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Positivismo, Positivismo

Lógico y Critica de la
Metafísica

[ INTRODUACCIÓN A LA EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES ]


Objetivos

• Conocer la necesidad de establecer un análisis crítico del lenguaje en la investigación científica


• Entender el principio de demarcación del positivismo lógico en la crítica de la metafísica
• Comprender los límites del positivismo lógico en la fundamentación de una epistemología

Hemos señalado ya como desde inicios de la modernidad, siglo XIV, un nuevo influjo
epistemológico comenzó a dominar el panorama científico: alejarse de la especulación y sólo
aceptar en el ámbito de la ciencia aquellas afirmaciones que fueran comprobables. Por
supuesto, todo ello generó un alejamiento de las tradiciones académicas que históricamente
habían dominado los ámbitos científicos. Los investigadores modernos abandonaron el
pensamiento aristotélico que había servido durante siglos para pensar el mundo, y se atrevieron
a formular nuevos paradigmas científicos basados en la experimentación rechazando así toda
especulación. Por eso es entendible que la concepción de Aristóteles sobre los astros y el
universo fuera abandonada, favoreciendo la observación a través de instrumentos como el
telescopio1.

Aristóteles concebía la astronomía como una sucesión de esferas, donde cada una representaba
a un planeta y todas tenía un mismo centro. Es decir, a través de un método completamente
especulativo Aristóteles había concebido el universo como una sucesión de esferas, una
incluyendo a la otra, donde el movimiento de una incidía sobre las demás. No vamos a realizar
una explicación completa de las teorías de Aristóteles. Solo basta mencionar que de ninguna
manera la astronomía aristotélica obedecía a observaciones experimentales sino a
especulaciones teóricas que tenían plena consonancia con sus otras teorías. Por supuesto, una
vez comienza a hacerse vigente el paradigma científico de la experimentación, es decir, una vez
se exige que todo enunciado que pretenda ser científico debe provenir de una experiencia
rigurosa que lo haga comprobable, las ideas aristotélicas entraron en desuso.

En ese contexto, a partir del siglo XIV, la experimentación llevó a que ciencias como la

1
Representación de los Cielos planetarios según Aristóteles. Disponible en:
http://www.kalipedia.com/filosofia/tema/poco-historia-conflicto-
aristoteles.html?x=20070718klpprcfil_180.Kes&ap=1 Consultada el 26 de octubre de 2012.

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astronomía se fundamentaran en observaciones cuidadosas de los distintos fenómenos a
investigar. Astrónomos como Copérnico, Galileo o Kepler construyeron de esa manera la
astronomía moderna a partir de sus observaciones, justificando de esa manera que la ciencia
debería atenderse a fenómenos observables, y sobre todo comprobables empíricamente; la
ciencia se volvió netamente empírica.

Ahora bien, este impulso hacia la experimentación en las ciencias no se detuvo. A finales del
siglo XIX surgió un nuevo paradigma científico que radicalizó las tesis experimentales: surgió
entonces el positivismo como una corriente epistemológica que rechazó del todo la
especulación en las ciencias, y se hizo mucho más estricta respecto a la fundamentación en la
experiencia de todo postulado o afirmación con deseos de considerarse como ciencia.

DE LA CRÍTICA DE LA RELIGIÓN AL POSITIVISMO

Desde los inicios del pensamiento científico en Grecia encontramos una crítica por parte de los
primeros pensadores al pensamiento religioso o metafísico, o al pensamiento especulativo que
no se arraigaba en la experiencia; los primeros filósofos fueron muy críticos de las mitologías
que animaban la cultura helénica por considerarla excesos de la imaginación humana. Toda
suerte de narraciones mitológicas respecto al origen del mundo o del hombre eran rechazadas
por pensadores que señalaban que quizás se trataba solo de antropomorfismos que no
explicaban en realidad nada. Desde los orígenes muy remotos del conocimiento humano, el
pensamiento científico ha sido reacio a las mitificaciones de carácter religioso o metafísico. Pero
esta crítica a la religión y a las fantasías que se crean al interior de la cultura se agudizó
progresivamente en la modernidad, en cuyo seno la ciencia moderna sustituyó la fe en la
trascendencia por la fe en la razón.

Este conflicto entre el pensamiento científico y la religión se funda una vez las afirmaciones
religiosas acerca de la realidad entran en conflicto con las observaciones científicas. Piénsese
por ejemplo en las afirmaciones bíblicas acerca de los astros como el sol y la luna, que luego
serían controvertidas por los primeros astrónomos experimentales como Copérnico y Galileo.
Mientras la religión basa su veracidad en la autenticidad de la revelación bíblica, asumiendo en
ese sentido desde el antropocentrismo que todo lo existente ha sido creado por Dios para el
hombre, y por ende que la tierra es el centro de lo existente, la ciencia procede de otro modo.
En vez de asumir como verdadero todo aquello en lo que ha creído la cultura históricamente, la
ciencia se basa en la experiencia. Ahora bien, la ciencia va a la experiencia con el deseo de
descubrir, por medio de la observación y el razonamiento basado en la observación, los hechos
particulares acerca del mundo así como las leyes que los conectan.

Ahora bien, a la ciencia no solo le interesa observar y caracterizar hechos, pues tiene a la vez la
pretensión de predecir hechos futuros a partir de la identificación de las regularidades en el
comportamiento de los distintos fenómenos. Expliquemos. Una de las características esenciales
del pensamiento científico moderno será la capacidad de establecer leyes científicas que le

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permitan desempeñar un carácter predictivo. Ciencias experimentales como la meteorología,
que se ocupa del estudio del clima, el medio ambiente, etc., una vez se dedica a la observación
del clima con todas sus variables, trata de establecer que comportamientos regulares existen en
la naturaleza en aras a formular leyes científicas. Por ejemplo, si la meteorología identifica que a
determinado grado de humedad, nubosidad y temperatura siempre se desata la lluvia, pues lo
ha observado regularmente en diferentes casos, tendrá de esa manera la capacidad de predecir
cuándo lloverá si se reúne todo ese conjunto de variables. Lo mismo podríamos decir de la
medicina moderna. Ella, a partir del estudio de múltiples casos o experiencias, identifica
regularidades en las enfermedades. Es decir, después de múltiples experiencias es capaz de
afirmar que siempre que hay un determinado número de síntomas es de esperarse que la
persona tenga determinado padecimiento, enfermedad o patología. Luego, la ciencia moderna
no solamente se aferra a la experiencia y a lo comprobable, pues a partir de dichas
observaciones lee la realidad en términos de causa y efecto y de esa manera es capaz de
formular predicciones acertadas.

Volvamos ahora sobre el rechazo del pensamiento científico a las especulaciones de la religión y
de los mitos, pues no siempre fueron tan radicales como se pensaría. Lo que podemos
evidenciar es que el desplazamiento del pensamiento mítico y religioso fue progresivo y no
radical de manera inmediata. Incluso, podemos evidenciar que en los inicios del pensamiento
científico moderno, significativos representantes de la ciencia moderna articularon el discurso
científico con la fe en sus construcciones teóricas. Uno de ellos, el astrónomo Johannes Kepler,
consideraba, por ejemplo, que la armonía matemática en la mente del creador proporcionaba la
causa de “por qué el número, el tamaño y los movimientos de las órbitas son como son y no de
otra manera”. Para René Descartes, considerado como el fundador del pensamiento moderno,
las leyes matemáticas de la naturaleza fueron establecidas por Dios. Incluso hoy se sabe que
Descartes, una vez descubrió su reconocido método filosófico, inició un peregrinaje para
agradecérselo a la imagen de la Virgen en Monserrat, santuario de peregrinación en Francia. Por
su parte, el físico y químico inglés Robert Boyle escribió que “los principios matemáticos y
mecánicos son el alfabeto en el que Dios creó al mundo”. Para Newton, la ciencia
proporcionaba una prueba de la existencia de un legislador todopoderoso: afirmaba que Dios
había decretado la ley de la gravitación y todas las restantes leyes descubiertas por los ingleses;
que a pesar del derrumbe del modelo geocéntrico el hombre era todavía el centro moral del
universo, y los propósitos de Dios se relacionaban principalmente con la raza humana, creía el
físico.

Sin embargo esta suerte de articulación entre ciencia y tradiciones religiosas no siempre fue así.
En territorio continental europeo, a partir del siglo XVI, los más radicales entre los filósofos
franceses, políticamente en conflicto con la Iglesia por cuestiones que excedían a las
preocupaciones científicas, adoptaron una tesis distinta totalmente conflictiva: no aceptaban de
ningún modo la postulación de Dios como un legislador universal a través de leyes naturales, y
así mismo afirmaban que únicamente a partir de las leyes de la física se podría explicar la
conducta humana.

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Por supuesto, la radicalidad de estas tesis llevaron a una afirmación del materialismo que
irreductiblemente a la vez negaban la libertad del ser humano. Si el hombre se concibe
únicamente como un ser material sujeto a las leyes naturales, su comportamiento de ningún
modo es libre. Así mismo, si el hombre es únicamente material, su actuar debe ser explicado no
en términos de su voluntad sino de las leyes universales que lo gobiernan, como sucede con los
otros seres materiales. Se trataba de una afirmación muy radical en cuanto negaba la libertad
del hombre y lo sometía al dominio de las leyes físicas naturales. En ese sentido se acababa con
el último discurso especulativo metafísico, la libertad humana. En ese contexto los múltiples
descubrimientos científicos a lo largo del siglo XVI y XVII desestabilizaron al credo religioso así
como fueron suscitando una separación definitiva entre ciencia y religión, que llevaría a los
discursos religiosos al ámbito exclusivo de la fe, y a la hegemonía de la ciencia experimental.

Ya para el siglo XIX se había extendido tanto la concepción materialista de la realidad que las
ciencias, abandonando por completo el dogma religioso, desprovistas de todo dios, pretendían
encontrar una analogía entre las leyes naturales y aquéllas que supuestamente regían el
comportamiento social. Este es el ámbito de hegemonía de las ciencias naturales por encima de
las ciencias sociales. En vez de reconocerse la identidad propia que tienen las ciencias sociales
se extienden los métodos de las ciencias naturales sobre ellas. En este contexto, toda disciplina
que tenga la pretensión de ser ciencia debe adoptar los métodos de las ciencias naturales. Este
último caso es el expuesto por el positivismo del siglo XIX, desarrollado por Augusto Comte.

Comte evidencia la radicalización del discurso científico por encima de toda creencia o tradición
cultural. Incluso llega a la afirmación de la necesidad de sustituir la religión tradicional por una
religión positivista centrada en el control social sobre la base del conocimiento científico
disponible. Para este pensador el positivismo era el estadio más alto al que había llegado la
humanidad en su razonamiento una vez había superado estadios anteriores como el
pensamiento mítico y el pensamiento metafísico. Es decir, el hombre habría llegado a la cumbre
de su racionalidad una vez lograra abandonar la explicación de los fenómenos naturales a partir
de explicaciones de carácter mítico: por ejemplo, las narraciones de Homero en la Ilíada y La
Odisea, o por no ir lejos en el Génesis de la Biblia cristiana. Pero también se hacia necesario que
el hombre abandonara el pensamiento metafísico, o tratar de dar explicación a los hechos a
través de la alusión a causas más allá de lo físico.

Si bien Comte hizo célebre el término positivismo, su origen puede encontrarse en las ideas del
filósofo inglés Francis Bacon de finales del siglo XVI, quien consideraba positiva la fuerza o la ley
natural ante la cual el filósofo no tenía que recurrir a la indagación de las causas, pues era
evidente y contrastable. Para Comte, el significado de lo positivo es lo dado, los hechos de la
experiencia completamente comprobables de los que el científico debe excluir las posibles
indagaciones acerca de sus causas metafísicas, están ahí para ser conocidos.

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Estados de la racionalidad humana según el positivismo2

Ahora bien, más que un conjunto de tesis establecidas, el positivismo es considerado una
actitud que ha evolucionado históricamente. De hecho, el historiador de la ciencia Alexander
Koyré ha situado al positivismo incluso en el mundo griego antiguo, pues según él los
astrónomos griegos trataron en muchos casos de aferrarse a la observación superando los
relatos religiosos de su época. En esa dirección se ha reconocido en la historia de la ciencia
cuatro grandes fases del positivismo: un protopositivismo anterior a Comte, ubicado en Francia
desde mediados del siglo XVIII hasta la era napoleónica; el positivismo clásico de Comte y sus
discípulos, conectado con el inductivismo de John Stuart Mill; el positivismo crítico alemán, y el
positivismo lógico desarrollado por el Círculo de Viena durante la primera mitad del siglo XX. Por
supuesto, a todos estos estadios del positivismo es común la idea de que el pensamiento
científico debe aferrarse a la experiencia comprobable, a la observación científica, evitando ante
todo la especulación o la introducción de ideas metafísicas, o más allá de lo físico, en el discurso
científico. Sin el ánimo de elaborar una historia del positivismo nos dedicaremos en este aparte
de la explicación del positivismo lógico, última gran escuela del positivismo llevada al terreno
del lenguaje de la ciencia, examinando su postura filosófica, sus argumentos contra las
proposiciones de carácter metafísico, su concepción de verdad y, por supuesto, los
fundamentos de su crítica a la religión.

2
Recuperado de http://s2.subirimagenes.com/otros/previo/thump_7403440comt2.jpg Consultada el 26 de octubre de
2012.

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EL EMPIRISMO LÓGICO: HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE UN LENGUAJE CIENTÍFICO

En las primeras décadas del siglo XX en el centro de Europa, en la facultad de Filosofía de la


Universidad de Viena, se comenzó a conformar un grupo de pensadores con intereses comunes
que se autodenominó Círculo de Viena. Uno de los intereses fundamentales de esta comunidad
era la construcción de un marco teórico para la ciencia creado a partir de la lógica. Para ellos,
más importante que profundizar en cuestiones acerca del método o el procedimiento científico,
era fundamental una reflexión en torno al lenguaje de la ciencia a partir de la lógica. Para ellos
era claro que, independiente del método de investigación que se usara, la ciencia siempre hacía
uso del lenguaje para expresar sus hipótesis, tesis, hallazgos, etc. Concebían que la lógica debía
ser la parte técnica del pensamiento científico y, sólo por esa razón, indispensable para el
hombre de ciencia.

Si la ciencia hacía uso del lenguaje en sus construcciones discursivas debería hacerse un control
de carácter lógico sobre sus enunciados, de tal manera que se garantizara la cientificidad de
todo enunciado con pretensiones de verdad. Si la finalidad de toda ciencia es producir
enunciados acerca de la realidad en un lenguaje específico, un análisis lógico de los enunciados
de la ciencia abriría el camino para el saber, así como desecharía todo discurso que no se
ajustara a las características que exige la lógica y la ciencia misma. El modo en que el Círculo de
Viena une esta nueva lógica con el empirismo tradicional, reformándolo, le valió la
denominación de empirismo lógico, aunque también se le ha llamado positivismo lógico o
neopositivismo, pues tiene en común con el antiguo positivismo la asignación del conocimiento
positivo al lenguaje científico, y la reducción de toda la epistemología a una filosofía del
lenguaje.

En ese sentido la epistemología de la ciencia quedaba limitada a cuestiones referentes a la


estructura lógica del lenguaje científico, su papel se reducía a la investigación sobre las
relaciones entre los conceptos y enunciados del conocimiento científico en su estructura lógica,
analizando cómo los enunciados pueden inferirse unos de otros. La filosofía de la ciencia, o
epistemología, dejaba de lado las cuestiones puramente objetivas o sobre hechos existentes,
para dedicarse a cuestiones lógicas tales como el análisis lógico del pensamiento científico. Esta
reducción de la epistemología a cuestiones lógicas implicaba la centralización del campo de
estudio filosófico en las formulaciones lingüísticas.

Desde esta posición, uno de los principales representantes de este nuevo movimiento, Rudolf
Carnap, se propuso expulsar toda especulación metafísica de la reflexión científica, para
garantizar así la exclusividad de las proposiciones con sentido, propias de todo enunciado que
mereciera el título de científico. Sobre la base de la lógica moderna, Carnap aspiraba no sólo a
esclarecer el contenido cognoscitivo de las proposiciones científicas; también a demostrar la
carencia de sentido de la metafísica, al hallar en ella pseudo proposiciones de diversos géneros.
Con este objetivo en mente distingue, en un lenguaje determinado, entre las palabras que

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tienen significado y aquéllas en las que el significado es sólo aparente. Define así a las primeras
como conceptos, y a las segundas como pseudoconceptos.

Según Carnap, aunque casi toda palabra en un inicio poseyó un significado, con el transcurso de
su evolución puede perderlo o adquirir otro, dando origen a un pseudo concepto. Para que una
palabra tenga significado debe fijarse su sintaxis, su forma proposicional más simple a la que
Carnap llama proposición elemental, como pudiera ser el caso: x es una piedra, donde x puede
ser sustituido por algo dentro de las categorías de las cosas existentes para que ocupe su lugar,
como sería el caso de esta manzana, o de este diamante. Sin profundizar mucho en las ideas de
Carnap, una de las ideas fundamentales del Círculo de Viena era que debería rechazarse toda
palabra que en el lenguaje científico no tuviera un significado concreto. Es decir, en una alusión
más desarrollada del positivismo, se exigía lógicamente que toda palabra tuviera un referente
positivo que la dotara de significado; de otra manera debería ser rechazada.

Examinemos por ejemplo las razones que han llevado a que en el discurso académico
tradicional se rechace al psicoanálisis como una disciplina científica. A pesar de que Freud
pertenecía a la sociedad médica de la Viena de su época, contemporáneamente el Psicoanálisis
no es estudiado en ninguna universidad del mundo y ha sido de esa manera relegado a
sociedades privadas de psicoanalistas lejos de toda institucionalidad. Pero ¿por qué ha sido
rechazado? El concepto fundamental sobre el que se fundamenta el discurso del Psicoanálisis es
el concepto de inconsciente. Freud concebía al ser humano metafóricamente como un iceberg.
Es decir, señalaba que así como en los icebergs la parte más visible, la que está fuera del agua,
es enorme, la parte más significativa de estas montañas de hielo es la que subyace bajo el agua.
Al construir esta metáfora lo que estaba explicando Freud era que la vida humana consciente o
racional era como la parte del iceberg que sobresalía por encima del agua. Pero que la vida
inconsciente o irracional era la más determinante y que esta se podría asemejar a la parte de la
montaña de hielo que subyace hundida en el mar. Así, lo que Freud señalaba para el
Psicoanálisis era que debía lanzarse al estudio de los procesos inconscientes e irracionales que
acontecen en la psicología humana. No obstante, para la ciencia moderna, el problema
estribaba en que todos estos procesos inconscientes e irracionales se realizaban en el
inconsciente, lo cual no era una realidad palpable, material o comprobable en el ser humano. En
ese sentido, para la medicina el psicoanálisis es solo metafísica, pues se fundamenta en la
existencia de algo que no es comprobable, de una realidad inexistente, una pura especulación.

Ahora bien, visto desde el Positivismo lógico, el que se hiciera uso de una palabra como
inconsciente, sabiendo que esta no tenía un referente real en el mundo, sería volver a abrirle el
espacio a los pseudo conceptos, o conceptos falsos que no hablan de la realidad sino de puras
especulaciones e irrealidades. Luego, bajo el positivismo lógico se señala que la ciencia debe
hacer uso de lenguajes positivistas, señalando conceptos que tengan referentes reales lejos de
toda especulación y metafísica. Sin embargo, si se pueden evidenciar las consecuencias de este
discurso, entran en problemas ciencias que suponen la existencia de realidades no contrastables
como por ejemplo: la libertad humana, el alma, la voluntad, etc. En el caso de una disciplina

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como la psicología, se volverá positivista cuando supone que no hay nada más en la psicología
humana sino lo comprobable materialmente. En ese sentido las explicaciones del
comportamiento humano que aluden a conceptos como libertad o voluntad desaparecen, para
dar lugar a la psicobiología o explicación de los procesos químicos y neurológicos, a nivel
biológico, que dan cuenta del comportamiento humano.
En el siguiente apartado profundizaremos mucho más en estas ideas a partir de un
acercamiento a la postura epistemológica de Ludwig Wittgenstein, exponente máximo del
empirismo lógico en una de sus formas más acabadas.

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