie d’Etat et de Guerre, p. 34; L. Van der Essen, Alexandre Farnèse, t. 2, p. 59; Felipe II (1527-1598). La
configuración de la Monarquía Hispana, p. 464); M.A. Echevarría Bacigalupe (éd.), M.A. del Río, Die Chronik
über Don Juan de Austria – La crónica sobre Don Juan de Austria, Munich, 2003, p. 268.
71
G. Parker, The Army, loc.cit.
72
L. Van der Essen, “Correspondance de Cosimo Masi, secrétaire d’Alexandre Farnèse, concernant le gou-
vernement de Mansfeld, de Fuentès et de l’archiduc Ernest aux Pays-Bas, 1593-1594”, Bulletin de l’Institut
Historique Belge de Rome, fasc. XXVII, (1952), pp. 357-390 (pp. 358-359).

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Les secrétaires particulieres des gouverneurs généraux des Pays-Bas sous Philippe II

dont elle ne connaît pas l’entourage73. Mais ce n’est pas vraiment la présence de Masi que
l’on reproche au prince de Parme; d’ailleurs, les lettres en français – désormais appelées
“lettres destat” – sont à nouveau plus nombreuses, même si elles ne recouvrent pas leur
importance d’antan74.
Malgré les succès évidents du prince de Parme, Philippe II décide de le destituer de
sa charge, et dépêche à cet effet le marquis de Cerralbo, pourvu d’une masse de lettres,
d’instructions, de pouvoirs potentiels ou en blanc à utiliser au cas où Farnèse refuse ceci
ou tolère cela, et dont la complexité peut entrer en compétition avec celle du duo Pérez-
Philippe II de 1576. Cerralbo meurt inopinément, le comte de Fuentes endosse sa mission
mais Farnèse décède sans rien en savoir à Arras, le 3 décembre 159275. Immédiatement,
Philippe II cherche à mettre la main sur ses papiers et fait interpeller Masi à cet effet76.
On constate donc que les secrétaires particuliers des gouverneurs généraux, qui sont
les véritables bras droits – au sens propre du terme – de leurs patrons, dans le secret du
quotidien de ces derniers, occupent une place enviée. Enviée par les ministres locaux, qui
se sentent – souvent à juste titre – écartés des affaires politiques comme de l’entourage
physique du mandataire royal. Enviée aussi par Philippe II, de plus en plus soupçonneux,
qui cherche à contrôler, à distance, les faits et gestes de ses lieutenants. Le pouvoir de
ces secrétaires reste néanmoins très difficile à mesurer. Ils sont aux côtés des gouverneurs
chaque jour, écrivent des lettres à leur demande, en rédigent d’autres qui accompagnent,
nuancent ou préparent le terrain à celles des gouverneurs. Ils sont à leur service person-
nel et intime; ils les connaissent parfois depuis longtemps et servent parfois leur maison
longtemps après leur départ77. Ils ont aussi des connexions amicales ou personnelles avec
73
A. Doutrepont, “L’archiduc Ernest d’Autriche, gouverneur-général des Pays-Bas (1594-1595)”, dans Misce-
llanea Historica in honorem Leonis Van der Essen, universitatis catholicae in oppido Lovaniensi iam annos XXXV
professoris, Bruxelles-Paris, 1947, pp. 621-642 (p. 621) et le témoignage de l’ambassadeur Contarini en 1593,
dans Relations des ambassadeurs vénitiens, pp. 210-211.
74
L’appellation “destat” apparaît en 1580; voyez AGS, SP, 2604. Voyez également L.-P. Gachard, “Correspon-
dance d’Alexandre Farnèse avec Philippe II, 1578-1579”, Bulletin de la Commission Royale d’Histoire, 2e série,
t. 3, (1852), pp. 359-500. Au sujet de l’importance relative des lettres officielles par rapport aux canaux offi-
cieux de communication (surtout en matière de nominations), voyez également H. De Schepper, “Décision
gouvernementale en matière administrative, 16e-18e siècles: La nomination de hauts magistrats et fonction-
naires ca 1550-ca 1650”, dans J. Gilissen e.a. (éds.), La décision politique et judiciaire dans le passé et dans le
présent, Bruxelles 1975, pp. 65-98.
75
L. Van der Essen, Alexandre Farnèse, t. 5, pp. 372-375; A. Doutrepont, “L’archiduc Ernest d’Autriche …”,
pp. 621-622. Voyez également P. Van Isacker, “Pedro Enriquez de Azevedo, graaf van Fuentes, en de Neder-
landen”, Annales de la société d’émulation de Bruges, 1910, p. 205- passim.
76
Cosimo Masi a déjà dépêché une bonne part de ces documents privés, personnels à Ranuccio, le fils de Far-
nèse, alors à Parme. Il reste aux Pays-Bas jusqu’en 1594 et entretient une correspondance suivie avec Ranuccio,
durant la période incertaine qui suit le décès du prince. Voyez “Correspondance de Cosimo Masi, secrétaire
d’Alexandre Farnèse”. N’oublions pas le sort réservé par la soldatesque à de nombreux fonds d’archives farné-
siens. Voyez cependant: L.-P. Gachard, “Les Archives farnésiennes à Naples”, Bulletin de la Commission Royale
d’Histoire, 3e série, xi, 3, (1869); A. Cauchie et L. Van der Essen, Inventaire des archives farnésiennes de Naples
au point de vue de l’histoire des Pays-Bas catholiques, Bruxelles, 1911 et L. Van der Essen, Inventaire des archives
farnésiennes de Parme au point de vue de l’histoire des Pays-Bas catholiques, Bruxelles, 1913.
77
C’est pourquoi leurs archives se retrouvent pour beaucoup dans les fonds privés des gouverneurs. Voyez,
pour Armenteros, A. Cauchie et L. Van der Essen, Inventaire des Archives farnésiennes de Naples, p. LVII; pour
Albornoz, voyez les différents fonds consacrés à la correspondance d’Albornoz au Palacio de Liria (AA), à Ma-
drid, Pour Requeséns, voyez les fonds déjà cités de l’IVDJ et de l’Archivo Biblioteca Francisco de Zabálburu,

– 41 –
Julie Versele

certains ministres madrilènes et ils ne sont jamais originaires des Pays-Bas. Tout ceci fait
de ces secrétaires des personnages capitaux, certes, mais pas des conseillers ou des premiers
ministres, comme leur omniprésence a pu le laisser penser.
Il n’empêche qu’ils ont la correspondance particulière du gouverneur en charge et que
cette dernière contient des informations cruciales, surtout durant les houleuses années de
1564 à 1580. Très vite, Philippe II cherche donc à substituer à ce domestique d’un autre un
ministre à lui. Il y pense dès la rédaction des instructions de Medinaceli, en 1571, semble
renoncer sous Requesens puis revient à la charge, de façon plus pernicieuse, sous don
Juan. L’affaire Escobedo – et, plus largement, l’affaire Antonio Pérez – ont à la fois refroidi
le roi et aggravé son incapacité à se fier à qui ne dépend pas exclusivement de lui. Andrés
de Prada incarne peut-être le juste milieu: discret, au service du roi et de son gouverneur
général, mais rien n’est très clair à son sujet et il regagne Madrid rapidement, laissant le
champ libre à Masi. Il est vrai que Philippe II est alors très occupé par les affaires portugai-
ses et qu’il commence à réorganiser l’appareil institutionnel de sa monarchie, à le rationa-
liser. La création du consejo de Flandes, en 1588, en est un précédent intéressant78. Est-ce
dans cette volonté de clarifier les choses, d’agencer plus efficacement ses relations avec
ses territoires non péninsulaires que Philippe II choisit de rappeler Farnèse – trop italien,
trop indépendant – et envisage peu à peu la nomination d’un archiduc, pour la charge
de Flandes? C’est peut-être un élément d’explication parmi d’autres que certains auteurs
ont trouvé pour expliquer les origines de la secrétairerie d’Etat et de Guerre. Philippe II,
en fin de vie, aurait cherché à trouver une solution radicale au pouvoir trop incontrôlable
des gouverneurs généraux comme de leurs secrétaires particuliers. En créant une insti-
tution nouvelle, en nommant un fonctionnaire à lui pour le charger officiellement de la
correspondance espagnole du gouverneur, voire pour gérer l’armée espagnole aux Pays-
Bas, servir et surveiller son ministre dans l’administration de ses pays de par deçà. Séparer
enfin ce qui relève de l’intimité du gouverneur et ce qui relève de l’intérêt de l’Etat. Le
premier de ces secrétaires d’Etat et de Guerre serait Esteban de Ibarra, nommé entre 1592
et 1594, selon les sources79.

ainsi que ce qu’il reste des archives familiales à Barcelone (Archivo del Palau); pour Masi: “Correspondance
de Cosimo Masi, secrétaire d’Alexandre Farnèse …”, etc. Le petit ouvrage suivant reste très précieux: G. Par-
ker, “Guide to the Archives of the Spanish Institutions in or concerned with the Netherlands (1556-1706)”,
Archives et Bibliothèques de Belgique, numéro spécial 3, Bruxelles, 1971.
78
Voyez notamment le chapitre 3 de S. Fernández Conti, Los Consejos de Estado y Guerra de la Monarquía
Hispana en tiempos de Felipe II, Valladolid, 1998, pp. 186-237; le chapitre 10 de Felipe II (1527-1598). La confi-
guración, pp. 225-242 et éventuellement J.M. Rabasco Valdés, El Real y Supremo Consejo de Flandes y Borgoña
(1419-1702), Grenade (thèse de doctorat inédite de doctorat, Université de Grenade), 1981 (résumé publié en
1980 à Grenade).
79
Les institutions du gouvernement central, p. 392, note 6; G. Parker, “Guide to the Archives…”, p. 114; J.
Lefèvre, “La correspondance des Gouverneurs généraux”, p. 45.

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Les secrétaires particulieres des gouverneurs généraux des Pays-Bas sous Philippe II

Esteban de Ibarra

En effet, alors que Philippe II prépare le rappel de Farnèse, à Madrid, il fait également
dresser les instructions d’Esteban de Ibarra, qu’il veut dépêcher dans les provinces dans
le sillage de Fuentes80. Ibarra connaît un peu les Pays-Bas, il y a officié comme secrétaire
de don Fadrique, le fils aîné du duc d’Albe, et il collabore avec Andrés de Prada, qui y a
assisté don Juan puis Farnèse. Depuis 1591, Ibarra est secrétaire du roi et secrétaire du con-
seil de Guerre de Philippe II – dans lequel son frère siège comme conseiller –; il y manie
certaines questions financières, notamment en matière de provisions militaires81. Il est
donc au courant des affaires des provinces, à l’aise avec les questions militaires et fiscales,
et fonctionnaire du roi.
Les instructions d’Esteban de Ibarra datent du 28 septembre 1592; la première est dite
publique, la seconde secrète82. La première, très longue, minutée par Juan de Idiáquez et
apostillée par le roi depuis Burgos, correspond à un pouvoir très étendu en matière de
finances: Ibarra y est chargé de mettre de l’ordre dans l’appareil financier des Pays-Bas,
de contrôler “la buena distribuçion de todo el dinero y provisiones que se hizieren por
quenta del exerçito”, de lutter contre la corruption et contre toute autre forme d’abus
(“remediar los daños cortandoles las rayzes”), de réformer l’administration financière et
de réorganiser la perception des aides83, le tout avec l’aide des ministres déjà en charge de
ces questions sur place84. La mission officielle d’Esteban d’Ibarra peut donc être compa-
rée à celle d’un superintendant des finances85. Quant à l’instruction secrète, datée, mi-
nutée et apostillée de la même manière que la précédente, elle le charge de s’informer de
l’évolution de la négociation avec les provinces rebellées et de chercher des pistes pour la
faire progresser, afin d’en informer le nouveau gouverneur à son arrivée. Dès que ce nou-
veau gouverneur – l’archiduc Ernest d’Autriche, qui n’est pas cité – sera là, Ibarra devra
lui remettre ses lettres de créance et lui annoncer “le servir assi en lo de la hazienda como
en lo de las correspondençias que avra de tener comigo y en todas partes”. D’emblée, il se
présentera au gouverneur comme étant à son service, mais aussi et avant tout à celui du
roi86. Pour parer toute opposition, jalousie ou plainte, et de la part de l’intéressé et de celle
des ministres dont il prendrait la place (usurpée), Ibarra devra faire preuve de finesse et de

80
A. Esteban Estríngana, Guerra y finanzas en los Países Bajos católicos. De Farnesio a Spinola, 1592-1630, Ma-
drid, 2002, pp. 30-39, pp. 51-52.
81
S. Fernández Conti, Los Consejos de Estado y Guerra, pp. 220-221, note 158 et J.A. Escudero, Felipe II. El rey
en el despacho, pp. 401-402.
82
AGS, E, 2220-2, f. 179 (officielle) et f. 178 (secrète).
83
Non sans faire preuve de grande prudence en ce domaine délicat …
84
Jean-Baptiste de Tassis, Juan de Lastur et Diego de Ibarra, si ce dernier se trouve alors aux Pays-Bas.
85
Felipe II (1527-1598). La configuración de la Monarquía Hispana, p. 406. C’est d’ailleurs ainsi que L. Cabrera
de Córdoba le définit; J. Martínez Millán et C.J. de Carlos Morales (éds.), Historia de Felipe II, Valladolid,
1998, t. 4, p. 107.
86
La formule est jolie: “... y el desseo que llevays de açertarle a servir en todo y obedesçer sus ordenes y des-
velaros en advertirle lo que creys que podra ser mas conforme a mi voluntad, entendiendo que su desseo
prinçipal es conformarse con ella.”

– 43 –
Julie Versele

modestie, mais aussi de fermeté. Il éloignera ceux qui cherchent à prendre de l’ascendant
sur Ernest et justifiera sa présence en se disant “secretario mio y persona de tanta expe-
riençia de lo de aca y de lo de alla”. Enfin, il mettra le gouverneur en garde en lui disant
“como una de las cosas que se entiende que hizo menos açertado el govierno passado
fue aver hecho correr los negoçios por mano de personas poco conosçidas por aca” et
s’arrangera pour que “se os de tanta parte en las cosas que podays muy bien ayudarlas a
endersçar y componer como conviene y se os ha encargado”.
Ainsi, Ibarra accompagnera le nouveau gouverneur dans la découverte de sa charge,
l’informera pour qu’il en comprenne la teneur comme les limites et gagnera sa confiance
pour mieux lui inspirer la volonté du roi. Philippe II entend clairement encadrer Ernest
pour qu’il ne prenne aucune initiative dangereuse. Ibarra n’est d’ailleurs pas le seul chape-
ron d’Ernest, ni le principal. Son instruction secrète lui ordonne en effet de veiller à ne pas
empiéter sur le terrain du comte de Fuentes “a quien prinçipalmente toca apoyar al gover-
nador y encaminarle”. L’instruction secrète de Fuentes, dressée quelques mois auparavant,
le charge en effet de “llegado que sea el Archiduque Ernesto, es servjdo Su Magestad que
el Conde le enderezçe en todo lo que huviere de hazer y le advierta lo que conviniere ...
y que en esta forma le sea a los prinçipios como una instruçion viva de lo que huviere de
hazer entretanto que, avisado Su Magestad por el Conde de como empieça el Archidu-
que y como proçede y se encaminan las cosas … embie Su Magestad al Archiduque las
instruçiones que avra de seguir y guardar adelante”87. Ce que d’aucuns ont appelé le “mi-
nistère espagnol” de Fuentes et Ibarra durant le gouvernement d’Ernest remplit une réelle
fonction d’information vis-à-vis de la cour88. Dès son arrivée dans les provinces, au mois
de mars 1593, Ibarra réclame les papiers de Farnèse à Cosimo Masi89 et se met à écrire. Il
relate les différends qui opposent Fuentes au vieux Mansfeld, puis l’arrivée d’Ernest, dont
il fustige les manières et l’entourage, jugé trop allemand, trop italien, pas assez castillan,
en somme. Il écrit au roi, mais plus souvent à Moura et à Juan de Idiáquez, qui pilotent
désormais les affaires à Madrid, et se plaint des secrétaires particuliers d’Ernest comme de

87
Voyez AGS, Estado 2220-2, f. 18; 4/6/1592: “Llegado que sea el Archiduque Ernesto, es servjdo Su Magestad
que el Conde le enderezçe en todo lo que huviere de hazer y le advierta lo que conviniere en virtud de lo que
le escribe Su Magestad que el le dira, y que en esta forma le sea a los prinçipios como una instruçion viva de
lo que huviere de hazer entretanto que avisado Su Magestad por el Conde de como empieça el Archiduque y
como proçede y se encaminan las cosas y lo que le paresçiere que conviene para su buen assiento y govierno
de adelante, embie Su Magestad al Archiduque las instruçiones que avra de seguir y guardar adelante, para
lo qual y dar tiempo a informar de lo de alla y que lleguen en respuesta desto las ordenes de aca, se avra de
detener el Conde en los Estados Baxos despues que el Archiduque aya tomado el govierno paçifico dellos,
hasta avisar como corre el nuevo governador, y tener respuesta y orden de Su Magestad de lo que fuere servjdo
que el Conde haga. Y esto es lo que Su Magestad ha mandado añadir y quiere que se siga y haga en estos
puntos, advirtiendo por remate que si por algun estorvo impensado no tuvjere effecto lo que queda dicho
arriba de Ernesto, en tal caso se ha de llamar el Archiduque Maximiliano mi sobrino para lo mismo que avia
de hazer Ernesto.”
88
M.A. Echevarría, Flandes y la monarquía hispánica, 1500-1713, Madrid, 1998, p. 100 et p. 135.
89
L. Van der Essen, Les archives farnésiennes de Parme au point de vue de l’histoire des anciens Pays-Bas catholi-
ques, p. 104; une première partie de ces archives semble avoir été remise au roi, une seconde partie en 1595 et
une bonne partie envoyée à Ranuccio.

– 44 –
Les secrétaires particulieres des gouverneurs généraux des Pays-Bas sous Philippe II

la mauvaise volonté dont l’archiduc fait preuve à son égard90. Il est vrai qu’Ernest ne s’en
sort pas: durant les intérims houleux de Fuentes et de Mansfeld, le conseil d’Etat a repris
de la vigueur et ne supporte pas l’emprise des deux espagnols sur l’archiduc. Perçu comme
trop docile par les locaux, pas assez par Ibarra, embarrassé par le manque de ressources fi-
nancières et la procrastination légendaire de Philippe II, Ernest est affaibli politiquement.
En outre, il tombe malade, subit des saignées, suit des diètes, attrape la fièvre, multiplie
les crises de goutte, s’évanouit régulièrement, vomit … Peu avant son décès, au mois de
février 1595, il suit les conseils d’Ibarra et remet ses fonctions au comte de Fuentes91.
Fuentes ne se sert pas d’Ibarra pour écrire à la cour, il le fait lui-même ou en confie
la rédaction à celui qui semble être devenu son secrétaire, Isidro Morán – un ancien
collaborateur d’Ibarra92. Quant à Ibarra, il poursuit sa mission d’informateur, mais il
n’accompagne pas Fuentes dans ses campagnes et regagne assez vite l’Espagne, où il réin-
tègre le conseil de Guerre et fait son entrée au consejo de Hazienda93. Au mois d’octobre,
Fuentes est déchargé de son intérim: on attend la venue d’un autre archiduc – Albert –
que Fuentes devra à nouveau informer94.
Peut-on donc voir en la charge d’Esteban de Ibarra une “innovation marquante”? Le
premier “secrétaire d’Etat et de Guerre” aux Pays-Bas, incarnant une mesure “radicale”
prise par Philippe II à la fin de son règne95? Je ne le pense pas. Il s’agit plutôt d’une nomi-
nation d’un personnage donné, dans des circonstances données, muni d’instructions pra-
tiques destinées à régler des problèmes pratiques. C’est une nouvelle manifestation de la
volonté royale de contrôler ses lieutenants qui, nous l’avons vu, n’est pas sans précédent,
mais il ne s’agit pas de la création volontaire d’une institution stable. La locution “secré-
taire d’Etat et de Guerre” apparaît dans les papiers de l’administration des provinces de
façon un peu inopinée, en mars 159496, mais elle désigne la fonction occupée par Ibarra à
Madrid, et si le titre réapparaît par la suite, la formule n’est pas toujours complète et les
fonctions de ceux qui le portent ne sont ni fixes, ni très similaires.
De prime abord, la littérature historique récente s’accorde sur les fonctions du secrétai-
re d’Etat et de Guerre, comme sur la date de son institution et sur celle de sa disparition.
Mais les choses ne sont pas aussi claires, et pour cause. Mises bout à bout, les attributions
de ce secrétaire sont très floues et/ou trop larges. Puisqu’il n’existe aucun règlement ni

90
Voyez notamment AGS, E 608, f. 16: Ibarra à Moura et Idiáquez, 11 février 1592 et J. Lefèvre, La secrétairerie
d’Etat et de Guerre, p. 57.
91
A. Doutrepont, “L’archiduc Ernest d’Autriche”, pp. 636-640 et H. De Schepper, “Una reacción – cripto-
gráfica – sobre la toma de posesion del gobierno de Flandes por Fuentes, 1595”, Archives et Bibliothèques de
Belgique, t. xl, (1969), p. 271.
92
J. Lefèvre, La secrétairerie d’Etat et de Guerre, p. 64.
93
Felipe II (1527-1598). La configuración, p. 406.
94
Biblioteca Nacional de Madrid, Manuscrit 775 (diversos), f. 564: Philippe II à Fuentes, 13 octobre 1595. Le-
fèvre situe le départ d’Ibarra au mois de mai 1596, en se basant sur une ayuda de costa qui lui a été accordée
par Albert, mais les sources espagnoles le font entrer au consejo de Hazienda dès 1595. S. Fernández Conti,
Los consejos de Estado y Guerra , p. 221, note 158 et J. Lefèvre, La secrétairerie d’Etat et de Guerre, p. 65.
95
M. Soenen, Institutions centrales, p. 298 et J. Lefèvre, “La correspondance des Gouverneurs généraux”, p. 45.
96
Archives Générales du Royaume (Bruxelles), Secrétairerie d’Etat et de Guerre, registre 15, f. 4.

– 45 –
Julie Versele

ordonnance instituant la fonction, on a recherché, dans les archives, les activités de l’un
puis de l’autre, et attribué le tout à une institution. On en déduit que le secrétaire doit
tout à la fois être l’homme de confiance du gouverneur mais être nommé par le prince;
être affecté à “des charges politiques et financières” et avoir la “charge des affaires militai-
res”, être le “rapporteur officiel et intime du prince pour toutes les affaires importantes
qui seraient traitées ouvertement ou en secret”97. A la tête d’un “département nouveau”, il
doit être “officiellement chargé des diverses missions jusque là abandonnées au secrétaire
privé, en particulier l’expédition de la correspondance secrète”, sans pour autant s’occuper
de la véritable correspondance privée du gouverneur98. Il doit encore “assurer l’expédition
de toutes les correspondances diplomatiques et de tous les actes d’administration militai-
re” du gouverneur99 et, tout en offrant appui à ce dernier, “exercer un contrôle sur son
gouvernement” en vérifiant la stricte application des ordres royaux100.
Ibarra ne se substitue pas aux secrétaires particuliers d’Ernest et n’est officiellement
investi d’aucune charge particulière – hormis en matière de finances. Ses fonctions de
surveillance et de contrôle sont uniquement destinées à seconder Fuentes et Ibarra quit-
tera les provinces pour réintégrer des fonctions castillanes qu’il n’a jamais abandonnées101.
Qui plus est, Ibarra n’endosse pas de fonctions d’administrateur militaire, sa mission
est financière et c’est à ce titre qu’il participe à certaines affaires “de guerre”: en tant que
réformateur de la gestion financière de l’armée espagnole. Lefèvre cite quelques actes qui,
selon lui, de façon volontairement discrète, instituent la secrétairerie d’Etat et de Guerre
en 1594. Il est frappant de constater que tous ces actes concernent la gestion des droits à
payer pour l’expédition des patentes militaires, la fixation de leur montant et les questions
pratiques relatives à la perception de ces droits102; tout est donc bel et bien d’ordre finan-
cier. Ibarra était certes secrétaire d’Etat et de Guerre mais indépendamment de sa mission
dans les provinces, qui consistait à rechercher les racines du mauvais état des finances et à
y trouver remède, et qui s’achève à l’arrivée d’Albert.
Lorsque l’archiduc Albert parvient dans les provinces, il est accompagné de plusieurs
secrétaires: Juan Roco de Campofrío, très proche de l’archiduc et investi de fonctions
assez larges, Juan de Frías, qui remplace Campofrío lors de ses déplacements, “y por
secretario de las cosas de la Guerra a Juan de Mançisidor, offiçial mayor de don Martín
de Idiáquez, secretario de estado, con título de secretario de Su Magestad, el qual le dio
por superintendente de las justiçias militares del exérçito”103. Mancisidor est donc un

97
Les institutions du gouvernement central, p. 383.
98
J. Lefèvre, “La correspondance des Gouverneurs généraux”, p. 45.
99
M. Soenen, Institutions centrales, p. 298.
100
Les institutions du gouvernement central, p. 383.
101
S. Fernández Conti, Los consejos de Estado y Guerra, p. 221, note 158.
102
J. Lefèvre, La secrétairerie d’Etat et de Guerre, pp. 55-56.
103
J. Roco de Campofrío, España en Flandes, trece años de gobierno del Archiduque Alberto (1595-1608), édition
du témoignage direct du docteur Roco de Campofrío, originalement intitulé Relación de la jornada que su
Alteza el Archiduque Alberto mi señor hizo a Flandes en el año de 1595, y de los subcessos que se ofrecieron en aquel-
los estados el tiempo que los goberno, particularmente en los que yo me hallé, que fueron hasta primero de mayo

– 46 –
Les secrétaires particulieres des gouverneurs généraux des Pays-Bas sous Philippe II

fonctionnaire du roi, avec une fonction clairement attachée à l’armée espagnole, com-
mandée par des Espagnols et des Italiens, rétribuée par l’Espagne et attachée par serment
à Philippe III, et non aux Archiducs104. Mais cela n’en fait pas un successeur d’Esteban
de Ibarra, ni un secrétaire d’Etat et de Guerre dans tous les sens de son acception ! Il est
vrai que la période archiducale modifie les rapports entretenus par la métropole avec les
Pays-Bas105, mais si l’on suit l’évolution de l’institution au fil des décennies et des siècles
suivants, on se rend bien compte que cette “fonction” continue à évoluer: au xviie siècle,
ses attributions seront radicalement transformées106.

Conclusions

L’objet de cette étude n’est évidemment pas l’analyse de la charge du secrétaire d’Etat
et de Guerre aux xvii et xviii siècles, mais bien de poser la question de savoir s’il y a créa-
tion d’une institution nouvelle à la fin du règne de Philippe II, en réponse à une situation
de fait devenue embarrassante: l’implication des secrétaires particuliers des gouverneurs
généraux des Pays-Bas dans les affaires de l’Etat. En guise de conclusions, et pour répon-
dre au questionnement de l’introduction concernant le lien de filiation généralement
établi entre les secrétaires particuliers des gouverneurs généraux et l’établissement d’une
institution nouvelle confiée à un secrétaire d’Etat et de Guerre, je dirais qu’il n’y a pas
“une” filiation claire et directe, comme il n’y a pas non plus “une” secrétairerie d’Etat et
de Guerre officielle et efficace à la fin du règne de Philippe II. Que le roi cherche à limiter
l’influence des secrétaires particuliers des gouverneurs généraux ne fait aucun doute, de
même que Philippe II cherche toujours à contrôler ou à limiter le pouvoir des gouver-
neurs généraux eux-mêmes. Mais l’influence de ces secrétaires reste difficile à mesurer
et a peut-être été surestimée par une lecture des sources tenant peu compte de pratiques
courantes dans l’administration de l’époque, ou accordant trop de crédit à certains témoi-
gnages partiaux. Cette influence n’est d’ailleurs pas croissante au long du règne de Phi-
lippe II, mais dépendante de la personnalité du secrétaire, de celle de celui qui l’emploie,
des responsabilités militaires éventuelles de ce dernier et du contexte dans lequel ils évo-
luent. Les réponses proposées par la monarchie ne semblent pas non plus répondre à une
logique progressive; elles sont ponctuelles et plus ou moins préparées, parfois plus strictes
en matière de contrôle, parfois moins, sans donner l’impression d’émaner d’une construc-
tion institutionnelle profondément réfléchie - difficile en cette période de troubles. Enfin,
pour ce qui est de l’institution qui en émane, il est clair que rien de stable, de fixe ou

de 1621, hecha por el doctor Roco de Campo Frío, capellan de Su Majestad y vicário general del exercito (c.1620),
Madrid, 1973, pp. XXXI-XXXII, p. 7, p. 186.
104
P. Janssens (éd.), La Belgique espagnole et la principauté de Liège, 1585-1715, t. 1, Bruxelles, 2006, p. 28.
105
Voyez notamment A. Esteban Estríngana, Madrid y Bruselas. Relaciones de gobierno en la estapa postarchidu-
cal (1621-1634), Louvain, 2005, pp. 240-243.
106
Les institutions du gouvernement central, pp. 383-388. Un tout grand merci à Messieurs Gustaaf Janssens et
Hugo De Schepper pour leur très attentive, constructive, amicale et courtoise relecture.

– 47 –
Julie Versele

d’officiel n’est créé à la fin du règne de Philippe II. Ibarra est secrétaire d’Etat et de Guerre
en Espagne, et si cette attribution est reprise dans les Pays-Bas, l’établissement de la secré-
tairerie d’Etat et de Guerre et son maintien au travers des régimes espagnol et autrichien
masque son évolution: les attributions du secrétaire ne seront jamais fixes et seront parfois
même modifiées de façon radicale.
Le constat est donc assez banal: l’histoire institutionnelle est beaucoup moins linéaire
qu’il n’y parait de prime abord, et les relations de cause à effet sont rarement unilatérales.
Cependant il est sûr qu’un “dialogue” s’est opéré ici entre Bruxelles et la métropole, me-
nant non pas à une solution stricte et établie à la fin du règne de Philippe II, mais à une
structure plus ou moins aménagée au sein de laquelle ce dialogue s’est poursuivi.

– 48 –
Madama’s Minister: Tomás de Armenteros
at the Court of Margarita of Austria

Sebastiaan Derks
Instituut voor Nederlandse Geschiedenis, La Haya

‘Given that Her Highness is currently confronted with very arduous duties and, in
addition, that she has nothing momentous to report to Your Excellency, she asks you to
excuse her until next Sunday.’ So Tomás de Armenteros wrote apologetically to Ottavio
Farnese, Duke of Parma and Piacenza, in the late autumn of 15591. Armenteros served as
private secretary to the Duke’s consort, Madama Margarita of Austria, and it was through
him that she communicated the relentless pressure on her during the strenuous early
months of her regency of the Netherlands. In the context of interminable paperwork and
innumerable preoccupations emanating from the regency government, Armenteros as-
sumed more and more responsibility as he often acted as her discreet alter ego. He tended
to be used to transmit her decisions and directives, and his utterances were increasingly
interpreted as the expression of her opinions. Knowing how much the Duke insisted on
being kept informed, Armenteros now hastened to apologize for ‘these few lines’ he had
sent. He assured the Duke, however, that Margarita would soon dispatch a more detailed
communication and would provide as much information as possible on the affairs of the
court. She would redeem this promise within a week2. Armenteros’ brief role as the Duch-
ess’ go-between, in itself trivial, provides some insight into his professional life and indeed
his socio-political context – the princely courts of the Farnese and their familial projects.
From the moment she entered into government as regent, alongside her numerous
official obligations, Margarita was confronted by an overwhelming amount of corre-
spondence. Like all other regents of this period, she set up a personal secretariat in the
Netherlands to support her in her demanding new role. In particular, her secretaries were

1
I should like to thank the Reale Istituto Olandese a Roma for its support and Giuseppe Bertini, Monica
Stensland, and Erik Swart for their helpful suggestions.
Parma, Archivio di Stato (hereafter ASP), Carteggio Farnesiano Estero 107, Armenteros to Ottavio Farnese, 27
Nov. 1559, ‘porq al presente [Su Alteza] se halla en muy grandes ocupaçiones y tambien porq no ay cosa de
momento de que dar àviso a V. Ex. […] la tenga V. Ex. por escusada hasta el domingo q viene’; for a similar
letter, dated 26 Feb. 1560, see ibidem
2
See Naples, Archivio di Stato (hereafter ASN), Archivio Farnesiano 1334, fasc. 16a, Margarita of Austria to
Ottavio Farnese, 3 Dec. 1559. Cf. the posterior copy in Brussels, Archives Générales du Royaume (hereafter
AGRB), Manuscrits divers 1844, papers Gachard-Óváry.

– 49 –
Sebastiaan Derks

expected to manage her confidential contacts and to execute her family’s agenda3. These
secretaries were private servants of the Duchess, summoned by her to the Brussels court
to handle matters involving virtually every element of government. Although she had
to leave the affairs of the Netherlands largely in native hands, the precise distribution of
work often varied and Margarita also used her household servants on an ad-hoc basis to
intervene on specific administrative issues. At the head of the private secretariat and as a
veteran aide more thoroughly acquainted with her affairs than anyone else, Armenteros
was responsible for handling all her personal correspondence and for keeping her ad-
ministrative tasks manageable. All through her regency Margarita relied very heavily, at
times exclusively, on him. It is therefore not surprising that his bold, clear hand appears
throughout her manuscripts4. Margarita found in him an assiduous and faithful ‘secre-
tarius intimus.’ His loyalty to the Duchess and her family was beyond reproach, and he
furthered their political fortunes to the best of his abilities. Although Armenteros was
thus the influential right-hand man of the regent, his pivotal role during her regime has
hitherto been largely misinterpreted by historians.
History has almost invariably viewed Armenteros’ active role in the government as
inappropriate and erroneous. In the scant literature on him, pejorative stories about his
ostentatious corruptibility and the scope of his influence are prevalent. The reputation of
Armenteros was chiefly constructed on the basis of the prominent part he played in the
so-called ‘fall’ of the senior minister Antoine Perrenot de Granvelle. His notoriety among
historians can be explained by their easy and nearly exclusive reliance on contemporary
criticism, ignoring any evidence to the contrary. This applies in particular to his oppo-
nents’ rhetoric, which became well-known through the nineteenth-century editions of
Granvelle’s correspondence and which has distorted the picture of Armenteros’ activities
ever since5. Most authors have assumed that his administrative rule could only have had
an adverse effect, because he was not well versed in the affairs of the Netherlands and
constantly overstepped his competencies6. Past historiography has made little attempt to
explain what precisely he was doing in the regency government that made him so hated
and feared at court. This narrow focus has also added to the confusion about the nature
of his loyalties. Whereas romantic scholars saw him as a partisan of the Netherlands’
magnates, modern historians emphasize his attachment to the King and place him in the

3
On the attributions of the private secretariats, see J. Lefèvre, La Secrétairerie d’État et de Guerre sous le régime
espagnol (1594-1711), Brussels, 1934, pp. 9-66; cf. the contribution of Julie Versele in this volume.
4
E.g. Armenteros’ notes in Margarita’s papers, ASN, Archivio Farnesiano 1883.
5
Cf. Ch. Weiss (ed.), Papiers d’État du Cardinal de Granvelle (hereafter PEG), Paris, 1841-1852, 9 vols.; E.
Poullet and Ch. Piot (eds.), Correspondance du Cardinal Granvelle, 1565-1586 (hereafter CCG), Brussels, 1878-
1896, 12 vols.
6
H. Pirenne mirrored his reputation in Belgian historiography with that of another greedy courtier, chamber-
lain Guillaume de Croÿ, seigneur de Chièvres, in Spanish historical writing: H. Pirenne, Histoire de Belgique,
Brussels, 1907, III, p. 86; see e.g. J.L. Motley, The Rise of the Dutch Republic, London, 1939, I, p. 330; F.
Rachfahl, Margaretha von Parma, Statthalterin der Niederlande (1559-1567), Munich-Leipzig, 1898, pp. 143-4.

– 50 –
Madama’s Minister: Tomás de Armenteros at the Court of Margarita de Austria

small group of reliable Castilian experts temporarily assigned to the Duchess’ retinue7.
Yet despite the fact that Armenteros’ position as an all-powerful personage at the regency
court seems to be generally undisputed, his life and work have attracted relatively little
attention.
An explanation of this lacuna can be found in the conventional neglect of the personal
and ‘informal’ political forces. The authoritative institutionally-oriented focus has caused
historians to disregard the private, and therefore less visible, components of top-level
politics. Recent literature suggests, however, that those attendant on the ruler’s person
were inextricably connected to the central institutions8. Because the regent was the centre
of all politics, and because of the intimate nature of their work, the small circle of private
secretaries inevitably became increasingly involved in the conciliar government apparatus
of the Netherlands. Armenteros’ work as the closest collaborator of the regent offers us
interesting evidence as to the real relationship between them. It has often been suggested
that he gained a certain mental ascendancy over Margarita; that this could explain his
shadow regime and his interventions to the detriment of the Netherlands’ affairs. This
paper attempts to repudiate this interpretation and will build on the presupposition that
the cooperation between the two must be understood within a familial context. To date,
almost nothing is known about the internal dynamics of the household government of
the regents of the Habsburg Netherlands. The inside story of Armenteros, however, can
help us to gain insight into how the ‘family’ (famiglia), which in sixteenth-century ter-
minology also included all the domestic staff, formed a coherent group and how it func-
tioned in the Farnesian high politics. A careful and critical re-reading of the evidence
could enable us to provide further information on the figure and function of the personal
ministers and secretaries. What aspirations did Armenteros nurture for himself in this
context of dynasticism? Rather than highlighting Armenteros’ highly personal contacts
with Madama, this paper will accentuate above all his role as a familial operator to the
Farnese, who became a veritable pillar of dynastic politics. Like in any personal story,
most developments described here are unique to this particular secretary, but they can
nevertheless help us determine the degree of influence familial manoeuvres had over the
regency government.
Admittedly, the available literature on Armenteros is scant and sketchy, but this is al-
most certainly the result of major documentation problems. Unfortunately, apart from the
correspondence referred to here hardly any of his personal papers have survived. The rest
of the material, together with the amorphous archival collections of the Farnese dynasty,

7
E.g. G. Parker, The Dutch Revolt, London, 1990 (revised ed.), pp. 45-6; H.G. Koenigsberger, Monarchies,
States Generals and Parliaments: the Netherlands in the Fifteenth and Sixteenth Centuries, Cambridge, 2001,
p. 197.
8
For an authoritative overview, see J. Adamson, ‘The Making of the Ancien-Régime Court’, in J. Adamson
(ed.), The Princely Courts of Europe: Ritual, Politics and Culture under the Ancien Régime, 1500-1750, London,
1999, pp. 7-41. Cf. also the contribution of Dries Raeymaekers on Rodrigo Niño y Lasso, Count of Añover
in this volume.

– 51 –
Sebastiaan Derks

was annihilated by the ravages of the Second World War9. Judging by the few documents
that have survived, Armenteros’ position and social network undoubtedly resulted in
an intensive and highly informative correspondence. So much is missing, however, that
we are left in the dark about the minutiae of his life. A portion of the lost records can,
however, be reconstructed through the copies and notes that earlier scholars made before
their destruction10. Moreover, the archives to which we still have access contain enough
evidence to reconstruct the broad contours of his Farnesian career. This documentation
is wide-ranging in both its nature and content. The small part of his working files that
is intact consists of minutes, copies, transcripts and letters in Armenteros’ own hand11.
These manuscripts are pervaded with projects, plans and routine jobs he carried out for
his patrons. It is largely unused material which, when complemented by correspondence
from the miscellaneous Habsburg collections, allows us to contextualize his career, albeit
in a fragmentary manner.

  

To understand the formative influences on Armenteros’ ideas and career, it is essential


to delve somewhat deeper into the earlier stages of his professional life. Who was this
Tomás de Armenteros in whom the Farnese and their entourage had so much faith? In his
own words, his home lay in the duchy of Brabant, where he had been born into a relati-
vely humble Castilian family of petty nobility12. Later descriptions would have us believe,
in line with the cult of lineage and honour in such families, that his ancestry could be
traced back to reconquista nobles of the Order of Santiago13. Little is known about his
youth apart from a vague indication that he was ordained into lower orders, in all proba-
bility to obtain a prebend that would allow him to study14. In 1523 he embarked on a ca-
reer in the service of the imperial grand chancellor, Marquis Mercurino di Gattinara, and
through him he entered into the financial administration of the Habsburg fleet15. After

9
Cf. M. Dierickx, ‘Les Carte Farnesiane de Naples par rapport à l’Histoire des anciens Pays-Bas, après
l’incendie du 30 septembre 1943’, Bulletin de la Commission Royale d’Histoire 112 (1947), pp. 111-26; R. Fi-
langieri, L’Archivio di Stato di Napoli durante la seconda guerra mondiale, Naples, 1996 (ed. S. Palmieri); S.
Palmieri, Degli archivii napolitani. Storia e tradizione, Bologna, 2002. See also G. Ramacciotti, ‘Le vicende
storiche dell’Archivio Farnesiano a Napoli e la sua reale consistenza’, Archivio storico per le province parmensi,
ser. iv, 2 (1949-1950), pp. 217-245 and 4 (1951), pp. 163-211.
10
The notebooks (‘Cahiers’) made by Léon Van der Essen in the Archivio di Stato of Naples are in private
hands.
11
See, for example, Armenteros’ papers in ASN, Archivio Farnesiano 260, 262 and 1883.
12
Cf. CCG, III, p. 639; PEG, VIII, p. 258, Granvelle to Viglius, 20 Aug. 1564.
13
For the supposed genealogy of his family, see T. Amayden, La storia delle famiglie romane, Rome, [1910], I,
p. 81 (ed. C.A. Bertini); see also J. de Atienza, Nobiliario español, Madrid, 1948, p. 339.
14
Cf. the reference to ‘clericus conjugatis salamantinus’ in a Piacentian deed of 1557: A. Ronchini (ed.), Cento
lettere del capitano Francesco Marchi conservate nell’ Archivio Governativo di Parma, Parma, 1864, p. 5.
15
Madrid, Biblioteca del Palacio Real (hereafter BPR), Ms. II/2263, f. 9, Armenteros to Antoine Perrenot de
Granvelle, Rome, 8 May 1551, the date of his entry into Habsburg service is derived from this lettter; cf. also
Valladolid, Archivo General de Simancas (hereafter AGS), Estado 531, Armenteros to Philip II, Brussels, 22
June 1566. On Gattinara see M. Rivero Rodríguez, Gattinara: Carlos V y el sueño del imperio, Madrid, 2005.

– 52 –
Madama’s Minister: Tomás de Armenteros at the Court of Margarita de Austria

the death of Gattinara in 1530, Armenteros served under the highly influential Francisco
de los Cobos on the secretarial staff of Emperor Charles V. His position was probably
that of an assistant secretary and, in the light of later comments by Granvelle, was one of
relatively little importance and indistinguishable from that of his confreres. His position
did, however, enable him to master the handling of government papers and to build up a
unique experience of the workings of the administration. Like Gonzalo Pérez, Alonso de
Idiáquez and Francisco de Eraso before him, Armenteros was also likely to have been re-
cruited by Cobos himself, receiving specific instructions on the job16. The training of this
band of young secretaries centred, above all, on the acquisition of the necessary tacit skills
to tackle the jumble of conflicting authorities and to cope with unpredictability of a still
sketchy central administration. As Cobos rose to great influence at the imperial court, he
not only provided them with excellent training, but also placed them in potentially more
profitable posts. In this way, the activities of his apprentices, often behind the scenes,
would later extend over many sectors within the monarchy’s administrative apparatus.
Probably around 1538 the pattern of his life changed radically as he was assigned to
the court of Margarita of Austria, the natural daughter of the Emperor. According to the
eminent Belgian scholar Gachard, Armenteros was appointed by the Consejo de Estado
to fill the significant position of personal secretary17. Unfortunately, the extent to which
his transfer, a marked sign of preferment, had been arranged by Cobos cannot be un-
covered. But there would be difficult times ahead for Armenteros. Soon after his arrival
in Rome, he would have realized that matters were far from simple and that he had en-
tered the lion’s den. To start with, agitations were being aroused by the ongoing conflict
surrounding the second marriage of the fifteen-year-old duchessina Margarita, who had
originally been given in marriage to Alessandro de’ Medici but after his assassination had
been given to Ottavio Farnese, grandson of Pope Paul III. Although the Habsburg bride
had at first shown signs of appreciation, she soon began to resist openly by refusing to
allow the marriage to be consummated. Margarita’s disapproval was not only due to per-
sonal reservations about her new, lower status but also to her own family’s interests and
the instructions of her father, who preferred not to bind himself absolutely to the Farnese
princelings. Margarita’s household became the focal point for the uneasy confrontations
that were the consequence of her opposition18. In this delicate political atmosphere the
pressure on her staff intensified and this led to several important reforms of her entou-
rage. Unfortunately, household records for this period have been lost, so further insight

16
H. Keniston, Francisco de los Cobos, Secretary of the Emperor Charles V, Pittsburgh, 1960, pp. 332-43. On
Cobos’ protégés, see J. Martínez Millán (ed.), La Corte de Carlos V, Madrid, 2000, 5 vols., vol. III.
17
L.P. Gachard (ed.), Correspondance de Philippe II sur les affaires des Pays-Bas (hereafter CP), Brussels, 1848-
1879, I, p. CXCVIII. Cf. the advice of the Consejo de Estado on the proposed marriage of Margarita of
Austria, C. Capasso, Paolo III (1534-1549), Messina, 1923, I, p. 316.
18
G. Bertini, ‘Margherita d’Austria e i Farnese negli anni romani (1538-1550): nuovi documenti’, in C.J. Her-
nando Sánchez (ed.), Roma y España, un crisol de la cultura europea en la Edad Moderna, Rome, 2008), I, pp.
267-79; G. Brunelli, ‘Tra eretici e gesuiti. I primi anni di Margherita a Roma’, in S. Mantini (ed.), Margherita
d’Austria. Construzioni politiche e diplomazia, tra corte Farnese e Monarchia spagnola, Rome, 2003, pp. 65-83.

– 53 –
Sebastiaan Derks

into these reforms is seriously hampered. It is, however, clear that her environment had a
strong Castilian character and that she supported leading spirituali from that nation. We
can assume that after the reconciliation of the two spouses, Margarita’s household was still
regarded as the main instrument for the acculturation of the Duchess and her attendants:
in the years that followed, the number of servants affiliated to the Farnese increased sig-
nificantly. Needless to say, the reverse side of this process consisted of the gradual exodus
of her Castilian entourage. In practice, only a few Castilians succeeded in becoming as-
similated and seizing positions in her new household. This was, after all, how things had
gone at the time of her first marriage when the private secretaries Cherubino Bonanni
and Pietro Lippi, together with other Florentine courtiers, had entered her household19.
Despite these competing court cultures, Armenteros was able to remain and to find a
place for himself in his new Roman work circle.
To pursue his own personal interests in these complex and tricky circumstances, Ar-
menteros had to shift the focus of his loyalty to the Farnese family and win their favour.
Sadly, his admission into their entourage and his building of personal and professional
connections with his patrons are poorly documented. Armenteros’ close relationship
with the Farnese dynasty seems to have begun with the arrangement of an advantageous
marriage which raised his status. He married Livia Muti, a scion of a prosperous and
prominent noble Roman family. The political motives of the Farnese appear to have been
behind this marriage choice, as they probably desired to tie him even more closely to their
family loyalties. The Muti were related to the noble families of the Frangipane, the Astalli
and the Cesarini and prominent family members held offices in the city administration
and in the Church20. His marriage provided Armenteros with influential connections and
many children who would in turn also serve the Farnese family21. Although he took up
residence in Rome, Armenteros also acquired several fiefs in the region of the Abruzzo
Ultra. At this stage, he seems to have been on friendly terms with several courtiers and
merchant-bankers in Farnese circles, in particular with Giuliano Ardinghelli. He was also
working in close collaboration with the splendid group of secretaries in the service of
Madama’s brothers-in-law, the Cardinals Alessandro and Ranuccio Farnese. We can there-
fore assume that Armenteros participated to the fullest in the courtly life of the Palazzo

19
Cf. M. Belardini, ‘Margherita d’Austria, sposa e vedova del duca Alessandro de’ Medici’, in S. Mantini (ed.),
Margherita d’Austria, pp. 25-54. On Pietro Lippi’s career, see Florence, Archivio di Stato (hereafter ASF),
Mediceo del Principato, 2864, Margarita of Austria to Cosimo de’ Medici, 25 May 1546.
20
Cf. the entry on the Mutti Bussi in the SIUSA. Sistema Informativo Unificato per le Soprintendenze Archi-
vistiche (siusa.archivi.beniculturali.it; accessed in June 2008). See also T. Amayden, Famiglie romane, II, pp.
89-90.
21
Rome, Archivio di Stato (hereafter ASR), Collegio dei Notari Capitolini 1549, ff. 459r-461v; for his son Pie-
tro, see e.g. ASN, Archivio Farnesiano 2077, fasc. 11, Nuccio Sirigatti to Marzio Faralio, 16 July 1569; ASP,
Computisteria Farnesiana di Parma e Piacenza 141, ‘Ruolo dei provigionati che erano al servizio di Margherita
d’Austria’ (1569); T. Valenti, ‘Notizie di personaggi fiamminghi alla corte di Margherita d’Austria duchessa di
Parma e Piacenza durante la sua dimora in Abruzzo’, Bulletin de l’Institut historique belge de Rome, 14 (1934), p.
134. For a possible relation with Diego de Armenteros, cf. J. Martínez Millán and S. Fernández Conti (eds.),
La Monarquía de Felipe II: la casa del rey, Madrid, 2005, pp. 748-51.

– 54 –
Madama’s Minister: Tomás de Armenteros at the Court of Margarita de Austria

Madama and the Palazzo Farnese. His considerable talents, his perseverance, and his ex-
pertise in financial affairs would certainly have helped him ease his way into this mixed
social and administrative top level of the Farnese family22.
Although Armenteros originally appears to have been employed only in a subaltern
capacity within Margarita’s court, charged with assisting her in a number of routine af-
fairs, his role was to change. Armenteros’ first important mission on behalf of his new
masters was to transfer the first installment of papal subsidies to Charles V, who pre-
sided at the Diet of Regensburg (Ratisbona). This was in July 1546, and the considerable
funds he brought were to be used for the coming war against the Lutheran princes of
the Schmalkaldic League, but were far from answering the financial expectations of the
Emperor. Soon after, both he and the nuncio Girolamo Verallo were involved in the pro-
tracted disputes about the delays of the papal payments for the new major campaign23.
His stay in this anti-Farnesian atmosphere lasted three months and Armenteros used his
appointment to further widen the range of his connections and contacts. His relations
with imperial councillors, many of whom he already knew, and with Nicolas Perrenot de
Granvelle and his son Antoine in particular, proved useful in following years. Although
his responsibilities were restricted to financial operations, and he only functioned as a
paymaster of the papal legate Cardinal Alessandro Farnese, his mission laid the basis for
his increasing involvement in the affairs of the ducal family. He had shown himself a ful-
crum of their policies: thoroughly familiar with the intricacies of financial administration
(thanks to twenty years of experience) and with inside knowledge of Habsburg politics.
This mission was the first of several confidential commissions and legations to which he
was assigned by Madama and her family as their representative.
The following year he was once again sent as ducal agent to Charles V, to serve alongside
nuncio Verallo. When open warfare eventually broke out, Armenteros supplied a stream
of reports on the actions of the imperialists, while also discreetly exploring whether the
Emperor might approve of the concession of the duchies of Parma and Piacenza to the
Farnese. He negotiated this matter intensively with the Granvelles. However, as tensions
at the court in Augsburg heightened, the defense of the supposed Farnesian ‘defection’ and

22
For this group of Farnesian intermediaries, agents, and secretaries, cf. G. Brunelli, ‘Tra eretici e gesuiti’,
pp. 65-83; idem, ‘Giovanni Della Casa: l’esperienza in corte a Roma’, in A. Quondam (ed.), Giovanni Della
Casa. Un seminario per il centenario, Rome, 2006, pp. 155-168; O. Moroni (ed.), Corrispondenza Giovanni
Della Casa, Carlo Gualteruzzi (1525-1549), Vatican City, 1986; O. Moroni (ed.), Carlo Gualteruzzi, 1500-1577 e
i corrispondenti, Vatican City, 1984.
23
ASP, Carteggio Farnesiano Estero 2, Armenteros to Alessandro Farnese, 31 July 1546. Cf. W. Friedensburg
(ed.), Nuntiaturberichte aus Deutschland nebst ergänzende Aktenstücken, pt. 1, vol. 9: Nuntiatur des Verallo
1546-1547, Gotha, 1899, pp. 158-61, Verallo to Alessandro Farnese, 31 July 1546.

– 55 –
Sebastiaan Derks

recall of the papal troops probably occupied more and more of his time24. This withdrawal
and Pope Paul III’s consideration of a French alliance, must have infuriated the Emperor.
Armenteros’ mission abruptly became even more problematic when, in September 1547,
news arrived of a palace revolt in Piacenza and of the murder of Paul’s son, Pier Luigi
Farnese, by imperialist-backed conspirators. Ferrante Gonzaga, the Habsburg governor
of Milan, almost immediately had his troops restore order in Piacenza and asserted the
authority of the Emperor. The Farnese family suspected that this brutal assassination could
not have occurred without Charles’ consent. Armenteros therefore closely monitored the
reactions in and intentions of the imperial camp at Augsburg25. The poor justifications
given for Gonzaga’s rapid intervention, however, only raised further suspicion and in early
November the secretary left the German lands. A month later he was dispatched to Rome
by Ottavio Farnese to reinforce the solidarity of the ducal family and to report on the
political confusion at the court of Paul III26.
With the family policy in peril and the relations between the Habsburgs and the Far-
nese soured, Armenteros found himself in a difficult position. When Ferrante Gonzaga
insisted on retaining Piacenza for the defense of the imperial territories, complications
and troubles multiplied. The Farnese, fearing for their other principalities, appealed for a
firm alliance with the Valois King of France, Henry II. When the proposed treaty with the
French was made public in April 1551, the Farnese were classed as disloyal vassals and had
their imperial and papal possessions and benefices withdrawn or confiscated27. Meanwhi-
le, this volte-face also directly affected Armenteros’ personal prospects. With the Farnese
family now involved in an all-out war against their former Habsburg overlord, he had to
plan for the possibility of a defeat. In this atmosphere of uncertainty, Armenteros showed
himself sensitive to the immediate advantages offered by a return to Habsburg service. In
May he considered the situation as being so grave, that he offered his services to the im-
perial councillor Antoine Perrenot de Granvelle. He claimed to be ‘free to serve His Ma-
jesty’, the Emperor, as a provincial treasurer of the Abruzzo Ultra. As a holder of several
fiefs in this area, he had already administered financial matters and was familiar with the
procedures for the assessment of accounts by the Camera della Sommaria, the Chamber
of Accounts of Naples. In support of both the proposal and his prior experience, he made

24
Cf. Ibidem, p. 506, p. 511, Verallo to Alessandro Farnese, 10 and 11 March 1547 (Nördlingen). Cf. W. Frie-
densburg (ed.), Nuntiaturberichte aus Deutschland nebst ergänzende Aktenstücken, pt. 1, vol. 10: Legation des
Kardinals Sfondrato, 1547-1548, Berlin, 1907, pp. 157-9, pp. 189-92. On Granvelle’s early career, cf. A. Álvarez-
Ossorio Alvariño, ‘Gli humori d’Italia si devono conoscere et governarsi per Italiani. Antonio Perrenot y el
gobierno del Estado de Milán’, in Archivio storico per le province napoletane, 119 (2001), pp. 305-69 and M.J.
Bertomeu Masiá, La guerra secreta de Carlos V contra el Papa. La cuestión de Parma y Piacenza en la correspon-
dencia del cardenal Granvela, Valencia, 2009.
25
ASP, Carteggio Farnesiano Estero 2, Armenteros to Ottavio Farnese, 9 Sept., 17 Sept. and 15 Oct. 1547; ibidem,
Mignanello to Alessandro Farnese, 24 Oct. 1547.
26
Cf. R. Canosa, Vita di Margarita d’Austria, Ortona, 1998, pp. 52-3.
27
Cf. L. Romier, Les origines politiques des guerres de religion, Paris, 1913-14, I, pp. 220-71; M.J. Rodríguez-
Salgado, The Changing Face of Empire. Charles V, Philip II and Habsburg Authority, 1551-1559, Cambridge,
1988, pp. 42-3.

– 56 –
Madama’s Minister: Tomás de Armenteros at the Court of Margarita de Austria

reference to his former colleague and current Granvellian secretary Juan Saganta, with
whom he retained friendly relations28. However, his rhetoric was ignored and his request
was rejected. Armenteros was, in all probability, careful enough not to appear to put his
own personal concerns ahead of family loyalty: his flirt with the opposite side had not
affected the favour he enjoyed with his Farnesian patrons.
As the war for Parma and Piacenza was still inconclusive and disillusionment with the
French alliance was mounting due to conflicting interests over a Medici inheritance, the
Farnese approached the new Habsburg ruler of Milan, Philip II. The ducal family offered
to consider an agreement in return for the restitution of the duchy of Piacenza. Around
the middle of 1556 Madama sent Armenteros as an assistant to Geronimo da Correg-
gio, the family’s principal representative, to participate in the long-drawn talks with the
Habsburg counterparts. He was also entrusted with the task of defending her foremost
demand: restoring her confiscated territories in the kingdom of Naples or granting her
equivalent compensations. She instructed him to insist that her half brother, Philip II,
reinstalled her with the independent financial power that she had enjoyed before the war.
In September 1556 the Farnese family came to terms with the Habsburg King and reached
an agreement, the Treaty of Ghent. The major clauses of this treaty were the concession of
the duchies of Parma and Piacenza to Ottavio Farnese and the restoration of all Southern
Italian possessions and benefices to his family. However, they had to accept one impor-
tant proviso to the restitution by allowing a small contingent of Habsburg troops in the
fortress of Piacenza. In addition, there was to be a general amnesty for the murderous
conspirators and the young heir Alessandro Farnese was to be raised at the royal court29.
Margarita continued to employ Armenteros in matters of dynastic concern. His ex-
pertise on financial affairs was recognised when she sent him as her procurator to the
ducal Medicean court in Florence. The Duchess was the heiress to the extensive lands
of her previous husband, for which Cosimo de’ Medici owed her annual rents, in accor-
dance with an imperial agreement. The litigation about this forced agreement and about
the amount of money due to her had already dragged on for many years. Armenteros’
mission was to urge the Duke to pay the arrears and to oversee the transfer of the funds30.
During this assignment, he stayed in Florence in intervals from the winter of 1557 to the

28
BPR, Ms. II/2263, f. 9, Armenteros to Granvelle, 8 May 1551: ‘por hallarme siempre como devo libre para
servir a Su Mag.d como bue[n] vasallo suyo.’ For Armenteros’ contacts with Saganta, see A. Cauchie and L.
Van der Essen, Inventaire des archives farnésiennes de Naples au point de vue de I’Histoire des Pays-Bas catholi-
ques, Naples, 1911, 3, p. 15. Cf. on Sanganta: M.J. Bertomeu Masiá, La guerra secreta, pp. 25-6.
29
ASN, Archivio Farnesiano 1721bis, Armenteros to Margarita of Austria, 23 Sept. 1556; see also ASP, Carteggio
Farnesiano Estero 106, Armenteros to Alessandro Farnese, 18 Sept. 1556. Copies of the agreement are to be
found in the British Library, Add. Mss. 8273, ff. 212r-213v and in AGS, Patronato Real, caja 45, ff. 194r-197v,
199r-200v. Cf. M.J. Rodríguez-Salgado, Changing Face of Empire, pp. 162-3; L. Romier, Les origines, II, pp.
76-88.
30
ASF, Miscellanea Medicea 18/6, letters of Margarita of Austria to Cosimo de’ Medici, July 1557-April 1559;
letters of Armenteros to Cosimo de’ Medici, Febr. 1557–June 1559. Cf. for the Medici inheritance: G.V. Pari-
gino, Il tesoro del Principe. Funzione pubblica e privata del patrimonio della famiglia Medici nel Cinquecento,
Florence, 1999, pp. 42-51.

– 57 –
Sebastiaan Derks

summer of 1559, with a brief period spent at the ducal residence in Pisa. Six months after
his arrival, he achieved a first positive result and was able to report a down payment of
12,000 scudi31. Afterwards, much to the chagrin and concern of Madama, Cosimo and
his courtiers kept Armenteros dangling with vague promises and half-commitments. In
addition to these financial operations, he was also charged with other assignments such
as buying luxury goods for family members. In Florence, Armenteros mainly moved in
the circle of Castilian merchants and bankers, but he also carefully nurtured contacts
with his counterpart, the Medicean secretary Bartolomeo Concini, and with Duchess
Eleonora Álvarez de Toledo32. Because he did not want to neglect contacts with his family
and the Farnese court in Rome during this period, Armenteros travelled back and forth.
In this way he was also able to inform Duke Cosimo properly about recent political de-
velopments there, so that he might win the Duke’s favour and possibly also obtain the
desired payments. However, his work in mid-Cinquecento Tuscany would unexpectedly
be brought to a halt in connection with a new, important assignment.

  

In the summer of 1559, when King Philip II selected his half-sister Margarita to head
the regency government in the Netherlands during his absence, she needed capable staff
to support her in fulfilling her office. The most obvious candidate in her entourage to
take on such responsibility was Armenteros. Given his experience with the workings of
the Castilian administrative system and the credit he had earned with Margarita through
his missions, he was the best man available to her for the job. As her ‘consigliero et primo
segretario’, Armenteros now occupied a position of great importance in the hierarchy of
the regent’s court. He was directly responsible for the day-to-day operations of her per-
sonal secretariat and, moreover, he was often called on as a financial expert. This was the
office that he would fulfil diligently for nine years, despite his worsening health. The staff
that was under his direction was still quite primitive and small33. Tommaso Machiavelli
and Ostilio Valenti assisted him in handling Margarita’s intensive, confidential correspon-
dence and files. Together with the auditor Nuccio Sirigatti and the two accountants Paolo
Bava and Mutio Davanzati, Armenteros managed her accounts. Finally, Fabio Lembo, as
treasurer general, should be counted as part of this group of employees under the ove-
31
ASF, Miscellanea Medicea 18/6, Margarita of Austria to Cosimo de’ Medici, 21 Oct. 1557.
32
ASP, Carteggio Farnesiano Estero 107, Armenteros to Alessandro Farnese, 1 Oct. 1559; Cf. also ibidem 568
(Toscana), Armenteros to Alessandro Farnese, 22 Nov. 1557 and 4 June 1558; ASF, Miscellanea Medicea 18/6,
Armenteros to Bartolomeo Concini, 26 Nov. 1557 and 3 Jan. 1558; ASF, Mediceo del Principato, 2864, Marga-
rita of Austria to Eleonora de Toledo, 9 April 1559.
33
For household records of Margarita’s entourage in the Netherlands, see AGRB, Audience 23, ff. 156r-59v;
ASP, Computisteria Farnesiana di Parma e Piacenza 246; I. D’Onofrio, Il carteggio intimo di Margherita
d’Austria, duchessa di Parma e Piacenza, Naples, 1919, pp. 197-207; L. Van der Essen, ‘État de la maison de
Marguerite de Parme, gouvernante des Pays-Bas 1560-1566. Analyse de documents inédits des Archives Far-
nésiennes de Naples’, Bulletin de la Commission Royale d’Histoire, 125 (1959), pp. 289-313; G. Bertini, Le nozze
di Alessandro Farnese. Feste alle corti di Lisbona e Bruxelles, Parma, 1997, pp. 133-41.

– 58 –
Madama’s Minister: Tomás de Armenteros at the Court of Margarita de Austria

rall control of Armenteros. Together with these men, he had to ensure that the regent’s
personal interests were protected and promoted as effectively as possible. To this end, he
also worked closely with his old acquaintance Antoine Perrenot de Granvelle, Bishop of
Arras34.
Upon his departure, the King had left his trusted councillor Granvelle behind as
chief minister to Margarita. According to Philip’s secret instructions she was ordered to
pay particular attention to the Bishop’s advice, as well as to that of president Viglius of
Aytta and the Count of Berlaymont, for all government affairs, including the appoint-
ment to offices. The creation of a small, private council or ‘consulta’, composed of these
three advisors, and the curtailment of the possible influence of the Netherlands’ nobles,
amounted to conflicts about the predominant position of Granvelle. Philip II was aware
that he was leaving his half-sister behind in an unenviable situation. He intended to keep
a tercio of Spanish infantrymen, that had travelled north to fight the French, garrisoned
on the southern frontier of the Netherlands as a striking force. As a result of the popular
fear of Spanish interference and the dissatisfaction with the continuous disorders within
the tercio, the presence of these veteran troops soon became an issue of great political
importance. In addition, the financial situation had deteriorated sharply even before the
King left for Spain. Given that all available financial resources, including the sales and
pledges from the demesne revenues, had been depleted in order to pay for the recent war
with France, this constituted an acute problem for the new regent. Despite Philip’s pleas
and proposals, the States were reluctant to release new subsidies until the troops were re-
patriated35. Margarita therefore had to depend on special additional funds to balance the
budget of her government in the Netherlands.
Immediately upon becoming regent, she assigned the difficult job of dealing with
these debt problems to Armenteros, who was well acquainted with the financial world.
He brought to his task a meticulous concern for detail, and was throughout her regency
engrossed in a bustling correspondence with the merchant-bankers Tommaso Baroncelli,
Giovanni Leonardo de Benevento, Matteo Biliotti, Giacomo Scaramuccia, the Spanish
paymasters, and the royal factors in Antwerp, trying to organize loans and the sale of
licences. All these financial experts stood in close contact with Madama’s entourage: they
could often be found at the Brussels court, and also mediated for her in the purchase of
jewellery and other luxury goods. On the basis of this relationship of trust, Baroncelli

34
See the 178 letters he exchanged with Granvelle (from the now-burned Carte farnesiane, Naples; see n. 9),
listed in AGRB, Manuscrits divers 1845, ‘Liste des documents relatifs à la Correspondance du Cardinal de
Granvelle, Carte farnesiane, fasci 1735, 1736 et 1736bis [compiled by A. Cauchie, c. 1896].’ On their contacts
relating to art commissions, see for example A. Pérez de Tudela, ‘La galería de retratos de Margarita de Aus-
tria (1522-1586), gobernadora de los Países Bajos’, in B.J. García García and F. Grilo (eds.), Ao modo da Flan-
dres. Disponibilidade, inovação e mercado de arte na época dos descobrimentos (1415-1580), Lisbon, 2005, p. 116.
35
M.J. Rodríguez-Salgado, ‘King, Bishop, Pawn? Philip II and Granvelle in the 1550s and 1560s’, in K. De
Jonge and G. Janssens (eds.), Les Granvelle et les anciens Pays-Bas, Louvain, 2000, pp. 105-34; G. Parker, The
Dutch Revolt, pp. 45-7; M. Van Durme, Antoon Perrenot, bisschop van Atrecht, kardinaal van Granvelle, minis-
ter van Karel V en van Filips II (1517-1586), Brussels, 1953, pp. 173-81.

– 59 –
Sebastiaan Derks

set up a general state lottery, working closely together with Armenteros, to reduce the
heavy debts. Despite the Council of Finances’ initial distrust of the alluring vistas aroused
by this project, it became a success, not in the least because of Armenteros’ unrelenting
support36. Gradually, Armenteros managed to consolidate his central involvement with
complex financial transactions: according to paymaster Cristóbal de Castellanos, by 1565
it was he who administered the finances of the Netherlands37.
Armenteros was immensely busy with his heavy workload which largely concerned
family matters. An examination of his extensive correspondence and reports provides
further confirmation of Margarita’s active dynasticism. While she certainly cared about
the welfare of the Habsburg Netherlands, what really mattered to her was the future of
the Farnese family. Right from the beginning of her administration she used her perso-
nal staff to strengthen the status of the dynasty, her foremost criterion in politics. She
and her relatives wanted a good match for her son and heir Prince Alessandro, who was
being raised at the royal court in anticipation of his marriage. Since September 1559 they
had been expressly working towards arranging a matrimonial alliance with one of the
Austrian Habsburgs so as to lend the family the grandeur it needed to enter the ranks of
royalty. With the favour of the King, who would in this way acknowledge the arduous
efforts his sister was making in the Netherlands, this prestigious family project could
succeed. Farnese agents in Alessandro’s entourage thus began strenuous lobbying to this
end at the royal court. Another major family project was the request for the restitution of
their fortress in Piacenza where a Habsburg garrison was still quartered, so as to confirm
their sovereignty38. To add weight to this request, Margarita and her family also called
on Granvelle who, due to the trust the King placed in him, could do much to further
the family’s high ambitions. As early as the summer of 1560, the Duchess was urging her
brother-in-law, the ‘Gran Cardinale’ Alessandro Farnese to use his considerable influence
as vice-chancellor of the Church to acquire a cardinal’s hat for their family ‘friend and
confidant’, Granvelle39. Margarita believed that Granvelle’s support was essential if the
plans she was nurturing were to succeed. Given the significant dynastic interests involved,
pressure in Rome was further increased and the following spring it was announced that
Granvelle had been appointed to the Sacred College40.

36
Cf. Armenteros’ voluminous correspondence with Gaspar Schetz, Juan López Gallo, Jerónimo de Curiel,
Melchior de Vega, Gaspar Rodríguez, Jerónimo de Salamanca, and Matteo Biliotti (1559-1562), in Cahier Van
der Essen, n. 66. See also L. Van der Essen, ‘De “Groote en generale Staatsloterij” der Nederlanden (1556-
1578)’, in BVGO, ser. 4, 11 (1913), pp. 275-332. For details on this Antwerp milieu, see J.A. Goris, Étude sur
les colonies marchandes méridionales (Portugais, Espagnols, Italiens) à Anvers de 1488 à 1567, Louvain, 1925, pp.
362-98.
37
AGS, Estado 528, Castellanos to Eraso, 2 March 1565. Cf. L. Geevers, Gevallen vazallen. De integratie van
Oranje, Egmont en Horn in de Spaans-Habsburgse monarchie (1559-1567), Amsterdam, 2008, p. 132.
38
Cf. L. Van der Essen, Alexandre Farnèse, prince de Parme, gouverneur général des Pays-Bas (1545-1592), Brussels,
1933-37, I, pp. 83-102 (‘Les divers projets de mariage concernant Alexandre Farnèse et la politique farnésien-
ne’); I. D’Onofrio, Il carteggio intimo, pp. 107-12.
39
ASN, Archivio Farnesiano 1849, Margarita of Austria to Alessandro Farnese, 26 July 1560.
40
ASN, Archivio Farnesiano 262, cc. 516-17, Margarita of Austria to Ottavio Farnese, 13 March 1561.

– 60 –
Madama’s Minister: Tomás de Armenteros at the Court of Margarita de Austria

Armenteros was able, assiduous, and most importantly, discreet, always putting him-
self in Margarita’s shadow: these were doubtless the very qualities that assured his favour.
The significance of Armenteros’ position as her ‘favourite’ and his great loyalty to her, can
be seen in the completion of two missions in which he represented her dynastic interests.
The first was his journey to Rome, via Parma and Florence, in the first half of 1561. At
that time, Armenteros was to convey the gratitude of the Duchess to Pope Pius IV for the
favour he had granted her family by elevating Granvelle to the cardinalate and at the same
time to apologize on behalf of the new Cardinal who was unable to visit the Papal court
due to conflicts surrounding the ecclesiastical reorganization of the Netherlands. In addi-
tion, Armenteros’ mission consisted of other important assignments: to address several
important issues that had not yet been resolved with Cosimo de’ Medici, concerning the
financial settlement of the Medici inheritance and the patrimonial estates that had fallen
to Madama. And finally, to discuss familial politics and reinforce the fundamental family
ties with the Duke and his brothers, Cardinals Alessandro and Ranuccio Farnese41. Natu-
rally, all this stood Armenteros in good stead with the Duchess and she therefore allowed
him to arrange his own urgent patrimonial affairs while in Rome, as he had been forced
to leave these matters unsettled upon his departure two years previously. The crowded
agenda of this four-month long trip illustrates the intensity of the family politics that the
Duchess was conducting during her stay in northern Europe.
Armenteros’ second mission was preceded by a period of growing tensions in the
Netherlands. In the spring of 1561, the opposition of the nobility to Granvelle’s ascen-
dancy gradually increased. It was in particular his new eminence and status as a Cardinal,
strikingly illustrated by his scarlet robes, that aroused their indignation. This intensified
the nagging irritations of the nobles regarding their influence on the conciliar govern-
ment of the Netherlands, the reorganization of the bishoprics and the accompanying
suspicions about the introduction of the Spanish Inquisition. In essence, however, these
conflicts were about the more pragmatic motive of government patronage42. The nobility
wanted to extend their networks as patrons as widely as possible and this could only be
done at the expense of Granvelle who, after all, nurtured precisely that same ambition.
Given the offices and benefices that the regent had in her control and which constituted
the most important reservoir of patronage in the Netherlands, these conflicts soon spi-
lled over into the regency government. The contours of an aggressive campaign against

41
For Armenteros’ mission, see ASN, Archivio Farnesiano 2077, fasc. 5, ‘Instruttione per voi Armentiero n[ost]
ro secr[etari]o di quello che havete a trattar per n[ost]ro ser[vizi]o in questa v[ost]ra andata a Roma’; ibi-
dem, Margarita of Austria to Armenteros, 10 April 1561; cf. ASN, Archivio Farnesiano 262, cc. 516-17, 521-22,
Margarita of Austria to Ottavio Farnese, 13 March: the elevation ‘è pur segno che il papa ha le cose nostre in
qualche consideratione’, and 16 March 1561. Cf. ASN, Archivio Farnesiano 1883, Margarita of Austria to Feria,
12 April 1561 (draft), and to Pius IV, 17 April 1561 (draft).
42
For the crucial role of patronage, see H.G. Koenigsberger, ‘Orange, Granvelle and Philip II’, in idem, Politi-
cians and Virtuosi. Essays in Early Modern History, London, 1986, pp. 97-119; M.J. Rodríguez-Salgado, ‘King,
Bishop, Pawn?’, pp. 105-34.

– 61 –
Sebastiaan Derks

Granvelle slowly became visible and from May 1563 it almost completely paralysed the
Brussels administration.
Because the impasse about Granvelle’s actions hindered her in performing her du-
ties and thus began to weaken her position as regent, Madama had no option but to
withdraw her support from him. There were, however, also serious dynastic reasons for
her to abandon the Cardinal. As Granvelle had failed to deliver the desired results in his
years of lobbying for her family, she had lost faith in her minister and suspected him of
working against her family’s aspirations. Spanish forces were still quartered in the citadel
of Piacenza and a good match had still not been arranged for her son. Her dissatisfac-
tion about the course of family affairs was actually nothing new: already in November
1562, the ducal spouses had considered charging one of their secretaries with a mission
to convey to Philip II the threat of Madama’s resignation. Her husband Ottavio Farnese
now found that their patience had been tested long enough. He no longer trusted in the
efficacy of Granvelle’s mediation and in mid-February 1563, therefore spent six months
at the court in Brussels to discuss a reorientation of the family politics. During this time,
the Duke put increasing pressure on the Duchess and wrote highly negative reports about
Granvelle. Fortunately, Madama was able to prevent these from being sent to the King43,
but it again made clear to her that the Cardinal could no longer be maintained in this
situation. After consulting with her husband, she decided to send her trusted Armenteros
to the royal court44.
Against this backdrop of political ferment, Armenteros set off for Spain in mid-
August 1563. Carrying detailed instructions that he had partly received en route due to
their late editing, he arrived a month later in Monzón, where Philip II was residing for
the Aragonese cortes45. Armenteros’ mission was meant to force a breakthrough in the
administrative standstill in the Netherlands and in the most serious family matter: the
marriage of Prince Alessandro. He was assisted by Giuliano Ardinghelli and Giandomenico
Dell’Orsa, both senior advisors in the Farnesian household of the Prince and thoroughly
experienced with the modus operandi of the King’s court46. Given the strongly polarised
situation at the court with factions and feuds, Armenteros had to manoeuvre carefully. He
had regular discussions with, among others, Gonzalo Pérez, Ruy Gómez de Silva, Prince
of Eboli, as well as Gómez Suárez de Figueroa, Count of Feria. Moreover, there were

43
Cf. ‘Alcune scritture di mano del S.or Duca per la spedition d’Armenteros che non servirono poi,’ cited in
A. Cauchie and L. Van der Essen, Inventaire des archives farnésiennes, p. 46.
44
Ibidem, pp. CXIII-CXV; I. D’Onofrio, Il carteggio intimo, p. 109.
45
For Armenteros’ instructions, see AGS, Estado 523/80 and the editions in I. D’Onofrio, Il carteggio intimo,
pp. 211-8. Cf. also A. Cauchie and L. Van der Essen, Inventaire des archives farnésiennes, pp. CXVIII-CXIX,
Margarita of Austria to Armenteros, 31 August and 5 Sept. 1563 (drafts).
46
ASP, Carteggio Farnesiano Estero 126, Armenteros to Ottavio Farnese, 19 Dec. 1563. A comprehensive account
of Armenteros mission can be found in A. Cauchie and L. Van der Essen, Inventaire des archives farnésiennes,
pp. CXVI-CXXXIV and in I. D’Onofrio, Il carteggio intimo, pp. 109-31. For the Farnesian agents at the royal
court, cf. G. Bertini, ‘Francesco Luigini precettore di Alessandro Farnese e la formazione del principe di
Parma alla corte di Filippo II’, in H. Cools, K. De Jonge and S. Derks (eds.), Alexander Farnese and the Low
Countries – Alessandro Farnese e le Fiandre, Turnhout, forthcoming.

– 62 –
Madama’s Minister: Tomás de Armenteros at the Court of Margarita de Austria

long and often exhausting talks with the King. From his arrival through to his departure
at the end of January 1564, he tirelessly sent innumerable reports and encoded letters to
Madama, which unfortunately do not survive. In addition to detailed descriptions of the
progress of discussions, he outlined the political developments and prevailing opinions,
naturally with a strong emphasis on the family’s interests and the political situation in the
Netherlands. Despite the fact that he succeeded in convincing the King of the necessity of
temporarily recalling Granvelle, he was not able to push through any concrete agreements
for the Casa Farnese. In Margarita’s household his mission was regarded as a failure.47
After the dramatic departure of Granvelle in March 1564, the nobles were still unable
to win control of government patronage in the Netherlands. They had to stand by and
watch this control pass to Armenteros, sanctioned by the regent. He quickly extended
his influence and eagerly took over the task of filling vacant offices, without ever himself
having sworn an oath of office to the King, as his rivals complained48. All the evidence
shows that he was doing his utmost to get a firm grip on the regency government; a devel-
opment that was undoubtedly motivated by Madama’s distrust of the native councillors
and officials. In addition to all the existing confidential correspondence the regent and he
exchanged with the royal court, which he already managed ex officio, he gradually began
to control the important information channel of the official correspondence, written in
French. He was thus able to sidetrack the state secretaries, the ‘gardes des sceaux’ and
president Viglius who had been officially charged with this duty. According to Granvelle,
the councillors of the Netherlands themselves were largely to blame for this: after all, they
increasingly corresponded in Castilian with Philip’s court and often used Armenteros’
services. Moreover, it also appears that Armenteros was often the only secretary present
at meetings of the Council of State so that all information passed through his hands49.
In short, he now monopolized almost all affairs of importance. To deal with the huge
amount of paperwork connected with this shift of power, only one month after Gran-
velle’s departure, Armenteros recruited his own younger brother Alonso de Armenteros
to assist in the secretariat50. To the former associates of the Cardinal, in particular Viglius
of Aytta and Charles de Berlaymont, the ground appeared to be disappearing from un-
derneath their feet and they felt that their authority was being directly compromised. It is
easy to understand that the influence of Madama’s ‘ministres domestiques’ was abhorrent
to them. Nor were they alone in this: all the nobles were aware of the miscalculation they
had made in respect to the private secretary and felt that they were forced to deal with

47
A. Cauchie and L. Van der Essen, Inventaire des archives farnésiennes, p. cxxxiii. See also the reaction of
Ottavio Farnese in the ‘Instruttione per voi Anton M.a Ricchi di quello che havete da rispondere à Madama
per mia parte’, cited in I. D’Onofrio, Il carteggio intimo, p. 130.
48
CCG, I, p. 180, Castillo to Granvelle, 31 March 1566.
49
PEG, VIII, pp. 60-62, Viglius to Granvelle, 12 June 1564; CP, I, p. CLVIII, Granvelle to Hopperus, 16 Dec.
1562. The important role played by Armenteros in handling the state papers was recognized by G. Parker,
Guide to the Archives of the Spanish Institutions in or concerned with the Netherlands (1556-1706), Brussels, 1971,
pp. 40-1.
50
ASP, Carteggio Farnesiano Estero 108, Alonso de Armenteros to Ottavio Farnese, 23 April 1564.

– 63 –
Sebastiaan Derks

him more often than they would have liked. Their say in decision making had clearly
been reduced. Armenteros had become a very important, unavoidable link in the chain
of contact between the nobles and the regent. It did not take long before they had had
enough of his grip on political affairs. The most typical response is perhaps that of the
Prince of Orange who was said to have exclaimed: ‘Serons-nous doncques gouvernez par
Armenteros?51’ Despite the sometimes embittered complaints, for the nobles the main fo-
cus was on retaining good contact with Madama. However, their contact with the regent
was more distant and strained than before.
The secretary derived his influence at court from his closeness to the regent and his
unhindered access to her. There are frequent descriptions of how the Duchess and he
spent long hours in whispered conversation in her cabinet, dealing with matters of impor-
tance. Furthermore, the regent was increasingly unavailable for audiences and discussions
if her trusted secretary was not present. For example, the president of the Privy Council
complained bitterly that people could only speak to the regent through the mediation of
Armenteros52. The private secretary arranged access to her and it became more and more
difficult to bypass him in both routine affairs and high matters of state. Sometimes the
Duchess and Armenteros were so deeply engaged in the handling of major affairs, that
they kept nobles, like the Prince of Orange, waiting in the antechamber53. Armenteros’ in-
timacy with the regent and his level of access to her made him the natural intermediary in
matters concerning royal favours because he could open up avenues of political influence
and social advancement for others. In this way, he became more and more involved in
recommending and selecting men for office, and built up his own clientele that included
Francesco De Marchi, Gaspar de Robles, Cristóbal de Mondragón, Jean Molinaeus, and,
of course, his own brother54. Through his increased power and his position as the main-
stay of Madama’s regency, Armenteros increasingly functioned as her greatest favourite.
In short, he was thus well on his way to becoming another Cobos55. His ‘privanza’ became
clearly visible when, in November 1565, the baptism of his newborn daughter was held
in the palace chapel and attended by the regent, the Prince of Orange and the Count of
Egmond56.

51
PEG, VIII, p. 618, Morillon to Granvelle, 18 and 22 Jan. 1565.
52
CCG, III, p. 193 and Ibidem, II, p. 435, Morillon to Granvelle, 1 Feb. 1568 and 9 May 1567; PEG, VIII, p. 58,
Morillon to Granvelle, 9 June 1564.
53
PEG, VII, p. 593, Morillon to Granvelle, 4 May 1564.
54
AGRB, Audience, lettres missives 1691/2: the appointment of his brother Alonso as receiver of Oudenburg
(1562). For Mondragón and Robles, see PEG VIII, pp. 518-19, Granvelle to Viglius, 30 Nov. 1564; For Moli-
naeus (brother-in-law of Alonso de Armenteros), see CCG, I, p. 309, Morillon to Granvelle, 16 June 1566 and
Ibidem, III, p. 270, Morillon to Granvelle, 7 June 1568. Cf. A. Ronchini, Cento lettere del capitano Francesco
Marchi, p. 22, pp. 133-4: ‘Il signor Ermenterio batte il ferro per me […] V.S. saperà come Sua Altezza mi ha
donato ducento scudi. Il mezzo è stato il sig.r Ermentiero.’
55
CP, II, p. XLII, Villavicencio to Gonzalo Pérez, 13 Feb. 1566: ‘La privanza que tiene es tan grande, que la de
Cobos con el Emperador fué nada.’
56
CCG, I, p. 26, Josse Bave to Granvelle, 4 Dec. 1565. Margarita of Austria paid for the baptism: ASN, Ar-
chivio Farnesiano 2089, fasc. 5, f. 28r. Cf. A.E. Denunzio, ‘Nuovi documenti sul mecenatismo di Margherita
d’Austria’, in Aurea Parma LXXXI (1997), III, p. 292.

– 64 –
Madama’s Minister: Tomás de Armenteros at the Court of Margarita de Austria

It was inevitable that such situations at court would lead to complaints of corruption,
venality and ill-advice. The incessant accusations and incriminations were in part due to
an aversion to the undesirable foreign interference in matters of state. Rumours about
Armenteros’ great self-enrichment became ever stronger; he was commonly referred to
as ‘Argenteros’57. Concrete evidence in this regard is scarce and it is therefore difficult to
investigate whether or not the bitter objections of his contemporaries held any truth.
Armenteros himself categorically denied the charge of misappropriating public funds.
However, his worldly possessions were anything but few: for example, his Brussels apart-
ments were refurbished with new furniture and he acquired enough capital (according
to some accusations 80,000 ducats) to lend the Cesarini family considerable amounts of
money58. Not all the members of Margarita’s court were content with Armenteros’ new-
found power and aggressive attempts were made to take over his position. Not entirely
without a personal stake, Tommaso Machiavelli, a former papal secretary from Bologna
who was at the time the number-two man in the secretariat, also began to circulate ac-
cusations. It was not the first time that the scheming Machiavelli set other members of
the Farnese entourage in a negative light59. Relations between the two secretaries quickly
soured and they frequently squared up to each other. This embittered atmosphere of
antagonism and rancour reached its peak in 1565 just before the marriage of Prince Ales-
sandro was solemnized with great festivities at the court in Brussels.60 Machiavelli had
spread insinuations about Armenteros’ self-interest and his passion for his family, and
that it appeared as if he wanted to change sides to the Habsburgs. To save his reputation,
Armenteros turned to Duke Ottavio but he felt he was met with an unwillingness to lis-
ten and he once again began to reflect on a new position61. Several months later, with the
support of Margarita, he offered his services to the King and as a reward for his proven
good service, he attempted to acquire the office of president of the Camera della Som-
maria of Naples. Due to his own estates in the Abruzzo, he claimed that he had already

57
CP, II, p. XLIII, Villavicencio to Gonzalo Pérez, 20 March 1566. Cf. PEG, VIII, pp. 673-77, Morillon to
Granvelle, 31 Jan. and 1 Feb. 1565.
58
CCG, I, p. 356, p. 526, Morillon to Granvelle, 7 and 11 July 1566; J. FitzJames Stuart y Falcó (ed.), Epistolario
del III Duque de Alba, Don Fernando Álvarez de Toledo, Madrid, 1952, II, p. 174. Cf. R. Lanciani, Storia degli
scavi di Roma e notizie intorno le collezioni romane di antichità, Rome, 1902-13, I, p. 135.
59
ASN, Archivio Farnesiano 268, fasc. 3, cc. 236-240, Machiavelli to Margarita of Austria, 20 Jan. 1563: he
rumoured that Cardinal Alessandro Farnese had a ‘sinistra oppinione dell’Ardinghello, dal quale non ha mai
l[ette]re et crede di lui ogni male, perche dice d’haverlo conosciuto sempre per un tristo.’ On Machiavelli
as letterato, cf. Scelta di lettere familiari del commendatore Annibal Caro (Milan, 1825), p. 217; he published
Canzone di m. Tommaso Machiauelli bolognese al santiss.mo et beatiss.mo s.or nostro Pio papa IIII sopra l’afflitto
stato et le speranze della christiana republica (Bologna: Pellegrino Bonardo, s.d.).
60
For the marriage festivities, see F. De Marchi, Narratione particolare delle gran feste e trionfi fatti in Portogallo
et in Fiandra…, Bologna, 1566, also published in G. Bertini, Le nozze di Alessandro Farnese, pp. 77-132; E.
Costa, Le nozze del duca Alessandro Farnese, Parma, 1887; A. Pellizzari, Portogallo e Italia nel secolo xvi, Naples,
1914, pp. 159-285; G. Bertini, ‘The Marriage of Alessandro Farnese and D. Maria of Portugal in 1565: Court
Life in Lisbon and Parma’, in K.J.P. Lowe (ed.), Cultural Links between Portugal and Italy in the Renaissance,
Oxford, 2000, pp. 45-59.
61
For their dispute see, e.g. ASN, Archivio Farnesiano 262, cc. 764-765, Armenteros to Ottavio Farnese, Brus-
sels, 27 July 1565. Cf. A. Ronchini, Cento lettere del capitano Francesco Marchi, p. 159.

– 65 –
Sebastiaan Derks

acquired a great deal of accounting experience with this institution62. Again, as in 1551, his
request was fruitless. Three years later, Machiavelli would be dismissed from the court of
Margarita and his repeated confrontations with Armenteros are likely to have been the
cause of his dismissal.
The slander campaign and increasing opposition had had no effect on Armenteros’
position. On the contrary, he became actively involved in a large-scale, secret investiga-
tion into the complex financial operations set up in the Netherlands by the most powerful
of the royal secretaries, Francisco de Eraso. Armenteros was mainly involved in transfer-
ring the financial records of Eraso’s subordinates and employees, something they naturally
objected to and for which Armenteros was resented. In the spring of 1565, Armenteros
was approached by fray Lorenzo de Villavicencio who attempted to sound him out on the
matter and told him that the King wanted to know to which court faction he belonged.
Villavicencio turned out to be an accomplice of Eraso who was trying to win Armenteros
over using a combination of threats and bribery. Armenteros wrote to Juan de Figueroa,
president of the Council of Castile and the official who had ordered the investigation into
Eraso’s conduct, that his answer had been that he would not choose sides between the
court factions and that he only served the King’s interests. The information Armenteros
provided to the investigation, which became an official visita in March 1565, comprised
sufficient material for serious charges of financial irregularities and embezzlement and
would constitute an important factor in the final demise of Eraso63. It had by then be-
come clear that Armenteros was closely tied to the royal favourite Gonzalo Pérez, who
hoped to make use of Armenteros’ new authority and power. In February 1566, Armenter-
os even claimed to be a ‘primo’ of Pérez, an alleged affinity with which he attempted to
further strengthen his position at court64. However, due to his deteriorating health, which
on occasion caused him to be absent for long periods, and his failing eyesight, Armenteros
had to passively watch his unassailable position in Brussels erode65.
With the arrival of Fernando Álvarez de Toledo, Duke of Alba, and his entourage
in the Netherlands in August 1567, all administrative powers were gradually taken from
Armenteros. Margarita had done her best to halt Alba’s march and in April she had sent

62
AGS, Estado 528, Armenteros to Gonzalo Pérez, 11 Oct. 1565.
63
AGS, Estado 528, Armenteros to Figueroa, 12 April 1565; ibidem, Armenteros to Gonzalo Pérez, s.d.; ibidem,
Armenteros to Philip II, 10 June 1565; see also Armenteros’ drafts in A. Cauchie and L. Van der Essen, In-
ventaire des archives farnésiennes, p. 101. Cf. P.D. Lagomarsino, Court Factions and the Formulation of Spanish
Policy towards the Netherlands (1559-67), Cambridge (Unpublished Ph.D. thesis, Cambridge University), 1973,
pp. 140-3; L. Geevers, Gevallen vazallen, pp. 118-19. On Eraso, cf. C.J. de Carlos Morales, ‘El poder de los
secretarios reales: Francisco de Eraso’, in J. Martínez Millán (ed.), La corte de Felipe II, Madrid, 1998, pp.
107-48.
64
CCG, I, p. 118, Morillon to Granvelle, 10 Feb. 1566; ibidem, I, p. 168, Granvelle to Gonzalo Pérez, 14 March
1566.
65
For his poor health see, ASP, Carteggio Farnesiano Estero 109, Machiavelli to Giovan Battista Pico, 6 Oct.
1566; AGS, Estado 532, Margarita of Austria to Philip II, 4 May 1566; CCG, I, p. 26, Josse Bave to Granvelle,
4 Dec. 1565; ibidem, I, p. 59, Morillon to Granvelle, 9 Dec. 1565.

– 66 –
Madama’s Minister: Tomás de Armenteros at the Court of Margarita de Austria

a special envoy to warn the King of the disastrous consequences of this mission.66 As the
Duke had insulted her family during the Italian wars, she bitterly resented the choice of
Alba and bombarded Philip II with requests not to send him and his troops. The Duke
was furious at this attempt to cancel his expedition. His first concern was the restora-
tion of order and royal control in the Low Countries, by executing ‘el castigo’ for those
involved in heresy or rebellion67. While Margarita refused to work with Alba, Armenteros
felt himself obliged to cooperate with the new regime, because the Duke had brought
almost no administrative staff with him. But in Margarita’s household there were doubts
about Armenteros’ real intentions, and his opponents openly accused him of spying68.
Gradually, things got too hot for him and he wanted to withdraw from the tension-racked
atmosphere under the pretext of poor health. During the last year of his secretaryship he
constantly asked to be transferred, ostensibly for health reasons, but also out of frustra-
tion. For the time being, however, he had no chance of doing so. Instead, Margarita had
planned to send him to the royal court to lobby for her family matters and for himself as
soon as the King would release her from her regency69. She would once again recommend
him for a position in the treasury of Naples. Meanwhile, Alba’s hard-handed approach
had put the Duchess in the humiliating position of appearing to be his accomplice. She
therefore sought to minimise the damage to her family’s reputation by pleading inces-
santly to Philip for her resignation. In November, the royal consent arrived for the trans-
fer of power to Alba. At the end of December 1567, Madama left the Netherlands with
Armenteros in her entourage70.
Margarita’s household returned with her to Piacenza on 12 February and was to settle
there for the foreseeable future. Armenteros was at this moment approximately sixty years
of age and in poor health. With his constitution broken, his future did not look promis-
ing. On 13 October of the same year, at four in the morning, he died and was buried with
honours in Piacenza71. However, two years later his remains were exhumed and transferred
to the Santa Maria in Aracoeli in Rome, close to the palazzo of his wife’s family. In this
church a sepulcral chapel was erected to his memory by his widow Livia Muti. She chose
to bury her husband not in one of the churches he had specified in his will, but instead

66
AGS, Estado 536, c. 46, Margarita’s instructions to Gaspar de Robles, 12 April 1567; cf. P.D. Lagomarsino,
Courts Factions, pp. 285-8. Armenteros followed Margarita in her protest against the sending of the Spanish
tercios, see A. Cauchie and L. Van der Essen, Inventaire des archives farnésiennes, p. CXLIV, Armenteros to
Miguel de Mendevil, 25 Sept. 1566.
67
Cf. G. Parker, ‘1567: the end of the Dutch Revolt?’, in A. Crespo Solana and M. Herrero Sánchez (eds.),
España y las 17 provincias de los Países Bajos, Córdoba, 2002, I, pp. 269-90; G. Parker, The Dutch Revolt, pp.
101-7.
68
ASP, Carteggio Farnesiano Estero 191, Machiavelli to Cosimo Masi, 6 Sept. 1570: ‘S[ua] A[ltezza] se mostra
dura verso me, solo perche il Duca d’Alva non possa credere che essa habbia havuto mai dubbio che
l’Ar[mentier]o facesse officio di spia appresso lei.’
69
ASN, Archivio Farnesiano, 260-I, cc. 96-97, Margarita of Austria to Alba, 10 Nov. 1567 (draft); ibidem, cc.
127-128, Alba to Margarita of Austria, 11 Nov. 1567. Cf. CCG, III, p. 109, Morillon to Granvelle, 16 Nov. 1567.
70
ASP, Computisteria Farnesiana di Parma e Piacenza 246, ‘Casa e servizio della duchessa Margherita d’Austria
Farnese al suo ritorno dalle Fiandre in Italia’.
71
ASP, Raccolta manoscritti, Ms. 24 (‘Note di Giovan Battista Pico’), f. 46v; Ibidem, f. 47.

– 67 –
Sebastiaan Derks

to commemorate him in the Marian church on the Campidoglio hill that faces the family
palazzo. Apparently, the sole decorations his tomb had were a ceiling fresco and a splendid
altarpiece by Girolamo Siciolante da Sermoneta, depicting the Transfiguration of Christ72.
Meanwhile, the news of Armenteros’ passing had been noted with relief and satisfaction
by his former foes. Machiavelli, his foremost opponent, commented cynically that he
‘should be canonized a saint; he deserved it’73. In the Low Countries the critiques of his
regime had become bolder after his departure, and shortly before his death, rumours had
begun to circulate that he was imprisoned. A few months later, Cardinal Granvelle ex-
pressed hope, albeit with little confidence, that God might forgive the deceased secretary,
as he had been the cause of much misery in the northern provinces74. The situation at
the Brussels court upon the death of Armenteros was, however, similar to that during his
dominance. Alba’s retinue had entered the scene and with it the native institutions and
officials lost their influence yet again. In the early spring of 1568, an observer of the court
claimed that ‘ilz sont icy des nouveaux Armenteros’75.

  

In so far as this analysis has allowed us to make some sense of the career of Armenteros,
we can conclude that there was no clear-cut division between the spheres of influence of
the established institutions and Madama’s dynastic entourage. The power structures and
many of the ethical values within which Armenteros operated are often still interpreted
too one-sidedly, solely from an institutional viewpoint. Family politics and government
in this period were not categories that were kept mentally separated. After all, a detailed
analysis of the available documentation makes it clear that there was a team of trusted
dynastic servants who were continuously in close contact with the leading magnates and
councillors of the Low Countries. This changeable group was constantly concerned with
protecting, and, as much as possible, expanding family interests. In general, the entou-
rage of senior advisors, secretaries and financial experts that surrounded Madama must
therefore have played a more important role in the political and administrative evolution
of the court in Brussels than it is given credit for in the traditional historiography of this
era. At a general level, Armenteros is therefore also important as a powerful example of
the administrative friction between the aspirations of the regent’s family and those of the
Netherlands’ nobles within the political fabric of the composite monarquía hispánica.

72
ASP, Carteggio Farnesiano Estero 191, Machiavelli to Ottavio Farnese, 22 Nov. 1570: ‘Le ossa del detto
Ar[mentie]ro furono portate à di passati di qua verso Roma.’ For information on his will and the chapel:
ASR, Collegio dei Notari Capitolini 1549, ff. 459-461v and J.E.L. Heideman, The Cinquecento Chapel Decora-
tions in S. Maria in Aracoeli in Rome, Amsterdam, 1982, p. 127, p. 132. See also F. Casimiro, Memorie istoriche
della chiesa e convento di S. Maria in Araceli di Rome, Rome, 1736, p. 225.
73
ASP, Carteggio Farnesiano Estero 191, Machiavelli to Cosimo Masi, 6 Sept. 1570.
74
On the alleged imprisonment, see CCG, III, p. 324, Morillon to Granvelle, 14 August 1568; ibidem, III, p.
430, Granvelle to Barbasan, 18 Dec. 1568.
75
CCG, III, p. 227, Morillon to Granvelle, 11 April 1568.

– 68 –
Madama’s Minister: Tomás de Armenteros at the Court of Margarita de Austria

The success of the dynastic programme was strongly dependent on the administrative
talents and experience of personal secretaries. Historians have largely ignored the role of
these middlemen in matters of high politics, although these personal secretaries had many
opportunities in which they could shape the realization of family interests. Armenteros is
a typical representative of this group. His loyalty to the Farnese dynasty, estimated to have
lasted thirty years, completely determined his actions. Armenteros participated in most
of the principal projects and business dealings of his patrons as a dedicated and steadfast
intermediary. My hope is that focusing on his role in court circles has shown other di-
mensions of a figure whose reputation up until now has been based on historiographical
simplifications and prejudices. When he is studied again, by carefully working through
the tangled mass of material, we acquire greater insight into his own motivations and the
goals he was trying to realize on behalf of his patrons. In this regard, his actions and the
nature of his authority make clear that we only have a vague idea about the overriding
dynastic, familial commitments that the Netherlands’ regents had.

– 69 –
How to save a life? Alonso de Laloo,
secretary to the count of Horn, on a mission
to the Spanish Court (1566-1567)
Liesbeth Geevers
Utrecht University

“Because I have been idle these days on account of His Majesty’s absence, I remembe-
red to write this discourse, because it seems to me to be important that Your Lordships,
being councillors of State, understand and know what is said here [Madrid] about the
affairs over there [Low Countries] and I hope that my efforts will be well received, becau-
se it is done in service of Your Lordships which is the King’s service”, the secretary Alonso
de Laloo wrote to his master, the count of Horn, on 29 May 15661. It was the first of a
number of highly informative letters written between May 1566 and the summer of 1567.
The “Lordships” mentioned in the text are, apart from Horn, the prince of Orange and
the count of Egmont – the rebellious triumvirate of the Low Countries2.
Horn had sent Laloo to court in January 1566 to handle his private affairs. Horn had
recently left Brussels, storming off to his estates, sulking because he felt the king did not
appreciate his counsel; the count drafted his instruction to Laloo at his castle of Weert3.
He undoubtedly hoped that Philip would make a great show of his appreciation by pub-
licly recalling him to the Council of State. However, while his secretary Laloo was in
Madrid, the political situation in the Low Countries evolved in a way that would eventu-
ally lead not to Horn’s rehabilitation, but to the famous executions of both him and his
companion the count of Egmont.
In these circumstances, the actions of his agent at court would appear to be quite rel-
evant. So far, however, we know very little about how Laloo served his master in Madrid
and how his actions influenced the course of events, even though historians have noted
his presence at court4. To assess the significance of Laloo’s agency, we must place his ac-
tions in the context of court politics and the faction struggles that characterise the court

1
Alonso de Laloo to the count of Horn, Madrid, 29-v-1566. Universiteitsbibliotheek Leiden (UBL), PAP 3,
unfol.
2
This article is based on sections of my PhD thesis Gevallen vazallen. De integratie van Oranje, Egmont en
Horn in de Spaans-Habsburgse monarchie (1559-1567), Amsterdam, 2008.
3
Algemeen Rijksarchief Brussels (ARAB), Audiëntie (Aud) 478, ff. 59-62.
4
For instance Johan Brouwer, who based his account of Montigny’s mission to Spain largely on Laloo’s letters.
J. Brouwer, Montigny. Afgezant der Nederlanden bij Philips II, Amsterdam, 1956; and by P.D. Lagomarsino,
Court factions and the formulation of Spanish policy towards the Netherlands (1559-1567), Cambridge (unpub-
lished PhD-thesis Cambridge University), 1973.

– 71 –
Liesbeth Geevers

of Philip II in these years. While looking at Laloo’s mission at court, we may be able to es-
tablish just what sort of support the Netherlandish lords could count on, especially from
their “friends”, the Eboli faction. In what measure could Alonso de Laloo, as the half-
Spanish secretary of the count of Horn, bring the Eboli faction and the Netherlandish
lords together so they could coordinate their efforts in the summer of 1566?
Many historians have commented on the alliance between the ebolistas and Orange,
Horn and especially Egmont. David Lagomarsino, whose ideas have found their way into
English and Spanish historiography, argued in his PhD thesis that ideological differences
divided the two court factions, the albistas and ebolistas. The former, headed by the great
Duke of Alba, held a Castilian-centrist view of the Spanish-Habsburg Monarchy which
entailed Castilian domination of the other composite parts of the monarchy, if necessary
militarily. Ruy Gómez de Silva, prince of Eboli, on the other hand, supported a federalist
approach to the Monarchy, in which local elites had an important stake in their local gov-
ernments. Obviously, the Netherlandish lords of the Council of State allied themselves
with Eboli, who seemed most inclined to promote their interests5.
However, many things are still unclear about how the two groups kept in touch and
coordinated their actions. In this article I will first sketch the events taking place in the
Low Countries during the year Laloo spent in Spain. Then I will look at Laloo’s private
background and his political career. Next, I will focus on his visit to Spain and his efforts
to obtain financial favours for Horn. Finally, I will reconstruct his activities as a political
agent and go-between, in order to gain a clearer understanding of the Eboli faction’s
support for the Netherlandish lords’ demands. The general aim of this article, however, is
to shed light on the role played by court factions in the creation of cohesion within the
Spanish-Habsburg composite monarchy on the eve of the Dutch Revolt.

Netherlandish affairs

When Laloo left Flanders in January 1566, he went as a spokesman for a disgruntled
count who meant finally to reap the rewards for his loyalty and service to King Philip II
of Spain, lord of the Netherlands. Horn had reason to be dissatisfied with Philip. Ever
since the King had travelled through his Burgundian patrimony as the twenty-two-year-
old heir to Emperor Charles V (1549-1551), Philippe de Montmorency, count of Horn
(1524-1568), had served him as commander of his Netherlandish Guard. In this capacity
the count was a regular attendant at Philip’s court during the 1550s. After accepting his
inheritance in 1555, Philip rewarded him by admitting him into the fold of Burgundy’s
finest, the Order of the Golden Fleece, and appointed him as his provincial governor of
Guelders.

5
D. Lagomarsino, Court factions, pp. 289-319. This vision was accepted by for instance Geoffrey Parker, The
Dutch Revolt, London, 1990, p. 55; J.A. Escudero, Felipe II, El rey en el despacho, Madrid, 2002, p. 155.

– 72 –
How to save a life? Alonso de Laloo, secretary to the count of Horn, on a mission to the Spanish Court (1566-1567)

After the end of the war with France in 1559, Philip decided to return to his native
Castile. Horn was supposed to accompany him on his voyage, but his position as captain
of the Guard was not enough to persuade the count to follow the king. Philip promi-
sed him he would not only continue to serve as commander, but that he would also be
allowed to attend the meetings of the Spanish Council of State as “superintendent” of
the Netherlands. These concessions were necessary, because following the king to Cas-
tile meant Horn had to give up his lucrative post as provincial governor of Guelders. In
1560, Horn finally followed the King to Spain, apparently satisfied with these promises.
However, his political role in Spain turned out to be quite limited and the sojourn at
court proved, as expected, very expensive. Already very soon, the count asked permission
to return home. He arrived back in Brussels in 15616.
In Brussels, Horn continued to function as Councillor of State, now serving regent
Margaret of Parma. In this capacity he was involved in the events that would give rise to
the turmoil of the “Wonderyear” 1566. Almost immediately after Philip had left the Low
Countries, the regency government struggled financially. At the same time, it was con-
fronted by the rapid spread of Calvinism. The solution to these problems was not made
any easier by the aggressive battle fought out by opposing factions in the Council of State;
on the one hand, there was Cardinal Granvelle, denounced by his adversaries as a foreig-
ner, upstart and royal lackey; on the other, Horn and his two aristocratic companions
Orange and Egmont, members of the traditional noble elite, self-proclaimed guardians
of Netherlandish liberties and privileges7. The rivalries between the two groups paralysed
the regency government until 1564, when Margaret sent her private secretary Armenteros
to Spain to ask Philip to withdraw the Cardinal8. However, after Granvelle’s departure,
the three nobles, now in control of the Council of State, were unable to deal with the
problems concerning finance and a corrupt bureaucracy, and unwilling to address the
Calvinist issue the way Philip wanted them to.
The tension in Brussels increased in April 1566, when a large group of minor nobles
joined together in the Compromise of the Nobility. Their leaders drew up the “Petition”,
a document in which they asked regent Margaret of Parma to moderate the harsh heresy
laws and put a stop to the Inquisition. Margaret was forced to concede under the barely
disguised threat of violence, while asking her brother for instructions. Horn’s younger
brother Floris, baron of Montigny, and the Marquis of Berghes, were sent to Madrid in
order to try to get the King to ratify the “Moderation”. Neither returned from this voya-
ge; Berghes died of an illness, while Montigny was eventually executed like his brother.
From this point onwards, matters in the Low Countries started to get beyond control.

6
S. Groenveld, “Filips van Montmorency, graaf van Horn (1524-1568). Een Habsburg edelman tussen vor-
stenmacht en verzet”, in Publications de la société historique et archéologique dans le Limbourg, 139 (2003), pp.
67-69; P.A.M. Geurts, De graaf van Horne. Filips van Montmorency 1524-1568, Weert, 1968, pp. 8-10.
7
M.J. Rodríguez-Salgado, “King, bishop, pawn? Philip II and Granvelle in the 1550s and 1560s”, in K. de
Jonge and G. Janssens (eds.), Les Granvelle et les anciens Pays-Bas, Louvain, 2000, pp. 115-116.
8
Sebastiaan Derks’s contribution to this volume will devote ample attention to Armenteros’ mission.

– 73 –
Liesbeth Geevers

Encouraged by the new “Moderation”, Protestants gathered to listen to hedge preaches.


In August the Iconoclastic Fury started; groups of Protestants emptied many Catholic
churches of their imagery, using violence in varying degrees. Both the Petition and the
Iconoclasm were received with shock and disgust at the royal court, where Laloo was al-
ready present to record the reactions. Especially the Iconoclasm is said to have provoked a
wave of psychosomatic illness in Madrid. Philip was attacked by severe fevers, which kept
him away from business for almost a month; the Duke of Alba suffered his first attack of
gout.9
It was partly in the hands of the three great lords of the Council of State, Orange,
Egmont and Horn, to try and solve the unrest in the Netherlands, because they also
served as provincial governors in areas that had been particularly exposed to the religious
turmoil. The Iconoclasm started in Egmont’s jurisdiction, Flanders, while Horn’s tem-
porary government, Tournai, had since long been a centre of Calvinism in the southern
regions of the Low Countries. Orange governed Holland, Zealand and Utrecht, where
Anabaptism was particularly strong. Besides, he had been appointed Margaret’s delegate
to Antwerp, the country’s financial and protestant metropolis. The three lords did not
remain idle. In August, they drew up the “Accord”, which stated that preaches were to be
permitted where they had been held before 23 August and nowhere else. Protestants were
only permitted to gather outside of city walls. All Catholic buildings of worship were to
be protected. Having conceded everything the Petition asked for, the Compromise of the
Nobility should then be disbanded10. Margaret was forced to agree to the “Accord”, but
both she and Philip thought the Calvinists were given far too much liberty. The Calvinists
themselves, however, felt they could push for further toleration. The provincial governors
of Guelders and remote Frisia had trouble enough enforcing the “Accord”, but in Calvi-
nist strongholds such as Antwerp, Tournai and Flanders it was practically impossible. In
the regions under their direct control, Orange, Egmont and Horn went far beyond the
“Accord”, allowing Protestants to gather within city walls, even turning over Catholic
churches to them11. Philip and Margaret were furious. Worryingly enough, for Laloo at
least, Horn and his associates Orange and Egmont were seen as the true leaders of the
Compromise and the main instigators of the troubles.
The three lords were indeed tied quite closely to the lower nobility through bonds of
blood or friendship, even though they had refused to become the leaders of the Compro-
mise. One of the Compromise’s leaders was Louis of Nassau, Orange’s younger brother.
Another prominent signatory was Backerzeele, secretary of Egmont. Only Horn, it seems,

9
William S. Maltby, Alba. A biography of Fernando Álvarez de Toledo, third Duke of Alba, 1507-1582, Berkeley,
Los Angeles and London, 1983, p. 131.
10
O. Mörke, Wilhelm von Oranien (1533-1584). Fürst und “Vater” der Republik, Stuttgart, 2007, p. 106.
11
Mörke, Wilhelm von Oranien, pp. 103-108; G. Marnef, Antwerp in the age of reformation. Underground Protes-
tantism in a commercial metropolis, 1550-1577, Baltimore-London, 1996, p. 90; A. Goosens, Le comte Lamoral
d’Egmont (1522-1568). Les aléas du pouvoir de la haute noblesse à l’aube de la Révolte des Pays-Bas, Mons, 2003,
p. 163; Groenveld, “Filips van Montmorency”, p. 71, p. 80.

– 74 –
How to save a life? Alonso de Laloo, secretary to the count of Horn, on a mission to the Spanish Court (1566-1567)

was not tied directly to the lower nobility and clearly did not want to get involved with
the movement. After all, he had all but withdrawn from the Council of State and hardly
ever came to Brussels, because he was unhappy with the recompense he had received for
his services12. But the events forced him back into active political life. His subsequent ac-
tions proved he, like Orange and Egmont, shared many of the views of the lower nobility.
Laloo started informing the Netherlandish lords about events at the royal court a
month after the Petition, right before the Iconoclasm. How did he conduct himself du-
ring this hot summer? How did he protect his master’s reputation? To whom did he
turn for support and where did he find it? What role did he play in maintaining contact
between the Eboli faction and the Netherlandish lord and how did these contacts work
under the strain of the shocking events in 1566?

Background and career

Alonso de Laloo’s background seemed to equip him very well for his role as liaison
between the Spanish ebolistas and the Netherlandish count. He was Spanish on his father’s
side, Luis de Laloo. His grandfather, also called Alonso, was born in Burgos and came to
Zealand where he became part of the Spanish merchant community of Middelburg13. We
don’t know at what age he came to the Netherlands or if he was already married. But his
son Luis married a local woman, Maria van Raesdorp, making our Alonso at least half
Zealandish on his mother’s and possibly his paternal grandmother’s side. Alonso would
not enter the family business, but pursued a career as a secretary. Maybe he thought this
would give him a calmer life, because it seems his father got mixed up in a feud with
the prominent Antwerp merchants Marcus Núñez and Marcus Pérez, which almost cost
him his life14. In spite of his merchant background, Alonso’s son, suitably named Felipe,
obtained the habit of Santiago in 1617.
Laloo is best known to history as a royal servant, starting to work for Alba quickly
after Horn was executed. In 1575, he served as secretary to the new governor Luis de Re-
quesens15. Then he embarked on a career in the state bureaucracy, at first in Holland16.
He was named as a secretary of the Council of Holland in 1577 – even though this royal

12
Horn to Margaret, Weert, 18-iii-1566. ARAB, Aud 241, f. 84.
13
R. Fagel, De Hispano-Vlaamse wereld. De contacten tussen Spanjaarden en Nederlanders 1496-1555, Brussels-
Nijmegen, 1996, pp. 114-115. Two of his sons, Pieter García and Luis, held the offices of bailiff and alderman
in the 1520s and 1530s. There were some Spaniards at the court of the prince of Orange, notably Fernando de
Bernuy, another descendant of Spanish merchants. M.A. Delen, Het hof van Willem van Oranje, Amsterdam,
2002, p. 106.
14
ARAB, Aud 153, f. 58.
15
Database Correspondance of William of Orange, Instituut voor Nederlandse Geschiedenis. Letter nr. 8868,
14-iii-1575.
16
“Copie de la comission de secretaire destat pour Alonso de la Loo”, 20-viii-1580. Archivo General de Siman-
cas (AGS), Secretarías Provinciales (SP) 2604, unfol.; AGS Estado (E) 543, f. 53.

– 75 –
Liesbeth Geevers

council did not function in Holland after 156717. He soon switched to a Brussels environ-
ment, being named secretary of the council of Finance in 1578 and of the council of State
in 1580. In this capacity he travelled to Spain to serve as secretary to the keeper of the Bur-
gundian seals. In 1585, when Philip created a large number of new Knights of the Order of
the Golden Fleece, Laloo acted as secretary of the Order18. When the Council of Flanders
was formed in Madrid in 1588, Laloo was an obvious choice to become its first secretary19.
Raymond Fagel has amply described the presence of merchants of Spanish origins in
the Low Countries. Apart from them, persons such as Doctor Luis del Río, councillor of
the feared Council of Troubles, and Jacques de la Torre, secretary of the Privy Council,
have focused our attention on the role persons of double origin played in the state bu-
reaucracy. But such persons are also to be found in the service of certain key private indi-
viduals. For instance, when the marquis of Berghes embarked on his fatal voyage to the
Spanish court in 1566, he was accompanied by his mayordomo Pedro de Aguilera20, who
may have been a relative of the Bruges merchant family of Aguilera who had been great
patrons of the young Ignacio de Loyola21. Similarly, when Joachim Hopperus travelled to
Spain in 1566 as a new royal councillor, Pedro López, of Aragonese-Brabantine merchant
stock and a loyal cardinalist, followed him. Cardinal Granvelle himself, although he was
fluent enough in Castilian to write lengthy letters to the king in his own hand, employed
a secretary called Pedro de Aguilón22.
The presence of people like Aguilera in the service of the marquis of Berghes permits
the hypothesis that certain Netherlandish nobles employed Spaniards with the purpose of
maintaining contacts at the court of Philip II. This would mean that at least some of the
nobles understood the importance of the Castilian language as a new language of power
and that they employed persons who could serve as translators, if they did not speak Cas-
tilian themselves, like Berghes and Horn clearly did. This means they had access to the
Castilian-speaking sphere of power. These translators – at least those we know – seem to
have been key persons in the noble entourages, serving as mayordomo or secretary – posi-
tions of confidence.

17
M. Baelde, De collaterale raden onder Karel V en Filips II (1531-1578). Bijdrage tot de geschiedenis van de centrale
instellingen in de 16e eeuw, Brussels, 1965, p. 274.
18
Biblioteca Nacional, Mss. 756, concerning the Italian nominations. Laloo countersigned all the necessary
documents.
19
R. Vermeir, “A latere principis. Le Conseil Suprême des Pays-Bas et de Bourgogne sous Philippe II, 1588-
1598”, Revue Belge de Philologie et d’Histoire - Belgisch Tijdschrift voor Filologie en Geschiedenis, 88/4 (2010),
pp. 1-20.
20
Alonso de Laloo to Horn, Segovia, 3-viii-1566. UBL, PAP 3, unfol.; AGS, E 536, f. 59. Pedro de Aguilera,
“maistre d’hostel” nombrado como testigo en el testamento del marqués de Bergues, firmado en Bruselas,
9-v-1566.
21
Renynghe de Voxvrie, “Het Sint Franciscus-Xaveriusziekenhuis” in J.-P. Esther et al. (eds.), Het Sint-Fran-
ciscus Xaveriusziekenhuis: ziekenzorg in het Spaans kwartier te Brugge, een initiatief van de Zwartzusters van
Bethel, Bruges, 1985, pp. 50-51.
22
Granvelle asked Alba to promote Aguilón’s nomination as treasurer of the Order of the Golden Fleece. With
this appointment Granvelle hoped to introduce Spaniards into the bureaucracy of the Order. Granvelle to
Alba, Brussels, 14-ii-1562. Archivo de la Casa de Alba (AA), Caja 37, f. 1.

– 76 –
How to save a life? Alonso de Laloo, secretary to the count of Horn, on a mission to the Spanish Court (1566-1567)

All this may be true also of Alonso de Laloo. It is likely that the count of Horn already
employed him during his earlier stay at court in 1560-1561, when he was superintendent
of Netherlandish affairs in the Spanish Council of State. This seems likely because when
Laloo arrived at court in 1566, he carried an instruction with him ordering him, among
other things, to sort out and pay off the debts Horn had incurred when at court. A certain
Francisco de Gama, an official of Finance who appears to have served as Horn’s treasurer
during his stay, claimed that the count was indebted to him23. Laloo believed Gama’s cal-
culations were wrong, because he did not remember the expenses Gama described. So it
seems that Laloo was already in Spain with the count in 1560, and it is therefore possible
that Horn had employed him precisely because he was leaving for Spain.
Laloo is lost to us between 1561 and 1566, but it is possible that he remained in Spain
for some years after 1561. He may have served as a member of the Netherlandish Guard,
of which Horn was still the captain. An ‘Alphonse de Laloe’ is listed as arquero from 1562
to 1568.24 Members had to be Netherlandish, so it is interesting to know if Laloo consid-
ered himself to be Spanish or Netherlandish. Normally he wrote to Horn in Castilian,
but still we note at times a certain distance to the other Spaniards at court. For instance,
when news of the Iconoclasm arrived, Laloo wrote: “We, who are from there, do not
dare appear among people because we cannot answer the charges against Your Lordships
that you have not halted the pillage and destruction of the churches”25. We may add that
Alba’s soldiers did not doubt Laloo’s loyalty to his master, nor that of Pedro de Aguilera
to Berghes. When they arrested Horn and Egmont in 1567 they did not hesitate to arrest
their secretaries as well, and Aguilera was on their “wanted” list26.

In Spain: financial agent

When Laloo left for Madrid, he probably expected to be back within a few months
after having spoken to some financial bureaucrats. This mission was, after all, about ob-
taining favours for Horn; the payment of previously promised ayudas de costa and wages
which were years in arrears27. Horn was the “poorest” of the Netherlandish great lords;
even his younger brother Montigny had more income28. His stay at court in 1560-1561 had

23
Francisco de Gama claimed in 1566 that he had served the count of Horn for eighteen years, since 1548.
Laloo to Horn, Segovia, 3-viii-1566. UBL, PAP 3.
24
J. Martínez Millán and S. Fernández Conti (eds.), La monarquía de Felipe II : la casa del rey, Madrid, 2005,
vol. II, p. 238, p. 562. However, being on the pay-role does not mean he was in Spain all these years. After all,
Horn himself was listed as captain while he resided in the Netherlands.
25
Laloo to Horn, Segovia, 20-ix-1566. UBL, PAP 3, unfol.: “Los que somos de allá no osamos pareçer entre
gentes por no poder responder a los cargos que hechan a vuestras señorías de no aver estorvado el saco y
destruction de las yglesias.”
26
Alba to Philip, Brussels, 9-ix-1567. L.P. Gachard (ed.), Correspondance de Philippe II sur les affaires des Pays-
Bas, Brussels, 1848-1851, I, pp. 572-573.
27
Horn’s instruction to Laloo, Weert, 2-i-1566. ARAB, Aud 478, ff. 59-63.
28
Groenveld, “Filips van Montmorency” p. 56; H. van Nierop, Van ridders tot regenten. De Hollandse adel in
de zestiende en de eerste helft van de zeventiende eeuw, Leiden, 1984, p. 39.

– 77 –
Liesbeth Geevers

cost the count considerable sums of money and, to make matters worse, he had at that
time also been required to leave his lucrative post as provincial governor of Guelders; the
newly conquered duchy would not put up with an absent governor. The Spanish court
being the Spanish court, his wages as superintendent were never paid, and neither was he
compensated in any other way. Every time a Netherlandish nobleman travelled to Spain
– his brother Montigny in 1563, his friend Egmont in 1565 – Horn asked them to speak to
the king about his predicament, but without success29. In short, Horn probably suffered
the typical Habsburg courtier’s experience, ruining himself financially in the king’s service
without recompense, and Laloo’s task was to remedy the situation.
The Eboli faction might have been of great help to the poor count. After all, the
faction’s second-in-command was none other than Secretary Francisco de Eraso who
controlled the Spanish-Habsburg financial bureaucracy. More than that, Geoffrey Parker
called him Horn’s “friend at court”30. Unfortunately, Eraso had been of little help these
past years and Horn directed some harsh criticism at him. To give some examples, Horn
had been entitled to wages as “superintendent” of Netherlandish affairs. His commission
had stated that these wages would only be paid during the months Horn actually served
at court. So, after 1561, when he returned to the Low Countries, Horn had no right to
collect them. However, Eraso had promised Horn that this clause was only a formality,
implying that Horn could claim the wages whether he had been at court or not. Still, he
was not paid. There’s another example. Eraso had promised to make some money availa-
ble to Horn at the fair of Villalón. In anticipation, Horn took up the money with Brus-
sels bankers. But for some reason, Eraso did not have the money ready at the fair, which
infuriated Horn. It meant his loan with the Brussels bankers would run longer, causing
him to pay more interest31. Such incidents clearly soured Horn’s relationship with Eraso.
It is therefore not surprising that, even though Laloo was instructed to enlist the ebolistas’
support, Eraso does not feature prominently in his letters. Instead, Laloo relied on Ruy
Gómez de Silva himself to help him find his way in the Habsburg financial bureaucracy.
In letters to his master, Laloo refers several times to the faction leader to pass on his favour
to Horn. Ruy Gómez acted as a good patron to Horn, favouring his servant Laloo in all
things to cure the count’s finances32.
Eboli’s moral support was undoubtedly important to Laloo, but he also needed prac-
tical assistance to steer through the Madrilenian bureaucratic waters. For this purpose
Laloo enlisted Cristóbal de Castellanos, an ebolista of much lower standing, but who
was well known in Brussels. This contador de sueldo, a colleague of the better-known
Alonso del Canto, had stayed behind in the Low Countries after the king left in 1559 as
an accountant of the Spanish troops. More importantly, Castellanos had become a key
29
Horn to Philip, 8-i-1566. AGS, E 530, unfol.
30
Parker, Dutch revolt, p. 52.
31
ARAB, Aud 478, ff. 59-63.
32
For instance Laloo to Horn, Segovia, 3-viii-1566. UBL, PAP 3; Laloo to Horn, Segovia, 31-viii-1566. UBL,
PAP 3.

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How to save a life? Alonso de Laloo, secretary to the count of Horn, on a mission to the Spanish Court (1566-1567)

figure as a liaison between Egmont and Orange and Francisco de Eraso, his superior in
the financial administration. In the contacts between the Netherlandish nobles and the
Eboli faction Castellanos was indispensable as a postmaster, translator and secretary33. He
was a loyal servant of Eraso. As almost all Spanish officials in the Netherlands, he begged
Eraso continuously to be reassigned to a post in Spain – but Eraso denied his requests
until 1566. In that year Castellanos returned to Madrid, for which reason he was at court
at the same time as Laloo. The two had obviously met in Brussels. Castellanos helped La-
loo find his way in the financial machinery, explaining procedures to help him complete
his task34. Apart from this, Castellanos continued to serve as postmaster, hiding Laloo’s
correspondence by writing the address on the cover in his own hand so no-one would
know Laloo was the real sender35.
So, in terms of practical help, we see an active attitude in the ebolistas, which would
make us believe the relationship between them and the Netherlandish lords was quite
close. However, despite having a mighty patron, Laloo did not succeed in getting any
money for Horn.

Political agent: informant

Financial business dominated Laloo’s instruction. But it became increasingly clear


that no decision would be taken any time soon, as Philip II took his time to make up his
mind. Furthermore, Horns brother Montigny would soon arrive at court in the wake of
the Petition of the lower nobility, and the King was not likely to decide anything about
Horn’s affaires without speaking to his brother first. But most importantly, the financial
demands of one disgruntled nobleman faded into insignificance compared to the recent
challenges to the King’s religious policies in the Low Countries. Philip had other things
on his mind than Horn’s empty purse!
Accordingly, Laloo decided to spend his time following other pursuits, such as gath-
ering information about everything that went on at court and subsequently informing
Horn and his companions Orange and Egmont. Laloo had two objectives. The first was
to inform the Netherlandish triumvirate of the humores at court. The second was to make
sure Horn’s reputation remained intact. He advised Horn on the actions he should un-
dertake to retain the King’s favour and his position as a leading nobleman in Brussels. To
reconstruct Laloo’s actions in this regard and to gauge the cooperation he received from
the Eboli faction, I will discuss Laloo’s correspondence and some memoranda of certain
ebolistas of a lower level that might shed light on the ebolistas’ stance towards the lords,
filling in the blanks of Laloo’s reports.
33
L. Geevers, “Hoe toegankelijk was de ‘papieren koning’? Een informeel communicatiekanaal tussen La-
moraal van Egmont en Willem van Oranje en de Spaanse centrale besluitvorming in de jaren 1559-1564”, in
Tijdschrift voor sociale en economische geschiedenis 4 (2007), pp. 50-53.
34
Laloo to Horn, Segovia, 25-vii-1566. ARAB, Aud 478, f. 47.
35
Laloo to Horn, Segovia, 3-viii-1566. UBL, PAP 3, unfol.

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Liesbeth Geevers

Laloo sent his first report on the sentiments at court in May 1566, when Margaret of
Parma had just received the Petition and word about it had reached Spain36. Laloo gauged
the reactions at court and as a resulted identified two different groups. The first group
consisted of those who, with their malevolent machinations, had created an impossi-
ble situation in the Netherlands, insisting on policies which could not be implemented
without causing a revolt. Now that the situation was getting out of control, they blamed
the lords for not implementing them! This group presented the three lords Orange, Eg-
mont and Horn as the true leaders of the Compromise, and the instigators of the Icono-
clasm. The Netherlandish councillor Hopperus, who had recently arrived from Brussels,
worded this view eloquently37. Laloo implicated Granvelle in this group, referring to ‘el
que está en Roma.’
The second group consisted of persons who essentially sympathised with the lords,
respecting them and considering them to be the cornerstone of any Brussels regime, but
who were also baffled by the fact the lords had permitted their friends and relatives to
unite in the Compromise of the Nobility; a union that was deemed scandalous because
it was forged with neither the knowledge nor the consent of the king. To illustrate this
sentiment it is worthwhile to cite Laloo speaking about Castellanos, the old liaison bet-
ween the lords and the ebolistas. “Castellanos told me these days”, Laloo wrote, “that he
is the servant of the count of Egmont and of all Your Lordships as much as anyone here
or over there could be, but that he has heard things about which he does not know what
to say or think. I leave you to think what he says to his friends, if he is this frank with
me”38. Clearly, this group was confused about some of the lords’ actions, but still willing
to support them.
In the case of Cristóbal de Castellanos, whom we have already encountered as Laloo’s
guide through the financial bureaucracy, we are fortunate to have two memoranda of his
hand in which he elaborates on his position. Therefore, he may serve to understand other
aspects of the ebolistas’ attitude. When Castellanos returned from the Low Countries in
1566, he was received in audience by the king, as was customary. After the interview, Cas-
tellanos wrote two memoranda so Philip could read all he had said39. The first was written
before and the second after news arrived of the presentation of the Petition.
In his memoranda Castellanos dealt with Netherlandish affairs. He repeated many of
the allegations of the two “notorious spies” (as they are called by a Dutch historian)

36
Laloo to Horn, Madrid, 29-v-1566. UBL, PAP 3, unfol.
37
The Recueil et mémorial des troubles des Pays Bas du Roy 1559-1566 Hopperus wrote on the subject can be
found in A. Wauters (ed.), Mémoires de Viglius et d’Hopperus sur le commencement des troubles des Pays-Bas,
Nendeln/Liechtenstein, 1977, pp. 231-374.
38
Laloo to Horn, Segovia, 20-ix-1566. UBL, PAP 3, unfol. “Castellanos me dixo estos días que el era servidor
del señor conde de Agamont y de Vuestras Señorías todos, quanto lo podrá ser otro de allá o de acá. Mas que
a oydo tantas cosas que no sabe que pensar ni decir. Yo me remito a lo que discurre entre los suyos quando
habla tan a la clara conmigo.”
39
AGS, E 531, f. 58; AGS, E 529, f. 117.

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How to save a life? Alonso de Laloo, secretary to the count of Horn, on a mission to the Spanish Court (1566-1567)

Alonso del Canto – his co-worker – and fray Lorenzo de Villavicencio40. For instance,
Castellanos denounced the corruption of the provincial and collateral councils and their
ineptitude to combat the spread of heresy. The solution he offered also shares characteris-
tics with Villavicencio’s counsels to the king: purge the Netherlandish bureaucracy of
suspected Protestants and replace them by unsuspected Catholics. About the lower nobi-
lity and the Petition to moderate the placards, Castellanos told the king that he should
gather the States General to tell them that he wanted the inhabitants of the Low Coun-
tries to live Christian and Catholic lives, but never to permit the moderation of heresy
laws because it could only lead to freedom of religion – something Castellanos found
utterly distasteful.
Castellanos’ apparent intransigence surprises us, being a servant of Eraso, but it is not
an isolated case. Another ebolista voice may be heard in a memorandum written by Simon
Renard. Renard was an old ally of the Netherlandish lords against Cardinal Granvelle.
Renard, we must remember, was in Spain at this time as a result of Granvelle’s campaign
against him. He was suspected to have incited the nobles against Granvelle and the king,
from 1559 onwards. He had not served on any council since 1559, but in Brussels he had
been in frequent contact with Castellanos (and probably also with Eraso). After Philip
had ordered Granvelle out of the Low Countries, the three lords of the Council of State
sought the help of the Eboli faction to rehabilitate Renard. They managed to convince
Diego Guzmán de Silva – a Spanish ambassador sent to Alexander Farnese’s Brussels
wedding in 1565 – to defend Renard41. It seems the ebolistas considered Renard a good re-
placement of Granvelle, but Renard was too controversial a character to be reinstated and
Philip ordered him to come to Spain to answer the charges against him. In Spain Renard
was rumoured to be in contact with Eboli.42 All in all, I present him here as an ebolista, on
account of his contacts with Castellanos, Eboli and Eraso, Guzmán de Silva’s patronage
of him and his visceral hatred of Granvelle.
In spite of the allegations and suspicions against him, Philip listened to Renard about
the situation in the Low Countries after the Petition – a clear sign the king was willing to
listen to anyone who could offer information43. After his audience, Renard told Laloo in
great detail everything that was said, who then dutifully passed it on to Horn44. His coun-
sels sound a little like Castellanos’. Renard, too, advised the king to gather the States Ge-
neral to enforce his royal rights to decide the religion of his subjects, just like at the Peace
of Augsburg. This peace had returned tranquillity to the Holy Roman Empire in 1555.
Although the Peace was invoked many times because of the limited toleration it granted
40
F. Postma, ‘Granvelle, Viglius en de adel,’ in K. de Jonge and G. Janssens (eds.), Les Granvelle et les anciens
Pays-Bas, Louvain, 2000, p. 169
41
For further details on Guzmán de Silva’s mission, L. Geevers, “A prophet in Brussels. Diego Guzmán de
Silva as Philip II’s representative to Alexander’s wedding”, in H. Cools, K. De Jonge en S. Derks (eds.), Alex-
ander Farnese and the Low Countries – Alessandro Farnese e le Fiandre (forthcoming).
42
Lagomarsino, Court factions, p. 274.
43
AGS, E 526, f. 146.
44
Laloo to Horn, Madrid, 29-v-1566. UBL, PAP 3, unfol.

– 81 –
Liesbeth Geevers

to dissidents, Renard advised the king to tell the Estates General that the inhabitants of
the Low Countries had to lead Catholic lives – and if they were unwilling, they received
one month to leave the country. Unlike the Netherlandish lords, Renard attached great
importance to religious unity without any tolerance for dissidents.
Laloo himself, who does not seem to have had a lot of sympathy for Protestants either,
echoed this intransigent attitude. As he sharply wrote to his master, the Calvinists only
wished to established their flawed religion and force the Catholics to leave theirs, revol-
ting to obtain a liberty in which “neither God’s, nor the King’s authority was respected,
nor that of those who were placed in his stead, which is, as Your Lordship knows, the
end of any state”45. Clearly, however supportive the ebolistas and other allies were of the
three lords as pillars of Habsburg government in the Netherlands, the idea of religious
toleration found little support at court. The ebolistas’ support for the nobility’s political
and religious claims was much weaker than their support for Horn’s financial business.
Castellanos and Renard, who must be considered favourable to the great lords, did
not extend their support to the lower nobility, even though the lords had supported them
in the Council of State in Brussels. Instead, in accordance with their rejection of the
Compromise’s demands of toleration, Castellanos and Renard were very critical of the
lower nobility. So in order to keep up their support for the lords, they simply brushed
over the extremely close ties between the lords and the lower nobles in their reports to
the King. This differentiated them from other voices at court, for instance Hopperus,
who identified the high and low nobility as belonging to the same group. In making the
distinction between lords and gentlemen, Castellanos and Renard tried to safeguard the
lords’ position as the leading group in the Low Countries, even if Philip should decide to
travel there. We could say their advice to Philip was against the Petition, but in favour of
the three great lords.
The memoranda by Castellanos and Renard fit neatly in the ebolistas’ general factional
strategy, as can be learned from the years before 1566. However, their support for the lords
was never unconditional and only applied to some of the lords’ pretensions. To give a few
examples; their efforts to monopolise power in Brussels were supported by Eboli. At first
by getting rid of Cardinal Granvelle, and also by adjusting the hierarchy of the collateral
councils – the lords wanted to give precedence to the Council of State so it could do-
minate the other two Councils – or by increasing the number of noble councillors. But
in matters that were related to religion, for instance, Philip’s pet project to create many
new bishoprics in the Netherlands, the maintenance of the Inquisition or the application
of the placards, it is hard to see any support from the ebolistas for the lords. Rather the
opposite. Already in 1561 Eraso had told Egmont the Eboli faction was prepared to attack
Granvelle, but that on the subject of the bishoprics, they expected cooperation from the
lords, being the good vassals they were46. At the same time, to be assured of the lords’
45
Laloo to Horn, Segovia, 20-ix-1566. UBL, PAP 3, unfol.
46
Francisco de Eraso to the count of Egmont, Madrid, 28-ix-1561. AGS, E 521, f. 141.

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How to save a life? Alonso de Laloo, secretary to the count of Horn, on a mission to the Spanish Court (1566-1567)

loyalty, the faction made sure they received important favours. In 1565, when the royal
pressure on the lords to maintain the placards in full rigour intensified with the famous
Segovia letters, the granting of favours reached a climax as well. During Egmont’s stay at
court, the count received numerous favours; practically everything he asked for. Orange
and Montigny were remembered as well47. Only Horn was forgotten, it seemed, promp-
ting him to send Laloo to court.
The correlation between the granted favours and the Segovia letters is clear. The whole
transaction seems to be a trade-off. The ebolistas offered offices and advancement in return
for the lords’ support for Philip’s policies in the Netherlands. In this manner, the faction
hoped to be a cohesive force between the royal court and the peripheral elite, enabling the
king to rule his composite monarchy with the aid of the local lords. Although the lords
stood to gain local power, they could not wield it as they wished.
Returning to the two groups Laloo described, it would seem to me that we have to
identify the second group as the Eboli faction. This echoes the earlier communications
between the faction and the lords, which made clear that their support was never un-
conditional; the condition was always that the royal authority in political and religious
matters (which were often identical) must always be respected. This limited the room
the lords had to personal power play: to frustrate Granvelle or rehabilitate Renard, and
to seek ways to enhance their power in Brussels. Laloo informed Horn and his comrades
extensively on these opinions at court; therefore, it must have been clear to the trium-
virate that, although the ebolistas were willing to support them in their quest for power
in the Netherlands, they were critical of the way they wielded it in the aftermath of the
Iconoclasm.

Political agent: damage control

It is clear that people like Castellanos and Renard were voicing positive opinions in
Madrid about Orange, Egmont and Horn; Laloo transferred these reports to the Nether-
lands. However, the trouble with Castellanos’ and Renard’s positive opinion-making at
court was that these efforts were not at all directed nor supported by the three lords in
question. Castellanos and Renard worked alone. It is probably fair to say they worked for
the Eboli faction, not for the lords. For their memoranda to have any influence on Philip,
it was important that they seemed to be reliable. Ideally, therefore, Orange, Egmont and
Horn would have renounced the Compromise of the Nobility, showing that they were
willing to play the part Renard and Castellanos assigned them. But the lords were not pre-
pared to distance themselves from their younger brothers, relatives, friends and servants,

47
Philip to Margaret, 17-x-1565. J.S. Theissen (ed.), Correspondance française de Marguerite d’Autriche, duchesse
de Parme, avec Philippe II (CFMP), Utrecht, 1925-1942, I, p. 103; Castellanos to Eraso, Brussels, 2-iii-1565.
AGS, E 528, unfol.; C.R. Steen (ed.), The time of troubles in the Low Countries. The chronicles and memoirs of
Pasquier de le Barre of Tournai, 1559-1567, New York, 1989, p. 76.

– 83 –
Liesbeth Geevers

and certainly not to distance themselves from the Compromise’s main objectives: mode-
ration of the heresy laws, a stop to the Inquisition and – by this time – a general pardon
for the Petition’s signatories.
To remedy the lack of cohesion between opinion making at court and the lords’ con-
duct, Laloo started pressing Horn to show his loyalty to the king and the Catholic reli-
gion in the light of the Iconoclastic scandal. This was even more necessary because news
arrived at court about other nobles, such as the duke of Aerschot, an important rival. He
had been seen trying to stop the Iconoclasm. The contrast with news about Orange, Eg-
mont and Horn was important. The silence about their intervention fed rumours about
the lords’ involvement in the Iconoclasm. Laloo anxiously awaited letters from Horn in
which the count explained the action he took in Tournai, where he acted as governor.
“Letters must do the talking”, Laloo wrote, “these are times in which intentions are jud-
ged by their effects”48.
Another problem was that Horn had retired from Brussels, awaiting the outcome of
Laloo’s mission. His deliberate inactivity in such turbulent times was frowned upon at
court. Laloo tried everything to get the count to return to the Council of State. In Au-
gust 1566, shortly after the Iconoclasm, Horn was appointed superintendent of Tournai.
Montigny was governor of Tournai and Tournaisis, but he was also at court. It was not
an ideal appointment for the reluctant count, being as it was a hotbed of Calvinism in
the southern regions of the Low Countries. It was not an easy task to restore order there,
but under the circumstances it would be a litmus test for Horn; was he or was he not a
loyal vassal?
On July 31, Laloo had some good news to offer, as Philip seemed to have moderated
his wishes. He would now concede to the abolishment of the Inquisition and a general
pardon for the Petitioners, although he still opposed any moderation of the placards.
Even though this clearly was not enough for the lower nobility, Laloo apparently thought
the king had made enough concessions to satisfy the lords: “It seems to me this decision
is not far removed from what they asked his Majesty and I am pleased that Monsieur de
Montigny has been such a fine instrument to bring this about, because Your Lordship
must believe that if he had not made the disadvantages [of the earlier decision] so clear,
the first decision would have been executed!”49. In the same letter, Laloo sang the same
old song again; with the king showing his good will, it was imperative that Horn returned
to Brussels to do his duty.
Probably in order to influence his master in doing the “right thing”, Laloo clarified
his conception of the ideal king-noble relationship, which may have been the general

48
Laloo to Horn, Segovia, 20-ix-1566. UBL, PAP 3, unfol. “Son estos los tiempos que las cartas an de hablar”
and “siendo llegado el tiempo que los effectos hazen juzgar las voluntades.”
49
Laloo to Horn, Segovia, 3-viii-1566. UBL, PAP 3 unfol.: “No me parece que esta resolucion va muy fuera
de lo que se ha supplicado a su majestat y me huelga mucho que monsieur de Montigny haya sido tan buen
instrumento para ello porque bien ha de creer Vuestra Señoría que si el no representara tan de veras los in-
convenientes que la primera resolucion fuera executada.”

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How to save a life? Alonso de Laloo, secretary to the count of Horn, on a mission to the Spanish Court (1566-1567)

idea at court, telling Horn: “Because Your Lordship had the honour and the ancestors,
you must take advantage of this change to enhance your House, doing what you must.
Your Lordship is better equipped than anyone and you can swim (as the proverb goes)
sine cortice [without a life-jacket] and without depending on anyone else but your king,
from whom Your Lordship may expect favours and he can and must give them to you. All
the rest is air and vainglory”50. As became clear in the first citation, Laloo often directed
his information at all three lords, calling them “Your Lordships” or more precisely “Your
three Lordships”51. But Laloo directed this sort of comment exclusively to Horn, warning
him that he must act “without tying yourself to anyone, because every man must account
for himself ”52.
With the news of the Iconoclasm causing shock and bewilderment in Madrid, Laloo
begged Horn to answer the king’s letters “for it seems discourteous not to do so”53. With
the passing of the weeks, Horn finally answered some of Laloo’s letters. The count was
becoming desperate for the return of his secretary and, most of all, his brother. He did
not care for financial compensation anymore – at least, so he said – the only favour Philip
could now grant him, was their safe return54. Horn felt bound by his oath to the other
lords: “If it was not for what I have promised these lords, I would not want anything else
but to remain at my estates or fight the Turks”55.
Laloo offered Horn a program that may be resumed as: How to save my life? To
safeguard the count’s reputation and allow him to escape unscathed from the turbulence
of the Low Countries, Horn had to give his secretary the means to fight the malevolent
tongues. But although Laloo sent his reports about all this to the Netherlands, he received
mostly silence in return; Horn did not take the opportunity to give him any further in-
structions than the strictly financial ones he had been given in January 1566.

Conclusion

So what role did Laloo play at court in the period 1566-1567 as Horn’s agent and
liaison with the Eboli faction? First of all, it is interesting that Laloo ended up as the
key liaison between the Spanish court and the Netherlandish lords to begin with. Before
1566, all contacts had been organised by (Spanish) Spaniards. At first through Cristóbal

50
Laloo to Horn, Segovia, 20-ix-1566. UBL, PAP 3, unfol. “Pues Vuestra señoría tiene valor y partes,
aprovechese de la ocasión que se le ofrece para leventar y acrecentar su casa haziendo lo que deve y tiene
Vuestra Señoría mejores medios y aparejo que nadie y puede nader (como dize el proverbo) sino cortice y sin
depender de otro qualquiera que de su Rey, de quien V.S. ha de pretender mercedes y se las puede y ha de
hazer que todo lo demás es ayre y confianza vana.”
51
Laloo to Horn, Madrid, 29-v-1566. UBL, PAP 3, unfol.
52
Laloo to Horn, Segovia, 20-ix-1566. UBL, PAP 3, unfol.: “Sin atarse a nadie porque cada uno ha de valer
por sy.”
53
Laloo to Horn, Segovia, 27-ix-1566. UBL, PAP 3, unfol.
54
Horn to Laloo, Tournai, 10-x-1566. AGS, E 530 unfol.
55
“Traslada de frances del conde de Horn a Alonso de Laloo su secretario de xvj de octubre 1566”, 16-x-1566.
AGS, E 530, unfol.

– 85 –
Liesbeth Geevers

de Castellanos, afterwards also through Diego Guzmán de Silva. Even though the lords
never took a deliberate initiative to station an agent at court, Laloo did eventually become
this agent. His Spanish background must have made it easier for him to blend in at court
and it is likely that Horn selected him as his secretary because of his ‘double nationality’.
Through him, the lords knew precisely how their actions were interpreted in Spain dur-
ing the hot summer of 1566.
But what success did Alonso de Laloo have in coordinating actions between the Eboli
faction and the three great lords in the Netherlands? Apparently, very little. After all,
Horn had not sent him to court to be a political agent. Laloo only received instructions
on financial matters. The secretary was on his own when it came to political affairs; he
acted on his own initiative and therefore he had to improvise. As a result, his agency took
the shape of informing Horn of what went on at court and reacting to what he heard and
saw there. Worried about his master’s deteriorating reputation, he started giving Horn
advice on how to remain in the king’s grace. But he was ill equipped. The count never
supplied his secretary with the right material to adequately defend his actions at court, so
Laloo could only listen, warn and hope for the best. It was one-way communication at
best. One reason for Horn’s failure to take the opportunity offered by Laloo might have
been that the count simply did not want to be involved in politics anymore. When he
did get involved, as in Tournai, he did so against his wishes and he returned to Weert as
soon as circumstances allowed. At this time, Horn was hardly the right man to try to get
involved in discussions at court through his secretary.
The guidance Laloo may have received from such ebolistas as Castellanos and Renard
did not enable him to defend his master either. Both men suffered from the same lack of
information as Laloo. All they could do was differentiate the great lords of the Council
of State from the insolent lower nobility in order to maintain their position of influence
in Brussels. But it is probably not an exaggeration to say that the three lords in question
proved singularly uncooperative. They insisted on policies in the Netherlands that fatally
undermined both Renard’s and Castellanos’s message. Little wonder then, that Philip did
not trust them. But we must be careful not to be too harsh on the lords. They worked
within the Netherlandish context where some measure of toleration seemed inevitable,
while their defenders acted at Philip’s court, where the mere mention of toleration was
abhorred by all; two different worlds indeed. They can only be blamed for neglecting the
possibilities they had to influence the King.
The miscommunication between Laloo and Horn, therefore, also serves to illustrate
all misunderstandings between Madrid and Brussels. Without proper guidance, even tho-
se most favourable and loyal to the Netherlandish lords could not bridge the gap between
the two courts, not even a half-Spanish confidant of the Netherlandish lords. The result
of all this was that Laloo’s role as Horn’s agent was limited. This also meant that the Eboli
faction proved unable to guide their Netherlandish allies in the proper direction. Any
attempt to control the great lords through the court factions failed. Maybe the strangest

– 86 –
How to save a life? Alonso de Laloo, secretary to the count of Horn, on a mission to the Spanish Court (1566-1567)

result of Laloo’s agency is that he actually became something of an agent of Philip. After
all, Laloo’s lack of communication with Horn meant that all he could do was to persuade
the count to change his conduct and act more according to Philip’s instructions than
according to his own ideas – about which Laloo knew very little.
We know how this story ends for the count of Horn. The count was arrested shortly
after the duke of Alba’s arrival in the Low Countries and about a year later he was publicly
decapitated in the Brussels town square. His secretary, who by the summer of 1567 had
returned to the Netherlands, was arrested too, but he quickly returned to serve the king.
The reason for his swift rehabilitation must lie in his attitude at court in 1566-1567, when
he was busier convincing Horn to change his conduct than convincing the king of the
merits of the count’s (in)actions. Even if it was important to Horn to know how people
thought of him and what was expected of him, Laloo had shown more than anything that
he was a loyal servant of the monarchy – Horn really had not equipped him adequately to
do anything else. Even if Laloo proved unable to rescue his master from his predicament,
this way at least he managed to save his own life.

– 87 –
Le gouverneur général Peter Ernst von Mansfeld
et les agents espagnols Fuentes et Ibarra
aux Pays-Bas en 1593
Hugo de Schepper
Instituto La Corte en Europa de la Universidad Autónoma de Madrid

À la veille du Jour de l’An 1591, le roi Philippe II, en sa qualité de seigneur des Pays-
Bas et du comté de Bourgogne, charge Juan Pacheco Osorio marqués de Cerralbo de
ramener le gouverneur général Alexandre Farnèse, duc de Parme; à la limite, l’émissaire
doit décharger Parme de son poste et le faire prisonnier. Le mandat de Pierre Ernest de
Mansfeld (1517-1604), depuis 1589 gouverneur général pendant les absences du duc, serait
éventuellement prolongé en attendant l’arrivée d’un nouveau lieutenant du souverain. Le
gouvernement intérimaire avait été confié à Mansfeld, chaque fois que Farnèse partait en
expédition militaire aux côtés de la Ligue Catholique en France. Si, par suite du retour
de Parme à Bruxelles, la tâche temporaire de Mansfeld avait pris fin, Cerralbo devrait
lui-même se servir d’une lettre de commission en blanc pour assurer le gouvernement en
concertation avec le Conseil d’État. Une fois sur place, le marquis pouvait décider quelle
option à choisir comme la plus indiquée, tenant également compte de l’âge avancé de
Mansfeld. Cependant, en cours de route pour les Pays-Bas Royaux, il meurt soudaine-
ment de sorte que Philippe II mandate Pedro Enriquez de Acevedo, conde de Fuentes et
neveu du duc d’Albe, de prendre le relais, juin 15921.
Entre-temps, le roi réfléchit sur la nomination définitive du cardinal archiduc Albert
d’Autriche, depuis 1582 vice-roi du Portugal, comme gouverneur général. Finalement,
Philippe II portera son choix sur le frère aîné d’Albert, l’archiduc Ernest, qui a vingt-cinq
ans de plus qu’Albert. De toute façon, le souverain a l’intention d’investir dorénavant un
prince de sang royal plus docile du gouvernement des Pays-Bas et de Bourgogne, plus que
ne l’était Alexandre Farnèse2.

1
“Sumario de lo que Su Magestad es servido que haga [el marques de Cerralbo] en su comision principal
como más particularmente se le ha dicho de palabra”, 31 déc. 1591 (Archivo General de Simancas, Secretaría
de Estado. Negociación de Flandes, legajo [ci-après AGS., Estado, leg.] 2220/2, folleto 1-2); Philippe II à Cer-
ralbo, 20 fév. 1592 (ibidem, f. 216); “Sumario de lo que Su Magestad es servido que haga Don Pedro Henri-
quez de Azevedo, conde de Fuentes, en su commission principal”, 4 juin 1592 (ibidem, foll. 19): Littérature
concernant Mansfeld e.o.: J.A. Sánchez Belén, “Lealtades contrapuestas: La familia del Conde de Mansfeld
durante la sublevación de los Países Bajos en tiempos de Felipe II” dans J.L. Pereira Iglesias (éd.), Felipe II y
su tiempo, Cádiz 1999, pp. 341-348; J.L. Mousset et K. De Jonge (éds.), Un prince de la Renaissance, Pierre-
Ernest de Mansfeld, 1517-1604, Luxembourg 2007, 2 vols.
2
L. Van der Essen, Alexandre Farnèse, prince de Parme, gouverneur général des Pays-Bas, 1545-1592, 5 (Bruxelles
1937), pp. 372-375, pp. 382-385; H. de Schepper, “De Katholieke Nederlanden van 1589 tot 1609”, dans D.P.
Blok e.a. (éds.), Algemene Geschiedenis der Nederlanden, VI (Haerlem 19882), pp. 280-281.

– 89 –
Hugo de Schepper

C’est seulement le 23 de novembre 1592 que le comte de Fuentes arrive à Bruxelles.


En apprenant que le duc de Parme est agonisant à Arras, le comte espagnol renonce à
son plan d’y aller le trouver. Il réunit les dirigeants restés à Bruxelles avec quelques hauts
militaires du Conseil de Guerre. Sans en préciser le contenu, il leur communique d’avoir
des dépêches importantes de la part du roi. La réticence mystérieuse et hautaine dont il
s’entoure, donne cependant lieu à toutes sortes de suppositions et de rumeurs3.
Ce n’est plus une surprise, quand une dizaine de jours après, Bruxelles apprend que
Farnèse avait rendu l’esprit, à Arras le 3 de décembre, à l’âge de quarante-sept ans4. D’après
ce que les conseillers d’État considèrent une prérogative traditionnelle à défaut d’un gou-
verneur général, de sa propre initiative le Conseil s’est de suite réuni en assemblée, pour
se charger de manière collective des compétences gouvernementales. Sans tarder, un cer-
tain nombre de décisions sont prises5. Entre autres, il décide de ne pas aller rencontrer le
comte de Fuentes, mais de le convoquer au collège vers le 12 de décembre, afin de prendre
connaissance de ses lettres de créance et d’apprendre la teneur réelle de sa mission. À la
surprise des membres, en vigueur de ses pleins pouvoirs royaux, le comte espagnol désigne
alors Pierre Ernest comte de Mansfeld pour la fonction de gouverneur général, “tant que
Sa Majesté y ait aultrement pourveu”, sans en soumettre aucune pièce officielle6.
À ce moment, Peter Ernst, Graf von Mansfeld, originaire d’un lignage saxon séculaire,
a soixante-quinze ans. En 1535, il avait quitté la cour de Ferdinand, le Roi des Romains,
pour entrer au service de l’empereur Charles Quint. Nommé par celui-ci gouverneur de la
province de Luxembourg-Chiny le 2 de juin 1545, il fut admis à l’Ordre de la Toison d’Or,
lors du chapitre tenu à Utrecht en 1546. Par son mariage avec Marie de Montmorency,
il s’apparentait au comte de Hornes, qui serait exécuté en 1568. Le duc d’Albe ne pensait
pas grand-chose de bien sur Mansfeld et il le qualifia de manière laconique: “Es soldado.”
Mansfeld avait participé à plusieurs campagnes de guerre contre la France. De pair avec le
comte d’Egmond il s’était couvert de gloire lors de la fameuse bataille de Saint Quentin.

3
Avviso, Anvers, 28 nov. 1592 (Biblioteca Vaticana, Codices Urbinates Latini [ci-après BVAT., Urb.Lat.], n.º
1060/II, f. 737); Matteucci, commissaire apostolique à Bruxelles à propos de la Ligue Catholique en France,
à Pietro Aldobrandino, secrétaire d’état apostolique, 4 déc. 1592 (Archivio Segreto Vaticano, Nunziatura di
Fiandra [ci-après ASV., Nunz.Fiandra], n.º 5, f. 201); Frangipani, nonce à Cologne, à Aldobrandino, 10 déc.
1592 (B. Roberg, Nuntiaturberichte aus Deutschland nebst ergänzenden Aktenstücken, 2me section: Die
Kölner Nuntiatur, Munich-Paderborn-Vienne, 1971, II/3, p. 131).
4
Fuentes au Conseil d’État, 4 et 5 déc. 1592 (AGS., Estado, leg. 603, foll. 114, et Algemeen Rijksarchief à Bruxe-
lles, Audiëntie [ci-après ARB., Aud.], n.º 1782/2, z. f.); Fuentes à Philippe II, 6 déc. 1592 (AGS., Estado, leg.
103, foll. 106/1); Matteucci à Aldobrandino, 4 déc. 1592 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 5, f. 201).
5
Notules du Conseil d’État, 11 déc. 1592 (ARB., Aud., n.º 783, s.f.). Cf. M.A. del Río, Mémoires sur les troubles
des Pays-Bas durant l’administration du comte de Fuentes, 1592-1596 (trad. A. Delvigne, Bruxelles, 1892), pp.
13-14.
6
Notules du Conseil d’État, 12 déc. 1592 (ARB., Aud., n.º 783, s.f.); notules du Conseil Privé, 13 déc. 1592
(ARB, Geheime Raad. Registers [ci-après ARB., Geh.R., reg.] 681, f. 22); Fuentes à Philippe II, 13 et 23 déc.
1592 (AGS., Estado, leg. 603, f. 108, et foll. 112); Mansfeld à Philippe II, 22 déc. 1592 (ARB., Aud., n.º 204, f.
124); Juan Bautista de Tassis, agent de Philippe II à Paris, à Philippe II, 24 déc. 1592 (AGS., Estado, leg. 603,
foll. 126); Matteucci à Aldobrandino, 12 et 31 déc. 1592 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 5, f. 266, et f. 289). Cf. P.
Van Isacker, “Pedro Enriquez de Azevedo, graaf van Fuentes, en de Nederlanden, 1592-1596”, dans Annales
de la société d’Émulation de Bruges, 60 (1910), pp. 221-223.

– 90 –
Le gouverneur général Peter Erns von Mansfeld et les agents spagnoles Fuentes et Ibarra aux Pays-Bas

Conseiller d’État depuis le 1 juillet 1576, il est un des seuls hauts nobles d’épée qui s’étaient
distanciés manifestement de l’opposition et plus tard de la révolte des Pays-Bas contre la
politique de Philippe II.
Pierre Ernest de Mansfeld a été un des personnages des plus remarquables et même
presque légendaires aux Pays-Bas de la deuxième moitié du seizième siècle: un comman-
dant vaillant et un homme d’état obstiné, mais aussi très vaniteux et ambitieux. En dépit
de plusieurs blessures encourues pendant des campagnes militaires, il est encore extrême-
ment vigoureux pour son âge. “Force m’est trop” est la divise de son lignage, applicable
à lui-même. Il prodigue ses finances personnelles et il aime les vins et les filles d’une
manière qu’on n’estime plus possible à son âge avancé .

Mansfeld et Pedro Enriquez de Fuentes

Pendant les quelques semaines depuis son arrivée à Bruxelles, le comte de Fuentes
avait pu sentir l’atmosphère xénophobe qui y régnait. Dans ces circonstances, il n’ose pas
courir le risque d’un échec comme gouverneur général. Doutant de ses chances, il passe sa
lettre de nomination en blanc sous silence. Vu le mandat et les espérances du roi Philippe,
il est pourtant fermement décidé à se mêler quand même le plus possible des décisions
politiques au gouvernement. Pour y créer déjà l’espace à court terme, il veut faire partir le
costaud et toujours vital Mansfeld en campagne militaire au-delà du Rhin dans le cadre
de la guerre contre des territoires toujours déchirés. Prochainement, il sera cependant clair
que le roi ne le trouve pas une très heureuse idée7.
Au Conseil d’État, il y a un certain mécontentement, pas seulement parce que Fuentes
lui a contrarié la possibilité de gouverner, mais aussi parce que, par jalousie, plusieurs
membres – je présume du clan des Croÿs – ne sont pas très optimistes à propos de Mans-
feld faisant fonction de gouverneur général. En outre, aux questions posées pendant l’as-
semblée du 12 de décembre, il n’y a que des réponses partielles. L’Espagnol se limite de
déclarer de façon réservée, qu’en temps opportun il ferait savoir au collège d’État ce qu’en
réalité il vient faire aux Pays-Bas. Il ouvrira alors quelques dépêches royales. Jusque là, il
cacherait son jeu. Ses déclarations vagues n’inspirent que peu ou même pas de confiance.
Dieu sait, ce qu’il ferait encore comme par enchantement. En mettant de l’eau dans
leur vin, les conseillers surmontent pourtant leur jalousie et leur discorde et, enfin, ils
s’unissent autour du comte Pierre Ernest de Mansfeld. Tout bien pesé, ils se résignent de
sa désignation de gouverneur général. Le comte de Fuentes tâche d’ailleurs de les apai-
ser, en recommandant instamment le gouverneur général temporaire de tenir compte du
Conseil d’État8.
7
Philippe II à Fuentes, 4 fév. 1593 (AGS., Estado, leg. 2221, f. 105); R. Fruin, Tien jaren uit den Tachtigjarigen
Oorlog, 1588-1598, La Haye, 1924, p. 135.
8
Fuentes à Philippe II, 13 déc. 1592 (AGS., Estado, leg. 603, foll. 107/1); avviso, Anvers, 19 et 26 déc. 1592
(BVAT., Urb.Lat., n.º 1061, f. 2, et f. 21); Matteucci à Aldobrandino, 31 déc. 1592 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 5,
f. 289); Frangipani au nonce à Prague, 28 janvier 1593 (ASV., Borghese, reeks III, n.º 63bc, f. 119).

– 91 –
Hugo de Schepper

Ensuivant les prescriptions du roi, le comte espagnol assiste en principe aux délibé-
rations des Conseils d’État en de Guerre et alors il se mêle autant que possible des dis-
cussions concernant les affaires de gouvernement. Cependant, ces ingérences provoquent
tant de tensions et d’aversions, que les insinuations ennemies du début à son attention
finissent par des explosions aiguës de colère, parfois à l’occasion d’incidents insignifiants.
Ainsi, après peu de temps, Mansfeld aura-t-il la tête près du bonnet de Fuentes. À un mo-
ment perdu, le vieux comte grognonne: “Il en a du culot, quelle autorité et compétence
aurait-il, ce Fuentes9?” Le 17 janvier 1593 Mansfeld reçoit encore une dépêche que Philippe
II lui avait adressée en le qualifiant de “gouverneur du Luxembourg”, c’est le bouquet!
Vexé quand il s’agit de son honneur, par une réaction impulsive il menace de faire ses
valises pour partir avec son train de courtisans personnels à destination de Clausen lez
Luxembourg, où il est propriétaire d’un palais luxueux dans le style de la Renaissance. Il
aurait passé aux actes, si ses amis ne lui avaient pu faire croire que probablement la missive
avait été signée par le roi, quand il était encore ignorant du décès de Farnèse10.
Enfin, le premier mars, les documents officiels arrivent dans la capitale, révélant que
le roi avait ratifié la désignation du comte de Mansfeld comme gouverneur général inté-
rimaire11. Pour lui, c’est un soulagement complet. Pendant tout ce temps, il s’était quand
même senti plus ou moins inconfortable et en présence de l’Espagnol il avait les nerfs à
fleur de peau. Pas très habile, celui-ci avait déjà laissé entendre que Mansfeld était devenu
gouverneur général “par la grâce du conde”. D’ailleurs, il menace de couper éventuelle-
ment dans les attributions de Mansfeld12. Au petit matin du jour de carnaval, un cour-
rier remet la lettre de nomination et les instructions usuelles. Elles attestent de manière
sûre et certaine: Philippe II a nommé le vieux et depuis toujours fidèle serviteur Pierre
Ernest comte de Mansfeld lieutenant gouverneur et capitaine général des Pays-Bas et de
la Franche-Comté, en attendant l’arrivée de l’archiduc Ernest13.
Encore le même matin le fier vioc convoque une assemblée urgente du Conseil d’État,
afin qu’il prenne connaissance des documents officiels. Il fait savoir que le comte de
Fuentes ne doit pas se déranger pour être présent. Pour un bon entendeur demi-mot suf-
fit: il n’est pas le bienvenu. Fuentes assiste quand même à la séance et réplique d’un ton
déplaisant pour Mansfeld, que, pour le service du roi, c’est la moindre des choses. Après
avoir lu la lettre de commission de sa propre voix, avec témérité le gouverneur général à
part entière veut forcer Fuentes de regarder le document en face. Cependant, celui-ci le
9
Santi Ambrogi, fonctionnaire du commissariat apostolique à Bruxelles, à Aldobrandino, 19 déc. 1592 (ASV.,
Nunz.Fiandra, n.º 6, f. 55); Matteucci à Aldobrandino, 26 déc. 1592, 2 janvier 1593 et 28 janvier 1593 (ibidem,
n.º 5, f. 283, f. 296v, et f. 333v).
10
Matteucci à Aldobrandino, 17 janvier et 6 fév. 1593 (ibidem, f. 315, et f. 336v).
11
Philippe II à Mansfeld, 6 fév. 1593 (ARB., Aud., n.º 198, f. 53); lettre de nomination pour Mansfeld, 6 fév.
1593 (ibidem, n.º 1222, ff. 156-158); Santi Ambrogi à [Aldobrandino], 6 mars 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 6,
f. 92v); Matteucci à Aldobrandino, 7 mars 1593 (ibidem, n.º 5, f. 355).
12
Lettre citée de Matteucci à Aldobrandino, 26 déc. 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 5, f. 283).
13
A. Doutrepont, “L’archiduc Ernest d’Autriche, gouverneur général des Pays-Bas, 1594-1595”, dans Miscella-
nea historica in honorem Leonis van der Essen, 2, Bruxelles, 1947, pp. 621-622, pp. 624-625. Cf. Philippe II à
Fuentes, 4 fév. 1593 (AGS., Estado, leg. 2221, foll. 110-111).

– 92 –
Le gouverneur général Peter Erns von Mansfeld et les agents spagnoles Fuentes et Ibarra aux Pays-Bas

devance à temps et il le décline par un geste arrogant, en remarquant que depuis quelques
jours déjà, il en a une copie qui lui avait été envoyée par le roi. Froissé par cette obser-
vation, Mansfeld s’adresse d’une humeur chagrine aux conseillers: “Dans quel but, le roi
envoie-t-il une copie de ma nomination à des tiers14?”
Comme si ça ne suffit pas encore pour pourrir l’atmosphère, le comte espagnol y
ajoute de disposer encore d’une autre dépêche royale pour Mansfeld, dans laquelle Phi-
lippe II lui ordonne de considérer toutes les déclarations et ordres de son représentant
Fuentes comme l’expression de la volonté royale. Il promet de remettre la missive concer-
née personnellement à Mansfeld dans un délai prochain15. De son côté pour bien impres-
sionner et manifester sa promotion, le nouveau gouverneur général s’installe tout de suite
au palais des ducs de Brabant sur le “Koudenberg” bruxellois, à l’époque le centre du
gouvernement des Pays-Bas Royaux et de la Franche-Comté16.
Malgré ses interventions répétées, le comte de Fuentes ne peut pourtant pas prendre
vraiment barre sur la politique gouvernementale. Puisque sa mission est secrète, il ne sait
rien faire qui vaille sans le gouverneur général intérimaire et son Conseil d’État. Bien
que Philippe II eût ordonné de faire crédit à l’Espagnol, à son insu ses propositions sont
d’habitude mises à la poubelle et on n’en fait guère attention, sauf, la plupart des fois, de
façon négative. À cause de son comportement inutilement provocateur, accompagné de
son absence d’efficacité, pendant les tapages souvent tumultueux, il lui est généralement
impossible de faire face à un Mansfeld rugissant. Celui-ci peut compter sur un Conseil
d’État unanime. C’est d’autant plus facile, puisque le comte espagnol est régulièrement
alité à cause de maladie. Auprès de Philippe II il se plaint de disposer de trop peu d’auto-
rité pour pouvoir défendre énergiquement les intérêts royaux17.

Mansfeld et Esteban de Ibarra

Afin de réaliser mieux l’intégration des Pays-Bas dans la Monarquía Hispana, le roi dé-
tache encore d’autres agents espagnols fiables vers Bruxelles, pour y remplacer la camarilla
14
Philippe II à Fuentes, 4 fév. 1593 (AGS., Estado, leg. 2221, f. 109); lettre citée de Matteucci à Aldobrandino,
7 mars 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 5, f. 355).).
15
Philippe II à Mansfeld, 4 et 26 fév. 1593 (J. Lefèvre, Correspondance de Philippe II d’Espagne sur les affaires
des Pays-Bas, 1577-1598 [ci-après Corr. Phil. II], Bruxelles, 1960, 4, p. 137, et ARB., Aud., n.º 198, f. 85).
16
Cf. L. Van der Essen, “Correspondance de Cosimo Masi, secrétaire d’Alexandre Farnèse, concernant le
gouvernement de Mansfeld, de Fuentes et de l’Archiduc Ernest aux Pays-Bas, 1593-1594”, Bulletin de l’Institut
historique Belge de Rome, 27 (1952), p. 369.
17
Fuentes à Philippe II, 8 avr. 1593 et 18 août 1593 (AGS., Estado, leg. 604, foll. 60, et foll. 135); idem à [Juan de
Idiáquez et Cristóbal de Moura, Conseillers d’État et de Guerre et membres de la Junta de Noche lez Philippe
II], 1 et 22 mai 1593 (J. Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, p. 164, et p. 175). Cf. Fuentes à Philippe II, 23 déc. 1592 et 6
mars 1593 (AGS., Estado, leg. 603, foll. 109, et J. Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, pp. 150-151); Matteucci à Aldobran-
dino, 31 déc. 1592 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 5, f. 290); Ciriaco Bartoli, agent apostolique à Bruxelles, à Aldo-
brandino, 21 janvier 1593 (ibidem, n.º 6, f. 76); Malvasia, agent apostolique à Bruxelles, à [Aldobrandino], 22
janvier 1594 (ibid, n.º 3/I, f. 280v). Comparez avec P. Van Isacker, “La situation politico-économique”, dans
Annuaire de l’Université de Louvain (1907), pp. 323-341; R. Fruin, Tien jaren, pp. 135-137; L. Van der Essen,
“Politieke geschiedenis van het Zuiden, 1585-1609”, dans J.A. Van Houtte e.a. (éds.) Algemene Geschiedenis
van de Nederlanden, V, Utrecht-Anvers 1952, p. 262.

– 93 –
Hugo de Schepper

ducale farnésienne autour du gouverneur général. De même, ils y concerteraient de façon


permanente avec les agents royaux qui se trouvent à Paris à cause de l’intervention de
Philippe II dans “La Guerre Chrestienne”, la confrontation à la fois religieuse et poli-
tique de la Ligue Catholique en France avec les Huguenots et le prétendant protestant
au trône, Henri de Navarre, le Béarnais18. Pour ces raisons une prédominance espagnole
dans le gouvernement à Bruxelles est jugée nécessaire afin d’éviter un comportement buté
comme celui du duc de Parme19.
L’antérieur gouverneur général Alexandre Farnèse avait géré les affaires d’une façon
assez solitaire, en s’entourant de courtisans, de parents et de quelques confidents person-
nels. Les personnes engagées pour les tâches responsables dans la gestion et l’administra-
tion étaient surtout des Italiens. Entre autres les affaires financières avaient été traitées en
rapport direct avec le duc de Parme, en dehors des institutions de gouvernement consti-
tuées et en dehors des officiers ordinaires de l’administration nationale. Aussi les Espa-
gnols avaient été bannis de ses environs immédiats par le gouverneur général20.
Ce furent les membres de l’entourage de Parme qui donnaient les ordres directs aux
secrétaires d’État pour rédiger et expédier les lettres patentes et closes appropriées. Le
secrétaire particulier du duc Cosimo Masi s’était acquis une position importante. Presque
tous les documents d’un certain poids passaient par ses mains. Entre autres, il s’occupait
de la correspondance secrète avec le souverain et sa cour en Espagne, de même que de
celle avec l’Exercito et avec les fonctionnaires espagnols de la caisse militaire21, nourrie
par les envois d’argent de la Hazienda royale moyennant des asientos22. Selon Frédéric

18
V. Vázquez de Prada, “Philippe II et la France. De Cateau-Cambrésis à Vervins”, dans J.-Fr. Labourdette,
J.-P. Poussou et M.-C. Vignal (éds.) Le Traité de Vervins, Paris, 2000, pp. 135-157, surtout pp. 151-156; G.
Parker, The Grand Strategy of Philip II, New Haven-Londres, 1998, pp. 273-275; J.J. Ruiz Ibáñez, “La Guerra
Cristiana. Los medios y agentes de creación de opinión en los Países Bajos españoles ante la intervención
en Francia, 1593-1598”, dans A. Crespo Solana et M. Herrero Sánchez (éds.), España y las 17 Provincias de los
Países Bajos. Una revisión historiográfica, siglos XVI-XVIII, Cordoue, 2002, pp. 291-324 (spéc. p. 303 note 26).
19
P. Van Isacker, “Pedro Enriquez de Azevedo”, pp. 221-222; A. Doutrepont, “L’archiduc Ernest d’Autriche”,
pp. 621-622, pp. 624-625; L. Van der Essen, Alexandre Farnèse, 5, p. 372. Cf. Philippe II à Fuentes, 4 fév. 1593
(AGS., Estado, leg. 2221, foll. 110-111).
20
Farnèse à Philippe II, 28 fév. 1586 et 21 janvier 1589 (ARB., Aud., n.º 189, f. 4, et Archivo General de Siman-
cas, Secretarías Provinciales. Consejo supremo de Flandes y Borgoña [ci-après AGS., Secr.Prov.], leg. 2567,
s.f.); mémoire d’Esteban de Ibarra, secrétaire d’État et de Guerre à Bruxelles, 9 mai 1596 (AGS, Estado, leg.
512, f. 113); A.L.P. de Robaulx de Soumoy (éd.), Mémoires de Frédéric Perrenot, sieur de Champagney, 1573-
1590, Bruxelles, 1860, pp. 266-270, pp. 276-299. Sur la gestion des domaines et finances de la couronne aux
Pays-Bas espagnols: H. de Schepper, “La organización de las ‘Finanzas’ públicas en los Países Bajos Reales,
1480-1700”, Cuadernos de Investigación Histórica, 8 (1984), pp. 7-34, et sur les institutions politiques, ju-
diciaires et administratives: Idem avec la coll. de P. Janssens, “De overheidsstructuren in de Koninklijke Ne-
derlanden, 1580-1700”, dans D.P. Blok e.a. (éds.), Algemene Geschiedenis der Nederlanden, V, pp. 388-405.
21
J. Lefèvre, La secrétairerie d’État et de Guerre sous le régime espagnol, 1594-1711, Bruxelles, 1934, pp. 36-38, p.
49; H. de Schepper, “El nombramiento de altos magistrados y funcionarios para los Países Bajos Españoles,
1550-1650”, Revista del Instituto de Historia del Derecho “Ricardo Levene”, 26 (Éd. Univ. de Buenos Aires -
Facultad de Derecho, 1980-1981), pp. 145-169. Cf. Archivio di Stato à Parme, Paesi Bassi, buste 8-9, passim);
Matteucci au nonce en Pologne, 11 oct. 1589 (ASV, Nunz.Fiandra, n.º 5, f. 85); placards et ordonnances, 1585-
1589 (ARB., Aud., n.º 1146, passim); apostilles de la main de Cosimo Masi sur requêtes, 1587-1589 (ibidem,
n.º 2778, passim).
22
Concernant le Consejo de Hazienda pendant ces années, voir F. Barrios, Los Reales Consejos. El gobierno central
de la Monarquía en los escritores sobre Madrid del siglo XVII, Madrid, 1988, pp. 257-268; C.J. de Carlos Morales,

– 94 –
Le gouverneur général Peter Erns von Mansfeld et les agents spagnoles Fuentes et Ibarra aux Pays-Bas

Perrenot de Granvelle, sieur de Champagney et un des chefs du Conseil des Finances à


Bruxelles, le duc de Parme ne les ménageait pas trop. À la cour en Espagne il y eut des
doutes concernant l’intégrité des agents qui réalisaient aux Pays-Bas Royaux les paiements
des tercios étrangers23.
Aussi dans la gestion flamande des domaines et finances royales des Pays-Bas, il y avait
des choses qui clochaient. Alexandre Farnèse avait privé le Bureau des Finances de com-
pétences essentielles. Elles avaient été attribuées à des gérants dépendant directement du
gouverneur général. Déjà dans un stade précoce, il avait confié les biens confisqués pour
raison de rébellion à une Chambre des Récompenses pour y être gérés et administrés “sans
l’intervention ou participation desdicts de noz Finances”. Par cette nouvelle institution,
il avait fait revivre la Chambre des Confiscations du duc d’Albe, supprimée en 1576 par
le Conseil d’État, faisant fonction de gouverneur général après la mort de Requeséns24.
L’Épargne (Heymelicken Tresor), qui gérait les revenus provenant des droits de licente
imposés sur le commerce avec les rebelles et leurs alliés, de même que les recettes pro-
venant des contributions de guerre, passaient sous la compétence de dirigeants spéciaux
“à l’exclusion des Finances”. Les comptes en étaient contrôlés par des auditeurs propres.
Pour rogner complètement les ailes au Bureau des Finances, le duc de Parme le déchargea
finalement du signet, petit sceau ou cachet des Finances, en le remettant à son maître
d’hôtel Paolo di Rinaldi. Ainsi le Bureau dépendait de ce courtisan apparenté pour l’expé-
dition de toutes les ordonnances de payement et d’autres missives. Ce fut fort encom-
brant et peu efficace, surtout quand Rinaldi se trouvait en France dans la suite du duc25.
Depuis des années, ce cours des choses avait été pour le Conseil des Finances un sujet
d’exaspération. Le manque de transparence avait mené à des soupçons sérieux et même à
des accusations ouvertes de malversations et de corruption en règle à charge de l’Italien
et de son entourage privé. Ce fut dénoncé en termes mordants surtout par Frédéric de
Champagney, qui trouvait d’ailleurs une bonne oreille chez Pierre Ernest de Mansfeld. Le
roi Philippe en était au courant et cette connaissance avait compté également dans la prise

El Consejo de Hacienda, 1523-1602. Patronazgo y clientelismo en el gobierno de las finanzas reales durante el
siglo XVI, Ávila, 1996, pp. 149-166.
23
“Discours sur les affaires des Pays-Bas”, 21 décembre 1589 dans A.L.P. de Robaulx de Soumoy (éd.), Mémoires
de Frédéric Perrenot, sieur de Champagney, 1573-1590, Bruxelles, 1860, pp. 253-300; A. Esteban Estríngana,
Guerra y finanzas en los Países Bajos católicos. De Farnesio a Spinola, 1592-1630, Madrid, 2002, p. 31, pp. 33-36.
24
Ordonnance, 13 août 1581 (Archives Départementales du Nord à Lille, Chambre des Comptes. Comptes des
Confiscations, n.º B 3626, s.f.); le Conseil des Finances à Philippe II, 26 juin 1582 (ARB., Raad van Financiën
[ci-après RvFin.], n.º 249, s.f.). Cf. G. Marnef et H. de Schepper, “Conseil des Troubles, 1567-1576”, dans
E. Aerts e.a. (éds.) Les institutions du gouvernement central des Pays-Bas Habsbourgeois, 1482-1795, Bruxelles,
1995, pp. 470-478.
25
Correspondance entre Farnèse et Giovanni Andrea Cigogna, dirigeant général et receveur des contributions
de guerre, 1579-1590 (ARB., Aud., n.º 1811/3); lettres du Conseil des Finances à Farnèse, 12 juin 1589 et 19
août 1589 (ibidem, n.º 1783/3, s.f.); L. Van der Essen “Le testament politique d’Alexandre Farnèse. Dernières
instructions à son fils Ranuccio au sujet des affaires des Pays-Bas, novembre 1592. Document inédit tiré des
Archives farnésiennes de Naples”, Bulletin de la Commission royale d’histoire, 86 (1922), p. 179.

– 95 –
Hugo de Schepper

de décision royale pour décharger le duc de Parme de ses compétences de gouverneur


général26.
Suite aux expériences mauvaises avec Cosimo Masi, Philippe II envisageait de choisir
dorénavant lui-même souverainement le collaborateur le plus proche du futur gouverneur
général. Une personne confidente de sa propre secrétairerie royale, notamment Esteban
de Ibarra, devrait assurer avec rigidité les liens des Pays-Bas avec la cour espagnole comme
prolongement central des aspirations castillanes, en jouant le rôle influent que Masi avait
usurpé27. Au début de l’automne 1592, Esteban de Ibarra, secretario real et secrétaire de
Guerre dans la “configuration” du gouvernement de la Monarquía Hispana, fut désigné
par Philippe II pour suivre Fuentes. Ibarra fut doté de directives bien définies qui ten-
daient beaucoup plus loin que sa mission formelle de superintendente de la Hazienda et
la lutte contre les abus dans les finances de l’armée espagnole28. Lui aussi avait eu des
relations avec le duc d’Albe: jadis, il avait été secrétaire de son fameux fils Don Fadrique29.
Un peu plus de cinq mois après avoir reçu son mandat, Esteban de Ibarra arrive à
Bruxelles les premiers jours de mars 1593. C’est cependant trop tard pour combler les
lacunes envisagées. Le gouverneur général intérimaire Mansfeld avait déjà engagé un cer-
tain Marcos de Palacios, un homme discret et en outre inconnu, comme son secrétaire
privé. Le secrétaire Ibarra n’aura plus aucune possibilité d’écrire une seule ligne pour
Mansfeld30. Il est remarquable que même Fuentes ne fasse pas appel aux services d’Ibarra
pour sa propre correspondance avec le roi et avec la cour en Espagne, quoique Philippe II
l’ait voulu comme soutien et recours de la présence espagnole en Flandre. Fuentes laisse
sa correspondance aux soins d’un propre secrétaire particulier31.
Pour rétablir l’ordre dans les domaines et finances de la couronne et assainir le tré-
sor des Pays-Bas, le roi avait également commandé que les discussions du Bureau des
Finances à Bruxelles se fassent désormais “hallandose presente (...) Estevan de Ibarra”.
Ensemble ils traiteraient toutes les matières financières et domaniales du souverain aux
26
Correspondance entre Mansfeld sr et Farnèse, 1589-1590 (ARB., Aud., n.º 1819/3); H. de Schepper, “Frederik
Perrenot van Champagney, 1536-1602, het ‘enfant terrible’ van de familie Granvelle”, dans K. De Jonge et G.
Janssens (éds.), La famille de Granvelle et les anciens Pays-Bas. Liber doctori Mauricio van Durme dedicatus,
Louvain, 2000, pp. 237-238. Voir aussi B. García García, “Mansfeld contre Farnèse. Dessins satiriques de
Charles de Mansfeld contre le gouvernement du duc de Parme Alexandre Farnèse”, dans J.-L. Mousset et
K. De Jonge (éds.), Un prince de la Renaissance, II: Essais et catalogue, Luxembourg, 2007, pp. 129-134.
27
M.Á. Echevarría Bacigalupe, Flandes y la Monarquía Hispánica, 1500-1713, Madrid, 1998, pp. 124-125, pp.
133-135.
28
“Lo que vos, Estevan de Ibarra, mi secretario, aveys de hazer en esta jornada a que os embio”, 28 sept. 1592
(AGS., Estado, leg. 2220/2, foll. 179); instruction secrète pour Esteban de Ibarra, 28 sept. 1592 (ibidem, leg.
2220/2, foll. 178). Cf. J. Martínez Millán et C.J. de Carlos Morales (éds.), Felipe II, 1527-1598. La configuración
de la Monarquía Hispana, Salamanque 1998, pp. 406-407; A. Esteban Estríngana, Guerra y finanzas, pp.
51-52; J. Versele, “Les secrétaires particuliers des Gouverneurs Généraux des Pays-Bas sous Philippe II: aux
origines de la secrétairerie d’État et de Guerre?”, dans ce volume.
29
J. Martínez Millán et C.J. de Carlos Morales (éds.) Luis Cabrera de Córdoba. Historia de Felipe II, rey de
España, Salamanque, 1998, p. 1415.
30
Mansfeld à Philippe II, 16 mai et 7 oct. 1593 1592 (AGS., Estado, leg. 603. foll. 46, et leg. 606, foll. 73);
Matteucci à Aldobrandino, 20 fév. 1593 (ASV., Nunz.Fiandra,n.º 5, f. 346v); Bartoli à [Aldobrandino], 27
mars 1593 (ibidem,n.º 6, f. 103v).
31
J. Lefèvre, La secrétairerie d’État et de Guerre, p. 53, p. 64.

– 96 –
Le gouverneur général Peter Erns von Mansfeld et les agents spagnoles Fuentes et Ibarra aux Pays-Bas

Pays-Bas et en Bourgogne, y inclus les droits de licente, les biens confisqués et les autres
recettes extraordinaires32, parce qu’il y avait trop de choses “que no se sabe lo que hay, ni
en lo que gasta”33.
Pour cette tâche la présence d’Ibarra n’est plus indispensable non plus, puisque, deux
mois avant son arrivée, tout un train de mesures avait déjà été prises avec précipitation
par le gouverneur général intérimaire Pierre Ernest de Mansfeld pour rétablir l’organi-
sation des finances dans son état antérieur. Il les avait déjà bien préparées pendant les
mois antérieurs34. De suite après sa prolongation de gouverneur général à la fin de 1592,
il n’hésite aucun moment pour y donner la préférence absolue “pour le service de Sa
Majesté et le bien de ses finances”. Par mandement du 24 janvier 1593, il rend au Conseil
des Finances les gestions et administrations des biens confisqués pour cause de rébel-
lion, de toute l’Épargne, de même que des “contributions et aultres levees de deniers
provenans des moiens casuelz et extraordinaires pour user et ordonner comme de noz
demaines et revenus ordinaires”35. L’audition spéciale pour le contrôle de la comptabilité
des droits de licentes est supprimée. En même temps, les trésoriers des fonds concernés
sont-ils licenciés. Sur l’ordre du Conseil Privé, ils sont arrêtés et cités devant le Conseil
par son conseiller fiscal. Quelques receveurs importants des droits de licente sont mis en
accusation devant la même juridiction pour corruption présumée36. Les auditeurs des
comptes des licentes et des contributions de guerre doivent remettre toutes leurs archives
au Bureau des Finances et ils sont congédiés. Avant de retourner en Italie avec les posses-
sions personnelles du duc de Parme, ses courtisans ressentent aussi des difficultés de la
part du Conseil Privé. Il va de soi que toutes les compétences dont ils s’étaient appropriées
à son instigation, retournent aux Conseils37. Des choses et d’autres ont du reste aussi leur
répercussion sur les Chambres des Comptes, qui se voient rétablies dans leurs contrôles

32
Philippe II à Mansfeld, 4 fév. 1593 (AGS., Estado. leg. 2221, f. 61). Voir aussi Philippe II à Fuentes, 4 fév. 1593
(ibidem foll. 129): “con intervençion de Estevan de Ibarra”.
33
Instruction cit. sous la note 28 “Lo que vos, Estevan de Ibarra, mi secretario, aveys de hazer en esta jornada”.
34
Voir “Memoire de ce que Son Excellence [Mansfeld] a proposé á Messsieurs des Finances le XXI. de mars
1592, surquoy icelle Son Excellence desire avoir incontiment response par escript” (ARB., Aud., nr 1783/3,
z.f.); mémoire pour les commissaires des Finances “touchant les abuz qui se commectent á la vendition des
librances”, 31 juilet 1592 (ibidem, nr 192/13, z.f.).
35
“Les despesches que Son Excellence [veult estre] faictes incontinent pour le [service de Sa] Majesté et le bien
de ses finances”, s.d. [billet, janvier-mars 1593] (ibidem, n.º 1841/3, s.f.); le Conseil des Finances à la Cham-
bre des Comptes en Brabant, 24 janvier 1593 (ARB, Rekenkamer [ci-après ARB., RK.], port. 298/2, s.f.); le
Conseil des Finances à [un receveur des droits de licente], 30 janvier 1593 (ARB., RvFin., n.º 437, s.f.); le
Conseil des Finances à la Chambre des Comptes de Lille, 5 avr. 1593 (ibidem, n.º 154, s.f.). Cf. E. Aerts et H.
de Schepper, “Trésor Secret (Épargne ou Heymelicken tresoir)”, dans E. Aerts e.a. (éds.) Les institutions du
gouvernement central, pp. 566-567.
36
Mansfeld à Philippe II, 20 fév. et 17 mai 1593 (ARB., Aud., n.º 204, f. 170 et ff. 210-211); “Acte pour pouveoir
interroguer”, s.d. [9 avr. 1593] (ARB., Geheime Raad. Spaanse Tijd, n.º 9/A, s.f.); commandement du Conseil
Privé, 14 avr. 1593 (ibidem, s.f.). P.e. dossier judiciaire du procès contre Pedro de Castillo, receveur des droits
de licente au Westkwartier de la province de Flandre “Flamingante”, 1594 (ARB., Sp.Geh.R., n.º 210).
37
Cf. Mansfeld aux auditeurs des comptes des contributions de guerre, 14 mai 1593 (ARB., Aud., n.º 1842/4,
s.f.); idem aux auditeurs des comptes des droits de licente, 14 mai 1593 (ibidem, s.f.). Cf. compte de Jerôme
Mas, receveur des droits de licente, 1592-1593 (ARB., RK., rég. 23.558, f. 10) et les références sous la note
précédente.

– 97 –
Hugo de Schepper

en question. Désormais, le Receveur Général des Finances est en état de totaliser les
revenus concernés. À vives allures, toutes ces mesures ont été mises en exécution. En peu
de temps, le gouverneur général en finit avec les arrière chambres et les serviteurs pseudo
officieux qui avaient été créés par Alexandre Farnèse pour des fonctions de toute espèce.
En outre, à partir du 9 janvier, l’obligation générale d’affermer tous les offices des
domaines et finances aux enchères publiques est introduite et entre bientôt en vigueur,
de sorte que “elles vaillent présentement le quart ou un tiers de plus que du passé”. Ce ne
fut pas entièrement à tort que le Conseil des Finances le constaterait plus tard d’un air un
peu euphorique dans une lettre au roi38. Pour affermer à Anvers les revenus des licentes
de l’année courante, Gilles Cateyne paie un montant unique de 136.750 livres; son suc-
cesseur, Carlo Ruelli, payera l’année suivante même une enchère de 186.250 livres39. Par
contre, en 1592, en tant que fonctionnaire commis leur prédécesseur, le péager des licentes
Gonzalo Gómez n’avait encaissé qu’un total brut de 116.298 livres40. Pendant ces années,
le trésor flamand des finances de la couronne réussit d’ailleurs ses ressources principales
par le prélèvement de droits de licentes sur le commerce avec les provinces rebelles, com-
parées avec celles en provenance des domaines et des aides41. L’importance de la règle de
donner toutes les fonctions domaniales et financières à ferme au plus offrant est encore
confirmée par le fait que les Archiducs la reprendront en 1603 dans leurs modifications
des instructions pour les Finances42.
Sous Farnèse, les affaires de politique générale avaient été dirigées surtout par Jean
Richardot, mais comme confident de l’Italien il fut compromis. Quoique Mansfeld tâche
de se débarrasser du Franc-comtois43, ni Esteban de Ibarra ni Fuentes réussit de prendre la
place. Leur impact sur les affaires d’état flamandes est mince pendant la première année
après leur arrivée. Tous les deux sont arrivés en gros temps. De toute façon en 1593, les
agents espagnols à Bruxelles, qualifiés – à raison ou à tort – de “Ministère Espagnol’44,
commencent leur mission sous une mauvaise étoile. Au Conseil d’État sous la direction

38
Le Conseil des Finances à Philippe II, 5 mai 1594 (ARB., Aud., n.º 197, ff. 5v-6v). Cf. le Conseil des Finances
à la Chambre des Comptes de Lille, 9 janvier 1593 (ARB., RK., port. 298/2, s.f.).
39
Compte de Gilles Cateyne, 1 mars 1593-28 fév. 1594 (ARB., RK., rég. 23.569, f. 1); compte de Carlo Ruelli, 1
mars 1594-28 fév. 1595 (ibidem, rég. 23.570, f. 37v).
40
Compte de Gonzalo Gómez, janvier-juin 1592 (ibidem, rég. 23.565, f. 489v); idem, juillet-sept. 1592 (ibidem,
rég. 23.566, f. 235v); idem, oct.-déc. 1592 (ibidem, rég. 23.567, f. 315).
41
M.A. Arnould, “Prolégomènes à l’étude des finances publiques des Pays-Bas espagnols”, Acta historica
Bruxellensia. Recherches sur l’histoire des finances publiques en Belgique, Bruxelles, 1970, II, p. 9; D. Ghéret,
“Le produit des licentes et autres impôts sur le commerce extérieur dans les Pays-Bas espagnols, 1585-1621”,
ibidem, pp. 44-45, 87-88 (table).
42
Cf. les instructions pour le Conseil des Finances, 12 mai 1602 (ARB., RvFin., n.º 4, s.f.).
43
Correspondance de Farnèse avec Philippe II, minutes de la main de Richardot, 1584-1592 (ARB., Aud.,
nos 188-190, passim); idem de Farnese avec Philippe II, lettres originales paraphées par Richardot, 1584-1592
(AGS., Secr.Prov., leg. 2539, 2557-2558, 2562 et 2604, passim); Philippe II à Fuentes, 4 fév. 1593 (AGS., Estado,
leg. 2221, f. 129); “Noms des personnes de pardeca dont on pourroit se servir”, z.d. [sept. 1593] (ARB., Aud.,
nr 199, f. 168).
44
R. Vermeir, En estado de guerra. Felipe IV y Flandes, 1629-1648, Cordoue, 2006, pp. 7-9. Comparez avec J.
Lefèvre, “Le Ministère Espagnol de l’Archiduc Albert, 1598-1621”, Bulletin de l’académie royale d’archéologie de
Belgique, 1 (1924), pp. 202-224; M.Á. Echevarría Bacigalupe, Flandes y la Monarquía, p. 133, p. 135

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Le gouverneur général Peter Erns von Mansfeld et les agents spagnoles Fuentes et Ibarra aux Pays-Bas

du comte de Mansfeld, leurs interventions cognent contre une manifestation unanime de


résistance. Le champ de travail d’Esteban de Ibarra est exclusivement celui de la Hazienda,
dont il fait la gestion des moyens financiers aux Pays-Bas. Puisqu’il est au courant de
première main concernant les asientos conclus à Madrid, il peut contrôler leur conversion
en espèces à la Bourse d’Anvers. Au nom du capitaine général il fixe les montants des
ordonnances de paiement au Pagador General et il en tient la comptabilité. Sans Ibarra
aucun ordre de paiement ne peut être effectué, même en portant le paraphe du capitaine
général45.
Malgré l’ordre du roi d’assister aux réunions du Conseil des Finances, il est bien cer-
tain qu’Ibarra n’y a pas eu d’accès. Quoiqu’il se sente aux Pays-Bas Royaux “como un pez
fuera del agua”, autrement dit impuissant, il faut reconnaître qu’il se révèlera pourtant
un excellent observateur et informant du roi et de la cour en Espagne à propos du train
gouvernemental à Bruxelles46. Quelques mois après son arrivée, Esteban de Ibarra formule
des propositions concrètes pour s’attaquer également aux finances de l’Exercito. Il suggère
l’établissement d’une justice mixte d’Espagnols et de Flamands pour examiner et pénali-
ser les détournements considérables et d’autres usages frauduleux dont l’administration
financière de l’Exercito avait été inculpée. Il se met à la disposition pour y participer. Peu
après, Philippe II se résout à la création du Tribunal de la Visita dépendant du Consejo
de la Hazienda, par après fort controversé. Cependant, c’est seulement fin mai de l’année
suivante que la justice concernée serait réalisée. Ibarra n’en ferait pas partie47.

Fuentes, capitaine général?

La mission pour Pedro Enriquez de Acevedo comte de Fuentes doit spécialement être
vue à la lumière de la priorité royale depuis 1589 pour soutenir les catholiques en France
dans leur combat contre le Béarnais et les protestants. À contrecoeur, le duc de Parme
avait suivi les ordres de Philippe II pour y intervenir avec ses troupes; c’est la moindre des
choses qu’on puisse dire. En la matière, les trois Conseils du gouvernement flamand, dans
l’historiographie connus comme les “Conseils Collatéraux”, ont peu de voix au chapitre48.

45
A. Esteban Estríngana, Guerra y finanzas, pp. 37-39.
46
J. Lefèvre, La secrétairerie d’État, p. 4. Voir aussi J. Versele, “Les secrétaires particuliers”, dans ce volume.
47
Esteban de Ibarra à Juan de Idiáquez et Cristóbal de Moura, 22 mai 1593 (AGS., Estado, leg. 605, foll. 75);
Philippe II à Mansfeld, 15 oct. 1593 (ARB., Aud., n.º 198, f. 240). Cf. J. Lefèvre, “Le Tribunal de la Visite,
1594-1602”, Archives, bibliothèques et musées de Belgique, 9 (1932), pp. 65-67.
48
Fuentes à Philippe II, 23 déc. 1592 et 24 août 1593 (AGS., Estado, leg. 603, foll 112, et leg. 604, f. 171); Es-
teban de Ibarra à Philippe II, 24 août 1593 (ibidem, leg. 605, foll. 150); Fuentes à Philippe II, 6 mars 1593 (J.
Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, p. 51); Mansfeld à Philippe II, 10 avr. et 23 août 1593 (ARB., Aud., n.º 204, f. 186,
et AGS., Secr.Prov., leg. 2558, f. 242); Matteucci à Aldobrandino, 31 décembre 1592 et 16 janvier 1593 (ASV.,
Nunz.Fiandra, n.º 5, f. 290-291, et f. 313v); Malvasia à Aldobrandino, 12 juin et 1 sept. 1593 (ibidem, n.º 3/I,
f. 98-101, et f. 201).

– 99 –
Hugo de Schepper

Ils sont d’ailleurs très sceptiques à l’égard des plans royaux de mettre sa fille aînée, l’infante
Isabelle, au trône français49 et ils semblent peu impressionnés par les motifs religieux.
Malgré leur manque d’appui à l’intervention dans les querelles de confession fran-
çaises à cause de leurs priorités à l’intérieur du propre pays, en décembre 1592 Mansfeld et
le Conseil d’État n’ont d’autre choix que de laisser entrer en France les unités rassemblées
par le duc de Parme avant son décès et prêtes pour supporter la Ligue Catholique50. Au
grand déplaisir du comte de Fuentes, les conseillers d’État se mettent d’accord avec Mans-
feld de nommer son fils Charles, le seul légitime encore vivant, commandant de l’expédi-
tion en France. L’Espagnol recule cependant devant le torchon brûlé et il ne moufte pas.
Selon ce qu’il écrit à Philippe II, il n’avait pas résisté à la décision “por ser cosa hecha por
todos”. Après une longue discussion sur le titre et les compétences du commandant, il
doit se contenter avec l’assurance que le jeune Mansfeld se conformera aux directives des
agents royaux à Paris51.
Au début de mars, le Conseil d’État s’oppose effectivement à la demande papale de
recruter aux Pays-Bas de nouvelles troupes pour la défense des intérêts catholiques en
France. D’une part, le collège invoque la propre pénurie d’effectifs, et d’autre part le
danger de désertion dans la soldatesque royale, parce que, depuis des mois, beaucoup
d’hommes n’ont plus reçu un sou de solde. Mansfeld s’y allie52. Bien que du point de
vue de la Monarquía Hispana l’option française au-dessus de l’option flamande ait été
un choix logique53, petit à petit l’Espagnol Fuentes comprend l’impossibilité matérielle
de la politique royale concernant la France. “Du moment que nous décidons d’aider les
catholiques français par les armes, simultanément nous devons procéder à la substitution
par une armée – si possible encore plus forte - pour attaquer les rebelles”, écrit-il le 6 mars
à Philippe II54.
Chez les dirigeants flamands à Bruxelles, la campagne militaire dans le Nord-Est du
pays a une priorité majeure. Immédiatement après le décès du duc de Parme, le Conseil
d’État commande, comme gouvernement temporaire, de faire envoyer de l’argent et du
pulvérin à Groningue; la ville tient toujours le côté royal. Simultanément, il décide de
prendre des mesures nécessaires pour l’entretien des régiments qui assurent les opérations

49
G. Parker, The Dutch Revolt, Londres, 1977, pp. 230-231; H. Kamen, Felipe de España, Mexique-Madrid
1997, pp. 316-317.
50
“Memoria de lo resuelto en consejo de Estado el 13 y 14 de Deziembre [1592]” (AGS., Estado, leg. 603, f.
110); Fuentes à Philippe II, 13 déc. 1592 (ibidem, f. 108); notules du Conseil d’État, 12 déc. 1592 (ARB., Aud.,
n.º 783, s.f.); Mansfeld à Philippe II, 22 déc. 1592 (ibidem, n.º 204, f. 125); Bartoli à [Aldobrandino], 23 déc.
1592 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 6, f. 59v).
51
Fuentes à Philippe II, 23 déc. 1592 (AGS., Estado, leg. 603, foll. 112). Cf. idem à [Idiáquez et Moura], 2 sept.
1593 (ibidem, leg. 604, foll. 176); Bartoli à [Aldobrandino], 23 déc. 1592 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 6, f. 59v);
Matteucci à Aldobrandino, 31 déc. 1592 (ibidem, n.º 5, f. 290).
52
Malvasia à Aldobrandino, 10 mars 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 3/1, f. 21-22).
53
M.Á. Echevarría Bacigalupe, Flandes y la Monarquía, pp. 99-100; R. Valladares, “Decid adiós a Flandes. La
Monarquía Hispánica y el problema de los Países Bajos”, dans W. Thomas et L. Duerloo (éds.) Albert and
Isabella, 1598-1621. Essays, Turnhout, 1998, pp. 47-53.
54
Fuentes à Philippe II, 6 mars 1593 (J. Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, p. 51).

– 100 –
Le gouverneur général Peter Erns von Mansfeld et les agents spagnoles Fuentes et Ibarra aux Pays-Bas

aux Ommelandes de Groningue55. Lorsque, quelques jours après, Pierre Ernest de Mans-
feld fait son entrée de gouverneur général suppléant, en concertation avec le Conseil les
efforts militaires et financiers sont augmentés encore plus en faveur de ces régions. Des
troupes sont retirées du Pays de Waes et du Brabant pour partir ensemble à l’extrême
Nord. Pour Mansfeld ce n’est pas une décision simple. À part les priorités nationales et
sa fidélité à son seigneur Philippe II, il est certes sous la forte pression de son beau-fils, le
stathouder de Frise Francisco de Verdugo, mais en France l’honneur militaire de son fils
Charles et donc de sa famille d’épée risquerait de se perdre56.
En essayant d’aider la province de Groningue, d’une part les petites villes d’Ootmar-
sum, Almelo et Gramsbergen en Overijssel tomberaient certes de nouveau aux mains
royales au courant de l’année. Mais, d’autre part profitant de l’affaiblissement militaire
des provinces de Flandre et du Brabant, Maurice de Nassau, le capitaine général de la
république des provinces révoltées, vire le bord. À partir du 28 mars, à l’instigation des
États provinciaux de la Hollande et surtout de la Zélande, il met le siège devant Gher-
truidenberg, ville hollandaise juste au-dessous des grandes rivières qui est encore du côté
de Philippe II. En toute hâte, Mansfeld fait prélever de soldats dans quelques garnisons
pour former un contingent militaire afin de lever la ville assiégée. Il se propose de mener
lui-même ces opérations de guerre57. Cependant le comte de Fuentes lui fait entendre qu’il
s’y opposerait. En fait, par une récente correspondance secrète, il avait reçu le mandat de
Philippe II de priver le gouverneur général intérimaire de ses prérogatives militaires. Pour
le moment, l’Espagnol passe encore sous silence la lettre de commission du 25 février 1593,
par laquelle lui-même avait été nommé formellement capitaine général des armées royales
aux Pays-Bas; par contre, il fait communication d’un commandement antérieur du roi
que le gouverneur général ait à ne s’occuper que des affaires d’état et par conséquent doive
rester à Bruxelles58.
Quoique l’idée de détacher le commandement militaire suprême des pouvoirs du gou-
verneur général ne soit pas tout à fait nouvelle et dépendant de son contexte puisse avoir
ses avantages59, le prétentieux Mansfeld se sent terriblement marché sur les pieds par le
55
Notules du Conseil d’État, 11 déc. 1592 (ARB., Aud., n.º 783, s.f.); Mansfeld à Verdugo, 12 déc. 1592 (J.
Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, p. 114); cit. “Memoria de lo resuelto en consejo de Estado el 13 y 14 de Deziembre
[1592]” (AGS., Estado, leg. 603, foll. 110).
56
Bartoli à [Aldobrandino], 14 et 21 janvier 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 6, f. 73, et f. 75v); H. Lonchay
(éd.), Commentario del coronel Francisco Verdugo de la guerra de Frisa en XIIII Años que fue governador y
capitán general de aquel estado y exercito por el Rey Don Philippe II, nuestro senor, Bruxelles, 1899, p. 155;
R. Fruin, Tien jaren, pp. 143-148.
57
Esteban de Ibarra à [Idiáquez et Moura], 9 avr. 1593 (AGS., Estado, leg. 605, foll. 50); idem à Philippe II, 2 et
21 mai 1593 (ibidem, foll. 53, et foll. 73); Mansfeld à Philippe II, 18 et 19 mai 1593 (ARB., Aud., n.º 204, f. 213,
et f. 224). Cf. B.H. Slicher van Bath e.a. (éds.,) Geschiedenis van Overijssel (Zwolle, 19792), p. 119; Ph. Breuker
et A. Janse (éd.), Negen eeuwen Friesland-Holland. Geschiedenis van een haat-liefdeverhouding, (Zutphen,
1997), p. 144; A.Th. van Deursen, Maurits van Nassau, 1567-1625. De winnaar die faalde (Amsterdam, 2000),
pp. 130-134. Actuellement, Ghertruidenberg appartient à la province du Brabant Septentrional.
58
Philippe II à Fuentes, 4 et 25 fév. 1593 (AGS., Estado, leg. 2221, ff. 110-111, et J. Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, p.
144); lettre de commission pour Fuentes, 25 fév. 1593 (AGS., Estado, leg. 2221, f. 114).
59
Cf. L. Van der Essen, Alexandre Farnèse, II, Bruxelles, 1934, pp. 322-336; A. Esteban Estríngana, Guerra
y finanzas en los Países Bajos, pp. 85-86; H. de Schepper, “Le voyage difficile de Marguerite de Parme en

– 101 –
Hugo de Schepper

message de Fuentes. Cependant, lors de la séance du Conseil d’État tenue le 26 avril en


l’absence de Fuentes, Mansfeld sait ravaler sa rage. En faisant semblant de rien, il y com-
munique son intention de partir avec les unités rassemblées à Ghertruidenberg. Maligne-
ment, il prie le présent Esteban de Ibarra d’offrir à son patron la faveur de suivre dans la
suite du capitaine général Mansfeld, si le comte espagnol en avait envie60.
Une semaine après, la question n’est pas encore dépannée et Mansfeld n’a pas effectué
sa décision. Les officiers militaires qui assistent le 3 mai à l’assemblée du Conseil, alertent
qu’une autre perte de temps rendrait la levée du siège à Ghertruidenberg plus difficile.
Ainsi, Mansfeld décide de faire pousser les troupes entre-temps rassemblées à Anvers,
Herentals et Turnhout, en Brabant septentrional, sous le commandement provisoire d’un
remplaçant jusqu’à ce que lui-même n’arrive sur place61.
Quand le gouverneur général se dirige enfin vers Anvers en compagnie des conseillers
d’État, quelques jours après ils sont suivis par Fuentes et Esteban de Ibarra62. Pendant un
tête-à-tête avec Mansfeld, Fuentes lui surprend en montrant sa nomination de capitaine
général, datée du 25 février. D’aucune façon, Mansfeld n’en avait été mis au courant. En
la lisant, il aura dû bouillir de colère. Il se sent blâmé et il hurle d’y donner de la noto-
riété nécessaire. Sous l’impression du déchaînement de colère et par crainte de scandale,
Fuentes finit par céder et déclare de renoncer au commandement suprême. En outre,
prie-t-il Mansfeld de n’entrer dans le domaine public ni en rapport au fait de l’entretien
ni en rapport à l’existence de la commission du 25 février63.
Le comte de Mansfeld ne s’en fait pas. Encore au courant de la même journée à
Anvers, met-il la contradiction pertinente entre les deux lettres de nomination, la sienne
et celle de l’Espagnol, à l’ordre du jour au Conseil d’État. Selon les notules du collège “a
esté proposé par Son Excellence, s’il n’estoit convenable que Icelle alla en personne au
secours de Gertrudenberghes, attendu que Sa Majesté par sa commission de gouverneur
general des Pays de pardeça luy donne aussi tiltre de capitaine general”. En la faisant lire,
il pose avec insistance à Fuentes la question, “s’il avoit quelque charge de Sa Majesté de
luy desclairer qu’il ne bouge, qu’il le luy voulsist faire entendre”. Le point de vue du gou-
verneur général intérimaire sort du débat avec succès. Dans ces circonstances, le comte de
Fuentes n’ose rien d’autre que de répondre d’un air grognon: “Váyase”64, “Partez donc”.

Franche-Comté et en Flandre, 1580-1583”, dans S. Mantini (éd.), Margherita d’Austria, 1522-1586. Costruzioni
politiche e diplomazia, tra corte Farnesiana e Monarchia spagnola, Rome, 2003, pp. 127-140.
60
Fuentes à Philippe II, 28 avr. 1593 (AGS., Estado, leg. 604, foll. 64); idem, 1 mai 1593 (ibidem, foll. 66).
61
Notules du Conseil d’État, 3 mai 1593 (ARB., Aud., no 1841/2, s.f.); Esteban de Ibarra à [Idiáquez et Moura],
4 mai 1593 (AGS., Estado, leg. 605, f. 54); Mansfeld à Philippe II, 4 août 1593 (ibidem, leg. 606, f. 67); Fuentes
à Philippe II, 18 août 1593 (ibidem, leg. 604, f. 135).
62
Bartoli à [Aldobrandino], 9 et 14 mai 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 6, f. 119, et f. 123); lettre citée d’Esteban
de Ibarra à Philippe II, 21 mai 1593 (AGS., Estado, leg. 605, foll. 73).
63
Mansfeld à Philippe II, 18 et 19 mai 1593 (ARB., Aud., n.º 204, f. 213, et f. 224); Fuentes à Philippe II, 20 mai
1593 (AGS., Estado, 1eg. 604, f. 79); lettre citée d’Esteban de Ibarra à Philippe II, 21 mai 1593 (ibidem, leg.
605, f. 73). Cf. lettre de commission pour Fuentes, 25 fév. 1593 (ibidem, leg. 2221, f. 114).
64
Notules du Conseil d’État, 16 mai 1593 (ARB., Aud., n.º 783, s.f.). Cf. Mansfeld à Philippe II, 3 juin 1593
(ARB., Aud., n.º 204, ff. 227-228); idem, 4 août 1593 (AGS., Estado, leg. 606, foll. 67).

– 102 –
Le gouverneur général Peter Erns von Mansfeld et les agents spagnoles Fuentes et Ibarra aux Pays-Bas

Le gouverneur général Mansfeld fait encore une faible tentative en offrant à Fuentes le
commando de l’opération seule; une fois qu’ils seraient arrivés chez les troupes, Mansfeld
retournerait à Bruxelles. Mais l’Espagnol refusa la proposition65.

Disputes continuelles

Lorsque après le siège de Ghertruidenberg ils réapparaissent ensemble au palais à


Bruxelles, les chamailleries entre les deux se déchaînent de nouveau en toute violence au
début du mois d’août66. Le 11 août, le Conseil d’État tient la composition du renforce-
ment militaire pour les régions du Nord-Est à l’ordre du jour de son assemblée. Lors de la
discussion sur le commandement des forces concernées, le comte de Fuentes fournit une
autre surprise désagréable en étalant une autre missive de Philippe II qui lui fut arrivée
par le canal secret, mais adressée à Mansfeld67. Après l’incident de mi-mai, les deux comtes
avaient envoyé chacun un émissaire personnel au roi pour lui exposer leurs points de vue
respectifs à propos du commandement suprême des forces armées et pour lui requérir de
dénouer le nœud gordien68. La lettre présentée par Fuentes en est la réponse. Comblée de
formalismes classiques et d’éloges nécessaires concernant le zèle de Mansfeld, le souverain
affirme la commission du 25 février69. Appuyé par la nouvelle dépêche royale, cette fois
l’Espagnol ne se laisse pas faire: un non ferme pour la durée d’une campagne, et un oui
absolu, pour le titre et les prérogatives militaires permanentes70.
En revanche, les conseillers d’État continuent à soutenir le gouverneur général intéri-
maire et ils répliquent que des choses et d’autres sont contradictoires aux instructions et
commission officielles de lieutenant gouverneur et capitaine général reçues par Mansfeld.
À l’exception près du caractère intérimaire de son mandat, elles ne contiennent pas de
modifications majeures que celles de ses prédécesseurs. Bien qu’il eût été chargé par Phi-
lippe II de ménager Pedro Enriquez de Fuentes, le récalcitrant Pierre Ernest de Mansfeld
se base également sur sa connaissance de ce qu’outre ses documents formels ni ses ins-
tructions particulières ni ses instructions secrètes ne lui imposent des limitations supplé-
mentaires. C’est la raison pour laquelle il refuse d’aller plus loin que sa proposition “qu’il

65
Louis Verreycken, audiencier, à Fuentes, 18 mai 1593 (AGS., Estado, leg. 606, foll. 52). Cf. Malvasia à Aldo-
brandino, 19 juin 1593 (ASV., Nunz. Fiandra, n.º 3/1, ff. 112v-113).
66
Malvasia à Aldobrandino, 30 juillet 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 3/I, f. 155); avviso, Anvers, 4 déc. 1593
(BVAT., Urb.Lat., n.º 1061, f. 736).
67
Mansfeld au Conseil d’État, 12 août 1593 (ARB., Aud., n.º 199, f. 38); idem à Philippe II, 14 août 1593 (ibidem,
ff. 32-33v); Esteban de Ibarra à Idiáquez et Moura, 21 août 1593 (AGS., Estado, leg. 605, ff. 140-141). Voir les
références sous la note 69.
68
Ibarra à Philippe II, 21 mai 1593 (AGS., Estado, foll. 73); Philippe II à Mansfeld, 5 juillet 1593 (ibidem, leg.
2221, foll. 82).
69
Philippe II à Mansfeld, 9 juillet 1593 (ibidem, foll. 47). Cf. Philippe II à Fuentes, 4 juillet 1593 (J. Lefèvre,
Corr. Phil. II, 4, p. 180); lettre de commission cit. pour Fuentes, 25 fév. 1593 (AGS., Estado, leg. 2221, f. 114);
lettre cit. du 25 fév. 1593 (J. Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, p. 144).
70
Lettre cit. de Mansfeld à Philippe II, 14 août 1593 (ARB., Aud., n.º 199, ff. 32-33v); Mansfeld à Philippe II, 19
sept. 1593 (J. Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, p. 200); Esteban de Ibarra à Philippe II, 21 août 1593 (AGS., Estado,
leg. 605, foll. 125).

– 103 –
Hugo de Schepper

luy mettroit, toutes et quantesfoiz qu’il vouldra aller aux champs, l’armee en mains”, tant
que le roi ne lui procure une fois de plus une explication noire sur blanc à propos de ce
qu’il considère une contradiction pertinente. Comme si ce ne fut pas encore assez clair!
Comme c’est à attendre, Fuentes brave le raisonnement et l’offre du vieux Mansfeld71.
Le lendemain, Mansfeld ordonne le Conseil d’État de lui délivrer par écrit une
consulte formelle à propos de la question. Une manière inhabituelle à une époque où la
procédure orale est encore courante! Après un examen consciencieux et comparatif des
documents controversés, le collège se range une fois de plus du côté de la prise de posi-
tion de Mansfeld. En outre, les conseillers font appel au comte espagnol afin qu’il s’en
contente provisoirement et s’entende mieux avec Mansfeld, en attendant que Philippe
II quitte l’équivoque en définitif72. Fuentes, qui s’était toujours positionné de manière
relativement coulante et calme, réagit par son refus d’assister désormais aux assemblés du
Conseil d’État, en dépit des exhortations d’Esteban de Ibarra73.
Les dernières années de son règne, les réponses du roi tardent toujours plus à cause
de sa santé qui s’aggrave. Ainsi, presque trois mois passent après la dernière dispute au
Conseil d’État, avant qu’au début de novembre Mansfeld ne puisse ouvrir une lettre
royale à propos du problème important de capitaine général. Elle contient une répri-
mande sévère en termes violents, parce qu’il n’avait pas obéi aux ordres royaux: “Ce que
le comte de Fuentes ordonne, c’est l’expression de ma volonté; à l’avenir, vous lui trans-
mettrez le commandement suprême des armées royales, s’il déclare d’y avoir reçu l’ordre
du roi”74. Mais Mansfeld est tout bêtement un dur à cuire, de sorte que la confusion
continue. En sa réaction du 22 novembre au souverain, il persiste obstinément avoir la
gueule de bois. Allongeant la sauce, il répète toute l’histoire en long et en large. Seulement
pour dire que depuis toujours il avait voulu plaire au comte de Fuentes en lui laissant le
commando pour la durée de la campagne; mais que celui-ci etc. etc. ...75.
Au fond, à son âge avancé, il ne lui faut plus tellement réaliser un grand exploit
militaire, mais plutôt et surtout détourner une atteinte à ses pouvoirs. Le rayonnement
de sa fonction et sa maîtrise dans le gouvernement sont mis en jeu. La séparation des
compétences militaires et politiques aurait risqué d’ailleurs d’être moins simple de ce
qu’elle pouvait s’avérer à première vue. Où est-ce qu’elle commencerait-elle et où est-
ce qu’elle se terminerait-elle? Il n’y avait pas seulement question du commandement en
campagne, mais elle aurait pu également transférer les attributions concernant les troupes
71
Fuentes à [Idiáquez et Moura], 18 août 1593 (AGS., Estado, leg. 604, foll. 144); Esteban de Ibarra à Philip-
pe II, 21 août 1593 (ibidem, leg. 605, f. 125). Cf. instruction secrète pour Mansfeld sr, [26 fév.] 1593 (AGS.,
Secr.Prov., leg. 2580, foll. 23-26); instruction particulière pour Mansfeld sr, 26 fév. 1593 (ARB., Aud., n.º
1222, ff. 171-174).
72
Consulte du Conseil d’État à Mansfeld, 12 août.1593 (ARB., Aud., n.º 199, f. 38v-39); consulte du Conseil
d’État à Fuentes, [12 août] 1593 (ibidem, n.º 1222, f. 198); lettre citée d’Ibarra à Idiáquez et Moura, 21 août
1593 (AGS., Estado, leg. 605, foll. 140-141).
73
Esteban de Ibarra à [Idiáquez et Moura], 5 oct. 1593 (AGS., Estado, 1eg. 605, foll. 167).
74
Philippe II à Mansfeld, 15 oct. 1593 (J. Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, pp. 207-208).
75
Mansfeld à Philippe II, 22 nov. 1593 (AGS., Estado, 1eg. 606, foll. 87). Cf. déclarations de Verreycken, 9 et
10 nov. 1593 (ARB., Aud., n.º 199, ff. 34 et 35).

– 104 –
Le gouverneur général Peter Erns von Mansfeld et les agents spagnoles Fuentes et Ibarra aux Pays-Bas

des Pays-Bas sous la direction espagnole, comme la nomination des officiers des unités
dites “bourguignonnes”, les contingents wallons, bas-allemands et franc-comtois76. De
même les mouvements des tercios espagnols ne pourraient plus être manœuvrés selon les
dessins du gouverneur général et du gouvernement flamand. Pour se taire encore d’éven-
tuelle résistance instinctive contre un commandant suprême espagnol de l’armée bour-
guignonne! Une réaction xénophobe de la part de la population et surtout de la part des
unités propres fait toujours partie des possibilités. La mutinerie qui avait éclaté à Meurs
sur le Rhin pendant l’été de 1593 contre la désignation d’un commandant espagnol de la
garnison ne présageait rien de bon77.
En la matière, Esteban de Ibarra se comporte apparemment de concert avec le comte
de Fuentes. Cependant, dans sa correspondance régulière avec Juan de Idiáquez et Cris-
tóbal de Moura, conseillers à la cour espagnole, il manifeste assez de compréhension
pour l’attitude entêtée du gouverneur général. Avec le temps, Ibarra confesse de ne pas
savoir de quelle autorité le gouverneur général Mansfeld peut encore disposer, s’il doit
abandonner ses compétences militaires, “pues toda la autoridad en todos los goviernos
son las armas”. En outre, Esteban de Ibarra craint que sous ces conditions le gouverneur
général prochain ne se décommande. Dans l’opinion d’Ibarra, Sa Majesté devrait préciser
les contours des compétences de chacun des deux et les faire comprendre en détail et
sans équivoques, si le roi maintient ses idées. Puisque Ibarra râle terriblement de tous ces
reniflements et puisqu’il n’y peut rien faire, il demande en octobre à ses correspondants de
bien vouloir favoriser sa démission78. Comme membres de la Junta de Noche – depuis 1589
l’ultime conseil de consultation de Philippe II, qui agit d’une manière toujours moins
active – Idiáquez et Moura peuvent régler aussi beaucoup d’affaires flamandes79.
Sans doute à cause des esclandres répétés, peu ou rien n’avait été réalisé de la mission
royale de réformer l’armée en vue d’un usage plus rationnel et économique des moyens80.
Des mesures furent nécessaires et urgentes, surtout que depuis quelques années l’aide
76
A. Duke, “The Elusive Netherlands. The question of national identity in the Early Modern Low Countries
on the Eve of the Revolt”, dans Bijdragen en Mededelingen betreffende de Geschiedenis der Nederlanden, 119
(2004), p. 14. Voir sur les compétences du gouverneur-général H. de Schepper et R. Vermeir, “Gouverneur-
général, 1522-1794”, dans E. Aerts e.a. (éds.) Les institutions du gouvernement central, pp. 187-208.
77
Fuentes à Philippe II, 13 juin 1593 (AGS., Estado, leg. 604, foll. 98); Fuentes à [Idiáquez et Moura], 21 août
et 2 sept. 1593 (ibidem, foll. 147, et f. 176); idem, 25 sept. 1593 (J. Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, p. 201). Cf. notules
du Conseil d’État, 5 et 9 juillet 1593 (ARB., Aud., n.º 783, s.f.); Conseil d’État à Fuentes, 13 et 19 juillet 1593
(ibidem, n.º 1841/3, s.f.).
78
Esteban de Ibarra à Idiáquez et Moura, 21 août 1593 (AGS., Estado, leg. 605, ff. 140-141); idem à [Idiáquez et
Moura], 5 oct. 1593 (ibidem, f. 167).
79
S. Fernández Conti, “La nobleza cortesana: Don Diego de Cabrera y Bobadilla, tercer conde de Chinchón”,
dans J. Martínez Millán (éd.), La Corte de Felipe II, Madrid, 1994, pp. 245-249, pp. 264-265; G. Parker, The
Grand Strategy, p. 277. Par la suite de la santé précaire de Chinchón, en fait seulement Idiáquez et Moura
étaient vraiment actifs. Voir F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía Española, 1521-1812, Madrid,
1984, p. 108. À la même page sous la note 101 Barrios cite Tomas Contarini, l’ambassadeur de Venise en
Espagne: “Todo el peso del gobierno tan difícil de la Monarquía, en los asuntos de una mayor importancia,
descansa sobre tres personajes solamente: el rey, don Juan de Idiáquez y don Cristóbal de Moura.”
80
Philippe II à Mansfeld, 5 juillet et 15 oct. 1593 (AGS., Estado, leg. 2221, foll. 81, et foll. 70). Cf. A. Esteban
de Ibarra à Philippe II, 6 oct. 1593 (ibidem, leg. 605, foll. 178-179); Cristóbal de Mondragón, commandant
militaire espagnol, à Mansfeld, 19 sept. 1593 (J. Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, p. 200).

– 105 –
Hugo de Schepper

financière destinée avait fort diminué, tout au moins en ce qui concerne les Pays-Bas. Le
“cycle royal de l’Argent” était passé. Tandis qu’en 1590 et en 1591 l’Espagne avait fourni
au trésor de l’Exercito aux Pays-Bas encore respectivement la valeur de dix-huit millions
et quatorze millions de florins, en 1592 le montant a déjà baissé à presque quatre millions
et demi81. Les effets sur la discipline militaire ne se laissaient pas attendre et un nouveau
cycle de mutineries avait commencé. Le 13 de juillet 1593, ce sont des soldats mutins qui
forcent leurs commandants de conclure une trêve avec les Huguenots. Il n’y en a aucune
trace dans les archives des trois Conseils de gouvernement, ce qui montre l’impuissance
du gouvernement. Encore fin août 1593, deux fameuses mutineries éclatent: l’une à Saint-
Pol sous les unités espagnoles et l’autre à Pont sur Sambre sous les troupes italiennes et
wallonnes82. En concertation avec le Conseil d’État, le gouverneur général envoie en vain
commissaire après commissaire aux mutins pour conclure un compromis financier avec
eux. Les mutineries se prolongeraient encore bien avant dans l’année suivante83.
En octobre 1593, Philippe II rappelle Mansfeld la problématique de la réforme et
s’informe où il en est. C’est enfin après ce rappel que le gouverneur général et le Conseil
d’État, qui ne lâchent point la matière, commencent de repartager des troupes et de ratio-
naliser leur paiement. Pour payer les soldes, les commissaires inspecteurs ne peuvent plus
accepter les compagnies qui ne comptent au moins cent cinquante effectifs. De nouvelles
unités complètes sont formées en fusionnant les compagnies incomplètes, de sorte que
leur nombre diminue sensiblement. En outre, surtout les Italiens insubordonnés seront
envoyés à leurs foyers84.
Depuis de longs mois, la désignation d’Ernest, archiduc d’Autriche, pour la succession
au gouvernement général n’était plus une rumeur. Cependant c’est seulement après que
l’empereur Rodolphe II lui en eut donné la permission, que, au milieu de 1593, Philippe
II en mit le comte de Fuentes officiellement au courant. Celui-ci en fit à son tour com-
munication au Conseil d’État avec la charge d’en informer les provinces, les conseils et

81
P. Chaunu, “Séville et la ‘Belgique’, 1555-1648”, Revue du Nord, 42 (1960), p. 289. Cf. G. Parker, The Army of
Flanders and the Spanish Road, 1567-1659. The Logistics of Spanish Victory and Defeat in the Low Countries’ Wars,
Cambridge, 1972, p. 242 (fig. 23), pp. 245-246, pp. 293-294 (appendix K).
82
Voir Mansfeld à Philippe II, 31 août 1593 (AGS., Secr.Prov., leg. 2558, foll. 239-240); Ridolfo Baglione, agent
apostolique à Bruxelles, à Aldobrandino, 26 août 1594 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 4, f. 134). Cf. G. Parker,
“Mutiny and Discontent in the Spanish army of Flanders, 1572-1607”, Past and Present, 58 (1973), p. 44.
83
Bartoli à [Aldobrandino], 3, 10 et 17 sept. 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 6, ff. 153v-157v et 162-163); Baglione
à Aldobrandino, 12 sept. 1593 (ibidem, n.º 4, f. 76); Mansfeld à Philippe II, 4 oct. 1593 (AGS., Secr.Prov.,
leg. 2558, foll. 235); Fuentes à Philippe II, 6 oct. 1593 (AGS., Estado, leg. 606, foll. 74); Esteban de Ibarra à
Philippe II, 14 nov. 1593 (ibidem, leg. 605, foll. 187); Masi à Ranuccio Farnèse, 14 nov. 1593 (L. Van der Essen,
“Corr. Masi”, p. 370).
84
Ordonnance de Mansfeld, 30 oct. 1593 (ARB., Aud., n.º 2779, s.f.); ordonnance du Conseil d’État, 23 janvier
1594 (ibidem, n.º 2780, s.f.); Esteban de Ibarra à Philippe II, 22 nov. 1593 et 10 fév. 1594 (AGS., Estado, leg.
605, ff. 204-207, et leg. 608, foll. 45); Mansfeld à Philippe II, 22 nov. et 16 déc. 1593 (ibidem, leg. 606, foll.
90, et foll. 93); Alberto Struzzi, administrateur de la garde-robe du duc de Parme, à [Aldobrandino], 8 déc.
1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 10, f. 68 v); Bartoli à [Aldobrandino], 13 janvier 1594 (ibidem, n.º 6, f. 117v);
“Memoria delle compagnie Italiane state riformate in Fiandra per il conte di Mansfelt”, s.d. [janvier 1594]
(ibidem, f. 181); Malvasia à Aldobrandino, 15 janvier 1594 (ibidem, n.º 3/I, ff. 271v-272v).

– 106 –
Le gouverneur général Peter Erns von Mansfeld et les agents spagnoles Fuentes et Ibarra aux Pays-Bas

fonctionnaires respectifs85. Tout de même, ce n’est que fin décembre 1593 avant que le
message n’arrive que l’archiduc se soit mis en route pour les Pays-Bas Royaux. Fuentes
veut aller à la rencontre du futur gouverneur général, mais Pierre Ernest de Mansfeld
décide d’être le premier à l’accueillir. Cette matière protocolaire est quand même la tan-
tième occasion de querelle entre les deux comtes. Esteban de Ibarra en a une lubie et se
plaint par après: “Si la querelle avait duré encore longtemps, je serais retourné à pied
en Espagne”86. Même les conseillers d’État – selon Mansfeld seulement une minorité –
tiennent le déplacement loin de la capitale pour inutile: “Lors de son arrivée à Bruxelles,
l’archiduc pourrait avoir un accueil autant bon et digne.” Toutefois, pour Mansfeld c’est
un point d’honneur chevaleresque et chez les nobles féodaux c’est encore beaucoup plus
apprécié de ce qu’on ne le peut imaginer actuellement. Ainsi, il part à Luxemburg, le
second dimanche de janvier 1594, en laissant la charge des affaires courantes au Conseil87.
Deux semaines après, le 30 janvier 1594, Ernest d’Autriche est accueilli solennellement
au palais de Bruxelles par les Conseils de gouvernement. Fuentes reste chez lui. Sur-le-
champ, l’archiduc est confronté avec les mauvaises relations entre les agents espagnols et
les dirigeants flamands88.

Ghertruidenberg

Après le “Váyase” irrité de Fuentes, le comte de Mansfeld était partit d’Anvers le 20


mai en direction de Turnhout, afin d’aller via Tilbourg pour se positionner devant Gher-
truidenberg et y prendre le commandement de la levée de la ville assiégée. Les conseillers
d’État quittent Anvers et retournent à Bruxelles avec la charge de Mansfeld “que le conseil
d’Estat durant son absence entendit en la ville de Bruxelles aux affaires”. De son côté, le
conde Espagnol prie prudemment le collège “de communicquer toutes choses avecq luy”89.
Quoique au fond ça ne plaît pas trop au Conseil, il accède quand même à la demande.
Pour les bonnes relations avec les unités de l’armée espagnole, l’entretien d’une corres-
pondance régulière à propos des affaires pourrait être opportun90. Pour les autres affaires

85
Fuentes au Conseil d’État, 30 juin 1593 (ARB., Aud., n.º 1841/3, s.f.); Fuentes à Philippe II, 6 juillet 1593 (J.
Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, p. 181). Cf. avviso, Anvers, 22 mai 1593 (BVAT., Urb.Lat., n.º 1061, f. 318v).
86
Esteban de Ibarra à Idiáquez et Moura, 18 janvier 1594 (J. Lefèvre, Corr. Phil. II, 4, p. 218).
87
Santi Ambrogi à Aldobrandino, 31 déc. 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 6, ff. 195v-197); Bartoli à [Aldobran-
dino], 6 et 13 janvier 1594 (ibidem, ff. 174v-175v et 207); Masi à Ranuccio Farnèse, 13 janvier 1594 (L. Van
der Essen, “Corr. Masi”, p. 372); Mansfeld à Philippe II, 17 janvier 1594 (ARB., Aud., n.º 202, ff. 5-7). Cf.
correspondance entre le Conseil d’État et Mansfeld, 14-27 janvier 1594 (ARB., Aud., n.º 1841/3, passim).
88
Malvasia à [Aldobrandino], 22 janvier 1594 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 3/I, f. 280v); Bartoli à Aldobrandino, 4
fév. 1594 (ibidem, n.º 6, f. 182); Esteban de Ibarra à [Idiáquez et Moura], 4 fév. 1594 (AGS., Estado, leg. 608,
foll. 36); Masi à Ranuccio Farnèse, 13 fév. 1594 (L. Van der Essen, “Corr. Masi”, pp. 374-375). Cf. H. de Schep-
per, “De Katholieke Nederlanden”, dans D.P. Blok e.a., Algemene Geschiedenis der Nederlanden, VI, p. 281.
89
Notules cit. du Conseil d’État, 16 mai 1593 (ARB., Aud., n.º 783, s.f.). Cf. Fuentes à Philippe II, 20 mai 1593
(AGS., Estado, leg. 604, foll. 80); lettre citée d’Esteban de Ibarra, 21 mai 1593 (ibidem, leg. 605, foll. 73); Bar-
toli à [Aldobrandino], 21 mai 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 6, f. 127v); Malvasia à Aldobrandino, 21 mai 1593
(ibidem, n.º 3/1, f. 86v); Masi à Ranuccio Farnèse, 27 mei. 1593 (L. Van der Essen, “Corr. Masi”, pp. 363-364).
90
Correspondance entre Fuentes et le Conseil d’État, 4 juin-19 juillet 1593 (ARB., Aud., n.º 1841/3, passim).

– 107 –
Hugo de Schepper

le Conseil d’État délibère par lettres presque journalières avec Mansfeld. Seulement en
matières urgentes, le Conseil décide-t-il lui-même. Somme toute, il en ressort son attitude
toujours plus catégorique de freiner le soutien militaire à la Ligue Catholique française en
faveur de la propre guerre contre “la Hollande et la Zélande”91.
Entre-temps aussi chez la population flamande, l’aversion et le grognonnement
mécontent grandissent toujours plus contre l’intervention aux cotés des catholiques en
France, principalement dans les provinces wallonnes, exposées aux pillages des soldats qui
souvent sont mal ou irrégulièrement payés92. Les dirigeants de la Ligue n’arrêtent pas de
solliciter du renfort militaire. D’après eux les nombres de forces envoyées ne correspon-
daient pas aux promesses faites93. En dépit de son dilemme, d’une part sa mission d’exécu-
ter la politique royale et d’autre part sa compréhension de l’attention justifiée des naturels
à la situation militaire du propre pays, le comte de Fuentes se sent obligé de se manifester
comme porte-parole des vœux des catholiques en France. Déjà, avant que Mansfeld ne
parte vers Anvers, Fuentes avait demandé de nouveaux renforts pour la Ligue Catholique.
Si Mansfeld avait néanmoins concédé de laisser partir quelques compagnies de cavaliers
en France, il ne le fait que – comme il écrivit lui-même – “pour renforcer mon fils le conte
Charles”. À Bruxelles, le Conseil d’État continue cependant à s’y opposer fortement, en
retenant jusqu’à nouvel ordre les ordres de marche déjà signés par Mansfeld en tant que
capitaine général. C’est en effet un moment spécialement malheureux, puisqu’une délé-
gation de Groningue était venue exposer la situation désastreuse des régions du Nord-
Est. Le collège motive son comportement que, dans les circonstances données, toutes les
forces armées doivent pouvoir être engagées “droict contre les rebelles”, soit autour de
Ghertruidenberg, soit au Pays de Waes, soit en Frise ou Groningue94.
Ainsi, non seulement d’autres troupes peuvent encore être engagées pour le soutien de
Ghertruidenberg, mais aussi la cavalerie destinée à supporter Mansfeld fils95. À l’intérieur
de la ville en Hollande méridionale, la garnison est tellement inquiète que Mansfeld père
approuve l’intervention des conseillers d’État. Il veut même faire appel aux unités de son
fils Charles, à ce moment retournées de France pour se reposer en Artois. Mais puisqu’il
s’agit surtout d’unités de l’Exercito96, à contrecœur le Conseil doit s’arranger de la réponse
catégorique de l’Espagnol, à savoir qu’il ne peut plus être question d’un éloignement
de troupes réservées pour la France. D’après lui, pendant les dernières semaines trop de

91
Cf. correspondance entre Mansfeld et le Conseil d’État, 21 mai-16 juillet 1593 (ARB., Aud., n.º 1841/3, pas-
sim); le Conseil d’État au Conseil de Flandre, 25 mai 1593 (Rijksarchief à Gand, Raad van Vlaanderen, n.º
180, s.f.).
92
P. Van Isacker, “Pedro Enriquez de Azevedo”, p. 220; G. Parker, The Dutch Revolt, Londres, 1977, pp. 228-231.
93
Le duc de Mayenne, chef de la Ligue Catholique en France, à Mansfeld, 4 avr. 1593 (ARB., Aud., n.º 204, f.
187); Mansfeld à Philippe II, 10 avril 1593 (ibidem, f. 186).
94
Mansfeld au Conseil d’État, 21 mai et 1 juin 1593 (ibidem, n.º 1841/3, s.f.); Richardot, conseiller d’État, au
marquis de Havré, conseiller d’État, 5 et 7 juin 1593 (ibidem, n.º 1787/2, s.f.); Conseil d’État à Fuentes, 7 juin
1593 (ibidem, n.º 1841/3, s.f.); Conseil d’État à Mansfeld, 6 et 7 juin 1593 (ibidem, s.f.).
95
Mansfeld au Conseil d’État, 19 juin 1593 (ibidem, s.f.).
96
Mansfeld au Conseil d’État, 21 juin 1593 (ibidem, s.f.); Conseil d’État à Fuentes, 23 juin 1593 (ibidem, s.f.).
Comparez avec R. Fruin, Tien jaren, p. 146.

– 108 –
Le gouverneur général Peter Erns von Mansfeld et les agents spagnoles Fuentes et Ibarra aux Pays-Bas

renforts militaires auraient été détournés vers l’armée de campagne autour de Ghertrui-
denberg. Forcé par les circonstances, le Conseil ne peut rien d’autre que de s’incliner.
C’est que la nouvelle était arrivée, que les dirigeants catholiques de France avaient déjà
rappelé les corps de Mansfeld fils97. Et pour comble de malheur, une partie d’entre eux
avait commencé par mutiner98.
Entre-temps, il est déjà le 25 juin, exactement le jour que la garnison de la ville hol-
landaise capitule devant l’assaut de Maurice de Nassau. Les troupes de Mansfeld père qui,
mal ravitaillées, traînaient depuis la fin de mai devant Ghertruidenberg, et les renforts
militaires n’apparaissent que lorsque tout était fini. Dans ses mémoires Martin del Río
reproche Mansfeld négligence et lenteur99. Selon Malvasia, le commissaire apostolique
à Bruxelles, les “rebelles” auraient fait leur profit de la perte inutile de temps en consé-
quence des disputailleries entre Fuentes et Mansfeld. L’armée royale aurait pu profiter de
tout ce temps perdu pour entamer la levée de la ville assiégée de Ghertruidenberg ou pour
frapper ailleurs en Brabant, Flandres ou dans l’extrême Nord100.
Deux semaines après la chute de Ghertruidenberg, avec l’accord de Mansfeld le comte
de Fuentes répète la demande de la Ligue afin qu’on envoie de nouvelles troupes en
France101. Cependant, le Conseil d’État maintient son opinion contraire, eu égard à la
situation funeste dans laquelle les provinces au-delà du Rhin se trouvent. Les membres
accentuent unanimement et avec grande fermeté que “que ledict Groeningue doibt pré-
aller et que plustost convient postposer ce de France”102. Après le retour du gouverneur
général, le Conseil doit pourtant se conformer à propos de la demande de la Ligue. Pen-
dant son absence, qui dure jusqu’au 19 juillet à cause d’une inspection le long des lignes
de front en Brabant et en Güeldres, Mansfeld avait déjà fait rechercher quelles unités
entrent en ligne de compte103. La chute de Wedde dans les Ommelandes de Groningue
démontre peu après son tort et c’est le signe annonciateur de ce qu’irait se passer avec la
ville de Groningue.

97
Richardot au Conseil d’État, 24 juin 1593 (ARB., Aud., n.º 1787/2, s.f.); Conseil d’État à Mansfeld, 25 juin
1593 (ibidem, n.º 1841/3, s.f.).
98
L. de Torre, “Los motines militares en Flandes”, dans Revista de archivos, bibliotecas y museos, 3e série, 32
(1915), pp. 113-115; G. Parker, Dutch Revolt, p. 230; H. Kamen, Felipe de España, p. 318.
99
M.A. del Río, Mémoires sur les troubles des Pays-Bas durant l’Administration du comte de Fuentes, 1592-1596
(trad. et éd. A. Delvigne, Bruxelles, 1892, p. 21; R. Fruin, Tien jaren, p.146; A.Th. van Deursen, Maurits van
Nassau, p. 131.
100
Malvasia à Aldobrandino, 30 juillet 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 3/1, f. 155). Cf. Esteban de Ibarra à
Idiáquez et Moura, 21 août 1593 (AGS., Estado, leg. 605, foll. 140-141); Ridolfo Baglione à Aldobrandino, 12
sept 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 4, f. 76); avviso, Anvers, 4 déc. 1593 (BVAT., Urb.Lat., n.º 1061, f. 736).
101
Fuentes au Conseil d’État, 11 juillet 1593 (ARB., Aud., n.º 1841/3, s.f.); Mansfeld au Conseil d’État, 11 juillet
1593 (ibidem, s.f.).
102
Notules du Conseil de Guerre, 9 juillet 1593 (ibidem, s.f.); Conseil d’État à Mansfeld, 16 juillet 1593 (ibidem,
s.f.); Bartoli à [Aldobrandino], 26 juillet 1593 (ASV., Nunz.Fiandra, n.º 6, f. 133).
103
Avviso, Anvers, 10 et 17 juillet 1593 (BVAT., Urb.Lat., n.º 1061, f. 420, et f. 433). Cf. notules du Conseil
d’État, 21 juillet 1593 (ARB., Aud., n.º 783, s.f.); Mansfeld sr à Philippe II, 5 août 1593 (ARB., Aud., n.º 199,
f. 16).

– 109 –
Hugo de Schepper

Conclusion

Selon les ordres de Philippe II, l’intervention militaire en France aux côtés de la Ligue
Catholique contre les Huguenots et le prétendant au trône protestant Henri de Navarre
devait avoir la priorité. C’est la raison pour laquelle l’émissaire extraordinaire du roi à
Bruxelles, le conde de Fuentes avait la charge de révoquer le duc de Parme, le gouver-
neur général solitaire des Pays-Bas et de Bourgogne. Éventuellement l’Espagnol devait
assumer les compétences d’Alexandre Farnèse ou bien prolonger Pierre Ernest comte de
Mansfeld, qui remplaçait Parme pendant ses absences en France. Cependant, à raison des
sentiments xénophobes qui régnaient toujours, l’agent espagnol n’osa pas s’y attaquer.
Le 12 décembre 1592, il renouvela le comte de Mansfeld dans la fonction de gouverneur
général. À ce moment, celui-ci eut soixante-quinze ans et avait été depuis toujours fidèle
au roi Philippe II. Les conseillers d’État abandonnèrent leurs rivalités réciproques et leurs
hésitations à propos du vieux comte, afin de pouvoir freiner le plus possible la mise en
exécution de la nouvelle orientation politique du roi. Faire deux guerres en même temps,
l’une contre les provinces flamandes encore en révolte et l’autre en France, était impos-
sible avec les moyens financiers et militaires disponibles.
Pour s’assurer quand même de la direction des opérations militaires en France le roi
désigna en cachette Fuentes, après quelques mois, au poste de capitaine général des armées
royales. La nomination ne pouvait évidemment pas rester secrète. Elle provoquait alors
des chamailleries intenses avec le comte de Mansfeld, qui avait été nommé lieutenant
gouverneur ét capitaine général. En outre, l’envoi de messages importants de Philippe II
adressés à Mansfeld à travers les services de Fuentes et le comportement hautain de celui-
ci étaient inutilement froissants. Mansfeld ne se montrait pas si faible comme certains
l’ont qualifié . Avec le soutien du Conseil d’État, Pierre Ernest de Mansfeld aboutissait
à défendre ses prérogatives militaires avec acharnement. En outre, surtout les conseillers
d’État trouvaient qu’en première instance les efforts de guerre devaient être destinés à
la soumission des provinces flamandes rebelles, qui s’étaient constituées entre-temps de
facto en république confédérale de “provinces unies’104. Les disputes avec Fuentes duraient
jusqu’à l’arrivée du nouveau gouverneur général Ernest d’Autriche, fin janvier 1594. Leur
hypothèque sur la prise de décision efficace au gouvernement et l’indisposition de forces
armées suffisamment fiables amenèrent la perte de Ghertruidenberg. Cette ville en Hol-
lande méridionale avait été assiégée par Maurice de Nassau, le capitaine général de la
république “rebelle”. Aussi Wedde dans les Ommelandes de Groningue tomba-t-elle dans
les mains des Provinces Unies. Par contre, en essayant d’aider la Groningue, quelques
petites villes en Overijessel tombaient de nouveau aux mains de l’armée royale. Dans sa

104
H. de Schepper, “La ‘Guerra de Flandes’ y su contribución al constitucionalismo (con)federal”, dans C.M.
Cremades Griñán et A. Díaz Bautista (éds.), Poder Ilustrado y Revolución, Murcie, 1991, pp. 11-26; R.C. Van
Caenegem, Historical considerations on judicial review and federalism in the United States of America, with
special reference to England and the Dutch Republic, Bruxelles, 2003, pp. 27-28.

– 110 –
Le gouverneur général Peter Erns von Mansfeld et les agents spagnoles Fuentes et Ibarra aux Pays-Bas

prise de position nationale, Mansfeld n’était pas toujours conséquent. Il tendait à fléchir
devant les besoins militaires de la Ligue Catholique et sa fidélité aux ordres du roi, certes
pas spécialement pour plaire au comte espagnol, mais vraisemblablement pour défendre
l’honneur chevaleresque de son lignage noble. Son unique fils légitime Charles avait le
commandement de l’expédition en France.
À part Fuentes, Esteban de Ibarra fut l’agent principal entre les Espagnols envoyés par
Philippe II aux Pays-Bas Royaux. Ibarra avait reçu des directives étendues, afin d’assurer
des liaisons directes du gouverneur général avec les institutions centrales de la Monarquía
Hispana, indépendamment du gouvernement des Pays-Bas Royaux. De même, il devait
combattre les abus existants dans les finances publiques des Pays-Bas et celles de l’Exercito.
Il arriva toutefois à Bruxelles au moment où Mansfeld avait déjà démantelé la camarilla
du duc de Parme, en rétablissant l’ordre dans le chaos institutionnel du gouvernement,
laissé par Parme. Le gouverneur général intérimaire avait en plus son propre secrétaire
particulier, de sorte que la tâche influente que le roi avait attribuée à Ibarra, fut égale-
ment neutralisée. En fait, son rôle se limitait à l’administration de la Hazienda de l’armée
espagnole.
Si les milieux gouvernementaux flamands et les agents espagnols à Bruxelles oui ou
non savaient des activités des autres, certes la plupart du temps ils se tenaient mutuel-
lement peu de compte. Finalement, sous le gouvernement intérimaire de Mansfeld, la
présence espagnole aux Pays-Bas n’était que peu efficace pour la nouvelle stratégie de Phi-
lippe II. Mais que les disputailleries au gouvernement “degenerated into almost anarchy”,
comme Geoffrey Parker le prétend105, me semble exagéré. La situation chaotique dont
Parker fait mention, avait plutôt à faire avec la diminution sensible des envois d’argent
provenant de l’Espagne. Le propre trésor des Pays-Bas Habsbourgeois n’était pas à la
mesure pour porter les charges, et de toute façon pas les frais de deux fronts militaires.
Par la pénurie de moyens financiers, la fiabilité des armées était douteuse. Désertions et
mutineries de longue durée empêchaient qu’aussi bien la défense du pays que la sécurité
de la population fût garantie. Le “commerce” était fortement affaibli, entre autres par
l’existence d’une longue ligne de front, par les troupes qui marchaient au combat ou qui
en retournaient, par les incursions journalières des vrybuters, par le dépeuplement en
conséquence de la fuite de dizaines de milliers de personnes et par les embargos partiels
réciproques sur les activités commerciales.
En revanche, le rétablissement des conditions institutionnelles des domaines et fi-
nances publiques aux Pays-Bas Royaux par Mansfeld aurait, à long terme, pu aider leur
assainissement. Le Receveur Général de toutes les Finances pouvait totaliser des revenus
qui lui échappèrent sous le duc de Parme. En outre, l’obligation générale d’affermer tous
les offices des domaines et finances aux enchères publiques fut introduite. Par consé-
quent, ce ne fut pas entièrement à tort que le Conseil des Finances constaterait que le
105
G. Parker, Dutch Revolt, p. 238. Voir aussi L. Van der Essen, “Politieke geschiedenis van het Zuiden”, dans :
J.A. Van Houtte e.a. (éds.) Alg. Gesch. Nederlanden, V, pp. 262-263.

– 111 –
Hugo de Schepper

trésor flamand des domaines et finances de la couronne rapportaient assez bien plus que
du passé. Remarquons qu’après le gouvernement de Parme, les droits de licentes sur le
commerce avec les rebelles et leurs alliés constituaient le revenu principal, en comparaison
avec les entrées provenant des domaines et des aides.
La résistance acharnée du comte de Mansfeld et du Conseil d’État contre les immix-
tions des agents espagnols à Bruxelles, a pu sauvegarder en grande partie le rôle joué dans
le processus décisionnel par les institutions flamandes. Depuis longtemps les Flamands
avaient la réputation de n’aimer pas les étrangers au gouvernement106. Ce fut cependant
aussi par le manque de fermeté de la part du comte de Fuentes que la tentative de Phi-
lippe II pour réaliser une intégration majeure des Pays-Bas dans la Monarquía Hispana
a été encore parée. L’opposition et la révolte qui, principalement à travers la propagande
des rebelles, avaient obtenu un caractère anti-espagnol sous le duc d’Albe, étaient toujours
trop fraîches et vivaces dans la mémoire collective des “provinces obéissantes” –c’est-à-
dire, les provinces qui peu avant avaient été soumises par la force militaire– pour pouvoir
restaurer les sentiments antérieurs de confiance entre les deux nations107.

106
E. Martínez Ruiz, “La crisis de los Países Bajos a la muerte de D. Luis de Requesens”, dans Chronica Nova.
Universidad de Granada. Departamento de Historia Moderna, 7 (1972), pp. 12-13.
107
Cf. J. Pollmann, “Eine natürliche Feindschaft: Ursprung, und Funcktion der Schwarzen Legende über
Spanien in den Niederlanden, 1560-1581”, dans F. Bosbach (éd.), Die Darstellung des Gegners in der politis-
chen Publizistik des Mittelalters und der Neuzeit, Cologne, 1992, pp. 78-81; H. de Schepper, “La ‘Guerra de
Flandes’. Una sinopsis de su leyenda negra”, dans J. Lechner (éd.), Contactos entre los Países Bajos y el mundo
Ibérico, Amsterdam-Atlanta, 1992, pp. 67-86; W. Thomas, “De mythe van de Spaanse Inquisitie in de Neder-
landen van de zestiende eeuw”, dans Bijdragen en Mededelingen betreffende de Geschiedenis der Nederlanden,
105 (1990), pp. 336-341; Idem et E. Stols, “La integración de Flandes en la Monarquía Hispánica”, dans W.
Thomas et R. Verdonk (éds.), Encuentros en Flandes. Relaciones e intercambios hispanoflamencos a inicios de la
Edad Moderna, Louvain-Soria, 2000, pp. 58-59; I. Shulze Schneider, La leyenda negra de España. Propaganda
en la guerra de Flandes, 1566-1584, Madrid, 2008.

– 112 –
Entre La Haya y Madrid. Los gobernadores
oficiales en Flandes como mediadores políticos
y culturales para la Paz de Münster (1648)
Laura Manzano Baena
Acción Cultural de España

Tras décadas de guerra, la llegada de los plenipotenciarios neerlandeses a la ciudad de


Münster a finales de 1645 auguraba el final del largo conflicto entre la República de las
Provincias Unidas y la Monarquía Hispana. Una vez aceptados como participantes en el
Congreso que reunía a la mayoría de príncipes y potentados europeos, pocas dudas pare-
cían existir sobre su reconocimiento como república soberana y como potencia comercial
y marítima cuyas posesiones e influencia se extendían a ambos lados del Atlántico y más
allá. La República se encontraba así en una situación envidiable y envidiada por otros
territorios como Cataluña y Portugal, que deseaban tomar oficialmente parte en las deli-
beraciones mantenidas en Münster y Osnabruck pero que, siendo considerados rebeldes,
vieron cómo los enviados de Felipe IV se oponían inapelablemente a su presencia en la
mesa de negociaciones1.
Ese ya no era el caso para los delegados de las Provincias Unidas. Para ellos quedaban
ya muy atrás las duras negociaciones sobre los términos de los pasaportes que llevarían
los plenipotenciarios y que implicaban su reconocimiento como parte activa en las ne-
gociaciones, un cambio que solucionaba uno de los problemas que había hecho fracasar
intentos anteriores de pacificar la Europa arrasada por la que sería conocida posterior-
mente como Guerra de los Treinta Años. Ese fue el caso de las negociaciones auspiciadas
por el papa Urbano VIII en la ciudad de Colonia en 1638. Entonces, los delegados de
la Monarquía Hispana informaban al Cardenal Infante Fernando, entonces gobernador
en nombre de Felipe IV de los Países Bajos, de “la pretension de olandeses de que antes
de llegar a tratado alguno los reconozca Su Magestad por libres en el pasaporte que les
diere para ir a Colonia al tratado de paz general”, condición necesaria para sentarse como
iguales en la mesa de negociaciones. Como bien se señalaba, el gobierno de las Provincias

1
Los intentos de catalanes y portugueses de ser admitidos en las negociaciones en Münster han sido estudiados
por F. Sánchez Marcos, “The Future of Catalonia. A sujet brûlant at the Münster Negotiations” y P. Cardim,
“‘Portuguese Rebels’ at Münster. The Diplomatic Self-Fashioning in mid-17th Century European Politics”.
Ambos artículos están recogidos en H. Duchhardt (ed.), Der Westfälische Friede. Diplomatie – politische Zäsur
– kulturelles Umfeld – Rezeptionsgeschichte, Múnich, 1998, pp. 273-291 y 293-333 respectivamente.

– 113 –
Laura Manzano Baena

Unidas pretendía así, “antes de llegar al contrato, tener lo que principalmente pretenden
con la guerra”2 .
Sin embargo, apenas tres años después estas reticencias iban a quedar atrás, dado el
progresivo deterioro de la posición bélica de las dos ramas de la casa de Habsburgo. Esto
llevó a que en las reuniones en las que se debían fijar los preliminares de los que serían los
congresos de Münster y Osnabruck, acordados en la ciudad de Hamburgo en marzo de
1641, las Provincias Unidas lograran, con apoyo francés, ser incluidas entre los participan-
tes oficiales del Congreso. Obtenían así reconocimiento tácito de su independencia por
parte de los dos conglomerados territoriales gobernados por los Habsburgo, la Monarquía
Hispana y el Imperio, que hasta entonces no habían aceptado ni la separación de las Die-
cisiete Provincias de los Países Bajos en dos entidades políticas ni la independencia de la
República Holandesa3 por más que “muchos poderes extranjeros, reyes, príncipes y repú-
blicas, incluso el mismo Gran Turco” hubieran concluido desde 1609 numerosas “alianzas
y correspondencias” con las Provincias Unidas4. Se ponía así fin, al menos aparentemente,
a uno de los puntos más controvertidos, si no el que más, en toda negociación entre los
Habsburgo hispanos y los que estos consideraban sus súbditos rebeldes: la soberanía de
las Provincias Unidas.
No obstante, y por allanado que pareciera el camino cuando las negociaciones entre
los delegados neerlandeses y los plenipotenciarios hispanos comenzaron en enero de 1646,
las dificultades no tardaron en surgir, una vez más por la falta de entendimiento en dos
puntos fundamentales. Por una parte, lo que significaba conceder la soberanía –y la ex-
tensión territorial de la misma– a las Provincias Unidas5. Por otra, lo relativo a la libertad
de conciencia y de culto para los católicos que habitaban las llamadas tierras de la Ge-
neralidad, la franja de territorio que no pertenecía a ninguna de las Siete Provincias que
formaban la República y que, conquistadas por los ejércitos neerlandeses tras 1621, habían
sido previamente objeto de una profunda recatolización postridentina.

2
“Referido a la negociación de Colonia”, dirigido al cardenal infante [1638], Archivo Histórico Nacional
(AHN), Estado, 715.
3
Las negociaciones en Hamburgo no estuvieron, sin embargo, libres de tensiones en lo referido a los “títulos
y calificaciones” de los Estados Generales de las Provincias Unidas, que incluían obligar al Emperador a
referirse a ellos de la misma manera que a Venecia, haciendo especial hincapié en la necesidad de obliterar
el adjetivo fidelibus en cualquier referencia a la República neerlandesa. Lieuwe van Aitzema, Verhael van
de Nederlantsche Vreede handeling, La Haya, 1650, vol. 1, p. 527. Las Provincias Unidas habían rechazado el
apelativo “Nostris et Imperii Sacri Fidelibus Ordinibus” por parte del Emperador ya en 1623. J. Arndt, Das
Heilige Roemische Reich und die Niederlande 1566 bis 1658: politisch-konfessionelle Verflechtung und Publizistik
im Achtzigjaehrigen Krieg, Colonia, 1998, p. 85
4
Abtruck Einer auffgefangenen Jesuitischen Information Uber die Frage: Ob das H. Römishe Reich den Herrn Sta-
ten von Holland Die Neutralitet länger Vestatten soll oder nicht? Beneben einem furken und einfältingen Denen
anjetzt zu Cölln auff dem angestellten Compositionis oder Friedenstag Versambleten Ständen und Abgesandten/
auch sonsten Jedermänniglich zur sonderbahrer Nachricht auss gefertiget [s.l.: s.n.], 1637.
5
Las tensiones tanto en el campo de la teoría como en la práctica sobre los diferentes significados de lo que
significaba la cesión de soberanía tanto antes como durante las negociaciones de paz entre la Monarquía
Hispana y la República Holandesa son estudiadas por mí en L. Manzano Baena, “Negotiating Sovereignty:
the Peace Treaty of Münster, 1658”, History of Political Thought, 28 (2007), pp. 617-651.

– 114 –
Entre La Haya y Madrid. Los gobernadores oficiales en Flandes como mediadores políticos y culturales

En estos, como en otros aspectos relacionados con el largo conflicto que enfrentaba a
la Monarquía Hispana con los que aún consideraba miembros díscolos de la misma, los
“rebeldes” de los Países Bajos, encontrar un punto de encuentro resultaba prácticamente
imposible. Diferentes culturas e intereses políticos se unían para hacer que cada uno de
los puntos en disputa tuviera un significado distinto –en ocasiones, opuesto– para cada
uno de los bandos en conflicto, por más que en numerosas ocasiones se basaran en las
mismas fuentes y autoridades6. Ante la imposibilidad de reconciliar las posiciones de los
Estados Generales de las Provincias Unidas y las defendidas por Felipe IV y su entorno, el
papel de mediación de aquellos que, habiendo servido largos años a Felipe IV en Flandes
formaban en torno a 1646 parte de los círculos de poder madrileños, y de quienes, como
el marqués de Castel Rodrigo, ostentaban cargos de responsabilidad y gobernaban en
nombre del monarca los “Países Bajos obedientes” resultó fundamental para la firma de la
paz y, lo que resultó quizá de mayor importancia, para mantener la adhesión del sur de los
Países Bajos a la Monarquía Hispana pese los largos años de lucha y dificultades económi-
cas para mantener el ejército en la zona. Es el papel de algunos de ellos en las discusiones
sobre tres asuntos concretos –soberanía, religión y la conveniencia misma de firmar la
paz– y en lograr un acuerdo que parecía imposible lo que paso a analizar a continuación.

  

El primero de los asuntos no era sino la necesidad de alcanzar una paz con las Provin-
cias Unidas a cualquier precio, una opción que aquellos con larga experiencia en los Países
Bajos defendían desde décadas anteriores y más calurosamente durante la década de los
cuarenta, una vez Cataluña y Portugal rechazaron la autoridad de Felipe IV. Esas voces se
encontraban con la oposición de aquellos que mantenían que la paz podía ser más ruinosa
que la guerra, bien por la laxitud moral que inducía en los habitantes, bien recordando las
nefastas consecuencias que había tenido la Tregua firmada en 1609. Como consecuencia,
y para mantener el esfuerzo bélico y lograr ganar la guerra, aquellos que se oponían a la
paz apelaban a la reformación interna del rey y sus vasallos como medios para recobrar
el favor divino y obtener victorias sobre los herejes, continuando en la línea de Baltasar
Gracián, que afirmaba que la paz podía ser origen de mayor decadencia, ya que “no hay
mayores enemigos que el no tenerlos”7. Otros, por su parte, esperaban que, mediante el
envío de nuevas remesas de dinero y tropas de refresco, se pudiera dar un vuelco definitivo
a la situación en Europa8. Reforzaba estas actitudes la fe en estar defendiendo la religión

6
Estas divergencias, que resulta imposible discutir prolijamente en este trabajo, son el núcleo de Laura Manza-
no Baena, Conflicting Words. The Peace Treaty of Münster (1648) and the Political Culture of the Dutch Republic
and the Spanish Monarchy, Lovaina, 2011.
7
Baltasar Gracián, Político, 158, citado en X. Gil Pujol “Baltasar Gracián: Política de El Político”, Pedralbes, 25
(2005), pp. 117-182, p. 168.
8
No obstante, ya en 1619, Baltasar de Zúñiga consideraba la derrota total de las Provincias Unidas muy poco
probable, tanto por el poderío de la República como por sus alianzas con Francia, Inglaterra y los príncipes

– 115 –
Laura Manzano Baena

verdadera y el poder legítimo, razones por las que se esperaba que, con la ayuda de Dios,
“llegará el tiempo en que estos Gigantes rebeldes de Iupiter, hijos de la sangre venenosa
de la rebelion, seran fulminados, y enterrados debaxo de los montes de tierra que levantan
cada dia para contrastar al Cielo”9.
La respuesta a quienes aún deseaban creer en la recuperación del poder y del control
territorial de la Monarquía Hispana sobre la totalidad de los Países Bajos vino de aquellos
más familiarizados con la situación real de las Diecisiete Provincias. Así, personajes de la
importancia de fray Juan de San Agustín – que había sido confesor del Cardinal Infante
Fernando desde 1631 hasta la muerte de este como gobernador de Flandes – y Francisco de
Melo – gobernador general interino de los Países Bajos desde 1641 a 1645 – no dudaban en
recomendar al rey firmar un acuerdo dentro o fuera del Congreso de Münster a la mayor
brevedad, aprovechando sin demora cualquier oportunidad que se ofreciere para ello. Por
este motivo, el fraile agustino recordaba en el Consejo de Estado en mayo de 1645 –cu-
ando faltaba más de un año para que los delegados de las Provincias Unidas llegaran a la
ciudad de Münster– que “d. francisco de Mello a dicho i dice que tubo mui adelante i casi
aiustado el negocio de tregua” pero que, al haber “tenido orden que alçase la mano i sus-
pendiese, no se concluio i se perdio la ocasión”. Para evitar que se repitiese una situación
similar, el fraile aconsejaba, “si este negocio a de correr como emos menester i con la
brevedad de que se necesita”, firmar una “suspension de armas” lo antes posible, especial-
mente por parecerle “verosimil que a esto an de inclinar mas los olandeses”, más que a la
firma de una paz con la que, presumiblemente, la República Holandesa abandonaría toda
esperanza de acabar dominando la totalidad de las Diecisiete Provincias. Urgía así, según
fray Juan, ajustar la paz o la tregua sin demora, para evitar que “accidentes de guerra” o
nuevos problemas – como revueltas en otros territorios de la Monarquía – vinieran a de-
bilitar la posición de negociación de la Monarquía10.
Las palabras de fray Juan no constituían una novedad. Desde 1628 –momento en que
se iniciaron negociaciones relativamente informales entre las Provincias Unidas y la
Monarquía Hispana11– se iban incrementando las voces que, dentro de la Monarquía,
reclamaban la pronta firma de cualquier acuerdo que significase el cierre, temporal o de-
finitivo, del frente bélico en los Países Bajos. No obstante, hasta bien entrada la década de
los cuarenta del siglo xvii, los defensores de la paz con las Provincias Unidas contaban con
la oposición de aquellos que continuaban promoviendo una alianza y pacificación con

reformados del Imperio. J.H. Elliott, The Count-Duke of Olivares: the Statesman in an Age of Decline, New
Haven, 1986, p. 60.
9
Papel curioso sobre el govierno de la Monarchia, Turín, 1638, BNE, Mss/2370, f. 358v-359v.
10
“Lo que se le offreçe añadir a lo que voto en la consulta [del Consejo de Estado] de 12 deste azerca de avisado
con holandeses a fray Juan de San Agustín” el 15 de mayo de 1655; AHN, Estado, 720.
11
Sobre estas negociaciones, véase M.G. de Boer, Die Friedensunterhandlungen zwischen Spanien und den
Niederlanden in den Jahren 1632 und 1633, Groningen, 1898 y, más recientemente, J.I. Israel, en especial The
Dutch Republic and the Hispanic World, Oxford, 1982, pp. 223-259 y pp. 299-315, y también J. Boeren, “De
Vrede van Tilburg: een Gemiste Kans”, Tilburg. Tijdschrift voor Geschiedenis, Monumenten en Cultuur, 16, 1
(1998), pp. 3-9.

– 116 –
Entre La Haya y Madrid. Los gobernadores oficiales en Flandes como mediadores políticos y culturales

Francia –una Monarquía católica con la que se consideraba que era natural entenderse12–
para poder lanzar acto seguido nuevas campañas para dominar las Provincias Unidas, u
otras opciones menos habituales. Por un lado se planteaba una posible alianza matrimo-
nial que uniría a la infanta María Teresa con el rey de Francia, Luis XIV, a la que se daría
como dote los Países Bajos13, lo que provocaba inquietud en las Provincias Unidas, te-
merosas del poder de Francia14. Por otra se exploraban posibles vías para lograr un acu-
erdo con las Provincias Unidas que no implicase acuerdo con los Estados Generales,
cuyos miembros eran considerados por algunos consejeros de Felipe IV “personas viles”,
ya que no eran más que “mercaderes brassadores de cerveça”15. Esto llevó a que se contem-
plara la posibilidad de llevar a cabo negociaciones directas con el estatúder Federico En-
rique de Orange-Nassau, ya que desde diversos círculos de la Monarquía se consideraba
que sus crecientes aspiraciones dinásticas, reforzadas por el matrimonio de su hijo y
heredero con la mayor de las hijas de Carlos I de Inglaterra, le llevarían a aceptar varias de
las provincias que formaban la República como feudos concedidos por Felipe IV o por el
emperador, aceptando así someterse a la autoridad de los Habsburgo, a cambio de co-
laborar en la pacificación y sumisión a la Monarquía Hispana del resto16.
Ante el fracaso por diversos motivos de estas opciones, el poner fin a la guerra con
las Provincias Unidas se convirtió en objetivo prioritario a partir de 1645, no solo gracias
a los esfuerzos de aquellos que conocían bien la situación en los Países Bajos, sino tam-
bién como consecuencia del creciente convencimiento entre los consejeros de Felipe IV
y de reputados teóricos al servicio de la Monarquía de que la guerra de los Países Bajos
era origen de todos los males que asolaban la Monarquía Hispana y el frente por el que
todos los enemigos la atacaban. Así, el que fuera capellán de María de Austria, hermana
de Felipe IV, y obispo de Puebla, Juan de Palafox y Mendoza señalaba cómo las guerras de
Flandes eran las que más habían contribuido a la ruina de la Monarquía. Las Provincias

12
Un ejemplo de esta actitud es la demostrada por Juan de Jáuregui en su Memorial, escrito en el contexto de la
declaración de guerra por parte de Francia en 1635 y en abierta polémica con la Carta al serenissimo, muy alto y
muy poderoso Luis XIII, rey christianissimo de Francia de Francisco de Quevedo. Jáuregui, poeta y pintor, viejo
conocido de Olivares de la época de Sevilla, afirmaba – pese al contexto bélico – que al “Rey Cristianissimo le
suponemos forçoso ermano en Religión i sangre”, al que se “espera reduzirle amigo, o lo es ya en su ánimo”.
J. de Jáuregui, Memorial al Rey Nvuestro señor […] Ilustra la singula onra de España: aprueva la modestia en los
escritos contra Francia, i nota una carta embiada a aquel Rey, s.l., s.n., s.a. [1635]
13
Las discusiones sobre este asunto ocuparon al Consejo de Estado durante la década de los cuarenta del
siglo xvii. Véanse diferentes legajos conservados en el Archivo General de Simancas (AGS), sección Estado,
como 2251 o 2256.
14
Ejemplos de esa inquietud se encuentran en numerosos panfletos publicados en la República Holandesa
como Munsters praetje. Deliberant Dum fingere nesciunt, s.l., s.n., 1656, y Observatien op de brief van A. de
Bruyn, Deventer, 1657 (atribuido a Adriaen Pauw).
15
“Para dar mayor claridad de la intencion de los hollandeses o estados generales tocante a la tregua” (1655);
AHN, Estado, 720.
16
Esta posibilidad se discute, entre otros documentos, en una “Carta de Felipe IV al Marqués de Castel Rodri-
go”, 11 de mayo de 1642, AGS, Estado 2283; en la “Instrucción dada por Felipe IV al secretario Galarreta”, 9
de marzo de 1643, en Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España (Codoin), t. 59, pp. 207-213;
otra “Carta de Felipe IV al Marqués de Castel Rodrigo”, 13 de diciembre de 1645, AGS, Estado 2251; etc. Un
análisis sucinto y muy negativo de este intento de acuerdo se encuentra en J.I. Israel, The Dutch Republic and
the Hispanic World, pp. 351 y ss.

– 117 –
Laura Manzano Baena

Unidas, tan inferiores en poder a las fuerzas de los Habsburgo, no habían sido sino la
máscara bajo la que se ocultaban todos los enemigos de la Monarquía, desde el Impe-
rio hasta Inglaterra pasando por Italia17. Estas consideraciones llevaron a muchos en el
gobierno de la Monarquía a considerar que solo poniendo fin a la enfermedad primera
podrían curar todos los demás males de la monarquía. Estas voces se iban sumando a las
de aquellos que conocían bien la situación de los Países Bajos, como el prestigioso Am-
brosio Spínola, y que desde el annus horribilis de 1628 veían claro que, o bien se aseguraba
una mayor provisión de fondos para mantener la guerra ofensiva contra la República
Holandesa, o se ponía fin a las hostilidades. Pese a los esfuerzos de la archiduquesa Isabel
Clara Eugenia las negociaciones de paz no fructificaron, ya que acabó prevaleciendo la
opinión del conde duque de Olivares y de otros miembros del Consejo de Estado que,
desde Madrid, veían factible ganar la guerra18. Se envió para asistir a la archiduquesa en el
empeño de ganar la guerra al joven marqués de Aytona, quien no pudo sustraerse al efecto
que provocaba la realidad de los Países Bajos. Así, si en 1629 se mostraba convencido de
que se podían lograr sustanciales victorias contra la República, solo dos años más tarde se
sumaba a Isabel Clara Eugenia en recomendar la aceptación de una tregua como medio
para evitar descalabros mayores19. La situación se repitió tras la llegada como gobernador
general de Flandes del Cardenal Infante quien, tras los avances logrados en la campaña
de 1635, inició, por propia iniciativa, conversaciones para suspender las hostilidades con el
estatúder Federico Enrique, conversaciones que no fueron aprobadas en Madrid. Desde
allí el conde duque, reforzado por el parecer expresado por Pieter Roose –presidente del
Consejo Privado desde 1632 y el único entre los miembros del “gobierno español” en Bru-
selas radicalmente opuesto a la paz– creía factible mantener abierto el doble frente contra
Francia y la República, además de los compromisos bélicos en el Imperio. Los hechos
eran, sin embargo, tozudos y durante ése y los años sucesivos, tanto el Cardenal Infante
como su confesor fray Juan de San Agustín y el marqués de Mirabel veían cada vez más
necesario poner fin al conflicto20.
Después del estallido de las revueltas en Portugal y Cataluña, ese convencimiento fue
creciendo por momentos. Los dos gobernadores generales interinos que se sucederían
hasta la firma de la Paz de Münster, Francisco de Melo y el marqués de Castel Rodrigo,
apoyaron desde su llegada a Flandes la consecución de una paz, prefiriendo la suspensión
de armas con las Provincias Unidas a la negociación con Francia. Sus esfuerzos e informes,
ayudados por derrotas como la sufrida por Melo en Rocroi, tuvieron como consecuencia
que el mismo Felipe IV acabara haciendo especial hincapié en una carta dirigida al mar-
qués de Castel Rodrigo de febrero de 1646, cuando ya estaban en marcha los congresos de

17
J. de Palafox y Mendoza, Juicio interior y secreto de la Monarquía para mí solo (1665), apéndice documental
a José María Jover Zamora, “Sobre los conceptos de Monarquía y nación en el pensamiento político español
del siglo xvii”, Cuadernos de Historia de España, XIII (1950), pp. 138-150 y 152.
18
R. Vermeir, En estado de guerra. Felipe IV y Flandes, 1629-1648, Córdoba, 2006, pp. 4-5 y 21.
19
Ibidem, pp. 69-70.
20
Ibidem, pp. 130-135 y p. 169.

– 118 –
Entre La Haya y Madrid. Los gobernadores oficiales en Flandes como mediadores políticos y culturales

paz en Münster y Osnabruck, en la necesidad “(obligado de la suma estrecheza de todas


las cosas) [de] que se haga la Paz o tregua con las condiciones menos perjudiciales que
se puedan obtener”21. Pocos meses más tarde el rey reiteraba, en carta dirigida al conde
de Peñaranda, plenipotenciario para las negociaciones de paz, la necesidad de que no “se
dilate la conclusion y effetuaçion del tratado en que haueis de poner todo esfuerzo para
llegar al fin de manera que (mediante el fauor de Dios) nos desembarazemos de essa par-
te”. Felipe IV insistía además en “que las declaraciones de quedar con Holandeses en Paz
segura sean de tal manera, que no les quede asidero, ni interpretaçion para cargar con sus
fuerzas a fauor de los otros nuestros enemigos, so color de ligas, alianzas o otros tratados
que tengan entre si mas que con todo sinceridad y religiosamente se obserue el tratado
que se hiziere sin buscar pretextos para usar mal del”. Después de largas décadas de dudas
sobre la conveniencia o no de terminar el conflicto con la República Holandesa, las pala-
bras de Felipe IV no dejaban lugar a dudas sobre el cambio de opinión del monarca, que
apremiaba a que la paz se concluyera lo antes posible, afirmando que la negociación “sera
conuenientissimo que se abreuie todo lo posible porque cada dia son mayores los aprietos
que obligan a desearlo y procurarlo”. La firma de una paz separada con las Provincias
Unidas “daria para salir de los otros aprietos con mas ventajas que si concurriese con ella
el ajustamiento general y yo me inclino a çeder en esta parte, pudiendose esperar que por
tal medio, se façilite el dar reposo a la christiandad que es lo que deseo principalmente”22.
A este convencimiento por parte de Felipe IV de que solo mediante la firma de una
paz o tregua con la República Holandesa podían comenzar a solucionarse los problemas
de la Monarquía, al que tanto habían contribuido los informes de Castel Rodrigo, Melo
y del mismo Peñaranda, se unía otra certeza, también expresada desde antes y con mayor
claridad por aquellos con más experiencia en Flandes. Esta no era sino la imposibilidad
práctica de que la Monarquía Hispana obtuviera de nuevo el dominio sobre las provincias
del norte tras la firma de la tregua de 1609. Así, Henri Teller –canónigo de la iglesia de
Santa Gudula en Bruselas y capellán de honor del Cardenal Infante hasta su muerte– afir-
maba en 1645, no sin cierta desesperación, que la paz o la tregua eran inevitables y que más
valía no demorarse en discusiones teóricas sobre la soberanía, ya que el título de conde
de Holanda y Zelanda, duque de Gueldres y Señor de Frisia, Overijssel y Groninga “a Su
Magestad le vale tanto como el titulo de Rey de Jerusalem y Duque de Neopatria”23, esto
es, nada.
  

21
Carta al marqués de Castel Rodrigo, 2 de febrero de 1646; AGS, Estado, 2254.
22
Carta al conde de Peñaranda sobre la plenipotencia enviada para continuar el tratado con Holandeses, Za-
ragoza, 7 de junio de 1646; AGS, Estado, 2255.
23
Carta de Henri Tailler (o Teller), 15 de diciembre de 1645; AHN, Estado, 715. Los títulos de “duque de Atenas
y Neopatras” hacían referencia a las posesiones logradas durante la expansión aragonesa en el Mediterráneo
en el siglo xiv y que Felipe IV conservaba aún cuando los territorios que supuestamente correspondían a los
mismos se habían perdido mucho tiempo antes.

– 119 –
Laura Manzano Baena

El convencimiento de lo necesaria que era la firma de una tregua o una paz no era, sin
embargo, suficiente. Como ya he mencionado, las discusiones sobre el reconocimiento
de la soberanía de las Provincias Unidas, su extensión y la irrevocabilidad de dicho re-
conocimiento fueron puntos repetidamente discutidos tanto en las negociaciones entre
delegados hispanos y neerlandeses como en numerosos consejos de estado, tanto en Ma-
drid como en Bruselas. Lo desesperado de la situación bélica y financiera no bastaba para
obviar las discusiones en puntos que resultaban fundamentales para la concepción política
y la idea de autoridad de la Monarquía Hispana. Una vez más, a partir de 1641, quienes
ostentaban el poder “español” en Bruselas y los plenipotenciarios en Münster tendrían
que dedicar sus esfuerzos, si no a convencer a Felipe IV de la necesidad de poner fin a
la guerra, a reconciliar las posturas de Madrid con la realidad de los hechos en los Países
Bajos, algo que, en lo relativo a la cesión de soberanía, venía siendo problemático desde
hacía décadas.
Así, en las negociaciones mantenidas entre los enviados de la gobernadora de los
Países Bajos, la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, y los del príncipe de Orange y los
Estados Generales en los meses previos al sitio de Bois-le-Duc o Bolduque en 1629, tanto
Olivares como otros miembros de la Junta de Estado, consideraban inconcebible una paz
en la que no se reconociera de un modo u otro, y expresamente, alguna forma de dominio
de Felipe IV sobre las Provincias Unidas. De tal manera, Olivares esperaba que “los ho-
landeses” aceptaran que Felipe IV mantuviera “el titulo que se propone de protector per-
petuo, añadiendo lo de soberano en primer lugar, como digamos soberano protector (o
protector perpetuo y soberano) y en esto se ha de estrivar por ultimo medio, pues aunque
ellos sientan lo soberano, lo primero lo deven reconoçer, y lo segundo aquí esta puesto de
manera que lo puedan entender ellos con equibocaçion y consolarse con ella”24. Además,
el conde duque esperaba “que ningun Principe Cristiano admitira mas embaxadores (con
esse nombre) desta gente y tambien se podria creer que ellos resueltos a la paz con su Ma-
gestad y asentada una vez no cuydarian de mas que tener consules para sus comercios”25.
Ante esto, voces de personajes experimentados en Flandes avisaban, con razón, de que
“los holandeses” jamás se avendrían a estas razones, como señalaban primero el obispo
presidente del Consejo de Flandes, Iñigo de Brizuela, que anteriormente había sido con-
fesor del archiduque Alberto, una opinión a la que se adhería el marqués de los Balbases,
Ambrosio Spínola. Don Agustín de Mexía, que, como Spínola, era un experimentado mi-
litar en Flandes, afirmaba por su parte, y pese a la insistencia del conde duque en defender
lo contrario, “que en ninguna cosa perderian mas la soberania, que en conçeder esto” y
que, por tanto, jamás lo aceptarían26. Pese a su conocimiento de la realidad de la situación
en los Países Bajos, los pareceres de Spínola, Brizuela y Mexía no fueron escuchados. Ade-
más, a la falta de acuerdo en este y otros puntos, se sumaron la toma de la flota de Indias

24
Junta de Estado, 10 de abril de 1628; AHN, Estado, 720.
25
Ibidem.
26
Ibidem.

– 120 –
Entre La Haya y Madrid. Los gobernadores oficiales en Flandes como mediadores políticos y culturales

por Piet Hein y la de Bolduque por el estatúder, pérdidas que hicieron imposible un alto
el fuego o una tregua entre la Monarquía Hispana y las Provincias Unidas. El problema
quedaba así en suspenso, para resurgir al comenzar las negociaciones en Münster.
Como ya he mencionado, los pasaportes de los delegados de las Provincias Unidas
y los preliminares acordados en Hamburgo reconocían, más o menos tácitamente, “la
libertad”, esto es, la soberanía, que ostentaban los Estados Generales sobre la República.
No obstante, al comenzar las negociaciones tomando como punto de partida la tregua
de 1609, la primera petición de los enviados neerlandeses concernió, una vez más, el reco-
nocimiento de la soberanía de la República. Y, por más que resulte paradójico, se partía de
cero, pues ya no eran válidos los argumentos a los que había recurrido Francisco de Melo
y que habían llevado a Felipe IV y a su Consejo de Estado a aceptar que las plenipotencias
que llevaban Peñaranda, Brun y Joseph Bergaigne, arzobispo de Cambrai reconocieran
a las Provincias Unidas como “libres y soberanas”. En ese momento, la principal razón
aducida había sido el no obstaculizar las negociaciones antes de que empezaran realmen-
te, recordando “que se controvirtio en la tregua pasada [de 1609] con tanta porfia esta
clausula” y confiando en que ya habría tiempo durante las negociaciones de alterar dicha
concesión y obtener un trato menos desfavorable27. Además, como señalaba persuasivo
Melo, “si la tregua con Holanda no se ajusta queda retirada la plenipotencia sin riesgo de
la soberania”28, un parecer con el que coincidía el marqués de Leganés, quien recordaba
que los “olandeses tienen oy todo aquello de que necessitan para la estimacion de libres
general y particularmente en el mundo con todos los Principes del”29. Al comenzar las
negociaciones propiamente dichas, sin embargo, los argumentos de que se cedía para no
demorar las negociaciones habían perdido validez y tanto los delegados en Münster como
los consejeros de Felipe IV se enfrentaban a nuevas ramificaciones del ya viejo problema.
Así, cuando la primera pretensión de los delegados neerlandeses no fue otra que ob-
tener el reconocimiento perpetuo de la independencia y soberanía de las Provincias Uni-
das, sin limitar dicho reconocimiento al tiempo estipulado para la duración de la tregua
que se estaba negociando –como sí había sido el caso en la negociación de la Tregua de
1609–, la discusión sobre los términos de la soberanía neerlandesa volvió a centrar los
debates del Consejo de Estado en Madrid30. Ni el rey ni sus ministros podían dejar de as-
ombrarse ante lo que denominaban la insolencia de los enviados de las Provincias Unidas,
especialmente considerando las negativas consecuencias que se adscribían a la tregua de
1609. De tal manera, cuando en septiembre de 1646 llegaban a Madrid noticias de las de-
mandas de los representantes de las Provincias Unidas, en la Junta de Estado –que contaba

27
“Carta del Conde de Peñaranda sobre la plenipotencia enviada para continuar tratando con los Holandeses”,
Zaragoza, 7 de junio de 1656; AGS, Estado, 2255.
28
“Opinión de D. Francisco de Melo sobre la plenipotencia para el tratado con los Holandeses en el punto de
libres”, 1 de junio de 1656; AGS, Estado, 2255.
29
“Opinión del Marqués de Leganés”, 1 de junio de 1646; AGS, Estado, 2255.
30
Para un análisis más detallado sobre los términos en los que se produjo ese debate véase L. Manzano Baena,
“Negotiating Sovereignty”, pp. 621-622.

– 121 –
Laura Manzano Baena

con la presencia de Felipe IV– se reconocía que “mucho de lo expresado en los Capitulos
de [la nueva] Tregua con olanda es digno de reparo”. Una vez más se recordaba que solo
“la trauajosa constituccion de los tiempos pueden hazerlo tolerable, particularmente la in-
troduçion del papel en que tan estendidamente se declaran por libres y soberanos aquellas
Prouincias”. Pero, por más que doliera, se reconocía que, en la situación que atravesaba
la Monarquía Hispana “no se esta en estado de variarlo”. Como única solución, sugería
que al conde de Peñaranda, que había aceptado de manera preliminar la declaración de
las Provincias Unidas como libres y soberanas, se le indicara lo duros que se consideraban
para la Monarquía Hispana los términos en los que se estaba desarrollando la negociación
“pero no para rebocar nada de lo hecho” si no fuera “que al conde se le ofrezca medio de
mejorarlo”31.
Siguiendo estas instrucciones, se remitió una carta al conde de Peñaranda en la que
se afirmaba que, “si bien la Plenipotencia que pedistes y se os imbio confiesa lo mismo,
pareze que vos presupusistes que esto se ordeno a façilitar el ingreso del negoçio, y que no
seria menester espeçificar tanto la libertad pretendida”. Solo si “con aquellas palabras” se
hubiera evitado “el riesgo y peligro de las Prouinçias obedientes en esta campaña respecto
de los mismos Holandeses y sus intereses”, hubieran merecido la pena las concesiones.
Sin embargo, “no se hauia conseguido el fin que obligo a venir en todo lo que querian,
consideraciones que hazen mucho mas duro el sentido, y effecto de aquellas palabras”. No
obstante, proseguía la carta, “quanto quiera no se esta en estado de variar lo ya hecho”, se
tenía que continuar en la misma línea “si no fuese en casso de offrezerseos algun medio de
mejorarlo”32. Como bien sabemos, no se ofreció ningún medio y, lo que es más, durante
los meses de agosto y septiembre de ese mismo año de 1646 todo contribuyó a hacer esas
cesiones más permanentes, al acercarse la posibilidad de convertir la tregua que se estaba
negociando en una paz, con lo que esto implicaba en lo relativo a la mayor irrevocabilidad
de las concesiones realizadas. Esto fue señalado explícitamente por uno de los miembros
del Consejo de Estado en Madrid, el conde de Castrillo, para el que no cabía duda de que
la firma de una paz en lugar de una tregua sería mucho más perjudicial para los derechos
de Felipe IV, no solo por la pérdida de reputación que implicaba, sino porque “no se pue-
de negar que fuera más conveniente tregua que justifica retención de lo que se tiene por
la guerra y da mas deçente color que paz, donde se llega a capitular adquisición irreboca-
ble de lo conquistado si se hubiese de observar la letra de los contratos”33. No obstante,
las mismas consideraciones que habían llevado a Felipe IV y sus consejeros a aceptar las
exigencias de la República en la redacción de las plenipotencias, hicieron que los demás
miembros del Consejo de Estado y el mismo rey se inclinaran a favor de lo que todos

31
“Consulta de la Junta de Estado”, Zaragoza, 10 de septiembre de 1646; AGS, Estado, 2255.
32
“Carta al Conde de Peñaranda. Respuesta sobre la tregua con Holanda”, Zaragoza, 16 de septiembre de 1646;
AGS, Estado, 2255.
33
“Consulta del Consejo de Estado sobre la conveniencia de convertir en paz la tregua con Holanda”, Zara-
goza, 28 de octubre de 1646; AGS, Estado 2066.

– 122 –
Entre La Haya y Madrid. Los gobernadores oficiales en Flandes como mediadores políticos y culturales

consideraban una paz poco honrosa, por más que se tomaran medidas para dejar abierta
la posibilidad de revertir esas concesiones en el futuro34.
A la hora de alcanzar esta decisión habían sido determinantes las opiniones y los con-
sejos tanto de Melo como del conde de Peñaranda y del marqués de Castel Rodrigo,
quienes contribuyeron a hacer ver más que nadie la imposibilidad de volver atrás en ese
punto. Como había señalado el marqués de Castel Rodrigo en los momentos en los que
se debatía la posible conversión de la tregua en paz, el único remedio a los males de la
Monarquía era “la paz á cualquiera precio que se pueda tener”, por deshonrosa que fuera.
El marqués continuaba señalado que, si viera “alguna esperanza de mejoría, diez veces
muriera antes que aconsejar que se firmase la que se nos propone, mas aconsejar lo con-
trario en el estado que nos hallamos, creo que es lo mismo que decir que Su Majestad se
acabe de perder, y así tendría por mal vasallo suyo el que la detuviese si se puede conseguir,
aunque con estas condiciones”35.
No obstante, las negociaciones estuvieron a punto de fracasar en otro punto en el que
religión y soberanía se entrecruzaban, afectando así no solo a la Monarquía Hispana sino
también al papado. Al tocar esos asuntos, incluso aquellos que como Peñaranda más ha-
bían insistido en la firma de la tregua o la paz llegaron a considerar el acuerdo imposible.
En esa situación, no fueron los ministros y militares más experimentados en Flandes quie-
nes más contribuyeron a salir del impasse, sino otros personajes de reconocida experiencia
en Flandes, los altos dignatarios eclesiásticos en las provincias obedientes.

  

Una vez que el problema de la soberanía de las Provincias Unidas había sido más o
menos resuelto, las negociaciones continuaron su curso. Para finales de 1646 los envia-
dos hispanos y neerlandeses se felicitaban por el acuerdo alcanzado en todos los puntos
que sus respectivas plenipotencias les permitían negociar. Algunos asuntos, no obstante,
necesitaban mayor clarificación, por lo que cuatro de los delegados neerlandeses volvie-
ron a la República en febrero de 1647 para obtener instrucciones más claras36. Una de
las cuestiones a determinar se refería al tipo de dominio –independencia absoluta o con
algún grado de dependencia, tanto en lo jurídico como en lo eclesiástico– que ejercía la
República sobre la llamada Mayería de Bolduque. Definirlo y lograr el reconocimiento
de la Monarquía Hispana a ese dominio de manera explícita en el texto del tratado era no
solo crucial sino complejo, como muestran las extensas discusiones que había motivado el
asunto en el Consejo de Estado en Bruselas durante 163137. Al igual que el reconocimiento

34
Sobre esas posibilidades, véase L. Manzano Baena, “Negotiating Sovereignty”, pp. 639-650.
35
“Carta del Marqués de Castel Rodrigo”, 22 de octubre de 1646, en Codoin, t. 82, pp. 538-539.
36
Los informes presentados por los plenipotenciarios de la República Holandesa se encuentran recogidos en
“Rapport des quatre Plenip. des Estats veniz de Munster a la Haÿe par la quell est donné la raison de leur be-
soign et signature du traité”, 11 de febrero de 1647; Archives Générales du Royaume (AGR), Audience, 1088.
37
“Consulta del Consejo de Estado en Bruselas”, 12 de marzo de 1631; AGR, Audience, 1525-6

– 123 –
Laura Manzano Baena

de la soberanía de las Provincias Unidas, en Münster la discusión tomaba un nuevo cariz


al tratarse en esta ocasión –una vez se había acordado negociar una paz perpetua en lugar
de una tregua– de un acuerdo que, en teoría, no iba a estar limitado en el tiempo.
Por una parte, los enviados neerlandeses reclamaban desde 1630 que la Mayería fuera
reconocida como dependiente en su totalidad de la ciudad de Bolduque y, por tanto,
propiedad de quien poseyera la ciudad38. Además del control financiero del territorio,
otras razones contribuían a que las disputas fueran más difíciles de resolver. Si la Mayería
pasaba a formar parte de la República, la situación de los católicos y la propiedad de las
iglesias tendrían que ser reguladas por los edictos emanados por los Estados Generales. El
mantenimiento de la libertad, no de conciencia –que estaba asegurada por esos mismos
edictos y por la Unión de Utrecht– sino de culto, y la propiedad de las iglesias por parte de
los católicos era, por tanto, poco probable. Además, desde la toma de Bolduque en 1629,
el número de católicos en las Provincias Unidas era tal que no podía ser ignorado en las
negociaciones de paz. No era posible sostener, como había hecho el duque de Lerma du-
rante las últimas fases de la negociación de la tregua de 1609, que eran pocos los católicos
que habitaban las tierras de la República39.
Pero la toma de Bolduque no fue la única razón por la que el destino de los católicos
cobró importancia en las negociaciones. Incluso antes del asedio y posterior caída de la
ciudad, Olivares sostenía que la libertad de culto para los católicos tenía que ser una de las
exigencias principales en cualquier negociación con la República. Los católicos neerland-
eses tenían que obtener algún beneficio por el tratado. En sus propias palabras, pronun-
ciadas en 1628, “el uso de la religion oy le tienen [los católicos] en olanda y no teniendo
los catholicos Iglesias no vendrian a medrar cossa considerable por este tratado”. Como
señalaba a Felipe IV, esto sería especialmente grave “haviendo su Abuelo de V.M. perdido
aquellos estados por no haver permitido libertad de conciencia” por lo que, continuaba el
conde duque, “si V.Mag no sacase cosa particular en esta ocasion que haze paz con olan-
deses en fabor de los Católicos, juzga que seria mucha la reputaçion que V. Mag perderia
en el mundo y seria muy inutil a la religion el dia que no se viesen Iglessias [católicas]
en Olanda”40. Una vez más, tanto durante las negociaciones mantenidas en torno a 1630
como en las que tuvieron lugar en Münster, las voces de aquellos que conocían bien la
situación en Flandes y en la Mayería fueron cruciales para que este punto no impidiera
la firma de la paz. Personajes como Iñigo de Brizuela, en calidad de presidente del Con-
sejo de Flandes, contribuyeron a desmontar mitos que obstaculizaban el acuerdo, como
que los católicos en las Provincias Unidas practicaban su culto temiendo ser castigados.

38
“Escrito de los diputados de los Estados de Holanda”, 7 de marzo de 1631; AGR, Audience, 1525-6.
39
P.C. Allen, Philip III and the Pax Hispanica, 1598-1621. The Failure of Grand Strategy, New Haven, 2000, p.
231.
40
Junta de Estado “Sobre lo que contiene el incluso papel que ha hecho el conde duque en razon de los con-
ciertos que se podrian hazer con holandeses”, 10 de abril de 1628; AHN, Estado, 720.

– 124 –
Entre La Haya y Madrid. Los gobernadores oficiales en Flandes como mediadores políticos y culturales

Brizuela aconsejaba por tanto al rey considerarse satisfecho si la tregua o la paz aseguraba
a los católicos la libertad de conciencia y el culto privado de su religión41.
Sin embargo, la situación en la década de los cuarenta presentaba diferencias que in-
validaban en parte los argumentos de Brizuela. Si bien las demandas de libertad de culto
para los católicos en las Provincias Unidas podían ser soslayadas siguiendo ese razon-
amiento, la situación en la Mayería era diferente, incluso a la altura de 1646. Peñaranda
era consciente de que en modo alguno se podía entonces conseguir la libertad de culto
público –esto es, con iglesias católicas públicas– en las Siete Provincias, una imposibilidad
de la que informaba al nuncio papal en Münster, Fabio Chigi, al que recordaba que si en
1609, cuando la situación era mucho más favorable a los intereses de la Monarquía His-
pana y se contaba con el apoyo francés para la consecución del acuerdo, los neerlandeses
se habían negado a dicha petición, mucho menos iban a aceptarla en 1646 en Münster42.
Conscientes de su fuerza, y sin intención alguna de permitir que los católicos man-
tuvieran la posesión de las iglesias excepto en los lugares en los que se hubiese así deter-
minado en los acuerdos alcanzados para la rendición de las ciudades, como en el caso
de Maastricht, los enviados neerlandeses esperaban forzar a Felipe IV a través de sus
plenipotenciarios a renunciar cualquier demanda que pudiera querer presentar a favor
de los católicos y del mantenimiento de iglesias de su propiedad, asegurando a cambio la
libertad de conciencia para todos los católicos. Esperando impedir la intervención futura
del papa liberando a los católicos de su sumisión al gobierno de la República y solventar
de una vez por todas el problema del dominio neerlandés sobre la Mayería de Bolduque,
los Estados Generales decidieron exigir en Münster la concesión de la soberanía, no solo
temporal sino también espiritual sobre la Mayería.
Esta demanda provocaría un duro debate en los círculos de poder de la Monarquía
Hispana y pondría de manifiesto las profundas diferencias que existían entre la República
y la Monarquía Hispana en lo relativo a la relación de religión y gobierno político. En
tanto que para los gobernantes de la República resultaba obvio que la soberanía que te-
nían sobre las siete provincias incluía lo espiritual, y que esto había sido reconocido por
la monarquía al darles el título de “libres y soberanas”, para la Monarquía Hispana, como
para el resto de territorios católicos, los poderes temporales en ningún caso podían asumir
el poder espiritual sin convertirse en herejes –como había quedado suficientemente claro
en el debate subsiguiente a la publicación del Act of Allegiance por parte de Jacobo I de
Inglaterra, en el que había desempeñado un papel crucial el influyente teólogo neoesco-
lástico Francisco Suárez. Ante esas demandas, los plenipotenciarios españoles Peñaranda,
Brun y Bergaigne intentaron por todos los medios persuadir a los enviados de la República

41
“Opinión de Fray Iñigo de Brizuela”, AHN, Estado, 720. J.I. Israel afirma que el hecho de que los ecle-
siásticos defendieran una actitud más conciliadora en temas de religión que Olivares demuestra que el conde
duque empleaba ese asunto como simple pretexto para obstaculizar la firma de la tregua. J.I. Israel, The Dutch
Republic and the Hispanic World, p. 226.
42
“Carta de Chigi a la Segreteria di Stato”, 8 de junio de 1646; Archivio Vaticano, Nunziatura Paci, 20. Citado
por J.J. Poelhekke, De Vrede van Munster, La Haya, 1948, p. 275.

– 125 –
Laura Manzano Baena

lo inaceptable de dicha proposición para un monarca católico, convenciendo a los Estados


de Holanda de que en agosto de 1646 aceptaban que la soberanía espiritual pertenecía al
papa según los católicos y que era este quien debía renunciar a ella43– pero no así a los
de Zelanda y Utrecht44. Fue el punto de vista de estas dos provincias el que presentaron
finalmente los plenipotenciarios de la República en Münster, haciendo peligrar más que
nunca la paz, ya que defensores acérrimos del acuerdo como Peñaranda consideraban esa
demanda fuera de toda lógica. Así, el conde escribía en septiembre de 1647 al marqués de
Castel Rodrigo que “si olandeses persisten en pedir que el Rey ceda lo espiritual que no
tiene” no habría modo de continuar la negociación, añadiendo que “quando se rompa por
iniquidad semejante, Dios podra y querra descubrir muchos medios con que el Rey quede
mexor y se arrepientan los holandeses”45. Pero, finalmente, tanto Peñaranda como Feli-
pe IV y sus consejeros se vieron forzados a admitir la imposibilidad de obtener la libertad
de culto para los católicos incluso en la Mayería y a darse por contentos con que no se hi-
ciera referencia alguna a la soberanía espiritual en el texto del tratado46. Quienes conven-
cieron a Felipe IV a ceder en lo tocante a la religión pese a la oposición a concesiones en
este punto por quienes más habían argüido a favor de la guerra fueron, paradójicamente,
los teólogos que ocupaban cargos eclesiásticos en los Países Bajos y a los que el monarca
había convocado en junta para dar o no su visto bueno a la paz.
Las consultas a obispos y arzobispos con cargos en Flandes para que aprobaran las
decisiones tomadas por Felipe IV y sus consejeros cuando el ejercicio de la política tocaba
directamente a la religión no eran en absoluto una novedad, como tampoco lo era el que
los eclesiásticos con experiencia en Flandes se mostraran más conciliadores en temas de
religión que otros consejeros del monarca. Además del parecer de Íñigo de Brizuela du-
rante la negociación de una tregua en 1628 mencionado anteriormente, en lo relativo a la
Mayería se venían contando con ejemplos de esa actitud más moderada de los religiosos
desde la década de 1630. Así, al poco de la pérdida de Bolduque, el arzobispo de Malinas
y los obispos de Gante, Namur, Amberes e Ypres, en una decisión confirmada por “los
doctores y profesores de la Facultad de Teología de la universidad de Douay”, aconsejaban
al rey “tolerar algunos ministros herejes en la Mayoria de Bolduque, a fin de que los católi-
cos de la dicha Mayoria y de otras partes controversas puedan gozar del exercicio de la
43
L. van Aitzema, Verhael, vol. 2, p. 255.
44
Los argumentos de los Estados de Zelanda para reclamar la cesión de la soberanía espiritual se encuentran
detallados en Advys van de Gecommitteerde der Ed: Mog: Heeren Staten van Zeelandt/ ter Vergaderinge van
de Ho: Mog: Heeren Staten Generael. Nopende het Temperament inde Religions Saecken, inde Meyerye van den
Bosch, Marquisaet van Berget, &c. In haer Ho: Mog: Vergaderinge Over-gelevert op den 21 Januarij 1657. ende by
deselve Gecommitteerde in Compentente getale Onderteyckent, s.l., s.n., 1647. Este discurso de los diputados de
Zelanda ante los Estados Generales estaba impreso, según rezaba la portada, “para los amantes de la libertad”
y para demostrar cómo el gobierno de Zelanda “defendía de corazón la religión durante las negociaciones
de paz”.
45
“Copia de capítulo de carta del Conde de Peñaranda para el Marques de Castel Rodrigo”, Münster, 30 de
septiembre de 1647; AGR, Conseil d’Etat, 948.
46
En lograr este compromiso fueron decisivos los esfuerzos de la provincia de Holanda, como señalaba Phi-
lippe le Roy al archiduque Leopoldo Guillermo desde La Haya el 2 de diciembre de 1647; AGR, Conseil
d’Etat, 953.

– 126 –
Entre La Haya y Madrid. Los gobernadores oficiales en Flandes como mediadores políticos y culturales

Religion Católica”. Esta decisión fue confirmada, tras examinarse a petición de Francisco
de Melo, en los años transcurridos entre 1636 y 1647 por los eclesiásticos y los miembros
de la facultad de teología de la universidad de Lovaina. Pero, en 1647, como reconocían
los mismos eclesiásticos consultados, el problema había ganado en complejidad. Ya no se
trababa de tolerar o “disimular” la predicación de herejías, sino de permitir a los herejes
el control, no solo de “los bienes eclesiásticos” sino incluso de obstaculizar el acceso por
parte de los católicos a los sacramentos. Los clérigos consultados comparaban así el drama
de la monarquía, que se veía forzada a rendir “ciudades llenas de católicos” sin preservar
expresamente “lo espiritual” en los Países Bajos, con la situación de las ciudades “asediadas
por herejes o infieles”. En ambos casos, y “viendo que no podían seguir resistiendo” se
veían forzados a “capitular sin luchar hasta la muerte” o intentar negociar unas condi-
ciones lo más ventajosas posibles para su religión y las propiedades eclesiásticas. De tal
manera, afirmaban los eclesiásticos, con que se mantuvieran la “libertad de conciencia y
la religion católica” de la misma manera en que “los Estados de las Provincias Unidas pro-
fesan y afirman que permiten a todas las sectas, e incluso a la perfidia judía”, podía darse
Felipe IV por satisfecho con la conciencia tranquila47.
Por más que les resultara repugnante tanto a los predicadores como a los miembros
del gobierno poner al mismo nivel la religión católica con todas las sectas de herejes e
incluso al judaísmo, la actitud de Zelanda – que expresaba la repugnancia de muchos en
la República – obligó a la Monarquía Hispana a aceptar estas condiciones. Los teólogos
que aconsejaban a Felipe IV desde los Países Bajos obedientes reconocían, si bien con
tristeza y desagrado ante la situación en que se encontraba la Monarquía, cómo era más
importante preservar la absoluta libertad de culto de los católicos en los territorios que
aún reconocían la autoridad de Felipe IV en la zona que poner en riesgo su bienestar
continuando la guerra. Mantener lo que aún se podía salvar y las posibles consecuencias
negativas tanto para los creyentes como para los párrocos en las Provincias Unidas fueron
así argumentos frecuentes y, además, decisivos, expresados por los teólogos y altas jerar-
quías eclesiásticas en Flandes para llevar al rey y a sus ministros a defender con menos
calor las prerrogativas de la iglesia católica.

  

Los plenipotenciarios del rey y los de la República finalmente firmaron un acuerdo en


el que la libertad de culto para los católicos no se reconocía, fuera de ciertas plazas fuertes
como Maastricht. Las conciencias se veían tranquilizadas por el apoyo de los teólogos a

47
“Pareceres de los arzobispos de Malinas y Cambray y del obispo de Gante en razón de la Mayería de Bolduc
y de otras sobre que se trata en Münster con las Provincias Unidas”, Bruselas, 5 de agosto de 1647; AGR,
Conseil d’Etat, 933.

– 127 –
Laura Manzano Baena

sus actos, incluso cuando estos merecían la reprobación del papa Inocencio X a través de
su nuncio en Münster, Fabio Chigi48.
Los problemas en torno a la cesión de la soberanía –y la definición de la misma–, la
situación de los católicos y la conveniencia misma de poner fin a la guerra en 1658 no fue-
ron más que los últimos escollos que la paz había tenido que superar. Como no podía ser
de otra manera, tal y como se ha visto en los casos mencionados en estas páginas, fueron
los agentes de la Monarquía en los Países Bajos, aquellos que como Iñigo de Brizuela,
Francisco de Melo, Fray Juan de San Agustín y Castel Rodrigo conocían bien la situación
en Flandes y, gracias a las fluidas comunicaciones entre las provincias del norte y del sur,
también los límites de lo que los Estados Generales y Provinciales de la República estarían
jamás dispuestos a aceptar, los que hicieron posible el acuerdo. No solo participaron de
manera directa en las negociaciones, como Peñaranda, Castel Rodrigo y, naturalmente,
Antoine Brun, sino que contribuyeron a hacer ver al Consejo de Estado y a Felipe IV los
límites de su poder y lo que podía obtenerse mediante la guerra en los Países Bajos, sin
importar si se trataba de gobernadores, militares u obispos. Sin importar su origen ni
su carrera lograron establecer un punto de encuentro, aparentemente precario pero que
resultó en una paz duradera, entre dos entidades –e identidades– políticas que se habían
separado durante los ochenta años que duró la guerra hasta el punto de hablar dos lengua-
jes políticos prácticamente ininteligibles para aquellos que no hubieran servido durante
años en Flandes.

48
Fabio Chigi reconocía en carta al conde de Peñaranda que los plenipotenciarios de la Monarquía Hispana
defendían los mismos intereses que el papa y que así lo había comunicado a Roma. No obstante, y como el
tratado de paz podía tener repercusiones negativas para la religión católica, Chigi se veía obligado, siguiendo
el breve papal de 20 de noviembre de 1647, a rechazar la paz entre la Monarquía y la República de las Provin-
cias Unidas. Fabio Chigi al conde Peñaranda, 16 de mayo de 1648; Biblioteca Vaticana, Fondo Chigi A-I-6,
citado por J.J. Poelhekke, De Vrede, p. 560.

– 128 –
The “Gran Privado” of Archduke Albert.
Rodrigo Niño y Lasso, Count of Añover
(ca. 1560-1620)1
Dries Raeymaekers
University of Antwerp

In 1999 John H. Elliott and Laurence W.B. Brockliss published their influential vol-
ume The World of the Favourite, a collection of essays on the emergence of the so-called
valimiento in Early Modern Europe2. Starting from a hypothesis formulated by Jean Bé-
renger in 1974, the authors aimed to investigate whether the exceptional rise of such
renowned validos or (minister-)favourites as France’s Cardinal Richelieu, Spain’s Count-
Duke of Olivares and England’s Duke of Buckingham points to a widespread phenom-
enon that may have been particular to Europe in the first half of the seventeenth century,
and whether or not the existence thereof ought to be dealt with as a distinct phase in the
process of state formation3. In the introduction, J.H. Elliott expressed his regret about the
fact that – despite its ambitious goals – the book necessarily omitted certain individual ex-
amples that could have shed more light on the nature and functioning of the valimiento4.
Elliott mentioned the Italian principalities and the papal states as important omissions,
but it would have been equally appropriate to refer to the Habsburg Low Countries as a
noteworthy case.
Few historians – if any – have hitherto realised that the court of the Archdukes Albert
and Isabella in Brussels (1598-1621) boasted its own minister-favourite. This, at any rate,
is a contention few contemporaries would have contradicted. One only has to browse
through the diplomatic correspondence of the time to find that Rodrigo Niño y Lasso, 2nd
Count of Añover and mayordomo mayor, sumiller de corps and caballerizo mayor of the
archducal household, was considered the Archdukes’ very own gran privado. A plethora of
letters suggests that foreign diplomats regarded the Count as one of the most beloved and

(Abbreviations: ACA: Archive and Cultural Centre Arenberg, Enghien (Belgium); AGR: Archives Générales
du Royaume, Brussels; AGS: Archivo General de Simancas, Valladolid; ASV: Archivio Segreto Vaticano;
BAV: Biblioteca Apostolica Vaticana; BN: Bibliothèque Nationale, Paris; BRB: Bibliothèque Royale, Brus-
sels; Codoin: Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, 112 vols. (1842-1895); IVDJ: Instituto
Valencia de Don Juan, Madrid; NA: National Archives, Kew.)
1
I am most grateful to Luc Duerloo for his invaluable comments and suggestions, and to José Eloy Hortal for
his kind assistance during and after my research in Madrid.
2
J.H. Elliott and L.W.B. Brockliss (eds.), The World of the Favourite, London-New Haven, 1999.
3
J. Bérenger, “Pour une enquête européenne: le problème du ministériat au xviie siècle”, Annales. Economies,
Sociétés, Civilisations, 29 (1974), pp. 166-192.
4
J.H. Elliott and L.W.B. Brockliss, The World of the Favourite, p. 8.

– 129 –
Dries Raeymaekers

powerful courtiers to be found in Brussels at the time. As early as 1604 Ottavio Mirto, the
papal nuncio in the Netherlands, stated that Niño y Lasso was an “intimo del Señor Ar-
ciduca”. In 1612 the English ambassador Thomas Edmundes described him as “a man of
great account among the Spaniards”5. Two years later, the new papal nuncio Guido Ben-
tivoglio asserted that the Count of Añover was “di grandissima auttorità in questa Corte”6.
In 1617 Bentivoglio’s successor Lucio Morra reported that Añover was a “cavaliero di
tanto merito et auttorità, che non puo esser maggiore en esta corte”7. A couple of months
later Morra told his superiors that the Count was the Archduke’s “primo ministro, e’l più
potente in questa Corte”, and that he was a man “di gran valore, e di gran credito”8. In
another letter, Morra referred to Añover as a “ministro di tanta auttorità” and even urged
the Holy See to seek his favour, since his “authority […] in these parts is greater than that
of the Duke of Lerma in Spain”9. According to the nuncio, the Count was not only
“amatissimo da tutta la Corte”, but also “amato e stimato grandemente” by both Albert
and Isabella, who held him “in grandissima privanza”10. Finally, in 1620, the English am-
bassador William Trumbull explicitly referred to Añover as the Archduke’s “grand
privado”11.
These and similar comments leave little doubt that Rodrigo Niño y Lasso enjoyed an
exceptional status to say the least. Evidence being abundantly available, one fails to see
why this assumption has not been investigated before. If anything, the fact that Añover’s
power was not only compared with, but even thought to surpass that of the Duke of
Lerma, Philip III’s almighty valido, ought to have raised some interest12. As will be dem-
onstrated in the following paragraphs, ample indications suggest that Añover’s eminent
position not only enabled him to monitor the Archduke’s every move, but that it gener-
ated enormous wealth and significant political influence as well. Surprisingly however,
the Count of Añover has never received much scholarly attention. Historiography on the
reign of Albert and Isabella has traditionally been concerned with the formal structures
of government, rather than the informal13. Thus historical research tended to focus on
the official and administrative institutions of the time, whereas less obvious bodies (i.e.
5
ASV, Fondo Borghese III 110-BCDG, f. 87: Ottavio Mirto Frangipani to Cardinal Aldobrandini, 14 February
1604 and NA, State Papers 77/10, f. 193: Thomas Edmundes to the Earl of Salisbury, 10 July 1612.
6
ASV, Fondo Borghese II 99, f. 324: Guido Bentivoglio to Cardinal Borghese, 17 May 1614.
7
ASV, Fondo Borghese II 137, f. 43: Lucio Morra to Cardinal Borghese, 1 September 1617.
8
ASV, Fondo Borghese II 112, f. 115: Morra to Borghese, 24 February 1618 and f. 133: Morra to Borghese, 10
March 1618.
9
ASV, Fondo Borghese II 112, f. 162: Morra to Borghese, 17 March 1618.
10
ASV, Fondo Borghese II 105, f. 52: Morra to Borghese, 15 February 1619.
11
NA, State Papers 77/14, f. 224: William Trumbull to Carleton (the English ambassador in The Hague), 15
October 1620.
12
On the Duke of Lerma, see A. Feros, Kingship and Favouritism in the Spain of Philip III, 1598-1621,
Cambridge, 2000, and P. Williams, The Great Favourite. The Duke of Lerma and the Court and Government
of Philip III of Spain, 1598-1621, Manchester, 2006.
13
For an overview, see W. Thomas, “La Corte de los Archiduques Alberto de Austria y la Infanta Isabel Clara
Eugenia en Bruselas (1598-1633). Una revisión historiográfica», in A. Crespo Solana and M. Herrero Sánchez
(eds.), España y las 17 provincias de los Países Bajos. Una revisión historiográfica (XVI-XVIII), Cordoba, 2002, pp.
358-386.

– 130 –
The “Gran Privado” of Archduke Albert. Rodrigo Niño y Lasso, Count of Añover (c. 1560-1620)

bodies that did not produce archival records), such as the archducal household, were
seldom considered to be of any political relevance whatsoever. As a consequence, Añover
seems to have been overshadowed by other personalities, such as Ambrosio Spínola, the
general of the royal army in the Spanish Netherlands, or Jean Richardot, the chief-presi-
dent of the Archduke’s Conseil Privé . Yet, while admittedly the institutional point of view
has resulted in many important findings, it could nevertheless be argued that domestical
service was but one of many duties performed by the Archdukes’ courtiers, and that their
political role has been unjustly overlooked.
The present contribution sets out to give the Count of Añover the attention that has
long been overdue. As such, it intends to pave the way for further research on the emer-
gence of favouritism in the archducal Netherlands. The article consists of three parts. The
first paragraph is concerned with Añover’s background and his rise to power at the court
of Brussels. Secondly, I will examine the Count’s role on the political level. This para-
graph will discuss the importance of access and intimacy and the ways in which Añover
deployed his exceptional status to advocate the affairs of his friends and allies. Thirdly, I
will attempt to demonstrate that – as was the case with most favourites – the Count was
no stranger to the temptations of power and the financial profits it entailed. Finally, I will
draw some preliminary conclusions on the consequences of Añover’s story vis-à-vis our
understanding of archducal politics.

  

Born into a prominent noble family around 1560, Rodrigo Niño y Lasso grew up
in Cuerva, a town in the immediate vicinity of Toledo. Both his parents stemmed from
illustrious Castilian houses and had worked their way up the ladder in the service of
the crown14. Rodrigo’s father, don Garci Lasso de la Vega y Guzmán – a nephew and
namesake of Spain’s most famous Renaissance poet Garcilaso de la Vega – served both
Charles V and Philip II in various capacities, and received a knighthood in the military
Order of Alcántara in return. He died in 156715. Rodrigo’s mother, doña Aldonza Niño,
was a sister of Cardinal Fernando Niño de Guevara, the Archbishop of Seville, and was
awarded the office of guardamayor de las damas in the household of Queen Anna of
Austria in the 1580’s. She was a very religious woman and strongly favoured the Order
of the Discalced Carmelites, on behalf of which she founded the convent of Nuestra Se-
ñora de la Encarnación in Cuerva. Doña Aldonza died in 160416. Rodrigo’s older brother
Pedro Lasso de la Vega (1559-1637), who after their father’s death inherited the familial

14
The Lasso de la Vega family history is discussed in M.J. Martín-Peñato Lázaro, “Los Laso de la Vega y su
vinculación con la ceca de Toledo”, in Numisma, 250 (2006), pp. 525-535 and in R.L. Kagan, “The Count of
Los Arcos as Collector and Patron of El Greco”, Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte, IV
(1992), pp. 151-159.
15
R.L. Kagan, “The Count of Los Arcos”, p. 152.
16
Ibidem

– 131 –
Dries Raeymaekers

seigniories of Cuerva, Arcos and Batres, received his education at the court of Philip II
and was subsequently appointed mayordomo in the household of Queen Margaret. Fol-
lowing the promotion of his uncle Fernando to the office of Inquisitor-General of the
Church in 1599, Pedro was granted the title of Count of Los Arcos. In 1606, he was of-
fered the ambassadorship to the Imperial court, which he surprisingly declined. Instead,
he became mayordomo in the household of the Infante – later King – Philip IV, an office
he presumably retained until his death in 163717.
Not much is known about Rodrigo’s earliest childhood and adolescence. Like his
older brother, he was educated at the royal court in Madrid, where he served as a menino
in the household of Queen Anna18. As the second son of the family, Rodrigo had to seek
his own fortune. A very pious young man, he seems to have pondered taking religious
vows and becoming a Discalced Carmelite, but for unknown reasons opted for a career in
the military instead. Along with many other Spanish nobles, he signed up for service in
Philip II’s Gran Armada in 158819. According to don Bernardino de Mendoza, the Span-
ish ambassador in London, Rodrigo embarked on the Venetian cargo ship La Trinidad
Valencera, one of the Armada’s largest freighters20. The Neapolitan regiment it carried was
commanded by colonel don Alonso de Luzón. After having been separated from the fleet,
the vessel was shipwrecked in Kinnagoe Bay, off the north coast of Ireland. Rodrigo and
his fellow officers managed to reach the shore, but were taken captive by English troops,
who robbed them of all their possessions. Many Spanish soldiers were killed in the pro-
cess. After a dreadful 100-mile march with little food and clothing, the survivors were in-
carcerated in the Irish town of Drogheda21. A few weeks later, they were taken to London
and committed to the custody of Sir Horatio Pallavicini, to be ransomed in exchange for
Odet de la Noue, Seigneur de Téligny, son of François de la Noue22. Since Téligny was
held captive in the Netherlands, Rodrigo was granted leave to cross the Channel and ne-
gotiate the exchange with the Duke of Parma. The party was set free in December 158923.
After this adventure, Rodrigo enlisted in the Ejército de Flandes, the Spanish army in
the Low Countries24. We do not know precisely when (or why) he returned to Spain, but

17
R.L. Kagan, “The Count of Los Arcos”, pp. 151-153. See also J. Martínez Millán and S. Fernández Conti
(eds.), La Monarquía de Felipe II: La Casa del Rey, 2 vols. Madrid, 2005, vol. II, p. 241.
18
J. Martínez Millán, La Monarquía, vol. II, p. 694. See also A. Ríos de Balmaseda, “La Capilla de Reliquias
de Cuerva y el cuadro de la Sagrada Cena de Tristan”, Toletum: Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y
Ciencias Históricas de Toledo, 27 (1991), pp. 129-143.
19
R.L. Kagan, “The Count of Los Arcos”, p. 152.
20
Mendoza’s letters on the subject are published in M.A.S. Hume (ed.), Calendar of State Papers, Spain
(Simancas), vol. IV (1587-1603), London, 1899. On the discovery of La Trinidad Valencera in 1972, see C.
Martin, “La Trinidad Valencera: an Armada Invasion Transport Lost off Donegal”,in International Journal of
Nautical Archeology, 8 (1979), pp. 13-38.
21
The story of the survivors of La Trinidad Valencera is recounted in C. Martin and G. Parker, The Spanish
Armada, London, 1988.
22
G. Ungerer, A Spaniard in Elizabethan England: the Correspondence of Antonio Pérez’s exile. 2 vols., London,
1975-1976, vol. I, p. 126 n. 14.
23
M.A.S. Hume, Calendar of State Papers, December 1589.
24
R.L. Kagan, “The Count of Los Arcos”, p. 154.

– 132 –
The “Gran Privado” of Archduke Albert. Rodrigo Niño y Lasso, Count of Añover (c. 1560-1620)

it must have been during the early 1590’s, for in 1595 he joined the household of Cardinal-
Archduke Albert in Madrid as a gentilhombre de la Cámara25. The exact circumstances of
the appointment are unclear, but it may well be possible that Rodrigo simply took over
from his uncle Gabriel Niño, who had held the same office for over a decade and proba-
bly felt too old to accompany Albert to his new station in Brussels26. Be that as it may, the
Cardinal-Archduke seems to have taken a liking to Rodrigo from the very onset of his
career. When later that year Albert and his retinue travelled to the Low Countries, he put
Rodrigo in command of a company of mounted guards and awarded him the title of
captain of the archducal lifeguard27. A couple of years later, following the resignation of
Albert’s cardinalate and his marriage to the Infanta Isabella, Rodrigo moved on to become
sumiller de corps of the archducal Bedchamber, a position which not only offered him free
and unlimited access to the Archduke, but which also enabled him to control and moni-
tor the access of others (cf. infra)28. The appointment illustrates that by this time, he had
become one of Albert’s most prominent – and probably most trusted – courtiers.
As the head of Albert’s Cámara, Rodrigo would have been expected to attend to his
master at all times, even during the latter’s most private moments29. He had his own quar-
ters in the palace, but would have slept on a separate bed in the archducal bedroom so as
to make sure that Albert was never unattended. It was his duty to help the Archduke get
dressed in the mornings and undressed in the evenings, and to assist him during public
and private audiences. In short, the office implied a high level of intimacy, which would
only grow stronger with time.
Part of the explanation for Rodrigo’s rapid ascent may be that he showed himself an
ardent supporter of the Habsburg cause in the war against the Dutch. In 1600, for exam-
ple, he fought side by side with Albert in the famous Battle of Nieuwpoort, which later
became known as one of the most savage encounters of the Eighty Years’ War. Albert him-
self could only barely be saved from what would have been certain death, and Rodrigo,
25
An overview of the household that was assembled in 1595 can be found in AGR, Audience 23/10: Relación
de los criados de Su Alteza el Archiduque Alberto. For a copy of this list, see AGR, Audience 33/4, ff. 61-65. For
more information on Albert’s household, see D. Lanoye, “Structure and Composition of the Household of
the Archdukes”, in L. Duerloo and W. Thomas (eds.), Albert & Isabella, 1598-1621: Essays, Turnhout, 1998,
pp. 107-119 and J.E. Hortal, El manejo de los asuntos de Flandes, 1585-1598, Madrid (unpublished doctoral
dissertation, Universidad Autónoma de Madrid), 2004, in particular chapter 7: “La estancia del Archiduque
Alberto en Flandes como gobernador (1596-1598)”, pp. 259-298 and the appendix “Casa del Archiduque
Alberto a mediados de 1595”, pp. 388-398. I am most grateful to dr. Hortal for sharing his findings with me.
26
For Gabriel Niño, see J. Martínez Millán, “El Archiduque Alberto en la corte de Felipe II (1570-1580)”, in L.
Duerloo and W. Thomas (eds.), Albert & Isabella, pp. 27-35 and J. Martínez Millán and S. Fernández Conti
(eds.), La Monarquía, vol. II, pp. 325-236.
27
A contemporary account of the journey in J. Roco de Campofrío, España en Flandes. Trece años de gobierno
del archiduque Alberto (1598-1608), Madrid, 1973. For the appointment, see p. 74.
28
The exact date of the appointment is unknown. However, we do know that Albert’s former sumiller de corps
Maximilian von Dietrichstein left the archducal household in 1598, and it may well be assumed that he was
replaced by Rodrigo Niño y Lasso in that same year. See J.E. Hortal, El manejo, p. 440.
29
On the duties of the sumiller de corps in this particular age, see R. Mayoral López, La Casa Real de Felipe III
(1598-1621). Ordenanzas y Etiquetas, Madrid (unpublished doctoral dissertation, Universidad Autónoma de
Madrid), 2007, pp. 215-223. See also J. Martínez Millán and S. Fernández Conti (eds.), La Monarquía, vol.
I, pp. 569-571.

– 133 –
Dries Raeymaekers

who as captain of the archducal lifeguard must have found himself close to his master,
was shot in the throat. According to one source, he was “found among the dead, so badly
wounded that it was thought he was without life”30. Three days later, it was still said that
“he would never reply to his letters, for he is so gravely injured in the throat by the shot
of a harquebus that there is little hope for recovery”31. But Rodrigo survived, and it may
well be assumed that – apart from a lifelong reputation for bravura – the incident earned
him even more of the Archduke’s affection.
In the course of the following years, Albert affirmed his confidence in Rodrigo by
sending him on diplomatic missions of the highest concern. Thus Rodrigo travelled back
and forth between the Low Countries and Spain with the aim of negotiating over dis-
puted political decisions and sorting out financial differences. Such, for example, was the
case in 1601, when mutiny broke out among the Spanish troops after the royal treasury
had failed to pay their wages in time32. With the Dutch breathing down his neck, the
Archduke instructed Rodrigo to go to Spain and convince Philip III and the Duke of
Lerma of the need for redress. While Rodrigo was received graciously, his mission was not
very successful. Money being scarce, he was sent off with as much provisions as could be
gathered at that stage and the message that everything was being done to solve the prob-
lem33. Nevertheless, Rodrigo’s cautious line of approach seems to have earned him the
sympathy of both the royal and the archducal courts, and other diplomatic assignments
were soon to follow.
In 1604, Rodrigo returned to Madrid in order to discuss the financial implications
of the ongoing war34. Unlike the previous time, negotiations did not proceed smoothly.
Having been sent back to Brussels later that year, Rodrigo was forced to inform his master
that no new resources would be dispatched to the Low Countries, and moreover, that
Philip III wanted the Archduke to stand down as commander-in-chief of the Army of
Flanders35. Upon hearing the news, Albert and Isabella were greatly aggrieved36. They re-
fused to believe that the King would bring such shame upon them, and ordered Rodrigo
to return to Spain at once in order to plead their case37. The quarrel lingered on for a few
months, but ended in a compromise. Although Albert was forced to surrender the high

30
J. Roco de Campofrío, España en Flandes, p. 271.
31
AGR, Audience 363, f. 186: Louis Verreycken to the Commissioners of Boulogne, 5 July 1600.
32
AGS, Estado 2023, nr. 42: Consult of the Consejo de Estado, 18 August 1601. See also Codoin, vol. XLII, pp.
402-403. For more information on this mission, see P.C. Allen, Philip III and the Pax Hispanica, 1598-1621:
The Failure of Grand Strategy, Yale, 2000, pp. 63-64.
33
P.C. Allen, Philip III and the Pax Hispanica, p. 71.
34
ASV, Fondo Borghese III 110-BCDG, f. 87: Ottavio Mirto Frangipani to Cardinal Aldobrandini, 14
February 1604.
35
AGS, Estado 634, s.f.: Philip III to Rodrigo Niño y Lasso, s.d. [3 May 1604].
36
A. Rodríguez Villa (ed.), Correspondencia de la Infanta Doña Isabel Clara Eugenia con el Duque de Lerma
y otros personajes, Madrid, 1906, n.° 77: Archduchess Isabella to the Duke of Lerma, 20 June 1604. See also
Codoin, vol. XLII, pp. 488-489.
37
AGS, Estado 634, s.f.: Archduke Albert to Rodrigo Niño y Lasso, 18 June 1604.

– 134 –
The “Gran Privado” of Archduke Albert. Rodrigo Niño y Lasso, Count of Añover (c. 1560-1620)

command of the army to Ambrosio Spínola, he was allowed to stay on as titular captain-
general, thereby exonerating himself from the stain of incompetence38.
Despite the often troublesome relationship between Brussels and Madrid, Rodrigo
seems to have fulfilled his diplomatic duties with the utmost care and efficiency. At any
rate, he handled them much to the satisfaction of the Archdukes, who did not fail to show
their gratitude. In her letters to the Duke of Lerma, the Infanta called Rodrigo a man of
great merit and advocated his affairs whenever the occasion presented itself. “He is such
a good servant that I cannot but recommend him to you”, Isabella claimed39. Judging
by the number of letters which she and her husband wrote in support of Rodrigo’s pre-
tences, it would seem that she said so in earnest. In the period 1599-1608 the Archdukes
sent Lerma no less than 21 letters of recommendation on Rodrigo’s behalf40. Albert and
Isabella praised his many virtues and even went as far as asking that their sumiller de corps
be granted the title of councillor of the Spanish Consejo de Guerra, which he must have
received shortly thereafter (cf. infra)41. They also asked that Rodrigo be made gentilhom-
bre of the King’s Bedchamber42. This request seems to have been denied, but Rodrigo’s
star continued to rise nevertheless. In the course of the following years, he moved on to
become one of the Archduke’s main political advisors, counseling Albert on both for-
eign and domestic politics, taking care of financial and military affairs, and acting as the
principal mediator between Brussels and Madrid. In a sense, he became Albert’s prime
minister, which in this case ought to be understood as a political jack-of-all-trades who
had a say in nearly all aspects of day-to-day business, irrespective of their nature (cf. infra).
At the same time however, Rodrigo was able to maintain a good relationship with the
King of Spain as well. Philip III sought and welcomed his assistance in certain political
matters, and acknowledged his importance by granting him the title of commander of
Montiel and La Osa in the military Order of Santiago43. Having inherited the title of
Count of Añover from his uncle Juan Niño de Guevara in 1609, Rodrigo was awarded the
office of mayordomo mayor of the archducal household in July 161244. This position, which

38
P.C. Allen, Philip III and the Pax Hispanica, pp. 143-144.
39
A. Rodríguez Villa, Correspondencia de la Infanta, n.° 70: Isabella to Lerma, 18 February 1604.
40
For Isabella’s letters of recommendation, see A. Rodríguez Villa, Correspondencia de la Infanta, n.° 11 (28
May 1600), n.° 31 (22 June 1601), n.° 32 (11 August 1601), n.° 42 (23 April 1602), n.° 65 (10 December 1603),
n.° 70 (18 February 1604), n.° 106 (10 November 1606) and n.° 147 (15 September 1608). For Albert’s letters,
see Codoin, vol. XLII, pp. 312 (28 September 1599), 319 (15 November 1599), 356 (17 August 1600), 397 (11 May
1601), 403 (9 August 1601), 413 (19 January 1602), 417 (21 April 1602), 473 (17 February 1604) and Codoin,
vol. XLIII, pp. 7 (30 August 1606), 19 (10 November 1606), 46 (18 April 1607) and 130 (23 September 1608).
This final letter is accompanied by a similar letter by Isabella: see p. 131, Isabella to Lerma, 25 September 1608.
41
The exact date of the appointment is unknown. A. Rodríguez Villa, Correspondencia de la Infanta, n.°42:
Isabella to Lerma, 23 April 1602 and Codoin, vol. XLII, p. 417: Albert to Lerma, 21 April 1602. For more
information on the Consejo de Guerra, see J.C. Domínguez Nafría, El Real y Supremo Consejo de Guerra (siglos
XVI-XVIII), Madrid, 2001.
42
A. Rodríguez Villa, Correspondencia de la Infanta, n.° 32: Isabella to Lerma, 11 August 1601 and Codoin, vol.
XLII, p. 403: Albert to Lerma, 9 August 1601.
43
The deed can be found in AGR, Secrétairie d’État et de Guerre 315, s.f.
44
M.J. Martín-Peñato Lázaro, “Los Laso de la Vega”, p. 531 and BAV, Barberini Latini 6807, f. 8: Bentivoglio
to Borghese, 7 July 1612.

– 135 –
Dries Raeymaekers

had been vacant for nearly a decade, was the most important one a noble courtier could
aspire to45. Combined with that of sumiller de corps (which he still retained), it presented
Rodrigo with the opportunity to monopolise access to the Archdukes. Even so, his career
had not yet reached its apex. When in February 1615 the court’s caballerizo mayor passed
away, Albert and Isabella surprised everyone by awarding the office to Rodrigo, who
thereby added the last of the three principal offices in the household to his curriculum46.
It was a striking instance of power. Not even the Duke of Lerma had been able to secure
more than two of these offices in the household of Philip III47. According to the Spanish
ambassador, the appointment was frowned upon by the local nobility: “I am told that the
Lords of this country, having applied for the position themselves, regret the decision, but
it is just, for the Count of Añover deserves it”48. The papal nuncio concurred, stating that
the office had been given to Rodrigo in reward for his many services, “which have left
these Princes greatly satisfied”49.
Rodrigo’s appointment as caballerizo mayor marked the culmination of his rise to
power. As has already been mentioned, foreign diplomats and agents were all too well
aware of his prominent status at court. The following anecdote may serve to illustrate that
it would have been difficult not to be. In February 1619 the Spanish nobleman García de
Pareja arrived in Brussels after a long journey from Spain. He had come to the Low Coun-
tries in order to take up the office of mayordomo in the household of the Archdukes, who
had awarded him the position three years before50. Much through his own fault however,
Pareja’s reception at the archducal court proved anything but the warm welcome he had
expected. Shortly after his arrival, the other courtiers came to make his acquaintance51.
The delegation was headed by Rodrigo, who as mayordomo mayor of the household was
entitled to swear in its new members. His visit was intended as an act of courtesy towards
Pareja, but apparently the latter was not all that impressed. Rather haughtily, he hazarded
to address Rodrigo as Vuestra Merced instead of Vuestra Señoría Ilustrísima, which in the
eyes of contemporaries was a major breach of etiquette and consequently, a major insult52.
Greatly offended by so much impertinence, Rodrigo took his leave and went to lodge his
complaints with the Archduke, who did not fail to indulge his favourite. Within the hour,
Pareja received word that his services at court were no longer required, and was ordered
to leave the country at once. The poor man was flabbergasted. His request to go and

45
The office of mayordomo mayor was initially held by Francisco de Mendoza, Admiral of Aragon, who had
fallen from grace in 1602.
46
ASV, Fondo Borghese II 106, f. 112: Bentivoglio to Borghese, 21 February 1615.
47
Lerma was awarded the offices of sumiller de corps and caballerizo mayor of the royal household, but he was
never able to secure that of mayordomo mayor as well.
48
AGS, Estado 2297: the Marquess of Guadaleste to Philip III, 19 February 1615.
49
ASV, Fondo Borghese II 106, f. 112: Bentivoglio to Borghese, 21 February 1615.
50
ASV, Fondo Borghese II 105, f. 41: Morra to Borghese, 9 February 1619.
51
ASV, Fondo Borghese II 105, f. 52: Morra to Borghese, 15 February 1619.
52
Ibidem

– 136 –
The “Gran Privado” of Archduke Albert. Rodrigo Niño y Lasso, Count of Añover (c. 1560-1620)

apologise to the Archduke for his behaviour was flatly denied. A few days later, Pareja was
on his way back to Spain. His stay in Brussels had not lasted a week53.
The event did not go unnoticed amongst the diplomatic corps in Brussels. When
telling his superiors in Paris about it, the French ambassador Jean Péricard remarked
that it was not customary for the Archduke to act on such short notice, “au bout d’une
heure sans plus longue considération”54. Albert’s reaction was indeed surprisingly vigor-
ous. While admittedly matters of etiquette were seldom taken lightly in the Early Mod-
ern era, one gets the impression that in this particular case the punishment was hardly
commensurate with the offense. Nonetheless, papal nuncio Lucio Morra reported that
the Archduke’s harsh verdict met with great approval amongst the courtiers, and under-
standably so55. The nuncio explained that the Count of Añover was a man to be reckoned
with at court. As mentioned earlier, he was “amatissimo da tutta la Corte”, and moreover,
“amato e stimato grandemente” by both Albert and Isabella, who held him “in grandis-
sima privanza”56. The anecdote serves to illustrate that by this stage, Rodrigo had become
virtually untouchable at court. It all went to show that he had risen to become the un-
matched beneficiary of the Archdukes’ favour, and indeed, their gran privado.

  

There is little doubt that, at least during the second half of the archducal reign, Rod-
rigo Niño y Lasso was generally recognised as the Archduke’s favourite. He enjoyed an
exceptional status at court, and I believe it is safe to assert that he was one of the most in-
fluential politicians in Brussels at the time. Unlike with most contemporary protagonists
who have hitherto been studied however, Rodrigo’s influence did not originate from any
formal political status. The Count of Añover was never a member of any of the govern-
ment bodies that have traditionally been associated with archducal politics, such as the
Council of State or the Council of Finances. As was the case with most minister-favour-
ites, he operated outside – or rather, alongside – the established institutional channels of
the time57. He did, however, form part of the King’s Consejo de Guerra, but it is as yet un-
clear as to how exactly this advisory board functioned in the period under consideration58.
There is no doubt that the Consejo met several times per month in Madrid and that it
dealt with a number of military and political affairs, but seeing that Añover was unable to
attend these meetings, his title of consejero – which at any rate had only been given to him

53
Ibidem
54
BN, Manuscrits français 16132: Jean Péricard to Puisieux, 15 February 1619.
55
ASV, Fondo Borghese II 105, f. 52: Morra to Borghese, 15 February 1619.
56
Ibidem
57
I.A.A. Thompson, “The Institutional Background to the Rise of the Minister-Favourite”, in J.H. Elliott and
L.W.B. Brockliss, The World of the Favourite, pp. 13-25.
58
J.C. Domínguez Nafría, El Real y Supremo Consejo de Guerra, pp. 101-118.

– 137 –
Dries Raeymaekers

at the instigation of the Archdukes – may well have been merely honorific. By contrast,
it is also possible that the appointment was intended to officially acknowledge Añover as
one of the King’s contact persons in the Netherlands, but this (I argue) would have been
no more than a confirmation of an existing situation.
Apart from his offices in the archducal household, the only formal political assignment
Añover appears to have had in Brussels is that of interim ambassador of Philip III. When
in December 1609 the King’s ordinary ambassador Felipe de Cardona, Marquess of Gua-
daleste, temporarily returned to Spain in order to settle some personal affairs, the Count
seems to have substituted him for a period of approximately two years59. While I have
found no official record of this appointment, it is confirmed by the nuncio Bentivoglio,
who reported that Añover held the office of ambassador “per modo di provisione”60, and
by the French ambassador, who wrote that the Count “faict la charge d’ambassadeur
d’Espagne”61. Yet, here too, I argue that Añover was only given the temporal ambassador-
ship in recognition of the authority he already enjoyed in the first place. At the same time,
the appointment shows that the Count had gained the confidence of the Spanish govern-
ment as well. Guadaleste returned in 1611 to resume his post, which may have been one
of the reasons why both men would fall out in years to come (cf. infra). It may also have
been one of the reasons why Añover was given the office of mayordomo mayor in 1612, so
as to compensate him for his loss.
Notwithstanding the fact that he held no formal political office, Rodrigo Niño y Lasso
was actively involved in politics. Unfortunately, much of his correspondence with Albert
has not been preserved, but there is little doubt that the Count of Añover assumed a
position which would nowadays be compared to that of prime minister. In this capacity,
he collaborated closely with the Archduke’s informal advisory board, which consisted of
such important men as Ambrosio Spínola, Juan de Mancisidor (the Secretary of State and
War) and Íñigo de Brizuela (Albert’s personal confessor)62. It could be argued that these
men formed the core of the Archduke’s inner cabinet and – along with the Spanish am-
bassador – served as intermediaries between Brussels and Madrid as well. Not coinciden-
tally, two of them (Añover and Brizuela) had belonged to the archducal household since
the very start of Albert’s reign, while Spínola would succeed Añover as mayordomo mayor
after the latter’s death in 1620. The fact that Albert deployed members of his personal
entourage to counsel him and to conduct his diplomatic relations with the Spanish gov-
ernment, testifies to the assertion that the services performed by members of the princely
household did not remain limited to the mere domestical domain. On the contrary, these
courtiers were expected to take part in politics and diplomacy. Here, I believe, we stumble
upon the limitations of our “modern” understanding of a political office, which simply
59
As mentioned in P.C. Allen, Philip III and the Pax Hispanica, p. 265, note 35.
60
BAV, Barberini Latini 6804, f. 211: Bentivoglio to Borghese, 25 June 1611.
61
BN, Manuscrits français 16125, f. 240: Charles de l’Aubespinne-Chasteaneuf, abbot of Préaux, to Villeroy,
29 June 1611.
62
J. Lefèvre, “Le ministère espagnol de l'archiduc Albert, 1598-1621", Bulletin de l'Academie Royale”.

– 138 –
The “Gran Privado” of Archduke Albert. Rodrigo Niño y Lasso, Count of Añover (c. 1560-1620)

cannot hold when discussing the Early Modern era. The case of Rodrigo Niño y Lasso
offers a textbook example.
When browsing through the correspondence that was sent back and forth between
the archducal and the royal courts, one can only conclude that the Spanish Consejo de
Estado relied heavily on Añover, who – apart from the resident ambassador – seems to
have been its main source of information63. The Count was frequently asked to comment
on the situation in the Netherlands, and not only advised the Consejo on military affairs,
but also on such precarious issues as the condition of the treasury, on the negotiations
with the Dutch, on matters of trade, business, and commerce, on the succession crisis
in the duchies of Jülich and Kleve, on the political situation in France, on the health of
the Archdukes, and even on ecclesiastical affairs. In his reports, Añover seldom hesitated
to vent his own opinions and views regarding certain issues. Thus he repeatedly urged
the Consejo to send more Spanish troops to the Low Countries, “in order to decrease the
number of other nations and to increase that of the Spaniards”64. Indeed, the situation of
the military seems to have been one of Añover’s main concerns. Hence it is no surprise
that when the conclusion of the Twelve Years’ Truce in 1609 put a provisional end to the
war with the Dutch, the King asked the Count to organise the financial reform of the
Army of Flanders65. Añover was ordered to visit the several castillos in the country, draw
up reports on how much soldiers could be made redundant in each regiment, and com-
pile lists of courtiers who unjustly received a pension out of the army budget66. Given that
the reform could be expected to cause quite a stir amongst the nobility, it was a matter of
the utmost concern. Clearly, this was no task for a political nobody.
Apart from being well acquainted with the state of affairs in the Netherlands, Añover
also made sure to be kept abreast of what was going on in other parts of Europe. Several
comments made by foreign diplomats in Brussels indicate that the Count not only had
access to information, but that he distributed it to others as well. It may be assumed
that part of this access originated from his position in the archducal household: as Al-
bert’s mayordomo mayor and sumiller de corps, Añover would have been expected to at-
tend all of his master’s public and private audiences. As such, he would have disposed of
ample opportunities to get news firsthand. Thus the French ambassador remarked that
he had discussed the secret marriage negotiations of the daughter of the Duke of Au-
male with the Archdukes and with Añover, “qui seul entre leurs ministres en méritoit la
communication”67. Furthermore, the Count seems to have had access to diplomatic cor-

63
This bold assertion is based upon my analysis of the correspondence that is being kept in the Fondo Estado
of the Archivo General de Simancas, in particular legajos 2288-2312 (Cartas de Flandes), and, to a lesser
extent, legajos 2023-2036 (Negociaciones de Flandes). For a general introduction, see M. Van Durme, Les
Archives générales de Simancas et l’histoire de la Belgique (IXe-XIXe siècles), 4 vols., Brussels, 1964-1990.
64
AGS, Estado 2026: Consult of the Consejo de Estado, 3 March 1611.
65
ASV, Segretaria di Stato, Fiandra, 12A, f. 92: Bentivoglio to Borghese, 8 August 1609.
66
AGS, Estado 2291: Rodrigo Niño y Lasso to Philip III, 28 August 1609.
67
BRB, Manuscrits divers 207/5 (= copy of BN, Manuscrits français 16133), f. 270: Jean Péricard to Louis
XIII, 15 March 1618.

– 139 –
Dries Raeymaekers

respondence arriving from abroad as well. In 1611 for example, papal nuncio Bentivoglio
reported that he had gathered his bits of news via Añover, who as Philip III’s temporary
ambassador had “[access to] the correspondence of all the ambassadors of His Majesty”,
which is why the Count had been able to show the nuncio a letter of the Spanish ambassa-
dor in London68. More remarkable still, the reports of the French ambassador in Brussels
clearly show that his main source of information was the Count of Añover. The Count
not only kept the ambassador abreast of the political situation in the Netherlands, but
he also shared his knowledge of the ongoing negotiations regarding the election of the
Emperor Ferdinand II in the Holy Roman Empire. Añover himself received these news
items firsthand from the Count of Oñate, who was the Spanish ambassador in Vienna
and hence, a very reliable informant. In that respect, it may be significant to point out
that Añover was a relative of Oñate. Equally significant is the fact that when Oñate’s son
was accused of having committed a murder in Vienna, he fled to Brussels in order to seek
refuge in Añover’s house, “come suo parente et amico”69.
Whereas his involvement in (what is often described as) “high politics” and diplo-
macy could perhaps still be compared to that of other important personalities such as
Spínola and Mancisidor, Añover did have two major advantages over the latter in the
sense that his position in the household enabled him to have free and unlimited access to
the Archduke, and in the sense that he was greatly favoured by both Albert and Isabella.
Combined, these assets entailed considerable consequences. For one thing, they allowed
Añover to discuss certain matters with Albert personally, informally and whenever he saw
fit. As such, he disposed of ample opportunities to advocate his affairs and those of his
relatives70. Without a doubt, this explains the vast amount of letters of recommendation
the Archdukes wrote on Añover’s behalf (cf. supra), but probably also the fact that his
cousin Juan Niño de Tavora was awarded the office of gentilhombre de la Cámara in the
archducal household71. This office was generally fiercely sought after and there is little
doubt that Añover was responsible for furthering the career of his cousin. Likewise, there
is evidence that the Count did not refrain from using his influence to the advantage of
his political friends and allies. Thus, for example, was the case in 1612, when Philippe
d’Arenberg – the eldest son of the Princely Count of Arenberg – asked Añover to advocate
the candidature of a man named Cuvelier for a position in the Great Council of Malines.
Cuvelier was a client of the Arenberg family, and Añover – who according to one source
considered himself a “gran amigo and buen servidor” of the Princely Count – did not

68
BAV, Barberini Latini 6804, f. 211: Bentivoglio to Borghese, 25 June 1611.
69
ASV, Fondo Borghese II 112, f. 183: Morra to Borghese, 7 April 1618.
70
On the importance of access at the court of the Archdukes, see my forthcoming article: D. Raeymaekers,
“The Power of Proximity: The Cámara of Albert and Isabel at the Court in Brussels”, in C. van Wyhe (ed.),
Female Sovereignity at the Courts of Madrid and Brussels, Madrid, in press.
71
Juan Niño de Tavora was a son of Rodrigo’s uncle Gabriel. He served in the archducal household from at
least 1611 to at least 1618 (see the lists of staff in AGR, Council of State 157 and AGR, Chambres des Comptes
1837 and 1838). He later moved on to become viceroy of the Philippines.

– 140 –
The “Gran Privado” of Archduke Albert. Rodrigo Niño y Lasso, Count of Añover (c. 1560-1620)

hesitate to comply with his friend’s request72. “[The Count of Añover] made me write
down [Cuvelier’s] name for memory and promised me that he would do what it takes”,
Philippe wrote to his father73. Not much later, Philippe was happy to report that the office
had indeed been awarded to Cuvelier: “It has pleased His Highness to appoint Cuvelier
as councillor in Malines, and I do not doubt that this will make you extremely happy,
Cuvelier being your créature”74.
The correspondence of the Princely Count reveals that whenever the Arenberg fam-
ily – one of the foremost noble houses in the country – wished to acquire certain offices
or benefits (whether for themselves or for their clients), Añover’s support was considered
indispensable. But while the Count used his unlimited access to his own advantage and
that of his friends, he was able to prevent others from doing the same as well. In Novem-
ber 1612 the Marquess of Guadaleste notified Philip III about the Archduke’s precarious
state of health. While he managed to give the King a detailed account of Albert’s condi-
tion, the ambassador stressed that his report was necessarily based on hearsay, since the
Count of Añover had forbidden him to visit the Archduke to the same extent as previ-
ously75. Guadaleste’s sullen remark proved to be only one of many complaints about the
ways in which Añover tried to prevent him from seeing the Archduke. The next month
the Marquess reported that it had been his intention to go and greet the Archdukes upon
their return from the countryside, but he had been stopped from doing so by the Count,
who had ordered him to come back the next day76. In August of the same year, he told the
King that “since the Count of Añover has become mayordomo mayor, he has neglected to
warn me on two occasions that Their Highnesses had left the palace”77. The first time had
been during a visit from the Elector of Mainz; the second had been when the Archduke
had ridden out to meet the Duke of Mantua outside the city walls. Guadaleste had been
advised to stay at home, since "His Highness wanted to ride with his servants only”78. A
similar example occurred in December 1612, when the ambassador had gone to the palace
to hear mass and upon his arrival was surprised to learn that – owing to a change in cer-
emonial – he no longer enjoyed the right to accompany the Archdukes on their way from
the Bedchamber to the court Chapel and back. Instead, he was forced to wait outside
until they appeared79.

72
ACA, Correspondence of Charles d’Arenberg 38/4, file 125, n° 3: Gaston Spínola to Charles d’Arenberg, 15
June 1603.
73
ACA, Correspondence of Charles d’Arenberg 38/2, file 70, n° 32: Philippe d’Arenberg to Charles d’Arenberg,
s.d. [1612]. See also ACA, Correspondence of Charles d’Arenberg 38/3, file 108, n° 4: Gaston Spínola to
Charles d’Arenberg, 11 January 1612.
74
ACA, Correspondence of Charles d’Arenberg 38/2, file 71, n° 85: Philippe d’Arenberg to Charles d’Arenberg,
s.d. [1612].
75
AGS, Estado 2294, s.f.: Guadaleste to Philip III, 15 November 1612.
76
AGS, Estado 2294, s.f.: Guadaleste to Philip III, 14 December 1612.
77
AGS, Estado 2294, s.f.: Guadaleste to Philip III, August 1612 [date not specified].
78
Ibidem
79
AGS, Estado 2294, s.f.: Guadaleste to Philip III, 14 December 1612.

– 141 –
Dries Raeymaekers

Guadaleste was furious. The ambassador realised all too well that attempts were be-
ing made to undermine his authority, and he accused Añover of wanting to usurp the
Archduke’s attention. He asked Philip III to reprimand the Count for failing to treat the
official representative of the Spanish crown with the proper respect. “I beg Your Majesty
to consider how important it is to Your Royal Service not to allow this situation to go on
any further”, Guadaleste told the King80. He pointed out how detrimental it would be to
the reputation of Spain if the local population of the Netherlands should notice that the
preeminence and the right of access of important Spaniards were being curtailed81. Gua-
daleste’s lamentations seem to have touched the right chord. Soon after, the King ordered
Añover to explain his behaviour. But the Count, who had probably seen the storm com-
ing, was well prepared: “His Majesty has heard that in the past, the resident ambassador
of the King our Lord used to be informed of the whereabouts of Their Highnesses, and
desires to know why this is no longer the case. I say now that it is true that there have been
occasions in the past when the resident ambassador used to accompany Their Highnesses
when they travelled somewhere, but this was not by obligation of his office, but because
[the Archdukes] wanted him to do so and gave him permission for it, which they do not
give now, for His Highness, who is every day more impeded by his attacks of gout, prefers
to be more by himself, with the exception of his servants, which is the principal cause why
he does not want [the ambassador to accompany him]”82.
The answer left nothing to be desired. By asserting that he was merely following the
Archduke’s orders, Añover had efficiently washed his hands of the affair. He thereby
forced Philip to take issue with Albert, who is known to have been touchy when it came
to matters of etiquette and ceremonial. The King, who did not want things to escalate,
threw in the towel. He told his advisors in the Consejo de Estado that “it seems harmful to
talk more of this”, and ordered Guadaleste to cease his complaints83. Whether or not the
Count of Añover was acting upon the Archduke’s command, the story demonstrates that
access was considered a vital political tool. By keeping the Spanish ambassador unaware
of Albert’s whereabouts, and by preventing him from being in his presence, Añover had
literally cut Guadaleste off from power. He had curbed his ability to gather information,
and had stopped him from interfering in the affairs of state, thereby obstructing him in
the execution of his duties as ambassador of the King of Spain. No wonder Philip III was
displeased.
Yet, Añover’s influence did not remain limited to the court of Brussels and its sur-
roundings. With regard to ecclesiastical affairs, it seems to have stretched as far as Rome.
In March 1618 for example, Añover asked the Holy See that the main altar in the parish
church of Cuerva be converted into a privileged altar for the Lasso de la Vega family84.
80
Ibidem
81
Ibidem
82
AGS, Estado 2294, s.f.: Rodrigo Niño y Lasso to Juan de Ciriza, 14 November 1612.
83
See the margin in the aforementioned letter of Rodrigo Niño y Lasso to Juan de Ciriza.
84
ASV, Fondo Borghese II 112, f. 162: Morra to Borghese, 17 March 1618.

– 142 –
The “Gran Privado” of Archduke Albert. Rodrigo Niño y Lasso, Count of Añover (c. 1560-1620)

Papal nuncio Morra explained that Añover and his brother Pedro had a particular affec-
tion for this church, which they considered to be their future burial place. He therefore
urged his superiors in Rome to indulge the Count, and confessed that he was very much
obliged to Añover, who had assisted him in so many matters of the Church, “esser egli
qui ministro di tanta auttorità, et tanto bene affetto a [questa] Santa Sede”85. As a result,
the indult was granted in June 161886. Similarly, in December 1617, Morra informed the
Holy See about a problem that had arisen concerning the appointment of a new canon in
the collegiate church of Tongres, a city in the prince-bishopric of Liège. Three years previ-
ously, the Holy Roman Emperor – who because of a papal indult (the Preces Imperiales)
enjoyed the privilege to distribute certain ecclesiastical offices to clerics of his choice – had
awarded the benefice in Tongres to one Francisco Loget. The nuncio explained that the
Emperor had done so at the instigation of Añover, who had acted as Loget’s patron87.
Since Loget had technically been too young at the time, Añover had also asked for a
dispensation from the pope, which had been granted in 161588. But now the University
of Louvain was contesting the appointment, stating that the Emperor had no right to
interfere in the affair. Morra urged his superiors to quickly solve the matter, but warned
that Loget was a client of Añover, “della casa del quale e molto favorito è questo Loget”
and who had recommended him “molto caldo et affettuoso”89. No further incentives were
needed to persuade the Holy See. Two months later, the pope confirmed Loget’s appoint-
ment. The nuncio was relieved, stating that the affair had been very important to Añover,
who was “il primo ministro e’l più potente in questa Corte”90.
But Añover did not always get his way. Also in 1617, a vacancy occurred in the cathe-
dral chapter of Ghent. Here again, the Count insisted that the benefice be given to his
client Charles Boccabella, who according to nuncio Morra was “una persona amorevole
del […] Signor Conte”91. The nuncio was highly in favour of Boccabella’s candidature,
reminding his superiors that Añover was a “cavaliero di tanto merito et auttorità, che non
puo esser maggiore in questa Corte”92. While the pope had initially confirmed Boccabel-
la’s appointment, it was contested by the bishop of Ghent, who argued that this particular
canonry was paired with the office of dean and was therefore subject to the jurisdiction of
the chapter, which had already opted for another candidate. The pope could not reverse
this decision, but made up for Añover’s loss by ordering that Boccabella be accepted as
canon in Lille93.

85
Ibidem
86
ASV, Fondo Borghese II 112, f. 310: Morra to Borghese, 30 June 1618.
87
ASV, Fondo Borghese III 113, f. 320: Morra to Borghese, 23 December 1617.
88
ASV, Fondo Borghese II 116, f. 277: Bentivoglio to Borghese, 3 October 1615.
89
ASV, Borghese III 113, f. 320: Morra to Borghese, 23 December 1617.
90
ASV, Borghese II 112, f. 115: Morra to Borghese, 3 March 1618.
91
ASV, Borghese II 137, f. 44: Morra to Borghese, 1 September 1617. This letter is accompanied by Añover’s
personal request to the Holy See.
92
Ibidem
93
ASV, Borghese II 428, s.f.: Morra to Borghese, 11 November 1617.

– 143 –
Dries Raeymaekers

By 1618, Añover’s power had reached its absolute peak. Yet another indication hereof
is the fact that the Count was made a member of the Archduke’s newly-established War
Council. After the death of the aforementioned Juan de Mancisidor in March 1618, the
impending end of the Twelve Years’ Truce prompted the Archduke to set up an informal
advisory board which, much like the Spanish Consejo de Guerra, would be able to counsel
him on all kinds of political and military affairs. Apart from Añover, it consisted of four
other councillors who each held important offices in the army: Ambrosio Spínola, Luis
de Velasco, Charles-Bonaventure de Longueval (the Count of Bucquoy) and Fernando
Girón94. They were to gather once a week in Añover’s private rooms in the palace – yet
another striking example of the assertion that the Count stood at the heart of archducal
politics. Moreover, it could perhaps be argued that Añover’s chamber had already been
a locus of politics prior to its designation as a meeting room for the War Council. In his
letters to the Princely Count of Arenberg, Gaston Spínola, the Archduke’s first equerry,
often wrote about the dinner parties Añover used to organise in his room and to which he
invited leading politicians and nobles. Thus on 10 September 1614: “Today [the Secretary
Mancisidor and I] are having dinner for three in the bedchamber of the Count of Añover.
Tomorrow we will be having dinner again, before going to the comedia in the Secretary’s
house”95. On 14 September 1614: “The Count of Añover and I have dined side by side
today”96. On 24 November 1614: “Yesterday I have dined with the Duke of Aumale in
the bedchamber of the Count of Añover. Today we will dine with the Count of Estaires,
the nuncio, the [Spanish] ambassador, Aumale, Añover, [the Marquess of ] Marnay and I
do not know who else”97. Similarly, in 1619, Añover invited the English ambassador Lord
Doncaster and Ambrosio Spínola to dine with him98. While it is impossible for us to
know the topics of conversation during these informal gatherings, it may be assumed that
day-to-day politics were high on the agenda. Here, I argue, we stumble upon the limita-
tions of the written sources, which do no permit us to know what went on in the private
rooms and hidden corridors of the archducal palace.

  

One of the characteristics that often get associated with favourites, is their supposed
proclivity towards self-enrichment. If indeed this particular tendency can be considered a
distinguishing trait of the Early Modern favourite, then Rodrigo Niño y Lasso certainly
qualified. Ample indications suggest that Añover’s exceptional position at court resulted
94
ASV, Borghese II 112, f. 133: Morra to Borghese, 10 March 1618.
95
ACA, Correspondence of Charles d’Arenberg 38/4, file 140, f. 23: Gaston Spínola to Charles d’Arenberg,
10 September 1614.
96
ACA, Correspondence of Charles d’Arenberg 38/4, file 140, f. 31: Gaston Spínola to Charles d’Arenberg, 14
September 1614.
97
ACA, Correspondence of Charles d’Arenberg 38/4, file 142, f. 21: Gaston Spínola to Charles d’Arenberg,
24 November 1614.
98
NA, State Papers 77/13, f. 280: William Trumbull to the Secretary of State, 20 June 1619.

– 144 –
The “Gran Privado” of Archduke Albert. Rodrigo Niño y Lasso, Count of Añover (c. 1560-1620)

in the gain of substantial financial profits. He lived in great luxury in an apartment next
to Albert’s, though it seems that he did own a house in Brussels as well99. According to
one source, his personal household comprised at least 36 members of staff100. When in
1620 Añover passed away, an inventory was drawn up of all his worldly possessions101.
The document consists of no less than 80 pages and lists an incredible amount of jew-
elry (rings, necklaces, medallions,…), gold and silver ware (plates, dishes, cutlery,…),
furniture (beds, writing desks, chairs, tables, cabinets, wardrobes,…), clothes and fabrics
(suits, uniforms, gloves, silk stockings, shoes, linen,…), tapestries, paintings, books, rel-
ics, porcelain, etc. Since the Count never got married and remained childless, his entire
legacy went to his relatives in Spain, with his brother Pedro and his nephew Luis as the
main heirs. Pedro and Luis decided to sell most of Añover’s belongings in a public auc-
tion. According to the executor of the will, contador Antonio Vedell, the entire revenue of
the sale amounted to a staggering total of 65,222 fl.102. Apart from these material goods,
Añover left a total of 332,514 reales (or some 83,128 fl.)103 in bare cash, almost half of which
was kept in coffers in the monastery of the Discalced Carmelites in Brussels104. Hence,
after adding some minor sums and substracting some debts, Vedell reported that the
Count’s entire legacy could be estimated at a financial value of no less than 117,958 fl.105.
It was a truly astronomical amount of money.
The question arises as to how Rodrigo Niño y Lasso became such a wealthy man. Due
to the paucity of the sources, this problem is plagued with difficulties. Several aspects
need to be considered. First, it may well be assumed that Rodrigo’s primary source of
income was his apanage in Spain. During his absence, the management of the county of
Añover was supervised by his brother Pedro106. Unfortunately, I have been unable to con-
sult archival records on the seigneurial rents of this estate. It must have yielded a modest
revenue, but I am kept in the dark as to the exact numbers and figures107. That being said,
we have to turn to Rodrigo’s other sources of income if we want to find out more about

99
The comment about Añover’s apartment can be found in the travel diary of Johann Wilhelm Neumayr
von Ramssla, as edited by A.G.B. Schayes, Voyage de Jean-Ernest duc de Saxe en France, en Angleterre et en
Belgique, Brussels, 1843, pp. 168-254. For the description of the court of Brussels, see pp. 224-234. See also
ACA, Correspondence of Charles d’Arenberg 38/2, n.° 53: Philippe d’Arenberg to Charles d’Arenberg, s.d.
100
IVDJ, manuscrito 28-i-11, ff. 43-50: Relación de la enfermedad, muerte y entiero, honras y obsequias del Señor
Conde de Añober que está en gloria.
101
IVDJ, manuscrito 28-I-11, ff. 53-92: Inbentario de los bienes y hazienda que quedaron por fin y muerte del Sr.
Conde de Añover en los Estados de Flandes.
102
IVDJ, manuscrito 28-i-11, ff. 103-123: Relación de lo bendido y que resta por bender dela Almoneda que se hizo
en Flandes de los bienes del Sr. Conde de Añover.
103
All currencies that appear in this paragraph have been converted as follows: 1 florin = 136 maravedíes = 4
reales = 0.4 escudos; 1 ducat = 375 maravedíes = 2.757 florins
104
IVDJ, manuscrito 28-i-11, f. 92 and f. 165v°.
105
Ibidem
106
R.L. Kagan, “The Count of Los Arcos”, p. 153.
107
According to R.L. Kagan, “The Count of Los Arcos”, the account books of the Lasso de la Vega family estates
have been preserved and can be consulted at the Archivo Histórico y Provincial de Toledo. Unfortunately, I
have been unable to do so. Kagan also mentions an otherwise unspecified “Archivo Laso de la Vega” that may
contain more records, which I have been unable to consult as well.

– 145 –
Dries Raeymaekers

the nature of his wealth. As sumiller de corps of the archducal household, Rodrigo earned
an annual salary of 1000 ducats (2757 fl.). Apart from this, he received certain material
benefits that came with the office, including bread, wine, firewood, candles and other
provisions, all of which amounted to a financial value of 200 ducats (551 fl.) per year108.
When in 1612 he was awarded the office of mayordomo mayor as well, his pay was doubled
to 2000 ducats per year (5514 fl.)109. This equalled four times the salary of an ordinary
mayordomo, nearly six times that of a gentilhombre de la Cámara, and ten times that of a
gentilhombre de la Casa110.
Next, there were Rodrigo’s wages as an officer of the Ejército de Flandes, which were
paid out of the royal treasury. According to his own calculations, Rodrigo earned an
annual salary of 2000 escudos (5000 fl.) as captain of the Archduke’s mounted guards,
and another 1200 escudos (3000 fl.) as captain of a company of lancers111. When in 1613
Rodrigo was charged with the assignment to reduce the size of the army, he had his own
company of mounted guards disbanded so as to demonstrate that the cuts were to be
taken seriously. What he conveniently failed to mention however, is the fact that he was
able to trade this commission for a pension of no less than 300 escudos (750 fl.) per month,
or 3600 escudos per year112. As such, his annual income from the military treasury rose
from 3200 to 4800 escudos (12000 fl.). Admittedly, Añover did propose to abandon his
salary of 1200 escudos so as to make up for the difference, thereby reducing his income
again to 3600 escudos (9000 fl.) per year113. Nevertheless, this was still 400 escudos (1000
fl.) more than he used to earn, which made him one few courtiers whose incomes actually
increased after the reform.
Apart from his apanage and his wages, Rodrigo enjoyed a number of other sources of
income as well. Following his father’s death in 1567, for example, he inherited the office of
treasurer of the Mint of Toledo, which in his absence was observed by his brother Pedro
and which must have been quite lucrative114. Yet, being the second son of a high-born,
but not particularly wealthy family, it seems clear that the origin of Rodrigo’s extraordi-
nary wealth must rather be sought in his status as the Archdukes’ gran privado. Thus the
main share of his annual income originated from his multiple offices in the household
and the army, which had all been awarded to him by (or at the instigation of ) Albert and
Isabella. Additionally, every so often the Archduke made sure to grant his favourite lavish
stipends or ayudas de costa, ranging from 845 florins – which Rodrigo received “for having

108
Figures were taken from the account books [Libros de la Razón] of the archducal household (AGR,
Chambre des Comptes 1837 and 1838). For an example, see AGR, Chambre des Comptes 1837, f. 39 (first
trimester of the year 1612).
109
See for example AGR, Chambre des Comptes 1837, f. 104v° (first trimester of the year 1613).
110
Ibidem
111
AGS, Estado 2027, s.f.: Consult of the Consejo de Estado, 16 January 1613.
112
Ibidem
113
Ibidem
114
On the importance of this office, see M.J. Martín-Peñato Lázaro, “Los Laso de la Vega y su vinculación con
la ceca de Toledo”, in Numisma, 250 (2006), pp. 525-535.

– 146 –
The “Gran Privado” of Archduke Albert. Rodrigo Niño y Lasso, Count of Añover (c. 1560-1620)

spent on secret expenses in my service”115 – to, at one point, a staggering 12,000 ducats
(33,084 fl.)116. As mentioned earlier, the Archdukes made sure to recommend Rodrigo
to the King as well, who did not fail to take the hint. Thus the encomienda of Montiel
and La Osa, which was awarded to him by Philip III in 1614, yielded an annual revenue
of 1,020,000 maravedíes (7500 fl.)117. We also know that Rodrigo enjoyed a rent of some
2000 ducats (5514 fl.) somewhere in Sicily, which the King had given him in reward for
his services118. Similarly, in 1619, Rodrigo received a royal merced which amounted to no
less than 8000 ducats (22,065 fl.) worth in rents119.
Naturally, such enormous wealth did not remain unnoticed. As early as 1602 com-
plaints were being voiced about Rodrigo’s luxurious lifestyle. According to the Florentine
nobleman Giovanni de’ Medici, who resided in the Low Countries at the time, one of
the reasons why “the situation in this country [was] worse than ever” was the fact that the
army budget was being squandered by the Archduke’s retinue: “They haven’t got a sou,
and yet they not only desire to live splendidly, but they want to advance [in life] as well,
and both the first and the latter are being done for them, and they are the ambassador of
Spain, who despite being poor keeps house and lives like a prince and improves himself
as though he were an able merchant, and don Rodrigo, who does the same, and each of
them gains (apart from their income) some kind of stipend, under the pretext of hav-
ing to go on campaign”120. Similar grievances were lodged in Madrid. When in 1613 the
Count of Añover complained that the Spanish government still owed him 2000 ducats
of overdue wages, the Consejo de Estado hesitated to indulge him, stating that “everyone
knows that he already enjoys a lot of favours”121. Likewise, when in 1619 Añover showed
himself dissatisfied with the aforementioned merced of 8000 ducats which had been giv-
en to him by the King, the Consejo protested that “although he has no other duty than
to serve the Archduke, he is already the wealthiest man there is, both here [in Spain] and
there [in the Netherlands]”122.

115
AGR, Chambre des Comptes 1837, f. 331.
116
IVDJ, manuscrito 28-i-11, ff. 27-41.
117
J. Gómez Centurión, “Jovellanos y las Ordenes Militares, VI”, Boletín de la Real Academia de la Historia,
61 (1912), pp. 370-431.
118
This is mentioned in IVDJ, manuscrito 28-I-11, ff. 27-41: Copia authorizada que el señor Don Rodrigo Niño
y Lasso Conde de Añover otorgó en los estados de Flandes.
119
AGS, Estado 2033, f. 88: Consult of the Consejo de Estado, 20 April 1619.
120
Letter by Giovanni de’Medici to Ferdinando de’Medici, 16 October 1602. Archive of the Medici Grand
Dukes of Tuscany (Archivio di Stato, Florence): Carteggi dei Principi, delle Granduchesse e delle Principesse
/ Giovanni di Cosimo I e di Eleonora degli Albizi / Lettere del principe ai granduchi e alla Segretaria, volume
5155, docID 9069. As found on the website of The Medici Archive Project, http://documents.medici.org (last
consulted: 10 November 2008).
121
AGS, Estado 2027, s.f.: Consult of the Consejo de Estado, 26 July 1613.
122
AGS, Estado 2033, f. 88: Consult of the Consejo de Estado, 20 April 1619.

– 147 –
Dries Raeymaekers

Conclusion

Rodrigo Niño y Lasso was to retain his prominent position for the remainder of his
life, which ended on 5 October 1620 after a lingering disease123. According to the Spanish
ambassador, the Archdukes were overwhelmed with grief: “On the 5th of this [month] the
Count of Añover passed away, thereby greatly saddening his lordship the Archduke and
her ladyship the Infanta, [the Count] being highly esteemed and so important to their
service, as is generally known. And I can and do confirm that he was no less so to the
service of Your Majesty, to which he devoted himself with as much zeal and diligence as
is fitting”124. The French ambassador reported that the Archdukes “have lost a very useful
servant and a great administrator, who has restored their illustrious household. The offic-
es of mayordomo mayor, sumiller de corps and caballerizo mayor, which he held personally
and with absolute power in this house, are greatly sought after and without doubt shall
only be awarded according to merit”125. The English ambassador concurred, stating that
Añover’s “severity towards [the Archdukes’] servants was as much grudged at by somme,
as his justice (in paying their wages duly) was commended by others”126. Albert and Isa-
bella expressed their love for the Count by organizing a splendid memorial service in the
collegiate church of St. Gudula in Brussels, which was attended by the court’s rank and
fashion. The sermon was held by Añover’s personal confessor, who was also the prior of
the Discalced Carmelites in Brussels. According to one observer, it was “one of the most
magnificent and harmonious funeral services ever to be held in this country”127. Thereaf-
ter Añover’s corpse was transported to Spain, where – in accordance with his last will – it
was buried in the parish church of his home town Cuerva (ill. 1)128.
The case of Rodrigo Niño y Lasso raises several questions about the way in which the
reign of the Archdukes has hitherto been described by historians. Research has tradition-
ally focused on the established institutions and the formal channels of power. Yet, while
admittedly the institutional approach has provided us with interesting insights, it can
hardly suffice to uncover the entire complexity of the decision-making process in the
period at hand. Scholars of the archducal reign have seldom paid heed to the importance
of the informal structures of government, nor have they recognised the influential role
of access and intimacy as tools of power. Clearly however, a thorough analysis of these

123
A contemporary account of Añover’s illness, death and funeral can be found in IVDJ, manuscrito 28-I-11,
ff. 43-50: Relación de la enfermedad, muerte y entiero, honras y obsequias del Señor Conde de Añober que está en
gloria.
124
AGS, Estado 2309, s.f.: The Marquess of Bedmar to Philip III, 11 October 1620.
125
BN, Manuscrits français 16133, f. 58: Péricard to Puisieux, 8 October 1620.
126
NA, State Papers 77/14, f. 220: William Trumbull to the Secretary of State, 28 September 1620 (old style).
127
IVDJ, manuscrito 28-I-11, f. 49r°.
128
IVDJ, manuscrito 28-1-11, ff. 27-41: Copia authorizada del testamento que el Señor Rodrigo Niño y Lasso
Conde de Añober otorgó en los estados de Flandes. Añover was buried in a side chapel of the church, which he
had commissioned himself. See A. Ríos de Balmaseda, “La Capilla de Reliquias de Cuerva y el cuadro de la
Sagrada Cena de Tristan”, Toletum: Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo,
27 (1991), pp. 129-143.

– 148 –
The “Gran Privado” of Archduke Albert. Rodrigo Niño y Lasso, Count of Añover (c. 1560-1620)

aspects could greatly contribute to our understanding of archducal politics. The house-
hold of Albert and Isabella was never considered to be politically relevant, while in fact
some of its members may have been the most important politicians of the time. The
Count of Añover’s swift ascent to power, his personal influence at court and his ability to
convert his status into immense financial profits, all point to the conclusion that he can
and should be considered the Archduke’s gran privado. A further investigation of his life
and career path is needed to reveal just how Añover measured up to other great minister-
favourites of the age.

Añover’s tombstone in the Capilla de Reliquias in the parish church of Cuerva, Spain.
(Photograph courtesy of the author)

– 149 –
Una corte para un príncipe. La política militar
de Olivares y la corte bruselense
del cardenal infante (1634-1641) *

Birgit Houben
Universidad de Gante

Con la subida al trono de Felipe IV en 1621 se puso fin a la influencia del duque de
Lerma, ex valido de Felipe III, y a su política europea pacifista. Los reformistas Gaspar de
Guzmán, conde de Olivares (conde duque a partir de 1625) y su tío Baltasar de Zúñiga,
fueron los nuevos privados reales que optaron radicalmente por una política intervencio-
nista, a fin de mantener las posiciones españolas en Europa y en las Indias. Para ambos,
la cuestión central era el mantenimiento y el restablecimiento del poder español en todos
sus aspectos, tanto a nivel internacional como interior. Eran partidarios de una política
imperial agresiva y de reformas económicas fundamentales. Para ellos, el rey de España
era la exteriorización de la monarquía y su reputación constituía un elemento crucial en
la nueva política para la cual la beligerancia era una conditio sine qua non para mantener
la hegemonía española en Europa1.
Esta visión dejaba poco espacio para la prolongación de la Tregua de los Doce Años
(1609-1621). Como se había comprobado que la actitud de dureza de la República ha-
cía imposibles ciertas modificaciones al tratado desfavorable para España, se decidió la
reapertura de las hostilidades. Además, Madrid optó también por intervenir militarmente
en el conflicto que dividía el Sacro Imperio Romano (la Guerra de los Treinta Años, 1618-
1648), donde el protestantismo cada vez más fuerte podía conllevar la pérdida de la corona
imperial para la rama austriaca de los Habsburgo y minar las comunicaciones entre las
posesiones españolas en Italia y en los Países Bajos. El triunfalismo español después del
annus mirabilis 1625 también llevó a una guerra de cinco años con Inglaterra (1625-1630).
El resurgimiento de Francia como potencia internacional después de la llegada al poder de

* Abreviaturas: AGP: Archivo General de Palacio (Sec Per: Sección Personal) Madrid; AGR: Archives Générales
du Royaume, Bruselas (CPE: Conseil Privé Espagnol; SEG: Secrétairerie d’État et de Guerre); AGS: Archivo
General de Simancas (E: Estado); AHN: Archivo Histórico Nacional, Madrid (OOMM: Órdenes Militares);
BMB: Bibliothèque Municipale de Besançon (CC: Collection Chifflet); BNE: Biblioteca Nacional de Es-
paña, Madrid; BSM: Bayerische Staatsbibliothek, München; TNA: The National Archives, Kew (SP: State
Papers); CCE: Correspondance de la Cour d’Espagne (H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre, eds.); Codoin:
Colección de documentos inéditos para la historia de España.
1
R. Lesaffer, Defensor Pacis Hispanicae. De kardinaal-infant, de Zuidelijke Nederlanden en de Europese politiek
van Spanje: van Nördlingen tot Breda (1634-1637), Kortrijk-Heule, 1994, pp. 7-8 y pp. 13-16; J.H. Elliott, The
Count-Duke of Olivares. The Statesman in an Age of Decline, New Haven-Londres, 1986, p. 42, 91, 98, 172.

– 151 –
Birgit Houben

Richelieu en 1624, seguido por sus intervenciones militares en Mantua y su participación


cada vez mayor en la Guerra de los Treinta Años, puso de manifiesto que este reino se
preparaba a un enfrentamiento abierto con España2.
Algunos años antes de que Francia declarara por fin la guerra en 1635, Olivares ya ha-
bía llegado a la conclusión de que un largo conflicto con Francia cargaría demasiado los
recursos de la monarquía española. Por eso el conde duque, el valido absoluto de Felipe IV
después de la muerte de Zúñiga en 1622, planeó una amplia ofensiva a fin de restablecer la
hegemonía española al norte de los Alpes. El plan consistía en que primero se lanzaría una
ofensiva militar contra la República, que así se vería forzada a firmar un tratado de paz fa-
vorable para España, y que después se efectuaría un ataque relámpago contra Francia, que
debería entonces retirarse de Italia y del Sacro Imperio Romano. Después, tanto la rama
española de los Habsburgo como la austriaca tendrían la oportunidad de terminar con
la amenaza protestante en el Sacro Imperio. La realización de estos proyectos se llevaría a
cabo mayoritariamente en los Países Bajos meridionales, la plaza de armas3 más importan-
te de la monarquía de los Austrias españoles. Una ofensiva exitosa pedía unos refuerzos
considerables de las tropas españolas; además, también en el interior se imponía un au-
mento de la presencia española. El descontento de la población de Flandes por las derrotas
sufridas frente a la República entre 1629 y 1632 era notable y había creado una grave crisis
de autoridad4. Mandar a Bruselas a un príncipe de la sangre motivado, que asumiría la
capitanía general del Ejército de Flandes y se convertiría en el sucesor de la anciana infanta
Isabel5 a la cabeza de un gran ejército, podría contribuir considerablemente a fortalecer
los nexos entre los territorios flamencos y la dinastía. Su presencia podría profundizar la
adhesión de los súbditos al rey y mejorar la reputación de la Monarquía española6.
Finalmente, en 1631 se decidió confiar esta tarea importante y muy difícil al herma-
no menor del rey, el cardenal infante Fernando de Austria. Había que rodear a Fernan-
do de los mejores consejeros para asistirlo en sus tareas militares y administrativas, pero
también había que procurar que no se desviara de las directrices madrileñas. Esto era

2
R. Lesaffer, “De Zuidelijke Nederlanden en de imperiale politiek van Spanje tijdens de eerste jaren van het
bewind van de Kardinaal-Infant (1633-1637)”, en Handelingen van de Koninklijke Zuidnederlandse Maatschap-
pij voor Taal- en Letterkunde en Geschiedenis, 47 (1993), pp. 73-77.
3
Para los Países Bajos meridionales como la base militar principal, véase: J.I. Israel, “Olivares, the Cardinal-
Infante and Spain’s Strategy in the Low Countries: the Road to Rocroi, 1635-1643”, en idem, Conflicts of
Empires. Spain, the Low Countries and the struggle for world supremacy, 1585-1713, Londres, 1997, pp. 63-66.
4
R. Lesaffer, “De Zuidelijke Nederlanden”, pp. 77-78; R. Vermeir, “De genese van een instructietekst. Pieter
Roose en de onderrichtingen voor de kardinaal-infant”, Handelingen van de Koninklijke Zuidnederlandse
Maatschappij voor Taal- en Letterkunde en Geschiedenis, 47 (1993), p. 181. Acerca de las crisis de autoridad de
1629 y 1632 véase: R. Vermeir, “L’ambition du pouvoir. La noblesse des Pays-Bas méridionaux et Philippe IV,
1621-1648”, Revue du Nord, 87 (2005), pp. 89-113 y A. Esteban Estríngana, “La crise de 1629-1633 et le début
de la prééminence institutionelle de Pierre Roose dans le gouvernement général des Pays-Bas Catholiques”,
Revue Belge de Philologie et d’Histoire, 76 (1998), pp. 939-977.
5
Isabel Clara Eugenia (1566-1633), hija de Felipe II e Isabelle de Valois, casada con el archiduque Alberto, so-
berana de los Países Bajos (1598-1621) y después del fallecimiento de su esposo, gobernadora de estos mismos
territorios (1621-1633).
6
R. Vermeir, En estado de guerra. Felipe IV y Flandes, 1629-1648, Córdoba, 2006, p. 108; J.I. Israel, “Olivares,
the Cardinal-Infante and Spain’s Strategy”, p. 69.

– 152 –
Una corte para un príncipe. La política militar de Olivares y la corte bruselense del cardenal infante

imprescindible para la realización de los proyectos del conde duque. No es de extrañar


que durante el gobierno del cardenal infante (1634-1641) se aumentara considerablemente
el número de hombres de confianza de Madrid7.
Poco después de la comunicación oficial de que el cardenal infante iría a los Países
Bajos para suceder a Isabel, en Madrid se creó una junta responsable de la constitución de
su corte en Bruselas8. Teniendo en cuenta la gran importancia que tenía para la carrera po-
lítica del conde duque la misión de don Fernando, nos tenemos que preguntar si el valido
colocó en esta corte a sus propios clientes y hechuras, ya que aplicaba esta misma táctica
en la corte real de Madrid. De tal manera intentaba limitar a un mínimo la influencia
de outsiders, que defendían otra visión política9. Es posible que para el conde duque no
bastara el gran entorno ministerial olivarista. Sabía mejor que nadie que los puestos más
importantes de la corte, contrariamente a las funciones ministeriales, daban un acceso casi
permanente a la persona del gobernador general y que estos cortesanos podían ejercer una
influencia considerable en su actuación. En este trabajo intentaremos averiguar si Olivares
también supo colocar en Bruselas a sus hombres a fin de que el joven gobernador no se
apartara de la recta senda. También comprobaremos si el propósito militar de la llegada de
Fernando influyera en la formación de esta corte. En otras palabras, la importante misión
militar del cardenal infante, ¿se reflejaba en la constitución de su corte? En resumen, ¿cuál
fue el impacto en la corte de Bruselas del proyecto de Olivares de mandar allí al hermano
menor del rey con una misión muy difícil y sobre todo militar?

El problema de los infantes queda resuelto

Al heredar Felipe IV el trono en 1621, se produjo en la corte una situación que no se


había presentado a menudo: había un joven monarca sin descendencia con dos hermanos
que eran los primeros en la línea sucesoria10. El conde duque sabía muy bien que esta si-
tuación conllevaba peligros políticos potenciales si sus enemigos se concentraran alrede-
dor de los hermanos como posibles sucesores al trono11. El valido se preocupó, pues, cada
vez más por el asunto. Esta cuestión espinosa se toca por primera vez en 1624 en el Gran
Memorial de Olivares, un texto instructivo dedicado a Felipe IV, entonces de 19 años de
edad, en el cual aconsejó al rey que aislara a los infantes Carlos y Fernando del mundo
exterior y que confiara las funciones más importantes en sus cortes a personas totalmente

7
R. Vermeir, En estado de guerra, pp. 326-328; A. Esteban Estríngana, “Tensiones entre ministros olivaristas.
“Desuniones” y “Arbitrajes” en la Corte de Bruselas (1634-1641)”, en P. Fernández Albaladejo (ed.), Monar-
quía, imperio y pueblos en la España moderna, Alicante, 1997, p. 730.
8
Consulta de la junta para la corte del cardenal infante con apostillas del monarca, agosto 1631-enero 1633
(AGR, SEG 2289, 2297 y 2299, s.f.); D. de Aedo y Gallart, Viage, sucessos, y guerras del infante cardenal Don
Fernando de Austria, Madrid, 1637, p. 2.
9
J.H. Elliott, The Count-Duke, p. 136-141.
10
R. Vermeir, En estado de guerra, p. 105.
11
J.H. Elliott, The Count-Duke, p. 185.

– 153 –
Birgit Houben

dependientes del rey o de sus ministros favoritos12. Pronto, la corte madrileña del cardenal
infante se vio guarnecida de partidarios del conde duque, como el marqués de Camarasa,
nombrado sumiller de corps, y el marqués de Malpica, que desempeñó la función de
mayordomo mayor13. Para mayor disgusto de Olivares, fue Melchor de Moscoso, que
ocupaba el puesto de gentilhombre eclesiástico, el que se convirtió en el hombre de con-
fianza de Fernando. El temor de Olivares de que los partidarios de Lerma, que seguían
desempeñando funciones importantes, enemistaran a los infantes con él, resultó funda-
mentado, puesto que Melchor era el hijo de la condesa de Altamira, la hermana del duque
de Lerma. El valido realizó una intervención preventiva promoviendo al sobrino de Ler-
ma y haciéndolo obispo de Segovia. Para conservar la gracia del cardenal infante, sustitu-
yó a Melchor por su hermano Antonio de Moscoso, marqués de Villanueva del Fresno, en
quien el conde duque pensaba poder confiar14.
Unos meses después del Gran Memorial, Olivares volvió ampliamente al problema de
los infantes en otro texto. Queda manifiesto que el futuro de ambos hermanos se situaría
fuera de España. Para el cardenal infante, el conde duque tenía pensada una carrera ecle-
siástica. Así podía hacerse coadjutor de Maguncia o Tréveris, con el papado como destino
final. Pero hasta que Fernando recibiera la ordenación sacerdotal – que no recibiría nunca
– persistía la posibilidad de que se casara15. En septiembre de 1626 Olivares creó una junta
especial para discutir esta cuestión delicada, pero no se tomó ninguna decisión definiti-
va16. Pero cuando nació el infante Baltasar Carlos en 1629, se desató la crisis de autoridad
en los Países Bajos y se hizo cada vez más patente la amenaza de la guerra con Francia, la
discusión del porvenir de los infantes se precipitó. El 7 de abril de 1631, Felipe IV comu-
nicó oficialmente que el cardenal infante iría a Bruselas para asistir a su tía Isabel y que
Carlos saldría a Portugal como virrey17.
A Olivares, esta decisión le resolvió un gran problema. La enemistad que le tenían los
dos infantes no había hecho más que crecer con los años. El cardenal infante, sobre todo,
se había enfrentado más de una vez con el conde duque18. Aunque en 1627 habían hecho
las paces, la enemistad de Fernando se reanimó con ocasión de un incidente acerca de la
composición de su corte de Bruselas en 1631. Cuando se rechazó la propuesta de Fernan-
do para nombrar sumiller de corps a Antonio de Moscoso, el cardenal infante se negó a
12
Copia de papeles que ha dado a Su Majestad el Conde Duque, 25 de diciembre de 1624 (J.H. Elliott y J.F.
de la Peña, Memoriales y cartas del conde duque de Olivares, 1ª parte, Madrid, 1978, pp. 38 y 53).
13
J.H. Elliott, The Count-Duke, p. 41 y p. 140, y A. Van der Essen, Le Cardinal-Infant et la politique européenne
de l’Espagne 1609-1641, Lovaina, 1944, p. 48, nota 1.
14
M. de Novoa, Historia de Felipe IV, Rey de España (Codoin, t. 69, Madrid, 1878, p. 127); A. Van der Essen,
Le Cardinal-Infant, p. 46 y p. 53.
15
“Otro papel del Conde Duque al señor Felipe IV sobre el estado de los señores infantes don Carlos y don
Fernando”, [1625] (J.H. Elliott y J.F. de la Peña, Memoriales, 1ª parte, pp. 165-170).
16
J.H. Elliott y J.F. de la Peña, Memoriales, 1.ª parte, p. 163; R. Vermeir, En estado de guerra, p. 107.
17
R. Vermeir, En estado de guerra, p. 108; A. Van der Essen, Le Cardinal-Infant, p. 55-56; R. Lesaffer, “Ferdi-
nand van Oostenrijk, infant van Spanje”, en Nationaal Biografisch Woordenboek, tomo 15, c. 252.
18
M. de Novoa, Historia de Felipe IV (Codoin, tomo 69, p. 56 en 63); J.H. Elliott y J.F. de la Peña, Memoriales,
tomo 1, p. 162; J.H. Elliott, The Count-Duke, p. 185 y p. 309; A. Van der Essen, Le Cardinal-Infant, p. 54 y
p. 90.

– 154 –
Una corte para un príncipe. La política militar de Olivares y la corte bruselense del cardenal infante

creer que esta decisión procediera del monarca. Cuando Olivares le enseñó una carta de
Isabel en la que decía a Felipe IV que no era buena idea que el cardenal infante se llevara
a su favorito, Fernando estalló en cólera y acusó a Olivares de haberlo maquinado todo19.
El cardenal infante tenía razón. Un texto instructivo de Olivares para Felipe IV muestra
que al mandar al extranjero a los dos hermanos, el conde duque perseguía dos fines al
mismo tiempo: alejar a los hermanos uno del otro y separarlos de sus privados. En este
texto, Olivares subraya el hecho de que la afección de Fernando había pasado de Melchor
a Antonio y que este último también cultivaba buenas relaciones con Carlos. El infante
mayor vivía además en la esfera de influencia del almirante de Castilla, un miembro de
la familia de Antonio. Como el valido estimaba que esta combinatoria era demasiado
peligrosa, había que romperla. Teniendo en cuenta el importante objetivo de la misión de
Fernando, el conde duque no quería tomar riesgos innecesarios. Sin embargo, las prepara-
ciones de la misión de Fernando exigían mucho tiempo, y todo apuntaba a que no podría
salir de inmediato. Pero Olivares tenía pensada una solución: mandar al cardenal infante
a Barcelona, donde podría adquirir alguna experiencia administrativa encargándose del
gobierno de Cataluña. El conde duque estaba convencido de que de tal manera Antonio,
que disfrutaba de la vida lujosa en la corte y estaba acostumbrado al entorno madrileño,
abandonaría voluntariamente el servicio de Fernando20. Se equivocó. Poco después de la
salida del cardenal infante a Barcelona en la primavera de 1632, Antonio fue descubierto,
camino a la ciudad condal. Tuvo orden de volver inmediatamente a Madrid. Pero, por
sorprendente que pueda parecer, para hacer las paces y como muestra de confianza, Oliva-
res terminó enviando a Antonio a Milán, donde Fernando había llegado el 24 de mayo de
1633 desde Barcelona. No es inverosímil imaginar que el conde duque lanzara un suspiro
de alivio cuando Antonio falleció en Rotenburgo en julio de 163421.
Después de un largo viaje cruzando los Alpes y a través del Sacro Imperio Romano,
donde había podido desplegar sus talentos políticos y diplomáticos, además de su com-
petencia militar, imponiendo una derrota aplastante a los suecos en el campo de batalla
cerca de Nördlingen, Fernando llegó por fin a Bruselas el 4 de noviembre de 1634, donde
Isabel ya había fallecido el año anterior22.

19
M. de Novoa, Historia de Felipe IV (Codoin, deel 69, p. 129-132); Informe del Conde-Duque al Rey sobre los
infantes sus hermanos, [1631] (G. Marañon, El Conde-Duque de Olivares. La Pasión de mandar, Madrid, 1972,
p. 449).
20
Informe del Conde-Duque (G. Marañon, El Conde-Duque, pp. 448-451); M.K. Hoffman-Strock, “Carved on
Rings and Painted in Pictures”: The Education and Formation of the Spanish Royal Family, 1601-1634, Yale (tesis
doctoral inédita, Yale University), 1996, pp. 288-290.
21
D. de Aedo y Gallart, Viage, p. 54, 71 y 85; M. de Novoa, Historia de Felipe IV (Codoin, tomo 69, p. 175-177
y 399-400).
22
El infante Carlos murió prematuramente el 31 de julio de 1632 en Madrid antes de partir para Portugal.

– 155 –
Birgit Houben

La representación olivarista en la corte de Bruselas del cardenal infante

Ahora que había conseguido evacuar de Madrid al infante menor y tampoco tenía que
preocuparse ya por la relación entre Fernando y Moscoso, la influencia de Olivares en la
corte del cardenal infante se hacía sentir aún más. Después del fallecimiento de Isabel, la
era archiducal estaba terminada para siempre y Madrid estaba dispuesto a rehacerse con
las riendas de los Países Bajos. Prueba de ello era el objetivo ambicioso de la misión de
Fernando, a través de la cual Madrid intentaba aumentar el control sobre Bruselas. Para
asegurarse de que el cardenal infante ejecutaría escrupulosamente las directrices madri-
leñas, fue rodeado de clientes del valido, no solo en su entorno ministerial sino también
en su corte. Al nombrar en puestos estratégicos en Bruselas a personas que compartían
su visión política, Olivares intentaba limitar al máximo el riesgo de un gobernador que
actuara por su cuenta.
Y así el puesto más importante de mayordomo mayor de la corte de Fernando en
Bruselas pasó sucesivamente a los marqueses de Aytona, Mirabel, Cerralbo y a Francisco
de Melo, todos de la máxima confianza del conde duque. El marqués de Santa Cruz,
destinado a ser el mayordomo mayor de la corte de Fernando en Bruselas en la fase de la
planificación en 1631, también era cliente de Olivares23. Después de su campaña desastrosa
en 1632 como gobernador de las armas del ejército de los Países Bajos, ya no entraba en
cuenta para el puesto. Humillado, volvió a Madrid, donde ya se había recibido su dimi-
sión antes de la campaña; después de su derrota, no le fue denegada24. Pedro Fajardo,
marqués de los Vélez, que en un principio habría tenido que convertirse en el nuevo
mayordomo mayor de Fernando después del fallecimiento de Cerralbo, pertenecía igual-
mente a la esfera de la influencia del conde duque, pero no pudo ejercer esta función ya
que el valido lo puso a la cabeza del ejército que tenía que reprimir la revuelta de Cataluña
en 164025. Como mayordomo mayor, estas hechuras de Olivares dirigían el servicio pala-
ciego y pertenecían al grupito extremadamente selecto de personas que disponían de las
llaves de las habitaciones privadas del gobernador, a las cuales tenían libre acceso. Además,
el mayordomo mayor siempre se encontraba en la inmediata presencia del gobernador
general durante las ceremonias públicas y las audiencias. De tal manera, el mayordomo
mayor era uno de los pocos que podían dirigir la palabra y controlar al cardenal infante
en cualquier momento del día26.
23
“Relacion de los criados que estan avissados por orden de VM para ir sirviendo al señor infante don Fer-
nando a flandes”, diciembre de 1632 (AGR, SEG 2297, s.f.); Lagonissa a Barberini, 21 de junio de 1631 (L.
Van Meerbeek ed., Correspondance du Nonce Fabio de Lagonissa, archevêque de Conza (1627-1634), Bruselas
y Roma, 1966, núm. 729); Gerbier a Dorchester, 16 de enero de 1632 (TNA, SP 105.8, s.f.); J.-F. Schaub, Le
Portugal au temps de comte-duc d’Olivares (1621-1640): le conflit de jurisdictions comme exercice de la politique,
Madrid, 2001, p. 230.
24
R. Vermeir, En estado de guerra, p. 43 y p. 63.
25
Consultas del Consejo de Estado, 2 de mayo de 1640 (AGS, E 2055, s.f.) y 21 de enero de 1641 (AGS, E 2056,
s.f.); J.H. Elliott, The Count-Duke, p. 585 y pp. 601-602.
26
A. Rodríguez Villa, Etiquetas de la Casa de Austria, Madrid, 1913, pp. 29-33; Y. Bottineau, “Aspects de la cour
d’Espagne au xviie siècle: l’étiquette de la chambre du roi”, Bulletin Hispanique, 74 (1972), p. 142.

– 156 –
Una corte para un príncipe. La política militar de Olivares y la corte bruselense del cardenal infante

Una serie de familiares de estos mayordomos mayores también recibieron un puesto


en la corte de Fernando. Unos meses después del fallecimiento del marqués de Aytona,
su hijo mayor, Guillén Ramón de Moncada, fue nombrado por Felipe IV gentilhombre
de la cámara de Fernando27. Antonio de Benavides y Bazán, nieto del marqués de Santa
Cruz y pariente de Mirabel, desempeñó la función de camarero eclesiástico y sumiller de
cortina y en 1637, después del fallecimiento de Manuel de Guzmán, ascendió a limosnero
mayor28. Guzmán era un pariente del propio conde duque29. La ampliación de la red del
conde duque se hizo sentir también entre los cuadros medios de la corte. Antonio Car-
nero, hijo del secretario personal y hechura de Olivares que llevaba el mismo nombre, se
convirtió en uno de los ayudas de cámara de Fernando en 163530. La corte del cardenal
infante se dirigía y se organizaba mayoritariamente desde Madrid. Esto se deduce no
solo de la junta madrileña que arregló la composición del equipo de Fernando entre 1631
y 1633 y de la colocación de clientes eminentes del conde duque en puestos clave de la
corte, sino también del hecho de que casi todos los asuntos relacionados con el personal
del cardenal infante se discutían primero en la corte madrileña antes de que se tomaran
decisiones en Bruselas. La correspondencia personal entre Olivares y el cardenal infante
muestra que este último siempre informaba al valido de los puestos vacantes en su corte,
así como de todo tipo de cuestiones diarias, desde las quejas de determinados funcionarios
con respecto al pago de su sueldo hasta los aspectos imprecisos del ceremonial de la corte.
El conde duque reaccionaba siempre con cartas autógrafas en las que sugería soluciones
y comunicaba al gobernador quién entraba en cuenta para ocupar las vacantes en Bruse-
las31. Madrid no solo decidía de las funciones en la cumbre, sino que también intervino
bastante en los nombramientos de los cuadros medios. Así le llegaron al cardenal infante
frecuentes misivas acerca de quién tenía que nombrar gentilhombre de la boca, paje o
ayuda de cámara32. Aunque Felipe IV le comunicó a su hermano en 1635 que podía es-
coger a los gentilhombres de la boca “como os alla pareciere”, es probable que Fernando

27
Ph. Chifflet, Diaire des choses arrivées a la cour de Bruxelles (BMB, CC 179, ff. 103v-104r); Memorial sobre el
marqués de Aytona, 1637 (BNE, ms. 954, f. 163r).
28
Informe de A. de Benavides (AGP, Sec Per 16613/4); Testamento del cardenal infante, 4 de noviembre de
1641 (BMB, CC 78, s.f.); Stravius a Barberini, 16 de noviembre de 1641 (W. Brulez ed., Correspondance de
Richard-Pauli Stravius (1634-1642), Bruselas y Roma, n.o 1117); Benavides y Bazán, Antonio de, 1647 (AHN,
OOMM-Alcántara, exp. 181, s.f.).
29
J. Chifflet, Aula Sacra Principium Belgii; sive Commentarius Historicus de Capellae Regiae…, Amberes, 1650
p. 61; B. Gerbier, “Notes for a resident att Bruxelles”, [agosto de 1636] (TNA, SP 105.13, s.f.).
30
Felipe IV al cardenal infante, 25 de marzo de 1635 (AGR, SEG 212, f. 349v); J.H. Elliott, The Count-Duke,
p. 67 y p. 286.
31
Diferentes cartas de Olivares al cardenal infante (BSM, Codex Hispanicus 22) y del cardenal infante a Oli-
vares (AGR, SEG 302).
32
Felipe IV al cardenal infante acerca del nombramiento de Juan Francisco de Salamanca como paje, 20
noviembre de 1634 (AGR, SEG 211, f. 134); Ph. Chifflet, Diaire (BMB, CC 179, f. 104r): “Ce mesme matin
deux pages de SA les plus ancyens furent declarez Gentilshommes de la bouche. La mercede estant venue
d’Espagne, par un extraordinaire peu de jours auparavant”; Felipe IV al cardenal infante acerca del nombra-
miento de Carnero como ayuda de cámara, 25 de marzo de 1635 (AGR, SEG 212, f. 349v); decisión de Felipe
IV de nombrar gentilhombre de la boca a Andrés Gutiérrez de Haro, 14 de diciembre de 1635 (AGS, E 2050,
s.f.).

– 157 –
Birgit Houben

informase a Madrid acerca de su elección. Para otras funciones en la corte, el gobernador


general acostumbraba esperar la aprobación real antes de pasar al nombramiento oficial
de sus candidatos33.

El ministro dignatario de la corte

Los pesos pesados de Bruselas eran las “cabezas”, los oficiales o consejeros del gober-
nador general en la cumbre de la jerarquía, figuras de confianza de la autoridad central
de Madrid. Su misión consistía en aconsejar al gobernador y en mantener informado a
Madrid acerca de numerosos asuntos. Estos ministros, que gozaban de la confianza abso-
luta del monarca y de su privado, eran los ojos y los oídos de la autoridad madrileña en
Bruselas. En el caso de que surgiera una discrepancia entre el monarca y el gobernador
general, tenían que mantener en la recta senda a este último. Este ministerio se atribuyó
lo esencial del gobierno político de los Países Bajos meridionales e hizo casi superfluas las
actividades del Consejo de Estado de Bruselas34.
Es bastante llamativo que durante el gobierno general del cardenal infante, este cír-
culo ministerial y la corte se solaparan en gran parte. Así todos los mayordomos mayores
sucesivos del cardenal infante combinaban su puesto cortesano con la función de primer
colaborador del gobernador general. Incluso el marqués de los Vélez al que en 1640 se
le había prometido el puesto de mayordomo mayor del cardenal infante, habría tenido
que convertirse en ministro de primer rango, sucediendo a Cerralbo. Además Aytona,
Melo y Santa Cruz de haber permanecido en su puesto, eran los segundos oficiales más
importantes de los Países Bajos. A de los Vélez se le había prometido el puesto de almi-
rante general de la armada de Dunquerque35. El mayordomo mayor no era solo, pues, el
jefe de la corte de Bruselas, era al mismo tiempo el colaborador político más importante
del gobernador general. Así el marqués de Aytona, en casos de necesidad extrema, podía
hacer caso omiso de las decisiones del cardenal infante y promulgar lo que estimaba más
idóneo para el servicio del rey36. Luego el mayordomo mayor era también el político más
importante al lado del gobernador general, lo que se deduce igualmente del hecho de que
este funcionario de la corte a menudo desempeñaba el gobierno ad interim cuando el
gobernador general estaba ausente (Aytona de diciembre de 1633 a noviembre de 1634) o

33
Felipe IV al cardenal infante, 25 de marzo de 1635 (AGR, SEG 212, f. 349v); el cardenal infante a Felipe IV
acerca del nombramiento de los ex mayordomos de la infanta, 8 de noviembre de 1634 (AGR, SEG 211, f. 78);
el cardenal infante a Felipe IV sobre el nombramiento de distintos criados, 5 de febrero de 1635 (AGR, SEG
212, f. 107); el cardenal infante a Felipe IV acerca del nombramiento de caballerizo para Manuel de Triviño,
diciembre de 1635 (AGR, SEG 213, f. 514); Olivares al cardenal infante acerca del candidato de este último
para el puesto de ayuda de cámara, 9 de octubre de 1639 (BSM, Codex Hispanicus 22, f. 113v).
34
R. Vermeir, En estado de guerra, p. 8, nota 15; H. De Schepper y P. Janssens, “De overheidsstructuren in de
Koninklijke Nederlanden, 1580-1700”, en [Nieuwe] Algemene Geschiedenis der Nederlanden, t. 5, Haarlem,
1980, p. 399.
35
Consulta del Consejo de Estado, 2 de mayo de 1640 (AGS, E 2055, s.f.).
36
Felipe IV a Aytona, 29 de septiembre de 1634 (CCE III, p. 660) e instrucciones secretas de Aytona, 29 de
septiembre de 1634 (Ibidem, p. 658).

– 158 –
Una corte para un príncipe. La política militar de Olivares y la corte bruselense del cardenal infante

había fallecido (Melo de noviembre de 1641 a mayo de 1644)37. Teniendo en cuenta la gran
carga política de la función, no es de extrañar que el mayordomo mayor fuera siempre un
hombre de la máxima confianza del rey y del valido.
Cuando en agosto de 1635 falleció el muy competente marqués de Aytona después de
un ataque de fiebre, no resultaba tan fácil sustituirlo. Para asegurar que el cardenal infante
siguiera siendo bien asesorado, se decidió crear tres juntas en Bruselas para asistirle en sus
tareas administrativas38. La composición de estos tres consejos indica hasta qué punto es-
taban interconectadas los círculos ministerial y cortesano. El primer consejo era una junta
militar, compuesta por el príncipe Tomás de Saboya39, el duque de Lerma40, Pedro Roose41
y el nuevo mayordomo mayor del cardenal infante, que había que nombrar todavía. El
segundo era una junta política que se escindía en dos: una para los asuntos interiores y
otra para los exteriores. La primera dependería completamente de Roose, mientras que
la segunda la compondrían Roose, el futuro mayordomo mayor, el príncipe Tomás y el
confesor de Fernando, fray Juan de San Agustín. Fray Juan también era un ministro de
primera importancia que gozaba de la confianza de Olivares. Cuando el cardenal infante
salió de Madrid, el fraile agustino había recibido del Consejo de Estado la instrucción de
formar parte de todas las juntas importantes que asistirían a Fernando y de informar a
su Majestad sobre ello42. La tercera junta era competente para las finanzas y también se
dividía en dos: una decidiría sobre las finanzas de la corte de Fernando, y allí llevarían la
voz cantante el confesor y el mayordomo mayor sobre todo, la otra era competente para
las provisiones del ejército; de esta segunda junta de finanzas formaban parte el príncipe
Tomás, el duque de Lerma, el conde de Croix43, Roose, el mayordomo mayor y el veedor
general y mayordomo Luis Felipe de Guevara44. Tanto el mayordomo mayor como el
confesor y el mayordomo Guevara eran, pues, primerísimas figuras políticas en los Países
Bajos meridionales.
La composición de estas juntas muestra que había una verdadera acumulación de “ca-
bezas”. Olivares, que intentaba así limitar la actuación autónoma del gobernador general,
había partido del principio de que los confidentes que mandaba a Bruselas trabajarían
37
P. Lenders insiste igualmente en este punto, véase: P. Lenders, “Grootmeester van het hof (1725-1741)”, en
E. Aerts e.a. (eds.), De centrale overheidsinstellingen van de Habsburgse Nederlanden (1482-1795), t. I, Bruselas,
1994, pp. 246-247.
38
R. Vermeir, En estado de guerra, pp. 179-180.
39
Vid. infra.
40
Francisco Gómez de Sandoval y Rojas (†1635), marqués de Denia, segundo duque de Lerma, nieto del valido
de Felipe III. Empezó su carrera militar en los Países Bajos en 1632 y en noviembre de 1634 fue nombrado
maestro de campo general.
41
El jurista de Amberes Pedro Roose (1586-1673) fue consejero-fiscal del Consejo de Brabante en 1616. En 1622
ascendió a consejero-fiscal del Consejo Privado y en 1630 entró en el Consejo de Estado. De principios de
1631 hasta el otoño de 1632 fue miembro del Consejo Supremo de Flandes y Borgoña en Madrid, y hasta 1653,
jefe-presidente del Consejo Privado y presidente del Consejo de Estado.
42
F. Negredo del Cerro, Los predicadores de Felipe IV. Corte, intrigas y religión en la España del Siglo de Oro,
Madrid, 2006, p. 214.
43
Jacques de Noyelles (†1638), conde de Croix, jefe del Consejo de Finanzas.
44
Acerca de la composición y formación de las juntas: Felipe IV al cardenal infante, 20 de diciembre de 1635
(AGR, CPE 1508, ff. 47-49); Consulta del Consejo de Estado, 10 de octubre de 1635 (AGS, E 2050, s.f.).

– 159 –
Birgit Houben

de consuno, pero los ministros, celosos de su influencia, honor y dignidad, no hacían


más que reñir, a pesar de que servían al mismo amo45. El resultado de la superposición de
hombres de confianza era la pérdida de tiempo y el caos46. Hacia mitades de noviembre
de 1635, el Consejo de Estado advirtió al monarca que, teniendo en cuenta la situación
crítica de la guerra, “se perdera todo sino se pone persona en el officio de mayordomo
mayor qual conviene, porque alli no ay cabeza con quien el sr. infante se puede asegurar
del acierto, y la multiplicidad de cabezas assi en la casa como en el govierno reduze aquello
a confusion y a menor estimacion de lo que convenia”47. Era urgente, pues, buscar a un
mayordomo mayor competente a fin de estimular la concordia entre los ministros y de
procurar que el gobernador general no se desviara de la senda recta en medio de todo el
tumulto. No cabía, pues, la menor duda de que a la cabeza del ministerio estaba el ma-
yordomo mayor del cardenal infante; de todas las “cabezas” presentes en Bruselas era a él
a quien el gobernador general tenía que hacer el mayor caso. Por ello, este dignatario de
la corte siempre era una hechura de Olivares. En mayo de 1636, esta función fue atribui-
da al marqués de Mirabel, sucesor de Aytona. Ya en 1629, el conde duque había mandado
al marqués a Bruselas para resolver la crisis de autoridad junto con Aytona y Leganés.
Después de la muerte de Isabel, Mirabel había regresado a Madrid, pero en mayo de 1636
tuvo que volver a toda prisa a Bruselas. Se le encargó explícitamente que cooperara en
toda concordia con los demás ministros48.
Pero la llegada de Mirabel no aportó la solución: la desunión entre las “cabezas” con-
tinuó . Después de la tentativa fracasada de otra hechura de Olivares, Francisco de Melo,
en 1637, en la capital española se decidió ampliar aún más el entorno ministerial de Fer-
nando49. El marqués de Cerralbo y Miguel de Salamanca tenían que ir a Bruselas a vigilar
la situación y fueron admitidos en las juntas más importantes. Salamanca había sabido
ascender hasta convertirse en fiel colaborador del cardenal infante en la corte de Bruselas,
pero paralelamente el conde duque se había convencido igualmente de su valía. En 1634,
Salamanca fue nombrado veedor y contador de la artillería de los Países Bajos y gentil-
hombre de la boca de Fernando. Como había logrado impresionar al valido al llevar a
buen término unas misiones importantes en la Península, en Bruselas fue promovido al
rango de secretario de Estado y de Guerra y obtuvo el permiso real de acceder a las habi-
taciones privadas del cardenal infante50.
Igual que a Mirabel, a Cerralbo y a Salamanca se les encargó en sus instrucciones que
promovieran la unión entre los ministros en la cumbre y que cumplieran con las órdenes

45
R. Vermeir, En estado de guerra, p. 327.
46
Ibidem, p. 172, pp. 213-214 y p. 222; A. Esteban Estríngana, “Tensiones entre ministros”, pp. 728-729 y 733.
47
Consulta del Consejo de Estado, 17 de noviembre de 1635 (AGS, E 2050, f. 116).
48
Consulta del Consejo de Estado, 26 de abril de 1636 (AGS, E 2051, s.f.); Instrucciones para Mirabel, 12 de
mayo de 1636 (AGS, E 2243, s.f.).
49
A. Esteban Estríngana, “Tensiones entre ministros”, pp. 736-740.
50
Felipe IV a Aytona, 21 de enero de 1634 (CCE VI, n.o 895); Consulta del Consejo de Estado, 25 de septiembre
de 1635 (AGS, E 2050, s.f.).

– 160 –
Una corte para un príncipe. La política militar de Olivares y la corte bruselense del cardenal infante

de Madrid51. Gracias a este entorno ampliado alrededor del gobernador general, Olivares
esperaba realizar la concordia entre los ministros y los generales, a fin de que sus disensio-
nes dejaran de poner en peligro las operaciones militares. Esperanza vana, los problemas
seguían en pie52. Cuando Mirabel volvió a España a finales de 1638, Cerralbo le sucedió
en la mayordomía mayor53. A pesar de que fue enviado para hacer cesar las disputas entre
los ministros, Cerralbo también tuvo sus riñas con Roose. Salamanca informó al valido
de que el jefe-presidente montó en cólera y declaró que nunca más quería participar en
reuniones en las que también participaban Cerralbo y fray Juan54. Por lo visto, el mayor-
domo mayor y el confesor habían unido sus fuerzas en la lucha colectiva contra Roose. A
finales de 1638, el donde-duque se resignó al hecho de que la desunión entre los ministros
en los Países Bajos era imposible de resolver y que, por lo tanto, los asuntos, tanto mi-
litares como políticos, no se arreglaban según su gusto55. En 1639 fallecieron Cerralbo y
los oficiales del ejército Feria y Fuentes y en 1640 fray Juan abandonó el país, por lo cual
era urgente encontrar una nueva “cabeza” para los Países Bajos meridionales56. Olivares
intentó entusiasmar al marqués de los Vélez para la función de ministro principal y ma-
yordomo mayor, pero finalmente optó por confiar al marqués la dirección del ejército que
tenía que reprimir la rebelión en Cataluña57. El Consejo de Estado volvió a cifrar todas
sus esperanzas en Francisco de Melo quien a finales de 1640 se encontraba en Ratisbona,
desempeñando la función importante de representante de Felipe IV en la Dieta. Melo
solo partió para Bruselas después de que Madrid, en el verano de 1641, accedió a su exi-
gencia de concederle las mismas funciones que antes había desempeñado Aytona al lado
del gobernador general: gobernador de las armas, mayordomo mayor y almirante general
de la flota en Dunquerque. No pudo combinar estas funciones más que durante unos
meses: el 9 de noviembre de 1641 el cardenal infante falleció a los 32 años de edad. Como
lo había sido Aytona, Francisco de Melo se convirtió en gobernador general interino de
los Países Bajos58.

51
Instrucciones para Salamanca, 20 de enero de 1638 (CCE III, p. 661); Instrucciones para Cerralbo, [marzo
de 1638] (AGS, E 3860, s.f.); A. Esteban Estríngana, “Tensiones entre ministros”, pp. 740-742; R. Vermeir,
En estado de guerra, pp. 192-193.
52
R. Vermeir, En estado de guerra, p. 196.
53
Olivares al cardenal infante, 1 de febrero de 1639 (BSM, Codex Hispanicus 22, f. 92v); Consulta del Consejo
de Estado, 15 de junio de 1639 (AGS, E 2054, s.f.).
54
R. Vermeir, En estado de guerra, p. 238; A. Esteban Estríngana, “Tensiones entre ministros”, p. 743.
55
R. Vermeir, En estado de guerra, p. 195.
56
Consultas del Consejo de Estado, 27 de febrero de 1640 y 4 de junio de 1640 (AGS, E 2055, s.f.); fray Juan
de San Agustín a Felipe IV, 6 de abril de 1640 (AGS, E 2158, s.f.); R. Vermeir, En estado de guerra, p. 197.
57
Consulta del Consejo de Estado, 2 de mayo de 1640 (AGS, E 2055, s.f.); Consulta del Consejo de Estado, 21
de enero de 1641(AGS, E 2056, s.f.); J.H. Elliott, The Count-Duke, p. 585 y pp. 601-602.
58
R. Vermeir, En estado de guerra, p. 197 y pp. 259-260.

– 161 –
Birgit Houben

El ejército y la corte: una fertilización cruzada

La tabla reproducida a continuación muestra que un gran número de dignatarios de la


corte eran activos en el Ejército de Flandes. La composición de la corte del cardenal infan-
te indica claramente que su misión en los Países Bajos tenía una finalidad más que nada
militar. Colocando a diversos oficiales del ejército en puestos importantes en la corte de
Bruselas, Madrid podía confiar en que el gobernador general fuera rodeado de consejeros
militares competentes tanto durante las campañas como en sus momentos más privados
en el palacio de Bruselas.

Nombre Función en la corte Función en el ejército


Francisco de Moncada, Gobernador de las armas (1633-1635)
Mayordomo mayor
marqués de Aytona Almirante general (1630-1634)
Francisco de Melo, conde Gobernador de las armas (otoño de 1641)
Mayordomo mayor
de Assumar Almirante general (otoño 1641)
Juan, conde de Nassau- Gentilhombre de la
General de caballería (1631-1637)
Siegen cámara
Claude de Rye, barón de Gentilhombre de la
General de artillería (1631-1637)
Balançon cámara
Maestro de campo (1636-1639)
Alonso Pérez de Vivero, Gentilhombre de la
General de artillería (Francia) (1640-
conde de Fuensaldaña cámara
1641)
Ernesto, conde de Gentilhombre de la Coronel de un regimiento de infantería
Isenburg cámara alemana (1622-1664)
Beltrán Vélez de
Gentilhombre de la Capitán de una compañía de caballería
Guevara,
cámara española (?-1635/36-?)
marqués de Campo Real
Carlos de Longueval, Gentilhombre de la Capitán de una compañía de caballería
conde de Bucquoy cámara española (?-1635-?)
Hugh O’Donnell, conde Gentilhombre de la Coronel de un regimiento de infantería
de Tyrconnell cámara irlandesa (1632-1638)
Teniente de maestro de campo general
Esteban de Gamarra y
Gentilhombre de la boca (1631-1639)
Contreras
Maestro de campo (1639-1646)
Francisco Zapata Mayordomo Maestro de campo (?-1635-?)
Coronel de un regimiento de infantería
Agustín Spínola Mayordomo
alemana (?-1636-?)
Capitán de una compañía de caballería
Jusepe de Sorinias Gentilhombre de la boca
española (?-1636-?)
Luis Felipe de Guevara Mayordomo Veedor general (1630-1639)
Juan de Lira Gentilhombre de la boca Pagador general (1634-1641)

– 162 –
Una corte para un príncipe. La política militar de Olivares y la corte bruselense del cardenal infante

Nombre Función en la corte Función en el ejército


Veedor y contador de artillería
(1634-1638)
Miguel de Salamanca Gentilhombre de la boca
Secretario de Estado y Guerra
(1638-1641)
Gentilhombre de la Secretario de Estado y Guerra (1634-
Martín de Axpe
cámara 1636)

Además de una serie de altos oficiales del ejército, algunos altos funcionarios de la lo-
gística y la administración militar –Guevara, Lira y Salamanca– también se vieron atribuir
una función cortesana al lado del cardenal infante. Incluso se incorporaron como pajes
los hijos de Lira y Salamanca59. El veedor general controlaba todas las transacciones finan-
cieras que entraban y salían de la pagaduría del ejército. Así no controlaba únicamente
al pagador general, responsable de la percepción y del pago de dinero a las tropas, sino
también al gobernador general que daba las órdenes de pago en su calidad de capitán ge-
neral del ejército. Por lo que se refiere a las finanzas militares, el veedor general era el man-
datario más importante después del gobernador general. La posición importante de este
funcionario en el aparato militar se traducía claramente en un nombramiento en la corte
de Bruselas; así el veedor general y el capitán general podían cooperar perfectamente. Sin
embargo, la introducción del veedor general en la corte de Bruselas no fue excepcional.
En tiempos de guerra esta función cobraba mayor importancia, de modo que se le con-
fiaba un puesto en la corte. Así, Diego de Ibarra y Gerónimo Walter Zapata habían com-
binado la función de veedor general con el puesto de mayordomo en la corte archiducal
antes de la Tregua de los Doce Años60. Cuando se reiniciaron las hostilidades en 1621, los
veedores generales sucesivos Gaspar Ruíz de Pereda61 y Luis Felipe de Guevara62 también
fueron nombrados mayordomos de la infanta Isabel. El que el pagador general también
cumpliera una función cortesana parece haber sido un caso único durante el gobierno
general del cardenal infante. En las cortes bruselenses de Ernesto de Austria (1593-1595),

59
Informe de Francisco de Lira (AHN, OOMM Santiago 4483, s.f.); Consejo de Estado a Miguel de Salaman-
ca, 27 de octubre de 1634 (AGS, E 2241, s.f.); Felipe IV al cardenal infante, 20 de noviembre de 1634 (AGR,
SEG 211, f. 134).
60
J. Lefèvre, “Le Ministère Espagnol de l’Archiduc Albert, 1598-1621”, Bulletin de l’Académie Royale d’Archéologie
de Belgique, 1 (1923-24), pp. 209-210; G. Parker, The Army of Flanders and the Spanish Road, 1567-1659. The
Logistics of Spanish Victory and Defeat in the Low Countries’ War, 2.ª edición, Cambridge, 2004, pp. 243-244;
E. Rooms, De organisatie van de troepen van de Spaans-Habsburgse monarchie in de Zuidelijke Nederlanden
(1659-1700), Bruselas, 2003, p. 168.
61
Gaspar Ruiz de Pereda era veedor general de 1622 a 1629. Fue revocado por irregularidades cometidas en
el desempeño de su función, véase: R. Vermeir, En estado de guerra, p. 22. En marzo de 1624 fue nombrado
mayordomo de Isabel, véase: Guidi di Bagno a Barberini, 24 de marzo de 1624; B. De Meester (ed.), Corres-
pondance du nonce Giovanni-Francesco Guidi di Bagno (1621-1627), t. I, Bruselas y Roma, 1938, núm. 920).
62
Luis Felipe de Guevara era veedor general de 1630 a su muerte en 1639. Combinaba esta función con el
puesto de mayordomo en la corte del cardenal infante, pero también en la de Isabel. Lo nombró mayordomo
el 19 de julio 1631, véase Ph. Chifflet, Journal historique (BMB, CC 96, f. 188r).

– 163 –
Birgit Houben

los archiduques, (1598-1621), Leopoldo Guillermo de Austria (1647-1656) y don Juan José
de Austria (1656-1658), no figuraba este funcionario63.
Llama la atención que el secretario de Estado y Guerra también ocupara un puesto en
la corte de Fernando. Esta combinación unicamente parece haberse producido durante el
gobierno general del cardenal infante64. El secretario no solo tenía que cuidar de que todo
lo que pasaba en los Países Bajos se desarrollara según los deseos del rey, sino que también
era responsable de los asuntos militares. Mediante una correspondencia secreta mantenía
al rey informado de todos los asuntos políticos importantes a la orden del día en Bruselas.
Asimismo era competente para la gestión de los ejércitos extranjeros y para la política
exterior. Se puede decir, pues, que era una especie de ministro de asuntos exteriores y de
defensa65. El que entre 1634 y 1641 este funcionario obtuviera un puesto en la corte, se
puede atribuir sin ninguna duda al deseo de Madrid de recuperar las riendas en Bruselas
después de la muerte de la infanta. Así podía asistir al cardenal infante tanto durante
discusiones oficiales como en momentos privados y podía orientar en el buen sentido
los actos del gobernador general. En otras palabras, la función cortesana del secretario de
Estado y Guerra daba fe de la gran importancia de su puesto durante la crítica situación
militar en el periodo 1634-1641.
Durante el gobierno general de Fernando, los secretarios de Estado y Guerra volvieron
a ser hombres de la máxima confianza del gobierno central de Madrid, contrariamente
a lo que ocurrió bajo el gobierno general de Isabel, cuando en 1625, Pedro de San Juan,
propuesto por la gobernadora, consiguió esta posición66. Ya en 1632, Felipe IV había nom-
brado futuro secretario de Estado y Guerra de Fernando a Martín de Axpe que acompañó
al infante en su viaje a Bruselas. Después de que Francisco de Galaretta ocupara el puesto
ad interim durante dos años (1636-1638), Miguel de Salamanca, que había sido antes con-
tador y veedor de la artillería, fue nombrado secretario de Estado y Guerra tras convencer
con acierto de sus calidades al conde duque67. Gracias al permiso real ya mencionado – y
no cabe duda de que se había conseguido previa propuesta de Olivares – Salamanca era el

63
Se llega a esta constatación comparanda la lista de los pagadores generales (en G. Parker, The Army, pp.
243-244) y los estados de la corte de Ernesto de Austria (en J.E. Hortal Múñoz, “La Casa del archiduque
Ernesto durante su gobierno en los Países Bajos (1593-1595)”, en A. Álvarez-Ossorio Alvariño y B. García
García (eds.), La Monarquía de las naciones. Patria, nación y naturaleza en la Monarquía de España, Madrid,
2004, pp. 202-205) de Alberto e Isabel (gracias a que pudimos consultar la reconstrucción de su corte por
Dries Raeymaekers, que en 2009 leyó su tesis doctoral acerca de la corte archiducal), Leopoldo-Guillermo (S.
Aspeslagh, Het leven in het paleis op de Coudenberg te Brussel onder landvoogd Leopold Willem van Oostenrijk
(1647-1656), Lovaina (tesina inédita Universidad Católica de Lovaina), 2007, pp. 97-120) y don Juan José
(E. Roegis, Het hof van don Juan José de Austria, landvoogd in de Habsburgse Nederlanden (1656-1658), Gante
(tesina inédita Universidad de Gante), 2006, pp. 66-78, 82-96, 102-118, 122-130 y 132-134).
64
La lista de los secretarios consecutivos (igualmente en G. Parker, The Army, pp. 247-248) se ha comparado
con los estados de personal enumerados en la nota anterior.
65
P. Lenders, “Secretarie van State en Oorlog (1594-1711, 1717-1787, 1790-1792, 1793-1794)”, en E. Aerts e.a.
(eds.), De centrale overheidsinstellingen, pp. 386-388, 391, 393-394.
66
Ibidem, p. 387.
67
R. Vermeir, En estado de guerra, pp. 190-191; G. Parker, The Army, p. 248.

– 164 –
Una corte para un príncipe. La política militar de Olivares y la corte bruselense del cardenal infante

único gentilhombre de la boca en poder entrar en las habitaciones del cardenal infante y
llegó al mismo nivel que los mayordomos68.

La propaganda de guerra y la corte

Es probable que varias figuras fueran escogidas conscientemente para figurar en la


corte de Fernando a causa de su función diplomática y para la propaganda de guerra, y es
el caso, sobre todo, de los dignatarios de la corte que, debido a su origen, no eran súbditos
del rey de España. Así, durante el periodo del cardenal infante se nombró a una serie de
personas emparentadas con enemigos de la corona española o que provenían de regiones
interesantes desde un punto de vista estratégico. Entre 1634 y 1641 llama la atención la
presencia de ciertas figuras que tenían fuertes afinidades con el ducado de Saboya.
La situación geoestratégica de Saboya en el norte de Italia, como guardián de los
Alpes, significaba que el ducado era un aliado interesante tanto para Francia como para
España. Para Francia, Saboya era crucial porque controlaba en gran parte la entrada a la
península Italiana, mientras que para España era sumamente importante para garantizar
el paso fluido de las tropas de élite españolas e italianas destinadas a la guerra en los Países
Bajos. El “camino español”, la vía terrestre que utilizaban las tropas para ir a los Países
Bajos, presentaba dos opciones. La primera salía de Milán, pasaba por Saboya al Franco
Condado y de allí a través de Lorena, país amigo, a Luxemburgo. La otra llevaba de Milán
a Tirol, y desde allí se podía llegar a Lorena pasando esencialmente por territorio habsbur-
go. El problema con la segunda ruta era la Valtelina, una serie de puertos alpinos, habita-
dos por católicos, pero súbditos de los Grisones69, protestantes, mientras en la primera el
talón de Aquiles era Saboya que alternaba las alianzas con París y con Madrid. El ducado
prefería que estas dos potencias enemigas compitieran por la lealtad de Saboya, de modo
que esta podía fortalecer sus intereses dinásticos y políticos propios70.
Hacia el año 1624, el duque Carlos Manuel I de Saboya daba preferencia a las buenas
relaciones con Francia, que parecía convertirse en la nueva superpotencia europea una
vez que Richelieu había llegado al poder71. Madrid quedaba espantado al comprobar que
Francia tenía ambiciones en Italia que se manifestaron a las claras durante la guerra de
sucesión de Mantua (1628-1629). En este enfrentamiento España quedó derrotada, de
modo que el duque de Nevers, partidario de Francia, asumió la sucesión de Mantua y
Monferrato. Así la influencia francesa en el norte de Italia quedaba sensiblemente fortale-
cida y Milán se veía rodeada de aliados de Francia. Además, resultó que Víctor Amadeo de
Saboya, que había sucedido a su padre en 1630, era muy francófilo. In 1631, a cambio de

68
Consulta del Consejo de Estado, 25 de septiembre de 1635 (AGS, E 2050, s.f.); Felipe IV a Aytona, 21 de enero
de 1634 (CCE VI, n.o 895).
69
Una liga de montañeses protestantes que se habían aliado con los cantones suizos.
70
R. Lesaffer, Defensor, pp. 11-12; Parker, The Army, pp. 48-53; T. Osborne, Dynasty and diplomacy in the court
of Savoy. Political culture and the Thirty Years’ War, Cambridge, 2002, pp. 6-8 y 40.
71
T. Osborne, Dynasty, p. 240.

– 165 –
Birgit Houben

promesas de ayuda francesas, el duque cedió Pinerolo– que formaba la puerta de entrada
a Italia desde Francia– a Luis XIII. Debido a la francofilia de Saboya, el Camino Español
a través del ducado se hizo impracticable, aunque de todos modos no había manera de
utilizar esta vía a causa de la ocupación de Lorena por Francia en los años treinta. La
ocupación francesa de este último ducado partidario de España hizo también imposible
el paso por la otra vía72.
Hacia este periodo Madrid se afanaba por constituir una corte para Fernando, con
cuyo viaje a Bruselas se proponía liberar, entre otras cosas, el Camino Español73. No puede
ser casual, pues, que a personas locales del ducado de Milán o próximas a él y con lazos
con Saboya, se les concediese un enclave en su entorno inmediato. Así se mantenían los
buenos contactos con familias importantes del norte de Italia que trabajaban para mante-
ner despejadas las rutas militares españolas por vía terrestre. Al mismo tiempo, la corte de
Fernando evidenciaba sus objetivos militares. Por estos motivos, probablemente, Carlos
Filiberto de Este, marqués de Este, fue nombrado caballerizo mayor de la corte bruselense
del cardenal infante, al que acompañó en su viaje a los Países Bajos. Este había nacido en
San Martino in Rio, una pequeña ciudad en Reggio nell’ Emilia, una región que pertene-
cía a los territorios de sus familiares, los duques soberanos de Módena y Ferrara. Este era
el hijo de María de Saboya, una hija bastarda legitimada del duque Manuel Filiberto de
Saboya (padre del ya mencionado Carlos Manuel I) y Felipe de Este, general de caballería
al servicio de Saboya que se había mudado a Turín para casarse con María. Carlos Filiber-
to había iniciado su carrera al servicio de Saboya: en 1595 era gobernador de Niza y caba-
llero de la orden de la Santa Annunziata, y entre 1602 y 1616 era general de la infantería y
teniente general de la caballería de Saboya. Debe haberse pasado al servicio de la Casa de
Austria hacia 1616. En aquel año renunció a su pertenencia a la Santa Annunziata para ser
caballero en la orden del Toisón de Oro. Poco después fue nombrado marqués de Santa
Cristana cerca de Pavía y en 1623 recibió en Ratisbona el título de príncipe palatino del
Sacro Imperio Romano74. Había trabado buenas relaciones con la corte española incluso
antes, puesto que había encontrado a Felipe III cuando aún era infante y le había ayudado
como compagnon d’etude75.
El hermano menor de Carlos Filiberto, Segismundo, también había hecho una carre-
ra militar en Saboya y había fallecido en Turín en 1628. Después de su muerte, sus dos
hijos pequeños, Felipe Francisco y Carlos Manuel, respectivamente marqués de Lanzo y
marqués de Borgomanero, fueron educados en la corte de Turín. Durante el gobierno del
cardenal infante en Milán (1633) fueron sacados de allí y añadidos a la corte de Fernando
72
Ibidem, pp. 143-172; R. Lesaffer, Defensor, pp. 37-38, 46, 49, 55; G. Parker, The Army, pp. 66-67.
73
R. Lesaffer, Defensor, p. 55.
74
A. de Ceballos-Escalera y Gila, La Insigne Orden del Toisón de Oro, Madrid, 2001, p. 319; D. de Aedo, Viage,
p. 17; Reforma de la casa (APR, Sec His 81/10, s.f.); M. José, Emmanuel Philibert, Duc de Savoie, Ginebra,
1995, pp. 182-183; M. de Winkeland y V. Manuth, “‘Los Meninos’ by Van Dyck?: new identifications and
dates for the ‘Palatine princes’ in Vienna”, The Burlington Magazine, 1164 (2000), p. 155.
75
Prefacio de J. Chifflet en su traducción de D. de Aedo, Le voyage du Prince Don Fernande Infant d’Espagne,
Amberes, 1635, s.p.

– 166 –
Una corte para un príncipe. La política militar de Olivares y la corte bruselense del cardenal infante

como meninos. Es posible que esto lo hubiera propuesto Carlos Filiberto, que no tenía
descendencia de sus dos matrimonios y prefería que sus sobrinos se educaran en la corte
de un Austria español76. Los hermanos se llevaban bien con su tío, lo que queda probado
por el hecho de que ambos dieron su nombre a sus hijos. Así se puede afirmar –como
hacen M. de Winkeland y V. Manuth– que fue el caballerizo mayor el que dio el encargo
a Antonio van Dyck de pintar en Bruselas el retrato de los dos jóvenes77. Estos cuadros
ponen de relieve el carácter propagandístico del nombramiento de los jóvenes en la corte
bruselense. Van Dyck los retrató con el típico traje español impuesto por Felipe IV en
1623, que había prohibido la moda francesa de los grandes cuellos tiesos plisados y los
grandes cuellos de encaje. En todos los territorios españoles y en las cortes de Madrid,
Viena y Bruselas así como en algunos estados católicos del Sacro Imperio Romano, a par-
tir de 1623 se llevaba el traje negro con manto de tres cuartos de lana y la golilla, el cuello
estrecho levantado típico de la moda española. En la corte de Turín se seguía la moda
francesa. En este contexto es muy importante resaltar que la investigación radiográfica
del retrato de Felipe-Francisco ha demostrado que inicialmente, Van Dyck se proponía
representar al joven con un cuello francés78. El que no lo hiciera fue sin duda una decisión
consciente para subrayar el paso de los meninos de la corte de Turín a la de Bruselas. La
integración de los Este en el servicio de los Austrias españoles fortalecía el lazo con los
territorios del norte de Italia. El nombramiento del príncipe milanés de Trivulzio como
menino de Fernando hacia el mismo momento que el de los hermanos Este también se
explica en este contexto79. En octubre de 1634 entró además en la Orden de la Toisón de
Oro80. Lo mismo se puede decir del nombramiento del comandante en jefe del ejército y
de la flota de la república de Génova, el duque de Tursi, que durante la estancia de Fer-
nando en Milán ejerció temporalmente la mayordomía mayor81. La alianza con Génova
era imprescindible para asegurar el paso de las tropas españolas hacia Lombardía, el punto
de reunión82. Pero el buen entendimiento con estos nobles del norte de Italia no podía re-
vertir la situación; el paso del cardenal infante sería la última expedición militar por tierra
a los Países Bajos. Desde entonces solo sería practicable la vía marítima83.
La adopción de los Este en la corte tenía otra ventaja propagandística: se los presenta-
ba como miembros de la casa de Saboya que contrariamente al duque, habían tomado la
decisión acertada de aliarse con España. No cabe ninguna duda de que el nombramiento
de gobernador de las armas del ejército español en los Países Bajos que recibió Tomás de
Saboya en 1635, sirviera el mismo propósito. Tomás era el hermano menor del duque

76
D. de Aedo, Viage, p. 55; M. de Winkeland y Manuth, “‘Los Meninos’”, p. 155.
77
M. de Winkeland y Manuth, “‘Los Meninos’”, p. 155. Los cuadros se encuentran en la Gemäldegalerie del
Kunsthistorisches Museum de Viena (números de inventario 484 y 485).
78
Ibidem, pp. 147 y p. 150.
79
D. de Aedo, Viage, p. 55.
80
A. de Ceballos-Escalera y Gila, La Insigne, p. 338.
81
D. de Aedo, Viage, p. 58.
82
Acerca de la alianza con Génova en función del “camino español”, véase G. Parker, The Army, p. 51.
83
Ibidem, p. 67.

– 167 –
Birgit Houben

Víctor Amadeo de Saboya al que le irritaba profundamente la influencia creciente de


Francia en su tierra nativa. Por su matrimonio con María de Borbón, hermana del conde
de Soissons, se encontró en el campo de los malcontentos franceses. Cuando el duque,
su hermano, le pidió en 1634 que fuera a la corte de Francia como su apoderado para
conseguir una alianza contra España, se negó a ello y se dirigió a Bruselas, desde donde
ofreció sus servicios a Felipe IV. Esta decisión fue influida por el hecho de que Víctor
Amadeo y su esposa consiguieron finalmente procrear una descendencia sana, de modo
que la probabilidad de que uno de los hijos de Tomás heredera la corona ducal se vio
muy reducida84. Aunque Tomás, debido a su estrecho parentesco con el cardenal infante,
no ocupaba ningún puesto en la corte de Bruselas, era un auténtico cortesano: tenía sus
habitaciones en el Coudenberg, su corte propia y siempre se encontraba en compañía de
Fernando. Su nombramiento de segundo militar de Fernando, después del fallecimiento
de Aytona en 1635, se hizo esperar algo. Como era el hermano del duque de Saboya, un
francófilo, Madrid tenía algunas reservas, pero después de que Francia declaró la guerra
en 1635, su nombramiento militar era una proeza propagandística de primera magnitud85.
Pero las dudas acerca de la lealtad de sus intenciones hicieron que se controlara de modo
más riguroso su corte en Bruselas. El 9 de abril de 1636, Felipe IV escribió a su hermano
que para una función en la corte de su sobrino solo entraban en cuenta españoles, napoli-
tanos y sicilianos, los saboyanos y los milaneses quedaban excluidos. A pesar de que estos
últimos eran súbditos de la corona española, el soberano no les tenía confianza debido a
los posibles contactos con Piamonte, un principado que pertenecía al duque de Saboya
y era fronterizo con el ducado de Milán86. Mientras el entorno del cardenal infante era
deliberadamente poblado de figuras procedentes del norte de Italia, la corte de Tomás fue
deliberadamente desprovista de ellos. Allí, la presencia de italianos del norte podía resultar
contraproducente: los que tenían buenas conexiones con Saboya podían darle consejos
muy desfavorables a Tomás.
La presencia de Tomás en los Países Bajos también era muy significativa desde un
punto de vista diplomático: podía realizar el enlace entre los adversarios de Richelieu
en Bruselas (María de Medici)87, Francia (su familia política) y España. En esta lucha lo
ayudó Alessandro Scaglia, ex diplomático del duque Saboya que en 1632 había salido a un
exilio autoimpuesto debido a su aversión por la fuerte influencia francesa en el ducado88.
Finalmente, a pesar de sus contactos personales, Tomás no conseguiría su propósito de
fomentar la oposición contra Richelieu89. A consecuencia de una guerra civil en Saboya,

84
R. Vermeir, En estado de guerra, p. 115; T. Osborne, Dynasty, pp. 238-240.
85
R. Vermeir, En estado de guerra, p. 177.
86
Felipe IV al cardenal infante, 9 de abril de 1636 (AGR, SEG 214, f. 224).
87
María de Medici (1573-1642), viuda del rey de Francia Enrique IV y madre de Luis XIII y Gastón de Orleans.
A principios de noviembre de 1630 Luis XIII prefirió Richelieu a su madre (Journée des Dupes), la mayor ene-
miga de éste, y la desterró a Compiègne debido a su implicación en un complot contra el primer ministro.
De allí huyó a Bruselas en 1631.
88
T. Osborne, Dynasty, pp. 240-243.
89
Ibidem, p. 264.

– 168 –
Una corte para un príncipe. La política militar de Olivares y la corte bruselense del cardenal infante

volvió a su tierra natal en 1639, donde tomó el partido de Francia. La integración de Felipe
Francisco de Este en el servicio de España tampoco se logró: también regresó a la corte de
Turín en los años cuarenta, donde fue nombrado gran commandatore dell’Ordine dei Santi
Maurizio e Lazzaro. En 1645 se casó con una hija legitimada del fallecido duque Carlos
Manuel de Saboya, por lo cual su parentesco con la casa de Saboya se acentuó aún más.
Sin embargo, la integración del hermano de Felipe Francisco, Carlos Manuel, sí que fue
un éxito. Siguió al servicio de la corona española hasta su muerte a los 73 años, obtuvo el
título de grande y fue nombrado caballero de la orden del Toisón de Oro en 1657. Después
fue capitán general de Milán y embajador del rey de España Carlos II en la corte de Viena.
Allí fue el líder de la facción antifrancesa90. El caballerizo mayor Carlos Filiberto de Este
siguió partidario de la causa española. Después de la muerte del cardenal infante en 1641
se retiró a Milán a los 70 años y allí falleció diez años más tarde91.
El nombramiento del conde Juan de Nassau-Siegen como gentilhombre de la cáma-
ra del cardenal infante in 1635, tenía una finalidad similar a la de la incorporación de
las familias del norte de Italia92. El conde estaba emparentado con Federico Enrique de
Orange-Nassau, estatúder de Holanda y Zelanda (1625-1647) y era medio hermano del
general en jefe de este último, Guillermo de Nassau. En 1613 se convirtió al catolicismo y
en 1618 entró al servicio de los archiduques. En 1630 fue herido en el servicio del empera-
dor durante un encuentro con el ejército de la República; fue hecho prisionero de guerra
y supo convencer a todo el mundo de su afecto por la causa de los Austrias. Después de
su liberación, Felipe IV lo nombró general de la caballería de los Países Bajos, previa reco-
mendación por Isabel. Aunque no supo desempeñar esta función como convenía, Madrid
no podía degradarlo. Un pariente de la casa de Orange, que se convirtió y cambió de cam-
po, era un arma de propaganda perfecta contra el Norte. Para que el conde no cambiara
de opinión, en 1624 ya se le había recompensado con el Toisón de Oro93. En 1635 obtuvo
una posición interesante en la corte del gobernador general.

Conclusión

Cuando Isabel falleció en 1633, el intermezzo archiducal se había terminado para siem-
pre y Madrid quería aprovechar la ocasión para fortalecer su control sobre los Países Bajos
meridionales. Era inevitable; después de Francia declarase la guerra, estos territorios tenían
que afrontar una guerra en dos frentes y en aquel periodo se convirtieron más que nunca
en la principal base militar de los Austrias españoles. Ahora que el conde duque estaba en
la cumbre de su poder, planeaba una gran ofensiva desde los Países Bajos meridionales por
la que estas provincias –por citar las palabras de Jonathan Israel– “se convirtieron más que

90
M. de Winkeland y Manuth, “‘Los Meninos’”, pp. 155-156.
91
Ibidem, p. 155, nota 61; A. de Ceballos-Escalera y Gila, La Insigne, p. 319.
92
Ph. Chifflet, Diaire (BMB, CC 179, f. 103v).
93
R. Vermeir, En estado de guerra, pp. 177-178; A. de Ceballos-Escalera y Gila, La Insigne, pp. 327-328.

– 169 –
Birgit Houben

nunca en una pieza clave dentro de la maquinaria de la Monarquía Española”94. En este


contexto no resulta, pues, sorprendente que en 1634, Bruselas recibiera una avalancha de
“cabezas”, hombres de la confianza de Madrid que compartían la visión política del vali-
do. Estos confidentes que asesoraban al gobernador general y vigilaban que se atuviera a
las directrices madrileñas, no solo estaban presentes en calidad de ministros que participa-
ban en las juntas más importantes, sino también en calidad de dignatarios de la corte. Más
aún, llama la atención que los puestos ministeriales más importantes se solían combinar
con los puestos cortesanos de mayor peso. De esta manera, el conde duque podía asegurar
la supervisión más cerrada de los asuntos en Bruselas. Como ministros principales, sus
clientes contribuían a determinar la política en los Países Bajos meridionales y vigilaban
que se respetaran las órdenes de Madrid. Combinando su función administrativa con
otra cortesana, tenían ocasión de discutir asuntos políticos y militares importantes hasta
en los momentos más privados de Fernando y advertirle de eventuales desviaciones de las
directrices estipuladas por Olivares. Había que alejar del entorno del cardenal infante a
los disidentes que no estaban de acuerdo con la visión de Olivares, como los Moscoso que
habrían podido insinuar ideas distintas al gobernador general y el conde duque no estaba
dispuesto a correr este riesgo.
El fuerte carácter militar del periodo 1634-1641 también se hizo sentir en la composi-
ción de la corte de Fernando. Más que nunca había funcionarios y oficiales importantes
dentro del aparato del Ejército de Flandes que combinaban su puesto con una función
cortesana. El mayor prestigio de figuras relacionadas directamente con la beligerancia se
traducía claramente en un puesto en el entorno inmediato del gobernador general. De
tal modo podían presentar al cardenal infante su asesoramiento competente tanto en las
campañas como durante sus momentos de ocio en el palacio. Además, también se incor-
poraron en la corte de Bruselas unas personas originarias de territorios estratégicamente
interesantes (el norte de Italia) o que tenían afinidades con los enemigos. Hacían de recla-
mo para la causa de España y cumplían un papel nada desdeñable en la diplomacia y para
la propaganda de guerra. Entre 1634 y 1641, la composición de la corte de Bruselas enfatizó
la finalidad militar de la llegada de Fernando a los Países Bajos; era una corte militar, la
corte de un capitán general.
Durante el gobierno general del cardenal infante, los Países Bajos meridionales se con-
virtieron en la primera prioridad de la política militar del conde duque, y esto se reflejaba
claramente en la composición de la corte de Bruselas, que en aquellos años cumplía un
sustancial papel político y militar y se había convertido en un típico producto olivarista.

94
J.I. Israel, “España y los Países Bajos”, p. 127.

– 170 –
¿Naturales del país o espaignolizés?
Agentes de la Corte como negociadores de paz
durante la Guerra de Flandes (1577-1595)
Violet Soen
Universidad Católica de Lovaina

En las actas del congreso anterior Bernardo García García publicó un reconocido artí-
culo sobre las propuestas de paz de Felipe de Croÿ, barón de Molembais, quien desde 1590
fue además conde de Solre1. Dicho artículo podría ser incluido también en este volumen
porque el conde de Solre era desde luego “un agente en movimiento entre España y los
Países Bajos”. De hecho, Solre fue miembro de la corte del gobernador Alejandro Farne-
sio, luego capitán de la Guardia de los Archeros de Corps de Felipe II y finalmente caba-
llerizo mayor del archiduque Alberto de Austria. En 1595 fue nombrado consejero (con
privilegio) del Consejo de Estado de Bruselas. Además Solre ejerció como diplomático
entre Bruselas, Madrid y Viena aunque, como Hugo De Schepper ya afirmó, nunca llegó
a ser la gran figura de gobierno que se había esperado de él al principio de su carrera2.
En su trabajo, García García llamó también la atención sobre las interesantes reflexio-
nes que Felipe de Croÿ redactó a partir de 1604 para poner fin al conflicto que durante
40 años había dominado a los Países Bajos. A su vez, un siglo antes, Victor Brants había
editado algunos de estos memorandos en el Bulletin de la Commission Royale d’Histoire3.
En estos documentos, Solre expresaba su idea de que un planteamiento conciliador po-
día ser tan efectivo como un ataque armado contra los rebeldes para así hacerles desistir
de su lucha. Un “justo gobierno” debía inspirar por lo tanto a los sublevados a recono-
cer la soberanía de su “legítimo príncipe”. Durante su misión ante la corte española en
1604, Solre sugirió usar el “amor” (amour) en lugar de la “violencia” (rigueur). Recuér-
dese que años después, en 1610, Felipe III le pidió una vez más que redactara su visión
sobre la pacificación final de los Países Bajos. El conde repitió entonces, en sus papeles,
que los Habsburgo debían ganarse por encima de todo el corazón de sus súbditos. Sin
duda, Solre consideraba que la Tregua de los Doce Años (1609-1621) constituía una buena
1
B. García García, “Ganar los corazones y obligar los vecinos. Estrategias de pacificación de los Países Bajos
(1604-1610)”, en A. Crespo Solana y M. Herrero Sánchez (eds.), España y las 17 provincias de los Países Bajos.
Una revisión historiográfica (XVI-XVIII), Córdoba, 2002, t. I, pp. 137-166.
2
H. De Schepper, De Kollaterale Raden in de katholieke Nederlanden van 1579-1609, Lovaina (tesis doctoral
inédita, Katholieke Universiteit Leuven), 1972, p. 182.
3
V. Brants, “Une mission à Madrid de Philippe de Croy, comte de Solre, envoyé des archiducs en 1604”, Bul-
letin de la Commission Royale d’Histoire (BCRH), 77 (1908), pp. 185-203 y V. Brants, “Avis sur les affaires des
Pays-Bas adressés à l’Archiduc Albert par Philippe de Croy, comte de Solre”, BCRH 83 (1914), pp. 254-279.

– 171 –
Violet Soen

oportunidad para llevar adelante este proyecto pacificador. En este trabajo se presentan
esta y otras propuestas de paz de nobles flamencos a la Corte española dentro del contexto
más especifico de las negociaciones de paz durante la Revuelta de los Países Bajos.
Desde la conferencia de Paz de Breda (de marzo a agosto de 1575) las negociaciones
entre el rey y los rebeldes se efectuaron con grandes intervalos de tiempo. En relación a
este punto, Hugo De Schepper describió – y no por casualidad también en el volumen del
congreso anteriormente mencionado– muchos de los momentos clave de estos “intentos
de reconciliación”. El 12 de febrero de 1577, por ejemplo, don Juan firmó el Edicto Eterno
y ratificó con ello la Pacificación de Gante. Sin embargo el conflicto se recrudeció de
nuevo cuando don Juan tomó la ciudadela de Namur medio año después y los Estados
Generales lo proclamaron enemigo del estado. La consiguiente conferencia de paz de
Colonia en 1579 fue suspendida, a pesar del alto patronazgo del emperador Rodolfo II.
En ese mismo año, la Unión de Arras procedió a reconciliarse con Felipe II a través de los
Tratados de Arras y Mons, mientras que la Unión de Utrecht “abandonó” al rey dos años
después. Solo hasta 1587 y 1588 los diplomáticos de Alejandro Farnesio negociaron con
la Unión de Utrecht y la Reina de Inglaterra. La negociación tuvo lugar en Bourbourg
(Broekburg), pero fue suspendida cuando los barcos españoles de la Armada entraron en
el Canal de la Mancha. Los enviados del Sacro Imperio Romano negociaron en nombre
del emperador y los Estados Imperiales entre 1591 y 1592, tanto en Bruselas como en La
Haya. La regencia de la “paloma de la paz” Ernesto de Austria en 1594 anunciaba –según
esta visión clásica– el principio de nuevas negociaciones. Tras la muerte del archiduque, el
marqués de Havré, Carlos Felipe de Croÿ, prolongó este debate más o menos formalmen-
te hasta 1596. Solo con las negociaciones de Rijswijk en 1608 los archiduques y la corona
española se mostraron dispuestos a un acuerdo temporal con los “rebeldes”. Finalmente,
en 1609 se firmó la Tregua de los Doce Años4. Las negociaciones y las propuestas de paz
estudiadas en este artículo surgieron a la sombra de estas “grandes” conferencias de paz.
Por eso no se encuentran incluidas en los panoramas clásicos de la historia política de las
relaciones hispano-holandesas, como la de De Schepper. Con todo, los contactos y las
redes de miembros de la nobleza arrojan tanta luz sobre la problemática de la pacificación
durante la Revuelta como las peripecias diplomáticas durante las negociaciones de paz.
Este artículo estudia estas negociaciones por medio de la biografía de tres miembros de
la nobleza de los Países Bajos que permanecieron algún tiempo en la corte española. Estos
nobles, a su vuelta a los Países Bajos, se encargaron de las negociaciones con los rebeldes o
esbozaron propuestas de paz. Juan de Sainte-Aldegonde, señor de Noircarmes y barón de
Selles desde la muerte de su hermano, fue enviado como emisario de paz a finales de 1577.
Tras un par de mediaciones fracasadas, Selles desempeñó un papel importante sobre todo

4
H. De Schepper, “Los Países Bajos y la Monarquía Hispánica. Intentos de reconciliación hasta la tregua de
los Doce Años (1574-1609)”, en A. Crespo Solana y M. Herrero Sánchez (eds.), España y las 17 provincias, t. I,
pp. 325-354. En P. Arnade, Beggars, iconoclasts & civic patriots. The Political Culture of the Dutch Revolt, Ithaca,
2008, el aspecto de negociaciones de paz y intentos de reconciliación casi desaparece totalmente.

– 172 –
¿Naturales del país o ESPAIGNOLIZÉS? Agentes de la Corte como negociadores de paz durante la Guerra de Flandes

en las negociaciones con la Unión de Arras a principios de 1579. Su cuñado, el caballero


Carlos de Tisnacq, partió a finales de 1592 hacia los Países Bajos y allí también llevó a cabo
negociaciones en los primeros meses de 1593. Poco después el conde de Solre escribió un
primer memorándum para Ernesto de Austria en relación con la pacificación de los Países
Bajos. José Eloy Hortal Muñoz ya advirtió que Solre había comenzado antes de 1604 a
redactar estrategias de pacificación. Dicho autor editó en su tesis un memorándum suma-
mente interesante que Solre escribió en 1596 para Alberto de Austria5. Algunos documen-
tos de la colección de manuscritos de los Archives Générales du Royaume de Bruselas y de
la Secretaría de Estado del Archivo General de Simancas demuestran que Solre asesoraba
ya en 1594 y 1595 sobre guerra y paz a Ernesto de Austria.
Además, estos tres hombres tenían también una misión ejecutiva en la Guardia de los
Archeros de Corps, la guardia de corte de la Casa de Borgoña. Numerosos estudios de
historiadores de la corte, y en particular para la monarquía española del grupo de inves-
tigación de José Martínez Millán, han demostrado que corte y política estaban estrecha-
mente ligados sin lugar a dudas hasta 1650. Y aun así esta vinculación es menos evidente
en las funciones de las guardas palatinas, que ayudaban sobre todo en el ceremonial de
la corte. En este artículo se hará claramente patente que Selles, Tisnacq y Solre, como
“naturales del país”, desempeñaron un papel político mayor de lo que se podía sospechar
basándonos solamente en su cargo.

Naturales del país, agentes de la Corte

Resulta curioso que todavía no se haya reparado en las coincidencias que existen entre
la trayectoria vital y las negociaciones de Juan de Noircarmes, Carlos de Tisnacq y Felipe
de Croÿ. Sin embargo, estos tres miembros de la nobleza fueron investidos consecutiva-
mente con las más altas funciones en la Guarda de los Archeros de Corps, una de las tres
guardias personales de Felipe II6. Sus nombramientos y sus ceses se sucedieron. Juan de
Sainte-Aldegonde, señor de Selles7, era un noble oriundo de Artois que llegó a ser lugarte-
niente de esta guardia a finales de 1557, bajo el capitán Felipe de Montmorency, conde de
Horn. Cuando este último regresó a los Países Bajos en 1561, Selles asumió las funciones
de capitán. En realidad, Juan de Noircarmes nunca fue nombrado como tal –tampoco
tras la ejecución de Horn en 1568–, al contrario, siguió siendo teniente hasta su muerte en
5
Papel curioso (s.d.): Instituto Valencia de Don Juan (IVDJ), Envío 47, caja 63, doc. 506 y 507, transcrito por
J. Hortal Muñoz, El manejo de los asuntos de Flandes, 1585-1598, Madrid (tesis doctoral inédita, Universidad
Autónoma de Madrid), 2004, pp. 346-363.
6
J. Hortal Muñoz, “Las guardas palatino-personales de Felipe II”, en J. Martínez Millán y S. Fernández Conti
(eds.), La monarquía de Felipe II: la casa del Rey, Madrid, 2005, t. I, pp. 453-516.
7
Juan de Noircarmes (¿-01/1585): V. Soen, “Noircarmes (Sainte-Aldegonde), Jan (of Johan) van”, Nationaal
Biografisch Woordenboek (NBW) 18, Bruselas, 2007, pp. 699-704 para sustituir a E. de Borchgrave, “Noircar-
mes, Jean de”, en Biographie Nationale (BN), t. 18, Bruselas, 1899, pp. 780-784; J. Eloy Hortal Muñoz, “Jean
de Noircarmes”, en Diccionario Biográfico Español (en prensa) y también J. Martínez Millán, La monarquía
de Felipe II. La Casa del Rey, Madrid, t. II, 2005, p. 408 y texto de nota 6 en el mismo libro; J. De Vegiano y
J. De Herckenrode, Nobiliaire des Pays-Bas et du comté de Bourgogne, Gante, 1865, t. III, pp. 1712-1713.

– 173 –
Violet Soen

1585. Tras la muerte de su hermano Selles expresó su deseo volver a los Países Bajos para
casarse allí con Catalina de Tisnacq, con quien ya vivía en la corte española. En junio de
1577 Felipe II aprobó su salida, pero no sin antes encontrar a un sustituto8.
El título de capitán recayó finalmente en el hermano de la prometida de Selles, Carlos
de Tisnacq9, miembro de la Casa de Borgoña y de la guardia real desde 1567. Se trataba so-
lamente de un nombramiento ad interim: tampoco Tisnacq fue nombrado nunca capitán
definitivamente. Su designación salió adelante gracias a los contactos de su padre, Carlos
de Tisnacq10, canciller del sello del rey de 1559 a 1570 y después presidente del Consejo de
Estado de Bruselas hasta su muerte en 1573. Ahora bien, el joven Tisnacq, una vez en su
cargo, se reveló no obstante como un autoritario capitán que defendía sus privilegios y su
jurisdicción sobre los archeros. De este modo los conflictos se acumularon y se intensifi-
caron en 1586 cuando los archeros pidieron la destitución del capitán.
Como consecuencia se nombró capitán a Felipe de Croÿ11 en 1588, aunque entonces
solo era señor de Molembais en Brabante y de Solre en Hainaut. Para el joven Molembais
era un paso importante en su ascensión cortesana, pues sus ambiciones apuntaban sobre
todo a la corte del gobernador de los Países Bajos. Por ello solicitó permiso varias veces a
Felipe II para su regreso. Alberto de Austria lo nombrara finalmente gentilhombre de la
cámara y caballerizo mayor (Carlos de Tisnacq se quedó a las puertas del cargo). De allí
que en 1596 se nombró a otra persona capitán de la guarda de los archeros.
La guarda palatina constituía en todas las cortes europeas un medio importante para
subrayar la majestad del soberano. En tiempos de inestabilidad política la guardia debía
literalmente proteger les deux corps del rey. En tiempos de calma debía contribuir al bien-
estar de la “república”. Los tratados de teoría política prescribían que un soberano debía
proceder como “buen padre” de sus súbditos y conservar la unidad entre ellos admitiendo
a los “naturales” de sus territorios en su guardia. La Guarda de los Archeros de Corps ejer-
cía esta función en parte para los Países Bajos como Guarda Flamenca; esa era su función
para integrar a dichos territorios en la monarquía compuesta de la monarquía española.
Felipe II reguló desde 1561, cuando eligió Madrid como lugar de residencia, la reserva de
puestos en los Países Bajos para miembros de la guardia que dimitían o se jubilaban12.

8
A. Repetto Álvarez, “Acerca de un posible segundo gobierno de Margareta de Parma y el cardenal Granvela
en los estados de Flandes”, Hispania. Revista española de historia, 32 (1972), pp. 379-475 y 425-426.
9
Chevalier Carlos de Tisnacq junior (ca. 1550-1/1597): V. Soen, “Tisnacq (Tissenaecken) junior, Charles (Ka-
rel van)”, en NBW 18, pp. 839-842 y J. Eloy Hortal Muñoz, “Carlos de Tisnacq”, en Diccionario Biográfico
Español (en prensa).
10
Carlos de Tisnacq (¿?-1573): J. Lefèvre, “Tisnacq (Charles de) ou Van Tisenaecken”, en BN 25, Bruselas,
1930-1932, pp. 334-340 y M. Baelde, De collaterale raden onder Karel V en Filips II (1531-1578): Bijdrage tot de
geschiedenis van de centrale instellingen in de zestiende eeuw, Bruselas, 1965.
11
Felipe de Croÿ, conde de Solre (1562-04/02/1612): H. De Schepper, Kollaterale Raden, pp. 182-183, J. Hortal
Muñoz, El manejo de los asuntos de Flandes, pp. 184-186, 208, 269-270, 437-438 y sobre todo el articulo citado
de B.J. García García, “Ganar los corazones”, pp. 141-149.
12
A. Esteban Estrínga, “El ejército en Palacio? La jurisdicción de la guardia flamenco-borgoñona de corps
entre los siglos xvi y xvii”, en A. Jiménez Estrella y F. Andújar Castillo (eds.), Los nervios de la guerra. Estudios
sociales sobre el ejército de la Monarquía Hispánica (s. XVI-XVIII): nuevas perspectivas, Granada, 2007, pp. 191-230.

– 174 –
¿Naturales del país o ESPAIGNOLIZÉS? Agentes de la Corte como negociadores de paz durante la Guerra de Flandes

Hans Cools ha demostrado, sin embargo, que Felipe II daba menos importancia a su
guardia en comparación con sus predecesores13.
Gracias a sus cargos y sus estancias en la corte real, hombres como Selles, Tisnacq y
Solre eran, debido a su condición de “naturales del pais”, importantes intermediarios en-
tre el rey y las 17 Provincias. A su vuelta a los Países Bajos, estos no se resistieron a enfatizar
sus títulos y cargos. Del mismo modo, también el partido rebelde le daba importancia a
este cargo cortesano. En su Apología, Guillermo de Orange señalaba claramente al barón
de Selles como lugarteniente de los tiradores14. Es importante constatar que en la sociedad
moderna temprana la posesión de dichos cargos resultaba un aspecto clave pues los pues-
tos en la corte y el honor estaban estrechamente ligados.
Como resultado puede decirse que Selles y Tisnacq eran, sobre todo desde un punto de
vista político, agentes de la corte y por ello disponían de instrucciones reales para sus tareas
de negociación en los Países Bajos. El 20 de diciembre de 1577 se completó la redacción
de las instrucciones oficiales para el barón de Selles, las cuales fueron firmadas por el rey15
quien recibió poco después al barón en audiencia16. Tisnacq emprendió su viaje, probable-
mente, sin instrucciones precisas, de hecho, las recibió luego por carta17. Las instrucciones
de Selles translucían la esperanza de que él pudiera actuar, gracias a sus características so-
cioculturales, como mediador entre la nobleza de los Países Bajos, los rebeldes y la corona
española. Esa fue la razón también por la que Felipe III pidió consejo a Solre en 161018.

La lucha entre facciones cortesanas y la política


con respecto a los Países Bajos

La influencia de cargos y facciones en la corte ha recibido una nueva valoración por


la historiografía reciente19. Es más, desde la tesis de David Lagomarsino20, también se ha
relacionado la política de Felipe II en los Países Bajos en los años 1560 con la lucha entre

13
H. Cools, “The Burgundian-Habsburg Court as a Military Institution from Charles the Bold to Philip II”,
en S. Gunn y A. Janse (eds.), The Court as a Stage. England and the Low Countries in the Later Middle Ages,
Woodbridge, 2006, pp. 156-168.
14
Guillermo de Orange, Apologie ov deffense de tresillustre Prince Gvuillavme […] Prince d’Orange, Delft,
1581, p. 69, n° 554 de W.P.C. Knuttel, Catalogus van de pamfletten-verzameling berustende in de Koninklijke
Bibliotheek (K), 10 vol, La Haya, 1890-1920 (K 554).
15
Patenten oft opene brieven van mijn heere don Johan van Oistenrijke […] inhoudende den laste ende comissie
ghegeven by zijnder Ma.teyt de Baenreheer van Selles, edelman van zijne huyse ende lieutenant van zijne guardie
van Archiers, Lovaina, 1578 (K. 337 y en francés K. 336), con cartas por Courtrai y Dordrecht en Archives
Générales du Royaume (AGR), Aud. 580, f. 86 y 102.
16
Mémoire pour le Baron de Selles, lieutenant de la garde des archiers de sa Majesté de ce quil aura de dire et declai-
rer de la part de Sad. Majesté a l’evesque de Liege: AGR Aud. 192/1, f. 1.
17
Copia de la relacion que ha hecho Carlos de Tisnac, 1/5/1593: AGS, E. 604, f. 78, cf. J. Lefèvre, CPhII IV, pp.
165-166 (448).
18
B. García García, “Ganar los corazones”, p. 140 y pp. 157-158.
19
Sobre todo: J. Martínez Millán (ed.), Instituciones y Elites de Poder en la Monarquía Hispana durante el Siglo
XVI, Madrid, 1992.
20
P.D. Lagomarsino, Court Factions and Formulation of Spanish Policy towards the Netherlands, Cambridge
(tesis doctoral inédita, University of Cambridge), 1974.

– 175 –
Violet Soen

facciones en la corte española. La enemistad entre el clan del príncipe de Éboli y el duque
de Alba en la corte estaba desde hacía mucho tiempo fuera de toda duda21, pero como
sabemos, Lagomarsino estableció una relación entre esta lucha de facciones y la política
de la corona española en los Países Bajos. Este autor sostuvo que las facciones de la corte
se perfilaban en las decisiones que el rey debía tomar contra los “rebeldes” y los “herejes”
de las Diecisiete Provincias. Por ello, desde entonces, la historiografía da por supuesto
que la política con respecto a los Países Bajos estuvo determinada por la lucha entre estas
facciones y que el resultado de decisiones tomadas por el rey tenía que ver con la victoria
de una u otra facción.22 José Eloy Muñoz Hortal ha demostrado además que la lucha de
facciones influyó en la política de los Países Bajos hasta la muerte de Felipe II23.
Se puede afirmar entonces que el consenso provisional acerca de la lucha de facciones y
la política en los Países Bajos se resumiría en los siguientes puntos. La facción de Fernando
Álvarez de Toledo, duque de Alba, representaba las aspiraciones a un absolutismo y una
rigidez religiosa. Enfrentada a esta postura, se hallaba el grupo formado por el portugués
Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, y el secretario real Francisco de Eraso, la punta de
lanza de los llamados ebolistas. Este grupo adoptó una postura relativamente moderada,
entre otras cosas por sus contactos con los miembros de la nobleza de los Países Bajos,
aunque los lazos afectivos y el patronazgo se relajarían cada vez más. Lagomarsino supu-
so que por eso los ebolistas se comportaban de una forma más tolerante con la herejía,
pero como demostró Liesbeth Geevers, también ellos estaban insatisfechos con la postura
indolente de la nobleza de los Países Bajos en la persecución de la herejía y la reforma de
los obispados24. El más conocido –y asimismo el más claro– enfrentamiento entre ambas
facciones fue la discusión sobre la estrategia real tras el Movimiento Iconoclasta durante
la sesión del Consejo de Estado del 29 de octubre de 1566. Los ebolistas sostenían que el
rey debía viajar inmediatamente a los Países Bajos con un pequeño ejército. Los albistas
pretendían que el rey enviara primero un ejército por delante para restablecer el orden. El
rey eligió la segunda opción, solo cuando estuvo seguro de que los turcos no atacarían de
nuevo el año siguiente. La omnipotencia de la facción Éboli se estaba desmoronando des-
de 1565, cuando comenzó a ponerse en tela de juicio la integridad de Francisco de Eraso,
la decisión de la expedición de castigo a los Países Bajos firmó su decadencia provisional.
El duque de Alba fue sucesivamente capitán general y gobernador de los Países Bajos.
Puso en marcha la “línea dura” fundando el Consejo de Tumultos (Conseil des Troubles)
y ejecutando a numerosos civiles, entre los cuales estuvieron los destacados caballeros de

21
Veáse por la historiografía desde Leopold Ranke: B.J. García García, “Pacifismo y reformación en la política
exterior del duque de Lerma (1598-1618). Apuntes para una renovación historiográfica pendiente”, Cuadernos
de Historia Moderna 12 (1991), pp. 207-222.
22
J. Martínez Millán y C.J. de Carlos Morales (eds.), Felipe II (1527-1598). La configuración de la monarquía
hispana, Valladolid, 1998, pero también en biografías como J.M. Boyden, The Courtier and the King. Ruy
Gómez de Silva, Philip II and the Court of Spain, Berkeley, 1995.
23
J. Hortal Muñoz, El manejo de los asuntos de Flandes, 1585-1598.
24
L. Geevers, Gevallen vazallen. De integratie van Oranje, Egmont en Horn in de Spaans-Habsburgse monarchie
(1559-1567), Ámsterdam, 2008, pp. 91-99.

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¿Naturales del país o ESPAIGNOLIZÉS? Agentes de la Corte como negociadores de paz durante la Guerra de Flandes

la Orden del Toisón, los condes de Egmont y de Horn. Cuando Guillermo de Orange y
sus partidarios desafiaron a este régimen en 1568 con un ejército, el duque de Alba res-
pondió con una expedición militar. Poco después pidió su dimisión. El nombramiento
del duque de Medinaceli, que oficialmente nunca fue gobernador, fue entonces un aviso
sobre la decadencia de la influencia de Alba25. Pero cuando los gueux empezaron a tomar
ciudades en cuatro regiones en 1572, se depositó toda la confianza de todas formas en el
“gran soldado” Alba. En este año de 1572, Alba obtuvo también los esperados éxitos mili-
tares y, además, se negó a poner en manos de Medinaceli su título de gobernador. Solo tras
el levantamiento del asedio a Alkmaar en 1573, quedó claro que la lucha por la reconquista
sobre los gueux duraría más de lo esperado.
En relación al punto anterior, el nombramiento de Luis de Requeséns habría mostra-
do la insatisfacción sobre este “planteamiento duro”, y habría así mantenido el declive
progresivo de los albistas. Algunos sostenían que Requeséns pertenecía a la facción Éboli
y que por eso llegó a los Países Bajos con un programa conciliador. Sin embargo, esta
imagen ha sido parcialmente matizada. Julie Versele ha argumentado recientemente que
la lucha de facciones había tenido una influencia segura en el nombramiento de Reque-
séns: el rey lo habría nombrado precisamente porque estaba fuera de la lucha directa de
facciones en la corte26. Con todo, la lucha bilateral de facciones de los años 1572-1576 se
había vuelto de todas formas muy poco clara ya que murieron los patrones más importan-
tes, como Éboli y el cardenal Diego de Espinosa quien, en parte, se apropió del patronaz-
go. En todo caso, Requeséns era partidario de medidas suaves tales como la supresión del
Consejo de Tumultos y un perdón general, pero no compartía la idea de las negociaciones
de paz con los rebeldes. Al fin y al cabo, las primeras medidas descansaban todavía sobre
la relación asimétrica rey-vasallo, y en efecto, al mantener negociaciones de paz se acepta-
ba una cierta igualdad entre el rey y los “profanadores de la majestad real”. Tras la muerte
de Requeséns, el Consejo de Estado tomó las riendas del gobierno temporalmente, pero
ante la amenaza de motín y caos, los Estados Generales cerraron por su propia cuenta un
acuerdo con los Estados de Holanda y Zelanda y con Guillermo de Orange. Esta “Pacifi-
cación de Gante” de noviembre de 1576, estipulaba una amnistía general y statu quo reli-
gioso en Holanda y Zelanda y por consiguiente el reconocimiento explícito del calvinismo.
Desde ese momento también la corte española se dio cuenta de la necesidad de buscar
la paz y en consecuencia de negociarla. Para Geoffrey Parker tal circunstancia se debió a la
situación financiera y estratégica de Felipe II. Arthur Weststeijn, por el contrario, vinculó
el pacifismo a la influencia de Antonio Pérez, secretario real para asuntos italianos. Tras la
muerte de Éboli, Pérez había asumido el patronazgo del príncipe y asimismo había atraí-
do nuevas personas a su red de influencia, como don Juan y Alejandro Farnesio, quienes
25
J. de Wolf, “Burocracia y tiempo como actores en el proceso de decisión. La sucesión del Gran Duque de
Alba en el gobierno de los Países Bajos”, Cuadernos de Historia Moderna, 28 (2003), pp. 99-124.
26
J. Versele, “Las razones de la elección de don Luis de Requeséns como gobernador general de los Países
Bajos tras la retirada del Duque de Alba (1573)”, Studia Historica (Universidad de Salamanca), 28 (2006), pp.
259-276.

– 177 –
Violet Soen

se encontraban en Italia. Formaron el partido papista que aspiraba a una mayor influencia
del papa sobre la península ibérica y a una postura religiosa abierta. Para estos, había que
terminar lo más rápido posible con el conflicto en los Países Bajos para que se pudiera
seguir con el proyecto de Gregorio XIII de fundar una liga contra los turcos. Contra esta
idea se oponía la facción de los castellanistas, bajo el liderazgo de otro secretario, Mateo
Vázquez de Leca. Este último grupo aspiraba a una confesionalización ortodoxa y a un
control del estado sobre la iglesia sin intervención papal. Esta facción veía a los Países
Bajos como el “corazón” de la monarquía española, por lo cual eran impensables los com-
promisos sobre la cuestión religiosa. Poco a poco Antonio Pérez fue ganando importancia,
insistiendo en el nombramiento de don Juan tras la muerte de Requeséns. Una vez que
su hombre de confianza don Juan fue nombrado, Pérez pudo también ejercer influen-
cia en los asuntos de los Países Bajos. Por esta razón, también don Juan habría recibido
instrucciones “pacifistas” y “conciliadoras”27. La ratificación por parte de don Juan de la
Pacificación de Gante en el Edicto Eterno, en febrero de 1577, fue en esta visión clásica
una “plasmación de las ideas de Antonio Pérez”28. Sin embargo, como señaló Weststeijn,
la política en vigor era ambivalente: mientras don Juan desarrolló personalmente una
estrategia militar, evidenciada por la toma de la ciudadela de Namur en contra del Edicto
Eterno, el secretario Pérez trataba en la Corte de calmar los planes militares del rey.
También Farnesio, con su ratificación como gobernador, pudo aprovechar sus lazos
con el partido papista. Sin embargo, una vez que Antonio Pérez fue encarcelado –el car-
denal Granvela asumió sus tareas– y Mateo Vázquez volvió a ganar poder, la posición del
príncipe de Parma se hizo más débil. Por eso la postura clemente de Farnesio durante la
reconquista de las repúblicas calvinistas se atribuye sobre todo a los contactos con Gran-
vela. La influencia de Mateo Vázquez se tambaleaba desde 1585 y cada vez había más
figuras que tomaban la iniciativa en la corte española; Farnesio ejecutaba cada vez más su
propia política. Desde 1590 Farnesio había caído definitivamente en descrédito. En 1592
se envió a Pedro Enríquez de Acevedo, conde de Fuentes y primo de Alba, para anunciar
su sustitución por Ernesto de Austria. Farnesio murió el 3 de diciembre de 1592 en Arras,
antes de estar al corriente de ello.29
En los años 1590 la lucha de facciones tomó otra forma. El nombramiento de Ernesto
y Alberto de Austria correspondía con el principio del “dinasticismo” pero sus nombra-
mientos provocaron conflictos en la formación de sus cortes en Bruselas30. La presencia
allí de Pedro Enríquez de Acevedo, conde de Fuentes y primo de Alba, fue crucial en ello.

27
A. Weststeijn, “Antonio Pérez y la formación de la política española respecto a la rebelión de los Países Bajos,
1576-1579”, Historia y Política: Ideas, procesos y movimientos sociales, 19 (2008), pp. 231-254.
28
J. Hortal Muñoz, El Manejo, p. 84.
29
J. Hortal Muñoz, “Alessandro Farnese y la Corte de Felipe II: Luchas y facciones cortesanas en Madrid
y Bruselas entre 1585 y 1592”, en K. De Jonge, H. Cools y S. Derks (eds.), Alexander Farnese and the Low
Countries (en prensa).
30
J. Hortal Muñoz, “La Casa del archiduque Ernesto durante su gobierno en los Países Bajos (1593-1595)”,
en A. Álvarez-Ossorio Alvariño y B.J. García García (eds.), La Monarquía de las Naciones. Patria, nación y
naturaleza en la Monarquía de España, Madrid, 2004, pp. 193-213 y otros artículos en prensa.

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¿Naturales del país o ESPAIGNOLIZÉS? Agentes de la Corte como negociadores de paz durante la Guerra de Flandes

Él fue importante para los contactos con la corte española durante el gobierno de Peter-
Ernst de Mansfeld y de Ernesto de Austria y en 1595 fue gobernador temporal, hasta la
llegada de Alberto de Austria. En cada apartado de esta lucha de facciones y de la relación
con la política respecto a los Países Bajos hay notas al margen. Es evidente que la lucha de
facciones apenas constituía uno de los muchos factores en la toma de decisiones políticas,
tanto en los círculos del rey como en los del gobernador. Puede decirse que la explicación
de la guerra y la paz tomando en cuenta solamente el funcionamiento de las facciones cor-
tesanas es un ejercicio de interpretación limitado, como lo demostrarán las negociaciones
de paz de Selles y Tisnacq, que no coinciden con una u otra facción.

Las negociaciones de Selles

Tanto el Plakkaat van Verlatinge [Abjuración] como la Apología de Guillermo de


Orange mencionan las negociaciones de paz de Selles como una razón para la resistencia
permanente contra el rey español31. No obstante, la misión de Juan de Noircarmes ha caí-
do en el olvido en la historiografía32 y existen bastantes malentendidos acerca de su origen
y su trayectoria vital33. Sin embargo, las negociaciones de paz de Selles constituyen el es-
labón olvidado entre el Edicto Eterno de 1577 y la conferencia de paz de Colonia y el Tra-
tado de Arras de 1579. Juan de Sainte-Aldegonde, barón de Selles y señor de Basinghien,
procedía de una vieja estirpe de Artois con raíces en Saint-Omer, pero nada se sabe de
su juventud ni de su formación. Era el hermano menor de Felipe de Sainte-Aldegonde,
barón de Noircarmes34, uno de los pocos miembros de la nobleza de los Países Bajos que
apoyaron el régimen de Alba. Circunstancia que le valió el prestigioso cargo de corregidor
mayor (grand bailli) de Hainaut, un escaño en el Consejo de Tumultos y la presidencia
del Consejo de Finanzas. Con todo, cada vez se iría alejando más de Alba, sobre todo en
lo tocante a la necesidad de negociaciones de paz. Cuando se profundizó más la lucha

31
Placcaet vande Staten generael vande geunieerde Nederlanden: byden welcken […] men verclaert den coninck
van Spaegnien vervallen vande Ouerheyt ende Heerschappije van dese voors. Nederlanden, Antwerpen, 1581, B4v
y Guillermo de Orange, Apologie ov deffense de tresillustre Prince Gvuillavme […] Prince d’Orange, Delft, 1581,
p. 69.
32
Falta por ejemplo en H. De Schepper, “Intentos de reconciliación”, veáse por esta razón el artículo y edi-
ción de textos: V. Soen, “Een vredesgezant worstelt met de Pacificatie van Gent. De vreemde wendingen
van de vredesmissie in de Nederlanden van Jan van Noircarmes, baron van Selles (1577-1580)”, BCRH, 171
(2005), pp. 135-192, 138-139, anteriormente si en Gustaaf Janssens, Brabant in het verweer. Loyale oppositie tegen
Spanje’s bewind in de Nederlanden van Alva tot Farnese 1567-1578, Courtrai-Heule, 1989, pp. 369-371 y p. 369
nota 165. Wybrands-Marcussen, Der Kölner Pacificationskongress 1579, pp. 41-42.
33
No solamente el artículo de E. de Borchgrave citado en la nota 7, pero también en J.E. Verlaan (ed.), Apolo-
gie van Willem van Oranje. Hertaling en evaluatie na vierhonderd jaar, 1580-1980, 1980, p. 136, nota 59. Apologie
of Verantwoording van de prins van Oranje 1581 gevolgd door het Plakkaat van Verlating 1581, ed. J.E. Verlaan y
A. Alberts (eds.), Nieuwkoop, 1980, p. 140, nota 59.
34
Felipe de Sainte-Aldegonde, barón de Noircarmes (¿?-1574): E. de Borchgrave, “Noircarmes, Philippe de
Sainte-Aldegonde, seigneur de”, en BN 15, Bruselas, 1899, pp. 784-789 y M. Baelde, De collaterale raden onder
Karel V en Filips II (1531-1578): Bijdrage tot de geschiedenis van de centrale instellingen in de zestiende eeuw,
Bruselas, 1965, pp. 310-311.

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Violet Soen

en 1573, Noircarmes recibió por fin un limitado (y en parte apenas formal) permiso para
negociar con los rebeldes35.
Por el contrario, Selles mantuvo importantes contactos con los ebolistas, y sobre todo
con Antonio Pérez y Pedro Fajardo, marqués de los Vélez36. Esto fue probablemente mé-
rito suyo, pero también de su familia política. En 1576 se sugirió el nombre de Selles en
relación con una misión para preparar en los Países Bajos la llegada de don Juan37. Sobre
todo Joachim Hopperus38 había insistido en una misión semejante y quería actuar tam-
bién como emisario de paz. Sin embargo, tras la repentina muerte de Requeséns, Felipe II
prefirió mantener a Hopperus en la corte. En su lugar partió el marqués de Havré con
algunas propuestas, pero una vez en los Países Bajos se unió al partido de los Estados
Generales. Después fue el emisario del Consejo de Estado, Maximiliano Vilain, señor de
Rassenghien, quien recibió instrucciones para la pacificación de los Países Bajos, aunque
solo después de la salida de don Juan. Después de que don Juan tomara la ciudadela de
Namur, se pensó en enviar a Margarita de Parma y a Granvela como mediadores.39
Probablemente por eso Antonio Pérez le pidió a Selles a finales de 1577 que detallara
en un memorándum sus “remedios” para el conflicto. Para ello Selles elaboró primero un
análisis de la situación en los Países Bajos, manera habitual de redactar en textos seme-
jantes. Según él, la causa de la persistente violencia era la arrogancia de la nobleza, pero
también la excesiva dureza de su castigo. Se adhería explícitamente al ya fallecido canciller
del sello Joachim Hopperus, quien opinaba que el châtiment o el castigo –sin referirse ex-
plícitamente al propinado por Alba– era la causa de todo mal. Antes de la llegada de Alba
a los Países Bajos el orden había sido casi restablecido pero se perdió casi por completo.
Poco después Selles desaconsejaba un planteamiento duro semejante en el futuro. La pos-
tura de la nobleza le dolía a Selles, porque ellos “eran los pilares de un rey ausente”. Según
él, don Juan trabajaba con personas que eran sospechosas de colaborar con los anteriores
gobernadores. Selles sostenía que las negociaciones con los rebeldes traerían la paz a largo
plazo, quizá estas ideas tomaban su inspiración de los intentos de mediación de su herma-
no. Según Selles, el rey debía evitar “querer reconquistar su territorio”, ya que entonces se
perdían “los espíritus” de la gente. Solo con la desmovilización de las tropas de don Juan

35
G. Janssens, Brabant in verweer, pp. 230-233, H. De Schepper, “Intentos”, pp. 328-329 y J. Hortal Muñoz,
El manejo, pp. 31-33. La política de Noircarmes: V. Soen, ‘Collaborators and parvenus? The fate and fortune
of loyal noblemen during the Dutch Revolt’, Max Weber Working Paper 2009/24, Cadmus, European Uni-
versity Institute, www.cadmus.eui.eu .
36
J. Martínez Millán y C.J. de Carlos Morales (eds.), Felipe II (1527-1598), pp. 371-372.
37
I. Huybers, Don Juan van Oostenrijk, landvoogd der Nederlanden, Utrecht, 1913-1914, bd. I, p. 121; pp. 137-139.
38
Joachim (Joaquín) Hopper(u)s/Hoppero (1523-1576): G. Janssens, “Doctrina y oficio del rey según el con-
sejero Hoppero (J. Hopperus)”, Lias. Sources and Documents relating to the Early Modern History of Ideas 9
(1982), p. 137; en néerlandes, pero de igual importancia idem, “Joachim Hopperus, een Fries rechtsgeleerde
in dienst van Filips II”, en Recht en instellingen in de Oude Nederlanden tijdens de Middeleeuwen en de Nieuwe
Tijd. Liber amicorum Jan Buntinx, Lovaina, 1981, pp. 420-433 y “‘Barmhartig en rechtvaardig’. Visies van L.
Villavicencio en J. Hopperus op de taak van de koning”, en H. Van Nuffel y W.P. Blockmans (eds.), État
et religion aux XVe et XVIe siècles, Actes du colloque à Bruxelles du 9 au 12 oct. 1984, Bruselas, 1986, pp. 25-42.
39
A. Repetto Álvarez, “Acerca de un posible segundo gobierno de Margarita de Parma y el cardenal Granvela
en los estados de Flandes”, Hispania. Revista española de historia, 32 (1972), pp. 379-475.

– 180 –
¿Naturales del país o ESPAIGNOLIZÉS? Agentes de la Corte como negociadores de paz durante la Guerra de Flandes

se mostraría que se “quería olvidar el pasado”. Había que elegir la paz sobre la guerra bajo
cualquier circunstancia. Este alegato por la desmovilización era notablemente irenista,
porque Tisnacq y Solre siguieron defendiendo el mantenimiento de las tropas españolas40.
Don Juan no pudo obstaculizar la misión de paz de Selles41. Selles debía transmitir a
los Estados sublevados que, a pesar de las renovadas maniobras de guerra de don Juan, el
rey, sin embargo, deseaba la paz y la voie de douceur. Para ello podía prometer gracia, per-
dón y amnistía (oubli du passé)42 y un “regreso a la situación que había bajo Carlos V”43.
Pero estas instrucciones de ánimo conciliador no mencionaban que Selles también debía
intentar borrar de la mesa de negociaciones la Pacificación de Gante, aunque antes pare-
ciera una opción aceptable en el Edicto Eterno. Además, debía procurar hacer desaparecer
de los Países Bajos al archiduque Matthias, con quien se habían puesto en contacto im-
portantes miembros de la nobleza. Finalmente, Selles también tenía que averiguar cómo
veía el príncipe-obispo de Lieja su mediación en el conflicto44.
A finales de 1577, Juan de Noircarmes viajó junto con su mujer Catalina y sus sirvientes
a los Países Bajos45. Llegó poco después del 31 de enero, el día en que don Juan derrotó
al ejército de los Estados Generales en Gembloux. Como prescribían sus instrucciones,
Selles declaró a los Estados Generales que el rey no quería nada más que “dos cosas”: el
reconocimiento de la religión católica y de su soberanía. Él sugirió estar abierto a las exi-
gencias de los Estados46, pero estos insistían sobre todo en la importancia de la Pacificación
de Gante como base para un tratado47. Don Juan estaba muy insatisfecho con esta oferta
de negociación y deseaba sobre todo prolongar sus marchas militares48. Con todo, el gober-
nador hizo imprimir las lettres patentes de Selles en Lovaina para anunciar públicamente el
mensaje real, porque sospechaba, con razón, que los Estados no lo harían49.

40
Selles a Antonio Pérez (26/10/1577): AGS E 570, f. 111: doc. 1 texto en castellano editado en V. Soen, “De
vreemde wendingen”, pp. 170-173.
41
A. Repetto Alvarez, “Acerca de un posible segundo gobierno de Margareta de Parma”, pp. 425-426.
42
V. Soen, Geen pardon zonder paus! Studie over de complementariteit van het koninklijk en pauselijk generaal
pardon (1570-1574) en inquisiteur-generaal Michael Baius (1560-1576), Bruselas, 2007 y V. Soen, “C’estoit comme
songe et mocquerie de parler de pardon. Obstructie bij een pacificatiemaatregel (1566-1567)”, Bijdragen en Me-
dedelingen betreffende de Geschiedenis der Nederlanden, 119 (2004), pp. 309-328.
43
V. Soen, “De vreemde wendingen”, pp. 141-148.
44
Mémoire pour le Baron de Selles, lieutenant de la garde des archiers de sa Majesté de ce quil aura de dire et declai-
rer de la part de Sad. Majesté a l’evesque de Liege: AGR Aud. 192/1 f. 1.
45
Arnould d’Ennetières a Felipe II (8/01/1578): AGR Aud. 208 f. 7.
46
“Monsr. De Selles a dict, en cas que son instruction apporte quant et soy quelque difidence, qu’il déclarera
aultre chose plus de contentement; quant les Estatz l’auront satisfaict de poinctz de son instruction”: N. Ja-
pikse, Resolutiën der Staten-Generaal van 1576-1609, 4 vol., La Haya, 1917-1970, t. II, pp. 39-40 (Resolutie 96).
47
Responce veritable aux lettres patentes et persvasions abusives de Don Jehan d’Autrice, donnees à Hevre le XV jour
de Febvrier M.D.LXXVIII, Par laquelle se voit ouvertement la bonne intention des Estats generaulx… A quoy sont
joinctes pour esclaircissment plus evident copies des lettres desdits Estat escrites à sa Majesté ensemble de l’instruction
et lettres envoyees par sadite Majesté en lieu de responce par le Baron de Selles et de tout ce que depuis a esté traicté
entre ledit Baron de Selles au nom de sadicte Majesté et lesdits Estats generaux, Amberes, Plantino, [después de
24 marzo] 1578 (K. 338, en flamenco K. 339).
48
Don Juan a Felipe II (07/02/1578): AGS E 576 f. 16; editado en V. Soen, “De vreemde wendingen”, 174-176,
doc. 3.
49
Don Juan a Felipe II (19/02/1578): AGS E 576 f. 1: V. Soen, “De vreemde wendingen”, pp. 177-179, doc. 5.

– 181 –
Violet Soen

De manera completamente inesperada, Selles propuso el 18 de febrero de 1578 inter-


cambiar a Farnesio y Orange como rehenes50. Al parecer Felipe II no encontraba proble-
mática la propuesta de Selles: si los Estados Generales la rechazaban, estaría claro para
todos quién se interponía en el camino de la paz51. La asamblea general de los Estados,
sin embargo, opinó que solo una retirada total de las tropas españolas traería la paz. Don
Juan estaba arrinconado en ese momento a las tropas del estado en Herentals y llevaba
adelante su avance. Tampoco estaban de acuerdo con la elección de Farnesio como rehén
porque este pertenecía al campo enemigo52. Pero la idea se abandonó sin causar revuelo.
A principios de marzo, Selles se dirigió a Lieja, para avanzar allí, junto al príncipe-obispo
Gerard de Groesbeek, en un proceso de mediación en el conflicto con el emperador Ro-
dolfo II. Esta misión la había recibido personalmente de Felipe II53. Selles soñaba con una
nueva conferencia de paz oficial y para ello recibió el apoyo incluso del duque de Gulik,
Guillermo V el Rico (1516-1592). Don Juan se opuso a estas negociaciones. El gobernador
opinaba que muchos habían estado dispuestos a la rendición después de Gembloux, pero
ahora esperaban a las negociaciones de Selles54.
Los Estados Generales percibían que la misión de Selles podía volverse en su contra
y que don Juan podía sacar provecho de la situación, “justo como intentó en Artois y
Hainaut”. La asamblea de los Estados decidió confeccionar un libelo en el que intenta-
ban reconstruir las “verdaderas” negociaciones de Selles. El panfleto Responce veritable
aux lettres patentes et persvasions abusives de Don Jehan d’Autrice mostraba en 31 puntos la
incompatibilidad entre la Pacificación de Gante y la misión de Selles para reinstaurar “el
gobierno como bajo Carlos V”. Los edictos contra la herejía entrarían otra vez en vigor y
la religión católica sería de nuevo aceptada en Holanda y Zelanda. Los Estados Generales
enviaron este panfleto al príncipe-obispo de Lieja, el duque de Gulik y al emperador para
reforzar su posición. Defendían que la misión de Selles hacía “más complejas” las cosas,
puesto que mantener la “soberanía y la religión” como en tiempos de Carlos V, era “chose
impossible et directement contraire à la pacification de Gant”55. Pero Selles siguió con su
plan; propuso Sint-Truiden u otra ciudad neutral como lugar para una conferencia e hizo
crecer la curiosidad prometiendo que podían presentar nuevas cartas reales56. Obligados
por la necesidad, los Estados Generales decidieron aceptar la oferta de negociación de
50
Selles a los Estados Generales (18/02/1578): AGR Aud. 581 f. 168, V. Soen, “De vreemde wendingen”, pp.
176-177, doc. 8.
51
Felipe a Selles (16/03/1578): AGR Aud. 1741, s.f., J. Lefèvre, CPhII I, p. 246 (395).
52
Responce veritable aux lettres patentes et persvasions abusives de Don Jehan d’Autrice o P.C. Bor, Oorsprongk,
begin, en vervolgh der Nederlandsche oorlogen, beroerten, en borgerlyke oneenigheden; beginnende met d’opdracht
der selve landen, gedaen by Keyser Karel den Vijfden, aen sijnen soon Konink Philippus van Spanjen, en eindi-
gende ... ‘t jaer MDC, 4 vol, Ámsterdam, 1679-1684, Libro XII, f. 19-20.
53
Mémoire pour le Baron de Selles, lieutenant de la garde des archiers de sa Majesté de ce quil aura de dire et declai-
rer de la part de Sad. Majesté a l’evesque de Liege (18/12/1577): AGR Aud. 192/1 f. 1.
54
Don Juan a Felipe II (07/04/1578): AGR Aud. 250 f. 177; J. Lefèvre, CPhII, t. I, pp. 254-255 (410).
55
Responce veritable aux lettres patentes et persvasions abusives de Don Jehan d’Autrice: P.A.M. Geurts, De Neder-
landse Opstand in de pamfletten, 1566-1584, Utrecht, 1978, pp. 158-163 y M. Van Gelderen, The Political
Thought of the Dutch Revolt 1555-1590, Cambridge, 2002, p. 140.
56
Selles a los Estados Generales (11/04/1578): L.-P. Gachard, Actes des États-généraux, t. I, p. 352 (1074).

– 182 –
¿Naturales del país o ESPAIGNOLIZÉS? Agentes de la Corte como negociadores de paz durante la Guerra de Flandes

Selles. Querían reunirse con él en Lovaina el 11 de abril, pero al final la “conferencia de


un día” tuvo lugar en Malinas el 23 de abril. Selles argüía que la Pacificación de Gante
se volvería innecesaria en vista de que el rey iba a adaptar los edictos religiosos57. Los
negociadores de los Estados declararon sin embargo haber oído “que Su Majestad jamás
aprobaría el contenido de la Pacificación de Gante, por haber en ella algunos artículos
escandalosos y que, manteniéndose estos, la religión se perdería”58.
La opinión de Selles y sus negociaciones sobre la Pacificación de Gante cambiarían
visiblemente bajo Farnesio. Felipe II ya había aprobado en ese momento las negociaciones
generales de paz de Colonia. Al mismo tiempo, Farnesio debía continuar con la “parti-
cular reconciliación” de don Juan y el rey sugirió que Selles, entre otros, podía cumplir
la misión59. Farnesio tenía sus reservas con respecto a esta elección60, pero a finales de
enero de 1579 le envió a las negociaciones con la Unión de Arras ya que los diplomáticos
del gobernador pidieron refuerzos de “un personnaige de qualité” para ir a negociar so-
bre la Pacificación de Gante61. Farnesio eligió a Selles “aiant entendu de bouche du Roy
Monseigneur avecq quelle sincérité il désire veoir ces pays hors de ces guerres civilles et
misères”. Selles debía comunicar que el rey estaba a favor de la Pacificación de Gante, pero
solo “con el propósito que se pretendía, y no con el propósito de los que abusan de ella en
su propio beneficio”. También podía aclarar que Farnesio notificaría por escrito al rey la
ratificación del tratado. Pero el gobernador dio un giro de ciento ochenta grados en la car-
ta siguiente: Selles no podía, directamente, aceptar la Pacificación62. Selles, por tanto, no
trajo el permiso de ratificación de la Pacificación como esperaban los negociadores. Aún
así se reveló en seguida como un ardiente defensor de la Pacificación de Gante. Mientras
que había venido a los Países Bajos para “hacer olvidar” la Pacificación de Gante, soste-
nía ahora que sus negociaciones no tendrían efecto alguno sin una ratificación. Selles se
extrañaba de que no dieran permiso “para algo que don Juan y el rey ya habían ratificado
en el Edicto Eterno”63.
Selles fue más allá en su voluntariosa actuación e ignoró las nuevas instrucciones de
Farnesio64, quien tuvo la suerte de recibir cartas reales el 23 de febrero, gracias a las cuales

57
Mémoire que le barron de Selles suplie à mons(ieur) le comte de Boussu et députés des Estatz-généraux en la ville de
Malines faire entendre auxdits Estatz généraulx, de ce que convient faire, suivant la bonne intention de Sa Majesté,
pour parvenir à une bonne paix: le tout en conformité des lettres de Sadite Majesté ecrites au baron de Selles du
22me et 15me de mars 1578 (23/04/1578): AGR Aud. 580, f. 224.
58
N. Japikse, Resolutiën der Staten-Generaal, t. II, pp. 44-45 (R. 116).
59
G. Janssens, “Pacification générale ou réconciliation particulière? Problèmes de guerre et de paix aux Pays-
Bas au début du gouvernement d’Alexandre Farnèse (1578-1579)”, Bulletin de l’Institut Historique Belge de
Rome 63 (1993), pp. 251-278. Felipe II a Farnesio (21/11/1578): AGS E. 575 f. 116.
60
Felipe II a Farnesio (21/11/1578): AGS E 575, f. 116; J. Lefèvre, CPhII, I, pp. 425-426 (733). Farnesio a Felipe
II (04/12/1578): AGS E. 579 f. 4; J. Lefèvre, CPhII I, pp. 443-444 (767).
61
Farnesio a Mathieu Moullart, obispo de Arras (19/01/1579): AGR Aud. 581 f. 188.
62
Farnesio a Selles (19/01/1579): AGR Aud. 581 f. 189, editado en V. Soen, “De vreemde wendingen”, pp. 188-
189, doc. 8.
63
Selles a Farnesio (11/02/1579): AGR Aud. 192, f. 43; J. Lefèvre, CPhII I, p. 510 (869) y Selles, Valhuon en
Moullart a Farnesio (11/02/1579): AGR Aud. 192, f. 43v; J. Lefèvre, CPhII I, p. 511 (870).
64
Selles a Farnesio (15/02/1579): AGR Aud. 192, f. 46; J. Lefèvre, CPhII I, p. 514 (876).

– 183 –
Violet Soen

pudo prometer que el rey ratificaría todo lo que acordaran sus negociadores, también la
Pacificación de Gante y el Edicto Eterno65. Selles logró que Farnesio notificara a los Esta-
dos Generales su aprobación66. Con todo, Farnesio expresó a sus negociadores el deseo de
que nada pudiera poner en apuros su asedio a Maastricht. El 13 de mayo los negociadores
lograron un acuerdo provisional que fue definitivamente aprobado el 17 de mayo como
Tratado de Arras en la Abadía de Saint-Vaast. La Pacificación de Gante fue aceptada en
este texto, así como la salida de las tropas extranjeras y una revaloración de los consejos
colaterales, que solo serían formados por “naturales”67. El tratado le granjeó a Selles una
mala reputación en la corte española. Tras la reconciliación de las provincias valonas, Selles
debía asistir al conde Peter-Ernst de Mansfeld en sus empresas militares alrededor de Tour-
nay. Sin embargo, cayó prisionero en una emboscada cuando atacaba Bouchain y quedó
como rehén en manos de los Estados y de los franceses, hasta su muerte en enero de 1585.

Los tímidos intentos de Tisnacq

La trayectoria vital de Carlos de Tisnacq es mucho más conocida que la de Juan de


Noircarmes, pero sus negociaciones para la pacificación de los Países Bajos son igualmente
desconocidas en la literatura. Las fuentes de información son bastante limitadas68 ya que
consisten casi exclusivamente en informes del propio Tisnacq o en cartas al rey del conde
de Fuentes. Joseph Lefèvre opinaba que no tenía que resumir estas cartas en la Corres-
pondance de Philippe II porque “no tenían importancia”69. Sin embargo, un estudio más
detallado revela que su mediación en 1593 constituye el eslabón perdido entre las negocia-
ciones de 1591-1592 y las desarrolladas bajo Ernesto de Austria en 1594-1595. Estos intentos
de paz son injustamente descritos como hechos irrelevantes.
Carlos de Tisnacq –o Karel van Tissenaecken en neerlandés– nació alrededor de
1550 en Bruselas como primer hijo de Catalina Boisot y el jurista Carlos de Tisnacq. En
1559 Carlos de Tisnacq viajó con su familia a España cuando su padre fue nombrado can-
ciller del sello junto al rey. Allí, su padre se ocupó de que él fuera miembro de la guardia
real. En 1570 la familia regresó a los Países Bajos para el nombramiento de Tisnacq padre
como presidente del Consejo Privado. Su hijo recibió el cargo de teniente en la Cour
féodale de Brabante y sirvió al duque de Alba, en distintas ocasiones, entre ellas durante el

65
Recueil des lettres, actes et pieces plus signalees dv progres et besogne faict en la ville d’Arras et ailleurs, pour par-
venir à une bonne paix et reconciliation avec sa Maiesté Catholicque, par les Estatz d’Arthois et deputez d’Autres
Provinces, Mons, 1579, K. 431.
66
Copie d’une lettre de l’Excellence du Prince de Parma, envoyee aux deputez de Provinces de ces Pays-Bas, estant
assemblez en la ville d’Anvers, Lovaina, (12/03/1579), se encuentra una copia en AGR Aud. 581, f. 227.
67
C.H.T. Bussemaker, De afscheiding der Waalsche Gewesten van de Generale Unie, Haarlem, 2 vol., 1895-1896
lo trata en detalle, summario del tratado allí en p. 497 (51). Tratado de Arras (17/05/1579): AGR Aud. 591 f.
11-18; AGR, Aud. 591bis f. 1-15; AGR Aud. 581 f. 252-257/258-261/262-265/266-268, Edición moderna en Arras
et la diplomatie européenne : xve-xvie siècles, Arras, 1999.
68
AGS E 604 f. 78-79, AGS E 606 f. 33-50, AGS E 2221 f. 104.
69
“Dépourvu d’intérêt”: J. Lefèvre, CPhII IV, pp. 173-174.

– 184 –
¿Naturales del país o ESPAIGNOLIZÉS? Agentes de la Corte como negociadores de paz durante la Guerra de Flandes

asedio de Mons y Haarlem, pero también “en las jornadas y viajes que se han ofrecido”70.
A la muerte de su padre en 1573, Tisnacq salió de nuevo hacia España porque su padre –en
palabras del hermano de Granvela, Champagney– era tan bueno que había reunido muy
poca fortuna71. El gentilhombre de la boca ocupó en Madrid otra vez su puesto como
miembro de la Guardia Real72. Incluso en esos momentos apeló todavía al duque de Alba
y a su secretario Juan de Albornoz, “como de quien pende mi acrescentamiento” para
intervenir para obtener sus “gages de ausencia”73.
Como ya se ha mencionado, Tisnacq llegó a ser capitán de la Guardia Real ad interim
en 1578, cuando el teniente Selles salió hacia los Países Bajos. Suele verse este nombra-
miento como una consecuencia de los contactos de Tisnacq con los papistas y más con-
cretamente con Antonio Pérez74. Pero gracias a sus antecedentes y al doble patronazgo
de Alba y Albornoz, el partido castellano tuvo probablemente poco que decir contra su
nombramiento. Después de ser destituido como capitán, Tisnacq siguió disfrutando de
una buena reputación, así como lo atestigua su nombramiento como caballero de la Or-
den militar de Calatrava en 1590. Desde 1591, Tisnacq parece sopesar la idea de retornar a
los Países Bajos. Felipe II pidió en vano a Farnesio varias veces que organizara para él un
nombramiento honorable. Hacia abril o mayo de 1592, el chevalier Tisnacq salió por fin
sin misión concreta, pero con la expectativa de una compañía de cavallos u otra tarea75.
Tras la muerte de Farnesio el 2 de diciembre de 1592, Carlos de Tisnacq pareció desem-
peñar un papel en la toma de decisiones políticas y las negociaciones con los rebeldes. En
enero de 1593, Tisnacq intentó conseguir, a través del secretario del Consejo de Hacien-
da, Martín de Idiáquez, que el importante ministro Juan de Idiáquez estudiara algunos
memorandos sobre la guerra con Francia y las negociaciones con los rebeldes76. En esta
época, Tisnacq ya tenía contactos con los sublevados sobre una posible reconciliación con
70
Carlos de Tisnacq a Juan de Albornoz, 16/7/1573: Palacio de Liria, Archivo de los Duques de Alba, Caja 52
n.° 90.
71
Federico de Perrenot (Señor de Champagney) a Felipe II, 17/06/1573: BL Add. Ms. 28388 f. 7-9 (traducción
española). Carlos de Tisnacq (jr) a Alva, 22/4/1573: ADA Caja 52, f. n° 88: “no aviendo mi padre a quien Dios
perdone en treynta y tantos años que a servido a su Magestad mejorado su hazienda de un maravedi, antes
nos la dexa empeñada y otra herencia no sino sus travajos y servicios hechos a su Magestad por ende y por no
tener otro recurso ny mas conveniente medio que V.Exa. como quien mejor que nadie sabe lo que ha servido
supplico a V.Exa. como quien mejor que nadie sabe lo que ha servido supplica a V.Exa. sea servido hazernos
merced con ser nuestro intercessor a que su Magestad muestre su Real liberalidad a esta casa tan desolada,
para que podamos passar la vida honradamente y como hijos de tal padre y quien sirvio a tal Rey y paraque
tenga yo possibilidad de continuar en el servicio de su Magestad en todo lo que se offresciere conforme a la
obligacion que tengo como hasta aqui lo he hecho, Assy supplico a V.Exa. nos tenga siempre de su mano
como a sus criados con que obligarnos ha de rogar a Dios por la prosperidad y salud de V.Excia. cuya Illma y
Exma. persona y casa de Nuestro Señor guarde y en estado acresciente como V.Exa. dessea”.
72
Gentilhombres de la boca y casa presente: Madrid, Biblioteca de Francisco de Zabálburu, Altamira cpt. 185
doc. 174.
73
Carlos de Tisnacq a Juan de Albornoz, 16/7/1573: ADA Caja 52 n.° 90.
74
J. Hortal Muñoz, El Manejo, p. 174.
75
AHN E libro 251 f. 192v-193r, de todo lo qual tengo mucha satisfaccion le he hecho merced como por la presente
se la hago de 50 escudos de entretenimiento al mes en el entretanto que se le provee una compañia de cavallos sobre
que se os escrive a parte o seda otro cargo con que aya de llevar mayor sueldo yo os encargo, cf. J. Hortal Muñoz,
El Manejo, p. 175, nota 21.
76
Carlos de Tisnacq a Martin de Idiáquez, 15/01/1593: AGS E 606 f. 33 (original).

– 185 –
Violet Soen

el rey. A finales de enero, por tanto, Felipe II debe de haber dado instrucciones específi-
cas en relación con las negociaciones de Tisnacq77. Tisnacq tenía en todo caso suficiente
confianza en el visto bueno a sus negociaciones, porque pidió varias veces dinero “para las
inteligencias, mensajeros y viajes” que eran necesarias78.
Puede ser también que el mismo Carlos pusiera entonces sus negociaciones aún más
en el centro de atención para dar así más fuerza a sus negociaciones sobre la dote y las
compensaciones para el matrimonio que había planeado con Madeleine de Trazegnies79.
Ella era la sobrina del fallecido Jean de Trazegnies, miembro de la Orden del Toisón de
Oro. Igual que en el caso de Selles, las aspiraciones y actuaciones personales, materiales
y políticas se entremezclaban. Así escribió Tisnacq al rey: “Para que mis hijos quedasen
limpios de todo genero de reproche he querido antes tener consideraçion a la lealtad de su
linage que a buscar mayor hazienda”80.
Igual que Selles, Tisnacq propugnaba negociaciones con los rebeldes, incluso aunque
hubieran fracasado el año anterior por culpa de la posición de rechazo de los Estados
Generales en La Haya. Mientras que Selles desaconsejó toda “forma de castigo”81, Tisnacq
opinaba que las negociaciones ya no podían tener lugar basándose en promesas concilia-
doras, sino bajo la amenaza de condena. En una de sus primeras cartas a la corte española
en relación con la pacificación, Tisnacq recomendaba la estrategia de Otto-Heinrich von
Bylandt-Rheydt, barón de Reda. Este último había permanecido un tiempo en La Haya
pero no había conseguido nada. A partir de ese fracaso, Reda sostenía que se debía conven-
cer a los rebeldes amenazándoles con el destierro del Imperio. Era un plan extraño, pues
con ello se reconocía la dependencia de las regiones sublevadas del Sacro Imperio Romano,
mientras que en 1548 se había separado formalmente del Bourgondische Kreis82.
Tisnacq entonces adoptó una postura intermedia, no solo entre Bruselas y la corte ma-
drileña, sino también en la lucha política y entre facciones que había entre el gobernador
Mansfeld y Fuentes. También Mansfeld mantenía todavía contactos con el barón de Reda
y mantenía a su agente en Madrid al corriente de ello83. Mansfeld estaba en principio de
acuerdo con las negociaciones con Holanda y Zelanda, mientras que Fuentes, quien no
debía perder de vista al gobernador, desaprobaba esta postura conciliadora. Con todo, es
curioso que Tisnacq consultaba principalmente con Fuentes en Bruselas84. En Madrid

77
Carlos de Tisnacq a Felipe II, 6/3/1593: AGS E 606 f. 41.
78
Copia y descifrado del capitulo de carta de Carlos de Tisnacq, 19/02/1593: AGS E 606 f. 43. Carlos de Tisnacq
a Martin de Idiáquez, 9/3/1593: AGS E 606 f. 46.
79
Carlos de Tisnacq a Martin de Idiáquez, 15/01/1593: AGS E 606 f. 33 (original), Carlos de Tisnacq a Felipe
II, 29/03/1593: AGS E 604 f. 36 (original con notas de Felipe II).
80
Carlos de Tisnacq a Felipe II, 29/03/1593: AGS E 604 f. 36 (original con notas de Felipe II).
81
V. Soen, “De vreemde wendingen”, p. 172.
82
Copia y descifrado del capitulo de carta de Carlos de Tisnacq, 19/02/1593: AGS E 606 f. 43.
83
Mansfeld a Gilles Du Faing, 18/2/1592: AGS E 603 f. 20 (copia), Gilles Du Faing a Felipe II, 28/03/1592,
AGS E 603 f. 19.
84
Carlos de Tisnacq a Martin de Idiáquez, 15/01/1593: AGS E 606 f. 33 (original), Carlos de Tisnacq a Felipe II,
6/03/1593: AGS E 606 f. 41, Carlos de Tisnacq a Felipe II, 29/03/1593: AGS E 604 f. 36 (con anotaciones de
Felipe II).

– 186 –
¿Naturales del país o ESPAIGNOLIZÉS? Agentes de la Corte como negociadores de paz durante la Guerra de Flandes

intentó convencer a Cristóbal de Moura y a Juan de Idiáquez, “en cuyas manos estaban la
paz y la guerra” de sopesar negociaciones de paz85. Desde enero de 1593, Tisnacq tuvo, con
seguridad, personas de contacto en las regiones rebeldes. En marzo llegó un “mensagero
expreso de los principales que goviernan los estados avisando que ay disposición de poder
tratar de concierto y reconciliación los Rebeldes con el Rey nuestro señor”. Una vez que le
hubieran mostrado sus credenciales, Tisnacq estaba dispuesto a ponerse en contacto con
Fuentes86. Para mayo, los contactos parecían limitados a las islas zelandesas, pero Fuentes
se mostró muy reacio a estas negociaciones87.
El punto crítico era la exigencia de los sublevados de consultar solo con negociadores
de los Estados que seguían siendo leales, sin intervención del rey. Estos trámites demues-
tran que las negociaciones son el eslabón entre las negociaciones de los mediadores impe-
riales en 1591-1592 y las posteriores negociaciones de paz bajo Ernesto de Austria. En 1591 y
1592, los Estados Generales se negaron a entablar negociaciones con espaignolizés. En 1594
exigieron que las negociaciones con la corona española fueran conducidas por los Estados
Generales que seguían siendo leales y no por diplomáticos reales. Solamente con la llegada
de los informes de Tisnacq, Felipe II escribió a Fuentes que no quería negociaciones de
paz sin negociadores reales88. Sobre la propuesta de Tisnacq de estrategias de pacificación
se escribió el argumento de que no había necesidad para tales negociaciones. Sin embargo,
el gobernador Mansfeld dio a dos consejeros la orden de informarse sobre los deseos de
paz de los sublevados y, llegado el caso, de negociar89.
Tras ‘un contacto’ en Lieja –aquí la comparación con Selles resulta evidente– Tisnacq
volvió a formular sus opiniones sobre negociaciones con los rebeldes90. Sostenía que el
emperador debía hacer una propuesta a Holanda y Zelanda, ya que esta vez sí habían
dejado la puerta abierta en su respuesta. El rey debía prohibir el comercio con los rebeldes.
Las provincias que seguían siendo leales debían ser armadas para infundirles miedo, pero
había que evitar en todo lo posible un campo de batalla. En Holanda y Zelanda apenas una
veintena de hombres querían la guerra, entre los cuales se encontraba la casa de Nassau,
mientras que todo el mundo quería paz. Al igual que Selles, Tisnacq enfatizaba el papel y
la necesidad de satisfacer a la nobleza del país. ¿Quizá se podía traer de España al conde
de Buren, el hijo de Orange, para confirmar la actitud conciliadora del rey? En otra carta
ya sostenía que Buren debía escribir una carta a Mauricio de Nassau. Además, le parecía
que alguien de “sangre real” debía ser nombrado gobernador “para salir de este laberinto”91.

85
Fuentes a Felipe II, 20/5/1593: AGS E 604 f. 74.
86
Carlos de Tisnacq a Martín Idiáquez, 9/3/1593: AGS E 606 f. 46.
87
Fuentes a Felipe II, 20/5/1593: AGS E 604 f. 74.
88
Felipe II a Fuentes, 20/5/1593: AGS E 2221 f. 133 (con notas de Felipe II), cf. J. Lefèvre, CPhII IV, p. 157 (422).
89
Permisión de negociación con los rebeldes a Jan Vanderburcht y Drenkwaert, 13/8/1593, Mansfeld a Felipe II,
21/8/1593: AGR Aud. 199 f. 107.
90
Copia de la relacion que ha hecho Carlos de Tisnac, 1/5/1593: AGS E 604 f. 78, cf. J. Lefèvre, CPhII IV, pp.
165-166 (448).
91
Carlos de Tisnacq a Felipe II, 6/3/1593: AGS E 606 f. 41.

– 187 –
Violet Soen

Carlos de Tisnacq tenía además instrucciones –¿de Felipe II o de Fuentes?– para pre-
guntar su opinión a importantes figuras de los Países Bajos sobre los “remedios”. En
febrero de 1593, Tisnacq solicitó al rey cartas de invitación para una ronda informativa
sobre la pacificación. Fue probablemente Fuentes quien decidió que podían participar en
ella los consejeros Christophe d’Assonleville, Jean Vanderburcht y el obispo de Amberes,
Laevinus Torrentius92. La sesión debía haber tenido lugar en Bruselas antes de finales de
marzo. Ya en junio de 1565 una convocatoria de una comisión mixta de consejeros y teólo-
gos había intentado encontrar soluciones para la intranquilidad política y religiosa93. Esta
sesión de 1593 dió lugar a un escrito “a gloria de Dios, la honra de Santa María y la Iglesia
y la calma de la Res Publica Christiana” que trataba los clásicos puntos delicados de la
“justicia” y la “policía” en los Países Bajos. Los magistrados debían servir al interés general,
no a su propio monedero. Los clérigos debían ser elegidos basándose en sus cualidades
y no en sus orígenes. El punto de atención más importante era sin embargo el bienestar
económico de las provincias rebeldes. Se debía aclarar que la “praesumptam foelicitatem
non esse naturalem suam, sed accidentalem”. El rey debía también detener el comercio
holandés con España y Portugal94.
Bajo el gobernador Ernesto de Austria Tisnacq no pudo seguir adelante con este pa-
pel asesor, al contrario, sus funciones serían las de espía de asuntos fraudulentos95. A la
muerte de Ernesto, Tisnacq formuló una serie de críticas sobre cómo el gobernador había
formado su corte96. En 1596, Alberto de Austria lo envió a España para informar al rey
sobre la guerra en los Países Bajos. De noviembre de 1596 a febrero de 1597, esperó en Ca-
lais condiciones meteorológicas favorables para salir. El 14 de febrero llegaría a los Países
Bajos, pero murió poco después, sin cumplir su misión.

Los primeros memorandos de la Paz de Solre (1594-1595)

Ya en 1908, Victor Brants llamó la atención sobre el importante material de archivo


existente para estudiar la carrera política del conde de Solre y sus opiniones. Al contrario
de la trayectoria vital de Juan de Noircarmes y Carlos de Tisnacq, la biografía de Felipe
de Croÿ, primer conde de Solre, es suficientemente conocida y ha sido descrita varias
veces. Felipe nació en 1562 como primer hijo de Jacques de Croÿ y su tercera esposa Yo-
landa de Lannoy. Era uno de los nobles que siguió estudios universitarios. En 1586 ya se
le citaba en las listas de la corte de Farnesio como gentilhombre de la cámara97 y en 1588
se le llamó a Madrid como capitán de la Guardia Real. Durante su estancia en Madrid,

92
Carlos de Tisnacq a Felipe II, 6/03/1593: AGS E 606 f. 41.
93
V. Soen, Geen pardon zonder paus, pp. 121-137.
94
Causa et rationes quibus moti hollandi: AGS E 606 f. 34.
95
J. Hortal Muñoz , El manejo, p. 224.
96
Carlos de Tisnacq a Felipe II, 25/06/1595: AGS E 610 s.f.; cf. J. Hortal Muñoz, “Casa del Archiduque Er-
nesto”, p. 211, nota 49.
97
AGR Aud 33/4 f. 38-50v.

– 188 –
¿Naturales del país o ESPAIGNOLIZÉS? Agentes de la Corte como negociadores de paz durante la Guerra de Flandes

más concretamente el 3 de noviembre de 1590, su baronía fue elevada a condesado. Fue


capitán hasta 1596 pero recibió diferentes permisos para volver a los Países Bajos, como
en 1591 con ocasión de su nombramiento como capitán y gobernador-corregidor de Tour-
nai98. Entonces envió a alguien a la corte española para concertar su matrimonio con su
prima, Anne de Croÿ, marquesa de Renty y viuda de Oudart de Bournonville. Farnesio
le apoyó99. A la muerte de este, formó un regimiento de quince compañías de infantería
y asistió a Mansfeld en el asedio de Sint-Geertruidenberg100. Solre era conocido como
“papista”. Según algunas fuentes, fue su mala relación con el tercer conde de Chinchón,
un importante castellanista, la razón por la que fue enviado definitivamente a los Países
Bajos101. En uno de sus memorandos veía, desde luego, la lucha contra los turcos bajo
el liderazgo del papa como el objetivo final de los esfuerzos políticos para someter a los
rebeldes102. Cuando llegó a los Países Bajos, tampoco Fuentes le tenía en mucha estima103.
En 1593, Solre fue enviado por Mansfeld a la corte de Viena para guiar a Ernesto
de Austria en su viaje a los Países Bajos. Felipe II había pedido al hermano menor del
emperador Rodolfo II que asumiera el gobierno allí. Esto despertó grandes expectativas
para la pacificación de la región, ya que Ernesto de Austria era visto como una especie de
“paloma de la paz”. Era además un buen paso para salir del atolladero entre Mansfeld y
Fuentes. Fuentes envió, por cierto, otro emisario al archiduque. Aun así, Solre causó una
buena impresión en el embajador español en Viena. Guillén de San Clemente lo describió
diciendo:

“y no puedo negar a Vuestra Magestad que el conde de Solrre me ha paresçido de


los buenos y verdaderos flamencos que ha visto y muy afiçionado al servicio de Vuestra
Magestad”104.

Más tarde escribió también Esteban de Ibarra que Solre era una buena “criatura del
rey”, pero con la salvedad de que Solre “no quería más a los españoles que los flamencos”
y de que era “un maestro en la dissimulación”105.
Ernesto de Austria apreciaba a Solre como asesor sobre la problemática de la pacifica-
ción. Más o menos al mismo tiempo que su nombramiento como consejero con privilegio
del Consejo de Estado y su juramento el 7 de enero 1595, Ernesto ya le pedía consejo.

98
Comisión de Solre como gobernador de Tournai, 19/10/1591, San Lorenzo: AGR Aud. 786 f. 32 y información
en AGS SP 2596.
99
Felipe II a Farnesio, 22/5/1592: AGR Aud. 195 f. 178-178v (copia), cf. J. Lefèvre, CPhII IV, p. 125 (nr. 51).
100
AGS, CMC 2a E (1593); B.J. García García, “Ganar los corazones”, pp. 141-142.
101
J. Hortal Muñoz, El Manejo, p. 269.
102
Este papel se dio al Archiduque Erneste por el Conde de Solre, 11/1594: AGS E 607, f. 202.
103
Esteban de Ibarra a Alberto de Austria, 2/4/1596: AGS E 612 f. 114, cf. J. Lefèvre, CPhII IV, pp. 349-351
(1046).
104
Guillén de San Clemente a Felipe II, 11/12/1593.
105
Esteban de Ibarra a Alberto de Austria 2/4/1596: AGS E 612 f. 114, cf. J. Lefèvre, CPhII IV, pp. 349-351
(1046).

– 189 –
Violet Soen

No están claras las fechas precisas de estos memorandos pero surgieron entre noviembre
de 1594 y enero de 1595106. El encabezamiento rezaba:

“Aunque entienda que sea superfluo dezir mi opinion sobre lo que V.A. ha sido ser-
vido significarme algunas vezes ser su desseo, tocante al Remedio de los males del calamita
y peligroso estado en que estan las cosas deste Pays, Donde ay tantos personajes de mayor
experiencia y entendimiento, que podrian anteponer mejores avisos, en cosa tan ardua y
importante, no he querido con todo esto desobe[de]scer a Vuestra Alteza.”

Probablemente Ernesto pidió este consejo con la vista puesta en la “junta” que había
planeado en diciembre, donde se iban a reunir nobles, prelados y delegaciones de Estados
Provinciales. Solre defendió que su visión obedecía a “las obligaciones que tengo, por
lo primero a Dios y a su Santa Yglesia, como hijo obedi[entis]simo della, Al Rey, como
humill[iss]imo vassallo suyo, y a mi Patria, en que tome el ser y la criança”107. Este memo-
rando es el precedente directo del discurso de fines de 1599 o principios de 1600 en el que
Solre abogaba por la necesidad de una convocatoria de los Estados Generales108.
Solre ponía en relación las guerras de Francia y de los Países Bajos y sostenía que la
lucha por la religión constituía “el fundamento y causa original de entrambas y tan largas
guerras”109. También Selles había sacado a relucir la comparación con Francia (con la
frase: “tenemos el exemplo de Francia a la mano”)110. Felipe de Croÿ estableció cuatro
objetivos para la monarquía española: el reconocimiento exclusivo de la religión católica,
la obediencia al rey como “Principe legitime y natural”, el “Justo y Buen Govierno” y
finalmente la sumisión de los rebeldes a la autoridad real. Sostenía que el reconocimiento
de la religión pertenecía a las funciones de los obispos e insistía sobre todo en la impor-
tancia de la instrucción para la juventud. Abogaba también por buenos colegios y semi-
narios “como los que son los verdaderos reparos y castillos contra las heregias de nuestros
tiempos”.
Con el reconocimiento del rey como “príncipe legítimo” y el “buen gobierno”, Solre
volvía al ejemplo de los “muy prudentes y valero[si]ssimos Duques de Borgoña”. Este era
un cambio importante. Selles, por ejemplo, siempre había abogado por el regreso a los
tiempos de Carlos V. Al principio de la revuelta, el gobierno del emperador era todavía
una “edad de oro” en la que tanto los sublevados como los leales encontraban inspiración.
Pero precisamente gracias a las negociaciones de Selles había quedado claro que los suble-
vados iban a asociar cada vez más el gobierno de Carlos V con la persecución religiosa.

106
Cabe destacar que la fecha ha sido sobre escrito posteriormente; de allí, no se considere como cierto dicho
dato.
107
El papel se dio al Archiduque Erneste por el Conde de Solre, 11/1594 hasta 1/1595: AGS E 607 f. 201.
108
V. Brants, “Une mission à Madrid de Philippe de Croy” y B.J. García García, “Ganar los corazones”, pp.
148-149.
109
Este papel se dio al Archiduque Erneste por el Conde de Solre, 11/1594 hasta 1/1595: AGS E 607 f. 200.
110
V. Soen, “Een vredesgezant”, p. 171.

– 190 –
¿Naturales del país o ESPAIGNOLIZÉS? Agentes de la Corte como negociadores de paz durante la Guerra de Flandes

Por eso precisamente se habían aferrado a la Pacificación de Gante en la cual se reconocía


la impunidad para los protestantes en Holanda y Zelanda. Así que por esta razón, Solre
alababa a los duques borgoñones, “los quales no solo acertaron unicamente en la inven-
cion y establecimiento del dicho Govierno y Policia, conforme al humor y condicion
natural de sus vasalles, pero fue de manera y tan al gusto universal de todo el mundo, que
muchos Reyes y Principes estrangeros tuvieron esta forma en grande estima y veneracion,
frequentando estas Provincias y Casa de Borgona, como un Theatro y Escuela publica
de Policia y Govierno”. Igual que Selles, señalaba a Alba como culpable del “cambio” de
esta buena forma de gobierno, aunque él siguió siendo más sutil: alabó a los borgoñones
por la institución de consejos colaterales y provinciales y por la “justicia distributiva, por
ninguna causa de amor, o, odio, favor, o, passion”.
Solre sostenía que las negociaciones con los rebeldes eran necesarias –sobre todo para
la lucha común contra los turcos–, pero también pensaba que había pocas esperanzas de
que comenzaran. En su lugar abogaba por privar a los rebeldes de toda posibilidad de
declarar la guerra y por organizar mejor el ejército en los Países Bajos. Había que estar
preparado en la guerra y en la paz111. En ello tenía un papel reservado la nobleza –porque
estaba armada– “para gozar de los dichos privilegios y servir con más honor y reputación”.
El camino del amour, como dijo en 1600, era por consiguiente, solo para los vasallos que
habían permanecido leales, es decir los de la force contra los rebeldes. Solre defendió esta
idea finalmente también en la junta112.
Con motivo del nombramiento del cardenal Alberto de Austria como gobernador, Solre
redactó de nuevo su opinión sobre las soluciones para el conflicto de los Países Bajos, como
lo descubrió José Eloy Hortal Muñoz en el Instituto Valencia de don Juan113. Aunque Solre
albergaba seguro motivos irenistas, los memoriales estaban también dictados por su propio
interés. Después de haber expuesto primero sus opiniones acerca de la importante función
pacificadora de la corte de Alberto, el conde se ofrecía a sí mismo para el puesto extrema-
damente importante de mayordomo mayor. Sugería al conde de Buren como cavallerizo
mayor para subrayar así la postura clemente del rey. La corte llegaría a ser, efectivamente,
un importante factor de integración bajo los archiduques. Solre no fue nombrado mayor-
domo, sino caballerizo mayor y Buren fue “dejado libre”. Solre enfatizaba también que el
gobernador necesitaba para su misión una instrucción clara con muchos poderes.
En otro escrito, que debe de haber surgido más o menos al mismo tiempo, enfatizaba
la importancia de los seminarios y la función de los (colegios de los) jesuitas114. Esto coin-
cidía a grandes rasgos con las aspiraciones de los “papistas”. Defendía los resultados de los
111
H. De Schepper concluye demasiado rápidamente que Solre no sostenía la guerra: H. De Schepper, Kolla-
terale Raden, pp. 1007-1011.
112
Copie de la copie de l’avis du Comte de Solre à l’assemblée du Conseil d’État, febrero 1595: AGR Ms. 171, 123-
134.
113
“Papel curioso” (s.d.): IVDJ Envío 47 caja 63doc. 506 en 507, transcrito por J. Hortal Muñoz, El manejo de
los asuntos de Flandes, pp. 346-363.
114
“De los seminarios de Flandes”: IVDJ, Envío 47, caja 63, doc. 527 (s.f.), transcrito por J. Hortal Muñoz, El
manejo de los asuntos de Flandes, pp. 363-370.

– 191 –
Violet Soen

jesuitas en Tournai, Bruselas y Lovaina, y le parecía que debían recibir todo el apoyo para
prolongarlos. Además sostenía que había de tener mucho cuidado de que los hijos de la
nobleza recibieran una educación uniforme en estos seminarios, porque así las particula-
ridades de cada provincia podían dejarse atrás. La nobleza vería crecer bien a sus hijos, en
“buena orden i pulicia”, en lugar de “confusión, corrupción, suciedades, i enfermedades
que la multitud suele causar”. Para el rey era mejor tener un colegio en cada ciudad que
“un castillo con guarnición de soldados”. Como ya se ha dicho anteriormente, sus últimos
memorandos han sido descritos por Bernardo García García115.

ESPAIGNOLIZÉS

En las últimas décadas, la atención de la historiografía a las relaciones entre España y


los Países Bajos se ha desplazado de “acontecimientos importantes” e “instituciones buro-
cráticas” al papel de individuos y redes de influencia. Los estudios sobre patronazgo y la
corte tuvieron un papel pionero en ello. Sobre todo en la historiografía española se ponía
el acento sobre el papel de las “élites de poder” en los contactos entre Madrid y Bruselas
y la función integradora de la corte real en la integración de estas élites de poder. Este ar-
tículo demuestra que los cargos y las facciones en la corte influyeron en las negociaciones
de paz durante la Revuelta de los Países Bajos. En los casos de Selles, Tisnacq y Solre, su
papel era importante para la monarquía española como “naturales del país”, pero se les
veía al mismo tiempo en los Países Bajos como espaignolizés.
Aun así, este artículo ha demostrado que los miembros de la nobleza de los Países
Bajos actuaban apenas en esta lucha de facciones y que es difícil situarlos en uno u otro
clan. El hermano de Selles recibió el apoyo de Alba, pero Selles tenía contactos sobre todo
con Antonio Pérez. El padre de Tisnacq habría tenido contactos en la corte española con
los ebolistas, gracias a los cuales su hijo fue nombrado capitán. Pero Tisnacq hijo apeló
también a Alba y Albornoz y habría sido dirigido al final de su vida sobre todo por Fuen-
tes. Con toda seguridad, cuando los tres hombres se encontraban en los Países Bajos, el
patronazgo de la corte del gobernador era sin duda lo más importante. Su estancia en la
corte real, por tanto, jugaba en su contra en terreno flamenco. Desde el punto de vista de
los sublevados colaboraban con el enemigo y en la propaganda enemiga se les veía como
“españolizados”. Guillermo de Orange escribió acerca de la misión de Selles que este había
escuchado el canto de las sirenas de España.
La toma de decisiones políticas era sin embargo un proceso más complejo que el
conflicto entre dos facciones. En la política de los Países Bajos, las razones geopolíticas,
financieras, jurídicas, religiosas y militares tenían un claro peso. Además, se valoraban
también las opiniones de consejeros. Los llamados neerlandeses en la corte española te-
nían en este debate una posición fija, aunque sus consejos no siempre eran acogidos con

115
B.J. García García, “Ganar los corazones”.

– 192 –
¿Naturales del país o ESPAIGNOLIZÉS? Agentes de la Corte como negociadores de paz durante la Guerra de Flandes

entusiasmo. Por eso, existe una larga lista de memoriales sobre la pacificación de los Países
Bajos. El canciller del sello Joachim Hopperus fue probablemente el hombre más hábil
en este género. Para el rey y para la denominada “junta de Flandes” escribió numerosos
textos sobre los “verdaderos remedios para la pacificación”. En ellos redactó su visión
tanto de las causas del conflicto de posibles soluciones. Selles remitió también de forma
explícita a las opiniones de Hopperus cuando puso por escrito sus “remedios” para los
Países Bajos para Antonio Pérez. También los memoriales de Tisnacq, y sobre todo los de
Solre, muestran afinidades con el debate sobre los “verdaderos remedios”. Los tres seguían
insistiendo en la importancia de la nobleza para la monarquía y para la ejecución de los
verdaderos remedios.
La presencia en la corte no significaba por tanto influencia política. También desem-
peñaban un papel importante otras reglas, como la etiqueta del “acceso” al soberano. El
patronazgo tenía en cualquier caso más relación con el nombramiento de personas y el
reparto de favores que con las grandes cuestiones acerca de la guerra, la paz y, sobre todo,
la religión. Aunque las facciones de la corte española tuvieran una interpretación diferente
de su vida religiosa, ambas rechazaban radicalmente la reforma protestante. En los Países
Bajos los tres emisarios actuaron fuera del marco de la lucha de facciones de la corte espa-
ñola. Tampoco se atuvieron siempre a sus instrucciones. Mientras que Selles debía procu-
rar obstaculizar la Pacificación de Gante, él fue responsable de su ratificación en el Tratado
de Arras y Mons. La facción de Fuentes intentó frenar las negociaciones de paz con todas
sus fuerzas todo lo posible, pero aun así Tisnacq estableció contactos en aras de la paz.
Hugo De Schepper demostró que las negociaciones de paz no eran negociaciones bila-
terales entre los rebeldes y el soberano español. En lugar de ello, se trataba de una relación
triangular entre el rey español, su gobernador en los Países Bajos y los Estados Generales.
Pero aparte de eso había también negociaciones de emisarios particulares, del rey, del em-
perador o de monarcas extranjeros. Estas negociaciones, en este caso de miembros de la
nobleza flamenca, no deben perderse de vista. Las negociaciones de Juan de Noircarmes
constituyeron el eslabón perdido entre el Edicto Eterno y el Tratado de Arras, las de Tis-
nacq entre las negociaciones de Farnesio y Ernesto de Austria.

– 193 –
Afición, entendimiento y celo al servicio
de Su Majestad. El conde de Solre, Jean de Croÿ,
y la unión hispano-flamenca en el reinado
de Felipe IV 1

Alicia Esteban Estríngana


Universidad de Alcalá

Jean de Croÿ, primogénito del I conde de Solre, Philippe de Croÿ (1562-1612), y único
hijo de su matrimonio en primeras nupcias con la baronesa Anne de Beaufort y Ransart
(†1588), nació en el castillo de Solre (Hainaut), el 14 de febrero de 1588, y murió en Ma-
drid, el 9 de mayo de 16382. Su vida se desarrolla en una cronología clave para la historia de
los antiguos Países Bajos y esta contribución reconstruye la trayectoria política del conde
entre 1612 y 1630. Su propósito es subrayar la activa labor de mediación territorial que
algunos flamencos de elevado rango desarrollaron tras la reincorporación de los estados
de Flandes a la Monarquía de Felipe IV (1621).
En este contexto concreto, la mediación debe ser entendida como función política
orientada a fortalecer y a consolidar vínculos entre un territorio de reciente incorporación
a la Corona y el nuevo titular de su jurisdicción. Estos vínculos parecieron debilitarse a
finales de la década de 1620, cuando la crisis sobrevenida a raíz de la toma de Bois-le-Duc
(‘s-Hertogenbosch) por los holandeses (septiembre de 1629) minó la confianza depositada
en el nuevo soberano. Para superar la crisis, era necesario recuperar la confianza y Feli-
pe IV recurrió a un mediador solvente: el conde de Solre, Jean de Croÿ.
Ocupar una posición de superioridad política y social en ese territorio era un requi-
sito imprescindible para ejercer una función de estas características. La posición superior
se adquiría por méritos propios y heredados: en particular, calidad personal y familiar,
es decir, casa, linaje, riqueza y relaciones personales sólidas. Pero debía ser reconocida
por otros. En primer lugar, por quien confería las dignidades (títulos, cargos y oficios)
y los honores (beneficios, privilegios, preeminencias y prerrogativas) que legitimaban la

1
Contribución realizada entre los proyectos de investigación del Ministerio de Ciencia e Innovación:
HUM2006-09833HIST, ejecutado desde la Fundación Carlos de Amberes; y HAR2009-12963-C03-02/HIS,
ejecutado desde la Universidad de Alcalá. También forma parte de la labor que realizo como investigadora
Ramón y Cajal de dicho Ministerio en esta misma Universidad.
2
Existen dos breves biografías, pero ninguna aporta la fecha exacta de su muerte, V. Brants, “Solre (Jean de
Croÿ, second comte de)”, en Biographie Nationale de Belgique, t. 23, Bruselas, 1921-1924, col. 121-125; J. Le-
fèvre, “Solre (Jean de Croÿ, second comte de)”, en ibidem, t. 30, Bruselas, 1959, col. 303-306. La fecha aparece
registrada en una lista de “Conseillers d’Estat depuis l’an 1599”, Bruselas, Archives Générales du Royaume,
AGR, Conseil Privé Espagnol (CPE), registre (reg.) 1625, ff. 115r-116v.

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Alicia Esteban Estríngana

superioridad: el soberano territorial. En segundo lugar, por quienes ocupaban posiciones


de igualdad e inferioridad en ese mismo territorio y se veían impelidos a reconocer la de
todo aquel que, legítimamente, ostentaba dignidades y honores superiores en el seno de
la comunidad política. Y a priori, las posibilidades de éxito de cualquier labor de media-
ción territorial guardaban una estrecha relación con este doble reconocimiento, porque
reconocer implicaba aprobar-aceptar y la aprobación-aceptación infundía credibilidad y
despertaba confianza.
Poseer las dignidades y los honores que legitimaban el rango capacitaba para ejercer
funciones políticas. La obtención inicial, sustitutiva o acumulativa de tales dignidades y
honores procuraba, modificaba o ampliaba dicha capacidad en un sentido siempre acorde
con los intereses y los fines de quien las confería. Por función se debe entender capacidad
de acción, pero también acción propiamente dicha, ejecutada en beneficio o al servicio
de este otro. Así, el servicio y la perseverancia en él (el ejercicio continuado de funciones
orientadas a favorecer esos intereses y fines ajenos), obraban como un mérito propio
que procuraba mayores dignidades y honores, susceptibles de mejorar cualquier posición
personal. Por tanto, la función política que Solre estuvo en disposición de desempeñar en
1629-1630 no se explica sin los servicios propios y heredados de sus pasados que el conde
acumulaba en esa fecha.
Estos servicios actuaron como elemento propiciatorio de su labor mediadora y es pre-
ciso conocerlos bien, porque la mejora política y social no solo favorecía los intereses del
soberano, sino también los intereses particulares. Eso obligaba a adoptar un papel activo y
no meramente pasivo, pues las dignidades y los honores que conllevaban mejora no eran
ilimitados y existían competidores dispuestos a mejorar, rivales potenciales interesados en
obtenerlos. La iniciativa personal implicaba búsqueda de oportunidades propicias y las
oportunidades exigían decisiones y, por tanto, elecciones no siempre improvisadas. Mu-
chas veces, formaban parte de una estrategia premeditada de mejora. Estrategia implica
definición de objetivos y de pautas de actuación orientadas a lograrlos. Así, toda estrategia
puede verse coronada por el éxito o el fracaso. Pero los objetivos y pautas que definen una
estrategia pueden ser modificados en función de las circunstancias, y su modificación no
implica fracaso, sino flexibilidad, que no debilita la estrategia: la refuerza, porque diversi-
fica los medios empleados para lograr el mismo fin (la mejora política y social).
La reconstrucción de la trayectoria de Jean de Croÿ, anterior a 1629-1630, mostrará
cuáles fueron sus objetivos particulares en cada coyuntura política, si experimentaron re-
planteamientos reseñables y qué medios empleó para lograrlos. También mostrará cómo
influyó el patronazgo del soberano presente o futuro (del archiduque Alberto y Felipe III
antes de 1621 y de Felipe IV más adelante) en ese posible replanteamiento y qué oportuni-
dades le proporcionó a lo largo de esos años: qué opciones de promoción se le ofrecieron
y cómo las aprovechó, en definitiva.
Elegir una opción y no otra e, incluso, aceptar una oferta cuando no existe otra oferta
alternativa, conlleva una toma de posición, un compromiso tácito. Quien elige, toma

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AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

partido, se involucra voluntariamente en algo y, por tanto, también se posiciona de forma


consciente a favor o en contra de algo. Puesto que están en juego funciones políticas,
asumirlas y ejercerlas implica actuar comulgando con alguien y defendiendo consciente-
mente sus intereses. Los intereses así defendidos se comparten y representan. Por eso, son
un ingrediente sustancial de la identidad política. Esta identidad condiciona la conducta
individual ante cada situación política, pero es la propia experiencia personal acumulada
la que conforma la identidad. En ese sentido, la reconstrucción de la trayectoria de Solre
no solo debería aportar claves suficientes para valorar su capacidad y sus posibilidades rea-
les de mediación en un momento dado, sino también para explicar su voluntad de mediar
a instancia del rey en un conflicto específico.

Entre dos polos de favor compatibles, el archiduque Alberto


y Felipe III (1612-1621)

En mayo de 1612, Jean de Croÿ ocupaba una plaza de gentilhombre de la cámara


del archiduque Alberto y solicitó a Felipe III una carta de recomendación para ocupar
el puesto de caballerizo mayor de la Casa común de los archiduques, Alberto e Isabel3.
El puesto se encontraba vacante desde el fallecimiento de su padre, el conde de Solre
Philippe de Croÿ, acaecido en Praga el 4 de febrero de ese mismo año, mientras realizaba
una embajada en la Corte imperial en nombre de los archiduques4. El joven Jean ocupó
la plaza de su padre en la cámara y eso explica por qué aspiraba a sucederle también en
la jefatura de la caballeriza; aspiración no carente de lógica, considerando que Philippe
había desempeñado los dos oficios desde 1595 por voluntad de Felipe II5. Y el porqué de
su solicitud a Felipe III se explica por el contenido de la tercera cláusula de la escritura
privada de cesión de soberanía de los estados de Flandes y el franco condado de Borgoña
de 6 de mayo de 1598. “Quiero y mando por expresa condición –refería–, que los dichos
archiduques Alberto y infanta doña Isabel, mi hija, no tengan ni puedan tener criados
ni criadas ni persona alguna en su Casa y servicio que no sea muy buen católico, como
a príncipes de su calidad y religión les conviene”6. Con ella, Felipe II y su heredero legal,
Felipe III, no solo se habían asegurado la facultad de supervisar o tutelar determinados
aspectos de la política interior de sus parientes, sino también la de imponer sus propias
preferencias en la designación del personal palaciego de mayor rango que debía adquirir
un papel relevante en la nueva Corte de Bruselas.

3
Memorial de Solre, 19 de mayo de 1612, Archivo General de Simancas (AGS), Estado (E), legajo (leg.) 1756.
4
El marques de Guadaleste a Felipe III, Bruselas, 28 de febrero de 1612, AGS, E, leg. 2294.
5
J.E. Hortal Muñoz, “The household of Archduke Albert at the end of the 16th century”, en R. Vermeir y L.
Duerloo (eds.), A Constellation of Courts. The Courts and Households of Habsburg Europe, 1555-1665, (Actas del
seminario internacional celebrado en Bruselas, 3-4 de noviembre de 2006), en prensa.
6
Un análisis jurídico y político del agregado de escrituras de donación, públicas y privadas, que materializaron
esta cesión de soberanía en 1598 en A. Esteban Estríngana, “Los estados de Flandes. Reversión territorial de
las provincias leales (1598-1623)”, en J. Martínez Millán y M.A. Visceglia (eds.), La Monarquía de Felipe III:
Los Reinos, vol. IV, Madrid, 2008, pp. 593-682.

– 197 –
Alicia Esteban Estríngana

Los términos de la recomendación obtenida del monarca en 1612 fueron genéricos7 y


el primer caballerizo, el siciliano Gastón Spínola, conde de Bruay (que había asumido las
funciones de caballerizo mayor a la muerte de Philippe de Croÿ), continuó al frente de la
caballeriza hasta su muerte. Fue entonces, en febrero de 1615, cuando Alberto designó un
nuevo titular para esta sección del servicio doméstico: el conde de Añover, don Rodrigo
Niño de Laso, un candidato que Felipe III no cuestionaría8. Se trataba de un indudable
gesto de favor hacia Añover9, pero quizá explicable también por la decidida voluntad del
archiduque de frustrar definitivamente las aspiraciones de Solre a la jefatura de la caba-
lleriza. Una frustración justificada por cierto incidente que el conde protagonizó en 1614
y que ensombreció sus posibilidades inmediatas de promoción en la Corte de Bruselas.
Conviene tener presente, sin embargo, que las aspiraciones de Solre no se limitaban
a la caballeriza. Quizá porque Alberto no se decidía a proveerla en propiedad, Jean de
Croÿ hizo patente su voluntad de emular la carrera de su padre en un escenario distinto:
la Corte de Madrid, donde Philippe de Croÿ había residido entre finales de 1588 y fina-
les de 1590 sirviendo la capitanía de la guardia flamenco-borgoñona de los archeros de
corps10. En una carta de finales de 1612, Alberto escribió a Felipe III que Solre se inclinaba
a servir el puesto de teniente de su Guardia de Archeros y estaba dispuesto a trasladarse
a España con la esperaza de asumir la capitanía tras la muerte de su tío, el marqués de
Falces, Jacques de Croÿ, que había sucedido a su hermano Philippe y la servía en pro-
piedad desde 159611, cuando contrajo matrimonio en Madrid con Ana María de Peralta,
heredera del marquesado de Falces, el condado de Santiesteban de Lerín y la baronía de
Marcilla, en el reino de Navarra. Esta carta fue examinada en el Consejo de Estado, que
recomendó omitir la respuesta al archiduque, pues la plaza de teniente había sido otor-
gada a Antoine de Beaufort –un joven flamenco que contaba con alrededor de 20 años y
llevaba uno en Madrid sirviendo como paje en la Casa Real de Felipe III–, en diciembre
de 161212. El joven Beaufort era pariente de la madre de Solre, pero su calidad personal (su
rango y ascendencia) era inferior a la del conde. Por eso, en voto particular, uno de los

7
Resolución real al memorial citado en la nota 2, de 2 de junio de 1612, “Que se escriva al archiduque apreta-
damente que le honre y adule como hijo de tal padre, pero sin particularizar”, AGS, E, leg. 1756.
8
A. Esteban Estríngana, Guerra y finanzas en los Países Bajos católicos. De Farnesio a Spínola, Madrid, 2001,
pp. 186-187; A. Esteban Estríngana, Madrid y Bruselas. Relaciones de gobierno en la etapa postarchiducal (1621-
1634), Lovaina, 2005, pp. 27-28.
9
Véase la contribución de Dries Raeymaekers en este mismo volumen.
10
Sobre su designación para ocupar este cargo, A. Esteban Estríngana, “¿El ejército en Palacio? La jurisdicción-
de la guardia flamenco-borgoñona de corps entre los siglos xvi y xvii”, en A. Jiménez Estrella y F. Andújar
Castillo (eds.), Los nervios de la guerra. Estudios sociales sobre el ejército de la Monarquía Hispánica (siglos XVI-
XVIII): nuevas perspectivas, Granada, 2007, pp. 195-198.
11
“Que el conde de Solre hijo del que murió, que fue capitán de la guarda de los archeros, inclina a servir en la
tenencia dellos por el deseo que tiene de hazerlo, esperando de la grandeza de V.M. que después de la muerte
de su tío o con el tiempo le hará merced de aquel cargo en propiedad y siendo el conde de tanta calidad y tan
buenas partes, no halla S.A. persona más a propósito para servir la tenencia y partirá quando se le ordenare”,
vista en el Consejo de Estado, Madrid, 21 de enero de 1613, AGS, E, leg. 2027.
12
Sobre Antoine de Beaufort, A. Esteban Estríngana, “Flemish Elites under Philip III’s Patronage (1598-1621):
Household, Court and Territory en the Spanish Habsburg Monarchy”, en R. Vermeir y D. Raeymaekers, A
Constellation.

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AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

consejeros –el marqués de Villafranca–, advirtió la conveniencia de “yr cumpliendo con


personas tales de aquel pays y tenerlos contentos y satisfechos para todo lo que se puede
ofrecer y sin causa de quexa justa”. Desde luego, se podían presentar muchas ocasiones de
servicio en años venideros, porque Alberto acababa de experimentar una grave recaída en
su enfermedad y la restitución de soberanía se presentía entonces más próxima y tangi-
ble. Por eso, pero también porque Alberto había recibido el encargo real de recomendar
algún candidato apto para ocupar la tenencia de la Guardia de Archeros tras el regreso a
Flandes del anterior teniente, Richard de Merode (marzo de 1612), y sentiría ver ignorada
su recomendación, Villafranca aconsejó “hazer otra merced al que está proveído acá y
dexar la plaça libre para el conde, pues de otra manera quedarán quexosos él y su tío y el
archiduque”. Aunque éste último había manifestado sus preferencias para la tenencia de la
guardia –reservada, como el resto de sus plazas, a los pobladores del patrimonio territorial
borgoñón y, por tanto, a los súbditos de los archiduques–, Felipe III decidió omitir la
respuesta en enero de 161313.
La omisión forzó a Solre a viajar a Madrid en el otoño de 161314 para presentarse como
heredero de los servicios de su padre y manifestar su disposición a continuarlos. El viaje se
realizó en lo que parecía ser una coyuntura clave para el futuro inmediato de los estados
de Flandes –Alberto continuaba enfermo–, y sirvió a Solre para entablar una relación más
estrecha y personal con quien, a todas luces, iba a transformarse en su nuevo soberano
territorial en un plazo no muy dilatado. Con la visita, Solre confirmaba al monarca que
depositaba todas sus expectativas de ganancia en la continuación de esos servicios. Y lo
hacía por su natural inclinación a favorecer los intereses de Felipe III, es decir, por su
afición heredada de servicio al monarca. Afición que no ha de entenderse solo como in-
tención, sino también como hábito adquirido de obediencia perfectamente contrastable,
que tenía, en la conducta y en los actos de servicio de su padre15, el mejor aval. Como es
lógico, la visita llevaba implícita una negociación en toda regla. Con su ofrecimiento de
servicio, Jean de Croÿ también pretendía generar expectativas en el monarca de cara al
futuro; expectativas que éste último debía afianzar mediante alguna muestra de favor. El
13
“En lo que toca al conde de Solre, que pues está proveída la plaça de teniente de los archeros se podría omitir
la respuesta de la carta que sobre ello ha escrito el sr. archiduque”, Consejo de Estado, Madrid, 21 de enero
de 1613, AGS, E, leg. 2027.
14
Mención del viaje y de sus incidentes en L. Cabrera de Córdoba, Relación de las cosas sucedidas en la corte de
España desde 1599 hasta 1614, Madrid, 1857, p. 535.
15
Conde de Solre desde 1590, Philippe de Croÿ fue gobernador de la provincia de Tournai-Tournaisis (1590),
caballerizo mayor y gentilhombre de la cámara del archiduque Alberto (1595), miembro del Consejo de Es-
tado de Bruselas (1595) y caballerizo mayor de los archiduques (1598), además de coronel de un regimiento
de infantería valona, capitán de una compañía de ordenanza y comandante general de las compañías de
ordenanza entre 1597 y 1602, B.J. García García, “Ganar los corazones y obligar a los vecinos. Estrategias
de pacificación en los Países Bajos (1604-1610)”, en A. Crespo Solana y M. Herrero Sánchez (eds.), España
y las 17 provincias de los Países Bajos. Una revisión historiográfica, Córdoba, 2002, t. 1, pp. 137-165. Sobre la
apuesta temprana de Philippe de Croÿ por la restitución, pacífica y consensuada, de la soberanía de Flandes a
Felipe III, A. Esteban Estríngana, “Las provincias de Flandes y la Monarquía de España. Instrumentos y fines
de la política regia en el contexto de la restitución de soberanía de 1621”, en A. Álvarez-Ossorio y B.J. García
García (eds.), La Monarquía de las naciones. Patria, nación y naturaleza en la Monarquía de España, Madrid,
2004, pp. 225-230; también A. Esteban Estríngana, “Los estados de Flandes”, pp. 648-650.

– 199 –
Alicia Esteban Estríngana

favor tenía por objeto confirmar la disposición de Felipe III a honrar a quienes mostraban
afición a su servicio, esto es, a premiar el mérito y a incrementar el honor de cuantos esta-
ban dispuestos a favorecer sus intereses, y sellaba con éxito la negociación.
Para respaldar sus pretensiones, Solre llevó consigo a Madrid cartas de recomendación
genérica de Alberto y de Ambrosio Spínola, fechadas en los primeros días de octubre de
161316; las cartas confirmaban al rey que ninguno de los dos tenía razones objetivas para
oponerse a ellas y, por tanto, a la hipotética promoción del conde a corto plazo. Y las
pretensiones de Solre fueron satisfechas algunos meses después de modo peculiar: en 1614,
Felipe III le concedió el collar del Toisón de Oro, un honor que sancionaba la adquisición
de un rango superior en la jerarquía altonobiliaria de los estados de Flandes y que también
había poseído su padre. Este episodio merece especial atención, porque indispuso a Solre
con su soberano territorial, el archiduque Alberto.
El collar asignado al conde formaba parte de una tríada de collares otorgados por
Felipe III a tres súbditos de los archiduques en 1613: el conde Frédéricq de Bergh; el bor-
goñón marqués de Marnay, Charles-Emmanuel de Gorrevod; y el conde de Hoogstraten,
Antoine de Lalaing, que falleció en septiembre de ese año, antes de recibirlo en Bruselas
junto a los demás. Su inesperado fallecimiento sirvió a Felipe III para honrar a Solre por
encima de sus expectativas y el conde emprendió el regreso a Flandes en el verano de 1614
razonablemente satisfecho17, porque también obtuvo una pensión vitalicia de 1.000 escu-
dos anuales en el reino de Nápoles por los largos y fieles servicios de su padre18.
Tras detenerse algún tiempo en París para visitar a María de Médicis, a Luis XIII y a la
princesa Isabel de Borbón, prometida del príncipe Felipe, Solre llegó a Cambrai a media-
dos de octubre de 1614. Allí recibió una orden de Alberto que le prohibía entrar en la
Corte, es decir, le privaba temporalmente de su presencia y de su gracia, “por aver acepta-
do la merced que S.M. fue servido hazerme del Tusón sin la intervención de su liçençia”,
según comunicó el propio Solre al secretario Juan de Ciriza desde Namur el 16 de octubre.
“No será necesario signifique a V. s. el sentimiento con que quedo, visto mi ignoçençia y
poca culpa que ay de mi parte para que S.A. hiçiese esta demostración – continuaba –,
pues pensava con esto ser más apto para su serviçio. Lo que visto, por no perder puncto
en las ocasiones que se offresçen del real serviçio de S.M., me he determinado yr al exér-
cito [campaña de Juliers] en el ínterin que se mitigue S.A. y juntamente procurar ser
merecedor de la merced que S.M. me a hecho y adelante espero recibir”19. La reprochable

16
Alberto a Felipe III, Bruselas, 5-10-1613, AGR, Secrétairerie d’État et de Guerre (SEG), reg. 177, f. 161r;
Spínola a Felipe III, Bruselas, 9-10-1613, AGS, E, leg. 2298.
17
Sobre la concesión de los tres collares de 1613 y del collar de Solre en 1614, A. Esteban Estríngana, “Los
estados de Flandes”; A. Esteban Estríngana, “El collar del Toisón y la grandeza de España. Su gestión en
Flandes durante el gobierno de los Archiduques (1599-1621)”, en K. De Jonge, B.J. García García y A. Este-
ban Estríngana (eds.), El legado de Borgoña. Fiesta y ceremonia cortesana en la Europa de los Austrias, Madrid,
2010, pp. 518-520.
18
Así se asegura en carta de Isabel a Felipe IV, Bruselas, 26 de agosto de 1623, AGR, SEG, reg. 189, f. 188r.
19
Solre a Ciriza, Namur, 16 de octubre de 1624, AGS, E, leg. 2296.

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AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

conducta del conde había causado ira e indignación en el archiduque20, que había tenido
noticia de la concesión de su collar cuando el rey de armas-Toisón de Oro, Jean Hervart,
llegó a Bruselas con los despachos necesarios para celebrar la investidura de los tres nuevos
cofrades (Bergh, Marnay y Solre) el día 12 de octubre21. Desde 1599, Alberto actuaba como
apoderado del soberano de la orden cuando se imponían collares en Bruselas y, para ma-
nifestar su disconformidad, impuso el collar a Bergh y a Marnay el 9 de noviembre de 1614
y suspendió la investidura de Solre, aún ausente de la Corte. Suspendió la ejecución y el
cumplimiento de una merced otorgada y publicitada por Felipe III, en realidad. Las razo-
nes de la suspensión las comunicó el marqués de Guadaleste, don Felipe de Cardona
(embajador de Felipe III en la Corte de Bruselas desde 1607), en una carta dirigida al rey
y fechada el mismo día 9. Su contenido fue resumido para ser analizado en el Consejo de
Estado de Madrid junto con otra correspondencia a finales del mes de noviembre.
“Refiere el marqués –exponía el resumen–, que se davan los tusones al conde Federico
y marqués de Marne y que se ha suspendido el del conde de Sora y S.A. siente que se haga
acá merced a sus vasallos no pidiéndolo él”22. Acá era la Corte de Felipe III y, efectivamen-
te, Alberto no había solicitado el collar para Solre, un requisito –la intercesión explícita de
Alberto para obtener el favor de Felipe III y los beneficios específicos de él derivados, con
especial atención al ingreso en la Orden del Toisón de Oro–, que el propio monarca había
decidido establecer en 1599 para reforzar el gobierno y la soberanía de los archiduques23.
Pero, en el Consejo de Estado, se criticó la actitud de Alberto, porque desautorizaba la
elección de Felipe III y eso podía comprometer la política de aproximación a las élites
flamencas gestada tras la embajada extraordinaria del conde de la Oliva, don Rodrigo
Calderón, en Flandes entre mayo de 1612 y enero de 1613.
A lo largo de este último año, Madrid puso en marcha un plan orientado a asegurar el
éxito de la restitución de soberanía del patrimonio territorial de los archiduques. El plan
consistía en estimular y en satisfacer de forma inmediata las expectativas de ganancia de
las élites que lo poblaban, llamadas así a interpretar la restitución como algo positivo y
deseable para sus intereses. Con esta finalidad, Felipe III otorgó los tres collares del Toi-
són ya mencionados y ofertó diferentes mercedes de honor en Flandes para concederlas a
cuantos las pretendieran. Sobre todo, ciertas plazas de las Casas Reales de Madrid (la del
rey y las de los príncipes de Asturias, el príncipe Felipe y su prometida Isabel de Borbón,

20
Sobre esta figura jurídica, H. Grassotti, “La ira regia en León y Castilla”, en Cuadernos de Historia de España,
XLI-XLII (1965), pp. 5-135.
21
La procuración de Alberto para imponer los collares a Bergh, Marnay y Hoogstraten se despachó el 27 de ju-
lio de 1613, pero, antes de que el rey de armas-Toisón de Oro, Jean Hervart, abandonara la Corte de Felipe III,
llegó la noticia de la muerte de Hoogstraten. El contratiempo aplazó el viaje de Hervart a Bruselas indefinida-
mente. El 5 de septiembre de 1614 se despachó la procuración que encomendaba a Alberto la imposición del
collar de Solre. Hervart dejó la Corte el 15 de septiembre y llegó a Bruselas el 12 de octubre, Madrid, Archivo
General del Palacio Real (AGPR), Registros (R), 7016, f. 52r. Felipe III no comunicó oficialmente a Alberto la
concesión del collar de Solre hasta finales octubre de 1614, Felipe III a Alberto, Lerma, 31 de octubre de 1614,
el borrador en AGS, E, leg. 2229; el despacho original, bastante más sucinto, en AGR, SEG, reg. 177, f. 267r.
22
Consejo de Estado, Madrid, 25 de noviembre de 1614, AGS, E, leg. 2028.
23
A. Esteban Estríngana, “El collar del Toisón”.

– 201 –
Alicia Esteban Estríngana

que se habrían de establecer en poco tiempo) y hábitos de las Órdenes militares de San-
tiago, Calatrava y Alcántara. Pero la oferta no le fue encomendada a Alberto, sino a Am-
brosio Spínola, porque esta política de aproximación a las élites flamencas debía mitigar el
papel de intermediario ineludible reconocido a Alberto en 1599, oficialmente interpuesto
desde entonces como polo de favor prioritario entre los flamencos y Felipe III24. Ahora,
el monarca trataba de reducirlo a polo de favor subsidiario para ellos: el reproche que los
consejeros de Estado lanzaron contra Alberto por el asunto de Solre lo demuestra.

“De mala consequencia para los de aquellos payes es tratar mal S.A. a los que, por
sus cartas de favor, ha hecho V.M. merced, como al conde de Sora, pues andando a buen fin
y con la prebención que para lo venidero se deve tener, quantas mercedes allá huviese de ha-
zer [Alberto], conbenía atribuirlas a V.M., quanto más turbar allá las que aquí V.M. ha he-
cho tan justificadas y remitido a S.A. la execución dellas” (voto del marqués de Villafranca).

“El señor archiduque deviera escusar lo que le dijo [a Guadaleste] en lo del tusón
del conde de Sora, pues lo resuelto por V.M. debe estimar y executar con mucho gusto,
siendo aquellos vasallos de acá y aviendo traído el conde cartas de SS. AA. para que se le
hiziese toda honrra y merced, y así se maravilla que se aya reparado allá en cosa tan justa-
mente hecha” (voto del marqués de la Laguna).

“Lo que queda dicho del tusón del conde de Sora es cosa que parecerá muy mal y
ha de alterar aquellos vasallos que han de volver a serlo de V.M. y por esta razón, quando
no huviera tantas para ser muy agradecido el sr. archiduque, devía no solo ser muy puntual
en lo que de acá se le avisa por resuelto, pero atribuyr las mercedes que él haze allá a la
instancia de V.M. para tenellos más dispuestos y seguros a su real servicio” (voto del duque
del Infantado)25.

Como legítimo heredero de los derechos de los archiduques, Felipe III trababa de
prevenir la futura reversión de soberanía de Flandes afirmándose progresivamente como
polo de favor prioritario de los flamencos. Esta afirmación exigía la complicidad de Al-
berto, que parecía colaborar con alguna reserva. En este caso concreto, la reserva resulta
comprensible, porque Solre había obtenido el collar del Toisón de Oro de forma anómala.
Alberto había solicitado el collar para los tres candidatos de 1613 y, tras la muerte del con-
de de Hoogstraten, solicitó el suyo para el conde de Hennin, Alexandre de Bournonville26.
Pero nunca solicitó uno para Solre; solo intercedió por él mediante cartas de recomen-
dación genérica. Según los consejeros de Estado, esta intercesión bastaba para obtener el

24
Para todo el párrafo, A. Esteban Estríngana, “Flemish Elites”.
25
Las tres citas proceden de la consulta de 25 de noviembre de 1614, AGS, E, leg. 2028.
26
Alberto a Felipe III, Bruselas, 31 de enero de 1614, AGS, E, leg. 2296.

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AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

collar, pero Alberto no pensaba lo mismo, porque nunca antes se había obrado así en lo
tocante a la orden.
En cualquier caso, su reacción era poco consecuente con el magno desafío que la
reversión de soberanía representaba para Felipe III y Lerma no tardó en comunicar al ar-
chiduque el disgusto del rey, instándole a entregar el collar a Solre sin más demora en una
carta de finales de diciembre de 161427. La entrega se efectuó el 27 de abril de 1615, el día se-
ñalado para la celebración de las bodas del conde Wratislas de Fürstenberg (gentilhombre
de la cámara de Alberto y coronel de infantería alemana), con Catherine Livie de la Ver-
datière (dama de la infanta Isabel y sobrina de su camarera mayor, Jeanne de Jasincourt,
fallecida el 25 de enero de 1614), que llevaba varios años desempeñando las funciones de
su anciana tía en palacio28. Y eso restó protagonismo a la ceremonia de ingreso de Solre en
la Orden del Toisón de Oro.

“Acudió muy temprano a palaçio el conde de Solre, como gentilhombre que es de


la cámara de S.A., así para evitar acompañamiento, como por no estorbar el del conde de
Furstenberg, que fue acompañado de todos los principales de la Corte, y después que huvo
llegado a palaçio se proçedió a la investidura del dicho conde de Solre”29.

Tras la ceremonia de investidura de nuevos cofrades, se celebraba una misa en la capi-


lla del palacio, semejante en solemnidad a la celebrada el día del patrón San Andrés. Asis-
tían a ella los nuevos toisones en compañía de todos los miembros y oficiales del Toisón
de Oro presentes en la Corte, incluido Alberto (que podía escucharla desde el oratorio
privado de la infanta tras una cortina), del nuncio papal y del embajador del soberano de
la Orden. A continuación, el mayordomo mayor de los archiduques ofrecía un banquete
en su cuarto para los asistentes y para algunas personalidades relevantes de la Corte. Pero
la misa del día 15 de abril fue más concurrida y los novios se colocaron delante del altar,
al lado de los archiduques, según se hacía en las bodas de las damas de palacio. Tras la
misa, se celebró un banquete en el cuarto de la infanta, donde los archiduques comieron
con la novia. Y el mayordomo mayor “hiço un banquete grandioso al nobio y a los dichos
caballeros confradres y a todos los principales de la Corte [...] en un corredor grande del
palaçio”30.

27
Lerma? a Alberto, Madrid, 30 de diciembre de 1614, “Sobre lo del Tusón del conde de Solre”, AGS, E, leg.
2229.
28
Spínola a Lerma, Bruselas, 31 de enero de 1614 y Guadaleste a Felipe III, Bruselas, 1 de febrero de 1614, AGS,
E, leg 2296; A. Rodríguez Villa, Correspondencia de la infanta archiduquesa doña Isabel Clara Eugenia de Aus-
tria con el duque de Lerma y otros personajes, Madrid, 1906, p. 127, nota.
29
Su descripción en AGPR, R, 7016, ff. 57r-59r (aquí f. 57v.) y en AGR, Manuscrits Divers, reg. 1516, ff. 67v-
69v. El ingreso de Solre fue seguido del ingreso del borgoñón Gleriardus de Vergy, conde de Champlite,
gobernador del Franco Condado, que Alberto ofició en Bruselas el 30 de agosto de 1615, la ceremonia en ff.
57r-61v y 70r-72r respectivamente.
30
AGPR, R, 7016, f. 58v.

– 203 –
Alicia Esteban Estríngana

El desplazamiento deliberado de Solre a un segundo plano el día de su investidura


como miembro del Toisón de Oro traslucía el descontento de Alberto. La anécdota no
admite otra lectura, pero, en conjunto, el episodio del collar admite dos lecturas comple-
mentarias: la primera, que mediante su concesión, Felipe III dejó claro que era en Flandes
donde Solre debía favorecer sus intereses desde una posición preeminente e inmediata a
los archiduques31; la segunda, que Solre se indispuso con Alberto por obtener tan preciada
merced sin la intercesión expresa de su soberano territorial y, sobre todo, por aceptarla sin
su conocimiento y aprobación. Este último gesto le incapacitó para promocionarse en la
Corte de Bruselas y en los propios estados de Flandes a corto y medio plazo.
Desde luego, su promoción a la jefatura de la caballeriza quedó frustrada tras la desig-
nación del conde de Añover, a mediados de febrero de 161532, y su carrera se ensombreció
súbitamente. Por eso, Solre volvió a decantarse por Madrid como escenario de promoción
en ese mismo año. El 10 de noviembre de 1615, Alberto solicitó para él la capitanía de la
Guardia de Archeros de Corps, pretensión ya conocida por Felipe III que también res-
paldaba el entonces capitán, Jacques de Croÿ. Solre pretendía la futura sucesión del cargo
y su tío aguardaba la confirmación de la merced al sobrino para formalizar su renuncia,
según admitió el Consejo de Estado en diciembre. Y la candidatura de Solre obtuvo el be-
neplácito de los consejeros, “considerando también que conviene no disgustar los nobles
de aquellos payses, sino obligallos y prendallos en el servicio de V.M.”33. Pero Felipe III
prefirió mantenerlo en Flandes convencido, quizá, de que era un valor seguro para sus in-
tereses. Alberto insistió con nuevas cartas de recomendación a finales de 1616 y a finales de
161734, y la insistencia puede interpretarse de dos maneras: el archiduque estaba interesado
en que Solre abandonara Bruselas, o se limitaba a interceder por él a sabiendas de que Sol-
re deseaba servir al monarca en su Corte, es decir, servir junto a quien, previsiblemente,
se convertiría en su futuro soberano territorial.

Servir al (futuro) soberano en su Corte, inversión de futuro (1621-1624)

Trasladarse a Madrid e instalarse allí sirviendo en la Casa Real era una iniciativa pla-
gada de intencionalidad. El acceso cotidiano al palacio del (futuro) soberano ofrecía otros
horizontes de promoción, condicionados por el establecimiento de nuevas relaciones en

31
El valor político de esta inmediatez, entendida como superioridad jerárquica reconocida por Felipe III (el
soberano de la Orden) y, en consecuencia, también por su vicario en Flandes (Alberto), en A. Esteban Es-
tríngana, “El collar del Toisón”.
32
Guadaleste a Felipe III, Bruselas, 19 de febrero de 1615, “Después que murió en Alemania el conde de Sora
ha estado por proveer el cargo de caballeriço mayor de S.A. sirviéndole el conde de Bruay, que era primer
caballerizo. Agora ha muerto y S.A. ha nombrado al conde de Añover por cavalleriço mayor [...] Dízenme
que lo han sentido los señores del país que lo pretendían”, AGS, E, leg. 2297.
33
Consejo de Estado, Madrid, 23 de diciembre de 1615, Madrid, Archivo Histórico Nacional (AHN), Estado
(E), libro (lib.) 714, sin foliar.
34
Alberto a Felipe III, Tervuren, 30 de octubre de 1616, AGS, E, leg. 631, 140, vista en el Consejo de Estado,
Madrid, 30 de noviembre de 1616, AGS, E, leg. 2030. Alberto a Felipe III, Bruselas, 12 de diciembre de 1617,
AGR, SEG, reg. 518, f. 106v (borrador), la original en AGS, E, leg. 1773.

– 204 –
AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

ámbitos institucionales muy variados y también fuera de ellos. Solre lo sabía bien, porque
su padre ya había dado ese paso el mismo año de su nacimiento (1588), sentando, con el
traslado a Madrid, las bases de una fulgurante carrera política. La estancia en la Corte de
Felipe III le permitiría ampliar sus bases de relación social y acumular capital relacional,
pero no solo eso. Estas estancias también permitían, al monarca y a su entorno inmediato
de colaboradores, reconocer el “ingenio”, el “entendimiento” y la “inclinación” de “los
grandes y señores” que poblaban los estados apartados de la Monarquía, “para servirse
dellos u ocuparlos en diferentes ministerios”; de hecho, algunos influyentes memoria-
listas políticos habían recomendado a Felipe III traerlos a su Corte con este propósito
utilitarista a comienzos de su reinado35. La estancia se concebía temporal y se justificaba
mediante el servicio transitorio de plazas en la Casa Real y en los Consejos provinciales o
territoriales de gobierno. Este servicio se consideraba adecuado para medir la competen-
cia y las aptitudes naturales de cada uno, valorando de paso su aplicación personal y su
propensión a la obediencia (a orientar sus acciones hacia los fines de la Corona con con-
vencimiento personal y por propia iniciativa). La estancia permitía reconocer ministros
de valía que luego debían ser empleados y promocionados en sus regiones originarias con
plenas garantías36.
Aunque de inmediato Solre deseara servir a Felipe III en su Corte, a más largo pla-
zo, quizá pretendía servir a su futuro soberano territorial en Flandes, se puede deducir.
Pretensión que, en cierta medida, fue satisfecha sin haberse trasladado a Madrid, una vez
fallecido Alberto (13 de julio de 1621). La muerte del conde de Bucquoy, Charles-Bona-
venture de Longueval, acaecida el 10 de julio de ese año en la campaña de Bohemia37, dejó
vacante el gobierno de la provincia de Hainaut y, en la primavera de 1622, la infanta Isabel
lo proveyó interinamente en el conde de Solre. Quizá porque, en marzo de ese mismo
año, el nuevo soberano de Flandes, Felipe IV, había encargado a la gobernadora perpetua
de sus nuevos estados, honrar y favorecer a Solre “en las ocasiones que se ofrecieren de
su comodidad y acrecentamiento”38. La provisión fue en ínterin y no porque la futura
sucesión del gobierno de Hainaut fuera concedida al hijo del conde de Bucquoy, Charles-
Albert de Longueval (de solo catorce años), sino por la razón que Isabel comunicó a fray
Iñigo de Brizuela (exconfesor de Alberto y presidente del Consejo Supremo de Flandes,
recién restablecido en Madrid), en dos cartas de abril y mayo de 1622:

35
B. Álamos de Barrientos, Discurso político al rey Felipe III al comienzo de su reinado, introducción y notas de
M. Santos, Barcelona, 1990, p. 96.
36
B. Álamos de Barrientos, Discurso político, pp. 95 y 97; A. Esteban Estríngana, “Las provincias de Flandes”,
pp. 224-225 y 235-239.
37
Sobre Bucquoy, O. Chaline, “Charles-Bonaventure de Longueval, comte de Buquoy (1571-1621)”, en XVIIe
siècle, 240 (2008), pp. 399-422.
38
Felipe IV (aún príncipe) a Isabel, Madrid, 13 de marzo de 1622, AGS, E, leg. 1782 y AHN, E, lib. 259, f. 83r.

– 205 –
Alicia Esteban Estríngana

“El conde de Sora no desea nada por acá, syno servir al rey cerca de su persona. Lo
que pudyeredes ayudalle en su pretensyón sabeys quan byen lo mereçe y quan byen sabrá
servir en todo lo que se le mandare”.

“Lo que pretende el conde de Sora es ser capitán de los archeros y que se dé re-
conpensa a su tyo para que lo dexe de mejor gana. Lo que pudyeredes ayudalle çyerto lo
mereçe”39.

Solre estaba decidido a trasladarse a Madrid y eso indica que prefería invertir en futuro
personal y familiar. Como toda inversión, el traslado entrañaba incertidumbre: no estaba
claro ni cuándo ni cómo iba a ser rentabilizado, pero de su elección se deduce que Solre
apostaba alto, que confiaba en sus cualidades y que estaba empeñado en seguir los pasos
de su padre. Philippe de Croÿ había renunciado a la capitanía de la Guardia de Archeros a
favor de su hermano Jacques en 1596 y justo era que Jacques renunciara a ella ahora a favor
de su sobrino Jean. Al menos, así lo entendía Solre y no parece que el marqués de Falces
discrepara con él. Da la impresión de que Falces solo estaba interesado en rentabilizar lo
más posible la renuncia antes de realizarla, según se infiere de otras tres cartas dirigidas por
Isabel a Brizuela en julio, agosto y septiembre de 1622:

“El conde de Sora ba byen con lo de Henao [...] Espero que el de Falçes se acomo-
dará con su sobrino, pues e entendido que abya enviado persona aposta a tratar ay y asy os
pydo ayudeys por vuestra parte que este negoçyo tenga buen fyn”.

“Aquy os embyo las pretensyones del de Falçes. Creo que sy don Baltasar [de Zúñi-
ga] toma un poco la mano con él, que le ará poner en raçón y para acomodar dos cryados
que lo merecen byen se puede alargar un poco la mano, y asy os pydo mucho lo procureys”.

“No puedo dexar de acordaros el negocyo del de Solre, que cada dya procede
mejor”40.

Isabel intercedía por Solre y respaldaba las pretensiones del marqués de Falces, pues
de su satisfacción dependía que Solre materializara su objetivo lo antes posible. Brizuela
y Zúñiga se ocuparon de que la intercesión diera fruto y fueron los artífices del relevo
de Falces (en especial, Brizuela, pues Zúñiga falleció el 6 de octubre de 1622), de cuyas
pretensiones o, al menos, de algunas de ellas se hizo eco Andrés de Almansa y Mendo-
za a mediados de agosto de 1623. Según Almansa, Falces no acompañó a la Guardia de

39
La transcripción completa de ambas cartas, fechadas en Bruselas, el 6 de abril y el 23 de mayo de 1622, apa-
recerá próximamente en una edición crítica de la correspondencia autógrafa de la infanta Isabel que preparo
en colaboración con Bernardo J. García García.
40
Bruselas, 8 de julio, 16 de agosto y 9 de septiembre de 1622, Ibidem.

– 206 –
AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

Archeros durante la solemne entrada del príncipe de Gales en la Corte (26 de marzo de
1623): para entonces, ya había pedido la jubilación al rey a cambio de algunas mercedes
publicadas unos meses después de publicitarse la designación de Solre como nuevo capi-
tán, que debió de trascender en abril o mayo de ese año41. Fue en julio de 1623 cuando se
otorgaron a Falces los gajes de la plaza de capitán a modo de pensión vitalicia; un hábito
de Santiago y la futura sucesión de la encomienda de Mohernando que poseía (era miem-
bro de la Orden de Santiago desde 1595) para su hijo, Diego Felicio de Croÿ y Peralta; y
el cargo de mariscal de Navarra, para disfrutar junto con la mayordomía mayor del reino
que ya poseía, permitiéndole gozar de un prestigioso retiro en sus posesiones navarras. Y
también se anunció entonces la llegada de Solre a Madrid, prevista para el otoño de 162342.
La previsión no se cumplió. Solre continuó al frente del gobierno de Hainaut hasta fe-
brero de 1624, cuando Bruselas llevó a cabo una completa reorganización de los gobiernos
provinciales al amparo de algunas vacantes. Previendo su partida a España, el de Hainaut
se había otorgado en propiedad al príncipe Lamoral de Ligne a finales de 1623, pero el
príncipe falleció en enero de 1624 sin haber tomado posesión; y en febrero, el gobierno
se encomendó al conde de Marles, Florent de Noyelles, para desempeñarlo en propiedad
mientras el joven Bucquoy alcanzaba los 25 años43. En ese mismo mes, Isabel comunicó
a Brizuela la marcha de Solre y le encomendó velar por él en su nuevo destino político.

“El conde de Solre no a podydo partyr antes por no aberse acabado con estas cosas
de Henao. Ahora que graçyas a Dyos lo están, de manera que espero se abrá echo un gran
serviçyo al rey, ba a serbyr su cargo. A servido çyerto muy byen el conde y asy mereçe le
aga el rey mucha merced y lo espero quando conozcan sus buenas partes para poder servir
[...] Sé que no es menester encomendaros al conde, pero con todo os dyré que por lo que a
serbydo y syrbe y la boluntad con que lo açe me allo muy obligada a desear todo su byen y
asy os pydo en todo lo que pudieres le ayudeys”44.

La infanta ensalzaba las cualidades naturales del conde, su aptitud para el servicio,
calificada con hechos y ejercitada en el gobierno de Hainaut. En su opinión, este último
servicio merecía ser recompensado por Felipe IV, pero también la resolución con que
41
En carta de Bruselas, 2 de junio de 1623, Isabel comunicó a Felipe IV por qué Solre tardaría algún tiempo
en viajar a Madrid para tomar posesión de su nuevo cargo de capitán: “El conde de Solre está ocupado en
algunos negoçios de importancia del serviçio de V.M. en la provincia de Henault de orden mía y por haverlos
comenzado y convenir que los acave no podrá yr por agora a essa corte a servir a V.M. en el cargo que le ha
hecho merced, y assí suplico a V.M. tenga por bien lo que aquí se detuviere el dicho conde por agora, pues
es derechamente por servicio de V.M., que después acudirá por allá a servir a V.M. como debe”, AGS, E, leg.
2141 (el borrador en AGR, SEG, reg. 189, f. 150r).
42
Cartas de Andrés de Almansa y Mendoza. Novedades de esta Corte y avisos recibidos de otras partes, 1621-1626,
Madrid, 1886, p. 209. Una edición crítica actualizada, Andrés de Almansa y Mendoza. Obra periodística, ed. de
H. Ettinghausen y M. Borrego, Madrid, 2001.
43
Isabel a Felipe IV, Bruselas, 2 de junio de 1623, AGR, SEG, reg. 189, f. 150r; Isabel a Felipe IV, Bruselas, 21
de febrero de 1624, AGS, E, leg. 2314, f. 27 (borrador en AGRB, SEG, reg. 190, ff. 71-72).
44
Esta carta, fechada en Bruselas el 12 de febrero de 1622, aparecerá próximamente en la edición crítica de la
correspondencia autógrafa de la infanta Isabel que preparo en colaboración con Bernardo J. García García.

– 207 –
Alicia Esteban Estríngana

Solre servía merecía un gesto de favor. El del monarca cobraría forma en cuanto esa
aptitud fuera contrastada por sus consejeros e Isabel hizo patente el suyo ateniéndose
a sus instrucciones de gobierno, que la facultaban para designar a los miembros de los
Consejos de Estado, Privado y de Finanzas de Bruselas: el 12 de marzo de 1624, nombró
a Solre consejero de Estado45, una dignidad que le permitiría desenvolverse en Madrid en
mejores condiciones (con mayor acreditación y autoridad) e, incluso, entrar en el Consejo
Supremo de Flandes, si Felipe IV se decidía a respaldar la gestión unipersonal de Brizuela
con nuevos consejeros46.
El conde llegó a Madrid a finales de abril o comienzos de mayo de 1624 provisto de
cartas de recomendación de Spínola y del cardenal don Alonso de la Cueva (embajador
del rey en Bruselas desde 1619 como marqués de Bedmar), que subrayaban su incuestiona-
ble capacidad personal y también su celo, esto es, el interés extremado y activo que Solre
mostraba en el servicio del rey. El cardenal de la Cueva aludía a su propia experiencia
personal para probarlo:

“El conde de Solre [...] es uno de los más zelosos y fieles vasallos que tiene V.M. en
estos estados y assí lo ha mostrado en todas las ocasiones que se han offrecido, imitando a
su padre y demás pasados, y yo puedo cetificarlo de experiencia propia, porque haviendo
mandado la Sra. Infanta que se hiziese en mi possada una Junta que duró muchos días para
ajustar las cosas de la provincia de Henau [...] con otros ministros de los más principales de
aquí intervino el conde por tener a su cargo por orden de S.A. el govierno de aquella pro-
vincia, como natural y uno de los más principales vassallos della, vi que antepuso siempre
el servicio de V.M. y todo lo justo y razonable a qualesquiera intereses particulares y abusos
generales a que suelen algunos dar nombre de bien público, de lo qual y de otras cossas que
hizo y encaminó el conde en aquella provincia para que pudiese desempeñarse y contribuir
mejor y más fácilmente en los servicios de dinero que hace ordinariamente a V.M. han
resultado muy buenos effectos y [...] añadiré solamente que, por todo lo sobredicho y la
mucha qualidad y partes que concurren en su persona, es muy digno de qualquiera honra
y mercedes que V.M. fuere servido de hazerle”47.

El cardenal desvelaba qué cosas se habían ajustado en Hainaut durante el gobierno de


Solre, algunas relacionadas con las aportaciones ordinarias anuales, las ayudas (servicios),

45
“Conseillers d’Estat depuis l’an 1599”, cit. (nota 1). Sobre las facultades de Isabel como gobernadora, A.
Esteban Estríngana, Madrid y Bruselas, pp. 32-47.
46
Sobre los motivos que llevaron al monarca a mantener a Brizuela como único consejero-guardasellos con
título de presidente entre enero de 1622 y octubre de 1628, A. Esteban Estríngana, “Preludio de una pérdida
territorial. La supresión del Consejo Supremo de Flandes a comienzos del reinado de Felipe V”, en A. Álva-
rez-Ossorio, B.J. García García y V. León (eds.), La pérdida de Europa. La guerra de Sucesión por la Monarquía
de España, Madrid, 2007, pp. 335-337; A. Esteban Estríngana, Madrid y Bruselas, pp. 26-27, 31-32, 39-40, 51;
A. Esteban Estríngana, “Las provincias de Flandes”, pp. 220-225.
47
El cardenal de la Cueva a Felipe IV, Bruselas, 17 de marzo de 1624, y Spínola a Felipe IV, Bruselas 18 de marzo
de 1624, AGS, E, leg. 2141.

– 208 –
AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

que concedían los Estados Provinciales. Según parece, los Estados de Hainaut decidieron
consagrar una imposición directa de cuota al pago íntegro de la ayuda concedida en 1622.
Esta imposición, conocida como vingtième denier o vingtièmes (se podían recaudar varios
en un mismo año fiscal), gravaba todos los bienes inmuebles con un 5% del valor esti-
mado de la renta anual que producían. En la práctica, funcionaba como un impuesto de
repartición, porque su rendimiento era conocido de antemano: se recaudaba a partir de
unos cahiers o registros catastrales vigentes desde 1604 que fijaban la renta inmobiliaria
global de cada localidad y establecían su cupo de contribución a la ayuda en un vingtième
(5%). Estos cahiers se trataron de revisar y rectificar entre 1622 y 1624 con la oposición
de los sectores más acomodados de la provincia. La propia Isabel había mencionado esta
cuestión al notificar a Brizuela la designación de Solre como gobernador interino de Hai-
naut y el aplazamiento de la elección de un gobernador titular en abril de 1622.

“[La elección] no podrá ser tan presto, por los embaraços que se an atravesado aho-
ra con la nueba ayuda, habiendo porfiado otra bez a volver a lo de los beyntesmes, y para
componer todo esto me a parecido que nayde lo ará mejor que el conde de Sora dándole
facultad para ello, pues de ninguno de los pretensores de gran baylyo [gobernador] me
asyguro que lo compondrá byen, porque ba su propyo interés en ello y asy detendré un
poco la probysyón, aunque lo tomarán arto mal, pero más ba en el serbyçyo del rey y en
que tenga la autoridad que es justo”48.

En los meses siguientes, persistieron sus alusiones a la positiva labor de Solre en Hai-
naut49 y, en julio y agosto de 1622, Isabel desveló la identidad de los oponentes más seña-
lados a la rectificación de los cahiers:

“El conde de Sora ba byen con lo de Henao, aunque el duque de Aryscot y el de


Habré le han querydo perturbar, que es bueno no tocándoles a ellos nada de los beyntesmes
por ser del Tusón”.

“El conde de Sora tyene byen qué açer con la junta de los Estados, que es ahora por
aber benydo del campo solo a allarse a ella con mano armada para oponerse a la negocia-
ción del conde, el duque de Aryscot, Çymay y Pynoy. Çierto es terrible el duque y más que
a él ny al de Pynoy no les toca nada por el Tusón”50.

48
La transcripción íntegra de esta carta, fechada en Bruselas el 6 de abril de 1622, se incluirá en la edición
crítica de la correspondencia de la infanta Isabel que preparo en colaboración con Bernardo J. García García.
49
“El conde de Sora [...] anda muy byen en esto de los beyntyesmes de Henao y creo lo compondrá muy
byen”, Isabel a Brizuela, Bruselas, 23 de mayo de 1622; “Abreys bysto por la postrer carta que os e escryto
como estaba en la misma resoluçyón de no probeer lo de Henao asta que acabe el conde de Solre, el qual
trabaja todo lo que pude, aunque tyene artas dyfycultades, pero espera salyr con byen, que serya una gran
cosa”, Isabel a Brizuela, 11 de junio de 1622, Ibidem.
50
Ibidem.

– 209 –
Alicia Esteban Estríngana

Los miembros de la Orden del Toisón de Oro estaban exentos de pagar imposiciones
directas e indirectas y Solre podía defender los intereses del soberano, porque, en apa-
riencia, no entraban en contradicción con los suyos. Pero no todos los caballeros cofrades
mantenían la misma actitud. La infanta identificaba cuatro nobles titulados que ocupa-
ban un lugar preeminente entre la alta nobleza terrateniente de Hainaut: el duque de
Arschot, Philippe-Charles de Ligne-Arenberg; el marqués de Havré, Charles-Alexandre
de Croÿ; el príncipe de Chimay, Alexandre de Ligne-Arenberg, hermano del duque de
Arschot; y el príncipe de Epinoy, Guillaume de Melun, cuñado del duque de Arschot.
Salvo Chimay, los demás poseían el collar de la orden en esa cronología y su reprochable
comportamiento enaltecía aún más la conducta de Solre, volcado, por elección y convic-
ción personal, en la defensa de los intereses de Felipe IV.
Las cartas de Spínola y del cardenal de la Cueva fueron examinadas en el Consejo de
Estado de Madrid en mayo de 1624 y estuvieron a punto de granjear a Solre la dignidad de
gentilhombre de la cámara de Felipe IV. El marqués de Villafranca sugirió esta posibilidad
para igualarle en prerrogativas a su hermano, el marqués de Renty, Charles-Philippe de
Croÿ, fruto del matrimonio en segundas nupcias de su padre con la marquesa de Renty,
Anne de Croÿ (†1608). El marqués residía en Madrid desde muy joven: había ingresado
como paje en la Casa de la reina Margarita de Austria en 1605, era capitán de la Guardia
Alemana de Alabarderos del Rey desde abril de 1621 y había obtenido una llave de la cámara
del rey sin ejercicio, o llave capona, en marzo de 162351. Villafranca opinaba que, con la llave
capona, Solre “quedará más obligado y reconocido”, pero los demás consejeros recomenda-
ron no concedérsela, puesto que él no la pedía y no era “poca merced averle dado el Tusón
y la compañía de los archeros”52. Aun así, en octubre de 1624, Solre obtuvo una merced que
ya había solicitado sin éxito en 1623 con la intercesión de Isabel53: la consignación de su
pensión vitalicia de mil escudos anuales en el reino de Nápoles, de muy difícil percepción,
en el Consejo de Finanzas de Bruselas, que le aseguraba una cobranza puntual54.

Intensidad y diligencia en el cumplimiento de las obligaciones (1624-1625)

Cuando Solre se incorporó a su nuevo cargo palatino, el 5 de mayo de 1624 – lo juró


tres días después55 –, la Guardia de Archeros de Corps la gobernaba el teniente, Albert de
Gavre y Renty, barón de Eugies, capitán de infantería valona e hijo segundo del conde de
51
Sobre Renty, A. Esteban Estríngana, “Flemish Elites”; J. Gascón de Torquemada, Gaçeta y nuevas de la Corte
de España desde el año 1600 en adelante, Madrid, 1991, pp. 93 y 149; AGPR, Histórica (H), caja 175, expediente
del marqués de Renty.
52
Consejo de Estado, Madrid, 15 de mayo de 1624, AGS, E, leg. 2038, f. 93 (el borrador en leg. 2141).
53
Isabel a Felipe IV, Bruselas, 26 de agosto de 1623, AGR, SEG, reg. 189, f. 188r; Consejo de Estado, Madrid,
14 de noviembre de 1623, AGS, E, leg. 2140, f. 212; Felipe IV a Isabel, Madrid, 21 de noviembre de 1623, AGS,
E, leg. 2233, f. 400.
54
Brizuela, a Felipe IV, Madrid, 15 de octubre de 1624, AGS, Secretarías Provinciales (SP), leg. 2433, nº 58;
Felipe IV a Isabel, Madrid, 23 de abril de 1625, AGS, SP, libro (lib.) 1431, ff. 154r-155v.
55
J. Gascón de Torquemada, Gaçeta, p. 194. Solre menciona su fecha de incorporación a la guardia en el do-
cumento de 2 de diciembre de 1634 citado en la nota 59.

– 210 –
AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

Fresin, Jean-Charles de Gavre (maestre de campo de infantería valona y gobernador de


Le Quesnoy, en Hainaut). El barón había jurado su plaza el 2 de noviembre de 1623, unos
ocho meses después de la jubilación formal del marqués de Falces y del retiro voluntario
del teniente Antoine de Beaufort. En ese intervalo, la guardia quedó a cargo del mayor-
domo mayor, el duque del Infantado, asistido por el furrier Jean François Visenaeken56.
Como al capitán le competía la propuesta del teniente, Albert de Gavre era un hombre de
Solre y también lo serían los archeros que, en adelante, ingresaran en la compañía, porque
su reclutamiento era competencia exclusiva del titular de la capitanía, según establecían
las ordenanzas de la unidad (emitidas en 1589)57. Estas ordenanzas estipulaban los requi-
sitos de aptitud que debían reunir los archeros, encomendando su verificación al capitán.
Por eso, Solre recibió un decreto real, fechado el 3 de diciembre de 1624, que le instaba a
aplicar un filtro de selección más riguroso que en años anteriores58.
Durante el reinado de Felipe III, la condición social y profesional de los aspirantes a
ingresar en la compañía –bastaba con poseer el rango más bajo de la nobleza, el de gen-
tilhombre (hidalgo), o con haber ejercido durante seis años la profesión de las armas–,
se había resentido y el marqués de Falces tuvo que moderar exigencias para cubrir las
vacantes. La falta de aspirantes idóneos se explica fácilmente: la cesión de soberanía de los
estados de Flandes y del Franco Condado de Borgoña a los archiduques, en 1598, puso
fin al sistema tradicional de remuneración de los servicios de los archeros, sustentado por
los oficios del “Tour de Rôle”. Unos oficios reservados para su promoción en las regiones
de procedencia que los archeros retirados del servicio recibían en forma de merced de
futura sucesión e iban ocupando según quedaban vacantes. Como la fecha de ocupación
era incierta, el sistema preveía el cobro transitorio de pensiones de jubilación en dichas
regiones, abonadas por el Consejo de Finanzas de Bruselas. Tanto esos oficios, como las
rentas que servían para abonar estas pensiones, escaparon al control de Felipe III durante
el gobierno de los archiduques. La cesión anuló cualquier expectativa certera relacionada
con el servicio en la Guardia de Corps del monarca y quienes poseían un estatus ho-
norable perdieron interés por ella59. Algo comprensible si se considera: primero, que el
desplazamiento a la Corte de un soberano que ya no era el suyo les impedía concentrar
esfuerzos en mejorar las posiciones adquiridas en el seno de sus comunidades originarias;
y, segundo, que disponían de una Corte más próxima en plena expansión –la de sus pro-
pios soberanos, los archiduques–, si decidían optar por el servicio doméstico del príncipe
como vía de promoción.

56
Así se deduce de las tres listas nominales o “rôles” de la compañía que su responsable dirigía cada año a la
Junta del Bureo para el abono cuatrimestral de los gajes de todos sus integrantes, correspondientes a 1623, en
AGPR, R, 5731, sin foliar.
57
A. Esteban Estríngana, “¿El ejército en Palacio?”, pp. 223-224.
58
Felipe IV a Solre, Madrid, 3 de diciembre de 1624, “He entendido que sobre las calidades que han de tener
los archeros de mi guarda ay ordenanças antiguas y que, en algunas cosas, no se han guardado con la pun-
tualidad que convernía. Será bien que las hagáis buscar luego y las guardareys puntualmente como en ellas se
contiene y me daréys quenta de cómo assí se haze”, AGPR, H, caja 171.
59
A. Esteban Estríngana, “Las provincias de Flandes”, pp. 226-227, 231.

– 211 –
Alicia Esteban Estríngana

Felipe III improvisó otras formas de recompensa para gratificar a sus archeros. Una de
ellas fue la creación de plazas reservadas en la compañía, es decir, ocupadas por archeros
rebajados de servicio que podían seguir percibiendo gajes dentro de la Casa real en con-
cepto de pensión de jubilación sin necesidad de regresar a Flandes. Los dieciséis o diecisie-
te archeros reservados a la muerte de Felipe II se habían transformado en treinta y nueve
o cuarenta cuando el conde de Solre tomó posesión de su cargo de capitán a comienzos
de mayo de 162460. El incremento de las plazas reservadas demuestra que cada vez más
archeros fueron recompensados por sus servicios en la Corte del monarca ante la falta de
expectativas de promoción en Flandes y que esta falta de expectativas propició su arraigo
en España, más fácil para quienes no poseían un estatus honorable, pues perdían menos
al suspender la vuelta. Para bastantes archeros se rompió el ciclo de retorno durante el
reinado, aunque Felipe III siempre apostó por mantenerlo y potenciarlo, como demuestra
la asignación sistemática de un tipo particular de pensiones – denominadas entreteni-
mientos y abonadas con fondos propios vía Pagaduría general del ejército de Flandes –,
a todos los archeros que las solicitaban para regresar a las provincias tras obtener la baja
en la compañía. Con ellas, el monarca trató de asegurarse un colectivo de pensionarios
marcado por el reconocimiento y la obligación a su Corona en los territorios patrimo-
niales de los archiduques; la importancia atribuida a dicho colectivo la confirma el hecho
de haber sido excluidos sus entretenimientos de las dos reformaciones militares acometidas
en los años 1609-161061 y 161362. Idéntico propósito tuvieron las cartas de recomendación
que Felipe III dirigió sistemáticamente al archiduque Alberto respaldando el empeño
de los archeros que habían ingresado en la compañía tras la emisión de la cédula y los

60
“El Bureo. Relación sobre lo tocante a los archeros reservados”, Madrid, 12 de enero de 1635, que analiza el
contenido de “Relación de los pensionarios y reservados que ay al presente en la compañía de los archeros,
guarda de corps del Rey ntro. sr. enviada a S.M. por el conde de Solre, capitán de la dicha compañía a 2 de
diciembre deste año 1634”, ambas en AGPR, H, caja 171. Según E. Hortal Muñoz y R. Mayoral López, “Las
guardas palatino-personales”, en J. Martínez Millán y M.A. Visceglia (eds.), La monarquía de Felipe III: la
Casa del Rey, Madrid, 2008, vol. 1, p. 1000, los archeros reservados a comienzos del reinado de Felipe III
fueron 16 (según las dos relaciones precedentes fueron 17). La primera relación citada en esta nota menciona
39 reservados en mayo de 1624 y la segunda 40, quizá computando también a su antiguo capitán, al marqués
de Falces.
61
Felipe III a don Rodrigo Niño, conde de Añover, Madrid, 5 de noviembre de 1609, “Pues a los archeros se
les dieron los entretenimientos que ay gozan por aver servido acá el tiempo que estavan obligados en lugar de
los officios que se les solían dar en essos estado, es mi voluntad que no se entienda con ellos la reformación
general”, AGS, E, leg. 2227.
62
Spínola a Felipe III, Mariemont, 30 de junio de 1613, con un memorial de “Los pocos archeros de corps de
S.M. entretenidos en estos estados de Flandes”, Mariemont, 27 de junio de 1613, AGS, E, leg. 2298; Consejo
de Estado, Madrid, 26 de julio de 1613 y 2 de agosto de 1613, “Sobre lo que pide el marqués de Falzes por los
archeros entretenidos en Flandes”, con un billete de Falces a Juan Hurtado de Mendoza, secretario del rey, De
la Posada, 2 de septiembre de 1613, en AGS, E, leg. 2027; y Felipe III a Alberto, San Lorenzo, 14 de septiembre
de 1613, AGS, E, leg. 2228, f. 105.

– 212 –
AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

“Rôles”63 de 1593 –los últimos del reinado de Felipe II64–, de ser añadidos a ellos. Archeros
que aseguraban haber venido de Flandes “con esperanza de gozar de la pinsión ordinaria
que a cabo de diez años de servicios se solía dar a la compañía y asimismo del Rol de los
oficios que de toda antigüedad an sido reservados en los estados de Flandes para la dicha
compañía”65.
La esperanza dejó de resultar vana tras la muerte de Alberto. La reversión de soberanía
del patrimonio archiducal daba pie restablecer el sistema tradicional de remuneración ba-
sado en esos oficios y en las pensiones abonadas vía Consejo de Finanzas de Bruselas, que
ya engrosaban los recursos de patronazgo de Felipe IV. Para ello, se debían emitir nuevos
“Rôles” semejantes a los de 1593 y erradicar, con ellos, un problema entonces estructural
de la compañía: la indisciplina individual y corporativa de sus miembros. El teniente An-
toine de Beaufort expuso su causa a la Junta del Bureo al solicitar el retiro, con ánimo de
regresar a Flandes, a finales de noviembre de 1622: “el recibir personas no soldados y me-
cánicos a plaza de tanta calidad”, una práctica endémica que contravenía lo estipulado en
las ordenanzas y había llenado la compañía de sastres, zapateros, mercaderes, mesoneros
y posaderos que practicaban ilícitamente sus oficios en la Corte desatendiendo sus debe-
res66. En diciembre de 1622, la Junta admitió que la baja extracción social de los archeros y
su desconocimiento de la vida militar –caracterizada por la subordinación a los superiores
jerárquicos y la observancia de deberes corporativos–, los incapacitaba para prestar su
servicio adecuadamente. Los archeros deslucían el ceremonial y ese deslucimiento había
hecho decaer el lustre y la reputación de la compañía. Para restablecerlos, se precisaba el
concurso de su capitán (Falces, entonces ausente de la Corte en sus posesiones de Nava-
rra) y la Junta recomendó ordenarle regresar a Madrid para encargarse de aplicar los reme-
dios oportunos, “así sobre la provisión de las plaças de archeros y calidades de las personas
que han de ser admitidos a ellas como en todo lo demás tocante a la dicha compañía que
pareciere digno de reformaçión [...] y si haviéndole escrito se escusare, podría V.M. poner
los ojos en persona que fuese a propósito para este cargo y que le sirva con la autoridad

63
La reserva de los oficios del “Tour de rôle” y su concesión a los cien archeros que integraban la compañía
se realizaba mediante la emisión de una cédula real seguida de dos listas nominales o “rôles”. En una, se
enumeraban los nombres de los cien archeros que podían optar a ellos conforme fueran vacando, ordenados
según la antigüedad de su ingreso en la compañía, y en la otra, los oficios sujetos a reserva (cien, en origen),
ordenados por provincias. “Por la casa de Borgoña, a las listas o matriculas llaman roles y un rol es lo mismo
que si dijésemos una lista, de suerte que puestos çien archeros en un rol por sus antigüedades, llamaban tour
de rol como deçir ba dando buelta la lista, y a estos oficios los llaman por tour de roles, oficios que se probeen
por buelta de rol”, extracto de documento sin título ni fecha, en AGPR, H, caja 168.
64
E. Hortal Muñoz, “Las guardas palatino-personales de Felipe II”, en J. Martínez Millán y S. Fernández
Conti (eds.), La Monarquía de Felipe II. La Casa del Rey, Madrid, 2005, vol. 1, p. 463; E. Hortal Muñoz y R.
Mayoral López, “Las guardas palatino-personales de Felipe III”, p. 1001.
65
Memorial dirigido por 17 archeros de la compañía al secretario de Estado Andrés de Prada el 7 de agosto de
1606, con una certificación del capitán Jacques de Croÿ, Madrid, 18 de septiembre de 1606 y la resolución
real favorable a concederles la carta de recomendación que solicitaban, AGS, E, leg. 1747. En idéntico senti-
do, otro memorial de 18 archeros “que pretenden tener acçión a sus tours de rolles” dirigido al secretario de
Estado Juan de Ciriza el 12 de febrero de 1615, AGS, E, leg. 1759.
66
Memorial de Antoine de Beaufort dirigido al mayordomo mayor, duque del Infantado, Carabanchel, 22 de
noviembre de 1622, AGPR, H, caja 171.

– 213 –
Alicia Esteban Estríngana

que es justo, trayendo la compañía tan bien disciplinada como conviene”67. Con estas
palabras, la Junta del Bureo planteó, ya a finales de 1622, el relevo del marqués de Falces
y determinó cuáles eran las obligaciones más acuciantes que habría de asumir su sucesor.
Solre las asumió con determinación y, en 1625, respondió al Decreto Real de 3 de
diciembre de 1624 con un reflexivo escrito titulado “Los medios que se representan para
el mayor lucimiento de la compañía de archeros”, que se conoce por una copia posterior
dirigida al rey en 163568. El escrito refería las razones por las que, durante la etapa archidu-
cal (1598-1621), “no venían de Flandes hombres nobles a pretender plaças de archeros” y
cómo “se huvo de admitir en ellas muchas personas que no tenían las calidades necesarias”
con total clarividencia. Pero las medidas que proponía para restablecer la composición
de la compañía, mejorando la filiación social de sus integrantes, desbordaban el marco
de lo solicitado por el rey a través del decreto. Tras admitir que su principal desafío era
capacitarla para desempeñar su servicio con ayuda de unas nuevas ordenanzas que refor-
zaran la jurisdicción del capitán, Solre emitía un juicio personal sobre el pasado político
de Flandes, con intención de gestionar el presente y asegurar el futuro del territorio en la
Monarquía de Felipe IV. Presente y futuro marcados por un importante desafío político
para el monarca: el de la agregación y la conservación del nuevo dominio.

“Con el cuydado que tengo del adelantamiento de su real serviçio, haziendo en mi


reflecçión la consideración de tumultosos desastres passados en Flandes, tan en detrimento
desta Corona y de aquellas provinçias por falta de no haver tenido buenos instrumentos
bastantes para apartar al pueblo del crédito que ignorantemente dava a siniestras interpre-
taciones de las buenas intenciones della, y lo mucho que le importa procurar por todas las
vías posibles la firme conserbaçión de aquellas provinçias, hame parecido que esta compa-
ñía podría ser para ello de tan considerable efeto como declaro”69.

La reflexión no pretendía ser un cálculo especulativo, sino todo lo contrario. Estaba


animaba por un cálculo de utilidad, claramente pragmático y activo, porque, a continua-
ción, Solre proponía convertir la Guardia de Archeros en escuela y seminario especializado
en la educación política y afectiva de los flamencos que,

“después de haver servido lo bastante en la guerra, podrían venir a criar nueba san-
gre en España a los ojos y en el amor de sus Reyes, para, después de confirmado este amor,
sacarles de la compañía para formar dellos los magistrados de todas las ciudades y villas
principales de aquellas provincias y proveerles en los cargos y oficios públicos dellas, pues

67
“El Bureo. Sobre la compañía de los archeros de S.M.”, 6 de diciembre de 1622, AGPR, H, caja 171.
68
En AGPR, H, caja 171. En el margen, figura la siguiente anotación: “Este papel se representó a S.M. el año
de 625”.
69
Ibidem.

– 214 –
AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

las elecciones penden de V.M. para preferir a ellas sus más confidentes como a personas
más a propósito70”.

La Guardia de Corps debía emplearse para desarrollar el afecto de los flamencos hacia
el nuevo soberano: para aficionarles e inclinarles a defender los objetivos del nuevo sobe-
rano, en realidad. Flamencos de una extracción social y profesional específica: aquellos
miembros de las élites territoriales y, en particular, de las oligarquías urbanas que optaran
por la vía militar para dirigir sus primeros pasos. Esta vía les permitiría desarrollar valores
de servicio, tales como hábito de obediencia activa, de sujeción al mandato de otro y de
cumplimiento del deber. La asunción de estos valores les capacitaría para mudar de vía
y de escenario de actividad. La vía cortesana –con la Guardia de Corps como marco y
Madrid de fondo–, dotaría el deber de contenido preciso: permitiría incorporar a los
miembros de esas oligarquías a los objetivos de la Corona, hacerles partícipes de unos
objetivos que acabarían compartiendo y reconociendo como propios. La coincidencia de
objetivos –surgida de la convicción y no de la oportunidad–, generaría confianza mutua,
que se materializaría en la promoción automática de los miembros de la Guardia de Corps
a diferentes cargos municipales y en la adopción, por parte de éstos, de una postura activa
y cooperativa ante los propósitos y las propuestas del soberano. De esta forma –apoyán-
dose en su autoridad local y en su poder de representación en los Estados Provinciales71–,
obrarían como verdaderos artífices de la perfecta unión que debía existir entre el soberano
y el territorio, promoviendo el compromiso de todos sus pobladores con la política gu-
bernamental.
Los oficios tradicionalmente reservados para la promoción de los archeros en el “Tour
de Rôle” –cargos municipales de localidades menores, la mayoría relacionados con la
administración de los edificios, fincas, bosques y parques que conformaban el patrimonio
del soberano (domaine royal)72–, no permitían acceder a los Estados Provinciales, donde
no todas las ciudades de cada demarcación provincial tenían representación, solo unas
pocas, cuyo número variaba de unas provincias a otras. Se podría pensar que Solre pre-
tendía incluir nuevos oficios en el “Tour de Rôle”, aprovechando la coyuntura, es decir,
la nueva cédula y “Rôles” que debía emitir Felipe IV. Pero, considerando los sistemas de
renovación de magistrados municipales vigentes en las provincias de Flandes, la inclu-
sión tampoco era imprescindible: bastaba con actuar en consonancia con las autoridades
municipales y con comunicar al gobernador general del territorio, la determinación y las

70
Ibidem.
71
Una parte del escrito de Solre, de la que aquí se prescinde, está reproducida y analizada en A. Esteban Es-
tríngana, “Las provincias de Flandes”, pp. 231-234.
72
“La calidad destos oficios es que unos son correximientos, tenientes, alcaidías, guardas de bosques, caserías,
sobrestantes de obras y guardas menores de cassas, sotos y bosques y parques, y en esto ay más y menos y
porque unos balen mucho más que otros y todo es suerte, porque como ban bacando se ban probeyendo
por su antigüedad en quien le toca, sea malo o sea bueno”, Extracto de documento sin título ni fecha, en
AGPR, H, caja 168.

– 215 –
Alicia Esteban Estríngana

preferencias del monarca73. La voluntad regia de proveer a los miembros de la compañía


de archeros en los puestos municipales señalados por Solre, debidamente publicitada,
generaría expectativas concretas en las élites municipales y “será sin duda que berná gente
principal y rica para servir en la dicha compañía, por cuyo medio y sin más gasto de V.M.
la tendrá como debe estar”74.
En la propuesta, la Guardia de Archeros se presentaba como un medio político clave
dentro de una estrategia de incorporación élites territoriales que solo podía dar frutos a
medio y largo plazo. Pero Solre se ofrecía a actuar como motor de la incorporación para
demostrar su viabilidad:

“Aprobando V.M. este mi zelo y proposiçión, tomaré a mi cargo hazer venir de


Flandes hombres nobles, como alférez, reformados y otros que han servido en la cavallería,
que tengan hazienda para luzir como deven, con los quales se yrá rehinchiendo la compañía
de hombres de hedad de hasta veinte y çinco o treinta años que podrán servir hasta quaren-
ta, algunos más y otros menos, según se les hallara a propósito para sacarles de la compañía
para proveerles en los cargos y oficios dichos”75.

Hombres nobles que formaban parte de la red de relaciones personales de Solre. Red
que saldría ampliamente reforzada si la propuesta se ponía en práctica y, como es lógico,
también la posición de Solre dentro de la propia red. Algo predecible desde el momento
en que obtuvo la capitanía de la Guardia de Corps, puesto que sus plazas pasaron a en-
grosar entonces los recursos de patronazgo del conde por voluntad de Felipe IV. Lo que
Solre proponía ahora era gestionar esos recursos en beneficio de Felipe IV, explicitando
de qué manera y con qué finalidad se proponía gestionarlos. Actuaba como un arbitrista
político, en lugar de económico, que empleaba su arbitrio para promover los intereses de
la Corona, pero también sus propios intereses particulares. La solidez de su proposición
radicaba precisamente en que el beneficio no era unidireccional, y no lo era porque existía
una clara coincidencia de intereses entre Solre (que ponía su red de relaciones al servicio
del monarca) y Felipe IV, que debía poner sus recursos de patronazgo (oficios municipa-
les) al servicio de la red de relaciones de Solre: el beneficio de la propia red, que obraba en
beneficio de la Corona. Solre se ofrecía a actuar como mediador entre su red y la Corona
y, por tanto, también a orientar las acciones de la red en un sentido concreto. Todo por
iniciativa personal, que confirmaba el rigor y el empeño, la exactitud y la constancia, con
que Solre se empleaba en el servicio del rey.
La propuesta de Jean de Croÿ fue bien acogida y Felipe IV decidió comunicar a Bru-
selas la intención de restablecer la composición, la disciplina y el sistema tradicional de

73
A. Esteban Estríngana, “Las provincias de Flandes”, pp. 233-234.
74
En AGPR, H, caja 171, documento citado en la nota 66.
75
Ibidem.

– 216 –
AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

remuneración de la compañía “para que con esto se hallen después más fácilmente las
personas de las calidades necesarias”76.

Las primeras embajadas extraordinarias y el Consejo Supremo de Flandes


(1626-1629)

La intención se comunicó a la infanta Isabel el 6 de enero de 1626, fecha en la que


también se publicaron las nuevas ordenanzas de la compañía y los primeros “Rôles” del
reinado vía Consejo Supremo de Flandes77. En una carta despachada por esta misma vía,
el monarca encomendaba a su tía acomodar, en oficios de Flandes, a siete archeros que
iban a ser rebajados de servicio, cuestión sobre la que el conde de Solre –de paso por
Bruselas camino de Polonia–, trataría personalmente con ella en unas cuantas semanas78.
La designación de Solre para desempeñar una embajada extraordinaria a la Corte
polaca en 1626 no debe sorprender. Tras su llegada a Madrid, las obligaciones del conde
no se circunscribieron a la Guardia de Corps; algo previsible si se considera que el propio
Felipe II se había mostrado interesado en encomendar su capitanía a sujetos capaces de
desempeñar una función complementaria de asesoramiento en asuntos relacionados con
los estados de Flandes79. Solre era miembro de varias Juntas, dos cómo mínimo: la Junta
de Obras y Bosques, encargada de supervisar las reformas y nuevas construcciones realiza-
das en los Reales Sitios (desde octubre 1624)80; y la Junta de Población (Agricultura y Co-
mercio), oficialmente establecida en noviembre de 1625 para facilitar el asentamiento de
pobladores extranjeros católicos (obreros especializados en actividades relacionadas con la
agricultura, la ingeniería y las industrias textil, minera y metalúrgica) en Castilla81. Poco
se sabe sobre esta última Junta, pero su programa marcadamente mercantilista no solo
conecta su actividad con la desarrollada por la Junta de Armadas (enero 1622) y la Junta de
Comercio (diciembre de 1622), sino también con la desarrollada por otras instituciones,
como el Almirantazgo de comercio de Sevilla (octubre 1624) y su apéndice jurisdiccional,
la Junta del Almirantazgo (Madrid, enero 1625), establecidas para actuar coordinadas con
sus homónimos flamencos, el Almirantazgo de Comercio y el Consejo del Almirantazgo
(con sede en Dunquerque desde 1626 y 1628), en la puesta en ejecución de una ofensiva
76
“Rispuesta de S.M. a lo de los medios propuestos para el lucimiento de los archeros”, sin fecha, 1625, AGPR,
H, caja 171.
77
Copia de ambos documentos en AGS, SP, lib. 1431, ff. 212v-220v y 288r-297v; también en AGPR, H, caja
168.
78
Felipe IV a Isabel, Madrid, 6 de enero de 1616, “Touchant les archers de corps de Sa Majesté”, AGS, SP, lib.
1444, p. 113.
79
A. Esteban Estríngana, “¿El ejército en Palacio? ”, pp. 195-196.
80
F.J. Díaz González, La Real Junta de Obras y Bosques en la época de los Austrias, Madrid, 2002, pp. 193-194.
81
La Junta de Población fue establecida mediante una real cédula datada el 18 de noviembre de 1625, P. Molas
Ribalta, “Instituciones y comercio en la España de Olivares”, Studia Historica, 5 (1987), pp. 94-95, n. 12; J.H.
Elliott, El conde-duque de Olivares, Barcelona, 1990. p. 301, n. 84, 409-412; J.F. Baltar Rodríguez, Las Juntas
de gobierno en la Monarquía Hispánica (siglos xvi-xvii), Madrid, 1998, pp. 190-197. Pero ya funcionaba en el
mes de abril de 1625, como demuestra un billete de Felipe IV al secretario Andrés de Prada, Aranjuez, 17 de
abril de 1625, AGS, E, leg. 2039.

– 217 –
Alicia Esteban Estríngana

marítima y comercial antiholandesa a gran escala en el área báltica, el mar del Norte y la
propia península ibérica82. La embajada extraordinaria de Solre a Polonia estaba directa-
mente relacionada con ella y, hasta cierto punto, su elección resultaba predecible, porque
Jean de Croÿ ya había desempeñado una embajada extraordinaria a la Corte polaca con
motivo del bautizo de una hija del rey Segismundo III Vasa y Constanza de Habsburgo
(Ana Catalina Constanza, nacida en 1619), al que asistió en nombre de los archiduques83.
En 1626, se trataba de regresar a un escenario conocido para visitar de nuevo a dos herma-
nos cofrades, el rey polaco y su primogénito, el príncipe Ladislao, –que eran miembros de
la Orden del Toisón de Oro desde 1600 y 1615–, en nombre de Felipe IV.
La motivación de esta otra embajada era múltiple y, cuando Solre dejó Madrid en
enero o febrero de 1626, camino de París –para visitar a la reina Ana de Austria y a la reina
madre, María de Médicis, por orden de Felipe IV–, no todos sus detalles se hallaban per-
filados. Debían perfilarse en Bruselas, donde Solre y su acompañante, el barón de Auchy,
Charles de Bonnières84, permanecerían el tiempo necesario para concertar esta comisión
con la que, camino de Polonia, el propio Solre debía desempeñar en las ciudades hanseá-
ticas asistido por Gabriel de Roy85.
El conde llegó a París el 1 de marzo y se detuvo seis días. A Bruselas llegó el día 11 y,
a finales de mes, relató a Felipe IV algunos detalles de su viaje y cómo se había consi-
derado conveniente reducir el alcance de su embajada y aplazar la negociación con las
ciudades hanseáticas, debido a la proximidad de las fuerzas de invasión de Christian IV

82
Sobre esta ofensiva, la bibliografía citada en A. Esteban Estríngana, “Guerra y redistribución de cargas
defensivas. La Unión de Armas en los Países Bajos católicos”, Cuadernos de Historia Moderna, 27 (2002),
pp. 55-56, n. 8, y “Provisiones de Flandes y capitales flamencos. Crónica de un encuentro anunciado en la
primera mitad del siglo xvii (1619-1649)”, en C. Sanz Ayán y B.J. García García (eds.), Banca, crédito y capi-
tal. La Monarquía Hispánica y los antiguos Países Bajos (1505-1700), Madrid, 2006, p. 273, n. 77. También R.
Skowron, Olivares, Los Vasa y el Báltico. Polonia en la política exterior de España en los años 1621-1632, Varsovia,
2008, y ”El Mar Báltico en la estrategia española de guerra en los Países Bajos, 1568-1648”, en M.R. García
Hurtado, D.L. González Lopo y E. Martínez Rodríguez (eds.), El mar en los siglos modernos–O mar nos
séculos modernos, t. II, Santiago de Compostela, 2009, pp. 155-166. Sobrepasando el marco “anti-holandés”,
A. Alloza Aparicio, “La Junta del Almirantazgo y la lucha contra el contrabando extranjero, 1625-1643”, en
Espacio, Tiempo y Forma, serie IV, 16 (2003), pp. 217-254; “Guerra económica y comercio europeo en España,
1624-1674: las grandes represalias y la lucha contra el contrabando”, Hispania, LXV/1, 219 (2005), pp. 227-279;
Europa en el mercado español. Mercaderes, represalias y contrabando en el siglo xvii, Salamanca, 2006; y “Diseño
e implementación de una política mercantilista en el reinado de Felipe IV”, en El mar en los siglos modernos,
pp. 53-66.
83
Esta fue la segunda embajada extraordinaria realizada por Solre en nombre de los archiduques; la primera,
la realizó en enero de 1613, ante el recién investido elector de Colonia y obispo de Lieja, Fernando de Baviera
(1612), L.P. Gachard, Rapport à Monsieur le Ministre de l’Intérieur sur différentes séries de documents concernant
l’histoire de la Belgique qui sont conservées dans les Archives de l’Ancienne Chambre des Comptes de Flandres, à
Lille, Bruselas, 1841, pp. 349 y 353.
84
Gentilhombre de la boca de Felipe III desde 1614, conservó está plaza durante el reinado de Felipe IV. En
la primavera de 1623, había sido enviado a Madrid en embajada extraordinaria para solicitar las provisiones
que debían financiar la nueva campaña y entonces hizo una interesante propuesta personal a Felipe IV para
disponer de un ejército poderoso y bien pagado en Flandes, A. Esteban Estríngana, “Flemish Elites”, y A.
Esteban Estríngana, Madrid y Bruselas, pp. 117-119.
85
Felipe IV a Juan de Ciriza, Guadalajara, 7 de enero de 1626, AGS, E, leg. 2040; Isabel a Felipe IV, Bruselas,
16 de febrero de 1626, vista en Consejo de Estado, Monzón, 7 de marzo de 1626, AGS, E, leg. 2316 f. 151 y
leg. 2040, respectivamente.

– 218 –
AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

de Dinamarca, que comprometería cualquier posible acuerdo. Por su parte, no plantearía


ninguna petición explicita al rey polaco. Se limitaría a comunicarle la ruptura con Inglate-
rra, tan positiva para los intereses de las Provincias Unidas y, en consecuencia, a sondear su
disposición a colaborar en la política de exclusión marítima y comercial de los holandeses
en aguas septentrionales, aportando navíos para operar en el Báltico en caso necesario.
También le animaría a continuar la guerra contra Suecia –enemigo común por su alianza
con las Provincias Unidas–, recibiendo algún socorro económico en caso necesario86. Esta
repentina limitación de objetivos pareció disgustar a Solre. “Que no es a recabar cosas
que se me envía a Polonia, sino a apuntalar a aquel Rey: tentar el vado de su voluntad y
reconocer la disposición que en su reyno se hallare para veer lo que con él se podría tratar
y ajustar adelante”, comentó a Felipe IV desde Bruselas, al tiempo que le transmitía su
propio punto de vista sobre cómo conducir la futura negociación “para asegurar las cosas
del gremio cathólico en ruyna de los hereges y fautores dellos que le perturban”, y le ani-
maba a rentabilizar al máximo su viaje, enviando “para mi llegada a Polonia las órdenes
más amplias de mi comisión que se acordare más conbinientes al servicio de V.M.”87.
Solre dejó Bruselas el día 20 de abril de 1626 y siguió una ruta que, desde Luxembur-
go, le condujo al Palatinado inferior, Frankfort, Nuremberg, Palatinado superior, Praga,
en el reino de Bohemia, Breslau (Breslavia o Wroclaw) en Silesia, hasta llegar a la ciudad
polaca de Blonie, situada a cuatro leguas de la corte de Varsovia, donde fue recibido por el
rey el 30 de mayo88. Quedó despachado a mediados de julio y ya estaba en Bruselas a fina-
les de agosto o comienzos de septiembre. Hacia España partió antes de acabar este último
mes, no sin antes felicitar oficialmente a la infanta Isabel por la elección y coronación del
hijo del emperador Fernando II, el archiduque Fernando de Austria (Graz), como rey de
Hungría en 1625, tal y como le había encargado Felipe IV en enero de 162689.
A Madrid, Jean de Croÿ llegó en octubre de 1626 con una carta de recomendación
autógrafa de Isabel, que reiteraba sus indiscutibles aptitudes y su voluntad de servicio90.
Pero el conde no llegó solo, sino acompañado de cinco gentileshombres flamencos que
ingresaron en la compañía de archeros. Fueron inscritos en la primera de las tres listas
nominales o “rôles” que, con una periodicidad cuatrimestral, el capitán remitía a la Junta
del Bureo para el abono de los gajes de sus integrantes; en la primera lista de 1626, corres-
pondiente a los meses de enero a abril, con el fin de que pudieran percibir gajes desde el
comienzo del año, “por ser merced particular de S.M. hecha al conde de Sora para los que

86
Dos cartas de Solre a Felipe IV, Bruselas, 28 de marzo de 1626 y una de Isabel a Felipe IV, de la misma fecha,
AGS, E, leg. 2316, ff. 3, 6 y 7.
87
Solre a Su Majestad: “Da quenta de lo que le ha ordenado S.A. acerca de la negociación de Polonia”, con
carta de 28 de marzo de 1626, AGS, E, leg. 2316, ff. 4-5.
88
Solre a Felipe IV, Bruselas, 16 de abril de 1626, AGS, E, leg. 2316, f. 2; “Relación del viaje y embaxada del
conde de Solre a Polonia, año de 1626”, AGS, E. leg. 2317.
89
Isabel a Felipe IV, Bruselas, 22 de septiembre de 1626, AGS, E, leg. 2317.
90
Isabel a Felipe IV, Bruselas, 18 de septiembre de 1626, “En ésta solo suplycaré a V.M. aga syenpre mucha
merced al conde en todo lo que se le ofreciere, pues tyene las buenas partes y deseo que V.M. a bysto para
servir a V.M. y yo recibiré muy particular merced en toda la que V.M. le yçyere”, AGS, E, leg. 2317.

– 219 –
Alicia Esteban Estríngana

él nombrare de los que le han ydo acompañando a la embaxada de Polonia”91. Al parecer,


estos cinco nuevos archeros reclutados en Flandes (Louis de Aust, Charles de Rogerville,
Philippe de Grandmont, Nicolas Le Boiteux y Jean Cklein), habían formado parte del
séquito de Solre en su viaje a Varsovia. Es posible que el número inicial de reclutados
fuera mayor –siete, como se había anunciado a Isabel el 6 de enero de 1626–, y que, una
vez reconocidas las cualidades personales de cada uno en el transcurso del viaje, Solre solo
respaldara el ingreso de cinco. En cualquier caso, la estrategia de incorporación de élites
territoriales definida por él en 1625 se puso en marcha solo un año después con la compli-
cidad de la Corona, que rebajó de servicio a otros cinco archeros veteranos y los incluyó
en la lista de archeros reservados de la compañía.
El cúmulo de papeles e informes personales entregados por Solre tras la ejecución de
la embajada92 sirvieron como material de trabajo a la Junta sobre materias del Báltico,
instituida en noviembre de 1626 (Junta [de la armada] del mar Báltico a partir de 1627).
El conde asistió a ella con regularidad, porque el balance de su embajada fue positivo:
Segismundo III estaba dispuesto a proseguir la guerra contra Suecia, pero necesitaba na-
víos, que Felipe IV podía proporcionarle trasladando la armada de Flandes al Báltico para
respaldar su ofensiva operando desde puertos polacos. El paso siguiente sería controlar el
estrecho del Sund apoderándose de algunas fortalezas portuarias danesas y estableciendo
bases navales en el norte de Alemania –previamente tomadas por los ejércitos de la Liga
Católica–, y en algún puerto sueco cedido por Polonia. La imposibilidad de desplazar al
Báltico la armada de Dunquerque obligó a Madrid a reflexionar sobre la forma de reunir
y dotar una armada báltica, y las sugerencias de Solre –relativas a situar en Polonia un
agente de Felipe IV (sin credenciales de embajador para no despertar recelos en Europa),
colocándolo al servicio personal del príncipe Ladislao (que había visitado Flandes en el
verano de 1624)–, se siguieron al pie de la letra. En el verano de 1627, el barón de Auchy
regresó a Varsovia para servir al príncipe con título de gentilhombre de su cámara, previo
paso por Madrid para ponerse al corriente de todos los detalles prácticos de su nueva
comisión: formar una armada de 24 navíos en el Báltico (para operar bajo el mando del
príncipe Ladislao), en colaboración con Gabriel de Roy, enviado al mismo tiempo a las
ciudades hanseáticas para alquilar navíos y contratar armamentos y tripulaciones.
Este último y encomiable servicio de Solre merecía alguna recompensa y Jean de Croÿ
se apresuró a solicitarla. El 19 de febrero de 1627, fray Íñigo de Brizuela se pronunció so-
bre un memorial en el que Solre representaba los gastos realizados durante la jornada de
Polonia, “haçiendola con el decoro y ostentación que convenía, gastando en ella buena
parte de su hazienda, no aviendo reçivido de V.M. más de 8.000 ducados para tan largo
y costoso viaxe”. Durante los tres últimos años, había servido el cargo de capitán de la
91
Anotación marginal efectuada en dicha lista o “rôle”, AGPR, R, 5731, sin foliar.
92
Billete dirigido “A Su excelencia” [Olivares], sin lugar, 18 de noviembre de 1626, AGS, E, leg. 2317. Uno de
ellos, “Papel del conde de Solre, tocante a lo negociado en su embajada a Polonia”, de finales de octubre de
1626, fue publicado por J. Alcalá Zamora, España, Flandes y el mar del Norte (1618-1639), Barcelona, 1975, pp.
503-507, y sirve de base para el comentario realizado a continuación.

– 220 –
AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

Guardia de Corps sin percibir gajes (los percibía el marqués de Falces) y su sustento en
la Corte conllevaba costes nada despreciables. Sus posesiones patrimoniales en Flandes
rentaban cada vez menos a causa de la guerra y eso le preocupaba, porque “cada día se
alla obligado a mayores gastos por el acoximiento que a de haçer en su cassa a los que
vienen de Flandes que no tienen otra a donde acudir”93. Sería interesante identificar qué
flamencos se alojaron temporalmente en su casa madrileña entre 1624 y 1627 e, incluso,
más adelante. Cabe deducir que se trataba de personajes de relativo relieve que viajaban
a Madrid por motivos personales o por motivos relacionados con el servicio del rey, pero
la hospitalidad de Solre demuestra que el conde (el miembro más destacado de la nación
flamenca del entorno de Felipe IV), oficiaba de lo que era (el principal representante de
dicha nación en ese mismo entorno), con la anuencia del monarca y que este “oficio”
le generaba gastos adicionales que costeaba sin ningún tipo de ayuda económica de la
Corona. Por eso, se aventuraba a solicitar 140 bonniers de tierra94 situados en la región
de Luxemburgo-Ultra Mosa, que antes habían explotado las aldeas de Herve, Charneux
y Clermont, pero que se habían incorporado hacía poco al conjunto de bienes patrimo-
niales del soberano mediante la acción legal del oficio fiscal del Consejo de Brabante. En
ese momento, se hallaban arrendados por dos mil quinientos florines (mil escudos de diez
reales) de renta anual y, según Brizuela, su valor podía rondar treinta mil escudos. Por eso,
aconsejó a Felipe IV conceder a Solre una ayuda de costa de cinco mil o seis mil ducados
(de once reales) abonados en Flandes a partir de algunos ingresos extraordinarios (quizá,
las presas de la armada de Dunquerque)95.
No se ha podido verificar si la ayuda de costa llegó a serle abonada entonces y con qué
medios, pero el 17 de junio de 1627 Solre juró una plaza de gentilhombre de la cámara del
rey sin ejercicio96 que mejoró su posición en la Corte meses antes de obtener una plaza de
consejero en el renovado Consejo Supremo de Flandes. La renovación se había puesto en
marcha en el mes de febrero antecedente, cuando se valoró la conveniencia de introducir
cambios en la planta orgánica del Consejo. A comienzos de marzo, se comunicó a Isabel
la resolución favorable del monarca a ampliar el número de consejeros antes de hacerla
pública; ella dio su beneplácito a la ampliación en abril de 1627 y los cambios se hicieron
efectivos en octubre de 1628, cuando Brizuela fue exonerado de la presidencia y ésta enco-
mendada al marqués de Leganés, don Diego Mexía. La dotación de consejeros estipulada
inicialmente fue de tres de toga y tres de capa y espada, entre los que Solre ocupaba el
primer lugar. El conde emitió su juramento como miembro del renovado Consejo ante
Leganés (nombrado presidente-guardasellos el 10 de noviembre) el 6 de diciembre de 1628

93
Brizuela a Felipe IV, Madrid, 19 de febrero de 1627, AGS, SP, leg. 2434, nº 12.
94
Unidad de medida de superficie agraria, de valor variable en función de regiones y localidades, pero siempre
superior a la hectárea.
95
Brizuela a Felipe IV, sin lugar, 19 de febrero de 1627, “Sobre una pretensión del conde de Solrre”; resolución
real: “Está bien no saliendo de mi hacienda la ayuda de costa”, AGS, SP, leg. 2434, nº 12.
96
J. Gascón de Torquemada, Gaçeta, p. 268.

– 221 –
Alicia Esteban Estríngana

y hasta la estancia en Madrid de Pierre Roose (años 1631 y 163297), que juró una plaza de
toga en enero de 1631, Solre fue el único consejero en funciones, pues los demás designa-
dos entonces no llegaron a trasladarse a España para ejercer las suyas98.
En mayo de 1629, se encomendó a Jean de Croÿ una nueva embajada extraordinaria
a la Corte imperial para transmitir los detalles de la boda de la infanta María Ana, des-
posada por poderes en Madrid con el rey Fernando de Hungría (1625) y Bohemia (1627),
el 25 de abril de ese mismo año99. La ida de Solre fue comunicada al marqués de Aytona,
embajador ordinario de Felipe IV en Viena, en carta de 13 de mayo y su contenido de-
muestra que la comisión del conde trascendía el marco de relación estrictamente familiar
entre las dos ramas Habsburgo100. La boda se orientaba a lograr una alianza defensiva y
ofensiva con el emperador y los príncipes católicos del Imperio con dos objetivos com-
plementarios: 1) conseguir el auxilio imperial para reducir la asistencia que el Palatinado
recibía desde Flandes o precipitar su entrega al duque de Baviera para evacuarlo y llegar
a un acuerdo de paz con Inglaterra; 2) obtener ayuda militar para forzar la retirada de
Francia del norte de Italia y resolver la crisis sucesoria de los feudos imperiales de Mantua-
Monferrato, que había obligado al gobernador de Milán, don Gonzalo Fernández de
Córdoba, a involucrarse en una guerra ruinosa en marzo de 1628. Y la embajada de Solre
guardaba relación con ambas cuestiones, actuando en consonancia con Aytona y con
otro embajador extraordinario del monarca, el conde de Castro don Antonio de Ataide,
llegado a Viena a finales de mayo de 1629.
Para afrontar el viaje, Solre obtuvo una ayuda de costa de diez mil ducados, cuatro mil
consignados en España y seis mil en Flandes, en presas de la armada de Dunquerque o en
otros efectos que pudieran ser abonados rápidamente a su paso por Bruselas camino de
Alemania (la cantidad ya concedida en 1627, con bastante probabilidad)101. El conde llegó

97
A. Esteban Estríngana, “La crise politique de 1629-1633 et le début de la prééminence institutionelle de
Pierre Roose dans le gouvernement général des Pays-Bas catholiques”, Revue Belge de Philologie et d’Histoire,
76, fasc. 4 (1998), pp. 939-977; R. Vermeir, “Les limites de la monarchie composée. Pierre Roose, factotum
du comte-duc d’Olivares aux Pays-Bas espagnols”, en XVIIe siècle, 240 (2008), pp. 495-518.
98
“Juramento hecho por el conde de Solre como consejero de Flandes, Madrid, 6 de diciembre de 1628, AGS,
SP, leg. 2574; P.M. de Wynants, Histoire du Conseil Supréme d’État des Pays Bas, sin data, pero de la década
de 1720, Bruselas, Bibliothèque Royale de Belgique (BRB), Ms. 10.491, ff. 27v-34r; J.M. Rabasco Valdés, El
Real y Supremo Consejo de Flandes y Borgoña (1419-1702), Granada (tesis doctoral inédita, Universidad de
Granada), 1978, t. 1, pp. 246-260.
99
El desposorio se celebró en el cuarto de Felipe IV (que actuó como apoderado del novio) a causa de su
enfermedad y lo presenciaron los hermanos menores de la novia, los infantes don Carlos y don Fernando,
y el embajador del emperador, Franz Christoph Khevenhüller, conde de Frankenburg. Se conservan varias
relaciones del acontecimiento en Madrid, Biblioteca Nacional de España (BNE), Ms. 2361, la más extensa
en ff. 478r-481r.
100
Felipe IV a Aytona, Madrid, 13 de mayo de 1629, “Al conde de Sora, por cuya mano reciviréis ésta, embió
ay a dar quenta al emperador, mi tío, y al Smo. Rey de Ungria y Bohemia, mi primo, de cómo se celebró su
desposorio [...] Lleva orden el conde de hablar al emperador en algunas otras cosas, de que os dará noticia, y
lo mismo al conde de Castro. Holgaré mucho (como os lo encargo) que advirtáis al dicho conde de quanto
juzgáredes ser conveniente para el mayor acierto de lo que se le comete [....], asistiéndole en quanto fuere
menester”, BNE, Ms. 2361, f. 26r.
101
Felipe IV a Isabel, Madrid, 18 de mayo de 1629, AGS, SP, lib. 1445, p. 148.

– 222 –
AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

a Bruselas el 18 de junio de 1629102 y allí se reorientaron algunos detalles de su comisión


mientras se reunían los fondos necesarios para proporcionarle la suma estipulada: el pro-
pósito inicial de pasar por Lorena antes de adentrarse en Alemania, para involucrar al
duque en la liga anti-francesa, fue desestimado y Solre partió hacia Viena a mediados de
julio103. Por eso, pudo asistir a la muestra general del ejército que, en los últimos días de
junio, el conde Henri de Bergh había reunido en Turnhout para socorrer la plaza de Bois-
le-Duc, sitiada por los holandeses en mayo104.
La rendición de la plaza, acaecida el 14 de septiembre de 1629105, constató la ineficacia
del ejército de Flandes y provocó una enorme conmoción en las provincias. La conmoción
se tradujo en una crisis de confianza en la capacidad y en la voluntad de Felipe IV de con-
servar el territorio, cuestionadas por la publicística holandesa con un propósito desestabi-
lizador y sedicioso. Pero también por algunos miembros de la alta nobleza flamenca, que
aprovecharon la coyuntura para presionar al gobierno de Bruselas, deseosos de alcanzar
mayor representación y peso en el proceso de toma de decisiones106. Para atajar la crisis,
era preciso actuar con rapidez y Felipe IV decidió hacerlo en cuanto tuvo noticia del
fracaso militar, a sabiendas de que le convenía tomar la iniciativa y enviar alguna señal
tranquilizadora que confirmara a todos su voluntad y su capacidad de acción.

La acción mediadora (1629-1630)

La primera medida sopesada por el Consejo de Estado de Madrid a finales de septiem-


bre de 1629 fue el envío de circulares a diferentes instancias de poder provinciales (asam-
bleas de Estados, Consejos colaterales, Consejos y gobernadores de provincia, ciudades),
determinados miembros de la alta nobleza (grandes y toisones) y las personalidades polí-
ticas y eclesiásticas de mayor relevancia del territorio, manifestándoles su sentimiento por
el fatídico suceso y agradeciéndoles el esfuerzo contributivo realizado durante la adversa
campaña. Al reconocer este esfuerzo, el monarca admitía implícitamente su obligación y
su determinación de corresponderles con un esfuerzo equiparable. La certidumbre de la
correspondencia debía estimular la contribución provincial, consensuada sobre la base de
compartir el peso de la conservación del territorio. Un peso tolerable por el simple hecho
de ser compartido de manera equitativa.

102
B. de Meester de Ravestein, Lettres de Philippe et de Jean-Jacques Chifflet sur les affaires des Pays-Bas (1627-
1639), Bruselas, 1943, p. 103.
103
Isabel a Felipe IV, Bruselas, 10 de julio de 1619, AGR, SEG, reg. 201, f. 60r.
104
Solre al secretario Juan Valero Díaz, Bruselas, 26 de junio de 1629, AGS, Consejo y Juntas de Hacienda,
leg. 1372.
105
P. De Cauwer, Tranen van bloed. Het beleg van ‘s-Hertogenbosch en de oorlog en de Nederlanden, 1629, Ám-
sterdam, 2008.
106
A. Esteban Estríngana, “El consenso como fundamento de la cohesión monárquica. La operatividad polí-
tica del binomio protección-defensa en los Países Bajos del siglo xvii”, en F.J. Guillamón y J.J. Ruiz Ibáñez
(eds.), Lo conflictivo y lo consensual en Castilla. Sociedad y poder político (1521-1715). Homenaje a Francisco
Tomás y Valiente, Murcia, 2001, pp. 342-343 y 350; A. Esteban Estríngana, “La crise politique”, pp. 940-949;
A. Esteban Estríngana, Madrid y Bruselas, pp. 207-208.

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Alicia Esteban Estríngana

Como es lógico, las circulares no podían ser remitidas sin más a sus destinatarios. Al-
guien debía enviárselas en representación de Felipe IV, una “persona acepta”, esto es, un
interlocutor acreditado, “que sepa dellos qual medio se les offreze para el remedio de los
aprietos presentes y animarlos [...], dándoles a entender que S.M. está con ánimo y resolu-
ción de passar allá siendo necesario, con lo qual, y ver que se pone remedio en los puntos
sobredichos, verán que se cuida dellos y que la voz que se ha esparcido es falsa”107. Estos
puntos eran las “faltas” y “desórdenes” de naturaleza financiera, política y militar que los
consejeros del rey habían identificado como causantes directos o indirectos del desastre
defensivo y se pretendían corregir mediante la ejecución de un paquete concreto de medi-
das. El posible traslado de Felipe IV a Flandes (su disposición a gestionar personalmente
de la defensa del territorio) y su intención de considerar el sentir de las provincias, invi-
tándolas a proponer medidas remediadoras, obraban como un llamamiento a la unidad.
Con la invitación, el monarca demostraba confianza en la voluntad de acción conjunta
(soberano-vasallos) de los flamencos y esa confianza también debía ser correspondida por
ellos: el soberano reclamaba el concurso de sus vasallos (por lo demás, obligatorio) para
lograr un fin necesariamente compartido (la conservación) mientras perduraran los vín-
culos de fidelidad que les unían, y ese gesto deslegitimaba a sus vasallos para romperlos.
Esta conciliadora respuesta de Felipe IV, transmitida por un mediador solvente, re-
bajaría la tensión y neutralizaría el conflicto desatado a raíz del desastre defensivo y de
su interesada instrumentación política por parte de algunos sectores. A la hora de deter-
minar quién podía desempeñar la mediación con plenas garantías, el Consejo de Estado
recomendó atenerse a las sugerencias de la infanta Isabel y propuso mantener a su lado
al conde de Solre (que había sido despachado de Viena a mediados de agosto de 1629 y
también se detuvo en Bruselas camino de España), puesto que el equipo inmediato de
colaboradores de la gobernadora se hallaba completamente desacreditado108. Pero Solre
emprendió el viaje de vuelta por indicación de Isabel con un cometido político que ella
misma notificó a Felipe IV el 28 de septiembre de 1629:

“Con ocasión de la partida del conde de Solre y el estado peligroso en que aquí
quedan las cossas le he encargado que de mi parte, como testigo de vista, le represente a
V.M. y le suplique mande proveer quanto antes el remedio conveniente. Suplico a V.M.
se sirva de oyrle y darle entero crédito en ello, que yo me remito en todo a su relación”109.

El conde había vivido el arranque de la crisis en primera persona y la infanta le consi-


deraba un interlocutor fiable. No sorprende, por eso, que acabara convirtiéndose en una
figura clave para contrarrestarla. Llegó a Madrid a comienzos de noviembre y, a mediados

107
Consejo de Estado, Madrid, 27 de septiembre de 1629, AGS, E, leg. 2043, f. 146; “Voto del conde, mi señor
[Olivares], sobre materias de Flandes”, octubre? 1629, AHN, E, leg. 727, 64.
108
Consejo de Estado, Madrid, 27 de septiembre de 1629, AGS, E, leg. 2043, f. 146.
109
Isabel a Felipe IV, Bruselas, 28 de septiembre de 1629, AGS, E, leg. 2322.

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AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

de diciembre, ya estaba listo para regresar a Bruselas con credenciales de embajador ex-
traordinario y provisto de las cartas de agradecimiento ya mencionadas.
El contenido de la instrucción recibida por Solre para efectuar la jornada explicita
la motivación esencial que la animaba: “dar a entender a dichas provincias lo que acá se
cuida dellas y alentarlas, consolarlas y asegurarlas quan ciertas pueden estar de mi cuidado
en orden a asistir a las cosas de allí”. Declararía a los flamencos la asistencia financiera
que recibirían de Felipe IV durante el año 1630, “asegurándoles su continuación para lo
de adelante, y les diréis que pues ellos mismos ven quanto se esfuerzan todos mis reynos a
asistir y contribuyr para defensa de aquellos estados, se deven esforzar ellos para ayudarse
a sí mismos con lo más que fuere posible”. A propósito de las provisiones dinerarias que
se remitían anualmente a Flandes, Felipe IV había ordenado “que siempre se dé aquí [en
Madrid] razón, intervención y parte a un ministro de aquellos estados”, y Solre era el mi-
nistro flamenco designado para conocer su cuantía e intervenir en materias relacionadas
con su negociación y remisión vía Consejo de Hacienda. Un ministro cuyos intereses
patrimoniales se hallaban allí y que no descuidaría esta nueva función, ligada a su nueva
plaza de chef (del Consejo) de Finanzas (de Bruselas) para residir en el Consejo Supremo
de Flandes. Respecto al esfuerzo de las provincias, Solre les transmitiría una propuesta es-
pecífica de negociación contributiva: ofertar una suma, teniendo presente que el monarca
estaba dispuesto a facilitarles el modo de reunirla e, incluso, a levantar la prohibición de
comerciar con los rebeldes (impuesta en los años siguientes a la expiración de la Tregua
de los Doce Años) para fomentar el tráfico mercantil y mejorar su maltrecha economía110.
Pero no se podía negociar sin restablecer la confianza y eso era precisamente lo que la
mediación de Solre debía conseguir primero.
Con este objetivo, se decidió comunicar la propuesta al Consejo de Estado de Bruselas
antes de dirigirla a los diferentes Estados Provinciales,

“para tener contentos a los señores más principales del pays, que son del Consejo
de Estado [...], pidiéndoles su parecer açerca dello, con que quedarán grandemente satisfe-
chos y hará esto al casso para que lo sean también las provinçias, pues como la mayor parte
destos señores entrevienen en la Junta de las Cortes de las provinçias [...], tienen mucha
mano para dar al pueblo impresiones buenas o malas, que fácilmente las reçive, y más que
servirá esto para satisfacerles a lo que después de la pérdida de Bolducq, con la confusión
que havía, representaron a S.A. las Cortes de Brabante y de Flandes que se juntase el

110
“Instrucción al conde de Sora para la jornada que ha de hazer a Flandes”, Madrid, 11 de diciembre de 1629; y
“Tocante a la propusiçión que se huviere de hazer a las Cortes del Pays baxo”, con carta de Felipe IV a Isabel,
Madrid, 11 de diciembre de 1629, “Con el conde de Sora”, AGS, E, leg. 2236, ff. 244 y 246-247; A. Esteban
Estríngana, Madrid y Bruselas, pp. 215-220; A. Esteban Estríngana, “Guerra y redistribución”, pp. 68-70 y
81-82; Felipe IV a Isabel, Madrid, 18 de diciembre de 1629, “A son Alteze, doña Isabel, sur l’election faicte du
comte de Solre pour chef des Finances en ce Conseil”, AGS, SP, lib. 1445, pp. 200-201.

– 225 –
Alicia Esteban Estríngana

Consejo de Estado para tratar de lo que convenía para la conservaçión del pays y los parti-
culares y todo el pueblo no clamava otra cossa”111.

El Consejo de Estado de Bruselas era un colegio abierto: en sus sesiones podían par-
ticipar los consejeros titulados de tales y también los miembros de la alta nobleza que se
hallaban en posesión del collar de la Orden del Toisón de Oro. Pero no era un organismo
permanente: debía ser convocado por el gobernador y nunca lo era de forma plenaria,
sino restringida. Desde la época de soberanía archiducal, solo eran convocados los con-
sejeros de toga y sus reuniones tenían más carácter de junta que de consejo para disgusto
de los consejeros de capa y espada, que se veían completamente excluidos de los negocios.
De hecho, el Consejo pleno no fue convocado ni una sola vez durante 1629, pese a que los
negocios relativos a la seguridad y la defensa del territorio le competían por sus instruccio-
nes112. No sorprende, por eso, que, tras la caída de Bois-le-Duc, se reprochara al gobierno
de Bruselas su negativa a convocarlo en circunstancias tan críticas y se reclamara su convo-
catoria de forma insistente desde diversos frentes. Tampoco que se decidiera hacerlo para
satisfacer tales reclamaciones; que la propuesta de Solre (consejero de Estado y miembro
de la Orden del Toisón de Oro) se debatiera en este marco institucional; y que una de las
cartas de agradecimiento de Felipe IV fuera dirigida “à ceux du Conseil d’Estat”113.
Todas ellas se fecharon el 14 de diciembre de 1629114 y Solre las llevó consigo a Flandes
pasando por París, donde recibió orden de visitar a los reyes y la reina madre “sin decirles
cossa particular, sino solo un recaudo casero”115. A Bruselas llegó el 9 de enero de 1630116 y,
para entonces, el marqués de Aytona (embajador ordinario del rey trasladado desde Viena
para asesorar a Isabel), ya conocía el sentir de Olivares sobre el mediador.

“El conde de Sora es buen cavallero y de buen entendimiento, maña y inteligencia.


La intención tengo por igual en lo que llego a alcanzar, que siendo este punto tan dificul-
toso todos los hombres cuerdos deven ablar con mucho tiento en él [...] Creo que es el de
Sora de las personas de ay [flamencos] de más partes, pero es menester madurar sus propo-
siciones, porque es muy activo, y que asistirá a Vuestra señoría de buena gana, porque se
muestra gran su aficionado”117.

111
“Tocante a la propusiçión que se huviere de hazer a las Cortes del Pays baxo”, ibidem.
112
A. Esteban Estríngana, Madrid y Bruselas, pp. 43-47, 67-68, 179-180 y 183.
113
Madrid, 14 de diciembre de 1629, AGS, SP, lib. 1445, pp. 197-198.
114
Algunas están registradas en AGS, SP, lib. 1445: “Aux Grands et Chevaliers de l’Ordre des Pays Bas”, “Aux
archevesques, evesques, abbez des Pays Bas, mais à chacun avec son tiltre apart”, pp. 199-200; “A las provin-
cias, villas y nobles de los estados obedientes de Flandes”, sin fecha, AGS, E, leg. 2236, f. 250.
115
“Al conde de Sora”, Madrid, 20 de diciembre de 1629, AGS, E, leg. 2236, f. 248.
116
B. de Meester de Ravestein, Lettres de Philippe et de Jean-Jacques Chifflet, p. 116.
117
Olivares a Aytona, Madrid, 13 de diciembre de 1629, Archivo Ducal de Medinaceli (ADM), Archivo His-
tórico (AH), legajo 63/6.

– 226 –
AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

Olivares confirmaba la determinación, voluntaria y consciente, de Solre de defender


los intereses del soberano y subrayaba otras de sus cualidades: su capacidad de dictaminar
la forma más adecuada de defenderlos en la práctica y su habilidad a la hora de practicar
la defensa de esos intereses; también la capacitación personal del conde, entendida como
formación adquirida mediante la experiencia directa de su defensa práctica. Cualidades
que, a su modo de ver, ningún otro flamenco del entorno de Isabel poseía en tal grado en
ese momento. Pero Olivares iba más lejos, porque identificaba el defecto más visible de
Jean de Croÿ: su inclinación a obrar con inmediatez, la celeridad con la que podía arbitrar
vías de actuación, no siempre bien meditadas. Con ello, advertía a Aytona de que no
debía contagiarse de su precipitación, porque, cuando Solre llegara a Bruselas, habrían de
colaborar estrechamente para disponer todo aquello que pudiera favorecer la mediación y
contribuir al éxito de la negociación.
El conde se presentó ante los Estados de Brabante el 19 de enero de 1630 para transmi-
tirles el mensaje del monarca y les comunicó su intención de hacer lo mismo en las demás
provincias, comenzando por la de Flandes. Efectuó el tour durante la última semana de
enero y la primera quincena de febrero, y luego regresó a Bruselas satisfecho por el buen
recibimiento obtenido en todas ellas118. Él mismo comunicó sus impresiones al monarca
en el devenir del periplo, junto a un primer balance de la acción mediadora. Su carta de
5 de febrero, remitida desde Lille (tras pasar por Brabante, Flandes, Hainaut y Tournai-
Tournaisis) y examinada por el Consejo de Estado de Madrid el 4 de marzo, resulta muy
ilustrativa.

“El conde de Solre escribe [...] que todos hazen la estimación que deven a la merced
y honrra que V.M. les haze, pero que avía entre ellos tanta confusión y desconfianza que
el mayor trabajo del conde era asegurarles las beras con que se trata de su remedio, y que
procedía esta desconfianza (demás de las miserias presentes), en parte, de la mala voz que
corre, sembrada sin duda por los mismos enemigos por las vías y mañas que tienen para
ello para desanimar al pueblo y apartarle del amor y obligación que tienen y deven a V.M.,
persuadiéndose que por caer esto sobre la mala disposición que ay en todo obrará tanto
más en ellos. Que (hasta la gente ordinaria) juzgan el remedio de las cosas por harto fácil,
si se pusiese la orden necesaria, y sienten de manera que esto no se haga, que en diferentes
partes le han dicho (y en particular alguno de los más ancianos de aquellos estados con
lágrimas en los ojos) si V.M. quería dejar perder aquellas provincias, pues no veían se hazía
lo que convenía para su conservación, saviendo ellos el pie que se avía de tomar para ello, y
que si biesen que se hazía no sentirían dar su sangre y todo lo que tienen para su remedio,
pero que el ver al contrario les pone en tal desesperación que a algunos les haze pensar en

118
Isabel a Felipe IV, Bruselas, 24 de enero de 1630, “El conde de Solre va executando la orden de V.M. con
estas provincias, haviéndosele dado la asistencia que ha pedido y ha sido menester para ello, como él dará más
particular quenta”, AGS, E, leg. 2044, f. 94; B. de Meester de Ravestein, Lettres de Philippe et de Jean-Jacques
Chifflet, pp. 117 y 120.

– 227 –
Alicia Esteban Estríngana

el modo de prevenir las desgracias que les amenazan e inclinar generalmente a pedir Junta
de los Estados [Generales], cossa que siempre se ha procurado evitar por muchas conside-
raciones del servicio de V.M. Que aunque avían hecho arta dificultad en darle crédito en lo
que les dijo de parte de V.M., con todo, les havía dejado tan bien dispuestos que bendrán
a conceder la ayuda que se les pide por esta vez, y que si veen que se pone remedio en las
cosas no duda el conde se tendrá adelante mayor satisfacción dellos119.

El mediador logró restablecer la confianza a través de un mensaje claro: al soberano le


competía la responsabilidad de arbitrar y ejecutar lo necesario para remediar la situación
y elevar el rendimiento del ejército, pero precisaba la colaboración de las provincias. Feli-
pe IV estaba decidido a asumir esa responsabilidad y su voluntad de hacerlo anticipaba su
éxito por dos razones: una, que acudía a las provincias para atender sus puntos de vista y
actuar de acuerdo con ellas; otra, que ellas admitían saber cómo se debía obrar para lograr
el remedio e imprimir eficacia a la maquinaria de guerra. Esta fórmula de negociación fue
generalmente aceptada y dio fruto: las provincias acogieron bien la propuesta de contri-
bución, aunque condicionaron su continuidad al efecto de la intervención real e introdu-
jeron la necesaria dosis de presión al mencionar en su discurso a los Estados Generales,
cuya convocatoria podía ser exigida si el efecto no era el adecuado.
Los miembros de capa y espada del Consejo de Estado de Bruselas y otros grandes no-
bles que se sentían injustamente marginados de los negocios, también tuvieron oportuni-
dad de expresar su sentir con voz propia durante la estancia de Solre. Sus planteamientos
obtuvieron el respaldo del alto clero y fueron recogidos en un escrito que sus dos máximos
representantes –el duque de Arschot (consejero de Estado, caballero del Toisón de Oro y
grande de España) y el arzobispo de Malinas (primado de los Países Bajos)–, presentaron
a la infanta Isabel a comienzos de 1630. El escrito traslucía el resentimiento acumulado
contra los ministros españoles que tomaban las decisiones y contra los militares, también
españoles, que las ejecutaban, atribuyendo a todos ellos los desastres defensivos sobreveni-
dos en Flandes desde la batalla de Nieuwpoort (Las Dunas, 1600). Los autores anhelaban
emanciparse de una tutela injustificable que solo había traído desgracias a las provincias,
reclamando un papel más activo y visible en la organización y en la ejecución de su propia
defensa. Pero no se conformaron con plantear la reclamación en Bruselas: solicitaron el
envío de un interlocutor autorizado a Felipe IV y la infanta encomendó esta nueva comi-
sión al conde de Solre, que emprendió el regresó a España a comienzos de junio de 1630
y llegó a Madrid el 19 de ese mismo mes120.

119
Consejo de Estado, Madrid, 4 de marzo de 1630, AGS, E, leg. 2044, ff. 113-117.
120
A. Esteban Estríngana, Madrid y Bruselas, pp. 181-183; Aytona a Olivares, Bruselas, 31 de mayo de 1630,
BRB, Ms. 16.147-48, f. 64v; Olivares a Aytona, Madrid, 20 de junio de 1630, “Llegó ayer el conde de Sora”,
ADM, AH, leg. 63/6.

– 228 –
AFICIÓN, ENTENDIMIENTO Y CELO AL SERVICIO DE SU MAJESTAD. El conde de Solre, Jean de Cröy

Conclusiones

La elección de Solre para desempeñar este último cometido demuestra su credibilidad


entre los flamencos de su mismo rango y condición, que vieron en él un valedor capaz
de compartir y de respaldar sus puntos de vista ante el soberano. Credibilidad de la que,
precisamente por eso, gozaba entre otros flamencos de menor relieve (el conjunto de
diputados de los diferentes Estados Provinciales) y a la que, como es lógico, también
pudieron contribuir su proximidad y su cercanía a Felipe IV, esto es, su condición de
principal representante de la nación flamenca en el entorno cortesano (institucional y
palatino) del monarca.
La elección demuestra, además, el éxito de su acción mediadora (el mediador fue
aceptado y reconocido como tal en el territorio) y, en consecuencia, el acierto de la Coro-
na al encomendar a Solre las funciones de mediador en la coyuntura de 1629-1630: Jean
de Croÿ resultó ser un interlocutor igual de fiable para la Corona que para las élites de
las provincias. Y el acierto no puede considerarse casual, porque la inclinación de Solre
al servicio del rey, su empeño en servir al rey y las aptitudes que poseía para servir al rey
con eficacia venían siendo objeto de seguimiento habitual y verificación continuada en
Madrid desde hacía más de una década. Por eso, Aytona solo pudo asegurar a Olivares en
1630 que sus impresiones sobre Solre eran acertadas. “El conde verdaderamente merece la
confianza que Su Majestad y Vuestra excelencia hacen del –le dijo al notificarle su regreso
a España–, porque su entendimiento y celo son muy iguales”121.
En realidad, la voluntad de Solre de establecerse en Madrid antes, incluso, del falleci-
miento del archiduque Alberto lo decía todo a su favor, porque demostraba su intención
de desmarcarse de la especificidad de su comunidad política originaria. Una apuesta per-
sonal por ampliar su relación de servicio con el (futuro) soberano y de hacerlo más allá del
escenario propio (las provincias de Flandes), pero sin perderlo de vista, como demuestra
la misma visión instrumental de la Guardia de Archeros de Corps que Jean de Croÿ tenía
de cara a fomentar la unión entre Felipe IV y sus vasallos flamencos. Aunque, en opinión
del conde, los miembros de la Guardia de Corps también podían desempeñar funciones
de otro tipo que no tenían por qué circunscribirse a ese escenario. “Se ofreçe muchas vezes
ocasiones que V.M. ha de enviar a diversas partes fuera de España hombres confidentes
y pláticos en las lenguas y negoçios de los extranjeros, como también para tratar con los
que vienen a esta Corte –expuso Solre al monarca en 1625–. Pareçe que, para este género
de serviçio, V.M. podría servirse de sus archeros [...] hallándose entre ellos [....] personas
a propósito para ello”122. Las funciones que él mismo desempeñó como embajador en las

121
Aytona a Olivares, Bruselas, 31 de mayo de 1630, BRB, Ms. 16.147-48, f. 64v; confirmación ya realizada
varios meses antes, Aytona a Olivares, Bruselas, 22 de enero de 1630, “El de Sore es la persona que V. Exª
dice; los demás (tachado: son cosa perdida) para cosas de govierno y estado les falta capacidad y aplicación”,
ADM, AH, leg. 63/7.
122
“Los medios que se representan para el mayor lucimiento de la compañía de archeros”, 1625, AGPR, H,
caja 171.

– 229 –
Alicia Esteban Estríngana

Cortes polaca e imperial, tratando cuestiones políticas de enorme trascendencia para el


conjunto de la Monarquía de Felipe IV, confirman el compromiso personal que Solre
contrajo voluntariamente con ese conjunto una vez establecido en Madrid. Y el compro-
miso fue recompensado con honores, ayudas de costa, oficios y responsabilidades políticas
notables que reforzaron su inclinación, su empeño y su propia capacidad de servir al
monarca, como demuestra la acción mediadora tan satisfactoria que Solre ejecutó en las
provincias de Flandes durante la crítica coyuntura de 1629-1630.
En cuanto acción política, esta acción tenía una razón también política con la que,
a la fuerza, se identificaba su autor. Eso permite considerar el servicio al soberano más
que como una relación (cualitativa y personal, pero tipificada, hasta cierto punto, por la
obligación remuneratoria), como una prueba (la mejor) de adhesión y, en consecuencia,
de identidad política de quien lo prestaba.

– 230 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps
en el contexto de la Casa Real
de los monarcas Austrias hispanos
José Eloy Hortal Muñoz
Universidad Rey Juan Carlos
Instituto Universitario “La Corte en Europa”1

Si buscamos la definición de guarda2 en el Tesoro de la lengua castellana de Sebastián de


Covarrubias, encontramos que es “El que tiene a su cuenta alguna cosa y está obligado a
mirar por ella como [...] la Guarda del Rey o del Príncipe, los que ciñe su persona cuan-
do sale en público y en su palacio están en la antecámara”3. Por su parte, la Guardia de
Corps, según el Diccionario de autoridades de la Real Academia de la Lengua de 1734, era
“La que está destinada para guardar inmediatamente la Persona del Príncipe. En España
se llamaba assí la Guardia de los Archeros y oy se da este nombre a las tres Compañías
Española, Italiana y Flamenca, que sirven al Rey a caballo y con bandolera”4. Por último,
en el mismo Diccionario de Autoridades, pero de 1726, archero sería aquel “Soldado de la
guarda principal que antes tenía el Rey de España para custodia de su Real Persona por
la Casa de Borgoña, y los traxo a Castilla el señor Emperador Carlos Quinto. Estos en su
establecimiento primitivo servían a caballo, pero en España sirvieron a pié, y sus armas
eran una partesana o cuchilla de un corte, larga como de media vara, fijada en el mástil
alto de dos varas, como el de la Alabarda, y la divisa del vestido era un género de capotillo
de paño de color amarillo guarnecido con una franja de colores blanco y colorado en for-
ma de taracea, que se llamaba Bohemio. Era guarda noble, y precisamente compuesta de
flamencos o descendientes de tales. Se reformó quando se formaron las quatro compañías
de a caballo, que llaman de Corps. Covarrubias [c. 1611] dice que esta voz viene del nom-
bre arco, porque antiguamente usaban de arco y flecha los soldados de las Guardas de los

1
Abreviaturas: AGS, Archivo General de Simancas, E.: Estado, SP: Secretarías Provinciales; AGR: Archives
générales du Royaume (Bruselas), Audience: Papiers d’État et de l’Audience, CE: Conseil d’État, MD: Manuscrits
Divers, TA: Tribunaux Auliques; AHN, Archivo Histórico Nacional, Consejos: Consejos Suprimidos; BNM:
Biblioteca Nacional de Madrid y BPRM: Biblioteca del palacio Real de Madrid. Esta contribución ha sido
posible gracias a la ayuda económica del proyecto “Corte, consejos y territorios en la Monarquía de Felipe
IV”, financiado por la CAM y la UAM y con el código CCG06-UAM/HUM-0244.
2
“Guarda” será el término empleado, ya que es la forma que se utiliza en la documentación hasta la segunda
mitad del siglo xvii en que empezamos a encontrar el uso del término “Guardia” que hoy usamos.
3
Como se puede ver en el f. 43 r. de la edición de esta obra de 1674 por Melchor Sánchez y a costa de Gabriel
León, publicada en forma digital por la Biblioteca Cervantes y la Biblioteca Nacional de España –donde
se encuentra dicha edición con la signatura R-001617(2)– en la página WEB <www.cervantesvirtual.com>.
4
Dicho diccionario se puede consultar en la página WEB en donde la Academia ha colgado varios diccionarios
históricos desde el siglo xviii, <www.buscon.rae.es/SrvltGUILoginNtlle>.

– 231 –
José Eloy Hortal Muñoz

Príncipes, respecto de que era la arma común y más estimada; pero es más verosímil que
venga del nombre archa, que vale lo mismo que el hierro de la cuchilla”5.
Estas tres definiciones nos dan las claves –cuidado de la persona del monarca, prepon-
derancia sobre otras guardas en la Etiqueta y apariciones públicas del soberano, presencia
exclusiva de flamencos y ser guarda noble– sobre las funciones que desempeñaría la Noble
Guarda de Archeros de Corps dentro de la Casa Real de los monarcas Austrias Hispanos.
Veamos cual fue su origen y evolución durante los poco más de dos siglos que sirvió a
estos reyes.

Las guardas reales en el siglo xv: la configuración de cuerpos permanentes


y el seguimiento del modelo borgoñón y francés

Según Serafín María de Soto, “La costumbre de tener los soberanos una custodia pe-
culiar a su dignidad personal es sin duda tan antigua como la creación de los gobiernos”6,
siendo el ejemplo más destacado en la Edad Antigua las guardas del Imperio Romano7.
Sin embargo, es complicado fijar la evolución que tuvieron estos cuerpos de guarda du-
rante la Alta Edad Media y los diferentes intentos que se han llevado a cabo son solo par-
ciales y nada clarificadores. Sin duda, la diversidad de los mismos y su corta vida, debido
a la propia inestabilidad de las monarquías del momento, dificultan dicha tarea y solo se
ha estudiado su evolución con precisión desde la Baja Edad Media en adelante.
Philip Mansel, en su excelente estudio de conjunto Pillars of monarchy. An outline
of the political and social history of royal guards 1400-19848, señala que un gran número
de reyes medievales había estado guardados hasta comienzos del siglo xv por grupos no
definidos de caballeros y hubo una serie de experimentos de corta duración, como fueron
la guarda árabe de Federico II de Hohenstaufen, la noble guarda del duque de Milán
en 13699, los veinticuatro archeros de la guarda de Carlos VI de Francia en 139810 o los
Cheshire archers de Ricardo II en Inglaterra11. Todos ellos buscaban que el soberano pudi-
era adquirir cierta independencia frente a los nobles y se basaban en la lealtad personal
entre señor (monarca) y hombre (guardas). Sin embargo, la inestabilidad de estos reinados
(por ejemplo el de Ricardo II), hizo que dichos intentos fueran efímeros.

5
Ibidem.
6
En su libro Memorias para la historia de las tropas de la Casa Real de España, Madrid, 1828, p. IX.
7
Hay gran cantidad de bibliografía sobre el tema, pero podemos destacar R.I. Frank, Scholae palatinae: the
palace guards of the later Roman Empire, Roma, 1969 y M.P. Speidel, Riding for Caesar: The Roman Emperors’
Horse Guards, Cambridge, 1994.
8
P. Mansel, Pillars of monarchy. An outline of the political and social history of royal guards 1400-1984, Londres,
1984, p. 1.
9
Para ambas guardas, M. Mallett, Mercenaries and Their Masters, Londres, 1974, p. 110.
10
E. Boutaric, Les Institutions Militaires de la France avant les Armées Permanentes, París, 1863, pp. 282-283.
11
J.L. Gillespie, The Cheshire Archers of Richard II: A royal experiment in bastard feudalism, Princeton (tesis
doctoral inédita, Princeton University), 1972 (he consultado el facsímil de 1988 editado por la University
Microfilms International).

– 232 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

Los primeros cuerpos permanentes aparecerían en la Corte Borgoñona que, por otro
lado, era la más evolucionada del momento, siendo las guardas solo uno más de los ele-
mentos innovadores de la misma. Posteriormente, los monarcas franceses perfeccionarían
y ampliarían un modelo, que estaría completamente pergeñado a principios del siglo xvi,
y que aunaría todos los elementos de la tradición clásica y medieval. A pesar de ello,
hablaremos en primer lugar del caso francés, dejando para el final el borgoñón, ya que la
continuidad del mismo serían las propias guardas de la Monarquía Hispana.
Los primeros cuerpos de guarda franceses aparecerían durante el reinado de Carlos VII
(1422-1461), para responder a una serie de necesidades que posteriormente precisaremos12.
Así, la primera compañía creada fue la de los archeros escoceses de la guarda, o Compagnie
Écossaise13, que el monarca mandó convertir en real en agradecimiento a la ayuda que los
soldados de esta nacionalidad le habían proporcionado en su guerra contra los ingleses. Ya
hay noticias de su existencia el 8 de junio de 1419, aunque se desconoce su composición
hasta 1425 en que serían 108 soldados bajo el mando del capitán de la Guarda de Corps,
pero tendiendo su número a reducirse hasta los cien con Francisco I, incluidos los preexis-
tentes 24 gardes de la Manche. Con su creación se daba origen a las Guardas de Corps que,
como su propio nombre indica, eran las encargadas de cuidar el cuerpo del rey y, por tan-
to, “la plus proche de la personne du Roi”14. Esta característica, sin duda, les otorgaría una
preponderancia en el ceremonial y en la Etiqueta frente al resto de cuerpos de guarda que
se fueron fundando y dentro de las Guardas de Corps francesas, la escocesa siempre man-
tendría la primacía. Junto a esta circunstancia, cabe destacar, asimismo, que la compañía
escocesa tendría la peculiaridad de que todos sus componentes debían ser de dicha nacio-
nalidad, circunstancia que se prolongó hasta que su capitán, el conde de Montgomery,
tuvo la mala fortuna de herir mortalmente al monarca Enrique II el 30 de junio de 1559
en las fiestas donde se celebraba el tratado de Cateau-Cambresis, falleciendo a los pocos
días. Así, se sustituyó a dicho capitán en 1562 por el noble francés Jean d’O de Maillebois,
momento en que comenzaron a ingresar franceses en la unidad, encontrándonos con que
hacia 1660 ya no habría escoceses.
12
Además de la bibliografía particular que iremos citando para cada cuerpo de guarda francés, nos encon-
tramos con obras de conjunto sobre las guardas de esa monarquía, como S. de La Tour, Précis historique des
différentes gardes des rois des françois; Par le Sieur De La Tour, Brigadier de Cavalerie, ancien Officier-Major des
quatres Compagnies des Gardes-du-Corps du Roi, s.l., 1775 y Maison Militaire du Roi, París, 1790; M. Boullier,
Histoire des Divers Corps de la Maison Militaire des Rois de France, París, 1818 y E. Titeux, La Maison Mili-
taire du Roi, París, 1890. Para el reinado de Luis XIV, G. Marie, “La maison militaire du roi de France sous
Louis XIV (de 1686 à 1715)”, en Mémoires de l’Académie des sciences, inscriptions et belles-lettres de Toulouse, 129
(1967), p. 162 y ss., y para después de dicho reinado y hasta el final del periodo napoleónico, M. Mignonneau,
Maison Militaire des Rois de France depuis Louis XIV. Aperçu des Avantages Immenses dont la France est redevable
aux Monarques de la Maison de Bourbon, París, 1815.
13
Sobre la historia de esta compañía, J. Dunlop, Maitland Club (Glasgow), Papers relative to the Royal Guard of
Scottish Archers in France [With a reprint of the tract by A. Houston, entitled: “L’Escosse Française, etc. Paris,
1608. Edited by A. Macdonald.], Edimburgo, 1835 y W. Forbes-Leith, The Scots Men-at-Arms and Life-Guards
in France. From their formation until their final dissolution 1418-1830, Edimburgo, 1882. Para su evolución en el
siglo xvii, J.-F. Labourdette, “La Compagnie écossaise des gardes du Corps du roi au xviiième siècle: recrute-
ment et carriers”, en Histoire, économie et société, 3:1 (1984), pp. 95-122.
14
P.A. Louette, Tableau de la maison militaire du Roi, Versalles, 1820, pp. 22.

– 233 –
José Eloy Hortal Muñoz

Esta peculiaridad nacional se hacía eco de una vieja polémica (que se remontaba a
los tiempos del Imperio romano), sobre si el soberano debía tener guardada su persona
por soldados naturales de territorios propios o, por el contrario, provenientes de otros
lugares15. A lo largo del siglo xv, la mayoría de los nuevos cuerpos de guarda creados estu-
vieron integrados por personajes que no eran súbditos del soberano al cual guardaban, de-
bido, según Kiernan16, al cambio de estructura de la sociedad y a la creación de los nuevos
ejércitos. Sin duda, los soberanos del momento eran conscientes de que no convenía
poner armas en manos de los siervos por miedo a una posible revuelta. De este modo,
debieron buscar el apoyo de cuerpos que únicamente les debieran fidelidad a ellos a través
de un juramento y de las pagas, práctica que Maquiavelo condenaría posteriormente. El
ejemplo más conocido sería el de los suizos, que se mostraron idóneos para ejercer dicha
tarea por su buena preparación militar y, en ocasiones, el exceso de población que sufrían.
El emperador Maximiliano I, por su parte, trató de conseguir con sus vecinos de Suabia
la misma ligazón que había logrado Francia con los suizos, pero no llegó a cuajar, pues su
fama como buenos soldados no fue tan relevante y, además, acabarían sirviendo a todo
tipo de señores con el nombre de Lansgeneques.
Carlos VII decidió fundar una segunda compañía de Corps hacia 1428, compuesta esta
vez por 200 archeros franceses, que se reducirían posteriormente a 100, y que se conocería
como la primera compañía de archeros franceses17. Después de su reinado se añadirían
otras dos unidades más a la Casa Real, conocidas como la segunda y la tercera compañía
de archeros franceses; la primera fue creada en julio de 1473 por Luis XI con 100 archeros
desgajados de los que servían a los Gentilhommes au bec de Corbin [cf. infra] y la segunda
en 1515 por Francisco I, compuesta por aquellos que le habían guardado antes de subir
al trono y que también dormían a su puerta durante la noche, con sesenta efectivos que
luego pasarían a ser ciento cinco. Este modelo de Guarda de Corps con cuatro compañías,
aunque variando en el número de efectivos, se mantendría hasta el periodo revolucionario
de finales del siglo xviii.
Junto a las Guardas de Corps, fueron apareciendo en Francia nuevos cuerpos en los
años sucesivos. Así, Luis XI decidió en septiembre de 1481 que quería premiar la fide-
lidad de los suizos a Francia desde 1444 y el propio monarca eligió a los 100 mejores
hombres de las tropas de esa nacionalidad que combatían bajo su mando para reemplazar

15
Sobre este debate a comienzos del siglo xvii en la Monarquía Hispana, A. Álvarez Ossorio Alvariño, “Las
guardas reales en la Corte de los Austrias y la salvaguarda de la autoridad regia”, en J. Martínez Millán y S.
Fernández Conti (eds.), La monarquía de Felipe II: la Casa del Rey, Madrid, 2005, vol. I, pp. 439-442.
16
V. G. Kiernan, “Foreign Mercenaries and Absolute Monarchy”, en Past and Present, 11 (1957), pp. 66-86.
17
Sobre la historia de las Guardas de Corps francesas destaca, como obra de conjunto, L. des Forges de
Parny, Les Gardes du Corps du Roi, Cannes, 1972. Así mismo, Padre Daniel, Abrégé de l’histoire de la milice
françoise du P. Daniel, París 1773 (es una ampliación de su obra publicada en 1721 y reeditada en 1728), pp.
415-444. Existen otras obras para periodos concretos de su historia como A. Corvisier, “Les gardes du Corps
de Louis XIV”, Dix-septième siècle, 45 (1959), p. 265 y ss., G. Bodinier, Les gardes du Corps de Louis xvi: étude
institutionnelle, sociale et politique: dictionnaire biographique, Vincennes, 2005 y F. Grouvel, Histoire des gardes
du Corps du roi pendant la période revolutionnaire 1789-1801, Dijon, 1998.

– 234 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

al cuerpo de los Francs-Archers que él mismo había suprimido el año anterior18. Algunos
autores, sin embargo, sitúan su creación el 27 de febrero de 1496 cuando Carlos VIII
concedió la capitanía a Louis de Menton19. El caso es que en ese momento se crearon las
Gardes suisses o Cent suisses, que debían derivar de los veinticuatro guardas germanos de
Carlos VII en la década de los cincuenta del siglo xv, y que se convertiría en la primera
unidad de suizos que guardaba a un soberano extranjero. Portaban alabarda, con lo que
quedaba patente que por la tradición y usos militares las unidades de guarda asociadas al
Imperio o a Suiza llevarían dicha arma, mientras las relacionadas con Francia o Borgoña
portarían una cuchilla o archa20, arma cuya descripción ya vimos más arriba. Desde su
creación, esta unidad se situaría justo después de la de Corps en la Etiqueta, convirtién-
dose el cargo de capitán de la misma en uno de los más importantes dentro de la Corte
Francesa, ya que montaba en el coche real junto al de la Guarda de Corps, compartían
mesa en los banquetes y, desde 1608, jurarían su cargo en manos del monarca. La compa-
ñía estaría compuesta desde su fundación, aunque esta composición varió a lo largo de los
siglos, por un capitán, un teniente (que pasarían a ser dos en 1626 al consolidarse en este
cargo el antiguo intérprete de francés para los guardas que hablaban ese idioma), un ense-
ña, un Statthalter o vice-lieutenant y cien alabarderos, debiendo todos ellos ser católicos21.
En el siglo xv surgió, asimismo, el cuerpo de los Gardes de la Porte, cuya función era la
de guardar la puerta de la habitación del rey durante la noche22. Se componía de cincuenta
efectivos que portaban un uniforme azul, entre los que había un capitán, cuatro tenientes
y cuarenta y seis guardas que servían por cuartos de año, 13 de enero a marzo, 13 de abril
a junio, 12 de julio a septiembre y 12 de octubre a diciembre.
Por último, nos encontramos con las dos compañías de los Cent gentilshommes ordi-
naires de la Maison du Roi o Gentilhommes au bec de Corbin, fundadas en 1471 y 1498 por
Luis XI con carácter permanente, que se complementaban con la Compagnie de gentils-
hommes extraordinaires creada por Carlos VIII y abolida en 1688 por Luis XIV23. Su prin-
cipal característica es que debían ser nobles, lo que se prolongó hasta el 1 de enero de 1585
en que Enrique III las dotó de ordenanzas y se abolió esta condición; de este modo, se
incluía una nueva variante en los cuerpos de guarda, pues a través de esta exigencia se con-
seguía que estas unidades pudieran ser utilizadas como cuerpos integradores de las élites
de poder francesas. Ambas tenían cien lanceros, aunque también portaban hachas, y cada
uno de ellos debía mantener a su costa dos archeros. Como señalamos anteriormente, el

18
Así lo defienden P.A. Louette, Tableau, p. 69 y B.-F.-A. de la Tour Chatillon de Zur, Histoire militaire des
Suisses au service de la France, avec les pièces justificatives, París, 1752, t. III, pp. 368-371.
19
Como Padre Daniel, Abrégé, pp. 460-465 o P. Mansel, Pillars, p. 2, aunque admite la posibilidad de que la
fecha de creación fuera 1481.
20
B.-F.-A. de la Tour Chatillon de Zur, Histoire militaire, t. III, p. 380.
21
Además de la bibliografía mencionada anteriormente, F. Besson, Entretien et Examen sur la Création et In-
formation de la Compagnie des Cent Gardes Suisses Ordinaires du Corps du Roy, París, 1672 y R. de Castella de
Delley, Les Cent Suisses de la Garde du Roi, París, 1971.
22
E.C. Piton, Les gardes de la Porte, Nantes, 1854.
23
Sobre estas guardas, Padre Daniel, Abrégé, pp. 403-412.

– 235 –
José Eloy Hortal Muñoz

propio Luis XI separó a los de la primera unidad para hacerlos independientes, pasando a
formar la segunda compañía de archeros franceses de Corps. Con Francisco I aumentaría
enormemente el número de lanceros, hasta llegar a los mil quinientos hombres, y ese
número se mantuvo hasta la época de Enrique IV, en que muchos de sus miembros se
unieron a la Liga Católica. Su desaparición se produciría en 1687 y 1721 cuando murieron
los últimos capitanes de cada una de ellas.
Todos estos cuerpos creados en Francia durante el siglo xv y comienzos del xvi irían
gestando un modelo destinado a cubrir unas funciones y necesidades concretas, como
eran las de salvaguardar la persona del soberano y su familia frente a posibles atentados,
prestigiar sus apariciones públicas separándole de sus súbditos, ser el germen de los pri-
meros ejércitos nacionales24 y, en algunos casos, integrar a las élites territoriales dentro de
la Casa Real. Este modelo francés fue copiado por otras monarquías en mayor o menor
medida, según las características propias de cada una de ellas, aunque todas buscarían que
sus cuerpos de guarda cumplieran las mismas funciones que en la monarquía francesa25.
Por supuesto, también la Monarquía Hispana adoptaría el modelo francés, aunque con
sus propias particularidades derivadas de su peculiar condición, de su tradición y del
influjo borgoñón.
La especial condición histórica de la formación del ducado de Borgoña, debido a su
complicada gestación fruto de herencias y matrimonios, hizo que los duques tuvieran que
crear una serie de instituciones peculiares que reforzaran su soberanía sobre esos hetero-
géneos territorios. Así, la Etiqueta y el ceremonial de la Corte, junto con la Orden del
Toisón de Oro, fueron los medios de integración de la nobleza en el proyecto de consoli-
dación del ducado26. El éxito alcanzado en este proceso se demuestra por el hecho de que
la corte borgoñona fuera considerada como un ejemplo por las demás Cortes europeas.
En lo que aquí nos interesa, la evolución de sus guardas, parte fundamental de la imagen
que de ellos deseaban crear los duques, resulta de indudable valor para conocer la génesis
de las guardas palatino-personales de la mayoría de las Cortes europeas, en general, y de
la Monarquía Hispana, en particular.
Se desconoce la fecha de creación de la guarda de Archiers de Corps de Borgo-
ña, aunque algunos indicios apuntan a que tuvo lugar durante la soberanía del duque
Juan (1404- 1419)27. Su antecesor, Felipe el Valiente (1363-1404), había dispuesto de una
compañía de gens d’armes, pero el duque Juan decidió rodearse de vienticuatro archeros,
24
Así lo defienden tanto P. Mansel como Ph. Contamine en su libro La guerra en la Edad Media, Barcelona,
1984, p. 207 y ss. Por contra, M.Á. Ladero Quesada en su artículo “Recursos militares y guerras de los Reyes
Católicos”, en Los recursos militares en la Edad Media hispánica, Revista de Historia Militar-Extra, 2001, p. 401
se muestra en desacuerdo a que estos cuerpos fueran un antecedente digno de consideración para el ejército
real permanente, refiriéndose al caso castellano, por su escaso número de efectivos. El autor considera que sí
fueron un gran ascendente, en cambio, las Guardas Viejas de Castilla.
25
P. Mansel, Pillars, p. 2.
26
A. Álvarez-Ossorio, “Comer a la borgoñona. Ceremonial áulico y contienda política en las Cortes de Felipe I
y Carlos V”, en J. Martínez Millán (ed.), La Corte de Carlos V, Madrid, 2000, vol. IV, pp. 17-18.
27
AGR, TA, reg. 11, s. f. Según Elodie Lecuppre-Desjardin, en su La ville des cérémonies: essai sur la communi-
cation politique dans les anciens Pays-Bas bourguignons, París, 2004, p. 107, estas ya existían en la entrada del

– 236 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

que recibirían dos escudos de oro al mes de gajes, comandados por dos capitanes con tres
escudos mensuales de sueldo. Además, se les proporcionaba librea que era, en ocasiones,
«robes doublées de blanchant sur lesquelles voient les livrées du duc, lesquelles estoient
noir, blau et verd gray» y en otras «robes d’iranges de Neufchatel doublés de blanc, coulles
assis et manches fourrées par les espaules d’un poing decoupées et brodiés enchan un
manche d’un trousse de fiches liées d’un branche de hovedes a se desire»; para el día de
San Andrés se les daban ropas mitad negras y mitad grises, dobladas de «blanchet, garniées
de pallettes d’argent avec les devises du Duc et decoupées sur les manches». Por último,
como armas se les otorgaban un arco, flechas, el archa y una daga.
El duque Felipe el Bueno (1419-1467) continuaría la tradición y en la ordenanza que
se redactó para su Casa, el 14 de diciembre de 1426, aparecería un cuerpo de archeros28;
durante el proceso de elaboración de las mismas, se especuló con la posibilidad de que
estuviera compuesto por «XII archiers lesquelx auront III varles et xv chevaulx a gaiges ou
a livree», sin embargo, el cuerpo estaría integrado finalmente por «XXIIII archiers lesquelz
auront XII varles et XXXVI chevaulx a gaiges ou a livrèe». El capitán era Jehan d’Arigney,
al cual se le otorgarían para su servicio dos varlet y dos caballos, que ascenderían a tres
por orden del 9 de abril de 1429. Su labor era situarse al frente de la unidad en el servicio
diario, así como especificar claramente qué archeros habían servido y cuales no para que
percibieran los gajes, so pena de retirárselos a él mismo. Durante el Congreso de Arras
de 1435, y debido a la excepcionalidad del momento, la guarda pasó a estar compuesta
por cincuenta archeros, añadiéndosele unas unidades temporales de 100 gentilhombres y
doscientos archeros. Sin duda, el duque buscaba reafirmar su papel internacional en una
ocasión tan señalada y no dudó en dar lustre a su presencia con este incremento notable
de su séquito armado29.
La organización de la Guarda de Archeros se vería nuevamente modificada con la
ordenanza del 12 de enero de 143830, donde se estipulaba que esta unidad iba a estar com-
puesta por dos capitanes, Jehan, bastardo de Rentiet, y Jean Petit, que se turnarían cada
seis meses como era costumbre en muchos de los cargos palatinos de Borgoña, cincuenta
archeros y veinticinco varlets o criados que les atenderían, teniendo todos ellos gajes y
caballo. Los capitanes, además, recibirían el privilegio de comer en la Sala, así como tres
caballos y dos criados con gajes durante sus seis meses anuales de estancia en la Corte.
Sin duda, sus funciones principales eran las de proteger al soberano y a los diferentes
miembros de su familia, que tenían asignado un número reducido de guardas, así como

duque Juan en Douai el 25 de junio de 1405, pues recibieron un sueldo de la ciudad al completar las milicias
urbanas.
28
Publicada, en lo referente a las guardas, en H. Kruse y W. Paravicini (eds.), Die Hofordnungen der Herzöge
von Burgund. Band 1. Herzog Philipp der Gute, 1407-1467, París, 2005, pp. 73-74.
29
J. Gledhill Russell, The Congress of Arras, 1435: a study in medieval diplomacy, Oxford, 1955, p. 107.
30
Dicha ordenanza se encuentra en AGR, Audience, reg. 22, f. 34 v. y está fechada en 1437, aunque R. Domín-
guez Casas, Arte y etiqueta de los Reyes Católicos: artistas, residencias, jardines y bosques, Madrid, 1993, p. 648,
nota 611 y H. Kruse y W. Paravicini (eds.), Die Hofordnungen der Herzöge von Burgund. Band 1, pp. 189-192,
la sitúan en el año siguiente.

– 237 –
José Eloy Hortal Muñoz

prestigiar su figura durante las apariciones públicas, creándose un depurado ceremonial


que luego se incorporaría a la Casa de Carlos V y que posteriormente trataremos. El nú-
mero de archeros fue variando con el tiempo y en 1458 el propio duque estableció en las
ordenanzas de su Casa que hubiera tres capitanes, a extinguir uno de ellos, y cien archeros
que servirían en dos tandas31. Esta cifra se incrementó notablemente con su hijo, Carlos
el Temerario, hasta superar los ciento cincuenta efectivos, algo derivado de conservar aún
las guardas el carácter militar propio de las medievales32. Sin embargo, desde Maximilia-
no el número de soldados se redujo, tendencia que también se mantendría con Felipe el
Hermoso.
Esta no fue la única guarda que tuvieron los duques de Borgoña, ya que junto a ella
serviría la de alabarderos u hommes d’armes, de la cual también desconocemos su fecha de
creación. La primera referencia que tenemos de ella es de 1473 donde Carlos el Temera-
rio, siguiendo ese incremento en el número de guardas, tenía una unidad compuesta por
ciento veintiséis hombres que portaban alabarda en lugar de la cuchilla que llevaban los
archeros. Su número también se vería reducido en los años siguientes hasta el acceso de
Felipe el Hermoso al poder, que racionalizó los efectivos al hacerles servir todo el año en
lugar de por semestres.
Por otro lado, el propio Carlos el Temerario creó en 1474 el cuerpo de los guardas
ingleses compuesto por setecientos veinte archeros y doce capitanes, estando encargados
los nobles de armar a unos ciento ocho deceneros encargados de asistir personalmente al
duque. El número era tan elevado por dos cuestiones fundamentales, el temor que Car-
los tenía ante los atentados y su pretensión de hacer cada vez más inaccesible el acceso a
su persona, para lo cual debía separarse de sus vasallos. Junto con el resto de cuerpos de
guarda acompañó al soberano en sus batallas por el norte de Europa, desapareciendo la
unidad con Maximiliano I.
Por último, la unidad de los Escuyers de la Garde tuvo también una corta vida y su
principal función, además de la militar y de la ceremonial, fue la de integradora de las
élites, pues debía estar compuesta por nobles.

31
“Ordenanzas de la Casa del Señor D. Felipe de Borgoña el 31 de diciembre de 1458”, copia en castellano, s.d.,
BPRM, 11/828, pp. 74-75. Hay que tener las oportunas reservas al ser una copia tardía y traducida.
32
Sobre la evolución de la guarda de los duques de Borgoña, H. Cools, “The Burgundian-Habsburg Court as
a Military Institution from Charles the Bold to Philip II”, en S. Gunn y A. Janse (eds.), The Court as a Stage.
England and the Low Countries in the later middle ages, Londres, 2006, pp. 156-168. Además, la pequeña refer-
encia de Ch. Brusten en su artículo “L’Armée bourguignonne de 1465 à 1477”, Revue Internationale d’histoire
militaire, 20 (1959), p. 461.

– 238 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

La incorporación de la Guarda de archeros de Corps a la Monarquía Hispana:


sus funciones primigenias

Como hemos visto, Felipe el Hermoso disponía de varios cuerpos de guarda, siendo
los Archeros de Corps el más importante, ya que era el propio archiduque el que elegía a
sus miembros y los hacía asentar en los Acroys33 a medida que los iba admitiendo. Esta úl-
tima costumbre se trasladaría posteriormente a la Casa Real Hispana, lo que se convertiría
en uno de los privilegios de la Guarda de Corps, pues ni la guarda española ni la tudesca
ni, por supuesto, los monteros de Espinosa lo tendrían.
Varios autores defienden que la incorporación de la unidad a la Casa Real de Castilla
se produjo tras el matrimonio de Felipe I y Juana I en 149634, pero no es cierto. Si lo es,
sin embargo, que su relación se iría haciendo cada vez más estrecha y se uniría a la misma
con la venida de ambos soberanos a la península ibérica para jurar como herederos de
las coronas castellana y aragonesa tras la muerte del príncipe Juan. En concreto, el 22 de
mayo de 150235, cuando se aceptó que entrara en la nómina de la Corona la compañía
que les escoltara desde Flandes, cuyos capitanes eran Rodick o Rodríguez, bastardo de
Antoine de Lalaing36, y Claude de Salins, que cobraban a razón de veinticuatro sueldos. Se
discrepa también sobre el número de “archeros de la cuchilla” que hicieron aquel viaje37; se
han citado cien y ciento cincuenta, pero, sin embargo, el número exacto fue de cuarenta,
con doce gajes de sueldo38. La guarda tenía también un capellán, Pierre le Barbier, a razón
de 4 sueldos. Dicho viaje no fue realizado por la guarda de alabarderos, que permaneció
en Flandes, pero esto se suplió en 1504 con la unión a la Casa de la guarda amarilla o de

33
También conocidos como escroes o acroez, serían los libros donde el greffier asentaba los nombres, salarios y
raciones ordinarias de todos los oficiales y se guardaban en el Bureo (R. Domínguez Casas, Arte y etiqueta,
pp. 563-564).
34
D. de Soto y Aguilar, Tratado sobre las Guardas Españolas amarilla, vieja y a caballo desde Fernando el Católico
hasta Felipe IV, s.d. (hacia 1663), BNM, Ms. 2047, f. 21 v. o S.M. de Soto, Memorias para la historia de las
tropas..., p. 71.
35
Como defienden S.M. de Soto, Historia orgánica de las armas de infantería y caballería españolas, desde la
creación del ejército permanente hasta el día, Madrid, 1851, t. II, p. 519 (rectificando su opinión anterior); J.
de Sotto Montes, Síntesis histórica de la caballería española, Madrid, 1968, p. 221; A. de Carlos, “Guardias
palacianas y escoltas reales. Desde la antigüedad hasta los Borbones”, en Reales Sitios, 55 (1978), p. 30 y J.M.
Bueno Carrera, Guardias reales de España: desde los Reyes Católicos hasta Juan Carlos I, Madrid, 1989, p. 7.
36
Este noble flamenco perdió su condición de capitán de la guarda tras mantener un duelo con Jehan de Mar-
tegny, eschançon de la Casa de Felipe y Juana, el 7 de septiembre de 1502. El 23 de septiembre se confirmó la
expulsión, aunque se le devolvió el puesto en Calatayud el 21 de octubre de ese mismo año (L.-P. Gachard,
Collection des voyages des souverains des Pays-Bas, Bruselas, 1876, t. I, p. 367).
37
En los años anteriores fue variando el número de integrantes de la guarda de Felipe I, aunque siempre eran
en torno a 30 como el 1 de febrero de 1499 en que había 32 más el capellán Barbier (AGR, Audience, reg. 22,
ff. 122 v.-123 v.).
38
L.-P. Gachard, Collection des voyages, t. I, pp. 367-368, donde encontramos el “roolo” completo de la guarda
en ese viaje. “Roolo” es la castellanización de la palabra francesa Rôle o Rolle, que significa nómina o lista, y
que en la Guarda de Corps sería el listado donde se apuntaba por tercios de año a los archeros que habían
servido para que se les abonaran sus gajes.

– 239 –
José Eloy Hortal Muñoz

alabarderos españoles y en 1519 con la creación por Carlos V de la guarda tudesca o alema-
na de alabarderos tras la elección imperial39.
Es en ese momento cuando quedaría fijado definitivamente el modelo de guarda que
iba a tener la Monarquía y que se prolongaría hasta la llegada de los Borbones. Este habla-
ba de la existencia de una Guarda Real en su conjunto compuesta por tres partes: la Guar-
da de Archeros de Corps, la guarda española, formada a su vez por la guarda amarilla, la
vieja (aunque esta sección no apareció hasta comienzos de la década de los treinta) y la de
a caballo, y la guarda alemana o tudesca. Los monteros de Espinosa también se incluyeron
dentro de esa guarda real pero con unas características propias que la diferenciaron de la
evolución de las otras tres. Por supuesto, el proceso vital de esta sección de la Casa trans-
curriría ligado a la evolución general del resto del servicio del emperador, que se basaba
en la existencia de forma separada, pero con relaciones recíprocas, de espacios cortesanos
propios de cada estado dinástico aunque con preponderancia del ceremonial borgoñón.
Las guardas representan como ninguna otra sección de la Casa este hecho, pues coexisti-
rían un cuerpo flamenco junto a otro alemán, otro español y uno propiamente castellano.
Esto nos indica que aunque en la Monarquía Hispana se siguieran los modelos borgoñón
y francés de guarda, tendría sus características propias derivadas de la especial idiosincrasia
de la Casa del emperador.
Una vez formado ese modelo, quedaba por dilucidar qué funciones debía cumplir
cada uno de los diferentes cuerpos. Así, la Noble Guarda de Archeros de Corps se iba a
encargar de cumplir principalmente tres durante estos primeros momentos.
La primera de ellas era, por supuesto, la de ocuparse de la defensa e integridad de la
persona real y, en este caso, solo de ella, ya que del cuidado de otros miembros de la fami-
lia real como infantes y reinas se iban a ocupar las guardas tudesca y española en un prin-
cipio y, tras su aparición, la Guarda Vieja, sección de esta última40. Esta labor fue siempre
desempeñada por la guarda del rey, ya que el único miembro de la familia real residente
en la Corte que tuvo cuerpos propios de guarda fue Felipe II siendo aún príncipe, con el
consiguiente problema que se originó al subir al trono, ya que se tuvieron que fusionar
su guarda y la de su padre, Carlos V, quedando muchos de sus miembros fuera de esta
unificación, con las consiguientes protestas41. Desde ese momento, se decidió que ese des-
doblamiento no se iba a volver a producir, medida que fue favorecida por la decisión de
establecer de manera permanente la capital en Madrid en 1561 y la consiguiente reducción
de las jornadas reales fuera de Castilla con respecto a las que había llevado a cabo Carlos V.
En efecto, el emperador realizó constantes viajes a lo largo de sus territorios y por las
guerras europeas y únicamente la Guarda de Corps acompañó en todas y cada una de las

39
Así lo aseveran D. de Soto y Aguilar, Tratado, f. 22 r.; S.M. de Soto, Memorias para la historia de las tropas...,
p. 78; A. de Carlos, “Guardias palacianas”, p. 36 o J.M. Bueno Carrera, Guardias reales, p. 9.
40
Según D. de Soto y Aguilar, Tratado, f. 20 v., “La Guarda Vieja es un receptáculo o enfermería de la Guardia,
ésta se constituyó por el señor emperador Carlos quinto para que los enfermos, que empedidos de la Guarda
fuesen reservados, en ella sirven de ordinario a los Ynfantes de Castilla poniéndoles cassa”.
41
Los componentes de esta guarda en J. Martínez Millán (ed.), La Corte de Carlos V, vol. V, pp. 114-115.

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La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

ocasiones al soberano, haciéndolo las otras guardas en contadas ocasiones42. Este acom-
pañamiento conllevaba que la unidad tuviera que estar presente en el campo de batalla
cuando su señor lo estuviera, pero la ocupación militar del cuerpo no fue, ni mucho
menos, primordial43.
Esta función de cuidado de las personas reales fue perdiendo relevancia con el paso del
tiempo, debido fundamentalmente a tres motivos. El primero fue el señalado descenso
del número de jornadas reales. En segundo lugar, la presencia en los campos de batalla de
los monarcas, después de la de Felipe II en San Quintín en 1557, fue casi testimonial tras
la sustitución del ideal de rey –caballero por el de rey-cortesano –aunque los guardas pu-
dieran acudir a las mismas a título particular– y solo Felipe IV, durante las guerras en Ca-
taluña en la década de 1640, estuvo cerca de uno de ellos. Por último, aunque hubo varios
planes para atentar contra Felipe II y alguno de sus sucesores44, el carácter disuasorio de
las guardas y el alejamiento ceremonial del monarca de sus súbditos, impidieron que las
intentonas estuvieran tan cerca de prosperar como las que tuvieron lugar durante el reina-
do de los Reyes Católicos. En función de ello, el cuidado de la persona real fue pasando
a un segundo plano con el transcurrir del tiempo, en detrimento de la asunción de otras
obligaciones que habían surgido dentro de la Casa Real tras su espectacular crecimiento.
La segunda función de la Guarda de Corps sería su participación en el complejo entra-
mado que suponía la aparición pública del monarca, tanto dentro como fuera del entorno
cortesano. Aunque la sección de la Casa que más se ocupaba de la apostura exterior del
príncipe y de su imagen en el espacio público era la caballeriza, la guarda real ocupaba un
lugar privilegiado en estas apariciones que, por otro lado, eran fundamentales para la ima-
gen del príncipe porque la mayor parte de las Etiquetas y ceremonias en las que intervenía
el rey eran invisibles a los ojos de los vasallos. Así, cuando el monarca salía fuera de palacio
cabía la posibilidad de contemplar al soberano en toda su apostura y majestad mientras
representaba la imagen que se quería dar de manifestación de su riqueza, la sacralización
de su figura y la distancia que le separaba de sus vasallos. Esta mise en scène en las diferen-
tes ceremonias públicas como jura de herederos, procesiones, recepción de embajadores…
42
Un ejemplo lo encontramos cuando Carlos V se disponía a viajar a Italia a su coronación imperial en 1529
y albergó ciertas dudas sobre la conveniencia de incluir en su séquito a la guarda española. Únicamente la
importancia cortesana de su capitán, don Juan de Zúñiga, permitió cambiar la opinión del César, en lo que
constituyó una temprana muestra de la utilidad del oficio si se tenía la habilidad necesaria para explotarlo
(C.J. de Carlos Morales, “La evolución de la Casa de Borgoña y su hispanización”, en J. Martínez Millán
(ed.), La Corte de Carlos V, t. II, pp. 67-68).
43
Como podemos atestiguar en las memorias de un archero como Fery de Guyon, que solo menciona esas
actividades durante la Jornada a Túnez, cuando sirvió en el cuerpo de 1539 a 1546 (F. de Guyon, Mémoires de
Fery de Guyon, écuyer, bailly général d’anchin et de Pesquencourt avec un Commentaire Historique et une notice
sur la vie de l’auteur par A.L.P. de Robaulx de Soumoy, Bruselas, 1858).
44
Geoffrey Parker en su La gran estrategia de Felipe II, Madrid, 1998 (traducción del original en inglés de
Yale, The world is not enough. The grand strategy of Philip II), p. 55, n.o 9, señala la existencia de 7 intentos de
asesinato contra el Rey Prudente: el primero de dos flamencos en 1567, el segundo de un veneciano en 1568,
el tercero de W. Cecil en 1569, el cuarto de tres franceses en 1571, el quinto en un atentado en Lisboa en 1581,
el sexto de otro francés en marzo de 1583 y el séptimo de una mujer portuguesa en 1586. Posteriormente,
Felipe IV también sufriría alguna tentativa. Resulta sorprendente como los guardas en sus numerosos memo-
riales y crónicas no hacen mención a ninguno de estos sucesos.

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José Eloy Hortal Muñoz

ponía de manifiesto el esplendor de la Corte y, sobre todo, el poder del príncipe45. Esta
función, sin duda, fue adquiriendo una gran significación durante la Edad Moderna en
todas las monarquías y, como no podía ser menos, también en la más poderosa del mun-
do, que se rendiría al influjo borgoñón.
La Etiqueta de los duques de Borgoña, considerada la más refinada de Europa, tendría
sus primeros contactos con la Casa Real Hispana tras los dos viajes de Felipe el Hermoso
a Castilla de 1502-1503 y 1506 y el del príncipe don Carlos de 1517 a 1520. Poco a poco se
acabaría imponiendo en los usos diarios y extraordinarios de la Corte Hispana46, aunque
la facción cortesana que apoyaba su aplicación tuvo que mantener una dura pugna con
aquellos que defendían el más austero ceremonial castellano, así como hacer frente a la
hispanización que fue sufriendo la Casa de Borgoña a lo largo del reinado del empera-
dor con la introducción de hispanos en la misma, incluida la guarda española que había
pertenecido con anterioridad a la Casa de Castilla47. La consolidación plena de dicho
ceremonial no llegaría hasta 1548.
No es nuestra intención analizar las Etiquetas en relación a las guardas de forma con-
cienzuda, lo que dejamos para una ulterior ocasión por falta de espacio y por la compleji-
dad de las mismas al ser un elemento mutable según las ocasiones y que el monarca podía
alterar a su antojo. Sin embargo, si queremos constatar como la Guarda de Corps, por
la adopción del modelo borgoñón y por esa propia condición de Guarda del Cuerpo del
soberano, se convertiría, al igual que las francesas, en la unidad más importante en el cere-
monial y en la Etiqueta, con el prestigio evidente que eso suponía para un cuerpo de esta
índole y sus integrantes. Sin embargo, para alcanzar dicha condición tuvo que enfrentarse
con otros cuerpos de guarda, lucha que podemos inscribir en ese marco de la pugna que
estaban manteniendo las dos formas de concebir las apariciones públicas del monarca.
Veamos algunos de los hitos que jalonaron este proceso.
“La cercanía al rey determinaba la relevancia de cada cuerpo dentro de la Casa Real”48.
Esta premisa marcaba la importancia de cada guarda y, especialmente, de sus capitanes
y tenientes dentro de la Etiqueta, de modo que los conflictos más importantes tuvieron
lugar por conseguir la máxima proximidad con el monarca. Sin embargo, antes de abor-
dar el desarrollo de esos conflictos, se hace necesario saber cuales eran los usos que con-
templaba la Etiqueta de Borgoña para con la Guarda de Corps. Para ello disponemos de
los apuntamientos que Felipe I dio a la unidad, junto a la de alabarderos, ante el Bureo

45
Las propias guardas lo pusieron de manifiesto en un memorial del 15 de diciembre de 1626 que enviaron al
monarca para que se les abonaran los gajes debidos (AGP, SH, caja 181), “Lo que más se representa a los ojos
de los yentes y venientes en las Cortes Reales es el exterior de las guardas que según ellas lucen, así miden la
grandeza de los reyes”.
46
Sobre este proceso, J. Martínez Millán, “El control de las normas cortesanas y la elaboración de la pragmá-
tica de cortesías (1586)”, en Edad de Oro, xviii (1999), pp. 108-110.
47
C.J. de Carlos Morales, “La evolución de la Casa de Borgoña”, pp. 67-77.
48
F. Andújar Castillo, “Élites de poder militar: las guardias reales en el s. xviii”, en J.L. Castellano, J.-P. Dedieu
y M.V. López Cordón, La pluma, la mitra y la espada, Madrid, 2000, p. 67.

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La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

de su Casa el 1 de febrero del año 1500 en Gante49. Este documento es de gran impor-
tancia, pues carecemos de ordenanzas y textos de reglamentación de la Guarda de Corps
hasta 158950, ya que el texto del greffier Sigoney que hace referencia a la forma de servir
durante el reinado de Carlos V51 no puede ser tomado como tal52.
En dichos apuntamientos, además de fijar el número de capitanes, dos que servirían
por semestres, y archeros, treinta, y sus gajes, dieciocho sueldos al día para los primeros y
nueve para los segundos, el archiduque procuraba determinar las competencias jurisdic-
cionales. Así, los capitanes estaban supeditados a la jurisdicción del Grand Maître d’Hôtel
y del Bureo, última instancia de apelación, pero tenían la primera instancia en los delitos
cometidos por los archeros, que debían someterse a sus órdenes para el servicio del archi-
duque so pena de ser castigados o borrados de los Acroys. Igualmente, se determinaba el
ceremonial diario que debían cumplir las guardas; todas las mañanas tanto los archeros
como los alabarderos debían presentarse en palacio antes de que se levantara el soberano
para esperarle en una sala propuesta por alguno de los mayordomos hasta que abandona-
ra sus aposentos. Una vez que el archiduque salía de la habitación, se dirigía a la capilla
junto a una procesión de cortesanos cuyo orden de marcha se estipulaba perfectamente.
Los alabarderos debían formar dos filas en el corredor, por donde pasaría el soberano y
la procesión, mientras que los archeros cerrarían la marcha justo detrás del archiduque,
ratificando su condición de Guarda de Corps. Las dos unidades no abandonarían el re-
cinto palacial hasta que el archiduque comenzara a comer, acompañando en ese momento
a los capitanes fuera de palacio si no había otra orden de los mayordomos. Por la noche
debían retornar para hacer guarda ordinaria delante de la cámara del príncipe y ponerse a
las órdenes del Grand et premier chambellan o primer camarero. En casos extraordinarios
se estipulaba que también camareros y gentilhombres de cualquier estado debían apoyar
esas labores de vigilancia.
Para imponer estas premisas, como ya hemos apuntado, la Guarda de Corps tuvo que
enfrentarse al resto de cuerpos de guarda, resultando claramente vencedor en esa dinámi-
ca. Poco a poco, la unidad fue imponiendo su supremacía mientras las guardas española y
alemana quedaron relegadas a compartir espacios secundarios en las apariciones del prín-
cipe. Los monteros de Espinosa, por su parte, debido a su peculiar idiosincrasia, apenas
49
Estos se encuentran, junto a un roolo de los archeros y de los alabarderos de ese momento, traducidos al
castellano, aunque con algunas lagunas en el texto, en AGR, Audience, reg. 22, ff. 133 r.-135 v. y en francés
en el mismo registro en los ff. 122 v.-124 v. (Rafael Domínguez Casas la comenta en Arte y etiqueta, p. 612).
Aunque los documentos aparecen fechados en 1499, Domínguez Casas defiende que eran del año posterior.
50
Publicadas en J. Martínez Millán y S. Fernández Conti (eds.), La monarquía de Felipe II, vol. II, pp. 830-
832. Para un análisis pormenorizado de estas ordenanzas, así como de las de 1626 y 1634, E. Martínez Ruiz,
“Presencia de Borgoña y de los Países Bajos en la Corte madrileña: la compañía de archeros de la Guarda de
Corps (1589-1635 aprox.)”, en Madrid, revista de arte, geografía e historia, 5 (2002), pp. 52-64.
51
“Relación de la forma de servir que se tenía en la Casa del Emperador Don Carlos nuestro señor, que aya
gloria, el año de 1545 y se avuía tenido algunos años antes, e del partido que se daua a cada uno de los criados
de su Majestat que se contauan por los libros del bureo”, publicado en J. Martínez Millán (ed.), La Corte de
Carlos V, vol. V, pp. 203-205.
52
Algo que sí hacen F. Navarro, C. Morterero y G. de Porras y Rodríguez, Catálogo de la noble guardia de
archeros de Corps. La prueba nobiliaria en los archeros de la noble Guardia de Corps, Madrid, 1962, p. 1.

– 243 –
José Eloy Hortal Muñoz

tuvieron intervención en este proceso aunque el primer conflicto que tuvo la Guarda de
Corps con otro cuerpo fue, precisamente, con ellos y, curiosamente, fue el único en que
resultó derrotado.
Con la llegada a la península de Carlos I, los monteros de Espinosa se incorporaron a
su servicio pero el nuevo monarca, pese a jurar el 7 de febrero de 1518 que iba a respetar lo
establecido en las Cortes de 1511 por Fernando el Católico, intentó conceder a los archeros
de Corps algunas de las prerrogativas que se habían dado a los monteros en dicha reunión
en lo referente a la proximidad a la persona real y su cuidado durante la noche53. Los mon-
teros no se plegaron y el 12 de agosto de 1519 en Barcelona pidieron que el mayordomo
Juan de la Cueva hiciera información que dejara claro que tenían esas atribuciones. Así
fue y el mayordomo confirmó dichas prerrogativas, ratificando Carlos V sus derechos en
la Coruña el 16 de mayo de 1520 y quedando, desde ese momento, fuera de la lucha por
una mejor posición en la Etiqueta54.
Pese a este primer revés, la Guarda de Corps fue consolidando una posición pre-
eminente en la comitiva real, la de la retaguardia y marchando en forma de media luna,
mientras que la guarda española y la alemana o tudesca se colocarían a derecha e izqui-
erda respectivamente55, trocando la situación con respecto al soberano a la vuelta56. Ya
habíamos observado esta disposición en la guarda de Felipe el Hermoso, alabarderos a
los lados y archeros detrás, y aunque las unidades de alabarderos española y tudesca no
se mostraron muy de acuerdo con esta distribución tuvieron que acatarla y pugnar entre
ellas por una mejor situación cuando la Guarda de Corps no estaba presente, aunque
haciendo frente común contra ella cuando veían algún resquicio.
Así sucedería en 1561, cuando pretendieron discutir la hegemonía de los archeros en la
colocación durante la custodia nocturna57. En concreto, la contienda se suscitó el viernes
7 de noviembre y los archeros argumentaron que desde Augusta en 1550, y al igual que

53
P. de la Escalera Guevara, Origen de los monteros de Espinosa, su calidad, exercicio, preheminencias, y exemp-
ciones, Madrid, 1632 (hay reedición de 1735 con un añadido de monteros desde 1632 hasta 1735), pp. 150-158;
J. del Castillo y Soriano, “Los monteros de Espinosa”, en La Ilustración española, 1 (1877), pp. 15-16; R. de
Pereda y Merino, Los monteros de Espinosa, Madrid, 1917, pp. 239-240 y F. Sánchez-Moreno del Moral, Los
leales monteros de Espinosa, Burgos, 1992, p. 185.
54
P. de la Escalera Guevara, Origen de los monteros de Espinosa, pp. 156-158 y R. de Pereda y Merino, Los mon-
teros de Espinosa, pp. 239-240.
55
Así consta, entre otros testimonios, en la descripción del entierro de Felipe II que aparece en D. de Soto
y Aguilar, Tratado, f. 39 r.-v. “Iba descubierto luego su Majestad llevándole en medio las guardias española
y alemana desde el estribo adelante la española por la mano derecha y la alemana por la izquierda, calzas y
ropilla de paño negro, los archeros a caballo con sus casacas de paño negro sobre las armas, morriones negros
y los penachos también iban por ambas partes desde los estribos o ancas del caballo atrás en forma de media
luna, llevando en medio los gentileshombres de la Cámara y consejeros de estado”.
56
Como podemos observar en las Etiquetas de 1651 en que para la guarda española dice, “Siempre que esta
compañía salga de el cuerpo de guarda acompañando a su majestad, o quando bayan los soldados por el
cubierto de la vianda, han de llevar la mano derecha, porque no degen las armas de las manos volverán las
caras y sin trocar lugares, de manera que a la vuelta traigan la mano izquierda, y porque en las fiestas públicas
de la plaza, en sentándose su majestad, toman la mano derecha para salir a despejar, entrando su majestad
por la plaza le recivirán a la mano izquierda, que es conforme lo que se a acostumbrado hacer hasta ahora”, J.
Martínez Millán y S. Fernández Conti (eds.), La monarquía de Felipe II, vol. II, p. 888.
57
AGP, SH, caja 171.

– 244 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

en las salidas de palacio, su jergón se debía poner en el centro y frente a la puerta de la


saleta, mientras que los guardas españoles y alemanes se debían colocar en los laterales.
Desde entonces, los enfrentamientos habían sido resueltos de común acuerdo por los
tres capitanes, de forma diferente según fuera la disposición de la puerta, pero siempre a
favor de los archeros. Por el contrario, los guardas españoles y alemanes recordaban que
tensiones surgidas en 1550 y 1555 habían concluido con el reparto de ambos lados de la
entrada, uno para los archeros y otro para las otras dos guardas, que se habría observado
hasta ese momento en que los archeros impidieron a los alabarderos situarse al lado de la
puerta. De esta disputa salió nuevamente triunfadora la Guarda de Corps que, además,
dispondría de la llave durante las noches cuando estuviera presente su capitán, teniéndola
indistintamente el de la guarda española o el de la tudesca durante su ausencia.
De igual manera, también la ubicación en la capilla de las guardas y de sus capitanes
suscitó controversia, especialmente durante el comienzo de la década de los ochenta del
siglo xvi. Al igual que había sucedido con la ubicación de las guardas en las salidas en pú-
blico y durante la custodia nocturna, se decidió que la preferencia en la capilla se debía dar
a la Guarda de Corps; es decir, los archeros detrás del monarca y en las alas y por delante
las guardas española y alemana58. Así sucedería también durante las ceremonias, como en
el recibimiento de Emmanuel Filiberto de Saboya cuando vino a encontrarse con Catalina
Micaela para contraer matrimonio en 158559, o en batalla60.
Tras este proceso, nos encontramos con que a finales del reinado de Felipe II la preemi-
nencia ceremonial de la Guarda de Archeros de Corps frente al resto de cuerpos de guarda
estaba clara, lo que fue ratificado por las Etiquetas generales de 1651. Dicha tendencia con-
tinuaría hasta el final de la dinastía de los Austrias en España, aunque la pérdida de lustre
de la compañía, como veremos, fue restando paulatinamente esplendor a las apariciones
públicas del monarca.
Por último, la Guarda de Corps debía servir como espacio integrador de las élites te-
rritoriales flamencas en la Casa Real. Aunque no tenemos constancia de unas ordenanzas
que clarificaran los requisitos necesarios para entrar en el cuerpo hasta las de 1589, estas
debían ratificar lo que se había venido usando hasta ese momento. En concreto, los ar-
cheros debían ser “nobles vasallos nuestros originarios de nuestros Estados de los Payses
Bajos y Condado de Borgoña y si aconteciere que alguno de los que pretenden plaça en
la dicha compañía no fuese noble, siendo hijo de padres honrados, y sin nota de infamia,
dispensamos a que sea admitido habiéndonos primero servido por lo menos seis años en
la guerra”. Además, “Que de aquí adelante no sea admitido en la dicha Compañía ningún
oficial mecánico, o vil, y se procurará todo lo posible, que los que se recibieran demás de

58
J. Martínez Millán, “El control de las normas cortesanas”, pp. 107-108.
59
H. Cock, en A. Morel-Fatio y A. Rodríguez Villa (eds.), Relación del viaje hecho por Felipe II en 1585, a Za-
ragoza, Barcelona y Valencia, p. 45.
60
La guarda tudesca debía “Marchando El Rey con exército formado será su puesto en la batalla donde fuera
la persona y el guión, tomando el costado izquierdo” como consta en AGP, SH, caja 49/2, Constituciones de
la compañía de tudescos de la Guarda de la persona Real de Castilla, f. 73.

– 245 –
José Eloy Hortal Muñoz

las calidades arriba dichas, sean de buena presencia, sanos de miembros, y sin falta en sus
cuerpos, ni cobardes, ni ayan recibido afrenta alguna, y que sean de edad de veinte y cinco
a quarenta años”. Dichas condiciones se especificarían aún más en las nuevas instruccio-
nes de 162661, donde se añadió que los archeros debían saber las lenguas necesarias, no
ser herejes, no ser mercaderes, no estar casados sino honradamente, no haber servido en
la guerra contra la Monarquía y no ejercer como domésticos de otras personas mientras
estuvieran en la guarda. Por último, la edad de comienzo de servicio debía ser de 25 a 30
años. Estas condiciones, así como la nobleza de sangre, se debían comprobar mediante
una información similar a la que efectuaban los aspirantes a ocupar un hábito de las ór-
denes militares62. Sin embargo, ya las ordenanzas de 1589 no obviaban una realidad que
estaba asaltando la vida del cuerpo y que iba a tomar un cariz mucho más preocupante
en reinados posteriores, la pérdida de lustre y de condición social de los miembros de la
guarda63. Sin embargo, esto no siempre había sido así.
Es de sobras conocido que el apogeo de la presencia de flamencos dentro de las Casas
Reales tuvo lugar durante el reinado de Carlos V, debido a las especiales circunstancias del
mismo y a su habilidad para integrar a las diferentes elites territoriales en su servicio. Así,
la Guarda de Corps se iba a unir a otras secciones de la Casa como capilla, cámara, caba-
lleriza... en la integración de las familias flamencas más importantes en el servicio al mo-
narca con una gran diferencia; nunca se contempló la entrada en la misma de capitanes,
tenientes o archeros hispanos, pese a las diferentes “castellanizaciones” que se produjeron
en la Casa de Borgoña y que afectaron a otras partes de la misma como a gentilhombres,
camareros, porteros o aposentadores64. Así, la propia existencia de la unidad iba a garanti-
zar la presencia en la Corte de un elevado número de nobles y gentilhombres flamencos.
En concreto, la configuración del número de integrantes de la guarda se fue gestando
durante todo el siglo xvi y su evolución se puede observar en el siguiente cuadro:

61
Estas ordenanzas, tanto en francés como en español, en AGP, SH, caja 168. Otra copia en BNM, Ms. 18.722,
f. 15.
62
Hay numerosos ejemplos de estas limpiezas en los expedientes personales de los archeros en ibidem, cajas
162-168.
63
En concreto, trata el asunto en su artículo 11, “Y porque entre los cien Archeros que ay de presente en la
dicha guarda, ay algunos que no tienen las calidades que se requieren, mirar se ha en que poderles ocupar
para acomodarlos fuera de la dicha Compañía, en la qual es nuestra voluntad, que se reciba de nuevo Archero
alguno que no tenga las calidades y partes arriva dichas, y que preceda siempre la información dicha”.
64
C.J. de Carlos Morales, “Las reformas de las casas reales en 1522-1525”, en J. Martínez Millán (ed.), La Corte
de Carlos V, vol. I, p. 233.

– 246 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

Tabla 1. Evolución del número de integrantes de la Guarda de Archeros de


Corps65
Año
Oficio1
1515 1517 1543 1598 1621
Capitanes 2 1 1 1 1
Teniente 0 0 1 1 1
Furrier 1 1 1 1 1
Capellán 1 1 1 1 1
Archeros 50 100 100 100 100
Reservados 10 0 0 16 30
Trompetas 0 0 1 2 2

1
Además de los oficios reseñados, en diversos momentos de la vida de la unidad aparecieron otros
oficios menores como los de atabalero, herrador, sillero-guarnicionero, mozo o comisario.

Esto no siempre había sido así y podemos considerar la existencia de tres periodos en
la historia de la guarda, en cuanto a la extracción social y nacional de sus miembros: un
primer periodo en que fue integradora de las élites flamencas desde su incorporación a
la Casa Real Hispana hasta los primeros años del reinado de Felipe II (1502-ca. 1560), un
segundo periodo, en que la guarda se erigió como representante de la nación flamenca en
la Corte (ca. 1560-ca. 1640) y, por último, un tercer periodo de decadencia y “extranjeri-
zación” de la unidad (ca. 1640-1704).
Sin duda, el conocimiento de los integrantes de la guarda durante el reinado de Car-
los V es mucho más complicado que para los años posteriores al no conservarse más
que roolos sueltos66, mientras que desde 1553 en adelante se conservan prácticamente ín-
tegros67. Sin embargo, podemos considerar que, en general, la condición social de los
65
Elaboración propia. Datos de 1515 tomados de la “Etiqueta de la Casa del Señor Emperador Carlo Quinto
dada por su Majestad siendo Príncipe en el año de 1515, traducida del original francés firmado de su mano
que con esto se entregó a su Majestad”, publicada en ibidem, vol. V, p. 161, los de 1517 de L.-P. Gachard,
Collection des voyages, vol. II, pp. 509-510, los de 1543 del “Roolle des seigneurs, gentilzhommes, officiers et
autres persones qui estoient competes par les escroez de la maison de l’empereur Charles Cinquieme de ce
nom, Roy des espaignes, Archiduc d’Austrice, duc et conte de Bourgoingne, etc. Le premier jour de janvier
XVCXLIII, et de ceulx qui ont estez depuis receuz, et aussi cessez, fut par mort ou autrement jusques au
jour” publicado en J. Martínez Millán (ed.), La Corte de Carlos V, vol. V, pp. 248-250 y los de 1598 y 1621
de AGP, Reg. 5730.
66
Así, los publicados por L.-P. Gachard en su Collection des voyages, de 1517 (vol. II, pp. 509-510), 1521 (vol. II,
pp. 517-518) y 1534 (vol. III, pp. 395-396) o su listado de lo que quedó a deber a personajes de la Casa desde
1520 a 1531, donde aparecen varios archeros (vol. III, pp. 313-314). De igual manera, se conserva el de 1523
(AGR, MD, 391/17), el del 24 de septiembre de 1532 (AGR, Audience, reg. 24) o desde 1543 hasta el final del
reinado de Carlos V en el “Roolle des seigneurs, gentilzhommes, officiers et autres persones...”, pp. 248-257.
67
Los roolos de la Guarda de Corps se encuentran en AGP, Reg. 5729 (abarca de 1553 a 1580), 5730 (1584-1621),
5731 (1622-1666) y 5732 (1666-1693). Los dos últimos contienen los roolos de casi todos los tercios de cada año
(aunque desde 1670 vendrían años enteros y no por tercios) pero en el primero faltan todos desde el último

– 247 –
José Eloy Hortal Muñoz

integrantes de la guarda durante este primer periodo fue mucho más elevada que en el
segundo aunque, por supuesto, esta dependía del cargo que ocuparan.
Así, por lo que respecta a los capitanes, cargo de una gran importancia en la Casa y en
la Etiqueta por lo que se antojaba como una apetecible prebenda, nos encontramos con
que con Felipe I fueron personajes nobles pero que no pertenecían a las familias de mayor
alcurnia de Flandes y tampoco gozaban de una gran importancia política como fue el caso
de Rodick, bastardo de Antoine de Lalaing, Claude de Salins o Louis de Vauldry. El pues-
to, sin embargo, se revalorizó con Carlos V, que nombró a algunos capitanes procedentes
de las grandes familias flamencas que además no eran segundones y que utilizaron en mu-
chas ocasiones el puesto como trampolín para su ulterior vida cortesana. Este fue el caso
de Maximiliano de Lannoy, el señor de Corrières o Charles de Brimeu, conde de Meg-
hem, aunque otros fueron de menor alcurnia como el señor de Habbarcq. Perteneciente
a una familia de menor entidad que los Brimeu o Lannoy era Philippe de Montmorency,
conde de Horn, que fue elegido por el emperador como capitán de la guarda del príncipe
Felipe y que continuó siéndolo cuando el príncipe se convirtió en rey, alcanzando, como
sabemos, una gran relevancia histórica tras su ajusticiamiento en 156868.
Por lo que respecta a los tenientes, desconocemos la fecha de creación de este cargo
y el primero del que tenemos constancia es el señor de Archmont, que lo fue durante la
capitanía del señor de Corrieres (1538-1549) aunque ignoramos en qué fecha69. Eran nobles
de segundo orden que gozaban del favor de los capitanes, como fue el caso de Guillaume
de Flory, teniente y “hechura” del conde de Meghem, o Louis de la Troillière, “hechura” del
conde de Egmond que le recomendó al de Horn. Sin duda alguna, era muy necesario que
tuvieran buena correspondencia con el capitán, ya que se encargaba del funcionamiento de
la unidad cuando este estaba ausente, pero al retirarse con Felipe II a los capitanes la po-
testad de nombrarlos se produjeron algunos enfrentamientos y pugnas entre ambos cargos.
En cuanto a los furrieres, su importancia durante el reinado de Carlos V fue muy
inferior a la que adquiriría posteriormente70. Aunque desconocemos sus funciones exactas
durante el reinado de Carlos V, debido a esa ausencia de textos normativos, estas estuvie-
ron vinculadas desde el principio a controlar el día a día de la guarda y a encargarse de esos
pequeños asuntos con los que no se “molestaba” al capitán y, posteriormente, al teniente.
Entre estas cabe destacar la de pasar revista a los archeros, sus vestimentas y enseres, infor-
mar a sus superiores de las faltas en el servicio, alojarles en el cuartel que le indicaran los

tercio de 1575 hasta el segundo de 1580 y el segundo comienza en el último tercio de 1584, faltando también
todos los roolos desde el segundo tercio de 1586 hasta el primero de 1591.
68
Sobre los capitanes de la Guarda de Corps de los Austrias, sus biografías e influencia en la guarda, ver nues-
tro artículo “Una élite flamenca en el servicio del monarca: los capitanes de la guarda de archeros de Corps”
en E. Soria Mesa y J.M. Delgado Barrado (eds.), Las élites en la época moderna. La Monarquía Española,
Córdoba, 2009, vol. III, Economía y poder, pp. 107-124.
69
AGS, SP, leg. 2539, s.f.
70
Sobre el oficio de furrier véase nuestro artículo “El uso de las guardas reales como posibilidad de medro
familiar: los Wissenacken y la guarda de archero de Corps”, en J. J. Bravo Caro y S. Villas Tinoco (eds.),
Tradición versus innovación en la España Moderna, Málaga, 2009, vol. II, pp. 669-687.

– 248 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

aposentadores e, incluso, ejercer como escribano y secretario de la guarda. Sin embargo,


no sería hasta finales del siglo xvi cuando se potenciaría su cargo y se especificaran sus
funciones, en concreto durante las capitanías del I conde de Solre y del V marqués de Fal-
ces. En estos primeros momentos apenas se diferenciaban de sus compañeros ya que ves-
tían igual que ellos, cobraban sus mismos gajes, que de las nueve placas iniciales pasaron
a doce en 1545 y a 18 en 1598, y debían cumplir los mismos requisitos para ingresar en la
guarda que el resto. Todos los poseedores del cargo tuvieron en común que eran nombra-
dos ex profeso para ejercerlo y provenían de fuera de la propia guarda, algo que cambiaría
durante el reinado siguiente cuando serían antiguos archeros los que ocuparan el oficio.
Por lo que respecta a los capellanes, eran personajes de procedencia diversa aunque
nos consta que muchos de ellos pertenecieron previamente a la capilla borgoñona de
Carlos V y Felipe II como Jacques Alardi, capellán des basses messes de la petite chappelle
del emperador, y Jehan Moufflin, que estuvo en el cargo más de treinta años desde que en
1554 entrara a servir en la guarda del príncipe Felipe.
Los archeros, por su parte, fueron los que más variarían su extracción social de un
momento a otro. Es difícil marcar una pauta general sobre su composición social durante
el primer periodo ante la escasez de fuentes pero, sin embargo, si hay algo que llama po-
derosamente la atención: el elevado número de hijos bastardos de familias nobles que in-
gresaron en el cuerpo71. Así, encontramos cerca de treinta durante el reinado de Carlos V,
lo que supone un número considerable teniendo en cuenta las lagunas temporales que
tenemos en la documentación. De esta manera, podemos deducir que la Guarda de Corps
se mostraba como una excelente salida para hidalgos, segundones y baja nobleza, como
fue también el caso del borgoñón señor de Montclaire, que podían medrar en el servicio
real a través de su servicio en esta compañía. Por supuesto, también era importante para
poder ingresar en la guarda contar con el beneplácito del capitán, que tenía la potestad de
poder elegir a los nuevos archeros, lo que les permitía disponer de una importante fuente
de prebendas para premiar a sus “hechuras”, o de algún poderoso cortesano que pudiera
impulsar su carrera72. En cuanto a su procedencia geográfica, nos encontramos con miem-
bros de todas y cada una de las xvii provincias, aunque era posible que se colara de forma
esporádica algún integrante de origen “extranjero” pero siempre de una categoría social no
desmerecedora de tan prestigioso cuerpo73.
Para impulsar la atracción de la hidalguía y nobleza flamenca hacia su ingreso en la
unidad y resaltar aún más su condición de primer cuerpo de guarda, Carlos V decidió
concederle un privilegio privativo de ella, como fue la creación del llamado Tour de Rolle,

71
Aunque a Gachard se le plantean dificultades pues en los roolos de 1517 y 1521 los denomina bastardos, mien-
tras en el de 1534 los identifica como barones. Nosotros nos inclinamos por la primera opción.
72
Como es el caso de Fery de Guyon, servidor de Luis de Praet.
73
Así aparecen, por ejemplo, los italianos Anthoine Vacquet, Michel Apuviyet, Moris de la Motte, Jacques
Pourat (nombres afrancesados), Mando de Saboya o Francisco de Gattinara o “Le breton”, conocido así en
la guarda por su origen.

– 249 –
José Eloy Hortal Muñoz

que debía servir para compensarles por sus servicios y que se unía al de ser la única guarda
que constaba en los Acroys.
El 1 de marzo de 1534 en Madrid, Antoine Perrenin, como secretario del Gran Consejo
de la Casa de Borgoña, firmaba un documento que no tendría parangón en otras guardas
europeas al ser el único que, de forma explícita, reservaba unos oficios del patrimonio
real en las xvii provincias para los archeros que se jubilaran o que retornaran a su tierra
natal, lo que podían hacer tras 10 años de servicio, y que recibirían à tour de rôle, es decir,
por turno o relevo según su orden de antigüedad74. El documento constaba de tres partes:
una primera con 123 oficios ordenados por provincias y que iban desde maestro de obras
de Hainaut a conserje de Douai, pasando por el de halconero de Holanda, una segunda
con listado de los archeros que sirvieran en ese momento ordenados por antigüedad en
el cuerpo e indicando su lugar de origen y una tercera donde el monarca explicaba los
motivos que le habían llevado a conceder este Tour de Rolle y cómo se debían ocupar los
oficios75. El documento, que mantuvo la misma estructura, se vio renovado en Augsburgo
el 1 de junio de 154876, en Madrid el 1 de septiembre de 156177 y en la misma ciudad el 8 de
septiembre de 159378. El motivo de estas sucesivas renovaciones fue el intrusismo que ha-
bía en el aprovechamiento de estos oficios y el poco respeto que tenían, en ocasiones, los
gobernadores de Flandes en la concesión de los mismos, pues los utilizaban en provecho
propio79. La Cesión de los Países Bajos, como veremos, paralizó el uso del Tour de Rolle, lo
que supuso una nueva merma en el atractivo de la guarda.
Sin duda, el panorama que se le presentaba a la Noble Guarda de Archeros de Corps
cuando Felipe II retornó a la Península en 1559 era halagüeño, pues cumplía sobrada-
mente con las tres funciones que se le habían asignado y representaba con dignidad al
monarca más poderoso del mundo. Sin embargo, diversos cambios y acontecimientos
que tuvieron lugar durante los siguientes años harían disminuir su prestigio y alterarían
su funcionamiento.

74
Se conserva en AGR, Audience, reg. 33/1, núm. 15 (minuta en sucio en el mismo registro núm. 13/1).
75
“Lesquelles provisions se feront selon lordre et par la maniere que seus presente. Assavoir que celluy de tous
le present officies qui premier escherra vacant sera pourveu et demourera au proffit du premier desdicts ar-
chiers nomme audict Rolle. Et sil avenoit que deux trois ou desdicts archiers premier nommes aura le choix,
et le second, troisieme ou quart de degue en degue jusques au nombre desdicts offices que seront vacquez,
dont chacun deulx sera pourveu respectivement et leur en seront despese a noz lesdicts patentes necessaires et
pertinentes. Item pour ce que la vacation desdicts offices pourront residon au tour de rol desdicts archiers qui
ne seront du pays, et ne pourront de servir tel office esistente, ou ne vouldrons resider audict lieu ou seront
lesdicts offices. Se le pourra changer outreung aultre que ung de nosdicts archiers. Auroit a ung plus propre
comme des conviendront entre eulx deux de mon bon grace et consentement”.
76
AGR, Audience, reg. 33/1, n.o. 14 y AGS, SP, leg. 2539, s.f. Un extracto del mismo en ibidem, leg. 2517, s.f.
77
AGR, Audience, reg. 33/1, n.o 16, AGS, SP, leg. 2539, s.f. y AGP, SH, caja 170 (es una copia del 26 de marzo
de 1635 hecha por el furrier Cornelis Luidinx).
78
AGR, Audience, reg. 33/1, núm. 17 y AGS, SP, leg. 2539, s.f.
79
Los sucesivos monarcas trataron de evitar este intrusismo e insistieron con una relativa periodicidad a los
gobernadores flamencos para que no lo consintieran. Encontramos numerosos ejemplos de estas misivas en
AGR, Audience, reg. 33/1 (p.e. a Mansfeld el 6 de septiembre de 1593 en el núm. 20) o en los libros 1444-1453
de AGP, SP (p.e. a Isabel Clara Eugenia el 4 de enero de 1628 en el libro 1445, ff. 52-53).

– 250 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

La incidencia de la Revuelta y de la Cesión de los Países Bajos:


pérdida de su función integradora de las élites y asunción
de la representación de la nación flamenca en la Corte

La abdicación del emperador del 25 de octubre de 1555 no supuso la disolución inme-


diata de su Casa de Borgoña, que siguió existiendo hasta junio de 1556. En ese momento
quedaban en la Guarda de Corps noventa archeros80, de los cuales solo 30 pasaron a la
guarda de Felipe II entre julio y agosto de 1556 y gracias a la mediación del nuevo empera-
dor, Fernando I, que los envió a su sobrino81. Por lo que respecta a los cargos, todos ellos,
incluido el capitán Charles de Brimeu, conde de Meghem, recibieron diversas mercedes
para compensar la pérdida del oficio, pues los mandos de la nueva guarda del rey proven-
drían de la Casa de Borgoña del príncipe Felipe.
De todos ellos, el que más nos interesa sería su capitán Philippe de Montmorency,
conde de Horn, capitán de la Guarda del Príncipe desde que don Felipe pasó por sus
tierras en Weert en 1549 y le ofreció el cargo que Montmorency aceptó. Tras escoltar a
don Felipe por sus diferentes viajes europeos, ejerció como plenipotenciario en las nego-
ciaciones del Tratado de Cateau-Cambresis en 1559 y acompañó al monarca a Castilla,
donde permanecería a su lado hasta que se estableció la capital en Madrid en 1561. El
motivo de su abandono de la Corte en otoño de ese año es muy clarificador, pues según
Geoffrey Parker se le había prometido ser superintendente para los asuntos de los Países
Bajos pero se dio cuenta de que se tomaban las decisiones importantes sin consultarle82.
Tras quejarse de la actuación de Granvela por acaparar los puestos y decisiones en Flandes,
se le permitió marchar a Bruselas pero, antes de partir, participó en la redacción del Tour
de Rolle y nombró como archero a su secretario Alonso de Laloo, que debía bregar por sus
gajes e informarle sobre todo lo que sucediera en la guarda y que estuvo a caballo entre
Flandes y Castilla hasta que el primer tercio de 1568 pidió permiso para dejar el oficio y
no volvió a servir como tal83. Como es bien sabido, las circunstancias hicieron que Horn
no retornara de Flandes y que acabara siendo ajusticiado junto al conde de Egmond el 5
de junio de 1568 tras su famosa participación en los comienzos de la Revuelta.
Esta ausencia de Horn supuso indudablemente el primer revés serio para la compañía
pues fue el inicio de una grave crisis del cargo de capitán que se prolongaría hasta 1588.
Así, tras decidirse su destitución en el cargo en 1567, se planteó la posibilidad de elegir a
uno nuevo pero la decisión final se postergó debido a la ausencia de la Corte madrileña

80
C.J. de Carlos Morales, “Los últimos años de las casas de Castilla y Borgoña del Emperador”, en J. Martínez
Millán (ed.), La Corte de Carlos V, vol. II, p. 264.
81
AGP, Reg. 5.729.
82
G. Parker, España y la rebelión de Flandes, Madrid, 1986 (traducción del original inglés), p. 51.
83
Sobre este personaje y su decurso posterior, R. Vermeir, De Hoge Raad voor de Nederlanden en Bourgondië
te Madrid onder Filips II (1588-1598) (tesina inédita, Universidad de Gante), 1990, pp. 112-115 y J. Martínez
Millán y C.J. de Carlos Morales (eds.), Felipe II (1527-1598). La configuración de la monarquía hispánica, Va-
lladolid, 1998, p. 415, así como L. Geevers, Gevallen vazallen. De integratie van Oranje, Egmont en Horn in de
Spaans-Habsburgse monarchie 1559-1567, Ámsterdam, 2008.

– 251 –
José Eloy Hortal Muñoz

del mayordomo mayor de la Casa de Borgoña de Felipe II, el duque de Alba, que se
encontraba en Flandes para tratar de sofocar la Revuelta84. Cuando el duque retornó a
Castilla en 1574 había caído en desgracia y tampoco pudo proceder al efecto. Este retraso,
unido al luctuoso suceso de la decapitación de Horn, llevó a que la figura del capitán
de la guarda de archeros de Corps quedara en entredicho y perdiera durante un tiempo
su prestigio. La Revuelta hacía muy difícil conseguir a hombres de confianza para que
ocuparan puesto tan insigne dentro del ceremonial y de la Casa Real, por lo que el cargo
quedó vacante hasta comienzos de 1588. Esta incertidumbre provocó un grave daño a la
compañía, que comenzaría a vivir un periodo de descontrol.
La crisis del cargo de capitán fue el primer síntoma de que algo no funcionaba y de
que la Revuelta iba a influir en el decurso vital de la unidad. En efecto, la misma se iba a
dejar sentir en la aceleración de un proceso que en el resto de secciones de la Casa Real no
se iba a producir hasta la década de los setenta: la pérdida de la función integradora de las
élites que había tenido con Carlos V y durante los primeros años de Felipe II.
El Rey Prudente había heredado una entidad política inédita y carente de estructuras
comunes, en la cual los diferentes territorios se veían privados de la presencia real de su
príncipe, máxime cuando Felipe II decidió situar definitivamente la capital en Madrid en
156185. Así, el rey decidió seguir el modelo de gobierno que había utilizado su padre con
éxito para mantener unidos todos esos reinos: integrar en su servicio a las élites territoriales
de sus diferentes dominios. Para ello pudo servirse, además, de otros servicios diferentes
a los suyos de Castilla y Borgoña, como fueron los de sus hermanos don Juan de Austria
y doña Juana, su hijo don Carlos, su mujer Isabel de Valois y los diferentes archiduques
que se vinieron a educar a Castilla. La ocupación de los cargos de estos servicios puede
explicarse a través de las pugnas faccionales, resultando que los principales oficios de las
Casas del rey fueron tomados por élites castellanas que propugnaban una hegemonía de lo
castellano en la Monarquía y la imposición de una intransigencia ideológica. Mientras, los
servicios de los demás miembros de la familia real quedaron para las facciones castellanas
y de otros reinos que no conectaban con las ideas que estos patrocinaban, pues defendían
una monarquía “compuesta” con mayor presencia de los reinos no castellanos y una ma-
yor condescendencia en lo religioso. Esa ruptura en el acceso de “extranjeros” a la fuente
de gracia, que era el monarca, y a los cargos relevantes en su servicio, provocaron malestar
entre algunos grupos que habían tenido acceso directo al emperador con anterioridad. Así
sucedería con la nobleza flamenca, que veía como descendía significativamente las posibi-
lidades de medro y de acceso a oficios palatinos, mientras se les exigía que contribuyeran
financieramente a sostener unas guerras que en muchas ocasiones les eran indiferentes e,
incluso, que ayudaran a mantener un sistema que les excluía. Sin duda, era muy difícil

84
Alba a Felipe II, 1 de septiembre de 1568, Epistolario del tercer Duque de Alba (ed. duque de Alba), Madrid,
1952, vol. II, p. 82.
85
Para este proceso, J. Martínez Millán, “La integración de las élites ciudadanas castellanas en la Monarquía
a través de la Casa Real”, en idem y S. Fernández Conti (eds.), La monarquía de Felipe II, vol. I, pp. 645-685.

– 252 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

gobernar sin la ayuda de esas élites86, y esa ruptura puede ser considerada como uno de los
motivos del comienzo de la Revuelta.
No es este el lugar adecuado para un estudio en profundidad de este fenómeno, pero
sí nos interesa resaltar cómo este proceso iba a influir en que comenzaran a tener menos
interés las élites flamencas en su integración en la Guarda de Archeros de Corps, debido a
que muchos nobles se posicionaron en contra del bando realista mientras que los afectos
tenían mejores perspectivas de medro y de obtención de mercedes en el ejército. Eso no
quita para considerar que hasta el final de la monarquía de los Austrias hispanos las dos
secciones de la Casa que integraron a mayor número de flamencos fueron la Capilla Real,
sobre todo en el sector musical, y, por supuesto, la guarda de archeros de Corps, pero el
lustre de la compañía y la extracción social de sus miembros comenzó a decaer. De este
modo, la unidad iría perdiendo paulatinamente su función integradora de las élites de los
Países Bajos, aunque capitanes y tenientes siguieron siendo nobles de cierta enjundia, para
pasar a desempeñar una nueva desde la década de los ochenta del siglo xvi, como sería la
de representación de la nación flamenca en la Corte de la Monarquía Hispana.
Como ya hemos señalado, su sola existencia garantizaba la presencia en la Corte de
un importante número de miembros de esta nación de forma constante. De esta manera,
pudieron convertirse muchas veces en aglutinante de su comunidad, en un momento en
que los diferentes grupos nacionales estaban creando nuevas formas de dejar patente su
presencia en la Corte. Así, las diferentes nacionalidades que convivían en Madrid comen-
zaron a sentir la necesidad de sentirse representadas y de tener algún sitio de reunión y
de encuentro con gente de su misma procedencia, algo que fue también fomentado por
la propia Corte. A raíz de estas inquietudes surgieron hospitales como el de San Pedro de
los Italianos (1598), San Andrés de los Flamencos (1605), San Antonio de los Portugueses
(1606), San Luis de los Franceses (1615), el Hospital Real de Nuestra Señora de Montserrat
de los Aragoneses (1617) o el Hospital y Colegio de los Irlandeses (1629), así como diferen-
tes cofradías como la de la propia Guarda de Corps87.
Así, la Guarda de Corps se convirtió en representante de su comunidad nacional en
la Corte, por lo que su configuración social comenzó a responder, asimismo, a la realidad
social de los flamencos en la misma. Las vías de acceso al cuerpo se fueron ampliando
con respecto a las que habían servido para el reinado de Carlos V, aunque otras como la

86
Como expresa H. Koenigsberger en su artículo “Patronage, Clientage and Elites in the Politics of Philip II,
Cardinal Granvelle and William of Orange”, en A. Maczak, Klientelsysteme im Europa der Frühen Neuzeit,
Oldenbourg, 1988, p. 128, “The government of Philip II in the Netherlands, like all early modern govern-
ments, depended ultimately on the co-operation of the local elites”.
87
Al igual que había sucedido con otras secciones de la Casa Real, los archeros fundaron su propia cofradía
que atendiera a los más desfavorecidos de la guarda y que ayudara a sus viudas cuando los archeros fallecieran.
La cofradía se fundó bajo la advocación de San Andrés, patrón de los flamencos, y aunque se desconoce su
fecha de creación sabemos que estaba funcionando en 1605. Sobre su evolución y fundamentos, F. y B. Vidal
Galache, Fundación Carlos de Amberes: historia del Hospital de San Andrés de los Flamencos, 1594-1994, Madrid,
1996, pp. 48-55 y nuestro artículo en prensa “Las guardas palatino-personales de Felipe III”.

– 253 –
José Eloy Hortal Muñoz

cercanía al capitán de la compañía continuaron existiendo88. De este modo, hubo nume-


rosos archeros que ingresaron provenientes del ejército89 y otros que lo hicieron por la
tradición familiar de servicio a la Monarquía90, habiendo sido este servicio algunas veces
en la propia guarda91 o en alguna de las Casas Reales92. De igual manera, la concesión del
oficio se convertiría en una forma de premiar a flamencos que hubieran realizado algún
servicio previo de importancia a la Monarquía y que gracias a esta merced conseguían su
entrada en la Casa Real, así como la posibilidad de poder introducir en el cuerpo a otros
miembros de su familia93. Por supuesto, su interés en servir como guardas era mínimo, lo
que supuso numerosas ausencias en el servicio, y sus condiciones físicas y sociales para
cumplir en un cargo de esta índole eran, en muchos de los casos, cuando menos dudosas,
llegándose incluso a permitir la entrada en la guarda de oficiales manuales y mercaderes,
lo que prohibían expresamente las ordenanzas94. Esta tendencia fue favorecida por el
hecho de que se comenzaron a falsear y a pasar por alto las limpiezas de sangre. Por todo
ello, podemos considerar que desde finales del siglo xvi, aunque no se haría muy paten-
te hasta el reinado de Felipe IV, entraron a servir en el cuerpo flamencos que no reunían
las cualidades deseadas, lo que provocó que se ocasionaran algunos incidentes internos y
de orden público que se incrementarían con el paso del tiempo95.

88
Albrecht vanden Duengue, por ejemplo, fue paje de lanza del marqués de Falces y llevó el guión de la com-
pañía en la Jornada de los casamientos de Felipe III y el archiduque Alberto antes de ingresar en la unidad por
intermediación del capitán. Pierre Renier, por su parte, tenía una relación estrecha con el marqués de Falces,
tanta que este fue uno de los testigos de su boda con Juana de Legasa en 1619.
89
Valgan como ejemplo Lázaro Galvaleto, que sirvió en Flandes durante 15 años, Guillaume Briens, al servicio
de Farnesio durante seis años, o Nicolaes du Prié, que sirvió 10 años en la infantería española en Portugal y
Nápoles.
90
Hay numerosísimos casos como el de Gilles Block, primo de Hans Block que fue camarero y administrador
del secretario Antonio Pérez, o Alonso Huerta, hijo del furrier de la capilla Juan Huerta. Un caso singular es
el de los tapiceros flamencos de la Casa Real, que merced a su servicio pudieron colocar a varios miembros de
sus familias en la guarda; tal es el caso de Antonio de Utrecht, hijo del tapicero real Pedro de Utrecht, y, sobre
todo, de Frederick y Guillaume de Pannemaker, pertenecientes a la famosa familia de tapiceros.
91
Igualmente, los casos son abundantes, comenzando por los Wissenacken y siguiendo por los Bellet, los
Groeninghen, los Molinet, los Mollenghien, los Valrans, los Vassecourt, los Warendorp o los Wauters.
92
Entre estos nos encontramos a Jacob van Weymelen, que había servido en la guarda alemana desde, al
menos, el segundo tercio de 1579 hasta el primer tercio de 1585 en que pasó a la Guarda de Corps, Martín de
Apont, que estuvo en el guardajoyas del rey desde 1596 hasta 1612 en que pasó a la guarda, o Jehan Jouy, que
estuvo desde 1599 hasta 1606 en la compañía de arcabuceros a caballo españoles de la guarda del archiduque
Alberto en Flandes.
93
Los casos más famosos fueron los de Jehan L’hermite, Hendrick Cock o los pintores Paulo van Mullen o
Juan vander Hamen, que también ingresó por ser su padre archero. Sin embargo, nos encontramos con otros
personajes como Ferdinandus van Aerschot, Jehan de Damhouder o Adriaen Coolbrant que habían realizado
oficios de papeles antes de incorporarse a la guarda y se les premió con el ingreso en la misma.
94
Es significativo el aumento de mercaderes en la Guarda de Corps desde el reinado de Felipe IV, que uti-
lizarían su puesto en la unidad para mejorar sus negocios y asegurar su futuro y el de sus hijos. Sobre este
asunto, M.D. Ramos Medina, “Los ‘archeros de la Guardia de Corps de su majestad católica’ en la Corte de
los últimos Austrias. Una aproximación a su estudio”, en P. Fernández Albaladejo (ed.), Monarquía, Imperio
y pueblos en la España Moderna, Alicante, 1997, t. I, pp. 793-806 y A. Esteban Estríngana, “Provisiones de
Flandes y capitales flamencos. Crónica de un encuentro anunciado en la primera mitad del siglo xvii (1619-
1649)”, en C. Sanz Ayán y B.J. García García (eds.), Banca, crédito y capital. La Monarquía Hispánica y los
antiguos Países Bajos (1505-1700), Madrid, 2006, pp. 233-274.
95
Sobre estos problemas, E. Villalba Pérez, “Soldados y justicia en la Corte (finales x. xvi-principios s. xvii)”,
en VV.AA, Estudios sobre ejército, política y derecho en España (siglos XII-XX), Madrid, 1996, pp. 101-129.

– 254 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

A pesar de este deterioro social de la guarda no se recurriría a la entrada de no flamen-


cos hasta finales del reinado de Felipe IV96, garantizando esa función de representación de
la nación flamenca en la Corte y respetándose mucho más el origen de sus miembros que
lo que sucedió en la guarda española y, sobre todo, en la tudesca. Así mismo, conviene
resaltar que no solo no se produciría un descenso en el número de archeros provenientes
de las provincias rebeladas sino todo lo contrario, ya que se pudo convertir en refugio para
aquellos que habían demostrado su catolicismo y habían perdido sus tierras y posesiones
por ello97.
Pese a todo, también hubo archeros que prestigiaron a la guarda y que consiguieron
a través de su servicio nuevas prebendas y mejores oficios, tanto en el ejército como en la
Casas Reales. Los casos más famosos fueron Jehan L’hermite, Hendrick Cock, Paulo van
Mullen, Gabriel Diricksen o Juan vander Hamen pero existieron otros muchos98. Aquí
conviene destacar el importante trasvase que se produjo entre la Guarda de Corps y los
oficios de armas que se encontraban ubicados en la caballeriza real99.
Esta nueva función de representación de la nación flamenca en la Corte puede resultar
de gran interés para el mejor conocimiento de gran parte de las actividades de los flamen-
cos residentes en la Corte durante aquellos años, a través del estudio de las relaciones
personales de estos guardas ya que, aunque aún carecemos de estudios en profundidad
sobre sus actividades privadas, es indudable su estrecha relación con otros miembros de
su comunidad.

96
En el Tour de Rolle de 1593, por ejemplo, encontramos únicamente al alemán Hans Mauritz.
97
Así, mientras en el Tour de 1561 nos encontramos con un holandés, dos frisones y un archero de Utrecht, en
el de 1593 aparecen siete holandeses, un frisón, uno de Utrecht y tres de Güeldres y en el de 1626 dos frisones,
dos holandeses, uno de Utrecht y uno de Güeldres.
98
Entre los que mejoraron oficio dentro de la Casa Real nos encontramos a Pierre Barain, que pasó a ser
ayuda de la Salsería del Rey tras dejar la Guarda en 1593, Jehan van Oostendorp que fue nombrado en 1596
aposentador de Casa y Corte de la casa del archiduque Alberto, en cuya casa también entró como correo
en la misma fecha Bertrand le Saige, o Claude Borquin, que recibió a comienzos de 1617 la plaza de archero
reservado y la de macero.
99
Es conocida la gran importancia que tuvieron los heraldos, reyes de armas y poursuivantes procedentes de
las 17 provincias desde la Edad Media, por lo que resulta lógico que la mayoría de los oficiales de armas de la
Casa Real de los monarcas hispanos fueran flamencos. Un semillero importante de estos oficios fue la Guarda
de Corps, siendo el oficio de rey de armas muy codiciado por los archeros, sobre todo por la posibilidad que
daba de expedir patentes de nobleza. Algunos guardas como Hendrick Cock o Andrieu de Rename lo solici-
taron sin éxito pero hubo casos en que si lo consiguieron como Eduart Cornu (A. Ceballos-Escalera y Gila,
Heraldos y reyes de armas en la Corte de España, Madrid, 1993, p. 231) o Lambert de Vos, que pudo pasar
dicho oficio en 1626 a su yerno, Geraldo-Jacobo Quining, sobrino del capellán de la guarda tudesca (ibidem,
p. 267). Sin embargo, el caso más llamativo fue el de Jean Hervart, que en 1603 sucedió a Nicolas de Campis
como Borgoña rey de armas, puesto que mantuvo hasta 1611 en que fue ascendido a Toisón rey de armas, el
oficio de armas más importante de los relacionados con Flandes de la Casa de Borgoña. Hervart permaneció
en el mismo hasta su muerte el 22 de junio de 1635, manteniendo el puesto incluso cuando fue nombrado en
1624 secretario de Estado para los asuntos de los Países Bajos y Borgoña. Es de resaltar que su familia coparía
el oficio de Toisón rey de armas desde su nombramiento, ya que le sustituyó su hijo Joseph-Antoine Hervart,
hasta el fallecimiento en 1760 de Manuel Muñoz de Hervart, sucediéndose en el cargo siete miembros de la
misma (ibidem, p. 285).

– 255 –
José Eloy Hortal Muñoz

Pese a esta nueva función que la unidad debía cumplir, el desgaste que había venido
sufriendo durante más de dos décadas fue considerable, tanto en su disciplina interna
como en la apariencia externa, por lo que se hacía necesario dar un golpe de timón para
reconducir la situación. El momento preciso se presentó durante el proceso de institucio-
nalización que se estaba llevando a cabo dentro de la Monarquía Hispana desde el final de
la Jornada de Portugal y que afectó tanto a los Consejos como a la Casa Real100. Durante el
mismo, se contempló la necesidad de dotar a la compañía de una serie de reglamentos que
marcaran claramente sus obligaciones y actuaciones y que prestigiaran en cierta medida a
sus miembros, consiguiendo así recuperar su antiguo lustre y el respeto del resto de ins-
tancias. Era fundamental en todo este proceso, como primera medida, que se nombrara
un capitán adecuado y procedente de una de las familias flamencas de más alta alcurnia
para que infundiera el debido respeto a los archeros díscolos101. Así, a comienzos de 1588
fue elegido Philippe de Croÿ para relanzar el oficio, ya que pertenecía, aunque a una rama
menor, a una de las familias de más rancio abolengo de Flandes. Este, a su vez, propuso
como teniente a su hermano Jacques, comenzando con ellos la vinculación del oficio de
capitán a su familia.
Su presencia en la Corte posibilitó que se llevara a cabo la segunda de las medidas que
se habían venido pergeñando para conseguir mejorar el buen gobierno de la guarda de ar-
cheros de Corps, cual era la publicación de unas ordenanzas para el cuerpo, encaminadas
a lograr su institucionalización y una mayor disciplina y que fueron firmadas y publicadas
por Felipe II en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial el 2 de abril de 1589.
No es nuestra intención analizar en detalle las mismas sino, únicamente, reflejar la
intención que tenían de reforzar el cargo de capitán para lograr un mayor control de la
guarda, algo ya apuntado por el citado reglamento provisional de diciembre de 1584102. Sin
embargo, las nuevas ordenanzas no resultaron ser un remedio definitivo, pues mostraban
una indefinición en los aspectos jurisdiccionales, al no otorgar al capitán la potestad para
juzgar en última instancia a sus archeros y para despedirlos si era preciso. Es decir, por un
lado se era consciente de la necesidad de reforzar el poder del capitán para que la unidad
recuperara el lustre pero, por otro, se quería evitar que este tuviera un poder omnímodo
que pudiera resultar peligroso. Dicha indefinición, que se prolongaría hasta el final de los
Austrias, era debida al miedo que existía a que la figura del capitán se pudiera fortalecer
en exceso y que, con ello, pudiera conseguir un cuerpo disciplinado y aguerrido que se
100
Para el proceso general de la Monarquía durante aquellos años, J. Martínez Millán y C.J. de Carlos Morales
(eds.), Felipe II, pp. 272-276.
101
Las condiciones requeridas para el puesto se apuntaban ya en el Reglement touchant la conducte des Archiers
redactado el 7 de diciembre de 1584 y que se conserva en AGS, SP, leg. 2539, s.f., “Primeramente que en la pro-
visión del capitán se advierta a que sea caballero de calidad y confiança y que aya servido y tenga experiencia
y tan buenas costumbres como se requieren en la persona que a de andar tan cerca de la mia y de buena edad
y disposición y que todo esto se me acuerde por el Bureo quando viniere el caso a consultarme este officio”.
102
El estudio de este proceso en A. Esteban Estríngana, “¿El ejército en palacio? La jurisdicción de la guardia
flamenco-borgoñona de Corps entre los siglos xvi y xvii”, en A. Jiménez Estrella y F. Andújar Castillo, Los
nervios de la guerra. Estudios sociales sobre el ejército de la Monarquía Hispánica (s. XVI-XVIII), Granada, 2007,
pp. 191-230.

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La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

transformara en una amenaza para la autoridad real y para el equilibrio de poderes cor-
tesanos. Sin duda, el recuerdo de los pretorianos romanos y sus diferentes actuaciones en
el derrocamiento de emperadores estaba vigente en el pensamiento de los tratadistas de
la época103.
El deterioro de la guarda, que las instrucciones no habían conseguido atajar, se agrava-
ría aún más tras las negativas consecuencias que tuvo en el cuerpo la Cesión de los Países
Bajos a los Archiduques en 1598. Esta suponía de facto que los naturales de los Países Bajos
dejaban de ser súbditos de Felipe III, encontrándose así la Guarda de Corps en la misma
situación que había tenido la guarda tudesca tras la muerte de Carlos V; sus miembros
se encontraban integrados en el servicio al monarca hispano, pese a no haber nacido en
territorios dependientes de la Monarquía.
Esta nueva situación afectaría profundamente a la unidad, sobre todo, por la pérdida
del Tour de Rolle, ya que los oficios pasaron a estar a disposición de los archiduques Isabel
y Alberto como nuevos soberanos. Debido a esto, los cargos dejaron de ser recibidos por
los miembros de la guarda real y pasaron a serlo por los integrantes de la de los Archi-
duques104 o por otros miembros de su Casa, aunque sin perjuicio de aquellos archeros
reales que aparecían en el Tour de Rolle de 1593105. Posteriormente, y en diversas ocasiones,
grupos de archeros presentes en la guarda de Felipe III y que habían entrado a servir en la
misma después de que se confeccionara el Tour de 1593 y antes de la Cesión reclamaron su
derecho a entrar en el mismo, lo que se les solía conceder previa carta de recomendación
que el monarca dirigía a los archiduques106.
Sin embargo, los archeros que ingresaron tras la Cesión perdieron sus derechos hasta
la reversión de la misma, por lo que Felipe III ideó nuevas formas de recompensarles. La
primera medida fue la concesión el 1 de noviembre de 1598 de dieciséis plazas reservadas
para que los guardas que llevaran sirviendo más tiempo pudieran cobrar unos gajes de
cinco reales y diez maravedíes por día sin necesidad de servir. De igual manera, se con-
cedieron entretenimientos de quince o veinte escudos al mes en el ejército de Flandes a

103
A. Álvarez-Ossorio Alvariño, “Las guardas reales en la Corte de los Austrias ”, pp. 431-439.
104
Los archiduques, además de usar estos oficios, crearon su propio Tour de Rolle para los integrantes de su
Guarda de Corps con fecha del 24 de junio de 1608, siguiendo el mismo esquema que los de la Casa del Rey
y con cuarenta y un oficios al tener su guarda algo menos de 50 miembros (AGR, Audience, reg. 33/1, núm.
18). Este Tour sería renovado el 20 de septiembre de 1627 (no he encontrado copia pero aparece referenciado
en numerosas ocasiones), el 12 de julio de 1669 (tampoco lo he encontrado pero si documentación sobre su
elaboración en AGP, SP, leg. 2497, s.f. y un extracto en ibidem, leg. 2514, s.f.) y el 30 de diciembre de 1698
(AGR, CE, leg. 160, s.f.).
105
Esto no impidió, sin embargo, que surgieran problemas en la aplicación de dicho Tour de Rolle para los
archeros de la guarda real; así sucedió con Hans Dierens, que en 1601 y 1602 dirigió unos memoriales a la
Secretaría de Estado para el Norte (AGS, E., leg. 1743, s.f.) diciendo que hacía cuatro años y medio que se le
había concedido el oficio de conserje del parque de Bruselas por muerte de Wallerand Morel pero había teni-
do pleitos con el que lo había ejercido de forma provisional por orden de Farnesio. Durante el proceso, llegó
a un acuerdo con un criado de los archiduques que le ofreció 1200 florines por el oficio pero el archiduque
Alberto ya lo había provisto en su tapicero mayor, Herman Vermecren, por lo que pedía que se intercediera
por él ante el archiduque. Se le concedió una carta de recomendación pero Alberto decidió no darle la razón.
106
Así sucedió el 18 de septiembre de 1606 con 17 archeros (AGS, E., leg. 1747, s.f.) o el 12 de febrero de 1613
con otros 18 (ibidem, leg. 1759, s.f.).

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José Eloy Hortal Muñoz

aquellos que querían volver a sus tierras o a servir en el ejército107, cartas de recomendación
para que los archiduques les emplearan en oficios acordes a su condición y servicios108,
patentes de caballero109, e, incluso, medallas de oro110. Con todo, la pérdida del Tour de
Rolle supuso una nueva razón para la progresiva pérdida de interés por entrar en la guarda
para flamencos de cierta entidad social.
Sin duda, el final del reinado de Felipe II y la totalidad del de Felipe III fueron mo-
mentos muy difíciles para la Guarda de Corps, que fue perdiendo paulatinamente im-
portancia en sus tres funciones primigenias; cada vez se fue haciendo menos necesaria
para cuidar la persona del monarca por la ausencia de atentados y su alejamiento de los
campos de batalla, así como fue dejando de ser utilizada como elemento integrador de las
élites flamencas, lo que provocaría un descenso en la condición social de sus miembros y,
por tanto, de gloria en sus apariciones en público. Únicamente cumpliría a satisfacción
su nueva misión como representante de la nación flamenca en Madrid, aunque durante
el reinado siguiente también sufriría un duro golpe en esta función. Sin duda, se atisbaba
una crisis que se mostraría abiertamente con Felipe IV.

107
Tal es el caso de Guillaume Lefèvre, que retornó a Flandes a comienzos de 1602 con 15 escudos, Joseph
van Hullenbus, al que se le concedieron 20 en 1605, o Gilles van Tuebecken, que volvió a sus tierras en
1609 con 15.
108
Así le sucedió a Jacques Papenhoven el 12 de abril de 1600 o a Philippe Poitiers en 1602.
109
Tal es el caso de Jehan de Witt en 1603, Guillaume de Pannemaker en 1610 o Albrecht vanden Duengue en
1612. A partir de 1613 se decidió dificultar más este acceso a la nobleza, por las razones que el capitán Falces
expuso en un memorial del 18 de julio sobre este asunto (AGS, E., leg. 2027, s.f.), “Que en el hazer merced
destas noblezas y caballeratos se proceda más cortamente no dándolos a todos los que los pidieren sino a los
más nobles bien nacidos y de mayores partes pues entre estos nobles habrá buenos y mejores y que aún a estos
más nobles no se les de luego sino con alguna dilación para que tanto más lo deseen y estimen suponiendo
que esta merced es una de las más estimadas que pretenden los naturales de los estados baxos y se vendrá a
tener en poco si con facilidad se concede a todos y que a ninguno se le de nobleza de la primera vez por ex-
tenderse esta a el sus hijos y deseen clientes sino el caballerato que es solo para la persona a quien se concede y
si sus hijos continuaren en servicio de Vuestra Majestad y vivieren lustrosamente y perseveraren en pedir esta
merced vendrán a conseguirla con el tiempo y que la nobleza ni el caballerato no se de a ninguno por noble ni
bien nacido que sea si el o sus padres hubieren usado o tenido algún oficio vil, baxo o mecánico y habiéndose
visto en el Consejo le parece todo lo que el marqués advierte muy conveniente para que se estimen como es
justo las mercedes deste género y así se representa a Vuestra Majestad [...]”. La respuesta real fue, “Agradézcase
al marqués lo que ha avisado y guárdese esta orden de aquí adelante”.
110
Así lo pidió Michiel Gargeau en un memorial a Andrés de Prada el 21 de noviembre de 1604 (AGS, E., leg.
1746, s.f.), solicitando una medalla de oro con los rostros del rey y de la reina para honrarse entre los suyos,
ya que pretendía volver a su patria. En el mismo sentido iba la idea de Antonio del Valle en julio de 1610,
que exponía que para honrar a los archeros que se quisieran retirar en vez de armarles caballeros, ya que al
concederse tantas patentes había perdido su prestigio, se les podría dar una medalla con la efigie de la reina y
el rey y una cédula de los reyes donde constara que habían servido bien (AGS, E., leg. 1769, s.f.). No sabemos
si esta idea se llegó a aplicar.

– 258 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

El fracaso del II conde de Solre y el desencadenamiento de una crisis


irreversible: los problemas jurisdiccionales
y la pérdida definitiva de esplendor de la compañía

El progresivo deterioro de las condiciones de servicio de la compañía llevó a Felipe IV


a convocar una junta para estudiar la situación al poco de acceder al trono. El marqués
de Falces, capitán desde 1596, escribió un memorial que presentó al duque del Infantado,
presidente del Bureo y de la Junta, en el que apuntaba a la necesidad de la compañía de
dotarse de nuevas instrucciones y ordenanzas que ayudaran a recuperar su buen funcio-
namiento y, para ello, intentó encontrar primero los motivos que habían llevado a esa si-
tuación111. Aunque el capitán, como es lógico, obvia en el memorial sus responsabilidades
en dicho deterioro, apunta a una serie de razones, sobre todo pecuniarias y la pérdida del
Tour de Rolle, que podían explicar la realidad de la unidad en aquellos momentos y que
“pocos hombres nobles ricos y de servicios militares ayan aspirado a estas plaças. Y así ha
sido fuerça para no faltar totalmente al servicio de su Majestad admitir en la compañía
muchas personas falto de las calidades necesarias, derogando a las constituciones esta-
blecidas”. La Junta estudió sus sugerencias y, aunque no solucionó automáticamente los
problemas que sufrían los Archeros de Corps, dio comienzo a un periodo de búsqueda de
soluciones y toma de decisiones sobre el futuro de la unidad.
Para ello fue necesario que Jean de Croÿ, II conde de Solre recibiera el título de ca-
pitán, para lo que contó con el apoyo de su tío, el marqués de Falces, y del archiduque
Alberto. La primera tentativa para su nombramiento se produjo en 1613, cuando el noble
flamenco viajó a Castilla al poco de fallecer su padre, aunque este no llegaría hasta el
último tercio de 1623 tras repetidas peticiones, no percibiendo, además, gajes, ya que
quedaban como pensión de su tío el marqués de Falces. De esta manera, se ratificaba
la ligazón de esta familia con el oficio de capitán y se les vinculaba al servicio real. Tras
finalizar una misión diplomática en Francia durante 1624, Solre llegó a Castilla a finales
de ese año y se hizo con el mando efectivo de la unidad, con la firme idea de continuar las
reformas que su tío había comenzado a poner en práctica para mejorar la calidad de los
componentes de la compañía, como fue la prohibición a los archeros, en sendas órdenes
del 1 de abril de 1616 y 1 de enero de 1619, de que pudieran realizar ocupaciones indignas
para su oficio112.
El primer asunto que quiso abordar fue el jurisdiccional113. Solre consideraba, no
sin razón, que cuantas más competencias tuviera el capitán más fácil le resultaría a este
111
Dicho memorial se encuentra en AGP, SH, caja 171 y aunque aparece sin fechar, podemos localizarlo duran-
te los primeros meses del reinado de Felipe IV, antes del acceso del II conde de Solre a la capitanía.
112
AGP, SH, caja 171.
113
El complejo asunto de la jurisdicción de las guardas reales, debido a su doble fuero privativo tanto como
miembros de la Casa Real como cuerpo militar, que, en principio, les excluía de la jurisdicción ordinaria de
la Corte ejercida por la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, requiere un estudio más en profundidad que el que
podemos llevar a cabo en este espacio. Ha habido algunas aproximaciones al asunto, como el artículo citado
anteriormente de Alicia Esteban o los estudios de O. Caporossi, “Una jurisdicción militar en palacio: las

– 259 –
José Eloy Hortal Muñoz

controlar a unos archeros que habían ido perdiendo categoría social. Si podía expulsar de
la guarda sin demasiado control a aquellos que incumplieran las ordenanzas y las condi-
ciones mínimas, su autoridad se reforzaría y sería más sencillo imponer sus ideas. En un
primer momento, el capitán fue bastante afortunado, pues la tendencia de la Casa Real
durante esos años le favoreció, como lo demuestra la cédula que el monarca promulgó
el 28 de julio de 1624114. En ella se insistía en que la justicia ordinaria no debía tener ju-
risdicción sobre los archeros y solo podían actuar si los encontraban ejecutando el delito
in fraganti, aunque tenían que remitir inmediatamente al criminal al capitán. Éste, a su
vez, tenía toda la potestad para juzgar en primera instancia, mientras que el mayordomo
mayor y el Bureo tenían la segunda y última pudiendo, además, hacerse cargo directa-
mente de cualquier delito aunque lo estuviera tratando el capitán. Las relaciones con la
justicia ordinaria parecieron quedar claras con la cédula sobre las preeminencias de las
tres guardas del 19 de agosto de 1625115, en donde se volvía a insistir en que los alcaldes
de Casa y Corte debían remitir a los capitanes de las tres guardas a aquellos soldados que
hubieran llevado a cabo un delito para que ellos los juzgaran. Por su parte, el Decreto del
11 de febrero de 1625 autorizaba a que únicamente fueran los capitanes los que decidieran
en la expulsión de algún miembro de las guardas, sin poder entrar el Bureo en ello116. La
tendencia general apuntaba a la búsqueda de dar un paso definitivo en la fijación de la
jurisdicción y así lo parecieron indicar las ordenanzas del 6 de enero de 1626.
Se había hecho evidente durante los últimos años que las ordenanzas de 1589 no ha-
bían conseguido su objetivo inicial de recuperar el lustre y jerarquía que había tenido la
Guarda de Corps durante el reinado de Carlos V y el reinado de Felipe III puede ser con-
siderado como de transición en este sentido, pues no se llevó a cabo actividad normativa
ninguna y el marqués de Falces no era proclive a cambiar las ordenanzas de 1589, pues él
mismo, junto con su hermano, había intervenido en la redacción de las mismas. De esta
manera, se hacía necesaria la presencia de un nuevo capitán para poder llevar a cabo esta
reforma, así como la voluntad real y del mayordomo mayor. Desde su llegada a Madrid,
Solre se implicó en la redacción del nuevo texto normativo y la copia conservada en el
Archivo del palacio Real de Madrid así lo atestigua, pues aparecen los comentarios del
capitán en los márgenes de la versión francesa. Sin duda, en estos momentos la sintonía
entre el noble flamenco y los mayordomos reales era buena y ambos tenían la misma
visión sobre los males de la compañía y los necesarios cambios que había que hacer para
atajarlos. Sin embargo, como veremos, esta solución no fue la definitiva.

guardias reales de Felipe IV”, en J. Alacalá-Zamora y E. Belenguer (eds.), Calderón de la Barca y la España del
Barroco, Madrid, 2001, vol. II, pp. 121-130 o en su tesis doctoral presentada en 2002 en la Université de Tou-
louse, Les justices royales et la criminalité madrilène sous le règne de Philippe IV, 1621-1665: unité et multiplicité
de la jurisdiction royale à la cour d’Espagne, vol. I, pp. 153-163 y 172-188.
114
Copia en AGP, SH, caja 171, carpeta de 1624.
115
Dicha cédula en D. de Soto y Aguilar, Tratado, ff. 90 r.-91 r. y AHN, Consejos, libro 1173, ff. 148 v.-149 v.
116
AGP, SH, caja 171, carpeta de 1625.

– 260 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

Una vez terminada la redacción de las ordenanzas, Solre centró su atención en la ela-
boración de un nuevo Tour de Rolle. Ya su tío lo había propuesto unos años antes pero la
confección del nuevo documento fue laboriosa, debido a la necesidad de observar en qué
situación se encontraban los Países Bajos después de su reversión a la Monarquía. El nue-
vo capitán propuso que a los viejos empleos que aparecían en el rolle de 1593 se añadieran
cuatro nuevos que sustituyeran a aquellos que habían quedado en manos de los enemigos
en Holanda, siguiendo el ejemplo de la ordenanza de la artillería promulgada por los Ar-
chiduques el 6 de octubre de 1611, en la que retenían algunas plazas de municioneros en
plazas fronterizas para los reservados de su guarda. Solre consiguió una respuesta real posi-
tiva a sus propuestas117, aunque la redacción definitiva del nuevo documento no cristalizó
hasta el 1 de junio de 1626118. Junto a su publicación, el capitán consiguió que Felipe IV
escribiera a su tía Isabel Clara Eugenia, gobernadora de Flandes, para que ayudara a la
aplicación del nuevo Tour de Rolle, paso que se repetiría con los gobernadores posteriores.
Con esta medida, el capitán también pretendía mitigar los abusos de los archeros reserva-
dos, protestados por los compañeros que estaban sirviendo119, y la dualidad que había en
ese momento sobre quien debía proveer los oficios del Tour en Flandes, ya que la infanta
lo había seguido realizando, a veces, en miembros de su guarda personal.
Este documento era fundamental para tratar de conseguir que se interesaran por las
plazas de archero flamencos de una mejor condición social que los que servían en ese
momento. Tomando como base esta necesaria medida, el capitán intentó aplicar una es-
trategia que su familia había ido planificando y que contemplaba la utilización de los ar-
cheros como una élite que ayudara a hacer menos traumático el retorno de la soberanía de
los Países Bajos a la Monarquía Católica, nombrando como tal a jóvenes miembros de las
oligarquías urbanas, de la baja nobleza y antiguos capitanes del ejército120. Ya su padre, el
I conde de Solre, había propuesto en 1610 que los archeros desempeñaran ese papel, ya
que a su vuelta a Flandes tras haberse jubilado continuaban manteniendo una obligación
hacia el monarca hispano y podían transmitir a través de sus redes clientelares las bonda-
des del retorno de la soberanía a los Austrias madrileños. El propio capitán fue el encar-
gado de seleccionar a los primeros archeros que iban a seguir esas premisas, durante el
viaje con fines diplomáticos que se le encargó realizar en 1626 a Polonia para negociar la

117
Ibidem, “Que por vía de la presidencia de Flandes se renueve el despacho acostumbrado de los oficios que
por los predecesores de V. Majestad fueron allí señalados para sus archeros que se llama Tour de rol. Que en
lugar de los 4 officios estantes en Holanda se señalen otros 4 equivalentes. Y en el entretanto que se haga este
despacho se suspenda la provisión de los oficios que vacasen”.
118
Un ejemplar de este nuevo Tour de rolle en AGP, SH, caja 168. Posteriormente, sería renovado el 1 de mayo
de 1663 (copia en AGP, SP, leg. 2497, s.f.) y, por último, el 17 de diciembre de 1695 (ibidem y AGR, Audience,
reg. 33/1).
119
Dichas protestas en AGP, SH, caja 168, que, por otra parte, trata casi exclusivamente del Tour de Rolle y los
conflictos que ocasionó, junto con la letra V de los expedientes de los archeros.
120
En este punto sigo la, a mi juicio, acertada opinión que expone Alicia Esteban Estríngana en su artículo,
“Las provincias de Flandes y la Monarquía de España. Instrumentos y fines de la política regia en el contexto
de la restitución de soberanía de 1621”, en A. Álvarez-Ossorio Alvariño y B.J. García García (eds.), La Mo-
narquía de las Naciones. Patria, nación y naturaleza en la Monarquía de España, Madrid, 2004, pp. 225-234.

– 261 –
José Eloy Hortal Muñoz

adquisición de embarcaciones con las que formar una escuadra en el Báltico, previo paso
por Flandes. Allí escogió a diez jóvenes, de los que cinco fueron nombrados archeros,
Charles de Rogenville, Phelipe de Grandmont, Louis de Hust, Juan Ocklein y Nicolas de
Boiteux121. Sin embargo, la medida preparada por el capitán no obtuvo todo el fruto espe-
rado, pues los dos primeros fallecieron en 1629 y 1630 respectivamente, mientras que los
dos siguientes retornaron a Flandes en 1629 y el último en 1632 para llevar a cabo esa mi-
sión de propaganda que se les había encomendado, aunque con escaso éxito. Además, la
medida no tuvo continuidad con nuevos nombramientos y mostró el fracaso de los inten-
tos del capitán.
En efecto, todos estos esfuerzos y textos normativos que este había venido realizando
se mostraron baldíos ante los cambios que Felipe IV iba a llevar a cabo dentro de las Casas
Reales desde finales de la década de los veinte y comienzos de la de los treinta. El deseo del
monarca de potenciar al Bureo como instancia de control sobre lo que se iba a convertir
en la Casa Real Hispana, repercutió de una forma clara en la merma de jurisdicción del
capitán. En un principio, fueron pequeñas porciones de la misma las que se fueron des-
gajando, cómo cuando se permitió el 30 de noviembre de 1628 que los alcaldes de Casa
y Corte pudieran acudir a las cocinas y patios de palacio para evitar que entrara gente de
mal vivir pese a que estuvieran los guardas, o cuando se decidió el 7 de mayo de 1630 que
la justicia ordinaria pudiera actuar contra los guardas que atacaran a los que distribuían
el pan122. Sin embargo, desde ese momento la tendencia fue imparable y alentada por los
propios Archeros de Corps. Estos, que habían adquirido una serie de hábitos nada reco-
mendables para el ejercicio de su oficio, se sintieron molestos y atacados por las reformas
que quería llevar a cabo el nuevo capitán y vieron en el Bureo la manera de pararle los pies,
tanto a él como al furrier, su verdadera mano derecha. Tampoco ayudó mucho a las accio-
nes del capitán las disputas que mantuvo con el nuevo teniente Alberto de Gavre, conde
de Peer que comenzó a servir el 2 de noviembre de 1623, a raíz de las repetidas ausencias
de Solre en su actividad como embajador y negociador del monarca.
Ante esta situación, el capitán, envalentonado por los éxitos iniciales cosechados en su
pugna por relanzar la unidad, buscó una nueva actuación que podía resultar definitiva,
cómo era la redacción de otras ordenanzas. Esta potestad venía contemplada en el texto

121
Así relata el capitán su elección y sus motivos a la vuelta del viaje (AGP, SH, caja 171), “Púselo en execución
el año 1625 enviándome su Majestad a Flandes donde truxe una decena de hombres nobles exercitados en la
guerra de a pie y a caballo y entre ellos capitanes y alféreces reformados como lo es notificado al marqués de
Leganés de que dellos se han muerto aquí dos y otros han vuelto a Flandes donde les han dado xineta. Y si
demás de lo contenido en este capítulo pareciere bien mandar su Majestad que por este consejo de Flandes
cada año se proveyan tres o quatro plaças del país o futuras sucesiones de otras o en cargos militares que sean
a propósito, conforme el sujeto de cada uno, con que se animara gente principal y de las calidades que pide
esta compañía a pretender las plazas dellas a que no ayudaba poco, si su Majestad les mandase dar los entre-
tenimientos que solían gozar con los dichos estados de Flandes. Sería volver y restaurar la compañía en su
antiguo lustre que siempre ha tenido y se escusara la cantidad de archeros reservados que su Majestad tienen
en esta Corte premiando sus servicios por esta otra vía”.
122
Ambas órdenes en AGP, SH, caja 181.

– 262 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

normativo de 1626123, al igual que sucedía con el de 1589, y ya el marqués de Falces había
hecho uso de esta prerrogativa en 1597 y 1598 para hacer ordenanzas parciales. Sin embar-
go, Solre se sintió con fuerzas para intentar dar un definitivo golpe de autoridad y se
propuso redactar unas completas.
El nuevo reglamento vio la luz el 3 de septiembre de 1634 y se mostró desde el prin-
cipio como una nueva fuente de discusiones y tensiones, ya que no gustó nada a los
archeros la preeminencia que daban al capitán y al furrier124. Estas protestas se agudizaron
en octubre, cuando el capitán suspendió por orden real las plazas reservadas de su guarda
hasta que se clarificara su origen y concesión125, medida impulsada por la Corona para
recortar gastos por los abusos habidos en la concesión de esas plazas126. Los Guardas de
Corps se reunieron en juntas, donde se llegó a criticar al capitán y a amenazar al furrier
y decidieron solicitar el apoyo del Bureo para que este último no recibiera tanto poder y
fuera el archero más antiguo quien lo ostentara127. La tensión fue en aumento y los enfren-
tamientos entre ambas partes comenzaron a ser frecuentes128.
El capitán, por su parte, se dirigió al conde duque de Olivares para expresar su indig-
nación ante la actuación de sus subordinados, reclamando que los principales instigadores
del conflicto eran archeros que, a su vez, eran también criados de algunos de los mayordo-
mos que componían el Bureo. Al mismo tiempo, solicitó que se convocara una Junta para
solventar las cuitas, lo que el monarca aceptó. Antes de comenzar dicha reunión, el enfren-
tamiento ya se había cobrado la primera víctima: el furrier Juan Francisco Wissenacken129.
123
En concreto el artículo 21 rezaba, “Que para tener a los Archeros en disciplina devida, el dicho capitán
podra haçer ordenanças, según las quales se avran de gobernar, y seran obligados de observarlas, so pena,
si contraviniese a ellas, les podra castigar por via de prisiones, por el tiempo que les pareciere, conforme a
sus desmeritos, o, con borrar de sus gajes la cantidad que quisiere, dando dello noticia al Bureo, por billete
firmado de su mano, donde se executará, sin dilación ninguna, y si después de su castigo hubiere por bien de
perdonar sus faltas, podra haçerlo, con enviar al Bureo otro billete, como sea antes de averse çerrado el tercio
que entonces corriere, que después de caydo, no se podra hacer”.
124
Estas ordenanzas se encuentran en AGP, SH, caja 168.
125
Como podemos comprobar en AGP, Reg. 5731.
126
Toda la documentación sobre este asunto, así como sobre la Junta, en AGP, SH, caja 171.
127
Su argumentación era la siguiente, “Pues si bien sale de archero a furrier en esto da paso atrás por adelan-
tarse en sus aprovechamientos porque los archeros son plazas nobles y criados domésticos de V. Majestad
contados entre los acroes como se descubre en la calidad que piden las ordenanzas para ser admitidos al oficio
y el de furrier se halla nombrado en los libros reales y en las listas y roolos entre los trompetas, herrador y
sillero y verdaderamente no contiene más que aposentar la compañía y otros ministerios serviles que se le
han llegado como aprovisionar los delinquentes llevándolos el mismo, solicitar los negocios en servicio de
la compañía y avisar a los archeros en sus casas quando ay servicio extraordinario para que no hagan falta
quando sale V. Majestad y otras menudencias que se han adjudicado, por tener más provechos por donde se
hecha de ver que no son criados de la casa real sino tan solamente de la compañía y por esta causa nunca se
ha dado al furrier ayuda de costa como se hace con los archeros como criados de V. Majestad a quien concede
entrar en los Tour de roles de que hace merced en los estados de Flandes”.
128
El más grave lo cuentan los propios archeros en un memorial del 2 de marzo de 1635. El miércoles de ceniza,
el mayordomo semanero, el conde de Brantivila, había dado orden de que estuvieran en palacio a las nueve
y media. Una vez reunidos en casa del capitán, como era costumbre, el archero más antiguo buscó pedir
permiso a este para poder acudir a palacio y que no se hiciera tarde, pero no estaban presentes ni el capitán ni
el teniente, por lo que emprendieron la marcha. Nada más partir, salió el capitán de su casa amenazándolos
y mandó encerrar al más antiguo en la cárcel pública, junto a otros cuatro archeros como Jacques Frederick,
Jehan Gilles, Pierre van der Bort y Martín de Atriba.
129
Sobre este asunto, nuestro artículo sobre los Wissenacken citado anteriormente.

– 263 –
José Eloy Hortal Muñoz

En un primer momento, y como ya habían hecho sus antecesores, el furrier se puso


de lado del capitán que procuraba potenciar su cargo lo que provocó, como era lógico,
el rechazo de los archeros y el beneplácito de Juan Francisco. Sin embargo, las ausencias
del capitán y las presiones de sus antiguos camaradas (hay que recordar la condición de
archero que detentó durante 10 años antes de acceder al oficio de furrier), hicieron que
Wissenacken variara, por primera vez en la historia familiar, su posición inicial de apoyo
al capitán y fuera prestando atención, cada vez más, a las reivindicaciones de los archeros.
Ante los enfrentamientos que se avecinaban, el conde de Solre no podía tener dudas sobre
su furrier y decidió jubilarlo forzosamente a finales de 1634 y sustituirle por un hombre de
su confianza como fue Cornelis Luidinx, al que el capitán había concedido poco tiempo
antes la plaza de archero y que ejercería como furrier hasta que fue reservado a finales
de 1657130. Tanta fue su fidelidad, que el Bureo le llegó a suprimir los gajes del primer
tercio de 1635 por negarse a recibir en la guarda a Gabriel Diricksen sin orden directa de
su capitán.
Por lo que respecta al Bureo, sus componentes fueron siendo conscientes de la opor-
tunidad que se les presentaba para recortar aún más la jurisdicción del capitán e incre-
mentar la suya propia, ya que contaban con el apoyo de los propios archeros. Así, elaboró
un informe, que presentó al monarca el 15 de septiembre de 1634, en el que localizaba la
raíz del problema en que los capitanes habían tenido demasiada mano en el orden de las
compañías y pedía que se suspendieran los nombramientos y jubilaciones hasta que no
se resolviera todo.
La lucha estaba planteada y las posturas claras cuando se reunió por primera vez la
Junta, convocada al efecto por decreto del 27 de enero de 1635, y que estaría compuesta
en un primer momento por el secretario Ventura de Frías, los marqueses de Leganés y de
Torres y don Felipe de Silva pero a la que se añadieron por Decreto del 20 de febrero el
marqués de Mirabel, José González, Antonio de Contreras y el protonotario. En ella se iba
a dirimir el futuro de la compañía pero las cartas estaban marcadas, ya que la orientación
que pretendía tomar la Casa Real favorecía claramente las opciones del Bureo y de los
archeros frente a las del capitán. Pese a ello, Solre presentó batalla y mostró numerosos
documentos para defender sus planteamientos, así como para mostrar las carencias eco-
nómicas que afectaban al cuerpo y deterioraban su condición131.

130
AGP, SH, caja 167 y Reg. 5731.
131
En concreto, entregó las ordenanzas de 1589, el Decreto Real del 3 de diciembre de 1624 en que el monarca
mandaba a Solre ser capitán, la respuesta de Felipe IV a una misiva suya mandándole hacer nuevas orde-
nanzas (1625), las Ordenanzas del 6 de enero de 1626 con sus apuntamientos a cada capítulo y aprobadas
por el rey, diferentes ordenanzas de época del marqués de Falces, un papel representando los medios para
mayor lucimiento de la compañía elaborado por Solre, una información con los archeros más antiguos, las
ordenanzas del 3 de septiembre de 1634, un papel tocante al furrier y sus preeminencias, un papel en razón de
la jurisdicción que toca al capitán sin dependencia del Bureo, una cédula despachada por la cámara sobre el
mismo asunto, el Decreto Real del 2 de febrero de 1625 confirmando lo anterior, una relación de los reserva-
dos, un papel certificando que primero había que pagar a los archeros justo después de la capilla real y luego
a las otras guardas y un listado de los 45 archeros que faltaban por tener casa de aposento.

– 264 –
La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

La Junta estudió en primer lugar dos escritos sobre la paga de los gajes de los archeros
reservados, uno redactado por Solre y otro por el Bureo. Su decisión fue que los pagos y
pretensiones que pretendía el capitán para los reservados eran excesivos, por lo que pidió
explicaciones al noble flamenco insinuando que debía tener oscuras pretensiones sobre
los reservados –hay que recordar las tensiones existentes entre los archeros sirvientes y
los reservados para que estos no figuraran en el Tour de Rolle y que el capitán buscaba
aprovecharse de esas disensiones internas. Solre se defendió atacando, a su vez, al marqués
de Torres por su pertenencia al Bureo, pero sus quejas se desestimaron y cayeron en el
olvido cuando se le mandó a una nueva misión diplomática, suspendiendo la Junta sus
actividades el 17 de junio. Este parón favorecía claramente a los archeros, que podían se-
guir actuando con cierta impunidad por la ausencia del capitán y la confusión en cuanto
a la jurisdicción.
El 22 de abril del año siguiente el marqués de Mirabel, en cuya casa se iban a celebrar
las sesiones por la marcha del marqués de Leganés a Flandes el 15 de octubre del año
anterior, dio cuenta de que la Junta no se había podido reunir en ese tiempo, porque
José González, don Antonio de Contreras y el protonotario estaban muy ocupados, soli-
citando, además, que se sustituyera al marqués de Leganés y a Felipe de Silva por alguna
persona de calidad que les pudiera ayudar, siendo nombrados al efecto Carlos Coloma y
el marqués Lilio Brancache. Desde ese momento, sus componentes trataron de relanzar la
actividad de la misma sin el capitán, aduciendo que habían acaecido nuevos asuntos que
venían a aumentar el trabajo que dicha Junta debía llevar a cabo, siendo el más importante
que el Bureo había decidido rallar los gajes de un año del teniente conde de Peer por que-
rer este proveer las plazas en ausencia del capitán132. Sin embargo, el monarca declaró que
era necesario esperar a que acabara su Jornada sin desposeerle del puesto, ya que estaba
desarrollando una misión muy importante y no era justo aprovecharse de ello.
El capitán no llegaría a la Corte hasta la segunda mitad de 1637 y lo hizo con ánimos
renovados, como demuestran sus memoriales donde abundaba en sus viejas ideas para
relanzar la unidad y usarla como herramienta para controlar mejor los Países Bajos. Sin
embargo, la vida del II conde de Solre se apagó definitivamente el 9 de mayo de 1638,
haciendo innecesaria la labor de la Junta, que dejó de reunirse desde ese momento.
Pese a no haber sentencia en firme, podemos considerar que el Bureo había resultado
vencedor en su pugna con el capitán y pasaría a controlar la unidad durante los años si-
guientes. Así, tardó varios años en nombrar nuevo capitán y no sería hasta el 27 de mayo
de 1644 en que jurara el siguiente, Philippe François de Aremberg, duque de Aerschot y
príncipe de Gavre, con lo que, además, apartaba del oficio de la familia Croÿ por prime-
ra vez en casi sesenta años y nombraba un capitán que apenas iba a hacer caso a las nece-
sidades de la guarda. Igualmente, se aprovechó esta ausencia de dirigente para publicar

132
Como podemos ver en los roolos en AGP, Reg. 5731.

– 265 –
José Eloy Hortal Muñoz

una cédula el 7 de junio de 1643, destinada a las tres guardas palatino-personales133, en


donde se ratificaba que el Bureo tenía la última potestad sobre los delitos cometidos por
los guardas y, además, se obligaba a cada capitán a tener un asesor a su lado, que sería un
alcalde de Casa y Corte, precisando “Que los capitanes no se entrometan en hacer causas
ni conocer de ninguna criminal por sí solos ni por vía de advocación ni en otra forma,
sino que los deseen a sus asesores hasta ponerlas en estado de sentencia la definitiva como
está dicho”.
Esta derrota jurisdiccional y palatina de los capitanes supuso la confirmación definiti-
va de la crisis de la unidad, que se palparía también en el deterioro de las condiciones de
vida de los archeros, que dejaron de percibir sus gajes con regularidad, como les sucedió a
otras secciones de la Casa Real, e, incluso, se quedaron sin sus casas de aposento y pensio-
nes. Sus repetidas protestas, que se sucederían hasta el final del reinado de Carlos II134, no
sirvieron de nada y les llevó a darse cuenta de que el Bureo, a quien tanto habían solicita-
do su apoyo, tampoco les iba a regalar nada. De este modo, podemos considerar que tras
la muerte del II conde de Solre, la decadencia de la Guarda de Archeros de Corps estaba
servida y el famoso lustre perdido ya no se recuperaría.

Lenta agonía del cuerpo y la crónica de un final anunciado. Desaparición

Los últimos años del reinado de Felipe IV y todo el de Carlos II fueron de lenta ago-
nía para la Guarda de Archeros de Corps, decayendo sus componentes, cada vez más, en
sus condiciones de servicio y en su apariencia y sus repetidas ausencias para hacer frente
a sus obligaciones se hicieron prolongadas e injustificadas. Baste como ejemplo un caso
acaecido el 25 de julio de 1666135 y que resume prácticamente todos los males que sufría la
Guarda de Corps, pues vemos la poca capacidad de muchos de sus miembros para llevar a
cabo las labores propias del cargo, los problemas con el Bureo y las dificultades que tenían
muchos archeros para mantenerse, lo que les hacía buscarse otras actividades alternativas
para completar su sueldo, si es que tenían la suerte de percibir alguna cantidad como
archeros.
Esa noche, dos guardas que estaban de guardia en palacio no supieron parar el fuego
que se declaró, debido a su incompetencia ya que uno era ciego y el otro estaba borracho.
Al día siguiente, el nuevo capitán Diego Antonio de Croÿ y Peralta Hurtado de Mendoza,
hijo del antiguo capitán Jacques de Croÿ y de Ana María de Peralta, VI marqués de Falces
y marqués de Mondéjar, expidió un decreto ordenando la expulsión de los dos archeros,

133
Dicha cédula se encuentra tanto en AHN, Consejos, Libro 1413, f. 121 r.-v. como en la Novísima Recopila-
ción, Libro III, Título XI, Ley I.
134
En AGP, Reg. 5731 y en la caja 161 hay numerosos ejemplos de esos retrasos en el abono de los gajes que
llegaron a ser de más de diez años. Al respecto, F. Velasco Medina, “La imagen social de las guardias reales:
estatus privilegiado y precarias condiciones de vida”, en V. Pinto Crespo (ed.), El Madrid Militar. I. Ejército
y Ciudad (850-1815), Madrid, 2005, pp. 214-215.
135
Se encuentra relatado en AGP, Reinados, Carlos II, caja 120.

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La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

lo que parecía lógico, pero el asunto fue mucho más allá. Así, el mayordomo duque de
Montalto declaró el 28 de julio que le parecía excesivo expulsarles de la guarda y pedía una
prisión prolongada exculpándolos en cierta forma al recordar que “La guarda de los arche-
ros solía componerse cada noche de número de diez y después se reguló a cinco, que es lo
que oy se estila. Tengo por conveniente que ordene Vuestra Majestad sea de aquí adelante
la guarda cada noche de diez soldados para la seguridad y la decencia y que si alguno fal-
tare, se supla de los diez que inmediatamente se siguen, como se haze en todos los cuerpos
de guarda”. A los pocos días, el capitán respondió argumentando que solo habían servido
10 en los tiempos antiguos, cuando estaban pagados puntualmente, pero, en ese mo-
mento, era muy difícil poder servir tantos por las noches pues había unos 20 impedidos
y ausentes, por lo que las decenas se habían reducido de diez a ocho y debían servir con
más frecuencia. Además, los archeros tenían otros trabajos para sobrevivir como regentar
tabernas, posadas, etc. y no querían trabajar más de la cuenta, por lo que protestaron y
aunque el duque de Montalto les quitó la razón, el asunto siguió sin poder arreglarse.
Como este, podemos encontrar muchos otros casos de indisciplina e incompetencia
que llegaron a incidir, incluso, en las apariciones públicas del monarca, algo que hasta ese
momento no había sucedido apenas, pues al no requerirse el servicio de todos los guardas
siempre servían los mismos en esas ocasiones, cobrando a veces de sus compañeros para
ocupar su puesto136. Esta pérdida de grandiosidad de las apariciones públicas de uno de
los monarcas más poderosos del mundo resultaba intolerable pero, aún así, no se atajó el
problema y esta decadencia exterior, que no era más que un reflejo de la interior, llegaría
a observarse en la propia librea de sus integrantes, al aparecer con las ropas ajadas o rotas
o con vestidos diferentes a los reglamentarios137.
Todos estos males, a nuestro juicio, vendrían derivados del no cumplimiento por
parte de la unidad de las funciones que había ido ejerciendo históricamente. Ya hemos
analizado la pérdida de importancia de las tres primeras, a lo que habría que unir que
durante este periodo también dejó de cumplir la guarda la última función que se le había
encomendado, como era la de representación de la nación flamenca en Madrid. Este in-
cumplimiento vendría derivado del ingreso cada vez mayor de “extranjeros” en el cuerpo,
a través de la masiva entrada de descendientes de antiguos archeros u otros flamencos
que habitaban en la Corte y que habían nacido en Madrid, siendo muchos de ellos más
castellanos que flamencos138. Para conservar ese componente borgoñón que todos ellos

136
Tras una fiesta de toros en la Plaza Mayor de Madrid en 1655, el propio monarca se dio cuenta de ello y
trató de resolverlo, sin éxito.“Reparé en las fiestas pasadas que huvo muy poca guarda en la plaza y no siendo
conveniente que se continúe este desorden, mando que quantos soldados tuvieren plaza, menos los que se
hallaren legítimamente impedidos por razón de enfermedad, se les ordene salgan precisamente acompañando
su compañía y que se proceda con todo rigor contra qualquiera que dejare de hacerlos. En Buen Retiro a 27
de junio de 1655” (AGP, SH, caja 176).
137
Sobre las libreas o lutos de los archeros, AGP, SH, caja 169.
138
Así, por ejemplo, en 1662 el 33,63% de los miembros de la guarda, es decir 38 soldados, eran nacidos en
Madrid (F. Velasco Medina, “La Corte: guardias reales en la época de los Austrias”, en V. Pinto Crespo (ed.),
El Madrid Militar, gráfico de la p. 153).

– 267 –
José Eloy Hortal Muñoz

debían tener, la ordenanza de Solre de 1634 en su punto 4 establecía que antes de ingresar
en la unidad todos los nacidos fuera de los Países Bajos deberían asistir “algún tiempo en
los estados de Flandes para ser instruidos en saber la lengua y el exercicio de la milicia y
andar a caballo”. Este punto de la ordenanza, curiosamente, si se intentó respetar, pero
aunque algunos de los aspirantes lo cumplieron, caso de Adrián Bandot, muchos otros lo
incumplirían sistemáticamente, caso de Francisco Enrique Battens, recibiendo, aún así, la
plaza de archero. Junto a este grupo, y aunque no sufrió una invasión tan acusada como
las guardas tudesca y española, la unidad se fue llenando de otros “extranjeros”, lo que
tendría su punto culminante cuando afectó al cargo de capitán.
En efecto, aunque la capitanía del VI marqués de Falces se prolongó nominalmente
hasta su fallecimiento en Madrid el 8 de septiembre de 1682, desde el 6 de agosto de 1678
ejerció como gobernador de la compañía Francisco de Sarmiento y Toledo, marqués de
Montalvo y mayordomo del Bureo. Por primera vez, un noble castellano y sin origen fla-
menco accedía a la capitanía de la Guarda de Corps, aunque se respetó que su título fuera
el de gobernador y no el de capitán por no ser originario de los Países Bajos. Este detalle
nos vuelve a mostrar la preeminencia de la Guarda de Corps sobre los otros cuerpos, pues
en la guarda tudesca venían recibiendo título de capitán no alemanes desde el nombra-
miento de Rodrigo Calderón como tal el 1 de mayo de 1613. Montalvo ejercería hasta
su fallecimiento el 27 de abril de 1699, siendo sustituido el 9 de enero de 1700 por Juan
Francisco de Castellví y Lanza, marqués de Laconi, cuyo origen tampoco era flamenco.
El oficio de teniente, por su parte, estuvo sin cubrir desde el cese en el servicio en 1677
de Ignacio de Berghes, barón de Arquem, hasta el nombramiento de Conrad-Albert de
Schetz, conde de Ursel, en 1698, facilitando la tarea del gobernador.
Esta pérdida de funciones concretas que cumplir por parte de la guarda no pudo ser
compensada, debido a los propios condicionantes de la unidad, por la adopción de la
nueva función que algunos cuerpos de guardas reales europeos comenzaron a tener du-
rante el siglo xvii, como fue la de ser una unidad de elite de los ejércitos reales para hacer
frente a los desafíos de autoridad que algunos monarcas estaban sufriendo. Nuevamente,
el primer ejemplo de esta tendencia se dio en Francia, con la creación el 1 de agosto de 1563
de las Gardes Françaises139, aunque hasta octubre de 1574 desapareció en dos ocasiones.
Era una unidad de infantería de unos 1000 soldados y pretendía ser un cuerpo militar o
ejército permanente de los monarcas, cuyo devenir debemos entroncar en el contexto de
las guerras de religión francesas. A ellas se unirían posteriormente el Régiment des Gardes-
Suisses140, que se convirtió en cuerpo de guarda cuando se le dio dicha denominación al
Régiment de Gallaty de tres mil soldados que defendía la Corte en Tours en marzo de 1616,

139
N. Lacolle, Histoire des Gardes Françaises, París, 1901.
140
Capitaine de Vallière, Histoire du Régiment des Gardes Suisses de France, Lausana y París, 1912; R. de Castella
de Delley, Le régiment des Gardes-Suisses au service de France, Friburgo, 1964 o VV.AA, Les Gardes suisses et
leurs familles [Texte imprimé]: aux XVIIe et XVIIIe siècles en région parisienne: colloque, 30 septembre et 1er octobre
1988 / [organisé par la] Société historique de Rueil-Malmaison, Millau, 1989.

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La Noble Guarda de Archeros de Corps en el contexto de la Casa Real de los monarcas Austrias hispanos

y las Gardes Écossaises141 cuando el 27 de febrero de 1642 el conde de Irvine firmó un acuer-
do con el embajador francés para formar un regimiento de guardas escoceses que desapa-
recería después de la restauración de los Estuardo en 1660. Por supuesto, otras naciones
como Inglaterra142, Saboya143 o las Provincias Unidas144 tuvieron cuerpos de este tipo. En
la Monarquía Hispana, por su parte, este papel lo intentaron cumplir los regimientos
“Guzmano”145 y de la Chamberga146, aunque con escaso éxito y corta vida.
El reinado de Carlos II nos muestra una compañía de archeros de Corps que estaba
muy tocada y que había perdido su razón de ser, al no satisfacer ya ninguna de las fun-
ciones que había cumplido en su decurso vital. De este modo, y pese a algunos intentos
del VI marqués de Falces por revertir la situación que no llegarían a buen puerto147, se
141
P. Mansel, Pillars, p. 9.
142
En Inglaterra, por su parte, este tipo de cuerpos de guarda apareció más tarde pero su número fue mucho
más elevado que en Francia debido a la guerra civil entre la Corona y el Parlamento. Así, el primero que nos
encontramos fueron las Life Guards (Colonel R.J.T. Hills, The Life Guards, Londres, 1971) cuatro compañías
reclutadas por Carlos I en 1639 para conquistar Escocia bajo el mando de lord Willoughby d’Eresby y que se
disolvieron en 1640. El mismo Carlos I, esta vez por el desafío que se encontraba a su autoridad, formó en
1642 la Life Guard of Horse, dos tropas que durante la guerra civil subieron hasta cuatro de 300 hombres cada
una, y la Life Guard of Foot, compuesta por 670 hombres la mayoría mineros de Derbyshire. Ambas desa-
parecerían en 1645 tras la el colapso de los realistas, aunque reaparecerían en 1650 con Carlos II para volver
a extinguirse tras la victoria de Cromwell en Worcester el 3 de septiembre de 1651. Un segundo momento de
creación de estos cuerpos vendría en 1661-62 al formarse los cuerpos de Life Guards y Foot Guards of Scotland
(Major-General Sir F. Maurice, The History of the Scots Guards, Londres, 1934, 2 vols. y A. Goodinge, The
Scots Guards, Londres, 1969), el Regiment of guards in our Kingdom of Ireland (C.L. Falkiner, The Irish Guards,
1661-1798, Dublín, 1837) y los Coldstream Guards (Capitán Mackinnon, Origins and Services of the Coldstream
Guards, Londres, 1833 y J.W. Fortescue, The Foot Guards, Londres, 1915). Por último, aparecerían los Royal
Regiment of Horse Guards (E. Packe, An Historical Record of the Royal Regiment of Horse Guards or Oxford Blues
(1661-1846), Londres, 1847; R.J. Taylor Hills, The Royal Horse Guards (The Blues), Londres, 1970 y J.N.P.
Watson, The story of the Blues and Royals: Royal Horse Guards and 1st Dragoons, Londres, 1993) más conocidos
como Oxford Blues por su capitán el conde de Oxford, y los Horse Grenadier Guards, fundado en 1678.
143
Con la creación del Reggimento delle Guardie el 18 de abril de 1659 imitando a las Gardes Françaises (P.
Mansel, Pillars, p. 14).
144
Tras la invasión francesa de los Países Bajos en 1672, se crearon las Guardas a Pie el 12 de junio de 1674 y los
Guards Dragonder regiment en 1678 (F.J.G. Ten Raa, Het Staatsche Leger. 1568-1795, La Haya, 1911-1959, vol.
V, p. 437 nota y vol. VI, pp. 190-194, 204 y 230).
145
A. Álvarez-Ossorio Alvariño, “Las guardas reales en la Corte de los Austrias ...”, pp. 448-451.
146
ibidem, pp. 451-453 y R.I. Sánchez Gómez, “Formación, desarrollo y actividades delictivas del regimiento de
“La Chamberga” en Madrid durante la minoría de Carlos II”, en Torre de los Lujanes, 1991 (17), pp. 80-96.
147
Fomentó la elaboración del Tour de Rolle de 1663, buscó la aplicación efectiva del decreto de las preeminen-
cias de 1658 (encontramos copia en D. de Soto y Aguilar, Tratado, ff. 331 v.-332 v. y AGP, SH, caja 182, exp.
1658) que devolvía a las guardas la situación jurisdiccional anterior a 1643 o trató de mejorar la disciplina a
través de una orden del 30 de enero de 1661 para que no se pudieran hacer guardias en los turnos de otros y
que se ejecutaran las penas (AGP, SH, caja 171, carpeta de 1661). Sin embargo, sus intentos chocaron, al igual
que había sucedido con su tío, con el Bureo, con el teniente y con los propios archeros que le acusaron, no
sin razón, de que había permitido la entrada de archeros “extranjeros” o que no cumplían los requisitos como
Alonso Grotendor, por tener origen milanés, Joseph Galette, por ser francés de la Picardía, Pedro Simón
Duamet, cuyo padre había sido guarnicionero, el capellán licenciado Martín López Bayle, por ser castellano
y no saber las lenguas francesa ni flamenca, Joseph Cariolang, por tener origen genovés, Jacinto Castelló,
asimismo de procedencia genovesa, y Juan Chantrán, que había sido zapatero en Córdoba (AGP, Reg. 5731).
En el fondo subyacía el intento del capitán por introducir en la guarda a personajes afines a él para poder
llevar a cabo con más soltura las reformas que había puesto en marcha; por ejemplo, el nuevo capellán era su
mayordomo o Duamet era “hechura” de su amigo el duque de Agramont. Finalmente, se decidió que los cin-
co primeros continuaron sirviendo, mientras que los dos siguientes fueron expulsados del cuerpo. Tras todas
estas dificultades, el marqués de Mondéjar arrojó la toalla y decidió dedicarse de lleno a su labor diplomática
que se desarrolló, sobre todo, en el Imperio.

– 269 –
José Eloy Hortal Muñoz

atisbaba la necesidad de un cambio en la organización que se había venido usando en


la unidad desde hacía dos siglos, mudanza que no llegaría hasta la nueva dinastía. Así,
Felipe V firmó el decreto de defunción de la Noble Guarda de Archeros de Corps el 12
de junio de 1704148, transformándola en el Real Cuerpo de Guardias de Corps, con una
fuerte impronta francesa149.

148
Los archeros protestaron, en vano, por esta decisión en un memorial que se encuentra en BNM, Ms. 9149,
ff. 319 r.-320 v.
149
Sobre dicha guardia los estudios clásicos de uno de sus miembros como D.M. de Meneses y Toledo, Lucero
de origen, honores, privilegios y exenciones de Reales Guardias de Corps, Madrid, 1738 o H.-L.-G. Guillaume,
Histoire des gardes wallones au service d’Espagne, Bruselas, 1858, así como los más actuales de autores como
Y. Bottineau, El arte cortesano en la España de Felipe V (1700-1746), Madrid, 1986 (traducción del original
francés), pp. 200-210; F. Andújar Castillo, “Élites de poder militar”, pp. 65-94; T. Glesener, “Les étrangers du
roy. La réforme des gardes royales au debut du règne de Philippe V (1701-1705)”, en Mélanges de la Casa de
Velázquez 35/2, Madrid, 2005 o F. Velasco Medina, “La reorganización de las tropas de la casa real en el xviii”,
en V. Pinto Crespo (ed.), El Madrid Militar, pp. 173-210.

– 270 –
Julián, un héroe español en Flandes:
entre el príncipe de Orange y el duque de Alba

Raymond Fagel
Universidad de Leiden

El Capitán Julián y la guerra

El capitán y maestro de campo Julián Romero es uno de los militares más famosos
de los tercios españoles en Flandes, o para expresarlo en términos de un público español
moderno: es un capitán Alatriste del siglo xvi. Aunque no es el único candidato para tal
denominación honorífica, puesto que podemos pensar igualmente en Sancho Dávila,
quien recibió recientemente el honor de verse convertido en protagonista de una novela
histórica1. La fama de Romero encontró igualmente reflejo en la literatura y entre los
escritores que consideran a Romero como el mejor soldado de su época, encontramos a
nadie menos que al Fénix de los ingenios, Lope de Vega:

Al bravo Julián Romero


El más valiente español
Que ha nacido en nuestro tiempo2.

Geoffrey Parker, punto de partida de cualquier investigador interesado en la historia


del ejército español en Flandes, menciona a Romero en su The army of Flanders and the
Spanish Road como “a career soldier from the gentry class”, definición aplicada también al
conocido Cristóbal de Mondragón, el famoso castellano de Gante y a Francisco Verdugo,
este último defensor del nordeste de los Países Bajos contra los rebeldes3. Esta somera re-
ferencia, más una alusión a su recompensa por sus servicios, es la única información sobre
Romero que encontramos en el estudio de Parker4.

1
E. Martínez Ruiz, El castellano de Flandes, Madrid, 2007. Desde 1996, A. Pérez Reverte publica una serie de
novelas históricas en torno al capitán Alatriste; Y. Rodríguez Pérez, De Tachtigjarige Oorlog in Spaanse ogen.
De Nederlanden in Spaanse historische en literaire teksten, circa 1548-1673, Nimega, 2003, pp. 231-247.
2
L. de Vega en R. Serrano Deza, (ed.), La Aldehuela y el gran prior de Castilla, Ávila, 2007, p. 115.
3
G. Parker, The army of Flanders and the Spanish Road, 1567-1659, Cambridge, 1972, p. 118; A. Salcedo Ruiz,
El coronel Cristóbal de Mondragón: apuntos para su biografía, Madrid, 1905; R. Fagel, “Alexander Farnese and
Francisco Verdugo: The war in the North-East”, en prensa.
4
G. Parker, “Army of Flanders”, pp. 119-120, en G. Parker, The Dutch Revolt, Londres, 1977, no hay referencias
a Romero.

– 271 –
Raymond Fagel

A diferencia de casi todos sus colegionarios de la época, Julián tuvo incluso hasta un
biógrafo propio en el siglo xx. En 1952, el marqués de Montesa, Antonio Marichalar, le
dedicó un libro de más de quinientas páginas, estudio de gran interés, y de una riquísima
documentación y estilo incomparable, aunque el autor no buscaba exactamente la objeti-
vidad histórica. Lo constatamos ya directamente en la dedicatoria de su obra a Flandrina,
la hija de Guillermo de Orange, “que abrazó la Fe Católica y murió en olor de santidad,
abadesa del monasterio de Santa Cruz de Poitiers”5.
Como ya afirmamos, Julián fue también objeto de gran interés en la literatura de
su época. Lope de Vega escribió una comedia con el simple título de “Julián Romero”
y Joseph de Cañizares le utilizó más tarde para su “Ponerse avito sin pruebas, y guapo
Julián Romero”6. Incluso conservamos un retrato del capitán por El Greco o alguien de
su escuela, en el que le llaman ‘el de las hazañas’, un apodo que se sigue utilizando hoy en
día.7 En las cartas y las crónicas de la época y hasta en panfletos, canciones y grabados, se
hace frecuente mención a Julián Romero simplemente como Julián, su nombre de pila
era suficiente. Es cierto que hubo otros militares a quienes algunas veces se refería con el
nombre de pila, pero en el caso de Julián este uso es llamativamente frecuente. El “capitán
Julián” era un personaje famoso ya en vida, puesto que incluso Felipe II le llamaba así en
sus cartas8.
A continuación me detendré en algunos momentos en la vida de Romero en Flandes,
para intentar bosquejar una panorámica diferente de la guerra. De este modo, espero ha-
cer visible a uno de los muchos militares españoles que lucharon en el conflicto buscando
las fuentes de su existencia y su carrera, estudiando el juego que se desarrolla entre el
mito y la realidad, basándome tanto en las crónicas como en las correspondencias que se
conservan y analizando cómo se narran sus proezas y hazañas, tanto desde el lado español
como del lado neerlandés. En el futuro espero publicar un estudio más elaborado de la

5
A. Marichalar, Julián Romero, Madrid, 1952.
6
L. de Vega, Comedia famosa de Julian Romero, en Obras de Lope de Vega, obras dramáticas VII, Madrid, 1930,
pp. 31-69; J. de Cañizares, Comedia famosa. Ponerse avito sin pruebas, y guapo Julian Romero, Valencia, 1768.
En La famosa comedia de Don Juan de Austria en Flandes de Alonso Remón (1604), Romero es un personaje
de la obra, junto con Cristóbal de Mondragón y Sancho Dávila, pero es el único de los tres que nunca habla.
La interesante pregunta que surge, es cómo el público podría saber que se trataba de una determinada figura
histórica. ¿Se “adornaba” a Romero con determinadas características externas o atributos que lo destacan ante
el gran público? En Obras de Lope de Vega XII, Madrid, 1901, pp. 399-433, p. 409 y p. 427. En La Aldehuela
no aparece como personaje, pero le mencionan varias veces al lado de Chiapín Vitelli y Rodrigo de Toledo.
Romero es considerado como el mejor soldado de su tiempo. L. de Vega, La aldehuela, pp. 115-116, p. 133, p.
135, p. 139, p. 141. Una mención de Romero en Francisco de Quevedo Villegas, Historia de la vida del Buscón,
Zaragoza, 1626, libro II, cap. III; edición moderna: El Buscón (Pablo Jauralde Pou, ed.), Madrid, 1990, p. 135.
E. Gossart, Les espagnols en Flandre. Histoire et poésie, Bruselas, 1914, pp. y 63-64. Juan Pérez de Montalbán,
El segundo Séneca de España, y príncipe Don Carlos, en Teatro español IV, Madrid 1943. Felipe II quiere dar el
hábito de Santiago a Romero aunque ni siquiera lo había solicitado.
7
Julián Romero y su santo patrono, Museo del Prado, Madrid. Hay dudas sobre la autoría de El Greco y el
personaje de Julián.
8
A. Marichalar, Julián Romero, p. 17. Igual lo hacía, por ejemplo, Margarita de Parma que hablaba del “capi-
taine Julian”, aunque ya era maestre de campo, engañando así hasta al editor de una carta suya de 1567: J.S.
Theissen (ed.), Correspondance française de Marguerite d’Autriche, duchesse de Parme, avec Philippe II, III,
Utrecht, 1942, pp. 359 y 424.

– 272 –
Julián, un héroe español en Flandes: entre el príncipe de Orange y el duque de Alba

vida y el mito de Julián Romero, y también poder incluir a sus compañeros de armas en
la investigación. Aparte de los ya mencionados Sancho Dávila, Cristóbal de Mondragón,
y Francisco Verdugo, otros militares de peso a los que desearía prestar atención son, por
ejemplo, a Sancho de Londoño, el portugués Gaspar de Robles, señor de Billy, el italiano
Chiapin Vitelli, y otros más. Como historiador de Leiden, no puedo excluir a Francisco
Valdés, el comandante de las tropas que asediaron Leiden en 1574. Estos hombres consti-
tuyen la personalización encarnada tanto del heroísmo como de la crueldad de la guerra.
La existencia de una rica documentación en los archivos sobre el ejército español en Flan-
des también nos permite comparar el personaje de las crónicas y el hombre más “de carne
y hueso” de los documentos, algo que para épocas anteriores de la historia no es viable9.
Aparte de estudiar de este modo las diferencias en la imagología de la guerra, también
espero que constituya un aproximamiento fructífero para abordar el tema de la violencia
de la guerra, puesto que estos militares eran los protagonistas de los múltiples y notorios
actos de violencia. Siguiendo sus pasos nos trasladamos de los palacios donde el rey discu-
te tranquilamente con sus consejeros sobre la política, a los campos de batalla donde los
comandantes estaban obligados a tomar decisiones súbitas y rápidas. Basta pensar en la
famosa matanza de Naarden que se considera obra del duque de Alba, aunque don Fer-
nando ni siquiera estaba presente. Es igualmente curioso que su hijo, don Fadrique, que sí
estaba presente, no es la persona que vemos en la historia de P.C. Hooft sobre la rebelión
en el papel más activo, es Julián quien entra primero en la ciudad.
En último lugar utilizaré la figura de Julián y las de sus colegionarios de la época del
ejército del duque de Alba para intentar restaurar la división abrupta existente entre la
época de Carlos V y los tiempos de la rebelión de Flandes. Los grandes capitanes del
duque son los mismos que habían defendido anteriormente los Países Bajos de enemigos
externos, sobre todo de las tropas del rey francés. Y como consecuencia ya tenían relacio-
nes con Flandes y con sus habitantes desde antes de 1567. Y son justamente estas últimas
guerras entre Francia y los Habsburgo, tan crueles y violentas, las que constituyen la fase
directamente preliminar a las actuaciones del gran duque y su ejército en Flandes. No
podemos entender la historia de la guerra de Flandes si partimos de 1567 o 1568 como se
suele hacer en Holanda para poder hablar de la Guerra de los Ochenta Años. Ni siquiera
serviría como inicio el año de 1555.

9
G. Parker, Guide to the archives of the Spanish institutions in or concerned with the Netherlands, 1556-1706,
Número especial de Archief- en Bibliotheekwezen in België, 3, Bruselas, 1971. Para las crónicas véase: J. Brou-
wer, Kronieken van Spaansche soldaten uit het begin van den Tachtigjarigen Oorlog, Zutphen, 1933; Y. Rodríguez
Pérez, De Tachtigjarige Oorlog.

– 273 –
Raymond Fagel

Al servicio de Carlos V, Guillermo de Orange y el duque de Alba

No sabemos mucho de los primeros 25 años de vida de este hijo de un vizcaíno, nacido
alrededor de 1518 en un pueblo de Cuenca10. De su padre, el escultor y constructor Pedro
de Ibarrola, no sabemos mucho más de que murió como consecuencia de un enfrenta-
miento con un toro. De Julián se dice que estuvo ya en Túnez en 153511. Sería posible
por su edad, y en aquella época seguramente pasaron por todos los pueblos de España
buscando gente para la empresa.
Todo empezó realmente con el duelo en 1546 entre Julián, entonces militar al servicio
de Enrique VIII, como otros cientos de españoles, y el capitán Antonio Mora, que había
decidido pasar del servicio al rey inglés al del rey francés. El duelo tuvo lugar en Fontaine-
bleau, en presencia de Francisco I y el delfín francés y fue descrito por Brantôme y por una
crónica anónima12. Una multitud de espectadores que vinieron de todas partes, fueron
testigos de semejante evento de primer rango, del que Julián salió finalmente victorioso
después de una lucha de muchas horas. A pesar de lo poco caballeresco de la lucha, Julián
se vió rodeado desde entonces por un aire mítico a lo Amadís, el armado caballero, figura
muy popular en la época. Julián había llegado a la puerta de la fama.
Después de su etapa inglesa, encontramos a Julián en 1554 en Flandes, luchando en
los ejércitos del emperador. Se ve encerrado con sus hombres durante el sitio de Dinant
y puede que la derrota sea imputable a él mismo ya que, como dice Sandoval, “raras ve-
ces moran en uno valentía y prudencia”. Gracias a Brantôme sabemos que se trata de la
misma persona de Fontainebleau, porque para impresionar al condestable de Francia, el
capitán español le describe sus hazañas en Fontainebleau, haciendo referencia a su honor
y los peligros y batallas que había sobrevivido13. Brantôme dice conocer esta historia desde
ambos lados, por los franceses presentes en Dinant, y por el mismo Romero a quién cono-
ció más tarde en Messina. Del español dice que le contaba la anécdota “con mucha ameni-
dad: tanta que nunca escuché mejor labia, pues era elocuente a la manera de los soldados”.
El siguiente paso hacia la fama es la batalla de San Quintín en 1557, pues no solo parti-
cipó en la famosa toma de Túnez, sino también en la heróica batalla de San Quintín. Un
importante cronista flamenco de las guerras de Flandes, Emanuel Van Meteren, en 1599,
era consciente de que Romero era uno de los militares de las guerras contra Francia y en
su descripción de la batalla de San Quintín menciona a tres capitanes españoles al frente
10
En 1574 le describen como de edad de 50 años, que cambiaría la fecha de nacimiento a 1524. Nueva Colección
de Documentos Inéditos para la Historia de España y de sus Indias, Novoa Codoin, III, p. 230.
11
A. Marichalar, Julián Romero, p. 36.
12
M. de Molins (ed.), Crónica del Rey Enrico octavo de Inglaterra, Madrid, 1874, pp. 177-182; P. de Bourdeille,
señor de Brantôme, Bravuconadas de los Españoles, Barcelona, P. Moa, ed., 2006, pp. 111-117. Edición original
en francés como Rodomontades Espaignolles, en Oeuvres complètes de Pierre de Bourdeille, París, 1864-1882, VII;
M.A.S. Hume, “Julian Romero – swashbuckler”, en The year after the armada and other historical studies,
Londres 1896, pp. 75-121; J. Brouwer, Kronieken, pp. 31-34.
13
Encontramos esta historia también en P. de Sandoval en C. Seco Serrano, (ed., Historia de la vida y hechos del
emperador Carlos V , 3 vols., Madrid, 1955-1956, III, p. 436. “Porque raras veces moran en uno valentía y pru-
dencia, si bien adelante mostró este capitán tenerlo todo, pues fué uno de los nombrados de nuestro tiempo.”

– 274 –
Julián, un héroe español en Flandes: entre el príncipe de Orange y el duque de Alba

del ataque, entre ellos a “Juliaen Romero”14. Y es más, en una descripción anónima de la
batalla de San Quintín en español, el capitán Julián figura como una de las dos personas
que persuadieron al rey de atacar esta villa. También lucha con energía y mata a muchos
enemigos, aunque a su vez es el responsable de que una bala de cañón entrase en las trin-
cheras españolas, matando a ocho personas. Durante este ataque, a Julián le quebraron
una pierna15. En la Araucana de Alonso de Ercilla, en los cantos 17 y 18, se habla de la ba-
talla de San Quintín y se menciona a Julián liderando un ejército de españoles, alemanes y
valones. Es interesante el cambio entre las ediciones de 1578 y 1597 del poema. Aunque en
la última edición se menciona a “Julián Romero”, en la edición anterior se decía “el fuerte
Iulián”. Quizá tenemos aquí una prueba de lo efímero que es la fama, ya que el editor
de 1597 parece dudar de que el lector actual reconociera todavía esta última descripción16.
Después de la batalla, Julián permanece durante un poco más en Flandes, como uno
de los dos capitanes del ejército español tan odiado por los flamencos, pero ya se estaba
preparando casi de inmediato la vuelta hacia España17. Para no causar inquietud entre
la población local, se había decidido que los militares españoles estuvieran al mando
de nobles de los Países Bajos. En la correspondencia conservada entre el capitán y su
superior flamenco, vemos los problemas con la disciplina, el odio de los habitantes, y
las dificultades a la hora de pagar a la soldadesca y organizar el viaje de retorno. Vistos
los acontecimientos posteriores, llama la atención que el noble que era su superior fuera
Guillermo de Nassau, príncipe de Orange. En las cartas, Julián se dirige a él como a su
señor. Podemos decir que existe una clara relación de clientelismo entre ambos. Cuando
Julián se dirige hacia Bruselas para despedirse de Orange, el príncipe ya había partido para
Alemania. No obstante, había dejado una cadena con un gentilhombre suyo “para que la
trujese por amor de vuestra señoría”. Y escribe: “Yo beso mill vezes las manos de Vuestra
Señoría por la merced que no abia nezesidad de azer esto conmigo que sin ello o con ello
soy yo tan serbidor18”.
El 22 de octubre de 1560, Romero ya estaba en Zelanda para embarcarse y desde allí
le ruega a Orange que acepte en sus tropas a un militar español que por algún motivo
no puede volver a España como hombre de armas: “Y aunque yo se que se le ara de mal
a vuestra señoría de darsela por ser estranjero, me atrebo yo siendo tan servidor como
soy de vuestra señoría”. La salida se demora mucho porque el viento está en contra, y los
españoles caen enfermos, y hasta se piensa en dejarles ir por tierra a Italia. Felipe II no lo
14
E. Van Meteren, Belgische ofte Nederlandsche historie van onsen tijden, Delft, 1599, 10v.
15
“Batalla de San Quintín”, en Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, Codoin, IX (1846),
pp. 486-543, sobre todo pp. 488-490, p. 498, p. 503, p. 510. Su presencia en San Quintín también en L. Ca-
brera de Córdoba en J. Martínez Millán y C.J. de Carlos Morales, (eds.), Historia de Felipe II, rey de España,
3 vols., Valladolid, 1998, I, pp. 133-140.
16
A. de Ercilla en I. Lerner, ed., La Araucana , Madrid, 1993, p. 515, p. 522.
17
El otro capitán era Pedro de Mendoza. Véase por ejemplo: R. Vargas-Hidalgo (ed.), Guerra y diplomacia en
el Mediterráneo: correspondencia inédita de Felipe II con Andrea Doria y Juan Andrea Doria, Madrid, 2002, pp.
lV-lVI; L. Cabrera de Córdoba, Historia, I, p. 243.
18
Cartas de Julián Romero a Guillermo de Orange, 1559-1562 en La correspondencia de Guillermo de Orange,
Instituut voor Nederlandse Geschiedenis (base de datos: <www.inghist.nl/Onderzoek/Projecten/WVO>).

– 275 –
Raymond Fagel

permite, porque expresamente les quiere enviar a Italia directamente y el viaje se hace más
rapido por mar y a través de España. No obstante, si algunos soldados desearan irse ya, lo
podrían hacer bajo un capitán, “et contenant expresse condition d’aller droict en Italye et
non ailleurs”. Así los flamencos verían que los españoles ya se estaban retirando y a los que
aún quedaban les tendrían que aguantar tan solo un poco más. Margarita de Parma elogia
a Romero y al otro capitán por su trabajo para favorecer la salida. Los dos se quedan den-
tro de los navíos para dar buen ejemplo a los soldados, “avec telle grande incommodité”19.
En los años siguientes de 1561 y 1562, Romero escribe de vez en cuando desde España
y La Goleta para informar a Orange de los acontecimientos. Habla de la enfermedad de
su pierna –“he estado muy cerca de morirme”–, pide otra plaza de hombre de armas para
un amigo, le informa sobre la paz con el rey de Túnez –y no se fía mucho de él–, y le
agradece que haya visitado su casa en Bruselas, donde estaban viviendo sus hijos con la
madre de ellos20.
En 1567 volvemos a encontrar a Julián en Flandes, como testigo de excepción en un
acontecimiento histórico de especial relevancia21. Cuentan los historiadores de la rebelión
como Van Meteren, que estaba presente en la ejecución del conde de Egmont. La plaza de
Bruselas estaba llena de soldados españoles, pero encima del catafalco se encontraban los
capitanes Salinas y el “maestro del campo o coronel Julián Romero” y su papel en la cró-
nica no es solo pasivo, ya que aparece hasta pronunciando alguna palabra: “Él [Egmont]
preguntó a Julián Romero si no había perdón, pero este se encogió de hombros, respon-
diendo que no.” Hooft repite esta historia en sus Nederlandsche Historien y añade, “con un
no, como si le diera pena”22. Vandormael y Goosens, que han escrito recientemente una
biografía del conde, mencionan la presencia de Romero, pero omiten el pequeño diálogo.
Tampoco hacen mención de una anécdota que se encuentra en Marichalar, según la que
la condesa de Egmont cuenta al final de sus días de la visita nocturna de un español en-
mascarado que, antes del encarcelamiento del conde, le advirtió del peligro, y según ella
se trataba de Julián23. Las varias historias intentan claramente vincular el pasado común
de Egmont y Romero al servicio militar de la corona con este momento dramático. Casi
diez años más tarde, Egmont y Romero aparecen de nuevo unidos, cuando en una carta
Gerónimo de Roda escribe sobre el rumor de que “Julian habia tomado las cabeças [de
Egmont y Horn] y echádoles no sé donde”24.

19
L.P. Gachard (ed.), Correspondance de Marguerite d’Autriche, duchesse de Parme, avec Philippe II, I, Bruselas,
1867, p. 38, pp. 81-82, p. 131, pp. 335-340, pp. 369-374, pp. 395-396, p. 399.
20
García de Toledo a Felipe II, Messina, 16-3-66, Codoin XXX (1857), p. 173.
21
Este evento presente en casi todos los autores. Véase por ejemplo: L. Cabrera de Córdoba, Historia, I, p. 387.
1620 hombres en el tercio de Sicilia, divididos en diez banderas.
22
E. Van Meteren en W.G. Hellinga y P. Tuynman (eds.), Historie, 43v; P.C. Hooft, Nederlandsche Historien,
1642-1647, Libro V, p. 182. Edición digital: Digitale Bibliotheek Nederlandse Letteren, <www. dbnl.org>.
23
H. Vandormael y A. Goosens, Slachtoffer van verraad en intrige. Graaf Lamoraal van Egmond 1522-1568,
Lovaina, 2007; A. Marichalar, Julián Romero, p. 182. Encontramos la anécdota de la condesa en J.L. Motley,
The rise of the Dutch Republic, 2 vols. I, Londres, 1929, p. 347, citando un manuscrito de Renom de France.
24
Gerónimo de Roda a Felipe II, Bruselas, 18-5-76. L.P. Gachard (ed.), Correspondance de Philippe II sur les
affaires des Pays-Bas, IV, Bruselas, Gante y Leipzig, pp. 141-142.

– 276 –
Julián, un héroe español en Flandes: entre el príncipe de Orange y el duque de Alba

El perro del príncipe de Orange

El siguiente momento en que me detendré, tuvo lugar después de su viaje a España de


1570-1571, en el que partió con Ana de Austria y volvió con el duque de Medinaceli. El 11
de septiembre de 1572, Romero entra en el campo de los rebeldes cerca de Mons, “dego-
llando las centinelas y cuerpos de guardia de los enemigos”. Estuvieron casi una hora en el
campo del enemigo hasta que se retiraron dejando más de trescientos muertos, mientras
que los españoles perdieron a sesenta25. Esta “encamisada nocturna” en el campo enemigo
por Romero fue descrito por Hooft con mucho brillo y efectismo en sus historias. Cita en
ese momento al militar inglés Roger Williams, quien “tiene tendencia a elogiar a Romero,
a quien ha servido como soldado y a quien conoce bien. No obstante, no hay duda de
que Julián tenía el mando a la hora de atacar”. Hooft habla de tres mil hombres, vestidos
con camisas blancas:

“Entonces ataca Julián, con no menos furia, matando a todos los guardias que en-
contró en su camino, y siguiendo hasta la plaza de armas, delante de la tienda del Príncipe:
tan rápido que su guardia no fue avisado hasta la batalla misma y con la llegada de su gente
con el enemigo detrás. Después, el Príncipe solía repetir que fue gracias a la fidelidad de un
perro que se había puesto a aúllar por el ruido, y que saltó encima de su cara y le despertó
arañándole, hasta que uno de su familia se despertó. Y desde entonces el Príncipe mantenía
hasta el día de su muerte un perro de guardia de su descendencia26.”

Ya vemos como Hooft, que escribe mucho más tarde que los demás autores, tiene una
cierta preferencia por Romero, aunque esto no quiere decir que le aprecie. El historiador
quiere adornar su relato con verdaderos protagonistas y Romero –de vez en cuando tan
solo llamado Juliaen– es uno de los elegidos. Puede ser en parte el resultado de la utiliza-
ción de las memorias de Williams, quien le menciona muy frecuentemente en su texto, al
haber sido un militar con el que había luchado. En el encuentro con Romero en Lier, el
maestre de campo le preguntó al inglés quienes de los grandes nobles ingleses eran sus
amigos, y cuando este mencionó al conde de Pembroke, Romero dijo que le conocía de la
batalla de San Quintín y que le estimaba mucho. Esta amistad compartida pudo haber
roto el hielo por lo que Williams entró en su servicio. La anécdota de Hooft sobre Oran-
ge y el perro también parece ser extraída de las memorias de Williams, quien la conocía

25
B. de Mendoza, “Comentarios de lo sucedido en las guerras de los Países bajos desde el año de 1567 hasta el
de 1577”, en Biblioteca Autores Españoles, Historiadores de sucesos particulares, II, Madrid, 1948, p. 469. Cerca
del pueblo llamado Symphorien, R. de Graaf, Oorlog, mjn arme schapen. Een andere kijk op de Tachtigjarige
Oorlog 1565-1648, Franeker, 2004, p. 171; A. van der Lem, De Opstand in de Nederlanden 1555-1609, Utrecht y
Amberes, 1995, p. 77.
26
P.C. Hooft, Nederlandsche, Libro VII, p. 274.

– 277 –
Raymond Fagel

de primera mano: “porque he escuchado muchas veces al Príncipe diciendo” que sin el
perro le habrían capturado27.
En las fuentes archivales, la “encamisada nocturna” también aparece, pero sin la histo-
ria del perro: “Se le dió en su alojamiento tan brava y gallardamente, que la resistencia que
hallaron, sin parar en ella, la degollaron y entraron en los cuarteles degollando y haciendo
gran carnicería…28”. Cuando el duque de Medinaceli ve luchando al capitán, él también
informa al rey todavía con palabras más elogiosas: “El maestre de campo Julian puso las
manos de manera que cierto Vuestra Majestad tiene en él un maravilloso soldado y gran
ejecutor de la guerra, tal que si me hiciese esperar otra vez en Laredo, no digo horas sino
diez años, se lo perdonaría y partiría con él mi capa”. La respuesta de Felipe II es prome-
tedora para Romero: “Aunque de la voluntad con que Julian Romero me sirve dan harto
testimonio sus obras, todavía vuestra aprobacion y la del duque son acerca de mí de mu-
cha consideración para tener con él la cuenta que es razon29”. La recompensa de Romero
por parte del rey y de sus representantes en Flandes, es un tema importante –ya estudiado
por Parker– y que en esta ocasión tan solo trataré brevemente al final.

El verdugo de Naarden, amigo de Orange

Naarden es mi siguente parada en la vida de Romero30, aunque las crónicas de Trillo,


Van Meteren y Mendoza, ni siquiera la de Williams, hacen referencia a la presencia del
capitán en el sitio31 y es Hooft quien le menciona como el gran culpable por excelencia
de la matanza de los vecinos de Naarden. Narra el cronista neerlandés que cuando los
vecinos salieron para negociar, encontraron a Romero quien dijo que él era el encargado
de Don Fadrique: “Aquí, pues, entregan las llaves y piden perdón. Julián, responde en
primer lugar de manera bondadosa, pero oscura, a la petición32”. Hooft explica que los

27
R. Williams, en J.T. Bodel Nyenhuis, (ed.), Memoriën , Utrecht, 1864, pp. 77-78 y pp. 157-158; Jan Siebelink,
“Ik bleef krabben tot hij eindelijk wakker werd”, NRC Handelsblad, lunes 30 de julio, 2007, p. 16, nombra
esta anécdota como ejemplo de un posible anti-canon de la historia y habla del “mopshondje” de Orange.
28
El duque de Alba a Felipe II, Campo sobre Mons, 13-9-72, Duque de Alba (ed.), Epistolario del III Duque
de Alba, Don Fernando Álvarez de Toledo, 3 vols., Madrid, 1952, III, p. 208. Existe una relación de la batalla
anterior datada el 17-7-72. Se trata de la batalla de Quiévrain en que Romero derrota al barón de Genlis y sus
tropas. Idem, Codoin LXXV (1880), pp. 57-58.
29
Medinaceli a Felipe II, Campo sobre Mons, 16-9-72, Codoin XXXVI (1860), p. 107; Felipe II a Medinaceli,
San Lorenzo, 29-10-72, Idem, p. 118.
30
También en la violencia en Malinas, Romero parece haber jugado un papel central, pero por falta de espacio
no lo trataré aquí.
31
Tampoco lo hace Walter Morgan, otro inglés presente en los Países Bajos, pero en su descripción del masacre,
los vecinos fueron reunidos en la plaza central. Conservamos un dibujo de su mano que refleja estos aconteci-
mientos. W. Morgan, en D. Caldecott-Baird, (ed.), The expedition in Holland 1572-1574, pp. 109-112. El diario
de fray Wouter Jacobsz, escrito en Ámsterdam, describe como se hablaba de Naarden en un entierro el 2 de
diciembre: “Sobre la mesa de este entierro se hablaba de Naarden, que fue tomado por la fuerza, diciendo
que habían matado a todos los hombres, que toda la ciudad fue saqueada y asaltada, de manera que ahora
se podía tener todo por poco dinero y que incluso un penique valía más que una libra, y que habían puesto
fuego en cuatro o cinco lugares.” I.H. van Eeghen (ed.), Dagboek van broeder Wouter Jacobsz. (Gualtherus
Jacobi Masius), prior van Stein, 2 vols., Groningen, 1959-1960, I, p. 89.
32
P.C. Hooft, Nederlandsche, Libro VII, pp. 288-289.

– 278 –
Julián, un héroe español en Flandes: entre el príncipe de Orange y el duque de Alba

vecinos “por respecto o falta de experiencia” se olvidaron de pedir un documento con el


acuerdo. Romero entra en la ciudad con veintiocho españoles y les reciben con una co-
mida y después entran cuatrocientos soldados más que también reciben bebida y comida.
Romero explica que todos los vecinos deben ir al ayuntamiento para renovar el juramento
al rey, pero allí les matan a todos. Hooft describe la masacre de Naarden con todos sus
grandes capacidades de escritor y con gran dramatismo. Hans Khevenhüller, embajador
ante Felipe II, que escribió una historia de su propia vida y de su tiempo, relata la historia
de Naarden al igual que Hooft, con Romero en el papel de perjuro, y Henry Kamen se
basa en esta descripción en su reciente biografía del duque de Alba, pensando tener aquí
un testigo fidedigno. No obstante, la versión de Khevenhüller no es el testimonio de un
testigo, sino que ha sido extraída de descripciones posteriores del acontecimiento33.
Pieter Bor ya había situado a Romero en Naarden en su historia de 1601, a diferencia
de la ausencia del capitán en el libro de Van Meteren de 1599, pero aunque el libro de Bor
seguramente fue utilizado por Hooft, no parece haber sido la única fuente para él. En Bor,
Romero todavía no es el protagonista de la historia, y no hace mención ni a los 28 ni a los
cuatrocientos soldados, ni tampoco al banquete:

“Sobre estas condiciones, el ya mencionado Don Julián de Romero dió tres veces
la mano al ya mencionado Hortensium, y dijo al ya mencionado Henrick Wou en español
que no iban a dañar la vida y los bienes de los burgueses34”.

En una carta del duque de Alba al rey del 19 de diciembre, sin que hubieran pasado ni
tres semanas despúes de los acontecimientos, Romero está presente en el ataque y los es-
pañoles asaltan la ciudad superando las murallas, “y degollaron burgueses y soldados sin
escaparse hombre nacido”35. Van der Essen describe las diferentes visones sobre lo pasado
en Naarden, y se decide por una versión en la que durante las negociaciones los de dentro
empiezan a tirar y los españoles reaccionan con un asalto36. Otra versión nos ofrece el

33
S. Veronelli y F. Labrador Arroyo (eds.), Diario de Hans Khevenhüller, embajador imperial en la corte de Feli-
pe II, Madrid, 2001, pp. 94-95.
34
P.C. Bor, Vande Nederlantsche oorloghen, beroerten ende borgerlijcke oneenicheyden, gheduerende den gouver-
nemente vanden hertoghe van Alba inde selve landen, Utrecht, 1601, pp. 150-152. Los Estados de Holanda
censuraron una nueva versión de Van Meteren en 1612 y quitaron la descripción de los acontecimientos en
Naarden y la cambiaron por la versión de Pieter Bor. E. Van Meteren, Historien der Nederlanden, en haar
naburen oorlogen tot het iaar 1612, Dordrecht, 1646. A esta conclusión llegó Peter Boomsma en su tesina doc-
toral, Beeldenstorm. Een onderzoek naar de beeldvorming rond de plundering van Zutphen en Naarden door de
Koninklijke troepen in 1572, Leiden (tesis doctoral inédita, Universidad de Leiden), 2008.
35
El duque de Alba a Felipe II, Nimega, 19-12-72, Epistolario del III Duque de Alba, III, p. 261.
36
L. Van der Essen, “Kritisch onderzoek betreffende de oorlogvoering, v.h. Spaans leger in de Nederlanden in
de xvie eeuw nl. de bestraffing van opstandige steden. I. Tijdens het bewind van Alva”, en Mededelingen van
de Koninklijke Vlaamse Academie voor Wetenschappen, Letteren en Schone Kunsten van België, Klasse der Letteren
12, 1 (1950), pp. 3-36, pp. 29-31.

– 279 –
Raymond Fagel

secretario Morillon, que escribió sobre los acontecimientos ya el 9 de diciembre, expli-


cando a Granvela la situción después de que la milicia hubiera salido de la ciudad37:

“lorsque les bourgeois portarent leurs clefz à Don Fadric, faisant leurs excuses que
ne furent acceptéez; car Don Fadric leur commanda de les rapporter pour ce qu’il vouloit
veoir lendemain s’ilz seroient si braves comme ilz avoient faict le samblant; et le matin
nos gens y entrarent, sans que les bourgeois présentassent aulcune résistance. Sitost qu’ilz
furent entrez, le capitaine Julian feit les bourgeois entrer dans la maison de la ville où ilz
furent tous taillez en pièces, et le feug miz aux quattre coingz de la ville, après qu’elle at esté
pillée ; ét at esté mise toutte en cendres, et beaucop d’enffantz et femmes en gésine bruslez.
Ces gens ne feront jamais aultre chose et se délectent au sang humain et à faire beaucop
de vefves et orfelins. C’estoit une bonne villette marchande, aussi grande que Vilvorde. Ce
n’est pas pour donner grande envie aux aultres villes de se rendre. Touttefois ledit Sieur dit
avoir entendu que ceulx de Leyden ont porté les clefz audit don Fadric qui at le temps fort
à propos […]”

Pues, los ciudadanos habían ofrecido las llaves de la ciudad a Don Fadrique, pero él
no aceptó sus excusas. La mañana siguiente entran los españoles sin encontrar resistencia
alguna y empiezan las crueldades por parte de Julián y sus soldados. Morillon formaba
parte del partido realista, pero no parece haber sido gran partidario del duque de Alba,
don Fadrique y el ejército español. No obstante, creo que por el momento puede ser
considerado como el mejor testimonio de los acontecimientos, escrito a pocos días de
ellos, y viniendo ni del lado de los rebeldes, ni del de los españoles. Aunque la historia de
Hooft difiere del resto al hablar del acuerdo y la intervención de Romero en ello, ambas
fuentes coinciden en la entrada pacífica del ejército, en el lugar en el que debían juntarse
los vecinos, en la masacre, y en el papel principal de Julián Romero en ella. No obstante,
aunque Romero es claramente el verdugo de los Alba, se trata más bien de un fiel militar,
duro y rígido, y no de un hipócrita mentiroso.
Después de Naarden es posible seguir a Romero en sus pasos por Spaarndam, Haarlem,
Ámsterdam y Alkmaar, para a continuación entrar en el sur de Holanda. No obstante, nos
detenemos en la vecindad de Maassluis donde tomó como prisionero a Felipe Marnix de
Sint-Aldegonde. La cautividad del consejero de Orange causa una breve reanudación de
la correspondencia entre Guillermo de Orange y su antiguo servidor Romero38. En una
carta a sus hermanos desde Delft, Orange explica que Marnix está como prisionero de
Romero en la cercana villa de La Haya, “duquel il se loue assez pour le gratieux traicte-
ment qu’il en reçoit. Le dit Romero m’a escript troys ou quatre fois des lettres plaines de

37
Morillon a Granvelle, Bruselas, 9-12-72. E. Poullet y C. Piot (eds.), Correspondance du cardinal de Granvelle
1565-1586, 12 vols., Bruselas, 1877-1896, IV, pp. 525-526.
38
R. Fruin, “Prins Willem in onderhandeling met den vijand over vrede”, en Verspreide geschriften, II, La Haya
1900, pp. 336-384 y 349.

– 280 –
Julián, un héroe español en Flandes: entre el príncipe de Orange y el duque de Alba

courtoisies et honestes offres, ausquelles luy ay respondu en pareilz termes”. Y así, leemos
por ejemplo de la pluma de Orange: “Soit que les affaires viègnent bien ou mal, trouverez
en moy tousjours ung serviteur et bien affectionné vostre”. No sabemos en qué medida
el tono de las cartas de Orange se ve determinado por el miedo a que le ocurra algo a
Marnix, porque sabe que si cayera en manos del duque de Alba, seguro que le mataría.
Orange se niega a las dos propuestas de Romero: una entrevista personal entre los dos, y
un intercambio entre Marnix y el conde Bossu, prisionero de Orange, la última propuesta
“sy hors de propos et raison”39.
La otra idea de Romero en estas cartas es la de hacer bonne guerre y allí Orange está
de acuerdo: “J’eusse esté très-aise de veoir cesser touttes les cruaultez et inhumanitez cy-
devant non usitées”. En otra carta lo vuelve a repetir con otras palabras: “Bonne guerre,
ainsy que, par-cy-devant, entre toutes aultres nations at tousjours esté practicqué, faisant
cesser touttes cruaultez tant indignes de chrestiens.” El futuro instigador de la Apología y
el verdugo de Naarden y Haarlem, se dan perfecta cuenta de que el carácter de la guerra en
Flandes no era comparable a las guerras anteriores. La iniciativa tomada por Romero no
fue bien recibida por Requeséns, quien se queja ante Felipe II y le envía copias de cartas
intercambiadas40.
El contacto directo con Orange se verá restablecido durante las negociaciones de paz
en Breda en 1575, cuando Romero es uno de los rehenes 41. Los rebeldes insisten en prin-
cipio en la presencia de Champagney, Mondragón, Romero y Sancho Dávila, o por lo
menos en la de dos de ellos. Parece que el gobierno por parte del rey prefería no enviar a
Romero hacia Breda y encontramos excusas muy variadas en las cartas para ello. Por un
lado se dice que no puede ir por encontrarse ausente, se dice en Frisia ou là-entour, se
arguye que es el único maestre de campo en activo en el momento y que no puede faltar,
y se dice también que está enfermo en Holanda. Los rebeldes parecen haber cambiado
sus exigencias y ahora insisten en la presencia de Romero, “de n’entrer en aulcune com-
munication tant et jusques à ce que ledit Julien Romero fùt party pour aller se rendre en
hostaige”42. Desde Dordrecht, Orange le envía un pasaporte y añade al viejo amigo “le
desir mesmes que jay eu de long temps […] de vous veoir”43. Requeséns conoce la amistad

39
Guillermo de Orange a sus hermanos, Delft, 13-11-73, G. Groen van Prinsterer (ed.), Archives ou correspon-
dance inédite de la maison d’Orange-Nassau, IV, Leiden, 1837, pp. 237-238. Correspondencia Guillermo de
Orange, ING; Carta de Marnix a Orange sobre el buen tratamiento de él por parte de Romero, La Haya,
7-11-73. “Julian Romero, ès mains duquel nous sommes tombez par nostre bonheur.” L.P. Gachard (ed.),
Correspondance de Guillaume le Taciturne, III, Bruselas, Leipzig y Gante, 1851, p. 76. Cartas de Orange a
Romero desde Delft, del 7, 8, 9 y 10 de noviembre, 1573. L.P. Gachard (ed.), Correspondance de Guillaume le
Taciturne, III, pp. 81-87. El 30-6-74, Requeséns escribe a Romero sobre un intercambio de Marnix, pero no
está de acuerdo con las propuestas de Romero. Novoa Codoin (1893), pp. 202-203.
40
L.P. Gachard (ed.), Correspondance de Philippe II sur les affaires des Pays-Bas, II, Bruselas, Gante y Leipzig,
p. 451.
41
B. de Mendoza, “Comentarios”, p. 525, p. 543, p. 545, pp. 547-548; A. Trillo, Historia de la rebelion y guerras
de Flandes, Madrid, 1592; E. Van Meteren, Historie, 81V; P.C. Hooft, Nederlandsche, Libro X, p. 411; Idem,
XI, p. 459, pp. 462-p. 463; R. Fruin, “Prins Willem”, p. 372.
42
L.P. Gachard, Correspondance de Philippe II, p. 591, pp. 599-611, p. 617, pp. 639-640, p. 707, p. 729.
43
Oranje aan Romero, Dordrecht, 9-3-1575: Correspondencia Guillermo de Orange, ING.

– 281 –
Raymond Fagel

entre Romero y Orange, pero no lo ve con buenos ojos: “Julian ha tenido muy gran gana
de ir por rehen, persuadiéndose que la mucha instancia que han hecho por él es por tener
gana el príncipe d’Oranges de hablarle claramente, por el conoscimiento antiguo, y darse
á entender que ha de ser gran parte para persuadirle; y aunque su intencion es buena, sabe
harta mas retórica el príncipe que él”44.
Existe una clara discrepancia entre el verdugo de Naarden, especialmente en la versión
de Hooft, y el viejo amigo de Orange que intercambia cartas hablando de la buena guerra.
La imagen que ofrezco es sobre todo la de un militar profesional con su propio honor,
valiente pero duro, y todos le aprecian por ello y conocen sus limitaciones como político.
Y es más, hasta su reputación militar se resintió en estos años durante un episodio en
Zelanda.

Yo no soy marinero

Entre las dos fases de comunicación con Orange, el maestro de campo de infantería
funcionó tan solo una vez como almirante de una flota de pequeñas embarcaciones en
un intento de salvar la ciudad de Middelburg en Zelanda45, mientras que Sancho Dávila
se encargaba de la armada de los grandes buques. El fracaso marítimo de Romero cerca
de Reimerswaal y Bergen-op-Zoom forma una de las grandes historias alrededor de la
figura de Julián. Ya directamente al principio, un tiro de salva honorífico para despedirse
de Requeséns causa un fuego que quema todo un navío. Después, los ataques por los
barcos enemigos, la mala actuación de los marineros flamencos y los malditos bancos de
Zelanda, causan la derrota y llevan a Romero a abandonar su navío. Según Van Meteren,
que le llama un “viejo y experimentado hombre de guerra”, al final “el almirante Julián
Romero salió gateando por una puerta de artillería y se alejó en un barco”46. Hooft altera
la historia en un gran evento, en parte debido a Williams de nuevo, que participó en la
empresa. Romero “saltó por una puerta de artillería y llegó a tierra con los demás de la
tripulación con un bote de remos o nadando”. El gobernador Luis de Requeséns le estaba
esperando en la costa de Bergen-op-Zoom bajo la lluvia y Romero, en un intento de sal-
var su fama, le dijo –“de manera impertinente” según Hooft– “que él era un hombre de
guerra y no un marinero, y que era capaz de llevar a la desgracia rápidamente a todas las
armadas que le dieran”47.
En una canción de guerra holandesa se habla de la derrota de la flota y el texto pone en
la boca del “Capitein Juliaen de Romero” un discurso ante sus hombres en el que habla de

44
Requeséns a Felipe II, Amberes, 7-4-75, L.P. Gachard, Correspondance Philippe II, III, p. 279. Idem, pp.
300-301. A finales de mayo 1575 Romero tenía fiebre, “ayant esté saigné et en grand danger”. Idem, p. 729.
45
Al principio, Romero estaba enfermo y Requeséns ya había llamado a Gonzalo de Bracamonte para reem-
placerle. Requeséns a Felipe II, Amberes, 18-1-74, L.P. Gachard, Correspondance de Philippe II, III, pp. 10-12;
Cartas de Requeséns a Romero de 9 y 17-1-1574. Novoa Codoin, I (1892), pp. 29-30, pp. 52-53.
46
E. Van Meteren, Historie, 67v-68r.
47
P.C. Hooft, Nederlandsche, Libro IX, pp. 345-347; R. Williams, Memoriën, pp. 158-163.

– 282 –
Julián, un héroe español en Flandes: entre el príncipe de Orange y el duque de Alba

la lucha contra los herejes, mostrándoles una imagen de la virgen y dándoles vino antes de
la batalla48. La historia de la armada de Romero también se refleja en los tapices del museo
de Zelanda sobre la batalla, que datan de finales del siglo xvi49. Gracias al reciente libro de
Ronald de Graaf sobre las guerras de Flandes, podemos acercarnos a esta historia desde la
perspectiva de los rebeldes. El autor ha elegido en su libro a Splinter Helmichs como un
ejemplo de los héroes militares por parte de los rebeldes, y es precisamente Romero quien
actúa como su víctima cuando Helmichs ataca el navío del capitán español. Además, es
interesante que Helmichs, como Romero, sufrió múltiples heridas durante su vida50.
Los cronistas españoles Trillo y Mendoza buscan todo tipo de excusas y causas para
la derrota y el primero incluso intenta salvar el día diciendo que aunque Romero per-
dió ochocientas personas, de los rebeldes habían muerto mil. Ambos cronistas están de
acuerdo con que llegó nadando a la costa, “y se echó el maestre de campo al agua, y los
soldados tras el”, y las famosas palabras de Julián ante Requeséns, parece que Hooft las
tomó de Mendoza: “Vuestra excelencia bien sabía que yo no era marinero, sino infante;
no me entregue mas armadas, porque si ciento me diese, es de temer que las pierda todas”.
Lo que el autor holandés no cita es que el gobernador le recibió “con gran pecho y valor”.
En las crónicas, el fracaso no pudo empañar la fama de Julián51. No obstante, en una
carta de Requeséns al rey, el gobernador acusa a Romero de haber cometido grandes
errores, y utiliza incluso las palabras “grandísimo disparate”, y añade que no es válido
alegar no ser marinero no que no hacía falta serlo para navegar durante tres horas con ins-
trucciones precisas. El secretario Morillon tampoco le salva: “Grande faulte au capitaine
Julian d’avoir esté si téméraire” y “Ledit capitaine Julian les at très mal suivy52”. Granvela
parece tener en una carta la perfecta mezcla de crítica y elogio: “Valiente se ha mostrado
Julian Romero en tierra, y en lo poco que navegó para yr a acometer los enemigos, hizo
yerro en la marinería, pues fué a ellos, contra viento y contra la marea, y el humo del
artillería le cubria los enemigos, que a mano salva tiraron a su gente, y aun quieren dezir,
no sé si es verdad, que en esta jornada no mostró el valor que solía53”. No obstante, Felipe
II escribió a Requeséns diciéndole que tenía que consolar a Romero por lo de Vergas54.

48
J. van Vloten (ed.), Nederlandsche geschiedzangen, II, Ámsterdam, 1864, p. 110.
49
C.A. van Swigchem y G. Ploos van Amstel (eds.), Zes unieke wandtapijten strijd op de Zeeuwse stromen 1572-
1576, Zwolle, 1991, p. 72; K. Heyning, De tapijten van Zeeland, Middelburg, 2007.
50
R. de Graaf, Oorlog, mijn arme schapen, p. 212.
51
A. Trillo, Historia, Libro II, 1v-3v; B. de Mendoza, “Comentarios”, pp. 503-504; L. Cabrera de Córdoba,
Historia, II, pp. 671-672.
52
Morillon a Granvelle, Bruselas, 1-2-74, Correspondance du cardinal, V, pp. 18-19; Requeséns a Felipe II,
Amberes, 13-2-74, L.P. Gachard, Correspondance de Philippe II, III, pp. 15-16.
53
Granvelle a Juan de Zúñiga, 19-3-74. Correspondance du cardinal, V, p. 60.
54
Felipe II a Requeséns, Madrid, 31-3-74, Correspondance de Philippe II, III, p. 46.

– 283 –
Raymond Fagel

Adiós Flandes, adiós Julián

En la canción “‘t vrijgeleit na der Hellen’” (El salvoconducto hacia el infierno), el


autor menciona a varias personas del bando real por su apellido: Vergas (Juan de Vargas),
Vitelle (Chiapin Vitelli), Roda (Gerónimo de Roda) y Caspar de Robles. En este caso
encontramos solo a dos militares a los que se refieren tan solo con su nombre de pila:
Sancio (Sancho Dávila) y “onsen besten vrint, capiteyn Juliaen, hy heeft alomme zijn
beste gedaen” (nuestro mejor amigo, capitán Julián, que hizo todo lo que pudo)55. Sobre
él y Roda el poeta neerlandés continua:

“‘t Waer jammer dat zy beyde bleven daer buyten,


men salse beste inden peck-kelder sluiten
want ‘t waer jammer, al is Juliaen half blent,
dat hy niet en waer onder ‘t helsche regiment,
sprack Lucifer met alle zijnen raet,
diet niet en gelooft, doet goet noch quaet”.

“Sería una pena si los dos se quedaran fuera,


mejor encerrarles en la bodega de la pez
porque sería una lástima, aunque Julián es medio ciego,
que no estaría bajo el gobierno infernal,
decía Lucifer con todo su consejo,
quién no lo crea, no hace ni bien ni mal”.

Aunque por supuesto Julián debe acabar en el infierno, se le describe con benevolen-
cia: hizo todo lo que estuvo en su mano. A esta visión más humana también contribuye la
alusión a su ceguera en un ojo. Si a este mal se le añaden las heridas en su pierna y brazo,
así como la herida en uno de sus oídos, es dudoso que el calificado de “guapo” como uti-
lizó Cañizares en el título de su comedia, fuera aplicable al héroe español al final de sus
días. Julián ya era un mito: el capitán guerrero con un ojo. Sería interesante investigar si
las fuentes iconográficas quizá apoyan esta imagen. En un grabado de 1578 sobre la muerte
de Don Juan y la humillación de Alba, vemos cómo debajo de un caballo yace una figura
con la inscripción al lado del nombre de Iuliani56. En mi opinión se puede decir que el
artista refleja incluso el ojo ciego del militar, pero puede tratarse solo de mi vívida imagi-
nación. En el cuadro del Greco vemos igualmente su ojo derecho, pero de nuevo es difícil
determinar si es un ojo herido.
55
Nederlandsche geschiedzangen, II, p. 205.
56
D.R. Horst, De opstand in zwart-wit. Propagandaprenten uit de Nederlandse Opstand 1566-1584, Zutphen,
2003, p. 253. En un mapa de la batalla de San Quintín también aparece Romero descrito tan solo como
“Julian”. L.M. Cabello Lapiedra, La batalla de San Quintín y su influencia en las artes españolas, Madrid, 1927,
después de la página 112.

– 284 –
Julián, un héroe español en Flandes: entre el príncipe de Orange y el duque de Alba

A punto de salir Julián de Flandes después de la pacificación de Gante, Hooft vuelve a


sacar a relucir a su malvado protagonista. Según él, el consejo de guerra había nombrado a
Alonso de Vargas como comandante del ejército que iba en dirección a Italia, pero “Julián
Romero, por engreimiento español, se negaba a servir bajo uno que según él había sido
su soldado”57. En realidad fueron muchos más oficiales los que no querían servir bajo el
mando de Vargas58.
Acabó su vida en Italia, en 1577, de un ataque, cayendo de su caballo, camino de
Flandes, cuando acababa de ser nombrado maestro de campo general del nuevo ejér-
cito. Martín Antonio del Río describe su muerte, concluyendo que “con esta nueva no
recibieron los rebeldes menos contento que los del Rey tristeza, por no aver más idóneo
ninguno para la guerra de Flandes que Julián Romero, el qual con larga esperiencia sabía
los caminos, passos y sitios de las villas, y lo que era muy importante, fue siempre temido
de sus enemigos”59. También se hace eco de su muerte y la describe con palabras de reco-
nocimiento Antonio Carnero: “Que dio general sentimiento por el amor que los soldados
le tenían, hiço notable falta porque era soldado de gran valor y de mucha esperiencia.”
El acontecimiento se refleja a su vez en uno de los pocos títulos marginales. En la misma
página donde encontramos el título “muere Iulian Romero”, solo tenemos otro título
marginal: “Piérdese Ámsterdam villa muy católica.” En la lista al final del libro con los
altos militares del ejército que lucharon en Flandes, Julián se encuentra el primero por de-
lante de otras cuarenta y cinco personas60. Al cardenal Granvela no le impresionó mucho
la muerte del capitán y las únicas palabras que le dedica al suceso tienen que ver tan solo
con su preocupación por el retraso de la salida de las tropas61.
En las dramáticas palabras de su biógrafo Marichalar, elogiadas por un crítico como
uno de los fragmentos más hermosos de la literatura de entonces, es decir de 1952: “La
muerte ha dicho basta. Julián, desplomado, vencido, muerde el polvo, el rostro entre los
cascos del caballo; el animal ha hecho un extraño movimiento al sentir el brusco restregón
del batacazo62”.

57
P.C. Hooft, Nederlandsche, Libro XII, p. 502. En una carta de Escobedo a Felipe II, Amberes, 21-3-77, dice
que Julián, “sabe mejor gobernar la gente que otro ninguno”, en Codoin L (1867), p. 334.
58
Don Juan a Felipe II, Lovaina, 7-4-77. L.P. Gachard, Correspondance de Philippe II, V; L. Cabrera de Cór-
doba, Historia, II, p. 777.
59
M.A. del Río, La crónica sobre don Juan de Austria, (M.A. Echevarría Bacigalupe, ed.), Viena, Munich, 2003,
p. 182.
60
A. Carnero, Historia de las guerras civiles que ha avido en los estados de Flandes des del año 1559 hasta el de 1609
y las causas de la rebelion de dichos estados, Bruselas, 1625, sobre todo pp. 30-31, p. 34, p. 49, p. 54, p. 57, p. 63,
p. 68, p. 86, pp. 94-97, p. 133, p. 564. En la crónica de Alonso Vázquez, que empieza su descripción en 1577,
la muerte de Romero no se menciona. Aparece el capitán dos veces en esta larga crónica, pero no se da ningún
detalle. Para Vázquez ya era un personaje casi olvidado. A. Vázquez, “Los sucesos de Flandes y Francia del
tiempo de Alexandro Farnese”, en Codoin LXXII-LXXIV, Madrid, 1879-1880. En L. Cabrera de Córdoba,
Historia, II, p. 811, vemos descrita la muerte, cerca de Cremona: “Dio gran tristeza, porque harían gran falta
el valor y esperiencia del que de soldado llegó a maestre de campo, mereciendo sus hechos y conocimiento
de la guerra los grados para ascender al último en que murió, y ser capitán general en grandes empresas”.
61
Granvelle a Felipe II, Roma, 31-10-77, Correspondance du cardinal VI, p. 282.
62
C. de Mayalde, “Antonio Marichalar: Julián Romero”, Revista de estudios políticos 46 (1952), no. 66, nov.-dic.,
p. 179.

– 285 –
Raymond Fagel

Recompensa y memoria

La figura de Julián demuestra que las tropas del duque de Alba no formaban un ejér-
cito de extranjeros faltos de relaciones con Flandes. Ya conocían tanto el terreno como a
personas, habían luchado en las guerras contra Francia y conocían a los protagonistas del
lado rebelde de una época anterior. La interesante relación entre Romero y Orange es la
mejor prueba de ello, como también las anécdotas sobre el capitán y el conde Egmont. Es-
tos agentes de la corona se encontraron en medio del conflicto y Romero intentó incluso
compaginar la lealtad al duque de Alba y al rey con una relación amistosa con Orange. Así
hemos visto que es posible que el verdugo de los Alba siguiera en contacto con el príncipe
de Orange hablando con sentimiento de la bonne guerre de antaño.
Es innegable que Julián fue un mito ya en vida y podemos ver su figura como un
símbolo de la guerra, en el que el heroísmo y la crueldad se encuentran, y donde el mito
y la realidad se entremezclan. Es particularmente interesante que incluso en algunas fuen-
tes neerlandesas Julián disfrutaba de una cierta fama positiva a pesar de sus acciones en
Naarden y Haarlem. No obstante, Hooft le presenta en sus historias como uno de los
protagonistas españoles más malignos. Para las crónicas españolas es claramente un héroe,
aunque sin verse privado de su merecida crítica, un elemento que se encuentra igualmente
en las correspondencias.
También la búsqueda de recompensa por sus servicios, causa conflicto con el rey y
sus representantes, aunque no he dedicado atención a este tema en la presente. Al final
Requeséns se queja ante Felipe II de la actitud del maestro de campo: “La poca razón que
Julián tenía de quejarse de V.M. y la merced que deseaba hacerle... pero es terrible caso
que sea medio para conseguirlo el alterarse de esta manera63”. Fue en esta ocasión que
Romero dejó la más completa descripción de su penosa situación, diciendo que solo la
muerte podía impedir su salida de Flandes64:

“Pues que há que sirvo á S.M. cuarenta años la Navidad que viene, sin apartarme
en todo este tiempo de la guerra y de los cargos que se me han encomendado, y en ellos he
perdido tres hermanos, y un brazo, y una pierna, y un ojo, y un oido … y agora, última-
mente, un hijo en quien yo tenia puestos los ojos”.

Es interesante que ya en la época se decía que Julián había entrado en la orden de San-
tiago sin las pruebas necesarias, porque sus acciones ya le avalaban. Pensemos de nuevo en
la comedia de Cañizares, “ponerse hábito sin pruebas, y guapo Julián Romero”. Cabrera
de Córdoba explica en su historia de Felipe II que el rey “daba a la sangre vertida antes
63
Requeséns a Felipe II, Amberes, 19-8-74. Novoa Codoin, V (1894), pp. 77-79; Idem, IV (1894), p. 335. Re-
queséns a Romero, 5-8-74: “Significa pesarle del descontento con que se halla y la poca razón que tiene de
quejarse”; respuesta de Romero a Requeséns, 7-8-74: “Torna á porfiar que no puedo ser Maese de campo, ni
que él ni S.M. le pueden forzar á ello.” Idem, V, pp. 82-85. Véase también Codoin LXxv, p. 264.
64
Romero a Requeséns, 21-7-74. Codoin, LXxv, pp. 262-264.

– 286 –
Julián, un héroe español en Flandes: entre el príncipe de Orange y el duque de Alba

que a la heredada, y por esto tomó el hábito de Santiago Julián Romero sin información
de sus calidades, aunque las tenía”65. No obstante, y afortunadamente para el historiador,
las pruebas para conseguir el hábito se encuentran en el Archivo Histórico Nacional de
Madrid66.
Una de las constantes preocupaciones de Romero fue obtener un puesto fijo en Flandes
o en Italia, como una castellanía, porque su mujer legítima no había querido acompañarle
en sus andanzas por Flandes. El capitán había logrado casarse con una mujer de la élite de
Madrid, María Gaytán, con casa en la Calle Mayor de la villa y Romero siempre insistía
en sus cartas en una recompensa que pudiera llevar a la unión con su mujer y su hija
Francisca. Al mismo tiempo, Julián tenía de su anterior estancia en Flandes tres hijos con
una flamenca, que residía en Bruselas. La hija, Juliana, se casó tres veces con un capitán
español en Flandes, quedándose viuda las tres veces. No era Romero el único militar
español que tenía una familia flamenca en Flandes. Tanto Gaspar de Robles, Cristóbal
de Mondragón, Francisco Verdugo como Sancho Dávila conocieron a sus esposas en
Flandes. Y no hablemos del amor de Francisco Valdés por Magdalena Moons que forma
parte de las leyendas respecto al asedio de Leiden. Se dice que por amor Valdés había
dejado de atacar la ciudad, porque ella tenía familiares allí. Recientemente se ha probado
que el maestro de campo estaba casado con esta mujer de La Haya, lo que por lo menos
da un fundamento histórico al mito.67
Después de su muerte, el secretario Mateo Vázquez le insiste a Felipe II el pago de lo
que se debía a la viuda, no solo por motivos humanitarios, sino porque ello redundaría en
el ánimo de los soldados españoles en Flandes y en otras partes del mundo68. Invirtiendo
este razonamiento podríamos concluir entonces que en Flandes se seguía lo que pasaba en
España con la familia del héroe. Si ni siquiera a la familia de Julián se le paga lo debido,
¿para qué seguir luchando? Su hija recibe finalmente una buena herencia y se casa con un
noble. Aunque la Cámara de Castilla había hablado de quinientos o seiscientos ducados
anuales para la viuda y cuatro mil o cinco mil ducados de una vez para la dote de la hija,
se decidió en 100.000 maravedís de por vida a Maria Gaytán y tres mil ducados para
Francisca Romero69.
Con su dinero, Francisca intenta promocionar la memoria de su padre, a quien apenas
había podido conocer y para ello manda construir una capilla en un convento madrileño,

65
Cabrera de Córdoba, Historia, II, p. 818; “Julián Romero embista, dando de quién es indicios, que el hábito
de Romero, es de todos conocido.” L. de Vega, La aldehuela, p. 135.
66
Felipe II responde a la petición de hábitos por parte de algunos nobles: “Bien está, mas yo deseo, porque se lo
merece, darsele à Julian Romero, que me ha servido muy bien y ha mucho que se le deba.” Responde alguien
“Julian Romero, señor, no le pide.” Y responde el rey: “Y aun por esso ! … Julian Romero es soldado, que
merece por sus hechos la cruz que digo …” J. Pérez de Montalbán, Segundo Seneca, p. 8.
67
E. Kloek, “Moons, Magdalena”, en Digitaal Vrouwenlexicon van Nederland. URL: <http://www.inghist.nl/
Onderzoek/Projecten/DVN/lemmata/data/moons> [03/10/2007].
68
M. del Saltillo, “Servidores del rey Don Felipe”, Hispania I (1941), pp. 120-122.
69
Ibidem.

– 287 –
Raymond Fagel

con todas las banderas ganadas por Julián que había enviado a España70. El cuadro de El
Greco posiblemente estaba destinado a esta capilla. Debido a un conflicto entre la hija y
el convento lamentablemente no se continuó la capilla. En el convento vivía también una
hija de Lope de Vega y no es impensable que las hijas de estos dos grandes españoles se
hubieran conocido. Quizá es a través de esta relación que Lope decidió dedicar una obra
a Julián.
Más tarde, Francisca compró un pueblo, Cobejo de la Sagra, cerca de Toledo, e hizo
cambiar el nombre en “Cobejo de Julián Romero”. De nuevo vemos que la hija intenta
honrar la memoria de su padre. No obstante, después de morir sin hijos, el apéndice de
“Julián Romero” se perdió de nuevo, llamándose actualmente Cobejo, sin más. El héroe
español de Flandes se debe contentar con las pinceladas de El Greco, con algún historia-
dor en el pasado y en la actualidad, pero sobre todo con las rimas de Lope :

El valeroso Romero
De cuyas raras virtudes
Quedarán los libros llenos71.

Y aquí acaba, senado,


la historia, y no los hechos,
del gallardo capitán
de Cuenca, Julián Romero72.

70
G. González Dávila, Teatro de las grandezas de la villa de Madrid, corte de los Reyes Católicos de España, Ma-
drid 1623, 290; A. de León Pinelo, Anales de Madrid (P. Fernández Martínedro, (ed.), Madrid, 1971, p. 192.
Carta de Felipe II a Francisca Romero, 20-8-95. J. Lefèvre (ed.), Correspondance de Philippe II, Bruselas, 1960,
p. 257 (Archivo General del Reino, Bruselas, Audiencia, registro 197, f. 52. Pensión para la hija de Julián
Romero debatido en el Consejo de Estado, 24-9-97). P. Williams, “Philip III and the restoration of Spanish
government 1598-1603”, English Historical Review 88 (1973), pp. 751-769, p. 754 (AGS, Estado, 2023, ff. 11-12).
71
L. de Vega, La Aldehuela, p. 116.
72
L. de Vega, Comedia famosa, p. 69.

– 288 –
Jerónimo Gracián de la Madre de Dios,
la corte de Bruselas y la política religiosa
en los Países Bajos meridionales, 1609-1614
Werner Thomas
Universidad Católica de Lovaina

Desde inicios del siglo xx, la corte de los archiduques Alberto de Austria y la infanta
Isabel Clara Eugenia en Bruselas ha atraído la atención de un amplio número de historia-
dores belgas, holandeses, españoles y anglosajones1. Sobre todo el carácter particular de la
autonomía flamenca ha dado origen a una serie de interpretaciones, que oscilan entre la
dominación completa por España y el gobierno de Alberto e Isabel Clara Eugenia como
precursor de la independencia de Bélgica. Los intentos de Felipe III de reincorporar los
Países Bajos en la Monarquía contrastaban con la manera en la que el archiduque impuso
su visión sobre las relaciones con las Provincias Unidas. La presencia del Ejército de Flan-
des, que dependía, no de Alberto como soberano del territorio que estaba defendiendo,
sino de Felipe III, complicaba aun más la situación.
Como consecuencia, las relaciones entre Bruselas y Madrid durante la época archidu-
cal fueron continuamente complicadas. Una amplia red de canales oficiales y semioficiales
vinculaba ambas cortes. El embajador de España representaba a Felipe III en Bruselas2. El
rey y el archiduque mantenían una correspondencia oficial, mientras que la archiduquesa
y el duque de Lerma se carteaban de forma más informal3. Desde 1605, el nuevo capitán
general del ejército Ambrosio Spínola trataba directamente con el rey. Al mismo tiempo,
Madrid creó en Bruselas una red de personas de su confianza que debían controlar las
acciones de los archiduques, siendo el secretario de Estado y Guerra Juan de Mancisidor

1
Para un status quaestionis, véase W. Thomas, “La Corte de los archiduques Alberto de Austria y la Infanta
Isabel Clara Eugenia en Bruselas (1598-1633). Una revisión historiográfica”, en A. Crespo Solana y M. He-
rrero Sánchez (eds.), España y las 17 provincias de los Países Bajos. Una revisión historiográfica (xvi-xviii),
Córdoba, 2002, t. I, pp. 355-386. Las relaciones entre Bruselas y Madrid en la época archiducal se estudian
sobre todo en J. Lefèvre, Spinola et la Belgique (1601-1627), Bruselas, 1947; M.A. Echevarría Bacigalupe, La
diplomacia secreta en Flandes, 1598-1648, Leioa, 1984; idem, Flandes y la Monarquía Hispánica (1500-1713),
Madrid, 1998, pp. 149-196; A. Esteban Estríngana, Guerra y finanzas en los Países Bajos católicos. De Far-
nesio a Spínola (1592-1630), Madrid, 2002. Véase también G. Parker y H. De Schepper, “The formation of
government policy in the Catholic Netherlands under ‘the Archdukes’, 1596-1621”, The English Historical
Review, ccclix (Oxford 1976), pp. 241-254.
2
J. Lefèvre, “Les ambassadeurs d’Espagne à Bruxelles sous le règne de l’archiduc Albert (1598-1621)”, Revue
belge de philologie et d’histoire, 2 (Bruselas 1923), pp. 61-80.
3
Parte de esta correspondencia fue publicada en Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España,
ts. 42 y 43, Madrid, 1863, pp. 218-573 y 5-232; A. Rodríguez Villa, Correspondencia de la Infanta-Archiduquesa
doña Isabel Clara Eugenia con el Duque de Lerma y otros personajes, Madrid, 1906.

– 289 –
Werner Thomas

el mejor ejemplo4. A su vez, el archiduque contaba con su caballerizo mayor, el conde de


Solre, y el comandante de su guardia, el conde de Añover, para defender la causa flamenca
en Madrid5.
En el pasado se solía interpretar la relación entre España y los Países Bajos meridio-
nales como una confrontación entre los castellanos (Madrid) y los nacionales (Bruselas),
aunque éstos recibían el apoyo de aquellos españoles que el archiduque había logrado
ganar para la causa nacional. Apenas se ha tomado en cuenta la lucha de facciones en la
corte de Felipe iii, donde al menos dos grupos –lermistas y antilermistas– con distintos
puntos de vista sobre la posición de los Países Bajos dentro de la Monarquía se disputaban
el poder6. Parece lógico que estos grupos buscaban apoyo en la corte de los archiduques,
los unos para poner en la práctica la política de pacificación del duque de Lerma, los otros
para combatirla. Como consecuencia, también en Bruselas surgió una facción antilermis-
ta que agrupaba parte de los españoles en Flandes. Estos adversarios de Lerma y Spínola
se empeñaban en demostrar las consecuencias nefastas de la pax hispanica en los Países
Bajos. En particular, recurrían a los problemas religiosos provocados por las distintas pa-
ces y los utilizaban para fines políticos. Muy pronto, la cuestión de la religión se convirtió
en un tema importante en la lucha entre las diferentes facciones en la corte de Bruselas.
Al demostrar la quiebra de la pax hispanica en Flandes, la facción antilermista intentaba
debilitar la posición de Spínola en Bruselas y, como consecuencia, la de Lerma en Madrid.
En este contexto, era importante que el rey fuese informado correctamente – al me-
nos desde su punto de vista – de los acontecimientos en Flandes, y en particular de los
problemas religiosos y las soluciones que el archiduque llevaba a cabo para remediarlos.
Esta información llegaba a Madrid a través de los canales oficiales, pero también por vía
de agentes informales, que actuaban con más libertad y, como consecuencia, a veces con
más probabilidades de éxito. Uno de los agentes que desempeñó un papel importante en
esta transferencia de información potencialmente perjudicial a los lermistas, era Jerónimo
Gracián Dantisco. Entre 1607 y 1614 fue uno de los informantes antilermistas más impor-
tantes en la corte de Bruselas.

La Tregua de los Doce Años y el protestantismo en Flandes

El 9 de abril de 1609, después de más de cuarenta años de guerra civil en Flandes,


se firmó en Amberes un acuerdo entre las Provincias Unidas de un lado, y España y los
Países Bajos meridionales del otro. La política de Felipe ii y luego Felipe iii, de aislar a los
4
J. Lefèvre, “D. Juan de Mancicidor”, Revue belge de philologie et d’histoire, 4 (Bruselas 1925), pp. 697-714.
5
V. Brants, “Une mission à Madrid de Philippe de Croy, comte de Solre, envoyé des archiducs en 1604”, Bul-
letin de la Commission royale d’Histoire, 77 (Bruselas 1908), pp. 185-203; Idem, Avis sur les affaires des Pays-Bas,
adressés à l’archiduc Albert par Philippe de Croy, comte de Solre, Bruselas, 1914; B.J. García García, “‘Ganar los
corazones y obligar los vecinos’. Estrategias de pacificación de los Países Bajos (1604-1610)”, en A. Crespo
Solana y M. Herrero Sánchez (eds.), España y las 17 provincias, t. I, pp. 137-165.
6
Para la lucha faccional en la corte de Madrid durante el gobierno de Felipe III, véase A. Feros, Kingship and
Favoritism in the Spain of Philip III, 1598-1621, Cambridge, 2000.

– 290 –
Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, la corte de Bruselas y la política religiosa en los Países Bajos meridionales

rebeldes holandeses mediante la conclusión de tratados de paz con sus aliados naturales,
Francia e Inglaterra, no había conducido a la derrota de la República. El largo y costo-
so sitio de Ostende, que duró de julio 1601 a septiembre 1604, y las campañas de 1605
y 1606 habían agotado los recursos de ambas partes y les habían obligado a iniciar, desde
la primavera de 1607, las negociaciones. El resultado final fue una tregua que suspendió
durante doce años las hostilidades en Europa y que restableció las relaciones comerciales
entre los beligerantes7.
Dado el carácter sensible de la cuestión religiosa para ambas partes, el texto de la
Tregua no mencionó ni una vez la palabra religión. Nadie quería dar la impresión de
que hubiese tenido que aceptar las condiciones del otro en este aspecto. Sin embargo,
la reanudación del comercio exigió un arreglo inequívoco de la situación jurídica de los
mercaderes protestantes en tierras del archiduque y del rey de España, donde incluso
funcionaba el Santo Oficio de la Inquisición. De la parte de Felipe III y el archiduque
Alberto debían garantizar que los súbditos no católicos de los Estados Generales no serían
detenidos ni condenados por su religión. El artículo XVII de la Tregua dio solución a este
problema, aunque sin mencionarlo de forma tan explícita. Acordaba que “los súbditos y
vecinos de los países de los Estados Generales de los Países Bajos septentrionales gozarán
en los países del dicho rey [de España] y de los archiduques, de la misma seguridad y
libertad de las que los súbditos del rey de Gran Bretaña gozan a raíz del último tratado de
paz y de los artículos secretos acordados con el condestable de Castilla”8.
En otras palabras, la Tregua reprodujo el arreglo del Tratado de Londres de 1604 sin
introducir ninguna modificación9. Dicho tratado reguló el contacto interconfesional en-
tre los protestantes británicos y los católicos españoles y flamencos en España y los Paí-
ses Bajos meridionales. El artículo XXIII del documento estipulaba que los mercaderes

7
La política internacional de Felipe III se analiza en B.J. García García, La Pax Hispanica. Política exterior del
Duque de Lerma, Lovaina, 1996; P. Allen, Felipe III y la pax hispanica, 1598-1621. El fracaso de la gran estrate-
gia, Madrid, 2000; P. Williams, The Great Favourite. The Duke of Lerma and the Court and Government of
Philip III of Spain, Manchester, 2006. O. van Nimwegen, “Deber landen crijchsvolck’. Het Staatse leger en de
militaire revoluties (1588-1688), Ámsterdam, 2006, pp. 143-175, discute la política internacional de la República
en la época de Felipe III. Sobre las negociaciones de la Tregua de los Doce Años, véase el excelente estudio de
W.J.M. van Eysinga, De wording van het Twaalfjarig Bestand van 9 april 1609, Ámsterdam, 1959.
8
El texto en latín de la Tregua se publicó en J. Bernard (ed.), Recueil des traitez de paix, de trêve, de neutralité,
de suspension, d’armes, […] et d’autres actes publics […], 4 ts., La Haya-Ámsterdam, 1700, t. III, pp. 43-46; J.
Dumont (ed.), Corps universel diplomatique du droit des gens, t. V/II, La Haya, 1726, pp. 99-102. La versión
en neerlandés se encuentra en A. Anselmus (ed.), Placcaeten, ordonnantien, landt-chartres, blyde-incomsten,
privilegien ende instructien by den Princen van dese Neder-Landen, aen de Inghesetenen van Brabandt, Vlaende-
ren, ende andere Provincien, ’t sedert t’iaer 1220, t. I, Amberes, 1648, pp. 633-642. La versión en francés se editó
en V. Brants (ed.), Recueil des ordonnances des Pays-Bas. Règne d’Albert et Isabelle, 1597-1621, 2 ts., Bruselas,
1909-1912, t. I, pp. 402-409. No he podido comprobar si se recopiló una versión española en J.A. de Abreu y
Bertodano (ed.), Colección de los Tratados de Paz, Neutralidad, Garantía, Protección, Tregua, Mediación, Acce-
sión, Reglamento de Límites, Comercio, Navegación, Etc., hechos por los Pueblos, Reyes y Príncipes de España Con
los Pueblos, Reyes, Príncipes, Repúblicas, y demás Potencias de Europa y de otras Partes del Mundo, 12 ts., Madrid,
1740-1752. La cita es una traducción propia al español del texto neerlandés.
9
Sobre el Tratado de Londres, véase: A.J. Loomie, Toleration and Diplomacy. The Religious Issue in Anglo-
Spanish Relations, 1603-1605, Filadelfia, 1963; P. Croft, King James, Nueva York, 2003, pp. 48-53 y 176-178;
idem, “England and the Peace with Spain, 1604”, History Review, 49 (2004), pp. 18-23.

– 291 –
Werner Thomas

ingleses no podían ser molestados en España ni en Flandes por su religión, a condición


de que no diesen escándalo público. Tres artículos secretos definían mejor sus derechos.
Los mercaderes ingleses no podían ser detenidos por crímenes de herejía cometidos fue-
ra del territorio del rey de España y de los archiduques. Estando en España o Flandes,
no estaban obligados a ir a misa, comulgar o confesarse. Sin embargo, si entraban en
una iglesia, debían comportarse como buenos católicos. Asimismo debían arrodillarse y
descubrirse al cruzar el Santísimo Sacramento en la calle. En caso de infracción, la In-
quisición sólo podía secuestrar la parte del navío y de las mercaderías pertenecientes a los
transgresores. Obviamente hubo restricciones a la libertad de conciencia. No se permitía
en ningún momento a la comunidad mercantil británica ni la organización pública o se-
creta del propio culto, ni la creación de iglesias propias, ni la contratación de predicadores
protestantes. Estaba terminantemente prohibida la importación de libros prohibidos, ni
siquiera para su uso en el ámbito privado. Finalmente, los artículos religiosos del tratado
sólo se aplicaban a los transeúntes, es decir, los que se quedaban menos de un año y un
día. Los súbditos británicos residentes debían convertirse al catolicismo, como antes ya
era el caso10. La tregua de 1609 simplemente adoptó estas medidas de libertad de concien-
cia, ampliándolas a los súbditos holandeses, aunque sin referirse en ningún momento a
la religión ni a la causa conscientiae. Además, el artículo complementario del 7 de enero
de 1610 les permitió enterrar a sus muertos en los lugares que Felipe III y los archiduques
debían poner a su disposición11.
Debido a la cercanía geográfica del protestantismo, a los lazos entre familias por am-
bos lados de la frontera, y a la presencia de amplios grupos de “nicodemistas” en las
ciudades flamencas12, la Tregua de los Doce Años tuvo consecuencias importantes para la
convivencia de protestantes y católicos en los Países Bajos meridionales. En efecto, a pesar
de las restricciones del tratado, los protestantes –tanto mercaderes y viajeros holandeses
como residentes flamencos– consideraron la Tregua como un salvoconducto para vivir
abiertamente en su fe, causando escándalo entre los súbditos católicos de los archiduques.
Se aprovechaban de la situación particular en el que se encontraba el gobierno de Bruselas
que, aunque legalmente disponía de la posibilidad de actuar con el debido rigor contra
los transgresores de las cláusulas restrictivas, prefería no aplicar los castigos previstos por

10
W. Thomas, La represión del protestantismo en España, 1517-1648, Lovaina, 2001, pp. 301-309. El texto del
Tratado de Londres se publicó en J. Bernard, Recueil, t III, pp. 9-13; A. Anselmus, Placcaeten, t. I, pp. 621-632;
J. Dumont, Corps universel, t. V/I, pp. 32 y ss.
11
V. Brants (ed.), Recueil des ordonnances, t. II, pp. 29-31, artículo 2.
12
El informe que el nuncio Ottavio Mirto Frangipani redactó en 1607 sobre el estado de la religión en los
Países Bajos meridionales menciona a comunidades protestantes importantes en Amberes, Gante, Brujas,
Nieuwpoort, Oudenaarde, Herentals, Diest, Aarschot, Valenciennes y Lille. Cf. L. van der Essen y A. Louant
(eds.), Correspondance d’Ottavio Mirto Frangipani, premier nonce de Flandres (1596-1606), 3 ts., Bruselas, 1924-
1942, t. III/2, pp. 529-546 (532-533). El nuncio Guido Bentivoglio asimismo reportó amplios núcleos de pro-
testantes en Amberes y Gante. Véase G. Bentivoglio, Relaciones; E. Puteanus (ed.), F. de Mendoça y Céspedes
(trad.), Madrid, Pedro Coello, 1638, f. 65v.

– 292 –
Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, la corte de Bruselas y la política religiosa en los Países Bajos meridionales

miedo de la ruptura de la Tregua o del maltratamiento de los católicos en las Provincias


Unidas13.
Ya durante los últimos meses de las negociaciones en Amberes, los calvinistas de aque-
lla ciudad atendieron públicamente las predicaciones en la residencia de los delegados
holandeses. Apenas concluida la Tregua, organizaron un servicio de transporte semanal
por barco a la iglesia reformada de Lillo, donde no sólo participaban en los oficios calvi-
nistas, sino también se casaban y llevaban a sus hijos al bautizo. En días de buen tiempo,
su número crecía hasta seiscientas personas, lo que incluso sorprendió al embajador de
Inglaterra14. Pronto, la comunidad calvinista de Lillo emprendió la ampliación de su igle-
sia, en parte con capital amberina. En sus excursiones semanales, los protestantes se com-
portaban cada vez más atrevidamente, cantando himnos calvinistas al pasar las fortalezas
españolas al borde del río Escalda, o gritando “fuera los monjes y papistas” al desembarcar
en Amberes. En alguna ocasión incluso destrozaron dos estatuas de la Virgen en el colegio
de los jesuitas15. También se multiplicaron los incidentes con los comerciantes holandeses,
que sembraban controversias con los católicos sobre la religión y la guerra con España, y
que a veces asistían a los sermones católicos para discutir con el sacerdote16.
Al mismo tiempo, los protestantes que vivían en el sur del país –en Ypres, Valen-
ciennes, Arras, Cambrai, Saint-Omer, Lille y Tournai– cruzaban la frontera con Francia
para atender las predicaciones calvinistas en Calais y Boulogne17. Tanto los protestantes
extranjeros como los naturales importaban con cierta frecuencia libros prohibidos. Final-
mente, los Estados Generales mandaron a predicadores calvinistas a los pueblos católicos
entregados a las Provincias Unidas en 1610, y hubo noticias de que sus vecinos católicos
fueron molestados por su religión. Bruselas tampoco intervino en este caso, por miedo de
posibles represalias holandesas18.
Desde que en la primavera de 1607 se iniciaron las negociaciones con los Estados
Generales septentrionales, la Iglesia belga, el nuncio, el papado y los españoles en Flandes
adversarios de un acuerdo con los herejes vigilaron continuamente la evolución de la
situación y pusieron presión directa e indirecta –a través de Roma o Madrid– sobre los
archiduques, en primer lugar para impedir la introducción de la libertad de conciencia en
los Países Bajos meridionales y para asegurar los derechos de los católicos en las Provincias

13
H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre (eds.), Correspondance de la Cour d’Espagne sur les affaires des Pays-Bas
au XVIIe siècle [CCE], t. I, Bruselas, 1923, pp. 347-348; W. Thomas, La represión del protestantismo, pp. 340-345.
14
E.K. Purnell y A.B. Hinds (eds.), Report on the Manuscripts of the Marquess of Downshire preserved at East-
hampstead Park Berkshire, t. II: Papers of William Trumbull the Elder, 1605-1610, Londres, 1936, pp. 179-181:
carta de William Trumbull a Sir Thomas Edmondes, Amberes 15-xi-1609.
15
M.-J. Marinus, “De protestanten te Antwerpen (1585-1700)”, en Trajecta, 2/4 (Lovaina 1993), pp. 327-343
(329).
16
J. Gracián de la Madre de Dios, Peregrinación de Anastasio; J.L. Astigarraga (ed.), Roma, 2001, p. 254.
17
A. Pasture, “Le déclin du protestantisme dans les Pays-Bas méridionaux au xviie siècle”, Hommage à Dom
Ursmer Berlière, Bruselas, 1931, pp. 183-196.
18
J.D.M. Cornelissen (ed.), “Series visitationum ad limina apostolorum et relationem status diocesis”, Publi-
cations de la Société historique et archéologique dans le Limbourg à Maestricht, t. LXIV, Maastricht, 1928, pp.
37-120 (43, 54).

– 293 –
Werner Thomas

Unidas, y una vez firmada la Tregua, para limitar la actuación de los protestantes en las
provincias archiducales. Fue precisamente en estos meses cuando Jerónimo Gracián Dan-
tisco llegó a Flandes.

Jerónimo Gracián Dantisco

Jerónimo Gracián nació en Valladolid, en el año 154519. Era descendiente de una fa-
milia que tenía fuertes vínculos con la corte de Castilla. Su abuelo paterno Diego García
había sido armero mayor de los Reyes Católicos, y su padre, el renombrado helenista y
erasmista Diego Gracián de Alderete –que había estudiado con Juan Luis Vives en el
Collegium Trilingue de Lovaina20– ocupó el puesto de secretario de Interpretación de Len-
guas, primero de Carlos V, y después, de Felipe II21. Su madre Juana Dantisco era la hija
del embajador polaco ante el emperador, Juan Dantisco22. Entre los catorce hermanos que
tuvo Jerónimo, cuatro lograron situarse en posiciones importantes en la corte de Felipe II.
El hermano mayor Antonio Gracián de Alderete, sucediendo a su padre como secretario
de Interpretación de Lenguas, se convirtió en uno de los secretarios personales favoritos
del Rey Prudente. Como tal, fue nombrado catalogador de los manuscritos de San Lo-
renzo de El Escorial23. A su muerte en 1576, Lucas Gracián Dantisco le sucedió como
secretario real y catalogador escurialense24. Tomás Gracián ocupó el puesto de secretario
de Cruzada e Interpretación de Lenguas25. Luis Gracián fue secretario de la virreina de
Sicilia26. Además, una de las hermanas de Jerónimo, Juliana Gracián, estaba casada con
Pedro Zapata del Mármol, escribano de cámara del Consejo de Castilla en tiempos de

19
Salvo indicación contraria, los datos biográficos de Jerónimo Gracián se han tomado del estudio preliminar
de Otger Steggink a la edición de las Diez lamentaciones del miserable estado de los ateístas de nuestro tiempo,
Madrid, 1959, pp. 7-95; y de la obra autobiográfica Peregrinación de Anastasio en la edición de J.L. Astigarraga
(nota 16). Existe otra edición de la Peregrinación de G.M. Bertini (Barcelona, 1966). Véase también J.A.
Pedra, Jerônimo Gracián de la Madre de Dios OCD. O herdeiro exilado, Curitiba, 2003; y el polémico libro de
C. Ros, El hombre de Teresa de Jesús, Jerónimo Gracián, Sevilla, 2006.
20
G. Janssens, “Españoles y portugueses en los medios universitarios de Lovaina (siglos xv y xvi)”, Foro His-
pánico, 3 (Leiden 1992), pp. 13-29 (14).
21
Siendo el primer titular de este cargo, Diego Gracián se situó al inicio de una verdadera dinastía de secreta-
rios de Interpretación de Lenguas, que monopolizó la Secretaría hasta 1734. Véase I. Cáceres Würsig, “Breve
historia de la secretaría de interpretación de lenguas”, Meta. Journal des traducteurs, 49/3 (Montreal 2004),
pp. 609-628 (611-613). Véase también N. Antonio, Biblioteca Hispana Nueva, o de los escritores españoles que
brillaron desde el año MD hasta el de MDCLXXXIV, traducción del latín de G. de Andrés, 2 ts., Madrid, 1999, t. I,
pp. 606-615 (606); E. García Hernán, Políticos de la Monarquía Hispánica (1469-1700). Ensayo y Diccionario,
Madrid, 2002, pp. 446-447.
22
Cf. A. Fontán, J. Axer e I. Velázquez, Españoles y polacos en la Corte de Carlos V. Cartas del embajador Juan
Dantisco, Madrid, 1994.
23
A. Gracián de Alderete, “Diurnal”, en G. de Andrés (ed.), Documentos para la historia del monasterio de San
Lorenzo el Real de El Escorial, San Lorenzo de El Escorial, 1962, t. v, pp. 5-127.
24
L. Gracián Dantisco, en M. Morreale (ed.) Galateo español, Madrid, 1968, p. 16; J. Martínez Millán y S.
Fernández Conti (eds.), La Monarquía de Felipe II: La Casa del Rey, 2 ts. Madrid, 2005, t. II, p. 196.
25
I. Cáceres Würsig, “Breve historia”, p. 611.
26
J. Gracián de la Madre de Dios, Diez lamentaciones del miserable estado de los ateístas de nuestros tiempos; O.
Steggink (ed.), Madrid, 1959, p. 14.

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Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, la corte de Bruselas y la política religiosa en los Países Bajos meridionales

Felipe II y Felipe III27. Los Gracianes indudablemente gozaron de la confianza real desde
finales del siglo xv hasta al menos las primeras décadas del siglo xvii.
Al crecer su hijo Jerónimo, Diego Gracián también le tenía preparada una carrera en
la administración real. A sus diez años le mandó estudiar gramática, retórica y griego en
Valladolid y Astorga. Desde aproximadamente 1556 le puso al servicio de Juan Vázquez de
Molina, que había sido el secretario favorito de Carlos V, y que durante los primeros años
del reinado de Felipe ii continuó siendo secretario de Estado para los negocios de España.
Sin embargo, pronto Ruy Gómez de Silva le tendría alejado de los círculos de poder28.
Con el traslado de la corte a Toledo, una vez concluida la boda de Felipe II con Isabel de
Valois en 1559, Jerónimo entró al servicio del secretario de Estado Gabriel de Zayas29. Éste
le consiguió una colegiatura de la universidad de Alcalá de Henares. En 1565 fue admitido
en el Colegio de la Madre de Dios, una institución sumamente exclusiva que contaba
con sólo veinticuatro teólogos y seis médicos. Cuatro años después, fue consagrado suce-
sivamente subdiácono y diácono, y en 1570 fue ordenado sacerdote. Al mismo tiempo se
dedicó a la preparación de su doctorado en teología30.
En Alcalá, Jerónimo Gracián entró en contacto con la reforma carmelitana a través del
convento de la Imagen en Alcalá. Siendo invitado a predicar y confesar a las monjas, se
vio obligado a leer las obras de Teresa de Ávila. Pronto se carteó con ella sobre las consti-
tuciones y la espiritualidad de la orden31. Dirigiéndose a Pastrana con ocasión de la toma
de hábito de una monja en la primavera de 1572, decidió profesar como carmelita descalzo
sin que lo supieran sus padres ni sus hermanos. Desde entonces, Teresa no sólo le encargó
la dirección espiritual del convento de Pastrana, sino que al mismo tiempo le encomendó
la reforma de los carmelitas. Siendo nombrado visitador y superior de los descalzos de
Andalucía, en 1573, y visitador apostólico y vicario provincial de los carmelitas descalzos y
calzados, en 1574, elaboró las constituciones de los carmelitas descalzos, aprobadas en 1581,
y se convirtió en el primer provincial de la orden32. Como tal, envió los primeros misio-
neros al Congo, a Angola y a América, provocando un conflicto con otros miembros de la
orden que abogaban por una vida de contemplación sin actividad misionera33.
Después de la muerte de Teresa de Ávila en 1582, los adversarios de Jerónimo Gracián
dentro de la orden se impusieron rápidamente. El capítulo de Lisboa de 1585 le sustituyó

27
L. del Mármol Carvajal, Historia del [sic] rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada; C. Rosell (ed.),
Madrid, 1852, Dedicatoria, p. 123: “y escrebí a Pedro Zapata del Mármol, mi hermano, escribano de cámara
del real consejo de Castilla”.
28
J. Martínez Millán y C.J. de Carlos Morales (eds.), Felipe II (1527-1598). La configuración de la Monarquía
Hispana, Valladolid, 1998, p. 503.
29
Ibidem, p. 518.
30
E. Llamas-Martínez, “Jerónimo Gracián Dantisco (de la Madre de Dios) en la Universidad de Alcalá (1560-
1572)”, Ephemerides Carmeliticae, 26 (Roma 1975), pp. 176-212.
31
Con el tiempo incluso se convirtió en su confesor.
32
Al implementar la reforma, Gracián se sirvió de sus contactos en la corte y en la administración real, en
particular de su hermano Antonio, del cual dijo que “por [su] mano pasaba todo lo que habíamos menester
para nuestra Orden”. Véase J. Gracián de la Madre de Dios, Peregrinación, pp. 164-165.
33
J. Gracián de la Madre de Dios, Peregrinación, p. 268.

– 295 –
Werner Thomas

como provincial por su enemigo Nicolás Doria, dejándole el cargo de vicario provincial
de Portugal. Entre 1585 y 1591 Gracián residió en Lisboa, donde colaboró estrechamente
con el archiduque Alberto de Austria, el entonces virrey e inquisidor general, en la refor-
ma de los carmelitas calzados portugueses34. Al mismo tiempo se dedicó ya por entonces
al apostolado entre los cortesanos y soldados castellanos, que tuvieron especial aprecio a
sus predicaciones. Cuando desde la capital lusa Gracián se opuso a los proyectos de Doria
de introducir una nueva forma de gobierno en la orden y de recortar la autonomía de los
carmelitas, sus enemigos elaboraban planes para alejarlo de la orden, enviándole a Méxi-
co, y, al fracasar este intento, abriendo un proceso que terminó con su expulsión en 159235.
Gracián no se rindió ante esta decisión y decidió viajar a Roma para defender su causa.
Sin embargo, como Doria había conseguido el apoyo de Felipe II y sus consejeros en este
asunto, logró que Madrid interviniese por mediación del papa para impedir que este reha-
bilitase a su adversario. En octubre de 1593 Gracián volvió a dirigirse a Roma desde Sicilia.
En el camino, la galera en la que viajaba fue capturada por los corsarios berberiscos tune-
cinos, que le llevaron a los baños de Bicerta y Túnez. Allí pasó año y medio en cautiverio,
etapa de su vida que posteriormente evocaría en su Tratado de la redempción de captivos36.
En abril de 1595 Gracián finalmente consiguió su liberación. Se dirigió una vez más a
Roma, donde consiguió del papa el permiso de entrar en la orden de carmelitas calzados.
Sin embargo, pronto entró al servicio del cardenal Pedro Deza, Protector de España, al
que sirvió durante cinco años, dedicándose a la elaboración de varios textos espirituales
y doctrinales. Sobre todo su Della disciplina regolare, editado en Venecia en 1600 por en-
cargo del general de la orden Enrique Silvio, tuvo gran influencia en la vida espiritual de
los carmelitas italianos.
En 1600 Gracián volvió por primera vez en casi diez años a la península ibérica. Llevó
una comisión apostólica para predicar el jubileo del año santo en África, misión que dio
por concluida en abril de 1602. En los años posteriores hizo varios viajes entre Madrid
y Valencia a instancias del arzobispo Juan de Ribera, por cuyo encargo emprendió la
reforma de las agustinas descalzas37. En aquel entonces Ribera se mostró un fuerte adver-
sario del Tratado de Londres, y sobre todo de las cláusulas concernientes a la religión. El
arzobispo criticó abiertamente la libertad de conciencia que se otorgaba a los mercaderes
ingleses en España, denunciando al Consejo de Estado la situación en Valencia, Alicante
y Denia, donde, según él, los anglicanos vivían “públicamente en su secta” y ponían en
peligro el catolicismo de los moriscos38. Es probable que la problemática de la convivencia
religiosa en el reino formase un tema de conversación entre Ribera y Gracián, y que esta
34
Véase F. Caeiro, O Archiduque Alberto de Austria, Vice-rei e Inquisidor Mor de Portugal, Cardeal Legado do
Papa, Governador e depois Soberano dos Paises Baixos, Lisboa, 1961.
35
Para el conflicto entre Gracián y Doria, véase: H. de la Sagrada Familia, “Le conflit Doria-Gratien. Étude
historique-juridique”, Études Carmélitaines, 15 (París 1946), pp. 196-273.
36
Tratado de la redempción de captivos en que se cuentan las grandes miserias, que padescen los christianos, que
están en poder de infieles y quan sancta obra sea la de su rescate, Roma, 1597.
37
J. Gracián de la Madre de Dios, Peregrinación, p. 264.
38
W. Thomas, La represión del protestantismo, pp. 339-340.

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Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, la corte de Bruselas y la política religiosa en los Países Bajos meridionales

confrontación con los “peligros” del protestantismo influyese en la decisión posterior del
carmelita de cambiar drásticamente el rumbo de su vida.

Gracián en Flandes

En efecto, estando en Valencia Gracián llegó a conocer a Felipe Folch de Cardona,


marqués de Guadaleste y almirante de Aragón39. Al ser nombrado embajador de Felipe III
ante los archiduques Alberto de Austria y la infanta Isabel Clara Eugenia en Bruselas, en
diciembre de 1606, el marqués le propuso a Gracián acompañarle a Flandes como su con-
fesor. Gracián aceptó por varias razones. Le atraía la expansión de las carmelitas descalzas
en el norte de Francia y en los Países Bajos, en cuya capital precisamente en enero de 1607
se acababa de fundar el primer convento de monjas. Además de asistir espiritualmente a
las descalzas, también esperaba colaborar con el archiduque, al que ya había servido en
Lisboa, en la reforma de los conventos de frailes carmelitas. Le gustaba la perspectiva de
practicar “el arte de la esgrima contra los herejes”, y en su carta de despedida a sus amigos
hasta contemplaba la posibilidad de morir como mártir entre los protestantes. Asimismo
pensaba retomar su apostolado castrense, esta vez entre los soldados del ejército de Flan-
des, confesándoles y predicándoles en cuaresma. Las imprentas de Amberes y Bruselas
le ofrecían la posibilidad de editar sus obras con relativa facilidad. Finalmente, no era
insensible a la perspectiva que el marqués le ofreció a una vida libre de preocupaciones
materiales, cubiertas todas por el nuevo embajador40. A finales de mayo de 1607 Gracián
abandonó la península ibérica en compañía del marqués de Guadaleste41. No volvería
nunca más.
En Bruselas, Gracián se instaló en el convento de carmelitas calzados, situado en el
centro de la ciudad, detrás del edificio del ayuntamiento42. Allí ocupó una celda en el
jardín, en la que llevó una vida completamente aislada de los frailes flamencos. De he-
cho, Gracián en ningún momento se integraría en la vida conventual de la comunidad
bruselense. Años después, en 1612, describió su vida como “heremítica, en unas celdas
de la huerta de este convento de Calçados de Bruselas, que como ellos [los otros frailes]
son flamencos, para mí son como pintados en tapiz” 43. En gran parte, esto se debía a su
limitado conocimiento de los idiomas locales, los cuales nunca aprendió –al fin y al cabo
Gracián ya tenía 62 años de edad en el momento de llegar a los Países Bajos–. Esto no
solo dificultó la relación con sus hermanos de hábito, sino que asimismo frustró su plan
inicial de convertirse en el apoyo incondicional de las carmelitas descalzas en Flandes y

39
J. Lefèvre, “Les ambassadeurs d’Espagne”, pp. 71-75.
40
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, J.L. Astigarraga (ed.), Roma, 1989, pp. 388-394.
41
Ibidem, pp. 395-396.
42
En la Eikstraat. Véase el edificio n.° 29 del mapa Bruxella publicada en J. Blaeu, Tooneel der steden van de
Vereenigde Nederlanden, Ámsterdam, 1649. Cf. A. Wauters, Histoire de la ville de Bruxelles, t. I, Bruselas, 1845,
pp. 154-159.
43
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 550.

– 297 –
Werner Thomas

Francia, sirviéndoles de guía y director espiritual44. Siendo la gran mayoría de las monjas
de origen flamenco o francófono, tuvo que aceptar ya en julio de 1607 que su papel en la
comunidad carmelita se limitase a una predicación ocasional45. Incluso su contribución,
desde 1609, a la reforma de los carmelitas calzados bajo el impulso del provincial François
Potel fue bastante modesta46. Gracián cada vez más se movió en un ambiente casi exclu-
sivamente castellano, formado por el embajador y su familia, los cortesanos españoles de
los archiduques, y los funcionarios y militares del ejército de Flandes.
Como consecuencia de esta situación, el apostolado de Gracián pronto se limitó a sus
obligaciones como confesor del embajador de España y su familia, y a sus predicaciones
ocasionales a la comunidad española en Bruselas y Amberes. Como predicador de los
archiduques se ocupaba de su parte de los sermones en la capilla archiducal47. En Bruselas
las descalzas le pidieron pronunciar el sermón a ocasión de la fundación de su convento
en 160848. Además, solía predicar cada vez que una nueva hermana ingresase en la orden.
Tal era el caso, por ejemplo, en 1612, cuando Ana del Espíritu Santo profesó en presencia
de los archiduques, y en 1613, al tomar el velo la holandesa Ana de Jesús49. En Amberes,
Gracián solía asistir a los soldados españoles de la ciudadela –unos mil seiscientos en
total– durante la cuaresma, predicándoles, confesándoles y comulgándoles50. Desde la
creación, en 1612, del convento de carmelitas descalzas en aquella ciudad, también sirvió
ocasionalmente de confesor y predicador a las monjas amberinas51. Con este fin se ausen-
taba cada primavera durante varias semanas de la corte, encontrando alojamiento en la
casa del comandante de la guarnición de Amberes.
En cambio, su deseo de “esgrimir” con los herejes sí se cumplió. Desde su llegada a
Bruselas, y sobre todo durante sus estancias en Amberes, Gracián fue confrontado con
las fricciones entre católicos y protestantes provocadas por la situación particular que
surgió después del alto el fuego de 1607. Después, fue testigo de los efectos de la libertad
de conciencia otorgada por la Tregua. Le preocupaba el proselitismo de los protestantes
44
En un principio, Gracián incluso estaba convencido de que Teresa de Ávila había intervenido con Dios
para enviarle con tal fin a los Países Bajos. Cf. J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, pp. 391-392 y 395-396.
45
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 404.
46
J. Smet, De Geschiedenis van de Karmel, t. 3A: De Contrareformatie (1600-1750), Almelo, 1992, pp. 182-184.
La obra original se titula: The Carmelites. A History of the Brothers of Our Lady of Mount Carmel, t. 3/1: The
Catholic Reformation, 1600-1750, Darien, 1982.
47
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 533: “y la [ayuda] de aora un año, que prediqué mi parte de
sermones a Sus Altezas, no da más de cinquenta [philippes] a cada predicador, que son tres o cuatro” (carta
de 24-iii-1612). Los predicadores archiducales no formaban parte de la Capilla, es decir, su nombre no figura
en las nóminas oficiales de la corte. Cf. Bruselas, Archives Générales du Royaume, Chambres des Comptes,
nos 1837 y 1838.
48
El texto del sermón fue editado en Bruselas en 1611. Véase J. Peeters-Fontainas, Bibliographie des impressions
espagnoles des Pays-Bas méridionaux, 2 ts., Nieuwkoop, 1965, t. I, p. 280.
49
J. Gracián de la Madre de Dios, Velo de vna religiosa. Sermón predicado ante sus Altezas, quando tomò el Velo
la Hermana Ana del Espiritu Sancto [...], Bruselas: Roger Velpius, 1612; idem, Gloria del Carmelo, en qve se
trata del Instituto, Procession, Habito, Virtudes y vida perfecta, que han de procurar los Religiosos y Religiosas
Carmelitas. Sermón predicado en el Monesterio de las Descalças de Brusselas, al velo de la Hermana Ana de Iesus,
Holandesa [...], Bruselas: Hubertus Antonius, 1614.
50
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, pp. 467, 470, 474, 501, 532, 535, 546, 553 y 556-557.
51
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, pp. 547 y 553-554.

– 298 –
Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, la corte de Bruselas y la política religiosa en los Países Bajos meridionales

holandeses en las ciudades meridionales. En un intento de neutralizarlo, intervino con


el general de los carmelitas para que se erigiese en Amberes un convento de carmelitas
descalzos con una cátedra de teología escolástica “de las materias en que hay controversias
de los herejes, por estar aquella ciudad [Amberes] en frontera de Holanda, adonde hay
tantos y venir muchos de ellos a disputar con los católicos de Amberes”52. Sus esfuerzos
fueron recompensados, aunque sólo parcialmente, cuando en 1610 la orden envió a fray
Tomás de Jesús a los Países Bajos para erigir un convento en Bruselas53. La cátedra de
Amberes nunca se creó.
En este contexto, Gracián tuvo especial interés en la situación de los soldados españo-
les en Flandes. Su apostolado castrense en Amberes le había enseñado los problemas con
los que ellos se enfrentaban en sus contactos diarios a los protestantes. Como resultado del
proselitismo reformado, un número importante de militares incluso desertó y se convirtió
a la religión de Calvino54. Para ayudarles en sus disputas con el enemigo, Gracián escribió
El soldado catholico, obra en la que les ofrecía los argumentos básicos para defenderse con-
tra la crítica protestante55. El libro estaba escrito en un lenguaje simple, destinado a per-
sonas con una formación sencilla. Gracián aún envió unos ejemplares a la universidad de
Salamanca para que los teólogos españoles conociesen esta forma de discutir con los he-
rejes y desarrollasen los instrumentos adecuados para ello, aunque sin resultado alguno56.
Su deseo de actuar como defensor del catolicismo se tradujo sobre todo en la produc-
ción cada vez más importante de escritos polémicos y apologéticos contra el protestantis-
mo. De por sí, Gracián dedicó la mayor parte del tiempo que residía en el convento de
Bruselas a la edición de sus obras57. En efecto, durante los siete años que estuvo viviendo
en Flandes, sacó veinticinco ediciones de un total de veintitrés obras diferentes, algunas
escritas en Italia o España, otras redactadas en los Países Bajos58. Además, compuso varias

52
Para esta “lición de Theología contra los hereges”, Gracián sólo confiaba en los carmelitas: “porque los
Jesuitas (aunque muy sanctos y doctos) no tienen aspereza exterior, y los Capuchinos, que acá son adorados,
no siguen letras, y los Carmelitas Descalços professan las dos cosas”. J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas,
pp. 486-487; idem, Peregrinación, p. 254.
53
J. Smet, De Geschiedenis van de Karmel, t. 3A, p. 181. En 1611 se fundó un segundo convento en Lovaina, y
en 1614 otro en Colonia.
54
Archivo General de Simancas [AGS], Estado, leg. 2028, n.° 929, f. 10r, donde Gracián alude a un memorial
que había redactado sobre los soldados españoles que habían pasado al enemigo para convertirse.
55
J. Gracián de la Madre de Dios, El soldado catholico, que prueua con historias, exemplos, y razones claras, en
agradable y prouechoso estilo, que los que no tienen letras, no han de disputar de la fee con los herejes, Bruselas:
Roger y Hubert Velpius, 1611. Un ejemplar se encuentra en la Biblioteca Nacional de España.
56
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, pp. 477-478.
57
Con el tiempo, Gracián lo convirtió en el motivo más importante de su venida a Flandes: “que esse deseo
[para imprimir mis libros] me instigó a la venida” (J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 406).
58
Una lista completa de sus obras impresas se publicó en A. Fortes Rodríguez, “Bibliografía del P. Jerónimo
Gracián de la Madre de Dios”, Archivum Bibliographicum Carmelitanum, 15 (Roma 1973), pp. 173-203 (181-
193). Otra lista, aunque incompleta, se encuentra en J. Gracián de la Madre de Dios, Diez lamentaciones, pp.
92-95; una tercera, tampoco completa, en J. Peeters-Fontainas, Bibliographie, t. I, pp. 273-283. Entre sus libros
destacan su Dilucidario del verdadero espíritu, un comentario sobre la doctrina de Teresa de Ávila (Bruselas:
Juan Mommaert, 1608), su Lámpara encendida compendio de la perfección, sobre los deberes espirituales y la
oración mental (Bruselas, Roger Velpius, 1609), y el Tratado de la redempción de captivos, obra autobiográfica
sobre su cautiverio entre los berberiscos (Bruselas: Juan Mommaert, 1609).

– 299 –
Werner Thomas

decenas de tratados, memoriales y librillos, la gran mayoría inéditos hasta hoy59. Entre
ellos había escritos doctrinales, ascético-místicos, misioneros y autobiográficos60. No obs-
tante, las defensas del catolicismo y los ataques al protestantismo acaparaban cada vez
más la pluma del carmelita. Reeditó su Zelo de la propagación de la fee, sobre la necesidad
de predicar en tierra de infieles y herejes61, a la vez que dedicó un buen número de sus
memoriales inéditos a la defensa de la Iglesia católica y de su doctrina, mientras que en
otros atacaba las diferentes corrientes protestantes62.
Pero con el paso del tiempo Gracián se convirtió en algo más que un simple polemista
católico. En la medida en que progresaron las negociaciones con la República, el carmelita
se dio cuenta de que las mismas condiciones de un acuerdo de paz tal como lo estaban
concibiendo los archiduques, iban a impedir la persecución eficaz del protestantismo
en los Países Bajos meridionales o incluso llevarían a la instauración de un régimen de
libertad de conciencia, lo cual debilitaría considerablemente la posición del catolicismo
entre sus súbditos. Es decir, los mismos soberanos flamencos estarían contribuyendo al
avance del protestantismo en el Sur. Siendo confesor del embajador de España, Gracián
sabía muy bien que tal acuerdo iba directamente en contra de la voluntad de Felipe III.
El hecho de que Alberto en ningún momento implicase al marqués de Guadaleste en
las conversaciones con el enemigo, e incluso le tuviese completamente desinformado63,
confirmó su impresión de que los intereses del Rey Católico no se estaban defendiendo
y que Madrid no estaba disponiendo de la información correcta sobre lo que se estaba
enredando en Flandes. Por lo tanto, Gracián empezó él mismo a juntar datos sobre el
progreso de la herejía en Flandes. Es posible que actuase por iniciativa propia, motivado
por su voluntad de defender el catolicismo. Más probable es que lo hiciese por encargo
de su patrono, quien, por su condición de diplomático, no tenía la libertad ni de moverse
ni de entablar contacto con informantes españoles y locales sin llamar la atención de los
lermistas.

59
Gracián redactó unos 400 memoriales y tratados. Sin embargo, casi ninguno lleva fecha, por lo cual es impo-
sible calcular el número exacto de los escritos que compuso estando en Flandes. Nicolás Antonio publicó una
lista exhaustiva en su Biblioteca Hispana Nueva, t. I, pp. 606-615.
60
Siendo la obra más importante de esta última categoría sin duda la Peregrinación de Anastasio, en la que
Gracián comenta sobre su vida entre la muerte de Teresa de Ávila, en 1582, y su partida para Flandes en 1607.
Para las ediciones modernas de la Peregrinación de Anastasio, cf. nota 19. Véase también M. del P. Manero
Sorolla, “La peregrinación autobiográfica de Anastasio-Jerónimo (Gracián de la Madre de Dios)”, Revista
de Literatura, 63/125 (Madrid 2001), pp. 21-38. Gracián también se ocupaba de la divulgación de sus obras,
mandándolas a los conventos carmelitas de Consuegra y Sevilla, desde donde eran repartidas por España e
Indias. Véase J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, pp. 489, 492, 495, 510, 522, para citar unos ejemplos.
61
Bruselas: Juan Mommaert, 1609. La primera edición se realizó en Lisboa en 1586. Cf. N. Antonio, Biblioteca
Hispana Nueva, t. I, p. 607.
62
Algunos ejemplos: Apología en defensa de la santa Fe Cathólica contra los hereges y contra algunos cathólicos
engañados con falsa razón; De la autoridad, poder y jurisdicción govierno y santidad del Papa, contra los hereges;
Ceguedad de Babilonia, contra algunas herejías nuevas; Declaración del engaño con que los hereges siembran sus
falsos errores; De los anabaptistas y su principio, progreso, aumentos, daños y errores que an tenido desde que co-
menzaron. Véase N. Antonio, Biblioteca Hispana Nueva, pp. 606-615.
63
J. Lefèvre, “Les ambassadeurs d’Espagne”, pp. 72-73.

– 300 –
Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, la corte de Bruselas y la política religiosa en los Países Bajos meridionales

En cualquier caso, Gracián pronto se convirtió en un agente activo que intentaba


influir en el proceso de pacificación de Flandes y, una vez que la paz fue inevitable, en
alguien que denunciaba las consecuencias religiosas nefastas con la intención de reme-
diarlas. Formó una red de informantes que le facilitaban datos sobre la política religiosa
de la República y la infiltración del protestantismo en los Países Bajos meridionales. El
centro de la red pareció situarse en Amberes, ya que gran parte de sus personas de con-
tacto residían allí: Joannes Miraeus, el obispo de Amberes; su sobrino Aubertus, canónigo
de la catedral; Carolus Scribanus, rector del colegio de jesuitas, y varios otros padres; los
comerciantes amberinos que viajaban con cierta regularidad a Holanda; y los confesores
y predicadores españoles de la ciudadela. Además, contaba con la ayuda del arzobispo
Matthias Hovius y de los priores de los conventos carmelitas, entre ellos el prior de Fran-
cfort, en cuyo convento “se recogen todos los libreros que van a comprar y vender libros
en aquella feria”64.
Todas estas personas le proveían de datos sobre cualquier tipo de actividad protestante
en el norte de Europa que podía traer consecuencias para la situación religiosa en los
Países Bajos meridionales o constituir un peligro potencial para la península ibérica y las
colonias españolas. Daba cuenta de la compra y venta de libros heréticos en la feria de
Francfort y su importación en los Países Bajos meridionales, escondidos en cajas de naipes
o entre piezas de lana. Gracián puso especial interés en descubrir las vías por donde estos
libros se exportaban hacia España, Italia y América, convirtiéndose de alguna manera en
un segundo fray Lorenzo de Villavicencio, el agente de Felipe II que había ejercido un
cargo similar en los años 1563-156665. También trataba de enterarse del contenido de estos
escritos, y en algunos ocasiones incluso encargó su traducción al español para luego pasar
esta información a Madrid66.
Al mismo tiempo la red de Gracián recopilaba información sobre la presencia de pro-
testantes holandeses en el sur y sus vínculos con sus correligionarios flamencos, sobre las
actividades de los protestantes españoles en Inglaterra y Alemania, entre ellos Cipriano
de Valera, y sobre las conversiones de católicos españoles al protestantismo, mayormente
soldados del Ejército de Flandes67. Finalmente, suministraba datos sobre la situación del
catolicismo en las Provincias Unidas, y en particular sobre las predicaciones reformadas en
los pueblos católicos cedidos a la República después de la Tregua, a pesar de las promesas

64
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 446.
65
Para Villavicencio: B. Ibeas, “Una cuestión histórica. La revolución flamenca y el padre Villevicencio”, en
Cruz y Raya, Madrid, 1936, pp. 21-37; idem, El espionaje en el Imperio. (El padre Lorenzo de Villavicencio),
Tanger, 1941; H. Roosenboom, “Fray Lorenzo de Villavicencio. Een geheim rapporteur in de Nederlanden
en zijn invloed op Filips ii, 1563-1565”, Archief voor de geschiedenis van de Katholieke Kerk in Nederland, 21
(1979), pp. 146-174; G. Dorren, “Lorenzo de Villavicencio en Alonso del Canto. Twee Spaanse informanten
over de Nederlandse elite (1564-1566)”, Tijdschrift voor Geschiedenis, iii/3 (Utrecht 1998), pp. 352-376.
66
J. Gracián de la Madre de Dios, Diez lamentaciones, pp. 117-118.
67
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 445.

– 301 –
Werner Thomas

de los Estados Generales septentrionales, articuladas en manos de los embajadores de


Francia, de respetar el statu quo religioso68.
Los memoriales que Gracián redactaba a base de la información que él y su “red de
inteligencia” conseguían, fueron enviados a las instancias en España de las que él y sus
partidarios esperaban que interviniesen con el rey para solucionar los problemas o incluso
cambiar la política de la Monarquía para con los enemigos protestantes. El inquisidor
general Bernardo de Sandoval y Rojas, su antiguo compañero de estudios en Alcalá de
Henares y asimismo miembro del Consejo de Estado69, era uno de los destinatarios regu-
lares, junto con otros consejeros de Estado, que recibían los informes a través del secreta-
rio de Cruzada Pedro Rodríguez Criado. De allí se esperaba que llegasen en manos de fray
Luis de Aliaga, confesor de Felipe III y gran enemigo de Lerma y su política de concertar
la paz con los enemigos de la Monarquía Hispánica y de la religión católica70. Al mismo
tiempo, Gracián mantenía informado al papa tanto de forma directa –durante su estancia
en Roma entre 1595 y 1600 Gracián y el futuro Paulo v se habían conocido bien– como
indirecta, a través del nuncio Guido Bentivoglio y del prior de los carmelitas descalzos en
Bruselas, fray Tomás de Jesús, al que también había conocido en Roma. El propósito era el
mismo: advertir al Vaticano de la evolución del catolicismo en Flandes, y particularmente
de las negociaciones de paz con los protestantes, para que a su vez ejerciese presión, directa
o por vía de la corte de Madrid, sobre los archiduques con el fin de preservar los intereses
de la Iglesia y del catolicismo en la región.

Gracián y la facción antilermista en Bruselas

En la opinión de Gracián, España era el salvaguarda más apropiado del catolicismo, y


los intentos de sus enemigos de debilitar la posición internacional de la Monarquía Hispá-
nica eran nada menos que ataques directos a la fe católica. Por “España”, Gracián entendía
la España ortodoxa, la que actuaba como defensora incondicional de la causa católica, la
que ponía la lucha contra la herejía por encima de los remedios temporales motivados por
la razón de estado. Pocas semanas después de la firma de la Tregua, observó en una de
sus cartas: “paresce que cada día se va desbergonzando más el demonio y poniendo más
lazos para que cayga España, que es la que más se ha sustentado y sustenta en la fee”71; y
cuando en 1610 Enrique IV de Francia estaba a punto de invadir los Países Bajos meridio-
nales, manipulado, según Gracián, por los protestantes para ejecutar “su dañado intento
[…] de extirpar (como ellos dicen) la ‘idolatría papística’ […]”, reparó que “la defensa
que para esto avía en la christiandad era de España, que acudiera con gente y dinero y
la soldadesca que avía en Flandes, la qual con treguas y reformaciones se ha deshecho”72.
68
V. Brants (ed.), Recueil des ordonnances, t. I, p. 410; J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 444.
69
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 514; idem, Diez lamentaciones, pp. 103-105.
70
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 564; A. Feros, Kingship, pp. 206, 224-225, 234.
71
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 449.
72
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, pp. 480 (cita), 486.

– 302 –
Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, la corte de Bruselas y la política religiosa en los Países Bajos meridionales

Gracián, por tanto, defendía el poderío militar de la Monarquía, y el uso de ese poderío
contra los enemigos. Asimismo veía a la Casa de Austria como el aliado natural de España
en el Sacro Imperio73.
Con estas ideas, el carmelita coincidía con varios españoles en los Países Bajos, que
apoyaban una política mucha más agresiva de la Monarquía en los conflictos europeos.
Con el tiempo, y sobre todo después de 1609, este grupo se convirtió en una facción
antilermista en la corte de Bruselas, preocupada por la pérdida de reputación, influencia
política y poder militar de España como consecuencia de la pax hispanica introducida
por el duque de Lerma. Junto con sus aliados en la corte de Madrid, abogaban por un
cambio radical en la política internacional del Rey Católico a través de la eliminación del
poder tanto de Lerma en Madrid como de Ambrosio Spínola, capitán general del ejército
de Flandes, pero sobre todo brazo derecho de Lerma en la corte de los archiduques, en
Bruselas74.
Uno de los miembros más importantes de esta facción era sin duda el mismo embaja-
dor de España en Bruselas, el patrono de Gracián. Desde un principio Guadaleste se opu-
so vehemente contra la Tregua de los Doce Años, que según él iba directamente en contra
de los intereses de Felipe III. Más tarde, en 1614, también rechazó el Tratado de Xanten
que puso fin a la crisis en Julich. En esta ocasión criticó duramente la actitud pacifista
del rey75. A partir de entonces, Guadaleste constituía uno de los pilares más importantes
de la facción antilermista en Bruselas. Por esta razón, Lerma y Spínola hicieron todo lo
posible por neutralizarlo y finalmente lograron que toda la información de los órganos de
gobierno en Madrid dirigida al marqués, pasase simultáneamente al bando de Spínola.
Asimismo consiguieron que el embajador dejase de ser el canal privilegiado por donde el
rey hacía favores a la nobleza flamenca. El otro pilar de la facción que colaboraba intensa-
mente con Jerónimo Gracián era Íñigo de Borja, maestre de campo del ejército de Flandes
y castellano de la ciudadela de Amberes76. Gracián conoció a Borja con ocasión de sus pre-
dicaciones para los soldados de la ciudadela en adviento y cuaresma, y pronto Gracián se
convirtió en amigo íntimo del castellano y su esposa Helena de Hennin77. Borja guardaba
rencor a Lerma desde que en 1599 el valido destituyera a su madre, la duquesa de Gandía,
como camarera mayor de la reina para sustituirla por su esposa y, después de su muerte en
1603, por una de sus propias hermanas78. El tercer hombre de la facción, Luis de Velasco,

73
En febrero de 1610, Gracián se opuso a la opinión que “aora corre [...], y es que dicen ser voluntad de Dios
que se reforme la Yglesia cathólica y que esta reformación ha de ser quitando el Imperio a la Casa de Austria,
y haziendo eleción de nuevo emperador y papa que sean sanctos”. J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas,
pp. 465 (cita), 476, 482, 485; idem, Peregrinación, p. 277.
74
W. Thomas, “The Court of the Archdukes Albert and Isabella and the Spanish Faction”, en R. Vermeir y L.
Duerloo (eds.), A Constellation of Courts. The Households of Habsburg Europe, 1555-1665 (en prensa).
75
J. Lefèvre, “Les ambassadeurs d’Espagne”, p. 74.
76
J. Lefèvre, “Les châtelains militaires espagnols des Pays-Bas à l’époque de l’archiduc Albert, 1598-1621”, Revue
belge de philologie et d’histoire, 9 (Bruselas 1930), pp. 831-852.
77
En septiembre de 1608 Gracián incluso fue invitado a estar presente en el parto de Helena de Hennin. Véase
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 415.
78
A. Feros, Kingship, p. 98. La duquesa de Gandía fue restituida por Olivares en 1622.

– 303 –
Werner Thomas

general de la artillería desde 1600 y según Spínola el gran responsable de la pérdida de la


estratégica ciudad de Esclusa en 1604, no parece haber mantenido mucho contacto con
Gracián, posiblemente porque Velasco solía estar en campaña la mayor parte del tiempo.
Borja y Velasco eran cuñados desde 160879.
La facción antilermista en Bruselas estaba incontestablemente bajo la influencia del
movimiento de la descalcez. Eran numerosos los lazos entre unos y otros. El mismo Gra-
cián actuaba como confesor y director espiritual del marqués de Guadaleste, su esposa y
probablemente también sus hijos. Al mismo tiempo servía de predicador y confesor de los
soldados del tercio de Borja en Amberes. Ambos hombres mantuvieron buenas relaciones
con Ana de San Bartolomé, la fundadora del convento de carmelitas descalzas de Ambe-
res80. San Bartolomé solía mandar las cartas, libros y regalos para sus conocidos en España
a través de Borja, y se carteaba con su madre, a la que llamaba todavía en 1616 “camarera
mayor”81. A su vez Borja apoyaba a la comunidad carmelita de Amberes. Fueron los solda-
dos de su tercio quienes organizaron la fiesta de beatificación de Teresa de Ávila en 1614, y
los que cavaron los fundamentos del nuevo convento en 161582. Su esposa Helena pagó en
1616 la fiesta que la ciudad de Amberes organizó en honor a la futura santa83.
Por su lado, Ana de San Bartolomé tenía una relación de confianza con los archidu-
ques Alberto e Isabel. En 1615 los archiduques pusieron la primera piedra del convento
de Amberes, que recibió a varias damas de la infanta en los años siguientes84. En su auto-
biografía, San Bartolomé recordó que la infanta le consultó varias veces acerca de la opor-
tunidad de la Tregua y su prolongación posterior85. Por lo demás San Bartolomé no era
la única entrada del grupo en la corte. Gracián tenía un vínculo con el convento de car-
melitas descalzas de Cuerva, donde vivía su hermana Isabel de Jesús86. Este convento fue
erigido por Aldonza Niño de Guevara, madre de Rodrigo Niño Lasso de la Vega, conde de
Añover, capitán de los lanceros y arcabuceros (desde 1595), sumiller de corps (desde 1599),
mayordomo mayor (desde 1613) y caballerizo mayor (desde 1615) de los archiduques87. De
hecho, una vez estando en los Países Bajos meridionales Gracián mandaba sus cartas y
libros a la comunidad de Cuerva a través de Añover88. El mismo conde simpatizaba con

79
El matrimonio con Helena de Hennin se concluyó después de que una noche Borja se había introducido
en su habitación, a lo que Velasco, defendiendo la honra de la hermana menor de su esposa Ana, le atacó y
le hirió seriamente. El archiduque incluso tuvo que detener a ambos hombres y recluirles separadamente.
El conflicto se solucionó a finales de 1607 por intermediación del marqués de Guadaleste, quien actuó por
orden de Felipe iii. Véase V. Brants (ed.), Recueil des ordonnances, t. I, pp. 270, 272.
80
A. de San Bartolomé, Obras completas, J. Urkiza (ed.), Burgos, 1999, pp. 965 (1613: “don Iñigo [...], que es
amigo”), 973, 982, 1060 (1615: “don Iñigo de Borja [...] es muy mi señor”), 1077-1078 (1616: “[...] del Caste-
llano de este castillo, que es el mayor amigo que tengo en esta tierra”).
81
Ibidem, pp. 1017, 1077-1078, 1079.
82
Ibidem, pp. 1010, 1038-1039.
83
Ibidem, pp. 1091-1092.
84
Ibidem, pp. 1010, 1038, 1060-1061.
85
Ibidem, pp. 424, 425, 539-540.
86
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, n.os 66, 156, 263, 174, 179 y 198.
87
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 203, nota 2.
88
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, pp. 419-421, 502, por citar algunos ejemplos.

– 304 –
Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, la corte de Bruselas y la política religiosa en los Países Bajos meridionales

el Carmen, y en 1613, un año antes de la beatificación de Teresa de Ávila, San Bartolomé


incluso le dedicó el libro de láminas Vita B. Virginis Teresiae a Jesu, editado por su encargo
y conteniendo veinticinco grabados de la mano de Adriaan Collaert y Cornelis Galle89.
La influencia de la espiritualidad carmelita en el grupo explica en parte la actitud
belicosa de sus miembros hacia el protestantismo. La misma Teresa de Ávila desaprobaba
cualquier tipo de acuerdo con los herejes e insistía en la importancia de la defensa de la
fe contra ellos. De hecho, en las comunidades carmelitas se solía orar por los defensores
de la Iglesia católica90. En los Países Bajos, este mensaje antiprotestante fue sostenido por
aquellos carmelitas que eran considerados como los herederos espirituales de la futura
santa. Ana de San Bartolomé, que había sido durante catorce años la secretaria de Teresa
de Ávila y que había estado presente en su muerte, contestó una y otra vez a la infanta
que “no hagan paz con los enemigos”, y cuando la Tregua expiró en 1621, repitió que “el
Señor no quiere que hagamos paz con los enemigos aunque muramos en la demanda”91.
La influencia de Gracián era aún más grande. Gracián había sido el confidente y confesor
de Teresa, y para muchos, el carmelita era incluso el medio a través del cual la futura santa
comunicaba con el mundo. El hecho de que gozase a todo tiempo de lo que se podría lla-
mar la “presencia física” de Teresa sin duda reforzaba su posición privilegiada. En efecto,
Gracián cargaba en su cuerpo uno de sus dedos como reliquia, y por donde iba, la gente
le pedía que lo sacase y lo pusiese en su cabeza o lo introdujese en jarritas para que los
enfermos bebiesen el agua92. Siendo el continuador de los ideales de la santa y el preser-
vador de sus ideas, no sorprende que Gracián se convirtiese en el ideólogo de la facción,
que proveyó a los otros miembros de los argumentos teológicos y la información necesaria
para organizar la resistencia a la política religiosa de Lerma y Alberto en los Países Bajos
meridionales.

89
Vita B. Virginis Teresiae a Jesu, Ordinis Carmelitarum Excalceatorum Piae Restauratricis, Illustrissimo Domino
D. Roderico Lasso Niño, Comiti de Añover, Serenissimi Archiducis Alberti Œconomo supremo & dedicata, Am-
beres: apud Adrianum Collardium et Cornelium Galleum, 1613. Se conserva un ejemplar en la Biblioteca
Nacional de España.
90
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 54.
91
A. de San Bartolomé, Obras completas, pp. 424, 425, 539-540 y 1327.
92
Véase, por ejemplo, la relación que Gracián hizo de su visita a la ciudad de Mons en 1610: “que los días
pasados, aviendo ydo a Mons de Henao, diez leguas de aquí [Bruselas], y estando con las nuestras monjas
Descalças que allí ay, corrió la fama en la ciudad que tenía yo el dedo; y fue tan grande el concurso del pueblo,
assí de religiosas y religiosos que acudieron a que les pusiese el dedo sobre las cabezas y le metiese en jarrillos
de agua que traýan para dar de bever a enfermos, que me admiró” (J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas,
p. 462). Gracián había destinado el dedo de Teresa de Ávila al convento de Sevilla, donde su hermana Juliana
de la Madre de Dios era priora, pero después de su muerte la reliquia se quedó en Bruselas, donde ha sido
conservado en el convento de las carmelitas descalzas hasta el día de hoy (ibidem, pp. 475, 484, 492 y 502; L.
Duerloo y W. Thomas (eds.), Albert & Isabella. Catalogue, Turnhout, 1998, p. 268).

– 305 –
Werner Thomas

Los antilermistas de Bruselas y la oposición a la PAX HISPANICA

La oposición a un acuerdo de paz con las Provincias Unidas fue indudablemente el


factor unificador más importante del grupo durante los primeros meses después de la
llegada del marqués de Guadaleste y su séquito a Bruselas. Velasco y Borja se opusieron
desde un principio a la suspensión de armas de 1607, apoyados en esto por Diego de
Ibarra, mayordomo de los archiduques y enviado por Felipe III a Flandes para supervisar
el proceso de paz, por el comandante de la ciudadela de Cambrai, Juan de Ribas, y por
Rodrigo Niño Lasso de la Vega93. Una vez que las negociaciones estaban en plena marcha,
en la primavera y el verano de 1608, el grupo hizo todo lo posible para demostrar los
efectos nefastos de las concesiones que los Estados Generales septentrionales pidieron de
Felipe III, es decir, el reconocimiento de su independencia y soberanía, el libre comercio
con Indias, y sin garantías para el libre ejercicio del catolicismo en las Provincias Unidas94.
En junio de 1608, por ejemplo, Íñigo de Borja mandó un informe al Consejo de Estado
en Madrid en el que advertía al rey de los pasos que estaban dando los mercaderes de
Amberes para asociarse con sus colegas holandeses con el fin de organizar expediciones
a Indias95. A su vez, Gracián redactó los Diálogos de las paces con Olanda en que se prueba
que no conviene conceder a los olandeses los tres puntos que piden de religión, soberanidad y
Indias, el Discurso de algunas dificultades que se ofrecen si se les concede a los olandeses lo que
piden para haver treguas, y la Apología contra los olandeses y contra los que dicen que es bien
concederles la soberanía de república y la navegación a las Indias96.
La ruptura de las negociaciones en agosto de 1608 no significó el final de estos in-
tentos. Al contrario, ya en septiembre el marqués de Guadaleste fue informado por el
archiduque de que sus delegados habían negociado una tregua de siete años, reconociendo
la soberanía de las Provincias Unidas sin garantías para los católicos en el norte, y permi-
tiéndoles el comercio con Indias. De tal manera, Alberto había desobedecido al rey en dos
puntos fundamentales, y aun durante la audiencia Guadaleste no dejó de advertírselo97.
Al salir, informó enseguida a Felipe III98. Gracián, sin duda puesto al corriente por su
patrono, temió lo peor: “por acá se inclinan a atropellar la fee a trueque de sus particulares
intereses”99. Los dos hombres se dieron cuenta de que la corte de Bruselas –o al menos los
archiduques, Spínola y los funcionarios flamencos de la administración archiducal– no

93
H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre (eds.), CCE, t. I, pp. 257-258.
94
Para el proceso de negociaciones, véase W.J.M. van Eysinga, De wording, pp. 95-155.
95
H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre (eds.), CCE, t. I, pp. 286-287. El mes siguiente, las negociaciones fueron
efectivamente interrumpidas como consecuencia de la negativa de los Estados Generales a renunciar, entre
otras cosas, al comercio de Indias.
96
N. Antonio, Biblioteca Hispana Nueva, p. 609.
97
En dos cartas, del 15-vii y del 13-ix, Felipe III había recordado al archiduque sus condiciones de paz. Cf. H.
Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre (eds.), CCE, t. I, pp. 284-286.
98
H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre (eds.), CCE, t. I, p. 290. El rey expresaría su asombro en una carta del
9-x-1608. Ibidem, pp. 294-295.
99
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 414.

– 306 –
Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, la corte de Bruselas y la política religiosa en los Países Bajos meridionales

mostraba apenas disposición a defender los intereses de Madrid en lo religioso o, como


Gracián lo llamaba, en “el servicio de Dios destos payses”100.
Desde aquel momento, el carmelita se empeñó en redactar una serie de memoriales
sobre la situación en Flandes, destinados para los adversarios de una tregua en Madrid
y Roma. Es muy probable que lo hiciera como una especie de portavoz disimulado del
marqués de Guadaleste, creando de esta manera una vía alternativa para llevar la informa-
ción “correcta” al rey mediante personas fiables en Madrid. En efecto, como embajador,
Guadaleste debía enviar sus informes por la vía oficial, y esta vía conducía a las manos
de Lerma. Por tanto, existía el peligro de que fuesen “neutralizados” antes de llegar al
conocimiento del rey. Gracián, en cambio, podía mandar sus informes a cualquier gente
de confianza y así rodear con éxito al obstáculo que representaba el valido para los antiler-
mistas de Bruselas. Ya en octubre de 1608 informó al Vaticano de la herejía en los Países
Bajos meridionales101. El mes siguiente, volvió a mandar al papa Paulo V y al inquisidor
general Bernardo de Sandoval y Rojas una relación sobre la situación político-religiosa
en Flandes. En diciembre, envió a España cinco panfletos que los holandeses pretendían
difundir en Indias y en los que atacaban a los españoles y al papa102. Al mismo tiempo
encargó la traducción al español de libros heréticos holandeses para mandarla, en enero
de 1609, a Roma103.
La intervención de los españoles antiprotestantes en Bruselas no pudo evitar que se fir-
mase la Tregua a inicios de abril de 1609. Sin embargo, los archiduques estaban conscien-
tes de los problemas que la libre circulación de mercaderes y viajeros protestantes en sus
países pudiese provocar, y en el transcurso del mes de mayo enviaron cartas a los goberna-
dores de provincia, obispos, consejos provinciales y magistrados de las grandes ciudades,
instigándoles a que aplicasen con todo rigor las cláusulas de la Tregua contra cualquier
persona que causase escándalo público, y contra los propios súbditos que abandonasen la
religión católica104. En julio promulgaron un edicto prohibiendo que “en barcos, coches,
albergues, comidas u otros lugares o reuniones” se hablase de la Guerra de Flandes o de la

100
Ibidem.
101
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 418.
102
Ibidem, pp. 423-424. Menciona La ballena, El matrós, El sueño del holandés, El melancólico, y El diálogo
entre el rey de España y el Papa. Es probable que se trate de los panfletos siguientes: Ware verthooning Ende
afbeeldinghe van eenen dooden ende meest half verrotten Vis, door die Zee aen den strande op gheworpen,
den 20. [...] September, Anno 1608 [...] Aenwijsende den Standt ende conditie des Conincx van Spaignien
ende sijn bedroch inden wtganck van desen Vredehandel gheopenbaert [...], s.l., 1608 (W.P.C. Knuttel, Cata-
logus van de pamfletten-verzameling berustende in de Koninklijke Bibliotheek, t. I, La Haya, 1889, p. 304);
Een oud Schipper van Monickendam, s.l., [1607-1608], un grabado con poema representando a un marinero
holandés y a un español tirando de un palo que simboliza Indias (ibidem, pp. 290-291); Vanden Spinnekop
ende ’Bieken Ofte Droom-ghedicht, s.l., s.d., con la araña personificando a Spínola y la abeja a los Países
Bajos (ibidem, pp. 289-290); y Eene treffelijcke tzamensprekinghe tusschen den Paus ende Koninc van Spag-
nien, belanghende den Peys met ons lieden aen te gane, s.l., [1607-1608], que advierte contra la hipocresía de
los españoles (ibidem, pp. 279-280). No he podido identificar El melancólico.
103
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 430.
104
V. Brants (ed.), Recueil des ordonnances, t. II, pp. 1 y 2.

– 307 –
Werner Thomas

religión con el fin de terminar las disputas y peleas diarias entre católicos y protestantes y
restablecer el orden público en las ciudades meridionales105.
Estas medidas no pudieron impedir que en los meses siguientes, tanto los protestan-
tes flamencos como los holandeses diesen abiertamente testimonio de su fe, provocando
escándalo en las iglesias católicas, interrumpiendo procesiones religiosas o, en el caso del
Amberes, organizando las ya mencionadas excursiones a la iglesia reformada de Lillo.
Los adversarios de la Tregua tuvieron la impresión de que el protestantismo estuviese
invadiendo el país. Para colmo, durante su estancia en Amberes en el mes de junio de
1609, Gracián recibió noticias de sus informantes locales de que los holandeses no estaban
respetando los acuerdos concernientes a los pueblos católicos entregados a la República106.
En los meses siguientes, los antilermistas no dejaron de llamar la atención de las autorida-
des en Madrid y Bruselas sobre los problemas que la Tregua estaba provocando. Gracián
redactó un Memorial de muchos que en los países sugetos a sus Altezas después de la tregua
públicamente exercitan la heregía y otro sobre Los daños y ofensas de Dios que se siguen de
estarse las cosas de Flandes en el estado que agora están, además de unas Advertencias sobre
artículos de la tregua de doce años concedidos a los olandeses107. Al mismo tiempo, el marqués
de Guadaleste informó a Felipe III de las predicaciones en Lillo y de la presencia de pro-
testantes en Gante, Brujas, Valenciennes y Mons. Como consecuencia, el rey le encargó,
a finales de noviembre, que instase al archiduque a buscar remedio108.
La presión de Madrid desembocó en el severo edicto que Alberto promulgó el 31 de
diciembre de 1609, y que prohibió cualquier reunión protestante pública o secreta y la
participación en ella de los súbditos archiducales. Impuso la obligación a los viajeros y
mercaderes holandeses de mostrar respeto a la religión católica, sus ministros y sus cere-
monias, y recordó a los holandeses residentes en los Países Bajos meridionales que debían
convertirse al catolicismo109. Menos de un mes después, los consejos provinciales tomaron
medidas contra los libros heréticos que circulaban en el país, prohibiendo la importación
de obras impresas fuera de las provincias archiducales sin consentimiento previo de las
autoridades, y ordenando la inspección del equipaje y de las mercancías de los comercian-
tes extranjeros110. Fray Íñigo de Brizuela, el confesor de Alberto y partidario de Lerma

105
V. Brants (ed.), Recueil des ordonnances, t. II, p. 10.
106
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 444.
107
N. Antonio, Biblioteca Hispana Nueva, pp. 609, 610. El 20-x-1609 escribió en una carta a su hermana
Juliana de la Madre de Dios que se encontraba con los archiduques en Binche, donde tenía “un poco de
vida más heremítica, que estava cansado de negocios y escrivir contra hereges”. Cf. J. Gracián de la Madre
de Dios, Cartas, p. 453.
108
H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre (eds.), CCE, t. I, p. 343.
109
V. Brants (ed.), Recueil des ordonnances, t. II, pp. 26-28.
110
Ibidem, pp. 33-35 (edicto de 29-i-1610).

– 308 –
Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, la corte de Bruselas y la política religiosa en los Países Bajos meridionales

en Bruselas, fue encargado de defender la nueva política religiosa del archiduque ante
Felipe III111.
A inicios de 1610, en plena crisis de sucesión de Julich, el marqués de Guadaleste
volvió temporalmente a España, dejando la embajada en manos del conde de Añover112.
Gracián por su parte, se instaló en el castillo de Amberes para predicar la cuaresma y de-
dicarse a la edición de una biografía de Teresa de Ávila113. Asimismo inició la redacción
de El soldado catholico114. En mayo, Íñigo de Borja le pidió que saliese en campaña con su
tercio. Gracián lo veía como una buena oportunidad para llegar al martirio, puesto que
aceptó “con mucha esperança que llevo de morir en esta coyuntura”, propósito que fue
anulado por el asesinato de Enrique IV poco después115. Era obvio que, estando los dos
hombres separados, la actividad polémica de Gracián se redujo considerablemente. Esto
demuestra que los ataques contra la Tregua, la situación de libertad de conciencia en los
Países Bajos meridionales y el progreso del protestantismo eran el fruto de una intensa
colaboración entre ambos hombres, en la que el embajador actuaba como inspirador y eje
de la resistencia a la política lermista en los Países Bajos, mientras que Gracián transfor-
maba la crítica en memoriales.
Desde 1611 Gracián retomó su actividad de escritor contra la herejía, enfocando cada
vez más en la crítica de la política pacifista del duque de Lerma116. Redactó sus Diez
lamentaciones del miserable estado de los Atheistas de nuestros tiempos, libro que dedicó al
inquisidor general117. Las Diez lamentaciones fueron un ataque apenas disimulado contra
la pax hispanica como emanación de la política de razón de estado del duque de Lerma y
la política religiosa –es decir, la Tregua con los herejes– del archiduque Alberto. En esta
obra, Gracián fulminó contra lo que él llamaba los “ateístas políticos” que, siguiendo el
ejemplo de Maquiavelo, se dejaban guiar por la razón de estado, y creían que Dios y la
religión sólo servían para conservar y aumentar la riqueza, la reputación y el poder del
Estado. Para estos príncipes perversos, la república es su objetivo final, y Dios y la religión
111
H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre (eds.), CCE, t. I, pp. 347-348. Los archiduques volverán a proclamar
el edicto en el 6-iv-1611, el 4-iii-1614 y el 15-iii-1617. Cf. V. Brants (ed.), Recueil des ordonnances, t. II, pp.
79-80, 221-222, 318-318. Asimismo impondrán un mayor control sobre los impresores de Amberes mediante
el edicto de 28-iii-1612. Ibidem, pp. 129-132.
112
Ibidem, pp. 346, 347. Guadaleste volvió a España para arreglar asuntos familiares y debe de haber pasado
bastante tiempo en Valencia. En julio de 1611 estaba en Madrid, preparando su viaje de vuelta, aunque ya a
finales de julio de 1610 se había mandado “[...] volver al marqués de Guadaleste a servir la embajada de Es-
paña” (L. Cabrera de Córdoba, Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de Espana desde 1599 hasta 1614;
R. García Cárcel (ed.), Salamanca, 1997, p. 412). Debe de haber vuelto a Flandes en agosto o septiembre de
1611 (y no, como afirma erróneamente J. Lefèvre, “Les ambassadeurs d’Espagne”, p. 71, en octubre de 1610).
El 2-x-1611 envió una carta desde Bruselas. Véase A. Esteban Estríngana, “Los estados de Flandes. Reversión
territorial de las provincias leales (1598-1623)”, en J. Martínez Millán y M.A. Visceglia (eds.), La Monarquía
de Felipe III. La Corte, t. 4, Madrid, 2008, pp. 593-682.
113
Vita et mores, spiritus, zelus et doctrina servae Dei Theresae de Iesu [...], Bruselas, Rutger Velpius, 1610.
114
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 476.
115
Ibidem, p. 480.
116
En una carta escrita en el mes de octubre de 1611, confirma que “escribir contra los hereges [...] es aora mi
principal exercicio”. J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, p. 526.
117
Diez lamentaciones del miserable estado de los Atheistas de nuestros tiempos, Bruselas, Roger y Hubert Velpius,
1611; edición moderna de Otger Steggink (cf. nota 26).

– 309 –
Werner Thomas

no son más que medios para conservarlo. La razón de estado se ha convertido en su fe, y
la fe católica en un instrumento político más. Entre los malos príncipes, el soberano que
permite la libertad de conciencia en su reino ocupa un lugar especial. El buen príncipe,
al contrario, gobierna su estado teniendo a Dios como principio y fin de sus decisiones.
Escucha el consejo de los más sabios y ancianos –entre los cuales sin duda se contaba a sí
mismo– y sigue el ejemplo de los buenos reyes entre sus antecesores. Además, castiga a los
rebeldes y herejes. Según Gracián, el ateísmo nace de la blandura y falta de castigo de las
herejías. No cabe duda de que con estas palabras se refirió a Felipe II, al que consideraba
el ejemplo por excelencia del monarca católico ideal.
Con el tiempo, Gracián se preocupó cada vez más por los efectos de la progresiva
infiltración del protestantismo en los Países Bajos del Sur sobre la península ibérica y,
más importante, sobre Indias. La Tregua era un hecho, y ni la crisis de Julich ni el oscuro
intento de conquistar por sorpresa la ciudad holandesa de Esclusa pudieron romperla118.
Ahora era cuestión de impedir su prolongación bajo las mismas condiciones. Cuando, a
partir de 1611, se emprendieron los primeros intentos para convertirla en una paz dura-
dera a cambio de la supresión de la Compañía de las Indias Orientales –creada en 1602
por un término de diez años; había llegado, por tanto, el momento para convencer a los
Estados Generales de no prolongar el contrato de la compañía– y la renuncia al comercio
con América, Gracián y los otros miembros de la facción terciaron en el debate119. Como
el marqués de Guadaleste no fue informado de las misiones secretas de fray Martín del
Espíritu Santo en La Haya –llevadas a cabo en 1611, cuando se encontraba en Madrid– ni
del proyecto de negociación de Rodrigo Calderón, enviado a Flandes en 1612120, la facción
montó su propio canal de información a través de Paul-Philippe Coenvelt, abogado del
Consejo de Brabante. Comisionado por Gracián, Coenvelt buscó contacto con el entor-
no de Johan van Oldenbarnevelt, Gran Pensionario de Holanda, para hablar de nuevas
negociaciones de paz. El intento fracasó en junio de 1612 con el rechazo de la oferta por
los Estados Generales septentrionales121, y en agosto Coenvelt fue detenido y condenado
a destierro perpetuo por el Consejo Privado122. Por otro lado, la misión de Calderón
tampoco tuvo éxito. La Compañía de las Indias Orientales continuó sus actividades, y
como consecuencia, los intentos de prolongar la tregua fueron interrumpidos momentá-
neamente123.
El hecho de que Lerma no se sirviese en ningún momento del embajador del rey en
los Países Bajos meridionales para un asunto tan importante como la prolongación de la

118
H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre (eds.), CCE, t. I, pp. 360-361; M.A. Echevarría Bacigalupe, La diplo-
macia secreta, pp. 148-154.
119
H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre (eds.), CCE, t. I, pp. 362-364.
120
Ibidem, pp. 371-372 (Espíritu Santo); pp. 373-377 (Calderón); J. Lefèvre, “Les ambassadeurs d’Espagne”,
p. 72.
121
A.T. van Deursen (ed.), Resolutiën der Staten-Generaal. Nieuwe reeks, 1610-1670, t. I: 1610-1612, La Haya,
1971, p. 668, n.º 649.
122
H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre (eds.), CCE, t. I, pp. 384, 387-388.
123
Ibidem, p. 390.

– 310 –
Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, la corte de Bruselas y la política religiosa en los Países Bajos meridionales

tregua, debió confirmar una vez más a los antilermistas en Bruselas que el valido y sus
partidarios en la corte flamenca tenían al rey mal informado de la situación del país y de
los efectos negativos del trato con el enemigo protestante, para así llevar a cabo su polí-
tica de pacificación en detrimento de la religión católica en la Monarquía. Por tanto, era
cuestión de proporcionar la información correcta a Felipe III mediante personas fiables
en Madrid, es decir, a través de los miembros de la facción antilermista de fray Luis de
Aliaga. Entre los escritos que Gracián produjo en 1613, se encontró el informe titulado
Centellas del fuego de heregia, que pueden saltar destos Payses de Flandes en España, clara-
mente redactado con tal intención124. En las Centellas, el carmelita enumeró las vías que
el protestantismo utilizaba para infiltrarse en los diferentes territorios de la Monarquía.
Se refirió a un memorial suyo sobre los libros heréticos que eran impresos en español en
Holanda, Inglaterra, Alemania, Ginebra y Francia, y que iban destinados a España e In-
dias. Advirtió que los protestantes mandaban a “consoladores de almas” hispanohablantes
a los puertos españoles, disfrazados de mercaderes, tanto para asistir a sus correligionarios
como para dedicarse a actividades proselitistas. Subrayó el peligro que emanaba de las
expediciones inglesas y holandesas a Indias, donde los españoles “no son de los más feruo-
rosos y deuotos, y los indios son tan inclinados a la sensualidad”125. En los Países Bajos,
el peligro emanaba de los numerosos nicodemistas protestantes en las grandes ciudades,
y de los viajeros, mercaderes y familiares holandeses que visitaban el país y que frecuen-
temente discutían de la fe. En este contexto, Gracián hizo alusión a Agustín de Cazalla y
Constantino Ponce de la Fuente, dos religiosos españoles que se habían contagiado con la
herejía durante los viajes del emperador Carlos V por Flandes y Alemania126. De hecho,
en otra ocasión ya había informado al inquisidor general de las actividades de varios frailes
apóstatas españoles en Holanda e Inglaterra, entre ellos Casiodoro de la Reina, Cipriano
de Valera y Fernando de las Infantas127. Finalmente, mencionó la presencia de judíos
portugueses en las Provincias Unidas, que a través de sus contactos con los judaizantes en
Amberes, Portugal y la India divulgaban libros heréticos en el imperio.
El memorial obviamente debía sacar al rey del engaño en el que estaba sumido gracias
al duque de Lerma y sus aliados en Bruselas. Confrontado con la realidad, sería capaz de
tomar las medidas necesarias para prevenir la infiltración protestante en España e Indias,
e incitar al archiduque a solucionar la situación en Flandes. A finales de 1613 o inicios de
1614, Gracián envió su memorial a Pero Rodríguez Criado, secretario de Cruzada, para
que lo entregase a Aliaga y al inquisidor general128. Pocos días antes, el marqués de Gua-
daleste por su parte, mandó una serie de cartas a Felipe III mencionando el estado de los

124
El memorial se conserva en AGS, Estado, leg. 2028, n.º 929. Ocupa los folios 5-13 del documento. Existe
una edición moderna con una breve introducción de I. Bengoechea, “‘Centellas de fuego de herejía’. Memo-
rial inédito del P. Gracián”, Ephemerides Carmeliticae, xxxi (Roma 1980), pp. 245-260.
125
AGS, Estado, leg. 2028, n.° 929, f. 7r.
126
W. Thomas, La represión del protestantismo, pp. 214-216.
127
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, pp. 445-446, 515.
128
Ibidem, Cartas, p. 564.

– 311 –
Werner Thomas

Países Bajos meridionales y la salud del archiduque, que por su enfermedad ya no aparecía
en misa129. El 12 de enero de 1614, Rodríguez Castro entregó el documento al Consejo,
que informó al inquisidor general de los puntos tocantes los libros heréticos, los mercade-
res protestantes en España, el comercio de los holandeses con Indias y los frailes apostatas
españoles que habían huido de la península ibérica a Flandes e Inglaterra130. Como no
tuvo noticias de que el memorial fuese presentado en el Consejo, Gracián lo envió en
junio de 1614 a la condesa de Castellar, Beatriz de Mendoza, para que se informase con
Rodríguez Criado si el escrito había llegado a manos del confesor real131.
Gracián ya no conoció los resultados de su acción. Volviendo de Alost en la noche del
20 de septiembre de 1614, llegó a Bruselas después del cierre de las puertas. Se alojó en
una casa en los arrabales de la ciudad, donde se enfermó de una congoja. En la mañana
se hizo un intento de trasladarle a su convento, pero su estado de salud había empeorado
tanto, que resultó imposible moverle de la cama. A las nueve el embajador de España le
vino a visitar en presencia de su médico y boticario. Después de mediodía se acercaron el
prior de los carmelitas y “muchas personas graves y principales desta Corte”. A las tres de
la tarde, el médico de los archiduques, después de haber comprobado que Gracián estaba
viviendo sus últimas horas, decidió trasladarle a su convento para que muriese en su celda.
Allí “espiró muy suavemente, sin dolor ecesibo ni trabaxo”, a las seis de la tarde del 21 de
septiembre de 1614, teniendo a la vista un grabado de la Virgen y otro de Santa Teresa
de Jesús132. Una semana después de su fallecimiento, el 30 de septiembre, el informe de
Gracián fue discutido en el Consejo de Estado, al cabo del cual Felipe III mandó que “es-
críbase a mi tío como pareçe, y siempre se esté con cuydado de prevenir y mirar por todos
los medios que se pudieren el remedio desto”133.
Después de la muerte de Gracián, la lucha de la facción antilermista contra la po-
lítica internacional de Felipe III y los archiduques aun se intensificó y se concentró en
la presencia y la posición eminente que Ambrosio Spínola, como representante más
importante del valido en Bruselas, ocupaba en la corte archiducal. La caída de Lerma en
1618 minó el poder de Spínola en Flandes y condujo a la victoria de los adversarios de
una paz con las Provincias Unidas134. Cuando en la primavera de 1621 la Tregua de los
Doce Años expiró, la Monarquía retomó la guerra en los Países Bajos, cumpliendo de
esta manera el deseo del padre Gracián de no permitir acuerdos con los herejes, sino de
combatirlos con las armas.

129
H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre (eds.), CCE, t. I, p. 413.
130
AGS, Estado, leg. 2028, n.° 929, f. 2r-v.
131
J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, pp. 567-568.
132
Véase la Relación de lo que sucedió en la breve enfermedad y muerte dichosa del muy reverendo Padre Maestro
fray Gerónimo Gracián de la Madre de Dios [...], editado en J. Gracián de la Madre de Dios, Cartas, pp. 637-
640.
133
AGS, Estado, leg. 2028, n.° 929, f. 1r.
134
Véase W. Thomas, “The Court of the Archdukes Albert and Isabella”.

– 312 –
El movimiento descalzo en Flandes a principios
del siglo xvii: ¿obediencia a Roma
o fidelidad a España?
Esther Jiménez Pablo
Instituto Universitario La Corte en Europa

La religiosidad que se impuso en los territorios de la Monarquía hispana desde el


Concilio de Trento (1563) hasta la Paz de Westfalia (1648) e incluso hasta finales del siglo
xvii, ha sido denominada con el apelativo de “Contrarreforma” o religiosidad “post-tri-
dentina”. Con esta calificación se ha tratado de explicar las formas religiosas que se im-
pusieron a la sociedad hispana durante tan largo periodo de tiempo, todas ellas derivadas
de los acuerdos de Trento. De esta manera, los historiadores han presentado este periodo
cronológico fuertemente cohesionado por una serie de estructuras que lo caracterizaron
no solo en el ámbito espiritual, sino también en el cultural, artístico e incluso político
y económico. Es la célebre época del Barroco, en la que conceptos como “catolicismo”,
“decadencia” y “Monarquía hispana” vienen a ser idénticos, o al menos, similares. Sin
embargo, un análisis detallado de la evolución política y religiosa de la Monarquía, sugie-
re una visión distinta, según la cual, no solo hay que matizar la pretendida continuidad
de este periodo, sino que además se advierte una clara ruptura entre el confesionalismo
de Felipe II y el catolicismo implantado en la sociedad hispana durante los reinados de
Felipe III y Felipe IV1.

1. La reforma religiosa durante el reinado de Felipe II

Tras el Concilio de Trento (1545-1563), Felipe II se propuso implantar los acuerdos en


todos sus reinos, lo que significaba que, a partir de entonces, iba a utilizar la religión ca-
tólica, cuyos dogmas habían sido definidos en dicha asamblea, para justificar su actuación
política. Esto ya se hizo evidente en el control que impuso sobre las personas y organismos
que extendieron los acuerdos por todos sus reinos2. Dicha forma de proceder en materia
religiosa llevada a cabo por el Rey Prudente, provocó numerosos enfrentamientos con
Roma, que experimentó continuas injerencias jurisdiccionales en materia eclesiástica por
1
Véase el estudio introductorio de J. Martínez Millán y M.A. Visceglia (eds.), La Monarquía de Felipe III. La
Casa del Rey, Madrid, 2007, I, pp. 25-55.
2
Realiza un análisis detallado de los concilios provinciales, dentro del contexto de la implantación de los
acuerdos de Trento en la Monarquía Hispana: I. Fernández Terricabras, Felipe II y el clero secular. La aplicación
del concilio de Trento, Madrid, 2000, pp. 123-147.

– 313 –
Esther Jiménez Pablo

parte del monarca y de su equipo de gobierno, compuesto por letrados castellanos3. El


nuncio Caetano lo manifestaba claramente en un memorial que entregó al propio Feli-
pe II, en el que le acusaba de interpretare a suo modo il concilio di Trento4.
Esta política confesional católica fue fomentada por un sector social que, en su mayor
parte, estaba integrado por las élites urbanas castellanas cuyos vástagos se educaron en la
teología escolástica de algún convento dominico castellano o estudiaron leyes en la Uni-
versidad de Salamanca y en los colegios mayores. El proceso de confesionalización – como
han demostrado diversos autores - sirvió para uniformar la ideología y conductas de los
sectores sociales en los reinos, pero como consecuencia de ello, sirvió también para crear
una serie de organismos e instituciones con las que la Monarquía gobernó y controló sus
reinos5. Desde el punto de vista religioso defendían una espiritualidad con claros tintes as-
céticos que coincidía, al menos en apariencia, con la religiosidad intransigente del siglo xv
que había provocado la implantación de la Inquisición. Esta estructura político-religiosa
defendida por las élites castellanas, cuyos antepasados habían contribuido durante siglos
con vidas y bienes a la Reconquista y que, una vez finalizada la guerra, fueron desplazados
de los gobiernos municipales y de la Corte Real6. Esta articulación política y religiosa
sobre la que se construyó la Monarquía hispana durante el reinado de Felipe II, produjo
abundantes enfrentamientos y decepciones dentro de los distintos reinos y de los grupos
sociales que componían la Monarquía. Desde el punto de vista político, numerosos sec-
tores sociales (sobre todo las élites de los reinos no castellanos) fueron desplazados del
gobierno central de la Monarquía, lo que provocó fuertes resentimientos. Desde el punto
de vista religioso, la espiritualidad ascética e intelectual que impuso la facción que gober-
naba no satisfizo a buena parte de la sociedad, que entendía la experiencia religiosa como
una relación más íntima y directa con la divinidad. Esta espiritualidad (con tendencia a
la mística) se tradujo en un movimiento radical conocido con el nombre de “descalzo”.
Este movimiento que tuvo sus orígenes en las órdenes religiosas de San Francisco y del
Carmen, no podía ser bien visto por el gobierno de Felipe II, pero sí por Roma, dado que
la radicalidad de su espiritualidad no tenía más referencia ortodoxa que la definición que
el pontífice, como cabeza de la Iglesia, daba al Catolicismo. Esta espiritualidad, como se
ha dicho, estaba en contra de la que defendía la facción castellana gobernante, por lo que
fue apoyada, no solo por los pontífices, sino también por los sectores sociales desplazados
del poder por las élites castellanas. De esta manera se llegó a una clara yuxtaposición
entre tendencias políticas y corrientes religiosas. Con el fin de hacerse oír en la Corte, el
movimiento descalzo siempre buscó implicar en su espiritualidad a los miembros (sobre

3
M.E. Suárez, “El regalismo a través de los recursos de fuerza en España e Indias”, Anales de la Universidad
del Salvador (1972), p. 5.
4
ASV, Fondo Borghese, serie III, 81a. Del nuncio al Rey, diciembre de 1597. ff. 574r-583v.
5
R. Po-Chia Hsia, La controriforma. Il mondo del rinnovamento cattolico (1540-1770), Bolonia, 2001; H. Schil-
ling, “The Reformation and the Rise of the Early Modern State” en J. Tracy (ed.), Luther and the Modern
State in Germany, Kirksville, 1986, pp. 25-26.
6
J. Martínez Millán, La Inquisición española, Madrid, 2007, pp. 11-26.

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El movimiento descalzo en Flandes a principios del siglo xvii: ¿obediencia a Roma o fidelidad a España?

todo las mujeres) de la familia real, quienes intercedían ante el monarca en las situaciones
críticas de la “descalcez”7.

2. La Reforma del Carmelo; un caso peculiar del movimiento descalzo

La reforma del Carmelo produjo numerosos enfrentamientos jurisdiccionales con


las instituciones (sobre todo con el Consejo de Castilla) de la Monarquía, ya que, en
un momento del proceso de confesionalización, surgió esta corriente espiritual difícil de
controlar por sus prácticas subjetivas8. Por esto, no resulta extraño que el “partido” en el
gobierno desconfiara de las reformas de Santa Teresa de Jesús, a la que, incluso, visitó la
Inquisición para informarse de sus intenciones, mientras que los pontífices vieron con
agrado semejante reforma: Gregorio XIII (1572-1585), animaba a la incipiente reforma
descalza hasta el punto de proporcionarle en 1580 su propia entidad jurídica, a través
del breve Pia consideratione, que separaba la orden del Carmelo en calzados y descalzos.
Dicho breve expresaba con claridad la predilección del pontífice por aquellos institutos
que se empeñaban en la reforma9. No obstante, la evolución de la reforma teresiana iba a
cambiar a partir de la destrucción del “partido” favorable a Roma (y, por tanto, partidario
del movimiento descalzo), en 1578, con las prisiones del secretario Antonio Pérez y de la
princesa de Éboli, líderes de dicha facción en la Corte del Rey Prudente10. Poco tiempo
antes de producirse dichas detenciones, santa Teresa se había trasladado a Madrid desde
el convento de Pastrana (feudo de la Éboli), en el que residía y se había puesto en comu-
nicación con el poderoso secretario Mateo Vázquez y con el confesor del rey, el dominico
fray Diego de Chaves, líderes del grupo castellano11.
Una vez que la Santa había conseguido la aprobación de la Corte y el apoyo de Roma,
la reforma necesitaba crear su propia organización, de manera que en 1581 tenía lugar el
primer capítulo de la Orden descalza en Alcalá de Henares, donde, ante la presencia del

7
C. van Wyhe, “Piety and Politics in the Royal Convent of Discalced carmélite nuns in Brussels, 1607-1646”,
Revue d’histoire ecclésiastique 100 (2005), p. 466.
8
La reforma del Carmelo ha sido estudiada minuciosamente por O. Steggink en su libro La reforma del car-
melo español, Ávila, 1993.
9
E. Marchetti, “La riforma del Carmelo scalzo tra Spagna e Italia”, Dimensioni e problemi della ricerca storica,
I (2005), p. 66.
10
J. Martínez Millán, “Grupos de poder en la corte durante el reinado de Felipe II: la facción ‘ebolista’, 1554-
1573”, en idem (ed.), Instituciones y élites de poder en la Monarquía Hispana durante el siglo XVI, Madrid, 1992,
pp. 137-197.
11
Escribía santa Teresa en una de sus cartas al padre Jerónimo Gracián, que para conseguir fundar la provincia
descalza había que conseguir el agrado de ambas partes, tanto del “partido” en el poder como del pontífice:
“(para hacer provincia) no sé si sería bueno que vuestra paternidad lo comunicase con el padre maestro
Chaves (llevando esa mi carta que envié con el padre prior) que es muy cuerdo; y haciendo caso de su favor
quizá lo alcanzaría con el rey; y con carta suya sobre esto habían de ir los mismos frailes a Roma (los que
está tratando), que en ninguna manera querría se dejase de ir; porque […] es camino y medio recto el del
Papa o General”. Carta 113 en T. Álvarez (ed.), Santa Teresa de Jesús, cartas (Maestros espirituales carmelitas, 2),
Burgos, 1981, pp. 307-308.

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Esther Jiménez Pablo

comisario apostólico, el padre Giovanni de las Cuevas, se eligió por unanimidad al padre
Jerónimo Gracián (1581-1585) como primer provincial de la Orden12.
Durante su provincialato, Gracián se propuso extender la reforma al extranjero. Con
este motivo escribió su obra Estímulo por la Propagación de la Fe, donde exaltaba el apos-
tolado como complemento esencial de la práctica de la oración. No obstante, Gracián no
pudo cumplir plenamente sus objetivos por la negativa de un sector de la propia Orden,
entre ellos varios padres capitulares, que concebían el espíritu de la descalcez como un
modo de vida centrado exclusivamente en la mística de la oración13. Desde entonces los
ánimos dentro de la orden estuvieron divididos. Con todo, a pesar de los obstáculos se-
ñalados, Gracián conseguiría imponerse durante su mandato para fundar un convento en
Génova, y enviar misioneros a África y Nueva España.
La insistencia del padre Gracián de llevar la reforma a Italia responde a la necesidad
de situar a la Orden bajo la protección del pontífice. En un principio se intentó fundar
en Roma, pero no se pudo realizar por dos motivos; en primer lugar, por la fuerte opo-
sición de la cúpula de los calzados, y en segundo lugar, por las continuas presiones del
partido “castellano” desde la corte madrileña, en su intento por obstaculizar la expansión
de la reforma carmelita fuera de la frontera hispana, y mucho menos que llegase a Roma,
donde la influencia del pontífice haría difícil el control sobre la orden. Finalmente se
establecieron en Génova, gracias a la intervención del padre Nicolás Doria, oriundo de
Génova, quien mantenía buenos contactos con la élite dirigente genovesa14. Precisamente
fue durante el reinado de Felipe II, cuando los genoveses jugaron un papel fundamental
para la Monarquía Hispana en calidad de prestamistas, llegando a ser imprescindibles
para la hacienda de la corona15. Tanto fue así, que el propio Doria actuó de intermediario
entre Felipe II y los banqueros genoveses para llegar a un acuerdo económico16. Por este
intercambio de intereses se explica que la fundación descalza en Génova dirigida por Do-
ria (que tuvo lugar el 1 de diciembre de 1584 bajo la advocación de Santa Ana) contase con
el beneplácito del monarca hispano y de las élites castellanas.
Una vez fundado el convento de Génova, las miras del padre Gracián se volvieron a
centrar en introducir la reforma en Roma. Pronto, dicha expectativa se desvaneció cuan-
do, en mayo de 1585, acabó el provincialato de Gracián y salió elegido el padre Nicolás
Doria. Al acabar su provincialato, el padre Gracián, que siempre fue visto con recelo por

12
A. Roggero, Genova e gli inizi della riforma teresiana in Italia (1584-1597), Génova, 1984, p. 30.
13
H. de la Sagrada Familia, “Erección de la reforma teresiana en provincia independiente”, Monte Carmelo,
81 (1973), pp. 59-120.
14
A. Roggero, Genova e gli inizi della riforma, p. 37.
15
Los artículos de G. Muto, “Una vicenda secolare: il radicamento socio-economico genovese nella Spagna de
‘los Austrias’” y C. Bitossi, “I rapporti politici tra la Repubblica di Genova e la Spagna da Filippo II a Filip-
po IV”, ambos en S. Giordano y C. Paolocci (eds.), Nicolò Doria. Itinerari economici, culturali e religiosi nei
secoli XVI-XVII tra Spagna, Genova e l’Europa, Génova, 1996, pp. 7-23 y pp. 53-80; F. Ruiz Martin, “Las finanzas
españoles durante el reinado de Felipe II”, Cuadernos de historia anexos a la revista Hispania 2 (1968), p. 138.
G. Doria, “Consideraciones sobre las actividades de un ‘factor cambista’ genovés al servicio de la corona
española”, en Dinero y crédito (siglos XVI al XIX), Madrid, 1978, pp. 279-293.
16
A. Roggero, Genova e gli inizi della riforma, pp. 37-39.

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El movimiento descalzo en Flandes a principios del siglo xvii: ¿obediencia a Roma o fidelidad a España?

la facción castellana que gobernaba y por un sector de la propia orden descalza, que no
veían con buenos ojos que la reforma dependiese directamente del pontífice, escribió un
memorial en el que se defendía de las acusaciones de estos detractores de su gobierno, en
el que no dudó en recordar de esta manera tan clara la importancia de acercar la Orden a
Roma, como plataforma universal desde la cual debía propagarse la orden a otros territo-
rios como Francia y Flandes:

“Lo que a nuestra Religión más importante ha sido en nuestros tiempos, es el aver
passado nuestra Orden a Italia, fundándose casa en Génova, porque con esta fundación se
ha fortificado nuestra Provincia, respondido a las calumnias que a Roma se han embiado
contra nosotros, impediendo el daño que nos pueden hazer los apóstatas, hase ganado la
benevolencia de algunos cardenales y otras personas de Italia que estavan mal informados;
puédese hazer gran fructo en aquella tierra, y solicitar todos los negocios de la Orden que
an de manar de Roma como de cabeça de toda christianidad, acabar de allanar las contra-
diciones por causa de algunos que informan mal al Rmo. General y Protector; puédense
también rescebir sujetos con que se haga mucho fructo en Flandes y Francia. Sin este medio
toda nuestra Congregación era un cuerpo sin cabeça; con esto spero en Dios que se le ha
puesto la cabeça, para que desde allí descienda a los miembros de los demás conventos la
vida y conservación de la Orden”17.

Lo más destacado del sucesor de Gracián en el provincialato, el padre Doria (1585-


1594), fue la introducción de La Consulta como nuevo régimen de gobierno, de fuerte
carácter centralizador18. Dicha iniciativa no habría sido posible sin el apoyo del monarca
hispano y de los “castellanos”, pues con la creación de este órgano aumentaban su control
sobre la Orden descalza. A La Consulta se opuso rotundamente el padre Gracián, siendo
por entonces vicario provincial de Portugal, apoyado por destacados miembros del “par-
tido papista” como el archiduque cardenal Alberto y su madre, la emperatriz María, que
temían que esta nueva forma de gobierno dotase a la Orden de un carácter más riguroso
y controlado, dependiente de los intereses castellanos19. De poco sirvió, pues durante
todo su mandato, Doria aceptó y fomentó siempre la intervención del Rey Prudente en
las cuestiones descalzas20. Ante esta dirección que tomaba la reforma, y a instancias del
padre Gracián, vino a intervenir el pontífice Clemente VIII (1592-1605) para extender la
17
“Apología y defensa contra las calumnias que se han dicho contra fr. Gerónimo Gracián de la Madre de Dios
en los quatro años de su provincialato, y lo que en este tiempo se ha augmentado la Provincia.” Carta 276 del
Monumenta Historica Carmeli Teresiani: Documenta Primigenia (1582-1589), Roma, 1977, III, p. 58.
18
Para entender mejor la forma de administrar de La Consulta: H. de la S. Familia, “La Consulta. Estudio
histórico-jurídico”, Monte Carmelo 77 (1969), pp. 153-189 (I parte) y pp. 341-368 (II parte).
19
O. Steggink, La reforma del carmelo español, Ávila, 1993, p. 78.
20
Señala el historiador Teófanes Egido que: “(Doria) se acomodó, por convicción o por necesidad, a la reali-
dad regalista, hasta el extremo de invocar la mediación del rey en los asuntos internos de La Consulta, de las
monjas, del pleito con Gracián” en su artículo “La reforma carmelitana nel contexto regalista”, en S. Gior-
dano y padre Paolocci (eds.), Nicolò Doria. Itinerari economici, culturali, religiosi nei secoli XVI-XVII tra Spagna,
Genova e l’Europa, Génova, 1996, I, p. 115.

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Esther Jiménez Pablo

espiritualidad descalza desde Roma fundando casas de novicios, donde poder educar a
un clero acorde con las ideas de la Iglesia Católica que quería extender21. Con este obje-
tivo, se estableció un convento de carmelitas descalzos en el centro de Roma, conocido
como Santa María de la Scala22, el cual dependía directamente de la Santa Sede. Con el
convento de la Scala, el pontífice vio cumplida una de sus grandes expectativas: contar en
Roma con un centro de irradiación religiosa, hasta donde peregrinarían grandes figuras
de la reforma, que asimilarían los principios de Roma23. A este convento en Roma, no
tardaron en oponerse los superiores del Carmelo Descalzo en Madrid, quienes trataron de
persuadir al monarca hispano para que evitase la fundación a toda costa. Por este motivo,
Clemente VIII juzgó necesario separar la Orden descalza en dos ramas; por un lado la
hispana (conocida como “San José”) y por otro la italiana (“San Elías”), ambas con inde-
pendencia jurídica. Esta división de la Orden descalza se hizo efectiva el 13 de noviembre
de 1600, con el breve In apostolicae dignitatis culmine. Al mismo tiempo, el pontífice
nombraba Comisario General de la Congregación italiana al padre Pedro de la Madre de
Dios, quien por entonces era prior de la Scala. A partir de entonces, Roma se ayudaría de
su propia Congregación de carmelitas descalzos, a la que confirió un espíritu misionero,
para extender el catolicismo romano24. El mismo padre Jerónimo Gracián, continuador
del espíritu reformador de Santa Teresa, expresó con claridad el diferente destino que
tuvieron ambas congregaciones:

“La Congregación de los Carmelitas Descalzos de Italia, que aunque es la misma


orden que la de España, tienen diversos prelados y en alguna manera, siguen diverso es-
píritu, porque con celo se dan a la conversión de las almas, como se ha visto en los que
fueron a Persia; y los de España procuran perfeccionarse en el recogimiento y vida eremí-
tica, fundando yermos donde resplandece la vida de los Padres antiguos con gran espíritu
y aspereza”25.

Las misiones de la rama italiana de la Orden, se extendieron hasta Asia, donde desta-
caron las misiones de Persia, a las que siguieron las de Siria-Líbano, Malabar, Mogol. En

21
Los pontífices, especialmente Clemente VIII, anhelaban “reducir y traer las religiones a su primer principio,
como él mismo lo confiesa al principio de sus bulas” (J. Pujana, San Juan Bautista de la Concepción. Carisma
y misión, Madrid, 1994, p. 123). C. de la Cruz, “La reforma teresiana instrumento de la reforma de Trento”,
Monte Carmelo 74 (1966), pp. 311-339.
22
S. de Santa Teresa, O.C.D., Historia del Carmen Descalzo en España, Portugal y América, Burgos, 1937, VIII,
pp. 1-33.
23
Además de importantes figuras para la historia del Carmelo Descalzo en Italia como el padre Pedro de la
Madre de Dios, el padre Juan de Jesús María o el padre Tomás de Jesús, residieron en la Scala personajes de la
talla de fray Juan Bautista de la Concepción, iniciador de la reforma trinitaria, cuya biografía más completa
hasta el momento es la de J. Pujana, San Juan Bautista de la Concepción. Carisma y misión, Madrid, 1994.
24
D.A. Fernández de Mendiola, “Opción misional de la Congregación Italiana, siguiendo el espíritu de Sta.
Teresa y la llamada de los Papas”, Actas del Coloquio Internacional de Misiones OCD. Larrea, 14-19 enero 2002
(Monte Carmelo 110), Burgos, 2002, p. 153.
25
S. de Santa Teresa, O.C.D., Historia del Carmen Descalzo en España, Portugal y América. Burgos, 1937, VIII,
pp. 14-15.

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El movimiento descalzo en Flandes a principios del siglo xvii: ¿obediencia a Roma o fidelidad a España?

África llegaron a Mozambique. No menos importante fue su expansión por los estados
europeos como Francia, Bélgica, Polonia y Austria26.

3. La espiritualidad descalza de los archiduques

Al finalizar el reinado de Felipe II, coincidiendo con la disolución del partido castella-
no y el nombramiento del papa Clemente VIII en 1592, se inicia una expansión de órde-
nes descalzas apoyadas desde Roma e impulsadas por la acción de diversos cardenales
protectores como Baronio y Bellarmino. Esta misma espiritualidad descalza también se
vislumbra en la corte madrileña, especialmente en figuras de la realeza como los futuros
archiduques Alberto e Isabel, y se rastrea mejor durante la educación de ambos en la cor-
te hispana. Alberto contaba tan solo con 11 años cuando en 1570 llegó a la corte madrileña,
acompañando a su hermana, la archiduquesa Ana, quien contraería matrimonio con su
tío, Felipe II, recientemente viudo de Isabel de Valois. La estancia del joven archiduque
en la corte, pronto le permitió percatarse de los conflictos existentes entre las distintas
facciones políticas. El hecho de que el Rey Prudente encargase a Juan de Ayala y Martín
de Gaztelu, miembros ambos del partido “ebolista” – luego “papista” - organizar la Casa
del Archiduque a su llegada, revela el entorno en el que sería educado27. No menos influ-
yente fue la atmósfera religiosa de su madre, la emperatriz María, retirada en las Descalzas
Reales desde su llegada a la corte, y la religiosidad de su hermana Margarita, quien profe-
só en las clarisas de Madrid28. Años más tarde, a partir de 1583, Alberto quedó gobernando
Portugal en calidad de virrey. Desde esta posición, y acorde con la espiritualidad radical
del partido “papista” que asimiló en la corte madrileña, el Archiduque trató de favorecer
e impulsar en Portugal las nuevas corrientes observantes: descalzos y recoletos. Para ello,
contó con la inestimable colaboración del padre Jerónimo Gracián, con el que consiguió
introducir la reforma carmelita en dicho reino, con la fundación de Lisboa en la navidad
de 1584. A partir de entonces, el Archiduque quedó fascinado por la fortaleza del provin-
cial de los descalzos, al que tuvo a su lado durante cinco años más, confiándole toda clase
de negocios tanto espirituales como asuntos de estado29. En varias ocasiones, el Archidu-
que no dudó en intervenir en el gobierno de la orden descalza, toda vez que su protegido
se lo pedía. Este fue el caso de la oposición del carmelita al nuevo régimen de gobierno de
La Consulta, impuesto por el padre Doria. Señalaba Gracián: “y viéndome entonces con
comisión apostólica del Cardenal Alberto, envié un fraile al Papa y al Protector de la Or-
den para que examinasen este nuevo modo de gobierno de la Consulta, y escribí y declaré

26
G. della Croce, “Patrimonio espiritual de la congregación de San Elías”, en Monte Carmelo, 70 (1962), p. 210.
27
Sobre este tema, J. Martínez Millán, “El archiduque Alberto en la corte de Felipe II (1570-1580)”, en W.
Thomas y L. Duerloo (eds.), Albert and Isabella, 1598-1621: Essays, Turnhout, 1998, pp. 27-35.
28
M. de Castro, “Confesores franciscanos de la emperatriz María de Austria”, en Archivo Ibero-Americano 45
(1985), pp. 113-150, y en A. Pasture, La restauration religieuse aux Pays-Bas Catholiques, Lovaina, 1924, p. 6.
29
A. Roggero, Genova e gli inizi della riforma, p. 66.

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Esther Jiménez Pablo

a muchos los grandes inconvenientes que de allí se habían de seguir”30. De vuelta a Ma-
drid, la repentina muerte de su hermano, el Archiduque Ernesto, gobernador de los Países
Bajos, truncó la carrera eclesiástica de Alberto, al mismo tiempo que se abrían para él
nuevos horizontes políticos en Flandes.
Respecto a la infanta Isabel Clara Eugenia en la corte de Madrid, cabe decir, que du-
rante su juventud desarrolló una espiritualidad radical, influida por grandes mujeres de la
familia real, protectoras del partido “papista”, como eran sus tías, la princesa de Portugal,
Juana de Austria, y la emperatriz María de Austria. Como ellas, Isabel profesó una gran
devoción por el convento de las Descalzas Reales, donde pasaba largas temporadas en
compañía de su prima y amiga, sor Margarita de la Cruz31. Conocida era también, la sim-
patía que la Infanta profesaba a la orden reformada de santa Teresa, llegando a convertirse
en orden predilecta de la infanta durante su gobierno en Flandes.
Es preciso señalar, que esta misma espiritualidad descalza que manifestaron los futuros
Archiduques, era la misma que practicaba el nuevo monarca hispano, Felipe III, y sobre
todo, su joven esposa Margarita de Austria32.

4. La expansión de las carmelitas descalzas por Francia

Por distintas circunstancias, en otros reinos europeos también se dieron unas con-
diciones que dieron como resultado el surgimiento de corrientes espirituales radicales,
semejantes a la “descalcez” española. La exasperación social que padeció la Monarquía
francesa con motivo del largo conflicto por las Guerras de Religión (1562-1598), unido
a la extraña conversión de Enrique IV, admitida por el papa Clemente VIII, produjo en
los partidarios católicos (sobre todo de la Liga de París), que habían luchado por una
Monarquía Católica distinta de la que representaba el primer monarca Borbón, trans-
formasen sus ideales en una religiosidad radical cuya espiritualidad coincidía plenamente
con el moviendo “descalzo” hispano. Roma apoyó esta corriente de espiritualidad francesa
(como hizo con la española) porque, si el pontífice, como señor temporal, había admitido
la conversión de Enrique IV, lo que daba autonomía política a la Monarquía francesa
desde el punto de vista religioso, este movimiento espiritual radical le permitía tener una
influencia directa sobre la sociedad francesa. La sintonía entre la corriente espiritual fran-
cesa, derivada de las Guerras de Religión, y la corriente descalza española, se observa en
30
S. de Santa Teresa, O.C.D., Historia del Carmen Descalzo en España, Portugal y América, Burgos, 1937, VI,
p. 299.
31
C. van Wyhe, “Piety and Politics in the Royal Convent of Discalced carmelite nuns in Brussels, 1607-1646”,
Revue d’histoire ecclésiastique, 100 (2005), p. 466.
32
Me remito a mi artículo sobre la espiritualidad de Margarita de Austria: E. Jiménez Pablo, “Los jesuitas
en la corte de Margarita de Austria: Ricardo Haller y Fernando de Mendoza”, en J. Martínez Millán y M.P.
Marçal Lourenço (eds.), Las relaciones discretas entre las Monarquías Hispana y Portuguesa: Las Casas de las
Reinas (siglos XV-XIX), Madrid, II, 2008, pp. 1071-1120. También: C. Alonso, “Los conventos de la Encarnación
y de Santa Isabel de agustinas recoletas de Madrid según nueva documentación”, Analecta agustiniana, 48
(1987); L. Sánchez Hernández, El monasterio de la Encarnación de Madrid. Un modelo de vida religiosa en el
siglo XVII, Salamanca, 1986.

– 320 –
El movimiento descalzo en Flandes a principios del siglo xvii: ¿obediencia a Roma o fidelidad a España?

el interés de aquellos sectores sociales católicos desplazados del poder tras la coronación
de Enrique IV, por las ideas de la reforma descalza hispana, lo que les llevó a traducir las
obras de los principales representantes (Santa Teresa, San Juan de la Cruz, etc.) e, incluso,
a fundar conventos con las mismas reglas y ordenanzas que los hispanos, lo que significaba
que se colocaban bajo la misma obediencia. Fue aquí donde surgieron las discrepancias y
dificultades para la expansión del carmelo en Francia y, también, en Flandes.
Efectivamente, la idea de fundar en Francia se debió al caballero Juan de Quintana-
dueñas de Brétigny33, gran amigo del padre Gracián, que había nacido en Ruán, aunque
vivió en Sevilla muchos años. Junto a Gracián, Brétigny introdujo las carmelitas descalzas
en Portugal bajo el gobierno del cardenal archiduque Alberto. Sin embargo, este proyecto
inicial de Brétigny en Francia no tuvo éxito, debido a la falta de apoyo del propio provin-
cial de la Orden, el padre Doria. En 1594, desconsolado por el fracaso, Brétigny decidía
regresar a Francia para traducir las obras de Santa Teresa al francés con ayuda de un monje
cisterciense y con ello dar más a conocer la reforma carmelita. Por ello, para ver la intro-
ducción de las carmelitas descalzas en Francia, habría que esperar al impulso de una noble
francesa, Barbe Avrillot, también conocida como Madame Acarie por su matrimonio con
el contador real y vizconde de Villemor, Pierre Acarie, reconocido militante activo de la
Liga Católica de París durante las Guerras de Religión. En marzo de 1594, Pierre Acarie
fue expulsado de París, acusado de participar en la conspiración contra Enrique IV, re-
fugiándose en las cercanías de la cartuja de Bourg-Fontaine. Por aquel tiempo llegaron a
manos de madame Acarie las obras traducidas de Santa Teresa. Prendada de sus escritos, la
dama se interesó tanto en profundizar en tal espiritualidad radical, que no dudó en impul-
sar de nuevo el antiguo proyecto de Brétigny que pretendía llevar la descalcez a Francia34.
Desde su posición privilegiada, consiguió reunir a altos cargos eclesiásticos e importantes
cortesanos franceses, que acudían con bastante asiduidad a su salón, compartiendo el
mismo sentimiento de reforma radical, dando origen a lo que se denominó “círculo de
Acarie”, que manifestaba su descontento ante la política religiosa del monarca francés, tan
permisiva con los hugonotes. De 1599 a 1613, en que madame Acarie ingresó en el Carme-
lo, además de Brétigny, participaban de sus reuniones destacados religiosos como Pierre
de Bérulle, primo de la dama, y fundador de la congregación de los padres Oratorianos
de Jesús, Dom Beaucousin, vicario de la cartuja de París, y después prior de la Cartuja de
Cahors, el padre Sans de Sainte-Catherine, que fue general de los Padres Feuillants, el je-
suita padre Pierre Coton. Tres doctores de la Sorbona: André Duval, Jacques Gallemant y
Philippe Cospeau. También de la orden de los mínimos, Antoine Estienne, de la reforma
cisterciense Eustache de Saint-Paul y Sans de Sainte-Catherine, de los capuchinos acudían
Pacifique de Souza y Ange de Joyeuse, este último antiguo aliado de la Liga, y los ingle-

33
Padre Sérouet, Jean de Brétigny, aux origines du Carmel de France, de Belgique et du Congo, Lovaina, 1974, pp.
132-133. Idem, “Jean de Brétigny et les origines du Carmel de France”, Carmel Venasque 4 (1982), pp. 29-39.
El mismo Sérouet publicó sus cartas: Quintanadueñas, Lettres de Jean de Brétigny (1556-1634), Lovaina, 1971.
34
R. Taveneaux, Le Catholicisme dans la France classique, 1610-1715, París, 1980, pp. 87-88.

– 321 –
Esther Jiménez Pablo

ses Archangel of Pembroke y Benet Canfield, sin olvidar la influencia del célebre obispo
Francisco de Sales. Además de todos estos religiosos, destacaban seglares devotos como el
abogado René Gaultier, traductor de las obras de Juan de la Cruz en 1621, el jurista Mi-
chel de Marillac, o el consejero del Parlamento de París, Charles Bochart de Campigny.
Y grandes damas como la princesa de Longueville, Catalina de Orleáns, protectora de las
carmelitas descalzas, la marquesa de Maignelay, hermana del arzobispo de París, Madame
de Bréauté, futura carmelita, y Madame de Sainte-Beuve, que favoreció el establecimiento
de las Ursulinas en Francia35.
Entre las numerosas preocupaciones de este foco espiritual destacaban la introducción
de nuevas órdenes religiosas y la reforma de los monasterios36. Con este objetivo se fun-
daron los primeros conventos de carmelitas descalzas en el territorio francés. Todas estas
fundaciones se pusieron bajo la jurisdicción del papa Clemente VIII, quien permitió un
gobierno especial en tres insignes sacerdotes, miembros del círculo de Acarie, que fueron
nombrados en calidad de administradores apostólicos; estos eran, el doctor Gallemant,
cura de Aumale, André Duval, doctor de la Sorbona y Pierre de Bérulle, confesor y limos-
nero del rey, y más adelante cardenal37. Solo faltaba entonces elegir a las religiosas candi-
datas que culminarían la primera fundación en París. Para liderar el grupo de carmelitas,
se pensó en la persona de la madre Ana de Jesús, quien siempre fue fiel seguidora de las
directrices de santa Teresa, y con este espíritu fundó los conventos de Beas (1575), Granada
(1582) y en 1586, fue priora de Madrid38.
No parece casual que se eligiese como guía a la madre Ana, pues se mostraba contraria
al que por entonces era provincial de la orden descalza, el padre Nicolás Doria, por la
implantación de La Consulta en la Orden, como nuevo órgano centralizador amparado
por el Rey Prudente y su equipo de gobierno. La Consulta llevó a cabo diversas reformas
dentro de la propia orden, como fue el caso de las Constituciones elaboradas por Santa
Teresa, lo que la madre Ana de Jesús y el padre Gracián, trataron de evitar a toda costa, y
para ello, no dudaron en hacer llegar sus quejas a Roma39. Finalmente, Sixto V optó por
confirmar las constituciones de 1581, elaboradas por Jerónimo Gracián cuando todavía era
provincial, las cuales eran una mera adaptación de las constituciones de la Santa al
desarrollo posterior de la reforma. La respuesta de los padres de La Consulta no se hizo
esperar; comenzaron una intensa persecución, que se tradujo en la expulsión de Gracián

35
Y. Krumenacker, L’école française de spiritualité: des mystiques, des fondateurs, des courants et leurs interprètes,
París, 1998, pp. 113-116; J. Dagens, Bérulle et les origines de la restauration Catholique (1575-1611), Brujas, 1952,
pp. 92-115.
36
H. Bremond, “Histoire littéraire du sentiment religieux en France: depuis la fin des guerres de religion
jusqu’a nos jours”, en L’invasion mystique (1590-1620), París, 1923, II, pp. 285-286.
37
M.P. Manero Sorolla, “Cartas de Ana de San Bartolomé a Monseñor Pierre de Bérulle”, Criticón 51 (1991),
p. 126.
38
C. Torres, Ana de Jesús. Cartas (1590-1621): religiosidad y vida cotidiana en la clausura femenina del Siglo de
Oro, Salamanca, 1995, p. 10.
39
I. Moriones, Ana de Jesús y la herencia teresiana. ¿Humanismo cristiano o rigor primitivo?, Roma, 1968, pp.
180-185.

– 322 –
El movimiento descalzo en Flandes a principios del siglo xvii: ¿obediencia a Roma o fidelidad a España?

en 159240, y en la visita canónica a la madre Ana de Jesús en su convento de Madrid, donde


por entonces era priora, y donde fue aislada en una celda durante tres años, tras los cuales
tuvo que abandonar Madrid, marchándose a Salamanca41. Durante todos estos problemas,
la monja mostró una gran fortaleza que no pasó desapercibida a los clérigos franceses.
Otros carmelitas que también mostraron su abierta oposición al gobierno de La Consulta
fueron los padres Pedro de la Purificación, que también fue encarcelado, y el místico Juan
de la Cruz, que fue enviado en penitencia a la ermita de Peñuela42. Sin duda, el padre
Gracián fue el más perjudicado por enfrentarse a las altas esferas de la Orden. Tras su
expulsión, el padre Gracián inició una larga peregrinación en busca de ayuda y protección43.
En realidad, tras estas pugnas, lo que se discutía era la obediencia de los conventos:
bien bajo un provincial propuesto y partidario del monarca hispano, o bien, bajo un pro-
vincial impuesto por Roma.
En su andadura francesa, Ana de Jesús y Ana de San Bartolomé habían conseguido
fundar, el 18 de octubre de 1604, el primer convento descalzo en París, seguido de las fun-
daciones de Dijon (1605), Amiens (1606) y Pontoise (1606). Madame Acarie, por su parte,
había formado y acogido a varias jóvenes de la alta sociedad con vocación religiosa para
ser las primeras novicias del carmelo francés. No obstante, al poco tiempo, la madre Ana
de Jesús comenzó a tener sus diferencias con el gobierno de Bérulle, quien defendía unas
estructuras del carmelo francés de acuerdo con Roma, mientras que la monja reclamaba
que las nuevas fundaciones estuvieran sujetas a la dirección de los Superiores españoles44.

40
Su libro publicado en 1586 bajo el título “Estímulo de la propagación de la Fe”, donde expone sus ideas
destacando la importancia de las misiones carmelitas fue uno de los primeros pretextos para su expulsión
de la Orden según T. Álvarez, O.C.D., “Jerónimo Gracián, pionero de las misiones teresianas”, en Actas del
Coloquio Internacional de Misiones OCD, Larrea, 14-19 enero 2002 (Monte Carmelo 110), Burgos, 2002, p.
42. Aunque el propio Gracián declaró que la causa primordial fue su oposición al régimen de La Consulta.
41
Un buen estudio de la figura de la madre Ana de Jesús se encuentra en C. Torres, Ana de Jesús, cartas (1590-
1621): religiosidad y vida cotidiana en la clausura femenina del Siglo de Oro, Salamanca, 1995.
42
Sobre el padre Pedro de la Purificación: A. Roggero, Genova e gli inizi della riforma, pp. 105-110. Y sobre el
padre Juan de la Cruz, T. Egido, “Contexto histórico de San Juan de la Cruz”, en Experiencia y pensamiento
en San Juan de la Cruz, Madrid, 1990, pp. 335-377.
43
Como se sabe, en octubre de 1595, tras haber sido apresado por los turcos durante dos años, regresaba a
Roma para buscar su readmisión en los carmelitas, si bien, dos nuevas preocupaciones le acompañaban: el
impulso de las misiones – sobre todo - a favor de los cautivos y promover la beatificación de la madre Teresa
de Jesús. En marzo de 1596, Clemente VIII extendía un breve por el que se le absolvía de las penas en que
pudiera haber incurrido y se le rehabilitaba en los carmelitas descalzos, revocando su expulsión. Finalmente,
Gracián prefirió entrar en los carmelitas calzados, con la peculiaridad de poder profesar la observancia des-
calza y vestir también el hábito reformado. En 1600, el Papa le envió para predicar el año santo a Marruecos,
por lo que volvió a España. Mientras tanto le llegó la invitación del marqués de Guadaleste, nuevo embajador
de Felipe III en Flandes, incitándole a que le acompañara. Escribía Gracián, una vez pasada toda la borrasca,
que los tiempos habían cambiado ya que han sido confirmadas las leyes, se han muerto casi todos los émulos, sobre
todo los testigos y los jueces por quienes fui expulsado; y el excelentísimo Embajador ahora me ayuda, tanto que
me dio doscientos ducados para pagar mi rescate. Este fragmento se encuentra en I. Moriones, “Rehabilitación
pontificia del padre Jerónimo Gracián en 1595”, en Monte Carmelo 103 (1995), p. 462.
44
H. Bremond, “Histoire littéraire du sentiment religieux”, pp. 3-21, presenta la espiritualidad de Bérulle
completamente original, lo que es a todas luces falso. Desarrollan mejor la espiritualidad radical de Bérulle:
J. Dagens, Bérulle et les origines de la restauration Catholique (1575-1611), Brujas, 1952; padre Cochois, Bérulle
et l’École française, París, 1963; J. Orcibal, Le cardinal de Bérulle: evolution d’une spiritualité, París, 1965; M.
Dupuy, “Bérulle et la grâce: Aspects de la spiritualité en France au xviie siècle”, Dix-Septième Siècle 43 (1991),

– 323 –
Esther Jiménez Pablo

Con todo, la petición de la madre Ana no fue escuchada por los religiosos hispanos, a lo
que se sumó que el conflicto entre Bérulle y la monja se hizo cada vez más intenso, por
lo que la religiosa optó por abandonar Francia, aprovechando la petición de los archidu-
ques Alberto e Isabel Clara Eugenia, quienes reclamaban su liderazgo para introducir las
carmelitas descalzas en Flandes. Con fecha del 4 de agosto de 1606, Isabel Clara Eugenia
escribía una carta a la madre Ana de Jesús en la que le mostraba su interés por la llegada
de las carmelitas:

Aunque ha muchos días que os he deseado aquí y ver en estos Estados, hijas de la
M. Teresa de Jesús, Nuestro Señor no ha sido servido de cumplirme este deseo hasta ahora,
que espero que no me negaréis el venir a fundar aquí un monasterio, como más particular-
mente os dirá Quintanadueñas con quien he tratado lo que toca a esto […] Yo quedo con
mucho alborozo de veros muchas veces, pues, como os dirá Quintanadueñas el sitio que
tengo para el monasterio es junto de nuestra casa, que es lo que yo he pretendido siempre,
para que se nos pegue algo de lo bueno que tenéis en la vuestra45.

5. La expansión del carmelo descalzo en Flandes

La máxima expresión de la devoción de la Infanta a la espiritualidad descalza se en-


cuentra en la fundación de un convento de descalzas en Bruselas, situado junto al parque
de su palacio, lo que permitía el continuo tránsito de los miembros de la corte al conven-
to. Para esta fundación, la Infanta tomó como modelo de referencia el convento de las
“Descalzas Reales”, fundado en 1556 por Juana de Portugal, y que se convirtió, a finales del
siglo xvi, en un fuerte bastión de espiritualidad radical apoyado por Roma46.
La ocasión de fundar un convento junto a la corte de Bruselas, vino de la mano de
doña Beatriz de Zamudio, dama de la Infanta, a la que acompañó a Bruselas. Doña Bea-
triz, que siempre profesó una espiritualidad descalza, señaló a la madre Ana de Jesús, a la
que conoció en Madrid, como la mejor guía para llevar a cabo la empresa47. La Infanta
Isabel Clara Eugenia acogió de buen grado el liderazgo de Ana de Jesús, por el éxito
obtenido en las fundaciones francesas. Para esta empresa, la Archiduquesa solicitó la co-
laboración de Brétigny, gran amigo de Ana de Jesús y del padre Gracián. Brétigny, como
se ha señalado, gozaba de la popularidad de haber colaborado activamente en la introduc-
ción de las carmelitas descalzas tanto en Portugal como en Francia. Así, el 22 de enero de

pp. 39-50; S.M. Morgain, Pierre de Bérulle et les carmélites de France: la querelle du gouvernement, 1583-1629,
París, 1995.
45
S. de Santa Teresa, O.C.D., Historia del Carmen Descalzo en España, Portugal y América. Burgos, 1937, VIII,
pp. 508-509.
46
J. Martínez Millán y M.A. Visceglia (eds.), La Monarquía de Felipe III. La Casa del Rey, Madrid, 2008, I,
p. 196.
47
J. Urkiza, “Ana de San Bartolomé e Isabel Clara Eugenia. Dos mujeres impulsoras de la vida social y religiosa
en Flandes”, Monte Carmelo 114/ 2 (2006), p. 321.

– 324 –
El movimiento descalzo en Flandes a principios del siglo xvii: ¿obediencia a Roma o fidelidad a España?

1607, Ana de Jesús y sus cinco compañeras hacían su entrada en Bruselas, donde fueron
recibidas con gran entusiasmo por los Archiduques. Tres días más tarde tomaban posesión
oficial del convento48. Brétigny fue entonces nombrado superior de las Carmelitas en los
Países Bajos, por delegación apostólica, quedando estas totalmente independientes de la
jurisdicción de los superiores franceses49.
Poco a poco la popularidad de las carmelitas en Flandes fue en aumento, manifestado
en el gran número de vocaciones y de nuevas fundaciones. Tras Bruselas, se establecieron
los conventos de Lovaina (1607) y Mons (1608). En poco tiempo, Ana de Jesús juzgó
necesaria la llegada de los frailes descalzos de la Congregación española para la tutela de
las monjas y la dirección de las nuevas fundaciones. Esta petición, como se ha señala-
do, ya la hizo en Francia, sin éxito alguno. Esta vez, al tratarse Flandes de un territorio
propiamente español, creyó que los superiores españoles aceptarían sin reparos mandar
carmelitas descalzos50. En este empeño por dar una jurisdicción hispana a las carmelitas,
se manifestó el interés de la religiosa en continuar la obra de Santa Teresa, quien pudo
realizar su reforma en Castilla con el consentimiento del partido “castellano” en la corte
madrileña. Lo cual no se contradecía con la oposición que manifestaba la madre Ana al
gobierno riguroso de La Consulta, tan lejano al espíritu teresiano. Con todo, las súplicas
de la monja, otra vez más, fueron ignoradas por los superiores hispanos51.
Fue entonces cuando Ana de Jesús optó por dirigirse a la rama italiana de carmelitas
creada por Clemente VIII. En este cambio de opinión de la monja, con toda seguridad,
influyó de manera decisiva la opinión del padre Gracián, quien llegó a Flandes en julio
de 1607, acompañando al marqués de Guadaleste, nuevo embajador de Felipe III en Flan-
des. De esta manera, encaraba el religioso los últimos siete años de su vida. En Flandes, no
solo contó con el beneplácito y protección de los archiduques, sino que pudo comprobar
la estima y fervor que tenían a Teresa de Jesús, frente a la indiferencia que existía en Espa-
ña en las altas esferas del Carmelo. De esta manera, el 8 de octubre de 1609, Ana de Jesús
escribía al padre Ferdinando de Santa María, vicario general de la Congregación:

“Tenemos ya diez conventos (…) pero todo esto me parece nada en tanto que les
falte el gobierno de la Orden. Así lo he dicho a Sus Altezas y a cuantos siguen pidiéndonos

48
Padre Sérouet, Jean de Brétigny (1556-1634). Aux origines du Carmel de France, de Belgique et du Congo, Lovai-
na, 1974, pp. 218-231; y un artículo en referencia al libro de Sérouet: I. Moriones, “Juan de Quintanadueñas
(1556-1634) y la difusión del Carmelo Teresiano”, Ephemerides Carmeliticae. Teresianum 28 (1977), pp. 158-165.
49
Es preciso destacar la colaboración de Brétigny a la hora de traducir las obras de Santa Teresa del francés al
flamenco por iniciativa de Ana de Jesús.
50
Carta del padre Jerónimo Gracián al General de los Calzados, el padre Enrico Silvio, desde Bruselas, a 12
de julio de 1607. Esta carta se encuentra recogida en D.A. Fernández de Mendiola, “Opción misional de la
Congregación Italiana, siguiendo el espíritu de Sta. Teresa y la llamada de los Papas”, en Actas del Coloquio
Internacional de Misiones OCD. Larrea, 14-19 enero 2002 (Monte Carmelo, 110), Burgos, 2002, p. 190.
51
“Y de nuestro frailes descalzos se harían hartas –fundaciones– si viniesen. Cien veces se lo he escrito, no me
responden”. Carta de la madre Ana de Jesús al padre Diego de Guevara desde Bruselas, 7 de abril de 1607,
A. Fortes y R. Palmero, “Ana de Jesús, escritos y documentos”, en Biblioteca Mística Carmelitana 29, 1996,
p. 192.

– 325 –
Esther Jiménez Pablo

fundaciones, y he determinado no hacer ninguna más hasta tener aquí a Vuestras Reve-
rencias. Como prueba, Padres míos, de lo muy deseados que Vuestras Reverencias son en
estas tierras, el Archiduque escribe al Auditor, su agente, que negocie con actividad este
asunto; y por el amor de Dios suplico yo a Vuestra Paternidad haga de modo que los padres
vengan cuanto antes, y que sean escogidos entre los más sólidos en espíritu y ciencia y los
más perfectos interior y exteriormente, que todo estos es muy necesario en estos Reinos52.”

Esta vez las súplicas de la madre Ana sí fueron acogidas. No obstante, tanto el defi-
nitorio general como el propio pontífice Paulo V, ya tenían determinado, desde hacía
tiempo, enviar carmelitas descalzos a Flandes, como demuestra una carta del padre Tomás
de Jesús, encargado de las misiones descalzas en Roma, al padre Gracián, con fecha del 6
de diciembre de 1608 –casi un año antes de la petición de la madre Ana de Jesús a Roma–,
dice así: Avrá dos días llegó aquí un Padre de España, y me dixo que tenía por cierto no
yrian religiosos de España a Flandes53. El padre Gracián, una vez conocida la negativa
de los padres españoles, movió todos sus influjos desde Flandes, para no desperdiciar
tan propicia ocasión de ver extendida la reforma por el norte de Europa. Rápidamente
Gracián convenció a su amigo, el padre Tomás, para que persuadiera en Roma al padre
Ferdinando de Santa María del envío de carmelitas.
Con todo, fue la solicitud a Roma de la madre Ana, respaldada por los Archiduques
y por el nuncio Bentivoglio, lo que terminó por convencer al pontífice, quien confió el
negocio al Cardenal Protector Pinelli. Dicho cardenal quiso que el padre Tomás de Jesús
liderase un grupo de carmelitas descalzos que marcharían primero a Francia, y después a
Flandes. Para evitar cualquier incidencia, Paulo V expidió un breve, fechado el 15 de octu-
bre de 1609 (tan solo una semana después de la carta de Ana de Jesús al Vicario General).
En abril de 1610 salió la comitiva de padres carmelitas hacia Francia, a la cabeza el padre
Tomás de Jesús, llegando a la Corte francesa un mes más tarde, justo en pleno desconcier-
to por el asesinato del monarca francés, Enrique IV. Una vez comenzada la negociación
con la reina María de Medicis para fundar un convento en París, el padre Tomás prefi-
rió continuar el viaje destino a Flandes, dejando el negocio en manos de dos carmelitas
franceses, quienes culminaron la fundación parisina. El padre Tomás y el resto de padres
que le acompañaron, hicieron su entrada en Bruselas en agosto de 1610 y, con ayuda de
los archiduques, los padres establecieron su primera fundación de carmelitas descalzos en
Bruselas el 7 de septiembre de 161054. Días más tarde, y ante la presencia del nuncio Ben-
tivoglio, las religiosas juraban obediencia al padre Tomás, como representante del Vicario

52
S. de Santa Teresa, O.C.D., Historia del Carmen Descalzo en España, Portugal y América, Burgos, 1937, VIII,
p. 511.
53
D.A. Fernández de Mendiola, “Opción misional de la Congregación Italiana, siguiendo el espíritu de Sta.
Teresa y la llamada de los Papas”, Actas del Coloquio Internacional de Misiones OCD. Larrea, 14-19 enero 2002
(Monte Carmelo 110), Burgos, 2002, p. 191.
54
J. Urkiza, “Ana de San Bartolomé e Isabel Clara Eugenia; dos mujeres impulsoras de la vida social y religiosa
en Flandes”, Monte Carmelo 114/2 (2006) p. 322.

– 326 –
El movimiento descalzo en Flandes a principios del siglo xvii: ¿obediencia a Roma o fidelidad a España?

General de la Congregación de San Elías, por lo que Brétigny renunció a su autoridad


sobre las monjas. A partir de entonces, la Orden descalza, impulsada por la Congregación
italiana, se extendió por todo Flandes, bajo la protección de los Archiduques. Se dieron
fundaciones en las principales ciudades flamencas; en 1612 la madre Ana de San Bartolo-
mé, tras huir de Francia por discrepancias con su superior, el clérigo Bérulle, establecía en
Amberes un convento de carmelitas descalzas. A esta fundación le siguió Tournai (1614),
Malinas (1616), Valenciennes (1618), las inglesas de Amberes (1619), Gante (1622), Ypres
(1623), Brujas (1626), Lille (1626)55. Por parte de los padres carmelitas se continuó fun-
dando en Lovaina (1611), Colonia (1614), Douai (1615), Lille (1616), Lieja (1617), Amberes
(1618), Marlagne (1619), otra en Lovaina (en 1621, que será un Seminario de Misiones, a
partir del cual se proyectaba la expansión hacia Irlanda, Inglaterra y Holanda), Namur
(1622), Dôle (1623), Tournai (1624) y Saint-Omer (1626)56.
En resumen, la expansión de la Orden del Carmen en tierras flamencas se produjo
cuando no hubo duda de que se hacía desde la obediencia de Roma, no de la hispana, si
bien la espiritualidad coincidía. Lo más sorprendente de este proceso consiste en que los
archiduques, y de manera particular Isabel Clara Eugenia, estuvieron de acuerdo con que
se realizase de esta manera; esto es, desde Roma, lo que abría (al menos en temas religio-
sos) una profunda grieta de estos territorios dentro de la Monarquía hispana. Semejante
decisión hubiera sido impensable durante el reinado de Felipe II, quien había fallecido
solo unos pocos años antes.

55
R. Mejía, Las fundaciones de las carmelitas descalzas en los Países Bajos, Escandinavia y las Islas Británicas,
Burgos, 1994.
56
J. Urkiza, “Ana de San Bartolomé e Isabel Clara Eugenia”, pp. 319-380.

– 327 –
Los holandeses y la utilización de Canarias como
puerta atlántica durante los siglos xvi-xviii

Germán Santana Pérez


Universidad de las Palmas de Gran Canaria

1. El comienzo de la relación

Una vez terminada la conquista de Canarias a finales del siglo xv, las islas entran a
formar parte del engranaje atlántico hispano. Dentro de él, su papel estratégico es funda-
mental como vía de acceso imprescindible para las embarcaciones, españolas o no, que se
dirigían hacia América, África y algo más tarde Asia. Las islas se convirtieron en un lugar
de paso fundamental. Estas posibilidades no pasaron desapercibidas para los habitantes
de los Países Bajos, y más concretamente para los holandeses, que acudirán como merca-
deres, y también como “colonos”, desde los primeros momentos. Algunos flamencos se
aventuraron en el último cuarto del siglo xv a protagonizar acciones incluso más al sur,
hacia África subsahariana1. La pertenencia a una misma Corona, junto con el hecho que
ambos mercados fuesen complementarios, redujo al mínimo los contratiempos para el es-
tablecimiento de los flamencos. No obstante, la presencia de holandeses es muy pequeña
en el siglo xvi en comparación con los flamencos del sur. De hecho, la mayor parte de los
estudios realizados sobre este territorio se han concentrado en la presencia de flamencos
del sur durante el siglo xvi y principios del siglo xvii2 y también en la llegada de obras de
arte con esta procedencia, aunque también algunas originarias de Holanda como las del
1
En 1475 un navío armado por flamencos y comandado por un capitán castellano acude para hacer tratos en
Elmina, aunque en el camino de regreso encallan en la costa de la Malagueta, y sus tripulantes son hechos pri-
sioneros por los negros. Esmeraldo señala que en este comercio llegaron a rescatar de cinco a seis mil doblas y
que en el lugar donde se pierde la nave, la playa de los esclavos, los africanos se comieron a los 35 flamencos.
Duarte Pacheco Pereira, Esmeraldo de Situ Orbis, Lisboa, 1892, p. 64.
2
M. Marrero Rodríguez, “Mercaderes flamencos en Tenerife durante la primera mitad del siglo xvi”, IV Co-
loquio de Historia Canario-Americana (1980), t. II, Salamanca, 1982, pp. 599-614; E. Stols, “Les Canaries et
l’expansion coloniale des Pays-Bas méridionaux aux seizieme siècle et de la Belgique vers 1900”, IV Coloquio
de Historia Canario-Americana (1980), t. II, Salamanca, 1982, pp. 903-933. Al respecto también J. Everaert,
“La colonie marchande flamande aux Canaries au tournant du ‘cycle du vin’ (1665-1705)”, V Coloquio de
Historia Canario-Americana (1982), t. II, Madrid, 1985, pp. 435-457; e idem, “La hispanización de la burguesía
flamenca y valona en Tenerife (1680-1740)”, VIII Coloquio de Historia Canario-Americana (1988), tomo I, Las
Palmas, 1991, pp. 143-186; M. Lobo Cabrera, “La diáspora flamenca en Gran Canaria durante el Quinientos”,
en Vlamingen Overzee, Bruselas, 1995, pp. 25-75; A. Viña Brito, «El azúcar canario y la cultura flamenca.
Un viaje de ida y vuelta», en A. Crespo Solana y M. Herrero Sánchez (eds.), España y las 17 provincias de
los Países Bajos: Una revisión historiográfica (XVI-XVIII), t. II, Córdoba, 2002, pp. 615-637; M. de Paz-Sánchez
(ed.), Flandes y Canarias. Nuestros orígenes nórdicos, Tenerife, 2004. E. Torres Santana, “Daniel van Damme:

– 329 –
Germán Santana Pérez

maestro de Delft3. Serán destacadas las esculturas y pinturas que dejarán una importante
impronta en el arte canario.
El interés se vio reforzado con la extensión de un cultivo de alto rendimiento, la caña
de azúcar, y con los privilegios que la Corona española concedió a Canarias para poder
comerciar directamente con América, como una de las pocas ventanas abiertas al estricto
y restringido monopolio sevillano. Los mercaderes de los Países Bajos no tuvieron en un
principio la necesidad imperiosa de acudir de forma directa a los territorios de América,
África y Asia. Los productos coloniales, incluida la plata, el oro y las especias, llegaban
directamente a los centros de los Países Bajos, vía Lisboa o Sevilla, donde también se
asentaba una importante colonia de flamencos. El principal centro económico se situó
en esta época en los Países Bajos del Sur. Serán Amberes, Brujas y Gante, por este orden,
los principales focos comerciales para Canarias. Por esa razón Canarias no se convierte en
los tres primeros cuartos del siglo xvi en una base tan importante para los intereses de los
holandeses como lo será en el siglo xvii e incluso en el xviii.
El papel de ambos territorios en su juego mercantil queda definido desde un primer
momento, máxime cuando Flandes se constituye como una de las economías más próspe-
ras de Europa, y Canarias en un área de reciente colonización, en donde se estaban cons-
truyendo las bases de su estructura económica y social. Son economías complementarias
en la que la primera envía manufacturas y también materias alimenticias y la segunda
aporta materias primas.
Canarias no es en estos momentos un lugar de paso para los mercaderes de los Países
Bajos, sino de llegada y de partida. No obstante, y a pesar de todo, formará parte de la ruta
de escala que conectaba los Países Bajos, el Báltico, la península ibérica, el norte de África
y los archipiélagos de Madeira y Azores. La propia articulación de una nueva sociedad y
economía de unas islas recién conquistadas, hará que la mayor intensidad de contactos
durante este periodo sea a partir de la segunda mitad del siglo xvi, y sobre todo entre 1550
y 1567, justo antes del inicio de la Guerra de Ochenta Años; ello no quiere decir que no
existiesen contactos con anterioridad, que además fueron regulares desde finales del siglo
xv, sino que el volumen de negocio fue menor por la propia construcción de la sociedad
canaria, que incluía una reconstrucción poblacional.
Aquí vendrán a adquirir productos, sobre todo el azúcar (en sus distintas variedades),
aunque también otros como vino, orchilla, panela, conserva isleña, vinagre, quesos, miel,
bayas de laurel, árboles, palmitos, fruta, pájaros, lana, mantas de la tierra, rapaduras,
artículos de reexportación peninsular como el aceite y artículos americanos y africanos4.

el primer colono”, en El gran volcán. la Caldera y el Pico de Bandama, Las Palmas de Gran Canaria, 2008,
pp. 217-231.
3
J. Pérez Morera, Arte flamenco: isla de La Palma, Tenerife, 1990; C. Negrín Delgado, Los Países Bajos y Tenerife:
Pinturas del siglo XVI, Santa Cruz de Tenerife, 1994; idem, Pintura Flamenca del siglo xvi (Gran Canaria-
Tenerife), Las Palmas de Gran Canaria, 1995; L. Asín y A. Viña, La Palma. La herencia de Flandes, La Palma.
2004; VV.AA, El legado artístico de Flandes en la isla de La Palma, Madrid, 2005.
4
M. Lobo Cabrera, El comercio canario europeo bajo Felipe II, Funchal, 1988, pp. 174-175.

– 330 –
Los holandeses y la utilización de Canarias como puerta atlántica durante los siglos xvi-xviii

La independencia holandesa en la segunda mitad del xvi supuso un punto de in-


flexión importante, pero no mermó las apetencias de sus comerciantes, que veían cómo el
contrabando canario se abría para ellos en tiempo de guerra, y cómo tanto el contrabando
como el comercio legal tenían una tendencia alcista en tiempos de tregua o de paz5. Las
perspectivas de introducir mercancías europeas, sobre todo manufacturas, y adquirir a
cambio otras de notable valor, tanto canarias como americanas, no dejaron de crecer. Al
mismo tiempo, las conexiones entre los mercaderes asentados en Flandes del Sur y Ho-
landa siguieron manteniéndose, y a veces confundiéndose, durante largo tiempo, como
ha quedado demostrado para otras ciudades españolas como Cádiz6.
Las reclamaciones de una mayor presencia en el archipiélago también se efectuaron
por la fuerza, a través de mecanismos como agresiones corsarias y de otros protagonizados
por la armada holandesa, como el asalto de Van der Does a Las Palmas en 15997. El ataque
ocasionó finalmente el saqueo de la ciudad y una breve estancia en ella, sin que se lograse,
si esa era la idea, la toma permanente de una plaza que se pudiera utilizar como puerto de
escala en el camino hacia África y Asia.
Para el mercado de los Países Bajos del Sur, la independencia, la guerra y el bloqueo
del Escalda en 1585 supuso un duro golpe, unido a los cambios económicos que se estaban
produciendo en el archipiélago, sobre todo de ciclo agrícola.
Como ya hemos indicado, tras la ruptura con España los holandeses comienzan a
acudir a los mercados atlánticos, y también al canario, de forma directa e indirecta, a
través del comercio de Flandes del Sur, Inglaterra, Hamburgo y Francia. De forma di-
recta comienzan a llegar mercancías y mercaderes holandeses mediante el contrabando y
haciéndose pasar por alemanes8. Estos usan un comercio muchas veces de escala en otros
lugares europeos y norteafricanos antes de recalar en Canarias. En la última década del
siglo xvi se hace fluida una ruta que conecta Holanda con el Báltico, con los puertos de
la península ibérica, las plazas ibéricas en el norte de África (Ceuta, Mazagán y Tánger)9,
Madeira, Canarias e incluso Brasil.

5
G. Santana Pérez, “Canarias: Base de la actuación holandesa en el Atlántico (siglos xvii y xviii)”, Cuadernos
de Historia moderna, 29 (2004), pp. 105-108.
6
A. Crespo Solana, “Las comunidades mercantiles y el mantenimiento de los sistemas comerciales de España,
Flandes y la República holandesa, 1648-1750”, en A. Crespo Solana y M. Herrero Sánchez (eds.), España y
las 17 provincias de los Países Bajos: Una revisión historiográfica (XVI-XVIII), t. II, Córdoba, 2002, pp. 456-458.
7
Sobre el ataque de Van der Does se han publicado varios trabajos formato libro, grabados e incluso videos: A.
Béthencourt Massieu (ed.), IV Centenario del ataque de Van der Does a Las Palmas de Gran Canaria (1999):
Coloquio Internacional Canarias y el Atlántico 1580-1648, Gran Canaria, 2001; A. Rumeu de Armas, La in-
vasión de Las Palmas por el almirante holandés Van der Does en 1599, Las Palmas de Gran Canaria, 1999; G.
Santana Pérez, “El ataque de Van der Does: piedra de toque para una transformación económica de Gran
Canaria”, Vegueta, 6 (2001-2002), pp. 45-52; Grabados para una batalla (1599-1999). IV Centenario del ataque
de Van der Does a Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, [2001]; IV Centenario del ataque
holandés a Gran Canaria 1599-1999. Documentos y datos de la efeméride, Las Palmas de Gran Canaria, 1999.
8
W. Thomas, “Contrabandistas flamencos en Canarias, 1593-1597”, IX Coloquio de Historia Canario-Americana
(1990), t. II, Las Palmas, 1993, p. 62.
9
H. Winkelman (ed.), Bronnen voor de geschiedenis van de Nederlandse Oostzeehandel in de Zeventiende eeuw.
Deel III. Acten uit de notariële archieven van Amsterdam en het Noorderkwartier van Holland (1585-1600). Het
koopmansarchief van Claes van Adrichem (1585-1597), La Haya, 1981, p. 244. Un ejemplo es el barco Sinte

– 331 –
Germán Santana Pérez

Los intentos de la monarquía española para hacer frente al contrabando holandés


resultaron infructuosos. Los acuerdos alcanzados con la Hansa, para apoyándose en ella
sustituir a los mercaderes neerlandeses, no dieron los resultados apetecidos, antes al con-
trario, los holandeses lograron introducir sus mercancías a través de estas ciudades en los
mercados hispanos.

2. Agentes y actividades durante el siglo xvii

La Tregua de los Doce Años supone una nueva etapa en la que los holandeses pueden
comerciar de forma legal. Sin embargo, la cortedad del periodo y sobre todo el que se
tratase de una tregua, es decir, un periodo momentáneo, junto a la presencia de otros
mercaderes en las islas (que competían en posiciones más ventajosas que ellos), hizo que
nunca se consolidase del todo la posición de los holandeses en las islas. Su llegada estaba
propiciada desde los Estados Generales10 y consistió casi siempre en el desarrollo de rutas
que se estaban desarrollando desde finales del siglo xvi como la que conectaba Holanda-
El Báltico (Danzig, Suecia) y Canarias y que proporcionaba cereal, vino, madera para
pipas11. También, por supuesto, llegan de forma directa embarcaciones procedentes de
Holanda, sobre todo de Ámsterdam12, cargadas con tejidos de lana, seda, terciopelo como
el lienzo, tafetanes, holandas, anascotes, lino y también madera de pipas y hierro. En las
islas obtienen azúcar, conservas y vino.
La guerra con España desbarató las pocas esperanzas de un comercio regular y estable
entre ambos territorios. No obstante, las islas seguían estando en la ruta de paso de las
naves holandesas hacia otros destinos como África, Asia o América. A algunas de estas
embarcaciones no les quedaba más remedio que hacer escala en las islas durante estos tra-
yectos13. Por otro lado, las mercancías holandesas siguieron introduciéndose en Canarias,
aplicando las conocidas técnicas ya puestas en práctica por los holandeses antes de la Tre-
gua, que incluían hacerse pasar por banderas neutrales. Así se temía en 1625 que los de esta
nacionalidad se camuflasen por alemanes en las islas de Terceira, Madeira y Canarias, por

Pieter, que realiza fletamento en 1595 para ir a Danzig, Lübeck o Heilegen Haven, donde tenía que cargar
grano, para de allí pasar a Ceuta, Mazagán o Tánger y luego dirigirse a Canarias o Madeira, cargando vino,
para luego zarpar hacia Pernambuco o Bahía (Brasil), a elección del mercader.
10
H.P. Rijperman (ed.), Resolutiën der Staten-Generaal van 1576 tot 1609. Veertiende deel 1607-1609, La Haya,
1970, p. 403.
11
H. Winkelman (ed.), Bronnen voor de geschiedenis van de Nederlandse Oostzeehandel in de Zeventiende eeuw.
Tomo VI. Amsterdamse bevrachtingscontracten, wisselprotesten en bodemerijen van de notarissen Jan Franssen
Bruyningh, Jacob Meerhout e.a. 1617-1625, La Haya, 1983, pp. 119-120, 148-149, 191-192 y 197-198. En 1618
llegan a Canarias los barcos De Blaeuwe Leeuw, De Venhuyser Kerck, De Schiltpadde y Die Blaeuwe Duyff con
esta procedencia y este cargamento.
12
E. Torres Santana, El comercio de las Canarias Orientales en tiempos de Felipe III, Las Palmas de Gran Canaria,
1991, p. 353. Un ejemplo es el navío El pájaro canario que llegó con madera de pipas, lienzos y otras mercan-
cías procedente de Ámsterdam.
13
Archivo del Museo Canario (AMC), Fondo de la Inquisición, expediente CXXX-I-34, s./f. En enero de 1622,
llegó al puerto de La Luz un navío holandés, procedente de Ámsterdam, sin ninguna carga, ya que su objetivo
era pedir pasaporte para viajar a Guinea y regresar con cargazón de negros.

– 332 –
Los holandeses y la utilización de Canarias como puerta atlántica durante los siglos xvi-xviii

lo que se daban órdenes a los oficiales reales para que no lo consintiesen y se pusiesen en
guardia14. El utilizar embarcaciones, agentes y tripulaciones flamencas a través de puertos
como Hamburgo estuvo presente en esta época15.
A raíz de la Paz de Münster la importancia holandesa creció de manera considerable
durante de la década de los cincuenta y sesenta. Esta tónica es general en todos los puertos
españoles16 y también en su presencia en el comercio con Indias17. Esta paz quedaría ra-
tificada en posteriores acuerdos comerciales y marítimos entre las dos potencias, como el
Tratado de Marina y Comercio de 18 de mayo de 165018. Sin embargo, su colonia no pudo
desbancar al comercio inglés. Ello no se debió fundamentalmente a una menor capacidad
comercial o militar de los holandeses, sino a que no pudieron sustituir a Inglaterra como
el principal mercado exportador de los vinos canarios hacia Europa. Holanda no podía
acaparar una buena parte de la producción exportadora canaria, al menos si no tenía co-
lonias destacadas, por lo que las simpatías de la clase dominante canaria quedaban ligadas
a esta realidad. Los holandeses llegarían a convertirse en estas décadas en unos mercaderes
complementarios y fundamentales en el comercio exterior canario, pero no determinan-
tes, no ocuparían la primera posición que les correspondería a los ingleses.
A partir de 1665, con la muerte de Felipe IV, la presencia holandesa en las islas se hace
menos visible, sobre todo por el empuje de los ingleses en controlar el comercio con Eu-
ropa e inmiscuirse en el que se mantiene con otros lugares. Los holandeses en Canarias
continuarán desempeñando un papel relevante19, pero siempre por detrás de los intereses
ingleses, pues Inglaterra contaba en las islas con una mayor colonia y era receptora de una
parte importante de los caldos canarios que transportaban a su país. Además, tras la paz de
Ryswick (1697), Inglaterra se convierte en el péndulo del equilibrio europeo, optimizando
su posición comercial a las puertas del nuevo siglo y de los conflictos que están a punto
de abrirse20.
El que no dispongamos de registro de matrículas de extranjeros hace muy difícil esta-
blecer el número de holandeses o flamencos en este periodo. En 1654 el Santo Oficio

14
Archivo General de Simancas (AGS), Estado, leg. 2.847.
15
Archivo Histórico Provincial de Las Palmas (AHPLP), Juan Tomás de Ganzo, leg. 2.725, año 1628, Lanza-
rote, ff. 586 v.-587 v. En agosto de 1628, Francisco Rodríguez, mercader, vecino de Madeira, dijo que Diego
Fernández Blanco, mercader en Madeira, envió a Lanzarote un navío flamenco de la ciudad de Hamburgo,
de que era capitán Jacome Ferrera, para que cargase sal.
16
M.A. Ebben, “Teoría y practica de la política exterior de Johan de Witt: el caso de España 1653-1672”, en A.
Crespo Solana y M. Herrero Sánchez (eds.), España y las 17 provincias de los Países Bajos. Una revisión histo-
riográfica (xvi-xviii), Córdoba, 2002, pp. 50-51.
17
C. Martínez Shaw, “El imperio colonial español y la república holandesa tras la Paz de Münster en 1648”, en
La Paz de Münster. Barcelona-Nimega, 2000, pp. 75-86.
18
M.A. Echevarría Bacigalupe, “La cooperación económica hispano holandesa 1637-1659”, Hispania. Revista
Española de Historia, vol. LIV/2 (1994), pp. 492-494.
19
J.A. Sánchez Belén, “El comercio de exportación holandés en Canarias durante la Guerra de Devolución
(1667-1668)”, XII Coloquio de Historia Canario-Americana (1996), t. II, Las Palmas de Gran Canaria, 1998,
pp. 191-209.
20
A. Serrano de Haro, “España y la paz de Ryswick: de la paz de Nimega (1678) a la de Ryswick”, España y Ho-
landa: Ponencias leídas durante el Quinto Coloquio Hispanoholandés de Historiadores, Ámsterdam, 1995, p. 134.

– 333 –
Germán Santana Pérez

señalaba la presencia de mil quinientos herejes ingleses y holandeses en Tenerife21, cifra


del todo exagerada, pero que ilustra la importancia de la colonia holandesa en esta década
y su creciente actividad. Para el tercer cuarto de siglo xvii los flamencos suponen en el
Puerto de La Cruz la segunda colonia de extranjeros más importante, aunque a una dis-
tancia abismal de los ingleses. Contabilizan quince en total22.
Uno de los agentes o factores más destacados de los holandeses en las islas en las déca-
das de los cincuenta y sesenta del siglo xvii es Gerónimo de la Oliva. En la multitud de
documentos que gestiona se intitula como cónsul de la nación holandesa. Sin embargo,
sabemos por el seguimiento de nombramiento de cónsules holandeses en Canarias que su
nombramiento no figura entre la documentación oficial holandesa, por lo que pensamos
que actuaba como vicecónsul o como cónsul interino en ausencia de los oficiales23. No
será el único caso de personajes que aparezcan en los documentos canarios como cónsules
holandeses cuando en realidad son delegados24. En cualquier caso, esta función, junto con
su tarea de mercader y de hombre carismático, le hace estar en contacto con la mayoría de
los mercaderes, capitanes, pilotos y maestres holandeses que pasan por Canarias. Es veci-
no de la ciudad de Las Palmas y en la década de los sesenta figura como alférez. Solicita y
concede préstamos, se convierte en fiador, apoya a los holandeses en su actividad comer-
cial y económica en las islas, como por ejemplo, promoviendo numerosas expediciones
a pesquería, les pone en contacto con vecinos de las islas para sacar un mayor partido de
su esfuerzo, actúa como depositario de cantidades de dinero de holandeses para enviarlas
a Holanda en caso de necesidad25, representa a otros mercaderes (tanto holandeses como
canarios) para ajuste de cuentas. Está conectado con la élite isleña para la que realiza en-
cargos y favores26. Dispone de almacén donde guarda las mercancías con las que trafica
y de las que se sirve para dar apoyo logístico a los holandeses, compra algún esclavo27,
acapara mosto que convierte en vino para luego comercializarlo28. Por su actividad mer-

21
A. Galindo Brito, “Extranjeros en el Puerto de La Cruz en el tercer cuarto del siglo xvii”, XV Coloquio de
Historia Canario-Americana (2002), Las Palmas de Gran Canaria, 2004, p. 321.
22
Idem, p. 323.
23
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.276, año 1658, Gran Canaria, f. 72 r. En febrero de 1658, Gaspar Tenaz,
de nación holandés, residente en Gran Canaria, recibió de Gerónimo de Oliva, vecino de Las Palmas de Gran
Canaria y cónsul de la nación holandesa, 2.419 reales que este le era deudor.
24
A. Brito González, Extranjeros en Lanzarote (1640-1700), Arrecife, 1997, p. 53. El flamenco Francisco de Keiser
reside entre 1678 y 1688 en Lanzarote, figurando como cónsul holandés en 1686.
25
AHPLP, Báez Golfos, Juan, leg. 1.147, año 1657, Gran Canaria, f. 23 r.v. Adrián Jaco, de nación “freguelin-
gués”, vecino de Holanda, piloto del navío El Lucero del Día, que estaba para hacer viaje a la costa de Berbería
a la pesquería, confesó haber dejado en poder de Gerónimo de La Oliva, cónsul holandés, 440 reales proce-
dentes de la soldada de piloto en 3 meses desde que salió de Holanda. Si sufría algún naufragio, Gerónimo se
lo debía entregar a su mujer Catalina Nicolás, por medio de algún capitán holandés, a la ciudad de “Cuerno”,
que nosotros traducimos por Hoorn.
26
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.275, año 1657, Gran Canaria, f. 34 r. El señor doctor Álvaro Gil de
la Sierpe, del consejo de Su Majestad y oidor de la Real Audiencia de Canarias dijo que había remitido una
esclava a Sevilla en el navío en el que iba Gerónimo de la Oliva.
27
AHPLP, González Perera, Baltasar, leg. 1.238, año 1661, Gran Canaria, f. 259 r.v.
28
AHPLP, Béthencourt Herrero, José, leg. 1.321, año 1663, Gran Canaria, f. 13 r. También en AHPLP, Melo, To-
más, leg. 1.353, año 1663, Gran Canaria, ff. 391 v.-392 r. aparece fiando 2 pipas de vino a Juan Rodríguez, ma-
reante y a su mujer María de los Reyes, vecinos de Las Palmas, para que los pudiesen embarcar a Lanzarote.

– 334 –
Los holandeses y la utilización de Canarias como puerta atlántica durante los siglos xvi-xviii

cantil, también se convierte en armador de pequeñas embarcaciones, destinadas al tráfico


regional29 . Distribuye esas mercancías en el comercio al por menor por la isla de Gran
Canaria a través de la venta al fiado en su tienda30.
Los holandeses, apenas presentes en el siglo xvi, se harán visibles en la sociedad canaria
de los siglos xvii y xviii. No obstante, las guerras entre Holanda y España en la primera
mitad del siglo xvii, las diferencias religiosas y la creciente pujanza inglesa en la segunda
mitad y en el siglo xviii harán que su presencia en las islas fuese más tenue que la de los
flamencos del siglo xvi. Su establecimiento en las islas y su convertibilidad a la sociedad
canaria se harán más en precario, pero no ocurrirá lo mismo con su actividad comercial.
Reflejo de la pérdida de peso específico en el contexto internacional durante el si-
glo xviii es la menor presencia de holandeses en Canarias con respecto a la centuria
anterior. En islas como Gran Canaria, la presencia de inmigrantes holandeses asentados
era mínima en el primer cuarto de siglo31. En la matrícula de extranjeros realizada en Te-
nerife en la última década de esta centuria ni tan siquiera se menciona la presencia de un
holandés y tan solo figura un flamenco32. Con todo, sabemos que constituían una colonia
destacada dentro de la vida económica de las islas. En el siglo xviii las reducciones al cato-
licismo de holandeses en Canarias habían descendido al tercer lugar entre los extranjeros,
después de ingleses y alemanes, con un porcentaje del 4,6%33.
Entre los apellidos holandeses que están presentes en el archipiélago figuran Van Bo-
mel, Folsten, Groton, Jacob, Spits, Jartamon, Tenaz, Oliva. A pesar de que los holandeses
no se destacasen por su avecinamiento a mediados del siglo xvii, su presencia se conside-
raba como regular, puesto que hemos visto contratos para poner a niños canarios al servi-
cio de un armador holandés en un barco. La confianza de una actividad semipermanente
explica que el tiempo de aprendizaje se prolongase durante varios años34.
Ello no quiere decir que la convivencia fuera siempre fácil, ya que se salía de una si-
tuación de décadas de guerra y además Holanda seguía siendo un reducto de la Reforma

29
AHPLP, Melo, Tomás, leg. 1.353, año 1663, Gran Canaria, ff. 8 v.-9 v y 39 r.-40 r. En enero de 1663 compra
una cuarta parte del barco El Santo Cristo y Nuestra Señora del Rosario, con porte de 600 fanegas y también la
gabarra San Francisco, de porte de 600 quintales.
30
AHPLP, Moya, Francisco de, leg. 1.207, año 1659, Gran Canaria, f. 324 v. En mayo de 1659 Lorenzo de Betan-
cor, vecino de Gáldar, se obligó a pagar a Gerónimo de la Oliva, 144 reales y 5 cuartos que le debía por merca-
durías que le había fiado de su tienda. También en García, José, leg. 1.338, año 1663, Gran Canaria, f. 543 r.v.
31
M.L. Iglesias Hernández, Extranjeros en Gran Canaria: primer tercio del siglo xviii, Santa Cruz de Tenerife,
1985, pp. 47.
32
A. Ruiz Álvarez, “Matrícula de extranjeros en la isla de Tenerife a fines del siglo xviii”, Revista de Historia,
105-108 (1954), La Laguna, pp. 102-111.
33
F. Fajardo Spínola, Las conversiones de protestantes en Canarias. Siglos XVII y XVIII, Las Palmas de Gran Canaria,
1996, p. 30. Suponen un 14% del total de reducciones.
34
AHPLP, Moya, Francisco de, leg. 1.208, año 1661, Gran Canaria, f. 249 r.v. Marcelina García, vecina de Las
Palmas, puso a servicio a su hijo Francisco García, de 17 años, con el capitán Cornelio Jacob, vecino de Ám-
sterdam, dueño y señor de su navío, por espacio de 3 años, para que le enseñase el oficio de la mar. El mismo
Cornelio da poder ese mismo año al capitán Cristóbal Bandama para que obtuviera de un vecino del Puerto
de La Cruz un muchacho llamado Enrique, que le había venido sirviendo en su navío Los Remedios, para que
lo tuviese en su compañía y lo remitiese a Holanda.

– 335 –
Germán Santana Pérez

europea. La Inquisición en las islas siguió proceso y realizó “examinaciones” a varios ho-
landeses en la segunda mitad del siglo xvii35.
En el siglo xvii, con la crisis del azúcar canario, la actividad holandesa no se paraliza-
ría, sino todo lo contrario. Coincidiría esta fase con el gran asalto holandés a los merca-
dos americanos, africanos y asiáticos, y, a partir de 1648, con el final de la guerra contra
España. Junto con el comercio, los holandeses desplegarían otras actividades en las islas
como la de utilizar sus aguas en los enfrentamientos contra otras embarcaciones extranje-
ras, la de usar estas bases como mercado de venta de sus presas, efectuar pesquerías en la
cercana costa de Berbería, y sobre todo emplearlas como punto de escala para sus colonias
atlánticas y asiáticas. No debemos olvidar que el primer consulado que se crea en las islas
es el holandés en 1649 y que sus cónsules ejercerán una notable influencia. Las islas serán
utilizadas más como trampolín que como lugar de establecimiento de familias holandesas
debido a las causas anteriormente nombradas.
Los holandeses participarán ocasionalmente en el tráfico interinsular canario. No se
destacarán en él puesto que reportaba unos beneficios muy moderados en comparación
con el comercio exterior, en el que son verdaderos especialistas. Esta falta de grandes bene-
ficios hará que el tráfico interinsular en las islas esté dominado por canarios, siendo la pre-
sencia de extranjeros, aunque constante, muy restringida. Aún así, de forma irregular, sus
embarcaciones, maestres y tripulaciones aprovechan alguna estancia en la isla para cargar
mercancía en una y dirigirse a otra. Mayor importancia tiene la participación de mercade-
res y sobre todo de artículos holandeses en la distribución regional canaria. Los productos
procedentes de Ámsterdam, Leiden, Rótterdam o de cualquier otro punto de Holanda o
de Europa (a través de un comercio de redistribución) llegarán a Gran Canaria, Tenerife
o La Palma y desde allí mercaderes canarios, a veces con acuerdos con mercaderes holan-
deses los distribuirán no solo por esas islas sino también por Lanzarote, Fuerteventura,
El Hierro y La Gomera. Las mercancías que transportan en el tráfico regional son sobre
todo cereal, ganado, sal, cal y artículos de redistribución europea. Además, los holandeses
también se preocuparon en la adquisición de otros productos como los pájaros canarios36,
bien para llevarlos a su país de origen o bien para transportarlos a la Península, donde
tenían uno de sus principales mercados. Su intervención en el mercado regional también
está relacionada con el cobro de deudas, tanto de mercaderes holandeses como de otros

35
M.J. Pérez Rodríguez, Los extranjeros en Canarias. Historia de su situación jurídica, La Laguna, 1990, p. 92.
36
AHPLP, Bandama, Juan, leg. 1.315, año 1652, Gran Canaria, f. 150 v.-151 r. En 1652 los pajareros Francisco Tru-
jillo y Sebastián Francisco, pajareros y vecinos de Las Palmas, se obligaron a entregar a Gerónimo de La Oliva,
que se intitulaba cónsul de Holanda en Canarias, 100 docenas de pájaros canarios machos. En ese mismo
año Juan Caballero Holandés, vecino de Holanda, afirmaba que Juan Jartamon, holandés, le había vendido
37 docenas de pájaros. En AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.270, año 1652, Gran Canaria, f. 419 r.v.

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Los holandeses y la utilización de Canarias como puerta atlántica durante los siglos xvi-xviii

lugares, en los que actúan en su nombre37. Estas deudas, se establecen con vecinos de la
misma isla donde reside el holandés o con los de otras38.
Un buen ejemplo de esta actividad está representado por la figura de Cornelio Jacob,
holandés, vecino de Ámsterdam, dueño de un pingue, que actuó como cargador en el
transporte de cereal del diezmo que le correspondía a la catedral de Canarias, desde Lan-
zarote y Fuerteventura hacia Gran Canaria39, aunque también hizo viajes desde estas dos
islas hacia Tenerife, siendo uno de los maestres más regulares en este tráfico a principios
de la década de los sesenta40. No solo trafica con cereal sino también con otros artículos
como ganado41. Sus negocios entre las islas, aunque lucrativos, no serán los únicos, sino
que también aprovechará su estancia en Canarias para enviar por su cuenta diversas mer-
cancías a Indias.
Muy cercana al tráfico interinsular está su participación en las pesquerías en Berbería.
En las cercanas aguas a Canarias se extiende uno de los bancos pesqueros más fecundos
del mundo. En general hasta el siglo xx su explotación estuvo en manos de canarios pero
algunos extranjeros, como los holandeses, también participaron en ella. La contratación
de sus servicios se hacía generalmente por canarios aprovechando su estancia en las islas,
mientras se gestionaba la contratación de mercancías que iban a transportar fuera del
archipiélago.
Entre los holandeses destaca la figura de Gaspar Tenaz, vecino de “Pechelingue”, Vlis-
singen, y maestre del navío La Estrella, lucero del día42, que durante la década de los
cincuenta del siglo xvii realizó diversas expediciones hacia la pesquería con tripulaciones
conjuntas de holandeses y canarios y diversos viajes de ida y vuelta a Holanda. Este per-
sonaje además participa en el tráfico entre islas y presta dinero a actividades que tienen
que ver con el comercio con Indias43, cuando no es el mismo con su barco el que llega de
37
AHPLP, Tomás de Ganzo, Juan, leg. 2.737, año 1654, Lanzarote, ff. 189 v.-191 r. Gerónimo de La Oliva, cónsul
holandés, vecino de Gran Canaria, dijo en octubre de 1654 que en virtud del poder de Joan Jelao, mercader
de lencería, vecino de Sevilla, recibió 1.500 reales de Antonio de Sosa en 120 fanegas de trigo, que estaban
embarcadas en la fragata de Francisco Ordóñez, para llevar de Lanzarote a La Palma. También recibió de
Margarita de Cabrera, 3.000 reales que su marido debía a Juan Masures, mercader, derivadas de diferentes
partidas de trigo y sal que se habían transportado en el tráfico regional canario.
38
AHPLP, Báez Golfos, Francisco, leg. 1.150, año 1660, Gran Canaria, f. 328 r. El capitán Pedro Ratón y Fran-
quis, vecino de Guía, se obligó a pagar al capitán Francisco van der Heucel, mercader holandés, residente en
La Laguna, 550 reales.
39
Archivo del Cabildo Catedral de Las Palmas, Cartas 1656-1675, f. 128 v-129 r. En diciembre de 1661 cargó 602
fanegas de cebada en su barco.
40
E. Torres Santana y G. Santana Pérez, “Los almojarifazgos y el tráfico interinsular: Gran Canaria, Lanzarote
y Fuerteventura (1663-1665)”, en VIII Jornadas de estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote, t. I, Arrecife, 1999,
pp. 259-260.
41
AHPLP, Fernández Lordelo, Francisco, leg. 1.337, año 1662, Gran Canaria, f. 272 r.v. A mediados del año
1662 nos lo encontramos transportando ganado desde Gran Canaria a Tenerife para el licenciado Marcos
López de Vergara, capellán de la catedral, siendo calificado aquí como flamenco.
42
AHPLP, Báez Golfos, Juan, leg. 1.146, año 1656, ff. 238 r. y 240 r.v. En octubre de 1656 el holandés se con-
certó con Francisco Romero, vecino de Las Palmas, para ir a la costa de Berbería a la pesquería de pargos. El
mismo le daba poder a Gerónimo de la Oliva, holandés, vecino de Las Palmas para cobrar las deudas que se
le debían.
43
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, año 1657, Gran Canaria, f. 126 r. Matías de Silva, vecino de Las Palmas,
se obligó a pagar a Gaspar Tenaz, de nación holandés, que estaba con su navío para ir de Gran Canaria a

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Germán Santana Pérez

forma ilegal a América en 165044. Mantiene lazos estrechos con Gerónimo de la Oliva y
con otros holandeses que también visitan las islas45.
Las pesquerías estaban además en estrecha conexión con otro de los artículos que les
interesaban a los holandeses: la sal. Otros que también participan en las pesquerías en esos
años, utilizando a pescadores canarios en su tripulación, son el capitán José Enríquez, ve-
cino de Ámsterdam y dueño y señor de la nao La Paz46, el capitán Miel Feutrel, vecino de
Vlissingen, maestre de la nao El Castillo de la Torre, que llega a trasladarse para la captura
de pescado hasta el castillo de Arguín47 y el capitán Juan Christian, maestre del navío La
Fortuna48. Sabemos también que los holandeses aprovechaban sus capturas de pescado
para obtener productos canarios, entre los que se encontraban los reales de a ocho, para
luego intercambiarlos en sus mercados guineanos por plumas de avestruz y goma49.
También participan en el transporte de mercancías tanto de la Península Ibérica a
Canarias como viceversa. Nos encontramos a maestres holandeses como Juan Christian
haciendo viaje desde Canarias al País Vasco con mercancías americanas50. Los maestres,
tripulaciones y embarcaciones holandesas se ofrecen para realizar fletamentos casi siempre
desde Canarias hasta el eje Sevilla-Cádiz-Sanlúcar. En ocasiones llegan de otros puntos de
la Andalucía mediterránea como Málaga51. A veces el teórico armador del navío es español
o de otra nacionalidad52. La mayor parte de estos envíos donde participan embarcaciones
y tripulaciones holandesas son envíos de cereal desde Fuerteventura y Lanzarote a Cádiz53.

Tenerife, 3.134 reales de plata porque se los había prestado en Gran Canaria al capitán Juan Sánchez de Velaz-
co, mercader del navío que había llegado de Indias, al que Matías le había asegurado.
44
Archivo General de Indias (A.G.I.), Indiferente, 3110. Sale de La Palma y llega a Cumaná.
45
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.276, año 1658, Gran Canaria, f. 72 r. Gaspar Tenaz, holandés, recibió
de Gerónimo de la Oliva, vecino de Las Palmas y cónsul de la nación holandesa, 2.419,5 reales en tostones y
reales de plata, por cantidad que le era deudor.
46
AHPLP, Moya, Francisco de, leg, 1.207, año 1658, f. 180 r.v.
47
AHPLP, Moya, Francisco de, leg. 1.208, año 1660, Gran Canaria, fo. 26 r.v.
48
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.279, año 1661, Gran Canaria, ff. 195 r.-197 r.
49
E. van den Boogaart, P. Emmer, P. Klein y K. Zandvliet, La expansión holandesa en el Atlántico, 1580-1800,
Madrid, 1992, p. 171.
50
M. Lobo Cabrera, “Relaciones comerciales entre Canarias y el País Vasco”, XV Coloquio de Historia Canario-
Americana (2002), Las Palmas de Gran Canaria, 2004, p. 809.
51
AMC, Fondo de la Inquisición, Papeles Sueltos, caja 4. En agosto de 1650 llegó de Málaga el navío El Corzo
Dorado, con tripulación holandesa y cargado de ladrillos, yeso y aceite.
52
AHPLP, Vergara Renda, Juan de, leg. 1.302, año 1655, f. 395 r.v. En octubre de 1655, Pedro Enrique, genovés,
administrador del navío La Fama Volante, del que era capitán Matheo Hooch, holandés, lo fletó en Tenerife
para dirigirse a Cádiz o Sanlúcar.
53
AHPLP, Ascanio, Luis, leg. 1.264, año 1653, ff. 326 v.-328 r. En octubre de 1653 Martín Clas, holandés, capitán
y maestre del navío El Casamento, fletó el navío para transportar de Lanzarote a Cádiz 1.200 fanegas de trigo
a Juan de Marsán, veedor y contador de la gente de guerra de Canarias. También el capitán Antonio Pérez del
Pino había concertado enviar 150 fanegas de trigo, en ff. 301 v.-302 v. AHPLP, López de Carranza, Antonio,
leg. 2.753, año 1664, Lanzarote, ff. 398 v.-399 v. En diciembre de 1664, el capitán Juan Esterces, holandés,
que lo era del navío Nuestra Señora de Gracia, confesó haber recibido del capitán Gaspar de Zárate, sargento
mayor de Lanzarote y gobernador de las armas de ella, de orden de Gerónimo Benavente Quiñones, caballero
de la Orden de Santiago, gobernador y capitán general de estas islas y presidente de la Real Audiencia, 3.788,5
fanegas de cebada que tenía en su navío, que iban de cuenta y riesgo de Su Majestad para la provisión de la
caballería del Ejército de Extremadura, y entregarlas en la bahía de Cádiz al señor Francisco de Herrera En-
ríquez, caballero de la Orden de Alcántara, administrador general de S.M. y juez superintendente de Sevilla.

– 338 –
Los holandeses y la utilización de Canarias como puerta atlántica durante los siglos xvi-xviii

También aparecen otros como Martin Nicolás que realizan la ruta desde Andalucía a Ca-
narias obteniendo reales de plata a cambio del fletamento54.
Sin duda uno de los grandes mercados que interesaba a los holandeses en su paso por
Canarias era el americano. Los holandeses introdujeron a través de Canarias gran cantidad
de mercancías rumbo al Nuevo Continente. Sobre todo eran manufacturas, en su mayoría
textiles. Este uso del archipiélago no se hizo solo en periodos de paz sino también en los
de guerra, a través de la intermediación de otros mercaderes como los hamburgueses. El
interés por Canarias venía porque las islas constituían una puerta de entrada legal e ilegal
hacia las Indias. Gozaban de un permiso para transportar entre trescientas y mil toneladas.
A ello se sumaba el envío de una cantidad sensiblemente mayor a través del contrabando.
También a partir de mediados del siglo xvii podía introducir de manera legal una mínima
cantidad de productos americanos pero desde el descubrimiento de América llegaban
todos los años varias embarcaciones de arribada y con ellas mercancías como el azúcar,
cacao, tabaco, palo Campeche, palo Brasil, café, cueros, oro y plata. Una tentación dema-
siado grande para los intereses holandeses.
Durante el siglo xvi, los flamencos pudieron traficar con Indias establecidos en las
islas como agentes, enrolados en la tripulación de alguna embarcación y más raramente
viajando ellos mismos como mercaderes de mercancías55. En los siglos xvii y xviii los
holandeses se las ingeniaron para sacar beneficio de la privilegiada situación comercial
de Canarias con América, muchas veces a través de los vínculos mercantiles establecidos
con mercaderes de las islas como Juan Sánchez de Velasco56. Precisamente a este mercader
el holandés José Enríquez, vecino de Ámsterdam, le vende el navío Nuestra Señora de los
Remedios, de fábrica holandesa, en 165957 y este a su vez lo volverá a vender en 1661 al fla-
menco Nicolás Prins quien realizará con él un viaje “al Norte”58. Otro holandés, Cornelio
Jacob, también envía a Indias diversos productos canarios como vino y almendras59.

54
AHPLP, Ascanio, Luis, leg. 1263, año 1652, f. 222 r.v. Martin Nicolas era maestre del navío Casamento, reci-
biendo del obispo 3.000 reales de a 8 mejicanos por haberle traído desde el puerto de Cádiz en julio de 1652.
55
M. Lobo Cabrera, “Flamencos en la carrera de Indias, vía Gran Canaria”, VIII Coloquio de Historia Canario-
Americana (1988), t. II, Las Palmas, 1991, pp. 7-20.
56
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.277, año 1659, Gran Canaria, ff. 7 v.-8 r. En enero de 1659, el capitán
Juan Sánchez Velasco, residente en Las Palmas, y que había participado como mercader en el comercio con
Indias dio poder a Nicolás Príncipe para que cobrara en Tenerife 4.000 pesos del capitán Luis Pérez de Vi-
toria, por tantos que a su favor había librado la viuda y herederos de Juan Coymas, vecina de Ámsterdam.
También para que pudiese cobrar de Juan Refrens (Jan Runtvleesh), cónsul de la nación holandesa en Tene-
rife, 200 pesos que a su favor había librado Felipe Manuta, vecino de Ámsterdam.
57
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.277, año 1659, Gran Canaria, ff. 12 v.-13 v. El navío era de porte 200
toneladas (como los que solían ir a Indias), se lo vendió en 13.950 pesos de a 8 reales de plata. Durante el mes
siguiente a la compra podía seguir utilizando a la tripulación holandesa que se hallaba en él.
58
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.279, año 1661, Gran Canaria, f. 114 r.-115 v. En esta ocasión lo vende
por 8.000 pesos. Asimismo Nicolás Prins recibe de Juan Sánchez de Velasco en Las Palmas 4.274 florines en
reales de plata, de los que 3.000 recibe para pagar a Juan Baptista Vanaxel, genovés y 1.274 florines para pagar
a un holandés de la ciudad de Ámsterdam, a quien se los debía Juan Sánchez.
59
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.280, año 1662, f. 285 r. En septiembre de 1662 el propio Cornelio
Jacob, como capitán y maestre de la pingue Santa María admite haber llevado 2 pipas de vino a través de
Alonso Ruiz, vecino de Santa Cruz de Tenerife y 8 quintales de almendras por medio de Miguel Prado, asis-
tente en Tenerife, en el navío San Lucano.

– 339 –
Germán Santana Pérez

El archipiélago será una puerta para penetrar en Brasil60 y en el Río de la Plata61. Ade-
más, otra de las vías para acceder a Indias fue la de acudir primero a África, cargar esclavos
y desde allí trasladarse al nuevo continente. Las islas también eran un lugar de fácil acceso
hacia África. Algunos tripulantes holandeses consiguieron enrolarse como tripulaciones
en barcos bajo administración de canarios para realizar así el tráfico triangular62.
El embajador de España informaba en carta fechada en febrero de 1652 como los ho-
landeses desde sus centros de Ámsterdam-Texel y Middelburg, participaban en el fraude
con América, aprovechando el comercio que mantenían con Canarias. Este contrabando
era practicado habitualmente por portugueses y judíos de Ámsterdam, que habían orga-
nizado incluso una compañía con este fin. En Holanda cargaban telas, entre otras, fran-
cesas, de Ruán, por tanto mercancías de la potencia enemiga de España. Luego se dirigían
a Canarias, donde cargaban y pagaban únicamente los derechos del vino y otros frutos
del país, para luego pasar a Indias, en donde además de estar prohibido no satisfacían los
correspondientes derechos, introduciendo en ella no solo los frutos canarios, sino sobre
todo las mercancías francesas63.
Uno de los capítulos constantes a los que se acusa al contrabando holandés en las
islas y uno de los temores de la política mercantilista de la monarquía española era la
salida de moneda de plata desde Canarias hacia Holanda. A los holandeses se les acusaba
hacia 1652, además de introducir sus mercancías de forma ilegal hacia ese continente, de
recibir la plata que llegaba, contactando con los navíos a media jornada de las islas, antes
de tocar puerto64. En la década de los cincuenta del siglo xvii, al arrendador de las rentas
reales de Canarias, Diego Pereyra de Castro, se le acusaba de haber enviado cuatrocientos
mil ducados a Holanda con lo que había ganado en trece años de su arrendamiento65.
También Jonathan I. Israel señala que un procedimiento constante en el goteo de plata
y tinturas indianas hacia Holanda consistía en el envío ilegal de productos textiles a Ca-
narias, donde un grupo de cristianos nuevos se encargaban de colocarlo en las flotas que
partían rumbo a América, efectuando la operación inversa a su regreso con la plata de

60
AFP de Almeida Wright y R. Santaella Stella, Canarias y Brasil en la ruta atlántica durante la unión peninsular:
1580-1640, [Canarias], 2001.
61
Z. Moutoukias, Contrabando y control colonial en el siglo XVII. Buenos Aires, el Atlántico y el espacio peruano,
Buenos Aires, 1988, p. 99 y p. 126.
62
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.270, año 1652, ff. 329 v.-331 r. En octubre de 1652 Juan de Leña, Pedro
Fago, Andrés Lauron, Juan Bordun, Guillermo Pedro, Rolo Pedro, Pedro Juan, Juan Giliz, Guillermo Yoos,
Jacome Hacome, Andrés Yacome, Jorge de Faldra, Juan Andrés, Ebre Chelise y Juan Tomás, los 15 holandeses
se obligaron a favor de Marcos de Sandoval, capitán y administrador de la fragata Nuestra Señora del Rosario
y San Antonio, para ir por marineros (salvo Jorge de Faldra que iba por condestable) desde Gran Canaria a
Tenerife y de allí a Angola, Indias y España.
63
Nationaal Archief (NA), Staten-Generaal, Brievenboeken, leg. 11.916, 1649-1652, f. 424 r.-425 r. En concreto
avisa de tres barcos cargados de telas de Ruán que se habían presentado en el puerto de Texel para ir a Tenerife
y otro de Middelburg para ir a La Palma. Además se estaba equipando otro de 600 toneladas para dirigirse a
Canarias con el mismo fin. El embajador valoraba en más de 1 millar de ducados el “insigne fraude”.
64
AGS, Estado, leg. 2.263.
65
L.A. Anaya Hernández, “El converso Duarte Enriquez, arrendador de las rentas reales de Canarias”, en
Anuario de Estudios Atlánticos, 27 (1981), Madrid-Las Palmas, 1981, p. 385.

– 340 –
Los holandeses y la utilización de Canarias como puerta atlántica durante los siglos xvi-xviii

contrabando. Esta actuación fue especialmente importante en la década de 1650, estando


en su mayoría este comercio en manos de judíos66.
El principal punto con el que se comercia en Holanda es con Ámsterdam que acapara
la mayor parte del tráfico, y también de la vecindad de los holandeses que despliegan acti-
vidades en las islas. Junto a ella, Middelburg y Vlissingen en Zelanda67 serán otros puertos
complementarios, sobre todo en el xvii, y Rótterdam, sobre todo en el xviii. La llegada
de embarcaciones desde Holanda fue constante en la segunda mitad del siglo xvii68. Car-
gaban en ellas manufacturas, sobre todo textiles, y también productos alimenticios. Estas
mercancías no solo iban destinadas al mercado canario sino también a Indias, a través
del contrabando. Canarias importa de Holanda lencería, ropa de lana, crea, peñascos,
lana, lino, frisas, bayetas, visuatres, cariseas, lienzos (bastos, vetados, crudos, de Gante),
tamies, chamelotes de lana, coletas (crudas, blancas), género nuevo, motillas (angostas),
holandillas, calacimbre, fortunillas, anascotes, palometas, barraganes, guarniciones de co-
lores, frailetes, damasco, listones... También son numerosos los objetos relacionados con
el vestido: albornoces, sombreros, medias (frailescas de color para hombres y entrefinas
para mujeres), guantes, botones de cerda, borlones, pasamanos, cintas (coloradas) e hilo.
Además, nos encontramos con importaciones de cereales, en concreto trigo69 y, en mucha
menor medida, centeno, que seguía la misma ruta que se había implantado desde finales
del siglo xvi, esto es, la redistribución desde la costa báltica. Son abundantes también las
herramientas y utensilios de metal como las tachuelas de bronce, clavos cajales, clavitos de
pipas, cuchillos, vainas de cuchillos, sartenes de hierro, cobre en calderas, candados e hilos
de latón. Otros artículos serían los géneros de cristales, comino, canela, clavo, pimienta,
barcinillos, engrudo, tablas de pinabete, taburetes, duelas, alcanfor, cáñamo, cera, pólvo-
ra, aceite, escritorios, ladrillos, mesas, sillas, laminitas, vidrientos, damajuanas, canavetes,
cuadros, cajetas, puntas negras, alcabusillos franceses, cueros curtidos, velas, jabón, jar-
cias, carne salada, ejes de arcos, un poco de azúcar cande, mantequilla, quesos, jamones,
frasquetas, polvo para pintura, pero también misales, breviarios, estampas70, y como no,
tratándose de Holanda, arenques salados. Disponemos de noticias de canarios que acu-
dieron a Holanda a realizar diversos negocios como Matías de Silva, vecino de Las Palmas,
que declaraba al final de sus días que había recibido de Francisco de la Coba crédito de mil
reales para valerse con ellos en Holanda, que había quedado debiendo a seis mil reales del

66
J.I. Israel, La República Holandesa y el mundo hispánico, 1606-1661, Madrid, 1997, pp. 342-347.
67
AMC, Fondo de la Inquisición, CLXxvi-72. En enero de 1650 llegó al Puerto de La Luz desde Middelburg
el navío Agro Dorado, cargado de géneros de lana, lienzo y lino.
68
E. Torres Santana, “Visitas de navíos extranjeros en Canarias durante el siglo xvii”, V Coloquio de Historia
Canario-Americana (1982). Coloquio Internacional de Historia Marítima, t. IV, Madrid, 1985, pp. 440-444.
69
AMC, Fondo de la Inquisición, Papeles Sueltos, caja 4. En marzo de 1651 llegó al Puerto de La Luz, desde
Middelburg, el navío Las Armas de Suecia, cargado con trigo.
70
AMC, Fondo de la Inquisición, CLXxvi-72. En enero de 1650 llegó al Puerto de La Luz el navío El príncipe,
procedente de Ámsterdam, cargado con lencería, ropa de lana, crea cruda, lienzos anchos y blancos, algunos
sombreros, artículos de seda, peñascos, misales diurnos, breviarios de todos órdenes y algunas estampas.

– 341 –
Germán Santana Pérez

ajuste de cuentas que había tenido con Francisco Medina, vecino de Ámsterdam, y que
había pagado 350 reales a Mateo Corneles, maestre de su navío La Concordia71.
A cambio de estas mercancías obtenían otras canarias y americanas para llevarlas a
Holanda o a las colonias y dinero en moneda de plata, que era corriente su circulación en
las islas en las transacciones. Los holandeses también se interesarán por el azúcar72, el vino
y la orchilla, además de artículos como el tabaco73.
Canarias era una plataforma perfecta para la relación con la Berbería atlántica y así
había quedado demostrado con los viajes que se habían hecho desde finales del siglo xvii.
En la segunda mitad del siglo xvii estas conexiones proseguirían, aunque a veces con pro-
blemas74. También en esa época traerían sal procedente de Arguín75. Algunos renegados
holandeses estuvieron al mando de expediciones berberiscas que asaltaron las islas y a sus
mercaderes se les utilizó en alguna ocasión como intermediarios en el rescate de cautivos76.
Entre los cautivos también se hallaban a veces holandeses capturados en barcos canarios77.
Los holandeses habían depositado grandes esperanzas en el control de las rutas del
África subsahariana desde finales del siglo xvi. Por un lado, podían proporcionarles artícu-
los como oro, esclavos, pieles, tintes, marfil, etc. Es precisamente a finales de esa centuria
cuando empiezan a interesarse por el tráfico de esclavos, aunque no lo desarrollarán hasta
la década de los treinta del siglo xvii78. Por otro, Canarias se encontraba en el paso de estas
rutas y tenía, por tanto, una posición estratégica fundamental.
La presencia holandesa fue tal que, a principios del siglo xvii, el Consejo de Portugal
enviaba constantes cartas al Consejo de Estado sobre la presencia de estos rebeldes en
aguas africanas y sobre la posibilidad cierta de ocupación de territorios en el Atlántico79.

71
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.281, año 1664, Gran Canaria, f. 155 v.-159 r.
72
M. Lobo Cabrera y G. Santana Pérez, “Exportación de azúcar palmero a Europa durante la primera mitad
del siglo xvii”, XIII Coloquio de Historia Canario-Americana; VIII Congreso Internacional de Historia de Amé-
rica AEA (1998), Las Palmas de Gran Canaria, 2000, p. 1.904.
73
AHPLP, García, José, leg. 1.338, año 1663, Gran Canaria, ff. 479 v.-482 r. En agosto de 1663, el capitán Sal-
vador Alonso de Alvarado, familiar del Santo Oficio y almojarife de Gran Canaria, dio poder a Julián Pérez
Hernández, natural de La Habana, que estaba para hacer viaje a ella para que pudiera recibir y cobrar de D.
Bartolomé de la Torre, vecino de La Habana, 6.053 reales de resto de 16.592 reales que el susodicho le había
prestado en esa ciudad para el apresto de su viaje, ya que 10.539 tenía recibidos por 54 petacas de tabaco que
Julián Hernández había vendido en Holanda.
74
Centre d´Accueil et de Recherche des Archives Nationales (CARAN), Affaires étrangères, B/I/1072, s./f. Así, en
1670 un pequeño navío holandés salió del puerto de Santa Cruz de Tenerife para ir a Santa Cruz de Berbería,
pero habiendo llegado a Marruecos fue embargado por el gobernador de la plaza.
75
AMC, Fondo de la Inquisición, expediente CLXxv-99, s./f. En 1698 llega el navío La Sara al Puerto de La
Luz, del que era capitán Elías Rodulph, cargado de sal.
76
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.274, año 1656, f. 750 r. En diciembre de 1656, Don Alonso de Ávila y
Guzmán, caballero de la orden de Santiago y gobernador general de Canarias y presidente de la Real Audien-
cia, trataba de mandar un navío holandés a Berbería para tratar de la gente que habían apresado los moros en
noviembre de 1656 en el barco de Miguel Afonso, yendo de Tenerife a Gran Canaria.
77
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.274, año 1656, f. 715 v. Uno de estos cautivos es Antonio Tasarte, de
nación holandesa.
78
J.M. Postma, The Dutch in the Atlantic Slave Trade 1600-1815, Cambridge, 1990, pp. 10-14; P. Emmer, The
Dutch in the Atlantic Economy, 1580-1880. Trade, Slavery and emancipation, Aldershot, 1998, pp. 33-35.
79
AGS, Estado K, leg. 1426. Desde la embajada en París se advertía, en enero de 1608, de lo que se preparaba y
maquinaba contra Pernambuco, el Castillo de Elmina y Guinea.

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Los holandeses y la utilización de Canarias como puerta atlántica durante los siglos xvi-xviii

En ellas se hablaba de impedir su comercio en las islas de Cabo Verde y del golfo de Gui-
nea mediante la pretensión de desviar parte de los navíos que componían la armada del
mar Océano a limpiar las aguas africanas80. La firma de la Tregua de los Doce Años fue
solo un paréntesis en el campo militar, pero la competencia comercial continuó. Además,
las rivalidades marítimas se transformaron en toda una “guerra fría”, de preparación ante
el gran conflicto que se avecinaba. En este periodo la posibilidad de que los holandeses
establecieran sus propias factorías en territorio africano fue real. Destacamos la informa-
ción que trasmitía, en 1609, Íñigo de Cárdenas, embajador de España en Francia sobre
que los “gelandeses” iban a fortificarse, por orden del rey de Francia, al cabo de Buena
Esperanza, anticipándose esta noticia en varias décadas a lo que finalmente ocurrió, con
la fundación de Ciudad del Cabo en 1652 por Jan van Riebeck81. La presencia holandesa
también era peligrosa en el reino del Congo y en Angola, ya que suministraban armas a
los africanos y comerciaban con aquella costa. Esta actuación, junto con las demás em-
prendidas en territorio africano, estaba haciendo peligrar la misma Tregua82. Otro de los
focos de preocupación para Felipe III fue la posible ocupación de la isla de Santa Elena. La
isla había sido descubierta por los portugueses a principios del siglo xvi83, probablemente
en 1502 por João de Nova. Sin embargo, no lograron fundar un asentamiento permanen-
te. Felipe III la manda fortificar sin que este se consuma. A pesar de ello, era un enclave
estratégico muy importante en el centro del Atlántico Sur por lo que los holandeses tam-
bién pusieron pronto sus ojos en él y organizaron algunas expediciones a principio de la
segunda década del siglo xvii84. Sin embargo, los holandeses solo lograron mantener un
asentamiento temporal durante su ocupación entre 1645 y 1651. A partir de esta fecha sería
ocupada por la British East Indian Company, salvo los dos meses que en 1673 los holan-
deses logran recuperarla.

80
AGS, Estado, leg. 435, f. 180 r.v. El Consejo de Estado ve una consulta el 27 de octubre de 1607, sobre una
cuenta de la Junta de Hacienda de Portugal, para tratar de limpiar de rebeldes la costa de “Mina” y Cabo
Verde. Trata la consulta sobre el navío que parece se debería enviar de las armadas del Mar Océano a echar a
los enemigos de la costa de estos dos lugares.
81
AGS, Estado K, leg. 1426. La consulta de Estado tramitada en septiembre de 1609 fue hecha copia al Consejo
de Portugal.
82
AGS, Estado, leg. 436. En una carta dirigida al duque de Lerma de 20 de abril de 1610. En ella se trasmite
la información que el Gobernador de Angola envía al Consejo de Portugal sobre una nave holandesa que
había llevado gran cantidad de armas, vendiéndolas en el puerto de Pinda, donde además esperaban más y
en donde querían establecer una factoría. El dictamen del Consejo de Portugal era que los holandeses iban
contra la Tregua, y que ocasionaban grandes daños contra la hacienda del rey si esas armas llegaban a manos
de gentiles. Por ello se aconsejaba que se aprestasen navíos desde Lisboa para acudir a aquella costa y limpiarla
o bien que se ordenase al capitán Gílez, que asistía en el Congo, que fuese con la gente de su compañía hasta
Pinda y tomase la factoría, y que también se escribiese al rey del Congo que no admitiese a los holandeses.
83
A. Disney, “The portuguese and Saint Helena”, en Portos, Escalas e ilhéus no relacionamento entre Ocidente e o
Oriente. Actas do Congresso Internacional Comemorativo do regreso de Vasco da Gama a Portugal, Ilhas Terceira
e S. Miguel (Açores) 11 a 18 de Abril de 1999, vol. I, Lisboa, 2001, pp. 216-218.
84
AGS, Estado, leg. 436. El duque de Lerma remitía una consulta del Consejo de Portugal al Consejo de Estado
en 19 de mayo de 1611 para que se avisara de 2 naos de Holanda que habían ido a poblar la isla de Santa Elena,
y que se conocía que en Holanda estaban de partida otras 3 naos para acabar de poblarla. En otra consulta
con fecha de 19 de enero de 1614 se indicaba el encuentro que habían tenido 2 naos que habían venido ese
año de La India con 4 navíos holandeses en la isla de Santa Elena.

– 343 –
Germán Santana Pérez

A principios de los años cincuenta del siglo xvii arriban varias embarcaciones holan-
desas con esclavos, hasta el punto que son los navíos de los que más noticias disponemos
sobre el transporte de esta carga a las islas durante estos momentos85. Uno de los lugares
de procedencia de estas embarcaciones esclavistas en San Jorge de Elmina, en poder de los
holandeses desde 163786. Sin embargo, la demanda de esclavos en Canarias estaba empe-
zando a decrecer de una manera acentuada. Ya apenas se cultivaba caña de azúcar, cultivo
que más había demandado esta mano de obra en el archipiélago, y la propia población
canaria había ido recuperando poco a poco los niveles anteriores a la conquista castella-
na87, por lo que la necesidad de esclavos empezaba a quedar muy limitada. Con todo, se
reprodujo la llegada de esclavos hasta finales del xvii88.
El Cabo era obligatorio para las naves holandesas que querían proseguir viaje hacia
Mauricio y finalmente Batavia89, en manos de los barcos de la Compañía de las Indias
Orientales. Contemplaron incluso la posibilidad de introducir uva canaria para su cultivo
en Sudáfrica por ser conveniente para el clima de El Cabo90.
Otra de las actividades que los holandeses desplegaron en el archipiélago fue el corsa-
rismo. Desde finales del siglo xvi protagonizan varias acciones corsarias que pretendían
defender la independencia holandesa y acceder a los mercados que les estaban vedados.
En relación con estas, ya hemos comentado las acciones de las armadas holandesas a fina-
les de esta centuria. En los primeros años del siglo xvii estas acciones continuaron, tenien-
do un paréntesis durante la Tregua de los Doce Años. Tras la reanudación de la guerra, la

85
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.268, año 1650, f. 210 r. En abril de ese año se vende una esclava negra
llamada Isabel que había llegado con un navío holandés al Puerto de La Luz. También en Moya, Francisco de,
leg. 1.203, año 1652, f. 554 v. El holandés Cornelis Lonch, castellanizado Pedro Lunque, vende una esclava por
22 pesos de a 8 reales, de las mercancías de negros que en 1652 había traído a Gran Canaria. En 1651 se habían
vendido esclavos que habían llegado en el navío del holandés Cornelio Grenengil, en Vergara Renda, Juan de,
leg. 1.302, año 1655, f. 332 r. Hay otras referencias en Bandama, Juan, leg. 1.315, ff. 301 v.-302 r.; Algirofo, Juan
Bautista, leg. 1.220, año 1652, f. 385 r.; González Perera, Baltasar, leg. 1.230, año 1652, f. 483 r.v.; Ascanio, Luis,
leg. 1.264, año 1653, ff. 124 v.-125 r., f. 239 r.; Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.271, año 1653, f. 10 r.; Ascanio, Luis,
leg. 1.265, año 1654, ff. 110 v.-111 r. y 150 v.-151 r.; Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.273, año 1655, f. 181 r. y f. 640 r.
86
AHPLP, Vergara Renda, Juan de, leg. 1.302, año 1653, f. 29 r.v. El navío del holandés Pedro Lunque que llegó
a Gran Canaria en 1652 vendiendo un gran número de esclavos procedía de los Ríos de Guinea y San Jorge
de Elmina.
87
G. Santana Pérez y J.M. Santana Pérez, La Puerta afortunada. Canarias en las relaciones hispano-africanas de
los siglos XVII y XVIII, Madrid, 2002, p. 161.
88
Archivo de Aciálcazar, Guisla. El 2 de junio de 1678 llegó al puerto de Santa Cruz de La Palma, el navío El
Caballero, del que era capitán Nicolás Fanor, natural de Vlissingen, cargado con 120 negros que había traído
de la Costa de Guinea. En 1700 se introducen 25 esclavos en Santa Cruz de Tenerife con el navío holandés El
Sol, procedente de Guinea y Cabo Verde. En A. Cioranescu, Historia de Santa Cruz de Tenerife II. 1494-1803,
Santa Cruz de Tenerife, 1977, p. 452.
89
J.R. Bruin, F.S. Gaastra y I. Schöffer (eds.), Dutch-Asiatic shipping in the 17th and 18th centuries. Vol. II.
Outward-bound voyages from the Netherlands to Asia and the Cape (1595-1794), La Haya, 1979, pp. 172-173
(Rijks Geschiedkundige Publicatiën. Grote serie, 165-167). Recopilación documental hallada en el NA El
Beemster partió de Texel en junio de 1671, llegando a La Gomera, donde algunos de sus hombres desertaron,
prosiguiendo viaje hasta Sudáfrica, atracando en El Cabo entre octubre y noviembre de 1671 y llegando
finalmente a Batavia en enero de 1672.
90
W.Ph. Coolhaas (ed.), Generale Missiven van gouverneurs-generaal en raden aan heren XVII der verenigde oostin-
dische compagnie. Deel IV, 1675-1685, La Haya, 1971, p. 96.

– 344 –
Los holandeses y la utilización de Canarias como puerta atlántica durante los siglos xvi-xviii

actividad corsaria se reemprendió, afectando a las líneas mercantes del comercio canario91.
El 6 de octubre de 1634 aparecieron a la vista de Las Palmas 4 navíos de hasta quinientas to-
neladas a las que se atribuyó procedencia holandesa, negándose a entrar en el Puerto de La
Luz, actitud que mantuvieron hasta el día siguiente, por lo que las fuerzas de la ciudad se
alertaron sacando la pólvora e intercambiando algunos cañonazos92. Después de la Paz de
Münster sus ataques afectaron principalmente a navíos de otras naciones con las que se
estaba en guerra y que surcaban aguas próximas a las islas. No obstante, algunos de estos
barcos continuaron atacando mercantes españoles, suscitando las quejas de los mercaderes
canarios por la ruptura de los acuerdos y la reclamación de sus pérdidas93.
Las islas fueron testigo de las luchas entre holandeses e ingleses en la década de los
cincuenta a través de la actividad corsaria. Varias embarcaciones inglesas fueron captura-
das y vendidas en Gran Canaria durante estos años94. A las presas inglesas se sumaron la
de sus aliados portugueses95. Las Palmas fue un punto importante de venta de las embar-
caciones apresadas96, actuando como un mercado destacado de las presas de los corsarios
holandeses a mediados del siglo xvii. También fueron punto de escala para desplegar su
actividad corsaria en aguas próximas. En la década de los cincuenta del siglo xvii un navío
holandés llamado Santa Gertrudis, salió de Ámsterdam e hizo escala en La Palma, toman-
do algunos frutos en ella, para luego dirigirse al castillo de Arguín, donde debía practicar
el corso97.

91
AHPLP, Quintana, Juan de, leg. 2.730, año 1622, Lanzarote, ff. 471 r.-472 r. En diciembre de 1622, Domingo
Fernández, piloto, vecino de Madeira, dijo que viniendo de esa isla a Lanzarote en el patache Nuestra Señora
Do Monte, les cogió un pirata holandés, trayéndoles al puerto de Rubicón, en donde les tenía por presa, hasta
que el señor marqués salió con su armada de 3 navíos a coger al pirata que escapó, dejando el patache robado.
92
Archivo de la Real Academia de la Historia (ARAH), Colección Pellicer, tomo 13, f. 299 r.v. En este ambiente
de tensión se produjo otro incidente. Enviados del obispo acudieron hasta los navíos enemigos a pesar de
la prohibición del castellano de La Luz y de sus balazos intimidatorios, por lo que se condenó al obispo por
desacato multándole con 20.000 maravedís aplicados al gasto de guerra.
93
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.268, año 1650, ff. 401 v.-402 r. El capitán Francisco Betancor Cabrera,
vecino de Telde, dio poder al licenciado Esteban Narciso Lansaga para comparecer ante el Consejo de Guerra
y ante el embajador de Holanda en Madrid y reclamar que se le pagase por el robo y hacienda que se llevaron
dos navíos holandeses viniendo de Nueva Barcelona hacia Sevilla en el navío San Nicolás de Tolentino, que sin
velas y sin árboles había llegado a Gran Canaria
94
AHPP, Ascanio, Luis, leg. 1.264, año 1653, Gran Canaria, f. 64 r.v. En marzo de 1653, Alexander Ronstuoy,
inglés, capitán del navío El pájaro canario, que estaba varado en Gando, dijo que había salido de Inglaterra
para Canarias y que estando a la vista de la ciudad de Las Palmas le cogió un holandés y le apresó, llevándole
al puerto de Gando, donde le quitó toda la mercancía.
95
E. van den Boogaart, P. Emmer, P. Klein y K. Zandvliet, La expansión holandesa, p. 155.
96
AHPLP, Ascanio, Luis, leg. 1.264, año 1653, Gran Canaria, ff. 70 r.-72 v. En marzo de 1653, el capitán Sebas-
tián Tuynman Pechelingue, capitán de la nao El príncipe mozo de Orange, que había salido con comisión de
los estados de Zelanda y Holanda, que estaba surta en el Puerto de La Luz, dijo que había cogido del Puerto
de La Cruz un patache con gente inglesa, con hacienda de vinos, que trajo a Gran Canaria para venderla
como presos. También en AHPLP, Ascanio, Luis, leg. 1.264, año 1653, Gran Canaria, f. 108 r.v. En abril de
1653 vendieron el navío Nuestra Señora de las Mercedes, San Juan y San Antonio, que estaba surto en el Puerto
de La Luz y que se había comprado del capitán Leonar de Brant, holandés, el cual lo trajo a ese puerto por
presa de portugueses. También en AHPLP, Moya, Francisco de, leg. 1.204, año 1653, Gran Canaria, f. 414 r.v.
En diciembre de 1653, se vende en Las Palmas el navío inglés La Fama, que se había comprado del capitán
de corso de la nao Sta. Cecilia Juan Alberto Banestenbeq, holandés, que lo había traído apresado al Puerto
de La Luz.
97
ARAH, Colección Mata Linares, tomo 99, ff. 428 r.-429 v.

– 345 –
Germán Santana Pérez

La actividad corsaria holandesa afectó no solo a los europeos, sino también a los
berberiscos. Así, en marzo de 1677, Juan de Ávila Balboa, vecino de Agüimes, vendió un
esclavo morisco, en novecientos reales, que hubo y compró en un navío corsario holandés
que estuvo en Gran Canaria, de quien se compraron por distintas personas muchos mo-
riscos98. Los corsarios holandeses usaban habitualmente las islas como base para repostar
agua y alimentos y realizar reparaciones en sus viajes por el Atlántico, aprovechando lo
desierto de la mayor parte de las costas canarias y la falta de fortificaciones. En enero de
1667, Jacob Juan Yser, de nación holandesa, capitán y dueño del navío Delfín Dorado dio
poder al capitán Sebastián de Toro, vecino de Teror, para que pudiese comparecer ante
la justicia en razón de las averiguaciones y descubrimiento de tres talegos que contenían
nueve mil reales, que se desembarcaron de su navío en el puerto de Gando el 16 de enero
de 1667, procedentes de un navío de turcos que había apresado, enterrándolos en la arena
de ese puerto. Sin embargo, algunas personas los habían desenterrado llevándose el dinero
que tenían99.

3. El siglo xviii y la actividad consular

El inicio del siglo xviii no fue demasiado prometedor para estas relaciones bilaterales.
Holanda estaba en guerra contra la España borbónica que finalmente ocuparía el trono
durante la Guerra de Sucesión a la Corona Española. Este hecho limitó de nuevo los tra-
tos con el archipiélago. En 1702, partía desde Cádiz la orden para acometer una represalia
a los holandeses y asegurar también los efectos de los ingleses. No obstante, la medida
llegó tarde, ya que los mercaderes estaban prevenidos y la mayor parte se había embarca-
do, por lo que el cónsul francés creía que no tendría ninguna consecuencia efectiva100. Al
mismo tiempo con la firma de la Paz de Utrecht los intereses holandeses saldrían perjudi-
cados en favor de los ingleses debido a que no consiguieron habilitarse para entrar en los
puertos americanos.
Durante el siglo xviii el protagonismo holandés fue languideciendo, acorde con su
menor presencia en general en la política internacional. Eso no fue impedimento para
que los holandeses siguiesen acudiendo a las islas a efectuar sus negocios. Uno de los vér-
tices de su interés seguían siendo las posibilidades del comercio con América. El cónsul
holandés Van Steinfort llegó a solicitar a raíz del Reglamento y Ordenanza de 6 diciembre
de 1718 relativo al comercio de Canarias con América, que concedía, sin necesidad de pró-
rroga, la exportación de 1.000 toneladas, más ventajas que los propios naturales101. Su celo
por promover el comercio holandés con la América hispana, incluso por vías fraudulentas

98
AHPLP, Espino Peloz, Matías, leg. 1.392, año 1677, Gran Canaria, ff. 28 r.-29 v.
99
AHPLP, Álvarez de Silva, Diego, leg. 1.284, año 1667, Gran Canaria, f. 29 r.v. Uno de los talegos contenía
5.000 reales en tostones y los otros 2 reales de a 2 peruleros y algunos reales de a 8.
100
CARAN, Affaires étrangères, B/I/1072.
101
A. Guimerá Ravina, Burguesía extranjera y comercio atlántico. La empresa comercial irlandesa en Canarias
(1703-1771), Santa Cruz de Tenerife, 1985, p. 360.

– 346 –
Los holandeses y la utilización de Canarias como puerta atlántica durante los siglos xvi-xviii

le llevaría a ser apresado en 1754102. La habilitación de barcos holandeses como españoles


fue una de las estratagemas empleadas para traficar con el Nuevo Continente103. También
las islas serán aprovechadas como punto de escala para dirigirse a las colonias holandesas
en América104.
Las escalas hacia África continuaron y también la intermediación en los tratos con
el Magreb, introduciendo mercancías de esa procedencia en el archipiélago, a pesar de
la prohibición105. A mediados del siglo xviii se trata de importar técnicas de salazón ho-
landesa del arenque para aplicarlas a las pesquerías canarias106. Las escalas hacia Batavia
también pasaban por Canarias107.
Los documentos de visitas de navíos cuentan con lagunas para el siglo xviii, pero,
en cualquier caso, dejan claro que la asiduidad y llegada de embarcaciones procedentes
de Holanda fue menor que en la segunda mitad de la centuria anterior. No obstante, los
holandeses continuaron con su actividad de intermediarios entre distintos puertos.
A través de los libros de la alfándega de Funchal en Madeira comprobamos como
durante esta centuria continuó un comercio regular entre Holanda-Madeira-Canarias,
aunque no con el número y esplendor que había caracterizado el siglo xvii. Los centros
principales de este comercio eran Ámsterdam, como había ocurrido en épocas anteriores,
seguido ahora en lugar de los puertos zelandeses por el de Rótterdam108. Middelburg,
ocupaba ahora la tercera posición.
Con todo, todavía se importa a Gran Canaria, entre 1792 y 1793, procedentes de Ho-
landa, trescientas libras de canela, cincuenta y cinco libras de barba de ballena, cien libras

102
NA, Staten van Holland 1572-1795, invª 197, pp. 391-392. En ese año se tuvo sospechas de contrabando del
barco Neptuno, armado en Ámsterdam. Fue encarcelado por orden del comandante general de las islas Ca-
narias.
103
L.J. Ramos, “Navíos extranjeros habilitados como nacionales para efectuar el comercio con América a me-
diados del siglo xviii”, II Coloquio de Historia Canario-Americana (1977). t. II, Sevilla, 1979, pp. 23-24 y p. 28.
Así sucede a una urca holandesa que en 1753 hizo viaje a Caracas.
104
Archivos Nacionais/Torre do Tombo (AN/TT), Alfandega do Funchal, Alf. n.º 153, caja 47, f. 38 v. En 1768
la corbeta holandesa Meddeloo, del que era maestre Alberto Stockman, vecino de Ámsterdam, partió de esa
ciudad, hizo escala en Madeira y Canarias antes de dirigirse a San Eustaquio.
105
C. Minguet, “Documentos inéditos sacados del Archivo Nacional de Francia y relativos al comercio canario-
americano (1713-1785)”, IV Coloquio de Historia Canario-Americana (1980). t. I, Salamanca, 1982, p. 691.
106
G. Glas, Descripción de las Islas Canarias (1764), Santa Cruz de Tenerife, 1982, p. 142.
107
J.R. Bruin, F.S. Gaastra y I. Schöffer (eds.), Dutch-Asiatic shipping in the 17th and 18th centuries. Vol. II.
Outward-bound voyages from the Netherlands to Asia and the Cape (1595-1794), La Haya, 1979, pp. 172-173
(Rijks Geschiedkundige Publicatiën. Grote serie, 165-167), Uno de ellos es el Duivenbrug, que naufragó en
aguas próximas a Canarias cuando se dirigía a Batavia en 1777.
108
AN/TT, Alfandega do Funchal, Alf. n.º 146, caja 45, f. 7 r. Un ejemplo es el bergantín holandés Alasta, del
que era maestre Joan Hay, vecino de Rótterdam, que en 1727 vino de esa ciudad, haciendo escala en Madeira
y siguiendo rumbo para Canarias. Por poner otros ejemplos a lo largo del siglo xviii, en el nº 148, caja 45, f.
189 r. En enero de 1745 llegó a Madeira un bergantín portugués procedente de Santa Cruz de Tenerife con
algunas encomiendas que traía de Holanda; en n.º 470, Entrada de barcos, f. 96 v. En 1760 llegó a Madeira
la corbeta holandesa Ana Catarina, da la que era maestre Federico Peck, vecino de Rótterdam, de donde llegó
con dirección a Canarias, con carga de hacienda; Alf. n.º 155, caja 48, f. 190 v. En 1776 procedente de Ámster-
dam entró en Funchal la corbeta holandesa De Waaksaamheyt, del que era maestre Fijeerd Janssen Havanger,
vecino de esa ciudad, con dirección a Canarias, cargando duelas de pipas y otras haciendas,

– 347 –
Germán Santana Pérez

de pimienta negra y cuarenta y cinco varas de paño entrefino109. Además también se im-
portaba lino de Nueva Inglaterra, tablas de roble, carne de vaca salada y caballos110. En las
dos últimas décadas del siglo xviii Holanda supone todavía el 5,9% de las llegadas euro-
peas del comercio exterior de Tenerife, por detrás solo de Inglaterra, Francia, Portugal, la
Península Hispana y Hamburgo. Es sin duda con Ámsterdam con la que se establecen
más tratos, con el 57,14% de los viajes que tenían como origen Holanda.
El paso por Canarias hacia las factorías holandesas africanas no se pierde. Las embarca-
ciones que se dirigen a San Jorge de Elmina o El Cabo pasan por Canarias y hacen escala
en ella para dejar artículos holandeses y sobre todo para reponer el avituallamiento nece-
sario, amen de algunas pequeñas reparaciones. Un ejemplo es el navío holandés Owerherd,
que llega a Gran Canaria el 23 de octubre de 1757. Su capitán es Pedro van de Parre y llega
desde Ámsterdam y hace escala por falta de agua y bastimentos. Se dirige a San Jorge de
Elmina, cargado de armas, fardos y otros efectos. Trae a bordo a Lambert Jacob Venteti,
que iba como gobernador y general de ese territorio, componiéndose su comitiva de 91
personas111.
Fruto de la actividad holandesa en las islas sería el establecimiento del primer consula-
do extranjero. El nacimiento del consulado holandés data de 1649 y su actividad perviviría
a lo largo de toda la Época Moderna. Los cónsules holandeses en las islas fueron Baltasar
Polster (1649-1655), Jan Runtvleesch (1656-1659), Artur Seneschal (1659-1661), Emanuel
Dommer (1661-1680), Gerard Grashuysen (1680-1689), Jacobus Beeltsnijder (1690-1733),
Aernout van Steinfurt (1733-1780)112, Hendrick Christiaan Bull, cónsul adjunto (1774-
1780), Pieter Muller (1780-?) y Pieter Beets (1797-1808)113.
El trabajo de los cónsules era enorme: recopilar información para los Estados Gene-
rales de la situación política, social y económica en Canarias, atender a los mercaderes y
compatriotas holandeses, ocuparse de las disputas entre holandeses y la población españo-
la, mirar por el bien de los enfermos de su nacionalidad, informar y atender, en la medida
de lo posible a los naufragios sufridos por holandeses114, etc.
Los holandeses se interesaron también por establecer un cementerio para sus súbditos
de religión protestante, siempre que se respetaran los artículos de los tratados internacio-
nales a este respecto, con la promesa de adquirir los terrenos necesarios siempre que el

109
G. Santana Pérez, “Un estudio del tráfico marítimo canario a finales del siglo xviii. Gran Canaria en los años
1792-1793”, XV Coloquio de Historia Canario-Americana (2002), Las Palmas de Gran Canaria, 2004, p. 903.
110
A.-P. Ledru, Viaje a la isla de Tenerife (1796), La Orotava, 1982, p. 96 y p. 98.
111
Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 550. El navío es de porte 250 toneladas, tiene 22 cañones y 40
hombres de tripulación.
112
En 1738 también había un cónsul interino: Pedro du Tour (Véase O. Schutte, Repertorium der Nederlandse
vertegen woordigens, residerende in het buitenland, 1584-1810, La Haya, 1976. Cónsules en Canarias: pp, 423-
425.
113
NA en “Toegangen” sobre la Directie van Levantse Handel en De Navigatie in de Middellandse Zee.
114
NA, Levantse Handel, 1614-1828, invº 174. En 1789 llegaba noticia al cónsul de Cádiz a través de Canarias del
naufragio de un barco holandés, comandado por el capitán Guerrit Liemering, que venía de Surinam hacia
Ámsterdam, debido a una tormenta, si bien su tripulación se pudo salvar.

– 348 –
Los holandeses y la utilización de Canarias como puerta atlántica durante los siglos xvi-xviii

cónsul buscase la financiación necesaria, independientemente de los Estados115. Este he-


cho demuestra que algunos de ellos realizaron una activa vida social en Canarias, además
que el camposanto protestante era una necesidad para su espiritualidad.
Todavía a principios del siglo xix subsistía la actividad comercial holandesa en las
islas, si bien de manera residual, muy superada por la intervención de otras potencias. Su
actividad se centraba en el transporte de alguna mercancía desde Tenerife a Cádiz o en
la llegada de barcos a esa misma isla desde Ámsterdam o Rótterdam en 1803 y 1804, bajo
pabellón holandés o de otro Estado116.

Conclusión

El interés de los holandeses sobre Canarias fue cambiante durante estos tres siglos.
Durante el siglo xvi y la primera mitad del xvii estuvo claramente condicionado por la
coyuntura bélica. En la segunda mitad del xvii y en el xviii por el propio potencial eco-
nómico de los holandeses y sus vicisitudes. Aunque los productos que se exportaban al
archipiélago eran atractivos desde un punto de vista comercial, lo mismo que los artículos
canarios que se conseguían allí, siempre estuvo presente la idea de utilización de este
territorio como plataforma para dar el salto a otros lugares: norte de África, África subsa-
hariana, América, las otras islas del Atlántico. Las posibilidades de contrabando fueron,
sin duda, uno de los valores de estas islas. El momento álgido de esta relación debemos
situarlo en el tercer cuarto del siglo xvii, justo después de la Paz de Münster.
Lo que no varió a lo largo de las centurias fue el mismo carácter del comercio, en el que
Canarias jugaba el papel de suministrador de materias primas a cambio de manufacturas,
dentro de un marco de intercambio desigual, y en el que el control de las transacciones
estaba liderado por los holandeses. Las limitaciones para acaparar un volumen importante
de las producciones canarias que se exportaban, particularmente del vino, condicionaron
el número de la colonia holandesa asentada en las islas y el peso específico de los de esta
procedencia con respecto al papel de los ingleses.

115
NA, Staten van Holland 1572-1795, invº 183, p. 989 y en invº 182, p. 828.
116
G. Hernández Rodríguez, Estadística de las Islas, pp. 532 y 538-541.

– 349 –
Germán Santana Pérez

– 350 –
La mujer flamenca del mundo de los negocios
en la Sevilla del siglo xviii

Mercedes Gamero Rojas


Universidad de Sevilla
GHSA UCO

En 1697 nació en Cádiz Isabel María van Hemert, que morirá en Sevilla sesenta y ocho
años después, tras una vida dedicada al comercio y los negocios. Como su padre, como
sus hermanos, como sus maridos, sus cuñados, sus hijos, sus yernos y como Isabel y Teresa
Jacobs, las hermanas Pellaert, Catalina Huneus, Antonia Manteau y tantas otras mujeres
que vivieron en la Sevilla del siglo xviii. Este trabajo pretende un acercamiento al papel
desempeñado por estas mujeres, en esta ciudad y en este siglo, circunscribiéndonos a las
pertenecientes a familias flamencas y neerlandesas pertenecientes al mundo de los nego-
cios, territorio amplio y de límites indefinidos que cabalga entre la nobleza y la burguesía,
con el punto común de operar entre dos o más países y que hemos estudiado Manuel
Fernández Chaves y yo en algunos trabajos, algunos de los cuales ya han visto la luz1.
Sería necesario comenzar definiendo el término flamenco, cuestión no fácil: ¿se debería
incluir solo a los nacidos en los Países Bajos? ¿Y a sus hijos? ¿A los miembros de la Her-
mandad de San Andrés? ¿A los autoadscritos como tales, aunque fuesen neerlandeses, ale-
manes o daneses? ¿Habría que ser más amplio, salir de los límites oficiales e incluir a los ya
naturalizados pero que continuaban teniendo relaciones económicas, familiares y sociales
con su país de origen? ¿Se puede llegar a conocer si existía una “conciencia de ser flamen-
co” independientemente de la residencia, lugar de nacimiento o adscripción oficial?
Bajo la denominación de flamenco se adscribían personas de diversos orígenes a los
que les interesaba acogerse a los privilegios obtenidos por la nación flamenca a comienzos
del siglo xvii, ocultar la proveniencia de un país en guerra con el que podía haber restric-
ciones comerciales y mantener en la oscuridad un pasado quizás no católico. Las meta-
morfosis de los apellidos indican un deseo de adaptación a la identidad más conveniente
en cada momento: Koninck-Conique, Paallaert-Pelaert-Pelarte, Craivincquel-Clavinque-
Tienda del Cuervo, etc., estrategia común a familias de otros orígenes, como los irlandeses
Blanco-White. De todas formas, las personas dedicadas a los negocios internacionales

1
“Flamencos en la Sevilla del siglo xviii: entre el norte de Europa y América”, en F. Navarro Antolín (ed.),
Orbis Incognitus. Avisos y legajos del nuevo mundo. Homenaje al profesor Luis Navarro García, Huelva, 2008,
II, pp. 211-220; “La identidad de las mujeres en la burguesía de los negocios de Andalucía occidental. Siglo
xviii”, en Familias y relaciones diferenciales: género y edad, Murcia, 2009, pp. 65-81.

– 351 –
Mercedes Gamero Rojas

tenían un carácter cosmopolita y multicultural: irlandeses nacidos en Amberes, casados


en Sevilla, con hijos en Faro o Londres; franceses sevillanos de nacimiento de madre
irlandesa y casados con flamenca, etc. Las combinaciones podemos extenderlas ad infini-
tum y, por encima de autoadcripciones interesadas o adscripciones oficiales, se plantea el
interrogante de si se produce un sentimiento de pertenencia a una comunidad concreta
o coexisten varios en una misma persona. En un trabajo reciente, Fernández Chaves y yo
analizamos esta cuestión en varias mujeres Sonnet Manteau, de origen franco-flamenco y
nacidas en Sevilla, a través de los numerosos legados testamentarios a parientes flamencos
y franceses, unos residentes en esta ciudad y otros en el exterior2.
Nos ocuparemos, pues, de las mujeres pertenecientes a familias dedicadas al comercio
y los negocios, que mantenían relaciones familiares y de negocios con los Países Bajos y
las Provincias Unidas y cuyos padres y maridos habían nacido allí. En tales circunstancias
encontramos unos cuarenta apellidos diferentes a lo largo del siglo, aunque no de todos
ellos hemos podido encontrar referencias familiares extensas. Las fuentes preferentemente
utilizadas han sido las escrituras notariales depositadas en el Archivo Histórico Provincial
de Sevilla: los testamentos, inventarios y particiones ofrecen la posibilidad de reconstruir
el entramado familiar, los niveles de fortuna y el radio de acción de los negocios; las
capitulaciones matrimoniales, dotes y arras se refieren más concretamente a la posición
de la mujer en el matrimonio; y los poderes, deudos, cartas de pago y cancelaciones,
protextos, compras y arrendamientos de bienes inmuebles y otras escrituras nos permiten
adentrarnos en el conocimiento de las actividades económicas de la colonia flamenca y
neerlandesa. También hemos buscado información en el Archivo Histórico Provincial de
Cádiz sobre algunas familias asentadas en Sevilla que procedían de aquella ciudad o tenían
familiares en ella, como los Gand, Van Hemert, Coghen… Los procesos de hidalguía y
los reconocimientos como tales en algunos municipios ofrecen una interesante informa-
ción, no solo sobre los interesados y sus familiares, sino sus testigos; el excelente Archivo
Municipal de Carmona recoge los de algunos miembros de las familias Manteau, Jacobs,
Keyser, Van Hemert. Los Archivos de la Real Chancillería de Granada o el Histórico
Nacional nos ofrecen datos sobre estos mismos temas, y sobre concesiones de hábitos de
Órdenes militares. En el Archivo Municipal de Sevilla hemos encontrado información
sobre vecindades y en el Archivo General de Indias datos referentes a las relaciones de
cualquier tipo con aquellos territorios ultramarinos.

La mujer en la familia flamenca

En todo lo que llevamos dicho nos hemos referido repetidamente a la familia, lo que
parece circunscribir a la mujer a su papel en dicho ámbito, al círculo privado al que todos
los mensajes religiosos y normas jurídicas pretendían reducirla. Pero hay que tener en

2
“La identidad de las mujeres”.

– 352 –
La mujer flamenca del mundo de los negocios en la Sevilla del siglo xviii

cuenta la función protectora que tenía la familia en una sociedad en que apenas había más
cobertura que ella, no solo para el ascenso o el mantenimiento de la posición, sino incluso
la subsistencia. Así, todos los miembros del grupo se debían a ella y tanto más en familias
dedicadas al volátil mundo de los negocios y que operaban además entre plazas mercanti-
les diversas, necesitadas de relaciones de confianza que actúen de corresponsales, preferi-
blemente con lazos de parentesco. Las relaciones son un capital muy deseable, tanto más
en familias que se creaban fuera del lugar de origen y sin una red extensa de parentesco
y clientelazgo, que precisamente reelaborarán por medio de las alianzas matrimoniales.
Así, si un extenso número de hijos varones permitía que cada uno de ello desarrollase su
actividad profesional en una plaza mercantil o que diversificasen sus ocupaciones para
cubrir todos los frentes necesarios para una mayor red de influencias –negocios, clero,
milicia, administración3–, las hijas permitían establecer relaciones de parentesco con so-
cios, corresponsales, miembros de la misma nación o personas del país que propiciasen el
arraigamiento o el ascenso social. Para el excedente, siempre quedaba el celibato, secular o
eclesiástico. El modelo de organización familiar, así, depende de las necesidades específi-
cas de cada dedicación profesional, más que de áreas geográficas diferentes.
La comunidad de flamencos dedicados a los negocios asentados en la Sevilla del si-
glo xviii es un buen ejemplo de lo antes dicho, dado que sus negocios eran una ocupación
altamente arriesgada y dependiente de miles de circunstancias ajenas a la capacidad pro-
fesional y el esfuerzo, tal como las relaciones políticas entre los países con los que operan
o la situación climatológica que influía en la abundancia o escasez de algunos de los pro-
ductos exportados, como el aceite o el trigo, o que estrechaban y ampliaban la demanda
de los productos manufacturados que expandían por Extremadura, Andalucía e incluso
Levante. Ante todo ello, la mujer, y no solo flamenca, se debía al grupo familiar al que
pertenecía y que también la protegería llegado el caso.
Esta cobertura sería aún más necesaria tras la separación de los Países Bajos de la mo-
narquía hispánica en 1713, pues privó a los flamencos de los privilegios concedidos a su
nación, entre los cuales la concesión de un juez conservador y la fundación de un hospital.
El deterioro del comercio durante la Guerra de Sucesión4 y la disminución de la colonia
flamenca hizo insuficientes sus recursos, por lo que el mayordomo don Luis Doye solicitó
de la Corona el mantenimiento de los privilegios, lo que se les concedió por Real Cédula
de 29 de agosto de 1731, en atención a que “ha sido vuestra primera intención, y la de
3
Ejemplo de este reparto de ocupaciones lo encontramos en los miembros de la familia Gand, quienes se dedi-
carán a los negocios, como Nicolás Gand Manteau, mientras su hermano Carlos llegaba a mariscal de campo
a fines del siglo xviii. Francisco Craywinckel se ocupará, en la primera mitad del mismo siglo, a los negocios
y la explotación de su hacienda olivarera “Clavinque”, situada en Mairena del Alcor, mientras su hermano
Bartolomé, cambiando su apellido por Tienda del Cuervo, marchará a Indias con cargo de gobernador
militar a comienzos de la segunda década del siglo xviii; sus hijos y los descendientes de estos continuarán
con las ocupaciones militares. (A)rchivo (H)istórico (N)acional OM-Caballeros Santiago expedientes 8054,
8055 y 8056. Expedientes de caballeros de Santiago de sus hijos Francisco, José y Manuel Tienda del Cuervo.
4
A. García-Baquero González, Cádiz y el Atlántico, 1717-1778: el comercio colonial bajo el monopolio gaditano,
Sevilla, 1976, pp. 305-351; “El comercio andaluz en la Edad Moderna: un sistema de subordinación”, en M.
Lobo Cabrera y V. Suárez Grimón (eds.), El comercio en el Antiguo Régimen, III, Las Palmas, 1994, pp. 91-107.

– 353 –
Mercedes Gamero Rojas

vuestros pasados, sacrificarse en servicio de la Corona, como fieles vasallos, acreditándola


en las gloriosas defensas que hicieron, y haveis hecho en el siglo passado, y presente, con
los mayores esfuerzos, deseando se conservase mi soberanía en aquel pais”. De resultas de
ello, se les concedió que recuperasen un juez conservador, que será el regente de la Au-
diencia, y todos los naturales de Flandes serán obligados a matricularse en la Hermandad
de San Andrés y contribuir a ella para su mantenimiento5.
Entre las estrategias para crear las redes clientelares estaba la endogamia, entre varias
familias repetidamente entrelazadas entre sí hasta el punto de ser prácticamente una sola.
Es el caso de las familias Jacobs, Malcampo (Maelcamp) y Vandewoestyne: María Teresa
Jacobs Pellaert, nacida en Sevilla en 1717, que vino con sus padres a Sevilla, tras las paces
de Utrecht y Rastadt6; en mayo de 1735 casó en Sevilla con su primo Carlos Felipe Mal-
campo, nacido en Gante, hijo de Felipe Malcampo y Teresa Jacobs. Tras quedar viuda el
1 de mayo de 1737, con una hija y embarazada de otra, se volvió a casar con un primo de
su primer marido, Carlos Vandewoestyne Malcampo7, señor de Hansbecke y Wilhem y
asimismo nacido en Gante, cuya hermana estaba casada con un Malcampo, hijo a su vez
de una Vandewoestyne. Evidentemente, tan repetidos matrimonios a tres bandas reforza-
ba su comercio en el eje Gante/Sevilla/Indias.
Los matrimonios con flamencas y neerlandesas ya nacidas en Sevilla o Cádiz acerca-
ban las posibilidades de acceso al comercio americano, uno de cuyos requisitos era estar
casado con natural de estos reinos. Era frecuente que un comerciante nacido en el exterior
buscase casarse con una hija de flamenco ya nacida en Sevilla, o Cádiz. Así lo hizo en 1738
Carlos Luis de Gand, natural de Amberes y avecindado en Cádiz, con la sevillana Antonia
Manteau, hija de Luis Manteau y Catalina Huneus8. Por su parte, Francisco Craywinckel,
nacido también en Amberes, casará primero con la sevillana Inés Malcampo Omazur, hija
de Isabel Omazur Malcampo, y después con Ignacia Omazur9. También utilizaban vías
alternativas para comerciar con las Indias por medio de intermediarios, como la familia
Jacobs Pellaert hacía frecuentemente con José de Goyeneta y Echarri, habitual consigna-
tario de familias flamencas, que acabará casando con Isabel Jacobs Pellaert. De la misma
manera, Norberto José Vernimen van Hemert se acercó al comercio indiano casando en
1754 con Lucía Havet y Maestre, producto del matrimonio de dos familias flamencas
sevillanas muy activas en tales actividades10.
Además de la endogamia entre las mismas familias, existía la búsqueda de lazos fami-
liares dentro de la misma comunidad flamenca y preferentemente con aquellos con los

5
Biblioteca General de la Universidad Hispalense, A111/124(2).
6
(A)rchivo (M)unicipal de (C)armona, leg. 2420, s.f.
7
(A)rchivo (H)istórico (P)rovincial de (S)evilla. (P)rotocolos (N)otariales de (S)evilla, leg. 5.198 f. 210 y ss; leg.
13.158 ff. 1.014 y ss.
8
AHPS PNS, leg. 12.035, f. 1.147. Escritura de carta de pago de la dote de Isabel van Hemert a Catalina
Huneus, madre de la novia.
9
AHPS PNS, leg. 5198, ff. 339 y 342. Curaduría adlitem de los hijos de ambos matrimonios.
10
Como podemos ver en R. Sánchez González, El comercio agrícola de la Baja Andalucía con América en el
siglo xviii. El Puerto de Santa María en el tercio de frutos, El Puerto de Santa María 2000.

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La mujer flamenca del mundo de los negocios en la Sevilla del siglo xviii

que ya se tenían relaciones de negocios o eran socios, con inclinación hacia los que ya te-
nían una situación económica muy asentada. Esto es especialmente cierto en las primeras
generaciones venidas, que necesitaban una mayor cobertura familiar ante posibles dificul-
tades, tanto económicas como causadas por la muerte del cabeza de familia. El caso más
claro es el de Pedro Pellaert, nacido en Brujas en 1655 y marido de María Marcela de Soto
Nogueira, que casó a sus tres hijas Teresa, Ana e Isabel, a comienzos de la segunda década
del siglo xviii, con tres comerciantes flamencos, socios entre sí y, como él, nacidos en
los Países Bajos y avecindados en Sevilla: Jorge Jacobs, natural de Gante, Livino Leirens,
natural de Grammont, y Luis Doye, natural de Audenarde. Los tres cuñados continuaron
la sociedad hasta la muerte del primero en 1726 y de los otros dos en 1734. Por su parte,
Gil Huneus, nacido en Amberes en 1653, casó en 1701 a su hija Catalina, nacida en Cádiz
en 1683, con su socio Luis Manteau, natural de Amberes donde nació en 166211; y a su hija
Juana con Bartolomé Craywinckel, intendente general del reino de Santa Fe en América y
hermano de Francisco, próspero hombre de negocios de Amberes asentado en Sevilla. Su
hijo varón Carlos Huneus Buquett, casado con una Malcampo, continuará las estrechas
relaciones económicas con la familia Manteau, hasta el punto que su hijo Carlos José,
presbítero prebendado de la catedral, nombró en 1785 albacea a su primo Luis Manteau
Huneus12.
En otros casos, la alianza familiar fortalecía la relación económica persistente entre dos
o más plazas, como Sevilla, Cádiz o Amberes, propiciando la existencia de diversas ramas
familiares en distintas ciudades. Así, Martín Guillermo Van Hemert, natural de Haerlem
y vecino de Cádiz, casó a su hija Isabel María Van Hemert Schrinmackers, en 1710, con el
comerciante avecindado en Sevilla Norberto Vernimen, nacido en Amberes13. La relación
con Amberes era buscada por Van Hemert, puesto que en su primer matrimonio, en 1685,
casó con Isabel María Risquens, natural de esta ciudad; igualmente estrechó las relaciones
con Sevilla enviando a su hijo penúltimo Andrés Nicolás, sin haber cumplido aún ocho
años, a vivir con su hermana a la ciudad hispalense, donde ya estudiaba teología Martín
Guillermo hijo14. Su hijo mayor, Francisco, por su parte, casará con su prima hermana
Teresa de Lie, hija del hombre de negocios Jonás de Lie y de Isabel Francisca Schrinmac-
kers. El matrimonio también servía para reforzar las relaciones con el país de origen. Por
ejemplo, la gaditana Bárbara Gand Vittermont, hija de Claudio Luis de Gand fue enviada
preadolescente a Amberes con su abuela, Cornelia de Lins, previsiblemente para que le
buscara allí un matrimonio, aunque murió en 1741, demasiado joven para ello15.
La alianza con familias dedicadas a negocios similares pero de otros orígenes podía
reforzar las propias posiciones ampliando los mercados. La comunidad francesa había ido

11
AHPS PNS, leg. 5.198, f. 239. Declaración de María Catalina Huneus en 1735.
12
AHPS PNS leg. 6.513, f. 256.
13
AHPS PNS, leg. 11.993, f. 1.089. Dote de Isabel van Hemert en 1710.
14
(A)rchivo (H)istórico (P)rovincial de (Ca)diz, leg. 1.578, ff. 863 y ss. Fundación de capellanía por Martín
Guillermo van Hemert en 1715.
15
AHPCA, leg. 3.616, f. 513.

– 355 –
Mercedes Gamero Rojas

tomando posiciones a lo largo del siglo, sobre todo en el mercado de la lana y el aceite y
la importación de manufacturas, hasta el punto que hacia finales de siglo había una in-
versión de la importancia relativa de ambas naciones. Esta circunstancia quizás explique
la facilidad de relaciones entre ambas comunidades. El caso más claro es el de la familia
Manteau que enlazará con la francesa Sonnet, y a través de ella con otras familias galas:
Arboré, Bernís, Charles, Behic, Bernede, con miembros dedicados al comercio y los ne-
gocios tanto en Sevilla como en Cádiz16.
También era frecuente establecer relaciones familiares con jóvenes pertenecientes a las
hidalguías locales de las principales villas y ciudades del reino, buscando las influencias en
las administraciones locales para los arrendamientos de ciertos productos, la provisión de
trigo importado y asegurarse la producción de lana y aceite entre los parientes e iguales de
su mujer. Así, encontramos mujeres nacidas en Carmona, Marchena, Morón, Utrera, An-
tequera y otras principales poblaciones. Por ejemplo, don Juan Manuel Colarte, gaditano
con hermanos asentados en Sevilla, casa con una antequerana, Josefa Rosa Aguirre y Ber-
nuy17, o Antonio María Blommaert, natural de Gante, que casó en 1743 con la utrerana
María Gertrudis de Cambra y Varela. Y también Norberto José Vernimen Van Hemert,
cuya segunda mujer, en 1765, fue Juana Lancarguren, nacida en Morón. Nicolás Francisco
Omazur Malcampo lo hizo a comienzos de siglo con Clemencia de Zuleta Dávila Ponce
de León, perteneciente a una familia hacendada en Lebrija, así como Francisco Zuleta
Reales y Córdoba que casó en 1722 con la hija de los anteriores, Isabel. O Guillermo
Clarebout, nacido en Flandes en 1639, que casó en 1684 con una joven de Écija llamada
María Josefa Tello. Estos matrimonios son también una vía para la consolidación del
ascenso social ya logrado y el último caso es un buen ejemplo de ello, pues María Josefa
era hija de Garci Tello de Eslava y Sandoval, hijodalgo reconocido en Ecija y caballero de
Calatrava, al igual que el mismo Clarebout, también familiar del Santo Oficio y Alguacil
Mayor. La hija de ambos, Ana María, casó en 1700 con José Bernardo de Quirós, señor
de Burguillos, y su otra hija, Manuela, lo hizo con Alonso Joaquín Thous de Monsalve,
marqués de Valdeosera, hijo de los condes de Benajiar18.
Como vemos, algunos flamencos habían conseguido, como en el caso anterior, un
hábito, o incluso un título, como Nicolás del Campo Rodríguez de las Varillas, primer
marqués de Loreto en 1766 y Felipe Sergeant el de marqués de Monteflorido, concedido
en 177119. Algunos de ellos tenían un origen noble y aducían, a la hora de ser reconocidos
16
Catalina Manteau Huneus casó en 1733 con José Sonnet Charles, con quien tuvo nueve hijos, que casaron
con franceses, sevillanos y manchegos. AHPS PNS leg. 3.812 f. 725, testamento de Catalina Manteau.
17
M. Bustos Rodríguez, Burguesía de negocios y capitalismo en Cádiz: Los Colarte (1650-1750), Cádiz, 1991, pp.
206-218.
18
A pesar de ello su biznieto Joaquín Clarebout y Albizu, maestrante de Sevilla, vio denegada en 1796 su
solicitud de llave de gentilhombre de cámara. (A)rchivo (G)eneral de (S)imancas, SGU, 7.321, 32, ff. 72-73.
Estrategias similares las ha descrito M. Begoña Villar para el círculo de comerciantes extranjeros, sobre todo
británicos, de la Málaga del siglo xviii: “Las mujeres de la burguesía mercantil malagueña del siglo xviii:
estrategias familiares y vida cotidiana”, en M.B. Villar García, Vidas y recursos de mujeres durante el Antiguo
Régimen, Málaga, 1997, pp. 131-165.
19
Elenco de Grandezas y Títulos Nobiliarios Españoles, Madrid, 1997, pp. 539 y 623.

– 356 –
La mujer flamenca del mundo de los negocios en la Sevilla del siglo xviii

hidalgos, que tras la Guerra de Sucesión había perdido sus propiedades y se habían vis-
to compelidos a dedicarse al gran comercio para conservar el gran nivel que tenían sus
familias: “mucho […] habían padecido sus familias en las revoluciones de los Países Ba-
jos reduciéndolos a extremidades lastimosas y dañosas a su nacimiento … presisando a
sus antecesores a tomar el recurso del comercio por mayor a fin de poder sobstener sus
familias con la desensia proporcionada a su origen”, según se decía en el expediente de
hidalguía de los Jacobs Pallaert20. Efectivamente, Carlos Jacobs Pallaert Van Saceghem y
Soto Nogueira era señor de Westwaelles y su cuñado Carlos Vandewoestyne Malcampo,
señor de Hansbeke y Winhem en Flandes. Las dos hijas de la mujer de este último, Teresa
Jacobs y Pallaert, casaron con dos títulos: Maria Teresa Malcampo y Jacobs con el marqués
de Sortes e Isabel Vandewoestyne y Jacobs con el marqués de Llanos de Alcázar caballero
de Santiago y oidor de la Chancillería de Granada.
La dote y las arras jugaban un papel protector de la mujer casada, pues, aunque la ad-
ministraba el marido, tras quedar viuda quedaba a su disposición, así como a salvo de una
posible reclamación de acreedores, algo no tan raro en el mundo de los negocios en que se
movían. También era un reclamo para hacer a la mujer más atractiva en el mercado ma-
trimonial en la búsqueda de las relaciones más apetecibles según los intereses antedichos.
En el caso de las familias dedicadas a los negocios, como las que tratamos aquí, la
estrategia matrimonial era esencial, dado el riesgo perpetuo en que desarrollaban sus
actividades económicas, siempre dependientes de condicionantes absolutamente incon-
trolables, como la política exterior y la climatología, pues los malos años reducían drásti-
camente el consumo de las manufacturas que ellos traían en retorno y que hacían difícil
la cobranza de lo adeudado por la extensa red de mercaderes, dispersos por Andalucía y
Extremadura, a los que surtían. Así, lo aportado al matrimonio por las mujeres de estas
familias era muy flexible y muy difícil de calibrar por el futuro marido, pues la dote iba
a cuenta de la legítima y ésta podía sufrir graves variaciones a la muerte del padre. En el
caso frecuente de que suegro y yerno sean previamente socios, la cantidad de la dote, no
digamos que es irrelevante, pero sí secundaria a la hora de establecer el matrimonio y se
busca primordialmente asegurar una relación económica y el mantenimiento de unos
negocios en el caso del fallecimiento de uno de los dos, y de hecho suelen ser albaceas
uno de otro. Las relaciones adecuadas, en este caso son en sí un capital, posiblemente
más interesante que una cantidad determinada. Para un joven que está empezando es una
forma de asegurar una posición y posibilitar un ascenso; para el suegro es posible que le
resultase más atractivo este joven por sus aptitudes que por la fortuna que haya logrado
en ese momento. Si ocurriese la muerte de uno de los dos, sería posible la supervivencia
de los negocios familiares que permitan mantener la familia, ya que suegros, yernos y
cuñados mantendrían la compañía familiar y cuidarían a los menores huérfanos. No tan
diferente es el caso de que yerno y suegro (o suegra) no sean socios pero tengan negocios

20
(A)rchivo (M)unicipal de (C)armona, leg. 2.420.

– 357 –
Mercedes Gamero Rojas

similares o sean corresponsales en diferentes plazas. Lógicamente, si lo que se pretende es


un ascenso social, la dote será un atractivo inevitable para atraer al novio con el color de
la sangre deseada.
Avalando lo dicho, hay casos en que la novia no aporta nada, como es el caso de doña
Juana Vandesande, nacida en Bruselas, cuando en 1724 casó con Francisco Vanderwilde,
que no llevó ninguna dote ni heredó en los seis años siguientes a la boda. Posiblemente las
relaciones de las que hablamos hayan jugado un papel esencial, puesto que ambos contra-
yentes son hermanos de dos personajes destacados en la Hermandad de San Andrés: ella,
de Pedro de Vandesande, capellán mayor desde 1732; y él, de Juan Bautista Vanderwilde,
tesorero en 173121. Tampoco llevará dote a su primer matrimonio con Benito van Hee,
en 1731, Teresa Vernimen, hija de don Norberto, su socio hasta su muerte el año anterior,
teniendo en su haber un capital de 72.000 rs de plata22. Esta especial circunstancia proba-
blemente hacía conveniente el matrimonio sin necesidad de mediar una dote.
La dote se fijaba entre las partes y no necesariamente se entregaba de una vez al co-
mienzo, sino que podía darse un adelanto inicialmente, generalmente ropa y joyas, y se
prometía entregar más tarde la cantidad, a veces con expresiones muy inconcretas como
“cuando se pueda”, “poco a poco” o “más adelante”. Por ejemplo, cuando Catalina Verni-
men van Hemert casó en 1732 con Bernabé de Riaza y Velasco, contador en la Contaduría
Mayor de Cuentas, su madre Isabel van Hemert prometió por dote la legítima paterna,
cuando pudiese terminar la partición de don Norberto Vernimen que estaba en manos
del juez conservador, y entregó a cuenta diferentes alhajas y ropa por valor de 11.390
pesos. Bien que también llevó otras alhajas que le regaló su tío Jacome Vernimen y otros
parientes valoradas en 1.772 pesos. Ejecutada en 1735 la partición de su padre Norberto
Vernimen por el contador Pedro Mexía Carrero y aprobada por auto del teniente de asis-
tente Pedro de Saura y Valcarcer, le correspondieron 317.192 rs 13 mrs en alhajas, ditas,
efectos y contado, y doña Isabel, tras haber recaudado alguna cantidad, le entrega a cuenta
de esta cantidad 5.221 rs 23 mrs en pintura y muebles23. En estos momentos aún había
hermanos menores que tutelaba la madre y el desmembramiento del capital dejado por
el padre podía ser fatal para la continuidad de los negocios familiares, por ello, el cobro,
no solo de la dote sino de la legítima, se alargaba en el tiempo de forma indeterminada,
pero también beneficiosa a la larga. Teresa Keerse, hija de Jacobo Constantino Keerse y
Antonia Vicq, llevó una cantidad sensiblemente inferior cuando se casó en 1759 con Juan
Bautista van Rinderghem, natural de Gante, 30.000 rs, que incluía dos años de manu-
tención en casa de los padres de ella a 2.750 rs cada uno y alhajas de oro y piedra, más
ropa24. La legítima paterna, por el contrario, se pondrá difícil dado que la compañía que
Keerse tenía con Francisco Agustín Nuytens quebrará en 1757. Un ejemplo más es el que
21
AHPS PNS, leg. 5.193, f. 740, poder de testar mutuo de Francisco Vanderwilde y Juana Vandesande; leg.
14.673, f. 485, nombramiento de escribano por la nación flamenca.
22
AHPS PNS, leg. 5.200, f. 360, testamento de Benito Van Hee.
23
AHPS PNS, leg. 12.029, f. 1372, dote de Catalina Vernimen en 1735.
24
AHPS PNS, leg. 3.801, f. 77, dote de Teresa Keerse en 1763.

– 358 –
La mujer flamenca del mundo de los negocios en la Sevilla del siglo xviii

aporta el matrimonio entre el comerciante de avecindado en Cádiz Claudio Luis de Gand


y Antonia Manteau Huneus, que llevó como dote 55.193 rs 20 mrs en alhajas, efectos y
dinero. Claudio tenía en esos momentos un capital de 202.500 rs, más 53.200 rs, que le
donó su madre Cornelia Lins25. La dote tiene en este caso una importancia relativa menor
respecto al capital del marido, que la de la primera mujer de este, Luisa de Vittermont,
que ascendía a 4.022 pesos escudos en alhajas, dinero y ropa cuando casó en 1721 con el
capital de Gand en ese momento, 10.000 pesos26.

La mujer flamenca y las actividades económicas

En el mundo de los negocios, pues, la dote no suponía un perjuicio económico para


la familia puesto que las relaciones que se conseguían a cambio del matrimonio eran en
sí un capital no mensurable. Exactamente una inversión. Más gravoso era, con una legis-
lación sobre sucesiones que garantizaba la herencia igualitaria de hembras y varones en
los dos tercios del capital dejado por los padres, dejar a las hijas solteras. Si entraban en
religión, renunciaban frecuentemente a las legítimas en favor de los padres a cambio de
una pequeña cantidad diaria por los días de su vida, pero si eran seglares, una vez cum-
plían los veinticinco años podían hacer lo que les pareciese con su patrimonio, sin hijos
a los que obligadamente dejar la legítima, y algunas veces lo disponían muy libremente y
fuera de los intereses familiares como vimos Manuel Fernández Chaves y yo en un trabajo
reciente27. Las mujeres no eran, además, solo un valor transaccionable, sino sujeto activo
económicamente y en muchos casos imprescindible para la subsistencia de los negocios
familiares.
Y aquí es donde claramente encontramos que si el modelo cultural y religioso res-
tringía su actividad al ámbito privado, y la legislación obstaculizaba que no fuese así, en
la realidad las encontramos en el ámbito público, dirigiendo las empresas familiares y
estableciendo negocios por su cuenta. Los ejemplos nos dicen igualmente que no solo las
llevan a ello las necesidades familiares, sino la aptitud y la actitud personal. Lo vemos, por
ejemplo, en el caso de la extensa familia Vernimen, uno de cuyos miembros, Norberto
Vernimen van Halle, vino a Sevilla desde Amberes en el entorno de 1700. A pesar de tener
numerosos hermanos varones, fue su hermana Marie Anne, casada con un médico, la que
realizaba negocios con él desde su ciudad de origen. Más adelante, sus hijos apoderarán
a su tía Isabel Hogaers, viuda de Daniel Vernimen, para que gestione sus bienes en los
Países Bajos.
El matrimonio recién constituido se daba un poder de testar mutuo y nombraban al
superviviente como albacea. Así, en caso de viudez, las vemos escriturando el testamento

25
(A)rchivo (H)istórico (P)rovincial de (CA) (P)rotocolos (N)otariales de (CA)diz, leg. 3.616, f. 513.
26
De tal cantidad dio carta de pago en nombre de Gand doña Isabel M. Vanhermet, vecina de Sevilla. AHPS
PNS, leg. 12.035, f. 1.147.
27
“La identidad de las mujeres”.

– 359 –
Mercedes Gamero Rojas

del marido, en Cádiz, como hizo el 3 de junio de 1748 doña Antonia Manteau Huneus
con el de su marido Claudio Luis de Gand28. En adelante, será ella quien encabezará la
compañía familiar en Cádiz y después en Sevilla donde formará compañía con Lom-
maert, hasta que en 1759 formó otra con su hijastro José bajo el nombre de Viuda de
Gand e Hijo, ya que los suyos propios eran menores. En 1765, José, soltero, dio a doña
Antonia poder para testar, la nombró heredera universal y marchó a Flandes, mientras ella
formaba compañía con su hijo Nicolás29. La madre de Antonia, Catalina Huneus ya había
realizado la misma función desde que murió su marido Luis Manteau en 1736 y a su vez
la madre de esta, Adriana Bouquet.
En general, realizan los mismos negocios que los hombres, aunque existen restriccio-
nes en la práctica, por ejemplo, viajar, negociar directamente con los capitanes de barco,
asistir a subastas, etc, para lo que apoderan a un varón, si es posible un familiar: la citada
Antonia Manteau y sus dos hijos consecutivamente; Teresa Vernimen y su cuñado Agus-
tín van Hee; la viuda de Jacobs, Teresa Pelarte, y su cuñado Juan Bautista Jacobs30. Suele
continuar con los mismos socios del marido, pero puede adquirir otros nuevos.
Tradicionalmente, las relaciones económicas entre Sevilla y los Países Bajos se basa-
ban en la exportación de lana para las pañerías flamencas y hacia Holanda, gran centro
distribuidor, que, como Hamburgo y Altona, la remitía a Alemania31. En el siglo xviii se
produjo una gran demanda de lana debido al proteccionismo mercantilista sobre las pañe-
rías en buena parte de Europa y junto a ella la del aceite de oliva, utilizado para lavarla y
darle suavidad, que está documentado se exportaba a este destino desde 135832. Este último
factor es el que daba importancia al puerto de Sevilla sobre los cantábricos, la cercanía
de la producción, y lo que mantuvo el interés de los comerciantes flamencos en Sevilla
en vez de trasladar sus operaciones a ese gran centro distribuidor que era Cádiz. Los
comerciantes asentados en Sevilla, sobre todo flamencos y franceses, adquirían lana por
Andalucía y hasta el norte de Extremadura y la exportaban sucia o lavada en los lavaderos
extremeños o en cualquiera de los seis existentes en Sevilla, para los que compraban aceite,
que también exportaban. De regreso, se importan mercaderías que se distribuyen por toda
el área citada y hasta Levante y Andalucía oriental; y también trigo, en competencia con
los comerciantes británicos. Este negocio, por supuesto, lo realizaban también las mujeres
flamencas cuando encabezaban las compañías o por sí mismas y requería una estrecha
vinculación con Cádiz y sus puertos, puesto que pocos barcos llegaban hasta Sevilla debi-
do a las dificultades de navegación en las que no vamos a entrar aquí, y se hacía necesario

28
APHCA, leg. 3.625 f. 534, testamento de Claudio Luis de Gand escriturado por su viuda Antonia Manteau
en 1748.
29
AHPS PNS, leg. 3.803, f. 509, poder para testar de José de Gand; f. 60 compañía entre Antonia Manteau y
su hijo Nicolás de Gand. El caso de esta familia lo estudiamos Fernández Chaves y yo en “Flamencos en la
Sevilla del siglo xviii”.
30
AHPS PNS, leg. 3.800, f. 94; leg. 5.198, f. 544, leg. 5.201, f. 227.
31
H. Kellenbez, “La industria en la Europa moderna, 1500-1750”, en La industrialización europea. Estadios y
tipos, París, 1972, reed. Barcelona, 1981, p. 62.
32
M.Á. Ladero Quesada, Historia de Sevilla. II. La ciudad medieval, Sevilla, 1980, 2.ª ed, pp. 99-100.

– 360 –
La mujer flamenca del mundo de los negocios en la Sevilla del siglo xviii

un trasbordo. Cuando en 1772 murió don José Sonnet, quedaron a cargo de su viuda
doña Catalina Manteau las lanas consignadas a diferentes sujetos y quedaron pendientes
161.091 rs de plata 30 mrs con el comerciante de Gante Guillermo Schamp, por 229 sacas
de lanas. Y también consta que tenía 41.435 rs, 12 mrs en paños remitidos a los Señores
Semers Omán y compañía, de Cádiz. El 25 de abril de 1780 despachó por el río setecientas
sacas de lana en el navio holandés Señora Esther Cornelia, anclado en la bahía de Cádiz
por cuenta y riesgo de don Antonio y don Daniel Brerens, comerciantes de Ámsterdam33.
Los grandes exportadores se convierten también en productores, comprando o arren-
dando propiedades rústicas, sobre todo haciendas de olivar, con unas construcciones a
veces semipalaciegas, que sirven no solo para la producción y el almacenamiento, sino
para el descanso y la ostentación34. Tenemos datos de la adquisición de tierras en Extre-
madura por Teresa Jacobs Pallaert, que dio poder a Mathias de Arjona, vecino de Fregenal
de la Sierra, para que “compre las fincas que le dije y pague”35. En 1771 había adquirido la
hacienda San Gregorio, Dos Hermanas, de las temporalidades de los jesuitas por 77.244
rsv., y en el mismo año las haciendas San José y Montefrío36, en el mismo término. Con las
tres juntas fundó en 1783 un mayorazgo cuya primera beneficiaria fue su hija doña María
Teresa Malcampo y Jacobs, casada con el marqués de Sortes. La hacienda Montefrío fue
muy mejorada por doña María Teresa que reedificó el caserío y construyó un segundo
molino: “El caserio nombrado de Montefrio cituado en la misma villa de Dos Hermanas
es de grande estencion de fabrica moderna y segun noticias hecho por la fundadora a
ecepcion de un pedazo de corral de quatro mil quatrocientas baras cuadradas en cuyo
terreno se halla dispuesto y lebantado plano para construir un segundo molino de azeyte
y aun principiadas algunas obras que bos la dicha poseedora habeis costeado de buestro
caudal en las cuales parece a los peritos habeis puesto seis mil reales de vellon y que para
concluir dichas obras segun el por menor de ellas que tambien espresan, se nesesitan se-
senta y nueve mil seiscientos o quinientos reales de vellon que con la contribucion [...]”37.
El comercio indiano es uno de los campos en que tenemos abundantes muestras de la
participación femenina38. En la relación de comerciantes a Indias aportada por Bernal y
García-Baquero aparece una amplia relación de apellidos flamencos y entre ellos la Viuda

33
AHPS PNS, leg. 3.818, f. 234, declaración de Catalina Manteau.
34
M.C. Aguilar, M. Gamero y M. Parias, Las haciendas de olivar en Dos Hermanas, Dos Hermanas 2001. M.C.
Aguilar, M. Gamero y M. Parias, Arquitectura y agricultura en las haciendas de olivar de Dos Hermanas, Sevilla
2004. M. Gamero y M. Parias, “Haciendas de olivar en Carmona: el proceso de formación”, en Carmona
en el siglo XIX (1808-1874), Carmona, 2005, pp. 151-163. M. Gamero y M. Parias, “Las haciendas de olivar en
Sevilla”, en La cultura del olivo, Jaén, 2007. M. Gamero y M. Parias, “Vida cotidiana y espacio de ocio. Las
haciendas de olivar”, en El ocio en la Monarquía española, Sevilla, 2007.
35
AHPS PNS, leg. 8.811, f. 618. Poder de Teresa Jacobs en 1775 a Mathias de Arjona, vecino de Fregenal de la
Sierra.
36
AHPS PN (D)os (H)ermanas, leg. 1.819 PB.
37
Arquitectura y agricultura, cit.
38
Pero también encontramos cargadora en otras plazas: Francisca Clemencia Winthuyssen, cargadora en 17
y 1754 y miembro de la nutrida colonia flamenca asentada en el Puerto de Santa María a fines del xvii y
comienzos del xviii. J.J. Iglesias Rodríguez, Una ciudad mercantil en el siglo xviii: El Puerto de Santa María,
Sevilla 1991, pp. 299-301 y pp. 367-375.

– 361 –
Mercedes Gamero Rojas

de Manteau e Hijos con una utilidad de 80.000 rs, y Viuda de Gand e Hijos con 30.000
rs, que, por cierto, eran madre e hija39. Cuando en 1730 quedó viuda de don Jorge Jacobs,
Teresa Pallaert continuó con los negocios en Nueva España, apoderando a varios vecinos
de México para que vendiesen las mercancías que ella enviaba40 y cargando mercancías41.
En 1736 embarcó en la flota a Nueva España diamantes sueltos por valor de 635 pesos, por
medio de don Livino Ignacio Leirens, sobrino del socio y cuñado Livino Leirens42. Sus
hijas continuarán esta actividad. Una de ellas, María Teresa Jacobs, en 1763 dió poder a
José Martín Garay, próximo a hacer viaje a Cartagena de Indias, para cobrar de Bernardo
Arias cuatro tercios de papos embarcados en el navío Nuestra Señora del Carmen y en el
mismo año, su hermana doña Isabel, y a su hijo Joaquín José de Goyeneta son nombrados
comisionados de la Compañía de La Habana en Sevilla, como viuda e hijo del anterior
comisionado, José Domingo de Goyeneta. Las citadas doña María Teresa e Isabel van
Hemert comerciaron igualmente con Buenos Aires en las décadas centrales del siglo43.
Los préstamos eran otra forma de intervenir en el negocio americano de los comer-
ciantes flamencos, como ya vio Crespo Solana para Cádiz44, adelantando una cantidad
para costear un viaje o comprar mercancías, además de una actividad muy común a todos
los comerciantes. El 17 de junio de 1747, Antonia Manteau entregó a todo riesgo 585 pe-
sos escudos a don Juan Altamirano, vecino de Cádiz, que iba a marchar a Veracruz en la
polacra francesa San Juan Bautista y el 16 de julio del mismo año 140 pesos escudos a José
de Sena, vecinos ambos de Cádiz45. Los préstamos podían alcanzar grandes cantidades,
como el que dio lugar al tributo redimible de 693.540 rsv y réditos 20.806 rsv 6 mrs que el
duque de Medinasidonia, don Pedro de Alcántara Alonso de Guzmán el Bueno, impuso
en 1775 a favor de María Teresa Jacobs y Pellaert sobre los cortijos de Alientos, Buenavista
y Los Llanos, en Trebujena46. Naturalmente, los préstamos no se limitaban a los negocios
indianos. Fórmula usual para las transacciones comerciales según la cual el comerciante
adelantaba una cantidad a cuenta de la lana, aceite, cítricos o cualquier otro producto que
debía entregársele a su debido momento; o se adelantaban las manufacturas a vender en
sus tiendas por la red de mercaderes que se extendían por las localidades de Andalucía y
Extremadura. O, simplemente, respondían a la entrega de una cantidad para cualquier
necesidad del deudor, que con frecuencia es silenciada en las escrituras de obligación o de
liquidación47.

39
Tres siglos, pp. 226-228.
40
AHPS PNS, leg. 5.193 f. 874, leg. 5.197 f. 443, leg. 5.198, f. 326.
41
En la flota de 1735 cargó ocho cajones azpillados en tres navíos. AGI, consulado 789.
42
AHPS PNS, leg. 5.198, f. 116 y ss.
43
M.J. Arazola Corvera, Hombres, barcos y comercio de la ruta Cádiz- Buenos Aires (1737-1757), Sevilla, 1998, pp.
375-376.
44
“Comunidades mercantiles holandesas y las ciudades portuarias atlánticas: mercaderes e información (1689-
1730)”, en XIV International Economic History Congress, Helsinki, 2006.
45
AHPCA, leg 3.524, f. 374 y leg. 3.606 f. 39.
46
AHPS PNS, leg. 1.351, sf.
47
Mónica Martínez ha estudiado las actividades en este sentido de las mujeres de Málaga en el siglo xviii. M.
Martínez Moutón, “Las mujeres prestamistas en la Málaga del siglo xviii”, en M.B. Villar García (ed.), Vidas

– 362 –
La mujer flamenca del mundo de los negocios en la Sevilla del siglo xviii

Isabel van Hemert

Aunque la necesidad pueda llevar a las mujeres flamencas y neerlandesas a ocuparse


de los negocios familiares, y con plena solvencia, las hay que demuestran una gran dispo-
sición a ocuparse de ellos. Uno de los mejores ejemplos lo constituye doña Isabel María
van Hemert, miembro de una familia del mundo de los negocios bien conocida por los
que han estudiado el comercio gaditano del siglo xviii48. Era hija de Martín Guillermo
van Hemert Vanderplas, natural de Haerlem, que llegó a Cádiz a fines del siglo anterior,
donde ya estaba asentado su tío materno don Juan de Vanderplas, casado con Francisca
de Hoz y Montada. Van Hemert se casó dos veces, la primera, en 1685 y por poderes, con
Isabel María Risquensnat, que trajo de Amberes 2.400 pesos. Su caudal entonces era solo
de 8.000 pesos y la dotó con 4.000. Murió el uno de agosto de 1686 al dar a luz a su hija
María Josefa, que falleció tres meses después. En 1690 se volvió a casar con María Juana
Schrinmackers y Wise, sin dote, y él la dotó con 1.500 pesos. María Juana murió en 1709,
después de tener seis hijos: Francisco José, nacido en 1692, que trabajó muy satisfactoria-
mente con su padre en la compañía desde muy joven y con veinte años casó con Teresa de
Lie; Martín Guillermo, nacido en 1695, que siguió la carrera eclesiástica y en cuya cabeza
fundó su padre una capellanía en 1715, cuya dotación principal era una casa principal que
había comprado el año anterior49; Isabel María, nacida en 1697; Gaspar Gregorio, nacido
en 1699, que en 1715 estaba en Breda, en 1723 marchó a Tierra Firme como mercader y
después fue contador en Maracaibo50; Andrés Nicolás, nacido en 1707, que a los ocho
años vivía en Sevilla con su hermana y su cuñado; y Manuel José, nacido en 1709, que
formó compañía con su hermano mayor.
Isabel María fue enviada a educarse al convento de las Vírgenes de Sevilla, donde
estaba cuando, siendo casi una niña, se concertó su matrimonio, en 1710, con el también
comerciante nacido en Amberes y vecino de Sevilla, don Norberto Vernimen, que tenía
negocios con las familias Van Hemert y Schrinmackers, otro ejemplo de matrimonio de
comerciante flamenco nacido en los Países Bajos con una joven de origen flamenco-neer-
landés pero nacida en España. El matrimonio había sido concertado años antes y previsi-
blemente se esperó a realizarlo hasta que la novia tuviese una edad aceptable: “al tiempo
que se trato el matrimonio”, se dice en la escritura de dote de 171051, Van Hemert prome-
tió entregar como dote 100.000 reales de plata, 80.000 de ellos de lo que le corresponda
por la legítima de sus padres y 20.000 en oro, ropa y “cosas de China” que su madre le

y recursos de mujeres durante el Antiguo Régimen, Málaga, 2007, pp. 111-129.


48
La ha estudiado A. Crespo Solana en El Comercio marítimo entre Cádiz y Amsterdam, 1713-1778, Madrid,
2000. También M. García-Mauriño Mundi, La pugna entre el Consulado de Cádiz y los jenízaros por las expor-
taciones a Indias (1720-1765), Sevilla, 1999, pp. 268-271.
49
AHPCA PNCA, leg. 1.578, f. 9. Fundación de Capellanía por Martín Gregorio van Hemert.
50
(A)rchivo (G)eneral de (I)ndias, Contratación, 5.473, N.1, R.114, Contaduría, 10-2-3/29
51
AHPS PNS leg. 1.1993, f. 1.089, dote de Isabel María van Hemert en 1710.

– 363 –
Mercedes Gamero Rojas

dejó por cláusula testamentaria como mejora a su única hija hembra. Vernimen, por su
parte, era uno de los hijos menores de los catorce que tuvo el matrimonio formado por
Daniel Vernimen, natural de Dendermonde, e Isabel van Halle52. Debió llegar a Sevilla a
fines del siglo anterior, puesto que cuando casó tenía un capital de 41.169,5 pesos, la mitad
de ellos, 21.125 pesos, en lanas en Sevilla y el “Norte”, así como 6.937,5 en aceite y 5.050 en
mercaderías y géneros remitidas a Nueva España. 4.019 correspondían a muebles, y otros
enseres de su casa, entre los que se incluían un “cuadro de Cristo crucificado de mano de
Morillo” y una “imagen de Nuestra Señora de la Concepción pintada de Morillo” 53, lo
que es plausible dado que son los comerciantes flamencos asentados en Sevilla a fines del
siglo xvii, como Omazur y Licht, los que más apoyaron al pintor sevillano54. Los muebles
de ébano y carey y el baúl del Japón taraceado de marfil, las alfombras de Berbería y los
escaparates y mesas de Holanda, representan bien los ajuares domésticos de las familias
flamencas dedicadas al comercio en la Sevilla de su tiempo. Todo indica que, no solo en el
momento de su matrimonio Vernimen tenía ya una cierta fortuna, sino que el acomodo
de su vivienda indicaba su pertenencia a los negociantes más acomodados de la ciudad.
Tras su matrimonio, Vernimen no solo incrementó su fortuna por medio de sus acti-
vidades, sino que recibió diversas herencias: de su hermano mayor, Daniel, heredó 25.000
florines y de sus padres distintas fincas y posesiones en Amberes y Brabante55. Pero estos
no serán sus únicos bienes inmuebles. Los grandes exportadores también estaban invo-
lucrados en la producción de aceite, como propietarios o arrendatarios de haciendas de
olivar. Así, Vernimen adquirió la hacienda “San Cristóbal”, Sevilla, en 1728 en subasta pú-
blica por quiebra de don Manuel Nicolás de Ollo. Sus trojes, con capacidad para 40.000
@, previsiblemente almacenaban no solo el aceite producido en ella, sino el adquirido
para exportación, como era uso entre los comerciantes. Las inversiones agrarias continua-
rán siendo importantes para la familia. Su hijo Norberto José, que continuó los negocios
familiares, compró en 1757 la hacienda de San Antonio, en Utrera, por 255.000 rs56 y
en 1761 tomó en arrendamiento, por ocho años, tres importantes haciendas en Carmona
propiedad del mayorazgo poseído por don Antonio Lasso de la Vega Fernández de Santi-
llán: Palma Gallarda, Alamedilla y Peromingo, más un molino en el arrabal. A la firma del
contrato adelantó 297.000 rs en efectivo, indicativo tanto de la liquidez del arrendatario
como del interés por controlar una producción con tanta demanda en el mercado57.
Cuando Norberto Vernimen padre murió, la partición fue ejecutada por el contador
don Pedro Mexía Carrero y fue aprobada por auto del teniente de asistente don Pedro

52
AHPS PNS, leg. 3.790, f. 547, fe de bautismo de Norberto Vernimen, escriturada en 1752.
53
AHPS PNS leg. 11.993, f. 1.086, capital de Norberto Vernimen en 1710.
54
A. Calvo Castellón “Ignacio Iriarte y el paisaje sevillano en época de Murillo”, en Murillo y su época. Sympo-
sium Internacional, Sevilla 1982; A. Ureña Uceda, “La pintura andaluza en el coleccionismo de los siglos xvii y
xviii”, en Cuadernos de Arte e Iconografía, VII-13 (1998). A.L. Mayer, “Los cuadros de Murillo en colecciones
de Amberes del siglo xvii”, en Archivo Español de Arte, 1932, pp. 71-95.
55
AHPS PNS, leg. 5.191, f. 54, poder para testar mutuo de Norberto Vernimen e Isabel van Hemert en 1728.
56
AHPS PNS, leg. 8.782, f. 1310.
57
AHPS PNS, leg 3.799, f. 833.

– 364 –
La mujer flamenca del mundo de los negocios en la Sevilla del siglo xviii

de Saura y Valcárcel. No hemos podido encontrar ninguna documentación al respecto,


pero sí sabemos que la legítima correspondiente a la hija mayor, María, fue de 302.563 rs
25 mrs, parte de ella entregada como dote en su momento – por lo que si multiplicamos
la cantidad por los seis hijos montaría a 1.815.382 rsv 15 mrs. Y aún sin conocer el total

GRÁFICO Nº 1
CAPITAL DE NORBERTO VERNIMEN EN 1710

ENSERES DE LA CASA;
4019; 12%

DEUDAS A FAVOR; 2038;


6%

MERCADERÍAS EN
INDIAS; ; 0%

LANA; 21125; 62%

ACEITE; 6937,5; 20%

del caudal que dejó, supone un aumento muy considerable sobre lo que poseía en 1710.
Isabel van Hemert volvió a contraer matrimonio el 7 de marzo de 1737 con don An-
tonio Balaguer y Vilaplana, regidor perpetuo de Barcelona. En el gráfico nº 2 puede verse
el capital que poseía Van Hemert, suyo propio y de sus hijos menores, cuando casó por
segunda vez. El total ascendía a 1.825.714 rsv, “que una vez disuelto el matrimonio o sepa-
rado p muerte o en vida por cualquiera de los casos que el derecho permite”, debe revertir
a ella o sus herederos. Posiblemente, la razón de este matrimonio se deba a relaciones
comerciales con Cataluña58, que no conocemos, pero sí que, según el testamento de Isabel
en 1760, económicamente le resultó el matrimonio desastroso: “No solo no ha hauido
ganaciales algunos en mi caudal sino muchos menoscabos” 59. Puede que los negocios
con áreas geográficas quizás desconocidas para él, como el Norte, hizo que Balaguer no
se desenvolviese adecuadamente o simplemente que no tuviera la actitud ni cualidades
necesarias, pero lo que es cierto es que el poder para poder operar en los negocios que le
cedió su mujer le fue revocado en 1757, a favor de su hijastro Norberto Vernimen60. Las
diferencias económicas entre ambos cónyuges quedan de manifiesto por la entrega de ella,
después del matrimonio, de un anillo con un brillante que vale casi 300 pesos y un reloj
de oro con cadenas de 250 pesos, mientras que el anillo que él le regaló tuvo un valor de

58
Probablemente en relación al comercio de compañías holandeses con el Mediterráneo a través de Cádiz. A.
Crespo Solana, El comercio marítimo entre Amsterdam y Cádiz (1713-1778), Madrid, 2001, p. 106.
59
AHPS PNS, leg. 12.072, f. 196,
60
AHPS PNS, leg. 3.795, f. 135.

– 365 –
Mercedes Gamero Rojas

100 pesos, lo que hace constar doña Isabel, así como que Balaguer y su padre Francisco
Balaguer le debían 2.617 pesos escudos61 para que se lo cobren como su dote de los bienes
de los Balaguer, padre e hijo, fallecidos en Barcelona.

GRÁFICO Nº 2
CAPITAL DE ISABEL VAN HEMERT EN 1737

JOYES, MUEBLES,
CUADROS Y OTROS
FONDO EN
2%
COMPAÑÍAS BIENES RAICES
19% AMBERES
7%

MERCANCIAS BIENES RAICES


AMSTERDAM Y SEVILLA
AMBERES 10%
5%

ACEITE Y VINO
DEUDAS 19%
15%

COMERCIO CON
INDIAS
23%

Isabel María participó durante sus dos matrimonios en el comercio a Indias, siendo
una de las mayores exportadoras de caldos. En agosto de 1715, residiendo temporalmente
en Cádiz, escrituró allí un poder a don Juan Pérez de Cossío, uno de los diputados del
común de la flota próxima a partir a Nueva España a cargo de López Pintado, y a otras
cuatro personas en su sustitución, para que cobrase todo lo que se les estaba debiendo por
las mercaderías allí exportadas62. En 1722 sabemos que envió a Buenos Aires géneros por
valor de 24.000 rs63. Una vez viuda, continuó con el envío de mercancías. En 1735 cargó
en la flota a Nueva España 25 piezas dobles de crudos, 2.050 libras de hilo acarreto con
2.175 mayor y un cajón aspillado. También embarcó caldos adquiridos a los cosecheros a
quienes se les habían repartido. El embarque de los caldos se hacía por medio de repartos
a los cosecheros, y la forma de intervenir en tal negocio para quienes no tenían tal derecho
era la compra de tales cuotas, como vemos en los dos cuadros adjuntos. En el primero
vemos la relación de cosecheros que vendieron a Isabel van Hemert su cosecha.

61
Que les prestó en dos partidas de que otorgaron a su favor dos escrituras en Barcelona ante Ignacio Texidor
Burgues de Perpiñan en 1 y 8 de abril de 1739. AHPS PNS, leg. 12.072, f. 196.
62
AHPCA, PNCA, leg. 1.578, f. 798.
63
AHPS PNS, leg. 5.194, f. 497.

– 366 –
La mujer flamenca del mundo de los negocios en la Sevilla del siglo xviii

Cuadro nº 1
Cosecheros que venden sus frutos
A Isabel van Hemert en 1739

Barriles Pesos/ Barril Pesos

Petronila Salinas 11 9,5 104,5

Marques de Vallehermoso 68 9,5 646

Miguel y José de Rivas 68 10 680

Pedro de Pineda, difunto y por el de su hijo Juan 85 10 850

Juan de Meñaca 120 10 1200

Maria Lagares, madre de Juan de Meñaca 24 10 240

Francisco de Meñaca 18 10 180

Marqués de Campoverde 70 10 700

Leonor Cavaleri 25 10 250

Marqués de Tablantes 60 10 600

Pedro Colarte 24 10 240

Diego De Guzmán, Consejo Sm, Oidor Audiencia 100 10 1000

Francisco Carreño 16 10 160

Marqués De Paterna 80 10 800

Agustina Serrano 10 10 100

779 7750,5

El cuadro n.º 2 corresponde a la relación de los barriles comprados a los cosecheros


para su embarque en la flota de 1760 a Nueva España. El acuerdo se había realizado en el
verano de 1757, comprometiéndose los productores a entregar su valor en metálico si la
entrega no se hacía efectiva. El descenso de barriles adquiridos por Van Hemert se corres-
ponde con el descenso de las exportaciones desde Sevilla a las Indias, lo que no significa en
modo alguno descenso de las exportaciones de aceite desde esta plaza, aunque sí de vino,
lo que se acompasa con la paulatina sustitución de gran parte del viñedo sevillano por el
olivar, que sufre un considerable incremento durante el siglo xviii. La responsabilidad es
en gran parte de los comerciantes flamencos, franceses y británicos que exportaban lana
castellana a las pañerías europeas, lana que se lavaba con aceite de oliva para conseguir

– 367 –
Mercedes Gamero Rojas

mayor suavidad, en destino, en Extremadura o en los lavaderos existentes en la ciudad de


Sevilla o en otras poblaciones de su entorno, buena parte de los cuales estaba controlada
por flamencos64.

Cuadro Nº 2
Barriles de Caldos vendidos A Isabel van Hemert

Entre dos repartidos para la flota de 1760 a Nueva España

Barriles Crudos Pesos/ Barril Pesos

Marques de Tablantes 60 10 600

Cavaleri del Alcazar Y Zuñiga, doña Leonor 25 10 250

Rivas Jauregui, don Miguel 48 10 480

Marques de Vallehermoso, conde de Gerena 48 10 480

Marqués de Paterna 80 9,31 745

Total 261 2555

Ahps Pns Leg 12072, Ff. 314-318

Van Hemert participó en el negocio generado por la Compañía de Comercio y Fábri-


cas de San Fernando de Sevilla, creada en 1747 por Real Cédula del 7 de agosto a iniciati-
va privada, para establecer fábricas de seda, lana, lino y cáñamo y su exportación a las
Indias y el extranjero, con un capital de un millón de pesos en 12.000 acciones65. Las ac-
ciones estaban reservadas a “naturales de estos Reynos”, pero, como ya decía Carrera Pu-

64
L. García Fuentes, “Las exportaciones de productos agrarios de Sevilla en las flotas de Nueva España, en el
siglo xviii”, en B. Torres Ramírez y J. Hernández Palomo (eds.), Andalucía y América en el siglo xviii: actas
de las VI jornadas de Andalucía y América, Sevilla, 1985. R. Sánchez González, El comercio agrícola de la Baja
Andalucía con América en el siglo XVIII. El Puerto de Santa María en el tercio de frutos, El Puerto de Santa María,
2000. M. Gamero Rojas, “La expansión del olivar en la Carmona Moderna. La pugna de intereses aceiteros y
ganaderos”, en M. González Jiménez, Carmona en la Edad Moderna, Sevilla, 2005, pp. 27-54. M.C. Aguilar,
M. Gamero y M. Parias, Las haciendas. M. Gamero, “La expansión de las haciendas de olivar desde la Baja
Edad Media”, en F. Halcón, F.J. Herrera y A. Recio (eds.), Haciendas y Cortijos. Historia y Arquitectura en
Andalucía y América, Sevilla, pp. 37-50. M.C. Aguilar, M. Gamero y M. Parias, Arquitectura. M. Gamero y
M. Parias, Haciendas.
65
C.A. González Sánchez, La Real Compañía de Comercio y Fábricas de San Fernando de Sevilla (1747-1787),
Sevilla, 1994.

– 368 –
La mujer flamenca del mundo de los negocios en la Sevilla del siglo xviii

yal, negociantes flamencos se hicieron con una gran mayoría de ellas66. Ella no tendrá
acciones, aunque sí su hijo don Norberto Vernimen y su yerno Pablo Deurwaerdes. Los
tres constituyeron la compañía Norberto Vernimen Pablo Deurwaerdes y Compañía, que
fue intermediaria de flamencos que accedieron a las acciones por vía interpuesta: para don
Guillermo Gand adquirieron dieciséis acciones de 250 pesos cada una, que a su vez tras-
pasó a Antonio Le Beige, y otras dieciséis a Juan Pedro Henssens, todos ellos vecinos de
Amberes; también adquirieron doce acciones para Pedro de Busscher. Estas operaciones a
tres bandas se repiten en el caso de las acciones adquiridas por Francisca Clemencia de
Winthuysem y Gallo, viuda del coronel Jerónimo Hernández Vega, vecina del Puerto de
Santa María que las traspasó después a la citada compañía que a su vez lo hacía al com-
prador del norte, como las doce acciones de Carlos Florencio José conde de Maeldeghem,
otras tantas de la condesa Anna María Charlotta de Sars de Bornonville y otras doce de
Francisco Luis Camusel, todos ellos de Bruselas67.
Aunque el resultado económico del matrimonio de Balaguer no fue positivo econó-
micamente, si le sirvió al menos para un mayor reconocimiento social, ya que en 1747
la ciudad de Carmona, donde poseían una curtiduría, lo reconoció como hidalgo. En el
expediente, se expone la obtención de ésta por el abuelo de don Antonio, don José Bala-
guer, consejero del rey y oidor de la Audiencia de Cataluña, al que Carlos II le concedió
privilegio de nobleza en 27 de febrero de 1677. El no haberlo conseguido antes ni ella ni
su primer marido indica las nulas posibilidades de la familia para lograrlo por sí misma,
pues son varias las familias flamencas que logran este reconocimiento en tal municipio68.
El ascenso social de Isabel María se vería ejemplificado en la compra, en 1755, de una
casa principal, con jardín y una paja de agua, en la plaza de San Vicente, alejada de las
collaciones donde residía la mayor parte de los comerciantes. Propiedad del duque de
Medinasidonia, la dio en 1740 a tributo perpetuo de 500 rs. anuales a don Diego Bexarano
con la condición de reedificarlas por estar muy ruinosas. Bexarano la traspasó en 1755 a
Van Hemert, quien le agregó 240 varas de tierra del colegio de San Hermenegildo de la
Compañía de Jesús. Gastó 170.000 rs. de su caudal “haciendo las viviendas con la hermo-
sura que oy tiene y dexandolas a la perfección”, según declaraba en 1764 su hija Ángela,
que había permanecido soltera para cuidarla y por ello fue mejorada en la mitad del tercio
y recibió las casas69. Estas tenían derecho a oratorio privado y, como era habitual en tal
caso, el capellán, don Manuel Soler, residía en ellas. Al morir su madre, Ángela profesó en
el convento de dominicas descalzas de Santa María de los Reyes70.
Los matrimonios de sus otros hijos también manifiestan el deseo de integración y as-
censo social; priman los matrimonios con naturales del país sin origen foráneo. La mayor,

66
J. Carrera Pujal, Historia de la economía española, Barcelona, 1943, p. 274.
67
AHPS PNS, legs. 3.787, f. 66; 3.790 ff. 255, 288, 463; 3.791, ff. 328, 329 y 510.
68
AMC, leg. 2.421. Otros expedientes de hidalguía en Carmona son los de Carlos y Teresa Jacobs, Luis Man-
teau y Francisco Keyser.
69
AHPS PNS, leg. 12.077, f. 97. Venta de la casa por Angela Vernimen.
70
AHPS PNS, leg . 12.079, f. 25. Testamento de sor Ángela de Jesús Maria Vernimen.

– 369 –
Mercedes Gamero Rojas

María Magdalena, casó en 1729 con Vicente Alarcón, vecino y veinticuatro de Granada71.
Catalina lo hizo, en 1732 con Bernabé de Riaza y Velasco72, consejero real, secretario y con-
tador en Contaduría Mayor de Cuentas, uno de cuyos hijos, Bernabé, marcha en 1764 a
las Indias73 y en 1785 será alcalde mayor de Colina, Nueva España. Rosalía casó con Fausto
María Bustamante y Alfaro, veinticuatro de Sevilla y alcalde de la Santa Hermandad. Solo
Teresa casó con un hombre de negocios flamenco, y lo hizo en dos ocasiones. En 1734
lo hizo con Benito van Hee, con negocios similares a las de los Vernimen, exportación
de lana y aceite e importación de manufacturas. El matrimonio solo duró hasta 1738, en
que Van Hee murió dejando solo una hija, Isabel. Teresa no demostró especial inclina-
ción por los negocios, puesto que desde el primer momento de su viudez dio un poder
general a su cuñado Agustín van Hee, bien que este había sido el socio de su hermano74.
Posteriormente casó con Pablo Deurwaeders, socio de su hermano Norberto y de Isidoro
van Overloop y Jacobo de Baecque, con quienes en 1753 fundó una compañía “para todo
genero de comercio y negocios por mar y tierra”75, continuación de una compañía anterior
entre ambos cuñados. De este matrimonio solo habrá un hijo, Jorge, que creció bajo la
tutela de su abuela.
De los dos hijos varones, el mayor, Norberto fue quien continuará los negocios fami-
liares; casó dos veces, la primera con una joven de origen flamenco, Lucía Havet Maestre,
mientras que la segunda, Juana Nepomucena Lancarguren, será de origen vasco pero
nacida en Morón. El hijo menor, José Ramón Ignacio, profesará como fraile capuchino
con el nombre de fray José de Leonisa, renunciando a su legítima a favor de su madre.
En conclusión, Isabel van Hemert es uno de los mejores ejemplos de las actividades
desarrolladas por mujeres pertenecientes al mundo de los negocios, y que muy destacada-
mente realizaban las flamencas. El comercio interior o exterior, la ampliación de sus acti-
vidades a las Indias, la producción de las materias primas, los préstamos, son actividades
que ejercen no de forma muy diferente que sus parientes masculinos. Es posible que la
coyuntura favoreciese estas actuaciones, y que sería conveniente comparar estas activida-
des con las desarrolladas, o no, con mujeres similares del siglo anterior. Hasta entonces, es
imposible aventurar una hipótesis, con tan endebles datos que permitan tal comparación.
¿Cambios de mentalidad o necesidad, son los que llevan a las mujeres flamencas a un
primer plano? Conocemos que a comienzos de la cuarta década del Setecientos –es po-
sible que relacionado con una epidemia de tercianas– murieron varios de los principales
comerciantes flamencos asentados en la ciudad: el mismo Norberto Vernimen, Jorge Jac-
obs, Luis Doye, Livino Leirens, entre otros, dejando hijos menores, situación que obligó
71
AHPS PNS, leg 12.022, f. 272, dote de María Magdalena Vernimen.
72
AHPS PNS, leg 12.029, f. 1.372. En la escritura de capitulaciones, Isabel van Hemert prometió como dote la
legítima paterna y a cuenta diferentes alhajas y ropa por valor de 11.390 pesos, más otras alhajas que le regaló
su tío Jacome Vernimen y otros parientes por 1.772 pesos, al margen de la legítima. Riaza le prometió en arras
66.000 rsv., y le tocaron 317.192 r 13 m en alhajas, ditas, efectos y contado.
73
AHPS PNS, leg 12.077, f. 110.
74
AHPS PNS, leg. 5.201, f. 219.
75
AHPS PNS, leg 3791, f. 714.

– 370 –
La mujer flamenca del mundo de los negocios en la Sevilla del siglo xviii

a sus viudas a tomar un papel más activo. Pero también hemos visto que ya desde jóvenes
casadas, como Isabel van Hemert, las mujeres flamencas llevaban sus propios negocios.
Un siguiente paso sería investigar otras cuestiones que nos permitiesen adentrarnos en la
mentalidad de estas mujeres: lecturas, inversiones culturales, relaciones sociales, mandas
testamentarias, que sobretodo testamentos e inventarios nos pueden ilustrar. Es un ca-
mino que ya Manuel Fernández y yo hemos iniciado con el estudio de señoras francesas
de nivel similar a las aquí tratadas76, y que nos permitiría establecer comparaciones entre
personas de diferente origen, género y tiempo aunque pertenecientes al mismo ámbito
de los negocios. Por otro lado, las evidentes estrategias de ascenso social de Van Hemert
se repiten, como aquí mismo hemos visto entre sus compatriotas – y no solo estos –mas-
culinos. Pero esto nos llevaría a un trabajo más extenso en el que habría que entrar en
cuestiones que sobrepasan el espacio que aquí podemos dedicar al tema.

76
“La identidad de las mujeres …”.

– 371 –
Mercedes Gamero Rojas

– 372 –
El interés público y el interés particular:
una visión comparativa en las representaciones
de los mercaderes flamencos
en la corte de Felipe V
Ana Crespo Solana
Instituto de Historia
CCHS-CSIC

La práctica de la reciprocidad en el seno de diferentes grupos, estamentos y comu-


nidades en la sociedad del Antiguo Régimen se reflejó, entre otras cosas, en la teoría del
bien común. Desde la Escolástica hasta los trabajos de Ricardo Petrella, este bien común
pretendía la resolución solidaria de las necesidades humanas, algo importante sobre todo
en una sociedad donde sobrevivían los grupos sujetos a fueros especiales. Precisamente,
en el marco de las comunidades mercantiles en la época moderna se daba la paradoja de
la existencia de la diversidad, relacionada con la forma en como éstas se integraban en
la propia sociedad europea. Como bien explicaba José Manuel de Bernardo Ares, para
entender esto hay que partir del conocimiento de la existencia de los binomios de sobe-
ranía/legitimidad (Ley y necesidades), unidad/diversidad (organización política y propia
comunidad o pueblo) y la dinámica entre lo nacional, lo internacional y lo local1. En este
artículo quiero aproximarme al análisis de los mecanismos de representatividad ante los
poderes locales y centrales, utilizados y desarrollados por los grupos mercantiles de las co-
munidades extranjeras, así como las circunstancias sociales y económicas que justificaban
su necesidad. Se intenta realizar una valoración teórica general pero ejemplificado en el
caso de la colonia flamenca y holandesa de Cádiz en las primeras décadas del siglo xviii.
En su esencia, las comunidades mercantiles eran microsociedades articuladas jerár-
quicamente, organizadas en torno a los principios de fuero y reciprocidad que eran tan
comunes en el Antiguo Régimen, que reunían a individuos originarios de la misma región
geográfica, y con nexos comunes de idioma y religión, y que se articulaban en relación
con el incremento de una demanda cada vez más elevada de oficios relacionados con el
comercio marítimo2. A partir de la baja edad media Europa experimentó un fuerte incre-
mento de movimientos poblacionales, diásporas surgidas al socaire de factores múltiples
1
J.M. Bernardo Ares, “Nota preliminar. (La perspectiva histórica)”, en J.M. Bernardo Ares y S. Muñoz Ma-
chado (eds.), El Estado-Nación en dos encrucijadas históricas, Madrid, 2006, pp. 21-29. Este artículo se ha
elaborado dentro del proyecto “Dynamic Complexity of Self-Based Organized Networks in the First Global
Age”, de la European Science Foundation (Eurocores, TECT Programme): (06-TECT- FP004) y financiado
con una Acción Complementaria del MICINN: SEJ2007-29226-E/SOCI.
2
Una descripción detallada en A. Crespo Solana, “Flandes y la expansión mercantil europea: Origen y natu-
raleza de una red atlántica (siglos xv-xix)”, en M. de Paz Sánchez (ed.), Flandes y Canarias. Nuestros orígenes
nórdicos (III), Tenerife, 2007, pp. 13-84 (Taller de Historia, 37).

– 373 –
Ana Crespo Solana

que iban de lo religioso a lo económico. La repercusión principal de estas diásporas fue la


formación y consolidación de comunidades mercantiles de diversas nacionalidades en los
principales enclaves, generalmente portuarios, que en gran medida fueron el habitáculo
para posteriores y continuas relocalizaciones de agentes y actores sociales de distinta pro-
cedencia, contribuyendo así a la reorganización urbana, social, económica y cultural de la
propia Europa, y posteriormente de todo el mundo atlántico. Las cadenas y redes que se
generaron a partir de estas comunidades en muchos centros urbanos en expansión provo-
có la salida migratoria de un gran contingente de mano de obra, una migración en cadena
de gentes en tránsito (la mayoría era más bien transmigrante) que se sostuvieron en torno
a muchos nuevos oficios derivados de las necesidades económicas emergentes. Pero en
contradicción con este dinamismo, que se inició en Europa y que se exportó al Nuevo
Mundo, el contexto político-social en donde se desarrollaba el día a día de los miembros
de estas comunidades estaba fuertemente marcado por las costumbres y las normas es-
tamentales. Dentro de los esquemas de la rígida sociedad estamental, estas comunidades
cosmopolitas y dinámicas también generaron su propia economía moral, descrita como
el comportamiento económico producido a partir de valores morales o normas cultura-
les, muy relacionado también con el propio “bien común” y dentro de los márgenes de
justicia, equidad y reciprocidad donde los principios de la cooperación mutua primaron
sobre la búsqueda individual de beneficios. Al igual que en otras microsociedades o comu-
nidades amparadas a un fuero propio, los miembros de las “naciones” de origen extranjero
también se relacionaban de forma interna, no como actores económicos anónimos, sino
que ponían en juego su estatus, su reputación y sus necesidades internas de grupo, algo
fundamental para sobrevivir en una sociedad desigual, jearquizada y corporativa3.
A pesar de su dinamismo y de experimentar una cierta movilidad horizontal y vertical,
las comunidades desarrollaron formas de autorrepresentación ante los poderes fácticos
de la época. La autorrepresentación como mecanismo de validación de unas necesidades
o intereses ante el poder y las instituciones era algo muy relacionado con la cuestión de
la identidad y con la integración de los miembros de la comunidad. Generalmente, esta
identidad de los grupos mercantiles extranjeros estaba sostenida por la “naturaleza”, una
construcción social y jurídica que se fue constituyendo en relación a continuas luchas
por privilegios y pactos con la Corona por parte de los distintos grupos interesados. Para
los extranjeros que se asentaron en España la lucha por obtener esta “naturaleza” con
fuero propio era condición para poder inmigrar, ser tratados con respeto por el resto de
la sociedad hispana, comerciar en España y con Hispanoamérica o poder ostentar cargos
públicos y rentas municipales o reales. La evolución de los procesos para conseguirla
está aún pendiente de estudio como sin duda afirmaba Tamar Herzog4. Sin embargo, ya

3
E.P. Thompson, Costumbres en común. Estudios en la cultura popular tradicional, Barcelona, 1971 (1ªed.), 2000;
cf. G. Levi, “Reciprocidad Mediterránea”, en Hispania. Revista Española de Historia, 60/ 204 (2000), pp. 103-
126.
4
T. Herzog, Vecinos y Extranjeros. Hacerse español en la Edad Moderna, Madrid, 2006, p. 108.

– 374 –
El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

entrado el siglo xvii, cuando las nuevas relaciones diplomáticas multilaterales imponían
el surgimiento de nuevos mecanismos de autodefensa y protección de intereses por parte
de los grupos foráneos que residían dentro de la Monarquía Hispánica, las comunidades
extranjeras tenían ya muy desarrollados unos mecanismos de autorrepresentación basados
en la defensa de la “naturaleza” y lo que ellos denominaban “fuero de conservaduría” que
a su vez puede verse como una forma muy concreta de protonacionalismo aunque inserto
en una sociedad bastante global de convivencia e intercambio aunque sujeta a la reivindi-
cación del origen regional, linguístico y religioso que a su vez servía a los extranjeros para
defender su naturaleza unido a la reivindicación de su condición de súbditos del rey. Las
comunidades extranjeras residentes en España tenían dos formas principales de autore-
presentar sus litigios y problemas ante el poder. Una de ellas, la más estudiada quizás, fue
la institución de los consulados extraterritoriales. Pero existían también otros mecanismos
de representación ya sea particular o de grupos, que se esgrimían casi siempre por intereses
económicos y que estaban detrás de los grupos más relacionados con el comercio exterior
y con las necesidades económicas de estos grupos e incluso de las ciudades. Estas represen-
taciones son más abundantes y también más fieles a las necesidades internas de la colonia,
y sobre todo hacían referencia expresa a cuestiones que garantizaban su funcionalidad
económica en los centros urbanos donde se asentaban.

1. La representación a través de los consulados extraterritoriales

Desde el punto de vista de la legitimidad y el alcance de esta institución como órgano


de representación, los estudios sobre consulados de comercio han demostrado que el cono-
cimiento de su formación puede aportar mucho sobre el marco socioeconómico de la co-
lonia. A medida que los mercaderes extranjeros se instalaron en muchas ciudades europeas
aparecieron los consulados extraterritoriales. Esto sucedió ya a finales del siglo xv. Gacto
Fernández confirmaba que “la formación de estos consulados extraterritoriales extranjeros,
de tipo unipersonal, es explicable desde el análisis del fuerte crecimiento de las colonias
mercantiles extranjeras durante el siglo xvi en ciudades como Sevilla, Cádiz, Málaga o
Cartagena”5. Es por ello por lo que quizás a menudo se ha confundido el consulado propia-
mente dicho con el término “nación” de comerciantes. Nación y consulado son dos cosas
diferentes, siendo el consulado un órgano impuesto por la Corona española previo pacto
por acuerdos de paz y comercio con algunas naciones extranjeras residentes en España, tal
como sucedió con los holandeses en 1648. En realidad, la formación de consulados fue algo
que surgió dadas las características de sus actividades mercantiles que exigieron una juris-
dicción propia, como ya ocurriera en la Edad Media, donde parece que tomó su carácter
casi definitivo. ¿En qué variaron los consulados a lo largo de la Edad Moderna? Parece que
simplemente se adaptaron a los cambios producidos por el crecimiento poblacional de los

5
E. Gacto Fernández, Historia de la jurisdicción mercantil en España, Sevilla, 1971.

– 375 –
Ana Crespo Solana

extranjeros, el alcance de sus actividades, la situación jurídica de estos dentro de la Monar-


quía Hispánica y, sobre todo, dependió de la evolución de la propia política exterior y los
acuerdos diplomáticos seguidos por las naciones mercantilistas europeas.
Gracias, sobre todo, a los informes consulares, el estudio de esta institución también
aporta información sobre el papel que la misma pudo tener en la expansión mercantil
de las naciones6. Aunque esto último es un aspecto muy relativo, debido a una serie de
cuestiones que hay que tener en cuenta cuando se utilizan las fuentes generadas por la
actividad de los cónsules, y como ya una vez advirtiera Jesús Pradells Nadal7. Por ejemplo,
era una figura cuyo cargo estaba sometido a los gajes del oficio de cónsul y en ocasiones
incluso era vendido al mejor postor. En los siglos xvii y xviii la administración central
era arcaica, lo que podía derivar en severas limitaciones en el desempeño de dicho oficio.
Normalmente lo ejercía un comerciante residente aunque se dieron casos en que el oficio
lo tomaba un individuo que no era de la misma nacionalidad a la que representaba. Por
ejemplo, en 1725 se nombró cónsul holandés de Cádiz a un comerciante de origen sueco,
Carlos Panhuys8. Por otra parte, el ser de la misma nacionalidad no siempre garantizaba
el respeto hacia los integrantes de la colonia. Ello estaba muy relacionado con las capaci-
dades del cónsul. Para Pedro Collado Villalta, el consulado era una prueba de fuerza del
país originario de sus comerciantes, por lo que protegían más a sus componentes que eran
la mayor parte transeúntes y negociantes al por mayor, que tenían una gran importancia
para sus países de origen antes que al resto de los mercaderes de la nación que no siempre
estaban inscritos en el consulado. El cónsul “velará porque se cumplan las garantías mer-
cantiles y los derechos reconocidos en los tratados de paz y comercio”, pero no protegía, al
menos teóricamente, a los avecindados con “carta de naturalización”, es decir, que tenían
la “naturaleza” española9. Esto podía ser también otra razón de por qué en el caso flamen-
co-holandés, la mayoría de los componentes de la nación flamenca tuviera problemas
para reconocer al consulado holandés de Cádiz al que solamente se acogía una minoría en
comparación con la gran multitud de mercaderes acogidos a la nación flamenca10.
Como cargo, el cónsul tenía caracteres administrativos y financieros así como mi-
siones múltiples sobre navegación, comercio, información, espionaje, derecho, religión,
protección de barcos, promoción del comercio exterior, dar fe pública de acontecimien-
tos de la comunidad, defensa de la libertad de culto privado, e incluso otorgar ayuda a
los procesados por la Inquisición. Asimismo, se suponía que debía proteger la libertad

6
A. Guimerá Ravina, “El Consulado británico en Canarias durante el siglo xviii”, en VV.AA, Canarias e Ingla-
terra a través de la Historia, Las Palmas de Gran Canaria, 1995, pp. 101- 130.
7
J. Pradells Nadal, Diplomacia y comercio. La expansión consular española en el siglo XVIII, Alicante, 1992, p. 52
y ss.
8
Archivo Histórico Provincial de Cádiz, Protocolos notariales (AHPC), Notaría 9/1571, s.f.
9
P. Collado Villalta, “Los consulados extranjeros en el Cádiz de Carlos III”, en La Burguesía de negocios en la
Andalucía de la Ilustración, Cádiz, 1991, pp. 245-259, p. 251. El documento citado está en el Archivo General
de Simancas (AGS), Estado 7597. Memorial del Cónsul de Cádiz en 1730.
10
A. Crespo Solana, Entre Cádiz y los Países Bajos. Una comunidad mercantil en la ciudad de la Ilustración, Cádiz,
2001, pp. 133-149.

– 376 –
El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

religiosa o la potestad sobre los bienes de los que fallecían sin testar con objeto de proteger
los derechos de los familiares en origen y darles la oportunidad de recuperar sus bienes11.
A salvaguardar este derecho procedía siempre la autoridad consular con la ayuda de dos
albaceas de su misma nacionalidad. El cónsul tenía además inmunidad domiciliaria, dere-
cho a disponer de almacenes propios con la concesión legal de pesos y medidas que eran
permitidas legalmente, y la posibilidad de tener libros de comercio y contabilidad en lengua
original a sus países. Para la Corona, la mayor parte de estos cónsules representaba a las
potencias extranjeras por lo que establecía unas condiciones que estos debían de justificar al
llegar a los reinos españoles. Debían ser vasallos naturales de las potencias que los nombra-
ba, debían acudir al rey de España y sus consejos a través de un memorial por el que solicita-
ban oficialmente su ratificación y aprobación, debían además representar una certificación
de que había habido cónsules anteriores en las ciudades y parajes donde se les nombraba y
debían presentar una copia auténtica de la patente de su soberano o autoridad competente
traducida al español12. Es cierto que la Corona hacía algunas excepciones a sus propias
normas. Por ejemplo, en 1716 el barón de Ripperdá defendió a Pedro de Hooge, nombrado
supuestamente cónsul por los Estados Generales para “Barcelona y las islas de Mallorca y
Baleares” (sic) que, habiendo pasado a la Corte para pedir la ratificación de su título no pudo
hacerlo por no tener consigo la patente. En este caso fue rechazada por otras razones, ya que
esta patente la habían otorgado los Estados Generales en 1711, antes de haberse asentado la
Paz de Utrecht y además, según indicaba de forma errónea el propio Ripperda, no había
antecedentes de cónsul holandés en Barcelona13. Esto era una falsedad malintencionada del
ministro ya que los Estados Generales de las Provincias Unidas otorgaron algunos nombra-
mientos de cónsules para Barcelona, aunque estos fueron muy irregulares y dejaron de ha-
cerse tras el apoyo al bloque austracista por parte de Holanda. Solo existía la posibilidad de
un consulado según la Real Cédula de 1654 dictaminada por el gobierno de Felipe IV para
el principado de Cataluña y reino de Cerdeña, aunque el cónsul holandés del principado de
Cataluña solía residir normalmente en Barcelona, algo que no estaba estipulado en las leyes
españolas de forma oficial14. La Corona desdeñó la petición ya que el cónsul no debía tener
la más mínima autoridad jurisdiccional “reduciéndose su comisión a solo el punto de ser
unos meros agentes de los de su nación y amigables componedores de las disputas y contro-
versias que surgiesen entre los de la misma nación que viene a comerciar a nuestros puertos
sin que este permiso se extienda a los demás nacionales, que están estantes y avecindados en
los dominios de V.M. porque de las causas y litigios de estos ha de conocer la justicia de las

11
Algo que estaba, por ejemplo, especificado en los pleitos de los testamentos de extranjeros ab-intestato. Ar-
chivo General de Simancas, Estado, 7591. Testamentos de extranjeros ab intestato, año 1728.
12
Archivo Histórico Nacional de Madrid (AHNM), Estado 859.
13
AHNM, Estado, 859. Carta de Ripperdá al Consejo de Estado, 26 de julio de 1716.
14
Según la norma oficial de la Monarquía española, no existía el título de “cónsul holandés en Barcelona”, sino
el de “cónsul holandés en el Principado de Cataluña”, es decir, para todo el Principado de Cataluña, y que
normalmente residía en Barcelona. AHNM, Estado, 859. Carta de Ripperdá al Consejo de Estado, 26 de
julio de 1716. Véase O. Schutte, Repertorium der Nederlandse vertegenwoordigers, residerende in het buitenland,
1584-1810, La Haya, 1976, pp. 420-422. Agradezco a Maurits Ebben esta última referencia.

– 377 –
Ana Crespo Solana

partes donde residiesen”. La patente de los Estados Generales llegó a la Corte de España el 4
de julio de 1717 por lo que hubo que nombrar cónsul a Pedro de Hooge15. Es decir, el texto
deja claro que el consulado solo atendía a los transeúntes y no a los totalmente avecindados.
Con todo esto, la lealtad a los intereses de la Corona española o al gobierno de la na-
ción de origen no siempre coincidía con la lealtad a los intereses de la nación extranjera
asentada. El cónsul debía trabajar con una patente de la corona para ejercer su oficio por
lo que a veces se daba el caso de duplicidad en el cargo de los cónsules debido a que el
cónsul oficial no era el representante que deseaban los nacionales de la comunidad a la
que supuestamente representaba. Hay casos conocidos que afectaron a la cohesión interna
de la colonia, como sucedió en la década de 1720 con la bifurcación de intereses entre los
partidarios del cónsul austracista Jacob Vermolen y su rival Juan Hubin, aceptado por la
mayoria de la comunidad flamenca andaluza, pero rechazado por la nueva directiva aus-
tracista sobre Flandes impuesta desde Viena16. En 1726 el emperador de Alemania nombró
a Jacob Vermolen, cónsul General para Andalucía desde Cádiz, hecho que entre otras
cosas, dividió a la comunidad flamenca andaluza aparte de poner en peligro los intereses
de los mercaderes flamencos en reactivar la vieja ruta entre la citada ciudad y Ostende que
se gobernaba por los estatutos del antiguo cargo de Mayordomo de la nación flamenca y
comisario de los convoyes de Ostende, que ostentaba el propio cónsul de la nación fla-
menca y que la comunidad se esforzó por mantener17.
El Libro de registros de las aprobaciones de cónsules, dependía de la Secretaría del Des-
pacho, y entre 1674 y 1826 pasó a ser competencia de una junta especial, la Junta de De-
pendencias de Extranjeros. Durante la Guerra de Sucesión española esta junta desapareció
para volver a ser instituida por Real Decreto de 12 de marzo de 1714, originariamente con la
intención de controlar los negocios de la Nación Francesa. Conoció diversos altibajos en su
evolución histórica pues los asuntos en los que pretendía entender estuvieron durante bas-
tante tiempo duplicados entre ella y el Consejo de Estado18. En 1721 se restableció de nuevo
de forma permanente hasta 1748, sujeta a diferentes tribunales a lo largo de su historia.
En ese último año terminó formando parte de la Junta de Comercio, Moneda y Minas19.
Como bien afirmaba Vicente Montojo, los estudios sobre consulados territoriales ponen
de relieve la necesidad de abordar el marco del estudio de las instituciones del Antiguo

15
AHNM, Estado 859. Carta del marqués de Bedma del Consejo de Estado, El Pardo, 4 de julio de 1717.
16
M. Bustos Rodríguez, “Le consulat des Flamands à Cádiz après la Paix d’Utrecht (1713-1730): Jacques Ver-
molen”, en J. Parmentier y S. Spanoghe (eds.), Orbis in Orbem : Liber Amicorum John Everaert, Gante, 2001,
pp. 108-132.
17
Cf. mi artículo A. Crespo Solana, “José Patiño y la Compañía de Ostende”, en A. Crespo Solana (ed.), Mer-
caderes Atlánticos. Redes del comercio flamenco y holandés entre Europa y el Caribe, Córdoba, 2009, pp. 55-76.
18
AGS, Estado 7589.
19
E. de Larruga, Memorias Políticas y económicas sobre los frutos, comercio, jarcias y minas de España, Madrid,
1787-1800, Zaragoza, 1995, vol. II, ts. IV, V, y VI (ed. facsímil). Cf. A. Crespo Solana, “Extranjeros en la Corte:
Análisis de una dialéctica entre la administración borbónica y las comunidades mercantiles en España en la
primera mitad del siglo xviii”, en J. Bravo Lozano (ed.), Espacios de Poder: Cortes, Ciudades y Villas, siglos XVI-
XVIII, Actas del Congreso celebrado en la Residencia de la Cristalera, Universidad Autónoma de Madrid, octubre
de 2001, II, Madrid, 2002, pp. 345-362.

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El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

Régimen desde una perspectiva social. La estamentalización de la sociedad dio lugar a una
jerarquía y un corporativismo mercantil que normalmente se hacía en torno a los oficios y
se dirigían casi siempre a la defensa de privilegios20. Estas corporaciones presentaban una
tipología tan amplia que bien podría incluirse en ellas a los gremios y cofradías. Aunque
hay que decir que en su esencia eran diferentes, podían equipararse en referencia al tipo
de objetivo que deseaban lograr en relación con la conservación de unos intereses de so-
lidaridad interna y una cohesión de grupo. Es quizás por ello por lo que las comunidades
fundaron sus cofradías21.
En la representación de los intereses de la comunidad ante las autoridades políticas,
sea a niveles locales o estatales, se reflejan comportamientos que también estaban muy
presentes en la articulación de las denominadas sociedades de pequeña escala (small-scale
societies) donde existían fuerzas y sinergias determinadas provocadas por el consenso inter-
no entre los grupos y élites. Las comunidades eran también corporaciones donde existía
lo que se podía denominar como una democracia equitativa, de a cada uno lo suyo según
su estatus social y económico22. Dentro de las comunidades se establecieron, además, una
pautas de comportamiento y se desarrolló una especie de censo sobre cómo debía ser
dicho comportamiento y a que nivel se podía hablar de un buen o mal comportamiento.
Este se medía normalmente por los servicios del individuo a la comunidad. Generalmen-
te, en todas las comunidades acogidas a un fuero de Antiguo Régimen, se erigía un cuerpo
de valores y se formaban unas instituciones de acuerdo a ellas, a la jerarquía interna de las
mismas, que las defienden. Ello constituía, además, el contexto antiguo de ciudadanía, tal
como era definida por Peter Riesenberg23. Puede decirse que antes de que la Revolución
francesa introdujera cambios en la conducta moral en ciudadanía de los individuos, la
representación social experimentó una evolución basada, en cierto sentido, de la prefe-
rencia del hombre moderno por el bien común y el utilitarismo. Relacionado con estos
conceptos hay que aclarar que quizás una característica propia de la ilustración española,
y que sin duda afectó a las actitudes de los extranjeros que residían en España, es que los
distintos tipos de conformidad religiosa no iban en contradicción con el libre pensamien-
to24. Sin duda, el utilitarismo y la práctica del bien común iba en consonancia también
con las singularidades de las actitudes del ilustrado en los aspectos sociales: el ilustrado es
20
V. Montojo Montojo, “Crecimiento mercantil y desarrollo corporativo en España: los consulados extrater-
ritoriales extranjeros (ss. xvi-xvii)”, Anuario de Historia del Derecho Español, LXII (1992), pp. 47-67.
21
V. Montojo Montojo, “Crecimiento mercantil”, pp. 49-52. En Cartagena, los genoveses fundaron a finales
del siglo xvi, la Cofradía de San Jorge, en Cádiz, la Cofradía de Nuestra Señora de Loreto, de los italianos, la
de Santa María y San Jorge, de los genoveses, o la de San Antonio, de los portugueses. Los flamencos funda-
ron la Cofradía de San Andrés aunque también existieron las cofradías de los franceses, dedicadas a San Luis,
y la de los irlandeses, a San Patricio. Cf. A. Crespo Solana, “El Patronato de la Nación flamenca gaditana en
los siglos xvii y xviii: Trasfondo social y económico de una institución piadosa”, Studia Histórica, Historia
Moderna, 24 (2002), pp. 297-329.
22
Para una aclaración de estos conceptos de forma general y desde el punto de vista de la Antropología vease F.
Lerma Martínes, La cultura y sus procesos. Antropología Cultural: Guía para su estudio, Murcia, 2006.
23
P. Riesenberg, Plato to Rousseau. Citizenship in the Western Tradition, Chapel Hill, 1992.
24
F. Aguilar Piñal, “La Ilustración española entre el Reformismo y el Liberalismo”, en La Literatura Española
de la Ilustración: Homenaje a Carlos II, El Escorial, 1988, pp. 39-51.

– 379 –
Ana Crespo Solana

elitista, es refinado, huye de la pobreza y busca el bienestar y la felicidad para todos. En los
memoriales de extranjeros también aparece la idea de la utilidad para estimular el avance
de los pueblos25. Esta idea también tiene relación con el cosmopolitismo en las comuni-
dades mercantiles, definido como “un estado de ánimo, una actitud, una manera de vivir,
un hábito y sobre todo una forma de autodefinición”26. Se puede plantear la hipótesis
de que el cosmopolitismo de las comunidades mercantiles tiene mucho que ver con la
“fraternidad supranacional fuera de la órbita religiosa, fundada en la libre elección de los
individuos” algo temprano si consideramos que estaba también muy en consonancia con
las ideas que Guillaume Postel ya exponía en 154427. Hace referencia en todo caso a una
actitud intelectual y social que va más allá de los particularismos regionales y es de alguna
manera transnacional y supraconfesional. En el caso de los intereses de las comunidades,
este utilitarismo era también trasnacional desde el punto de vista del bien común en
materia económica y material. El denominado utilitarismo neomercantilista, que tantos
puntos en común tenían en diferentes pensadores europeos y con grandes influencias
también en América, defendía la beneficencia pública y la idea de que la reflexión econó-
mica y la moral son indisociables. Esto era algo también presente en las representaciones
de las comunidades mercantiles28.
En cuanto a la cultura material, la sociedad y el Estado han tenido siempre necesidad
de dinero, poder, lealtad y cooperación, en una variedad de formas; los individuos han
necesitado seguridad, justicia, liderazgo, comida y, a menudo, protección comercial29.
Para Riesenberg, la ciudadanía del Antiguo Régimen era de pequeña escala, culturalmente
monolítica, jerárquica y discriminatoria, moralista, idealista, espiritual, activa, partici-
pativa y comunitaria. Era una especie de ciudadanía “orgánica”30. En gran parte, todos
los estamentos y grupos sociales podían beneficiarse de esta ciudadanía orgánica y cor-
porativa. Esta se facilitaba por la existencia del “fuero” que de alguna manera definía la
relación de los individuos con el reino y la relación intrínseca entre ellos y el resto de la
comunidad así como con la sociedad que los acogía. En el Antiguo Régimen, a veces los
no vecinos podían estar integrados en la comunidad gracias a la existencia, muchas veces
reivindicada por ellos mismos, de un “fuero de nación extranjera” y de la aceptación, por
parte de todos, de un derecho de vecindad y ciudadanía, que generalmente se generaba
por la reputación del individuo en comunidad y en sociedad31. Estos privilegios y, por
ende, esta capacidad de acogerse a una ciudadanía dentro de la corporación de mercaderes
25
F. Aguilar Piñal, “La Ilustración”, p. 47.
26
W. Frijhoff, “Cosmopolitismo”, en V. Ferrone y D. Roche (eds.), Diccionario histórico de la Ilustración, Ma-
drid, 1998, pp. 33-41.
27
W. Frijhoff, “Cosmopolitismo”, p. 34.
28
Una síntesis sobre estas ideas del utilitarismo neomercantilista es: J.E. Covarrubias Velasco, En busca del hom-
bre útil. Un estudio comparativo del utilitarismo neomercantilista en México y Europa (1748-1833), Hamburgo
(tesis doctoral inédita, Universidad de Hamburgo), 2002. Agradezco al Prof. Horst Pietschmann que me
haya permitido consultar esta tesis inédita.
29
P. Riesenberg, Plato to Rousseau, “Introducción”, p. 17.
30
Ibidem, p. 267.
31
Una explicación extensa de estos conceptos en T. Herzog, Vecinos y Extranjeros, p. 33 y ss.

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El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

extranjeros, afectaba a todos los miembros de la comunidad. Aquí preferimos utilizar la


categoría histórica de “nación de comerciantes” que incluía a todos los individuos de una
misma nacionalidad que llegaban a una ciudad determinada y no solo a lo que puede
denominarse como el cuerpo mismo de la nación, que sobre todo hacía referencia a los
grupos más jerarquizados de la colonia, los cargos (como el mayordomo o el cónsul elec-
to) e, incluso, las principales dinastías familiares que, por su antiguedad de asentamiento,
su origen nobiliario o la tenencia de un elevado capital, o de una gran reputación social,
desempeñaban las funciones más visibles de la comunidad en relación con los poderes
fácticos de su entorno, ya fueran municipales o estatales32.
A partir de la generalización de la presencia de las comunidades extranjeras en España,
la necesidad de establecer consulados extraterritoriales era algo aclamado por los repre-
sentantes de las mismas. Como vecinos acogidos a un fuero especial, los extranjeros que
hacían representar sus intereses a través de esta institución eran generalmente mercaderes
en tránsito, aunque fuera por tiempo largo, que deseaban defender sus intereses comer-
ciales. Dos vertientes de la práctica comercial (seguridad y defensa frente a la progresiva
fiscalización) imponían la tendencia a una organización corporativa y a una jurisdicción
propia que confluyó en la creación de consulados. Precisamente, el gran crecimiento con-
sular no se dio después de 1648, como a veces se ha dicho, sino entre los años finales del
siglo xvi y los comienzos del xvii33. En el caso holandés, por ejemplo, el primer indicio
de la implantación de un consulado holandés en los puertos de Andalucía se dio durante
la Tregua de los 12 años entre la nueva República Holandesa y la Monarquía Hispánica.
Aprovechando la oleada de establecimiento de consulados que la República Holandesa es-
taba ubicando en los puertos mediterráneos con los que comerciaba se negoció y se pudo
instalar el primer consulado en Sevilla en el año 1615 que en realidad era una oficina de
las compañías para el comercio de Levante de Ámsterdam y Midelburgo que luego se fu-
sionaron para la creación de la Sociedad del mismo nombre, oficialmente, en 1625. Puede
decirse, sin lugar a dudas, que esta oficina de Sevilla fue realmente el primer consulado de
las Provincias Unidas en España, muy anterior a la propia Paz de Münster del 4834. Según
Vicente Montojo, hubo casos de consulados nacionales y regionales, como el consulado
bretón de Cartagena. Los primeros consulados en Sevilla, Cádiz y Barcelona se fundaron
entre 1578 y 159135.

32
A. Crespo Solana, “Flandes”, p. 54.
33
AGS, Estado 2867. Consulta de 21 de junio. Informe de 1623 por el Consejo de Estado con información de
la situación de varios puertos, entre ellos Cádiz.
34
Nationaal Archief (N.A), Inventaris van het archief van de Directie van de Levantse Handel en de Navigatie in
de Middellandse Zee, (1614) 1625-1826 (1828). Inv. Nummer 1.03.01 (en adelante se usará la sigla L.H), L.H 173.
El 22 de agosto de 1615 se instaló el primer consulado en Sevilla y hasta el 28 de mayo de 1648 no se instaló
un segundo en Sanlúcar de Barrameda.
35
V. Montojo Montojo, “Crecimiento mercantil”, pp. 52-54.

– 381 –
Ana Crespo Solana

2. Otras formas de representación:


Memoriales de las Naciones de comerciantes

El establecimiento de consulados y elección de cónsules siempre fue un hecho sujeto


a polémica en la mayor parte de las ciudades. Algunos de ellos, o la mayoría, estaban muy
poco tiempo en los cargos. Enrique Gacto Fernández describía las funciones y ejercicios
de los cónsules a los que se les atribuía funciones de un protector y de un procurador ju-
dicial por la que percibían un derecho de consulado. Es probable que interviniera también
en la distribución de la carga de los barcos que utilizaban los mercaderes para el comercio
con sus zonas de origen36. Estas dos atribuciones hacía que en muchas ocasiones los cónsu-
les no fueran personas de total confianza para los mercaderes de las distintas naciones. En
primer lugar estaba la cuestión del arbitraje por razones de negocios. Parece ser que el cón-
sul no tenía la prerrogativa de ser siempre el árbitro entre los problemas mercantiles sino
que los mercaderes mantuvieron siempre el recurso a la mediación de otros. Este recurso
está explicado ampliamente en los documentos notariales. Solían reunirse en una casa
particular por motivos de herencias y, sobre todo, para aclarar asuntos de quiebra. Era un
sistema que se daba, por ejemplo, en Cádiz, en el siglo xviii donde en caso de quiebra de
las casas de comercio, se reunían mercaderes de la propia colonia o cercanas a los propios
negocios del afectado. A veces, estas reuniones solían durar días y se acostumbraba a nom-
brar a unos “componedores” de comercio que se dedicaban a estudiar las cuentas y saldos
pendientes del afectado con objeto de aclarar todas las deudas y así no tener que recurrir
a la justicia ordinaria, algo que iba muy en perjuicio de los intereses de los mercaderes
extranjeros. Este es un tema complejo aún no muy estudiado y que necesitaría más aten-
ción37. La descripción de múltiples casos en que los mercaderes se reunían para acordar
cuestiones relativas a los contenciosos y problemas judiciales de los compañeros y colegas
de negocios pone de relieve la existencia de unas formas de representación indirecta que
se hacía por consenso interno en la propia comunidad y que podía trascender a la justicia
ordinaria solo en algunos casos especiales. En el caso de los mercaderes flamencos esta
trascendencia se podía dar a través de la figura del mayordomo de la nación cuando eran
problemas económicos relativos a los bienes comunales de la nación. El hecho de que los
tratados de comercio solo autorizaban como posibles miembros de organismos consulares a
los grandes comerciantes, por lo que parecía favorecer a una oligarquía mercantil-financiera,
hizo que en el consenso general de la comunidad, muy jerarquizada y diversa internamente,
se prefiriese elegir a un representante más cercano a los derechos de toda la corporación. El
mayordomo, como lo era en la nación flamenca, era un cargo electo inspirado en esta idea

36
E. Gacto Fernández, Historia, pp. 89 y ss.
37
Es un ejemplo solo a mencionar aquí el proceso que se dio, a puerta cerrada, entre los acreedores y los al-
baceas nombrados por la junta de acreedores tras la quiebra de la firma de Livino Bernardo Vandembroeck
que están recogidas en AHPC, Notaría 23/5338. No obstante, Livino Bernardo Vandembroeck dio poder a
Carlos Joseph de Arce miembro de la Real Audiencia de la Contratación de Cádiz para que le defendiera en
pleitos.

– 382 –
El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

del bien común y en los privilegios internos de una microsociedad orgánica y corporativa.
Así, se organizaban de manera que todos los miembros tenían su representación aunque
no fuese directamente en organizaciones de tipo político, sino a través de representantes.
El mayordomo de la nación se dedicaba a proteger los bienes vinculados al patronato de la
nación, guardaba y era depositario de toda la documentación relativa a la cofradía de San
Andrés y al hospital erigido tanto en Sevilla como en Cádiz (en Sevilla era la Iglesia de la
Encarnación y en Cádiz la iglesia del Rosario) para atender y asistir a los miembros de la
comunidad que sufrían enfermedades, penurias o acababan de llegar de Países Bajos o de
América. Además organizaba todas las obras pías, incluyendo las dotaciones a doncellas
pobres, que hacía la nación de mercaderes. Sobre todo tenía un papel destacado en las
reuniones de las juntas de acreedores, en las gestiones que hacía el cónsul con las auto-
ridades españolas, asistía cuando había problemas con la justicia o en las aduanas de la
ciudad, etc.38.
Otra forma de representación se ejercía a través de una figura escasamente estudiada
pero muy relevante y atractiva para conocer los entresijos de la colonia mercantil: el juez
conservador. En muchos casos es muy probable que esta figura se nombrase cuando el
cónsul electo por la Corona o ratificado por ella no era del todo del agrado y la confianza
de los miembros de la comunidad extranjera. Es por ello por lo que es posible que a me-
dida que avanzó el siglo xvii el cargo de cónsul tuviera mucho de honorífico, aunque es
una tesis no del todo comprobada, pero lo cierto es que una buena parte de sus funciones
fueron pasando a ser competencias del juez conservador. ¿Tenía cada vez más problemas
entre los miembros de la nación a la que supuestamente defendían? La figura del juez
conservador fue directamente reivindicada por las élites de las comunidades. En 1722 la
Junta de Dependencias de Extranjeros estipuló la fórmula de la cédula para la creación del
juez conservador de las naciones39. En realidad eran unas cédulas que se establecieron en el
año 1716 y que se ratificaron cuando se volvió a crear dicha junta. Las propias comunida-
des reivindicaron el derecho a tener un juez conservador a través de unas representaciones
realizadas por los mismos cónsules, según se dice en la propia Real Cédula de 1722. Era
una figura ya existente en el seno de la comunidad en el ámbito intracomunitario pero
ahora necesitaban su ratificación oficial por parte de la Corona debido a los problemas
que las últimas guerras habían producido a los mercaderes que habían sufrido abusos por
parte de las justicias ordinarias o habían sido víctimas de agresiones xenófobas que afecta-
ban a sus personas y bienes. El juez conservador era, al contrario del cónsul, un cargo con
atribuciones jurisdicionales que podía defender en pleito a los mercaderes o incluso a las
naciones en general. Ingleses, franceses y holandeses reivindicaban su necesidad a tener un
juez que fuese uno de los alcaldes u oidores de las Chancillerías, residentes en sus ciudades

38
A. Crespo Solana, “El Patronato”, pp. 300 y ss.
39
AGS, Estado 7587, Años entre 1715 y 1756. Privilegios y otros documentos relativos a la nación flamenca en
Sevilla y en Cádiz (juez conservador de la nación flamenca). AHNM, Estado 623, Exp. 506. Carta de Juan
Baptista de Orendain, mayo de 1722.

– 383 –
Ana Crespo Solana

de asentamiento. Es decir, era un natural de España, no un extranjero. Tenían capacidad


para saber de litigios entre sujetos de las propias naciones. El juez conservador defendía
los derechos de los transeúntes y no de los avecindados. El propio Felipe V afirmaba que
esto era porque “el privilegio que concedo a aquellos (vecinos con naturaleza) no ha de
trascender a estos (transeúntes), por ningún motivo, causa o razón”40.
La reivindicación continua de la naturaleza y existencia de la “nación” también estaba
muy presente en las representaciones de los extranjeros y, sin duda, está fuertemente rela-
cionado con la cuestión de la identidad. La nación flamenca tenía base legal y estatuto de
“nación” como súbditos leales al rey de España. Existía la corporación denominada “Anti-
gua y noble Nación Flamenca” que recibió derechos de ciudadanía del propio emperador
Carlos. En 1596 ya residían en Sevilla y Cádiz institucionalizados como tal y fundaron
su patronato y cofradía a la que estaban sujetos muchos bienes. En 1616 los archiduques
corroboraron estos privilegios41. En 1714 Felipe V se los volvió a confirmar. Hay mucha
información sobre esto42. Los miembros de la comunidad mostraban varios niveles de
inserción dependiendo del origen, oficio-ocupación, forma de integrarse o relaciones con
el entorno. Pero una de las facetas más importantes es que constituían una comunidad
cooperativa. Esta imagen de autorrepresentación e identidad sí se traduce en los memo-
riales, como en el enviado por el propio mayordomo de la nación flamenca en 172243. En
el discurso de esta representación están insertas algunas argumentaciones de su identidad
como corporación de ciudadanos súbditos del rey de España: “Que siendo tan antigua su
residencia, y arraigada habitación en aquella ciudad, que se ignora su principio, pues solo
consta fue muy anterior al año de 1598, en que con la invasión de los ingleses, que padeció
aquel puerto, perecieron los papeles de su archivo, hallándose ya en aquel tiempo con
casas propias del Cuerpo de la Nación, gobernada por un mayordomo, que anualmente
han nombrado, para atender a los negocios comunes, con cuyo régimen se conservan hoy
sin alteración alguna”44. Continúa el memorial: “Ha logrado en la duración de dos siglos,
entre las repetidas honras de V. Magestad y sus gloriosos progenitores, la más especial,
en duplicados vínculos de vasallaje a su católica real persona, en el origen de su nación,
que conservan, y en el de habitar en aquella ciudad con sus familias, caudales y haciendas
raíces”45. Vasallaje, reivindicación de su origen y derecho a la ciudadanía y al fuero eran,
40
AHNM, Estado 623, Exp. 506. Real Cédula, 10 de marzo de 1722.
41
AHNM, Estado 641. Impreso.
42
Los archivos que, hasta el momento, han sido más fructíferos son el Archivo Histórico Provincial de Cádiz,
y estoy segura que el de Sevilla también aunque no conozco sus fuentes de primera mano. También hay
información sobre estos privilegios en los documentos de la Secretaría de Dependencias de Extranjeros en el
Archivo Histórico Nacional de Madrid y en el Archivo General de Simancas, en Valladolid. También existe
un importante corpus documental en el Archivo General de la Administración. Por desgracia se han perdido
gran parte de los documentos que se guardaban en los archivos parroquiales de la Iglesia del Rosario en Cádiz
y en el Convento de la Encarnación de Sevilla. Cf. A. Crespo Solana, Entre Cádiz, “Introducción”, pp. 3-11.
43
AHNM, Estado 641. “El Mayordomo de la Nación Flamenca, que reside en la ciudad de Cádiz y Apoderado
de todos sus individuos, puesto a los reales pies de V. Mag.” S.f. fechado en 1722 cuando fue presentado a la
Junta de Dependencias de Extranjeros en Madrid.
44
Ibidem.
45
Pássim.

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El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

pues, unos básicos fundamentos para su reconocimiento. Eran patricios y vasallos y sobre
todo tenían derecho a un tipo de exenciones de tipo económico y fiscal que les igualaba
con el resto de las colonias de extranjeros. Estas exenciones fueron otorgadas de forma
general en 1683 y lo hicieron para aclarar cualquier actividad ilícita tanto por parte de los
extranjeros como de las autoridades locales españolas que podían aprovecharse de los plei-
tos bélicos para agredir la seguridad de los ciudadanos acogidos a un fuero de extranjería.
Constituían un “cuerpo nacional” (sic) y que eran “dos veces vasallos” del rey al haberse
producido una cruenta guerra que dividió a Flandes de las Provincias rebeldes y permane-
cer los primeros fieles a la Corona de España46.
Todavía es muy difícil dilucidar si esta idea de comunidad cooperativa podía exten-
derse a todas las colonias flamencas, grandes o pequeñas, asentadas en diversas ciudades
españolas, pues aparte de Cádiz y Sevilla solo hay estudios parciales de sus actividades
como actores económicos, como es el caso de algunas casas flamencas en Madrid y en al-
gunas otras ciudades47. Sí se conoce, no obstante, mucha información sobre estas colonias
para los siglos xvi y xvii en algunas ciudades castellanas, bien descritas en los trabajos de
Raymond Fagel48. Considerando esta información puede decirse que existía una comu-
nidad hispano-flamenca que tiene características de continuidad a lo largo de los siglos
y que estaba bien asentada en sus privilegios de ciudadanos especiales y en las continuas
peticiones de documentos acreditativos de tales privilegios que los componentes de estas
colonias hacían a la Corona española49.

3. Las voces de las dificultades comerciales

Una de las preocupaciones más latentes para los miembros de las comunidades era de
tipo comercial. Defendían sus propios intereses en los puertos donde residían, así como
la integridad de sus personas y bienes. Acogidos al fuero de su nación, unos privilegios
pactados con el reino les defendía supuestamente de una posible agresividad despropor-
cionada por parte de las instituciones y los funcionarios. Este resguardo en los privilegios
de la nación aparece reiteradamente citado en sus peticiones a la Corona cuando se veían
acorralados socialmente en época de guerra o incluso cuando surgieron brotes xenófobos.
Esto se producía por ejemplo cuando había que reaccionar para solicitar la práctica del
indulto, haciendo referencias a los privilegios que algunas naciones tenían para comerciar
con la América española desde España50.

46
Ibidem.
47
M.D. Ramos Medina, “Mercaderes flamencos en Madrid: la Casa y compañía Dupont (1650-1679)”, en
Espacio, tiempo y forma, Tomo 13 (2000), pp. 224-249.
48
R. Fagel, “España y Flandes en la época de Carlos V: ¿Un imperio político y económico?”, en A. Crespo
Solana y M. Herrero Sánchez (eds.), España y las 17 Provincias de los Países Bajos, Una revisión historiográfica
(XVI-XVIII), vol. II, Córdoba, 2002, pp. 513-533.
49
Descritos en A. Crespo Solana, “Flandes”, pp. 47 y ss.
50
AGI, Indiferente General, 1668: Expedientes sobre la práctica del indulto en el puerto de Cádiz.

– 385 –
Ana Crespo Solana

Aparte de estas circunstancias, hubo ocasiones en las cuales se desarrollaron continuas


alegaciones a los poderes locales y nacionales. Una prueba de que los extranjeros tenían
mucha influencia en las corporaciones e instituciones andaluzas puede hallarse en la do-
cumentación del largo pleito sostenido contra los jenízaros, hijos de extranjeros residentes
en España, por el Consulado de Cádiz entre 1721 y 1726. Como bien describe Margarita
García-Mauriño, muchos factores históricos llevaron a que los extranjeros, apartados oficial
y legalmente del comercio de Indias llegaran a ser, a finales del Antiguo Régimen, los prota-
gonistas casi absolutos del mismo, pues lo eran también de amplios sectores de la economía
española en general51. El largo pleito entre los jenízaros y los comerciantes matriculados en
la Carrera de Indias evidenció la realidad de que, al menos en lo referente a los negocios
coloniales y de comercio exterior en general, la mayor parte de los negociantes españoles
solo eran testaferros de extranjeros y que estos monopolizaban el capital para la inversión
y también los medios mercantiles. Los comerciantes de Cádiz no deseaban perder su papel
como consignatarios pues el comercio de intermediación era el sistema que mantenía a las
comunidades mercantiles. Tal como afirma la autora de esta importante obra, “lo que el
gremio mercantil censuraba a los jenízaros no era el que comerciaran con Indias, sino el que
ellos mismos exportaran sus mercancías y la de sus parientes, usurpándoles el papel de in-
termediarios al cual estaban tan acostumbrados”52. Una legislación llena de contradicciones
ponía en evidencia desde 1617 que la economía exterior española no podía desarrollarse sin
la connivencia de los extranjeros53. En realidad, el pleito contra los jenízaros y la creación
del nuevo cuerpo del consulado dificultó y entorpeció las exportaciones de estos, pero no
consiguió que los comerciantes españoles lograran su objetivo: ser ellos los intermediadores
en Cádiz del comercio de las compañías extranjeras. Un comercio que ya estaba totalmente
arraigado en el área y que ninguna disposición oficial podría extirpar.
Pero quizás una preocupación latente en el ámbito de las comunidades fue también
el mantenimiento de las relaciones comerciales con sus regiones de origen con las que
mantenían importantes lazos y con las que sustentaban las bases principales de sus, a
veces amplísimas, redes. No se puede olvidar nunca que las redes mercantiles eran de
base familiar y que se sustentaban por líneas de confraternidad y religión, factores que
intervinieron en los tipos de comunidades que se formaron y su evolución a lo largo de
la edad moderna europea54. En el caso hispano-neerlandés, estas relaciones nunca se in-
terrumpieron aunque conocieron dificultades coyunturales debido a las largas guerras en
51
M. García-Mauriño Mundi, La pugna entre el Consulado de Cádiz y los jenízaros por las exportaciones a Indias
(1720-1765), Sevilla, 1992.
52
M. García-Mauriño Mundi, La pugna, “Introducción”, p. 7. La autora hace una buena síntesis bibliográfica
sobre la legislación de extranjeros, en pp. 2-11.
53
M. García-Mauriño Mundi, La pugna, pp. 22-25. La autora cita un informe de comerciantes españoles piden
al rey que detenga el comercio de extranjeros y sus hijos ya que, “es cosa llana y asentada, que han de procurar
el beneficio de sus provincias, parientes y amigos cuyas encomiendas y negocios tienen y han quitado a los
naturales”, y que se encuentra en AGI, Indiferente General 2304. Sevilla, 24 enero de 1617. Carta al rey del
Consulado de Sevilla.
54
K.A. Lynch, Individuals, Families, and Communities in Europe, 1200-1800. The Urban Foundations of Western
Society, Cambridge, 2003, especialmente el capítulo 2, pp. 68-102.

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El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

las que tanto España como la República Holandesa y Flandes se vieron envueltas. El año
1713 tuvo consecuencias directas para la nación flamenca de Cádiz debido a la pérdida de
Flandes. Fue por esta razón que poco después, en el Tratado de La Haya los comerciantes de
Gante y Amberes presionaron sobre la demanda de constituir en Cádiz un “Consejo para
el restablecimiento del comercio con España”55. Curiosamente, en estos deseos también se
traslucen algunas luchas de competencia flamenco-holandesas, sobre todo en lo que con-
cierne al comercio de Amberes y el uso de las flotas holandesas56.
Después de 1713, se abrió una nueva fase de conflictos políticos, reforzados sobre todo
por la pérdida de Flandes que pasó a la Corona del Imperio y por los muchos intentos de
la propia Holanda en buscarse siempre el favor comercial español. Esto desencadenó otros
conflictos, incluyendo las crisis con Francia, que perjudicaron mucho a las provincias del
sur. Solo hasta después de la Paz de Aquisgrán (1748) y en concreto con el Tratado de
Aranjuez (1752), como ya señaló Joseph Lefèvre, no se volvería a tratar a los Países Bajos
exespañoles como “nación más favorecida” debido al estrechamiento de las relaciones en-
tre España y el Imperio austriaco al inicio del gobierno de María Teresa (1740-1780)57. En
general, el gobierno de Felipe V (1700-1746) coincidió con una época crítica durante la
primera fase de la situación de los Países Bajos en la órbita de Imperio.
El perfil de la mayor parte de estos representantes de comercio está en gran medida
condicionado por la imagen que ofrecía el joven comerciante que llevaba a cabo viajes de
formación necesarios para culminar su introducción en el mundo de los negocios. Pero en
muchos casos eran veteranos del comercio y la comisión que realizaban un viaje profesional
a veces con un programa definido por las necesidades comerciales de la empresa manufac-
turera para la que trabajaba con objeto de explorar posibilidades de venta y penetración de
un artículo en un mercado. En un momento determinado está la mutación de empleado de
una firma a empresario en la industria o fabricación y el comercio58. La capacidad de las
colonias o de los grupos mercantiles para representarse ante las instituciones estaba muy
en relación con la formación del negociante y de su marco de contactos en una red de
socios y amigos que en muchas ocasiones formaban parte de las instituciones, de los go-
biernos locales o centrales, o de las corporaciones más importantes del país. Precisamente,
estos representantes viajeros de comercio contaban con una formación muy típica de la
cultura burguesa que se respiraba en centros urbanos europeos donde había un elevado
nivel cultural por parte de estos Mercator sapiens, debido a su estatus social. La mayor parte
proyectaban una imagen de comerciante-banquero, consejero, con algún cargo público lo-
cal o provincial y con inquietudes intelectuales59.
55
M. Bustos Rodríguez, “Andalousie, pré-Amérique flamande”, pp. 82 y ss.
56
Biblioteca del Palacio Real de Madrid, Traducción en español de una carta, escrita en francés de la Villa de
Amberes, por Monsieur N** a Monsieur P** residente en Holanda, Imprenta/data, [España? : s.n., 1700?],
VIII/5.855.
57
J. Lefèvre, Etude sur le commerce de la Belgique avec l’Espagne au XVIIIe siècle, Bruselas, 1921, t. XVI, p. 46 y ss.
58
D. Arasse e.a., El hombre de la Ilustración, edición de Michel Vovelle, Madrid, 1995, pp. 137-138.
59
W. Frijhoff, “La formation des négociants de la République hollandaise”, en Cultures et formations négociantes
dans l’Europe moderne, París, 1995, pp. 175-198.

– 387 –
Ana Crespo Solana

4. El contexto internacional, los memoriales de mercaderes y otras


búsquedas de privilegios

El año de 1748 fue decisivo en un sentido político pues supuso el comienzo de una
época más favorable para Flandes y Brabante sur debido especialmente a la suspensión
de los tratados de la Barrera y la elaboración de una nueva política aduanera. Anterior-
mente, el cambio de dinastía en la corona de España supuso un cambio dramático para
las tradicionales relaciones entre España y Flandes. Esto supuso un motivo fundamental
para la aparición de lo que Joseph Lefèvre definía como una avalancha de memoriales de
mercaderes, sobre todo en una época en la que las cuestiones económicas parecen ade-
lantarse a un primer plano tanto para los particulares como para el gobierno60. ¿Cómo
afectó toda la evolución de esta situación al comercio hispano-flamenco? Es sabido, como
ya he dicho en otros trabajos, que el comercio de los Países Bajos del sur en España se vio
influido, para bien o para mal, por tres cuestiones principales: la intervención holandesa
sobre todo en temas de transporte y fletes que hacía que la mayor parte de las casas co-
merciales flamencas españolas utilizaran sus servicios; la relación con el comercio francés
y los períodos de crisis y cooperación hispano-francesa; y la propia actuación de las colo-
nias flamencas en España. También, las políticas internacionales en materia de comercio
afectaron mucho al comercio flamenco en España. Un problema específico fue la política
aduanera contraria a los mercaderes flamencos.
A comienzos del siglo xviii, la preocupación de los mercaderes era la obtención de
pasaportes y licencias para comerciar desde Flandes, ya que debido a sus relaciones con
los puertos franceses, solo se permitían por parte de la Corona española, a aquellos que
procedían desde puertos holandeses61. Además, los mercaderes flamencos tenían graves
problemas con los elevados precios que tenían que pagar por derechos y aduanas para
comerciar con los países vecinos, por lo que solicitaron repetidamente que se restableciera
la tarifa de 168062. La promulgación de estas tarifas aduaneras coincidió con una ola de re-
formas en España y Francia en relación a los gravámenes sobre las importaciones y expor-
taciones. En Francia el proyecto del ministro Colbert confirmaba que en el siglo xviii era
necesario hacer un cómputo del valor de las mercancías: “o efectos de que se descarga por
su abundancia con el valor de los que recibe por necesidad”. Es por ello por lo que un gran
número de navíos entraban en los puertos de Francia cargados con mercancías finas y que
volvían a salir con géneros de lana u otros productos de mayor volumen pero de menos
valor. El resultado de este examen era también el mismo que en el caso español de que “los
extranjeros se enriquecen y el reino se empobrece”. Esta idea, algo xenófoba, a la que no
60
J. Lefèvre, Études, p. 8 y p. 9.
61
Archivo General del Reino de Bruselas (AGRB), Conseil d’Etat, leg. 1711: pasaportes y licencias entre 1697 y
1702, firmados por el Marqués de Prié.
62
AGRB, Conseil d’Etat et de la Régence, leg. 391, 1706-1716. «Affaires économiques»; carta del consejo al rey,
1 de marzo de 1707.

– 388 –
El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

eran ajenos los extranjeros residentes, influyó, y mucho, en la delineación de unas políti-
cas altamente proteccionistas en las últimas dos décadas del siglo xvii. El problema estaba
en la concepción de la economía y de la política económica por parte del Estado. La idea
bullonista de atesorar plata y oro producto de las ventas al exterior o de los intercambios,
y la concepción de que el comercio era un negocio de Estado empobrecía la visión sobre
una utilitarista política económica pero influyó reiteradamente en el deseo de reformar
las políticas aduaneras, algo común a todos los estados mercantilistas63. En España, esta
revisión coincidió con la devaluación monetaria de 1686 pero no es una consecuencia de
ella. Por ejemplo, se conoce el proyecto que quiso hacer Juan José de Austria y que llevó a
cabo Oropesa y que sin duda afectó a Flandes. La tarifa de 1680 fijó un derecho de convoy,
½% sobre las mercancías salientes y el 1% sobre las mercancías extranjeras entrantes en
Países Bajos. Por su lado, las reformas en Flandes durante la época del último monarca
Austria estuvieron condicionadas por los intentos de sus gobernantes en la defensa de las
agresiones francesas. Las reformas del activo y eficaz Conde de Bergeyck contribuyeron a
modernizar las instituciones belgas en detrimento de las costumbres locales64.
La situación interna de Flandes afectaba también al comercio neerlandés con España
y, por su parte, Holanda también tenía problemas que plantear para un posible enten-
dimiento comercial con España. En la primera mitad del siglo xviii los comerciantes
de las Provincias Unidas consideraban favorable un trato comercial con Inglaterra, pero
incluyeron en sus peticiones las opiniones de los grupos mercantiles flamencos y de otras
naciones afincadas en Flandes. Fue el caso de un conjunto de cartas y memoriales presen-
tados al rey de España por parte la colonia inglesa en Brujas para que los magistrados de
esta ciudad permitiesen la entrada en puertos flamencos a los convoyes de procedencia
británica65. Por otra parte, los mercaderes flamencos preferían un comercio regular y ac-
tivo en dirección a España utilizando sus propios puertos y sus propias flotas cuando la
realidad era que este comercio dependía fuertemente de la navegación entre canales y esta-
ban prácticamente monopolizados por los holandeses que extraían así una buena parte de
la producción flamenca para la exportación66. En cuanto a la política aduanera que tanto
preocupaba a los círculos mercantiles tanto en Flandes como en España, solo se solventó
temporalmente gracias a la política aduanera realizada en los años de 1720, reformando la
tarifa de 1670 y vuelta a revisar en 1722 y 1743. Esta nueva política aduanera se aplicó a los
Países Bajos del sur una vez que estas provincias habían salido de la órbita española. Fue
una reforma, sin embargo, aún fuertemente oscurecida por los problemas con Francia que
continuaban afectando negativamente al comercio flamenco y brabanzón con el resto de

63
“Proyecto de Monsieur Colbert al rey Luis XIV de Francia sobre el comercio”, Traducido del francés, publi-
cado por D. Alejandro de Silva y Ayanz, Comisario de Guerra de los Reales Ejércitos, Madrid, Imprenta Real,
1801, Ejemplar de la Biblioteca de la Facultad de Derecho, Universidad de Sevilla.
64
R. De Schryver, Jan Van Brouchoven. Graaf van Bergeyck, 1644-1725, Bruselas, 1965.
65
AGRB, Conseil d’Etat et de la Régence, legajo 397. Representaciones hechas por el burgomaestre y escriba-
nos del Consejo de la Villa de Brujas, sobre la admisión de ingleses en Brujas.
66
AGRB, Conseil d’Etat et de la Régence, legajo 397. Documentos relativos a la navegación.

– 389 –
Ana Crespo Solana

Europa, haciéndolo siempre en cierta medida dependiente del transporte y los servicios
holandeses67. En el tratado de La Haya de 1720 el gobierno español permitió la entrada
en puertos españoles de productos procedentes de Flandes mediante pago de un derecho
especial (derecho de habitation) que montaba hasta el 15% sobre el valor de las mercancías
sobre todo sobre las manufactureras68. Era una política aduanera que pretendía ser protec-
cionista por parte de España. En esos momentos se estaba revisando la política aduanera
española y se intentaba que hubiera unas leyes favorables a la incentivación de los produc-
tos nacionales y a gravar la introducción de manufacturas extranjeras. Hipótesis de que
las políticas aduaneras proteccionistas no solo dañaron el comercio extranjero al gravarlo
concienzudamente sino que fue negativo para los intercambios exteriores españoles ya
que la balanza exterior española se había hecho dependiente de los mercados derivativos
europeos, principalmente Ámsterdam, y era necesario seguir importando manufacturas
con objeto de abastecer la demanda americana que se proyectaba desde Cádiz.
En este mismo contexto se sitúan los memoriales que enviaban algunos mercaderes
con intereses familiares y económicos dentro de la propia comunidad flamenca española.
Pero, los memoriales ¿son un reflejo del comercio hispano-belga de la primera mitad del
siglo xviii? El comercio no quedó totalmente interrumpido durante la guerra de sucesión
española y los negociantes flamencos confiaban sus mercancías a comerciantes españoles,
ingleses y holandeses. Es muy probable que la comunidad flamenca española estuviera
dividida internamente entre los partidarios de utilizar el transporte neerlandés y aquellos
que preferían aprovechar la coyuntura del acercamiento austriaco por parte de España
para plantear proyectos que revitalizaran el comercio con sus propias regiones de origen
gracias a la mejora de las estructuras comerciales flamencas tras las repetidas crisis en las
que se había visto envuelta Flandes desde la segunda mitad del siglo xvii. Por una parte,
planteamos la tesis de que la inclinación claramente austracista de una gran parte de los
grupos mercantiles de Amberes, Bruselas o Brujas, permitió que fueran los componentes
del bloque aliado los que más ayudaran de la continuidad del comercio flamenco con
la península ibérica. Y en verdad, el comercio flamenco-holandés persistió durante mu-
cho tiempo gracias al transporte holandés69. Pero también es cierto que el acercamiento
hispano-austriaco y los intentos de algunos grupos mercantiles de Gante en resucitar las
viejas líneas hispano-flamencas de forma directa coincidió con una crisis del tráfico ho-
landés y un decaimiento en la regularidad de la flota que cubría la ruta Ámsterdam-Cádiz
por la que se hacía una buena parte del comercio flamenco-andaluz. También, el cambio
de soberanía política sobre Flandes, al quedar en la órbita del Imperio, puso en peligro
esa cooperación con los mercaderes holandeses. Es probable, y quizás eso explica también

67
AGRB, Conseil d’Etat, leg. 1794. Política aduanera realizada en los años 1720 (firmado por el Barón de Fon-
seca, eran observaciones a la tarifa de 1670), 1722, 1743. “Articles convenus pour la facilité du commerce entre
les Sujéts du Roy Catholique dans le Pays Bas Espagnol y les sujéts du Roy Très-Chrêtiens, arrestés à Bruselles
le 15 mars 1703”, encabezado por el Conde de Bergeyck, superintendente general de finanzas. Impreso, 1703.
68
J. Lefèvre, Études, p. 20.
69
A. Crespo Solana, El comercio marítimo entre Ámsterdam y Cádiz, 1713-1778, Madrid, 2000.

– 390 –
El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

en parte que los empresarios flamencos intentasen mantener una ruta desde Ostende,
reivindicando y fortaleciendo el papel de esta ciudad sobre todo gracias a la creación de la
posteriormente malograda Compañía de Ostende. Al mismo tiempo, mercaderes de Lille,
Gante o Brujas, deseaban restablecer una navegación desde el puerto de Dunquerque.
Ostende y Dunquerque fueron dos intentos por parte de los mercaderes flamencos que
no gozaron de mucho éxito70. Con todo, parece que la escasa e irregular navegación que
se hizo desde estos puertos a Cádiz no se podía igualar en número y capacidad con las
entradas de productos enviados por casas de comercio de los Países Bajos meridionales a
través de los servicios del transporte holandés e inglés.
Un ejemplo de estos memoriales fue el que presentó Guillaume Schamp, quien según
Lefèvre realizó una misión diplomática en España con el fin de obtener favores de orden
comercial. En realidad pertenecía a una familia de mercaderes flamencos de Cádiz71. En el
caso del memorial de Guillaume Schamp, por ejemplo, se trata con rigor el problema de
los impuestos72. Era común que los memoriales se elevaran a instancias superiores a través
de un socio o mediador en la Corte que siempre tenía relación con las circunstancias políti-
cas que pudiesen afectar a la nación. Por ejemplo, como se ha dicho antes, el acercamiento
hispano-austriaco a partir de 1748 favoreció que los mercaderes de Gante aprovecharan la
coyuntura para presentar proyectos de desarrollo comercial a España. En 1752, Guillaume
Schamp, hijo del mercader de Gante Lucas Schamp, presentó un memorial a la Corona
española, en compañía de un comerciante de Amberes. Se dirigieron a la Corte española
a través del embajador austriaco, Migazi, y pretendía un plan para incentivar las relacio-
nes flamenco-hispano-austriacas73. También es cierto que los mercaderes aprovechaban los
tratados para presentar sus inquietudes y proyectos a la Corona. Este proyecto de Schamp
se presentó una vez concluido el Tratado de Aranjuez que abría una era de normalización
y favor para las relaciones con el Imperio74. El ámbito de estos memoriales también hacía
referencia al comercio con América, e incluso con Filipinas, que siempre fueron una base
importante para los mercaderes de Cádiz. Así, en 1764, la firma de Bernardo van Dahrl
presentó un proyecto para incentivar el comercio con Filipinas desde Cádiz demostrando
también su intención de llegar a un acuerdo con las propias líneas de diseño económico
que la propia Corona tenía con las colonias75. Otro ejemplo fue el memorial de Francisco
Goznes, de 1763, proponiendo establecer enclaves de colonización en la Luisiana76.
Otra cuestión principal que preocupaba a los mercaderes flamencos era la problemá-
tica en torno al puerto de Dunquerque. La utilización del puerto de Dunquerque se hizo
siempre con consentimiento de la administración española. En Dunquerque se cargaban

70
J. Lefèvre, Études, pp. 20-21.
71
Hay documentación notarial sobre Juan Baptista y Lucas Gil Schamp en AHPC, Protocolos 5.347-5.370.
72J.
Lefèvre, Études, p. 40.
73
J. Lefèvre, Études, pp. 46 y 47.
74
Ibidem.
75
AHNM, Estado 3208, Exp. 347.
76
AHNM, Estado 2944, Exp. 439.

– 391 –
Ana Crespo Solana

también muchas mercancías francesas. Dunquerque fue un puerto problemático para los
aliados, sobre todo para Inglaterra que luchó y planeó su demolición. El problema era,
principalmente, que Inglaterra estaba convirtiendo el puerto en un centro de comercio
aglutinador de las exportaciones flamencas. El control francés sobre Dunquerque podía
afectar al comercio flamenco en España por razones obvias. En 1712 Inglaterra logró un
armisticio en el frente flamenco y logró la demolición de Dunquerque que fue reflejo del
acoso inglés al comercio de Francia. Este hecho político afectó a la capacidad de Francia
de atraer una buena parte de las exportaciones flamencas a través de los canales interiores.
Inglaterra no solo exigió la demolición de Dunquerque sino que impidió a Francia suplir-
lo por medio de una vía alternativa a través del canal de Mardick e incluso estableció un
comisario inglés para asegurarse de que Francia no volvía a restablecer la ciudad77. Dun-
querque había sido una vía de salida al comercio flamenco. La desviación de este comercio
a Ostende hizo que aquí se cargasen mercancías de toda el área flamenco-brabanzón,
alemán y holandés. De hecho, los holandeses y los ingleses también utilizaron el puerto
de Ostende, aunque fueron ellos los que más presionaron para su demolición, pese a que,
para ellos Ostende se convirtió en un problema solo cuando se creó la Compañía Oriental
de las Indias78.
Pero, ¿cual fue la actitud de los mercaderes flamencos en España? Ya en algunos me-
moriales se traslucía como la Guerra de Sucesión española y sobre todo sus consecuencias,
pusieron en peligro el comercio flamenco de España. El armisticio y las paces posteriores
a Utrecht tampoco favorecieron la situación económica de los flamencos. La actitud de
los mercaderes residentes en España ante los altibajos en política comercial estaba muy
dividida. En este marco político económico, hay intentos por parte de grupos de merca-
deres de influir en las reformas o, al menos, desarrollar estrategias que fueran compatibles
con dicha política sin caer en el peligro de alterar su comercio en España. Otra cuestión
problemática que servía de handicap a los deseos flamencos de reactivar su comercio en
España era la cuestión francesa. El problema de las relaciones con Francia estaba relacio-
nado con el boicot que ingleses y holandeses al comercio francés y era algo estrechamente
vinculado a la lealtad de los flamencos a los Austrias españoles. De hecho, la Corte de
Felipe V hizo algunas represalias a las casas de comercio de Flandes y Brabante, por su
lealtad a la causa austracista. En Bruselas, el 14 de enero de 1721, la Chambre de comercio
de Brujas dictaminó hacer confiscaciones a los mercaderes de Flandes que estaban al ser-
vicio de España79. Muchos de ellos tenían familiares y socios dentro de las comunidades
flamencas de España.
También, la decisión borbónica de nombrar a un cónsul de la nación flamenca que
fuera firme a la causa de Felipe V, aunque reconocido por el Imperio, está relacionado
estrechamente con las nuevas líneas en política comercial que deseaba perfilar el gobierno

77
M.L. Michelet, Compendio de la Historia Moderna, Santiago, 1840.
78
G.B. Hertz, “England and the Ostend Company”, The English Historical Review, 22/86 (1907), pp. 255-279.
79
AGRB, Conseil d’Etat 412. Consulta del Consejo de Estado, 14 de enero de 1721.

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El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

español con los antiguos Países Bajos españoles, de forma que no afectara al comercio
flamenco en España, pero daba preeminencia a la nueva política de acercamiento econó-
mico que España pretendía establecer con el Imperio. En 1721 el marqués de Prié encargó
a Jacques Vermolen una memoria sobre los puntos y artículos para concluir un tratado
de comercio80. Lo cierto es que esta memoria contribuyó notablemente a que la colonia
flamenca fuera tratada por el gobierno como “nación más favorecida” aunque incluía
artículos comunes, en muchos casos, a todas las naciones mercantiles que tenían una
colonia reconocida social y económicamente en España. Se trataba también de volver a
revisar los artículos de los acuerdos que habían pretendido las naciones extranjeras en la
segunda mitad del siglo xvii. Uno de los temas más reiterados hacía precisamente alusión
a no tener que pagar impuestos más elevados que otras naciones. En la práctica, y desde el
lado español, la lucha por no pagar impuestos elevados y la condescendencia de la Corona
española con los extranjeros cuando estos lo solicitaban fue un handicap para la revisión
de la política aduanera española en la primera mitad del siglo xviii. La Nación flamenca
de Cádiz pleiteó a lo largo de la década de 1720 por ser la “nación más favorecida”. De
hecho, los mercaderes influían en los acuerdos diplomáticos, o al menos lo intentaban ya
que en muchos casos estos acuerdos entre el rey y las comunidades suponían una previa
reglamentación para dictar acuerdos y hacer más fluido la entrega de certificados para la
navegación. Esto se vio, por ejemplo, en los tratados de Argelia, fechados en 26 de enero
de 172681.
Pero aparte de estas circunstancias económico-políticas del contexto en los Países Ba-
jos y España así como los propios problemas que afectaban más directamente a la colo-
nia flamenca de Cádiz, los mercaderes también pleitearon por cuestiones de negocios y
proyectos de navegación más puntuales. Un tema muy candente era la cooperación con
la Corona española para la creación de compañías de comercio. Esto no era un interés
solamente flamenco pues otras colonias de nacionales presentaron múltiples proyectos
de compañías a la administración española, las cuales en gran parte se quedaron en papel
mojado. Uno de los proyectos más interesantes es quizás la memoria para incentivar el
comercio entre Austria y España por el Mediterráneo, que fue apoyado por José Patiño82.
Las memorias sobre el comercio de Flandes hacia el Mediterráneo se sucederían práctica-
mente hasta 1761 a pesar del final de la Compañía de Ostende. El interés de muchos gru-
pos mercantiles de España en Ostende es, sin embargo, dudoso, ya que a las autoridades
españolas les convenía permitir el comercio desde Ámsterdam, saliendo durante la Guerra
de Sucesión muchos fletamentos (aún no cuantificados) desde Ámsterdam a puertos es-
pañoles, especialmente Cádiz. Se otorgaban certificados y pasaportes que daba el cónsul
español en Ámsterdam, como el ejemplo del pasaporte dado por Servando de Hollanda
80
AGRB, Conseil d’Etat 412, Consulta del Consejo de Estado, 4 de junio de 1724; J. Lefèvre, Études, p. 22.
81
Placcard 20 de septiembre. Ordenanza de pasaportes para la navegación.
82
J. Lefèvre, Études, p. 82. El proyecto se denominaba: “Mémoire de quelques moyens et points essentiels pour
obtenir le commerce et navigation réciproque de Trieste et Fiume, sur l’Espagne et le Portugal et tâcher de la
jaire communiquer jusqu’aux ports de mer des Pays-Bas, et e converso”.

– 393 –
Ana Crespo Solana

a Felipe van Hutten, mercader de Ámsterdam para cargar en un navío, el Santa Ana, con
rumbo a Bilbao83. El problema hacía referencia al handicap que tenían los flamencos para
usar sus propios medios de navegación, obligándose a contratar navíos extranjeros para el
comercio de sus productos. Los intentos de acabar con esa situación se ve reflejada en me-
moriales. Ello fue la razón de la competencia de la navegación oficial holandesa que hacía
la VOC y la Compañía de Levante, porque suponía una competencia en el Mediterráneo
y una consciente rivalidad Holanda/Austria subyacente84.
Otra cuestión fue la relativa a la participación de flamencos en compañías de comercio
españolas, como el caso de la Compañía de San Fernando, fundada en Sevilla en 1747 por
un decreto de Fernando VI, el 17 de agosto de dicho año. Existe una Mémoire des négociants
flamands intéressés dans la Compagnie de Séville85. En los memoriales también está presente
la protesta por los continuos peligros de la mar. Mantenida la navegación a pesar de las
frecuentes guerras en el mar, fue sin embargo una condición coyuntural para el desarrollo
de las actividades del comercio particular. Casi puede decirse que la guerra ayudó a la es-
peculación mercantil, pero una gran parte de los medianos y pequeños comerciantes que
constituían una colonia mercantil se vieron afectados por las guerras marítimas, y es algo
que aparece en sus testamentos y documentos de quiebra. En los mares septentrionales, la
navegación fue muy activa durante el siglo xviii salvo en la guerra de 1778-1783. En el sur
de la península ibérica y el Mediterráneo estaba el peligro de los piratas berberiscos86. En
los peligros de la mar, los tratados de paz y comercio intentaban salvaguardar los derechos
humanos y, sobre todo, los intereses económicos. El apresamiento podía suponer escla-
vitud o prisión para los hombres y confiscación de mercancías. Ello fue la razón por lo
que en las décadas de 1720 y 1730 se pusieron en marcha acciones para hacer tratados con
Argelia y Túnez87. Desde el siglo xvi la administración intentó recaudar fondos para crear
flotillas de protección y salvamentos contra piratas berberiscos de los navíos mercantes.
Se pagaba un derecho de convoy del 12% según la tarifa de 1680 sobre mercancías a pagar
en el puerto de salida. En Ostende y Nieuwport este impuesto se aplicaba para los bajeles
del convoy y las fortificaciones marítimas, al igual que pasaba en Cádiz donde se extraía
un impuesto para la fortificación de la ciudad, proveniente del comercio88.
En cuanto al problema del comercio con Francia, fuera o no instigado por los grupos
mercantiles de Flandes o de España, lo cierto es que el propio Conde de Bergeyck intentó
poner en marcha, en 1702 y 1703, un acuerdo para facilitar el comercio entre los súbditos
del Rey Católico del País Bajo español y los súbditos del Rey Cristianísimo (Francia) que
afectaba a Flandes, pues se acordó otorgar libertad de tránsito a las mercancías flamencas

83
AGRB, Conseil d’Etat, 2.691-2.692. Correspondencia de Andrés de Salarès, Marqués del Campo, goberna-
dor de Ostende, 1708-1730.
84
A. Crespo Solana, “Patiño”, pp. 55-76.
85
AGRB, Secrétaire d’État et de Guerre, 2.168. Está citado también por Lefèvre, p. 143.
86
L. Vignols, “La Piraterie sur l’Atlantique au xviiie siècle”, Annales de Bretagne, t. V, 1890-1891, p. 190 y ss.
87
L. Maziane, Les captifs europeens en terre marocaien: aux XVIIe et XVIIIe siècles, París, 2002.
88
J. Lefévre, Études, p. 72.

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El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

y brabanzonas que tuvieran como destino a Francia para ser exportadas a través de puertos
franceses89. Pero estas manufacturas flamencas debían pagar muy altos impuestos en su
paso hacia Francia ya que en realidad era una ley que pretendía proteger la industria fran-
cesa de manufacturas que se veía invadida de manufacturas flamencas en tránsito. Por otra
parte, este acuerdo establecía que las mercancías francesas que pasaban por el País Bajo
español también debían pagar impuestos. Algunos productos franceses tenían que pagar
derechos de entrada, como el aceite de Semences de Colzat (sic), sombreros, Gans venant,
les habillemens, chaux de Tournay, sal de Francia, Verre de Francia, libros. Las mercancías
de País Bajo español que pasaban por Francia y que debían de pagar derechos de salida al
exterior cuando usaban puertos franceses eran los libros, “Mines, Sables, Terres, Pierres
bleües, carbón, las Charbons de Terre du Haynaut espagnol”. Un artículo decía que:

“Les Camelots des Fabriques du Pays-Bas de la Domination d’Espagne, pourront


entrer directament dans la Flandre Françoise, par les Bureaux de Lille, Menin, ou Valen-
ciennes, & de la Flandre Françoise dans les autres Provinces du Royaume par les Bureaux
de S. Quentin, Peronne & Amiens en payant pour tous Droits d’Entrée six livres par piece
de vingt Aunes, à condition que chaque piece de Camelot portera au chef le nom du Fa-
briquant, & celui du lieu de sa demeure, avec un plomb qui sera aposé par le Magistrat du
mesme lieu portant dùn costé ces mots manufacture de la Flandre Espagnol”90.

Otros productos que fueron sujetos a pagos de derechos de entrada y salida de Francia
fueron las tapicerías, “dentellas” de las fábricas de Malinas:

“Les Camelots, Tapisseries, Cuirs dorés, & les Dentelles des Fabriques du Pays-Bas
Espagnols qui seront destinés pour la Flandre Françoise, acquitteront les Droits d’Entrée
cy-dessus marqués aux Bureaux de Lille, Menin, ou Valenciennes ; lesdites Marchandises
qui seront destinées pour les Provinces de l’etendue des cinq grosses Fermes ou autres Pro-
vinces du Royaume, seront declarées à l’un des Bureaux de Lille, Menin ou Valenciennes,
& prendront acquint à caution pour venir en aquiter les Droits aux Bureaux de S. Quentin,
Peronne, ou Amiens”91.

Las sumas que se cobraban por estos impuestos habían sido convenidas en los trata-
dos de Nimega y Ryswick. La guerra de Holanda y los continuos asedios franceses a las
ciudades flamencas entorpecieron mucho este comercio. En ocasiones, los comerciantes

89
AGRB, Conseil d’Etat, leg. 1.794, «Articles convenir pour la facilité du Commerce entre les Sujéts du Roy
Catholique dans le Pays-Bas Espagnol, & les Sujéts du Roy Très-Chrêtien, arrestés à Bruxelles le 15 Mars
1703», Bruxelles, Chez Eugene Henry Fricx, Imprimeur de Sa Majesté, 1703. Firmaron el documento el
Conde de Bergeyck, superintendente general de Finanzas y ministro de la Guerra en los Países Bajos españoles
y Dreux Loüis Dugué Chevalier, Seigneur de Bagnols, Conseiller d’Estat ordinaire, intendente de Flandes.
90
(Sic.) AGRB, Conseil d’Etat, leg. 1.794, art. XIII, f. 7.
91
AGRB, Conseil d’Etat, leg. 1.794, artículo xvii, f. 8.

– 395 –
Ana Crespo Solana

intuían que los ejércitos franceses aprovechaban para saquear y destruir las fábricas fla-
mencas. Sin embargo Francia pretendía también, y lo exponía en estos artículos, que las
manufacturas flamencas siguieran siendo exportadas a España e Italia pagando los corres-
pondientes derechos de salida y entrada, así como un Droit de Transit deux & demy pour
cent de la valeur con la condición de que todas las mercancías de manufacturas salieran
por el puerto de Amberes. ¿Es posible que Francia pretendiese ayudar a la rehabilitación
del puerto de Amberes para arrebatar su primacía en el transporte a los holandeses? Que-
rían que un comisario visitara los cargamentos en el puerto de Amberes para comprobar
que tenían los certificados y pasaportes después de haber pagado los impuestos92. También
había impuestos que debían satisfacerse en Maubeuge, Valenciennes, Lille y Menin des-
pués de que las mercancías fueran declaradas en primer lugar en la oficina de la Flandes
francesa93. Las mercancías que no tuviesen los certificados no podrían salir para España
ni Italia, y mucho menos transitar hasta Amberes por zonas del Flandes ocupado ni por
Francia.

5. Conclusión

La presencia neerlandesa fue muy importante en varios centros urbanos españoles.


Hay que destacar el interesante impacto socioeconómico que esta colonia produjo en las
ciudades portuarias de Andalucía, en el área del Levante español y en las Islas Atlánticas,
a veces denominadas incluso Vlaamse Eilanden. El origen de esta presencia en muchas
ciudades de la península ibérica se remonta al siglo xiv, faltándo aún algunas historias
que contar en esta narrativa histórica. Pero desde entonces hasta el final del siglo xviii
los mercaderes de origen neerlandés lograron mantener un diálogo activo con la sociedad
española y con el gobierno de la Monarquía Hispánica, algo que influyó notablemente
en el mantenimiento de sus peculiares derechos y privilegios de ciudadanos flamenco-
españoles y en el desarrollo de su idiosincrasia, incluso por encima de los problemas cau-
sados por la guerra y la separación política. La clave para entender el comportamiento de
una comunidad mercantil de origen extranjero en la Europa moderna es su mecanismo
de integración en el funcionamiento total de la sociedad del Antiguo Régimen. En el caso
español, esto se subraya por la existencia de un fuerte corporativismo, que en cierta forma
compartía con el que se daba en otros países europeos en general, y la importancia que
se otorgaba a la tenencia de fueros y privilegios relacionados con los diferentes status de
cada grupo social, religioso, nacional o profesional, con cada estamento o cada élite. La
estructura social de la España moderna demandaba, o incluso imponía, la pertenencia del
individuo a corporaciones con fueros que, aparte de hacerlos partícipe de un corpus de
privilegios y exenciones, también les otorgaba una importante base para la competencia
jurisdicional de su grupo o comunidad y la capacidad de autorrepresentación. Era en esto
92
AGRB, Conseil d’Etat, leg. 1.794, f. 9.
93
AGRB, Conseil d’Etat, leg. 1.794, f. 10.

– 396 –
El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

en donde puede considerarse a la comunidad extranjera, en su definición como microso-


ciedad articulada y en simbiosis con la sociedad de acogida, como una especie de espacio
observacional en donde se analizan las herramientas diversas para la autorrepresentación.
Fue a través de la elaboración de memorias y proyectos mercantiles, en el nombramien-
to de jueces y representantes, y en su labor en las cofradías y otras instituciones locales,
como las comunidades mercantiles se definían a sí mismas y confirmaban su identidad.
Pero, a la vez, este proceso no era contradictorio con sus posibles problemas internos, las
desavenencias derivadas de su propia jerarquía, o los desacuerdos en relación a las políticas
mantenidas con sus países de origen. Tampoco la corporación en una “nación mercantil”
contradecía el surgimiento de la individualidad, expresada en los memoriales elaborados
por algunos comerciantes, o el surgimiento del trabajo y la cooperación en red, proceso
para el cual la propia Época Moderna constituyó un momento de tránsito importante.

– 397 –
Ana Crespo Solana

Apéndice:
cónsules holandeses en ciudades españolas1
Cónsul Ciudad Cónsul Ciudad
Johan Van Hoorn Joan Stephan La
Sevilla y Sanlúcar Málaga
(1615-?) Mair (1750-1794)
Jacob Van den hove Jan Willem Nagel
Cádiz Cádiz
(1648-1667) (1732-1765)
I. Van Swanenburch Daniel Ferrand
Sevilla Barcelona
(1648-1656) (1735-1744)
M. Simonsz.
Claudius Timmermans
Hoochwout Málaga Barcelona ?
(1744)
(1648-1654)
Johan de la Palma Gaspar Vermet
Alicante Alicante
(1648-1649) (1745-1746)
Alicante, Cartagena,
Jacob Vinck Jean Barthelemei Valencia, Murcia
Valencia, Mallorca
(1649-1660) Welther (1756-1761) y Alicante
y Menorca
Pieter Van Oirschot Leonardo Henricus
San Sebastián Cádiz
(1649-1665) Van Alst (1733-1746)
Mathijs Aertz
Luis Roquin
Van Riethoven Barcelona Barcelona
(1740-1756?)
(1653-1656)
Arnaldo Van
S. Dexker (1648-1649) San Sebastián Tenerife
Steinfort (1744-¿)
Andries Aernouts
Vigo Juan Cornelio (1744-¿) Málaga
(1656-1678)
Juan Francisco Van
Jan Dommer (1659) Barcelona Alicante
der Lepe (1746-¿)

1
Apuntamos los nombramientos oficiales a partir de 1615. Otros cargos no habían recibido el nombramiento
oficial de la Corona y en algunos casos había duplicidad. M. Herrero Sánchez, El acercamiento hispano-neer-
landés, Madrid, 2000, pp. 63-65; A. Crespo Solaba, Entre Cádiz, pp. 149-157; Gemeente Archief Ámsterdam
(G.A.A), Archivos Notariales: 4.248/102/1020 (Microfilm 4.325), 4252/981 (Microfilm .4327); AHPC, P.N.
9/1.571; AHNM, Estado. Documentos de la Secretaría de Dependencias de Extranjeros, legs. 605, Caja 2,
Exp. 14, Caja 1, Exp. 26, Caja 1, leg. 606, Caja 1, leg. 607, Caja 1 y Caja 2, y leg. 690. AHPC, Notarías 5 y 9.
La lista se completa con la información contenida en O Schutte, Repertorium der Nederlandse vertegenwoordi-
gers, pp. 405-422. Un análisis más extenso puede verse en A. Crespo Solana, “Merchants and Observers. The
Dutch Republic’s Commercial Interests in Spain and the Merchant Community in Cadiz in the Eighteenth
Century”, en: Dieciocho. Hispanic Enlightenment 32/2 (2009), pp. 193-225.

– 398 –
El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

Apéndice:
cónsules holandeses en ciudades españolas1
Cónsul Ciudad Cónsul Ciudad
Simon Ingels Juan Bautista
Barcelona Alicante
(1659-1669) Van Halen (¿ )
Jacob Clercq, o Louis Roquin
Alicante y Valencia Barcelona
Clark (1660-1668) (1744-1789)
P. Van Oirschot Phillipus Renard
Bilbao Cádiz
(1649-1665) (1746-1757)
Abraham van der Jean Batailhey
Cádiz Barcelona
Hutten (1667) (1753-1754)
A. Aernouts Joan Jacob
Vigo Cádiz
(1656-1678) (1757-1765)
J. Wigandi jr.
La Coruña Carlos Ramos (1754-?) Barcelona
(1679-1688)
Jan Mentig Sevilla, Sanlúcar,
B. Polster (1649-1655) Tenerife
(1760-1772) Ayamonte
Gasparo Van Collen Nicolaas Lodewijk
Cádiz Málaga
(1667-1680) Koops (1765-1810)
Hendrick Van
François Leemans
Deutecom Sevilla Reus
(1762-?)
(1657-1688)
Leonard Stuck
Jan Turck (1683) Sanlúcar Alicante
(1761-1799)
J. Drielenburch Laurens Somps
Málaga Alicante
(1656-1684) (1799-1804)
Durand Laures Anthony Opitz sr.
Alicante Galicia ?
(1687-1702) (1763-1786)
Adriaen de Tourlon Jan Willem Nagel
San Sebastián Cádiz
(1665-1693) (1765-1783)
Vizcaya, Cantabria y
Willem Casteleyn Frederik Riecke
costas de Asturias hasta Málaga
(1689-1702) (1766-1767)
el Cabo de Peñas
Jacob Diego de Bernardus Fallon Sevilla, Sanlúcar,
Sevilla
Bary (1689-1702) (1772-1801) Ayamonte
Nicholas Struckman
Sanlúcar de Barrameda José Romano (?-1774) Cádiz
(1699-1702)
Hendrick Hevisadeler Vizcaya (“in de plaats Paulus de Ruyter
Santander
(1693-?) van wijlen”, sic) (1776-1782)

– 399 –
Ana Crespo Solana

Apéndice:
cónsules holandeses en ciudades españolas1
Cónsul Ciudad Cónsul Ciudad
Santander, costa
A. Tourlon Jean Jacques le Blanc
Bilbao desde Ribadeos hasta
(1665-1693) (1782?-1798)
Fuenterrabia (sic)
J. Croessen Jacobo Mauricio
La Coruña Cádiz
(1688-1702) Lobé (1780-1806)
E. Dormer Reynaldo Boom
Tenerife Cádiz
(1661-1680) Laps (1786-1797)
Valerio van Dalen L. T. Van Munster
Málaga Cádiz
(1684-1695) (1792-1793)
Francisco Haultsey Allard Joseph
Málaga Santander
(1696-1697) Wastijn (1782)
Jean Planté
Juan Kies (1666-1702) Barcelona Santander
(1798-1810)
Gilles Amias Matheus Ernestus
Cádiz Málaga
(1680-1702) Koops (1796-1810)
Guillermo de Bruijn Nicolas Blommaert
Málaga Sevilla
(1697-1702) jr. (1797-1803)
Jean Baptiste
Christoval Antonio Barcelona, Mallorca,
Málaga Cabanyes (1762-
de Lara (1714-1730) Menorca
1764, 1788-1810)
Juan Diego (John
Juan Op Ten North Sevilla, Ayamonte y
Cádiz James) Ferrand
(1714?-1733) Sanlúcar de Barrameda
(1739? - 1760)
Hendrick Croessen Benjamín Ferrand
La Coruña Barcelona
(1706-1732) (1720-1735)
Pieter de Hooge Alicante, Mallorca Jan Willem Nagel
Málaga
(1711-1719) y Menorca (1744-1750)
Pablo van der Halen Louis Marie de
Alicante La Coruña
(1706-1733) Lastre (1740-1759)
Jan Baptista van der Johan Gabriel Nagel
Alicante Málaga
Halen (1736-1743) (1747-1748)
Nicholas van Beeck Jan Frans van der
Sevilla Alicante
(1714-1721) Leepe (1743-1744)
Hermanus Neuyen David Kreps
Sevilla Alicante
(1721-1738) (1755-1756)
Carlos Panhuys Vincent Harms
Cádiz Málaga
(1725-¿) (1748-1750)

– 400 –
El interés público y el interés particular: una visión comparativa en las representaciones de los mercaderes

Apéndice:
cónsules holandeses en ciudades españolas1
Cónsul Ciudad Cónsul Ciudad
German Neuyen Jan Cornelio
Sevilla Málaga
(1724-1737) (1730-1743)
Cristóbal Bruynincq Adriaen Berkenhout
Sanlúcar de Barrameda La Coruña
(1724-1730) (1736-1739)
Adrian Berkenhout John Parker
La Coruña La Coruña
(1724-1737) (1732-1735)

– 401 –
Ana Crespo Solana

– 402 –
G. de Bay: un traductor de Cervantes del siglo xvii
como agente de la memoria histórica neerlandesa

Yolanda Rodríguez Pérez


Universidad de Ámsterdam

Traducción y transferencia cultural

Pocos saben que corresponde a los Países Bajos el honor de haber producido una
extraordinaria continuación del cervantino Coloquio de los Perros. Esta continuación neer-
landesa se publicó en Ámsterdam en 1658, cuarenta y cinco años después de la impresión
de la novela ejemplar de Cervantes de susodicho título y diez años tras la Paz de Westfalia.
Lo notable de esta obra, en la que finalmente se le brinda la oportunidad al can Cipión
de narrar su vida a Berganza, es la aparición de Cipión como espía al servicio del famoso
duque de Alba durante sus campañas en Flandes. Esta breve novela, La vida y hazañas del
Perro del Duque de Alba, concluye con el siguiente fragmento en el que Cipión y el duque,
tras los asedios de Naarden y Haarlem, se encuentran en el jardín de un monasterio. Re-
pentinamente aparece ante su presencia una fantasmagórica figura femenina, que Cipión
describe del siguiente modo:

“Era, o al menos eso parecía, una figura de mujer y su cuerpo era bien proporcio-
nado, aunque sus ropajes eran una atrocidad, puesto que su túnica estaba hecha de pieles
humanas cosidas unas a otras y estaba bordada con lenguas que producían un horrible
gemido. Sus ropajes estaban cubiertos de manchas de sangre y restos de sesos. En una de
sus manos portaba una antorcha con grasa humana que, por el continuo movimiento, se
derramaba sobre su pecho. En la otra mano tenía un cráneo del que sorbía sangre fresca.
Sus cabellos eran serpientes y víboras y por donde caminaba iba dejando un reguero de
sangre. Y en voz alta dijo: “Alba, Alba, Alba...”. El duque se giró hacia ella y le preguntó que
quién era y qué deseaba. “Soy”, respondió, “tu propia conciencia, y quiero que me analices
de arriba a abajo, antes de que te vayas de aquí, para que al refrescar tu memoria rindas
cuentas de la sangre que has derramado1.”

1
‘t Leven en Bedrijf van Duc D’Albas Hondt; en ‘t Pirinesche Tooverhol, Evert Nieuwenhof, Ámsterdam, 1658.
La segunda parte del título significa “y la cueva mágica pirenáica”. Para una edición moderna de este libro,
veáse: Y. Rodríguez Pérez (ed.), De hond van de hertog van Alva, Ámsterdam, 1997. Esta edición está dis-
ponible en la red gracias a la biblioteca neerlandesa digital DBNL: versión <http://www.dbnl.org/tekst/
bay_001leve01_01>.

– 403 –
Yolanda Rodríguez Pérez

Obviamente, cualquier buen entendedor puede distinguir en este fragmento las trom-
petas de la propaganda neerlandesa antiespañola en todo su pleno apogeo de leyenda ne-
gra. Alba como tirano y derramador de sangre que ha de examinar su conciencia después
de sus múltiples ultrajes en los Países Bajos. La imagen de la conciencia de Alba que deja
regueros de sangre a su paso tiene clara reminiscencias de una de las más importantes
fuentes de la leyenda negra, la Apología de Guillermo de Orange, donde se describe cómo,
a causa de las ejecuciones de Alba, corrían ríos de sangre por las calles2. Esta particular
novela sobre el duque y su perro, publicada en su época como una supuesta traducción
del español, es realmente fruto de la mano y la mente de G. de Bay, traductor de novelas
picarescas españolas –entre ellas de El Coloquio de los Perros mismo– y además autor de
otra novela muy singular, El Español de Ámsterdam (1671), De Amsterdamse Spanjaart, en
la que se retoman algunos elementos de El Perro del Duque de Alba3.
La elección en el presente marco de agentes e identidades en movimiento de un tema
perteneciente al campo de las relaciones literarias entre España y los Países Bajos, y, en
especial, dentro del campo de la traducción, no es en absoluto arbitraria. Los últimos
años son numerosas las voces dentro del campo de la historia cultural que abogan por una
mayor colaboración entre ésta y la disciplina de la traducción. Como afirma Peter Burke
en su reciente Cultural Translation in Early Modern Europe, las traducciones han desem-
peñado siempre un papel esencial en la propagación del conocimiento y subyacen como
base a todos los grandes movimientos culturales de la historia, desde el Renacimiento a la
Revolución científica4.
Este campo de investigación nos descubre por excelencia qué es lo que una cultura,
en un momento determinado, encuentra interesante en otra y cómo funciona, además,
el proceso de interacción y transmisión entre las mismas. Ciertas preferencias a la hora
de traducir determinadas obras reflejan prioridades ideológicas en la cultura receptora,
siendo el objetivo de esas traducciones ya sea cubrir lagunas existentes en la cultura meta
o justo lo contrario: elaborar traducciones con el objetivo de enfatizar determinadas ideas,

2
A. Lacroix (ed.), Apologie de Guillaume de Nassau ... Justification du Taciturne de 1568, correspondance etc.,
Bruselas, 1858, pp. 111-114.
3
El hispanista Terlingen fue el descubridor de El perro del Duque de Alba (como abreviaré el título) y el pri-
mero en defender la tesis de que no se trataba de una traducción. J.H. Terlingen, “Las novelas ejemplares de
Cervantes en la literatura neerlandesa del siglo xvii”, Revista de Filología española XXXII, Madrid, 1948, pp.
1-17; J.H. Terlingen, “Une suite du Coloquio de los Perros de Cervantes”, en Neophilologus XXXIV, 1950, pp.
193-206; J.H. Terlingen, “Un hispanista neerlandés del siglo xvii, Guilliam de Bay”, en 1930-1955. Homenaje
a J.A. van Praag, Groninga, 1956, pp. 123-137. El famoso hispanista Van Praag no estaba de acuerdo con esta
tesis de Terlingen, véase J.A. Van Praag,“Quelques observations relatives a la suite du Coloquio de los perros
de Cervantes”, en Neophilologus XXXX, 1951, pp. 15-16. En la edición neerlandesa moderna de El perro del
Duque de Alba de 1997 arriba mencionada defendí la autoría de De Bay. Ambos hispanistas no conocían la
existencia de De Amsterdamse Spanjaart, obra obviamente también de De Bay donde aparecen referencias
intertextuales explícitas a El perro del Duque de Alba y que apoya aun más la tesis de que De Bay escribió de
manera autónoma. Existe una tercera novela a la que nos referiremos más adelante (sin original español en-
contrado hasta la fecha y con el presunto nombre de De Bay como traductor), que también es probablemente
obra original suya: De drollige Bisschayer, (El Vizcaíno Bufón).
4
P. Burke, “Cultures of translation in early modern Europe”, en P. Burke y R. Po-Chia Hsia (eds.), Cultural
Translation in Early Modern Europe, Cambridge, 2007, pp. 7-38, p. 10.

– 404 –
G. de Bay: un traductor de Cervantes del siglo xvii como agente de la memoria histórica neerlandesa

presuposiciones o prejuicios contra la cultura fuente5. El campo de la traducción se revela


muy productivo para reconstruir relaciones de identidad cultural.
En el caso particular de las relaciones entre los Países Bajos y España en el siglo xvi
y xvii es obvio que existían claramente prejuicios respecto al otro y que había imágenes
negativas en circulación y en constante evolución6. Estos prejuicios eran también clara-
mente visibles en la literatura, pensemos en el españolizado Jerólimo de la comedia neer-
landesa El Brabanzón Español (1617), basado en la primera novela picaresca El Lazarillo
de Tormes (1554)7. Algo que ha sido apuntado someramente en el pasado es el hecho, por
ejemplo, de que la literatura picaresca española disfrutó de tanto éxito en el extranjero
principalmente por presentar una visión degradada de la sociedad española8. Esta pre-
sentación negativa de la sociedad en la picaresca surge en origen con intención satírica,
pero una interpretación literal –provocada por una actitud hostil hacia España– podía
contribuir a un enturbiamiento de la imagen española. En el caso de los Países Bajos es
interesante analizar, algo a lo que me dedicaré en el futuro próximo, cómo se llevaron
a cabo esas traducciones de novelas picarescas. La cuestión es si, como en el caso de las
múltiples traducciones y adaptaciones de la Brevissima relación de las Casas en los Países
Bajos, se puede llegar a hablar de una “conspiración de la traducción” dentro del marco
de la producción picaresca9.
Un eslabón esencial en este proceso de interacción entre culturas es llevado a cabo
por los traductores, que pueden ser considerados como agentes o intermediarios entre
culturas por excelencia, llegando en determinadas ocasiones incluso a tener un papel tan
relevante como el autor de la obra que traducen. Como afirma Geoffrey P. Baldwin en el
mencionado volumen de Burke: “The influence of a dedicated translator could extend far

5
Ibidem , p. 20.
6
M. Meijer Drees, “Génesis y desarrollo de la imagen de España en los Países Bajos en el contexto de las Guerras
de Flandes”, en La monarquía de las naciones. Patria, nación y naturaleza en la Monarquía de España, Madrid,
2004, pp. 739-763; Y. Rodríguez Pérez, De Tachtigjarige Oorlog in Spaanse Ogen. De Nederlanden in historische en
literaire teksten (ca. 1548-1673), Nimega, 2003; The Dutch Revolt through Spanish Eyes. Self and Other in historical
and literary texts of Golden Age Spain (ca. 1548-1673), Berna, 2008; H. De Schepper, “La ‘Guerra de Flandes’.
Una sinopsis de su leyenda negra (1550-1650)”, en J. Lechner (ed.), Contactos entre los Países Bajos y el mundo
ibérico (Foro Hispánico 3), Ámsterdam y Atlanta, 1992, pp. 67-86; K.W. Swart, “The Black legend during the
Eighty Years War”, en J.S. Bromley y E.H. Kossmann (eds.), Britain and the Netherlands V. Some political
mithologies, La Haya, 1975, pp. 36-57.
7
C. Stutterheim (ed.), G.A. Bredero’s , Spaanschen Brabander, Culemborg, 1974, pp. 7-17.
8
J. Frutos Gómez de las Cortinas, “El antihéroe y su actitud vital (sentido de la novela picaresca)”, en Cua-
dernos literarios VII, Madrid, 1950, pp. 97-143, p. 141. Las novelas españolas, principalmente las de carácter
picaresco, eran muy populares en el siglo xvii en los Países Bajos. Este interés empezó a decrecer en las
primeras décadas del xviii. Véase I. Leemans, Het woord is aan de onderkant. Radicale ideeën in Nederlandse
pornografische romans 1670-1700, Nimega, 2002, p. 57.
9
Burke hace referencia a este concepto de “conspiracy of translation”, y lo considera un paso más allá de lo
que denomina de manera neutral “translation policy”. P. Burke, “Cultures of translation in early modern
Europe”, p. 17. Para las diversas ediciones de Las Casas (aumentadas y alteradas), véase: J. Lechner, Repertorio
de obras de autores españoles en bibliotecas holandesas hasta comienzos del siglo xviii, Houten, 2001, pp. 67-68.
Los rebeldes neerlandeses “descubrieron” el libro de Las Casas y observaron que se podría utilizar para su
campaña propagandística antiespañola. Lo tradujeron rápidamente y fue objeto de múltiples impresiones,
llegándose a las 26 ediciones. Véase B. Schmidt, Innocence abroad. The Dutch imagination and the New World,
1570-1670, Cambridge, 2001, p. 97.

– 405 –
Yolanda Rodríguez Pérez

and wide in both time and geography”10. Un paso aún ulterior en este proceso cultural
de la traducción es cuando el traductor mismo toma la pluma y decide, inspirándose en
una obra original, producir una obra nueva, pasando de esta forma de la translatio a una
especie de aemulatio.
Un ejemplo de este paso nos lo ofrece G. de Bay, quien no solo fue traductor de obras
españolas, principalmente de carácter picaresco, sino también autor de obras originales.
Las dos que trataremos en estas páginas, El Perro del Duque de Alba y El Español de Ám-
sterdam11, tienen una significación especial porque son obras literarias donde se elabora al
pasado reciente de la República y su lucha de indepencia con España, y porque, además,
en ellas podemos reconstruir qué visión de este pasado y de ambos bandos circulaba en la
época. Estas percepciones e imágenes se irían asentando hasta convertirse en estereotipos
e imágenes fijas. Su valor añadido es que el género de la novela neerlandesa estaba poco
desarrollado en el periodo aquí tratado, por lo que estas obras contribuyen también a la
génesis de la incipiente novelística neerlandesa12. En un periodo de formación de una
conciencia nacional, estas obras podían contribuir al asentamiento y cimentación de una
memoria histórica.

LA VIDA Y HAZAÑAS DEL PERRO DEL DUQUE DE ALBA y EL ESPAÑOL DE ÁMSTERDAM

Tres son las novelas vinculadas al nombre de De Bay como traductor que en mi opi-
nión son obras originales suyas, y no traducciones, como se ha asumido hasta ahora. Las
dos mencionadas anteriormente constituirán el eje de esta contribución por su utilización
del tema de la historia reciente neerlandesa. A la tercera, La vida y aventuras del Vizcaíno
Bufón (Het leven en bedrijf van de drollige Bisschayer), editada por primera vez en 1665 y en
versión adaptada en 1669, haré referencia somera. Davids ya expresó en 1918 su sospecha
de que esta obra podría ser fruto de De Bay y no una traducción, sospecha que confirmo13.
No obstante, un análisis interno pormenorizado del texto deberá aportar más detalles

10
G.P. Baldwin, “The translation of political theory in Early Modern Europe”, en P. Burke y R. Po-Chia Hsia
(eds.), Cultural Translation in Early Modern Europe, pp. 101-124, p.124. Otro papel esencial en el proceso de
traducción es desempeñado por editores, distribuidores, impresores, libreros etc.
11
El título completo de la segunda novela es: Des werelds hel en vagevuyr begrepen onder ‘t leven van den Amster-
damschen Spanjaart, Timotheus ten Hoorn, Ámsterdam, 1696. Este ejemplar parece ser el único existente y
es el que he consultado. En la sección de anuncios del Oprechte Haerlemse Courant de 1671 encontré, no ob-
stante, una referencia a otra edición de 1671, lo que complica la historia editorial de la novela. En el anuncio
se especifica “noyt meer gedruckt”, es decir, “nunca más impresa”, lo que parece implicar que la novela fue
impresa otra vez (o veces) antes de 1671. Esto significaría que disfrutó de cierto éxito al conocerse al menos
tres ediciones de la misma.
12
Inger Leemans estudió el surgimiento y evolución de la novela neerlandesa en el Siglo de Oro, concen-
trándose en el periodo de 1670-1700. La temática y la estructura formal de las novelas neerlandesas derivan
en gran parte de modelos extranjeros como los españoles. La influencia de la novela picaresca española en
la novelística neerlandesa es todavía un terreno muy poco estudiado. Veáse I. Leemans, Het woord is aan de
onderkant, p. 86.
13
W. Davids, Verslag van een onderzoek betreffende de betrekkingen tusschen de Nederlandsche en de Spaansche
letterkunde in de 16e-18e eeuw, La Haya, 1918, p. 188.

– 406 –
G. de Bay: un traductor de Cervantes del siglo xvii como agente de la memoria histórica neerlandesa

sobre la posible relación entre esta obra y las otras dos. En todo caso, en el Vizcaíno Bufón
no se hace uso de la trama histórica neerlandesa.
En El Perro del Duque de Alba se narra la vida de Cipión, quien después de servir a
varios amos españoles, entra al servicio del duque de Alba como espía. Su misión consiste
en transportar, entre España y los Países Bajos, importantes misivas en su collar vacío. El
nombre con el que es rebautizado por el duque, Perdón, hace referencia irónica al que se
ofreció a los neerlandeses en 1570. De camino a España, Cipión pasa varias veces por la
“Cueva mágica pirenáica” donde toma contacto con un submundo poblado por figuras
mágicas y distintos tipos de diablos. Su narración se concentra en el gobierno de Alba en
los Países Bajos y abunda en detalles que revelan la crueldad del duque y los españoles,
siendo el punto álgido los asaltos de Naarden y Haarlem. Al final de su relato, el perro
español, que no es más que un perro, se revela superior a sus compatriotas humanos al
arrepentirse de sus acciones y abandonar al duque, que tiene que vérselas con su propia
conciencia.
En El Español de Ámsterdam el protagonista es un amsterdamés educado en España.
Movido por su interés para conocer el mundo y constatar si realmente está poblado de
fantasmas y figuras mágicas como muchos asumen, abandona Madrid. El marco histórico
es posterior a la Paz de Münster, comenzando sus aventuras en el periodo entre 1655-1658,
durante los conflictos entre España e Inglaterra en Jamaica. Posteriormente viaja a la islas
Canarias, donde se adentra en una cueva mágica poblada de figuras oníricas, diablos y
alegorías a la Sueños de Quevedo. En este libro se hace referencia explícita al Perro del
Duque de Alba14. Este neerlandés españolizado nos recuerda al Brabanzón españolizado
Jerólimo, protagonista de la conocidísima comedia anteriormente mencionada El Bra-
banzón Español (1617). A lo largo de la revuelta surgió y se fue afianzando la imagen de un
neerlandés hispanizado, que era utilizado para definir a aquellos con tendencias prohis-
pánicas frente a los verdaderos amantes de la patria15. Esta imagen llegaría a constituirse
en un estereotipo. De Bay juega con ello y en El Español de Ámsterdam, retoma esta figura.
Interesante es que también en el teatro español encontramos esta imagen, como vemos
en una obra de Juan de Matos Fragoso, Los indicios sin culpa, donde aparece un holandés
españolizado, llamado Enrique, de padre español y madre neerlandesa, en relación directa
con el príncipe de Orange16.

14
Cuando está visitando la cueva menciona el español que ya conoce la taxonomía de diablos de la que hablan
porque lo había leído en El Perro del Duque de Alba, Amsterdamse Spanjaart, p. 67.
15
J. Pollmann ,“‘Brabanters do fairly resemble Spaniards after all’. Memory, propaganda and identity in the
Twelve Years’ Truce”, en J. Pollmann y A. Spicer (eds.), Public Opinion and Changing Identities in the Early
Modern Netherlands. Essays in honour of Alistair Duke, Leiden y Boston, 2007, pp. 211-226 y 222.
16
J. de Matos Fragoso, Los indicios sin culpa en Primera parte de comedias de Don Ivan de Matos Fragoso,
Madrid, 1658, fol. 129 r.-148 v. Véase Y. Rodríguez Pérez, De Tachtigjarige Oorlog in Spaanse Ogen, pp. 222-225.

– 407 –
Yolanda Rodríguez Pérez

G. de Bay, perfil biográfico

Desafortunadamente apenas disponemos de información sobre G. de Bay. Incluso


la inicial de su nombre es incierta y tampoco sabemos si se trata de un pseudónimo. El
apellido De Bay no aparece en ningún diccionario biográfico neerlandés y tan solo el
Diccionario Biográfico Nacional de Bélgica menciona varios estudiosos con este apellido,
aunque no parecen guardar ninguna relación con el traductor que aquí nos ocupa17. Un
estudio genealógico sobre los De Bay con distinta grafía (Baay/Baaij), traza distintas líneas
genealógicas en Ámsterdam, Róterdam, Bergen-op-Zoom, La Haya, pero no encontra-
mos a nadie con la inicial “G”18. La única posible información sobre nuestro traductor se
encuentra en el Centro Genealógico de La Haya. Se trata de un registro de matrimonio
(kerkintekenregister) de la Eglise Wallone de Ámsterdam con fecha del 4 de noviembre de
1656 en el que se hace referencia a la comparecencia de un Guilliam de Bay, de 31 años y
procedente de la ciudad frisona de Harlingen, de profesión factor, y de Haasje Houtmans
de 22 años, ambos residentes en Ámsterdam19.
La fecha de 1656 coincide sin lugar a dudas con el periodo en que aparecen las traduc-
ciones y obras de G. de Bay (1657-1671) y el nombre de este factor frisón comienza con
la misma inicial que la de nuestro traductor. El hecho de tener una profesión comercial
podría explicar su conocimiento de la lengua castellana y lo que es más, su pertenencia a la
Iglesia Walona, de signatura calvinista, no contradice el patente anticatolicismo de obras
como El Perro del Duque de Alba y El Español de Ámsterdam20. Para complicar aún más
la situación, en el Album studiosorum 1575-1875 de la Universidad de Leiden encontramos
mención de un estudiante de Derecho de venticuatro años, Guilbertus Bay, también pro-
cedente de Frisia, de la ciudad de Leeuwarden, que se inscribió en dicha universidad el 10
de mayo de 165921. Ese mismo año apareció su Disputatio Juridica Inauguralis . El nombre
de este estudiante comienza con la misma inicial, aunque su apellido no se haya adornado
por un “de” antepuesto al Bay, es adulto en la década de los cincuenta, y ha publicado por
ende una obra en 1659.
Los argumentos de los que disponemos no son lo suficientemente sólidos para poder
afirmar sin dudas quién de estas dos figuras podría ser el traductor G. de Bay, más in-
vestigaciones futuras en archivos deberán revelar más información, pero en principio me

17
En el Nationaal Biografisch Woordenboek van België se mencionan tres hermanos residentes en Lovaina,
teólogos y juristas, fallecidos todos antes de 1635, lo que hace imposible, vistas las fechas de publicación y el
contenido de las obras, de que se trate de nuestro G. de Bay.
18
D.J. Bais-Hillen, De geslachten De Bay/Baay/Baaij, Den Helder, 1987.
19
El hispanista Terlingen ya había hecho referencia a este documento, pero sin especificar que se trata del
registro de la “Eglise wallone”. J.H. Terlingen, “Las novelas ejemplares de Cervantes”, pp. 131-133. Véase Kerk/
Ondertrouw, nr. 476, p. 422 en el Centraal Bureau voor Genealogie de La Haya.
20
No aparecen referencias a ningún G. de Bay en los estudios de Van Dillen o Stols: Het Bedrijfsleven en
gildewezen van Ámsterdam, La Haya, J.C. Van Dillen, 1974; E. Stols, De Spaanse Brabanders of de handelsbe-
trekkingen der Zuidelijke Nederlanden met de Iberische wereld 1598-1648, Bruselas, 1971. Este último estudia los
mercaderes neerlandeses en España en el periodo de 1598-1648.
21
Album Studiosorum 1575-1875. Academiae Lugduno Batavae, La Haya, 1875, p. 472.

– 408 –
G. de Bay: un traductor de Cervantes del siglo xvii como agente de la memoria histórica neerlandesa

inclino a pensar que el factor Guilliam podría ser la figura que buscamos. En todo caso
sabemos que durante todo el siglo xvii existía un tráfico muy fluido de factores entre
los Países Bajos y España22. En la época moderna era muy frecuente dedicarse de mane-
ra semi-profesional a la traducción, no siendo inusual combinar esta actividad con una
fuente de ingresos más regular. Tan solo dos colectivos sociales más o menos definidos
solían traducir de una manera que podríamos definir como “profesional” y continuada:
los emigrantes refugiados y los jesuitas23. En este contexto surge también la hipótesis de
si De Bay, visto su apellido de sonido valón y su adherencia a la Iglesia Valona, no podría
ser él mismo un refugiado protestante de Flandes afincado en Frisia, o en todo caso el
hijo de un refugiado. Aunque su origen valón obviamente no justifica el hecho de que
tradujera del español.

G. de Bay, traductor

Las traducciones de G. de Bay, reales y presuntas, de las que disponemos fueron publi-
cadas a lo largo de un periodo de aproximadamente cuarenta años, entre 1657 y 1696, fecha
en la que probablemente apareció una segunda edición de El Español de Ámsterdam (la
primera de la que tenemos constancia data es de 1671). Este periodo corresponde con un
claro aumento de la publicación de traducciones24. Este marco temporal no es significativo
a la hora de intentar reconstruir el proceso de elaboración y publicación de su producción,
puesto que la fecha de publicación no es indicativa del momento en que se llevó a cabo una
traducción o se acabó de escribir una obra. Entre la publicación de las Novelas ejemplares de
Cervantes en 1613 y las traducciones neerlandesas de De Bay pasaron casi cuarenta años.
Además continuamos sabiendo muy poco de la relación entre vendedores de libros, au-
tores, y otros “productores” de literatura como los traductores, por lo que resulta compli-
cado saber cuál era el procedimiento a la hora de publicar traducciones25. Tampoco sabemos
con certeza quien era el instigador preciso de la publicación de estos textos. Sabemos que
en algunos casos la idea de traducir determinados textos partía de un mecenas con un ob-
jetivo preciso, pero no sabemos con certeza si en el caso de ciertas obras de literatura la
iniciativa partía del traductor mismo quien intentaba a continuación encontrar un editor
o era este el que proponía la traducción de ciertas obras que podrían disfrutar de la acep-
tación del público. Conocemos incluso casos de editores que traducían ellos mismos, como
el inglés Caxton26. En todo caso, como indica Pantin, en el proceso de traducción siempre

22
E. Stols, De Spaanse Brabanders of de handelsbetrekkingen, p. 57.
23
P. Burke, “Cultures of translation in early modern Europe”, p. 11.
24
El periodo de 1651-1675 fue de gran auge en la publicación de traducciones. P. Verkruijsse (ed.), Voorlopige
bibliografie van uit het Spaans (eventueel via andere talen) tot in 1800 in het Nederlands vertaalde boeken, voor-
zover aanwezig in de Universiteitsbibliotheek Amsterdam, Ámsterdam, 1980, p. 62.
25
O.S. Lankhorst y P.G. Hoftijzer, Drukkers, boekverkopers en lezers in Nederland tijdens de Republiek. Een
historiografische en bibliografische handleiding, La Haya 1995, pp. 99-103; I.H. van Eeghen, De Amsterdamse
boekhandel, 1680-1725, Ámsterdam, 1960-1978.
26
P. Burke, “Cultures of translation in early modern Europe”, pp. 7-38, p. 15, p. 16.

– 409 –
Yolanda Rodríguez Pérez

hay dos factores que desempeñan un papel esencial: los de carácter ideológico y los de
carácter comercial27. En mi opinión es posible que en el caso particular de las traducciones
de novelas picarescas españolas podamos hablar de una combinación de ambos factores,
como veremos más adelante. Según algunos autores, las novelas picarescas se pueden con-
siderar como los best sellers del siglo xvii28.
Podemos constatar sin duda alguna que G. De Bay sentía un interés particular por
España, y especialmente por obras de carácter picaresco. Algo excepcional es también el
hecho de que De Bay parece haber traducido directamente del castellano, a diferencia de
otros compatriotas neerlandeses que tradujeron obras españolas a través del francés como
lengua intermediaria, procedimiento muy habitual en la época29. Disponemos de unas
diez traducciones de la mano de De Bay, basadas en obras de Miguel de Cervantes, Juan
Pérez de Montalbán y Alonso Castillo Solórzano. Cervantes ya era un autor conocido en
Holanda a finales de los años cincuenta: muchas de sus novelas ejemplares ya habían sido
traducidas y en 1657 apareció la traducción de Don Quijote de Lambert van den Bos30.
En 1658 se publicaron las traducciones de De Bay de tres de las Novelas Ejemplares de
Cervantes: Rinconete y Cortadillo, El Casamiento engañoso y El Coloquio de los Perros31.
De Bay también tradujo una cuarta novela ejemplar, La ilustre fregona, incluida en la
traducción de una novela picaresca de Solórzano32. Aunque hay críticos que no están de
acuerdo con la definición de picaresca para Rinconete y Cortadillo, La ilustre fregona y El
Coloquio de los Perros, es innegable que hay notables rasgos picarescos en ellas. En el caso
de El Coloquio de los Perros, obra especialmente importante en la producción de De Bay,
como sabemos, se ha llegado a hablar de una “metanovela picaresca” que encarna la super-
ación del esquema picaresco33. De Castillo Solórzano tradujo Las Aventuras del Bachiller
Trapaza (1637) y La Garduña de Sevilla y anzuelo de las bolsas (1642). La traducción de

27
I. Pantin, “The role of translations in European scientific exchanges in the sixteenth and seventeenth centu-
ries”, en P. Burke y R. Po-Chia Hsia (eds.), Cultural Translation in Early Modern Europe, pp. 163-179 y 175-176.
28
M. Velasco Kindelán, La novela cortesana y picaresca de Castillo Solórzano, Valladolid, 1983, pp. 9-13 y p. 25.
Para las novelas picarescas españolas conservadas en bibliotecas neerlandesas, véase: J. Lechner, Repertorio de
obras de autores españoles en bibliotecas holandesas.
29
Para la traducción de comedias véase el clásico: J.A. Van Praag, La comedia espagnole aux Pays-Bas au XVII et
au XVIIIe siècle, Ámsterdam, 1922.
30
Traductores como Félix van Sambix, Hendryk Takama y Haring van Harixma, utilizaron el francés como
lengua intermedia en sus traducciones de Cervantes y de Quevedo. Van Sambix tradujo tres Novelas ejem-
plares, publicadas en 1643 y Takama cuatro (aparecieron en 1653), entre ellas Rinconete y Cortadillo, también
traducida por G. de Bay. Van Harixma tradujo Sueños de Quevedo. J.H. Terlingen, “Las novelas ejemplares de
Cervantes”, p. 199; P. Arents, Cervantes in het Nederlands, Gante, 1962, pp. vii-xix.
31
M. Cervantes Saavedra, Monipodios Hol, of ‘t Leven, Bedrijf, en Oeffening der Gaudieven, haer onrust en
schelmerijen. Als mede ‘t Bedrieghlick houwelick, en Philosophische t’ Samenspraeck, van twee gasthuys-honden,
Ámsterdam, by Evert Nieuwenhof, 1658.
32
Está interpolada en la traducción de La garduña de Sevilla: Het tweede deel van den Doorslepen Bedrieger, be-
grepen onder ‘t Leven van de Seviljanse Harpye of Doorslepen Bedriegeres, Ámsterdam, 1669. En 1643 ya se había
publicado una traducción de Felix van Sambix de La ilustre fregona y en 1653 una traducción de Rinconete y
Cortadillo de Hendryk Takama. La relación entre estas traducciones y las de De Bay no ha sido estudiada.
J.H. Terlingen, “Las novelas ejemplares de Cervantes”, p. 130; J. Vles, Le roman picaresque hollandais des XVIIe
et XVIIIe siècles et ses modèles espagnols et francais, La Haya, 1926, p. 77.
33
B. Rodríguez Rodríguez, Antología de la novela picaresca española, Madrid, 2005, p. XXI.

– 410 –
G. de Bay: un traductor de Cervantes del siglo xvii como agente de la memoria histórica neerlandesa

Trapaza se publicó por primera vez en Ámsterdam en 1657, y disponemos de otra edición
de 1670. La traducción de la segunda parte de las aventuras de Trapaza apareció en 166934.
La Garduña fue también publicada en 1669. De Pérez de Montalbán tradujo cinco pe-
queñas novelas que curiosamente aparecen intercaladas o siguiendo las tres obras de las
que no existen originales españoles y que en mi opinión son claramente obras surgidas de
la pluma de De Bay.
La primera novela de Montalbán aparece como añadida tras El Perro del Duque de
Alba. En la portada de esta última novela se menciona: “Y al final acompañada por El
Palacio encantado (“en achter noch by ghevoegt het betoovert Paleys”).35” En este caso
la novela de Montalbán no está intercalada en el Perro del Duque de Alba, como se llegó
a afirmar en el pasado, sino que sigue, como una obra independiente, a la anteriormente
mencionada36. Otras tres aparecen intercaladas en La vida y aventuras del Vizcaíno Bufón
(Het leven en bedrijf van de drollige Bisschayer), mientras que la última novela de Mon-
talbán aparece intercalada en la segunda parte de La vida y aventuras del Español de Ám-
sterdam37. En el caso de todas las novelas de Montalbán se especifica claramente en las
portadas que las obras son de este autor. En el prólogo de El Español de Ámsterdam, De
Bay advierte al lector que es posible que algún poetastro “que habla un poco de Espagnol”
quizá le tilde de haber engalanado su obra con frutos de Montalbán, pero que a él no le
importa en absoluto38.
Respecto a las capacidades traductológicas de De Bay, podemos afirmar, basándonos
en varias calas comparativas de su traducción de Rinconete y Cortadillo, y de El Coloquio de
los Perros, que se revela como un traductor preciso con gran dominio de la lengua castella-
na. No hay que olvidar que el régimen de traducción en la época moderna se caracterizaba
por un grado de libertad mucho mayor del que conocemos actualmente y que los límites
entre traducciones “libres” y “literales” eran extremadamente vagos, fluyendo incluso en
lo que se ha llegado a denominar como “técnica parafrasística libre”39. En algunos casos,
el traductor se sentía, como dice Burke, casi como un coautor con derecho a alterar los

34
Leeven en bedryf van den doorslepen bedriegeR, meester van bedrogh en fieltery ... uyt het Spaens vertaelt door G.
D.B. [ie. G. de Bay], A. de Wees, Ámsterdam 1657. Tanto la (¿segunda?) edición de 1670, como la segunda
parte de 1669 fueron publicadas por Baltus Boekholt. Título de la segunda parte: Het tweede deel van den
doorslepen bedrieger , begrepen onder ‘t leven [...], Ámsterdam, 1669.
35
Se trata de El palacio encantado, procedente de la miscelánea de Montalbán Para todos (1633).
36
J.A. Van Praag, ”Quelques observations”, p. 16.
37
Se trata de El piadoso bandolero, La fuerza del desengaño y Los primos amantes. La primera y la tercera provie-
nen también de la miscelánea Para todos (1633), la segunda de Sucesos y prodigios de amor (1624). En el caso de
El español de Ámsterdam se trata de Al cabo de los años mil.
38
En el prólogo del Vizcaíno Bufón, De drollige Bisschayer, De Bay especifica que ha usado obras de Montalbán
para adornar la suya (“tot verciering van mijn werk, uyt de Schriften van Montalbaen getrokken hebbe”);
Amsterdamsche Spanjaart: “Doch wel licht sal de een of ander Poëts-kop (que habla un poco de Espagnol)
my berispen, dat ik in ‘t tweede deel my Amsterdammer met de Veeren van Montalbaen verciere; doch ik
steur my daer niet aen”.
39
Según Hermans, en los Países Bajos la traducción literal de obras se limitó, a partir del siglo xvii a traduc-
ciones de obras como la Biblia. T. Hermans, Door eenen engen hals. Nederlandse beschouwingen over vertalen
1550-1670, La Haya, 1996, p. 10.

– 411 –
Yolanda Rodríguez Pérez

textos originales, añadiendo, alterando e incluso eliminando fragmentos40. El umbral en-


tre traducción e imitación se desdibuja entonces y es difícil definir el carácter de ciertos
textos. En el caso de G. de Bay parece que sus traducciones fueron claramente fieles41.
Parece haber distinguido bien entre sus actividades como traductor y aquellas en las que
dio rienda suelta a su originalidad.

De Bay y sus novelas originales: ¿búsqueda de un nicho en el mercado?

Los motivos comerciales e ideológicos a los que nos referimos anteriormente como
posibles motores tras la producción de traducciones pueden haber funcionado igualmente
en el caso de la publicación de las obras originales de De Bay que aquí nos ocupan. El
Perro del Duque de Alba y El Español de Ámsterdam, publicadas en duodécimo como todas
las obras de De Bay, combinan una serie de elementos que probablemente contribuían
a propiciar el interés del público neerlandés de la época, a saber, su carácter picaresco,
las referencias al pasado histórico reciente y los episodios donde la magia desempeña un
papel importante.
Ambas son novelas sin duda definibles como de carácter picaresco al presentar pro-
tagonistas que narran sus aventuras según las características de este género, es decir: con
un “yo autobiográfico” que aparece al “servicio de varios amos”, que comienzan su nar-
ración “ab origene”, que presentan un “punto de vista único”, que alternan “fortunas e
adversidades” etc.42. En este contexto hay que matizar que en el caso de El Español de Ám-
sterdam hay rasgos inherentes al pícaro, como su “genealogía vil”, que aparecen mitigados,
probablemente por el hecho de que el protagonista es realmente un neerlandés y rasgos
poco favorecedores podrían enturbiar su imagen positiva.
Las novelas picarescas disfrutaban de gran éxito entre el público de la época, como
afirmamos anteriormente, y ya desde la primera edición neerlandesa de 1579 del Lazarillo
de Tormes, se puede apreciar además cómo ciertos motivos ideológicos de enemistad y
rechazo hacia los españoles se habían filtrado en las traducciones del Lazarillo. El título
de esta primera traducción hacía referencia explícita a aspectos negativos de los españoles
(lo que obviamente no aparece en el original): La divertida y jocosa historia de Lazaro de
Tormes de Espana, donde se pueden ver y conocer las costumbres, condición, habla y astucia de
los españoles. No es quizá ninguna coincidencia que el lugar de impresión fuera Delft, base

40
P. Burke, “Cultures of translation in early modern Europe”, p. 34.
41
Terlingen y Vles llevaron a cabo también varias comparaciones de sus traducciones, llegando a la conclusión
que, dejando de lado algunas adiciones y pequeñas libertades, la traducción era fiable y de calidad. J.H. Ter-
lingen, “Las novelas ejemplares de Cervantes”, p. 129; J. Vles, Le roman picaresque hollandais, p. 80.
42
Los llamados rasgos organizativos del género son todavía objeto de disensión entre los críticos, pero en
los rasgos arriba mencionados existe consenso. Más rasgos definitorios son: justificación retrospectiva de
la narración, “carácter picaresco del protagonista”, “genealogía vil”. B. Rodríguez Rodríguez, Antología, pp.
XII-XIV.

– 412 –
G. de Bay: un traductor de Cervantes del siglo xvii como agente de la memoria histórica neerlandesa

general de Guillermo de Orange43. No es descabellado pensar que la publicación de esta


traducción pudiera estar vinculada con el aparato de propaganda de Orange. Dos años
después aparecería su Apología publicada en 1581. Versiones mucho más posteriores del
Lazarillo presentan también adiciones negativas sobre los españoles. Las ediciones de 1662
y 1669 fueron además publicadas por uno de los editores de G. de Bay, Baltus Boekholt,
lo que hace factible que De Bay estuviera familiarizado también con esta novela picaresca
por excelencia44.
Aparte del componente picaresco combinado con crítica antihispánica que obvia-
mente atraería a un gran público, las novelas originales de De Bay jugaban con otro
género de literatura de la época, el de los llamados spiegels, o espejos, que igualmente
contenían este elemento de crítica. Ya desde 1614 circulaban libros destinados a enseñar
a las nuevas generaciones la historia reciente en las escuelas, como El espejo de la Juven-
tud, o breve crónica de la Historia de los Países Bajos, en la que se narran claramente y se
presentan “las principales tiranías, y crueldades inhumanas que, por el gobierno de los
Reyes de España [...] se cometieron aquí en los Países Bajos en detrimento de miles de
hombres, nobles o no, jóvenes o viejos, tanto a sus bienes, como a sus posesiones durante
esta guerra de cuarenta años”. Este Espejo se imprimió más de veintinueve veces y parece
que todavía, entre 1740 y 1750, se seguía utilizando en las escuelas como libro de texto45.
En este contexto histórico, el término “espejo” quizá esté en primer lugar vinculado a las
múltiples adaptaciones que siguieron a la famosa Brevíssima relación de la destrucción de
las Indias de fray Bartolomé de las Casas (Sevilla 1552), base esencial de la leyenda negra.
La primera traducción neerlandesa apareció en 1596 en Ámsterdam: “Espejo de la tiranía
española en las Indias occidentales” y seguirían múltiples reimpresiones y adaptaciones
dirigidas en particular a la situación neerlandesa46. Tanto El Perro del Duque de Alba como
El Español de Ámsterdam procesan en sus tramas elementos de ambos tipos de espejos47.
Para recalcar ante su público el valor especial de sus obras (originales) y envolverlas en
un aire de mistificación, el editor de De Bay hace uso de una estrategia de venta no única
en la época: afirmar que los libros eran en origen españoles, pero que su publicación en
España no había sido posible. Al presentar estas novelas elementos antihispánicos, un
comentario de este género podría ser interpretado como una velada alusión a una cierta
43
De ghenuechlijcke ende cluchtighe historie van Lazarus de Tormes wt Spangien. In de welcke, ghy eensdeels
meucht sien ende leeren kennen, de manieren, condicien, reden ende schalckheyt der Spaignaerden. Arents, Cer-
vantes in het Nederlands, pp. 9-10.
44
Vles analizó la versión del Lazarillo de 1669. La traducción fue llevada a cabo por un cierto D.D. Harvy en
1654. J. Vles 1926, Le roman picaresque hollandais, pp. 56-60; A. Baggerman, Een drukkend gewicht. Leven en
Werken van de zestiende-eeuwse veelschrijver Simon de Vries, Ámsterdam, 1993, p. 57.
45
J.H. Terlingen, “Las novelas ejemplares de Cervantes”, p. 196; L. Behiels, “El Duque de Alba en la conciencia
colectiva de los flamencos”, en Foro Hispánico 3 (1992), pp. 31-43. Behiels utilizó como fuentes libros de his-
toria utilizados en la enseñanza entre 1843 y principios de 1990.
46
Para las traducciones neerlandesas de Las Casas: K.W. Swart “The Black legend during the Eighty Years
War”, pp. 52-55; J. Lechner Contactos entre los Países Bajos y el mundo ibérico, pp. 87-88; M. Meijer Drees,
“Génesis y desarrollo de la imagen de España en los Países Bajos”, pp. 746-747.
47
Existe una abundante literatura en la que se desarrollan estos temas: pamfletos, canciones, relaciones, teatro.
M. Meijer Drees, “Génesis y desarrollo de la imagen de España en los Países Bajos”, p. 763.

– 413 –
Yolanda Rodríguez Pérez

falta de tolerancia o a la existencia de métodos de control como los de la Inquisición en


España. Las supuestas aberraciones y la censura de esta temida institución era igualmente
otro de los elementos integrados dentro de la leyenda negra. En la segunda edición del
Vizcaíno Bufón de 1669, en el prefacio dedicado al lector, escribe el editor Boekholt:

“Les vuelvo a presentar aquí a un Español, o mejor dicho, a un Vizcaíno vestido a la


holandesa, para que les haga compañía durante las largas noches de invierno. No le despre-
cien - aunque es un poco suelto de manos, porque el carácter de su nación lo trae consigo -
alábenle más bien porque les contará más cosas de las que les contaría un Español honesto.”

Boekholt continúa haciendo referencia a las novelas de Pérez de Montalbán que se han
incluido en esta novela y concluye afirmando que el resto “procede de la misma cocina
de El Perro del Duque de Alba. Aunque (ambas obras) no han sido nunca publicadas en
español por el ‘celo’ de los españoles”48. La referencia tan escueta y concisa a El Perro del
Duque de Alba hace pensar que este libro disfrutó de una cierta fama y que no necesitaba
de grandes introducciones.
Por último, para contar con la atención de un gran público, las novelas de G. de Bay
incorporan un elemento de gran relevancia: la magia. La trama principal del Perro del
Duque de Alba y del Español de Ámsterdam se ve intercalada por episodios o intermezzi
mágicos en los que los protagonistas se adentran en cuevas y espacios subterráneos donde
contemplan todo tipo de figuras fantásticas, diablos y demás seres mágicos49. Sabemos
que entre 1646 y 1663 hubo una ola en publicaciones sobre brujería y magia en Holanda y
que el tema llamaba la atención tanto de eruditos como del pueblo llano. La mayor parte
de las publicaciones sobre el tema vio la luz sobre todo después de 165550.

El pasado reciente de la República en EL DUQUE DE ALBA y EL ESPAÑOL DE


ÁMSTERDAM

Aunque obviamente no podemos constatar si estas obras fueron escritas con el obje-
tivo de contribuir conscientemente a la formación de una memoria colectiva del pasado
reciente de la República, lo que es indudable es que el tema de la guerra con España fue
objeto de recreación en múltiples tipos de fuentes históricas y literarias y que constituía
un tema de interés general. En el campo literario se compuso una gran cantidad de obras
en prosa y de teatro con matiz propagandístico, al igual que composiciones poéticas y

48
Segunda edición del Vizcaíno Bufón (Het leven en bedrijf van de drollige Bisschayer, Ámsterdam, 1669), pre-
facio a la segunda parte, p. 96: “’t ander komt uyt de selve koken daer Duc de Albas Hondt uyt gekomen is.
Dog zy zijn om de naukeurigheit der Spanjaerden noyt in ‘t Spaens gedruckt geweest.”
49
Según Terlingen, De Bay se basó en la Magia Universalis del jesuíta inglés Caspar Scott (1657-1659). J.H.
Terlingen, “Las novelas ejemplares de Cervantes”, p. 200.
50
Se trataba de traducciones, adaptaciones y reimpresiones de todo tipo de libros famosos. H. De Waardt,
Toverij en samenleving. Holland 1500-1800, Ámsterdam, 1991, pp. 204-207.

– 414 –
G. de Bay: un traductor de Cervantes del siglo xvii como agente de la memoria histórica neerlandesa

canciones como las del Geuzenliedboek (1574), el cancionero de los gueux51. Swart nom-
bra, por ejemplo, las obras de dos predicadores de Zelanda publicadas en 1621 y 1632 que
elevan el odio a lo español a dimensiones extremas al pedir casi un embargo de productos
españoles como naranjas y vino o al proponer que cada ciudadano neerlandés debía jurar
luchar contra los españoles hasta el fin de sus días52. Incluso después de la firma de la Paz
de Münster las representaciones de obras de teatro con el tema del asalto a una ciudad,
como Haarlem y Leiden, continuaron siendo muy populares53. La creación de una causa
común neerlandesa fue el motor de la actuación de los propagandistas de la Revuelta,
quienes con sus escritos fueron contribuyendo al desarrollo de un cierto sentimiento de
unidad neerlandesa54.
De Bay pudo elegir el tema de la historia reciente porque pensaba, o incluso sabía
con certeza, que existía un mercado para ello. Aunque no sabemos qué efecto tuvieron o
cómo fueron recibidas por el público, sí que se puede reconstruir la visión que se proyecta
en ellas de las causas del conflicto, de los neerlandeses y de una cierta identidad común,
y, por último, de la imagen del enemigo español como grupo ante el que se perfilan los
neerlandeses. Esas imágenes e interpretaciones de la historia se irían convirtiendo poco
a poco en estereotipos inamovibles que llegarán a forjar la memoria construida de un
pasado común.
En el caso de El Perro del Duque de Alba la trama se concentra en la estancia de Alba
en los Países Bajos entre 1567 y 1573 y se detiene en momentos claves como el saqueo de
Naarden y Haarlem. También hay referencias, en los pasajes intermedios en la cueva de
los Pirineos, a los abusos hispánicos en América. El Español de Ámsterdam, aunque no tra-
ta expresamente el tema de la revuelta, constituye también una referencia interesante para
observar qué elementos de ese pasado relativamente reciente de la República se retoman
y van formando ya parte del reservoir mental histórico de los lectores. Las referencias a la

51
Grandes historiadores neerlandeses del siglo xvi y xvii se ocuparon del tema, como Bor, Hooft, Van Meteren
o como Grotius. En la literatura el reflejo fue igualmente rico. Véase G. Janssens, “Het oordeel van tijdge-
noten en historici over Alva’s bestuur in de Nederlanden”, Belgisch tijdschrift voor Filologie en geschiedenis,
54, (1976), p. 483; G. Janssens, Don Fernando Álvarez de Toledo, Tercer Duque de Alba y los Países Bajos. Don
Fernando Álvarez de Toledo, derde hertog van Alva en de Nederlanden, Bruselas, 1993, p. 5, p. 28.
52
K.W. Swart, “The Black legend”, p. 55. Se trata de Petrus Hondius, Moufeschans (Middelburg 1621) en Ne-
hemia Publicola, Mardachai ofte Christelijcken patriot, Middelburg, 1632.
53
En 1606 Jacob Duyn publicó 6 obras de teatro de tema nacional. Obras de este carácter, como la de Bontius
sobre el asedio de Leiden tuvieron diversas reediciones. En 1678, treinta años después de la Paz de Münster,
Thomas Asselijn escribió un drama sobre Egmond y Horne. Poetas egregios como Joost van den Vondel
también escribieron todo tipo de composiciones sobre la guerra. M. Meijer Drees, “16 januari 1643: Uit naam
van Frederick Hendrik stuurt Huygens een zilveren kan en schotel aan Hooft als dank voor de Nederlandsche
Historieën”, en M.A. Schenkeveld-van der Dussen (ed.), Nederlandsche literatuur. Een geschiedenis, Gronin-
gen, 1993, pp. 243-248. Sobre los dramas sobre la muerte de Orange véase: J. Bloemendaal, “De dramatische
moord op de Vader des Vaderlands. De verhouding tussen vier typen toneel in de vroegmoderne Nederlan-
den”, De zeventiende eeuw, 23, (2007), pp. 99-118; J.M. Bordewijk, “’Lof zij den helden!’: vier eeuwen Leidse
stedentrots op het toneel”, La Haya, 2005.
54
J. Pollmann, “‘Brabanters do fairly resemble Spaniards after all’”, p. 219; A. Duke, “The elusive Netherlands.
The question of national identity in the early modern Low Countries on the eve of the Revolt”, Bijdragen en
Mededelingen betreffende de Geschiedenis der Nederlanden, 119-1 (2004), pp. 10-38.

– 415 –
Yolanda Rodríguez Pérez

guerra con España son más implícitas, pero la violencia española en los Países Bajos y en
América, y la figura del duque de Alba continuan siendo una constante.
En El Perro de Duque de Alba, ya al principio de la novela, se verbaliza de manera
indudable por qué se lucha en los Países Bajos. Y lo que es más, el mismo interlocutor de
Cipión, Berganza, se identifica completamente con la motivación de los neerlandeses en
su lucha y afirma que “no hay cosa más honrada que luchar por su patria, fe y libertad”55.
Esta trinidad constituía la versión rebelde del “Dios, Patria y Rey” español. El principio
de la libertad se presentaba en el bando rebelde como el valor político más alto existente,
pudiendo ser considerada, en palabras del secretario del príncipe de Orange Jacob van
Wesembeeke, como “la hija de los Países Bajos”56. Más adelante Cipión vuelve a enfatizar
la importancia de la libertad como “la cosa más valerosa que se puede poseer”57. Esta de-
fensa de la libertad se ve pagada con la violencia utilizada por los españoles en su intento
de reprimir la revuelta.
Ambos elementos, la lucha por la libertad y la represión violenta, se convertirán con el
tiempo en la esencia estática de la visión del conflicto. Los casos particulares de Haarlem
y Naarden serán utilizados al final del libro como punto álgido de la narración de las
experiencias del perro Cipión en los Países Bajos. En el caso de El Español de Ámsterdam,
cuya primera edición apareció en 1671 según nuestros datos, también encontramos refe-
rencias a las guerras de los Países Bajos o de los Ochenta Años. En una de las incursiones
del protagonista a las regiones mágicas del subsuelo encuentra a la figura alegórica de la
Violencia, quien le espeta: “¿Cómo, no me conoces? Tus antepasados sí que me conocen
bien, puesto que estuve vagando ochenta años por los Países Bajos58.”
Los habitantes de esos territorios septentrionales que luchaban por semejantes enco-
miables principios aparecen representados de una manera abiertamente positiva en El Pe-
rro del Duque de Alba. Aunque Cipión les observa en principio desde el punto de vista de
lo que se supone que es, un perro español, y les tilda de herejes, la visión neerlandesa del
autor se filtra en las apreciaciones del cuadrúpedo. Particularmente interesante es en este
contexto el uso de las metáforas de animales, muy utilizadas en la propaganda neerlandesa
de la época. En panfletos y grabados se hacía uso de animales como ovejas, leones, zorros
o cerdos, que con su valor metafórico podían sustituir a la figura que representaban,
pensemos en los conocidos grabados con leones, símbolo de la República, o con cerdos
y otros animales innobles, álter ego de los españoles59. Otra imagen muy conocida era
55
Duc D’Albas Hondt, p. 10.
56
M. Van Gelderen, The Political Thought of the Dutch revolt 1555-1590, Cambridge, 1992, p. 119, p. 128, p.
161; Y. Rodríguez Pérez, “The Pelican and his ungrateful children. The construction and evolution of the
image of Dutch rebelliousness in Golden Age Spain”, The Journal of Early Modern History, vol. II (2007),
pp. 285-302.
57
Duc D’Albas Hondt, p. 52.
58
Amsterdamse Spanjaart, p. 83: “Doch kent gy my niet, uw voor-ouders kennen my soo veel te beeter, door
dien ik wel tachentig Jaaren lang in Neerland omgesworven hebbe.”
59
P.A.M. Geurts, De Nederlandse Opstand in de pamfletten, Nimega, 1956-Utrecht, 1978, p. 271; M. Meijer
Drees, Andere landen, andere mensen. De beeldvorming van Holland versus Spanje en Engeland omstreeks 1650,
La Haya, 1997. B. Kempers (ed.), Openbaring en bedrog. De afbeelding als historische bron in de Lage Landen.

– 416 –
G. de Bay: un traductor de Cervantes del siglo xvii como agente de la memoria histórica neerlandesa

la de los neerlandeses como ovejas inocentes e indefensas, víctimas del enemigo español
representado por animales sanguinarios y voraces como lobos o perros.
Una imagen metafórica de este estilo aparece en El Perro del Duque de Alba. Cipión,
el perro español, devora sin ningún tipo de cargo de conciencia a las ovejas que encuentra
por el camino y a las que compara con herejes, es decir, con neerlandeses. Al explicarle
a Berganza por qué piensa que sus acciones están justificadas hace uso de un argumento
que según la propaganda neerlandesa era utilizado por los españoles: “haereticis non est
servanda fides”, es decir, ante los herejes no hay obligación de mantener la palabra dada.
Guillermo de Orange mismo desempeñó un papel importante en la divulgación de la idea
de que según los españoles era legítimo matar a herejes, aunque se hubiera prometido lo
contrario. Y dice Cipión:

“Y una cosa me animaba [a matar ovejas] sin problemas de conciencia, y es que


había oido con frecuencia decir a mi señor que matar a un hereje no era mayor crimen que
matar a una oveja, por lo que concluí que matar ovejas no era nada malo, y que para mi
mantenimiento bien podía hacerlo60.”

El paralelismo entre Cipión, y su señor el duque de Alba aparece de manera innegable


en este fragmento. La idea de De Bay es muy ingeniosa, a mi parecer, al construir en su
novela un álter ego animal de Alba, quien era para más inri conocido en los Países Ba-
jos con el sobrenombre del Bloedhondt, “perro de presa o sanguinario”61. Después de las
masacres de Naarden y Haarlem, al final de la novela, Cipión se distanciará de su amo y
de los españoles arguyendo: “Los asesinatos me hacen maldecir la crueldad de mis com-
patriotas.62”
Aunque esta caracterización parece presentar a los neerlandeses en actitud victimista
o pasiva, De Bay recalca en otros fragmentos que ellos, no obstante, se enfrentaron ante
Alba y los españoles como animales fuertes, astutos y valientes, como leones, zorros y
tigres, y no como liebres. Este tipo de imágenes de animales se seguirán utilizando no solo
durante la Revuelta sino también en la época de las guerras marítimas con Inglaterra en el
Seiscientos63. La representación de los neerlandeses como valientes por excelencia aparece
encarnada al final del libro en la figura de Kenau, la heroína de Haarlem, que impulsó a
las mujeres a tomar el puesto de los hombres caídos y luchar por su ciudad64.

Ámsterdam, 1995; D. Horst, De opstand in zwart-wit: propaganda uit de Nederlandse Opstand (1566-1548),
Zutphen, 2003.
60
Duc D’Albas Hondt , p. 68.
61
Veáse respecto a la simbiosis literaria entre Cipión y Alba: Y. Rodríguez Pérez, “El perro del Duque de Alba:
un reflejo cervantino en la literatura de los Países Bajos”, V Centenario del nacimiento del III Duque de Alba
Fernando Alvarez de Toledo (en publicación).
62
Duc D’Albas Hondt, p. 108: “De moort [...] doet my [...] de wreetheit van mijn lantsluyden vervloecken.”
63
K.H.D. Haley, The British and the Dutch. Political and cultural relations through the ages, Londres, 1988, p.
85.
64
Duc D’Albas Hondt, p. 108; M. Meijer Drees, “Kenau. De paradox van een strijdbare vrouw”, en N.C.F.
Van Sas (ed.), Waar de blanke top der duinen en andere vaderlandse herinneringen, Ámsterdam-Amberes, 1995,

– 417 –
Yolanda Rodríguez Pérez

En El Español de Ámsterdam, aunque la trama está localizada temporalmente en el


periodo posterior a la Paz de Münster en 1648, también encontramos la proyección de
una imagen positiva de la República y sus habitantes. Lo primero que hace el protagonis-
ta es aclarar al lector su origen para que no se tenga duda de la fiabilidad de su relato65.
Aunque su epíteto “Español de Ámsterdam” podría indicar a primera vista que es español
en esencia, él sintetiza su origen y carácter de la siguiente manera: “En breve, pues, mi
patria es Ámsterdam, mi educación española, mi fé holandesa, mis medios escasos, mi
valor inflexible (...).66” El elemento español en él personificado parece verse completa-
mente neutralizado por el énfasis que da al hecho de haber nacido en Holanda y al haber
conseguido mantener “la fe principal de su noble patria” gracias a su niñera flamenca que,
en secreto, le inculcó el protestantismo. El ser neerlandés parece ofrecer garantía de fiabi-
lidad. Además, el personaje tiene más rasgos positivos: es virtuoso (instiga expresamente
a los lectores a que sigan el camino de la virtud), noble y honesto, como podemos ver en
el momento en que uno de sus señores fallece. Aunque en principio todas sus posesiones
van a parar a sus manos, devuelve todo legalmente a los herederos67. Todas estas caracte-
rísticas positivas parecen estar intrínsicamente ligadas con su origen neerlandés. En uno
de sus encuentros con seres fantásticos encuentra a los espíritus de múltiples reyes y reinas
indios, asesinados por los españoles, quienes creen encontrar en él a alguien fiable que
pueda contar al mundo exterior sus desgracias pasadas. Haciendo referencia a las activi-
dades hispánicas en América, De Bay vuelve a dejar resonar los ecos de la propaganda
antiespañola que ya iban formando claramente una imagen estereotipada en la memoria
colectiva de los neerlandeses. Con estas palabras se dirigen a él los reyes indios:

“O, vástago holandés, que te has sabido mantener fiel al caracter de tu patria y tu
educación no ha sido del todo malograda [...] haz que se sepa cúantos miles de almas vagan
inmortales por aquí bajo de la tierra, y todo causado por unos asesinos sedientos de oro
[...]68.”

Una manera más indirecta de presentar positivamente a la República es


alabarla a través de los enemigos de antaño, de los propios españoles. De Bay hace
expresar a personajes españoles el favorable curso que sigue la República desde que
se firmó la paz, como asegura el primer señor al que sirve El Español de Ámsterdam:

“Desde que se firmaron las paces entre España y Holanda he hecho tres viajes a
ese estado tan bien regido, donde el contacto con distintas personas del gobierno me ha

pp. 42-56, p. 49.


65
Amsterdamse Spanjaart, cit., p. 25: “Opdat de dingen van my als van een gheloofweerdigh Persoon meugh
aannemen.”
66
Ibidem., p. 26.
67
Ibidem, pp. 91 y 125.
68
Ibidem, p. 35.

– 418 –
G. de Bay: un traductor de Cervantes del siglo xvii como agente de la memoria histórica neerlandesa

iluminado de gran manera respecto a muchas creencias falsas que había mamado desde mi
infancia69”.

A qué tipo de creencias falsas se refiere no llegamos a saber, pero obviamente desde
perspectiva neerlandesa, el país no solo estaba en una situación mucho más favorable se-
parado de la Monarquía, sino que además podía incluso servir de ejemplo a sus antiguos
señores. Incluso el nivel arquitectónico actual de la República es superior a países como
Italia. Cuando vuelve a su ciudad natal, el español de Ámsterdam se queda maravillado
ante el nuevo ayuntamiento y comenta: “Y vi el nuevo ayuntamiento, con todo su desplie-
gue arquitectónico, y que no tiene que envidiar de ningún modo a los edificios italianos,
es más, los supera en muchos aspectos70.”
Respecto a la visión del enemigo español, es en El Perro del Duque de Alba donde
encontramos una visión más elaborada. Basándose en el carácter satírico inherente a las
novelas picarescas, De Bay construye una visión negativa de los españoles en consonancia
con la leyenda negra. La sátira utilizada no se limita a lo social, sino que se extiende al
campo religioso y político. Trataremos tan solo unos ejemplos. La sátira social en la pica-
resca se expresa con frecuencia haciendo pertenecer a los diferentes amos a los que se sirve
el pícaro a diversos estamentos de la sociedad, de esta manera se ridiculizan y se llama la
atención sobre todo tipo de abusos pertenecientes a esos grupos particulares. Los espa-
ñoles que pueblan esta novela son embaucadores empedernidos, ladrones, aficionados a
la prostitución, tahures, mentirosos redomados, caballeros arruinados, comerciantes sin
escrúpulos y soldados sanguinarios y crueles. La sátira religiosa se concentra en ciertos há-
bitos y costumbres católicas, como los exvotos y la devoción de santos. En los Países Bajos
existía toda una tradición que ridiculizaba esta devoción. Marnix van Sint-Aldegonde,
siguiendo a Calvino, le dedicó gran atención a este tema71. El Español de Ámsterdam
abunda en ejemplos de anticlericalismo. El lenguaje es peyorativo y la religión católica
es objeto de desprecio de múltiples maneras. Ya al principio de su relato, el protagonista
comenta que la mayoría de los españoles han sido engendrados por monjes y papas, y
que prácticamente casi todos ellos dicen, curiosamente, tener un tío monje72. A caballo
entre el universo religioso y político se encontraba la Inquisición, otro de los elementos
integrantes de la leyenda negra. La rígida actuación de sus miembros aparece también en
El Perro del Duque de Alba, no tanto en el caso del inquisidor que descubre en Cipión un
espía con gran potencial, sino, por ejemplo, en el caso de la anécdota que ridiculiza a los

69
Ibidem, p. 20.
70
Ibidem, p. 191. La construcción del ayuntamiento de Ámsterdam comenzó en 1648 y concluyó en 1665. Esta
referencia textual nos indica una posible fecha del inicio del proceso de escritura. Las aventuras del español de
Ámsterdam en Jamaica hacen referencia a la guerra hispano-inglesa cuando la isla fue ocupada por los ingleses
(1655-1658). Si partimos de la idea de que ve el ayuntamiento acabado, el periodo de composición podría
situarse en la segunda parte de los años sesenta, visto que la primera edición de la que disponemos es de 1671.
71
S. Vosters, Spanje in de Nederlandse literatuur, Ámsterdam, 1955, p. 9.
72
Amsterdamse Spanjaart, cit., p. 23.

– 419 –
Yolanda Rodríguez Pérez

inquisidores de Lille “quienes colgaron a un inocente loro por causa de la fe”73. Lo que
gritaba exactamente el pobre loro, lo ignoramos.
En el caso del relato de Cipión, el uso de la sátira política es particularmente relevante
para la creación de una visión negativa de la actuación de los españoles. Cipión está bien
informado de cómo se toman las decisiones en España, al estar presente en Madrid en
un consejo de guerra donde se deben dirimir cuestiones de importancia sobre el curso a
seguir en la guerra en los Países Bajos. El can parlante acompaña a un consejero de Alba
con el significativo nombre de “Machiavellus”. Esta vinculación entre los gobernantes
españoles y el italiano era un motivo recurrente en los panfletos neerlandeses, que afirma-
ban que Alba se había criado en la doctrina de Maquiavelo74.
Cipión dice tener curiosidad por saber qué se decidía en el consejo entre tantos hom-
bres sabios. La experiencia es bastante reveladora: los españoles hacen bromas sobre lo
que se podría hacer con los nobles sublevados: por ejemplo decirles que se tienen que pre-
sentar en persona en la corte, ante su consejo, y si no se mueren del susto ante semejante
noticia y llegan a Madrid, pues entonces meterles en juicio y sobornar a sus defensores75.
Después de muchas negociaciones, el consejo toma la decisión de que Alba debería uti-
lizar toda la fuerza y medios necesarios para hacer volver a la obediencia a los rebeldes,
sin dejar ni un resquicio a la nueva herejía y reduciendo a cenizas todo lo que estuviera
relacionado con ella. A lo que replica Cipión: “Esto no hace falta escribírselo a mi señor
el duque, porque ya lo sabía antes de llegar a los Países Bajos”, implicando de esta manera
que la actuación violenta y represiva era algo ya premeditado de Alba76. El autor se burla
también del Perdón General de 1570, diciendo que el perro Cipión (bautizado satírica-
mente como Perdón por el duque como mencionamos anteriormente) es el único perdón
que había llegado desde España. La imagen que se da del mundo político hispánico deja,
pues, mucho que desear y la sátira política por excelencia aparece encarnada en la figura
del duque de Alba, eje de la leyenda negra de los Países Bajos.

73
Duc D’Albas Hondt, p. 26.
74
El historiador Pieter Bor lo expresó de la manera siguiente al referirse a Alba: “Gefondeert zijnde in de
leringe van Machiavelle.” Véase P.A.M. Geurts, De Nederlandse Opstand, p. 269.
75
Duc D’Albas Hondt, p. 94.
76
Duc D’Albas Hondt, p. 95.

– 420 –
G. de Bay: un traductor de Cervantes del siglo xvii como agente de la memoria histórica neerlandesa

El duque de Alba

La imagen de Alba que se proyecta en estas obras podemos decir que está completa-
mente consolidada a mediados del siglo xvii: se trata del duque como encarnación de la
tiranía española y como símbolo del azote de los Países Bajos, como se defendía en la obra
histórica de Jan van Beverwijk El Duque de Alba, azote de los Países Bajos y Portugal,
publicado en 164177. En el prefacio, el autor comenta que el lector probablemente pensará
que historiadores neerlandeses como Bor, Van Meteren, Reyd y otros ya escribieron sufi-
ciente sobre el tema, pero que esto no es cierto, por lo que él asume la tarea de narrar lo
que falta en las historias. Su objetivo es centrarse en la figura del cruel duque de Alba, en
su carácter y en sus acciones también fuera de los Países Bajos.
Como ya hemos mencionado anteriormente, el Perro del Duque de Alba es una inge-
niosa elaboración literaria de la visión existente sobre Alba, especialmente al desarrollar
esa imagen de la simbiosis entre el perro-espía Cipión y Alba el “bloedhondt”, el perro
de presa. El Español de Ámsterdam también contiene un ejemplo muy significativo del
grado en que la imagen de Alba estaba cimentada en la mentalidad colectiva, al ofrecer
De Bay una descripción del duque sin mencionar ni siquiera su nombre, sabiendo que su
público lo identificaría inmediatamente. En uno de sus viajes a una cueva mágica subte-
rránea, el Español de Ámsterdam encuentra a una figura familiar:

“Lo primero que ví allí era un hombre viejo, con larga barba y de aspecto delgado,
que estaba siendo torturado dolorosamente por unos espíritus infernales, puesto que le estaban
arrancando la carne del cuerpo con unas tenazas al fuego vivo y después pusieron su cuerpo en
una rueda que le hacía crujir los huesos. Le pregunté a Timon que quién era ese hombre. ‘Es un
viejo militar’, respondió, ‘que estuvo haciendo de las suyas por los Países Bajos durante varios
años, y que falleció después en Portugal’. A lo que yo le pregunté: ‘Pues no es el duque de...’
‘Calla’, me dijo Timon, ‘que el que quieres decir tiene por amigo al Papa ...’”

Poco menos de cien años después de la partida de Alba de los Países Bajos –la novela
aparece en 1671– la figura de Alba se había convertido en un símbolo, no solo se sabía
quien era y cual fue su papel durante la guerra, sino que incluso su imagen física parecía
estar impresa en la mente de los neerlandeses. Parece ser que también en España circulaba
una imagen clara de la presencia física del duque, como demuestra una didascalía teatral
en la obra de Lope de Vega, El Aldegüela, donde se dice: “Sale(n) el Duque de Alba, ar-
mado como le pintan, (…)”, referencia que nos hace pensar casi automáticamente en el
famoso retrato de Alba de Antonio Moro78.

77
Hertogh van Alva. Geessel van Nederlandt, ende Portugal. Hoe endewaerom beyde het Spaensche jock af-gewor-
pen, ende mat malkanderen tegens den gemeenen vyandt verbonden zyn, Dordrecht, 1641.
78
Lope de Vega y Carpio, “El Aldegüela”, en Biblioteca de Autores Españoles, 224, Madrid, 1969, pp. 113-175,
p. 159.

– 421 –
Yolanda Rodríguez Pérez

Conclusión

La combinación de disciplinas como la de la historia y la de la traducción (y la imitatio


por extensión) puede resultar muy productiva al ayudarnos a reconstruir procesos de inte-
racción y de identidad cultural. El trabajo que queda por hacer en este terreno es mucho,
como afirman estudiosos como Peter Burke y Carlos Eire79. En el caso de la figura de G.
de Bay y su obra nos encontramos ante un caso particularmente interesante al no haberse
limitado a elaborar traducciones de novelas picarescas españolas, sino que se eleva desde
su posición de traductor a la de autor original que aspira a la aemulatio.
Una cuestión que surge al pensar en G. de Bay como agente o intermediario entre la
cultura hispánica y neerlandesa es el hecho de que ese papel no puede considerarse senci-
llamente como positivo o propiciador de las buenas relaciones entre ambas culturas. Ter-
lingen definió a De Bay como el primer hispanista neerlandés, pero, ¿indica ese sustantivo
ser amante de lo hispánico o querer promover un interés y atención por lo perteneciente
a esa cultura? Si es ésta la acepción, es difícil definir a De Bay de ese modo. Quizá el tér-
mino agente que forma el marco teórico de esta publicación, es más adecuado al poder
encarnar matices positivos y negativos. De Bay desempeña un papel particular como
agente entre ambas culturas al producir de manera independiente varias obras originales
donde se recrea literariamente el pasado histórico común de los Países Bajos y España.
Probablemente se vió motivado en su decisión por motivos comerciales e ideológicos que
le llevaron a producir obras como El Perro del Duque de Alba y El Español de Ámsterdam,
donde se proyecta una visión de la guerra que condujo al nacimiento de una nación y una
identidad neerlandesa. El público lector de su obra podía, así pues, leer de manera amena
sobre su pasado reciente, aderezado con otros temas interesantes. Figuras como el duque
de Alba habían conquistado ya un lugar propio en la memoria colectiva, y al dar rienda
a la justicia poética y presentarle no solo como verdugo cruel y sanguinario, sino como
sujeto pasivo, como hemos visto en el último fragmento de El Español de Ámsterdam o en
el fragmento inicial donde Alba aparece perseguido por su conciencia, debió ser causa de
gran regocijo para el público neerlandés, al verle sufrir, en sus ojos, de su bien merecido
castigo.

79
C.M.N. Eire, “Early modern Catholic piety in translation”, en P. Burke y R. Po-Chia Hsia (eds.), “Cul-
tures of translation in early modern Europe”, pp. 83-100, p. 99. El interesante trabajo de Jeroen Jansen deja
también ver que quedan muchas lineas de investigaciones a explorar en el campo de la imitación literaria: J.
Jansen, Imitatio. Literaire navolging (imitatio auctorum) in de Europese letterkunde van de Renaissance (1500-
1700), Hilversum, 2008.

– 422 –
Índice toponímico

A Audenarde
Aarschot (Aerschot) Augsburgo
Abruzzo Ultra Aumale
África Austria
Agüimes Ávila
Alcalá de Henares Ayamonte
Alemania Azores
Alicante Bagnols
Alkmaar Bahía
Almelo Baleares
Alpes Báltico
Altona Barcelona
Amberes Batavia
América Batres
Amiens Beas
Ámsterdam Bélgica
Andalucía Berbería
Angola Bergen-op-Zoom
Antequera Bicerta
Aquisgrán Bilbao
Aranjuez Billy
Arcos Blonie (Polonia)
Argelia Bohemia
Arguín Bois-le-Duc, véase Bolduque
Arrás Bolduque
Artois, condado de Bolduque, Mayería de
Asia Bologna
Astorga Borgoña
Asturias Bouchain

– 423 –
René Vermeir, Raymond Fagel, Maurits Ebben (eds.)

Boulogne Córdoba
Bourbourg Cremona
Bourg-Fontaine Cuenca
Brabante, ducado de Cuerva
Brasil Cumaná
Breda Danzig
Breslau (Breslavia) Delft
Brujas Dendermonde
Bruselas Denia
Buenos Aires Derbyshire
Burgos Diest
Burguillos Dijon
Cabo de Buena Esperanza Dinant
Cabo de Peñas Dôle
Cabo Verde Dordrecht
Cádiz Dos Hermanas
Cahors Douai
Calais Drogheda
Calatayud Dunkerque
Cambrai Écija
Canarias El Hierro
Caracas Elmina
Carmona Esclusa
Cartagena España
Castilla, reino de Europa
Cataluña Extremadura
Cateau-Cambrésis Faro
Cerdeña, reino de Ferrara, ducado de
Ceuta Filipinas
Charneux Fiume
China Flandes, condado de
Clausen lez Luxembourg Flessingue
Clermont Florencia
Cléveris, véase Kleve Fontainebleau
Cobejo de la Sagra Francfort (Frankfurt)
Colina Francia
Colonia Franco Condado
Compiègne Fregenal de la Sierra
Congo Frisia
Consuegra Fuenterrabia

– 424 –
Índice toponímico

Fuerteventura Japón
Funchal Jerusalém
Gáldar Jülich
Galicia Kinnagoe Bay
Gando Kleve
Gante La Coruña
Geertruidenberg (Ghertruidenberg) La Goleta
Gembloux La Gomera
Génova La Habana
Ginebra La Haya
Golfo de Guinea La Laguna
Grammont La Luz
Gramsbergen Lanzarote
Granada La Osa
Gran Canaria Laredo
Graz Las Dunas, véase Nieuwpoort
Groninga Las Palmas
Güeldres, ducado de Lebrija
Guía Leeuwarden
Guinea Leiden
Guisla Levante
Haarlem (Haerlem) Líbano
Hainaut, véase Henao Lieja (ciudad)
Hamburgo Lieja, principado-obispado
Hansbeke Lier
Harlingen Lila (Lille)
Heilegen Lillo
Henao Lisboa
Herentals Lombardía
Herve Londres
Holanda, condado de Lorena, ducado de
Holanda (Países Bajos) Lovaina
Hoorn Lübeck
Hungría Luisiana
Indias Luxemburgo, Gran Ducado de
Indias Orientales Luxemburgo-Chiny, ducado de
Inglaterra Maassluis
Irlanda Maastricht
Italia Madeira
Jamaica Madrid

– 425 –
René Vermeir, Raymond Fagel, Maurits Ebben (eds.)

Magreb Nápoles, Reino de


Maguncia Navarra, reino de
Mairena del Alcor Nieuwpoort
Malabar Nimega
Málaga Niza
Malinas Nördlinguen
Mallorca Nueva Barcelona
Mantua, ducado de Nueva España
Mantua-Monferrato Nueva Inglaterra
Maracaibo Nuevo Mundo
Marchena Nuremberg
Marcilla (Navarra) Ommelanden
Mardick Ootmarsum
Marlagne Osnabruck
Marruecos Ostende
Maubeuge Oudenaarde, véase Audenarde
Mauricio Oudenburg
Mayorca Overijssel
Mazagán País de Waes
Menin País Vasco
Menorca Palatinado Inferior
Messina Palatinado Superior
Meurs París
México Parma, ducado de
Middelburgo Pastrana
Milán Pavía
Modena, ducado de Peñuela
Mogol Pernambuco
Mohernando Péronne
Monferrato Persia
Mons Piacenza, ducado de
Montiel Picardía
Monzón Piemonte
Morón Pinda
Mozambique Pinerolo
Munster Pisa
Murcia Poitiers
Naarden Polonia
Namur Pontoise
Nápoles, ciudad Pont-sur-Sambre

– 426 –
Índice toponímico

Portugal Segovia
Praga Sevilla
Puerto de la Cruz Sicilia, reino de
Quiévrain Sint-Truiden
Rastadt Siria
Ratisbona Solre
Reggio nell’ Emilia Spaarndam
Reimerswaal Suecia
Reus Suiza
Rhin Surinam
Ribadeo Tánger
Río de la Plata Telde
Rocroi Tenerife
Roma Tercera
Rotenburgo Teror
Róterdam Tervuren
Ruán Texel
Rubicón Tierra Firme
Ryswick Tilbourg
Saboya, ducado de Tirol
Sacro Imperio Romano Toledo
Saint-Omer Tongres
Saint-Pol Toscana
Saint-Quentin Tournai (Tournay)
Saint-Vaast Tournesis
Salamanca Tours
San Jorge de Elmina Trebujena
San Lorenzo de El Escorial Trento
Sanlúcar Tréveris
Sanlúcar de Barrameda Trieste
San Martino in Rio Túnez
San Sebastián Turín
Santa Cruz de Berbería Turnhout
Santa Cruz de Tenerife Ultra Mosa
Santa Elena Utrecht
Santa Fe Utrera
Santa María de los Reyes Valencia
Santander Valenciennes
Santiesteban de Lerín (Navarra) Valladolid
Sao Tomé Valtelina

– 427 –
René Vermeir, Raymond Fagel, Maurits Ebben (eds.)

Varsovia
Venecia
Veracruz
Viena
Vigo
Villalón
Villemor
Vilvorde
Wassenaar
Wedde
Weert
Westfalia
Westkwartier
Westwaelle
Winhem
Worcester
Xanten
Ypres
Zaragoza
Zelanda, condado de

– 428 –
Índice onomástico

Autor/Autores
Universidad

a Alst, Leonardo Henricus Van


Acarie, Barbe Altamira, condesa de
Acarie, Pierre Altamirano, Juan
Aernouts, Andries Alvarado, Salvador Alonso de
Aerschot, Ferdinandus van Álvarez de Silva, Diego
Aerschot, Philippe Charles, príncipe de Arenberg Álvarez de Toledo, Eleonora
y duque de Amias, Gilles
Aerschot, Philippe de Croÿ, duque de Ana, Santa
Aerschot, Philippe François de Arenberg, duque Ana de Austria (1549-1580)
de Arenberg y duque de Ana de Austria (1601-1666)
Aertz Van Riethoven, Mathijs Andrés, Juan
Agramont, duque de Añover, Alberto Niño y Lasso, conde de
Aguilera, Pedro de Añover, Rodrigo Niño Lasso de la Vega, conde de
Aguilón, Pedro de Apont, Martín de
Aguirre y Bernuy, Josefa Rosa Apuviyet, Michel
Alarcón, Vicente Arboré, familia
Alardi, Jacques Arce, Carlos Joseph de
Alatriste y Tenorio, Diego Archmont, señor de
Alba, Fadrique Álvarez de Toledo, duque de Arcos, Pedro Lasso de la Vega, conde de los
Alba, Fernando Álvarez de Toledo, duque de Ardinghelli, Giuliano
Alberto de Austria (1559-1621) Aremberg (Arenberg), Charles, príncipe y conde
Albornoz, Juan de de
Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, José Arenberg, Philippe Charles, véase Aerschot
Aldobrandini, Ippolito, cardenal Arias, Bernardo
Aldobrandino, Pietro Arjona, Mathias de
Algirofo, Juan Bautista Armenteros, Alonso de
Aliaga, Luis de Armenteros, Diego de
Almansa y Mendoza, Andrés de Armenteros, Tomás de
Alonso, Miguel Arquem, Ignacio de Berghes, barón de

– 429 –
René Vermeir, Raymond Fagel, Maurits Ebben (eds.)

Ascanio, Luis Bartoli, Ciriaco


Asselijn, Thomas Bary, Jacob Diego de
Assonleville, Christophe d’ Batailhey, Jean
Astalli, familia Battens, Francisco Enrique
Atriba, Martín de Bava, Paolo
Auchy, Charles de Bonnières, barón de Bave, Josse
Aumale, duque de Bay, Guilbertus
Aust, Louis de Bay, Guilliam de
Austria, dinastía de Beaucousin, Dom
Ávila, Sancho de Beaufort, Antoine de
Ávila, Teresa de Beaufort y Ransart, Anne, baronesa de
Ávila Balboa, Juan de Bedma, marqués de
Ávila y Guzmán, Alonso de Bédmar, Alonso de la Cueva, marqués de
Avrillot, Barbe Beeck, Nicholas van
Axpe, Martín de Beeltsnijder, Jacobus
Ayala, Juan de Beets, Pieter
Aytona, Francisco de Moncada, marqués de Behic, familia
Aytona, Guillén Ramón de Moncada, marqués de Bellarmino, cardenal Roberto
Aytta, Viglius van Bellet, familia
Backerzeele (Bekkerzeel), Jan van Casembroot, Benajiar, condes de
señor de Benavente Quiñones, Gaspar de
Baecque, Jacob de Benavides y Bazán, Antonio de
Báez Golfos, Juan Benevento, Giovanni Leonardo de
Baglione, Ridolfo Bentivoglio, cardenal Guido
Balaguer, Francisco Bérenger, Jean
Balaguer, José Bergaigne, Joseph
Balaguer y Vilaplana, Antonio Berganza
Balançon, Claude de Rye, barón de Bergen-op-Zoom, Jean IV de Glymes, marqués de
Balbases, véase Spínola Bergeyck, conde de
Baldwin, Geoffrey P. Berkenhout, Adria(e)n
Baltasar Carlos de Austria (1629-1646) Bergh, Frédéricq, conde de
Bandama, Cristóbal Bergh, Henri, conde de
Bandama, Juan Berlaymont, Charles, conde de
Bandot, Adrián Bernal, Antonio Miguel
Banestenbeq, Juan Alberto Bernardo Ares, José Manuel de
Barain, Pierre Bernede, familia
Barberini, Francesco Bernís, familia
Barbier, Pierre le Bernuy, Fernando de
Baroncelli, Tomasso Bertini, Giuseppe
Baronio, cardenal César Bérulle, cardenal Pierre de

– 430 –
índice onomástico

Betancor, Lorenzo de Brerens, Daniel


Betancor Cabrera, Francisco Briens, Guillaume
Béthencourt Herrero, José Brizuela, fray Íñigo de
Beverwijk, Jan van Brockliss, Laurence W.B.
Bexarano, Diego Brouwer, Johan
Biliotti, Matteo Bruay, Gaston Spínola, conde de
Blanco (White), familia Bruijn, Guillermo de
Block, Gilles Brun, Antonio
Block, Hans Bruynincq, Cristóbal
Blockmans, Wim Buckingham, George Villiers, duque de
Blommaert, Antonio María Bucquoy, Charles Albert de Longueval, conde de
Blommaert jr., Nicolas Bucquoy, Charles-Bonaventure de Longueval,
Bocabella, Charles conde de
Bochart de Campigny, Charles Bull, Hendrick Christiaan
Boekholt, Baltus Burch, François van der
Boisot, Catalina Buren, Philippe Guillaume de Nassau, conde de
Boiteux, Nicolas de Burke, Peter
Bonanni, Cherubino Busscher, Pedro de
Bontius Bustamante y Alfaro, Fausto María
Boomsma, Peter Caballero, Juan
Boonen, Jacques Cabanyes, Jean Baptiste
Bor, Pieter Cabrera, Margarita de
Bordun, Juan Cabrera de Córdoba, Luis
Borghese, cardenal Scipione Caetano, Camilo
Borja, Íñigo de Calderón, Rodrigo
Bornonville, Anna María Charlotta de Sars de Calvino, Juan
Borquin, Claude Camarasa, marqués de
Bort, Pierre van der Cambra y Varela, María Gertrudis de
Bos, Lambert van den Campis, Nicolas de
Bossu, Maximilien de Hennin, conde de Campo, Andrés de Salarés, marqués del
Bouquet, Adriana Campo Real, Beltrán Vélez de Guevara, marqués
Bournonville, Oudart de de
Braçamonte, Gonzalo de Campoverde, marqués de
Brancache, Lilio, marqués de Camusel, Francisco Luis
Brant, Leonor de Canales, Pedro
Brantivila, conde de Canfield, Benet
Brantôme, Pierre de Bourdeille, señor de Cañizares, Joseph de
Brants, Victor Canto, Alonso del
Bréauté, Madame de Cárdenas, Íñigo de
Brerens, Antonio Cariolang, Joseph

– 431 –
René Vermeir, Raymond Fagel, Maurits Ebben (eds.)

Carleton, Dudley Chantrán, Juan


Carlos I de Inglaterra Charles, familia
Carlos II de Inglaterra Chaves, Diego de
Carlos II de España Chelise, Ebre
Carlos VI de Francia Chifflet, Jules
Carlos VII de Francia Chifflet, Philippe
Carlos VIII de Francia Chigi, Fabio
Carlos V, emperador Chimay, Alexandre de Ligne-Arenberg, príncipe
Carlos de Austria (1545-1568) de
Carlos de Austria (1607-1632) Chinchón, Diego Fernández de Cabrera y Boba-
Carlos el Temerario, duque de Borgoña dilla, conde de
Carnero, Antonio Christian, Juan
Carreño, Francisco Cigogna, Giovanni Andrea
Carrera Pujal, J. Cipión
Casas, Bartolomé de las Ciriza, Juan de
Casteleyn, Willem Cklein, Jean
Castellanos, Cristóbal de Clarebout, Ana María
Castelló, Jacinto Clarebout, Guillermo
Castel Rodrigo, Cristóbal de Moura, marqués de Clarebout y Albizu, Joaquín
Castel Rodrigo, Manuel de Moura y Corte Real, Clark (Clercq), Jacob
marqués de Clas, Martín
Castillo, Pedro de Clemente VIII
Castillo Solórzano, Alonso Cobos, Francisco de los
Castrillo, García de Haro y Avellaneda, II conde Cock, Hendrick
de Coenvelt, Paul-Philippe
Castro, Antonio de Ataide, conde de Coghen, familia
Catalina Micaela de Austria (1567-1597) Colarte, Juan Manuel
Cateyne, Gillis Colarte, Pedro
Cavaleri del Alcázar y Zúñiga, Leonor Colbert, Jean-Baptiste
Caxton, William Collado Villalta, Pedro
Cecil, W. Collaert, Adriaan
Cerralbo, Juan Pacheco de Toledo, marqués de Collen, Gasparo Van
Cerralbo, Juan Pacheco Osorio, marqués de Coloma, Carlos
Cerralbo, Rodrigo Pacheco Osorio, marqués de Concepción, Juan Bautista de la
Cervantes, Miguel de Concino, Bartolomeo
Cesarini, familia Conique (Koninck), familia
Chamberlain, Georges, obispo de Ypres Constanza de Austria (1588-1631)
Champagney, Frédéric Perrenot Granvelle, señor Contarini, Tomás
de Contreras, Antonio de
Champlite, Gleriardus de Vergy, conde de Coolbrant, Adriaen

– 432 –
índice onomástico

Cools, Hans De Marchi, Francesco


Corneles, Mateo Derks, Sebastiaan
Cornelio, Juan Desbois, Englebert
Cornu, Eduart De Schepper, Hugo
Corregio, Girolamo da Deurwaerders, Jorge
Corrières, señor de Deurwaerders, Pablo
Cospeau, Philippe Deutecom, Hendrick Van
Coton, Pierre Dexker, S.
Covarrubias, Sebastián de Deza, Pedro
Coymas, Juan Dierens, Hans
Craivincquel (Clavinque, Tienda del Cuervo), fa- Dietrichstein, Maximilian von
milia Diricksen, Gabriel
Craywinckel, Bartolomé Does, Pieter Van der
Craywinckel, Francisco Dommer, Emanuel
Crespo Solana, Ana Dommer, Jan
Cristian IV de Dinamarca Doncaster, James Hay, vizconde de
Croessen, Hendrick Dorchester, Dudley Carleton, vizconde de
Croessen, J. Doria, Nicolás
Croix, Jacques de Noyelles, conde de Dormer, E.
Cromwell, Oliver Doye, Luis
Croÿ, familia de Dreux Louis Dugué
Croÿ, Guillermo de, señor de Chièvres Drielenburch, J.
Croÿ, Jacques de Duamet, Pedro Simón
Croÿ y Peralta, Diego-Felicio Duengue, Albrecht vanden
Cruz, Margarita de la Duerloo, Luc
Cruz, San Juan de la Du Faing, Gilles
Cueva, cardenal Alonso de la (véase también Béd- Duval, André
mar) Duyn, Jacob
Cueva, Juan de la Ebben, Maurits
Cuevas, Giovanni de las Éboli, Ana de Mendoza, princesa de
Cuidince, Cornelis Éboli, Ruy Gómez de Silva, príncipe de
Curiel, Jerónimo de Edmondes (Edmundes), sir Thomas
Cuvelier, Pierre Egido, Teófanes
Dahrl, Bernardo Van Egmont, Lamoral, conde de
Dalen, Valerio Van Eire, Carlos
Damhouder, Jehan de El Greco, Doménikos Theotokópoulos, conocido
Davanzati, Mutio como
Davids, W. Elliott, John H.
Dávila, Sancho Ennetières, Arnould d’
Dell’Orsa, Giandomenico Enrique II de Francia

– 433 –
René Vermeir, Raymond Fagel, Maurits Ebben (eds.)

Enrique III de Francia Feria, Gomes III Suárez de Figueroa y Córdoba,


Enrique IV de Francia conde y duque de
Enrique VIII de Inglaterra Feria, Manuel de Pimentel, conde de
Enrique, Pedro Fernández, Domingo
Enríquez, José Fernández Blanco, Diego
Épinoy, Guillaume de Melun, príncipe de Fernández Cháves, Manuel
Eraso, Francisco de Fernández de Córdoba, Gonzalo
Ercilla, Alonso de Fernández Lordelo, Francisco
Ernesto de Austria (1553-1595) Fernando el Católico
Escobedo, Juan de Fernando I, emperador
Escobedo, Pedro de Fernando II, emperador
Espino Peloz, Matías Fernando III, emperador
Espinosa, Diego de Fernando VI
Espíritu Santo, Ana del Fernando de Austria (1609-1641)
Espíritu Santo, Martín del Ferrand, Benjamín
Essen, Léon Van der Ferrand, Daniel
Estaires, Juan de Montmorency, conde d’ Ferrand, Juan Diego
Este, Carlos Filiberto, marqués de Ferrera, Jacome
Este, Felipe de Feutrel, Miel
Esteban Estríngana, Alicia Figueroa, Juan de
Esterces, Juan Florencia, Alejandro de Médici, duque de
Estienne, Antoine Florencia, Cosimo de Médici, duque de
Eugies, Albert de Gavre y Renty, barón de Flory, Guillaume de
Fagel, Raymond Folsten
Fago, Pedro Fonseca, barón de
Falces, Ana María de Peralta, marquesa de France, Renom de
Falces, Diego Antonio Croÿ y Peralta Hurtado de Francisco I
Mendoza, marqués de Francisco, Sebastián
Falces, Jacques de Croÿ, marqués de Frangipane, familia
Faldra, Jorge de Frangipani, Ottavio Mirto
Fallon, Bernardus Frankenburg, Franz Christoph Khevenhüller,
Fanor, Nicolás conde de
Farnesio, cardenal Alejandro Frederick, Jacques
Farnesio, cardenal Ranuccio Fresin, Jean-Charles de Gavre, conde de
Felipe I (el Hermoso) Frías, Juan de
Felipe II Frías, Juan Fernández de Velasco y Tovar, Condes-
Felipe III table de Castilla y duque de
Felipe IV Frías, Ventura de
Felipe V Frickx, Henry
Felipe el Bueno, duque de Borgoña Fuensaldaña, Alonso Pérez de Vivero, conde de

– 434 –
índice onomástico

Fuentes, Juan Claros de Guzmán, marqués de Geevers, Liesbeth


Fuentes, Pedro Enríquez de Acevedo, conde de Genlis, barón de
Funchal, Alfandega do Gerbier, Balthazar
Fürstenberg, Wratislas de Giliz, Juan
Gachard, Louis-Prosper Gilles, Jehan
Gacto Fernández, Enrique Girón, Fernando
Galaretta, Francisco de Gómez, Gonzalo
Galette, Joseph González, José
Galle, Cornelis González Blanco, Raúl
Gallemant, Jacques González Perera, Baltasar
Galvaleto, Lázaro Goosens, Aline
Gama, Francisco de Goyeneta, Joaquín José de
Gamarra y Contreras, Esteban de Goyeneta, José Domingo de
Gamero Rojas, Mercedes Goyeneta y Echarri, José de
Gand, Carlos Luis de Goznes, Francisco
Gand, Claudio Luis de Graaf, Ronald de
Gand, familia Gracián, Baltasar
Gand, Guillermo Gracián Dantisco, Jerónimo (véase Madre de
Gand, José de Dios)
Gand Manteau, Carlos Gracián Dantisco, Juliana
Gand Manteau, Nicolás Gracián Dantisco, Lucas
Gand, Nicolás de Gracián Dantisco, Luis
Gand Vittermont, Bárbara de Gracián Dantisco, Tomás
Gandía, Artemisa Doria, duquesa de Gracián de Alderete, Antonio
Ganzo, Juan Tomás de Gracián de Alderete, Diego
Garay, José Martín Grandmont, Phelipe de
García, Diego Granvela, Antonio Perrenot, señor de
García Francisco Granvela, Nicolás Perrenot, señor de
García, José Grashuysen, Gerard
García Marcelina Gregorio XIII
García-Baquero González, Antonio Grenengil, Cornelio
García de Pareja Groeninghen, familia
García García, Bernardo Grotendor, Alonso
García-Mauriño Mundi, Margarita Grotius, Hugo
Gargeau, Michiel Groton
Gattinara, Francisco de Guadaleste, Felipe de Cardona, marqués de
Gattinara, Mercurino di Guastalla, Ferrante Gonzaga, conde de
Gaultier, René Guevara, Diego de
Gaytán, María de Guevara, Luis Felipe de
Gaztelu, Martín Guidi di Bagno, Francesco-Giovanno

– 435 –
René Vermeir, Raymond Fagel, Maurits Ebben (eds.)

Gulik, Guillermo V el Rico, duque de Hennin, Helena de


Gutiérrez de Haro, Andrés Hennin, Alexandre de Bournonville, conde de
Guyon, Fery de Henssens, Juan Pedro
Guzmán, Diego de Hermans, T.
Guzmán, Manuel de Hernández Vega, Jerónimo
Guzmán de Silva, Diego Herrera Enríquez, Francisco de
Habbarcq, señor de Herrero Sánchez, Manuel
Hacome, Jacome Hervart, Jehan
Halen, Juan Bautista Van der Hervart, Joseph-Antoine
Halen, Pablo Van der Hervart, Manuel Muñoz de
Halle Isabel Van Herzog, Tamar
Hamen, Juan vander Heucel, Francisco van der
Harixma, Haring van Hevisadeler, Hendrick
Harms, Vincent Hogaers, Isabel
Harvy, D.D. Hohenstaufen, Federico II de
Haultsey, Francisco Hollanda, Servando de
Havet y Maestre, Lucía Hoochstraeten, Antoine I de Lalaing, conde de
Havré, Charles-Alexandre de Croÿ, marqués de Hoochwout, M. Simonsz.
Havré, Charles-Philippe de Croÿ, marqués de Hooft, Pieter Corneliszoon
Hay, Joan Hooge, Pedro de
Hee, Agustín Van Hoogh, Matheo
Hee, Benito Van Hoogstraten, Antoine de Lalaing, conde de
Hee, Isabel Van Hoorn, Johan Van
Heggeman, Federico Hopperus, Joachim
Hein, Piet Horn, Philippe de Montmorency, conde de
Helmichs, Splinter Hortal Muñoz, José Eloy
Hemert, Andrés Nicolás Van Hortensium
Hemert, Catalina Van Houben, Birgit
Hemert, Francisco José Van Houtmans, Haasje
Hemert, Gaspar Gregorio Van Hove, Jacob Van den
Hemert, Gregorio Van Hovius, Matthias
Hemert, Isabel María Van Hoz y Montada, Francisca de
Hemert, Manuel José Van Hubin, Juan
Hemert, María Van Huerta, Alonso
Hemert, María Josefa Van Huerta, Juan
Hemert, Martín Van Hullenbusch, Joseph van
Hemert, Martín Guillermo Van Huneus, Catalina
Hemert, Odilia Ana Catalina Van Huneus, Gil
Hemert Schrinmackers, Isabel María Huneus, María Catalina
Hemert Vanderplas, Martín Guillermo Van Huneus Buquett, Carlos

– 436 –
índice onomástico

Huneus Buquett, Carlos José Janssen Havanger, Fijeerd


Hurren, Abraham van der Jartamon, Juan
Hust, Luis de Jasincourt, Jeanne de
Hutten, Felipe Van Jáuregui, Juan de
Ibarra, Diego de Jelao, Joan
Ibarra, Esteban de Jerólimo
Ibarrola, Pedro de Jesús, Ana de
Idiáquez, Alonso de Jesús, Isabel de
Idiáquez, Juan de Jesús, Teresa de
Idiáquez, Martín de Jesús, Tomás de
Infantado, Íñigo López de Mendoza y Mendoza, Jesús María, Juan de
duque del Jiménez Pablo, Esther
Infantado, Juan Hurtado de Mendoza, duque del Jouy, Jehan
Ingels, Simon Joyeuse, Ange de
Inocencio X Juan, Pedro
Irvine, James Campbell, conde de Juan de Austria (1547-1578)
Isabel I de Inglaterra Juan de Castilla (1478-1497)
Isabel Clara Eugenia de Austria (1566-1633) Juan José de Austria (1629-1679)
Isabel de Borbón (1602-1644) Juan sin Miedo, duque de Borgoña
Isabel de Castilla (1451-1504) Juana de Austria (1535-1573)
Isabel de Valois (1546-1568) Juana de Castilla (1479-1555)
Isenburg, Ernesto, conde de Kamen, Henry
Israel, Jonathan I. Keerse, Jacobo Constantino
Iúpiter Keerse, Teresa
Jaco, Adrián Keiser, Francisco de
Jacob, Cornelio Kenau
Jacob, Joan Keyser, familia
Jacobs, familia Keyser, Francisco
Jacobs, Isabel Khevenhüller, Hans
Jacobs, Jorge Kies, Juan
Jacobs, Juan Bautista Koops, Matheus Ernestus
Jacobs, Teresa Koops, Nicolaas Lodewijk
Jacobs Pellaert, familia Kreps, David
Jacobs Pellaert, Isabel Laconi, Juan Francisco de Castellví y Lanza, mar-
Jacobs Pellaert, María Teresa qués de
Jacobs Pellaert, Teresa Lagares, María de
Jacobs Pellaert (Pallaert) Van Saceghem y Soto Lagomarsino, David
Nogueira, Carlos Lagonissa, Fabio de
Jacobsz., Wouter Laguna, Sancho de la Cerda, marqués de la
Jansen, Jeroen Lalaing, Felipe de

– 437 –
René Vermeir, Raymond Fagel, Maurits Ebben (eds.)

Laloo, Alonso jr. de Lerma, Francisco Gómez de Sandoval y Padilla,


Laloo, Alonso sr. de duque de
Laloo, Felipe de Lerma, Francisco Gómez de Sandoval y Rojas,
Laloo, Luis de duque de
Laloo, Pedro García de Le Roy, Philippe
La Mair, Joan Stephan L’hermite, Jean
Lancarguren, Juana Lie, Jonás de
Lannoy, Maximiliano de Lie, Teresa de
Lannoy, Yolanda de Lieja, Gérard de Groesbeek, príncipe-obispo de
Laps, Reynaldo Boom Liemering, Guerrit
Lara, Christóval Antonio de Ligne, Lamoral, príncipe de
Lasso de la Vega, familia Lins, Cornelia de
Lasso de la Vega, Luis Lippi, Pietro
Lasso de la Vega Fernández de Santillán, Antonio Lippomano
Lasso de la Vega y Guzmán, Garci Lira, Juan de
Lastre, Luis Marie de Llanos de Alcázar, marqués de
Lastur, Juan de Lobé, Jacobo Mauricio
Laures, Durand Loget, Francisco
Lauron, Andrés Lommaert, familia
Le Beige, Antonio Lonch, Cornelis
Le Blanc, Jean Jacques Londoño, Sancho de
Le Boiteux, Nicolas Longueville, princesa de
Lecuppre-Desjardin, Elodie López, Pedro
Leemans, François López Bayle, Martín
Leemans, Inger López de Carranza, Antonio
Leepe, Jan Frans van der López de la Cueva, Baltasar
Lefèvre, Guillaume López de Vergara, Marcos
Lefèvre, Joseph López Gallo, Juan
Leganés, Diego Mexía Felípez de Guzmán y Dá- López Pintado, Manuel
vila, marqués de Loreto, Nicolás del Campo Rodríguez de las Vari-
Legasa, Juana de llas, marqués de
Leirens, Livino Loyola, Ignacio de
Leirens, Livino Ignacio Lucifer
Lembo, Fabio Luidinx, véase Cuidince
Leña, Juan de Luis XI
León, Gabriel Luis XIII
Leonisa, fray José León de (véase también Verni- Luis XIV
men, José Ramón Ignacio) Lunque, Pedro
Leopoldo Guillermo de Austria (1614-1662) Luzón, Alonso de
Lepe, Juan Francisco Van der Machiavello, Tommaso

– 438 –
índice onomástico

Maquiavelo [Machiavellus], Nicolás Marillac, Michel de


Madre de Dios, Jerónimo Gracián (véase Dantis- Marles, Florent de Noyelles, conde de
co) Marnay, marqués de
Madre de Dios, Pedro de la Marnay, Charles-Emmanuel de Gorrevod, mar-
Maeldeghem, Carlos Florencio José, conde de qués de
Maguncia, Johann Schweikhard von Kronberg, Marnix de Sainte-Aldegonde, Felipe de
arzobispo-elector de Marsán, Juan de
Maignelay, marquesa de Martegny, Jehan de
Malcampo (Maelcamp), familia Martínez Millán, José
Malcampo, Carlos Felipe Mas, Jérôme
Malcampo, Felipe Masi, Cosimo
Malcampo Omazur, Inés Masures, Juan
Malcampo y Jacobs, María Teresa Matteucci, Girolamo
Malderus, Johannes Matías, emperador
Malpica, marqués de Matos Fragoso, Juan de
Malvasia, Innocenzo Mauritz, Hans
Mancisidor, Juan de Maximiliano I, emperador
Mansel, Philippe Mayenne, Charles II de Lorraine, duque de
Mansfeld, Carlos, conde de Medici, Ferdinando de
Mansfeld, Pedro Ernesto, conde de Medici, Giovanni de
Manteau, Antonia Medici, María de
Manteau, Catalina Medina, Francisco
Manteau, Juana Medinaceli, Juan de la Cerda y Silva, duque de
Manteau, Luis Medinasidonia, Pedro de Alcántara Alonso de
Manteau Huneus, Antonia Guzmán el Bueno, duque de
Manteau Huneus, Catalina Meghem, Charles de Brimeu, conde de
Manteau Huneus, Luis Melo, Francisco de
Mantua, Francisco IV Gonzaga, duque de Melo, Tomás
Manuta, Felipe Meñaca, Francisco de
Manuth, V. Meñaca, Juan de
Manzano Baena, Laura Mendevil, Miguel de
Margarita de Austria (1480-1530) Mendoza, Bernardino de
Margarita de Austria (1567-1633) Mendoza, Francisco de
Margarita de Austria (1584-1611) Mendoza, Pedro de
María de Austria (1528-1603) Mentig, Jan
María Ana de Austria (1606-1646) Menton, Luis de
María de Soto, Serafín Mérode, Richard de
María Estuardo (1542-1587) Meteren, Emanuel Van
María Teresa de Austria (1638-1683) Mexía Carrero, Pedro
María Teresa de Austria (1717-1780)

– 439 –
René Vermeir, Raymond Fagel, Maurits Ebben (eds.)

Michel, José Miguel González Martín del Campo, Muti, Livia


conocido como Nagel, Jan Willem
Migazi Nagel, Johan Gabriel
Mirabel, Antonio Dávila y Zúñiga, marqués de Narciso Lansaga, Esteban
Miraeus, Aubertus Nassau, Flandrina de
Miraeus, Joannes Nassau, Luis de
Molinet, familia Nassau-Siegen, Juan, conde de
Molineus, Jean Neumayr von Ramssla, Johann Wilhelm
Mollenghien, familia Neuyen, German (Hermanus)
Mondéjar Nevers, Carlos I de Gonzaga, duque de
Mondragón, Cristóbal de Nicolás, Andrés
Montalta, duque de Nicolás, Catalina
Montalvo, Francisco de Sarmiento y Toledo, mar- Nicolás, Francisco
qués de Nicolás, Martín
Montclaire, señor de Nicolás, Martín Guillermo
Monteflorido, Felipe Sergeant, marqués de Niño, Aldonza
Montesa, Antonio Marichalar, marqués de Niño de Guevara, Aldonza
Montgomery, Gabriel, conde de Niño de Guevara, Fernando
Montigny, Floris de Montmorency, barón de Niño de Guevara, Juan
Montmorency, Marie de Niño de Tavora, Gabriel
Montojo, Vicente Niño de Tavora, Juan
Moons, Magdalena Noircarmes, Philippe de Sainte-Aldegonde, señor
Mora, Antonio de
Morán, Isidro Nova, Joao de
Morel, Wallerand Núñez, Marcus
Morgan, Walter Nuytens, Francisco Agustín
Morillon, Maximilien O de Maillebois, Jean d’
Moro, Antonio Ocklein, Jean
Morra, Lucio Oirschot, Pieter Van
Moscoso, Antonio de Oldenbarnevelt, Johan van
Moscoso, Melchor de Oliva, Gerónimo de la
Motte, Moris de la Olivares, Gaspar de Guzmán, conde-duque de
Moufflin, Jehan de Ollo, Manuel Nicolás de
Moullart, Matthieu Olzignano, G.
Mout, Nicolette Omazur, Ignacia
Moya, Francisco de Omazur Malcampo, Isabel
Mullen, Paulo van Omazur Malcampo, Nicolás Francisco
Muller, Pieter Oñate, Íñigo Vélez de Guevara, conde de
Munster, L.T. Van Oostendorp, Jehan van
Murillo, Bartolomé Opitz sr., Anthony

– 440 –
índice onomástico

Op Ten North, Juan Pellaert, Pedro


Orange, Federico Enrique de Nassau, príncipe de Pembroke, Archangel of
Orange, Guillermo de Nassau, príncipe de Pembroke, William Herbert, conde de
Orange, Mauricio de Naussau, príncipe de Peñaranda, Gaspar de Braçamonte y Pacheco,
Ordóñez, Francisco conde de
Orendain, Juan Baptista Peralta, Ana María de
Orléans, Catalina de Pereyra de Castro, Diego
Orléans, Gaston de Pérez, Antonio
Oropesa, Manuel Joaquín Álvarez de Toledo-Por- Pérez, Gonzalo
tugal y Pimentel, conde de Pérez, Marcus
Ortenberg, Herman van Pérez de Cossío, Pedro
Overloop, Isidoro Van Pérez de Montalbán, Juan
Paallaert (Pellaert, Pelarte), familia Pérez de Vitoria, Luis
Palacios, Marcos de Pérez del Pino, Antonio
Palafox y Mendoza, Juan de Pérez Hernández, Julián
Pallavicini, Horatio Pérez Reverte, Arturo
Palma, Johan de la Péricard, Jean
Panhuys, Carlos Perrenin, Antoine de
Pannemaker, Frederick de Petit, Jean
Pannemaker, Guillaume de Petrella, Ricardo
Pantin, I. Pico, Giovan Battista
Papenhoven, Jacques Pietschmann, Horst
Parker, Geoffrey Piñeda, Juan de
Parker, John Piñeda, Pedro de
Parma, Alejandro Farnesio, duque de Pinelli, cardenal Domenico
Parma, Margarita, duquesa de Pío IV
Parma, Octavio Farnesio, duque de Pirenne, Henri
Parma, Pedro Luis Farnesio, duque de Planté, Jean
Parma, Ranuccio Farnesio, duque de Poitiers, Philippe
Parre, Pedro van de Polster, B.
Paterna, marqués de Polster, Baltasar
Patiño, José Portugal, Juana de
Paulo III Postel, Guillaume
Paulo V Potel, François
Peck, Federico Pourat, Jacques
Pedro, Guillermo Praag, J.A.
Peer, Alberto de Gavre, conde de Prada, Andrés de
Pellaert, Ana Pradells Nadal, Jesús
Pellaert, Isabel Prado, Miguel
Pellaert, Teresa Praet, Luis de

– 441 –
René Vermeir, Raymond Fagel, Maurits Ebben (eds.)

Préaux, Charles de l’Aubespinne-Chasteauneuf, Riesenberg, Peter


abbad de Rinaldi, Paolo di
Prié, Hercule-Louis Turinetti, marqués de Rinderghem, Juan Bautista Van
Prié, Nicolas du Risquens, Isabel María
Príncipe (Prins), Nicolás Río, Luis del
Puisieux Río, Martín del
Quevedo Villegas, Francisco de Ripperdá, barón de
Quintana, Juan de Risquensnat, Isabel María
Quintanadueñas de Bretigny, Juan de Rivas, José de
Quirós, José Bernardo de Rivas, Miguel de
Quirós, Manuela Robles, Gaspar de
Raesdorp, María van Roco de Campofrío, Juan
Raeymaekers, Dries Roda, Gerónimo de
Ramírez Rodick
Ramos, Carlos Rodolfo II, emperador
Rassenghien, Maximiliano Vilain, señor de Rodríguez, Francisco
Ratón y Franquis, Pedro Rodríguez, Gaspar de
Raúl, véase González Blanco Rodríguez, Juan
Reda, Otto-Heinrich von Bylandt-Rheydt, barón Rodríguez Criado, Pedro de
de Rodríguez Pérez, Yolanda
Rename, Andrieu de Rodulph, Elías
Renard, Phillipus Rogenville, Charles de
Renard, Simon Rogerville, Charles de
Renier, Pierre Rolo, Pedro
Rentiet, Jehan Romano, José
Renty, Anne de Croÿ, marquesa de Romero, Francisca
Renty, Charles-Philippe de Croÿ, marqués de Romero, Francisco
Requeséns y Zúñiga, Luis de Romero, Julián
Reyd Romero, Juliana
Reyes, María de los Ronstuoy, Alexander
Riaza y Velasco jr., Bernabé de Roose, Pedro
Riaza y Velasco sr., Bernabé de Roquin, Luis
Ribas, Juan de Roy, Gabriel de
Ribera, Juan de Ruelli, Carlo
Ricardo II de Inglaterra Ruiz, Alonso
Richardot, Jean Ruiz de Pereda, Gaspar
Richelieu, cardenal Armand Jean du Plessis, du- Runtvleesch, Jan
que de Ruyter, Paulus
Riebeck, Jan van Saboya, Carlos Manuel I, duque de
Riecke, Frederik Saboya, Carlos Manuel II, duque de

– 442 –
índice onomástico

Saboya, Felipe Francisco Schamp, Lucas Gil


Saboya, Mando de Schetz, Gaspar
Saboya, Manuel Filiberto, duque de Schrinmackers, Isabel Francisca
Saboya, María de Schrinmackers y Wise, María Juana
Saboya, Víctor Amadeo I, duque de Scott, Casper
Saboya-Carignano, príncipe Tomás de Scribanus, Carolus
Saganta, Juan Segismundo III Vasa
Saige, Bertrand le Selles, Juan de Noircarmes de Sainte-Aldegonde,
Sainte-Beuve, Madame de barón de
Sainte Catherine, Don Sans de Semers Omán, familia
Saint-Paul, Eustache de Sempy, Jacques de Croÿ, señor de
Salamanca, Jerónimo de Sena, José de
Salamanca, Juan Francisco de Seneschal, Artur
Salamanca, Miguel de Sermoneta, Girolamo Siciolante da
Sales, Francisco de Sérouet, P.
Salinas, Jerónimo de Serrano, Agustina
Salinas, Petronila Siebelink, Jan
Salins, Claude de Sierpe, Álvaro Gil de la
Salisbury, Earl of Sigoney, Jean
Sambix, Felix van Silva, Felipe de
San Agustín, fray Juan de Silva, Matías de
San Bartolomé, Ana de Silva y Ayanz, Alejandro de
Sánchez, Juan Silvio, Enrico
Sánchez, Melchor Silvio, Enrique
Sánchez de Velasco, Juan Sainte-Aldegonde, Felipe de Marnix de
San Clemente, Guillén de Sirigatti, Nuccio
Sandoval, Marcos de Sixto V
Sandoval, Prudencio de Soen, Violet
Sandoval y Rojas, Bernardo de Soler, Manuel
San Eustaquio Solre, Jean de Croÿ-Solre, conde de Solre
San Juan, Pedro de Solre, Philippe de Croÿ, conde de Solre
Santa Cruz, Álvaro Bazán, marqués de Somps, Laurens
Santa María, Fernandino de Sonnet (familia)
Santana Pérez, Germán Sonnet, José
Santi Ambrogi Sonnet Charles, José
Saura y Valcarcer, Pedro de Sorinias, Jusepe de
Scaglia, Alessandro Sortes, marqués de
Scaramuccia, Giacomo Sosa, Antonio de
Schamp, Guillaume Soto Nogueira, María Marcela
Schamp, Guillermo Souza, Pacifique de

– 443 –
René Vermeir, Raymond Fagel, Maurits Ebben (eds.)

Spínola, Agustín Tisnacq, Catalina de


Spínola, Ambrogio, marqués de los Balbases Toledo, Antonio de
Spínola, Gastón Toledo, Eleonora de
Spits Toledo, García de
Steggink, Otger Toledo, Rodrigo de
Steinfort (Steinfurt), Aernout van Tomás, Juan
Steinfort, Arnaldo Van Toro, Sebastián de
Stensland, Monica Torre, Bartolomé de la
Stockman, Alberto Torre, Jacques de la
Stravius, Richard Pauli Torrentius Laevinus
Struckman, Nicholas Torres, Luis Abarca de Bolea y Fernández de He-
Struzzi, Alberto redia, marqués de
Stuck, Leonard Tourlon, Adriaen de
Suárez, Francisco Trapaza
Swanenburch, I. Van Trazegnies, Jean III, barón de
Swart, Erik Trazegnies, Madeleine de
Swart, K.W. Triest, Antonio
Tablantes, marqués de Trillo, Antonio
Takama, Hendryk Triviño, Manuel de
Tasarte, Antonio Trivulzio, príncipe de
Tassis, Juan Bautista de Troillière, Louis de la
Téligny, François de la Noue, señor de Trujillo, Francisco
Téligny, Odet de la Noue, señor de Trumbull, William
Teller, Henri Tuebecken, Gilles van
Tello, María Josefa Turck, Jan
Tello de Eslava y Sandoval, Garci Tursi, duque de
Tenaz, Gaspar Tuynman Pechelingue, Sebastián
Terlingen, J.H. Tyrconnell, Hugh O’Donnel, conde de
Texidor, Ignacio Urbano VIII
Thomas, Werner Utrecht, Antonio de
Tienda del Cuervo (Craivincquel, Craywinckel), Utrecht, Pedro de
Francisco Vacquet, Anthoine
Tienda del Cuervo (Craivincquel, Craywinckel), Valdeosera, Alonso Joaquín Thous de Mosalve,
José marqués de
Tienda del Cuervo (Craivincquel, Craywinckel), Valdés, Francisco
Manuel Valera, Cipriano de
Timmermans, Claudius Valenti, Ostilio
Timón Valhuon
Tisnacq, Carlos jr. de Valle, Antonio del
Tisnacq, Carlos sr. de Vallehermoso, marqués de

– 444 –
índice onomástico

Valois, Isabel de Verdatière, Catherine Livie de la


Valrans, familia Verdugo, Francisco de
Vanaxel, Juan Bautista Vergara Renda, Juan de
Van Bomel Vermecren, Herman
Vandembroeck, Livino Bernardo Vermeir, René
Vanderburcht, Jean Vermet, Gaspar
Van der Essen, Léon Vermolen, Jacob
Vanderplas, Catalina Vernimen, Ángela (de Jesús María)
Vanderplas, Juan de Vernimen, Catalina
Vanderwilde, Francisco Vernimen, Daniel
Vanderwilde, Juan Bautista Vernimen, Jacome
Vandesande, Juana de Vernimen, José Ramón Ignacio
Vandesande, Pedro de Vernimen, María
Vandewoestyne, familia Vernimen, María Magdalena
Vandewoestyne Malcampo, Carlos Vernimen, Norberto José
Vandewoestyne y Jacobs, Isabel Vernimen, Rosalía
Vandormael, Herman Vernimen, Teresa
Van Dyck, Antonio Vernimen Van Halle, Marie Anne
Vanhermet, Isabel María Vernimen Van Halle, Norberto
Vargas, Alonso de Vernimen Van Hemert, Catalina
Vargas (Vergas), Juan de Vernimen Van Hemert, Norberto José
Vasa, Ana Catalina Constanza Verreycken, Louis
Vasa, Ladislado Versele, Julie
Vassecourt, familia Vicq, Antonia
Vauldry, Louis de Viglius
Vázquez, Alonso Villafranca, Pedro de Toledo, marqués de
Vázquez, Mateo Villar, María Begoña
Vázquez de Leca, Mateo Villavicencio, Lorenzo de
Vázquez de Molina, Juan Villeroy
Vedell, Antonio Vinck, Jacob
Vega, Garcilaso de la Visenaeken, véase Wissenacken
Vega, Lope de Vitelli, Chiapín
Vega, Melchior de Vittermont, Luisa de
Velasco, Luis de Vives, Juan Luis
Vélez, Pedro Fajardo-Zúñiga-Requeséns y Pi- Vles, J.
mentel, marqués de los Vondel, J. van den
Vélez, Pedro Fajardo y Fernández de Córdoba, Vos, Lambert de
marqués de los Warendorp, familia
Venteti, Lambert Jacob Wastijn, Allard Joseph
Verallo, Girolamo Wauters, familia

– 445 –
René Vermeir, Raymond Fagel, Maurits Ebben (eds.)

Welther, Jean Barthelemei


Wesembeke, Jacob van
Weststeijn, Arthur
Weymelen, Jacob van
Wigandi jr., J.
Williams, Roger
Willoughby d’Eresby
Winkeland, M. de
Winthuyssen, Francisca Clemencia
Wissenacken, familia
Wissenacken, Jean-François
Witt, Jehan de
Wou, Henrick
Yacome, Andrés
Yoos, Guillermo
Yser, Jacob Juan
Zabala, Domingo de
Zamudio, Beatriz de
Zapata, Francisco
Zapata, Gerónimo Walter
Zapata del Mármol, Pedro
Zárate, Gaspar de
Zayas, Gabriel de
Zuleta Dávila Ponce de León, Clemencia
Zuleta Dávila Ponce de León, Isabel
Zuleta Reales y Córdoba, Francisco
Zúñiga, Baltasar de
Zúñiga, Juan de

– 446 –
Autores
(Breve currículum)

Crespo Solana, Ana


Científica titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales, Madrid
CSIC
ana.crespo@cchs.csic.es

El Comercio marítimo entre Cádiz y Ámsterdam, 1713-1778, Madrid, 2000; Entre Cádiz
y los Países Bajos: una comunidad mercantil en la ciudad de la Ilustración, Cádiz, 2001;
y Mercaderes Atlánticos. Redes del comercio flamenco y holandés entre Europa y el Caribe.
Córdoba, 2009.

Derks, Sebastiaan
Instituut voor Nederlandse Geschiedenis, La Haya
sebastiaan.derks@inghist.nl
Investigador y redactor en el Instituut voor Nederlandse Geschiedenis (La Haya).

“Reconstrucciones de una reconquista: Léon Van der Essen y el ejército español en


los Países Bajos.” En: El ejército español en Flandes 1567-1584. Yuste, 2008, pp. 27-44, y
Digitale Bibliografie Nederlandse Geschiedenis [Bibliografía electrónica de la historia de los
Países Bajos], La Haya, 2006.

De Schepper, Hugo
Exarchivero (Algemeen Rijksarchief Bruselas)
Catedrático jubilado (Universidades de Amsterdam-Fac. de Derecho y de Nimega-
Fac. de Letras)
Miembro honorario del Instituto Universitario La Corte en Europa, Universidad Au-
tónoma de Madrid.
H.deSchepper@let.ru.nl

“El funcionariado y la burocratización en el gobierno y en las provincias de Flandes


Regio, siglos XVI y XVII”, Chronica Nova. Revista de Historia Moderna de la Universidad

––447–
447 –
Autores (Breve currículum)

de Granada, 23 (1996), pp. 403-436; “La Guerra de Flandes. Creación de un Nuevo Miem-
bro de la Familia Europea”, en B. García García (ed.), 350 Años de la Paz de Westfalia,
1648-1998. Del Antagonismo a la Integración de Europa. Ciclo de conferencias celebrado en la
Bibliotheca Nacional, Madrid, 1998, pp. 131-153, y “Los procesos de toma de decisión en el
gobierno de los Países Bajos bajo ‘los Archiduques’ 1596-1621”, en G. Parker (ed.), España
y los Países Bajos 1559-1659. Diez Estudios, Madrid 1986, pp. 224-244 (en colaboración con
G. Parker).

Ebben, Maurits
Instituut Geschiedenis
Universiteit Leiden
Doelensteeg 16 Leiden
Postbus 9515, 2300 RA Leiden
Países Bajos
M.A.Ebben@hum.leidenuniv.nl
Profesor titular de Historia Moderna.

Zilver, brood en kogels voor de koning. Kredietverlening door Portugese bankiers aan de
Spaanse kroon, 1621-1665, Leiden, 1996; Un holandés en la Corte de Felipe IV. El diario es-
pañol de Lodewijck Huygens, 1660-1661, Madrid, 2010, y “García de Yllán: A Merchant in
Silver, Bread and Bullets and an Intermediary in Works of Art, 1591-1655”, en M. Keblusek
y B. Noldus (eds.). Double agents: Cultural and Political Brokerage in Early Modern Europe.
Leiden, 2010, pp. 53-72.

Esteban Estríngana, Alicia


Universidad de Alcalá
alicia.esteban@uah.es
Profesora Investigadora del subprograma Ramón y Cajal

Madrid y Bruselas. Relaciones de gobierno en la etapa postarchiducal (1621-1634), Lo-


vaina, 2005; Guerra y finanzas en los Países Bajos católicos. De Farnesio a Spínola, 1592-1630,
Madrid, 2002, y “El collar del Toisón y la grandeza de España. Su gestión en Flandes du-
rante el gobierno de los Archiduques (1599-1621)”, en K. De Jonge, B. García García y A.
Esteban Estríngana (eds.), El legado de Borgoña. Fiesta y ceremonia cortesana en la Europa
de los Austrias (1454-1648), Madrid, 2010, pp. 503-557.

– 448 –
Autores. (Breve currículum)

Fagel, Raymond
Instituut Geschiedenis
Universiteit Leiden
r.p.fagel@hum.leidenuniv.nl
Profesor titular de Historia Moderna

“Es buen católico y sabe escribir los cuatro idiomas. Una nueva generación mixta
entre españoles y flamencos ante la revuelta de Flandes”, en B. Yun Casalilla (ed.), Las
redes del imperio. Élites sociales en la articulación de la monarquía hispánica, 1492-1714,
Madrid, 2008, pp. 289-312; Filips de Schone. Een vergeten vorst 1478-1506, Maastricht, 2008
(edición, junto con J. Geurts y M. Limberger), y De hispano-Vlaamse wereld. De contacten
tussen Spanjaarden en Nederlanders 1496-1555, Bruselas-Nimega, 1996.

Gamero Rojas, Mercedes


Universidad de Sevilla
Departamento de Historia Moderna
mgamerojas@us.es
Profesora titular de Historia Moderna

“La identidad de las mujeres en la burguesía de los negocios de Andalucía Occiden-


tal. Siglo xviii”, en P. Gonzalbo Aizpuru y M.P. Molina Gómez, Familias y relaciones
diferenciales: Género y Edad, Murcia, 2009, pp. 65-81 (junto con Manuel F. Fernández
Chaves); “Flamencos en la Sevilla del siglo XVIII: entre el norte de Europa y América”,
en F. Navarro Antolín (ed.), Orbis incognitus. Avisos y legajos del Nuevo Mundo. Homenaje
al profesor Luis Navarro García, vol. II. Huelva, 2008, pp. 211-220 (junto con Manuel F.
Fernández Chaves), y “El comercio entre Sevilla y el norte de Europa en el siglo xviii.”, en
L.C. Álvarez Santaló (ed.), Estudios de Historia Moderna en homenaje al profesor Antonio
García-Baquero. Sevilla, 2009, pp. 337-349, y “Flamencos en la Sevilla del siglo xviii: las
estrategias familiares, redes clientelares y comportamientos económicos”, en J.J. Bravo
Caro; J. Sanz Sampelayo (eds.), Población y grupos sociales en el Antiguo Régimen, vol,
Málaga 2009, pp. 571-586 (junto con M.F. Fernández Chaves).

Geevers, Liesbeth
Universiteit Utrecht
Departement Geschiedenis en kunstgeschiedenis
e.m.geevers@uu.nl
Profesora titular de Historica Política

Gevallen vazallen. De integratie van Oranje, Egmont en Horn in de Spaans-Habsburgse


monarchie (1559-1567), Ámsterdam, 2008; “Family matters: William of Orange and the

– 449 –
Autores (Breve currículum)

Habsburgs after the abdication of Charles V (1555)”, Renaissance quarterly, 63 (2010), pp.
459-490. “Being Nassau. Nassau family histories and Dutch national discourse from 1541
to 1616”, Dutch Crossing, 35 (2011), pp. 4-19.

Hortal Muñoz, José Eloy


Universidad Rey Juan Carlos (Madrid)
Departamento de Ciencias de la Educación, el Lenguaje, la Cultura y las Artes.
joseeloy.hortal@urjc.es
Profesor visitante de Historia Moderna

“Las guardas palatino-personales de los monarcas Austrias hispanos”, en Reales Sitios,


179 (2009), pp. 4-21; “La visión de un ministro ‘castellanista’ sobre la situación de los
Países Bajos al final del siglo xvi: los ‘advertimientos’ de Esteban de Ibarra”Bulletin de la
Commission Royale d’Histoire, 174 (2008), pp. 89-166, y El manejo de los asuntos de Flandes,
1585-1598, Madrid, 2006 (formato electrónico).

Houben, Birgit
Instituut voor Nederlandse Geschiedenis
Birgit.Houben@inghist.nl
birgitthouben@hotmail.com

Investigadora y redactora en el Instituut voor Nederlandse Geschiedenis (La Haya).


“Les dignitaires de la Cour bourguignons comme agents de la Franche-Comté. Du
courtage provincial à la Cour bruxelloise (1621-1641)”, Revue du Nord, 90 (2008), pp.
747-773; “Violence and political culture in Brabant. The Antwerp craft guilds’ opposition
against central authorities in 1659” , en H. De Schepper y R. Vermeir (eds.). Hoge Recht-
spraak in de oude Nederlanden. Maastricht, 2006, pp. 23-49, y “Cambio de ceremoniales:
Corte y Casa en los Países Bajos católicos, 1598-1641”, en J. Martínez Millán y M.A. Visce-
glia (eds.), La Monarquía de Felipe III: La Casa del Rey, Madrid, 2008, vol. I, pp. 1072-1093
(junto con Dries Raeymaekers).

Jiménez Pablo, Esther


Universidad Autónoma de Madrid
Facultad de Filosofía y Letras
esther.jimenez@uam.es

Becaria FPI del Departamento de Historia Moderna de la UAM - Grupo de Inves-


tigación del Instituto La Corte en Europa (IULCE-UAM); “La reestructuración de la
Compañía de Jesús.” En: J. Martínez Millán y M.A. Visceglia (eds.), La Corte de Felipe III
y el gobierno de la Monarquía Católica (1598-1621), Madrid, 2008, I, pp. 56-92; “La corte

– 450 –
Autores. (Breve currículum)

de la reina Margarita: los jesuitas Ricardo Haller y Fernando de Mendoza”, en J. Martínez


Millán y M. Marçal Lourenço (eds.). Las relaciones discretas entre las monarquías hispana
y portuguesa: Las casas de las reinas (siglos XV-XIX). Arte, música, espiritualidad y literatura.
Madrid, 2008, II, pp. 1071-1121, y “El decreto de limpieza de sangre en la Compañía de
Jesús (1540-1608)”, en M. Rivero Rodríguez (ed.), Nobleza hispana, nobleza cristiana. La
Orden de San Juan, Madrid, 2009, I, pp. 759-795.

Manzano Baena, Laura


Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales
lmanzano@eui.eu
Directora del Gabinete de Presidencia

“Negotiating Sovereignty: the Peace Treaty of Münster, 1648”, History of Political


Thought, XXVIII (2007), pp. 617-641; “Negociación y conflicto. La Monarquía Católica
ante Cataluña y las Provincias Unidas en torno a 1648.” En: A. Álvarez-Ossorio y B.J.
García García, La Monarquía de las Naciones. Patria, nación y naturaleza en la Monarquía
de España. Madrid, 2004, pp. 845-861, y Diego García de Palacio, Diálogos militares
(Mexico, 1583). Edición e introducción (Madrid, 2003).

Raeymaekers, Dries
University of Antwerp
Department of History
Dries.Raeymaekers@ua.ac.be
Postdoctoral Researcher of the Research Foundation-Flanders

“Cambio de ceremoniales: Corte y Casa en los Países Bajos católicos, 1598-1641”, en


J. Martínez Millán y M.A. Visceglia (eds.), La Monarquía de Felipe III: La Casa del Rey,
Madrid, 2008, vol. I, pp. 1072-1093 (junto con Birgit Houben), y “The Power of Proxim-
ity. The Cámara of Albert and Isabella at their Court in Brussels”, en C. van Wyhe (ed.).
Isabel Clara Eugenia. Female Sovereignity at the Court of Madrid and Brussels (1566-1633),
Madrid (en prensa).

Rodríguez Pérez, Yolanda


Universidad de Ámsterdam
Departamento de Estudios europeos
y.rodriguezperez@uva.nl
Profesora Titular de Cultura y Literatura españolas

Encuentros de ayer y reencuentros de hoy. Flandes, Países Bajos y el Mundo Hispánico en


los siglos XVI y XVII, Gante, 2009 (edición junto con Patrick Collard y Miguel Norbert

– 451 –
Autores (Breve currículum)

Ubarri); The Dutch Revolt through Spanish Eyes. Self and Other in historical and literary
texts of Golden Age Spain (circa 1548-1673), Oxford/Bern, 2008, y De Tachtigjarige Oorlog
in Spaanse ogen. De Nederlanden in Spaanse historische en literaire teksten (circa 1548-1673),
Nimega, 2003/2005.

Santana Pérez, Germán


Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Departamento de Ciencias Históricas
gsantana@dch.ulpgc.es
Profesor titular de Historia Moderna

El comercio exterior de las Canarias Orientales durante el reinado de Felipe IV, Las Palmas
de Gran Canaria, 2002; La puerta afortunada. El papel de Canarias en las relaciones hispano-
africanas, Madrid, 2002 (junto con Juan Manuel Santana Pérez), y Los usos de la leña: recursos
forestales en Gran Canaria durante el siglo XVI. Las Palmas de Gran Canaria, 2007 (junto con
Manuel Lobo Cabrera y Ángel Luis Rodríguez Padilla).

Soen, Violet
Katholieke Universiteit Leuven
violet.soen@arts.kuleuven.be
Investigadora Postdoctoral del Fondo de Investigación Científica de Flandes (FWO)

Geen pardon zonder paus! Studie over de complementariteit van het koninklijk en pau-
selijk generaal pardon (1570-1574) en over inquisiteur-generaal Michael Baius (1560-1576),
Bruselas, 2007; “Estrategias de pacificación tempranas durante la guerra de Flandes (1570-
1598)”, en B. García García (ed.),Tiempo de paces. La Pax Hispánica y la tregua de los doce
años, Madrid, 2009, pp. 61-75, y “Between dissent and peacemaking. Nobility at the Eve
of the Dutch Revolt (1564-1567)”, Revue belge de Philologie et d’Histoire 86 (2008), pp.
735-758.

Thomas, Werner
Katholieke Universiteit Leuven
werner.thomas@arts.kuleuven.be
Profesor titular de Historia Moderna

La represión del protestantismo en España, 1517–1648, Lovaina, 2001; Los protestantes y la


Inquisición en España en tiempos de Reforma y Contrarreforma, Lovaina, 2001, y Un mundo
sobre papel. Libros y grabados flamencos en el imperio hispanoportugués (siglos XVI-XVIII), Lo-
vaina, 2009 (edición junto con Eddy Stols).

– 452 –
Autores. (Breve currículum)

Vermeir, René
Universiteit Gent
Rene.Vermeir@UGent.be
Profesor titular de Historia Moderna

En estado de guerra. Felipe IV y Flandes, 1629-1648, Córdoba, 2006.


“Les limites de la monarchie composée. Pierre Roose, factotum du comte-duc d’Oli-
vares aux Pays-Bas espagnols”, Dix-septième siècle, 60 (2008), pp. 495-518, y “Je t’aime, moi
non plus. La nobleza flamenca y España en los siglos XVI-XVII”, en B. Yun Casalilla (ed.)
Las redes del imperio: élites sociales en la articulación de la Monarquía Hispánica, 1492-1714,
Madrid, 2009, pp. 313-337.

Versele, Julie
École Ovide Decroly (Bruselas)
julieversele@gmail.com
Profesora de enseñanza media

Louis del Río (1537-1578). Reflets d’une période troublée, Bruselas, 2004.
“Rapport de Gerónimo de Roda sur le fonctionnement du Conseil des Troubles aux
Pays-Bas, suivi de suggestions pour sa réforme (s.d. – 1571 ?)”, en Bulletin de la Commis-
sion Royale d’Histoire, 170 (2004), pp. 169-191, y “Claude Bélin de Chasnoy et le Con-
seil des Troubles ‘institué par le duc d’Albe’ aux Pays-Bas, 1567-1568”, en L. Delobette y
P. Delsalle (eds.), “Aspects politiques, diplomatiques, religieux et artistiques”, t.I, en La
Franche-Comté et les anciens Pays-Bas, XIIIe-XVIIIe siècles, Besançon, 2009, pp.195-208.

– 453 –
Títulos de la colección Sílex Universidad

Cádiz en el sistema atlántico.


La ciudad, sus comerciantes y su actividad mercantil (1650-1830)
Manuel Bustos

La Monarquía Hispánica en tiempos del Quijote


Porfirio Sanz Camañes (coord. dir.)

Títulos, grandes del reino y grandeza en la sociedad política.


Fundamentos en la Castilla medieval
María Concepción Quintanilla Raso (dir.)

La monarquía como conflicto en la Corona castellano-leonesa (c. 1230-1504)


José Manuel Nieto Soria (dir.)

Naturaleza y desastres en Hispanoamérica. La visión de los indígenas


María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

El itineario de la Corte de Juan II de Castilla (1418-1454)


Francisco de Paula Cañas Gálvez

Pecar en la Edad Media


Ana Isabel Carrasco Manchado / María del Pilar Rábade Obradó (coords.)

Pío VII. Un papa frente a Napoleón


Antonio Manuel Moral Roncal

El espíritu emprendedor de los vascos


Alfonso de Otazu / José Ramón Díaz de Durana

Gobernar en tiempos de crisis. Las quiebras dinásticas en el ámbito hispánico, 1250-1808


José Manuel Nieto Soria / María Victoria López-Cordón Cortezo (eds.)

Fortuna y virtud. Historia de las loterías públicas en España


Roberto Garvía (ed.)

Propaganda e información en tiempos de guerra


España y América (1700-1714)
David González Cruz

La sucesión de la Monarquía Hispánica 1665-1725.


Biografías relevantes y procesos complejos
José Manuel de Bernardo Ares (coord.)
Los tentáculos de la Hidra.
Contrabando y militarización del orden público en España (1784-1800)
Miguel Ángel Melón Jiménez

Familia y capital comercial en la Castilla Meridional.


La comunidad mercantil de Albacete
Cosme Jesús Gómez Carrasco

La vida cotidiana en la España del siglo XVIII


Manuel-Reyes García Hurtado (ed.)

Los nombres de persona en la sociedad y en la literatura de tres culturas


Consuelo García Gallarín (dir.)
Karlos Cid Abasolo (coord.)

La Guerra de Sucesión en España y la batalla de Almansa


Francisco García González (coord.)

¿Tiempos oscuros?
Territorios y sociedad en el centro de la Península Ibérica (siglos VII-X)
Iñaki Martín Viso (ed.)

Memoria e Historia.
Utilización política en la Corona de Castilla al final de la Edad Media
Jon Andoni Fernández de Larrea y José Ramón Díaz de Durana (eds.)

Juan Everardo Nithard y sus Causas no causas


Rafaella Pilo

Colección diplomática de Santo Domingo el Real de Toledo


Documentos reales I. 1249-1473
Francisco de Paula Cañas Gálvez

La Compañía de Jesús
y su proyección mediática en el mundo hispánico durante la Edad Moderna
José Luis Betrán (ed.)

Economía doméstica y redes sociales en el Antiguo Régimen


José María Imízcoz Beunza y Oihane Oliveri Korta (eds.)

La Estafeta Literaria y su contribución a la difusión de la cultura del siglo XX


Pilar Fernández Martínez, Margarita Garbisu Buesa,
María Dolores Nieto García y Fernando González Ariza
Albacete, corregimiento borbónico
Ramón Cózar Gutiérrez

Pautas de consumo y mercado en castilla 1750-1850


Economía familiar en Palencia al final del Antiguo Régimen
Fernando Ramos Palencia

Nombre propio e identidad cultural


Carmen Maíz Arévalo (ed.)

El conflicto en escenas
La pugna política como representación en la Castilla bajomedieval
José Manuel Nieto Soria (dir.)

Mujeres en la Antigüedad clásica


Género, poder y conflicto
Almudena Domínguez Arranz (ed.)

Títulos de la colección Serie Historia Antigua

Constantino.
Crear un emperador
Santiago Castellanos

Emperadores y el sexo
Juan Luis Posadas

Títulos de la colección Serie Historia Medieval

Isabel I de Castilla y la sombra de la ilegitimidad.


Propaganda y representación en el conflicto sucesorio (1474-1482)
Ana Isabel Carrasco Manchado

Un crimen en la Corte.
Caída y ascenso de Gutierre Álvarez de Toledo, señor de Alba (1376-1446)
José Manuel Nieto Soria

Sacerdocio y Reino en la España Altomedieval.


Iglesia y poder político en el Occidente peninsular, siglos VII-XII
Carlos de Ayala Martínez
El rey y el papa.
Política y diplomacia en los albores del Renacimiento (el siglo XV)
Óscar Villarroel González

Beltrán de la Cueva, el último privado.


Monarquía y nobleza a fines de la Edad Media
María del Pilar Carceller Cerviño

Títulos de la colección Serie Historia Moderna

La cultura de la guerra y el teatro del Siglo de Oro


David García Hernán

Títulos de la colección Serie Historia Contemporánea

Los aspectos internacionales de la transición democrática española


Charles Powell y Juan Carlos Jiménez (eds.)

Historia del País Vasco durante el franquismo


Imanol Villa

España y Portugal en transición


Los caminos a la democracia en la Península Ibérica
Juan Carlos Jiménez

Los orígenes de la integración de España en Europa.


Desde el franquismo hasta los años de la transición
Maria Elena Cavallaro

Intervenciones coloniales y nacionalismo español.


La política exterior de la Unión Liberal
y sus vínculos con la Francia de Napoleón III (1856-1868)
Juan Antonio Inarejos Muñoz

Estados Unidos y la Transición española.


Entre la Revolución de los Claveles y la Marcha Verde
Encarnación Lemus
Este libro se terminó de imprimir
en el mes de abril de 2011

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