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La táctica de infantería y sus fundamentos materiales

(1700-1870)1
Friedrich Engels

En el siglo XIV la pólvora y las armas de fuego llegaron a ser conocidas en Europa central y
occidental, y cualquier escolar sabe ahora que estos adelantos puramente técnicos
revolucionaron todo el arte militar. Esta revolución se desarrolló, sin embargo, con mucha
lentitud. Las primeras armas de fuego eran muy primitivas, sobre todo las carabinas. Y a
pesar de que muy pronto fueron inventados muchos perfeccionamientos parciales —el cañón
de ánima rayada, la carga por la recámara, el cierre de cerrojo, etc.—, pasaron sin embargo
más de 300 años antes de que fuera creado, a fines del siglo XVII, un fusil apto para armar a
toda la infantería.
En los siglos XVI y XVII, la infantería estaba formada en parte por infantes
armados de picas, en parte por tiradores. Al principio, el cometido principal de los piqueros
era atacar al arma blanca en el momento decisivo del combate; el fuego de los tiradores les
servía de protección. Por eso aquéllos se batían en masas compactas, similares a las de la
antigua falange griega; en cambio los tiradores formaban de ocho a diez hombres de fondo,
porque así, precisamente con ese número, mientras uno cargaba el arma, los demás tenían
tiempo para disparar en forma sucesiva uno tras otro.
El que estaba preparado para disparar, corría al frente, tiraba y luego pasaba al
último lugar, para volver a cargar su arma.
El posterior perfeccionamiento del arma de fuego alteró esta proporción. Los
fusiles de mecha se cargaban ya con tanta rapidez que para mantener un fuego ininterrumpido
bastaban sólo cinco tiradores. De tal modo, la compañía de tiradores podía estar formada de
cinco personas en fondo.
En consecuencia era posible cubrir con el mismo número de mosqueteros que
antes, un frente de longitud casi dos veces mayor.
Debido a que el fuego de fusilería causaba efectos particularmente desoladores
en las masas grandes y compactas, también los piqueros comenzaron a formar en seis u ocho
filas, y de ese modo, el orden de combate se acercaba poco a poco al lineal, en el que el fuego
de fusilería decidía la suerte de la batalla, mientras que correspondía a los piqueros no la
misión de atacar, sino la de proteger a los tiradores contra la caballería. Hacia el final de este
período la formación de combate constaba de dos destacamentos y una unidad de reserva.
Cada destacamento formaba una línea compuesta casi siempre de seis filas. Una parte de la
artillería y la caballería se situaba en los intervalos entre los batallones y otra en los flancos.
Además, cada batallón de infantería estaba formado en una tercera parte, como máximo, por
piqueros, y en no menos de dos partes por mosqueteros.
Por último, a fines del siglo XVII, aparecieron los fusiles de chispa con
bayoneta, que se cargaban con cartuchos fabricados. Desde entonces la pica quedó
definitivamente eliminada del armamento de la infantería. Hacía falta menos tiempo para
1
Escrito por Friedrich Engels en 1877. Publicado por primera vez por el Instituto de Marxismo-Leninismo
adjunto al CC del PCUS en: F. Engels. Herrn Eugen Dührings Umwälzung der Wissenschaft. Dialektik der Na-
ture, Moscú – Leningrado, 1935.

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cargar el fusil, y el fuego más rápido podía ya protegerse por sí solo; en caso necesario, la
bayoneta sustituía a la pica. Como resultado fue posible reducir la profundidad de la línea de
combate de seis a cuatro filas, más tarde a tres y, en algunos lugares, finalmente hasta a dos
hombres de fondo. De tal modo, con una misma cantidad de hombres, la línea se extendía
cada vez más en longitud, y era cada vez mayor la cantidad de fusiles que entraban
simultáneamente en acción. Pero a la par con ello, tales líneas alargadas y ralas se volvían
cada vez menos capaces de maniobrar, sólo podían desplazarse en formación de combate en
un terreno llano, donde no encontraban obstáculos y aun así muy lentamente, de 70 a 75
pasos por minuto; y precisamente en la llanura resultaban más vulnerables ante la caballería
enemiga, la cual podía atacar con éxito, especialmente contra los flancos. En parte para
proteger esos flancos, en parte para reforzar la primera línea de fuego, se colocaba a toda la
caballería en los flancos, de manera que la verdadera línea de combate, en el sentido real de
la palabra, sólo quedaba constituida por la infantería con sus cañones livianos de batallón.
Los cañones pesados, extraordinariamente torpes, se ubicaban en los flancos, y durante todo
el curso de la batalla no podían cambiar de emplazamiento más de una vez. La infantería
formaba en dos destacamentos, cuyos, flancos se cubrían con infantería dispuesta en ángulo,
así que todo este dispositivo venía a constituir un cuadrilátero muy alargado y vacío en su
interior. Esta masa, impotente en los casos en que no podía desplazarse como un todo, se
dividía únicamente en tres partes: el centro y los dos flancos. Todos los movimientos de esas
partes se reducían cuan se trataba de envolver al enemigo, a hacer avanzar un flanco, superior
en número al del adversario, mientras el otro se mantenía como una amenaza para impedir
que el enemigo realizara un cambio de frente similar. La modificación del dispositivo de
combate durante la batalla exigía mucho tiempo y permitía al adversario describir muchos
puntos débiles, por lo cual tales intentos equivalían casi siembre a una derrota. Por ello, la
formación inicial debía mantenerse durante todo la batalla, y en cuanto la infantería entraba
en acción, la suerte del combate se decidía con un solo golpe arrollador. Esta forma de
combatir, extraordinariamente perfeccionada por Federico II, era el inevitable resultado de la
acción coincidente de dos factores materiales. Uno de ellos eran los efectivos; las tropas
reclutadas por los príncipes, compuestas en parte inclusive por enemigos, prisioneros de
guerra incorporados por la violencia a las filas del ejército; este personal estaba bien
instruido, pero no se podía confiar mucho en él, y sólo a palos se lo mantenía en la
obediencia. El segundo factor lo constituía el armamento; los torpes cañones pesados y el
fusil de chispa con ánima lisa y bayoneta, capaz de disparar con rapidez, pero mal.
Esta forma de combatir fue empleada mientras ambos enemigos se
encontraban en igualdad de condiciones en cuanto a los efectivos y al armamento, y por eso a
cada uno de ellos les convenía atenerse a las reglas establecidas. Pero cuando estalló en
América del Norte la guerra de la independencia, contra esos soldados mercenarios, bien
instruidos, aparecieron de pronto destacamentos de insurgente que, por cierto, no sabían
desfilar, pero que en cambio disparaban magníficamente, disponían en la mayoría de los
casos de fusiles de precisión y, como se batían por su propia causa, no desertaban. Estos
insurgentes no daban a los ingleses la satisfacción de bailar con ellos, a paso lento y en
campo abierto, el conocido minué del combate, según todas las normas de la etiqueta militar.
Ellos atraían a su enemigo a la espesura de los bosques, donde sus alargadas columnas de
marcha quedaban indefensas ante el fuego de tiradores dispersos e invisibles. Formados en
pequeños destacamentos de gran movilidad, utilizaban cualquier protección natural del
terreno para asestar golpes al enemigo. Por ello y por su gran movilidad, resultaban siempre

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inasibles para las rígidas tropas enemigas. De tal modo, el fuego de los tiradores dispersos,
que ya había desempeñado cierto papel cuando se introdujo el arma de fuego, demostraba
ahora, en determinados casos, y sobre todo en los pequeños encuentros, su superioridad
respecto del orden lineal.
Si los soldados de las tropas europeas reclutadas no eran aptos para la guerra
de guerrillas, su armamento lo era menos aun. Es cierto que para disparar ya no era necesario
apoyar el fusil en el pecho, como los mosqueteros de antaño hacían con sus mosquetes
provistos de llave de mecha; los nuevos fusiles se apoyaban en el hombro, como ahora. Pero,
a pesar de todo, ni siquiera se podía hablar de hacer puntería, ya que con la culata recta, que
venía a ser una continuación del cañón, la vista no podía deslizarse libremente a lo largo de
éste. Sólo en 1777, la culata angular del fusil de caza fue adoptada en Francia para el fusil de
la infantería, y merced a ello fue posible el fuego de fusilería intenso. El segundo
perfeccionamiento que atrae nuestra atención es la cureña, más liviana pero no menos sólida,
construida para los cañones por Gribeauval a mediados del siglo XVIII: ello dio a la artillería
una gran movilidad, condición que después llegó a serle imprescindible. El empleo de ambos
perfeccionamientos técnicos en el campo de batalla correspondió a la revolución francesa.
Cuando fue agredida por la coalición europea, la revolución puso a disposición del gobierno a
todas las personas de la nación aptas para combatir. Pero no se disponía de tiempo para
aprender en los campos de maniobra la táctica lineal en grado suficiente como para estar en
condiciones de enfrentar a la veterana infantería austríaca y prusiana en iguales formaciones
de combate. Por otra parte, Francia no sólo carecía de los bosques vírgenes de América, sino
también de los espacios prácticamente ilimitados para la retirada. Era preciso batir al enemigo
entre la frontera y París, se necesitaba, por lo tanto, defender un terreno determinado, y eso
sólo era posible, en fin de cuentes, mediante el combate de masas y campo abierto. En
consecuencia, hacía falta encontrar además de los destacamentos de tiradores, otra forma
mediante la cual las mal instruidas masas francesas pudieran oponerse a los ejércitos
regulares de Europa, con algunas probabilidades de éxito. Esa forma fue la columna cerrada,
que, si bien es cierto que se había empleado ya en algunos casos, fue la mayoría de las veces
sólo en desfiles y revistas. Era más fácil mantener en orden la columna que la formación
lineal. Aun cuando en aquélla se producía cierto desorden, a pesar de todo, como masa
compacta, ofrecía al menos resistencia pasiva; era más fácil dirigir, se adecuaba mejor a la
dirección del jefe y podía desplazarse con mayor rapidez. La velocidad de marcho aumentó
hasta cien pasos por minuto y aun más. Pero el resultado más importante fue el siguiente: con
la aplicación de las columnas como forma exclusiva para el combate de masas, se hacía
posible subdividir el conjunto torpe y uniforme de las antiguas formaciones lineales en partes
independientes, que recibían cierta autonomía y eran capaces de aplicar una directiva general
a las circunstancias concretas. Cada una de esas partes podía estar compuesta por las tres
armas, y la columna se distinguía por su agilidad, suficiente para permitir el empleo de
unidades del ejército en cualquier de sus combinaciones; con ella se hacía posible utilizar las
aldeas y los caseríos (lo que había sido severamente prohibido por Federico II), y que, desde
entonces, se convirtieron en los principales puntos de apoyo en cada batalla; la columna
podía ser empleada en cualquier terreno. Y, por fin, podía oponer a la táctica lineal, donde
todo se jugaba de una vez a una sola carta, una forma tal de dirección del combate, que
permitiera, mediante las acciones de los destacamento de tiradores y con la integración
paulatina de las tropas para prolongar la batalla, fatigar a la línea enemiga y agotarla de modo
que no pudiera resistir el empuje de las fuerzas frescas, mantenidas en reserva. Y como la

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formación lineal poseía en todos sus puntos igual fuerza de resistencia, el enemigo que
combatía en columnas podía distraer a un sector de la línea mediante un ataque ficticio,
poniendo en acción fuerzas débiles y concentrando al mismo tiempo las principales para
atacar el punto decisivo de la posición. Las acciones de fuego se llevaban ya a efecto
preferentemente por destacamentos dispersos de tiradores, mientras que las columnas se
destinaban al ataque a la bayoneta. Se establecía así una relación análoga a la que existía
entre los destacamentos de tiradores y las masas de piqueros a comienzos del siglo XVI, con
la sola diferencia de que las columnas de nuevo tipo podían desplegarse en cualquier
momento en cadenas de tiradores y éstos, a su vez, volver a formarse en columnas.
El nuevo método de combatir, elevado por Napoleón al más alto grado de
perfeccionamiento, superó en tal forma al antiguo, que éste sufrió un derrumbamiento
definitivo e irreparable, cuando en Jena, las rígidas y lentas líneas prusianas —en su mayor
parte inservibles para el combate disperso—, se esfumaron literalmente bajo el fuego de los
tiradores franceses, a los que sólo podían contestar con las descargas de algunas secciones.
Pero si la formación lineal de combate desapareció de la escena, no se puede decir lo mismo
respecto de la línea como formación de combate. Varios años después que los prusianos se
cubrieron de vergüenza a causa de sus líneas de combate, Wellington condujo a los ingleses
formados en línea contra las columnas francesas y, por regla general, las abatía. Pero
Wellington había adoptado toda la táctica de los franceses, con la única excepción de que su
compacta infantería formaba en las batallas no en columnas, sino en líneas. Con eso tenía la
ventaja de poder emplear simultáneamente para el fuego todos los fusiles, y para el ataque,
todas las bayonetas. Los ingleses han empleada tal formación hasta hace pocos años, lo que
tanto en el ataque (Albufera) como en la defensa (Inkerman) les dio el predominio sobre un
enemigo que los superaba considerablemente en número. Bugeaud, a quien tocó combatir
contras esas líneas inglesas, las consideraba hasta hace poco superiores a las columnas.
Y a pesar de todo, el fusil de la infantería se caía de las manos de tan malo que
era, tanto, que era raro hacer blanco con él en un hombre aislado a una distancia de cien
pasos, y a trescientos pasos era asimismo poco probable hacer blanco en un batallón. Por ello,
cuando los franceses llegaron a Argelia, los largos fusiles de los beduinos les ocasionaban
dolorosas bajas, desde distancias inaccesibles para los fusiles franceses. Esto sólo podía ser
resuelto con el fusil rayado. Pero justamente en Francia hubo siempre oposición a que se
introdujera el fusil rayado, inclusive en casos excepcionales, porque se cargaba con lentitud y
se ensuciaba muy pronto. Sin embargo, en cuanto surgió la necesidad de un fusil de carga
fácil, inmediatamente fue aceptado. Después de los trabajos preliminares de Delvigne,
apareció el fusil de Thouvenin y el proyectil expansivo de Minié; estos perfeccionamientos
hicieron que en materia de recarga, el fusil rayado fuese similar al de ánima lisa. Por
consiguiente desde entonces toda la infantería pudo ser armada con fusiles rayados de largo
alcance y tiro preciso. Pero antes que el fusil de cañón rayado de carga por la boca impusiera
la elaboración de una táctica apropiada a su empleo, fue eliminado por un arma de fuego más
nueva, el fusil de retrocarga; al mismo tiempo, se iban perfeccionando cada vez más la
cualidades de combate de los cañones de ánima rayada.
El sistema de la nación en armas, introducido por la revolución, sufrió
sensibles limitaciones. Para el servicio en el ejército regular se reclutaba por medio de
sorteo, sólo una parte de los jóvenes en edad de servicio militar, pero con cierta cantidad de
los ciudadanos restantes —a veces mayor, otras menor—, se formaba en el mejor de los casos
una Guardia Nacional sin instrucción militar. O bien, donde se aplicaba el principio del

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servicio militar genera y obligatorio en forma efectiva y severa se formaba, a lo sumo, un
ejército de milicias que se mantenía en filas sólo algunas semanas, como ocurría en Suiza.
Consideraciones de orden financiero obligaban a elegir entre la conscripción y el ejército de
milicias. Un solo país en Europa, y por cierto uno de los más pobres, intentó combinar el
servicio militar general y obligatorio con la existencia de un ejército regular. Fue Prusia. Y a
pesar de que el servicio militar obligatorio en las tropas regulares no fue observado con toda
severidad en ningún sitio —también debido a inexorables consideraciones financieras—, a
pesar de ello, el sistema del Landwehr prusiano puso a disposición de su gobierno tal
cantidad de hombres adiestrados y organizados en cuadros preparados, que Prusia poseía una
notable ventaja sobre cualquier otro país, con igual número de habitantes.
En la guerra franco-prusiana de 1870, el sistema de conscripción fue vencido
por el sistema prusiano de Landwehr. Pero en esa guerra ambos bandos estaban armados
también por primera vez, con los nuevos fusiles de retrocarga, en tanto que los preceptos
reglamentarios de acuerdo con los cuales estos ejércitos marchaban y combatían, eran en lo
fundamental los mismos que en la época del antigua fusil de chispa. En el mejor de los casos,
los destacamentos de tiradores se hicieron algo más compactos. Por lo demás, los franceses
aún combatían con las antiguas columnas de batallón y a veces también formaban líneas,
cuando los alemanes ya hacían al menos intentos de encontrar en las columnas de compañía
una forma de combate más acorde con el nuevo armamento. Así fue en las primeras batallas.
Cuando en el asalto a Saint Privat (18 de agosto), tres brigadas de la guardia prusiana
intentaron emplear seriamente estas columnas de compañía, se reveló la fuerza aplastante del
fusil de retrocarga. De los cinco regimientos que participaron en forma más intensa en esa
batalla (15.000 hombres), cayeron en el combate casi todos los oficiales (176) y 5.114
soldados rasos; en consecuencia, perdieron más de un tercio de sus efectivos. Toda la
infantería de la guardia que tomó parte en la batalla, con una fuerza de 28.160 hombres,
perdió ese día 8.230, entre ellos 307 oficiales. Desde ese momento, la columna de compañía
fue definitivamente condenada como formación de combate, lo mismo que el ejemplo de las
columnas de batallón o de las formaciones lineales; en adelante fue abandonado todo intento
de exponer un destacamento compacto al fuego de la fusilería enemiga; el combate fue
llevado por los alemanes en esas mismas espesas cadenas de tiradores, en que ya se
transformaban espontáneamente las antiguas columnas bajo la granizada de proyectiles
enemigos, a pesar de que los jefes superiores se oponían a ello, considerándolo una violación
del orden. Otra vez el soldado resultó ser más inteligente que el oficial; y, él, el soldado,
encontró instintivamente la única forma de combatir bajo el fuego de los fusiles de retrocarga
justificada hasta el presente, y la defendió con éxito, a pesar de la oposición de los jefes. Del
mismo modo, dentro del radio de acción del fuego mortífero de la fusilería, sólo ha
encontrado aplicación el salto corto y a la carrera.

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